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Skócpol, Theda. Los Estados y las Revoluciones Sociales, un análisis comparativo de Francia, Rusia
China, FCE, México, 1984, pág.36.
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Skócpol, Theda. Los Estados y las Revoluciones Sociales, pp. 58-59.
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Skócpol, Theda. Los Estados y las Revoluciones Sociales, p.61
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de tipos particulares de sistemas sociopolíticos y de conjuntos particulares de
circunstancias históricas internacionales”4.
4
Skócpol, Theda. Los Estados y las Revoluciones Sociales, p.61.
5
Skócpol, Theda. Los Estados y las Revoluciones Sociales, p. 65.
6
Ver López, Sinesio. El repliegue del Estado y la devaluación de la política. En: Grompone, Romeo
(editor). Instituciones políticas y sociedad. Lecturas obligatorias. IEP. Lima. 1995.
7
Skócpol, Thedda. El Estado regresa al primer plano: estrategias de análisis en la investigación actual.
En: Grompone, Romeo (editor) . Instituciones políticas y sociedad. Lecturas introductorias. IEP. Lima,
1995.
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instituciones. Estas fuentes de las capacidades proporcionan a los estados los
adecuados instrumentos de actuación política para el logro de sus objetivos.
Sin embargo, ¿qué decir de las transformaciones más recientes del marxismo?. Algunos
analistas contemporáneos, como Ralph Miliband, Nicos Poulantzas, Perry Anderson,
Góran Therborn y Claus Offe han planteado la cuestión de "la autonomía relativa del
Estado" ante todo control directo por las clases dominantes.
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bien a tratarlo de manera completamente funcionalista, o. a considerarlo un aspecto de las
relaciones o de la lucha de clases. Indiscutiblemente es un avance establecer (o
restablecer, ya que ésta fue, sin duda, la posición marxista clásica) que los Estados no sólo
son creados y manipulados por las clases dominantes; no obstante, sigue siendo esencial
que los marxistas se enfrenten más directamente a las cuestiones de qué son los Estados
por derecho propio, y cómo varían sus estructuras y se desarrollan sus actividades en
relación con las estructuras socioeconómicas. Hasta aquí, virtualmente todos los marxistas
continúan, simplemente, suponiendo que las formas y actividades del Estado varían de
acuerdo con los medios de producción, y que los dirigentes del Estado no pueden actuar
contra los intereses básicos de una clase dominante. Las discusiones permanecen limitadas
a la cuestión de cómo se apartan los Estados y a la vez funcionan en pro de los modos de
producción y las clases dominantes. El resultado es que casi nadie cuestiona aún esta
versión marxista de la duradera tendencia sociológica de absorber al Estado dentro de la
sociedad.
Aunque tanto el Estado como la(s) clase(s) dominante(s) comparten un interés general en
mantener en su lugar a las clases subordinadas en la sociedad, y funcionando de acuerdo
con la economía existente, los intereses fundamentales propios del Estado en el
mantenimiento del simple orden físico y de la paz política pueden llevarle -
especialmente en periodos de crisis— a aplicar concesiones a las demandas de la clase
subordinada. Estas concesiones pueden ser a expensas de los intereses de la clase
dominante, pero no contrarios a los intereses del propio Estado, de controlar la población,
recabar impuestos y conseguir reclutas para el ejército.
Y sin embargo, una perspectiva organizativa y realista del Estado no sólo entraña
diferencias de los enfoques marxistas, sino que también contrasta con los enfoques no
marxistas que tratan la legitimidad de las autoridades políticas como importante
concepto explicativo. Aun después de una gran pérdida de legitimidad, el Estado puede
seguir absolutamente estable —y ciertamente invulnerable a las revueltas internas basadas
en las masas— especialmente si sus organizaciones coactivas siguen siendo coherentes y
eficaces.
El Estado es, en suma, fundamentalmente bifacético. Si nuestro objetivo es comprender
el desplome y la edificación de las organizaciones de Estado en las revoluciones,
habremos de ver no sólo las actividades de los grupos sociales sino que también
habremos de enfocar los puntos de intersección entre las condiciones y presiones
internacionales, por una parte, y las economías estructuradas en las clases y en los intereses
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organizados políticamente, por la otra. Los funcionarios ejecutivos del Estado y sus
seguidores aparecerán maniobrando con objeto de obtener recursos y construir organiza-
ciones administrativas y coactivas precisamente en estas intersecciones.
Las orientaciones extranacionales de los Estados, los desafíos a los que pueden hacer
frente para mantener el orden interno y los recursos organizativos a los que pueden
recurrir y que pueden desplazar los colectivos de funcionarios estatales, todas estas
características del Estado, considerado desde una perspectiva weberiano-hintzeana,
pueden contribuir a explicar la acción autónoma del Estado. En las explicaciones de
Alfred Stepan y Ellen Kay Trimberger de lo que podemos considerar casos extremos de
acción estatal autónoma -situaciones históricas en las cuales las élites estratégicas
utilizan la fuerza militar para hacerse con el control de todo un Estado nacional y
después emplean medios burocráticos para imponer desde arriba cambios reformistas o
revolucionarios- aparecen de forma especialmente clara, distintas combinaciones de
factores de esta índole.
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En su libro State and society: Peru in comparatiL'e perspective, Stepan (1978: cap. 3 y
4) investiga los intentos de las élites estatales de América Latina de instaurar regímenes
corporativos "incluyentes" o "excluyentes". Un elemento clave de-la explicación que da
Stepan de esos episodios es la formación de un cuadro estratégicamente localizado de
funcionarios que gozan de una fuerza organizativa interna y en las organizaciones
estatales existentes, y que goza, asimismo, de una idea unitaria de carácter ideológico
sobre la posibilidad y conveniencia de utilizar la intervención del Estado para asegurar
el orden político y promover el desarrollo económico nacional. En el caso del golpe
corporativo "excluyente" de Brasil en 1964 y del golpe corporativo "incluyente" de Perú
en 1968, Stepan subraya la socialización previa de lo que denomina "nuevos
profesionales militares". Se trataba de oficiales militares de carrera que habían
pasado juntos por escuelas de formación en las que además de otros conocimientos
militares más tradicionales, habían aprendido técnicas e ideas sobre
planificación .económica nacional y contrarrevolución. Posteriormente, estos
nuevos profesionales militares instauraron regímenes corporativos para responder
a supuestas crisis del orden político y del desarrollo económico nacional. Los
profesionales militares utilizaron el poder del Estado para conjurar o desviar
amenazas contra el orden nacional procedentes de clases y grupos no dominantes.
También emplearon el poder del Estado para implantar reformas socioeconómicas
o planes para fomentar la industrialización nacional, algo que consideraban un
requisito fundamental para mejorar su posición internacional en el mundo
moderno.
En su obra Revolution from above, Ellen Kay Trimberger (1978) se centra en una serie
de casos históricos la restauración Meiji en Japón, la revolución de Ataturk en Turquía,
la revolución de Nasser en Egipto y el golpe de Estado en Perú en 1968 en los cuales
burócratas dinámicamente autónomos, entre los que figuraban oficiales militares
tomaron el poder del Estado y lo reorganizaron. A continuación, utilizaron el Estado
para destruir una clase dominante, una aristocracia de la economía nacional. Al igual
que Stepan, Trimberger subraya la formación, a través de la socialización y los intereses
profesionales anteriores, de una élite coherente de funcionarios dotada de una
orientación- ideológica estatista y nacionalista. Trimberger coincide también con Stepan
en la importancia· dada a la preocupación de la élite por reprimir cualquier posible
agitación desde abajo. Sin embargo, tal vez porque en realidad expone una versión más
transformadora de la acción autónoma del Estado para reorganizar la sociedad,
Trimberger insiste más que Stepan en el papel de las amenazas exteriores contra la
autonomía nacional como factor que precipita la "revolución desde arriba".
Y desde una variable estructural que Stepan había pasado por alto: la relación de la élite
del Estado con las clases económicas dominantes. Trimberger señala: "Se puede decir
que un aparato estatal burocrático o un sector de éste es relativamente autónomo cuando
las personas que ocupan puestos elevados de carácter civil y/o militar cumplen dos
condiciones:
1)no son reclutadas en las clases terratenientes, comerciales o industriales dominantes; y
2) no establecen vínculos personales y económicos estrechos con esas clases después de
su acceso a los altos cargos" (Trimberger, Ellen Kay, 1978:4). Trimberger examina
también la relación de la élite del Estado con las clases económicas dominantes con el
fin de predecir la amplitud de los cambios socioeconómicos que puede intentar un
Estado en respuesta a "una situación de crisis, cuando el orden social, político y
económico vigente está amenazado por fuerzas externas y por la agitación desde abajo"
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(Trimberger, Ellen Kay, 1978:5). Cuando las élites burocráticas mantienen sus vínculos
con las clases dominantes, pueden tener lugar reformas autoritarias por iniciativa estatal,
como, por ejemplo, en Prusia de 1806 a 1814, en Rusia en la década de 1860 y en Brasil
después de 1964. Pero los cambios estructurales más radicales que Trimberger califica
de "revolución desde arriba", incluida la expropiación real de una clase dominante, sólo
se producen en situaciones de crisis cuando las élites burocráticas del Estado están
libres de vínculos o alianzas con las clases dominantes. Como se habrá advertido,
Trimberger ha dotado al concepto neomarxista de autonomía relativa del Estado de un
nuevo poder analítico como instrumento para predecir las posibles consecuencias
sociopolíticas de diversas configuraciones sociales e históricas del Estado y de poder de
clase.
De forma diferente, también tiene cabida en estos análisis los mismos factores analíticos
esenciales: las orientaciones internacionales de los Estados, sus funciones de
mantenimiento del orden interno y las posibilidades organizativas de que los colectivos
de funcionarios formulen y persigan una política propia, Hugh Hedo (1984) ofrece en
Modern social politics in Britain and Sweden un complejo relato histórico comparativo
del desarrollo a largo plazo del seguro de desempleo y de la política de asistencia a la
tercera edad de esas dos naciones, Sin que se presente explícitamente como tal, el libro
de Hedo trata de las aportaciones estatales autónomas a la elaboración de la
política social. Pero las acciones autónomas del Estado que Hedo destaca no son en
su totalidad actos de coerción o dominación sino, por el contrario, actividades
intelectuales de unos administradores civiles dedicados a diagnosticar los
problemas de la sociedad y a idear políticas alternativas para resolverlos, Como
dice Hedo:
Los gobiernos no sólo "pueden" (o cualquiera que sea la forma verbal de eseenfoque);
también resuelven. La formación de una política es una forma de resolución colectiva
en nombre de la sociedad, e implica decidir y conocer. El proceso de elaboración de las
políticas de pensiones, desempleo y jubilación va más allá de decidir qué "deseos" hay
que satisfacer, para incluir los problemas de saber quién podría desear algo, qué se
desea, qué debería desearse y cómo convertirincluso el acuerdo general más asequible
en una acción colectiva concreta. Este proceso es político no porque toda política sea
un derivado del poder y del conflicto, sino porque algunos hombres se han
comprometido a actuar en nombre de otros (Hedo, 1984305).
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condiciones socioeconómicas y especialmente, las crisis, sólo han propiciado demandas
esporádicas de los partidos y de los grupos de interés, afirma Hedo. Han sido los
funcionarios, recurriendo a "los ·recursos administrativos de la información, el
análisis y la competencia profesional", quienes han concebido los términos de la
elaboración de nuevas políticas como "correctivos no tanto de las situaciones
sociales en cuanto tales como de los fallos apreciados en la política anterior" en
función de "la propia concepción de la burocracia gubernamental de lo que se
venía haciendo" (Hedo, 1984:303-305-306). Los datos de Hedo revelan también que la
autonomía de la burocracia para configurar la política social ha sido mayor en Suecia
que en Gran Bretaña, ya que el Estado burocrático centralizado y premoderno de Suecia
estaba, desde el comienzo de la industrialización y antes de la liberalización y la
democratización plenas de la política nacional, en condiciones de tomar la iniciativa en
el diagnóstico de los problemas sociales y en la propuesta de soluciones universales
para resolverlos.
Hedo dice mucho menos de lo que le resultaría posible acerca de las influencias que
determinan el momento y el contenido de las iniciativas estatales características, aunque
ofrece datos acerca de la sensibilidad de los funcionarios civiles hacia los requisitos del
mantenimiento del orden ante los desajustes ocasionados por el desempleo industrial.
También señala la permanente conciencia, por parte de los funcionarios, de los
precedentes y modelos extranjeros de política social. Sobre todo, Hedo demuestra que
los colectivos de funcionarios administrativos pueden tener una amplia influencia,
tanto directa como indirecta, sobre el contenido y el desarrollo de importantes
políticas oficiales. Su obra sugiere cómo localizar y analizar las aportaciones
estatales autónomas a la elaboración de la política, incluso dentro de sistemas
políticos constitucionales dirigidos nominalmente por órganos legislativos y
partidos electorales.
En esta línea, merece la pena examinar brevemente dos obras que defienden las
aportaciones estatales autónomas a la elaboración de la política incluso en Estados
Unidos, sistemas políticos en el cual, según prácticamente todos los estudiosos, la base
estructural para dicha autonomía es menor que en cualquier otro régimen capitalista
liberal moderno. Estados Unidos no heredó un Estado burocrático centralizado de la
época preindustrial y pre-democrática. Por otra parte, la dispersión de la autoridad
debido al sistema federal, la división de la soberanía entre los distintos brazos del
gobierno nacional y la estrecha simbiosis entre sectores de la administración federal y
los comités del Congreso contribuyen a hacer que el poder del Estado norteamericano
en el siglo XIX esté fragmentado, disperso e influido en todas partes por intereses
sociales organizados. Además, el gobierno nacional carece de posibles puntos de apoyo
de un poder estatal fuerte tales como una administración pública profesional, consciente
de sus estatutos y con acceso previsible a puestos ejecutivos clave: organismos de
planificación dotados de autoridad; un control ejecutivo directivo sobre un banco central
nacional y propiedad pública de sectores estratégicos de la economía.
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internacionales en la producción y comercialización de materias primas. Una ingeniosa
táctica heurística respalda la selección por Krasner de este ''ámbito de estudio" para la
investigación histórica sistemática: es un ámbito situado en la intersección de los
intereses estatales propiamente geopolíticos y los intereses económicos de (a menudo)
poderosas empresas privadas. Así, Krasner puede preguntarse si el tira y afloja a corto
plazo de los intereses comerciales configura la definición del "interés nacional" de
Estados Unidos con respecto a la producción de materias primas en el extranjero o si se
registra una presencia constante de un interés autónomo del Estado. Krasner encuentra
el segundo modelo y lo atribuye a actores situados en una posición especial dentro del
gobierno de Estados Unidos, por lo demás débil, fragmentado e influido socialmente.
En lo que se refiere a la política exterior de Estados Unidos, los actores estatales
fundamentalmente son el presidente y el secretario de Estado, y las instituciones más
importantes son la Casa Blanca y el Departamento de Estado, lo que distingue a estos
papeles y organismos es su alto grado de aislamiento de presiones sociales concretas y
una serie de obligaciones formales e informales que los encargan de favorecer los
intereses generales de la nación (Krasner, 1978a: 11).
Mi obra en colaboración con Kenneth Finegold sobre los orígenes de la política agrícola
del New Deal sugjere también que dentro de un "Estado débil" pueden producirse
aportaciones estatales autónomas a la elaboración de la política interior. Estas
aportaciones estatales autónomas tienen lugar en áreas de actuación política concretas y
en momentos históricos determinados, aunque en general no sean discernibles en todas
las áreas de actuación y contribuyan involuntariamente a crear fuerzas políticas que más
tarde impondrán severas limitaciones a nuevas acciones estatales autónomas . Finegold
y yo mantenemos que, en el período que siguió a la Primera Guerra Mundial, el
departamento de Agricultura de Estados Unidos era "una isla de fortaleza del Estado en
un océano de debilidad" (Skocpol y Finegold, 1982, 271) y atribuimos la formulación
de las intervenciones agrícolas del New Deal -políticas que respondían a una "crisis
agraria" antigua, aunque no simplemente de la manera exigida por los poderosos grupos
de interés agrícola- a los recursos excepcionales de capacidad administrativa,
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planificación pública previa y experiencia gubernamental práctica a disposición de los
expertos agrícolas federales en los albores del New Deal. Nuestro razonamiento se
parece a las conclusiones de Hugh Hedo sobre los fun~ionarios civiles innovadores de
Gran Bretaña y Suecia:; En esencia, hallamos que una parte del gobierno nacional de
Estados Unidos en los comienzos -del siglo XX permitió que la capacidad profesional
de los funcionarios actuase en una esfera política restringida de forma semejante a como
actuó en Suecia o en Gran Bretaña entre 1900 y 1920.
Este ensayo trata de especificar los orígenes, mecanismos y resultados del poder
autónomo que posee el Estado en relación a las principales agrupaciones de poder de la
“sociedad civil”. El argumento se expone de forma general, pero deriva de Sources of
social power (1986), un gran proyecto de investigación empírica en curso sobre el
desarrollo del poder en las sociedades humanas. Por ahora, mis generalizaciones son
más audaces en materia de sociedades agrarias; en lo que toca a las sociedades
industriales seré más vacilante. Defino el Estado y busco después las implicaciones de
8
. Michael Mann. El poder autónomo del Estado: Sus orígenes, mecanismos y resultados. En: Proyecto
de Modernización del Estado jefatura de gabinete de Ministros de la Nación: Lecturas sobre el estado y
las políticas públicas: Retomando el debate de ayer para fortalecer el actual. Proyecto Modernización
del Estado, Buenos Aires, 2007, pp. 766.
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dicha definición. Discuto dos partes esenciales de la definición, centralización y
territorialidad, en relación con dos tipos de poder estatal, denomina dos aquí poder
despótico e infraestructural. Defiendo que la autonomía estatal, en las dos formas
despóticas e infraestructural, procede principalmente de la específica capacidad del
Estado de proporcionar una forma de organización territorialmente centralizada.
Hoy día no hay necesidad de reconsiderar que la mayoría de las teorías generales
del Estado han estado erradas porque han sido reduccionistas. Pese a la autocrítica
implícita en el constante uso del término «autonomía relativa» por marxistas recientes
(como Poulantzas, 1972 y Therborn, 1978), ha seguido aún habiendo una curiosa resis-
tencia a analizar esta autonomía.
Defenderé en este artículo que el Estado es mera y esencialmente una arena, un espacio
y que no obstante es la fuente misma de su autonomía.
DEFINIENDO EL ESTADO
Encontramos dos sentidos diferentes en los que los Estados y sus élites pueden ser
considerados poderosos. Debemos discernirlos. El primer sentido atañe a lo que pode-
mos denominar el poder despótico de la élite estatal, el abanico de acciones que la
élite tiene facultad de emprender sin negociación rutinaria, institucional, con grupos de
la sociedad civil.
El poder despótico es también normalmente lo que se entiende en la literatura por
autonomía del poder. Pero hay otro sentido con el que la gente habla del poder del
Estado, especialmente en las democracias capitalistas de hoy. Podemos denominarlo
poder infraestructural, la capacidad del Estado para penetrar realmente la sociedad civil,
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y poner en ejecución logísticamente las decisiones políticas por todo el país. El Estado
feudal es el más débil, pues tiene ambos poderes despótico e infraestructural bajos.
De esta forma, los Estados en las democracias capitalistas son en un sentido débil y en
otros fuertes. Son “despóticamente débiles”, pero “infraestructuralmente
fuertes ”. Distingamos claramente estos dos tipos de poder del Estado. El primer
sentido denota poder por la élite del Estado misma sobre la sociedad civil. La segunda
denota el poder del Estado de penetrar y coordinar centralmente las actividades de la
sociedad civil a través de su propia infraestructura. El segundo tipo de poder permite
aún la posibilidad de que el mismo Estado sea un mero instrumento de Fuerzas dentro
de la sociedad civil, por ejemplo, que carece de poder despótico. Ambas son
dimensiones analíticamente autónomas del poder. En la práctica, por supuesto, puede
existir una relación entre ellas. Por ejemplo, cuanto más grande es el poder infraestruc-
tural del Estado, más grande es el volumen de dominación coactiva y, por tanto, mayor
es la posibilidad de poder despótico sobre individuos y tal vez sobre grupos
minoritarios marginales. Todos los Estados poderosos infraestructuralmente incluyendo
las democracias capitalistas, son fuertes en relación con los individuos y con los grupos
más débiles en la sociedad civil, pero los Estados capitalistas democráticos son débiles
en relación con los grupos dominantes, al menos en comparación con la mayoría de los
Estados históricos.
Éstos son tipos ideales. Pero mi elección de ejemplos históricos reales que se
aproximan más o menos a ellos revela dos grandes tendencias que son
suficientemente claras aunque merecen una explicación. Primera, ha tenido lugar
un crecimiento histórico a largo plazo en el poder infraestructural del Estado,
aparentemente con un impulso tremendo por parte de las sociedades industriales, pero
también perceptible dentro de las sociedades preindustriales e industriales
tomadas por separado. Segunda, dentro de cada época histórica han tenido lugar,
sin embargo, enormes variaciones en los poderes despóticos. No ha existido una
tendencia general de desarrollo en los poderes despóticos: Estados no despóticos
existieron en Mesopotamia a fines del cuarto milenio a. C. (la «primitiva democracia
de las ciudades-Estado tempranas), en Fenicia, Grecia y Roma en el primer milenio a.
C, en las repúblicas y ciudades-Estado medievales, y en el mundo moderno por igual.
La historia del despotismo ha sido de oscilación, no de desarrollo, ¿Por qué tan
amplias divergencias en una dimensión, pero una tendencia al desarrollo en la otra?
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aspecto de almacenaje del poder estatal.
3. Establecimiento de pesas, medidas y moneda, permitiendo el
intercambio de mercancías bajo una garantía última de valor por el Estado.
4. Velocidad de comunicación de mensajes y de transporte de
personas y recursos a través de mejoras en vías, barcos, telégrafo, etc.
Sin embargo, ninguna de estas técnicas es específica del Estado. Son
parte del desarrollo social general, parte del crecimiento de las capacidades en
aumento de los seres humanos para la movilización social colectiva de los recursos.
Las sociedades en general, no sólo sus Estados, han aumentado sus poderes. De
esta forma, ninguna de estas técnicas modifica necesariamen te la relación entre
un Estado y su sociedad civil; y ninguna está necesariamente promovida bien por
el Estado o la sociedad civil.
Surgen dos conclusiones. Primera, en toda la historia del desarrollo de la infraestructura
del poder no existe virtualmente técnica alguna que pertenezca por necesidad al Estado,
o a la inversa, a la sociedad civil. Segunda, existe cierto tipo de oscilación entre el
papel de las dos en el desarrollo social. Más tarde espero mostrar que no se trata
simplemente de oscilación, sino de una dialéctica.
La pregunta obvia es: si los poderes infraestructurales son una característica general a la
sociedad, ¿en qué circunstancia son apropiados por el Estado? ¿Cómo adquiere el
Estado en ciertas circunstancias, pero no en otras, poderes despóticos? ¿Cuáles son los
orígenes del poder autónomo del Estado? Mi respuesta viene en tres etapas, que afectan a
la necesidad del Estado, su multiplicidad de funciones y su centralización
territorializada. Las dos primeras han sido identificadas a menudo en la reciente teoría,
la tercera es, creo, novedosa.
Las únicas sociedades sin Estados han sido primitivas. Las sociedades con Estados
han tenido un valor de supervivencia superior al de aquéllas sin Estado. No tenemos
ejemplos de sociedades sin Estado perdurables a partir de un primitivo nivel de
desarrollo y sí muchos de sociedades con Estados absorbiendo a aquéllas o
eliminándolas. Allí donde sociedades sin Estado conquistan otras con Estado, bien
desarrollan ellas mismas un Estado, o provocan el retroceso social en la sociedad con-
quistada. Hay buenas razones sociológicas para esto. Sólo existen tres bases alternativas
al orden: la fuerza, el intercambio y la costumbre
Son cuatro los cuatro tipos probablemente más persistentes de actividades estatales.
El mantenimiento del orden interior.
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La defensa/agresión militar, dirigida contra enemigos extranjeros.
El mantenimiento de las infraestructuras de comunicación; caminos, ríos,
sistemas de mensajes, moneda, pesos y medidas, ordenamientos mercantiles.
La redistribución económica: la distribución autoritaria de los recursos
materiales escasos entre diferentes espacios ecológicos, grupos de edad, sexos,
regiones, clases, etc.
Estas cuatro tareas son necesarias bien para la sociedad en conjunto o para grupos de
interés en ella. Son emprendidas más eficazmente por el personal de un Estado
central que se torna imprescindible. Y comprometen al Estado en relaciones
funcionales con distintos, y en ocasiones contrapuestos, grupos entre quienes existe
espacio para maniobrar. El espacio puede ser explotado. Cualquier Estado comprometido
en una multiplicidad de relaciones de poder puede oponer unos grupos contra otros.
Por supuesto, esto no confiere por sí solo un grado significativo de poder real a la élite
estatal, pues los grupos de la sociedad civil, aunque organizados de forma un tanto
diferente, pueden aún ser capaces de controlarlo considerablemente. Pero los principios
nos ofrecen un par de hipótesis para explicar las variaciones de poder. 1) El poder
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infraestructural del Estado deriva de la utilidad social en cualquier tiempo y lugar de las
formas de centralización territorial que no pueden suministrar las fuerzas mismas de la
sociedad civil. 2) La extensión del poder despótico del Estado deriva de la incapacidad
de las fuerzas de la sociedad civil para controlar esas formas de centralización
territorial, una vez establecidas. Hay, por tanto, dos fases en el desarrollo del
despotismo: el crecimiento de la centralización territorial, y la pérdida de control sobre
él. Primero, la función, después, la explotación.
En todos los casos no es la necesidad económica o militar per se la que aumenta
el papel del Estado, pues esto puede simplemente situarlo en manos de las clases
o grupos militares en la sociedad civil. Es más bien la particular utilidad
de la centralización territorial económica o militar en una situación dada.
Hay otros tipos de economía (p.e., el intercambio de mercado) y de organización
militar (p. e., la caballería feudal, la defensa de castillos) que apoyan la
descentralización y, por tanto, reducen el poder del Estado. En todos los ejemplos
anteriores las principales agrupaciones de poder de la sociedad civil confieren
libremente poderes infraestructurales a sus Estados. Mi explicación comienza así
en un estilo funcionalista. Pero las funciones son entonces explotadas y tiene lugar
el despotismo. La hipótesis es que la sociedad civil da libremente recursos pero,
entonces, pierde control y pasa a ser oprimida por el Estado. ¿Cómo tiene esto
lugar?
Las infraestructuras de poder dieron un salto adelante con la Revolución industrial. El
capitalismo industrial destruyó las sociedades territorialmente federadas»,
reemplazándolas con Estados-nación a través de cuyos territorios pudieron penetrar
estructuras de control y vigilancia unitarios. La penetración logística del territorio se ha
incrementado de forma exponencial en el último siglo y medio.
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justamente como han argumentado las teorías reduccionistas— y que éste es
precisamente el origen y mecanismo de sus poderes autónomos. El Estado, a diferencia
de los principales actores de poder de la sociedad civil, está territorialmente limitado y
centralizado. Las sociedades necesitaban que algunas de sus actividades sean reguladas
sobre un territorio centralizado. Lo mismo sucede con las clases económicas
dominantes, las Iglesias y otros movimientos de poder ideológico, y élites militares. Por
tanto, ellos confían los recursos de poder a las élites estatales, recursos que no son
capaces de recuperar completamente, precisamente porque sus propias bases
socioespaciales de organización no están centralizadas ni territorializadas. Dichos
recursos de poder estatal, y la autonomía a que llevan, pueden no ser muchos. Sin
embargo, si el uso del Estado de los recursos conferidos genera ulteriores recursos de
poder -como en realidad pretendían los mismos grupos de la sociedad civil— éstos
normalmente fluirán a través del Estado, y llevarán así a un grado significativo de
autonomía de poder. Por tanto, el poder autónomo del Estado es el producto de la
utilidad de la centralización territorial incrementada para la vida social en general.
Ésta ha variado de forma considerable a través de la historia de las sociedades, y
consecuentemente lo ha hecho el poder de los Estados.
Distinguí entre dos tipos de poder estatal, despótico e infraestructural. El primero, el
poder de la élite estatal sobre la sociedad civil, es lo que normalmente se ha
entendido por poder estatal en la literatura. Aporté ejemplos de cómo la centralización
territorial de los recursos económicos, ideológicos y militares ha elevado los poderes
despóticos de los Estados. Pero los Estados raramente han sido capaces de aferrarse a
dicho poder por mucho tiempo. Los logros despóticos han sido normalmente precarios
en los Estados históricos porque han carecido de infraestructuras logísticas eficaces para
penetrar y coordinar la vida social. De esta forma cuando los Estados incrementaron sus
recursos “privados”, éstos fueron pronto llevados a la sociedad civil por sus propios
agentes. De aquí resultó la oscilación entre regímenes imperial/patrimoniales y feudales
analizados por primera vez por Max Weber.
Concentrándonos en el poder infraestructural, sin embargo, podemos ver que la
oscilación era, en realidad, una dialéctica de desarrollo social. Los Estados despóticos
han promovido una serie de infraestructuras de poder. Al “desaparecer” éstas en la
sociedad civil, los poderes sociales generales aumentan. Yo sugiero que una parte
central del desarrollo social en sociedades agrarias ha estado en una dialéctica entre
estructuras centralizadas de poder autoritario, bien representadas por imperios de
dominación, y estructuras descentralizadas de poder difuso ejemplificadas en
“civilizaciones de actores multipoder”. De esta forma, el papel del Estado poderoso en
el desarrollo ha fluctuado esencialmente: a veces promoviéndolo, otras
retardándolo.
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entre Estados nacionales y el «sistema mundial» es crucial para nuestra comprensión de
la sociedad del último siglo XX. ¿Qué grado de territorialización y centralización tienen
las sociedades? Es éste el aspecto teórico en el que hallamos a los Estados ejerciendo
una fuerza masiva sobre la vida social, y no el terreno más tradicional de controversia,
el poder despótico de las élites estatales sobre las clases u otras élites. Los Estados son
centrales para nuestra comprensión de lo que es la sociedad. Donde los Estados son
fuertes, las sociedades están relativamente territorializadas y centralizadas. Ésta es la
afirmación más general que podemos hacer acerca del poder autónomo del Estado.
Las personas pueden tener derechos políticos, votar y elegir a los gobiernos capaces de
seguir los mandatos populares. Pero la capacidad efectiva de los ciudadanos y de
cualquier gobierno para alcanzar sus objetivos está limitada por el poder público del
capital. La naturaleza de las fuerzas sociales y políticas (por más poder que tengan) no
altera estos límites ya que son características estructurales del sistema, no de los
ocupantes de los cargos gubernamentales ni de los ganadores de las elecciones. Durante
los últimos 20 años los marxistas han desarrollado varias teorías para explicar por qué
todos los gobiernos en las sociedades capitalistas están obligados a actuar en defensa de
los intereses de los capitalistas.
La teoría estructural del marxismo afirma que no importa quiénes son los funcionarios
estatales, qué quieren y a quiénes representan. Tampoco importa cómo el Estado se
organiza y lo que es legalmente capaz o incapaz de hacer. Los capitalistas no tienen ni
siquiera que organizarse y actuar de manera colectiva: basta con que persigan ciega y
estrechamente su interés privado propio para restringir drásticamente las opciones de
todos los ciudadanos y los gobiernos. Esta es la teoría de la «dependencia estructural del
Estado en el capital».
17
la voluntad de invertir de los dueños del capital, la misma que depende, a su vez, de la
rentabilidad de la inversión. En una sociedad capitalista, el intercambio entre el
consumo presente y futuro de todos pasa por un trade-off entre el consumo de quienes
no poseen un capital propio y las ganancias de los que lo poseen (Wallerstein &
Przeworski, 2008, p. 59).
Esta determinación rígida se aplica especialmente a los asalariados que cuidan tanto sus
salarios futuros como sus ingresos presentes. Si las empresas responden a los aumentos
salariales exigidos con menos inversión, los asalariados pueden ser los más interesados
en moderar sus demandas salariales. Los ingresos futuros de los trabajadores dependen
de la realización de los intereses actuales de los capitalistas. En realidad, todos los
grupos tienen una dependencia estructural del capital: las minorías que luchan por la
igualdad económica, las mujeres que quieren transformar la división del trabajo en el
seno de la familia, los viejos que buscan seguridad material, los trabajadores que se
esfuerzan por mejorar las condiciones de trabajo, los militares que buscan renovar su
armamento. En el capitalismo las condiciones materiales de todo el mundo dependen de
las decisiones privadas de los dueños de la riqueza.
18
son «pluralistas», esto es, son agnósticos sobre los grupos que tienen el poder de infligir
las pérdidas al público mediante la retirada de sus inversiones. Esta diferencia no debe
ocultar, sin embargo, el hecho de que ambas teorías entienden de la misma manera la
relación entre distribución del ingreso y la inversión (Przeworski & Wallerstein, 2008,
pp. 59-60).
Przeworski y Wallerstein (2008, p. 68) sostienen, sin embargo, que es un error extender
la teoría de la dependencia estructural al Estado que puede desplegar un conjunto de
políticas, particularmente impositivas al consumo de lujo, para escapar de ella. Los
gobiernos pueden adoptar políticas que alteran el equilibrio entre la inversión y la
distribución del ingreso. De hecho, todos los gobiernos en los países capitalistas
desarrollados gravan, a un ritmo diferente, a la parte de las rentas del capital que se
invierte y a la parte que se consume. Si el gobierno adopta un impuesto al consumo de
lujo, el efecto más importante es que la tasa de inversión no se ve afectada por este tipo
de gravamen, cualquiera que sea su nivel, siempre y cuando los salarios sean constantes.
Con este instrumento fiscal, los gobiernos mantienen la tasa de inversión determinada
por el mercado, distribuyen el resto de los ingresos de los accionistas a los asalariados y,
sobre todo, ponen un pie fuera de la dependencia estructural.
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