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del jefe
¡Paf!
Se escuchó un suspiro.
«No puedo creer que una mujer tan hermosa resulte ser una
ladrona».
Eugenio se impacientó.
—¿No…?
Sacudió la cabeza.
...
Carlos asintió.
—Absolutamente.
Como respuesta, Eugenio entrecerró los ojos y lanzó el
bolígrafo que tenía en la mano sobre la mesa.
—Tráela aquí.
—Sí, señor.
—Entre.
«¡Qué mujer tan arrogante! ¿Suplicarle que trabaje para mí? ¡Sí
que está segura de sí misma!».
―Sí, lo haré.
...
Por otro lado, Olivia había salido del Grupo Navarro enfadada.
No dejaba de imaginar cómo lo asesinaría. «¡Ese hombre! ¡Voy
a matarlo!». Tomó un taxi al lado de la carretera y se preparó
para volver a casa. Sin embargo, mientras esperaban en un
semáforo, un hombre se desplomó de repente en el suelo
delante del auto. El chofer se apresuró a desviarse a un lado,
al igual que los transeúntes, que también lo ignoraron al pasar.
Nadie parecía tener intención de socorrerlo.
Por esa razón, le revisó los bolsillos. Casi siempre, las personas
con un nivel bajo de azúcar en la sangre llevan ahí algunos
dulces o galletas. Sin embargo, por mucho que buscó, no
pudo encontrar nada. Justo cuando estaba a punto de sacar
su teléfono para llamar a una ambulancia, se dio cuenta de
que había desaparecido. «¿Se me habrá caído en el taxi?».
Suspiró. Por fortuna, encontró en ese momento el teléfono del
hombre. Se apresuró a contactar a los servicios de
emergencia. Después, lo utilizó para llamar a su número.
Aunque dio varios timbres, nadie contestó. Entonces, la
llamada se cortó y alguien apagó el teléfono de inmediato. Su
expresión se ensombreció al instante. «Ese chofer... ¿No le
basta con no tener ni un ápice de bondad en sus huesos?
¿Ahora también me roba? ¡Iluso!». Agarró de nuevo el teléfono
y llamó a Néstor.
―He oído que esta noche habrá una subasta. Olivia, si hay
algo por lo que quieras pujar, dímelo. Yo me encargaré. ―Le
hizo un gesto con las cejas como para alardear de su
amabilidad.
Ella lo miró.
―Cuídate.
―Diez millones.
―¿Qué sucede?
―Treinta millones.
―Cuarenta millones.
―Cincuenta millones.
―Cien millones.
Capítulo 8 Por segunda vez y sin
arrepentimientos
Ante ese precio, el bar entero comenzó a bullir y murmurar.
Todos los ojos estaban puestos en ellos y los miraban con gran
desconcierto. «¿Cómo puede aumentar el precio de un
artículo de quinientos mil a cien millones? ¿No se tiene que
pagar de inmediato el dinero que se oferta?».
―No.
―¡Pero, él se ha ido!
...
En el Grupo Navarro, Eugenio analizaba en su computadora
los datos perdidos valorados en cincuenta millones, así como
ese arrogante mensaje, «Sin arrepentimientos». Sus ojos
reflejaban una mirada profunda. Cada vez estaba más
impresionado por el hacker que había conseguido penetrar
los cortafuegos de su empresa e infiltrarse en el sistema interno
por más de una ocasión. Esta persona podía infiltrarse en los
sistemas de la empresa y agarrar desprevenido a todo el
personal. Desde luego, eso significaba que podría haber
causado más pérdidas de dinero y, por tanto, mayores
estragos. Sin embargo, no lo hizo.
Olivia sonrió y dijo para sus adentros: «¡Ja, pequeño imbécil! ¡Al
fin caíste en mi trampa!».
―En serio, ¿de qué sirve hacer enfadar a mamá? ―Una vez
dicho esto, siguiendo a Olivia salieron los dos del lugar.
―Espere...
Capítulo 12 ¿Quién diablos es esta
mujer?
Eugenio la llamó de repente. Aunque él estaba inmóvil en su
lugar, Olivia podía sentir que su aura la presionaba.
Por su parte, ella torció los ojos y resopló para sus adentros.
«¿Por qué ya no es arrogante?».
―¡Cállate!
«Es increíble. ¡No puedo creer que esta odiosa mujer, Olivia
Miranda, pueda tener un hijo tan adorable!».
―Entrégalo.
...
―¿Cómo cuál?
—¡Camarero!
—Está bien.
En ese momento, Ana vio con el rabillo del ojo que alguien
bajaba las escaleras y giró la cabeza con rapidez. Con toda
intención puso una expresión de terror, se aferró a las manos
de Olivia que acababa de soltarla y gritó con todas sus
fuerzas:
—Vámonos, Néstor.
—Muchas gracias.
—¡Bájenla!
—Muéstrame la pierna.
—Gracias, tío.
Eugenio ignoró su alegría y colgó. Después de pensarlo un
rato, hizo otra llamada. El teléfono sonó dos veces y una mujer
atendió el teléfono.
—¿Eugenio?
—Hace siete años, yo misma los vi. Ana dejó la puerta abierta
a propósito para que yo los viera. Aquella noche, me dio una
copa de vino con algo dentro antes de ir contigo a nuestra
cita. Lo planeó todo, ¡incluso lo que me pasó después! Hugo
Gómez, ¿no te parece aterrador? Esa mujer que duerme a tu
lado es una arpía cruel.
—¿Estás bien?
—¡Para usted!
—Gracias, cómetela tú —dijo Eugenio mientras le acariciaba
la cabeza.
Olivia estaba enojada. «¿De qué lado está este niño?». Miró
con enojo al pequeño y cuando iba a arrebatarle el teléfono,
Eugenio lo interceptó.
—Eso no quiere decir que seamos amigos —le aclaró ella con
voz severa.
...
—Señorita Ana.
—¡Sara! ¡Sara!
—Joven Michel.
—¡Mami...! ¡Mami...!
...
—Señor, esa señora vio este auto antes que usted. Tendremos
que hacer el trato con ella primero. Si es posible, espere un
poco y haremos que alguien traiga otro auto —le explicó el
vendedor con deferencia y discreción.
Katia resopló.
—Está bien, está bien —le dijo Olivia tomándola del brazo—.
Vamos dentro a decirle un par de cosas.
—¡Mi amor!
—¿Qué miras?
—Solo has estado fuera unos días —le dijo Olivia—. Regresé a
recogerte a la misma hora y en el mismo lugar.
—Vienes y vas cada dos o tres días —le reprochó—. ¿Por qué
te sometes a esto?
—Por supuesto.
Katia lo soltó.
—¿Acabas de regresar?
—Vamos, Olivia.
—¿Cuándo regresaste?
—¡Ni jugando!
Olivia sonrió.
—Está bien, está bien. No cantes más. ¿No ves que hay una
hermosa dama aquí? —Luego, miró a Eugenio y una sonrisa
traviesa se dibujó en sus labios—. Bueno, arriba —le dijo
burlón—, ¿qué esperas para presentarnos?
—No hay por qué ser tímido —lo interrumpió Olivia—. ¿Estos no
son sus amigos de la infancia? Aquí no hay extraños. No se
preocupe. Yo soy doctora y debo seguir mi ética profesional.
¡Nunca divulgo información de mis pacientes! Señor Jiménez,
avíseme cuando quiera recibir tratamiento. ¿O quiere recibirlo
ahora?
—Natalia, ¿quién crees que sea esa mujer? —le preguntó Alina
con curiosidad—. ¿Por qué Eugenio la protege tanto? Bebe
por ella e incluso está dispuesto a golpear a alguien por ella.
Capítulo 34 Un brindis
Los labios de Natalia se curvaron en una leve sonrisa.
Alina se sobresaltó.
—¿Cuál es la diferencia?
—Bueno, está bien. Beberé con usted —dijo Olivia con una
sonrisa amable y levantó su copa—. ¿Alguien puede servirme?
Olivia sonrió.
Somos novios,
Y con eso,
—¿Está bien?
—¡Llama un taxi!
—¿Por qué iba yo…? —comenzó a preguntar; pero, antes de
que pudiera terminar, el auto arrancó, se alejó y él se quedó
con la palabra en la boca. «¿Desde cuándo Eugenio y Olivia
son tan cercanos? ¿Cómo puede dejarme aquí, así sin más?».
—¿Herir a quién?
Una vez más, Eugenio rio. Aunque Olivia no estaba tan bebida
como Alina, no se podía negar que el alcohol le había hecho
efecto. De lo contrario, no le habría hablado así, después de
haberlo tratado antes con tanta frialdad.
—Si le gusto, ¿quiere decir eso que ella también tiene que
gustarme?
Capítulo 37 La gratitud
Olivia hizo una mueca.
El plan inicial era que Carlos los llevara a casa en el auto, pero
el Abuelo Navarro estaba preocupado por ellos, así que le
pidió a Eugenio que los llevara. Cuando Eugenio detuvo el
auto en La Gran Mansión, Olivia se dio cuenta de que Néstor
se había quedado dormido. Le dio una suave palmadita en la
mejilla y le dijo:
Néstor no respondió.
—Néstor, ¡despiértate!
—¿De qué?
—¿Eso es todo?
Eugenio asintió.
—¿De qué hablas? Sin ir más lejos, hoy una mujer casi me
ataca porque él quiso beber por mí.
—¿Es usted?
Florencia no cedió.
—¿De qué habla? Si mi nieto no tropezó con él, ¿por qué se
caería?
―¡Ay…! ¡Suéltame!
―Dios los cría y ellos se juntan. ¡Su familia entera es una lacra!
―¡Ay! ¡Suéltame!
―¿Por qué eres tan indulgente con ellos? Deberías darles una
lección que nunca olviden ―añadió Nataniel enojado.
―¿Saben que eso mismo me dijo Néstor? Dijo que solo debería
razonar con las personas, no con los animales.
―Ja, ja, ja… ―Los tres rompieron a reír y Katia agregó―: El niño
está en lo cierto. No deberías malgastar tus energías en tratar
de razonar con ella.
―En lo que respecta a ese niño, no creo que haya ido a clases
hoy. Lo vi partir con su abuela antes de irme ―dijo Olivia.
―¿Hola?
―Ve y entérate.
―Es tu trabajo.
―En ese caso, no creo que te suelte pronto ―bufó y la asió más
fuerte, impidiéndole aún más la libertad de movimiento.
―Llegaste.
―Gracias
―No quise decir eso ―dijo Olivia entre carcajadas―, más bien
que me gustaría que no fuéramos tan formales en nuestro
trato.
―No tiene que decir más ―le interrumpió ella sin querer oír más
del asunto―. ¿No entiende lo que acabo de decirle? He dicho
que no quiero tener una relación. ¿Qué le hace pensar que
me casaré con una persona solo porque ha dicho que se
casará conmigo? No sea impertinente.
―¡Váyase! ―gritó.
―Señorita Miranda, usted me gusta mucho ―añadió él―.
Nunca cejaré en mi empeño por tenerla.
―¿Olivia Miranda?
Capítulo 47 Propósito cumplido
Durante los últimos días, Ana no paraba de oír el nombre de
Olivia. «¿Siempre fue Ciudad del Sol tan pequeña? ¿Cómo es
posible que nos encontremos con ella en la escuela
primaria?».
Sus palabras hicieron que Ana alzara las cejas con disimulo y
una leve sonrisa en los labios.
―Sí, sí. Eso solo es suficiente para conseguir este favor una vez
―le dijo con frialdad.
―No.
¡Ay!
―¡Eso! ¿Quién eres? ¿Por qué la has golpeado? ¿Eres parte del
personal que trabaja con el equipo del programa?
Una chica que tenía una buena relación con Ana se apresuró
a ayudarla a levantarse.
―Señor Navarro.
―Soy del norte. Todosí, las cuatro estaciones son muy distintas y
eso me sirvió de inspiración para mis diseños. Utilicé el verde
claro para representar la primavera, con la esperanza de
hacer que las personas redujeran su agitado ritmo de vida, se
liberaran de la presión de tanta competitividad y prestaran
más atención a la esencia de la vida...
—¿Estás segura de que estos son los diseños en los que has
trabajado desde septiembre? —preguntó Olivia con desdén
mientras señalaba los modelos.
—Yo tampoco he oído hablar de ella. Tal vez vino aquí porque
ya no podía sobrevivir por su cuenta.
—¡Claro!
Justo entonces, Olivia recibió las fotos de Katia. Era una foto
de las cuatro mejores amigas juntas de pie a la entrada de la
universidad, cada una con un vestido de la colección de los
cuatro caballeros de las estaciones que ella había diseñado.
También había otra de Katia con su vestido de noche con
temática de bambú. Parecía que se la acababa de tomar. En
comparación con la foto de siete años atrás, desprendía un
encanto más maduro.
Eugenio se rio.
—Ya veo. Así que es usted un hombre que trata a las personas
de forma diferente según su estatus social, Señor Navarro.
—Señora.
Olivia soltó una risita. «No puedo creer que haya podido darse
cuenta de que estaba mintiendo».
—¿Doctora Miranda?
Ella se rio.
—¿Qué pasó?
—Trae al niño más tarde para que pueda verlo también. —El
Abuelo Navarro estaba muy ansioso.
—¿Cuántos eran?
—Tres.
...
En el interior del aula, Florencia y los demás seguían injuriando
a Olivia con furia.
—¡No sean cobardes! —les gritó Florencia a los dos con rabia—
. ¿No ven que están expulsando a nuestros hijos del jardín?
Entonces, ¿por qué suplican con tanta humildad? Hay otros
jardines buenos por ahí. —Miró fijo a la maestra y continuó—:
¡Es solo un pésimo jardín de infancia! ¡No necesitamos venir
aquí! ¿Qué tiene de increíble este lugar? ¡Voy a denunciarlo al
Departamento de Educación!
Florencia vio que salían con el niño. Por lo tanto, supuso que
también los habían expulsado. Si ese era el caso, al menos se
sentía algo satisfecha.
Eugenio los ignoró. Pasó por delante de ellos sin mirarlos, pero
Florencia lo detuvo.
Eugenio la miró.
—¿De qué tiene miedo? —le preguntó él con los ojos fijos en
ella; se notaba que su ira no se había calmado—. Si no
aplastamos a este tipo de personas, ¿se supone que debemos
dejarlos tranquilos?
—Si tiene que decir eso, creo que debería ser yo quien la invite
a comer. Si no fuera por su oportuno rescate, la vida del
abuelo podría haber estado en peligro.
—¿Estás bien?
Ella se quedó casi sin palabras. «Empiezo a notar que cada vez
me resulta más difícil controlar a este pequeño bast*rdo».
...
—El incidente ya pasó, así que, por favor, ¡no me hagan más
preguntas! No me importa lo que los demás piensen de mí, ya
que los que me aprecian no dejarían de hacerlo incluso
después de haber sido descalificada, y los que no lo hacen
asumirían que soy una astuta mentirosa sin importar lo que
diga. Mantengo mi palabra, ya que nunca me he apartado
de mi conciencia. —Tras dar una respuesta ambigua, se
marchó.
—¡Lárgate de aquí!
—Sí que eres valiente, Roberto. —El tono frío y feroz de la voz le
causó un escalofrío en el centro de su ser cuando Roberto se
dio cuenta de que Eugenio había llegado.
Capítulo 70 La revisión de Mario
—E-Eugenio... —Al limpiarse la sangre sobre los ojos, la mente
de Roberto se quedó en blanco mientras temblaba al darse la
vuelta para tener una visión más clara de la persona que tenía
delante.
—Su edad ya casi lo alcanza, así que por favor trátelo lo mejor
que pueda —dijo Eduardo.
—¡Ten por seguro que tienes un gran hijo, Olivia! —asintió con
la cabeza el anciano.
—Muy bien, eso será todo por hoy, ya que es obvio que me
estás sobreestimando. Por ahora, nos iremos.
—¡Lo sé, por eso le di uno nada más! Mi intención era ayudarlo
a dormir mejor.
—Lo sé, lo sé, así que ya puedes irte. Esa idiota debe estar
esperándote. —Nataniel la forzaba a irse mientras hablaba.
—¿Pasa algo?
—¡Sinvergüenzas!
Sin querer repetir las viles palabras que Lucas soltó, Katia
explicó la situación en términos sencillos mientras lo miraba:
—¡Debe ser su aura! Solo hay que ver cómo las personas que
lo rodean hacen su voluntad.
—Eugenio.
—¿Esto es apropiado?
Para Katia tenía sentido, así que se levantó y fue al baño con
Olivia para retocarse el maquillaje. Cuando salió, su
apariencia era exquisita y los moratones no se le veían, a no
ser que revisaran bien su rostro.
—Señor Navarro.
—¡Señorita Miranda!
—Señor Navarro.
Sin siquiera dedicar una mirada a los demás, Elena miró fijo a
Olivia y se acercó a ella.
«¡Así es! Estas dos damas conocen a Eugenio Navarro, así que
es probable que intervenga, ¿no? Seguro que habrá un
espectáculo interesante».
Elena frunció el ceño y miró en dirección a la voz. En ese
momento, el hombre que estaba sentado en el sofá, rodeado
por todos lados, se recostó hacia atrás de manera indiferente
con las piernas cruzadas; sus manos sostenían un teléfono
móvil que golpeaba con agilidad como si estuviera jugando;
parecía bastante voluntarioso y arrogante. La expresión de
Elena se petrificó por un momento antes de sonreír y acercarse
a Eugenio.
—Desde el principio.
—No, no. Aunque soy unos años mayor que usted, todo el
mundo conoce su delicadeza en el mundo de los negocios,
Director Navarro. Todavía tengo mucho que aprender de
usted —respondió Elena de manera respetuosa.
—¡Mis amigas!