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Los hijos

del jefe

Capítulo 1 El hombre de aquella


noche
Cuando Olivia Miranda recuperó la conciencia, era la
mañana siguiente. Caminaba aturdida por la calle principal y
una única y abrasadora lágrima rodó de manera inesperada
por su rostro.

El día anterior había sido su cumpleaños. En principio, iba a


quedar con su prometido, Hugo Gómez, para una cita. Sin
embargo, de manera inesperada se topó con él mientras la
engañaba con su hermanastra.

En ese momento, lo único que le pasó por la cabeza fue no


montar una escena y cuestionarlos con la única pizca de
dignidad que le quedaba. Decidió, en cambio, darles a
probar su propia medicina: ojo por ojo, diente por diente.

«Me voy a vengar. Voy a hacer que lo paguen caro».

Al principio, pensó que todo había terminado con eso. Sin


embargo, ¡dos meses después se había dado cuenta de que
estaba embarazada! Olivia sintió frío en todo el cuerpo
mientras miraba a su hermanastra de pie frente a ella. Al
mismo tiempo, la expresión burlona de esta le apuñaló el
corazón de manera dolorosa.

Ana Miranda fingió estar sorprendida.

—Olivia, ¿no estabas todavía saliendo con Hugo hace dos


meses? ¿Cómo pudiste hacerle algo así?

Olivia miró fijo a Ana y se burló:

—¿No te da vergüenza lo que hiciste? Además, ¡lo que pase


entre Hugo y yo no es asunto tuyo! —En aquel momento, solo
había dicho que quería romper y no había dicho nada sobre
su asqueroso engaño para preservar su dignidad. Sin
embargo, no esperaba que Ana actuara con tanta
desvergüenza.

«¿Cómo se atreve a mencionar los acontecimientos de aquel


momento?».

Un destello de culpabilidad cruzó los ojos de Ana. No


esperaba que Olivia sacara a relucir en ese momento la
verdad delante de su padre. Así que la señaló y levantó la voz:

—¡No digas tonterías! Ese día te quedaste fuera toda la noche.


Luego, rompiste con Hugo al día siguiente. La única razón por
la que acepté ocupar tu lugar y convertirme en la prometida
de Hugo fue por el bien de una unión exitosa entre nuestras
familias. Aunque no entiendas mi dolor, ¡no deberías
agraviarme diciendo tales palabras! —Mientras hablaba, sus
lágrimas caían libremente por su rostro.

La madrastra de Olivia, Amanda Dávila, había estado sentada


a su lado. En ese momento, abrazó a Ana y le dijo con
disgusto:

—¡Olivia, no deberías hablar sin pruebas! Puede que no te


importe tu propia reputación, pero tu hermana aún es joven.
¿Cómo va a mantener la cabeza alta en la sociedad si
arruinas su reputación?

Olivia estaba tan enfadada que soltó una carcajada:

—Yo misma los vi a los dos juntos; ¿necesito obtener las


imágenes de vigilancia para ti?

¡Paf!

Tan pronto como las palabras salieron de su boca, sintió una


bofetada que la golpeó con violencia. Le dejó la mitad del
rostro entumecido por la fuerza. Agarrándose la mejilla, miró
con incredulidad al hombre que la había golpeado.

—Papá, ¿por qué me ha pegado?

—¡Tu hermana ha sacrificado tanto por esta familia! Por otro


lado, ¡mírate! ¿Cómo te atreves a avergonzarla? Me has
avergonzado tanto. ¡Ya no puedo ni levantar la cabeza! Te lo
advierto, Olivia Miranda. Ve al hospital ahora, ¡o serás
repudiada por la Familia Miranda!

La respiración de Olivia se entrecortó y sintió que una ola de


lágrimas amenazaba con caer. Aun así, su voz tenía una
extraña firmeza:

—¡No iré al hospital a abortar!

—¡Entonces vete de aquí! ¡A partir de hoy, ya no eres mi hija!


—gritó Enrique Miranda furioso mientras señalaba en dirección
a la puerta.

Olivia miró a Enrique y luego miró a la pareja de madre e hija,


que estaban sentadas en el sofá y se regodeaban en su
angustia. Después, se giró con frialdad y se alejó con decisión.

Se escuchó un suspiro.

—Papá, no puede querer echar a Olivia de verdad... ¡Olivia,


espera! ¡No te vayas! —Ana puso de repente una expresión de
ansiedad y la persiguió.
En medio del patio, solo estaban ellas dos. Por eso, Ana dejó
de fingir y cacareó encantada:

—¿La pasaste bien esa noche, Olivia?

Olivia se detuvo un momento y entrecerró los ojos.

—¿Planeaste que esa persona estuviera allí?

Como respuesta, Ana soltó una carcajada.

—Me tomé muchas molestias para que te divirtieras. ¡Me gasté


más de diez mil en eso! Fue ese mendigo que vivía bajo el
paso elevado. Lo conoces, ¿verdad? Se alegró mucho al
enterarse de mi sorpresa para ti. ¿Cómo fue, Olivia?

Al oír esas palabras, Olivia cerró las manos en apretados puños


y su rabia hizo que se le subiera la sangre a la cabeza. No
quiso contenerse más, por lo que extendió la mano y la
abofeteó en el rostro.

—¡Ah! —Ana no se imaginaba que Olivia fuera a arremeter de


manera tan repentina. Por lo tanto, la tomó desprevenida por
completo. Después de recibir dos bofetadas seguidas, cayó al
suelo por el impacto. Sin embargo, no fue suficiente para que
Olivia descargara todo su odio hacia ella. Por eso, ¡la agarró
por el cabello y la levantó del suelo!

—¡Ana, soy tu hermana! No solo me arrebataste a mi novio,


sino que además utilizaste métodos muy turbios conmigo.
¡Hasta dónde llega tu poca vergüenza!

Por desgracia, sintió que alguien la tiraba con fuerza desde


atrás cuando estaba golpeando a Ana, lo que provocó que
perdiera el equilibrio y ¡cayera de espaldas! Justo antes de
caer al suelo, se cubrió de manera inconsciente su vientre
para protegerlo.

Enrique rugió furioso:

—¡¿Qué estás haciendo?!


Ana se lanzó de inmediato a los brazos de él, mientras lloraba
de forma desconsolada.

—Papá, solo quería darle un consejo a Olivia. ¡No solo no


apreció mis esfuerzos, sino que además me acusó de
arrebatarle a Hugo! Es más, ¡también nos acusó a mí y a
mamá de apartarlo a usted de ella y de apoderarnos de la
Familia Miranda! Nos mandó a mí y a mamá a la m*erda.

Por lo que Enrique le dio unas ligeras palmaditas en la espalda


a Ana mientras la consolaba.

—Eres mi hija y me casé oficial y legalmente con tu madre. No


dejaré que nadie te aleje.

Olivia curvó los labios con sorna. Luego, se levantó con


dificultad y caminó con lentitud hacia la puerta mientras se
sujetaba el vientre.

«Ya no queda nada en esta familia para mí».


Capítulo 2 No puedo creer que sea
una ladrona
Siete años después, en el aeropuerto.

—¡Olivia, por aquí! —saludó Nataniel Balmaceda con alegría a


la mujer que salía del aeropuerto.

La mujer era alta y esbelta; llevaba unas gafas de sol de gran


tamaño sobre su rostro blanco y de aspecto delicado y su
barbilla un poco elevada resaltaba su cuello largo y delgado.
En su mano, una maleta de color marrón claro se deslizaba
con suavidad por el suelo y un lindo niño estaba sentado
encima.

El pequeño no parecía tener más de seis o siete años. Llevaba


una chaqueta del mismo estilo que Olivia y estaba sentado
encima de la maleta de forma muy educada y con un aire
muy simpático.

Nataniel se acercó a ellos y los saludó, luego tomó el equipaje


de las manos de Olivia y dijo en broma:

—¡Por fin ha llegado, Doctora Bermúdez! ¡Me ha hecho


esperar tanto tiempo! Ha sido muy doloroso.

Olivia entregó su equipaje al hombre que tenía delante,


mirándolo de reojo.

—¡Señor Balmaceda, yo no lo he hecho esperar!

—Nataniel, creo que es mejor que no te metas con Mami —


dijo Néstor Miranda, el niño sentado sobre la maleta.

—Mocoso, debes dirigirte a mí como «Tío Nataniel»,


¿entiendes?

—No, me quedo con Nataniel.


Olivia miró a los dos, que se peleaban a diario, con una
expresión de indiferencia y dijo:

—Espérenme aquí. Voy al baño.

Después de decir eso, dio la vuelta y se apresuró en dirección


al tocador.

Solo había dado varios pasos cuando, de repente, vio a un


hombre con una gorra de béisbol que seguía de forma sigilosa
y sospechosa a una joven. Entonces, el hombre metió la mano
en el bolsillo del abrigo de la chica mientras esta no le
prestaba atención y se embolsó un flamante teléfono sin dejar
rastro. Sus acciones eran suaves y seguras: estaba
acostumbrado a robar carteras.

Al ver eso, las comisuras de la boca de Olivia se levantaron en


un suave arco.

«¿Robar a plena luz del día? De acuerdo, ya que estoy libre,


hoy haré una pequeña buena acción».

Así, bajó la cabeza y corrió hacia el hombre con toda


intención. Incluso fingió tambalearse hacia atrás debido al
impacto.

—¡Oh, Dios! Lo siento. ¡Lo siento! No quería chocar con usted.

El hombre frunció un poco el ceño. Parecía despiadado y


estaba a punto de perder los nervios. Sin embargo, al ver su
bonito rostro, su expresión cambió por completo y dijo
sonriendo:

—No es para tanto. Señorita, ¿está usted bien?

Ella negó con la cabeza de forma encantadora.

—Estoy bien. Siento haber chocado con usted.

Cuando los dos se separaron, el teléfono ya estaba en manos


de Olivia. Después de eso, ella volvió a mirar al chico,
levantando las cejas mientras sonreía.
Por casualidad, esta escena fue presenciada por Eugenio
Navarro, que acababa de bajar del avión. El hombre tenía un
cuerpo esbelto y un rostro frío y apuesto. Además, todo su
cuerpo desprendía una sensación de dignidad que no tenía
comparación.

Al presenciar la escena, frunció el ceño.

«No puedo creer que una mujer tan hermosa resulte ser una
ladrona».

Se sintió un poco decepcionado, pero no pensaba interferir en


el asunto. En ese momento, su asistente, Carlos Guerra, le quitó
el equipaje de las manos.

—Director Navarro, ¿ha conseguido encontrar a ese genio de


la medicina?

Eugenio se frotó las sienes con cansancio.

—Llegamos un poco tarde. He oído que el doctor ha vuelto


hoy a Criecia. Por favor, que alguien lo investigue rápido.

Carlos bajó la cabeza de forma apresurada.

—Lo siento, Director Navarro. Parece que hay un individuo de


alto nivel que ha estado ayudando al doctor genio a ocultar
su identidad. Aparte de averiguar que el nombre del doctor
genio es S. Bermúdez, ni siquiera hemos podido averiguar si es
un hombre o una mujer.

Eugenio se impacientó.

—Ya basta. Vayan a la comunidad de hackers y busquen a


Guille Ramos. Tienes que localizar al doctor genio para mí. El
estado del abuelo no puede permitirse más retrasos.

Tras decir eso, se dio la vuelta y salió del aeropuerto.

En ese momento, Olivia salió del baño seguida por la chica,


que había perdido su teléfono durante el incidente de hacía
un momento.
—¡Muchas gracias!

—No es nada. Agarra tu teléfono con cuidado y no lo vuelvas


a perder.

Al mismo tiempo, Nataniel interrogaba al niño sentado en el


equipaje:

—¿Qué planes tienen para mañana? ¿Va a ir tu madre a


atender a mi bisabuelo mañana?

Néstor negó con la cabeza.

—No. Mami va a una entrevista mañana.

—¿Una entrevista? ¿Dónde?

—Al Grupo Navarro.

Nataniel se quedó tan sorprendido que se tambaleó.

—¿El Grupo Navarro? ¿Por qué allí?

—¡Obviamente para buscar un trabajo!

—¿Tu madre necesita siquiera buscar un trabajo?

«Al famoso doctor genio S. Bermúdez, ¿no le será fácil


encontrar un trabajo en cualquier parte?».

—Se lo pedí yo. —El niño tenía una mirada de anhelo en su


rostro—. He oído que el Grupo Navarro es uno de los mayores
conglomerados de Criecia y que sus filiales están repartidas
por todo el mundo. Solo una empresa así puede estar a la
altura de mi Mami.

—¡No! —Nataniel se apresuró a interrumpirle. Luego, bajó la


voz y dijo—: ¡He oído que Eugenio Navarro, el director del
Grupo Navarro, es tan cruel como un demonio! Si se convierte
en el jefe de tu mamá, ¿no sufrirá tu mamá todos los días?
—¿Crees que Mami es una persona débil? —Néstor miró a
Nataniel—. Tú, en cambio... pareces tenerle mucho miedo,
¿verdad?

—¡Por supuesto! ¿Cómo no voy a tener miedo? —Solo con


pensar en los métodos de Eugenio, Nataniel se estremeció de
miedo.

Entonces, Néstor entrecerró los ojos.

—Nataniel, ¿me estás ocultando algo?

—¿No…?

—¿Quieres que lo investigue yo mismo? —El pequeño sonrió,


pero sus palabras eran amenazantes.

—Mocoso apestoso, ¿cómo te atreves a amenazarme...? —


Nataniel lo miró con resentimiento. Sin embargo, por
desgracia, cedió—. De acuerdo, de acuerdo; ¡sé que no hay
nada que pueda ocultar de las habilidades de hackeo de
Guille Ramos! ¡Estoy aterrorizado por ti! Para ser sincero, el
director del Grupo Navarro es mi tío. Pero, tienes que
mantenerlo en secreto. Nunca debes revelarle que he vuelto
al país. De lo contrario, podría enviarme a África.

Néstor pareció darse cuenta de algo, mientras asentía con la


cabeza y murmuraba para sí mismo:

—Oh, así que eres su sobrino. Eso sí que se me escapó.

—¿Qué has dicho?

Mirándolo, Néstor respondió:

—No es nada. Te he preguntado si le hiciste algo terrible a tu


tío, tanto que ya no te atreves a volver a este país.
Capítulo 3 Falta de carácter moral
Nataniel se apresuró a decir:

—¡No he hecho nada! Fue un accidente. Basta, basta. No es


algo que pueda contarle a un mocoso como tú.

Mientras hablaban, Olivia regresó.

Entonces, Néstor le dijo con una sonrisa:

—Mami, tienes que ser puntual cuando asistas a la entrevista


en el Grupo Navarro mañana, ¿de acuerdo?

Ella lo miró con frialdad.

—¡Lo haré, mocoso!

Haciendo pucheros, pensó Néstor: «¿Acaso crees que me ha


resultado fácil conseguir que vayas al Grupo Navarro, Mami?».

Durante el trayecto, Olivia se quedó mirando los altos edificios


que había fuera de la ventanilla del auto y se sintió bastante
emocionada.

—Olivia, han pasado siete años desde la última vez que


estuviste aquí, ¿verdad? —preguntó Nataniel.

—Sí, han pasado siete años.

«Si no hubiera sido por las circunstancias que me obligaron en


ese entonces, ¿quién hubiera estado dispuesto a dejar su país
durante siete años?».

En ese momento, un edificio familiar pasó de repente por


delante de sus ojos: era la Empresa Miranda.

Entonces, los acontecimientos del pasado revolotearon por su


mente, uno por uno.
—¿Olivia? ¿Cuándo irás a atender a mi bisabuelo? Yo también
necesito hacer algunos arreglos. —Él arrastró sus pensamientos
de vuelta al presente.

Después de meditarlo, respondió:

—Mañana es viernes y tengo que asistir a una entrevista.


Puedes organizarlo para el sábado o el domingo.

—No hay problema. Gracias, Olivia. Gracias por volar


especialmente por mi bisabuelo.

Sacudió la cabeza.

—No es gran cosa. No es que haya vuelto por tu bisabuelo en


específico. Solo pensé que ya era hora de regresar a casa.

Después, conversaron en el auto de forma animada. El viaje


duró más de una hora antes de llegar a La Gran Mansión, la
residencia que Nataniel había preparado para ellos.

—Los dos vivirán aquí por el momento. Cuando se abra una


unidad en nuestro distrito comunitario, los trasladaré.

—De acuerdo —respondió Olivia.

...

Al día siguiente, Olivia se levantó temprano, se maquilló para


realzar su belleza y se despidió del pequeño con un beso.

—Néstor, ahora me voy a la entrevista. Pórtate bien en casa,


¿de acuerdo? Además, he contactado con tu madrina.
Vendrá pronto para hacerte compañía.

Néstor asintió con obediencia.

—Hazlo lo mejor que puedas, mami.

Con una mirada ambiciosa, ella le aseguró:


—Sí. Solo tienes que esperar, Néstor. Voy a ganar mucho
dinero y a poder mantenerte.

Media hora después, levantó la cabeza para mirar el


emblemático edificio que se alzaba hacia el cielo y suspiró
asombrada.

«Como se esperaba del Grupo Navarro, ¡es magnífico!».

Al entrar en el edificio, explicó a la recepcionista el motivo de


su llegada. Por eso, la mujer invitó de inmediato a Carlos a
acercarse.

—Señor Guerra, esta es la Señorita Miranda. Ha solicitado el


puesto de diseñadora de moda y está aquí para una
entrevista.

El puesto de diseñador de moda era un poco especial. Por esa


razón, el director solía realizar la entrevista él mismo.

—Tomo nota —respondió Carlos. Al levantar la cabeza, se le


cortó la respiración en la garganta y se quedó congelado en
su sitio cuando pudo ver bien el rostro de Olivia.

«¡Esta mujer! ¿No es la ladrona que el Director Navarro conoció


ayer en el aeropuerto? ¿Por qué está aquí?».

—Señorita Miranda, por favor tome asiento por el momento.


Enseguida vuelvo. —Se apresuró a decir Carlos a Olivia antes
de entrar corriendo en el despacho del director—. ¡Director
Navarro! ¿Recuerda la ladrona que vimos ayer en el
aeropuerto? ¡Resultó ser una diseñadora que ha solicitado un
puesto de trabajo en nuestra empresa!

—¿Humm? —Eugenio levantó los ojos con lentitud—. ¿Estás


seguro de que es ella?

Carlos asintió.

—Absolutamente.
Como respuesta, Eugenio entrecerró los ojos y lanzó el
bolígrafo que tenía en la mano sobre la mesa.

—Tráela aquí.

—Sí, señor.

Al cabo de un rato, sonó otro golpe en la puerta del


despacho del director y este escupió con maldad una sola
palabra:

—Entre.

Por lo tanto, Olivia siguió a Carlos al despacho.

La oficina era muy grande, al menos varios cientos de metros


cuadrados, y con buena iluminación natural. Aun así, lo
primero que le llamó la atención al entrar en la sala fue el
hombre que estaba sentado detrás de la mesa del despacho
como un rey. En ese momento, él la miraba atentamente con
un par de ojos profundos y lo rodeaba un aura digna y
dominante.

Por lo tanto, ella se sorprendió por un momento.

—Señorita Miranda, este es el director de nuestra empresa, el


Director Navarro.

Volviendo a sus cabales, lo saludó de inmediato:

—Encantada de conocerlo, Director Navarro. He venido a


entrevistarme para el puesto de diseñadora de moda.

No era una mujer que se dejara deslumbrar con facilidad por


las miradas, ya que había muchos otros chicos atractivos a su
alrededor. Sin embargo, ninguno de ellos había hecho correr
por sus venas una sacudida de electricidad como lo hizo él.
No solo eso, sino que además le producía una inexplicable
sensación de familiaridad.

Eugenio se recostó en su silla con pereza.


«Para ser sincero, esta mujer es muy hermosa. ¡Qué pena que
no sea más que una cleptómana!».

Mirándola con sus profundos ojos, se burló:

—Señorita Miranda, el Grupo Navarro valora mucho el


carácter moral de sus empleados. ¿Cree que su carácter
moral sería aceptado aquí?

Su tono era provocador, inclinándose fuertemente hacia una


actitud burlona mezclada con algunas bromas ligeras. Sin
embargo, los insultos apenas velados detrás de sus palabras
hicieron que la expresión de Olivia se oscureciera de
inmediato.

—Director Navarro, ¿qué quiere decir con eso?

Eugenio la miró y articuló sus palabras con lentitud, una por


una:

—Esta empresa no necesita un empleado con poca moral,


como tú.

Después de decir eso, lanzó una mirada a Carlos.

De inmediato Carlos respondió, acercándose y haciendo un


gesto hacia la puerta con una floritura.

Olivia estaba disgustada por su actitud. Conocía razones


como tener un mal currículo, estar poco cualificada o estar
demasiado nerviosa en las entrevistas, pero nunca había visto
a una persona que le dijera que no necesitaba un empleado
con un carácter moral como el suyo sin siquiera preguntar
nada.

«¿Qué tiene de malo mi carácter moral?».

Así, miró a Eugenio y frunció el ceño con fiereza. Después de


perder toda la mañana, no podía reprimir su ira.

—Si no me necesita, puede decírmelo de forma directa. ¿Por


qué ha tenido que atacar mi carácter? ¿Cree que a alguien
le importa una empresa como la suya? ¿Cree que no hay
otras empresas además de la suya? —Tras decir esto, se dio la
vuelta para marcharse.

Eugenio miró a su espalda y se burló. Después de eso, lanzó


una frase de manera casual.

—¿Crees que alguna otra empresa se atrevería a contratar a


alguien que fue rechazado por el Grupo Navarro?

Olivia se detuvo en seco. Luego, le devolvió la mirada con


unos ojos que podían helar a una persona hasta los huesos.

—No olvide lo que he dicho: aunque me ruegue que trabaje


para usted en el futuro, ¡nunca aceptaría su oferta!
Capítulo 4 El hombre incomprendido
Cuando terminó de hablar, Olivia se dio la vuelta y salió de
inmediato de la oficina. Los ojos de Eugenio vacilaron por un
momento.

«¡Qué mujer tan arrogante! ¿Suplicarle que trabaje para mí? ¡Sí
que está segura de sí misma!».

Sin embargo, esa mirada confiada le recordó a una mujer que


había conocido hacía siete años. Después de pasar la noche
con él, desapareció sin dejar rastro. Incluso ahora, no podía
localizarla. Ahora que lo pensaba, aquella mujer de hacía
siete años era tan valiente como esta.

Con sorna, retiró su mirada y miró hacia Carlos.

—¿Has publicado un anuncio sobre el hecho de que


queremos que Guille Ramos localice a S. Bermúdez, el doctor
genio?

Carlos se apresuró a responder:

―Lo he informado, pero Guille Ramos aún no ha respondido.


Quizás tengamos que esperar un poco más. Por cierto, con
respecto al Fármaco WS, por el que quería que investigara...
Escuché que se subastará en un bar esta noche. ¿Le gustaría
echarle un vistazo?

Eugenio lo pensó bien antes de aceptar:

―Sí, lo haré.

...

Por otro lado, Olivia había salido del Grupo Navarro enfadada.
No dejaba de imaginar cómo lo asesinaría. «¡Ese hombre! ¡Voy
a matarlo!». Tomó un taxi al lado de la carretera y se preparó
para volver a casa. Sin embargo, mientras esperaban en un
semáforo, un hombre se desplomó de repente en el suelo
delante del auto. El chofer se apresuró a desviarse a un lado,
al igual que los transeúntes, que también lo ignoraron al pasar.
Nadie parecía tener intención de socorrerlo.

―Detenga el auto; iré a ver cómo está el hombre.

Dejar morir a alguien no era una posibilidad para una persona


con su tipo de ocupación.

―Señorita, le aconsejo que no se baje del auto. Hoy día, hay


muchas estafas por accidentes de tránsito. Si se topa con una,
le traerá muchos problemas ―le advirtió el chofer con el ceño
fruncido mientras la miraba por el espejo retrovisor.

Olivia analizó la situación y dijo:

―Se desmayó de repente; quizás esté enfermo. Voy a bajarme


para examinarlo.

Al oír eso, el chofer se enojó.

―Entonces, pague lo que me debe. Puede hacer lo que


quiera después. No quiero estar involucrado en este lío.

Ella lo miró sin decir ni una palabra. Entonces, sacó con


decisión un billete de cien y se lo arrojó al chofer. Salió del
auto y se acercó al hombre. Era muy atractivo, pero su tez
estaba más pálida de lo normal y tenía los ojos bien cerrados
mientras yacía inconsciente en el suelo. Olivia le tomó el pulso
y se sorprendió al comprobar que, a pesar de su juventud,
tenía muchos problemas de salud. Sin embargo, esa vez,
simplemente había perdido el conocimiento debido a una
hipoglucemia; solo necesitaba comer algo dulce para
ponerse bien.

Por esa razón, le revisó los bolsillos. Casi siempre, las personas
con un nivel bajo de azúcar en la sangre llevan ahí algunos
dulces o galletas. Sin embargo, por mucho que buscó, no
pudo encontrar nada. Justo cuando estaba a punto de sacar
su teléfono para llamar a una ambulancia, se dio cuenta de
que había desaparecido. «¿Se me habrá caído en el taxi?».
Suspiró. Por fortuna, encontró en ese momento el teléfono del
hombre. Se apresuró a contactar a los servicios de
emergencia. Después, lo utilizó para llamar a su número.
Aunque dio varios timbres, nadie contestó. Entonces, la
llamada se cortó y alguien apagó el teléfono de inmediato. Su
expresión se ensombreció al instante. «Ese chofer... ¿No le
basta con no tener ni un ápice de bondad en sus huesos?
¿Ahora también me roba? ¡Iluso!». Agarró de nuevo el teléfono
y llamó a Néstor.

―Néstor, ¿puedes localizar mi teléfono? Lo dejé por accidente


en un taxi hace un momento.

―Claro, mamá. ¿Cómo te fue en tu entrevista?

Al escuchar su suave voz como de bebé y diablillo, se apresuró


a contestar:

―¡Bien! ―respondió con vaguedad; temía que siguiera


fastidiándola.

En realidad, Olivia había regresado al país esta vez sin ninguna


intención de buscar trabajo. Era perfectamente capaz de
establecer su propio negocio. Sin embargo, por alguna razón,
el diablillo había afirmado que era más estable conseguir un
trabajo en comparación con iniciar su propio negocio e
incluso había elegido esa empresa para que la entrevistara.
«¿Quién se iba a imaginar que conocería a un director tan
loco antes de unirse a la empresa?». Se quejó en secreto para
sus adentros. «¡Supongo que mi hijo no tiene tan buen ojo para
las personas después de todo!».

Luego de encontrar una solución al problema de su teléfono,


llegó la ambulancia. Como se trataba de auxiliar a una
persona, decidió seguir con el asunto hasta el final. Olivia tenía
un corazón bondadoso, así que acompañó al hombre hasta el
hospital, pagó el costo de la cirugía, lo ayudó a ponerse en
contacto con su familia y esperó a que esta llegara al hospital
antes de marcharse.
Carlos entró con su teléfono en la mano al despacho del
director del Grupo Navarro para darle la noticia.

―Director Navarro, vea esto. ¿No se parece el hombre de la


foto al Joven Bruno?

Eugenio tomó el teléfono. En la pantalla aparecía un artículo


recién publicado con el titular «Colapso de los valores morales:
una mujer se aprovecha de un hombre atractivo que se
desmayó en la calle». Debajo, había una imagen clara que
mostraba a un joven inconsciente en el suelo mientras una
mujer lo manoseaba de arriba abajo. Ella parecía nerviosa y,
desde cierto ángulo, sin duda bastante sospechosa.

La expresión de Eugenio se ensombreció y frunció el ceño


mientras miraba su teléfono. «El hombre que yace allí es, en
efecto, mi hermano, mientras que esta mujer... Ja, ja... ¿Acaso
no es la que acaba de venir a la empresa para una entrevista,
pero la rechacé por presentar problemas de carácter? ¿Por
qué hace eso? ¿Ahora está robando el teléfono de mi
hermano?». Le devolvió el teléfono a Carlos e hizo otra
llamada.

―¿Cómo está Bruno?

Escuchó una voz de mujer al otro lado de la línea:

―Está bien. Es solo su enfermedad crónica. Hace un momento


se desmayó al lado de la carretera y lo trajeron en una
ambulancia al hospital. Ahora está bien, así que no tiene por
qué preocuparse.

Al oír esto, dejó escapar un suspiro de alivio.

―Durante los últimos días, he estado buscando a un doctor


genio llamado S. Bermúdez. Una vez que lo localice, le pediré
que también examine a Bruno.

La mujer hizo una pausa por un momento. Luego, se oyó un


suave suspiro a través del teléfono.
―La salud de Bruno siempre ha sido así. Me temo que nadie
podrá hacer que mejore. Ha transcurrido tanto tiempo.
¿Cuántos médicos ha consultado hasta ahora para
examinarlo? Ha trabajado mucho por él durante todos estos
años.

―No es para tanto. Aun así, sigue siendo mi hermano.

Los dos conversaron un rato y luego terminaron la


conversación. Eugenio se sintió muy aliviado al saber que su
hermano se encontraba fuera de peligro. «El teléfono de Bruno
no significa nada; lo importante es su salud».

Carlos sacudió la cabeza con impotencia. «En realidad, el


Director Navarro se preocupa mucho por su hermano, en
especial cuando se trata de su salud. Sin embargo, la mujer de
esta foto lo hizo enfadar en varias ocasiones. Puede que
pronto se vea involucrada en un buen lío».
Capítulo 5 Darle una lección
Olivia regresó a casa. En cuanto entró por la puerta, notó dos
personas sentadas mirando con atención la computadora por
alguna razón.

―Chicos, ¿qué están haciendo?

Katia Torres miró hacia atrás.

―Oh, ¿estás devuelta? ¿Sabes que te has vuelto famosa?


Muchas publicaciones te están criticando por todo el Internet
ahora mismo y Néstor te está ayudando a lidiar con ello.

Katia Torres era la mejor amiga de Olivia y también la única


persona a la que le había contado de su regreso al país en
esa ocasión. Al escuchar sus palabras, Olivia se quedó
desconcertada por completo.

―¿Qué publicaciones? ―Miró la pantalla y vio de inmediato el


artículo sobre el colapso de los valores morales―. ¡Estaba
rescatando a una persona! ¿Por qué afirman que estoy
robando? ¿Alguien robaría algo tan abiertamente a plena luz
del día?

Katia frunció los labios.

―Deberías seguir leyendo. Los que te llaman ladrona están


siendo educados. También hay quien afirma que... ―Estaba a
punto de decir algo más, pero miró al niño que tenía delante,
quien no tenía ni siete años, y se tragó las palabras. Entonces,
se acercó al oído de Olivia y susurró de forma indecente―:
Algunos dicen que estabas violándolo.

Olivia estaba tan enfadada que casi maldice a grandes


voces.

―¡¿Quién fue capaz de sacar mis acciones tan fuera de


contexto?! ¡¿No me vieron rescatando al hombre?! ¿No me
vieron seguir la ambulancia hasta el hospital? ¿No me vieron
pagar los gastos médicos con mi propio dinero? ¿Cómo
pueden pintar de forma tan horrible a una hermosa persona?
―Mientras más se desahogaba, más se enfadaba―. ¡Néstor,
investiga quién demonios ha escrito ese artículo y bloquea su
cuenta! Solo por no haber hojeado el almanaque antes de
salir de casa hoy, parece que he tenido toda la mala suerte
del mundo.

Néstor emitió un sonido evasivo como respuesta; sus pequeñas


manos no dejaban de teclear a gran velocidad. Estaba muy
concentrado y por toda la pantalla aparecían códigos que
cambiaban sin parar. Resultaba confuso mirarla.

En ese momento, Katia dirigió la vista hacia Olivia y le dijo:

―Por cierto, ¿no habías ido a una entrevista? ¿Cómo te fue?

Antes de que se mencionara el tema, Olivia aún tenía sus


emociones bajo control. Sin embargo, en ese momento, ardió
de furia.

―¡No saques el tema! ¡Me enojé tanto!

Katia frunció un poco el ceño.

―¿Qué pasa? El Director del Grupo Navarro, Eugenio Navarro,


es un reconocido empresario en la industria. Se rumorea que
es atractivo, rico y el soltero más codiciado de toda Ciudad
del Sol. Sobre todo, he oído que ha estado buscando a una
mujer...

Olivia agitó las manos y sintió un dolor de cabeza.

―¡Cállate! ¡Ese bast*rdo no es tan grandioso como me


cuentas!

Al escuchar eso, Néstor, que estaba sentado frente a la


computadora, aguzó el oído para enterarse y frunció el ceño
de manera más profunda. Por su parte, Olivia suspiró y
comenzó a contar toda su experiencia durante la entrevista.
Al final del relato, concluyó enfadada:
»¡Alegó que yo tenía una personalidad mediocre e incluso
amenazó de forma severa con acabar con mi carrera! ¡Qué
chistoso! Si yo, Olivia Miranda, me propongo encontrar un
trabajo, ¿quién no se apresuraría a contratarme? ¿Quién se
cree que es para acabar con mi carrera?

Katia le dio unas suaves palmaditas en la espalda.

―Bueno, ya pasó, ya pasó. No te enfades. Néstor le dará una


lección.

Olivia asintió con la cabeza en respuesta a sus palabras. En


ese momento, Néstor se sintió emocionalmente agotado. «Ese
padre mío seguro no conoce lo que significa cavar su propia
tumba».

En realidad, él ya había investigado la verdad sobre su


nacimiento. Su madre le había dicho que su padre había
muerto hacía mucho tiempo. También le había pedido que no
hablara del tema y le prohibió que preguntara por él. Sin
embargo, él no le creyó. Después de investigar a sus espaldas
durante mucho tiempo, su búsqueda lo condujo hasta
Eugenio Navarro. Se aprovechó de los problemas familiares de
Nataniel, convenció a su madre para que volviera al país e
intentó todos los trucos posibles para convencerla de que
asistiera a una entrevista con el Grupo Navarro. Quería que
ella estuviera junto a su padre. Si lograba que se vieran todos
los días, solo era cuestión de tiempo que se enamoraran. Los
dos se habían encontrado y había ocurrido según lo
planeado; pero a pesar de que tenía una buena mano de
cartas, ellos habían destruido todo el juego.

―Quédate tranquila, mami. Te ayudaré en tu venganza


―respondió él y la miró con una expresión solemne.

Al escuchar esas palabras, Olivia se inclinó y le dio un beso en


la mejilla.

―Ay, Néstor es la persona que más me quiere. Dime, ¿cómo


me vas a ayudar a vengarme?
Él la miró con seriedad.

―¿Cuánto dinero quieres que pierda?

Ella lo pensó bien y respondió:

―Pasé unos cinco minutos dentro y fuera de su oficina. Así


que... cincuenta millones.

Mientras las pequeñas manos de Néstor usaban con afán y


rapidez la computadora, un mensaje de las Sedes Fantasía
apareció de repente. «Ha pedido localizar a un doctor genio
llamado S. Bermúdez. La tarifa inicial es de diez millones.
¿Acepta?».

Sus pequeñas manos se detuvieron un momento. Frunció un


poco el ceño y tecleó unas cuantas palabras en rápida
sucesión.

«¿Tienes alguna información sobre el autor de la noticia?».

«Es un tipo llamado Carlos Guerra. No hay mucha más


información sobre él».

«¿Carlos Guerra? Ese nombre me resulta familiar. Ya sé, ¿no es


ese el nombre del asistente personal de papá?». Pensó.
Entonces, esbozó una sonrisa maligna en su rostro como si
fuera un pequeño diablo y tecleó su respuesta: «Rechazado».

«¡Cómo han cambiado las cosas! Después de ofender a


mamá con tanta crueldad hace un momento, ¿vienes y
suplicas su ayuda? Búscate a otro para que te auxilie; mamá
está ocupada».

Todos estos años, habían estado trabajando manteniendo un


perfil bajo. Por eso, aunque Olivia no paraba de tratar un gran
número de enfermedades y salvar a muchas personas, nadie
sabía que en realidad ella era el famoso doctor genio, S.
Bermúdez.
«Ahora mismo, será mejor que le enseñe a ese despistado de
mi padre una lección».
Capítulo 6 La primera advertencia a
papá
Mientras tanto, en el Grupo Navarro…

―Director Navarro, hay malas noticias. Han violado los


cortafuegos del sistema de la empresa. Quien está detrás de
esto parece ser bastante hábil. Estamos sufriendo una gran
pérdida. Ahora mismo, hemos calculado por lo bajo unos
treinta millones. ―Carlos sudaba a mares, pues prácticamente
corría el riesgo de recibir una paliza al acercarse a informar de
sus descubrimientos.

La expresión de Eugenio se ensombreció al instante y dijo con


voz intimidante:

―Comunícale enseguida al Departamento de Seguridad


Sinópsisrmática sobre el caso para interceptar al intruso.

El Departamento de Seguridad Sinópsisrmática intentó de


manera desesperada de localizar y arreglar los fallos del
sistema, pero la otra parte era muy hábil. A pesar de que
hacían todo lo posible, esta encontró con facilidad la manera
de salirse con la suya. Además, mientras más resistían sus
ataques, con más fuerza golpeaba sus sistemas.

Diez minutos más tarde, la otra parte se retiró con arrogancia y


dejó atrás una cadena de códigos. Su traducción formó la
palabra «advertencia». La empresa procedió a calcular sus
pérdidas e informó un total de cincuenta millones.

Sentado frente a su computadora, Eugenio entrecerró los ojos


con fiereza. «Esta persona no solo es hábil, también tiene
agallas». Los técnicos del Grupo Navarro estaban entre los
mejores de su campo. Además, los cortafuegos del Grupo
Navarro recibían miles de millones de ataques cada día y solo
unos pocos habían conseguido penetrar en ellos. Sin embargo,
¡se encontraban indefensos por completo ante esta persona!
«¿Quién demonios es tan atrevido? Además, ¿qué significa
esta advertencia?»

»Carlos... ―gritó Eugenio.

―Sí, Director Navarro. ―Se acercó deprisa.

―¿Aceptó Guille Ramos la petición?

Bajó los ojos y contestó con timidez:

―S… solo la rechazó.

Eugenio entrecerró un poco los ojos.

―¿Es porque el dinero no es suficiente? Dile que duplicaré el


precio.

―Sí, Director Navarro.

Olivia vio cómo el Grupo Navarro sufría una pérdida de


cincuenta millones. Entonces, el resentimiento en su corazón
por fin se calmó. A instancias de Katia, fueron al mayor centro
de entretenimiento de la ciudad: el Bar Rosa Negra. Como era
lógico, también llevaron a Nataniel con ellos. Encontraron una
mesa para cuatro personas y pidieron tres cócteles. Nataniel
también pidió una taza de leche para Néstor.

―He oído que esta noche habrá una subasta. Olivia, si hay
algo por lo que quieras pujar, dímelo. Yo me encargaré. ―Le
hizo un gesto con las cejas como para alardear de su
amabilidad.

Ella lo miró.

―Cuídate.

Mientras tanto, tres hombres estaban sentados en un espacio


privado en el segundo piso. El que estaba en la cabecera no
era otro que Eugenio Navarro, quien poco antes había
rechazado a Olivia durante su entrevista. Por otra parte, a su
lado se encontraban sus amigos de la infancia, Alejandro
Rojas y Javier Collado. Ellos lo acompañaban esa noche, pero
Eugenio no se encontraba de buen humor; el ambiente festivo
estaba arruinado para él.

Alejandro echó un vistazo al lugar. No pudo evitar soltar una


ligera risa al fijarse en Olivia y su grupo entre la multitud de
abajo.

―Es la primera vez que veo a alguien traer a un niño a un bar.

En cuanto dijo eso, Javier, que estaba sentado a su lado, miró


también hacia allí.

―¿Mmm? Eugenio, ¿no crees que ese hombre se parece a


Nataniel?

Eugenio, que estaba recostado en su silla con pereza y los ojos


cerrados, giró un poco la cabeza. Al ver aquella mesa de
cuatro, sus ojos largos, finos y profundos se entrecerraron con
una expresión peligrosa.

Javier se rio y dijo:

»Solo mencioné que se parecía a él. ¿Cuándo se coló ese


mocoso en el país?

Al ver que Eugenio aún no había apartado su mirada,


Alejandro no pudo evitar intentar persuadirlo:

―Deberías ignorarlo. Han transcurrido tantos años; ¿todavía


vas a seguir impidiéndole que vuelva? Solo fueron acciones
bien intencionadas pero equivocadas de un muchacho en
aquel entonces.

Eugenio se quedó callado. No le importaba que ellos dos lo


fastidiaran, él permanecía en silencio. Además, su mirada
misteriosa no se apartaba de la mesa de esas cuatro personas
en el piso inferior para ser más exactos, sus ojos solo estaban
fijos en Olivia.
«No puedo imaginar lo ingeniosa que es esta mujer. ¿Cuándo
se juntó con Nataniel? ¿Está intentando aprovecharse de él?».

En ese momento, se escuchó la voz del subastador desde


abajo:

―A continuación, vamos a empezar la subasta por el Fármaco


WS. La puja inicial es de quinientos mil.

Cuando Eugenio escuchó la voz del subastador, desvió por fin


la mirada. Esa era la razón por la que había asistido allí esa
noche. Se decía que ese fármaco tenía un efecto milagroso
en los pacientes en estado grave de salud; por esa razón, lo
había buscado durante mucho tiempo. Ahora que su abuelo
estaba en estado crítico, su única esperanza era que ese
fármaco le permitiera ganar algo de tiempo hasta encontrar
al doctor genio. Por su parte, Olivia, quien estaba sentada en
una mesa en el piso de abajo, también mostró gran interés.

―Nataniel, ¡puja por esto! He oído hablar del Fármaco WS


desde hace mucho tiempo. Podría ayudar a curar la
enfermedad de tu bisabuelo.

―Claro ―aceptó Nataniel sin vacilar después de escucharla y


se apresuró a unirse a la subasta.

En una sola puja, el precio pasó de quinientos mil a cinco


millones. Nataniel frunció un poco el ceño. «¿No es este
fármaco solo un suplemento? Tampoco es que pueda
resucitar a los muertos. ¿Por qué hay tanta gente peleándose
por conseguirlo?». Justo cuando dudaba sobre si quería
participar en la puja, una voz fría sonó desde el segundo piso.

―Diez millones.

La voz retumbó en toda la sala. Cuando la multitud escuchó


su oferta, susurraron entre ellos. Aquel precio era demasiado
alto; se multiplicaba por veinte.

Nataniel montó en cólera y levantó la vista. «¿Quién es ese


tonto derrochador con tanto dinero y que no tiene dónde
gastarlo?». El rostro que mantenía sobre él una mirada
penetrante apareció de repente en su línea de visión.
Entonces, se sentó a gran velocidad. ¡Fiu! Se subió la capucha
de la chaqueta y trató de esconderse como un avestruz que
entierra la cabeza en la arena.
Capítulo 7 La subasta
Al darse cuenta, Olivia preguntó sorprendida:

―¿Qué sucede?

―No preguntes. Ya te lo compensaré otro día. Regresemos


ahora. Si no, voy a perder la vida ―respondió Nataniel ansioso
y con una mirada suplicante.

Ella estaba desconcertada por completo. Pensó en sus


acciones y alzó la vista hacia el segundo piso. Solo miró una
vez, pero fue suficiente para que sus ojos se abrieran de par en
par al instante. «¡¿¡Es ese bast*rdo!?! ¡M*erda! ¿Cuánto ha
ofertado ahora? Oh, fueron diez millones».

―Veinte millones ―gritó con toda intención hacia el segundo


piso.

Cuando Nataniel escuchó eso, su cuerpo se tambaleó. «Soy


hombre muerto, definitivamente. A este paso sufriré una
muerte dolorosa».

―Eh... Puedes seguir con tu oferta y ponerla en mi cuenta. Me


voy.

Olivia no pudo evitar de ninguna forma que se marchara,


entonces hizo un gesto involuntario con la boca. «¿Por qué
este hombre se comporta como si hubiera visto un
fantasma?».

Por su parte, Néstor también miró a Eugenio. Sus grandes ojos


negros como la noche reflejaban demasiada tranquilidad y se
limitó a hacerlo sin decir nada.

Como era de esperarse, Eugenio pudo sentir la mirada del


niño sobre él. Frunció el ceño. «Este pequeño no parece
sobrepasar los seis o siete años. ¿Cómo es posible que tenga
una mirada tan calmada? Además, ¿acaso significa una
advertencia para mí?». Entonces, las comisuras de sus labios
dibujaron una sonrisa llena de intriga. De pronto le comenzó a
parecer todo muy interesante. El subastador acababa de
mencionar «veinte millones». Antes de que pudiera golpear su
martillo, Eugenio gritó:

―Treinta millones.

El bar entero volvió a quedarse en silencio al escuchar su


oferta.

―¡Santo cielo! ¡Un producto de quinientos mil se ha disparado


al precio de treinta millones!

―¿Sabes quién es ese que está sentado allí? ¡Eugenio Navarro!


Ya sean varios millones o varios miles de millones, ¡no significa
más que una gota de agua para él!

Por otro lado, la furia de Olivia era indescriptible, al punto que


podía fulminar a ese hombre con la mirada.

―Néstor, si vas a apoyarme hasta el final, haz que pierda otros


cincuenta millones. Aunque solo esté recogiendo un vaso de
agua de su cubo, ¡voy a terminar dejándoselo vacío!

Él se limitó a tomar un pequeño sorbo de leche y le dijo con


despreocupación: ―Mami, no importa cuánto ofertes, él te
superará.

Ella se quedó sorprendida al oír sus palabras. «Es cierto. Luchar


cara a cara contra Eugenio Navarro sería sobreestimar mis
propias habilidades; pero...». Su rostro esbozó una sonrisa
malvada y de repente gritó:

―Cuarenta millones.

En respuesta, las comisuras de la boca del hombre también


dibujaron poco a poco una sonrisa, por diversión y también
por burla. Dijo despacio:

―Cincuenta millones.

Alejandro y Javier miraron a Eugenio confundidos.


―Eso no vale la pena, ¿verdad, Eugenio? El precio de un
producto que vale quinientos mil se ha disparado a cincuenta
millones. ¿No es ridículo?

Eugenio mantuvo una sonrisa intrigante en el rostro mientras


jugaba con la copa en su mano y guardó silencio. Alejandro
no pudo resistirse a mirar de nuevo a Olivia, que estaba abajo.

―Esa mujer sí que es bastante interesante, ¿no creen?


Encantadora a pesar de lo pura que parece. Es muy atractiva.

Javier también sonrió y se inclinó en dirección a ella.

―Sí, sus curvas están en todos los lugares correctos. Un poco


más la haría parecer gorda y un poco menos, delgada. Es una
verdadera obra maestra.

Cuando Eugenio escuchó los comentarios atrevidos de los dos


hombres, la expresión de su rostro se oscureció al instante.
Levantó la pierna y le dio una patada a la silla de Alejandro,
que estaba justo frente a él. Luego, declaró con esa misma
expresión severa:

―Si quieres jugar, elige a otra mujer. El carácter de esta no


merece la pena.

Alejandro se dio cuenta enseguida de algo, se rio y dijo:

―Por tu actitud, supongo que se conocen.

Sin embargo, Eugenio lo ignoró y mantuvo la mirada fija en


Olivia con una intención misteriosa. Entonces, ella sonrió y
levantó un dedo de forma provocativa hacia él.

―Cien millones.
Capítulo 8 Por segunda vez y sin
arrepentimientos
Ante ese precio, el bar entero comenzó a bullir y murmurar.
Todos los ojos estaban puestos en ellos y los miraban con gran
desconcierto. «¿Cómo puede aumentar el precio de un
artículo de quinientos mil a cien millones? ¿No se tiene que
pagar de inmediato el dinero que se oferta?».

Además de los espectadores, incluso el avezado subastador


no pudo evitar temblar. Este era el producto más caro que se
había vendido en una subasta durante su trayectoria de
trabajo.

―Cien millones a la una... cien millones a las dos...

Katia se quedó atónita durante un largo rato, pero luego el


comportamiento de Olivia la trajo de vuelta a la realidad.

―Olivia, ¿tienes cien millones?

Ella respondió con seguridad:

―No.

Como resultado, Katia se sintió furiosa y ansiosa a la vez.

―Entonces, ¿por qué has hecho esa oferta?

―Nataniel lo tiene. Además, este Fármaco WS se utilizará para


su bisabuelo. Así que él aportará el dinero.

―¡Pero, él se ha ido!

Olivia pensó por un momento y asintió. Entonces, se dio la


vuelta para mirar al adorable niño.

―Néstor, ¿cuánto dinero nos queda?

Él tomó un sorbo de leche y respondió con calma:


―Está claro que no tenemos cien millones.

En ese momento, Katia estaba tan asustada que ni siquiera


podía respirar con facilidad. «¡Son cien millones! Si ese hombre
se niega a aumentar su oferta, ¡tendremos que conseguir ese
dinero nosotros mismos! ¿De dónde vamos a sacarlo? ¿Acaso
a Olivia no le preocupa?».

La sonrisa en el rostro de Eugenio era cada vez más amplia, no


se podía distinguir si era de burla o insulto. Sin embargo, no
aumentó su puja cuando el subastador llamó por tercera y
última vez.

Por otro lado, Olivia lo miraba con tranquilidad sin ninguna


intención de ceder. Todo el mundo se dio cuenta del
enfrentamiento entre los dos. Por eso, todos los ojos se giraron
de manera espontánea hacia Eugenio.

Un segundo; dos segundos; tres segundos...

El silencio era tan pesado que se podía oír caer un alfiler en


esa habitación. Justo cuando todos pensaban que ya no iba
a aumentar su oferta, aquel hombre con más dinero que
sentido común levantó su cartel sin prisa.

―Ciento diez millones.

Ella le lanzó una mirada furiosa y no respondió con otra oferta.


Entonces, dejó escapar un suspiro de alivio, se inclinó para
agarrar al pequeño sentado allí y salió del bar. Aunque el
Fármaco WS era asombroso, no podía compararse con sus
habilidades médicas. Ella sabía con exactitud cuál era la
enfermedad del bisabuelo de Nataniel y que ella la podía
curar. «¡De todos modos, esta noche solo pretendía darle una
pequeña lección a ese hombre tan inflado por su propio
ego!».

Néstor le rodeó el cuello con sus tiernos brazos.

―Mamá, no te enfades. Te hará envejecer más rápido.


Olivia asintió como respuesta.

―Mi precioso hijo sigue siendo la persona más cariñosa que


conozco.

Luego, Katia los envió a ambos de vuelta a la Gran Mansión y


regresó a su residencia. Sin embargo, en cuanto Néstor llegó a
su habitación, se volvió a sentar enseguida frente a la
computadora. A Olivia le irritaba en gran manera ese
comportamiento.

«La afición de mi hijo por las computadoras ya está a punto de


convertirse en adicción. ¿Quién se puede imaginar que el
maestro hacker, Guille Ramos, que ópera con total libertad en
Internet, es un niño de no más de siete años?».

Cuando Olivia se durmió, la expresión en el rostro de Néstor se


volvió a ensombrecer. «Hoy, ese padre mío tan poco fiable
volvió a hacer enfadar a mamá. Ni siquiera tengo el valor para
hacerlo yo mismo; ¿cómo se atreve? ¿Quién se cree que es?».
Entonces, sus manos pequeñas comenzaron a teclear a toda
velocidad y volvió a infiltrarse con éxito en el sistema interno
del Grupo Navarro. Esta vez, lleno de arrogancia, dejó el
siguiente mensaje: «Sin arrepentimientos».
Capítulo 9 Relación jerárquica
complicada
Al día siguiente, Olivia aceptó tratar al bisabuelo de Nataniel.
Esa mañana, esperó en su residencia hasta cerca de las diez.
Sin embargo, seguía sin recibir noticias suyas. Miró varias veces
la hora y, sin poder aguantar más, sacó su teléfono y lo llamó.

―¿Aún quieres que atienda a tu bisabuelo? ¿Podrías


comportarte como alguien digno de fiar?

Nataniel parecía muy apurado y ocupado al otro lado del


teléfono.

―¡Claro que quiero que lo atiendas! Le comuniqué a mi madre


la situación y ella enviará a alguien a buscarte. Olivia, cuento
contigo para tratar la enfermedad de mi bisabuelo. ¡Necesito
colgar! Ahora mismo, estoy en el aeropuerto esperando para
subir a mi avión.

―Oye, ¿cómo te vas a ir solo porque se te antoja? ¿Ya


resolviste los asuntos de la escuela de Néstor?

―Puedes estar segura de que ya lo he arreglado todo. Me


ocupé de los trámites de matrícula. Es el Jardín de Infancia El
Imperio ubicado en Ciudad del Sol. Solo tienes que
presentarte allí. No puedo seguir hablando, estoy a punto de
subir al avión ―dijo Nataniel con mucha prisa, sin dejar que
Olivia pudiera responder una sola palabra. Luego, colgó el
teléfono.

Olivia se quedó tan devastada que sintió hasta deseos de


matarlo. «¿Qué pasa con él? Me engañó y me trajo a este
país. Luego, se fue así sin más y volvió a Estados Unidos».

―¿Qué pasa, mamá? ―preguntó Néstor y levantó la cabeza


con curiosidad. Solo en momentos así se parecía a un niño de
seis o siete años.
―El Tío Nataniel nos engañó, nos trajo de vuelta y ahora se fue
a Estados Unidos él solo.

Entonces, el niño asintió como si la comprendiera.

―Nataniel nunca ha sido una persona fiable y ha hecho


muchas veces algo parecido. ―Parpadeó con sus grandes
ojos de apariencia inocente y actuó con indiferencia.

«Si mamá se entera de que tramé esta artimaña, ¿me


castigará? Es que… ¡Quiero un papá! Por supuesto, le daré
prioridad a mi padre biológico. Aunque Eugenio Navarro no es
tan bueno, es rico, atractivo y, sobre todo, ¡mi padre
biológico! ¡Solo eso basta para que lo ponga en el primer
lugar de la lista de los candidatos a ser mi papá!

Olivia suspiró y le dio una palmadita en su pequeña cabeza.

―En el futuro, puedes bromear todo lo que quieras. Sin


embargo, el Tío Nataniel es cinco años más joven que yo. No
puedes seguir llamándole así, ¿de acuerdo? ¿Eso no rompería
la relación jerárquica entre ambos, debido al respeto que
merece por ser mayor?

Néstor no supo bien qué responder.

«Me pregunto quién de nosotros es el irrespetuoso. Mi padre es


el tío de Nataniel. ¿Qué hay de malo en que lo llame por su
nombre?». No obstante, no se atrevió a expresar su opinión por
miedo a enfadarla. Por eso, respondió con obediencia:

―Lo sé, mamá. No se enojará conmigo por eso.

Mientras hablaban, alguien llamó a la puerta. Entonces, Olivia


se levantó a toda prisa y se asomó por el intercomunicador.
Una mujer de poco más de cuarenta años estaba afuera con
dos guardaespaldas a su lado. Olivia abrió la puerta y le
preguntó con cortesía:

―¿Puedo saber a quién busca?


La mujer se quedó perpleja. Luego, dio un paso atrás y volvió a
mirar el número de la residencia.

―¿Es usted la Señorita Miranda?

―Sí, soy yo. ¿Usted quién es?

Al oír su confirmación, Jimena Navarro se mostró simpática al


instante.

―¡Oh! ¡Encantada de conocerla! Soy la madre de Nataniel.


Me dijo que pasara a buscarla. Sin embargo, ¡no esperaba
que fuera tan joven! Nataniel le informó al respecto, ¿verdad?
El Abuelo Navarro está enfermo; por eso me pidió que viniera.

Olivia sonrió y respondió:

―Encantada de conocerla, Señora Balmaceda. Sí, Nataniel


me comunicó sobre el asunto. Por favor, entre.

Mientras tanto, Néstor hizo una mueca. «¿Qué es eso de


relación jerárquica? ¿Quiere decir que la madre de Nataniel
no está al mismo nivel que mamá?».

Jimena hizo enseguida un gesto con las manos y contestó:

―Señorita Miranda, por favor, no se preocupe. Si está lista,


podemos irnos ya.

―Claro, por favor, espere un momento ―respondió Olivia con


amabilidad. Entonces entró a su habitación y salió con una
mochila negra―. Vayamos ahora mismo. Salvar una vida es
una prioridad.

―Claro, claro. Vamos ―dijo Jimena y guio el camino de salida


por la puerta.

Entonces, subieron a un Bugatti Veyron negro y se dirigieron


hacia la Residencia Navarro.

...
En el Grupo Navarro, Eugenio analizaba en su computadora
los datos perdidos valorados en cincuenta millones, así como
ese arrogante mensaje, «Sin arrepentimientos». Sus ojos
reflejaban una mirada profunda. Cada vez estaba más
impresionado por el hacker que había conseguido penetrar
los cortafuegos de su empresa e infiltrarse en el sistema interno
por más de una ocasión. Esta persona podía infiltrarse en los
sistemas de la empresa y agarrar desprevenido a todo el
personal. Desde luego, eso significaba que podría haber
causado más pérdidas de dinero y, por tanto, mayores
estragos. Sin embargo, no lo hizo.

«Esto me dice que el hacker no está tratando de causar


pérdidas a la empresa. A lo mejor... debo haberlo ofendido sin
darme cuenta. Por eso, me dio una advertencia, pero... ¿en
qué momento lo habré hecho para que me advierta dos
veces en un mismo día...? Además, el ataque de por la noche
se produjo sobre las once. En ese momento, yo todavía estaba
en la casa de subastas. Entonces, ¿a quién pude haber
ofendido?». De repente, frunció el ceño.

«¿Podría ser esa mujer? Ahora que lo pienso, ¿el ataque al


sistema de defensa de la empresa no ocurrió después de que
la echara? Además, luego de la subasta donde ella estuvo
anoche, recibimos otro ataque. No puede ser... ¿Será que...
esa mujer, además de ladrona, es también una experta en
informática? De todas formas, si tuviera habilidades de este
tipo, ¿por qué necesitaría robar teléfonos?».

En ese momento, el sonido de una llamada entrante lo hizo


reaccionar. Vio que era de César. Últimamente, él era el que
se encargaba de los asuntos del Abuelo Navarro.

―Director Navarro, la Joven Jimena ha traído a una mujer a la


residencia para que atienda al Abuelo Navarro. ¿Le gustaría
regresar y ver?

Eugenio frunció el ceño. «Ahora mismo, el estado del abuelo


es muy débil; no puede soportar ningún tipo de estrés».
―Deténgalas por ahora. Iré enseguida.
Capítulo 10 ¡¿Es ella?!
En ese momento, la Residencia Navarro era un caos. El Abuelo
Navarro llevaba ya una semana inconsciente. Además, su
presión arterial se había disparado y corría el peligro de sufrir
una hemorragia cerebral en cualquier momento. Por lo tanto,
todo el mundo estaba extremadamente ansioso. Aun así,
nadie se atrevía a dar el paso y operarlo. Después de todo, el
anciano ya tenía más de ochenta años. ¿Quién podía
asegurar que sobreviviría a la operación?

―Déjenme intentarlo. Aunque es arriesgado que se someta a


una cirugía, sigue siendo una mejor opción que dejarlo morir,
¿no? ―dijo Patricia Navarro.

Era la media hermana más joven de Eugenio, de diferente


madre. Además, era doctora profesional y trabajaba en el
Departamento de Neurología del hospital de Ciudad del Sol.

En cuanto las palabras salieron de su boca, algunas de las


personas mayores que rodeaban al anciano parecieron
dudar. Creían en las habilidades médicas de Patricia. Después
de todo, era la más joven de la familia con un doctorado en
Medicina, así como la experta en neurología más nueva del
hospital. Sin embargo, el Abuelo Navarro estaba muy mayor y
frágil, y ninguno de ellos tenía el poder de decisión en esa
familia.

Justo en ese momento, Jimena llegó acompañada de Olivia.


Cuando se dio cuenta de la situación en la habitación, la haló
enseguida y se apresuró a decir:

―¡Espera! ¡Patricia! ¡Esta es la Señorita Miranda! Nataniel me


comentó que es muy experimentada y que ha logrado curar a
muchas personas. Además, la Señorita Miranda mencionó que
puede tratar al abuelo sin necesidad de una cirugía. Deja que
ella intente atenderlo primero.
Al oír eso, Patricia miró a Olivia con desconfianza. Cuando
notó que tenía un niño a su lado, mostró de inmediato una
expresión de desprecio. «¿Cómo se atreve una humilde ama
de casa a robarme el protagonismo?».

―Jimena, ¿de dónde sacaste a esta mujer? Incluso ha traído


consigo un equipaje innecesario. ¿Puede en realidad curar al
abuelo?

La expresión de Olivia cambió de manera drástica ante esas


palabras. En el pasado, Nataniel le había contado a Jimena
sobre las habilidades de Olivia. Aunque solía ser un revoltoso,
seguía siendo bastante fiable cuando se trataba de asuntos
relacionados con la enfermedad de su bisabuelo. Al menos,
nunca lo dejaría en manos de una curandera. Por eso, Jimena
confiaba mucho en ella y en sus habilidades.

Al escuchar las palabras de Patricia, la expresión del rostro de


Jimena cambió por completo y dijo de inmediato:

―Cállate. Nataniel invitó a la Señorita Miranda. Me dijo que


ella era capaz de curar la enfermedad del Abuelo Navarro.
¡Así que más vale que la trates con respeto y la dejes
intentarlo!

―¿Dejarla intentarlo? ¿Es la vida del abuelo algo que


podemos tomar tan a la ligera? Ni siquiera yo me atrevo a
decir que puedo curarlo del todo. Sin embargo, has traído a
alguien cuyos antecedentes son desconocidos por completo.
¿Quién va a asumir la responsabilidad si algo sucede?

Jimena parecía estar un poco desconcertada; no sabía cómo


refutar esas palabras. En ese momento, a Olivia le pareció que
toda la situación era increíblemente ridícula.

―Disculpe, señorita. Si ni siquiera me deja examinar al


paciente, ¿cómo va a estar segura de que no puedo curarlo?

Entonces, se acercó a Patricia y miró al anciano que se


encontraba encamado. Según Nataniel, su bisabuelo tenía ya
más de ochenta años. Yacía en la cama con un aspecto
bastante demacrado. Además, parecía sufrir un gran dolor.
Aunque un paciente de edad tan avanzada, cuyas funciones
corporales en su mayoría aún no están sanas ni en óptimas
condiciones, se curara de sus enfermedades cardiovasculares
y cerebrovasculares mediante una cirugía, ¡su cuerpo no
podría soportar la recuperación a largo plazo de sus heridas
externas! En ese caso, solo se producirían más complicaciones
y no sería seguro que pudiera sobrevivir al proceso.

Patricia se enfureció. Dio un paso adelante y apartó a Olivia.

―¡Deténgase ahí! ¿Quién se cree que es? ¿Sabe quién es el


que está encamado? Si le ocurre algo, ¿va a responsabilizarse
por ello?

En respuesta, Olivia la miró con frialdad.

―Si se preocupa por su abuelo, no debería detenerme en un


momento como este.

―¡Es mi abuelo! ¡Así que tengo derecho a sospechar de usted!


¡Tráigame sus credenciales médicas y certificados de práctica!
Además, ¡muéstreme pruebas de dónde ha trabajado antes y
qué tipo de enfermedades ha tratado en el pasado! Si es tan
competente como dice, ¡entonces dejaré que lo haga!

Justo en ese momento, Eugenio llegó a toda prisa a la entrada


de la Residencia Navarro. Entonces, su asistente, César, salió
con rapidez a su encuentro.

―Director Navarro, ¡regresó! ¡La Joven Jimena y la Joven


Patricia están a punto de pelearse!

Eugenio se quedó callado. En cambio, aceleró el paso hacia


el patio donde se encontraba el Abuelo Navarro. De manera
inesperada, escuchó una voz fría y despectiva en cuanto
atravesó la puerta.

―¡Su familia es muy interesante! Señora Balmaceda, solo he


venido porque Nataniel me lo pidió. Permítame ser sincera con
usted; el Abuelo Navarro no se encuentra en un estado como
para darse el lujo de esperar mucho más. Si quiere o no que lo
trate, eso depende de usted. Después de todo, la vida de un
paciente también es cuestión del destino. Si no se corre con
esa suerte, entonces no me aferraré a ello.

Eugenio frunció el ceño con fuerza. «¿Esa voz? ¿Por qué me


resulta tan familiar?». Entonces, se apresuró a entrar. Una vez
dentro, se quedó atónito cuando vio a la mujer que estaba
allí. «¡Es la ladrona que vino ayer a la empresa para una
entrevista! ¿Qué hace aquí?».
Capítulo 11 Son familia
No había tiempo para pensar; otra pelea estaba a punto de
desatarse. La furiosa voz de Patricia retumbó con fuerza:

―¡Cuidado con lo que dice! ¿Está condenando a mi abuelo a


la muerte? ¡Que alguien la saque de aquí!

Los guardaespaldas que estaban afuera se prepararon para


entrar corriendo al oír su orden.

―¡Deténganse! ―gritó Eugenio. De repente, toda la sala se


quedó en silencio.

Todo el mundo, incluso Olivia, se giró para mirar. Cuando vio a


Eugenio, todo su cuerpo se estremeció. «¿Qué hace este
hombre aquí? Justo se aparece el diablo en un momento
crucial como este. ¡Maldición! ¿No tengo demasiada mala
suerte ya?».

Al ver que era Eugenio, Patricia se le acercó deprisa.

―Eugenio, ¡has regresado en el momento justo! ¡Jimena trajo a


una mujer de Dios sabe dónde y se empeñó en dejar que
atendiera al abuelo! Habla de forma muy grosera y tiene una
actitud muy arrogante. Aún más, ¡ha condenado al abuelo a
la muerte!

Olivia soltó una carcajada al escuchar esas palabras.

―Disculpe, señorita. Su capacidad de razonamiento es muy


preocupante. ¿Estudió usted español con un profesor de
gimnasia? ―Una vez dicho esto, se dio la vuelta y miró a
Jimena―. Lo siento, Señora Balmaceda. Parece que no estoy
destinada a tratar al Abuelo Navarro. Me temo que no podré
ayudarla. Por favor, búsquese a otra persona.

Sin embargo, Jimena la agarró e impidió que se marchara.

―Por favor, no se vaya, Señorita Miranda. ―Miró a Eugenio y le


suplicó―: Eugenio, Nataniel invitó especialmente a la Señorita
Miranda a la residencia. Dice que es una doctora muy hábil.
Por favor, ¡deja que lo intente! ¿No deberíamos considerarlo
como nuestra última esperanza de que funcione un
tratamiento? Sigue siendo mejor que una cirugía, ¿no? A su
edad, ¡el abuelo no sería capaz de sobrevivir al proceso!

―¿Desde cuándo Nataniel ha hecho algo en lo que se pueda


confiar? ¿Olvidaste por qué Eugenio lo castigó con que no
regresara nunca más del extranjero? ―se burló Patricia.

Jimena la ignoró. En cambio, centró todos sus esfuerzos en


tratar de persuadir a Eugenio.

―Eugenio, Nataniel es poco fiable la mayor parte del tiempo.


Sin embargo, nunca se tomaría a la ligera nada relacionado
con la vida de su bisabuelo.

Por su parte, Eugenio dirigió la mirada hacia Olivia y luego


hacia el niño que lo miraba en silencio. Entonces, recordó el
arrogante mensaje que había visto esa mañana: «Sin
arrepentimientos». De repente, sintió que tal vez debía volver a
conocer a esa pareja de madre e hijo. Así que, dio un paso
adelante de pronto y caminó hacia Olivia. Se detuvo frente a
ella y le preguntó con una voz profunda:

―¿Está segura de que puede curar a mi abuelo?

«¿Es su abuelo? ¡Nataniel y él son familia!». Olivia no manifestó


ninguna emoción, pero maldijo a Nataniel en su corazón.
Levantó la cabeza, sonrió con confianza y le dijo:

―Señor Navarro, puede elegir no creerme. También puedo


fingir, para empezar, que nunca estuve aquí. Si sospecha de
mí, solo evite que me acerque al Abuelo Navarro. Usted y su
familia no necesitan ser tan cautelosos conmigo.

«La actitud de esta mujer es tan arrogante como siempre».


Entonces, Eugenio entrecerró los ojos de forma amenazante y
la estudió. Normalmente, la mayoría de las personas no
podían soportar que él las mirara así. Sin embargo, esta mujer
estaba muy tranquila y actuaba como si nada. De repente,
Eugenio desvió su mirada hacia su abuelo, que yacía adentro,
y afirmó:

―Que lo trate ella.

Olivia sonrió y dijo para sus adentros: «¡Ja, pequeño imbécil! ¡Al
fin caíste en mi trampa!».

―Director Navarro, por favor no se sienta obligado. Solo vine


porque Nataniel me lo pidió. Si hubiera sabido que estaba
involucrado, nunca lo habría hecho. Dado que cuenta con
una doctora tan increíble y profesional, no le quitaré más
tiempo. ―Luego, tomó al pequeño de la mano y se dio la
vuelta para marcharse.

Néstor suspiró con frustración y murmuró en voz baja:

―En serio, ¿de qué sirve hacer enfadar a mamá? ―Una vez
dicho esto, siguiendo a Olivia salieron los dos del lugar.

―Espere...
Capítulo 12 ¿Quién diablos es esta
mujer?
Eugenio la llamó de repente. Aunque él estaba inmóvil en su
lugar, Olivia podía sentir que su aura la presionaba.

―Señorita Miranda, permítame disculparme en nombre de mi


familia. Mi abuelo lleva una semana inconsciente. Si es capaz
de curarlo, por favor, hágalo. ―Su actitud era bastante
educada.

Entonces, Olivia se detuvo en seco y lo miró.

―¿Acaso no dijo que tengo problemas de carácter, Señor


Navarro? ¿Por qué? ¿No teme que mi personalidad sea tan
mediocre que pueda dañar al anciano durante el proceso de
tratamiento?

Él la miró con sus largos y finos ojos.

―Creo en la benevolencia de un médico. Estoy seguro de que


no jugará con la vida de una persona, Señorita Miranda.

Por su parte, ella torció los ojos y resopló para sus adentros.
«¿Por qué ya no es arrogante?».

―Puedo ayudarlo, pero tendremos que discutir las condiciones


de pago por adelantado.

Los ojos de Néstor brillaron y tuvo una inexplicable sensación


de excitación. «La venganza de mamá está cerca».

Al mismo tiempo, Eugenio frunció las cejas con naturalidad.

Ella lo miró a los ojos y le dijo:

―Señor Navarro, he accedido a tratarlo, pero no me atrevo a


garantizar que pueda curarlo por completo al momento. Sin
embargo, estoy segura de que puedo lograrlo. Al principio, iba
a prestarles mis servicios de consulta de forma gratuita debido
a mi relación con Nataniel. Por desgracia, tengo una mala
costumbre: soy mezquina y guardo rencor. Director Navarro,
los precios de mis consultas son muy altos.

Él entendió lo que ella había querido decir. «Esta mujer no solo


se está refiriendo a su rencor hacia Patricia, sino también al
que me guarda a mí. Por fortuna, nunca me ha importado
mucho el dinero de todos modos».

―Claro. Puede decirme cualquier precio siempre que pueda


curar a mi abuelo.

Olivia lo miró de nuevo. Entonces, su rostro dibujó de pronto


una sonrisa en extremo arrogante.

―Puede estar seguro. Acabo de echarle un vistazo a la


enfermedad del Abuelo Navarro. Necesitará un mes para
recuperarse por completo, pero puedo despertarlo en una
hora.

Cuando Patricia escuchó esas palabras, montó en cólera.

―¡Vaya! Es evidente que para poder alardear no hay que


pagar, ¿verdad? Ni siquiera lo ha examinado; ¿acaso sabe
qué tipo de enfermedad padece mi abuelo? ¿Despertarlo en
una hora? ¡Deje de hablar basura!

Olivia frunció el ceño con fiereza. «Esta mujer es más


impertinente que el zumbido de una mosca». Justo cuando
iba a responder, oyó dos voces que dijeron a la vez.

―¡Cállate!

―¡Esa es la diferencia entre mamá y usted!

Ambos, padre e hijo, la defendieron al mismo tiempo como si


lo hubieran acordado de antemano.

Al escuchar la voz de Néstor, Eugenio hizo una ligera pausa. Se


dio la vuelta y sus miradas se entrelazaron. La de aquel niño
era muy serena. Por fuera, parecía que tenía una calma
superior a la de los demás y sus ojos brillaban con intensidad.
Incluso Eugenio, que tenía aversión a los niños, lo encontró
muy adorable.

«Es increíble. ¡No puedo creer que esta odiosa mujer, Olivia
Miranda, pueda tener un hijo tan adorable!».

Además, era la primera vez que Néstor se encontraba frente a


frente a su padre biológico. Por un momento, sus ojos lo
habían cautivado por completo. Comparado con todos los
hombres que había conocido antes, Eugenio era diferente.
Solo bastaba con su presencia y el aura que emanaba de su
cuerpo, para que las personas se rindieran ante él.

«Este es el tipo de padre que quiero».

Luego, Néstor apartó despacio su mirada y se recostó a Olivia


con tranquilidad.

Eugenio lo miró y se dirigió a ella:

―Señorita Miranda, por favor, no le haga caso. Por favor, trate


a mi abuelo.

Ella miró con desdén a Patricia, se dio la vuelta y se acercó a


la cama. Una vez frente al paciente, su expresión cambió de
forma drástica y se puso muy seria. Luego, sacó de su mochila
negra una pequeña almohada para que apoyara la muñeca,
le tomó el pulso y le abrió los ojos para examinarlo.

Una vez confirmado su diagnóstico preliminar, sacó de su


mochila una bolsa de tela blanca enrollada y la extendió con
elegancia. En su interior había agujas de plata densamente
empaquetadas y de diferentes longitudes. Todos se miraron
entre sí para manifestar sus sospechas. «¿Esta mujer va a hacer
acupuntura? ¿Es una practicante de medicina tradicional?
¿No son todos los practicantes de medicina tradicional
ancianos llenos de canas?». Aunque estaban inundados de
dudas, Eugenio los disuadió y no se atrevieron a hacer ninguna
objeción.
Sin embargo, al ver cómo Olivia sacaba con destreza las
agujas de plata y las insertaba con precisión en varios puntos
de acupuntura del cuerpo del Abuelo Navarro, se quedaron
asombrados. Su habilidad para insertar las agujas se debía a
años de práctica y era bien precisa a la hora de localizar los
puntos de acupuntura. Con un solo vistazo se podía notar que
ella no era una persona común y corriente; no hubiera podido
alcanzar ese nivel de destreza sin una práctica constante y
mucha experiencia.

En ese momento, la sala quedó en silencio. Todos miraban a


Olivia mientras trabajaba, al igual que Patricia, que seguía sin
estar convencida. En cambio, la mirada de Olivia era firme.
Mantenía una total concentración mientras seguía insertando
las agujas en otros puntos de acupuntura del cuerpo del
anciano.

Eugenio observó con atención a la mujer que tenía delante,


de principio a fin, mientras ella introducía las agujas en el
cuerpo de su abuelo, una por una. La preocupación y las
sospechas que tenía al inicio se habían convertido en asombro
y admiración. Comenzaba a desarrollarse en él un profundo
deseo por conocerla. «¿Quién diablos es esta mujer?».
Capítulo 13 Un precio exorbitante
Después de cerca de treinta minutos de arduo trabajo, Olivia
al fin se detuvo. Miró a la multitud que la rodeaba con el rostro
cubierto de sudor.

―No se preocupen; el Abuelo Navarro estará bien. Se


despertará en diez minutos si no ocurre nada inesperado.

El ambiente quedó en silencio y nadie habló una palabra,


excepto Patricia, que dijo disgustada:

―¿Mi abuelo se va a despertar solo porque le ha clavado unas


agujas? ¿De qué demonios presume? ―Sin embargo,
mantenía la mirada fija en el anciano tumbado en la cama
como si tratara de verificar las palabras de Olivia.

Por su parte, Olivia la ignoró y se sentó a un lado a descansar.

―Toma, mamá. ―Néstor le entregó un pañuelo que tenía listo


de antemano.

Ella lo tomó, sonrió y le acarició la cabeza.

―Gracias, Néstor. ―Mientras se limpiaba el sudor, volvió a mirar


a Eugenio y sus labios dibujaron una sonrisa.

―Director Navarro, el precio de la consulta es de cincuenta


millones.

Del mismo modo, él también dibujó una ligera sonrisa en su


rostro. Entonces, extendió la mano hacia atrás. Carlos le
entregó un cheque al instante. Él lo tomo y luego se lo dio a
Olivia.

―Exige usted un precio exorbitante, Señorita Miranda. ―Su


sonrisa insinuaba la suficiencia de haber previsto ya sus
acciones.

Ella se quedó sorprendida por un momento al ver el cheque.


«¡Maldición! ¡He pedido demasiado poco!». Su inconformidad
se intensificó aún más, sobre todo cuando vio la desagradable
sonrisa en los labios de Eugenio. Lo miró con furia y alargó la
mano para tomar el cheque. Sin embargo, no esperaba que
una figura se abalanzara de repente sobre ella y se lo quitara
antes de que pudiera palparlo. Entonces, Olivia frunció el
ceño y se giró para mirar a Patricia, que había sido quien se lo
había arrebatado de las manos.

―El abuelo aún no se ha despertado, ¿y ya quiere tomar el


dinero y marcharse? ¿Qué tal si le pasa algo? ¿Dónde la
vamos a encontrar? ―dijo Patricia de forma muy razonable.

Olivia sintió que su furia aumentaba. Intentó contener las


ganas de golpear a alguien. Entonces, levantó la vista y le
lanzó a Eugenio una mirada fulminante.

―¿Es así como trata a quien lo ayuda? ¿Muerde la mano que


le da de comer?

Eugenio nunca se imaginó que Patricia fuera capaz de hacer


algo así. Por eso, la expresión de su rostro se ensombreció al
instante. Al mismo tiempo, desprendió un aura hostil y dijo con
frialdad:

―Entrégalo.

Patricia frunció el ceño, pero no se movió ni un centímetro.

―Eugenio, ¡no te dejes engañar por ella! ¡El abuelo aún no ha


despertado! ¿Quién sabe lo que le hizo hace un momento?

Él frunció un poco el ceño al oír sus palabras y miró al anciano


que se encontraba tumbado en la cama. Aunque no sabía lo
que Olivia le había hecho al Abuelo Navarro un momento
atrás, podía decir que su estado era mucho mejor que el de
antes.

―¡Confío en ella! ―expresó.

Olivia se quedó perpleja al escucharlo. Nunca esperó que él


dijera esas tres palabras tan poderosas. Como resultado, la
mayor parte del resentimiento y la ira que se habían
acumulado en su corazón se disiparon. «Supongo que este
hombre también sabe hablar en lenguaje humano».

―Olvídelo; no tengo por qué esperar hasta que el Abuelo


Navarro se despierte. De todos modos, no tardará más de
unos minutos ―dijo con indiferencia.

Patricia abrió los ojos de par en par al escuchar esas palabras.

―Eugenio, ¿te has vuelto loco? A saber de dónde salió esta


mujer; ¿cómo puedes creerle?

Eugenio seguía con el ceño fruncido. Solo su expresión se


volvió más fría. Miró a Patricia y luego dijo con una voz que no
daba lugar a objeciones y ejercía una inmensa presión de
manera indirecta:

―¿Desde cuándo se te ha permitido tener la última palabra en


esta familia?

Patricia manifestó una sensación de incomodidad y dijo con


petulancia:

―No he dicho que no se lo vayamos a dar... Solo quería que


actuaras sobre seguro y le pagaras cuando el abuelo se
despertara.

Entonces, Eugenio le quitó el cheque de las manos y se dirigió


a Olivia:

―Señorita Miranda, aquí tiene el pago de la consulta. Además,


no fue mi intención superar su puja durante la subasta de
anoche por maldad. Oferté por el Fármaco WS porque quería
dárselo al abuelo.

Olivia aceptó el cheque, frunció un poco el ceño y respondió


con indiferencia:
―No es para tanto. De todos modos, pujaba por el producto
para el Abuelo Navarro. Como todo fue para salvarlo a él, al
final no importa quién lo haya obtenido.

Los ojos de Eugenio brillaron por la sorpresa. Luego, bajó la


mirada y estudió a la mujer que tenía delante. «Ya entiendo;
estaba tratando de obtenerlo para tratar la enfermedad del
abuelo».
Capítulo 14 Solo quiero a papá
En ese momento, se escuchó la voz de Patricia en la
habitación.

―¡Abuelo! ¡Abuelo, está despierto!

Todo ese tiempo había estado mirando con atención al


Abuelo Navarro, que se encontraba encamado. Su grito
sorprendió a todos los presentes, quienes luego corrieron hacia
la cama.

Olivia frunció el ceño, pues le preocupaba que las personas


aplastaran a su hijo. Justo cuando estaba a punto de
acercarse y llevárselo, Eugenio se adelantó de improviso y
agarró al niño en sus brazos. No obstante, tenía el ceño
fruncido, lo que hacía que la expresión de su rostro no fuera
agradable.

―Carlos, César, dejen que vayan a ver al abuelo por turnos.


Acaba de despertarse; no podrá soportar tanto ruido de
golpe.

Ellos respondieron de inmediato a sus órdenes. La Familia


Navarro estaba creciendo. Después de todo, el Abuelo
Navarro tenía cuatro hijos y estos, a su vez, uno o dos. A partir
de ahí, le sucedieron nuevas generaciones. Si se sumaban
todos, casi ciento ochenta personas conformaban la Familia
Navarro. Ese día, solo estaban presentes veintitrés. Sin
embargo, si tantas personas se amontonaban alrededor del
anciano, podrían aplastarlo y adelantar su encuentro con su
Creador.

Por otro lado, Olivia tomó a su hijo de los brazos de Eugenio y


le dio las gracias. Néstor mantenía sus pequeños labios
apretados y sus grandes ojos negros semejantes a las uvas,
parpadeaban en dirección a Eugenio. «¡Este es mi papá! ¡Mi
papá me ha llevado en brazos! ¡Mi papá me ha llevado en
brazos!»
¿Cómo podía saber Olivia que ese pequeño estaba a punto
de estallar de emoción? Por lo tanto, le habló a Eugenio con
profesionalidad:

―El Abuelo Navarro ya debería estar bien. Le prescribiré una


receta. Esta medicina acelerará su recuperación.

Eugenio asintió y la siguió hasta la sala de estar. Entonces, ella


escribió una receta en un papel y se la entregó.

»Déselo dos veces al día durante la mitad de un mes; una por


la mañana y otra por la noche. Si ya no hay más nada que
hacer, me despido.

Él tomó la receta y le hizo un gesto de despedida.

―Bien. Carlos, por favor, acompaña a la Señorita Miranda a la


puerta.

―No hace falta ―respondió Olivia con frialdad. Luego, tomó a


su hijo en sus brazos y, sin pensarlo dos veces, se dio la vuelta y
se marchó.

Eugenio miró la espalda de aquella mujer mientras se


marchaba y sintió que su corazón comenzó a flaquear un
poco.

«A pesar de haberla visto robar un teléfono, aprovecharse de


Bruno al borde de la carretera cuando este se encontraba en
una situación precaria e intentar con malvadas intenciones
superar mi oferta durante la subasta en el bar, no me da la
impresión de que sea de baja moral. Tal vez... haya algo más».

...

Cuando madre e hijo salieron de la Residencia Navarro,


pidieron un taxi enseguida. Por el camino, Olivia parecía estar
de buen humor. Tarareaba una canción; actuaba como si la
hubieran liberado de la esclavitud.
Néstor inclinó la cabeza hacia un lado y la sacudió sin decir
nada.

―Mamá, has trabajado mucho e incluso te han insultado, pero


ni siquiera has ganado lo suficiente como para compararlo
con el dinero que él se gastó en el Fármaco WS. Entonces,
¿por qué estás tan contenta?

Al escuchar esas palabras, ella se detuvo y reflexionó. «Al


parecer, sí tiene razón». Entonces, se dio la vuelta y preguntó
con seriedad:

―¿Qué intentas insinuar al recordarme esa cruel realidad?

―Solo quise decir que todo esto es insignificante desde una


perspectiva más amplia. Deberías proponerte una meta mejor.

―¿Cómo cuál?

Frunció los labios y sintió vergüenza por alguna razón.

―Como que... Mamá, ya tienes veintisiete años. ¿No es hora


de que te busques un novio?

Olivia parecía haber entendido el significado detrás de sus


«buenas intenciones». Por tanto, sus labios dibujaron una
sonrisa burlona.

―Entonces, ¿hiciste todo lo posible para que entrara al Grupo


Navarro porque querías que él fuera mi novio?

Néstor se quedó sorprendido al escuchar sus palabras. «¡No


pensé que mamá fuera tan inteligente! Solo se lo insinué de
forma sutil y ella captó de inmediato mis intenciones». Por eso,
solo pudo asentir con obediencia.

Ella resopló con frialdad.

―Ni siquiera lo pienses. Aunque no me case, nunca lo elegiría


a él. Después de todo, todavía quiero tener una larga vida.
Se sentía emocionalmente agotado. Las miradas de su padre
aún reverberaban en su mente. «Aunque a mamá no le guste,
puede que no lo odie, ¿verdad?».

Luego de decirle aquello, se dio cuenta de que el pequeño


había estado inmóvil durante un largo rato. Entonces, se dio la
vuelta para mirarlo. Él había bajado la cabeza y tenía una
expresión sombría en su rostro. «Eh...». Se sintió un poco
incompetente como madre al verlo. «Quizás me las arregle
bien sin un hombre, pero este niño necesita el amor de un
padre. De eso no cabe duda».

—Te prometo que, en el futuro, te daré un papá. Alguien que


te quiera y te mime, ¿qué te parece?

Tras escucharla, él levantó la cabeza y señaló:

—Mami, ese hombre me cargó hoy. —Sin querer, entrecerró


los ojos, sonrió satisfecho y luego agregó—: Me sentí abrigado
en sus brazos.

Ella se quedó callada, pues tenía sentimientos encontrados. Al


rato le preguntó:

—Néstor, ¿no puede ser otra persona?

El niño permaneció en silencio, en tanto su madre seguía


frustrada. «Este chiquillo solo ha visto a ese hombre una vez,
¿qué le llama la atención en él?».
Capítulo 15 ¿Por qué debería pedirle
perdón
Olivia se frotó las sienes y contuvo la irritación que sentía.
Luego, decidió llevar a su hijo al centro comercial cercano
para que comiera algo delicioso y compensarlo así por lo que
no podía darle. Llamó a Katia y la invitó a comer a un
restaurante del centro comercial.

—¿Te ganaste la lotería? —preguntó Katia al ver la mesa


repleta de apetitosos platos.

—Sí, nos ganamos la lotería —asintió Olivia. «Ah, no hay nada


que supere la alegría de gastar el dinero que he
extorsionado»—. Más tarde, iremos de compras y te compraré
lo que quieras.

Katia sonrió encantada, pero enseguida se dio cuenta de que


Olivia estaba mirando hacia la entrada con una expresión
extraña; sucedía algo. Cuando Katia se volteó vio entrar a un
hombre y una mujer. «¿No son Ana y Hugo?».

—¿Teníamos que encontrarnos con esos dos sinvergüenzas?


Olivia, ¿estás bien?

—preguntó Katia preocupada.

—Estoy bien —dijo Olivia y apartó su gélida mirada. «Han


pasado siete años, ahora tengo un hijo. No revivamos el
pasado».

Sin embargo, por desgracia, Ana los vio.

—¡Oye! ¿No es esa Olivia? ¿Por qué has vuelto? ¿Porque ya no


podías mantenerte en el extranjero? Je, je, je...

En los ojos de Hugo se vio un destello de sorpresa y asombro.


«¡Está aún más hermosa que antes!».

—Olivia, ¡has vuelto!


Olivia pretendía ignorarlos. Revolvió el café que tenía delante
y permaneció callada.

Al ver que los ignoraba, Hugo se desanimó. Entonces, tiró de


Ana y le dijo:

»Vámonos, papá nos está esperando arriba.

—Hugo, ¿no crees que deberíamos invitar a Olivia para que


vea a papá? Después de todo, ha pasado un buen tiempo
desde la última vez que nos vimos. —Mientras Ana hablaba, se
acurrucaba con toda intención contra Hugo. Tenía una
mirada provocativa; parecía que estaba mostrando su botín
de guerra.

Olivia, que no les había dirigido la mirada, de repente llamó en


voz alta:

—¡Camarero!

—Sí, señorita. ¿Qué más necesita?

—Dos p*rros nos están ladrando y están importunando nuestra


comida —dijo sin levantar la cabeza.

En ese momento, la expresión de Ana cambió y, sorprendida,


gritó enfadada:

—Olivia Miranda, ¿a quiénes llamas p*rros?

—¡Aquel que ladra es un p*rro! —se burló Olivia.

Ana apretó los dientes furiosa y miró a su alrededor. Luego,


reparó en Néstor que estaba sentado con un vaso de leche
en las manos. Parecía que la pelea entre los adultos no lo
había afectado en absoluto, pues seguía tomando su leche
con el absorbente. Ana se acercó a la mesa como una loca,
haló a Néstor de la silla con una mano y gruñó con saña:

—¡Acérquense todos! Miren. Este pequeño bast*rdo es la


prueba de la infidelidad de Olivia.
Ana actuó con tal rapidez que antes de que alguien tuviera
tiempo de reaccionar, el niño ya había caído al suelo y las
piernas del pequeño tropezaron contra las patas de la mesa.
Su diminuto rostro palideció y gritó de dolor. La leche que tenía
en las manos le salpicó todo el cuerpo.

—¡Néstor! —Olivia se asustó tanto que le cambió el tono de


voz. Corrió para cargarlo y abrazarlo. Estaba tan nerviosa que
le temblaban las manos—. Déjame ver. ¿Dónde te duele?

Néstor retiró despacio la manito con la que se agarraba la


rodilla y la consoló:

—Estoy bien, mamá, no me duele.

Cuando Bruno, que estaba sentado en la barra, vio el


altercado, se le ensombreció el rostro. Él era un hombre bien
parecido, su rostro era como el jade, tan blanco que casi era
translúcido. Sus ojos azules eran como el inmenso océano. En
ese momento, frunció el ceño con sutileza. Tomó el teléfono
con sus delgados dedos y sin moverse se quedó mirando a
Olivia. Un camarero se le acercó y le preguntó:

—Director Macías, ¿llamamos a la policía?

—Esperen un poco más —dijo el hombre al ver que Olivia se


había levantado.

Olivia le entregó el niño a Katia y luego acechó a Ana con la


mirada. Olivia estaba iracunda, tenía la expresión gélida
como un témpano.

—¡Ana Miranda! ¡Te voy a matar!

Dio grandes zancadas y con sus largas piernas pateó a Ana


con tal fuerza que casi la levantó en peso. Sus movimientos
fluyeron como uno solo. Sin esperar a que Ana se levantara, se
paró frente a ella. Entonces, se agachó, la agarró por el cuello
y la empujó contra la mesa. Los cubiertos y los platos de la
mesa cayeron al suelo de manera estrepitosa.
—Director Macías, si no intervenimos alguien saldrá lastimado.
—El camarero se estaba poniendo nervioso.

—Está bien.

—¡Suéltame, Olivia! —gritó Ana.

Olivia la miró con frialdad y luego la soltó un poco.

—Ana, mi paciencia también tiene límites. No des por sentada


mi magnanimidad ni la utilices para alimentar tu
desvergüenza. La próxima vez que me provoques, te daré una
paliza cada vez que te vea. —Después de advertirle la soltó y
se dispuso a levantarse.

En ese momento, Ana vio con el rabillo del ojo que alguien
bajaba las escaleras y giró la cabeza con rapidez. Con toda
intención puso una expresión de terror, se aferró a las manos
de Olivia que acababa de soltarla y gritó con todas sus
fuerzas:

—¡Aaah! Olivia, ¡no me mates!

Olivia no tardó en notar su raro comportamiento y trató de


evitarla. Sin embargo, Ana la agarró con fuerza. En la posición
en la que se encontraban, cualquiera pensaría que Olivia
estaba intentando estrangularla.

En ese momento, Olivia sintió que la halaron con fuerza hacia


atrás. Se tambaleó y cayó al suelo.

—Olivia Miranda, ¿cómo te atreves a volver?


Capítulo 16 No se permite la entrada
de p*rros ni de Ana Miranda
Aquel rugido sonó con fuerza en sus oídos, la voz le resultaba
familiar.

«Yo tenía razón...».

Olivia levantó la cabeza y vio a su padre, Enrique Miranda.


Hacía siete años que no lo veía.

Lucía mucho más viejo ahora, pero estaba vigoroso y aún


tenía un aire de nobleza y dignidad. En ese momento, miró a
Olivia con furia. Aún sentía aversión y asco de ella. Enrique
enseguida fue a ayudar a Ana a levantarse, mientras le
secaba las lágrimas se compadecía de ella.

—Ana, ¿estás bien? ¿Te has hecho daño?

Ella se recostó con suavidad en sus brazos.

—Papá, estoy bien. Solo estoy un poco mareada... No la


culpes. Cuando la vi solo quería llevarla para que se
encontrara contigo, pero se negó.

Olivia estaba demasiado cansada para pronunciar palabra.


Se levantó del suelo con cierta dificultad. Por otro lado, Katia
se acercó deprisa con Néstor en brazos. El niño extendió sus
cortos brazos, rodeó el cuello de su madre y mientras la
abrazaba le preguntó con ternura:

—Mami, ¿te duele?

Olivia lo abrazó con fuerza, enterró el rostro en su cuello y


sacudió un poco la cabeza. Sonrió, respiró profundo y dijo:

—Vámonos, Néstor.

—¡Alto ahí, Olivia! —Enrique los detuvo con tono severo—. En


todo este tiempo no te has calmado. ¿Qué tan profundo es el
rencor que guardas para que hayas intentado matar a tu
hermana? Discúlpate con ella.

Olivia se puso rígida por un momento y luego dio un giro


brusco.

—¿Disculparme? ¿Por qué debería pedirle perdón? ¡Ella inició


todo cuando hirió a mi hijo! ¡Debería alegrarse de que no la
haya matado! ¿Por qué debería disculparme? —preguntó con
gélida mirada.

«¿Hijo?», Enrique se quedó sorprendido ante tales palabras.


Luego con incredulidad, miró al niño, que estaba acurrucado
en los brazos de su hija.

—Papá, no le pongas las cosas difíciles a Olivia. La culpa es


mía. Yo soy la que debería ofrecerle disculpas. Hace un
momento, herí al niño sin querer, por eso es normal que me
odie y me haya pegado. Ahora que Hugo y yo tenemos una
relación, es normal que sus emociones se desborden —
intervino Ana con voz de lástima.

Tras escucharla, Enrique volvió a fruncir el ceño y la consoló:

—¿Qué has hecho mal? Ella se lo buscó. Si no fuera por ti, el


Grupo Miranda no sería lo que es hoy. —Sin embargo, después
de todo, su hija había regresado. Así que suavizó el tono—.
Muy bien, tu hermana ha dicho que no lo hizo a propósito.
Como su hermana mayor, deberías ser indulgente con ella.

Olivia estaba tan enfadada que casi se echa a reír.

—Haya sido o no intencional, ella debería saberlo. Desde el


día en que me repudiaste, dejaste de ser mi padre. ¿Qué más
da? La recogiste sabe Dios dónde; ella no tiene ningún
parentesco conmigo ¡P*ta!

—¡Olivia! Si vuelves a decir algo así, ¡ni se te ocurra volver a la


Familia Miranda! —gritó Enrique, pues con aquella sola frase,
Olivia consiguió reabrirle la herida y hacerle perder los estribos.
Cuanto más se enfurecía él, más se tranquilizaba ella.

—No necesito ser parte de esa familia —dijo ella.

Enrique se quedó impactado al escucharla. Tal vez no


imaginaba que ella no tuviera planes de volver a casa a pesar
de haber regresado al país.

Olivia sacó un fajo de billetes de su bolso, lo puso sobre la


mesa y le dijo al camarero:

—Tome, esto es para pagar la cuenta y la vajilla dañada.

El camarero sonrió y asintió.

—Disculpe, señorita. Nuestro jefe ha dicho que no tiene que


pagar la comida —dijo mientras señalaba a un hombre que
estaba cerca. Olivia miró en la dirección que le señalaba.
«¿Mmmm? ¿No es ese hombre que salvé en el camino?».

—¿Es usted? —preguntó Olivia sonriendo.

Bruno se acercó, asintiendo sonriente.

—Tengo que agradecerle que me haya salvado. Así que, no


tiene que pagar por los daños causados hoy.

—No puedo hacer eso. El incidente de hoy y el que yo lo


salvara son asuntos diferentes. Todavía tengo que pagar mi
comida.

—Estoy hablando en serio, Señorita Miranda, deme la


oportunidad de saldar mi deuda —le dijo sonriendo.

Como ella no estaba de humor para cortesías, no rechazó su


oferta.

—Muchas gracias.

En ese instante, el camarero le entregó a Bruno una tarjeta VIP.


Cuando este la tuvo en sus manos se la dio a Olivia.
—Esta tarjeta es para usted. En lo adelante, puede usarla para
comer en este restaurante cuando guste.

—Gracias de nuevo. —Olivia aceptó la tarjeta con una sonrisa.

Bruno asintió con la cabeza y la vio marcharse. Luego miró al


gerente del restaurante para que sacara la factura y se la
entregara a Ana.

—Señorita, los daños causados al restaurante ascienden a un


total de 1 800.

—Yo no he roto nada de eso, ¿por qué nos pide que lo


paguemos? —preguntó Ana con el ceño fruncido.

—Lo ha dicho nuestro jefe: «Todos sabemos, en el fondo, quién


debe pagar esta factura» —respondió el gerente sin
pestañear.

—¿Y si me niego a pagar? —preguntó Ana con tono burlón.

El gerente no dijo nada, en cambio señaló a varios guardias


de seguridad que enseguida se acercaron y los rodearon. Sin
decir nada más, uno de ellos sujetó la cabeza de Ana y otro
las piernas. Juntos, la levantaron y se dirigieron hacia la puerta.

—¿Qué están haciendo? —Ana estaba tan asustada que su


rostro palideció. Enrique y Hugo se les abalanzaron para
intentar ayudarla.

—¡Bájenla!

Los guardias echaron a Ana del restaurante y luego, a Enrique


y a Hugo también. Se quedaron en el suelo como tres
miserables.

Después, otro guardia de seguridad se acercó con un cartel


recién escrito:

—¡No se le permite la entrada de p*rros ni de Ana Miranda!

Ana casi enloqueció de rabia.


—¡Ustedes...! ¡Esto es ilegal! ¡Los demandaré!

El gerente la miraba de reojo con frialdad. «Lunática. No


puedo creer que quiera demandar a nuestro jefe; ¿acaso
tendrá el valor de hacerlo?».

—Adelante —le espetó sin miedo.


Capítulo 17 Tentando a la muerte
Olivia entró a un taxi sin decir una palabra. Abrazaba a Néstor
con fuerza, como si tratara de proteger el último tesoro que le
quedaba. El pequeño le rodeó el cuello con los bracitos y le
dijo:

—No estés triste, mamá. Recuperaré para ti todo lo que has


perdido.

—Así es, el niño tiene razón —intervino Katia—. Ya estás de


vuelta. ¿Cómo podemos permitir que siga actuando con
tanta arrogancia? Recuperarás todo lo que te arrebató.

—No te preocupes, estoy bien —contestó Olivia con una


sonrisa.

Luego, regresaron a la Gran Mansión. Cuando Néstor salió del


auto, sintió una punzada en la rodilla y estuvo a punto de caer
al suelo. Por fortuna, Olivia reaccionó a tiempo para sujetarlo.

—Néstor, ¿qué pasa?

—No es nada —contestó con tranquilidad, pero fingía no sentir


dolor.

Sin embargo, Olivia no se dejó engañar tan fácilmente.


Enseguida se arrodilló y le ordenó:

—Muéstrame la pierna.

—No es nada mami, estoy bien. Vámonos a casa —dijo Néstor


tratando de evadirla.

Olivia no le hizo caso y cuando le remangó el pantalón, vio


que tenía la parte superior de la rodilla raspada y la piel
desgarrada. Los moretones contrastaban con su piel blanca y
tierna. Ella respiró profundo sintiéndose el corazón oprimido.
Entonces, se agachó para llevarlo en brazos.
—Entremos enseguida a casa. —Una vez allí, ella lo sentó en el
sofá y Katia trajo el botiquín. Olivia le frotó con delicadeza la
herida con un algodón empapado en alcohol desinfectante.
Estaba tan angustiada que sentía que su corazón se había
hecho añicos. Le soplaba con suavidad la herida mientras la
limpiaba con delicadeza.

—Mami, no me duele. —Néstor trató de consolarla al ver lo


angustiada que estaba. Cuanto más considerado era el
pequeño, peor se sentía Olivia, que no decía nada, pero se le
salían las lágrimas. «Tengo tantos problemas que he
provocado que mi hijo sufra también».

Néstor cerró los ojos y fingió dormirse. Cuando su madre


abandonó la habitación, él se levantó a hurtadillas de la
cama y se sentó frente a la computadora. De inmediato, sus
pequeñas manos se deslizaron con destreza sobre el teclado.
Tras una rápida búsqueda encontró el estudio donde
trabajaba Ana. Sonrió satisfecho cuando accedió a una
carpeta de documentos en la computadora de Ana. «Los
cortafuegos son un fiasco; no hay que ser un genio para esto».

—¡Qué feos! —murmuró mientras miraba los archivos. Luego,


pulsó Intro. «¡Borrado!». Al ver la carpeta vacía, se sintió mucho
mejor. «Cómo te atreves a acosar a mamá, debes estar
tentando a la muerte».

Al día siguiente, en el Grupo Navarro.

—Director Navarro, mire esto. ¿No es la Señorita Miranda? —


preguntó Carlos mientras le entregaba el teléfono.

Con el ceño fruncido, Eugenio agarró el teléfono para ver lo


que le mostraba. Era un video de imágenes cortas mezcladas,
que tal vez uno de los clientes de un restaurante había
filmado. El video se titulaba «Dueño de restaurante defiende a
hermosa madre y logra un feliz desenlace».

En una de las imágenes se veía a Ana halando a un niño de


una silla y luego aparecía Olivia pateándola a ella. Casi al final
de video se veía un cartel que decía «No se permite la
entrada de p*rros ni de Ana Miranda».

—¿A qué familia pertenece Ana Miranda? —preguntó Eugenio


con el ceño fruncido.

—Su padre es Enrique Miranda, el dueño de la Empresa


Miranda —respondió Carlos.

Cuando leyó varios de los comentarios acerca del video,


Eugenio levantó la vista y preguntó:

—¿El niño está bien?

—Creo que sí —contestó Carlos.

—El lugar se parece bastante al restaurante de Bruno —


comentó Eugenio con el ceño aún fruncido.

—En efecto, es el restaurante de Bruno. Está cerca del centro


comercial. No puedo creer que Bruno apoyara tanto a la
Señorita Miranda como para poner un cartel así —respondió
Carlos riéndose.

En ese instante, Eugenio se quedó pensativo. «Bruno no es de


los que se entromete en los asuntos de los demás. Si mal no
recuerdo, Olivia le robó el teléfono. Entonces, ¿por qué querría
ayudarla? ¡Aquí hay gato encerrado! Si las habilidades
médicas de ella son de primera categoría y gana cincuenta
millones en una consulta, ¿para qué necesitaría robar un
teléfono? Hay algo aquí que no encaja».

Eugenio, sacó su teléfono y llamó a Nataniel. Se irritó un poco


porque el teléfono sonó varias veces y Nataniel no respondía.
Cuando su paciencia estaba a punto de agotarse, su sobrino
atendió la llamada.

—¡T… Tío! —exclamó temeroso, parecía haber vacilado un


largo rato antes de contestar.
—¿Dónde encontraste a Olivia Miranda? —Eugenio fue
directo al grano y Nataniel se alarmó al escuchar su tono
severo.

—¿Qué pa… pasa? ¿Olivia no puede curar al bisabuelo?

—Te pregunto cómo la conociste, de dónde es y cuánto sabes


de ella. Dime todo lo que sabes —preguntó Eugenio con
precisión y sin responder a las preguntas de su sobrino.

Nataniel no sabía qué estaba pasando; estaba tan asustado


que empezó a tartamudear.

—La co… conocí en Morrillo, pero Ciudad del Sol es su ciudad


natal. Es una mujer honrada. Por aquel entonces, me salvó
cuando me acechaban los deudores. Es... Es soltera. Tiene
habilidades médicas de primera categoría, por eso le pedí
que volviera. ¿Acaso no puede curar al bisabuelo?

—Ya basta, cállate —le espetó Eugenio.

—De acuerdo. —Nataniel estaba estupefacto.

—¿Cuánto tiempo piensas que vas a estar fuera? —preguntó


Eugenio.

—¿Eh? —preguntó con ingenuidad Nataniel al no entender la


pregunta.

—¿Qué quieres decir con «eh»? Te estoy diciendo que vengas


de inmediato. No podrás escabullirte cuando regreses. Es un
fastidio hablar contigo.

Nataniel se dio cuenta de que Eugenio no estaba enfadado,


así que sonrió y dijo:

—Tío, ¿usted lo sabía? ¿Sigue enfadado conmigo?

—Te perdonaré porque ayudaste a salvar al abuelo —resopló


Eugenio.

—Gracias, tío.
Eugenio ignoró su alegría y colgó. Después de pensarlo un
rato, hizo otra llamada. El teléfono sonó dos veces y una mujer
atendió el teléfono.

—¿Eugenio?

—Catalina, hay algo que quería preguntarte. La vez que Bruno


se desmayó en la carretera, ¿quién lo llevó al hospital? —
preguntó con frialdad.

Catalina en cambio, estaba tranquila.

—Fue una joven de apellido Miranda. Parecía muy amable;


hasta ayudó a pagar los gastos médicos. Yo quise devolverle
el dinero, pero se negó a aceptarlo. Ahora que recuerdo,
parecía bastante apurada en aquel momento.

Al escucharla, Eugenio volvió a fruncir el ceño. «Una joven de


apellido Miranda... ¿Será Olivia Miranda?».

—¿Comentó por qué tenía prisa? —preguntó frunciendo los


labios.

—Creo que mencionó que acababa de salir de una entrevista


y que estaba a punto de irse a casa —dijo Catalina.

«¡Era Olivia Miranda!». Eugenio se quedó un tanto aturdido.


Permaneció inmóvil en su silla durante un largo rato. Una
extraña sensación le oprimía el pecho; no esperaba que
sucediera algo así. Sin embargo, por raro que pareciera,
encajaba dentro de lo razonable. En ese momento, estaba de
muy mal humor. «Olivia rescató a Bruno; sin embargo, la llamé
inmoral y ¡le amenacé con acabar con su carrera!».

—Mira en el sistema de vigilancia del aeropuerto el día en que


regresamos al país. Quiero saber qué demonios pasó cuando
Olivia robó el teléfono allí —ordenó irritado.

Carlos actuó con rapidez y se marchó enseguida.


«Si Olivia no es una ladrona, entonces ¿cómo se supone que
voy a enfrentarme a ella?», se preguntaba Eugenio irritado
mientras se presionaba las sienes.
Capítulo 18 Sembrar la discordia
Néstor debía comenzar la escuela; pero, como se lesionó la
rodilla, Olivia solo lo llevó por la mañana para inscribirlo y luego
regresaron a casa. Habían acabado de llegar cuando sonó el
timbre. Cuando Olivia abrió la puerta, vio a Hugo en la
entrada con varias bolsas en las manos.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó extrañada.

Por su parte, él mostraba una enorme sonrisa.

—Olivia, lo siento. Vengo a hacerte una visita. Ana adoptó esa


actitud contigo ayer porque intentaba vengarse de ti por
todos los agravios que sufrí en el pasado. Se buena persona y
por favor no te ofendas por sus acciones. Para ser honesto, te
hemos echado de menos durante todos estos años.

—Ya tuve suficiente. Ve a otro sitio con ese cuento. No vengas


a molestarme. Tú fuiste el que te revolcaste con Ana a mis
espaldas; ¿qué agravios son los que has sufrido?

Se quedó atónito por un momento cuando la escuchó y le


preguntó:

—¿Cómo supiste que estábamos juntos?

Mirándolo fijo y sin pestañear, Olivia le reveló:

—Hace siete años, yo misma los vi. Ana dejó la puerta abierta
a propósito para que yo los viera. Aquella noche, me dio una
copa de vino con algo dentro antes de ir contigo a nuestra
cita. Lo planeó todo, ¡incluso lo que me pasó después! Hugo
Gómez, ¿no te parece aterrador? Esa mujer que duerme a tu
lado es una arpía cruel.

Hugo quedó del todo conmocionado, la mente se le quedó


en blanco y no lograba coordinar sus pensamientos.

—Olivia, en realidad no amo a Ana. ¿No te parece una


lástima que hayamos estado separados durante tantos años
por culpa de sus maquiavélicos planes? Puedo divorciarme de
ella y no me importa que tengas un hijo. Por favor, dame otra
oportunidad. Volvamos a estar juntos, ¿de acuerdo? —dijo
desesperado.

Al principio, Olivia quería plantar la semilla de la discordia


entre Hugo y Ana para que se pelearan y ella poder vengarse.
«Pero… Ese parece ser un plan que requiere de experiencia y
habilidades específicas». Sentía tanta aversión por él que se le
revolvió el estómago. «No conseguí sembrar discordia entre
ellos y ahora estoy a punto de morir asqueada».

—¡Sal de aquí! —Lo empujó con todas sus fuerzas, pero él


aprovechó para agarrarle la mano.

—Olivia, siempre te he querido. Sé que he cometido un error.


Por favor, dame otra oportunidad para que volvamos a estar
juntos. —Mientras le hablaba, trató de abrazarla e intentó
entrar a la casa.

Como hombre al fin que él era, a Olivia le resultaba difícil


zafarse por mucha resistencia que opusiera.

—¡Vete a la m*erda! —gritó ella con rabia al sentirse


impotente.

En ese momento, un hombre alto y fuerte agarró a Hugo por la


parte posterior del cuello de la camisa, tiró de él hacia atrás y
le asestó un puñetazo que lo hizo caer al suelo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Olivia sorprendida cuando se


dio cuenta de quién era.

Eugenio la miró. Aunque parecía enojado aún, con voz suave


le preguntó:

—¿Estás bien?

—Estoy bien —respondió ella en un suspiro profundo. Luego,


miró a Hugo con frialdad y le preguntó—: ¿Te irás, o quieres
que te den una paliza? Si no te vas ahora mismo, voy a llamar
a Ana. ¿Eso es lo que quieres?

Hugo respiró profundo y dijo:

—Está bien. Sé que ahora mismo te cuesta aceptarlo, pero


todo lo que he dicho es cierto. Volveré otro día. —Entonces se
marchó.

En el pasillo había un silencio sepulcral. Olivia y Eugenio se


miraron, pero el momento les parecía demasiado incómodo
como para decir algo. Al final, Olivia rompió el hielo.

—Señor Navarro, gracias por su ayuda.

—No fue nada —dijo Eugenio. Luego, miró a Néstor, que


estaba dentro de la casa y le preguntó—: ¿Estás bien?

Néstor, que había estado grabando todo desde dentro de la


casa, vio el lado bueno de su padre tan pronto como
apareció. Se sintió orgulloso al verlo acudir como un héroe al
llamado de una dama en apuros. Se le acercó a Eugenio,
fingiendo que cojeaba e hizo un adorable gesto como si le
doliera la herida.

—Señor Eugenio, me duele la rodilla.

Eugenio ya había visto que el pequeño tenía gasa alrededor


de la rodilla. Se puso serio y frunció el ceño. Se acercó, se
agachó y lo cargó.

—Déjame ver. Sin embargo, Néstor frunció el ceño y evitó que


Eugenio le tocara la herida.

—No, Señor Eugenio. Me duele... —dijo con angustia.

Olivia estaba horrorizada por la escena que estaba


presenciando. «¡Este chiquillo está fingiendo para que Eugenio
lo trate con lástima! Su herida no es tan grave. Hasta ahora no
se había quejado. Es evidente que se ha encariñado con él y
por eso busca sus cuidados.
A Néstor le brillaban los ojitos.

—Señor Eugenio, ¿ha venido para ver a mamá? ¿por qué no


entra y se sienta? —sugirió mientras continuaba cojeando a
propósito y, diciendo así, hizo entrar a Eugenio a la casa
tomándole de la mano.

Olivia abrió los ojos de par en par y le lanzó una mirada de


advertencia a su astuto hijo. «¿Quién se cree que es para
invitarlo a entrar?». Para su sorpresa, el pequeño ni siquiera la
miró, pero Eugenio sí la miró para buscar su aprobación. Olivia
no pudo hacer más que sonreír con alegría, hacer de tripas
corazón y decir:

—Señor Navarro, ¿por qué no entra y se toma una taza de té?


Capítulo 19 ¿Estarías aún dispuesta a
trabajar aquí
Eugenio entró y miró a su alrededor. Aunque todas las
habitaciones tenían la misma distribución, la de ella le parecía
más cálida y acogedora. Olivia se sentía un poco incómoda.
Acababa de darle la medicina a Néstor, así que la casa
estaba desordenada. Mientras lo invitaba a pasar, recogía un
poco el desorden.

—¿Solo viven ustedes dos aquí? —preguntó él.

—Sí —respondió ella con parquedad y luego añadió—:


Siéntese, Señor Navarro. Voy a servirle una taza de té. —Entró
entonces a la cocina.

—No se moleste. He venido a visitarla por un asunto. Tome


asiento para que podamos conversar —dijo Eugenio
enseguida.

De todas maneras, Olivia salió de la cocina con una taza de té


y la puso delante de él.

—No tenemos té de gran calidad en nuestra casa, por favor,


acepte este.

—Está bien. —Lo bebió por cortesía.

Olivia se sentó frente a él. Néstor, que se sentó al lado de


Eugenio, no hacía más que parpadear y mirar a su alrededor
entusiasmado.

—Quiero comer frutas, mamá. —Olivia lo miró molesta y se


dispuso a complacerlo.

En cuanto hubo servido las frutas, Néstor arrancó una uva y se


la ofreció a Eugenio.

—¡Para usted!
—Gracias, cómetela tú —dijo Eugenio mientras le acariciaba
la cabeza.

—Mamá ha traído las uvas solo para usted; a mí me gustan las


manzanas. —En ese instante, el niño agarró una manzana y se
la entregó. Al ver que no sabía qué hacer con ella le
preguntó—: ¿Puede ayudarme a pelarla, Señor Eugenio?

Olivia estaba perpleja. Trató ella de tomar la manzana para no


importunar al invitado.

—Permítame, Señor Navarro.

Sin embargo, Eugenio se negó y contestó:

—Está bien. Puedo hacerlo.

«Te he dado una oportunidad, papá. Hazlo bien», pensó


Néstor sin quitarle la vista de encima. No obstante, el pequeño
no imaginaba que Eugenio no sabía pelar una manzana.
Durante los siguientes cinco minutos, Olivia y Néstor se
quedaron en vilo viendo cómo pelaba la fruta. A Néstor le
preocupaba que su mamá estuviera decepcionada con su
incipiente destreza. Sin embargo, a ella solo le inquietaba la
manzana. «¿Qué forma es esa de pelar una manzana?». La
fruta tenía abolladuras y malos cortes por todos lados; parecía
que había vuelto de la guerra, toda maltrecha y magullada.

Eugenio se disculpó y dijo avergonzado:

—Puedes comer lo que queda de ella. Nunca había pelado


una.

En realidad, Néstor no tenía ningún deseo de comérsela, pero


después de escuchar a Eugenio, la aceptó con gusto.

—No está mal para ser la primera vez.

—La próxima vez lo haré mejor —dijo Eugenio sonriendo.

—Sí, ¡siempre es difícil la primera vez! —Néstor asintió con la


cabeza.
Olivia frunció los labios. Le molestaba ver a su hijo
engatusando a Eugenio. «Se está comiendo la manzana con
gusto, a pesar de que luce horrible. Se está encariñando.
¿Todo lo que hace Eugenio es bueno? ¡Esto es una locura!».

—¿Cómo está su abuelo? —preguntó Olivia mirándolo.

Él se volvió hacia ella con expresión seria.

—Cuando te fuiste aquel día, se durmió a la media hora. Le


dimos algo de comer y se volvió a dormir. Tarde en la noche,
se espabiló de nuevo y estuvo casi dos horas despierto.

—Eso es normal —afirmó Olivia—. Tiene una enfermedad


cerebral, es normal que necesite dormir constantemente. Que
coma alimentos más ligeros. Puede comer más huevos, leche
y alimentos de ese tipo.

—Pero hoy no he venido a verla para eso —dijo Eugenio luego


de prestarle atención a sus palabras. Vaciló unos segundos. Le
resultaba difícil decirle lo que tenía en mente, pero se sentía
inquieto incluso en la oficina. Si no aclaraba las cosas, no
tendría la conciencia tranquila.

—¡Oh! ¿De qué se trata? Dígame sin pena, Señor Navarro. —


Olivia lo miró expectante.

Eugenio respiró profundo y continuó:

—Aquella vez que usted estuvo en la empresa para solicitar un


empleo, le dije un montón de cosas horribles. Me equivoqué,
la verdad. Me preguntaba si aún está dispuesta a trabajar en
el Grupo Navarro.
Capítulo 20 Debería registrar mi
número telefónico
Cualquier otra mujer, habría aceptado encantada su
propuesta. El Grupo Navarro no era un lugar al que cualquiera
pudiera entrar solo porque quisiera. Mucho menos era la
norma que el director de la empresa, hiciera una propuesta así
en persona.

¿Quién era Olivia Miranda? Ella también pertenecía a una


familia rica y poderosa. No dependía de nadie para poder
llevar una vida lujosa. Néstor, metiendo las narices donde no lo
llaman, fue quien solicitó el puesto para su madre, ella solo
decidió ir para probar. Sin embargo, era muy consciente de lo
que significaba trabajar para otra persona; una vez fue
suficiente para ella. Néstor la miraba ilusionado. «¡Di que sí! ¡Di
que sí!». Olivia sintió el peso de la mirada de su hijo sobre ella y,
aunque Eugenio era apuesto, no era su tipo.

—Agradezco su amabilidad, Señor Navarro —dijo sonriendo—,


pero estoy planeando abrir mi propio estudio de modas. Estoy
ocupada en los preparativos.

Néstor se desilusionó e hizo una mueca de angustia. «¡Qué


difícil es!». Era demasiado difícil emparejar a esos dos.

Eugenio, por su parte, parecía comprender y no parecía


turbado.

—¡Parece que el Grupo Navarro se lo pierde! —suspiró.

—No diga eso, Señor Navarro. Hay otras personas, yo no soy la


única —dijo Olivia sin dejar de sonreír.

—De acuerdo —dijo con los labios fruncidos—, siempre que no


se tome a pecho lo que dije sobre usted.

—No lo haré. Yo también le agradezco que me haya ayudado


hoy —respondió ella.
—No hay de qué. Llámeme si vuelven a molestarla. Debería
registrar mi número telefónico.

«¿Registrar su número? No pienso seguir en contacto con él».

—¡Tome, Señor Eugenio! —Néstor le alcanzó el teléfono


enseguida.

Olivia estaba enojada. «¿De qué lado está este niño?». Miró
con enojo al pequeño y cuando iba a arrebatarle el teléfono,
Eugenio lo interceptó.

—Le daré mi número de teléfono.

Entre sus largos dedos, el teléfono parecía de juguete. Solo


estaba guardando su número, pero era agradable verlo.
Cuando terminó, le devolvió el teléfono a Olivia y le dijo:

—Siempre que tenga algún problema, puede llamarme. Lo


digo en serio. Su humanidad salvó a mi abuelo y por eso le
estoy muy agradecido. Además, le tengo mucho cariño a su
hijo. Ahora es mi amigo —añadió de repente Eugenio al verla
sorprendida.

Olivia sonrió, pero no se inmutó ante sus palabras.

—Sobran las cortesías, usted paga los honorarios de mi trabajo.


—No estaba dispuesta a ceder ante sus amabilidades.

—Reconozco que me equivoqué con usted, pero estamos a


tiempo. Podemos resolverlo poco a poco —dijo avergonzado.

—De acuerdo. —Olivia dejó escapar una leve sonrisa. Cada


una de las frases de ella parecía un callejón sin salida. Eugenio
no pudo encontrar otra excusa para quedarse, así que se
levantó.

—De acuerdo. Llámeme si me necesita. Los dejaré a solas. —


Mientras se despedía, le frotó la cabeza a Néstor—. Si en un
futuro me necesitas, búscame.

—¡Sí, señor! —asintió sonriente Néstor emocionado.


Olivia también se levantó y sonrió con amabilidad.

—Lo acompaño a la salida. —Se despidió de él y cuando


regresó, se sentó frente a su hijo preocupada.

—¿Por qué te comportaste así?

—¿Qué pasa, mamá? —Néstor se hizo el desentendido.

—¿De verdad te duele tanto la rodilla? —preguntó ella


mirándole a los ojos.
Los hijos
del jefe
Capítulo 21 ¿Quién anduvo en mi
computadora
—¡Me duele! —exclamó Néstor mientras asentía con la
cabeza.

—¿Por qué rayos le diste mi teléfono? —le reprochó Olivia


desconcertada.

—¿No querías, mamá? —inquirió él.

—¡Lo hiciste a propósito! —exclamó con la vista fija en él.

—¿Por qué no quieres ser su amiga, mamá?

—Porque no somos amigos —le dijo con el rostro serio.

—¿No te has encontrado con él varias veces? —preguntó


Néstor con el ceño fruncido.

—Eso no quiere decir que seamos amigos —le aclaró ella con
voz severa.

—Hace un rato te ayudó.

—Si él no hubiera llegado, yo misma me habría encargado.


—Dijiste que hay que ser agradecidos cuando nos ayudan.
Estás siendo ingrata —insistió el pequeño.

—¿Ingrata? ¿Acaso no lo invité a tomar té? También le di fruta.

Néstor no supo qué decir.

...

Ana no durmió mucho en toda la noche. Que Hugo


defendiera a Olivia le hacía hervir la sangre. Cuando se
despertó temprano por la mañana y vio que no había llegado,
se enfureció aún más. ¿Quién iba a pensar que pasaría la
noche fuera? Aun así, no quiso llamarlo. Hacía tiempo que se
había apagado la llama de siete años atrás. Si no fuera
porque la Familia Gómez era importante para los negocios de
la Familia Miranda, ella se habría divorciado de él hace
mucho tiempo.

Se levantó, se arregló un poco y se dirigió a su estudio.


Cuando entró, su asistente, Sara, la saludó:

—Señorita Ana.

Ana solo murmuró su saludo de respuesta y luego preguntó:

—¿Cómo salieron las cosas ayer?

—No hubo ni una sola persona —contestó Sarah mientras


negaba con la cabeza.

Ana se detuvo en seco.

—¿La famosa de tercera categoría no se interesó por ninguno


de nuestros vestidos? ¿No vino?

—La llamé, pero ya había reservado uno en otra tienda. Dijo


que nuestros vestidos son demasiado caros y que nuestros
diseños no son originales. También habló de muchas otras
cosas.
—No es más que una famosa de tercera y ¿desprecia así
nuestros diseños? —resopló Ana—. Ya veremos cuando yo
suba de rango con el próximo Gran Concurso. ¿Veremos qué
dirán entonces?

Ana había abierto su estudio de modas hacía dos años, pero


nunca prosperó. Pensó que se debía a la falta de popularidad.
Por eso, decidió presentarse para El Gran Concurso de Moda
a la Moda 2019. Se rumoreaba que la jueza principal de ese
importante concurso sería Ángela, la mundialmente conocida
diseñadora de moda. Si Ana conseguía ganarse su
aprobación, ascenderían al estrellato ella y su estudio. En estos
tiempos, pocos se fijan en los diseños, la mayoría se fija más en
la popularidad.

—Sí. Se llevarán una sorpresa cuando llegue el momento —


afirmó Sara—. Por cierto, Señorita Ana, ¿cómo van los
preparativos para el concurso? Solo quedan unos días para la
fecha de entrega.

—Ya está todo casi listo. Hoy trabajaré en algunos detalles —


respondió Ana despreocupadamente. De hecho, había
terminado el primer borrador, pero sentía que le faltaba algo,
por eso seguía haciendo retoques aquí y allá.

Entró a su oficina, encendió la computadora e introdujo la


contraseña. Inició sesión y buscó la carpeta en la que
guardaba sus diseños, pero esta había desaparecido. Los ojos
casi se le salieron de las órbitas. Salió y volvió a entrar en la
carpeta; sin embargo, los archivos no aparecían. Entonces, se
conectó para buscarlos en la nube, pero tampoco estaban.
Nerviosa, llamó:

—¡Sara! ¡Sara!

Su asistente entró corriendo.

—¿Qué pasa, Señorita Ana?

Con una mano, Ana agitaba un montón de documentos.


—¿Quién anduvo en mi computadora?

Asustada, Sara retrocedió unos pasos.

—Yo no la he tocado, Señora. ¿Su computadora no tiene


contraseña? ¿Quién podría acceder?

Ana estaba consternada, porque si había configurado


diferentes contraseñas para su computadora, ¿cómo habían
podido desaparecer esos archivos de la noche a la mañana?
Capítulo 22 Robando el diseño
Ana golpeó la mesa con furia. En ese momento, entraron dos
diseñadores de su atelier que también estaban en la misma
situación.

—Señorita Ana, nuestros bocetos también han desaparecido.

—Sí, los míos también.

En ese instante, Ana se dio cuenta de que la situación era


grave.

—Que venga un técnico a echar un vistazo ahora mismo —


ordenó.

—El técnico acaba de irse. Ha dicho que alguien borró los


archivos o nos han hackeado —comentó uno de los
empleados que estaba fuera de la oficina.

—¿Hackeado? —preguntó atónita. «¿Qué hacker querría


atacar mi pequeño estudio?».

—¿No hay forma de recuperarlo? —preguntó Ana


desesperada.

—Por desgracia, no la hay. El técnico dijo que fue un hacker


experto. Parece que no puede seguirle el rastro.

Con un semblante de espanto, Ana se desplomó en su silla.

—No se asuste, Señorita Ana. ¿Tiene algún boceto dibujado a


mano? Si lo pule un poco, tal vez tenga tiempo para la
inscripción. —Sara intentó consolarla.

—¿Eres tonta? El concurso quiere que presentemos una copia


digital de nuestros diseños —dijo Ana fulminando con la
mirada a su asistente que solo quería confortarla.

Sara guardó silencio.


—¡Fuera! ¡Salgan todos! —ordenó la dueña del atelier.

Todos salieron cabizbajos de la oficina. Aturdida, Ana


permaneció en su silla. ¿Quién querría hackear su pequeño
estudio? Acto seguido, se levantó, cerró la puerta de la oficina
y tomó el teléfono para hacer una llamada.

—Benjamín, ¿puedes venir ahora mismo?

—¿Qué pasa, cariño? —preguntó Benjamín.

—Alguien me ha hackeado la computadora y todos mis


diseños han desaparecido —dijo nerviosa.

—No te preocupes, cariño. Ahora mismo no estoy en la


ciudad. ¿Puedo ir mañana? Mañana le echaré un vistazo.

—¿No puedes venir ahora? —preguntó Ana con el ceño


fruncido.

—Cariño, estoy en Morrillo. Regresaré mañana sin falta. No te


preocupes, ¿cuándo te he decepcionado?

—¿Cuándo es tu vuelo? Iré a recogerte —murmuró Ana.

—¿Ya me echas de menos? —preguntó Benjamín con


picardía.

—¡Ufff! Ni me hables de ello —refunfuñó ella sonrojada.

—Te lo diré después de reservar los billetes de avión. Te extraño


muchísimo —dijo con una sonrisa.

Antes de colgar, estuvieron un rato coqueteando. Ella se sentó


en su silla después y se quedó pensando unos minutos. «No
puedo darme por vencida. Si Benjamín tampoco puede
recuperar los diseños, habré perdido mi tiempo». Se levantó de
pronto, salió del estudio y condujo a la Residencia Miranda.
Cuando llegó, Amanda era la única que estaba allí.

—¡Mamá! —gritó al entrar a la casa.


—¿Qué haces aquí tan pronto? —preguntó Amanda
sorprendida al verla en casa.

—¿Has tirado todas las cosas de Olivia? —le preguntó Ana.

Amanda no podía entender lo que estaba pasando.

—Sus pertenencias están guardadas.

Ana no perdió tiempo en dar explicaciones y fue directo a


dónde estaban. Estuvo un buen rato buscando y a la media
hora encontró un libro con bocetos de diseños.

—¿Qué es eso? —preguntó Amanda.

—Diseños. Los míos para el concurso se borraron y solo quedan


unos días para que se cierre la inscripción. Voy a ver si
encuentro algo útil aquí —dijo mientras hojeaba el libro.

Aquellos bocetos eran el fruto de la inspiración de Olivia


cuando era estudiante de diseño. Estaban todos recopilados
en aquel grueso libro al no poder llevarse todas sus
pertenencias cuando se marchó de casa.

De pronto Ana dejó de hojear y reparó en una página donde


aparecían cuatro bocetos de trajes de alta costura en total.
Cada uno de ellos era de diferente estilo: ciruela, lila, bambú y
crisantemo y fusionaba el arte tradicional oriental en los
diseños de forma cautivadora y refrescante.

Al principio, solo quería volver a casa para distraerse. Le


pareció que esos diseños ya debían estar pasados de moda y
nunca imaginó que encontraría ideas tan atrevidas en
bocetos de su hermana con siete años de antigüedad.

—Este es el que debería usar para participar en el concurso —


murmuró para sí.

—He oído que Olivia ha vuelto. Si te atrapa, ¿no temes que te


demande por violación de la propiedad intelectual? —
mencionó Amanda un poco preocupada.
Capítulo 23 Un día estresante
Ana sonrió satisfecha.

—¿Quién dijo que eso era suyo? No tiene su nombre. Yo digo


que es mío. No te preocupes. Si pudimos deshacernos de ella
hace siete años, ¿qué puede hacernos ahora? —dijo y se fue
con el libro de diseño en las manos.

—Oye, espera. —Amanda la retuvo de repente—. Deberías


comportarte mejor estos días. No vuelvas a hacer enfadar a tu
padre; ya tuvo bastante durante toda la mañana con lo que
publicaron de ti en Internet.

—¿Qué publicaron de mí en Internet? —preguntó sorprendida.


Estaba tan ocupada con el asunto de los bocetos que no
había revisado Internet.

—Creo que ayer uno de los clientes del restaurante grabó un


breve video de lo sucedido y lo publicó en Internet. Mira
esto… —le dijo Amanda mientras buscaba el video para
mostrárselo.

Cuando terminó de verlo, Ana estaba furiosa. «¿Quién pierde


el tiempo en poner algo tan trivial como eso en Internet?».

—¿Qué dijo papá?

—Aunque delante de mí no dijo nada, no parecía muy


contento. Anoche incluso me dijo que nunca se había sentido
tan humillado en su vida. Él casó a Olivia con Hugo por tu bien,
pero tú también tienes que saber cuándo retroceder. Lo que
importa es que Olivia ha vuelto. No creo que tu padre aún
esté enfadado con ella. Ayer hasta mencionó a su hijo,
parecía bastante emocionado mientras hablaba de él. Hugo y
tú están en buenos términos ahora, así que no molestes a
Olivia en vano. Ven este fin de semana a comer, trae a
Michel.

—Entendido —contestó Ana.


...

Cuando Ana regresó a casa aquella noche, el intenso olor a


cigarrillos la sofocó. Vio a Hugo exhausto, acurrucado en el
sofá. Notó que no estaba afeitado y que tenía las comisuras
de los labios un poco hinchadas, lucía desastroso. «¿Le habrán
dado una paliza?». Se quitó los zapatos y entró. En ese mismo
instante, su regordete hijo, Michel, que estaba sentado a la
mesa del comedor, tiró desafiante el tazón que tenía delante
al suelo.

—¡No quiero! ¡He dicho que no quiero comer eso!

La Señora Morales se acercó para recoger el tazón.

—De acuerdo, no tiene que comérselo. ¿Qué le gustaría


comer entonces, Joven Michel?

—Carne. Ya te he dicho que quiero comer panceta de cerdo


estofada —dijo.

Llegar a casa después de un día estresante y encontrarse con


un niño llorando y un marido que parecía estar entre la vida y
la muerte hizo que la ira de Ana se disparara en un instante.

—Hugo, ¿no oyes que el niño está llorando? ¿Por qué no te


ocupas de él?

Hugo estaba un poco ebrio, pero cuando escuchó las quejas


de Ana, se enfureció de inmediato.

—¿Por qué me gritas? ¿No hay nadie que lo cuide?

—¿No ves que la Señora Morales sola no es capaz de lidiar


con él? —replicó Ana.

Hugo se sentó y le contestó:

—Entonces busca a otra persona. ¿Por qué la contrataste si no


puede hacer nada bien? Te dije que dejaras que mi madre
cuidara del niño, pero insististe en cuidarlo tú misma. ¿Por qué
no lo cuidas tú entonces? ¿Por qué me gritas?
Enfurecida, Ana se acercó al sofá y lo empujó.

—¿Eres consciente de lo que estás diciendo? Ese es tu hijo


también.

Hugo estaba un poco ebrio, pero tenía la mente clara. Todo lo


que Olivia le había dicho ese día, aún rebullía en su mente. Se
separó de Olivia por Ana, estaba ciego cuando se casó con
una mujer tan vulgar. Se sobrepuso a los mareos, agarró a Ana
y la tiró al sofá. La tomó por la barbilla y burlándose le
preguntó:

—¿Cómo sé si es mi hijo en realidad? Dime, ¿cómo pude


casarme con una p*ta como tú?
Capítulo 24 Una víbora despiadada
Ana se enfureció al escucharle, levantó la mano y le propinó
una bofetada.

—No te escudes en el alcohol para decir esas tonterías. Llevo


siete años contigo, ¿y esto es lo que recibo a cambio?

Él ya estaba harto de recibir sus bofetadas cada vez que se le


antojaba, por eso sin dudarlo, le pagó con la misma moneda.

Al oír el sonido del golpe, el niño dejó de gritar, miró


aterrorizado a sus padres y corrió a la sala de estar.
Preocupada de que pudieran hacerle daño al pequeño en
medio de la pelea, la Señora Morales fue tras él.

—Joven Michel.

—¿Acabas de golpearme, Hugo Gómez? Ahora verás —dijo


Ana ciega de rabia. Se abalanzó sobre él y comenzó a
abofetearlo sin parar. Sin embargo, él enseguida se le subió
encima para inmovilizarla y sujetarle las manos.

—Ana Miranda, será mejor que te comportes. No creas que no


te voy a pegar.

—¡Maldito! —gritó ella, mientras forcejeaba.

—¡Mami...! ¡Mami...!

Michel tiró del brazo de Hugo con todas sus fuerzas.

—¡Suelta a mi mamá, monstruo!

De repente, Hugo empujó al niño a un lado y gruñó:

—¡Compórtate o te pegaré a ti también! —Luego, se volvió


hacia la Señora Morales y le ordenó—: Llévate al niño a casa
de mi madre.
La Señora Morales estaba demasiado asustada para
contradecirlo.

—Sí, Señor Hugo.

—No voy a ir. ¡No voy a ir a casa de la abuela! —gritó Michel.

La Señora Morales hizo todo lo posible para sacar al niño de


allí; si hubiera tenido que arrastrarlo o llevárselo a hombros, lo
hubiera hecho

La habitación quedó en calma después.

—Será mejor que te muerdas la lengua la próxima vez. No


puedes pegarme cada vez que se te antoje. ¿Crees que no
me atreveré a pegarte? —Hugo la soltó al ver que tenía el
rostro manchado de rímel.

Ella lo empujó tan fuerte como pudo al levantarse.

—Maldito desgraciado. ¿Te casaste conmigo para pegarme?


¿Cómo puedes decir que no estás seguro de que Michel sea
tu hijo? —le preguntó con lágrimas en los ojos.

—¿Me pusiste algo en la bebida aquella noche? Drogaste a


Olivia y dejaste que la violaran, ¿no es así? Eres abominable.
¿Quién iba a imaginar que eras una víbora despiadada? —
comentó fulminándola con la mirada.

—¿De dónde sacas eso? ¿Quién está tratando de separarnos?


—Ana dejó de llorar y lo miró sorprendida.

—¿Estás actuando otra vez? —se burló él mientras la miraba.

Estaba tan sorprendida que se olvidó por completo de la


bofetada y continuó defendiéndose.

—No, yo te quiero de verdad. Reconozco que cuando bebí


contigo aquella noche, quise entregarme a ti, pero solo quería
consolarte. Mi amor, llevamos mucho tiempo juntos. Hemos
pasado momentos difíciles juntos. Tenemos un hijo. Me
entristece mucho verte dudar así de mí.
—¿Cómo pude dejarme engañar por ese rostro de lástima que
pones? ¿Quién iba a pensar que tú fuiste la razón por la que
Olivia y yo rompimos? —preguntó Hugo agarrándole el
mentón.

En ese momento, todas las piezas encajaron y ella


comprendió lo que pasaba, le agarró de la mano y prosiguió:

—¿Olivia te dijo eso? Está intentando sembrar desavenencia


entre nosotros. Todavía me guarda rencor por haber herido a
su hijo aquel día, por eso quiere manchar mi nombre de
cualquier manera que pueda. Tú eres mi marido. ¿Por qué le
crees a otra mujer y no a mí?

—Ana Miranda, prefiero creerle a Olivia y no a ti. Vi con mis


propios ojos cómo te hiciste la víctima delante de tu padre y
cómo lograste convencerlo con tu palabrería. Pero yo no soy
él, no dejaré que me tomes el pelo —afirmó con voz firme al
soltarle la mano.
Capítulo 25 La amante
—Vaya, todos los hombres son iguales: nunca saben apreciar
lo que tienen —dijo ella en tono burlón—. Cuanto más difícil es
conseguir algo, mejor te parece, ¿no? Si Olivia te ama de
verdad, ¿entonces por qué dio a luz con otro? ¿Por qué
rompió contigo tan fácilmente? Ella solo está tratando de
separarnos. ¿Acaso te dijo que todavía piensa en ti al cabo de
todos estos años? ¿De veras crees que ustedes dos estarían
juntos ahora de no ser por mí? Te lo estoy diciendo, ella quiere
que te divorcies de mí para vengarse.

—No intentes predecir sus acciones con tu mente sucia. Olivia


no es tan malvada como tú. —Hugo la miró con desagrado,
luego se levantó y fue directo a la habitación.

—Ya no soy buena, ¿eh? Tu Olivia es genial. ¡Es la mejor! Pues


vete con ella a ver si todavía te quiere —dijo Ana con los
dientes apretados y llena de resentimiento. Se quedó mirando
la puerta cerrada y empezó a reír con malicia. Hugo abrió la
puerta, salió con una manta en los brazos y se dirigió al cuarto
de huéspedes. Cerró la puerta de golpe.

—¡Hugo Gómez! —gritó ella alterada mientras lo señalaba con


el dedo, pero no supo qué más decir. Se dio cuenta de que no
había palabras que pudieran describir la furia que sentía. De
repente, en sus labios se dibujó una sonrisa despectiva. «¡Qué
importa si Olivia es genial! No creo que regrese con ella ¡Por
supuesto que no! ¡Hugo solo me tiene a mí! ¡Hasta después de
muerto, será mío!». Se sentó en el sofá y, con la mirada
perdida, se secó las lágrimas. Su matrimonio no podía
romperse así de fácil.

...

Al día siguiente, Néstor le comentó a Olivia que quería ir a la


escuela.

—¿Ya no te duele la pierna? —preguntó ella atónita.


—Creo que mejoré después de comerme la manzana que
peló para mí el Señor Eugenio —respondió su hijo sin titubear.

Olivia se quedó boquiabierta. No entendía por qué a Néstor le


agradaba tanto Eugenio. Después de llevar al niño a la
escuela, fue directo al Concesionario 4S. El vuelo de Nataniel
llegaba a las tres de la tarde. Si todo iba bien, tendría tiempo
suficiente para comprar un auto. Cuando entró, miró a su
alrededor y se dirigió a un Ferrari rojo.

Un joven enseguida se le acercó, pues pensó que era rica.


Primero la saludó con amabilidad y después empezó a
hablarle de las bondades del auto. Mientras le escuchaba,
Olivia dio dos vueltas alrededor del auto.

El Ferrari tenía la carrocería en forma de cuña, o sea, la parte


trasera más alta que el capó. A ella le gustaba mucho su
imponente aspecto. Las llantas delanteras, la puerta y las
llantas traseras eran diferentes, pero encajaban a la
perfección con el conjunto. Sus líneas eran muy elegantes.

—¡Este! —Satisfecha, asintió con la cabeza.

Justo en ese momento, un hombre se acercó al Ferrari


abrazado a una mujer. Llevaba una camisa azul y un pantalón
de traje negro. Tenía un aspecto común, pero parecía una
persona de mala reputación. La mujer en sus brazos era de
piel blanca, tenía ojos grandes y boca pequeña. Su largo
cabello castaño contrastaba con su pequeño rostro. Según los
estándares sociales, era una joven hermosa.

—¿Qué te parece este, Benjamín? —preguntó la chica—. El


rojo inspira alegría. Podemos ir en él cuando nos casemos.

—¡Depende de ti! —se jactó Benjamín.

En lugar de chillar, ella rodeó el auto para echarle un vistazo.

—Me gusta este.


—¡Nos lo llevamos! —exclamó Benjamín y le dio al vendedor su
tarjeta a una velocidad de vértigo.

El empleado se vio en un aprieto.

—Disculpe, señorita, ¿está segura de que quiere este auto? —


preguntó mirando a Olivia.

—¡Sí! ¡Pagaré ahora! —Olivia asintió y le entregó la tarjeta.

—Señor, esa señora vio este auto antes que usted. Tendremos
que hacer el trato con ella primero. Si es posible, espere un
poco y haremos que alguien traiga otro auto —le explicó el
vendedor con deferencia y discreción.

—¿Cuánto tiempo demoraría? —preguntó Benjamín con el


ceño fruncido.
Capítulo 26 Cazado
—Unas dos horas —respondió el joven.

Ben miró su reloj.

—No podré esperar, tengo cosas que hacer más tarde.


¿Puede hablar con esa señora para ver si nos deja comprar
este auto? Podríamos compensarla.

El vendedor se le acercó a Olivia para transmitirle el mensaje,


pero como era de esperar, ella se negó. Estaba comprando el
auto para recoger a Nataniel y si esperaba dos horas no
llegaría a tiempo para recogerlo.

—Cariño, ¿por qué no lo compramos juntos cuando vuelva la


próxima vez? —Como Olivia no accedió, Benjamín abrazó a la
chica para consolarla.

—Esta vez estarás fuera una semana —contestó la chica


descontenta.

—¿Qué podemos hacer? Tengo que trabajar para poder


casarme contigo. Mira, hagamos esto. Yo lo pagaré primero y
tú puedes llamar a una amiga para que te acompañe
mientras esperas que llegue el auto. ¿Qué te parece? —le
propuso tratando de persuadirla.

—Pero es que quiero llevarte —se quejó ella.

—No tienes que hacerlo. Puedo tomar un taxi y tú solo tienes


que esperar aquí a que llegue el auto. Lo tienes que conducir
hoy mismo.

—¡Después no digas que no te quiero! —bromeó ella. Parecía


más animada.

—¡Muy bien, traviesa! —exclamó con picardía.

Olivia pudo escuchar la conversación, pues no hablaban en


voz baja. «Él no parece muy simpático, pero es muy hábil
embelesando a una mujer». No les prestó más atención y
siguió al vendedor para efectuar el pago. El joven no demoró
en hacer efectiva la transacción y, gracias a la eficiencia del
Concesionario 4S, antes de las dos de la tarde, Olivia ya
conducía su nuevo auto.

Primero, fue a buscar a Katia y, luego, ambas se dirigieron al


aeropuerto. Se dieron prisa y lograron llegar antes de las tres.
Cuando el auto se detuvo, Katia estaba pálida de miedo.

—Olivia, ¿puedes conducir más despacio, por favor? Esto no


es una pista de carreras. Hay autos por todas partes.

Olivia la miró confundida.

—Eres demasiado comedida. Mira la hora. Nataniel saldrá


pronto.

Katia se bajó con piernas temblorosas y se recostó al auto.

—Bueno, que espere un poco. No vale la pena que perdamos


la vida por él. Estuvo de viaje unos días nada más y ahora
regresó.

Olivia le lanzó una mirada.

—Te dije que no vinieras, pero tú insististe.

Katia resopló.

—¿Crees que vine a recogerlo? Vine a decirle un par de


cosas.

—Está bien, está bien —le dijo Olivia tomándola del brazo—.
Vamos dentro a decirle un par de cosas.

Entraron al salón principal del aeropuerto y esperaron. El


tiempo pasó y ya eran más de las tres. Al indagar, se enteraron
de que el vuelo estaba demorado. Katia miró a Olivia.

—Te dije que no había necesidad de apurarse. ¿Cuándo


Nataniel ha sido confiable? ¡Ni siquiera su vuelo es confiable!
—Ustedes dos son como el agua y el fuego. ¡Nacieron para
estar siempre contrariados!

Luego, fueron al baño. Cuando Olivia salió, vio un rostro


familiar: Ana. Olivia frunció el ceño. «¿A quién vino a buscar
ella?». Mientras se preguntaba esto, otra figura familiar entró
en su campo de visión. Le resultaba familiar porque lo había
visto hacía tan solo unas horas. Era el hombre que había
conocido en el Concesionario 4S: Benjamín Ramírez. Ni siquiera
se había cambiado de ropa. Sin embargo, ahora llevaba una
maleta y caminó en dirección a Ana en cuanto la vio.

—¡Mi amor!

Olivia se quedó atónita. Otra vez decía «mi amor». Si la


memoria no le fallaba, hacía solo unas horas, el hombre había
llamado «mi amor» también a aquella mujer. «¿No dijeron que
se iban a casar? Con razón es tan persuasivo. ¡Es un cerdo!».
La mirada enamorada de Ana lo decía todo. Tenía algo con
aquel hombre, ¡como que su nombre era Olivia Miranda! Sin
llamar la atención, retrocedió unos pasos, sacó su teléfono y,
con calma, comenzó a tomarles un video. Sin embargo, lo que
vio la desconcertó por completo.
Capítulo 27 Nataniel está de vuelta
Como si no se hubieran visto en mucho tiempo, corrieron a
encontrarse. Él dejó caer su maleta incluso antes de llegar a
ella y extendió los brazos para abrazarla. Luego, la levantó y
comenzó a darle vueltas. Ana sonreía feliz, rodeándole el
cuello con ambos brazos. Estaba claro que lo había
extrañado. Con una mano en su nuca, el hombre la besó con
pasión. Un rato después, la soltó y la abrazó.

—¿Me extrañaste, mi amor?

—Sí —respondió ella con timidez—. ¿Te bajaste ahora mismo


del avión?

—Sí —respondió Benjamín—. Fui al baño y en ese momento


llegaste tú. Estabas loca por verme, ¿no es así?

Le pellizcó la nariz y la miró con cariño. Ana presionó su frente


contra la de él.

—Te extrañé mucho.

Olivia no tenía palabras. No obstante, por alguna razón, sentía


ganas de reír. Había hombres que eran cerdos, pero también
mujeres que fingían ser puras. Para su sorpresa, se descubrió
deseando que llegara el día en que el engaño saliera a la luz
para ver qué harían al respecto.

En el baño, hacía ya un largo rato que Katia no oía la voz de


Olivia. Cuando salió, reparó en cómo Olivia miraba en
dirección al baño de los hombres.

—¿Qué miras?

—¡Déjame enseñarte algo increíble! —susurró Olivia y le mostró


el video.

Katia abrió mucho los ojos de asombro al verlo.


—¿Esa no es Ana? ¿Quién es ese hombre? ¿Por qué me resulta
tan familiar?

—Creo que se llama Benjamín o algo así. Me lo topé cuando


estaba comprando el auto hace unas horas. Había otra mujer
con él. Le dijo que se iba en un viaje de negocios, pero ahora
le dijo a Ana que se acababa de bajar del avión. —Olivia no
pudo contener una risita—. ¡Qué gracioso es todo esto! Yo
admiro a este hombre. Les está mintiendo a dos mujeres y aún
no lo han descubierto.

Katia frunció el ceño y preguntó:

—¿Benjamín? ¿Benjamín Ramírez?

—¿Lo conoces? —preguntó Olivia sin darle importancia.

—Benjamín Ramírez es el joven del Grupo Ramírez, ¡el sobrino


de la madrastra de Eugenio!

A Olivia le tomó un momento procesar la información.

—Ah, con razón. Debe ser muy poderoso. Le compró a aquella


mujer un auto deportivo de varios millones como si nada.

—Eso no hay ni que decirlo. Los Ramírez no se comparan con


la Familia Navarro, pero son ricos y poderosos. Si arreglaran un
matrimonio con los Salcedo, no tendrían rival. ¿La mujer que
viste en el Concesionario 4S era Jessica Salcedo?

Olivia pensó un momento.

—Creo que él no dijo su nombre. Solo las llama «mi amor».


Presiento que no son solo estas dos. Por eso las llama «mi
amor». Creo que le da miedo equivocarse de nombre, así que
las llama igual.

Katia rio y asintió.

—Yo pienso lo mismo.


Cuando las dos salieron del baño, el avión de Nataniel ya
había aterrizado.

—Solo has estado fuera unos días —le dijo Olivia—. Regresé a
recogerte a la misma hora y en el mismo lugar.

Katia también se le acercó para ayudarlo con su maleta.

—Vienes y vas cada dos o tres días —le reprochó—. ¿Por qué
te sometes a esto?

Nataniel la tomó por los hombros con gesto viril.

—No te preocupes. No te volveré a dejar.

—¿Lo dices en serio? —preguntó ella.

—Por supuesto.

Salieron del aeropuerto y subieron al auto. Nataniel comenzó


a provocar a Olivia:

—¿Por qué te compraste este auto? ¿Te vas a ir a vivir al


campo?

—¡Fue para venir a recogerte! —le respondió ella mirándolo de


reojo—. Tienes que reembolsarme la mitad.

—Está bien —dijo él—. Te reembolsaré el precio de la rueda


que está de mi lado. Katia te puede reembolsar las dos de
atrás.
Capítulo 28 Una agradable reunión
familiar
—Habla por ti. Olivia no me ha pedido que le reembolse nada
—apuntó Katia.

—Si no vas a pagar, deberías tener el buen tacto de bajarte


del auto.

—¿Por qué crees que vine hasta aquí, si no fue para


recogerte? En el viaje hacia aquí, pensamos que se nos haría
tarde, así que Olivia condujo muy rápido. Me pasé todo el
trayecto con el corazón en la boca. Se suponía que el viaje
tome una hora, pero ella lo hizo en menos de cuarenta
minutos. Casi se me salió el alma del cuerpo. Deberías ser más
considerado y pagar mi parte.

Olivia la miró por el retrovisor.

—Si quieres que pague tu parte, díselo sin tapujos. No te andes


con rodeos ni hables de mis habilidades al volante en vez de
tu propia cobardía. Siempre estás criticando cómo conduzco.

—Exacto —intervino Nataniel—. ¿Y quieres que yo pague tu


parte? ¿Acaso te crees muy linda?

Desde el asiento trasero, Katia dio un salto y le agarró el cuello


con ambas manos.

—¡Vuele a decir eso!

A Nataniel le costaba respirar.

—Tú eres… la más… hermosa.

Katia lo soltó.

—Al menos, tienes tacto.


—Qué tosca eres —le dijo Nataniel, masajeándose el cuello—.
Casi me matas.

—¿Y de quién es la culpa? —bufó ella.

Olivia sacudía la cabeza en silencio. «Es una relación de amor-


odio».

—Olivia, ven conmigo después a ver a mi bisabuelo. Así le


haces la visita. Yo siempre pienso en él y, ahora, puedo por fin
presentarme ante él —anunció Nataniel contento.

—Claro —asintió Olivia.

Primero, dejaron a Katia. Luego, fueron a recoger al niño y se


dirigieron a la Residencia Navarro. Olivia no esperaba que
Eugenio estuviera allí.

—Nataniel estaba preocupado —explicó ella con timidez—.


Me insistió para que viniera a hacer la visita.

—Sí, gracias —asintió Eugenio con un leve gesto.

—¡Señor Eugenio! —lo saludó Néstor inclinando la cabeza. Una


alegría desenfrenada se reflejaba en su rostro.

Eugenio se le acercó y le acarició la cabeza con ternura.

—¿Cómo sigue tu pierna?

—Ya no me duele —respondió el niño.

—¡Tío! —lo saludó Nataniel.

Eugenio le respondió con un gesto de la cabeza y le preguntó:

—¿Acabas de regresar?

—Sí, vine en cuanto me bajé del avión.

—Ve a ver al bisabuelo. ¡Siempre está hablando de ti!


Nataniel murmuró algo y luego miró a Olivia por sobre el
hombro.

—Vamos, Olivia.

Ambos entraron en la habitación del Abuelo Navarro. El


anciano había adelgazado considerablemente. Su rostro
macilento y sin brillo estaba cubierto de arrugas. En la barbilla,
le había crecido una incipiente barba que no se veía mal.
Parecía consciente de lo que ocurría a su alrededor y
desbordante de energía. En cuanto vio a Nataniel, rompió a
llorar. Lo tomó de la mano y comenzó a hacerle mil preguntas.
¿Cómo le había ido todos esos años en el extranjero? ¿Qué tal
era la comida? ¿Cómo era la vida allí? Por su parte, Nataniel
se mostró preocupado por la salud y los sentimientos del
anciano.

Sin soltarse las manos, los dos conversaron durante un largo


rato. Después, el Abuelo Navarro reparó en Olivia y Néstor.

—¿Y ellos dos son…? —preguntó mirando a Nataniel, pues


pensó que estaban relacionados con su bisnieto de alguna
manera.

—Bisabuelo, esta es la doctora que te ha estado atendiendo,


la Doctora Miranda. Y él es su hijo. ¿Nunca se han conocido?

El Abuelo Navarro le dirigió una mirada inquisidora a Eugenio.

—Cuando el abuelo se despertó la última vez —respondió


Eugenio con las manos en los bolsillos—, la familia lo rodeó
enseguida, así que no hubo tiempo para presentarlos.

El Abuelo Navarro comprendió y asintió.

—Gracias, Doctora Miranda.

—Es un placer —dijo ella con una sonrisa—. Solo hice mi


trabajo.

El anciano miró a Néstor.


—Ven aquí. ¿Cómo te llamas?

El pequeño sonrió y se le acercó.

—Bisabuelo, yo soy Néstor Miranda.

Su saludo llenó de felicidad al Abuelo Navarro. Tomó entre sus


manos arrugadas las diminutas manos de Néstor y le preguntó:

—Niñito, ¿qué edad tienes? ¿Ya comenzaste la escuela?


Capítulo 29 Mi mamá es genial
—Seis años y medio, bisabuelo —respondió Néstor—. Voy a un
jardín de infancia internacional.

El Abuelo Navarro se acarició la barba y rio con gusto.

—Pues es muy elocuente y despierto. Doctora Miranda, ¡su hijo


es increíble!

—Sí —asintió Olivia riendo—, pero es muy travieso.

El anciano miró a Néstor y murmuró para sí:

—Es bueno ser travieso. Todos los niños traviesos son


inteligentes.

Néstor miró la barbita gris del Abuelo Navarro.

—Bisabuelo, ¿puedo tocar su barba? —preguntó ansioso.

—¡Pero claro! —respondió feliz el Abuelo Navarro y adelantó la


barbilla.

Al oír la petición de Néstor, Olivia frunció el ceño.

—Néstor, no seas maleducado.

—No hay problema —dijo con gentileza el Abuelo Navarro—.


El niño es curioso. ¡Tócala!

Los ojos de Néstor desbordaban entusiasmo. Con su pequeña


mano, le tocó la barba y sonrió feliz.

—Bisabuelo, su barba no pincha. —Néstor se tocó el mentón y


preguntó—: ¿Por qué a mí no me sale?

Al oírlo, todos los presentes rompieron a reír. El Abuelo Navarro


sonrió radiante de felicidad.

—Cuando tengas mi edad, tendrás una larga barba.


—¿Y veremos entonces quién tiene la barba más larga?

El Abuelo Navarro soltó una sonora carcajada.

—De acuerdo. Me esforzaré por vivir más para que, llegado el


momento, podamos comparar.

Néstor le dio una palmadita en el pecho y le aseguró:

—No se preocupe. Mi mamá está aquí. ¡Ella lo curará!

El Abuelo Navarro volvió a reír con rostro radiante y mejillas


sonrojadas. Mientras tanto, el rostro de Olivia se ensombreció.
No entendía cómo Néstor podía tener tanta confianza. Ella ni
siquiera se atrevía a hablar del tema. Una tenue luz brilló
también en el rostro de Eugenio. Lo complacía que aquel niño
le trajera tanta felicidad a su abuelo. Nataniel tampoco pudo
contener la risa.

—Siempre le haces publicidad a tu mamá, donde sea y


cuando sea.

Néstor lo miró y explicó:

—Porque mi mamá es genial.

Nataniel no le dio mucha importancia a su respuesta. En


cambio, se dirigió al Abuelo Navarro:

—Bisabuelo, Olivia debería examinarlo.

El Abuelo Navarro accedió. Olivia sacó una almohadilla para


que el anciano descansara su mano y le tomó el pulso.
También le preguntó sobre su dieta y sus hábitos de sueño.
Diez minutos después, Olivia dio su dictamen:

—Su recuperación va bien, abuelo. Trate de no enojarse ni


alterarse demasiado. Sin importar lo que suceda, trate de no
angustiarse y de mantenerse positivo. Trate también de llevar
una dieta balanceada. No coma demasiado. Trate de comer
poco, pero con frecuencia.
—De acuerdo —asintió el Abuelo Navarro—. No esperaba que
fuera tan buena siendo tan joven.

—Solo soy buena en medicina tradicional —dijo Olivia con una


sonrisa—, y dio la casualidad de que logré curarle su
enfermedad.

El Abuelo Navarro rio.

—No tiene que ser tan humilde. Yo conozco muy bien mi


enfermedad. Fueron sus habilidades las que me salvaron de la
muerte. Pocholo, ¿ya le agradeciste a la Doctora Miranda?

Olivia tuvo que contener la risa. «¿A Eugenio le dicen


“Pocholo”?». El rostro de Eugenio se ensombreció.

—Abuelo —susurró—, ¡hay invitados presentes!

El Abuelo Navarro se quedó inmóvil un momento,


acariciándose incómodo la barba.

—No seas malcriado —le dijo al fin—. Ya estoy acostumbrado


a llamarte así. Te pregunté si le habías dado las gracias. ¿No
puedes concentrarte en mi pregunta?

Eugenio se llevó una mano al rostro y miró a los presentes que


se esforzaban por contener la risa.

—Abuelo, ¿puedes preguntarles si oyeron algo más aparte del


sobrenombre?

El Abuelo Navarro los miró y les preguntó:

—¿Oyeron algo más?

Con rostro serio, Nataniel respondió:

—Oí que usted quiere que Eugenio le dé las gracias a Olivia.

—Exacto —añadió Olivia—. No hay por qué agradecerme,


abuelo. ¡El Señor Navarro ya me pagó!
Néstor sonrió y dijo:

—Bisabuelo, mi mamá dice que su deber es tratar a las


personas y salvarlas.

—¡¿Ves?! —exclamó el Abuelo Navarro—. ¡Todos escucharon


algo diferente!

Eugenio estaba tan furioso que se quedó sin palabras. ¿Acaso


todos mentían descaradamente?
Capítulo 30 Permítame invitarle a
cenar
Eugenio miró a Olivia y dijo:

—De acuerdo entonces. Esta misma noche, me gustaría invitar


a la Doctora Miranda a cenar, para agradecerle como es
debido.

Sin embargo, Olivia se apresuró a responder:

—Muy amable, pero no es necesario. Yo estoy bien, de


verdad.

—No es broma —siguió diciendo Eugenio—. En serio,


permítame invitarla a cenar. Nataniel, que nos visita de tan
lejos, puede venir también.

—No hace falta —insistió Olivia—. Vayan ustedes dos.

De pronto, Nataniel se puso de pie.

—No seas aguafiestas —le rogó a Olivia—. Vine de muy lejos.


¿No puedes darme la bienvenida con una cena? ¡Eugenio
incluso prometió que esta noche me llevaría al Palacio Rubí!

—Cenaré contigo otro día —le respondió ella.

El Abuelo Navarro se unió a la conversación y le dijo:

—Olivia, me cae muy bien su hijo. ¿Puede dejar que converse


conmigo un rato más y me haga compañía?

Su petición aturdió a Olivia por un instante. Antes de que


pudiera responder, su hijo se apresuró a decir:

—Eso suena bien. ¡Yo también quiero jugar con el bisabuelo!

Sin embargo, Olivia frunció el ceño y le ordenó:

—Déjate de tonterías, Néstor. El bisabuelo necesita descansar.


—Pero, mamá, ¿no le dijiste al bisabuelo que se mantuviera
positivo? Puedo hacerle compañía y conversar con él. —
Néstor codeó suavemente a su mamá—. Deberías darte prisa.
Quiero jugar ajedrez con el bisabuelo. Tú y el Señor Eugenio
pueden venir a recogerme más tarde.

Al decir esto, Néstor le hizo un guiño juguetón a su madre.


Olivia sabía que la intención de Néstor era juntarla con
Eugenio, pero aun así ella se preocupaba por él. Sin embargo,
el Palacio Rubí era un lugar muy concurrido y caótico, así que
no podía llevar a Néstor. Después de pensarlo mucho, Olivia
mantuvo su postura y rechazó la invitación.

—¿Por qué no lo dejamos para otro día?

—¿Le preocupa su hijo o le preocupo yo? —le preguntó


Eugenio.

—Sí —dijo Nataniel—. Vamos, que acabo de llegar. Si tú no


vas, yo tampoco.

Sus palabras dejaron muda a Olivia. Al final, los tres fueron en


auto al Palacio Rubí.

El Palacio Rubí era el mayor centro de entretenimiento de


Ciudad del Sol, donde se podía comer, beber y jugar, todo
bajo un mismo techo. No había nada que no se pudiera
hacer, por inconcebible que pareciera. Huelga decir que solo
los ricos podían permitirse visitar el lugar.

En cuanto los tres entraron al salón principal, se encontraron


con Alejandro, Javier y los otros. En total, eran cuatro o cinco
hombres y mujeres reunidos en el salón. Todos saludaron con
cordialidad a Eugenio y, al parecer, tenían una relación muy
cercana. De pronto, un hombre vestido con un traje de color
granate se dirigió al grupo:

—Javier, vayan ustedes delante. Yo los alcanzo después.


Luego de que Javier y los otros subieron las escaleras,
Alejandro le rodeó el cuello a Nataniel con un brazo y le
preguntó:

—¿Cuándo regresaste?

Nataniel le sonrió y le dijo:

—¡Llegué hoy mismo, Alejandro!

—Genial —respondió Alejandro—. Puedo invitarte a cenar. Y a


los otros también.

Nataniel quería ir; pero, al mirar a Olivia, le preocupó que ella


se sintiera incómoda. Estaba a punto de rechazar la invitación
de Alejandro, cuando Eugenio preguntó de súbito:

—¿Y tú puedes pagar la cena?

Alejandro chasqueó la lengua y le respondió:

—Siempre puedes pagar tú.

—¡Ni jugando!

Alejandro le lanzó una mirada y le dijo:

—Si no fuera por la hermosa dama que te acompaña, ¡nadie


repararía en ti! —Alejandro era una persona amigable y
accesible. Mientras hablaba, se acercó a Olivia—. Le da
miedo que usted no esté acostumbrada a todo esto. Uno
debe hacer amigos. Como dicen por ahí: extraños la primera
vez, amigos la segunda. ¿No es así? Creo que esta es la
segunda vez que nos vemos.

Olivia estaba un poco confundida. ¿Cómo era posible que no


tuviera ni el menor recuerdo de él? Le sonrió incómoda.

—Lo siento. Me temo que no le recuerdo.

Impaciente, Eugenio dio una patada en dirección a


Alejandro.
—Arriba. Vete ya.

Sin embargo, Alejandro logró esquivarla.

—Este es un lugar público. Por favor, ¡cuida tus modales!

Eugenio rio de furia.

—¿Cómo te atreves a hablarme de modales, cuando tú no


tienes ninguno?

Olivia miró a Eugenio y pensó que no era el hombre frío e


inaccesible que parecía ser. De hecho, también era capaz de
bromear con sus amigos en privado. Alejandro decidió no
pasarse de vivo y se acercó a Olivia.

—Nos conocimos en el Bar Rosa Negra aquella vez que usted


hizo una apuesta con Eugenio. ¿Recuerda? Ese día, yo estaba
arriba y usted me impresionó mucho. ¡No! ¡Me causó
admiración! ¡Es usted la primera persona que le provoca una
pérdida tan grande!
Capítulo 31 En la sala VIP
Eugenio le dijo:

—¿Desde cuándo hablas tantas sandeces?

—Solo estoy elogiando a esta hermosa dama.

Olivia se llevó una mano al rostro. No creía que Alejandro la


estuviera elogiando en lo más mínimo.

—De hecho, ¡el Señor Navarro quiere beneficiar a la sociedad!

Alejandro rio y dijo:

—¿Está hablando por el Señor Navarro? Vamos, entonces.


Todos sus amigos están arriba. Se los presentaré. No se puede
negar. O la seguimos nosotros a usted o nos sigue usted a
nosotros. ¿De acuerdo?

Olivia sonrió.

—Yo seguiré al Señor Navarro y a los otros. Me da igual.

Alejandro volvió a reír.

—Vamos. ¡Qué aburridos son ustedes tres!

Así diciendo, puso sus manos sobre los hombros de Nataniel y


subió las escaleras. Eugenio se sentía impotente.

—No tiene que obligarse si no le gusta —le dijo a Olivia—.


Podemos cenar en otro sitio.

—Estoy bien —dijo ella—. ¡Vamos!

Guiados por el camarero, llegaron a la sala VIP. Al parecer,


Eugenio era cliente asiduo del lugar, pues todos los camareros
lo saludaron con suma cortesía.

—Por aquí, Director Navarro.


Incluso Olivia, que caminaba detrás de él, recibió la
admiración y los corteses saludos de los camareros. Cuando la
puerta se abrió, las luces de colores les bañaron los ojos. Era
como si hubieran entrado a una tierra de ensueño. La
decoración de la sala era exclusiva, con sofás de cuero y
amplios espacios donde cabían más de una docena de
personas. Había un biombo con dibujos de flores típicas y,
detrás, otro espacio donde quizás hubiera mesas de póquer,
de billar y otros entretenimientos.

Varias personas que habían entrado antes conversaban y


reían. La enorme mesa estaba repleta de licores y vinos,
mientras una canción romántica sonaba en un televisor que
ocupaba la mitad de la pared. Un hombre que estaba de pie
a un lado los vio entrar y los saludó con un gesto de la mano y
una sonrisa, antes de seguir cantando con emoción:

Porque mañana me casaré con otro,

déjame extrañarte una última vez…

Alejandro le gritó al hombre:

—Está bien, está bien. No cantes más. ¿No ves que hay una
hermosa dama aquí? —Luego, miró a Eugenio y una sonrisa
traviesa se dibujó en sus labios—. Bueno, arriba —le dijo
burlón—, ¿qué esperas para presentarnos?

Así que Eugenio procedió a decir:

—Olivia Miranda es una destacada doctora y Alejandro Rojas


es la persona más molesta que existe.

Alejandro miró con recelo a Eugenio y, con una elocuente


sonrisa, preguntó:

—¿En qué área se especializa usted, Señorita Miranda?


¿Psicología o Fisiología?

Al oír su pregunta, todos los presentes soltaron una carcajada.


Algunos de los hombres reían con atrevimiento, mientras que
dos mujeres intentaban disimular su risa, aunque habían
captado el doble sentido en la pregunta.

Alejandro miró a los hombres que reían en voz alta y los


mandó a callar:

—¡Chsss! ¡No se rían tan alto! Mi pregunta es seria. Por favor, no


sean tan malpensados.

Eugenio le lanzó una mirada y le preguntó:

—¿Quieres que te hagan un examen físico?

Alejandro chasqueó la lengua y le respondió:

—¿Qué tiene de malo querer entender mejor el cuerpo


humano?

Por suerte, Olivia tenía buen sentido del humor y estaba


acostumbrada a lidiar con hombres de mente obscena. La
situación era un juego de niños para ella. Sus labios se
curvaron en una leve sonrisa.

—Puedo curar todo tipo de enfermedades. Me pregunto qué


problemas tendrá usted. ¿Psicológicos o fisiológicos?

Los presentes volvieron a estallar en carcajadas. Varios


hombres provocaron a Alejandro:

—Alejandro, encontraste la horma de tu zapato.

—Cuéntanos. ¿Cuál es el problema?

—¿Será que no puedes hacerlo, Alejandro?

—¡Jódete! —lo reprendió Alejandro—. ¡Tú eres el que no


puede hacerlo!

Sin embargo, Olivia permaneció seria y le dijo:

—No esconda su padecimiento ni rehúya el tratamiento


médico, Señor Rojas. Si tiene un problema, dígamelo. Le
prometo que lo seguiré tratando igual y que nunca cambiaré
la imagen que tengo de usted.

Alejandro juntó las manos y se disculpó con Olivia:

—Lo siento, Olivia. No me burlaré más de usted.

Sin embargo, en ese preciso momento, otro hombre preguntó:

—Olivia es una doctora integral. Puede tratar problemas


psicológicos y fisiológicos. Así que yo me estaba preguntando,
doctora, ¿cómo trata usted a los pacientes con problemas
fisiológicos? ¿Los trata en una camilla de hospital o en una
cama normal? ¡Ja, ja, ja!
Capítulo 32 ¿Cómo le gustaría que lo
trataran?
Quien había hablado era Roberto Jiménez. Su boca
protuberante y su barbilla de simio le daban un aspecto
horrendo. Mientras hablaba, les hacía guiños a varios hombres,
con una sonrisa que delataba su verdadera intención.

En cuanto oyó su pregunta, Eugenio agarró la copa que tenía


en la mano y se la lanzó. Su voz sonó fría y distante:

—¿Acaso no sabes hablar?

Roberto levantó las manos para esquivar la copa. Aunque


sintió unos segundos de dolor por el golpe, eso no le
molestaba tanto como la humillación que le había provocado
Eugenio. Miró su rostro sombrío y se quedó inmóvil un instante.
Luego, sonrió y le dijo:

—Solo fue una broma.

El silencio se apoderó de la sala. Todos se voltearon a mirar el


rostro sombrío de Eugenio. Este le lanzó una mirada furiosa a
Roberto y, con voz fría, le preguntó:

—¿La conoces tan bien?

En ese momento, una mujer que llevaba un hermoso y


elegante vestido extendió una mano para apartar a Roberto y
sonrió.

—Por favor, Eugenio, no te enojes. Aquí todos somos amigos.


Roberto está acostumbrado a hablar así, sin tapujos. Como vio
que la Señorita Miranda era una persona de mente abierta, le
hizo una broma.

Sin embargo, el rostro de Eugenio seguía frío como un


témpano.
—¿Una broma? Está ciego. ¿Acaso no ve que ella vino
conmigo? ¿A quién está insultando entonces?

Una vez más, la sala quedó en silencio. Incómodo, Alejandro


se adelantó y explicó:

—Es mi culpa. Yo no debí haber comenzado con las bromas.


Por favor, no te enojes. Todos somos amigos. Siéntate, por
favor, y así podemos hablar.

—Eugenio —añadió la mujer—, Roberto no quiso decir eso. Tú


sabes cómo es él. Es un hombre muy directo. Roberto, ¿no le
vas a pedir disculpas a la Señorita Miranda?

Roberto miró a Eugenio y avanzó unos pasos.

—Lo siento, Señorita Miranda. Por favor, no le preste atención


a mi broma.

Aunque Olivia se sentía un tanto molesta, no quería empañar


el ambiente festivo. Así que sonrió y le tiró de la manga a
Eugenio.

—¿Por qué se enoja? Yo sé aceptar las bromas. Además, sus


preguntas las haría normalmente un paciente. Siéntense todos,
por favor. —Llevó a Eugenio a que se sentara en el sofá.
Entonces, se dirigió a Roberto con mirada seria y profesional—.
Señor Jiménez, yo practico la medicina tradicional. Lo normal
es que utilice la acupuntura. Si es en una cama normal o en
una camilla de hospital, para mí es irrelevante. Si quiere que lo
trate en el sofá, por mí está bien. Le aseguro que, después de
mi tratamiento, su padecimiento desaparecerá. Pero antes
necesito hacerle algunas preguntas. ¿Cuánto tiempo lleva en
esta situación? ¿Su impotencia es permanente o solo durante
un corto tiempo? ¿Con qué frecuencia tiene sexo? ¿Cuál es su
duración normal? ¿Se angustia o se preocupa antes de
hacerlo? ¿Ha sufrido algún estrés psicológico reciente?

En la sala VIP, solo se escuchaba la voz de Olivia. Cada frase


era una bofetada en el rostro de Roberto. Él había hecho la
broma para dejarla en ridículo. Ahora, no podía hacer nada
para limpiar su propio nombre. Quien no entendiera el
contexto pensaría que de verdad tenía problemas.

No todos los presentes habían reaccionado igual. Algunos


querían reír, pero no se atrevían, mientras que otros se sentían
incómodos y no sabían qué decir. Los demás estaban tan
avergonzados que habrían corrido a esconderse en un
agujero. El rostro de Roberto estaba rojo como una manzana.
Se apresuró a explicar:

—No estoy hablando de mi…

—No hay por qué ser tímido —lo interrumpió Olivia—. ¿Estos no
son sus amigos de la infancia? Aquí no hay extraños. No se
preocupe. Yo soy doctora y debo seguir mi ética profesional.
¡Nunca divulgo información de mis pacientes! Señor Jiménez,
avíseme cuando quiera recibir tratamiento. ¿O quiere recibirlo
ahora?

Sentado junto a Olivia, Eugenio se veía más relajado, pero aún


no lograba disimular la frialdad de su mirada. Sus ojos miraban
furiosos a Roberto.

—Te hizo una pregunta.

Como los vientos de Siberia, la voz de Eugenio sonó gélida.


Roberto sintió que el corazón se le encogía de miedo y en su
rostro se reflejó una expresión confusa, mezcla de tristeza y
vergüenza. Levantó con cuidado la vista para mirar a Olivia y
luego a Eugenio, que recibió su mirada con cara de pocos
amigos.
Capítulo 33 Yo me beberé su vino
Al final, Roberto tuvo que rendirse.

—Nos… Nos volveremos a ver la próxima vez —balbuceó—.


Tengo que ocuparme de un asunto. Ustedes, diviértanse. Yo
tengo que irme.

Sentía demasiada vergüenza como para quedarse. Roberto


estaba seguro de que el incidente lo convertiría en el
hazmerreír de sus amistades por el resto de su vida. Cuando se
fue, el ambiente en la sala se sintió menos cargado. Sin
embargo, el rostro de Eugenio mantuvo su expresión sombría
cuando miró a Alejandro y le dijo:

—¿Ves lo que han hecho tus amigos?

Alejandro se sintió ofendido. En efecto, eran sus amigos de la


infancia, pero a Roberto lo había traído Alina. Habían comido
juntos varias veces, pero Alejandro no le tenía mucho afecto.
Sin embargo, no esperaba que causara problemas.

—Está bien, está bien. Es mi culpa, ¿no? Señorita Miranda,


¿qué desea beber? Aprovecharé el brindis para disculparme.

Antes de que Olivia pudiera responder, Eugenio dijo:

—Beberá algo sin alcohol.

Alejandro frunció el ceño.

—Eugenio, las reglas de nuestro círculo no permiten las


bebidas sin alcohol. —Tomó la copa que sostenía Olivia, le
sirvió vino tinto y se la puso delante. Sonrió y le dijo—: Señorita
Miranda, siempre puede beber poco.

El rostro de Eugenio se ensombreció.

—Ella no pertenece a este círculo —dijo, quitándole la copa


de vino a Olivia—, así que beberá algo sin alcohol. En cambio,
yo me beberé su vino.
Los labios de Alejandro se curvaron en una sonrisa siniestra.

—De acuerdo —dijo y asintió satisfecho.

Olivia miró a Eugenio. No esperaba que hiciera eso. Como


Eugenio la había defendido de manera tan abierta, otros se
adelantaron para seguir importunándola. En ese momento,
alguien tuvo el buen tino de servirle a Olivia una bebida sin
alcohol. Entonces, Alejandro levantó su copa de vino y dijo
con sinceridad:

—Señorita Miranda, aunque tiene motivo para estar


disgustada, por favor, sea magnánima y no se lo tome a
pecho. Con este brindis, quiero disculparme con usted. Puede
hacer lo que quiera.

Cuando terminó de hablar, Alejandro se bebió de un trago su


copa de vino. Olivia tomó un sorbo de su bebida y le espetó:

—Señor Rojas, los doctores recomiendan que las personas con


padecimientos físicos no beban mucho, ¡pues el alcohol
puede afectar el impulso sexual!

Olivia habló despacio, pues temía que Alejandro no la


entendiera. Sin embargo, el grupo de amigos de Alejandro
estaba compuesto casi en su totalidad por mujeres, así que
¿cómo podía no entender lo que Olivia intentaba decir? Acto
seguido, Alejandro escupió el vino que tenía en la boca y
comenzó a toser sin cesar. Eugenio encontró graciosas las
palabras de Olivia, pero tenía todo el cuerpo cubierto del vino
que Alejandro había escupido. Por un momento, perdió el
control de su expresión y su rostro se llenó de furia y asco.
Levantó una pierna para patear a Alejandro.

—¡Quítateme de delante! ¡Asqueroso!

Alejandro dejó por fin de toser. «¿Acaso Eugenio piensa que lo


hice a propósito? ¿No oyó cuán escandalosas fueron las
palabras de ella?».

—Señorita Miranda, ¿aún no ha superado el incidente?


Olivia fingió volver en sí.

—Ay, discúlpeme. Es el hábito de la profesión. Por favor, no me


lo tenga en cuenta. De hecho, debería dar gracias por que no
traje aguja. Si no, ahora mismo le estaría aplicando un
tratamiento de acupuntura.

Todos rompieron a reír. Ni siquiera Eugenio pudo evitar una


sonrisa. Ya había visto en su mente la imagen de Alejandro
acostado en el sofá mientras le aplicaban acupuntura.
Eugenio miró a su amigo y le advirtió en tono amistoso:

—¿La oíste? ¡Cuidado con lo que dices?

Por su parte, Alejandro estaba avergonzado y le dio una


patada a Eugenio.

—¿De qué te ríes? ¡Vamos a beber!

Eugenio sonrió y levantó su copa. La señaló y le dijo a


Alejandro:

—¡Llénamela hasta el borde!

Alejandro quería que él se emborrachara, así que le llenó la


copa de vino. Sin esperar, Eugenio se la bebió de un trago.

Del otro lado, estaban sentadas dos mujeres. Junto a Alina,


quien se levantó para hablar, había otra mujer que llevaba un
vestido negro corto. Sus ojos eran vivarachos y encantadores.
Sin dejar su copa de vino tinto, permanecía en silencio, pero
no les quitaba los ojos de encima.

—Natalia, ¿quién crees que sea esa mujer? —le preguntó Alina
con curiosidad—. ¿Por qué Eugenio la protege tanto? Bebe
por ella e incluso está dispuesto a golpear a alguien por ella.
Capítulo 34 Un brindis
Los labios de Natalia se curvaron en una leve sonrisa.

—¿No lo dijeron ya? Es una doctora.

Alina frunció los labios.

—Me pregunto cuál será su relación con Eugenio. ¿Será que le


gusta?

Natalia le lanzó una mirada de reproche.

—¿Sabes por qué los hombres se enamoran de mujeres así?

—¿Por qué? —le preguntó Alina perpleja.

Natalia se inclinó hacia delante y le respondió:

—Porque ella está allá arriba, lejos de él, haciéndose la difícil.


Eso exacerba el deseo de un hombre por poseer a una mujer.
Aun así, ella no es difícil. Es de mente abierta, osada y tiene
don de gentes. Se echa en el bolsillo a cualquiera que tenga
en la mira.

Alina se sobresaltó.

—¿Qué hacemos entonces?

Una mirada de desdén le surcó el rostro a Natalia.

—Creo que puedes ir y brindar por ella —dijo con voz


tranquila—. Será como brindar por Eugenio. Aunque él no ha
comentado sobre lo que sucedió hace un rato, imagino que
estará molesto. Brindar con ellos puede relajar la tensión entre
ustedes y mostrar cuán comprensiva eres.

Esas palabras reconfortaron a Alina.

—Natalia, eres la mejor. Espera y verás la humillación pública


que le voy a provocar. —Alina se acercó a hurtadillas hasta
Olivia—. Señorita Miranda, Roberto es mi primo y había venido
conmigo. Le ofrezco mis disculpas por la molestia que causó
en nuestro primer encuentro. Por favor, perdónelo. Quisiera
brindar por usted.

Olivia se sentía un tanto incómoda, pues ya había bebido


varias copas de su bebida sin alcohol. Sonrió y le respondió:

—De seguro, usted encontrará la manera de beber con el


Señor Navarro. Yo solo estaba respondiendo como doctora a
las preguntas de un paciente. Que vengan todos a pedirme
disculpas solo me hace parecer una persona de mente
estrecha.

—No diga eso —le respondió Alina—. Señorita Miranda, no


trabajamos en lo mismo que usted y tampoco la conocemos
bien. Por eso, solo podemos seguir disculpándonos. Si no,
podríamos ofenderla y Eugenio nos culparía otra vez.

Olivia levantó las cejas. «¿Quiere decir eso que no tengo


derecho a molestarme, cuando son ellos los que me
importunan?». Eugenio dejó su copa sobre la mesa e intervino:

—Me temo que yo no tengo un corazón tan grande como los


otros. Si se atreven a buscar problemas conmigo, no pueden
culparme si me molesto.

—Claro —respondió Alina en tono gentil—, tienes razón. Por


eso vine a disculparme. ¿O ya no somos amigos? —Se volvió
hacia Olivia y le dijo con sarcasmo—: Señorita Miranda, tiene
que aceptar mi brindis. Si no, Eugenio nunca me perdonará.

Olivia frunció el ceño.

—Señorita, ni siquiera sé su nombre y creo que no estamos en


la misma sintonía. Usted no me ofendió, pues nunca antes
hemos hablado. Ahórrese las disculpas. Si le preocupa lo que
hizo su primo, por favor, no se preocupe. No soy tan mezquina.
Si teme que Eugenio siga enfadado con usted, es por él que
debería brindar.
Alina frunció el ceño con un ligero desconcierto. En su rostro,
se reflejó una expresión amenazadora.

—Pero ¿y si quiero brindar por usted, Señorita Miranda?

Eugenio torció el gesto.

—¿Qué es lo que quieres? Ya no puede beber más.

Alina miró con odio a los ojos de Eugenio, con expresión


confundida.

—¿No puede beber más o no la dejas beber más?

Eugenio entrecerró los ojos y le sostuvo la mirada.

—¿Cuál es la diferencia?

Alina se quedó sin palabras. La tensión entre ambos había


empeorado. «A Eugenio debe gustarle mucho Olivia, por eso
se muestra tan hostil conmigo».

—Bueno, está bien. Beberé con usted —dijo Olivia con una
sonrisa amable y levantó su copa—. ¿Alguien puede servirme?

Javier, como todo un caballero, le preguntó:

—Señorita Miranda, ¿desea cerveza o vino tinto?

Olivia enarcó las cejas.

—Voy a beber lo que esté bebiendo la señorita.

El rostro de Eugenio se llenó de consternación.

—No ha comido nada aún. ¿Cómo va a beber?


Capítulo 35 Competencia de beber
Olivia sonrió y trató de calmar a Eugenio:

—No se preocupe. Solo nos estamos divirtiendo.

El tono meloso de la conversación entre ambos disgustó a


Alina. Juró que Olivia se las pagaría. Así que ideó un plan.

—¿Quiere decir que beberá usted tanto como yo?

—¡Delo por hecho! —asintió Olivia.

Eugenio no se sentía cómodo.

—¿Está segura? Si no puede, no se obligue.

Olivia sonrió.

—Es su amiga. No pasa nada.

—Es cierto —dijo Alina—. Esto es entre nosotras. Eugenio, por


favor, déjanos tranquilas. —Levantó su copa de vino y dijo—:
¡Por usted, Señorita Miranda! —Alina se bebió su vino tinto y
Olivia la imitó. Alina volvió a llenar las copas—. Señora
Miranda, ¡qué bien! ¡Déjeme volver a brindar por usted!

Olivia volvió a beberse su vino con una sonrisa. Aunque nadie


lo había dicho en voz alta, todos entendían que se trataba de
una competencia. Sentada en una esquina, Natalia miró a
Alina con reproche y sacudió la cabeza. «¿Por qué no puede
contener su ira? Ahora que está compitiendo delante de
Eugenio, él la culpará si le gana a Olivia. Y si pierde, sufrirá una
humillación. Pase lo que pase, es una estupidez».

Eugenio comenzaba a preocuparse. Aunque no sabía cuánto


podía beber Olivia, sabía bien que Alina era una bebedora
consagrada. Quizás, ni siquiera él podría vencerla. Alejandro
no podía despegar la vista de las dos mujeres y seguía atento
el espectáculo. Javier también sentía curiosidad. De todos,
Nataniel parecía sentirse más tranquilo; no dejaba de comer
pedazos de fruta con un tenedor. «Quien se atreva a beber
contra Olivia, está cavando su propia tumba». Todos
pensaban distinto sobre la competencia entre las dos mujeres.

Luego de un rato, Alina ya se sentía achispada y estaba


perdiendo la concentración. Sin embargo, se mantuvo firme,
pues se daba cuenta de que Olivia era buena bebedora e iba
a ser difícil vencerla. Cuando la competencia había
comenzado, Olivia se había pronunciado y Alina no
renunciaría hasta que una de los dos perdiera el
conocimiento.

Habían comenzado la cuarta botella y la competencia


continuaba. Eugenio ya estaba tan relajado como Nataniel,
recostado en su asiento, comiendo una tajada de manzana.
Alejandro también fue perdiendo interés, pues el desenlace
parecía lejano.

—¡Vamos a cantar! Nataniel, ¡cántanos algo!

Nataniel estuvo de acuerdo y le gritó al camarero:

—¿Me pueden poner «Somos novios»?

Enseguida, comenzó a sonar la popular melodía:

Somos novios,

Pues los dos sentimos mutuo amor profundo.

Y con eso,

Ya ganamos lo más grande de este mundo.

Nos amamos, nos besamos

Como novios, nos deseamos

Y hasta a veces, sin motivo

Y sin razón, nos enojamos…


Cuando terminó la canción, Javier y Natalia subieron al
escenario y cantaron «Contigo en la distancia». Mientras ellos
se divertían, las dos mujeres seguían enzarzadas en su feroz
competencia. Nadie sabía quién ganaría. Ya había cinco
botellas de vino vacías sobre la mesa y buen número de
botellas de cerveza, también vacías. Alina yacía inmóvil sobre
la mesa. Olivia la codeó con cuidado.

—¿Va a seguir bebiendo? Si no, voy a dar por terminada la


competencia.

Alina se obligó a incorporarse y la miró con ojos soñolientos.

—Sí. ¡No voy a parar hasta que te desmayes!


Capítulo 36 El rompecorazones
Muy asombrada, Olivia miró a Alina.

—¿Está segura de que todavía puede?

En ese momento, Natalia se acercó y levantó a Alina por el


hombro. Sonrió y le dijo a Olivia:

—Señorita Miranda, dele un descanso. Ha bebido mucho, así


que ahora la llevaré de regreso.

Olivia enarcó las cejas.

—¿Darle un descanso? Creo que usted ha entendido mal.


Todo este tiempo, yo he estado siguiéndole la corriente a ella.

Natalia soltó una risita.

—Sí, disculpe. Quise decir que, aunque ella se levantara, no


podría seguir bebiendo. Señorita Miranda, no solo es usted
buena oradora, ¡sino además buena bebedora!

Olivia sonrió levemente.

—Usted sería igual, si hubiera sufrido tanto abuso como yo.

Natalia le devolvió la sonrisa y se volteó hacia Eugenio.

—La llevaré a casa. Ustedes diviértanse.

Entonces, Natalia ayudó a Alina a levantarse. Cuando por fin


lo consiguió, la golpeó un repugnante olor a alcohol. Sin darse
cuenta, Natalia la soltó, por miedo de que Alina le vomitara en
el rostro. Por suerte, la soltó justo a tiempo y Alina solo le vomitó
encima del vestido.

—¡Ay! —Con las manos abiertas, Natalia no tenía idea de qué


hacer ahora que estaba cubierta de vómito. Se cubrió la nariz
y, llorando, gritó—: ¡¿Y ahora qué?!

En ese momento, Javier se acercó corriendo.


—Vamos a ocuparnos de esto —le dijo y la llevó al baño casi a
rastras.

Por su parte, Alina estaba en un estado mucho peor. Cuando


Natalia la soltó, cayó al suelo. Su elegante vestido blanco
tenía una abertura lateral que le llegaba hasta el muslo. En
circunstancias normales, solo dejaba ver el muslo y nada más.
Sin embargo, luego de la caída, el vestido se había abierto por
completo. Se veía todo, hasta su ropa interior blanca. Eugenio
le lanzó a Alina una mirada rápida e indiferente, y apartó la
vista. Miró entonces a Olivia.

—¿Está bien?

—Sí —asintió ella con un gesto de la cabeza. A pesar de su


rostro enrojecido, a Eugenio le pareció que se veía bien—.
Señor Navarro, iré con Nataniel a recoger a mi hijo. Usted
puede quedarse y ocuparse de ella —le dijo, con la vista
clavada en Alina, que yacía en el suelo.

Eugenio no encontraba palabras. Alina no era nadie especial


para él. ¿Por qué entonces tenía él que ocuparse de ella?
¿Por qué tenía él que molestarse, cuando había sido ella quien
había insistido en beber tanto?

—No, que se ocupe otro. —Agarró su chaqueta y le dijo a


Olivia—: Vámonos.

Olivia le respondió con una leve sonrisa y, luego de despedirse


de los pocos que quedaban en la sala, bajaron las escaleras.
Al ver que ella mantenía la compostura, Eugenio rio. Sin duda,
estaba bien. Luego de pagar la cuenta, se subió al auto. En
ese momento, vio que Nataniel se acercaba corriendo.

—Eugenio, por favor, espérenme. Yo también me voy a casa.

Eugenio frunció el ceño.

—¡Llama un taxi!
—¿Por qué iba yo…? —comenzó a preguntar; pero, antes de
que pudiera terminar, el auto arrancó, se alejó y él se quedó
con la palabra en la boca. «¿Desde cuándo Eugenio y Olivia
son tan cercanos? ¿Cómo puede dejarme aquí, así sin más?».

En el auto, Eugenio comenzó a reír.

—Si hubiera sabido lo buena bebedora que es usted, no


habría intentado detenerla.

—Sé que se preocupaba por mí —le dijo Olivia con una


sonrisa—, pero intentar detenerme a expensas de herir a sus
amigos no vale la pena. No puedo permitir que le haga eso a
sus amigos, ¿o sí? —preguntó, enarcando las cejas.

Eugenio entrecerró los ojos y la miró fijamente.

—¿Herir a quién?

Olivia lo miró como quien mira a un rompecorazones.

—Me refiero, por supuesto, a la hermosa dama que compitió


conmigo. No me vaya a decir que no sabe que usted le gusta.

Una vez más, Eugenio rio. Aunque Olivia no estaba tan bebida
como Alina, no se podía negar que el alcohol le había hecho
efecto. De lo contrario, no le habría hablado así, después de
haberlo tratado antes con tanta frialdad.

—Si le gusto, ¿quiere decir eso que ella también tiene que
gustarme?
Capítulo 37 La gratitud
Olivia hizo una mueca.

—¿Ella no le gusta? No es fea.

Sin saber muy bien qué responder, Eugenio espetó:

—¿Y solo por eso tiene que gustarme? Usted también es


bonita.

Olivia asintió y le hizo un gesto de aprobación con los


pulgares.

—¡Tiene usted un gusto único! Me gusta.

Sus palabras divirtieron a Eugenio, pues eran un cumplido para


ambos al mismo tiempo.

—¿Cómo es que es tan buena bebedora?

—He tenido práctica. Antes, no podía siquiera terminarme una


botella de cerveza, pero seguí practicando hasta que mejoré.

—¿Por qué tuvo que hacer eso? —preguntó Eugenio


sorprendido—. ¿Tuvo que asistir a muchos eventos sociales?

Olivia respiró profundo, pensó un momento y respondió:

—Si su vida estuviera a punto de venirse abajo por una copa


de licor, usted haría lo mismo.

Confundido, Eugenio se volteó hacia ella. Quería preguntarle


qué había sucedido, pero no le parecía apropiado, pues su
relación no había llegado aún a ese punto.

—Discúlpeme por lo que sucedió esta noche. No creí que nos


encontraríamos con ellos.

—No se preocupe —dijo Olivia—. Si no ofendí a ninguno de sus


amigos, estoy feliz.
Eugenio resopló.

—No creo que tengan derecho a molestarse. Idiotas.

—Por favor, no se lo tome a pecho. Yo soy la extraña en su


círculo, así que entiendo que me trataran así. Si alguien
irrumpiera en mi territorio, yo haría lo mismo.

Eugenio sonrió. Disfrutaba mucho escucharla hablar. Lo hacía


sentirse en casa. Los dos siguieron conversando hasta que
llegaron a la Residencia Navarro. Oliva entró a saludar al
Abuelo Navarro, quien estuvo encantado de verla e incluso le
pidió que trajera al niño de vez en cuando. Néstor también se
alegró. Se despidió de ellos agitando con entusiasmo la mano
y prometió ir de visita más a menudo.

El plan inicial era que Carlos los llevara a casa en el auto, pero
el Abuelo Navarro estaba preocupado por ellos, así que le
pidió a Eugenio que los llevara. Cuando Eugenio detuvo el
auto en La Gran Mansión, Olivia se dio cuenta de que Néstor
se había quedado dormido. Le dio una suave palmadita en la
mejilla y le dijo:

—Mi amor, ya llegamos.

Néstor no respondió.

Olivia frunció el ceño y gritó:

—Néstor, ¡despiértate!

Néstor tampoco respondió.

—Déjelo —le dijo Eugenio—. Yo lo cargo hasta la casa.

Eugenio se bajó del auto y abrió la puerta trasera. Se quitó la


chaqueta y se la puso por encima a Néstor. Luego, se inclinó y
lo sacó del auto. Néstor pesaba entre veinte y veinticinco
kilogramos, así que Olivia temía que Eugenio se hiciera daño.
Al mismo tiempo, tuvo que recordarse que no era la primera
vez que Eugenio iba a la casa y que esta vez no tenía nada
de diferente. Eugenio ya se había alejado, así que ella lo
siguió.

En cuanto Eugenio entró a la casa, llevó al niño hasta su


habitación y lo arropó en la cama. Su manera de cuidar de
Néstor conmovió a Olivia. Si tuviera un hijo, sería un muy buen
padre. Luego de salir de la habitación del pequeño, Eugenio
le dijo:

—De esto quería hablarle hoy, pero ellos me arruinaron el


momento.

—¿De qué?

—¿Puedo invertir en su estudio de modas?

Sorprendida, Olivia sonrió y respondió:

—Claro. ¿Cuánto le gustaría invertir, Director Navarro?

—Dígame cuánto necesita —le dijo él muy serio.

Olivia aprovechó la oportunidad para darle una cifra enorme:

—Supongo que, por lo menos, diez millones.

—Hecho —asintió Eugenio—. ¿Bastarán cincuenta millones?

A Olivia, su generosidad le pareció graciosa.

—Mi estudio es solo mi manera de canalizar mi pasión por el


diseño. ¿No le da miedo no recuperar nunca su dinero?

—No me preocupa —respondió él—. Usted puede decidir


cuántas acciones darme a cambio de mi inversión.

A decir verdad, no sabía cómo compensarle. Se sentía en


deuda con ella y también agradecido, no solo porque había
salvado a su abuelo, sino además por haber ayudado a Bruno.
Estaba dispuesto a darle incluso varios cientos de millones, si
ella los necesitaba. También recordaría el tiempo que el niño
había pasado con su abuelo y lo que había dicho esa noche.
Capítulo 38 Lo hizo porque quiso
Olivia sonrió y le dijo:

—¿Eso es todo?

—Ya que usted no quiere trabajar en mi empresa —respondió


Eugenio—, tengo que venir yo a usted. No voy a permitir que
su talento se desperdicie.

Olivia inclinó la cabeza y lo miró a los ojos con una sonrisa


traviesa.

—Usted nunca ha visto mis diseños. ¿Cómo puede estar seguro


de que tengo talento? Puede que solo sea una farsante.

Eugenio la miró sorprendido.

—¿Acaso olvidó que incluyó sus diseños en el currículo que me


envió?

Olivia también se sorprendió.

—Ese currículo lo envió Néstor. Ni siquiera sé qué diseños


incluyó.

—¿El niño envió el currículo por usted? —preguntó Eugenio


asombrado.

—Sí. Quería que fuera a trabajar a su empresa. Cuando


regresé, mi plan era tener mi propio estudio de modas, pero él
trató por todos los medios de que yo trabajara en su empresa.
¿Quién se habría imaginado…?

Olivia extendió las manos y se encogió de hombros. ¿Quién se


habría imaginado que, desde entonces, ocurrirían tantas
cosas? Eugenio le respondió en tono de disculpa:

—Siento mucho lo que sucedió en el pasado. Ahora que lo


pienso, lo que sucedió fue bastante dramático. Si no los
hubiera visto con mis propios ojos, no lo habría creído. También
estuve en el aeropuerto el día que usted llegó y vi que traía en
la mano el teléfono de un hombre. Al día siguiente, cuando
fue a las oficinas del Grupo Navarro para la entrevista, yo
había acabado de leer el artículo que criticaba sus acciones
hacia Bruno. Así se acentuó la imagen negativa que tenía yo
de usted.

Olivia soltó una risita.

—Vi cómo un hombre le robaba el teléfono a una mujer, así


que decidí recuperar el teléfono usando el mismo método. El
día de la entrevista, usé el teléfono de Bruno para hacer
llamadas, porque él se había desmayado.

Eugenio asintió.

—Lo sé. Discúlpeme por haberme hecho una mala imagen de


usted.

Magnánima, Olivia le dijo con una risita:

—No se preocupe más por eso. No me tomo las cosas a


pecho.

—Gracias por eso, Señorita Miranda —le dijo él con una


sonrisa—. Con respecto a mi inversión en su estudio de modas,
está decidido. Mañana, le transferiré el dinero.

Olivia no esperaba que fuera tan en serio.

—Señor Navarro, ¿de verdad?

—Por supuesto. —La expresión en el rostro de Olivia le provocó


una risita—. Me voy. Por favor, asegúrese de cerrar bien las
puertas.

—Claro —asintió ella.

Eugenio se fue y Olivia se quedó allí de pie. Todavía no se


creía que él fuera a invertir en su negocio. ¿Acaso creía de
verdad que ganaría dinero con esa inversión? Cerró la puerta
y se dio la vuelta. Se asustó al ver a su hijo frente a ella.
—¿No… no estás durmiendo todavía?

Con una amplia sonrisa, Néstor le dijo:

—Me encanta que el Señor Eugenio me cargue.

La expresión de Olivia se tornó muy seria.

—Néstor Miranda, te lo advierto: deja ya las jugarretas, por


favor. No quiero que sienta que nos estamos aprovechando
de él una y otra vez.

Néstor infló las mejillas y respondió:

—No va a sentir eso. Yo creo que le caemos bien. Y tú le


gustas. Te llevó a cenar y a mí incluso me cargó.

Olivia frunció el ceño.

—Eso es porque salvamos a su abuelo. Tenemos que saber


dónde están los límites. Si sigues así, va a pensar que tenemos
motivos ocultos.

—¿Y eso no es normal? —dijo Néstor—. El Señor Navarro está


soltero y tú también. Como ya los malentendidos se aclararon,
¿no sería bueno que ustedes dos comenzaran a salir?

Olivia lo miró fijo.

—¿De qué hablas? Sin ir más lejos, hoy una mujer casi me
ataca porque él quiso beber por mí.

Néstor arrugó los labios.

—¿Tú necesitabas que el Señor Eugenio bebiera por ti?

—No se lo pedí —respondió ella—. Lo hizo porque quiso.


Capítulo 39 El hijo ilegítimo
Néstor continuó:

—El Señor Eugenio es muy considerado.

Olivia decidió que Néstor nunca entendería lo que ella


intentaba decirle. En lugar de explicarle, lo tomó de la mano y
lo llevó a su habitación.

—Mira. Lo que intento decir es que no hay ninguna posibilidad


entre él y yo, así que no desperdicies tu energía, por favor. ¿Y
por qué llamaste «bisabuelo» a su abuelo?

Néstor respondió calmado:

—Lo hice por Nataniel. Si lo hubiera llamado «abuelo»,


significaría que soy tío de Nataniel.

Olivia se quedó sin palabras. «¿Quién le enseña esas cosas a


este niño?».

Al día siguiente, cuando Olivia se levantó, ya eran las siete de


la mañana. Aunque no le parecía que hubiera bebido mucho
la noche anterior, el alcohol había afectado su rutina, pues se
le había pasado la alarma de las seis. O quizás la había
escuchado, pero la había apagado sin querer. Sea como
fuera, se había levantado tarde. Así que corrió a despertar a
Néstor y le preparó el desayuno. Llevarlo a la escuela fue una
batalla.

Por fin, llegaron al colegio. Sin embargo, no vieron a ningún


maestro en la entrada; solo el portón abierto. Por suerte, otro
niño regordete también llegaba tarde. Corriendo hacia el
portón, el niño tropezó con Néstor, que se daba la vuelta para
despedirse de Olivia; pero Néstor no se hizo daño. Retrocedió
un paso y el otro niño cayó al suelo. Por mucho que lo intentó,
no logró levantarse. Dando un berrinche y agitando las
piernas, comenzó a gritar que le dolía el trasero y que ya no
quería ir a la escuela.
Olivia se dio la vuelta. Estaba a punto de ayudarlo a
levantarse, cuando una mujer rechoncha de mediana edad
llegó corriendo y empujó a Néstor.

—¿Por qué tropezaste con él?

Niño al fin, Néstor no puedo resistir la fuerza y cayó al suelo. El


rostro de Olivia se transformó por completo. Soltó al otro niño,
que todavía estaba en el suelo, y le dio un tirón a la mujer.

—¿Cómo se atreve a empujar a un niño?

La mujer levantó la vista con ferocidad y, cuando vio los ojos


furiosos de Olivia, se quedó aturdida un momento. Luego,
volvió en sí.

—¿Es usted?

Olivia respiró profundo. No esperaba encontrarse con la


madre de Hugo: ¡Florencia Ortega! «¿Este niño es… el hijo de
Hugo y Ana?». Olivia soltó a Florencia y se acercó a Néstor
para ayudarlo a levantarse.

—¿Estás bien, Néstor?

—Estoy bien —asintió el niño.

—Entra entonces —le dijo ella—. No llegues tarde.

No quería que su hijo supiera lo que había sucedido años


atrás. En ese momento, Florencia se acercó y agarró a Néstor.

—¿Adónde crees que vas? Tropezaste con mi nieto. ¿No


deberías pedirle disculpas antes de irte?

Olivia frunció el ceño y gruñó:

—¡Fue su nieto quien tropezó con mi hijo y se cayó! Y, además,


usted empujó a mi hijo sin saber lo que había sucedido.
¡Debería disculparse usted!

Florencia no cedió.
—¿De qué habla? Si mi nieto no tropezó con él, ¿por qué se
caería?

Olivia estaba aún furiosa.

—¿Por qué no le pregunta a su nieto qué fue lo que sucedió?


¡No debería echarle la culpa a mi hijo!

Florencia miró entonces a su nieto, quien yacía todavía en el


suelo, y agarró a Néstor por el brazo.

—No me importa. Su hijo tiene que disculparse con mi nieto. Si


no, no irán a ningún sitio.

Olivia, de alguna manera, había perdido los estribos. Pensaba


que, por ser Florencia de mayor de edad, no debía hacerle
mucho caso, pero la anciana no le dejó opción. Sin mediar
palabra, Olivia la agarró con fuerza del brazo. El intenso dolor
hizo que Florencia al fin soltara a Néstor y, alterada, la empujó
con su otra mano.

―¡Ay…! ¡Suéltame!

―¡Pida disculpas a mi hijo! ―exclamó con frialdad.

Florencia lo miró con desaprobación.

―¿Yo? Bromeas, ¿no? ¿Por qué debería disculparme ante el


hijo bast*rdo de un mendigo? Suéltame o llamo a la policía.
Capítulo 40 La nuera
Con una mirada amenazadora, Olivia le apretó aún más el
brazo.

―Dios los cría y ellos se juntan. ¡Su familia entera es una lacra!

―¡Ay! ¡Suéltame!

―Mejor te vas, Néstor ―dijo Olivia mirando a su hijo.

Él se mantuvo imperturbable y gritó:

―Mamá, ¡solo razonamos con las personas, no con los


animales!

―Está bien, pero mejor vete a la escuela ―respondió ella


riendo de sus palabras.

Néstor asintió antes de entrar a la escuela


despreocupadamente con las manos en los bolsillos. Florencia
lo miró furiosa y comentó con desprecio:

―Sin duda es el hijo de un mendigo, es un maleducado.

―¿Quién se cree que es? ―Olivia entrecerró los ojos y la lanzó


de un tirón por los aires.

Del todo desprevenida, Florencia impactó contra la reja de la


escuela, rebotó y casi cae al suelo. Estaba del todo aterrada;
aun así, quería provocarla.

―Olivia, eres irrespetuosa en verdad. ¿Cómo puedes tratar a


una anciana así? Por suerte, mi hijo no se casó contigo.

―Por fortuna, no me casé yo con él. Hubiera sido la peor de las


suertes contar con una pérfida suegra como usted. ¡Solo
alguien como Ana puede tratar con usted! ―respondió con
aire despectivo y se dispuso a marcharse.
―¿A dónde crees que vas? ¡Se lo diré a tu padre! ―gritó en
vano pues Olivia no pareció prestarle atención.

Entonces el guardia de seguridad salió de la escuela.

―¿Su hijo va a entrar entonces? ―preguntó.

―¿No vio que mi nieto se acaba de caer? ―le gritó Florencia


aún un tanto enojada.

―En ese caso, ayúdelo. No es nada grave. ¿Acaso el chico


que empujó no está bien? No es nada serio ―respondió el
guardia de seguridad sin poder creer lo que oía. Su respuesta
acalló a Florencia.

―Michel, déjame ver si estás bien.

―¡Me duele el trasero! ¡No quiero ir a la escuela hoy! ―gritó


descompuesto el muchacho.

―De acuerdo, de acuerdo. Vayamos a casa entonces ―dijo la


anciana tratando de consolarlo mientras le sacudía el polvo
de la ropa. Lo llevó de vuelta al auto ante la mirada atónita
del guardia de seguridad que sacudía la cabeza en señal de
desaprobación por la educación que recibía el pequeño.

Al regresar, Olivia llamó de inmediato a Katia y Nataniel para


que la visitaran y debatir un asunto importante.

―Abriré un estudio de moda de inmediato. Nos introduciremos


en el mercado de lujo.

―Me parece bien. Serás la fundadora. Como trabajo en el


mundo de las revistas de moda, nos complementamos a la
perfección. ―Katia la apoyó.

―Puedo ayudarte a encontrar el lugar adecuado para el


local. Como conozco Ciudad del Sol me será fácil ―añadió
Nataniel.

―De acuerdo entonces. Es oficial. Le ajustaré las cuentas a esa


familia ―dijo Olivia mirándolos y sonriendo.
Katia y Nataniel intercambiaron miradas.

―¿Qué pasó? ¿Te tropezaste con Ana otra vez?

―Con su suegra ―respondió con los labios fruncidos―. Empiezo


a creer que cada vez que Dios nos pone obstáculos en el
camino, no debemos quejarnos, pues estos pueden ser sus
instrumentos para la propia salvación de uno. ―Aquella
intervención, tan repentina como profunda, dejó a Nataniel y
Katia aún más confundidos.

―¿Pelearon? ―preguntó Katia.

―Llevaba al hijo de Ana a la escuela, el niño se lanzó a correr y


tropezó con Néstor, que no le pasó nada, pero él se cayó…
―Después de relatar lo sucedido aquella mañana, añadió―:
Por suerte no soy su nuera, porque me podría morir joven.
Los hijos
del jefe
Capítulo 41 Una cita para almorzar
Katia no se contuvo y dijo:

―Esa familia es del todo disfuncional.

―¿Por qué eres tan indulgente con ellos? Deberías darles una
lección que nunca olviden ―añadió Nataniel enojado.

―¿Saben que eso mismo me dijo Néstor? Dijo que solo debería
razonar con las personas, no con los animales.

―Ja, ja, ja… ―Los tres rompieron a reír y Katia agregó―: El niño
está en lo cierto. No deberías malgastar tus energías en tratar
de razonar con ella.

―Ese muchacho busca vengarse hasta de la más mínima


ofensa. Me preocupa un poco ese niño obeso ―dijo Nataniel
con una sonrisa burlona.

―En lo que respecta a ese niño, no creo que haya ido a clases
hoy. Lo vi partir con su abuela antes de irme ―dijo Olivia.

―Está bien que sea precavido ―opinó Nataniel.

―No hablemos más del asunto ―dijo Olivia―. Por favor,


ayúdenme con mi proyecto. Necesito que esté ubicado en un
lugar de primera categoría, no se preocupen por el dinero.
Mientras más cerca esté del estudio de Ana, mejor. Me muero
por ver cómo reaccionará cuando se entere.

―Está bien. Pondré manos a la obra ―asintió Nataniel.

Mientras conversaban, el teléfono de Olivia sonó. En la


pantalla figuraba un número desconocido. Un tanto
extrañada, procedió a responder:

―¿Hola?

Una voz masculina familiar respondió al saludo:

―¿Es la Señorita Miranda? Es Brian. ¿Tiene tiempo esta tarde?

A Olivia le tomó tiempo reaccionar.

―Oh, hola, Señor Macías. ¿Sucede algo?

―Parece que saldrá a almorzar, si mis oídos no me engañan.


¿Será aquel hombre vulgar de nuevo? ―preguntó Katia y le
dio un discreto codazo a Nataniel.

―Ve y entérate.

―No, ve tú. ―Katia lo empujó.

―¿Por qué yo?

―Es tu trabajo.

Mientras discutían sobre quién debía ir. Olivia regresaba de


hablar por teléfono.

―¿De qué están hablando?

Se miraron el uno al otro y, sin decir nada, luego miraron a


Olivia que empezó a sospechar. Esta frunció los labios y
preguntó:

―¿Por qué me miran así? ¿Quieren acompañarme?


―¿Quién te ha invitado a almorzar? ¿Es un hombre o una
mujer? ¿Te agrada esa persona? ―preguntó Katia mientras, a
propósito, ponía cara de pocos amigos.

―Vamos, Katia. No me mires como si te acabara de traicionar.


¡Cualquiera diría que somos pareja! ―dijo Olivia sorprendida.

―Todo el mundo lo sabe, no trates de ocultarlo. ―Katia juntó


los labios y le envió un beso con un gesto―. ¿Quién ha osado
mirar a mi mujer? ¿Te marchas ya? ¿Me amarás todavía
cuando vuelvas?

―No creo que tu lugar esté en la industria de las revistas de


modas. ¡Eres una actriz nata!

―No cambies el tema. Habla

―Era el hombre que salvé en la calle el otro día. Dijo que


quería invitarme a comer como muestra de su agradecimiento
―accedió Olivia enojada.

―¿El tipo del restaurante? ―preguntó Katia quien, al ver a su


amiga asentir, sucumbió del todo a la ansiedad por saber
más―. Ah, ¡es apuesto y te ha invitado a comer! ¿Quiere decir
eso que le gustas? ―No había terminado de hablar cuando
sintió un manotazo en la cabeza, seguido de la familiar voz de
su amigo que le regañaba―: ¿Nunca te han dicho que eres
una tonta? Que la haya invitado a comer no quiere decir que
le guste. Voy a tu casa a comer todos los días, ¿quiere eso
decir que tú me gustas?

―Nataniel, ¿no valoras en nada tu vida? ―Mientras se


abalanzaba sobre él, los ojos de Katia brillaban furiosos.
Capítulo 42 Estás aquí
En un abrir y cerrar de ojos, los dos estaban peleando.

―¡Por favor, sean cuidadosos con mi sofá! Si lo rompen, ¡haré


que se sienten en el suelo! ―les advirtió Olivia sacudiendo la
cabeza y fue a cambiarse.

Katia intentó someter a su oponente con cosquillas, pellizcos,


mordidas y patadas. Probó con todo. Sin embargo, Nataniel se
limitó a jugar su mejor carta: abrió las piernas y se sentó sobre
Katia, mientras sus grandes manos inmovilizaban las de ella y la
levantaban. Era la maniobra definitiva. Ella, sin más opción,
comenzó a gritar reacia a aceptar la derrota.

―Nataniel, ¡qué paliza te daré cuando me sueltes!

―En ese caso, no creo que te suelte pronto ―bufó y la asió más
fuerte, impidiéndole aún más la libertad de movimiento.

―¡Bast*rdo! ¡Suéltame o me las pagarás! ―gritó ella enfurecida,


pero Nataniel no cedía.

―Dime algo agradable y te soltaré.

―¡Qué paliza te daré luego! ―Katia perdió los estribos y


comenzó a golpearle con la cabeza. De manera inadvertida,
Nataniel trató de evitar sus cabezazos que bien podrían herir a
los dos y, al mismo tiempo, restó fuerza a su agarre poco a
poco. Ella se dio la vuelta y comenzó a perseguirlo.

―¡Párate si eres hombre!

―¡Deja de perseguirme si eres mujer!

La suma de la edad de ambos no sobrepasaba los cincuenta


años; no obstante, retozaban y se perseguían por todos lados
como niños.
Olivia, cambiándose de ropa en su cuarto, oía el ruido que
hacían con sus juegos. Enojada, salió de la habitación y agarró
a uno.

―Dejen de juguetear. Me voy a almorzar ahora. ¿Me


esperarán aquí o regresarán?

―¿Ya? ―preguntó Katia.

―Ya son las diez y media de la mañana ―respondió Olivia.

―Oh, de acuerdo. Regreso ya entonces. Por favor no olvides


mi amor por ti…

Sin saber qué decir, Nataniel le lanzó una mirada a Katia, la


empujó y empezó a cantar:

Te enviaré miles de millas lejos; por favor, no vuelvas jamás.

―¿Quieres que te de otra paliza? ―preguntó dándose la vuelta


con el rostro serio.

Nataniel no dijo más.

Después de salir de su residencia, Olivia se dirigió al restaurante


de comida occidental del que Brian había hablado. Eran algo
más de las once y media cuando llegó. El lugar hacía gala de
un ambiente agradable por su diseño interior. Una relajante
melodía de saxofón y el perfecto equilibrio en la intensidad de
la esencia de jazmín que se respiraba le otorgaban una paz
particular; además, el servicio era amable y la clientela,
tranquila. Los suspiros y risas ocasionales le añadían clase.

Al aproximarse el camarero, Olivia señaló la mesa al lado de la


ventana donde esperaba Brian. Con la cabeza inclinada,
miraba su teléfono. Llevaba una elegante camisa de vestir de
cuello blanco y pantalones de mezclilla negros. Lucía
espléndido. Al verlo, ella se emocionó. No pudo sino exclamar
para sus adentros: «¡Qué hombre tan apuesto!».
Quizás porque escuchó sus pasos, Brian inclinó la cabeza y
dirigió la mirada hacia ella. Al ver que en verdad era ella, de
inmediato se levantó.

―Llegaste.

―Siento llegar tarde ―se disculpó ella con una sonrisa.

―Está bien. Acabo de llegar también. ―Brian tomó una silla y


se la ofreció para que ella se sentara―. Por favor, toma
asiento.

―Gracias

Brian volvió a su asiento entonces y aceptó el menú de las


manos del mesero.

―Pide lo que quieras comer. El bistec a la francesa de este


lugar es exquisito.

―Seguro. Pediré eso entonces. ―La orden estuvo lista cuando


Olivia añadió algunas recomendaciones del camarero.

La presencia de Olivia deleitaba a Brian que preguntó:

―¿Por qué no ha traído a su hijo?


Capítulo 43 ¿Somos amigos ahora?
―Está en la escuela. ―Olivia se quitó su abrigo y lo dejó sobre
la silla.

―Oh, ¿le pasó algo aquel día? ―preguntó Brian.

―Nada grave. Pensé que estaba bien hasta que vi su rodilla


amoratada al llegar a casa; incluso sangraba un poco. No
tengo idea qué pudo haberle herido ―respondió Olivia y
respiró profundo.

―Esa mujer es su hermana menor, pero usted y ella tienen


madres diferentes, ¿cierto? ―preguntó él algo abatido.

―Sí ―respondió ella casi a regañadientes. Como no quería


seguir hablando del asunto, cambió, con toda intención, el
tema―. ¿Cómo está de salud?

―Estoy bien ―respondió más bien con indiferencia.

Entonces, Olivia se dio la vuelta y extrajo de su bolso de mano


una caja metálica y se la entregó.

―Es para usted

―¿Qué es? ―preguntó Brian un tanto sorprendido.

―Son caramelos. Debería llevarlos consigo así se lleva uno a la


boca cuando se sienta mal. Hay de diferentes sabores. Es una
de mis marcas favoritas. Me recuerdan mi infancia.

―Gracias. ―La grata sorpresa hizo que él dejara escapar una


sonrisa.

―Mantengámonos en contacto. Eso no es nada comparado


con la lujosa cena a la que me ha invitado.

―Supongo que mi vida todavía vale algo ¿no? ¿Cómo puede


una invitación a comer bastar como pago por haberme
salvado la vida? ―Brian sonrió con aires de agraciado
caballero.

―Las cosas no funcionan así. No importa cuán caro sea el


restaurante o cuantas veces me invite a comer en uno de
estos. Se trata de cómo estuvo dispuesto a ayudarme cuando
más lo necesitaba. Nunca olvidaré que me ayudó. Supongo
que estamos a la par.

―Parece como si estuviera rompiendo conmigo ―comentó


Brian sin poder evitar reírse.

―No quise decir eso ―dijo Olivia entre carcajadas―, más bien
que me gustaría que no fuéramos tan formales en nuestro
trato.

Mientras la miraba, Brian parecía algo tímido.

―Si no puedo encontrar alguna otra excusa, ¿cómo voy a


poderle invitar a comer la próxima vez?

La pregunta la tomó desprevenida. Sonrió y respondió:

―¿Por qué necesitaríamos una excusa para comer juntos?


Podemos hacerlo cuando queramos.

―¿De veras? Entonces, ¿somos amigos? ―Brian se sorprendió


un tanto al escucharla.

―Por supuesto. Vi el cartel de tu restaurante en las redes no


hace mucho. Me pareció tierno y generoso.

―No quiero clientes así ―dijo él con una sonrisa.

―¿No te traería problemas ser tan selectivo?

―¿Problemas? ―Brian parecía sorprendido―. Es mi restaurante,


así que es mi decisión.

―Disculpen. La comida está lista ―interrumpió el mesero.


Olivia despejó la mesa con rapidez. Brian, sosteniendo aún su
regalo, le preguntó:

―¿Has probado ya uno de estos?

―Sí. Hace tiempo.

―¿Te gustan los caramelos?

―No mucho ―respondió ella―. Probaba alguno cuando


estaba de mal humor. Algo dulce puede hacer a uno sentirse
mejor, deberías intentarlo, es muy práctico. Mis favoritos son los
verdes, saben a manzana.

Brian abrió la caja, sacó un caramelo verde y dijo:

―Me estás incitando a comerme uno.

―Mírate. Comamos primero. ―Olivia rio de buena gana.

―Lo guardaré para luego entonces. ―Él rio también.

Olivia asintió y una extraña sensación le recorrió el cuerpo.


Reparó inadvertidamente en una pareja no lejos de donde
ellos estaban. Él era en extremo corpulento y de rostro pétreo,
mientras ella era alta y parecía un tanto arrogante. En ese
momento, les miraban.

Olivia frunció el ceño. «¿No son esos Eugenio y la señora con el


doctorado en medicina? Su nombre era… Patricia».

―¡Qué coincidencia! ―los saludó Olivia con una sonrisa.

―Tienes razón. Patricia me pidió probar el asado de este lugar


y ahora me obliga a pagar por los dos ―dijo Eugenio alegre.

―Eugenio, ¿qué dices? Me lo habías prometido ―gruñó


Patricia coqueta con el ceño fruncido.

Eugenio permaneció en silencio.


Olivia con una sonrisa forzada dibujada en los labios no sabía
qué decir. Si fuera ella quien pagara por la cena,
probablemente los hubiera invitado a acompañarlos.
Capítulo 44 Es mi hermano mayor
Sin embargo, era Brian quien invitaba y ella no se atrevía a
decidir por él, por eso, lo miró. Todo marchaba a la perfección
hasta que Olivia se fijó en el rostro de Brian. Lo que vio la
inquietó: lucía diferente, alerta, como en los momentos previos
a una tormenta. Sus ojos miraban desafiantes a Eugenio
mientras permanecía en silencio con las comisuras de los
labios tensas.

Eugenio, por su parte, parecía indiferente a todo. Le dirigió la


mirada y le preguntó:

―¿Cómo está tu cuerpo?

―¿Y a ti qué te importa? ―La mirada de Brian se volvió


arrogante. Se convirtió en un hombre tan diferente al gentil y
apuesto Brian de hacía unos segundos.

Olivia quedó algo extrañada. Miró a Eugenio, luego a Brian de


nuevo. «¿Qué pudo haber pasado entre estos dos?».

Ante de intentar entender todo el contexto, Patricia se


aventuró a preguntar:

―¿Por qué reaccionas así, hermano? Eugenio se preocupa por


ti; así que, ¿cómo le vas a responder así?

―No me llames hermano. No tengo una hermana como tú ―le


espetó con frialdad tras una leve pausa.

―Aunque no quieras reconocerla como tu hermana, sigues


siendo parte de la Familia Navarro. Mamá ya falleció hace
mucho tiempo, así que es mejor dejar atrás el pasado
―intervino Eugenio, sin esperar a que Patricia hablara.

De pronto, Brian estaba alterado. Se levantó de un salto con


los ojos inyectados en sangre.

―Si así lo cree, adelante entonces. Sin embargo, yo no soy tan


olvidadizo como tú. Mi madre sufrió muchas humillaciones y no
olvidaré ni una de ellas. Si estás dispuesto a disfrutar de toda la
gloria y la riqueza lamiendo botas, pues adelante y sírvete;
pero, por favor, ¡no venga a asquearme con tu presencia y
piérdete de mi vista!

―¿Qué hay de grandeza en ti, Brian? ¿Quién está dispuesto a


cuidar de ti? ―bufó Patricia mientras arrastraba hacia la
puerta a Eugenio. Este, por su parte, no se amilanó. Con
mirada acusadora, lo encaró.

―Brian, el abuelo está enfermo. ¿Tienes tiempo para visitarlo?


―le preguntó.

―Es tu abuelo. ¡No te estropearé la oportunidad de adularlo! ―


dijo Brian con desprecio.

Con un gesto orgulloso, miró a Brian y a Olivia con rabia antes


de abandonar el lugar con Patricia.

Olivia se quedó atónita con la escena que acababa de


presenciar. ¿Qué había pasado? Con tacto, miró a Brian y vio
que estaba sentado en el suelo. Con el rostro desencajado,
todo su cuerpo destilaba una terrible hostilidad.

―¿Estás…? ¿Estás bien? ―quiso saber ella.

Él respiró profundo y permaneció callado. Abrió la caja de


caramelos que le regalo Olivia, extrajo un caramelo con
cubierta verde, lo abrió y se lo llevó a la b oca. Olivia no dijo
más y se quedó sentada al otro lado de la mesa.

Después de diez minutos o quizás más, cuando estaba a punto


de terminarse el caramelo logró decir:

―Es mi hermano mayor.

―¿Quién dices? ¿Eugenio? ¿Eres parte de la Familia Navarro


también? ―preguntó ella asombrada al escucharle.

―Hace diez años que no soy parte de la familia ―añadió.


―¿Por qué…? Está bien si no quieres hablar de ello. ―Olivia se
quedó estupefacta una vez más.

Con la mirada perdida, ante los ojos oscuros de Brian


parecieron desfilar los recuerdos de muchos años atrás.

―No hay nada de lo que no pueda hablar. Mi ruptura no les


avergonzó de todas maneras, así que puedo decir lo que
quiera. Las relaciones entre las familias pudientes son más
apáticas. Solo los intereses personales prevalecen. Hace ya
más de diez años, Eduardo deliberadamente le tendió una
trampa a mi madre haciéndola pasar por infiel para así poder
divorciarse de ella y casarse con la madre de Patricia, Lara
Ramírez. Sus maquinaciones dieron resultado y mi madre se vio
obligada a abandonar su hogar. Todavía no logro
comprender cómo se puede llegar a ser tan despiadado.

Olivia tampoco podía creer lo que escuchaba. Ese hombre


del que hablaba era más cruel que su propio padre.

―¿Los Ramírez eran ricos? ―preguntó.

―Sí. ―Brian respiró profundo y añadió―: Sí, lo son y mucho;


incluso más que el Grupo Navarro. Yo tenía doce años por
aquel entonces. Eugenio y yo sabíamos sobre la trampa; sin
embargo, no teníamos pruebas. Así que le propuse a Eugenio
que, para cuando el divorcio se materializase, eligiéramos
permanecer junto a nuestra madre para demostrarle nuestro
apoyo. No me esperaba que eligiera permanecer a la sombra
de Eduardo después del divorcio.
Capítulo 45 Los problemas que los
demás no saben
―Aquel fue el año más oscuro de mi vida. Seguí a mi madre
de regreso a la Familia Macías. Mi salud dejaba mucho que
desear y me desmayaba de cuando en vez. Además, al ser mi
madre expulsada de la Familia Ramírez, mi tío temía ofenderlos
a ellos y a los Navarro por lo que nos negó el regreso al seno
de la Familia Macías. Mi madre terminó alquilando una
habitación y, unos pocos meses más tarde, fallecía en un
accidente de tráfico. Desde entonces no he tenido más
familia en este mundo.

Con unas pocas palabras Brian resumió sus vivencias en ese


año fatídico. Aun así, Olivia pudo imaginar cuán
desamparado debió sentirse él durante aquellos días. Tenía
solo doce años cuando sufrió el divorcio de sus padres, la
traición de su hermano y la muerte de su madre. En un mismo
año perdió cuanta familia tenía. «¡Dios! ¿Cómo habrá podido
superarlo? No me extraña ahora que se haya puesto tan
agresivo al ver a Eugenio». Quizás estaba convencido de la
crueldad de su hermano: un hijo ingrato y traidor que
antepuso las riquezas a su propia familia, a pesar de la
injusticia cometida con su madre.

Sin pretenderlo, los ojos de Olivia se fijaron en él con dulzura.

―¿Dónde te estas quedando ahora? ―preguntó.

―Ahora me va bien. Más adelante, mi abuelo me acogió. Me


enfrasqué en unos negocios y me independicé ―respondió
con una leve sonrisa. Sus ojos parecían decirle que no
necesitaba de su compasión.

―¿Se ha investigado con minuciosidad el caso? ―preguntó


ella, que por un momento no supo qué decir.

―Ese hombre está muerto ―respondió él―. Es imposible


averiguar la verdad. Supongo que no me puedo desvincular
de Lara y Eduardo. Sin pruebas, solo puedo hacerles pagar
con mis propios métodos. Sin embargo, a la Familia Navarro le
fue bien bajo la supervisión de Eugenio. Ahora no soy lo
suficientemente fuerte como para competir con ellos.

―¿Alguna vez has llegado a pensar que las cosas quizás no


sean como parecen ser en la superficie? ¿Alguna vez te has
sentado a hablar con tu hermano con tranquilidad?
―preguntó después de tomarse un tiempo para analizar la
situación y respirar profundo.

―¿Sobre qué hablaría con él? ¿Familia? ¿Hermandad? ¿Qué


tiene él? ―dijo Brian y resopló con frialdad.

Olivia intentó decirle algo, pero no sabía cómo persuadirlo. A


ella le parecía que Eugenio no era la persona que su hermano
creía que era. ¿Podría Eugenio abandonar a su propia madre,
víctima de un engaño y destruir la relación con su hermano
solo por dinero? No obstante, ella solo sabía del caso por
oídas; ignoraba cuánto en de verdad había en la trama. En
resumidas cuentas, ella no conocía a Eugenio bien y solo
había coincidido con él un par de veces. ¡Como también
siempre imaginó a Brian cariñoso y delicado, pero en realidad
tenía profundas cicatrices!

Olivia permaneció con él en el restaurante por dos horas antes


de regresar. Tenía el presentimiento de que había secretos
indecibles y se sintió abrumada. Seguro todos tenemos
problemas de los que solo nosotros mismos sabemos. En
cuanto llegó al camino de entrada, sin siquiera bajarse del
auto, vio a un hombre caminar hacia ella con un gran ramo
de rosas en las manos. Las flores le impedían ver su rostro, por
lo que se apeó del auto con recelo. Tan pronto hubo cerrado
la puerta, las flores aparecieron ante ella. No aceptó las flores,
sino que insistió en ver el rostro tras las rosas. Su porte no se
correspondía con el de Nataniel. ¿Quién podría ser entonces?
¿Se habrá equivocado de dirección?

Sin embargo, esa persona no esperó a que Olivia aceptara las


flores y reveló su rostro tras las rosas. Con una sonrisa la saludó:
―Señorita Miranda.

―¿Roberto? ―Un leve temblor recorrió los labios de Olivia.

―Sí, Señorita Miranda ―asintió él―. Siento mucho lo de ayer.


Estoy acostumbrado a bromear con ellos; no era mi intención
hacerle daño de forma alguna. ―Puso el ramo en sus manos y
añadió―: Por favor, acepte estas rosas y olvide el incidente.

Olivia solo atinó a hacer una mueca extraña. Era la primera


vez que le regalaban rosas para pedir disculpas.
Capítulo 46 Me gustas mucho
―No te preocupes. No hablemos de ello, ya que es algo del
pasado. Como no me lo tomé a pecho, puedes quedarte con
las flores ―dijo Olivia mientras pasaba a su lado con intención
de marcharse.

De repente, Roberto dio un paso adelante y la detuvo


mientras sonreía.

―Señorita Miranda, estoy muy interesado en usted. Es usted


hermosa y afable. ¿Podría cortejarla?

Olivia comenzó a sudar profusamente. Sabía que era extraño


que alguien pidiera perdón con un ramo de rosas. Resultó que
él no estaba allí para disculparse.

―Lo siento. No tengo ninguna intención de entablar una


relación ahora mismo.

Olivia intentó marcharse de nuevo y, una vez más, Roberto le


bloqueó el paso y se apresuró a añadir:

―Aunque mi familia no puede compararse con la de Eugenio,


la trataré bien a usted y a su hijo. Trataré a su hijo como si fuera
mío. Si bien las condiciones de Eugenio son mejores que las
mías, la Familia Navarro nunca le permitiría casarse con
alguien que ya tiene un hijo. Sin embargo, en mi familia no
tendrá esos problemas. Mientras se case conmigo...

―No tiene que decir más ―le interrumpió ella sin querer oír más
del asunto―. ¿No entiende lo que acabo de decirle? He dicho
que no quiero tener una relación. ¿Qué le hace pensar que
me casaré con una persona solo porque ha dicho que se
casará conmigo? No sea impertinente.

Roberto quiso detenerla de nuevo. Sin embargo, el rostro de


Olivia se ensombreció enseguida.

―¡Váyase! ―gritó.
―Señorita Miranda, usted me gusta mucho ―añadió él―.
Nunca cejaré en mi empeño por tenerla.

No obstante, Olivia le ignoró y se dirigió hacia su residencia.


«¡Qué psicópata!». Justo al entrar, sonó el móvil en el bolsillo.
En cuanto lo respondió, se oyó la voz de un hombre.

―Olivia, ¿ha vuelto al país?

―Sí ―respondió ella sonriente―. ¿Cómo te va, Marcos?

―¿No deberías saberlo al ser usted la jefa? ―dijo quejándose.

―Marcos, tú también eres uno de los accionistas de la


empresa. También dispones de autonomía, ¿sabes?
―respondió ella sin poder evitar reírse.

―Siempre me consuelo pensando en ello cuando no quiero


trabajar ―dijo él―. Hace poco apareció un nuevo guion. Soy
bastante optimista al respecto. Échele un vistazo cuando
tenga tiempo.

―Estoy un poco ocupada por estos días. Si crees que está


bien, entonces lo está. No estoy en el país tan a menudo, así
que no soy tan sensible al mercado local como tú.

―Solo admita que es perezosa.

―Ja, ja... ¿Me has descubierto así de fácil? ―Olivia se reía


mientras se cambiaba de zapatos―. En serio, estoy bastante
ocupada estos días.

―¿En qué anda? ―preguntó Marcos.

―Quiero abrir un estudio de moda ―respondió ella.

―¿Por qué haría algo así? ¿Para qué cansarse si no le falta


dinero? ―preguntó él y su voz aparentaba sorpresa.

Olivia esbozó una ligera sonrisa.


―¿Cómo que no me falta dinero? ¿Quién se quejaría de tener
demasiado dinero?

―De acuerdo ―asintió Marcos ―. De todas maneras, le enviaré


una copia del guion. Échele un vistazo si tiene tiempo. Es una
novela de fantasía; se llama El Zorro de las Nueve Colas VII.
Creo que no está mal.

―De acuerdo ― asintió Olivia con una leve sonrisa.

Habló con él un rato más antes de colgar.

Esa mañana, Ana recibió una llamada de la profesora de su


hijo, para informarle que éste había faltado a la escuela. Si
Benjamín no hubiera estado ayudándola a arreglar la
computadora, ella habría ido a la escuela. Al final, acompañó
a Benjamín mientras arreglaba la computadora durante toda
la mañana. Sin embargo, los diseños borrados no aparecieron.
Después de dedicar buena parte del día a eso, Ana no se
atrevió a demorarse al salir del trabajo y fue directamente a la
antigua residencia de la Familia Gómez.

Nada más entrar en el comedor, Ana se quedó sin palabras al


ver a Michel engullir cerdo estofado bocado tras bocado. Ana
no quería dejar a su hijo allí porque sabía que la pareja de
ancianos lo malcriaría. Se le permitía al niño hacer lo que
quería. Solo al dejarle estar allí unos días, Ana tendría que
dedicar mucho tiempo a corregir sus malos hábitos.

Al entrar, Ana colocó su bolso sobre un mueble y preguntó


furiosa:

―Mamá, ¿por qué no dejaste que Michel fuera a la escuela


hoy?

―¿Quién ha dicho que no hemos ido? ―Florencia la miró―.


Llegamos a la entrada del colegio antes de encontrarnos con
Olivia y su hijo. Su niño tiró a nuestro Michel al suelo. Herido
como estaba, se puso a llorar y gritar que no quería ir a la
escuela. Por eso lo traje a casa.
Al escuchar eso, Ana frunció el ceño y preguntó:

―¿Olivia Miranda?
Capítulo 47 Propósito cumplido
Durante los últimos días, Ana no paraba de oír el nombre de
Olivia. «¿Siempre fue Ciudad del Sol tan pequeña? ¿Cómo es
posible que nos encontremos con ella en la escuela
primaria?».

―Exacto ―asintió la anciana―. Debiste ver su actitud. ¡Fue en


extremo arrogante! ¡Incluso me echó! Además, aún me sigue
doliendo el brazo. ―Florencia se frotó el brazo, curvando los
labios con todas sus fuerzas.

Cuando Ana escuchó eso, se quedó atónita por un momento.


A continuación, los engranajes de su mente giraron con
rapidez; fingió acercarse a Florencia con preocupación.

―¿Se atrevió a pegarte? ¿Dónde te has hecho daño?


―Mientras hablaba, se puso en cuclillas frente a ella―. Déjame
ver, ¿es grave?

Florencia sonrió enseguida y le agarró la mano.

―Estoy bien. Lo tenía un poco hinchado esta mañana, pero


me he frotado con un aceite medicinal. No te preocupes; ya
está bien.

―Mamá, la próxima vez no te enfrentes a ella directamente.


Deja que diga lo que quiera. Ya no eres joven; tu salud es más
importante ―dijo Ana y tomó asiento en otra silla.

―Me alegro mucho de que Hugo se haya casado contigo. Si


se hubiera casado con esa hermana tuya, me habría restado
años de vida. Hoy me ha puesto contra las cuerdas. No solo se
ha negado a disculparse, sino que, además, me ha pegado.
¡Quien se case con esa mujer nunca encontrará la paz! No se
parece en nada a ti, tan amable y considerada ―la halagó
Florencia con una expresión de satisfacción en su rostro.

Habiendo logrado su propósito, Ana fingió suspirar con


impotencia.
―Olivia volvió hace unos días ―le dijo―. En cuanto volvió, nos
enzarzamos en una desagradable disputa. Justo el día
anterior, ella había intentado sembrar la discordia entre Hugo
y yo. No sé qué le dijo, aunque él me abofeteó nada más
volver. Incluso dijo que, si no hubiera sido por mí, él no habría
roto con ella. Ahora mismo, se niega a dormir en la misma
habitación que yo. Ni siquiera sé cuánto tiempo más podré
seguir siendo su nuera. A este paso, puede que no tarde
mucho en tener una nueva.

―¿Qué dices? ¿Es eso cierto? ¿Hugo quiere casarse con


Olivia? ―Florencia abrió los ojos de par en par al escuchar
aquello.

―No lo sé. Sin embargo, creo que si él sigue embelesado con


Olivia y eso podría ocurrir muy pronto. No llegó a ver la mirada
que me echó Hugo. ¡Parecía que quería matarme! Quizás
todos los hombres son así: dejan de apreciar algo una vez que
lo han obtenido. Ahora piensa que Olivia es tan buena y
maravillosa, tanto que incluso empezó a dudar de la
paternidad de Michel. Me dijo que no estaba seguro de que el
niño fuera suyo. Mamá, ¿no crees que está actuando como
un poseso? ―Ana parecía muy triste y sus ojos se llenaron de
lágrimas.

―¡Debe de estar alucinando! ―Florencia maldijo furiosa―. ¡Si


quiere casarse con mi hijo, seguirá necesitando de mi
aprobación! ¿Una mujer de moral cuestionable como ella
tratando de entrar en la Familia Gómez? ¡Ni en sueños! Ana,
no te preocupes. Eres la única nuera que quiero. Nadie los
separará jamás.

Ana sonrió ligeramente y dijo en tono conciliador:

―De acuerdo. Gracias, mamá. He hecho que te preocupes de


nuevo por nosotros. Es que no puedo evitar sentir que ella
siempre está al acecho en todas partes. Incluso ahora, su hijo
va al mismo colegio que Michel. Además, he visto que su hijo
parece bastante avispado; así que me preocupa que abuse
de Michel.
―¿Cómo se atreve? ―Florencia resopló―. Dentro de unos días,
haré que alguien le dé una lección que no olvidará nunca a
ese pequeño bast*do.

Sus palabras hicieron que Ana alzara las cejas con disimulo y
una leve sonrisa en los labios.

El tiempo pasó de prisa. Olivia había encontrado un lugar para


su estudio y lo estaba renovando. Había estado supervisando
todo el proceso. Un día recibió una llamada del equipo del
programa a cargo del Gran Concurso de Moda a la Moda. Le
pedían que participara al día siguiente como jurado en el
desfile final de la colección prêt-à-porter. Esta vez, la escala
del concurso era enorme. Muchas empresas lo habían
patrocinado. Además, estaba muy bien publicitado y gozaba
de gran prestigio. De entre miles de diseños, solo se
seleccionaban los diez más populares y prometedores.

Después, el equipo de diseñadores debía confeccionar


prendas a partir de sus diseños las cuales serían presentadas
en la pasarela por modelos o por ellos mismos. A continuación,
los jueces y el público emitirían sus votos. Los mejores
candidatos no solo obtendrían el dinero del premio; sino
también, la promoción y la publicidad en las redes, la
televisión y los medios de prensa.

Por desgracia, su estudio aún no estaba listo. Si no, habría


aprovechado la oportunidad para explotar la popularidad del
concurso y promocionar su proyecto. «¡Habría sido más eficaz
que cualquier anuncio que pudiera poner!».
Capítulo 48 El Gran Concurso de Moda
Al día siguiente, Olivia envió a su hijo a la escuela. Luego, se
dirigió a donde estaba el equipo del programa. Bajo la guía
de uno de los miembros del personal, llegó a una sala entre
bastidores. En esta, solo Barba Negra, un hombre con una
barba muy poblada, estaba ocupado trabajando detrás de
un escritorio. Cuando la vio, se levantó de inmediato para
saludarla con una sonrisa:

―¡Olivia! Te prometo que esta vez no quedarás


decepcionada. Esta vez, el nivel general de los participantes
es relativamente alto. Así que estoy seguro de que algunas de
las obras te llamarán la atención.

―No importa. Esta va a ser la última vez ―dijo Olivia arqueando


las cejas.

―No digas eso. No es la primera vez que nos encontramos. ¡He


sido testigo de tu ascenso al éxito! ― dijo Barba Grande riendo.

Años atrás, cuando él todavía era un reportero y ella una


diseñadora, la acosaba día y noche filmándola todo el
tiempo. Por lo tanto, había sido testigo de su ascenso hacia el
éxito a cada paso en el camino. Si no fuera por su petición,
nunca habría aceptado ser jurado.

―Sí, sí. Eso solo es suficiente para conseguir este favor una vez
―le dijo con frialdad.

―Si hay ganancias esta vez, ¿no lo considerarás la próxima


vez?

―No.

―Olivia, ¿sabes lo larga que es tu sombra? ―Barba Negra la


miró con emoción―. Esta vez, el Gran Concurso de Modas
logró obtener más de veinte patrocinadores, incluido el Grupo
Navarro, que tiene infausta fama por no participar nunca ni
patrocinar eventos. Además, ¡hubo miles de propuestas! Entre
ellas había propuestas de varios diseñadores famosos. Y solo se
unieron gracias a ti.

―¿Incluso el Grupo Navarro? ―Olivia se sorprendió.

―Sí. ¿También has oído hablar de ellos? Es una de las mayores


empresas de Criecia. En el pasado, solían menospreciar los
programas pequeños como el nuestro. Incluso ahora, la única
razón por la que patrocinaron nuestro evento es por el poder
de tu fama como Ángela.

Frunciendo los labios, Olivia se sintió muy complacida en


secreto. «No puedo creer que Eugenio haya patrocinado el
evento por mí. ¿Qué pasará cuando se entere de que soy
Ángela? ¿Se arrepentirá?». De repente, se encontró deseando
ver su reacción al enterarse de que ella era Ángela.

―¿Asistirán los patrocinadores? ―preguntó ella.

―Todos ellos fueron invitados. Por lo general no se lo pierden.


―Al ver que ella estaba de buen humor, Barba Negra continuó
intentando persuadirla―. ¿Qué te parece? ¿No considerarías
hacerlo de nuevo? La próxima vez, puedes poner tus propias
condiciones.

―De ninguna manera. ¡Sabes que odio la publicidad!


―Mientras se negaba, señaló detrás de sí―. Voy a echar un
vistazo.

El desfile de moda estaba programado para comenzar a las


diez de la mañana. Aun así, todos los participantes ya estaban
reunidos allí; estaban ocupados en los últimos preparativos a
pesar de no ser aún las nueve.

Había, en total, diez colecciones. Sin embargo, cada una


requería un equipo de al menos cinco o seis personas, que
incluía al diseñador, al patronista y a las modelos. Cada
diseñador tenía que presentar cuatro conjuntos. Por lo tanto,
necesitaban al menos cinco personas en su equipo, incluso si
el propio diseñador modelaba vistiendo sus propias obras
sobre la pasarela.

Mientras tanto, el presentador también revisaba el desarrollo


del programa. A pesar de los esfuerzos del personal del
programa por mantener el orden, la actividad tras bambalinas
era tan animada y bulliciosa como un día de mercado.

Olivia le echó un vistazo disimuladamente a la sala principal.


Ya habían entrado bastantes espectadores, pero los asientos
de los patrocinadores permanecían vacíos. «Bueno, es pronto
todavía. Con seguridad, no llegarán tan temprano». Por lo
tanto, regresó por donde había venido y se fue a descansar a
la sala preparada por el equipo del programa. Justo cuando
estaba a punto de tomar asiento, Ana entró con una
expresión de incredulidad dibujada en el rostro.

―¡Eres tú de verdad! ¿Qué haces por aquí? ¿También te has


apuntado al gran concurso?

―No es de tu incumbencia. Vete ―dijo Olivia que, al ver que


era Ana, levantó las cejas y la fulminó con la mirada.

Sin embargo, Ana no se fue. En su lugar, miró la habitación


como estudiándola y preguntó:

―¿Dónde está tu equipo? No me digas que solo estás tú.


Capítulo 49 El que golpea primero,
gana
Olivia la miró serena. «No puedo creer que ella también haya
participado en este concurso de moda. Esto va a ser
interesante. Supongo que todavía no sabe que soy parte del
jurado. De verdad, de todos los caminos que podría haber
escogido, tenía que elegir este... supongo que tendrá su justa
recompensa».

―¿Por qué sonríes? ―Ana sintió miedo al ver la sonrisa


socarrona en el rostro de Olivia. Después de todo, ella sabía en
su corazón que todos sus diseños eran copias de los de Olivia.
«Bueno, ella no tiene ninguna prueba. Así que no puede
hacerme nada. Aun así, encontrarla aquí... Si armara un
escándalo, afectaría mi reputación. De ser así, ¿por qué no la
atacó yo a ella primero?». Así pues, miró la habitación con
indiferencia mientras jugueteaba con su teléfono para luego
volver a guardárselo en el bolsillo.

Olivia la miró y dijo indiferente:

―Me río de lo infantil que eres. ¿Acaso necesito un equipo


para vencerte? Puedo encargarme de ti sola.

―¿Por qué no puedes dejarme en paz? ¿No podemos vivir en


paz? ―dijo Ana con voz lastimera.

A pesar de estar sentada en una silla, Olivia desprendió una


inexplicable aura de rey gobernando entre sus súbditos
cuando le dijo con frialdad:

―Eso no es posible. Nunca podré vivir a tu lado en paz. ¿Por fin


conoces el miedo ahora? Es una pena que sea demasiado
tarde para eso. Te haré pagar por todo lo que me hiciste, ya
sea ahora o en el pasado.

―Olivia, te lo ruego. He invertido mucho tiempo y esfuerzo en


el diseño para este concurso. ¿Podemos pactar una tregua
solo por hoy? Cuando el gran concurso termine, podrás hacer
lo que quieras. ―Ana bajó la voz para aparentar que estaba
suplicando.

―Ana, ¿puedes actuar como una persona normal? ―Olivia


entrecerró los ojos mientras levantaba la mirada hacia Ana.
Sentía que algo andaba mal.

Entonces, Ana empezó a llorar.

―Olivia, ¡te lo ruego! ¡Si me dejas terminar la competición, te


prometo que haré lo que me digas después! No importa lo
que quieras que haga, yo lo haré.

Olivia sintió un escalofrío en su corazón. Levantándose con


brusquedad, miró a Ana como si hubiera visto un fantasma.
«Ana está actuando de forma muy extraña. Debe ser uno de
sus trucos otra vez».

―¡No digas tonterías! No tenemos nada que ver la una con la


otra ―dijo y se dio la vuelta para irse. Sin embargo, sintió que
alguien la abrazaba por detrás antes de que pudiera dar un
solo paso. Mientras trataba por desprenderse como es normal,
escuchó el claro sonido de una bofetada, seguido del grito
demoledor de Ana.

¡Ay!

Enseguida se oyó el ruido de productos cosméticos cayendo


al suelo estrepitosamente. Olivia permaneció impasible junto a
la puerta, mirándola a ella dentro de la habitación. Con
medio rostro hinchado y enrojecido Ana actuaba como si
hubiera sido poseída por el espíritu de un actor en el papel de
un personaje sufrido, agraviado y trágico.

―Ana, ¿cuántas veces vas a recurrir a ese truco? ― dijo Olivia


con frialdad. La miraba y no sentía más que asco.

―Olivia, ¡por favor, permíteme terminar la competición! Una


vez que regrese, aceptaré tu castigo, ¿de acuerdo?
―Continuó con sus lamentos a pesar de todo.
Algunos de los participantes se acercaron al oír el alboroto. Sin
embargo, ninguno de ellos sabía quién era Olivia. Al ver lo mal
que había sido golpeada Ana, supusieron enseguida que la
otra la había agredido, por lo que la acusaron.

―¿Qué está pasando?

―¡Eso! ¿Quién eres? ¿Por qué la has golpeado? ¿Eres parte del
personal que trabaja con el equipo del programa?

―¿Cómo puede un miembro del personal actuar con tanta


arrogancia? ¿Debemos llamar a seguridad?

Olivia se sentía en extremo agotada con tantas emociones a


flor de piel. Miraba a la multitud con rostro desafiante.

―¿Me han visto acaso golpearla? El que cae debe ser la


víctima, mientras que quien queda en pie debe ser el agresor.
¿Es eso lo que piensan? ¿Por qué me acusan sin pruebas
cuando ni siquiera han presenciado nada?

Al escuchar sus palabras, la multitud calló enseguida. Olivia


miró entonces con indiferencia a Ana, que permanecía en el
suelo. Luego, se dio la vuelta y salió de la habitación. «Ojos
que no ven, corazón que no siente».

Una chica que tenía una buena relación con Ana se apresuró
a ayudarla a levantarse.

―Ana, ¿estás bien?

Incorporándose con su ayuda, Ana sonrió con amargura.

―Por favor, no te sientas mal por mí. Es mi hermana. Creo que


ella también participa en el concurso. Perdió los estribos y
pensó que yo intentaba competir con ella porque también me
había apuntado al concurso. Por eso me pegó.
Capítulo 50 No es una concursante
―¿Cómo puede tu hermana actuar así? ―preguntó la amiga
de Ana enfadada―. Si las dos participan en el concurso, ¡el
mérito debería depender de la habilidad individual de cada
una! Depende de la habilidad de cada una el recibir los
elogios del jurado. Aunque ella te impida participar, ¿puede
detener a los demás?

―Es que no quiere dejarme competir ―dijo Ana en un suspiro―.


Desde que éramos jóvenes, siempre ha querido todo lo que yo
tenía y me he acostumbrado a dejar que se salga con la suya.
Aun así, ¡esta era una oportunidad tan rara de probarme a mí
misma de lo que soy capaz! Aunque me temo que mis sueños
se van a ver truncados de nuevo.

―¿De qué tienes miedo? ¿Qué puede hacerte delante de


tantas personas? Tienes que levantarte rápido y prepararte. Yo
soy la primera en salir y tú eres la última. ¿Qué pasa con ella?
¿Qué número es ella?

―No lo sé ―respondió Ana bajando la cabeza con rostro


apenado―. Ni siquiera sabía que competía. Si lo hubiera
sabido, no me habría apuntado.

―¿Por qué no te apuntarías? ―preguntó su amiga entonces―.


No puedes seguir dejándote mangonear así. Si se niega a que
participes en el concurso, es una razón más para obtener el
primer puesto en el concurso y restregárselo en las narices.

―Date prisa y termina tus preparativos. Estoy bien ―asintió Ana.

Su amiga estuvo de acuerdo y se marchó. Al mismo tiempo, la


multitud que las rodeaba se dispersó poco a poco. Una sonrisa
fría apareció entonces en los labios de Ana. «Olivia, si
mantienes la boca cerrada, las cosas terminarán aquí de
forma pacífica. Si no... ¡Me pregunto cómo vas a explicar lo
que acaba de suceder!».
Minutos antes de las nueve, algunos de los patrocinadores
comenzaron a llegar al recinto. El puesto de Olivia entre el
jurado y los asientos de los patrocinadores se encontraban en
lados opuestos de la sala. Sin embargo, no podía ver a
Eugenio. «Supongo que no vendrá; después de todo, es un
hombre ocupado». En realidad, había pasado mucho tiempo
desde la última vez que se vieron. «Es un poco extraño. Parece
como si estuviéramos tratando de evitarnos a propósito. No
me he atrevido a acercarme a él por miedo a ser
incomprendida. Del mismo modo, él tampoco ha intentado
acercarse a mí. Aun así, espero que venga hoy. Quiero ver
cuál sería su reacción cuando se entere de que soy Ángela».

Justo cuando más sumida estaba en sus pensamientos, una


figura alta y delgada apareció en la entrada: era el hombre
en el que estaba pensando. Iba vestido con un traje negro,
que resaltaba su cuerpo fuerte y en forma; su semblante
adusto le hacía parecer frío y distante. Un aura fuerte y
poderosa desbordaba de él y acaparaba la atención de los
que le rodeaban. Carlos le seguía de cerca, junto con otros
miembros del personal que le condujeron al asiento VIP. Todos
los demás patrocinadores se levantaron de inmediato para
saludarle, mientras él respondía asintiendo con la cabeza. De
repente, Olivia sintió que se le levantaba el ánimo. Se levantó,
caminó hacia Eugenio y le saludó:

―Señor Navarro.

―¿Por qué estás aquí? ¿También participas en el concurso?


―Un destello de sorpresa cruzó el rostro de Eugenio, seguido
de un inesperado estallido de euforia.

―Sí. No esperaba verlo aquí ―respondió vagamente con una


sonrisa traviesa reflejada en los ojos y los labios fruncidos.

―El Grupo Navarro patrocina este evento ―dijo asintiendo,


pues eso era lo que quería decir también.

Como respuesta, ella sonrió y también asintió.


―Bien. Por favor, tome asiento; volveré.

―De acuerdo, nos pondremos al día más tarde ―accedió él.

Sin embargo, la siguió con la mirada. De un tiempo acá, había


estado sufriendo mucho. La escena de ella sentada a la mesa
frente a Brian en un restaurante se repetía en su mente: Brian
sostenía una caja de caramelos en las manos y ella sonreía
feliz. Cada vez que pensaba en ello, se sentía desanimado.
«Parece que Brian está enamorado de ella. Como su
hermano, debería mantenerme apartado de ella». Por esa
razón, se había mantenido muy ocupado, tanto como para
no tener tiempo de encontrársela, ni de pensar en ella.
«Aunque...». En ese momento, comprendió con claridad que
había deseado encontrársela desesperadamente. La alegría
en su corazón no era algo que pudiera reprimir por mucho que
lo intentara. No fue hasta que Eugenio vio a Olivia sentada
entre el jurado que se sintió un tanto sorprendido. «¿Será que
no es una diseñadora que participa en el concurso, sino parte
del jurado?».
Capítulo 51 Más que capacitada para
ser miembro del jurado
Estaba fuera de las expectativas de Eugenio. Sin embargo, le
pareció que también tenía sentido: con sus habilidades,
estaba más que capacitada para ser miembro del jurado.
Había un total de cinco jueces, y Olivia se sentó justo en el
medio. Después de sentarse, le sonrió alegre al notar que él
seguía observándola. Como respuesta, las comisuras de sus
labios también se levantaron sin él advertirlo. Carlos casi lloró
de alegría al ver la sonrisa del presidente. «Hice bien en pedirle
que viniera a ver la final del concurso». Por aquellos días,
Eugenio rara vez sonreía. De vez en cuando, incluso se distraía
y perdía la concentración durante el trabajo. En ese
momento, el presentador en el escenario comenzó su discurso
de apertura.

―Buenos días, señoras y señores, distinguidos líderes y


estimados invitados. ¡Gracias a todos por tomarse el tiempo de
asistir al Concurso! Soy su anfitrión hoy, Severino Blanco. ―En
cuanto hubo terminado, se oyeron los aplausos. Sonrió y
continuó―: Este concurso ha durado tres meses, desde el día
en que empezamos a aceptar inscripciones hasta el día de las
semifinales. Entre los miles de trabajos que recibimos, ¡solo se
seleccionaron los diez más populares y atractivos! Hoy, esos
diseños se han transformado en los conjuntos prȇt-á-porter que
verán. ¡Vamos a mostrar todos y cada uno de ellos!

»Ahora, permítanme explicarles las reglas de puntuación: los


jueces disponen de un total de ocho puntos, incluyendo tres
puntos por la originalidad y creatividad del diseño, tres puntos
por la presentación y la estética, y otros dos puntos por la
atención al detalle y el oficio. Por último, pero no menos
importante, tenemos los dos puntos por la popularidad, que
decidirá nuestro público. Miren el dispositivo de votación que
tienen en sus manos; ¡puedes votar por cualquiera de tus
diseños favoritos! Sin más, ¡anuncio de manera oficial el inicio
del Gran Concurso de Moda a la Moda 2019! ¡Demos la
bienvenida a la primera de nuestras diseñadoras en el
escenario! ¡Demos la bienvenida a Dalia Roca!

Después de que el presentador bajara del escenario, las luces


circundantes se atenuaron de pronto. Quedaron encendidas
solo las luces del escenario en forma de U. Entonces, cuatro
chicas salieron, una tras otra, mientras una música relajante de
fondo se escuchaba. No caminaron tan rápido como de
costumbre sobre la pasarela, sino que se tomaron su tiempo,
casi como si tuvieran que pensar antes de dar el siguiente
paso.

Los vestidos de Dalia Roca eran atrevidos y brillantes. Sus


cuatro diseños hacían uso de cuatro colores y mostraban una
óptima sensación de profundidad. Olivia estudió los modelos
sobre el escenario sin pestañear y se sintió algo satisfecha.
Aunque el diseño presentaba algunos fallos que interrumpían
la fluidez de los conjuntos, la creatividad, en general, era
buena.

La presentación de los cuatro vestidos duró unos diez minutos.


Después, el presentador invitó a Dalia a subir al escenario. Una
vez allí, siguió la rutina de saludar al jurado, expresar su gratitud
y presentarse. Durante toda esa perorata, ni siquiera se atrevió
a levantar la cabeza para mirar a los jueces; no hasta que oyó
la voz de Olivia decir:

―Háblame del concepto de tus cuatro diseños.

Entonces, levantó la cabeza confundida. Cuando vio a Olivia,


se quedó tan sorprendida que no pudo moverse de su sitio.
«¿No es la hermana de Ana? ¿No está participando en el
concurso? ¿Por qué está entre el jurado?».

Al verla así, aturdida, el presentador le recordó con


amabilidad:

―Señorita Roca, por favor, háblenos sobre el concepto detrás


de sus diseños.
En ese momento, Dalia entró en pánico y comenzó a explicar:

―Soy del norte. Todosí, las cuatro estaciones son muy distintas y
eso me sirvió de inspiración para mis diseños. Utilicé el verde
claro para representar la primavera, con la esperanza de
hacer que las personas redujeran su agitado ritmo de vida, se
liberaran de la presión de tanta competitividad y prestaran
más atención a la esencia de la vida...

―Muy bien, eso es bueno. ―Olivia asintió mientras escuchaba


su explicación―. Tus ideas y conceptos son buenos. Sin
embargo, tus diseños son un poco bastos. Hay margen de
mejora en ellos.

―Gracias ―dijo Dalia con una reverencia.

―Jueces, ¡por favor, evalúenla! ―pidió a continuación el


presentador.

Dalia apretó los puños nerviosa, lamentando en silencio sus


acciones precipitadas de hace un momento. «Muchas
personas se acercaron durante la conmoción, pero yo fui la
que más parloteó. ¿Me dará la puntuación más baja por
despecho?». Así, esperó con ansiedad y una expresión de
amargura.

Olivia le dio una puntuación de 7,5 mientras que los otros


cuatro jueces le dieron una puntuación de entre 7 y 7,5. Con
esos números, más los resultados de la votación de la
popularidad, Dalia se adjudicó una puntuación total de 8,5.
Capítulo 52 Pasara lo que pasara
Dalia no esperaba obtener una puntuación tan alta. Estaba
tan sorprendida que se quedó en blanco por un momento.
«No puedo creer que no solo no me haya dado la puntuación
más baja por despecho, sino que me haya dado una
puntuación tan alta». Así que brindó una profunda reverencia
sobre todo para mostrar su gratitud hacia Olivia por ser justa y
no guardarle ningún rencor.

Después, el espectáculo continuó.

Había un total de diez diseñadores y Olivia ya había visto a


nueve de ellos. Todavía no había visto los diseños de Ana.
Sentía mucha curiosidad por saber qué tipo de diseños podría
hacer ella. Sin embargo, no sabía qué tramaba ella después
de la farsa de hoy. Por lo tanto, se sentía bastante ansiosa al
respecto.

Al fin terminó de puntuar a nueve de los diseñadores.


Entonces, se masajeó las sienes. Después de fijar la vista en la
pasarela durante tanto tiempo, sus ojos empezaban a
cansarse.

Eugenio la había estado observando todo el tiempo. No


dedicó ni una sola mirada al desfile que se estaba
celebrando. Al escuchar las sugerencias y opiniones que Olivia
daba a aquellos diseñadores, descubrió que su percepción de
la profesionalidad de ella aumentaba cuanto más la
escuchaba. Él, que casi nunca soportaba quedarse en las
reuniones más de una hora, había permanecido en su asiento
durante casi dos horas.

Entonces, el presentador volvió a sonreír y dio paso al último


diseñador:

―A continuación, demos la bienvenida a nuestra última


diseñadora, Ana Miranda, y a su equipo de diseño. Sus
trabajos han sido bien recibidos por el público y han ocupado
el primer puesto de la clasificación. ¡Démosles la bienvenida al
escenario!

Una suave melodía tocada en un arpa se escuchó en todo el


vestíbulo, coincidiendo a la perfección con las modelos que
salieron a desfilar despacio. Las cuatro modelos vestían cuatro
estilos diferentes, cada uno de los cuales incorporaba los
cuatro caballeros de las estaciones: el ciruelo florecido, la
orquídea, el bambú y el crisantemo. Los colores y diseños de
cada pieza eran distintos y se distinguían unos de otros. Eran
elegantes y nobles; y, al mismo tiempo, incorporaban
elementos de la herencia cultural del país. En cuanto
aparecieron sobre el escenario, produjeron una sensación
deslumbrante.

Cuando Eugenio escuchó el nombre de Ana, frunció el ceño.


«¿Por qué está ella también aquí?». Sin embargo, su expresión
cambió por completo cuando vio salir a las modelos.
Entonces, sacó su teléfono y lo miró. Al mismo tiempo, Carlos
se inclinó hacia él y le preguntó:

―Presidente Navarro, ¿no cree que el diseño con temática de


flores de ciruelo se parece mucho al diseño del catálogo de la
Señorita Miranda?

―¿A ti también te parece así? ―le preguntó mirándolo.

―Es idéntico ―respondió Carlos asintiendo con la cabeza sin


apartar la vista de la modelo.

Justo entonces, Eugenio encontró la foto del diseño de Olivia


en su teléfono. «De verdad son como dos gotas de agua. ¡Eran
exactamente iguales! ¡Es un plagio sin duda!». Miró a Olivia y
vio que ella ya se había levantado.

―¡Alto! ―gritó Olivia que dejó a todos mirándola confundidos


por su proceder. Estaba tan enfadada que su rostro palideció.
«Me preguntaba qué tipo de diseño se le ocurriría a Ana. En
cambio, ¡resultó tener tan pocas luces! Es un burdo plagio. ¡Ni
siquiera se molestó en hacer un solo cambio!».
La modelo se paró en seco y miró a Olivia con desconfianza. El
presentador no entendía qué estaba pasando. Se acercó a
Olivia y le preguntó:

―Señorita Miranda, ¿qué ocurre?

―¿De quién es ese diseño? ―Olivia estaba furiosa.

―Los cuatro fueron diseñados por la señorita Ana Miranda. ―El


presentador pareció desconcertado por un momento.

―¡Tráiganla aquí! ―rugió Olivia.

Ana, que observaba todo lo que ocurría desde los bastidores,


no pudo evitar sentirse incómoda. Había asumido que Olivia
era una participante. Por lo tanto, contaba con que, cuando
esta afirmara que le había robado sus diseños, ella podría
rebatirla diciendo que Olivia había recurrido a métodos
deshonestos para echarla del concurso difamándola con toda
intención. Después de todo, Olivia no tenía pruebas. «¿Cómo
podía saber que ella era parte del jurado?». Por eso, cuando
escuchó al presentador pedirle que subiera al escenario, supo
que pasara lo que pasara, lo inevitable estaba a punto de
suceder.

Con la respiración agitada, miró a Sara a su lado. Esta se


acercó de inmediato y la ayudó a salir al vestíbulo paso a
paso. Ana cojeaba. La marca de la bofetada en su rostro
seguía siendo clara como el día. Tenía una bandita en la
frente. Cualquiera que la viera en ese estado, es probable que
se preocupara por ella. El anfitrión frunció un tanto el ceño y
con voz suave preguntó:

―Señorita Miranda, ¿qué le ha pasado?


Capítulo 53 Los cuatro caballeros de
las estaciones
Ana sonrió al anfitrión y asintió.

—Estoy bien. —Luego, se inclinó y saludó en todas las


direcciones antes de dirigir su mirada a Olivia y gritar con voz
lastimera—: Olivia, por favor, déjame terminar de participar en
este concurso. Si hay algún problema, podemos ir a casa y
hablar, ¿de acuerdo?

Olivia la miró con una expresión indiferente.

—¿Ahora quieres regresar para hablar? ¿Por qué no me dijiste


nada cuando robaste mis diseños?

Después de eso, todo el recinto se sumió en un revuelo. Antes


de que pudieran entender lo que estaba pasando, o si habría
alguna injusticia en una situación en la que una hermana
participaba en el concurso mientras la otra era miembro del
jurado, ¡la hermana mayor reveló que la hermana menor
había plagiado su trabajo! «¿Qué? ¡Estas historias son cada vez
más escandalosas!».

Mientras tanto, los patrocinadores susurraban entre ellos:

—¡Qué interesante! ¿Una participante robó los diseños de una


de las juezas?

—¡Eso es imposible! ¿Quién se atrevería a ser tan audaz?

—Bueno, no puede ser que la jueza esté mintiendo, ¿verdad?

—¿No te parecen extrañas las heridas de esa diseñadora? En


mi opinión, es probable que haya algo más detrás de todo
esto.

No estaban hablando tan bajo y Eugenio podía oírlos con


claridad. Entonces, miró hacia atrás y les dijo en voz baja:
—¡La participante plagió esos diseños!

Los patrocinadores se miraron entre sí. «¡Eugenio Navarro nos


está hablando!».

Por lo general, no había ninguna posibilidad de entrar en


contacto con él. Ahora que tenían una oportunidad, uno de
ellos, que intentaba entablar una relación con él, se inclinó de
inmediato y le preguntó:

—Director Navarro, ¿usted sabe algo?

—Vi esos diseños hace mucho tiempo —respondió.

Carlos levantó las cejas con discreción. «Parece que el director


favorece bastante a la Señorita Miranda. No puedo creer que
ni siquiera haya soportado escuchar los comentarios de las
personas a su alrededor. ¿Desde cuándo es tan
conversador?».

El público murmuraba y la situación en el escenario se había


paralizado.

—Olivia… —Ana no pudo decir otra palabra. Las lágrimas


corrían por sus mejillas; se veía lamentable—. Por favor, no
sigas intentando detenerme. Desde septiembre he trabajado
muy duro para esta gran competencia. Todos estos años,
siempre hice lo que me pedías. Te lo ruego; ¡por favor,
escúchame esta vez!

—¿Estás segura de que estos son los diseños en los que has
trabajado desde septiembre? —preguntó Olivia con desdén
mientras señalaba los modelos.

—Por supuesto —asintió Ana—. El personal de mi estudio


puede dar fe de ello. Además, los jueces de este gran
concurso también son mis testigos. Han elegido mis diseños
entre otros miles.

El público comenzó a susurrar de nuevo.


—¿Por qué Olivia no le permitiría a Ana participar en el
concurso?

—Tal vez tiene miedo de que su hermana amenace su


posición.

—¿Quién es esta Olivia Miranda? Nunca he oído hablar de


ella.

—Yo tampoco he oído hablar de ella. Tal vez vino aquí porque
ya no podía sobrevivir por su cuenta.

—Recuerdo que, en la promoción del gran concurso, ¿no


decían que habían invitado a Ángel, ese diseñador de modas
de fama mundial?

—¿Quién sabe? Es probable que haya sido un truco


publicitario.

Al mismo tiempo, Olivia miró fijo a Ana. Una sonrisa malvada se


dibujó en sus labios mientras tomaba asiento despacio.

—Bien. Entonces, por favor, explícame el concepto que hay


detrás de tus diseños. ¡Dime en qué te has inspirado, así como
la motivación original de tu colección!

Ana vio a Olivia sentarse y su corazón se calmó un poco. Se


había preparado mucho para estas preguntas, tanto que
podía recitarlas de memoria con fluidez.

—El ciruelo florecido, la orquídea, el bambú y el crisantemo se


conocen como los «Cuatro Caballeros de las Estaciones» en el
arte tradicional —explicó mientras señalaba el atuendo que
llevaba la modelo—. Han sido durante mucho tiempo símbolos
de los sentimientos y las aspiraciones del pueblo de este país y
representan su fascinación por el nivel más alto del carácter y
la naturaleza de la humanidad. La flor del ciruelo es grácil y
orgullosa y florece en invierno; la orquídea es elegante, etérea
y noble; el bambú es modesto, humilde y tenaz; el crisantemo
es frío, casto, sencillo y elegante. Los cuatro transmiten las
mismas cualidades: rectitud, pureza, humildad y perseverancia
frente a las condiciones difíciles. Todo el mundo los adora. Por
eso quise expresar mi respeto personal hacia ellos a través de
mis diseños.

Olivia asintió y se rio.

—Se ve que has investigado. De seguro tuviste que buscar


mucho en Google para el concepto de este diseño, ¿eh?
Capítulo 54 La acusación falsa
Ana miró fijo a Olivia; sus ojos se llenaron de lágrimas a punto
de caer y su expresión pedía a gritos que se compadecieran
de ella.

—Olivia, sé que no te gusta que compita contigo —dijo—,


¡pero también me encanta diseñar! Esta será la última vez, ¿de
acuerdo?

La ira en el corazón de Olivia se disparó. Aun así, parecía


tranquila por fuera. «Si quiere fingir, yo lo puedo hacer mejor
que ella».

—¿Quieres decir que esta es la última vez que vas a cometer


plagio?

Entonces, Ana fingió estar agitada y comenzó a llorar.

—¡No he plagiado nada! ¡Yo diseñé todo esto! Olivia, aunque


yo no te agrade, ¡no puedes lazar esa acusación falsa contra
mí!

—Para ser sincera, podrías haberme pedido permiso si querías


usar mis diseños —respondió Olivia en tono de burla—. No
había necesidad de montar un melodrama tan elaborado,
llorar de forma tan lastimosa delante de todo el mundo y
luego dar la vuelta para robar y plagiar... Es simplemente...
una total desvergüenza.

—Olivia, ¿cuándo hice eso? Fuiste tú...

Mientras Ana hablaba, le hizo una señal disimulada a Sara con


los ojos. Esta comprendió de inmediato sus intenciones y dijo:

—Sr. Anfitrión, tengo una grabación. ¿Puedo reproducirla para


usted?

—Sara, ¡no! —Ana fingió detenerla.


—Señorita Ana, no puedo permitir que alguien acuse de
plagio su duro trabajo. Quiero que todo el mundo sepa la
verdad. —Sara también le siguió el juego.

El presentador pidió su opinión al director y este asintió:

—¡Claro!

Entonces, Sara pulsó el botón de la grabadora de su teléfono y


se reprodujo el sonido de la pelea entre Olivia y Ana en el
salón.

Tras escuchar la grabación, todos intercambiaron miradas. No


podían imaginar que Olivia actuaría de forma tan violenta y
amenazante en privado.

La multitud miró a Ana, una belleza que lloraba, y luego miró a


Olivia, una mujer arrogante y prepotente. Al compararlas, era
inevitable que tuvieran un prejuicio hacia las dos damas.

—¿Acaso esa jueza no está siendo demasiado severa con la


participante?

—¡No puedo creer que se haya negado a permitir que su


hermana participe en el gran concurso solo porque le
preocupa la competencia!

—No me extraña que Ana esté cubierta de heridas.

—¿Escuchaste esa frase en la grabación en la que dijo:


«puedo manejarla sola»? ¡¿Acaso eso no indica con claridad
que ella pretendía usar su poder como jueza para arruinar la
reputación de la chica?!

—¡Sí, cuánta crueldad! Además, ¡también es la hermana


mayor!

Ana escuchó las críticas a su alrededor y se sintió muy


satisfecha de sí misma. Incluso la mirada que le dirigió a Olivia
era bastante provocativa. «¿Qué pasa si le robé sus diseños?
¿Acaso tiene algún truco bajo la manga? Al fin y al cabo, no
está en condiciones de quejarse de nada. ¡Solo puede sufrir en
silencio! ¡No solo no puede hacerme nada, sino que me temo
que también tiene que asumir el delito de negligencia
profesional, favoritismo y calumnia en contra de su propia
hermana!».

Olivia se burló con discreción. «No me extraña que actuara de


forma tan rara; ¡estaba esperando esta oportunidad!». Miró a
Ana como si estuviera viendo a un payaso ridículo
acercándose a su fin; incluso la leve sonrisa en sus labios
parecía burlona.

—La inspiración para los diseños de los cuatro caballeros de las


estaciones, el ciruelo florecido, la orquídea, el bambú y el
crisantemo, vino de mis tres mejores amigas de la universidad.
¡Las flores del ciruelo florecen en la nieve y las orquídeas
ocultas en los valles permanecen escondidas; el viento
atraviesa el bosque de bambú y trae consigo la tenue
fragancia de los crisantemos morados! Teníamos
personalidades similares: éramos frías y retraídas o tranquilas y
solitarias, pero manteníamos el orgullo de no habernos dejado
influenciar por el mundo, así como nuestra libertad de pureza y
autenticidad. Por eso, cuando nos graduamos en la
universidad, diseñé estos cuatro vestidos de noche como
regalos de graduación para las cuatro. Ana, al principio, solo
cometiste plagio, pero ahora, has añadido la difamación de
una jueza a tu lista de delitos.

Cuando Ana escuchó eso, se asustó un poco. «No puedo


creer que estos diseños se hayan convertido en productos
acabados. Además, ¿los regaló? O, ¿solo lo dice a
propósito?».

—Olivia, afirmas que estos diseños son tuyos y que creaste


productos acabados a partir de ellos y los regalaste. Entonces,
¿por qué no sacas esos supuestos vestidos de noche y dejas
que todo el mundo los vea con sus propios ojos? ¿Serán en
realidad iguales que mis diseños? ¿O es otra idea que se te ha
ocurrido para detenerme? —Su voz era muy fuerte y agitada.
«¡No creo que ella pueda encontrar a alguien en este lugar
para desmentir esto!».

Olivia estaba tan furiosa que se rio con frialdad.

—No lo creerás hasta que lo veas, ¿eh?


Capítulo 55 Ángela, diseñadora de
modas de fama mundial
Tan pronto como Olivia dijo eso, la voz profunda de un hombre
se oyó desde el lado opuesto de la habitación.

—¿Todavía necesita encontrar a alguien que verifique los


diseños? Tengo su diseño con temática de ciruelo florecido
aquí ahora mismo. Carlos, muéstraselo al público.

Entonces, Carlos llevó el teléfono de Eugenio a la parte


posterior del escenario.

Cuando todos miraron para ver de quién se trataba, se


sorprendieron al descubrir que era Eugenio Navarro.

Ana parecía indignada. «¿Quién es ese hombre? ¿Por qué


tiene una copia del diseño de ciruelo florecido? ¿Ese no es el
diseño de Olivia? O, ¿él se está poniendo de su lado a
propósito?».

Olivia también estaba un tanto sorprendida. «¿Por qué


Eugenio tiene una copia de mi diseño?».

Mientras todos seguían sumidos en la confusión, una imagen


apareció en la pantalla grande: era exactamente el mismo
del vestido de ciruelo florecido que llevaba la modelo, sin
ningún cambio.

Ana se horrorizó, pero siguió argumentando:

—¿Qué prueba eso? ¡Mis diseños de los cuatro caballeros de


las estaciones llevan más de un mes publicados en el sitio web
oficial del concurso! ¡Es posible que alguien me lo haya
robado y lo haya colocado en su portafolio! ¿Cómo puede
demostrar que este diseño fue creado antes que el mío?
Disculpe, señor, pero, por favor, ¡sea un poco más cuidadoso
al hablar! De lo contrario, ¡lo voy a demandar por difamación!
—¿Difamación? —se burló Eugenio—. Si es o no difamación,
puede comprobarlo usted misma. —Entonces, miró a Carlos—.
Carlos, amplía la imagen.

Cuando la imagen de la pantalla se amplió, reveló con


claridad que la fecha de entrega era el 10 de agosto de 2019.

»¿Le queda claro ahora? —preguntó Eugenio, sentado en el


asiento VIP; su aura se encendió mientras miraba a Ana—.
Empezó a diseñar esto en septiembre de este año, pero yo
recibí este currículum en agosto. Dígame, ¿cuál fue primero?

Ana se tambaleó un poco mientras gritaba en su interior:


«¿Cómo es posible que otra persona tenga el mismo diseño
que yo?». Sin embargo, mantuvo una apariencia fuerte y
tranquila.

—¿Quién es usted? ¿Qué relación tiene con mi hermana? —lo


increpó con furia—. Por lo que veo, es probable que sea
alguien que mi hermana contrató a propósito para confundir
al público, ¿no es así? ¿Quién puede demostrar si esta foto
suya es real o falsa?

—¡Yo puedo! Presenté ese currículum. —Olivia se levantó y


miró a Ana con frialdad—. Antes, tus diseños podían no ser los
mejores, pero al menos eran tus diseños originales. Ahora, no
solo has plagiado mi trabajo, sino que además me has
calumniado. Esto ya no es una mera cuestión de falta de
moral, sino que es sin duda una difamación y una falsa
acusación. Escribiste y representaste tu propia obra de teatro
en la que soy la hermana horrible que la emprende contigo.
Estoy segura de que todo lo hiciste para asegurarte de que no
tengo ninguna prueba que demuestre que este diseño es mío.
¡Por eso estabas tan segura! Bueno, es una pena para ti
porque yo sí tengo pruebas. —Después de decir eso, utilizó el
teléfono especial del gran concurso y marcó el número de
Katia—. Katia, ¿todavía tienes el vestido de noche con
temática de bambú que te regalé por nuestra graduación?
Puso la llamada en altavoz y el público escuchó con claridad
la voz de Katia:

—Por supuesto. Lo guardé porque fue tu regalo.

—Envíame una foto de nosotras cuatro con los vestidos de la


colección de los cuatro caballeros de las estaciones —le pidió
Olivia—. Además, toma una foto de tu vestido y envíamela
también.

—¿Qué pasa? ¿Por qué necesitas eso? —preguntó Katia.

—Hay una participante aquí que no solo ha plagiado mi


trabajo, sino que me ha calumniado —contestó Olivia.

La risa de Katia sonó desde el otro lado del teléfono.

—¿Qué? No puede haberte acusado a ti, Ángela, diseñadora


de modas de fama mundial, de plagiar sus diseños, ¿verdad?

Olivia miró a Ana y se burló:

—¡No se atrevería!, aunque afirma que le impedí a propósito


participar en el concurso porque tenía miedo de que fuera mi
contrincante. No quiero que me culpen por eso, ¡así que date
prisa y envíame esas fotos! —Tras finalizar la llamada, volvió a
mirar a Ana y le dijo—: ¡Relájate; vas a quedar tan convencida
que no tendrás más remedio que admitirlo!

Cuando esas palabras se oyeron en la sala, todo el recinto se


quedó en silencio. Todos lo habían escuchado.

«¿S… Su amiga acaba de mencionar que es Ángela?».


Capítulo 56 Descalificada del
concurso
«¡¿Esa diseñadora de modas de fama mundial es una jueza en
este concurso?! ¡Oh, Dios mío! ¡Pensábamos que Ángela sería
una belleza rubia y de ojos azules de otro país! En cambio,
¡resultó ser una ciudadana de Criecia! ¡Ja, ja!».

«¡Esto se pone interesante! Pensar que Ana Miranda plagió los


diseños de Ángela e incluso tuvo la osadía de afirmar que su
hermana le impidió participar en el concurso porque tenía
miedo de su talento. ¿Qué clase de broma es esta?».

Todos los que seguían dudando de las palabras de Olivia


hacía un momento cambiaron de inmediato su percepción
de ella en cuanto se reveló su identidad. Ángela era una
diseñadora de modas de fama mundial. Por lo tanto, no valía
la pena que la emprendiera contra una diseñadora de poca
importancia, ¡a menos que esta le pisara los talones!

Incluso Eugenio tenía una expresión de sorpresa en su rostro en


ese momento. «¡Ella es Ángela, la diseñadora de modas de
fama mundial! ¡No puedo creer que la haya rechazado
cuando vino a buscar trabajo en mi empresa!». Entonces, se
frotó la cabeza, que le daba latidos. «¡Ya es demasiado
tarde!».

Por otro lado, Ana parecía estar en estado de conmoción. No


se podía saber si sus ojos reflejaban miedo o incredulidad;
quizás era una mezcla de ambos. «¿Cómo es posible? ¿Cómo
puede ser Ángela, a quien siempre he admirado y de quien
siempre he querido recibir consejos? ¿Esa Ángela? ¿Cómo es
posible? Ahora mismo, aunque Olivia no muestre esos diseños,
el público ya está de su lado. ¡Ya no me creerán! ¿Qué hago?
¡Todo se acabó!».

Justo entonces, Olivia recibió las fotos de Katia. Era una foto
de las cuatro mejores amigas juntas de pie a la entrada de la
universidad, cada una con un vestido de la colección de los
cuatro caballeros de las estaciones que ella había diseñado.
También había otra de Katia con su vestido de noche con
temática de bambú. Parecía que se la acababa de tomar. En
comparación con la foto de siete años atrás, desprendía un
encanto más maduro.

Olivia miró hacia el público.

—Esta colección es un diseño preliminar que creé hace siete


años. Que aparezca aquí es, con honestidad, una sorpresa
para mí. Por otra parte, me da mucha rabia. No se trata solo
del asunto del plagio; también se ha arruinado la razón original
de por qué diseñé estos cuatro vestidos de noche para mí y
mis mejores amigas en aquel entonces. Los diseñé porque
quería que tuviéramos vestidos únicos. Representaban cómo
las veía en mi corazón: ¡únicas e irremplazables!

»Por desgracia, mi creación, con toda su originalidad, fue


copiada y expuesta en la pantalla, ¡justo delante de mis
narices! Si yo no fuera jueza en este concurso, ¿estos diseños
no se producirían en serie para el público? Si no tuviera las
pruebas para demostrar que estas creaciones eran mías, ¿no
me habrían tildado de hermana terrible y despiadada que la
emprende contra su hermana? No todas las personas de
aspecto débil son inofensivas; ¡pueden resultar ser unas p*rras
pretenciosas que tienden una trampa para acabar con los
fuertes! ¡Una supuesta creación original es original porque es
única en su tipo! ¡No basta con hacer trucos sucios a
escondidas y hacer una escena patética con lágrimas
incluidas! ¡No participes en este concurso si no tienes la
capacidad de hacerlo!

En ese momento, ya nadie se atrevió a decir que Olivia la


emprendía con los demás. Después de todo, lo que dijo era
cierto. Era una competencia. Uno debe demostrar lo mejor de
sus habilidades cuando participa en un evento de este tipo. Si
uno no tiene esas habilidades, entonces no debería participar
para no terminar haciendo el ridículo.
El rostro de Ana estaba pálido. No había forma de desmentir
esas imágenes. Además, las miradas del público eran como
cuchillos que se clavaban en su corazón. «¡Nunca imaginé
que las cosas terminaran tan mal! Si hubiera sabido que esto
iba a pasar, no habría robado los diseños de Olivia, pero
¿cómo iba a saber que ella es Ángela!». Entonces, se apresuró
a huir del escenario y, por supuesto, quedó descalificada del
gran concurso. En comparación con el número de personas a
las que avergonzó, ¡se libró con bastante facilidad!

A continuación, el equipo del programa del gran concurso se


disculpó con Olivia. Aun así, ella no se molestó. Sabía con
exactitud lo que pasaba con Ana.

Después del evento, vio a Eugenio esperándola. Entonces, se


acercó a él para disculparse.

—Siento haberlo hecho sufrir una acusación injusta por mi


culpa hoy.

Eugenio se rio.

—No hay problema, Ángela.

Al escuchar eso, Olivia bajó la cabeza y rio ligeramente


también.

—No muchos me conocen por ese nombre.

Eugenio respiró hondo.

—¡Si hubiera usado ese nombre cuando llegó a la empresa, ni


siquiera habría necesitado pasar por una entrevista! —dijo con
pesar—, y yo no habría perdido la oportunidad de tener bajo
mi tutela a una diseñadora de modas tan famosa por un
malentendido.
Capítulo 57 Demasiado tiempo
durmiendo
Olivia miró de reojo a Eugenio.

—Ya veo. Así que es usted un hombre que trata a las personas
de forma diferente según su estatus social, Señor Navarro.

—¿Qué? ¡Solo he dicho que, si hubiera revelado su identidad


desde el principio, no habríamos dado tantos rodeos! Dicho
esto, ¿no cree que sea bastante previsor? Invertir en usted es
lo mismo que contratarla en el Grupo Navarro —contestó
Eugenio.

Olivia se quedó sin palabras. «Consiguió darle la vuelta de


nuevo a la situación».

Por su parte, él parecía estar de buen humor y no dejaba de


sonreír.

»Vamos. La llevaré de regreso —dijo.

—No hace falta; tomaré un taxi —rechazó ella su oferta, como


siempre.

—Tengo un auto en perfectas condiciones aquí mismo; ¿para


qué necesita tomar un taxi?

Entonces, ella no se negó de nuevo y se subió al automóvil.

—Gracias por lo de hoy.

—¿Por qué me da las gracias? Solo hice lo que debía hacer.


Por cierto, ¿cómo piensa arreglar este asunto? ¿Va a olvidarlo
así sin más?

Olivia respiró profundo.

—Sí, ella quedó muy avergonzada por sus acciones. Además,


fue descalificada del concurso. Eso es suficiente.
—¡De verdad que usted es apacible!

—Es que no quiero verla más. —La mirada de Olivia se volvió


distante—. El aniversario de la muerte de mi madre se acerca,
así que consideraré esto como una buena acción para
honrarla.

Un destello de sorpresa se reflejó en el rostro de Eugenio. «¿Su


madre falleció?».

Estaba a punto de consolarla cuando recibió una llamada de


Jimena para decirle que el Abuelo Navarro aún no había
despertado de su sueño. Después de colgar la llamada, miró a
Olivia con ansiedad.

—¿Hay algún problema en que el Abuelo Navarro pase


demasiado tiempo durmiendo? —le preguntó.

—¿Demasiado tiempo? ¿A qué se refiere con demasiado? —


Ella se sorprendió con su pregunta.

—Mi hermana me ha dicho que lleva durmiendo desde las 9


de la noche de ayer y que aún no se ha despertado. ¿Puede
acompañarme a ver cómo está? —Parecía preocupado.

Al mirar el reloj, ella vio que ya eran más de las 11 de la


mañana.

—Claro, cálmese. Tengo que regresar a casa y tomar algunas


cosas antes de ir. —Se apresuró a decir.

Después, los dos regresaron a la Gran Mansión para buscar la


mochila negra que ella usaba siempre, antes de dirigirse a la
Residencia Navarro. Al llegar, encontraron la habitación del
Abuelo Navarro llena de personas.

Cuando vieron que Eugenio se acercaba acompañado de


Olivia, todos les cedieron el paso de inmediato. Por su parte,
Jimena casi llora de alegría al verlos.

—Señorita Miranda, Eugenio, ¡están aquí!


—¿El abuelo sigue durmiendo? —preguntó Eugenio,
inexpresivo.

—Sí, he tratado de despertarlo, pero no lo he conseguido. Me


temo que... —Jimena no terminó su frase, pero todo el mundo
comprendió que, si el Abuelo Navarro caía inconsciente una
vez más, no volvería a abrir los ojos.

Por lo tanto, Olivia dio varios pasos hacia adelante y dejó su


mochila en el suelo. Sentada junto a la cama, abrió los ojos del
Abuelo Navarro y echó un vistazo. Luego, le retiró la
muñequera y le midió el pulso; era débil e inestable. Después,
le tomó la presión arterial; el valor máximo era de 180. Ella
frunció el ceño ligeramente. La presión arterial del Abuelo
Navarro era demasiado alta. Antes, solo era de 140.

—¿Cómo estaba el estado de ánimo del Abuelo Navarro


ayer?

—Estaba bien y parecía muy feliz —respondió Jimena con


ansiedad.

Entonces, Olivia asintió.

—¿Qué comió anoche?

Algunos de los que estaban allí intercambiaron miradas.


Entonces, una mujer, que llevaba una blusa blanca, dio un
paso al frente. Parecía tener más de cuarenta años, pero aún
mantenía un aspecto juvenil. Caminó hacia la puerta y gritó al
exterior:

—Lily, ¡ven aquí!

A continuación, una joven sirvienta, que parecía tener unos


veinte años, se apresuró a responder, nerviosa:

—Señora.

—¿Qué comió el Abuelo Navarro anoche? —preguntó la


señora.
Olivia frunció el ceño. «¿Señora? ¿Podría ser Lara Ramírez, la
madrastra de Eugenio?». Entonces, la observó con calma.
«Bueno, sin duda es hermosa. No es de extrañar que Eduardo
Navarro se empeñara en casarse con ella».

—Se comió un tazón de sopa de huevos centenarios y pollo, y


dos claras de huevo. Antes de dormir, también tomó una taza
de leche. No comió nada más —respondió Lily.

—¿Se lo comió todo? ¿Dejó sobras? —Olivia volvió a


preguntar.

Eugenio se dio cuenta enseguida de la gravedad del asunto.


Dio un paso adelante y preguntó:

—¿Qué ocurre? ¿Sospecha que hubo algún problema con la


comida?
Capítulo 58 Manipularon la comida
Olivia observó a todos los presentes y luego fingió no estar
preocupada.

—No es nada; solo preguntaba. No se debió a una fluctuación


de sus emociones ni a la comida que ingirió. Tal vez, es solo
que su presión arterial es inestable debido a su historial
médico. El Abuelo Navarro tiene una edad avanzada. De
ahora en adelante, deberían sacarlo al patio a dar un
pequeño paseo cuando tengan un tiempo libre. Ahora voy a
aplicarle acupuntura. Por favor, salgan de la habitación para
que el paciente pueda tomar un poco de aire fresco.

Al escucharla, todos obedecieron y solo quedaron Olivia y


Eugenio.

—¿Qué pasa? —preguntó Eugenio, preocupado.

Olivia soltó una risita. «No puedo creer que haya podido darse
cuenta de que estaba mintiendo».

—¿Cómo? —preguntó a propósito.

—¡Pasó algo extraño que dejó a mi abuelo inconsciente! —


respondió él con seguridad.

—¡Qué inteligente! —dijo ella con las cejas levantadas y miró


hacia la puerta, que estaba bien cerrada—. El coma del
Abuelo Navarro fue causado por un aumento repentino de su
presión arterial. Si no se debió a una fluctuación de sus
emociones y la comida que ingirió no era algo que pudiera
influir en su presión sanguínea, ¡eso solo puede significar que
alguien alteró su comida!

La expresión de Eugenio se ensombreció de inmediato: lo que


acababa de escuchar era aterrador.

—¿Está diciendo que alguien está tratando de hacerle daño?


Olivia estaba seria. Tomó el bolso que traía consigo y lo abrió.
Sacó las agujas que estaban dispuestas con cuidado y las
insertó en los nueve puntos de acupuntura a lo largo del
meridiano del pericardio del anciano, que comenzaba en el
pecho y bajaba por el brazo hasta terminar en la punta del
dedo medio. Trabajaba sin prisa y colocaba cada aguja con
precisión.

Por ello, Eugenio no la apresuró ni la molestó. Además, el


aspecto que ella tenía en ese momento le resultaba muy
agradable a la vista.

Al cabo de un rato, Olivia se levantó y lo miró.

—Sospecho que alguien añadió una pequeña cantidad de


medicamento en la comida del anciano para aumentar su
presión arterial. Como sabe, las personas con enfermedades
cerebrovasculares son más sensibles a los aumentos repentinos
de la presión arterial. Si solo ocurre una o dos veces, puede
que no pase nada. Sin embargo, si ocurre durante un período
prolongado, las paredes de las arterias se adelgazan. De ser
así, la vida del anciano correrá peligro.

La expresión de Eugenio era sombría y solemne; tenía los ojos


entrecerrados. Sin embargo, no dijo nada.

»¿Ha pensado en cómo atrapar al culpable? —preguntó ella.

—Hay cámaras de vigilancia en la residencia —respondió él.

—Si usted lo sabe, ¿no lo sabrán también los que manipularon


la comida? —Volvió a preguntar ella.

Al escuchar eso, Eugenio frunció el ceño. «Es cierto. No va a


ser fácil atrapar a un culpable que evita las cámaras de
vigilancia».

—Entonces, ¡vamos a interrogarlos uno por uno! —contestó.

—Eso solo pondrá sobre aviso a los culpables.


—¿Tiene alguna forma de atraparlos? —le preguntó mientras
la miraba fijo.

Olivia estudió su entorno. La habitación del Abuelo Navarro


era el lugar más fácil para evitar las cámaras de vigilancia y a
todos los demás. Entonces, señaló un pequeño adorno en la
mesita de noche.

—Si pudieron hacerlo una vez, lo harán de nuevo. Mientras no


los alerte, podrá atrapar al culpable.

—De acuerdo. —Eugenio enseguida comprendió lo que ella


quería decir.

Mientras hablaban, el Abuelo Navarro, que estaba tumbado


en la cama, abrió poco a poco los ojos. Miró confundido a las
personas que lo rodeaban, pues seguía un poco somnoliento.
El primer rostro que vio fue el de Olivia. Una mirada de sorpresa
se reflejó su rostro antes de comprender lo que estaba
sucediendo.

—¿Doctora Miranda?

Olivia asintió. Luego, comenzó a retirarle las agujas del


hombro.

—Abuelo, ¿cómo se siente? —le preguntó, sonriente.

El Abuelo Navarro sonrió y asintió.

—Estoy bien; solo un poco cansado y aturdido.

Ella se rio.

—Es normal. Ha dormido demasiado; ya es mediodía. Casi


mata del susto a su familia —le dijo.

—¡Es que les gusta hacer una tormenta en un vaso de agua! —


dijo él, sonriente, pues se sentía feliz de que lo mimaran.

—Abuelo, la próxima vez no puede ser tan voluntarioso —le


advirtió Olivia con severidad.
Eugenio estaba de pie junto a la cama, con las manos en los
bolsillos, observando al anciano. Aunque se veía como
siempre, había un atisbo de alegría y alivio en sus ojos.

—¡Entiendo! La próxima vez dormiré menos —respondió el


Abuelo Navarro, sonriente.

Al escucharlo, Eugenio sonrió también. «Como si pudiera


dormir menos solo porque quiere».

El ambiente de la habitación se volvió más cálido porque el


anciano había despertado. Hasta que... Olivia respondió a
una llamada telefónica que arruinó la atmósfera del
dormitorio.

—¡¿Qué?! ¿Cómo está mi hijo? —Olivia se asustó tanto que se


levantó de repente y su rostro perdió el color de inmediato.
Capítulo 59 ¿Néstor está bien?
—De acuerdo, claro. Estaré allí enseguida.

Eugenio miró a Olivia con una expresión seria.

—¿Qué pasó?

—Según la maestra, varios estudiantes golpearon a Néstor.


Tengo que ir a ver cómo está. —Entonces, Olivia miró al
Abuelo Navarro—. Abuelo, cuídese mucho. Vendré a visitarlo
cuando tenga tiempo. Debo irme ahora.

—¿Néstor está bien? —Se apresuró a preguntar el Abuelo


Navarro, que también parecía bastante angustiado.

—No lo sé. Voy para allá ahora —dijo Olivia mientras


guardaba las cosas que había traído.

—No se apresure. Iré con usted —dijo Eugenio.

—No hace falta —rechazó ella la oferta de forma


inconsciente—. El abuelo acaba de despertarse, así que
debería quedarse a su lado.

—Vamos. Hay muchas más personas aquí. Además, no es fácil


conseguir un taxi en este lugar. —Él ya había recogido el bolso
de Olivia.

—Trae al niño más tarde para que pueda verlo también. —El
Abuelo Navarro estaba muy ansioso.

—De acuerdo, abuelo. No se preocupe. Néstor está bien.


Volveremos más tarde —respondió Olivia.

Cuando abrieron la puerta, vieron a Jimena esperando


afuera.

—Jimena, el abuelo está despierto. Por favor, prepara algo


para que coma.
—¿El abuelo está despierto? Voy a verlo. —Jimena parecía
emocionada y se apresuró a entrar en la habitación.

Los dos salieron de la Residencia Navarro y se dirigieron directo


al jardín de infancia. En ese momento, la maestra encargada
de la clase de Néstor estaba esperando en la puerta. Cuando
vio llegar a Olivia, se acercó a saludarlos con una mirada de
disculpa.

—Señorita Miranda, por favor no se preocupe. No fue nada


grave.

—¿Dónde está? —preguntó Olivia, ansiosa; no estaba de


humor para escuchar los cumplidos de la profesora.

—En el aula. Quise llevarlo a la enfermería, pero se negó a ir.


Se empeñó en que la llamara a usted, pues dijo que era
doctora —respondió la maestra.

Olivia no dijo nada. En cambio, se dirigió hacia el aula.


Cuando llevó a Néstor al jardín por primera vez, fue allí en una
ocasión, así que todavía tenía una vaga idea de dónde
quedaba.

Por su parte, Eugenio tenía una expresión tranquila.

—¿Quién lo golpeó? —preguntó luego de reprimir su ira.

—Eran niños de la clase mayor —respondió la maestra


mientras caminaban.

—¿Cuántos eran?

—Tres.

Eugenio respiró profundo, sorprendido tras escuchar a la


maestra. «¿Cómo es posible que madre e hijo hayan sido
acosados el mismo día?».

Mientras se acercaban al aula, oyeron la voz de una mujer


que venía del interior:
—¿Fuiste tú quien golpeó a mi nieto? ¡Pequeño bribón
maleducado! ¿Te crees increíble? Date prisa y pídele
disculpas.

«Esa voz es muy familiar. ¿No es Florencia?».

Olivia, por instinto, reaccionó aún más rápido. Se apresuró a


abrir la puerta de una patada y vio a varias personas
alrededor de Néstor.

Florencia sostenía en sus manos un libro, que usó para golpear


a Néstor en la cabeza. Por su parte, el niño permanecía
inmóvil. Tenía los labios apretados con fuerza y su rostro
indicaba que estaba reprimiendo su ira mientras intentaba
razonar con ellos.

—¡Ellos me golpearon primero!

En ese momento, Olivia se quedó boquiabierta. «¿Cómo


puede haber personas tan malvadas?».

Al entrar, tomó una taza que había en una mesa al lado, se la


lanzó a Florencia y la golpeó en el rostro de forma certera.
Florencia soltó un grito de dolor y la taza se hizo añicos al caer
al suelo. Entonces, Olivia se acercó. Levantó la pierna y lanzó
una patada a una mujer que llevaba una camisa de manga
corta y estaba intimidando al niño.

—¿Qué demonios estás haciendo? —rugió enfurecida.

—¡Oye! ¿Por qué la violencia?

Otro hombre se aproximó para agarrar a Olivia, pero Eugenio


se interpuso y lo lanzó a un lado.

—¿Qué es esto? ¿Cómo es que una pelea entre niños se ha


convertido en una competencia de fuerza entre adultos? —
preguntó Eugenio mientras intentaba contener su ira.
Capítulo 60 Me rompí los pantalones
—¡Tú empezaste primero! ¡Tú golpeaste primero a la Señora
Florencia! ¿Qué edad crees que tiene ella? —preguntó la
mujer pateada mientras se levantaba del suelo.

Eugenio la fulminó con la mirada.

—¿Me estás diciendo que ustedes, los adultos, no estaban


intimidando al niño?

—Lo estábamos disciplinando. Como su madre no sabe cómo


educarlo, decidimos ayudarla —dijo Florencia con tono
arrogante—. ¿Qué creen que están haciendo?

—Ya veo. Seguro que no te importa que te ayude a educar a


tu hijo también, ¿verdad? —Mientras hablaba, Eugenio
extendió la mano y agarró a Michel, que estaba de pie al lado
suyo, y lo levantó del suelo con una mano.

Michel quedó colgando en el aire y estaba tan aterrorizado


que rompió a llorar.

»¿Por qué lloras? —le preguntó Eugenio mientras lo miraba,


enfurecido—. Ahora lloras, pero ¿por qué no lo hacías cuando
intimidabas a los demás? ¿No sabes que una pelea debe ser
entre dos? Confabularse para agredir a alguien es de
cobardes.

Florencia estaba sorprendida. Se precipitó y trató de


arrebatarle a Michel como una demente.

—¡¿Quién te crees que eres para regañarlo en nuestro


nombre?!

Eugenio, que sujetaba al pequeño gordito por la ropa, se soltó


del agarre de Florencia y apartó a Michel de ella.

—¿Tienes que preguntar eso? ¿Por qué no se lo preguntaron


ustedes cuando disciplinaron al hijo de otro?
Florencia no podía hablar de lo furiosa que estaba. No
esperaba que Olivia llegara tan rápido y mucho menos que
trajera a un hombre con ella.

—Él intimidó a mi nieto primero. Mira esas heridas en su rostro.

—Fueron tres contra uno, ¿y aun así terminaste en estas


condiciones? No puedo creer que tengas el valor de llorar. Es
más, incluso le pediste a los adultos de la familia que te
ayudaran a pelear. ¿No te da vergüenza? ¿Te criaron para
venderte por lo que pesas? —se burló Eugenio mientras miraba
al pequeño gordito.

—¡¿Cómo puedes decir eso?! —gritó enfadada la mujer de la


camisa de manga corta.

—¡Cualquier cosa que haya dicho no se compara con lo que


ustedes hicieron! ¡Me pregunto si hay algún adulto en su
familia! —respondió Eugenio con frialdad.

La maestra los miraba, estupefacta. Hacía un instante, esos


padres estaban en la enfermería del jardín para curar las
heridas de sus hijos. Por lo tanto, ella salió un momento para
recibir a Olivia. ¿Quién iba a pensar que ellos entrarían al aula
en tan poco tiempo e incluso le levantarían la mano a un
niño?

—Escuchen, por favor, no se peleen. Vamos a ver cómo están


los niños, ¿de acuerdo? Nada es más importante que su
bienestar —dijo la maestra.

Olivia ignoró por completo la pelea que se estaba


produciendo y abrazó a Néstor con fuerza. Estaba tan
asustada que todo su cuerpo temblaba y frotaba la herida en
la cabeza de su hijo.

—Néstor, ¿estás bien? No me asustes, ¿eh? ¿Dónde te duele?


No me lo ocultes, déjame ver —preguntó con voz de pánico.

—¡Me duele la cabeza! Me siento mareado —dijo el niño con


tono pretencioso después de mirar a los demás.
—No te preocupes. Vamos al hospital. —Entonces, ella se
agachó con la intención de levantarlo.

Sin embargo, él forcejeó y se negó a moverse. Después,


acercó su cabecita a ella.

Olivia se sentía confundida cuando sintió el aliento caliente


del niño en su oreja.

—Mami, me rompí los pantalones.

Olivia se sorprendió, pero enseguida comprendió. «No es de


extrañar que se niegue a moverse. Sus pantalones están rotos
y tiene miedo de pasar vergüenza».

—No hay problema —dijo y luego se levantó, se quitó la


chaqueta y se la ató al niño a la cintura—. Todo se resuelve si
hacemos esto. Tenemos que atender la herida en tu cabeza.

Néstor se tocó la herida sangrante de su cabeza con sus


manitas y se inclinó hacia el oído de su mamá.

—Mami, para ser sincero, me siento bien. Además, ¡también


les he dado una buena paliza! —le susurró de nuevo.

Por un momento, Olivia no supo si reír o llorar ante la situación.

—De todas formas, debemos ir a la enfermería. —Se agachó y


levantó a su hijo—. Señor Navarro, voy a llevarlo para que le
atiendan sus heridas.

Eugenio respondió con un gruñido y tiró al pequeño gordito al


suelo.

Michel estaba tan asustado que le temblaban las piernas. Por


lo tanto, incluso después de ser arrojado al suelo, permanecía
sin fuerzas.

Entonces, Eugenio los miró con indiferencia.

—Esperen y verán. Van a pagar por todo lo que hicieron hoy.


Los hijos
del jefe
Capítulo 61 No es una simple
advertencia
Después de decir eso, Olivia salió del aula y se dirigió a la
enfermería del jardín de infancia.

La maestra se apresuró a seguirlos. La sensación de autoridad


que provenía de aquel hombre era muy fuerte; una sola
mirada le bastó para entender que no era alguien con quien
se pudiera jugar. «¡Estoy segura de que lo que acaba de decir
es más que una simple advertencia!».

Cuando llegaron a la enfermería, la doctora examinó a Néstor


y le hizo muchas preguntas. Luego, confirmó que solo se
trataba de heridas externas.

—¿Cómo ha ocurrido esto? —le preguntó mientras lo curaba.

—Cuando me empujaron al suelo, me golpeé contra los


escalones del baño —respondió Néstor.

La expresión de Eugenio se ensombreció al instante cuando


escuchó esas palabras. Luego, miró a la maestra.

—Todavía son niños —le dijo—. ¿Acaso los maestros no los


acompañan al baño? Cuando traemos a nuestros hijos a este
jardín, esperamos que usted, como maestra, sea capaz de
garantizar su seguridad dentro de este lugar. ¿Cómo puede
permitir que ocurra un incidente como este? ¿Cómo es posible
que un grupo de alumnos lograra confabularse para golpear
a otro alumno?

—Sé que esta institución es en parte responsable de este


incidente. Por lo tanto, estamos dispuestos a cooperar en la
medida de nuestras posibilidades. Mientras los niños estén
bien, todos los problemas restantes se pueden resolver. —La
maestra se apresuró a disculparse.

—Espéreme aquí —le dijo Eugenio a Olivia. Él seguía muy


molesto.

—¿Adónde va? —preguntó ella.

—Hay algo que tengo que hacer —respondió Eugenio.


Entonces, se dirigió a la profesora—:

Usted, venga conmigo.

La maestra miró a Olivia y lo siguió.

»¿Cómo se llaman esos niños? —preguntó Eugenio mientras


caminaban.

—Michel Gómez, Eric Ortega y Braulio Olivera. Parecen ser


parientes. —La maestra casi tuvo que trotar para seguirle el
paso.

Eugenio asintió ligeramente; supuso que era así.

—¿Dónde está la oficina del director?

—Le mostraré el camino —respondió la maestra sin más


dilación. Ella sintió un escalofrío en su interior. «Sabía que no se
podía jugar con este hombre».

...
En el interior del aula, Florencia y los demás seguían injuriando
a Olivia con furia.

—¡Esa Olivia es una p*rra! ¡Todavía me duele donde me pateó


hace un momento! Por fortuna, Hugo no se casó con ella, si
no, ¡habría destrozado a su familia! —exclamó la mujer de la
camisa de manga corta.

—Tía Florencia, ¿acaso no dijo que Olivia sigue soltera y que


intenta seducir a Hugo? Entonces, ¿quién era ese hombre?
¿Por qué tengo la sensación de haberlo visto antes? Además,
a juzgar por su aura, es probable que no sea una persona
corriente. —El hombre, por su parte, estaba desconcertado.

—¿Cómo es eso que no parece una persona corriente? —Los


labios de Florencia temblaban con fuerza—. En mi opinión, su
aura no está a la altura de la de tu primo. Además, ¿qué tipo
de persona influyente podría encontrar Olivia, con ese hijo
ilegítimo que tiene? Y lo que es más importante, ¿qué persona
influyente querría tener algo que ver con una mujer tan
libertina?

—Así es —asintió la mujer—. De todos modos, no creo que


tengan una relación estrecha; como mucho podrían ser
conocidos. ¿No la oyeron llamarlo «Señor Navarro»?

—¿Cuál dijiste que era su apellido? ¿Navarro? No puede ser


parte de la Familia Navarro del Grupo Navarro, ¿verdad? —
intervino el hombre, quien tuvo un pensamiento repentino al
escuchar esas palabras.

—I… Imposible. ¿Cómo podría Eugenio Navarro estar


interesado en Olivia? —La mujer parecía un tanto sorprendida.

—Si se trata de la Familia Navarro, entonces las palabras que


acaba de decir no eran solo una amenaza, ¡sino la verdad! Tía
Florencia, ¿por qué no nos dijo que Olivia está relacionada
con Eugenio Navarro? —Cuanto más pensaba el hombre en
ello, más pánico sentía.
—Basta ya. Hay muchas personas con el apellido Navarro en
Ciudad del Sol y, lo que es más importante, Olivia no es capaz
de eso. ¿Cómo podría tener algo que ver con Eugenio
Navarro? No se asusten por gusto —negó la señora con
vehemencia, pues no podía creer que eso fuera posible—.
Díganme, ¿por qué la maestra nos dejó esperando aquí? Ni
siquiera nos dio una explicación. ¿Acaso quiere que vaya a
buscarla yo misma? —Después de decir eso, llevó a Michel de
la mano fuera del aula. En cuanto salió, vio a la maestra
caminando hacia ellos. De repente, una ola de rabia surgió en
ella. «Es obvio que esa maestra ahora se puso de parte de
Olivia».

»¿Qué pretendía al dejarnos esperando de esa manera? —


preguntó con tono de superioridad—. El hijo de ellos resultó
herido, pero los nuestros también. El jardín tiene la mayor
responsabilidad en este incidente; no obstante, no he recibido
ninguna explicación ni una disculpa. Es más, ¡incluso nos han
dejado solos! ¿Acaso quieren que sigamos trayendo a nuestros
hijos a este jardín de infancia?
Capítulo 62 La expulsión
«Aunque la calidad de la educación, el ambiente y las
medidas de seguridad del Jardín de Infancia El Imperio están
entre los mejores del sector, no son el único jardín disponible,
¿verdad? Entonces, ¿a qué se debe su actitud indiferente al
tratar este asunto?».

Entonces, la maestra sonrió. Al principio, no tenía ni idea de


cómo iba a abordar el tema, pero esto le facilitó mucho las
cosas.

—Lamentamos mucho que un incidente como este haya


ocurrido en nuestras instalaciones. Por lo tanto, el jardín
pagará los gastos médicos de los niños. En cuanto a asumir la
responsabilidad, nos parece un poco exagerado culpar a los
niños. Por otro lado, como padres, ustedes le levantaron la
mano a uno de nuestros alumnos. Digan lo que digan, ¡ha sido
un comportamiento inaceptable! Si no quieren traer a sus hijos
al Jardín de Infancia El Imperio, pueden llevarlos a otro. No los
obligaremos.

—¿Qué ha dicho? ¿Nos está pidiendo que vayamos a otro


jardín? —Florencia no podía creer lo que acababa de
escuchar. Pensó que podía amenazar a la maestra; pero, para
su sorpresa, ella no tenía miedo.

—Sí. Estos son los gastos de matrícula de los niños; el jardín se


los reembolsará. Además, estos mil son para los gastos
médicos de los tres pequeños. —Mientras la maestra hablaba,
puso el dinero en manos de Florencia.

—¡¿E… Están expulsando a nuestros hijos?! —preguntó


Florencia, asombrada.

—¡El jardín solo está cumpliendo con sus deseos y dándoles la


libertad de elegir! —respondió la maestra mientras sonreía con
amabilidad.
Las dos personas que acompañaban a Florencia se pusieron
nerviosas.

—¡Por favor, no lo haga, maestra! —Se apresuró a decir uno


de ellos—. No tenemos ninguna intención de trasladar a
nuestros hijos a otro jardín. Solo les queda un año más para
graduarse aquí. Si se trasladan ahora, tendrán que
familiarizarse con un nuevo entorno y volver a conocer a
nuevos amigos. ¡No queremos que los transfieran!

—Así es, maestra —asintió la otra persona—. Entiendo que


nuestros hijos se han pasado un poco de la raya en este
incidente, así que los disciplinaremos como se debe en casa.

—¡No sean cobardes! —les gritó Florencia a los dos con rabia—
. ¿No ven que están expulsando a nuestros hijos del jardín?
Entonces, ¿por qué suplican con tanta humildad? Hay otros
jardines buenos por ahí. —Miró fijo a la maestra y continuó—:
¡Es solo un pésimo jardín de infancia! ¡No necesitamos venir
aquí! ¿Qué tiene de increíble este lugar? ¡Voy a denunciarlo al
Departamento de Educación!

Entonces, la maestra sonrió y asintió.

—Por favor, ¡adelante! —pronunció esas palabras sin darles


importancia, pero sonaron muy arrogantes, casi como si les
dijera que siguieran adelante y lo intentaran.

Como resultado, Florencia y los otros dos que la


acompañaban se sorprendieron tanto que se quedaron sin
palabras. Al final, se marcharon furiosos y arrastraron a sus hijos
con ellos.

Por otro lado, Eugenio salió del despacho del director y se


dirigió de inmediato a la enfermería para encontrarse con
Olivia y su hijo. Madre e hijo estaban hablando de algo entre
ellos y riéndose con alegría.

—¿Por qué se ríen? —preguntó él.


Olivia levantó la vista y lo miró. El hombre era corpulento y
alto. Además, parecía estar cubierto de un brillo dorado.
Aunque su rostro permanecía tan impasible como de
costumbre, la hacía sentir segura. Entonces, se rio.

—Néstor está presumiendo. Afirma que, si no se hubiera


rasgado los pantalones, los otros tres niños habrían acabado
en peores condiciones.

Eugenio no sonrió. En cambio, se comportó como un padre


que educa a su hijo.

—Siempre habrá alguien mejor que tú ahí fuera. Por lo tanto,


todo lo que hagas debe estar dentro de tus límites. Hay
muchas formas de tratar con las personas; no siempre hay que
enfrentarse a ellas —aconsejó al niño.

Olivia quedó un tanto sorprendida. «No puedo creer que esas


palabras sin importancia del pequeño lo hayan puesto tan
serio».

—¿Quiere decir que ni siquiera puedo defenderme, aunque


me golpeen? —Néstor parecía no entender del todo.

—Por supuesto que no —contestó Eugenio mientras colocaba


las manos en los bolsillos y miraba a Néstor a los ojos—.
Cuando eso ocurre, tienes que defenderte. Aun así, tienes que
conocer bien tus propias habilidades. ¿Tienes la fuerza
necesaria para derrotarlos? Si no es así, tendrás que aguantar
por el momento. Si atacas a ciegas, solo conseguirás que te
hagan daño. Además, soportarlo no significa que estés
admitiendo la derrota; solo tienes que encontrar otra forma de
enfrentarte a ellos. Hazte más fuerte, tan fuerte que nadie
pueda meterse contigo, tan fuerte que puedas proteger a
quien quieras proteger.
Capítulo 63 El hijo ilegítimo de un
mendigo
Néstor asintió enérgicamente con la cabeza.

Olivia sonrió aliviada. En ese momento, se sintió de repente


muy agradecida hacia ese hombre. Frente a su hijo, que
carecía de amor paterno, él había asumido el papel de figura
paterna.

A decir verdad, esto era algo que ya había discutido con su


hijo. Quizás es que hay diferencias en la forma en que un
padre y una madre educan a sus hijos. El niño podía escuchar
los consejos, pero no tenían el mismo efecto para él cuando
venían de ella.

Al ver la expresión seria en los ojos de su hijo, supo que se


esforzaría en portarse bien. Después de todo, admiraba a
Eugenio e incluso, ¡lo anhelaba como padre! Entonces, volvió
a mirar a Eugenio. «Supongo que la razón por la que mi hijo lo
quiere no es solo que sea muy apuesto. ¡Tal vez sea en verdad
muy capaz!». Si tan solo Olivia lograra hacer un análisis
racional con calma.

Por su parte, la doctora estaba tan emocionada que no pudo


evitar intervenir.

—¡Usted es un padre tan bueno! —exclamó mientras miraba a


Eugenio, admirada.

—No es el padre. —Olivia miró sorprendida a la doctora.

—Vamos. No puedo ir a clase por la tarde. Necesito un nuevo


par de pantalones. —Néstor no quería dar más explicaciones,
así que se puso de pie.

—Bien. El bisabuelo acaba de llamar. Está preocupado por tus


heridas. ¿Quieres ir a visitarlo? —preguntó Eugenio.

—¡Sí! —asintió Néstor.


Entonces, Eugenio sonrió y se agachó para levantar a Néstor.

—Muy bien; ¡vamos a comprarte unos pantalones!

El niño se sonrojó de timidez. «A pesar de todo, ¡papá y mamá


parecen llevarse mucho mejor que antes!».

En cuanto los tres se marcharon de la enfermería, se


encontraron con Florencia y sus sobrinos, a la salida del jardín.

Florencia vio que salían con el niño. Por lo tanto, supuso que
también los habían expulsado. Si ese era el caso, al menos se
sentía algo satisfecha.

—No paraban de hablar de lo increíbles que eran. Miren, ¿no


los expulsaron a ellos también? —se dirigió a sus sobrinos.

Olivia se quedó atónita. «¿Expulsados?». Luego, comprendió


enseguida lo que sucedía y le dirigió a Eugenio una mirada;
parecía dudosa. «No me digas... Cuando salió hace un
momento, ¿fue por esto?». En ese instante, sintió un
sentimiento cálido en su corazón. «Está actuando como el
padre del niño y protegiéndonos».

Eugenio los ignoró. Pasó por delante de ellos sin mirarlos, pero
Florencia lo detuvo.

»Espere... —Florencia sonrió con alegría y continuó—: Usted


tiene el apellido Navarro, ¿verdad? No me importa de qué
familia venga, pero permítame hacerle una amable
advertencia. Olivia no es una mujer virtuosa; fue muy alocada
en el pasado. ¡Ese niño es el hijo ilegítimo de un mendigo! Si
quiere tener una relación con ella, será mejor que se replantee
su decisión.

Al oír esas palabras, Olivia montó en cólera de inmediato y se


apresuró a agarrar a Florencia por la muñeca.

—¡La única razón por la que no te he hecho nada es por


respeto a tus años! No te atrevas a aprovecharte de tu edad
otra vez. Si vuelvo a oírte decir algo inapropiado sobre mi hijo,
haré que te arrepientas. —Después de decir eso, apartó a
Florencia de un empujón.

—¡Oye, mujer! ¿Por qué siempre actúas con violencia? —gritó


la mujer mientras se acercaba para detener a Olivia.

—Si alguien viene a provocarme, ¿qué otra cosa puedo


hacer? Erica Ortega, he sido respetuosa contigo por la
presencia de tus hijos. ¡No te atrevas a aprovecharte más de
mí! —gruñó mientras se soltaba del agarre de la mujer. Olivia
exudaba un aire frío.

Florencia se sintió encantada al ver lo furiosa que estaba


Olivia.

—Tiene que creer lo que digo —se dirigió a Eugenio de nuevo


e ignoró el hecho de que casi se había caído hacía un
momento—. ¡Olivia estaba tratando de seducir a su cuñado
hace apenas dos días! Me refiero a mi hijo, Hugo Gómez, del
Grupo Gómez. Debe conocerlo, ¿verdad? ¡Ella trató de
seducirlo porque es un hombre excelente! Mi hijo y mi nuera
tienen una buena relación; ¡¿quién estaría interesado en una
mujer mancillada como ella?! Será mejor que abra bien los
ojos. No se deje engañar por esa apariencia suya.
Capítulo 64 Enamorar a Olivia Miranda
de manera oficial
Eugenio exudaba una hostilidad aterradora. Incluso Néstor, a
quien llevaba en brazos, apretó sus pequeños puños con
fuerza. Tuvo ganas de decir la verdad. «¡No soy hijo de un
mendigo!».

—Antes de que usted dijera algo, podría haberlo considerado,


pero ahora me he decidido. A partir de hoy, ¡voy a enamorar
a Olivia Miranda de manera oficial! Hugo Gómez, Ana
Miranda y ahora, usted. ¡Toda su familia es insolente, petulante
y engreída! ¡Supongo que ser expulsado del jardín de infancia
fue un castigo demasiado leve! A partir de mañana, ¡voy a
aplastar a todo el Grupo Gómez en un mes! —habló Eugenio
con voz escalofriante.

Al oír esas palabras, todos tuvieron la misma reacción:


quedaron mudos de asombro.

Entonces, Erica y Ariel Ortega se miraron. ¡Ese hombre era el


causante de la expulsión de sus hijos!

Por su parte, Olivia se sorprendió por lo que dijo Eugenio. «“A


partir de hoy, voy a enamorar a Olivia Miranda de manera
oficial”. Aunque sea para provocarlos, no necesitaba ir tan
lejos, ¿verdad? Puede que nos conozcamos desde hace dos
meses más o menos, ¡pero solo nos hemos visto un par de
veces!».

Por el contrario, para Néstor fue una grata sorpresa. Mantuvo


los labios apretados por miedo a revelar los alegres
pensamientos de su mente. «¡Lo he conseguido! ¡Todos mis
esfuerzos no fueron en vano! ¡Mi papá por fin va a empezar a
enamorar a mi mamá!».

—¡De verdad sabes cómo presumir! —exclamó Florencia con


rostro de desprecio—. ¡Incluso amenazas con aplastar al
Grupo Gómez! ¿Quién te crees que eres?
—¡Póngame a prueba! —dijo Eugenio con indiferencia
mientras la miraba de reojo. Luego, añadió—: Ah, por cierto,
Olivia no estaba seduciendo a su hijo. Él la estaba molestando.
En ese momento, ¡pasé por allí y lo eché! Vaya a avisar a su
hijo; Olivia es mía ahora. ¡Más vale que no la acose sin motivo!

—¡Qué ideas tan delirantes! ¡Mi hijo y mi nuera se quieren el


uno al otro! ¿Acosar a Olivia? ¿Qué broma es esa? —gritó
Florencia, enfadada. Se sentía muy avergonzada.

Entonces, Olivia se echó a reír.

—Bueno, ¡espero que se sigan queriendo tanto! —Después de


decir eso, se llevó a Eugenio lejos. «¡Discutir con esa zorra
frente a las puertas del jardín es una vergüenza!».

Enseguida oyó las voces de las peleas, que venían de detrás


de ella.

—¡Debe ser Eugenio Navarro! Si no, ¿cómo podría hablar con


tanta seguridad? Va a aplastar al Grupo Gómez en un mes.
¿Afectará a la Familia Ortega? —preguntó Ariel.

—¿No lo dije? —intervino Erica—. ¿Cómo es posible que los


niños hayan sido expulsados del jardín sin motivo? ¡Resulta que
fue su culpa! Tía Florencia, ¡sí que nos has causado problemas!

—Mira cómo logró asustarte —protestó Florencia—. ¡No creo


que sea capaz de hacerlo!

Por otro lado, Olivia se subió al auto.

—Siento lo de ahora. Muchas gracias por su ayuda —se


disculpó. No mencionó lo que él había dicho de enamorarla.
Después de todo, no fue más que un impulso al hablar.

Eugenio la miró.

—No es nada. La próxima vez que traten de pelear con usted,


ignórelos.
—Aunque fue solo un breve momento, yo también tuve ganas
de matarla. Sin embargo, cuando pensé en que me tacharían
de asesina por culpa de una anciana tan despiadada, me di
cuenta de que no merecía la pena —confesó ella mientras lo
miraba con extrañeza y no pudo evitar sonreír.

—¿De qué tiene miedo? —le preguntó él con los ojos fijos en
ella; se notaba que su ira no se había calmado—. Si no
aplastamos a este tipo de personas, ¿se supone que debemos
dejarlos tranquilos?

—Oh, yo sí los aplastaré, pero me vengaré de otra manera —


dijo Olivia después de reír.

Él la miró. Sabía que ella era intransigente y se desquitaría


hasta por el más mínimo agravio. De lo contrario, no le habría
hecho pagar 50 millones en honorarios médicos. Sin embargo,
le gustaba su personalidad.

Después, le compraron a Néstor un nuevo par de pantalones y


se los puso de inmediato.

Olivia levantó el par de pantalones rotos que ahora parecían


más bien una falda. Entonces, se echó a reír. «No es de
extrañar que se negara a moverse incluso mientras le
pegaban». Miró a Eugenio, que llevaba al niño.

»Señor Navarro, permítame invitarlo a comer. Estoy muy


agradecido por su ayuda de hoy —le dijo.

Al oír eso, Eugenio se sintió feliz de repente y asintió con la


cabeza.

—Si tiene que decir eso, creo que debería ser yo quien la invite
a comer. Si no fuera por su oportuno rescate, la vida del
abuelo podría haber estado en peligro.

—¿Es necesario seguir intercambiando agradecimientos?


¿Podemos hacerlo después de comer? —interrumpió Néstor
luego de mirar a uno y al otro.
Capítulo 65 ¿Dónde está su padre?
Olivia y Eugenio intercambiaron miradas y sonrieron.

—Claro, vamos a comer. ¿Qué quieres comer?

Eugenio giró la cabeza y miró hacia el niño.

—Néstor, ¿qué quieres comer? —preguntó.

—Estofado —dijeron los dos a la vez mientras se miraba a los


ojos.

Al oírlos, Olivia se echó a reír. «Mira qué bien se entienden


entre ellos; si no los conociera, habría pensado que en
realidad eran padre e hijo».

Más tarde, llegaron al restaurante donde preparaban el


estofado. Eran más de las 2 de la tarde; la hora de almuerzo
ya había pasado. Por lo tanto, no había muchas personas allí,
así que no pidieron un salón privado; encontraron un lugar
para sentarse en el salón principal.

—¿Qué tipo de estofado quieren? ¿Picante o sin picante? —


preguntó Olivia.

—¡Sin picante! —respondieron al unísono los dos, que estaban


sentados frente a ella.

—Señor Navarro, ¿no le gusta la comida picante? —Ella se


sorprendió.

—Sí, pero ¡no me acostumbro a comerla! —contestó Eugenio.

—¡Es igual que Néstor! Él tampoco come estofado picante —


comentó ella, risueña.

Olivia no dio mucha importancia a sus palabras, pero Néstor


entrecerró los ojos de felicidad. «Bueno, somos padre e hijo
después de todo. Por supuesto, ¡somos parecidos! Papá se ha
estado portando muy bien. Voy a observar las cosas durante
un tiempo más. Si él trata a mamá tan bien como yo a ella, ¡le
diré la verdad!».

Al final, Olivia pidió un estofado sin picante junto con muchos


platos para acompañarlo. Se podía decir que había satisfecho
del todo el apetito de los dos chicos sentados frente a ella.

—Su hijo es muy adorable —dijo Eugenio mientras miraba a


Néstor y sonreía con una expresión afectuosa y amable.

—Solo finge tener buenos modales; pero, en realidad, es muy


atrevido —protestó Olivia después de mirar a Néstor.

—No hay nada malo en que un niño sea travieso. —Entonces,


Eugenio observó a madre e hijo y preguntó vacilante—: Hace
tiempo que quiero preguntar; ¿por qué Néstor tiene su
apellido? ¿Dónde está su padre? —No había creído las viles
palabras que dijo la anciana. Por lo tanto, decidió que era
mejor preguntar a la persona adecuada.

Olivia se quedó desconcertada y respondió con indiferencia:

—¡Está muerto! Murió antes de que el niño naciera.

Pfff. Néstor escupió el agua que bebía al escuchar esas


palabras. Al mismo tiempo, estuvo a punto de morir ahogado
con la poca agua que había tragado. Miró a Olivia con
resentimiento y dijo en secreto para sus adentros: «Mamá, ¿por
qué le dices a papá que se ha muerto de forma tan
despiadada? ¿No es eso malo?».

Eugenio, nervioso, le dio una palmadita en la espalda.

—¿Estás bien?

Mientras tanto, Olivia le entregaba un vaso con agua de


forma inquieta.

—¡Bebe un poco de agua! De verdad, ¡más despacio! ¿Cómo


puedes atragantarte con agua? —Se bebió el agua mientras
la regañaba para sí mismo: «¡¿No sabes lo impactantes que
fueron tus palabras?!».

Después de un rato, al fin dejó de toser. Al subir la mirada, se


quejó con resentimiento:

—Mamá, ¿quieres que beba más rápido o más despacio?


¡Decídete! —Ella lo fulminó con la mirada.

—¡No contestes tanto! —Sin embargo, Néstor se limitó a sonreír.

Por otro lado, Eugenio había anotado en secreto ese hecho.


«Ya veo; el padre se ha ido. No es de extrañar que el niño
tome el apellido de su madre».

—Todos estos años, ¿lo has criado sola?

—Sí, más o menos —asintió ella.

A él le pareció muy admirable.

—Es increíble. Tienes mucho talento. Incluso así, te las


arreglaste para cuidar tan bien de tu hijo. —Olivia recibió
tantos elogios que no supo cómo reaccionar. De esta manera,
se quedó atrapada en una pena incómoda. Por suerte, el
camarero se acercó a servir la comida y evitaron el tema.
¿Quién iba a saber que el pequeño continuaría con el tema
después de que el camarero se fuera? Néstor dijo:

—A mi mamá no se le da muy bien cuidar de los demás.


Como no sabe cocinar, siempre comemos fuera. Además,
está muy ocupada. Así que, básicamente, me cuidé a mí
mismo. Bueno, ¡ella ni siquiera sabe ponerse una capa más de
ropa cuando tiene frío! Tengo que recordárselo... —Antes de
que pudiera terminar, Olivia le cortó la frase:

—Néstor, date prisa y come.

«¡¿Cómo puede este niño contarle todo?! ¡¿No puedes


dejarme un poco de dignidad frente a los demás?!».
Capítulo 66 Vamos a comer estofado,
yo invito
Néstor sonrió en voz baja. Era raro ver que se reflejara
vergüenza en el rostro de Olivia. De este modo, Eugenio no
pudo contener la risa.

—Supongo que no fue fácil para ti sobrevivir tanto tiempo.

—Así es. Por suerte, tengo muchos amigos. Si no, ya me habría


muerto de hambre o me habría congelado. Aun así, sé que
mamá no lo hizo a propósito. Según el padre de mamá, es un
milagro que no se haya matado por accidente —murmuró
Néstor de forma vaga.

Al oír eso, Eugenio no pudo evitar una risa estruendosa.

Por otro lado, la expresión de Olivia se volvió asesina de


manera inmediata y amenazó con voz feroz:

—¡Néstor Miranda! ¿No has comido lo que cocino a diario los


últimos días? Si sigues diciendo tonterías, no cenarás esta
noche. —Néstor frunció el labio con tristeza y dijo de manera
inocente:

—¡Pero, yo no he dicho eso! Solo repetía lo que había dicho tu


padre. Mami, ¡no puedes meterte conmigo solo porque tu
padre no está aquí!

Ella sudaba en exceso.

—¿Cuándo me he metido contigo? Tú eres el que delata


todos mis defectos.

—¡Me amenazaste con la cena! —replicó él.

Entonces, ella lo fulminó con la mirada.


—Bueno, ¿por qué no vas a buscar a esos amigos tuyos?
Después de todo, ellos te criaron. No importará si cenas o no.
—De esta manera, Néstor se volvió para mirar a Eugenio.

—Tío Eugenio, ¿me invitarás a cenar esta noche? —Eugenio se


echó a reír.

—Claro, los invitaré a cenar a los dos.

—Néstor Miranda, ese al que llamas tío Eugenio es mi amigo.


—Olivia miró a Néstor con furia. En respuesta, Néstor hinchó las
mejillas y frunció el labio con tristeza mientras bajaba la
cabeza para comer.

—Entonces, será mejor que coma más ahora, ya que no voy a


comer esta noche.

Ella se quedó casi sin palabras. «Empiezo a notar que cada vez
me resulta más difícil controlar a este pequeño bast*rdo».

Sin embargo, la expresión de Eugenio estaba llena de calidez.


Le gustaba la forma en la que interactuaban entre sí, era muy
agradable. Extendió la mano y acarició la cabecita de Néstor.

—Eres un chico. Los chicos deben cuidar a las chicas,


¿entiendes? —Entonces, se inclinó hacia él y le susurró—:
Ahora mismo, tus alas todavía están en crecimiento. Así que
tienes que ser calculador y actuar de forma dócil para que te
den tres comidas al día. ¡No es prudente ofender a tus padres
que te alimentan y te visten!

Olivia se quedó sin palabras. «Puedo oírlo todo, ¿de acuerdo?


¿Qué pasa con este método de educación?». Néstor sonrió a
sus anchas.

—Lo entiendo. —Después, se dirigió a su madre de manera


obediente y dijo—: Mami, estaba equivocado. Eres la mejor
mamá del mundo. —Ella no dijo nada.

«¿Por qué me siento tan avergonzada?».


Eugenio sonrió. Luego, puso poco a poco todos los
ingredientes que habían pedido en el estofado. Era muy
exigente con el tiempo de cocción de cada cosa. Por lo
tanto, fue muy claro con respecto a qué ingrediente debía ir
primero y qué ingrediente debía ir después.

Al final, Olivia decidió no seguir luchando contra ellos. «Bueno,


si soy mala para cuidar a los demás, que así sea. Voy a ser una
pequeña glotona despreocupada, ¿de acuerdo?».

...

No muy lejos, una mujer les hizo una foto en secreto y se la


envió a Natalia por WhatsApp. Junto con la foto había un
mensaje que decía:

«Natalia, he visto a Eugenio. Está comiendo con una mujer y


un niño. Mira, ¿es un pariente suyo?».

Pronto recibió una respuesta.

«Es la doctora que ayudó a curar al abuelo de Eugenio».

«Si no lo supiera, pensaría que son una familia de tres».

«Haz otra foto y asegúrate de elegir un ángulo en el que no


sea demasiado obvio que son ellos en el fondo. Luego,
publícala en Instagram», respondió Natalia en otro mensaje.

La mujer entendió sus intenciones de inmediato. De ese modo,


se puso de lado y se tomó un selfie, incluyendo a Eugenio y a
Olivia en la foto mientras lo hacía. Aunque no era demasiado
obvio, podían verse de forma clara en la foto si se ampliaba.
Al publicarla en Instagram, escribió el siguiente pie de foto:

«Vamos a comer estofado, yo invito».

En esta era digital, dos amigos comunes pueden hacer que


una foto se convierta en viral muy de prisa. En consecuencia,
la foto se convirtió en tema del momento entre sus círculos de
amigos en un abrir y cerrar de ojos.
No era un secreto lo difícil que era acercarse a Eugenio
Navarro. Aparte de Alex, ni siquiera sus amigos de la infancia
se atrevían a bromear con él. Por tanto, la foto de él
comiendo con una mujer, en especial porque era una mujer
con un niño, se convirtió al momento en una noticia
sensacional. Todo el mundo pensó que la mujer era fascinante
al poder acercarse tanto a Eugenio.

Como resultado, compartieron las fotos varias veces y Alina


también la vio.
Capítulo 67 Su relación
Alina apretó los dientes al ver la sonrisa de Eugenio en la foto
ampliada de él y su familia. El hecho de que eligiera a una
mujer con un hijo antes que a ella era inaceptable y llamó a
Roberto al instante.

—¿Cómo van las cosas por tu lado?

—Esa mujer es un hueso duro de roer. —Su voz llegó a través


de la línea.

—¿No tienes otra forma de hacerlo? —replicó Alina


enfadada—. ¡Fuera de mi vista si ni siquiera puedes realizar
una tarea tan insignificante!

Al día siguiente, el nombre de Ana estaba en la parte superior


de la lista de búsqueda en las redes sociales y sin ayuda se
hizo cargo de algunas secciones de la lista de búsqueda:

«Ana Miranda plagio».

«Ana Miranda descalificada».

«Ana Miranda la p*rra falsa llorona».

«Olivia se revela como la diseñadora de moda de renombre


mundial, Ángel».

La última opción de búsqueda de la lista fue retirada debido


al deseo de Olivia de mantener un perfil bajo. Sin embargo,
hubo muchas personas que vieron su nombre, lo que les llevó
a descubrir el hecho de que pronto crearía su propio estudio
de moda y a solicitar pedidos anticipados. Incluso la
reconocieron como la hermanastra de Ana Miranda, la joven
ejecutiva del Grupo Miranda.

Olivia no tenía intención de revelar su pasado al público y solo


quería una vida tranquila, por lo que hizo que Néstor retirara
todas las opciones de búsqueda relacionadas con ella. Ana
estaba encantada de ver su reacción, ya que su reticencia a
revelar su identidad significaba que Ana tendría derecho a
decir lo que quisiera. La noche anterior se había conocido la
noticia de la expulsión de su hijo de la guardería, así que
decidió pasarse por la Residencia Gómez.

Ana se encontró con un grupo de periodistas al salir del


edificio, a los que respondió al poner una delicada fachada
mientras escatimaba en palabras:

—El incidente ya pasó, así que, por favor, ¡no me hagan más
preguntas! No me importa lo que los demás piensen de mí, ya
que los que me aprecian no dejarían de hacerlo incluso
después de haber sido descalificada, y los que no lo hacen
asumirían que soy una astuta mentirosa sin importar lo que
diga. Mantengo mi palabra, ya que nunca me he apartado
de mi conciencia. —Tras dar una respuesta ambigua, se
marchó.

Dejó atónitos a los periodistas y a los consumidores, que se


preguntaban si había ocurrido algo entre los competidores.
Ana fue directo a la morada de la Familia Gómez tras
despistar a los periodistas. Enfurecida tras escuchar el informe
de Florencia sobre lo ocurrido en la guardería, trató de reprimir
su ira mientras preguntaba:

—¿Qué debemos hacer ahora? ¿Adónde debe ir mi hijo


después de haber sido expulsado?

Florencia pensó que lo ocurrido no era culpa suya, así que no


le importó su actitud.

—No hace falta que te sientas tan angustiada por ello. Ya


mandé a Hugo a buscar otras guarderías. Hay muchas, así que
siempre podemos trasladar a tu hijo a otra.

—¿Dijiste que el apellido del hombre es Navarro? —preguntó


Ana después de respirar de manera profunda.

Florencia frunció el labio y su expresión era de angustia.


—Sí, y dijo que le gustaría cortejar a Olivia. Tus primos me
dijeron que era Eugenio Navarro, del Grupo Navarro, pero no
creo que sea el caso, ya que no tiene ninguna razón para ir
detrás de una zorra como Olivia.

Un sentimiento de temor se apoderó de Ana al recordar que


había preguntado por el orador después de que terminara el
concurso, que había resultado ser Eugenio y se preguntaba si
Olivia estaba de hecho relacionada con él de alguna
manera.

—¿Qué aspecto tiene el hombre?

Desganada, Florencia recordó el aspecto del hombre con


mucha renuencia y dio una respuesta sin compromiso al cabo
de un rato:

—Es bastante alto y apuesto; llevaba un traje oscuro


completado con una corbata carmesí a rayas.

Ana estuvo a punto de perder el equilibrio al oír la descripción


que Florencia hacía de él, pero consiguió sentarse en una silla
que había detrás de ella, al darse cuenta de que la
descripción coincidía con la de Eugenio.
Capítulo 68 Patada en la ingle
Al notar el cambio en el semblante de Ana, Florencia
preguntó:

—¿Qué pasa? —Ana respiró profundo y respondió:

—Es Eugenio, en efecto. Fue él quien me acusó de plagio,


además de presentar un currículum que obtuvo por medios
dudosos.

—¿Por qué Eugenio está tan en contra de nosotros si no nos


guarda ningún rencor en particular? —preguntaba Florencia
mientras fruncía el ceño.

—Debe ser por Olivia. Ella debe haber seducido a Eugenio, lo


que explicaría su comportamiento —conjeturaba Ana que
apretaba los dientes de odio.

—Olivia es sin dudas una p*rra como su madre. ¿No está


próximo el aniversario de la muerte de su madre? Deberías
aprovechar la oportunidad para darle una lección a Olivia. —
Florencia pareció estar de acuerdo con ella.

Una sonrisa siniestra brotó en el rostro de Ana, lo que cambió


su expresión a pesar de su silencio.

Tres días después, Olivia recibió una llamada de Eugenio para


informarle de la detención del criminal que había drogado a
su abuelo, antes de solicitar su presencia en la Residencia
Navarro ya que estaba preocupado por la salud de su abuelo.
Comenzó a preparar lo que necesitaría llevar tras colgar y salió
de su habitación con el bolso en la mano.

El timbre de la puerta la sorprendió y se preguntaba cómo


Eugenio había logrado llegar en tan poco tiempo. No se lo
pensó mucho mientras abría la puerta con una sonrisa
educada en el rostro, pero esta se congeló en cuanto notó
que era Roberto quien estaba parado junto a la entrada en
lugar de Eugenio, ante lo cual se enfadó.
—¿Qué haces aquí?

—Seguro que estás ansiosa por abrirme la puerta. Sé que a las


mujeres como tú les encanta hacerse las difíciles, así que ¿te
arrepentiste de tus acciones después de un tiempo de
inactividad? —Una sonrisa lasciva se podía ver en el escuálido
rostro de Roberto mientras intentaba entrar en su casa.

—¡Sal de aquí! —La voz de Olivia sonó áspera, pero Roberto no


le prestó atención mientras seguía haciendo lo que era propio
de él, todo el tiempo divagando:

—De acuerdo, no tiene sentido repetir los mismos trucos viejos.


Mientras tanto, deberías mirarte bien. Aunque eres bonita,
tienes un hijo y ningún hombre rico se casaría con una mujer
con un hijo, excepto yo.

—¡Sal de aquí o no seré blanda contigo! —Olivia tenía una


mirada sombría en el rostro cuando se vio obligada a
retroceder.

—¿Por qué estás a la defensiva? ¡Deja de ser tímida después


de haberme acogido en tu casa! ¿No quieres invitarme? ¿Y
por qué no hacerlo hoy? ¿Crees que deberíamos hacerlo en
la cama o en el sofá? —Roberto alargó la mano en un intento
de abrazarla, lo que provocó que Olivia echara el bolso a un
lado antes de darle una patada mientras gritaba:

—¡Lárgate de aquí!

El dolor insoportable por la patada de Olivia, que aterrizó justo


en su parte más vulnerable, hizo que Roberto se agarrara la
ingle al darse cuenta de que la había subestimado. Maldijo en
voz baja antes de abalanzarse de nuevo sobre ella:

—¡Ya has tenido tu oportunidad, desvergonzada! ¡No te


atrevas a pretender ser una mujer noble mientras me das un
sermón! ¡Te demostraré cuánto puedo durar y cuántos asaltos
puedo dar!
Mientras lucía una sonrisa de desprecio que hablaba de su
indiferencia, Olivia retrocedió unos pasos para poner algo de
distancia entre ambos antes de saltar en el aire para darle a
Roberto, que estaba delante de ella, una fuerte patada que
lo hizo tambalearse hacia atrás hasta caer fuera de la puerta.
A continuación, se acercó a él y espetó:

—¡Tú eres el que no tiene vergüenza!

Roberto perdió la calma al ser expulsado de la casa, lo que


hizo que mirara a Olivia con desprecio mientras hacía una
llamada telefónica, durante la cual solo escupió una escueta
orden:

—¡Ven aquí! —Entonces se levantó para gritar a todo pulmón


frente a la casa de Olivia—: ¡Espera! ¡Ya no eres una niña, ni
tampoco una mujer casta, así que te lo merecías! ¡El hecho de
que quiera acostarme contigo demuestra mi cortesía!
Capítulo 69 La pelea desatada
—¡Bájate de las nubes! —Impulsada por la rabia, Olivia agarró
el brazo del hombre en lo que daba un paso adelante para
lanzarlo por encima de su hombro con destreza mientras ponía
una expresión arrogante en su rostro.

Otros dos hombres llegaron a su puerta mientras seguían


enfrascados en su pelea, a lo que Roberto respondió con una
sonrisa complaciente:

—Olivia, eres desagradecida, así que hoy voy a darte una


lección.

—¡Agárrenla! —gritó a los dos hombres.

Enseguida Olivia fue acorralada por estos hombres mientras


sostenía una mirada fría y penetrante en su rostro inexpresivo.

—Roberto, Eugenio llegará en cualquier momento. ¿Estás


seguro de que quieres hacer esto?

—¡Ni se te ocurra intimidarme con semejante artimaña! ¿Quién


te crees que eres? ¡Eugenio ni siquiera le dedicará una mirada
a una zorra con un niño! —se burló Roberto. Luego se volvió
hacia los otros dos hombres antes de dar sus órdenes—:
¡Vamos, nosotros tres la capturaremos y nos divertiremos con
ella!

Aunque las posibilidades de ganar contra tres hombres eran


escasas, Olivia no tuvo más remedio que enfrentarse a ellos.
Tomó aire antes de voltearse para lanzar una patada al
hombre más cercano a ella y se metió en la casa. Sin
embargo, Roberto pareció leerle la mente, ya que la siguió de
prisa sin darle tiempo a cerrar la puerta. Los tres hombres
entraron sin problemas, mientras sus esfuerzos combinados
hacían pasar un mal rato a Olivia. Cuando puso su atención
en los dos hombres, Roberto se lanzó hacia adelante para
sujetarla por la cintura desde atrás a la par que soltaba
palabras de desenfreno:
—¡Deja de luchar sin sentido! ¿Por qué no te diviertes con
nosotros?

Uno de los hombres se acercó a ella emocionado mientras


decía:

—¡Sí, así es como se hace! En comparación con el combate


cuerpo a cuerpo, parece que le va mejor en la lucha a
distancia, ¡así que nos acercaremos a ella de esta manera!

El hombre que recibió una patada y cayó al suelo con


anterioridad se levantó rápido y se acercó a ellos.

—¡Gordo, sujétala mientras yo voy a buscar una cuerda! —


ordenó Roberto, a lo que el hombre más gordo obedeció y la
sujetó con un apretón aún más fuerte.

Los forcejeos de Olivia fueron inútiles, así que solo pudo


observar cómo Roberto encontraba una cuerda en algún
lugar de la casa. En el silencio que se produjo, mantuvo una
expresión severa mientras se apoyaba en el hombre que
estaba detrás de ella para apartar a Roberto de una patada
cuando este se acercó con la intención de atarla.

La fuerte patada hizo que Roberto se deslizara unos metros


hacia atrás por el suelo, lo que causó que su cabeza chocara
con el mueble de la televisión que tenía detrás. El dolor hizo
que le diera un ataque de rabia mientras maldecía y luego
tomó un jarrón del mueble de la televisión para lanzárselo a la
cabeza:

—¡Firmaste tu propia sentencia de muerte, maldita p*rra!

Una brisa pasó por delante de Roberto en ese instante antes


de que recibiera una patada en la espalda, que le hizo caer
sobre la mesa de centro. La vajilla de té que estaba sobre ella
fue barrida debido al choque, mientras él fustigaba:

—¡Por la p*ta madre! ¿Quién está ahí? —Su primera reacción


fue buscar a la persona que le había dado la patada, pero su
visión falló antes de que pudiera ver la figura, ya que le habían
roto un jarrón en la cabeza. El sonido que hizo fue
indescriptible, ya que era una mezcla de ruido contundente y
crujiente. Lo único que supo fue que vio de color rojo de
manera literal, lo que reconoció cuando sus ojos se cubrieron
con la sangre que salía de la herida en su cabeza.

—Sí que eres valiente, Roberto. —El tono frío y feroz de la voz le
causó un escalofrío en el centro de su ser cuando Roberto se
dio cuenta de que Eugenio había llegado.
Capítulo 70 La revisión de Mario
—E-Eugenio... —Al limpiarse la sangre sobre los ojos, la mente
de Roberto se quedó en blanco mientras temblaba al darse la
vuelta para tener una visión más clara de la persona que tenía
delante.

—Estoy seguro de que tienes ganas de morir. —El tono de voz


de Eugenio era escalofriante y tenía una expresión fría.

Los otros dos hombres se estrellaron contra Roberto al ser


pateados por Olivia antes de que pudieran siquiera responder,
mientras Roberto gritaba de dolor y casi se desmaya. Al
examinar a Olivia de pies a cabeza, Eugenio podía sentir el
miedo persistente en su corazón. También sintió un agudo
pinchazo en su corazón al notar que su cabello estaba
despeinado, su ropa sucia y sus muñecas rojas debido al
forcejeo durante la lucha.

—¿Estás bien? —preguntó, a lo que Olivia movió la cabeza de


manera positiva como respuesta.

A pesar de la furia desatada, no se atrevió a imaginar lo que


hubiera sucedido si hubiera llegado un segundo más tarde.

—Ve a cambiarte y luego iremos al hospital para que te


revisen. —A continuación, hizo una llamada en su teléfono
para que sus hombres se acercaran.

—Estoy bien, así que primero deberíamos hacerle una visita a


tu abuelo. Espera aquí mientras voy a cambiarme —Olivia
respiró profundo y entró en la habitación después de haber
dicho eso.

La cojera de la pierna le dolía al sentarse en la cama, pero


aparte del moretón que hacía evidente que estaba herida, no
sabía cómo se la había hecho. Era una suerte que sus hijos no
estuvieran en casa, si no, no hubiera conseguido ocuparse de
todo ella sola. Tras aplicar los primeros auxilios a sus heridas,
Olivia se puso un nuevo par de pantalones antes de salir de su
habitación. Cuando salió, el salón ya estaba limpio y no
quedaba ningún rastro de sangre en el lugar.

—¡De alguna manera te compensaré por esto! —Había un


semblante de disculpa en la mirada de Eugenio mientras la
observaba desde donde estaba parado en la sala de estar.

—Está bien. De todas formas, ya recibieron unos buenos


golpes. —Olivia respiró profundo antes de hablar.

—No tienes que preocuparte de que se repita —respondió él.

Los dos se dirigieron entonces a la Residencia Navarro.


Después de un par de visitas, Olivia no era ajena a este lugar.
Vio al padre de Eugenio, Eduardo, que emanaba un aura de
superioridad. Aunque Eugenio no se parecía en nada a Bruno,
los dos tenían un parecido con Eduardo, quien saludó a Olivia
antes de que ella pudiera hacerlo:

—¡Usted debe ser la doctora Miranda! Gracias por salvar a mi


padre.

—Es parte de mi trabajo, así que no tiene que agradecerme —


respondió Olivia.

—Su edad ya casi lo alcanza, así que por favor trátelo lo mejor
que pueda —dijo Eduardo.

—No se preocupe, haré mi mayor esfuerzo —respondió Olivia


con la misma actitud.

Si debía ser franca, ella no era buena para las galanterías,


pero Eduardo tampoco dijo mucho más aparte de recordarle
a Eugenio que analizara la situación antes de salir de la
habitación. No parecía que a Eduardo le importara en
absoluto el anciano en comparación con Eugenio, pero Olivia
optó por mantener su silencio al notar lo imperturbable que
estaba Eugenio. Entraron en la habitación de Mario y lo vieron
de buen humor al saludar a Olivia:
—¿Por qué no trajiste al niño contigo? —A juzgar por el hecho
de que Mario preguntaba por Néstor después de haber
hablado con él durante un largo rato la última vez, Olivia se
alegró al confirmar que a Mario le había agradado mucho
Néstor.

—Néstor está en la escuela, Señor Mario.

—¡Ten por seguro que tienes un gran hijo, Olivia! —asintió con
la cabeza el anciano.

—Pero también puede ser exasperante a veces. —Olivia dejó


escapar una risa.

—Abuelo, deja que la doctora Miranda te haga una revisión.


—Eugenio sonaba preocupado.

—Claro, adelante —consintió Mario.

Ya que tenía su consentimiento, Olivia sacó una pequeña


almohada antes de comprobar su pulso, al tiempo que le
preguntaba por su estado de ánimo, su dieta, su sueño y
demás. Diez minutos después, miró a Mario con una sonrisa
antes de decir:

—Parece que está en buenas condiciones, siga así.

—Todo es gracias a ti. —Mario soltó una carcajada al


escuchar lo que ella dijo.

—Por favor, no diga eso, Señor Mario. ¡Su nieto es el verdadero


héroe! Él es el que estaba preocupadísimo —respondió Olivia
con mucha humildad, a la vez que miraba de reojo a Eugenio.
Capítulo 71 Hace de casamentero
—Seguro que tengo un nieto excepcional —dijo Mario
mientras se acariciaba la barba. Entonces le entregó a
Eugenio una llave de cobre y fijó la mirada en él.

—Tráeme la carpeta roja de la gaveta.

—A pesar de su sorpresa, Eugenio tomó la llave, abrió la


gaveta y sacó la carpeta.

—¿Te refieres a esto?

—Sí, tú la guardarás a partir de ahora —dijo Mario y asintió con


la cabeza.

—¿Qué es esto? —Al abrirlo, a Eugenio le dio un salto el


corazón al darse cuenta de que era el testamento de su
abuelo, lo que le hizo fruncir el ceño—. Abuelo, ¿qué estás
haciendo? ¿Por qué escribes un testamento si estás bien?

Mario agarró la mano de Eugenio mientras este intentaba


volver a cerrar la carpeta en sus manos.

—No te pongas nervioso, lo único que te pido mientras tanto


es que lo guardes. Mi día llegará ahora que soy viejo, así que
debes pensar en la empresa, aunque en lo personal no te
importe la riqueza. Para mí, eres el mejor candidato a
presidente de esta empresa. Las acciones que tenemos tu
abuela y yo suman una cuarta parte del total de las acciones,
lo que garantizaría tu adquisición del cargo, con una
condición. —Eugenio se veía enojado al mirar de cerca las
condiciones adicionales enumeradas al escuchar las palabras
de Mario.

—¿Quieres decir que tengo que casarme antes de poder


heredar la empresa? ¿Estás seguro de que me quieres como
presidente? —Mario mostró una sonrisa traviesa al responder:
—¡Intentaré seguir vivo mientras tú haces todo lo posible por
cumplir esa tarea!

—Entonces deberías heredársela a otra persona —dijo


Eugenio.

A medida que la ansiedad se apoderaba de él, Mario le dio


una palmada en la espalda.

—¿Planeas hacer que me enoje tanto para poder heredar mi


riqueza después de que muera de un ataque al corazón?

—¿Cómo podría hacerlo si ni siquiera puedo cumplir con tus


requisitos? —Eugenio estaba exasperado.

Mario miró entre Olivia y Eugenio mientras le hacía una señal a


este último.

—¡Entonces deberías esforzarte más, vago sin remedio! Hice un


trabajo mucho mejor en mis tiempos.

«Entonces, ¡quiere que corteje a Olivia!». Darse cuenta de esto


le provocó a Eugenio sentimientos contradictorios. «¿No nos
hemos visto solo un par de veces? ¿Por qué tiene tan buena
impresión de ella?».

Mientras tanto, Olivia estaba allí incómoda, como si hubiera


escuchado algo que no debía y se preguntaba si la harían
mantener el secreto.

«¡Este anciano! ¿Por qué no me dijo que les diera un poco de


espacio para hablar de asuntos tan importantes?».

Mario le entregó el documento a Eugenio y al mismo tiempo le


guiñó el ojo de forma traviesa.

—Guárdalo y no dejes que nadie lo descubra o dirán que te


estoy favoreciendo a ti. Sin embargo, deberás mostrar esto si
alguien cuestiona tu derecho al cargo cuando yo fallezca. —
Esas palabras dejaron un mal sabor en la boca a Eugenio, que
se sentó en la cama de su abuelo.
—¡Abuelo! ¡No digas tonterías! ¿No oíste lo que te dijo la
doctora Miranda? Será mejor que te esfuerces en vivir todo lo
que posible para que puedas presenciar mi boda.

—¡Si ese es el caso, deberías apresurarte para cumplir tu


promesa! —asintió Mario antes de dirigirse a Olivia.

—Trae a Néstor a visitarme durante las vacaciones, pues me


agrada mucho.

—De acuerdo —aceptó Olivia.

Mario lanzó un suspiro.

—Aunque ya no me relaciono con los asuntos mundanos,


tengo las cosas claras, así que no tienes que sentirte inquieta
por ello. Sé que eres una buena chica, ya que estaría muerto
desde hace tiempo si no fuera por tus constantes visitas.
Puedes reírte todo lo que quieras, pero para las familias como
la nuestra, las relaciones familiares vienen después de los
beneficios de cualquier tipo. Sin embargo, Pocholo no está
cegado por estos beneficios, así que pueden trabajar en
construir una relación juntos.

«¿Por qué parece que hace de casamentero?». Olivia se puso


rígida y se sonrojó.

Capítulo 72 La pastilla que le dio


La incomodidad se reflejaba en Eugenio mientras se
preguntaba qué tramaba su abuelo y por qué había decidido
actuar de manera tan evidente, si antes era más discreto.

—Muy bien, eso será todo por hoy, ya que es obvio que me
estás sobreestimando. Por ahora, nos iremos.

—¡Claro, adelante! Voy a tomar una siesta ahora. —El Abuelo


Navarro parecía divertirse.

¡Tráiganmela! —ordenó Eugenio a César tan pronto salieron de


la habitación de su abuelo.
Aunque no había heridas visibles en el rostro de Lily cuando la
trajeron a la casa, estaba muy pálida, como si hubiera
recibido una gran conmoción.

Mientras tanto, Eugenio le indicó a Olivia que tomara asiento


en lo que sacaba un cigarrillo que encendió y al que comenzó
a darle una calada con una ligera actitud indiferente. Con un
tono casual, preguntó:

—¿Cuál es la droga que añadiste a la comida de mi abuelo?


—El miedo se apoderó de Lily que temblaba mientras
tartamudeaba:

—Yo... yo añadí solo un somnífero en su comida al ver que el


Señor Mario experimentaba palpitaciones durante su sueño.
¡No era para hacerle daño, así que por favor perdóneme,
Joven Eugenio! ¡Sé que cometí un error y no lo volveré a
hacer! —se disculpó Lily mientras se arrodillaba ante él con
una reverencia.

—¿Segura que añadiste somníferos y no vasoconstrictores? —


preguntó Olivia y frunció el ceño.

—No, solo le di un somnífero. —Lily todavía pedía perdón.

—¡El Señor Mario siempre ha estado enfermo, así que nunca


debes darle ningún medicamento sin las instrucciones de su
médico! ¿Cómo es posible que no sepas una cosa tan
sencilla? —dijo Eugenio con una expresión de rudeza en su
rostro.

—¡Lo sé, por eso le di uno nada más! Mi intención era ayudarlo
a dormir mejor.

—Supongo que no vas a decir la verdad. —Eugenio mantuvo


un tono despreocupado e indiferente mientras echaba la
ceniza de su cigarrillo en el cenicero.

—¡Digo la verdad, Joven Eugenio! Puede examinar la comida


y comprobará que son somníferos —explicó Lily en un apuro.
—¿Es tu somnífero la razón por la que el Señor Mario durmió
hasta el mediodía del día 7? —preguntó Eugenio con el rostro
serio.

—No, eso no tiene nada que ver conmigo. Me preocupaba


que el Señor Mario tuviera problemas para dormir mientras yo
estaba de guardia anoche, así que mis intenciones eran puras.
—Lily miró a Eugenio con atención.

—¡Sácala de mi vista y luego rómpele las piernas! —ordenó


Eugenio con una expresión de frialdad en su rostro.

—¡Por favor, perdóneme, Joven Eugenio! ¡Sé que cometí un


error y no lo volveré a hacer nunca más! —Resonaron los gritos
de Lily, pero César hizo lo que se le había ordenado sin darle la
oportunidad de rogar por su perdón.

—Envía la comida de mi abuelo para que la examinen. —


Eugenio no se movió del sofá.

—De acuerdo —respondió César con pocas palabras.

Mientras tanto, Olivia reflexionaba con el rostro serio: «¿Cómo


puede ser eso posible? La presión arterial del Señor Mario
alcanzó los 180 mmHg ese día y las cifras no se habrían
disparado si le hubiera dado un somnífero».

Sin embargo, no tuvo tiempo de continuar su reflexión pues


Eugenio se levantó y se ofreció a llevarla a su casa, a lo que
ella accedió con una respuesta corta mientras agarraba su
bolso y subió al auto. El viaje transcurrió en silencio y Olivia se
sentía perturbada. «¿Qué significa esto? ¿Era porque los
resultados no cumplían sus expectativas o porque tenía dudas
sobre mi diagnóstico?». Olivia nunca fue de las que se quedan
con las cosas por dentro, así que, tras mirarlo de reojo unas
cuantas veces, le preguntó:

—¿Sospecha que he cometido un error en mi diagnóstico?

Sorprendido, Eugenio pensó, «¿por qué preguntaría eso?».


Capítulo 73 Una noche de fiesta
—No es eso. Creí que sospechaban que nosotros
investigábamos el asunto y por eso usaron a la criada como
chivo expiatorio —respondió Eugenio.

—¿Quiere decir que ella no lo planificó? —preguntó Olivia con


el rostro serio

—Una criada no sería tan atrevida —se burló Eugenio.

Olivia mantuvo el rostro serio, pues la respuesta que le dio le


recordó lo que el Abuelo Navarro dijo sobre la ausencia de
relaciones familiares. Tenía una sensación de incertidumbre
mientras lo miraba, sin saber cómo debía enfrentarse a él y si
debía compadecerlo o consolarlo.

—¿Sospecha de alguien? ¿Sería uno de los miembros de su


familia, solo por esa herencia?

—No lo sé —respondió Eugenio tras respirar profundo. Para él,


este era un tema difícil de abordar ya que su familia había
hecho mucho más que eso, por lo que optó por una respuesta
ambigua.

Al darse cuenta de que solo eran conocidos, Olivia tuvo la


repentina sensación de que no debería haber preguntado al
respecto, así que no indagó más. En lugar de eso, optó por
recordarle:

—Debería conseguir algunos guardaespaldas para proteger a


su abuelo en secreto.

—Lo haré. Gracias por su tiempo hoy, haré que alguien le


transfiera los honorarios de la consulta —asintió Eugenio
mientras hablaba.

—No tiene que ser tan educado. Soy yo quien debería


agradecerle. Su oportuna llegada me salvó de una catástrofe
—contestó ella.
El recuerdo del incidente ocurrido antes de su llegada
desencadenó un sentimiento de vergüenza en Eugenio, ya
que Roberto no habría podido encontrar fallas en Olivia si no
la hubiera presentado a ese grupo de alborotadores. Se sentía
responsable de lo ocurrido, por lo que le dijo:

—No se preocupe, no dejaré que lo que hicieron quede


impune. —Sin saberlo, lo que dijo sonaba más a promesa que
a otra cosa.

Pronto llegó la noche siguiente. Olivia recibió una llamada de


Katia, en la que esta solicitaba su compañía para asistir a una
fiesta. Por tanto, dejó a Néstor en casa de Nataniel, lo que le
encantaba. Como desarrollador de videojuegos, todos los
juegos de Nataniel pasaban primero por Néstor, por lo que
visitar su casa era la actividad favorita del niño. Apenas
llegaron, Néstor le indicó a Olivia que se fuera y dijo con
amabilidad:

—No tienes que venir a buscarme esta noche, ya que será


bastante tarde cuando termines, dormiré aquí.

—¿Estás seguro de que vas a dormir en lugar de jugar toda la


noche? —dijo Olivia con rostro de enojo.

—Prometo vigilarlo —dijo Nataniel.

—Sé que los dos son iguales cuando se trata de videojuegos.


Vendré por la mañana y tendrás que soportar mi ira si
descubro que jugaron videojuegos toda la noche —afirmó
Olivia e hizo un ruido con la garganta en señal de
desaprobación.

—Lo sé, lo sé, así que ya puedes irte. Esa idiota debe estar
esperándote. —Nataniel la forzaba a irse mientras hablaba.

Su apuro hizo que Olivia se resignara a llamar un taxi para ir al


hotel, al llegar se encontró a Katia que la esperaba en la
entrada.
—¡Me has hecho esperar bastante! —Katia se acercó a ella de
prisa.

—Me demoré al llevar a Néstor a casa de Nataniel —se


disculpó Olivia y agarró a Katia de la mano mientras entraban
con el dobladillo del vestido en la mano.

—¡Haga lo que haga, tengo que conseguir que Lucas


colabore conmigo! —dijo Katia, que trabajaba en una
novedosa agencia editorial de revistas de moda que estaba
en proceso de alcanzar la fama y sus ventas no iban muy bien,
por lo que la empresa se encontraba en un estado bastante
lamentable.

Aunque la empresa había conseguido un contrato con otra


empresa especializada en anuncios de relojes, habían insistido
en que Lucas Martínez debía ser el modelo de sus productos,
lo cual era una petición que Katia no podía rechazar, ya que
debía tener en cuenta el sustento de sus subordinados.

—¿Te refieres a Lucas Martínez, el protagonista de «No puedo


evitar enamorarme de ti»? —Olivia miró a Katia con curiosidad.

—Sí, ¡entonces lo conoces! —Katia parecía encantada de oír


eso.

—¡También sé que es empleado de Entretenimiento Estrella


Metropolitana! —dijo Olivia con una expresión pícara en su
rostro.

—¡Sí! —dijo Katia.

—Sin embargo, el drama es un éxito y su empresa y


patrocinadores parecen tenerlo en alta estima, así que no es
seguro que tengas éxito —comentó Olivia con sinceridad.
Capítulo 74 Cada uno con sus propios
planes
—¡Tendré que intentarlo sin importar el resultado! —expresó
Katia, que lucía confiada.

—Muy bien, mucha suerte. —Oliva arqueó una ceja.

La espléndida decoración resplandecía bajo las brillantes


luces del salón, la cual formaba una vista abrumadora que
asaltaba sus sentidos cuando ambas entraron en la sala. El
sonido de las copas de vino chocando entre sí se oía entre el
bajo parloteo de los invitados, que consistía en hombres de
éxito y mujeres glamurosas. Brindaban unos con otros mientras
caminaban con gracia y elegancia por el escenario
decorado de forma lujosa.

Olivia llevaba un vestido negro hasta la rodilla con un


dobladillo un poco más largo en la parte de atrás, que
mostraba su sensualidad e inocencia, al tiempo que la hacía
parecer un hada sacada de un cuento. Además, las luces
añadían un brillo a su tez blanca, que contrastaba con su
vestido negro.

El vestido blanco y largo que llevaba Katia era más bien


conservador. También llevaba el cabello recogido en un
moño, mientras dos mechones colgaban junto a su rostro, lo
que acentuaba sus cualidades sensuales y encantadoras.
Debido a su belleza y a su falta de fama en general dentro de
la industria de la moda, en comparación con los demás
invitados, acapararon la atención de muchos al entrar en el
recinto.

—¿Quiénes son? —murmuraban entre la multitud.

—Una parece ser la editora jefa de la revista «Vida de la


Burguesía», mientras que la otra es una desconocida.

—Nunca he oído hablar de esa revista. ¿Cómo es?


—Está regular. El primer número llamó la atención. Sin
embargo, sus ventas han bajado durante sus últimas
publicaciones a pesar del buen comienzo.

—¿No te parece conocida la mujer que está a su lado? ¿Es


Ángel, la diseñadora de moda de fama mundial?

—¿No es Ángel una extranjera?

—No, recuerdo haber visto su foto en un artículo. Déjame


buscarla.

Mientras los demás las analizaban, empezaron a buscar a


Lucas apenas entraron al lugar, hasta que lo encontraron
entre una multitud de mujeres con su traje azul claro. Tenía un
aura de superioridad en su mirada mientras una sonrisa de
satisfacción se dibujaba en la comisura de sus labios.

—¡Lo encontré! Olivia, diviértete por tu cuenta, ¡yo volveré en


un rato! —Los ojos de Katia se iluminaron al verlo y fue de prisa
hacia él con sus tacones, todo ello con una caja de tarjetas
de presentación en el bolsillo que entregaría a posibles socios
de negocios.

Olivia no prestó demasiada atención al comportamiento de su


amiga, buscaba comida en el mostrador del bufé mientras
observaba las prendas que llevaban los demás invitados para
obtener inspiración. «Humm. Podría dar una vuelta a la
sección del bufé y comer algo». Al mirar alrededor vio a Alina,
pero se calmó con rapidez después de pensar que era muy
probable verla en una ocasión así. Sin embargo, a Olivia no se
le pasó por la cabeza la intención de saludar a Alina, ya que
no se conocían demasiado, solo hizo lo que tenía que hacer la
última vez porque no tenía elección.

Alina entrecerró los ojos al ver a Olivia. «Parece que Roberto


aún no ha cumplido con su tarea, dado que esta mujer aún es
capaz de aparecer aquí sin problemas. Bien, lo haré yo
misma». Así pensaba mientras agarraba a uno de los
camareros y lo llevaba hacia un lado.
—Ven conmigo.

—¿En qué puedo ayudarla, señora? —Era obvio que el


camarero estaba confundido mientras la seguía.

Al llegar a un lugar donde no había cámaras de seguridad,


ella le entregó una pastilla al camarero antes de susurrarle
órdenes al oído.

—¡De ninguna manera voy a hacer eso, señora! ¡No tengo el


valor para hacerlo, así que será mejor que busque a otro! —
rechazó el servidor su petición en un ataque de pánico.

—¡Todo lo que tienes que hacer es servirle una bebida! No es


una tarea tan difícil —dijo Alina, que a la vez tomó un montón
de dinero en efectivo y lo metió en el bolsillo del camarero.
Capítulo 75 Desgracia
El dinero se convirtió en el factor decisivo para que el
camarero accediera a lo que le pedía Alina. Entonces, salió
del lugar aislado después de ella. Alina se acercó a Olivia
apenas salió.

—¡Srta. Miranda, qué casualidad verla aquí!

—Lo mismo digo, Señorita Juncosa. —Olivia sonreía al verse


obligada a saludar a Alina, ya que no podía fingir que no la
veía.

—¡No esperaba encontrarla aquí! ¿Ha venido sola?

—He venido con una amiga —dijo Olivia.

—¿También conoce a Leonardo Herrera? —preguntó Alina.

Leonardo Herrera era el organizador de esta fiesta.

—Mi amiga lo conoce —respondió Olivia.

—Es amigo mío, así que puede decirme si necesita algo. —


Alina se comportó como si fueran viejas conocidas mientras le
hacía una señal con la mano al camarero—, ¡aquí! —Al ser
llamado, el camarero sobornado se acercó a toda prisa, Alina
le dio el vino con la droga a Olivia mientras tomaba otra copa
para ella y dijo—: ¡Salud!

Olivia no creyó que fuera educado rechazarla, aunque el


entusiasmo de Alina era un poco exagerado, así que tomó la
copa de vino antes de chocarlas. Luego, Alina se bebió todo
el vino de un tirón mientras mantenía el contacto visual con
Olivia, quien percibió la presencia de un aroma que no era el
del vino en cuanto se llevó la copa a los labios. En vista de que
Olivia había estado rodeada de medicamentos todo el
tiempo, así como el hecho de que había caído en el mismo
truco hacía siete años, había aprendido bien la lección, por lo
que era sensible hacia la droga.
Al echar una mirada entre Alina y el camarero que acababa
de marcharse, Olivia se imaginó que el camarero no tendría el
valor de acercarse a ella, por lo que alguien más tenía que
haberlo planeado. Aunque era una desconocida para el resto
de los invitados, sabía que Alina le guardaba rencor, por lo
que pensó que era probable que ella fuera la culpable. Por
otro lado, el retraso en las acciones de Olivia provocó
ansiedad en Alina mientras preguntaba:

—¿Pasa algo?

—No es nada. Olvidé que mi cuerpo aún se recupera de una


lesión previa, así que no puedo beber. Por favor, permítame
sustituirlo por un poco de jugo. —Olivia sonrió mientras
mantenía su mirada en Alina, luego dejó su copa en busca de
un poco de jugo. Sin embargo, una fuerte bofetada y los gritos
de algunas mujeres desde el interior del salón la
interrumpieron.

Olivia puso el rostro serio cuando miró en la dirección en la


que se había producido el alboroto, al ver que Katia se había
desplomado en el suelo, mientras Lucas parecía regañarla. Al
verlo, Olivia reaccionó de manera espontánea al dejar su jugo
sobre la barra en lo que se apresuraba a socorrer a Katia.
Mientras tanto, Lucas mostraba su personalidad en tanto
maldecía a Katia.

—¡No deberías ser tan engreída cuando solo eres la editora


jefa de una revista de mierda! ¡Si quieres contratarme, haz lo
que te digo o lárgate de aquí! ¿Quién te crees que eres para
recurrir a la violencia, p*rra?

—Lucas, no te enfades. No tienes que hacer un escándalo por


una mujer. —La multitud que lo rodeaba trató de apaciguarlo.

—Sí, tienes una imagen pública que mantener y aquí hay


bastantes periodistas.

La multitud ofreció todo tipo de consejos, pero ninguno de


ellos intentó ayudar a Katia, ya que esta era una simple
redactora de una editorial desconocida, mientras que Lucas
era una gran celebridad y todos sabían de qué lado ponerse.
Además, Lucas estaba rodeado de mujeres que percibían que
Katia era mucho más bonita que ellas, por lo que se negaron a
ayudarla, pensaban que ya habían hecho bastante al retener
sus humillaciones.

Enseguida Olivia llegó hasta Katia para ayudarla a levantarse


antes de preguntar por su estado. Se dio cuenta de que Katia
tenía la mitad del rostro hinchado. Aunque ya era difícil
calmar su ira, Lucas continuaba sus insultos hacia Katia para
causarle más daño.

—¡Sinvergüenzas!

Olivia miró a Lucas con enojo antes de atacarlo con una


patada frente a la multitud que permanecía en silencio.
Capítulo 76 Su verdadera naturaleza
—¡Carajo! ¿Quién diablos eres tú, p*ta? ¿Cómo te atreves a
darme una patada? —La patada derribó a Lucas, que gritaba
de dolor mientras se oían exclamaciones de desconcierto
entre la multitud que miraba a Katia y Olivia.

—¿Quiénes son? ¿Por qué le han pegado?

—¡Ella lo atacó primero!

—¡Qué mujer tan arrogante!

Sin querer repetir las viles palabras que Lucas soltó, Katia
explicó la situación en términos sencillos mientras lo miraba:

—Intentaba invitarlo a trabajar en una sesión de fotos para


nuestra revista, pero empezó a manosearme, así que le pegué
por rabia.

A pesar de mostrar su simpatía hacia Katia, todos guardaron


silencio y se abstuvieron de hablar mal de Lucas debido a sus
conexiones con los inversores y Entretenimiento Estrella
Metropolitana. Lucas no estaba dispuesto a admitir sus malas
acciones mientras divagaba:

—¡Deja de decir tonterías! ¡Yo no te he manoseado! Fuiste tú la


que me acosaba y hacía promesas en vano. Me abstuve de
acusarte de seducirme, ¿cómo te atreves a atacarme de esa
manera?

—¡Es usted el que dice tonterías! Yo no lo seduje. —Katia se


enojaba más.

Mientras tanto, una mueca de desprecio asomaba en el rostro


de Olivia al observar a Lucas.

—¡Es usted un ignorante por hacer lo que le da la gana sin


importarle la imagen de su empresa y es un hombre sin
virtudes por ser arrogante y decir obscenidades en público! ¡El
hecho de que haya atacado a mi amiga demuestra lo injusto
que es y además es una prueba de su desvergüenza al
golpear a una mujer en público! ¿Cómo se atreve un ser tan
bajo de crear un disturbio aquí?

—¡Espere, imbécil odioso!

Después de que le dijeran unos cuantos insultos, Lucas se


marchó a llamar por teléfono tras insultarlas, pero a Olivia no
pareció importarle mientras guiaba a Katia para pedirle hielo
a un camarero antes de preguntarle:

—¿Qué pasó entonces?

—Él está entre la escoria más baja de la sociedad. Fui tonta al


pensar que podría ser un buen tipo al juzgarlo por la imagen
del hombre leal que representaba en la televisión. En lugar de
eso, me pidió que te presentara porque le gustabas, luego
empezó a tocarme el cuerpo mientras decía que consideraría
mi oferta si las dos nos acostábamos con él esta noche. ¿No es
un imbécil arrogante? Así que le di una bofetada por la ira,
pero de inmediato me arrepentí de mis acciones.

—No tienes que arrepentirte de ello. Incluso te animaría a


darle una bofetada más fuerte —dijo Olivia con una mirada
de desprecio

—¡Ahora la portada de mi próximo número ha desaparecido!


—Katia no pudo evitar sentirse abatida por ello.

—Una escoria como él no es apta para tu portada de todos


modos. Ven, ponte hielo en el rostro que lo tienes hinchado.
Ese desgraciado te golpeó fuerte.

—Tú no estás tan mal. No pudo aguantar en pie, así que tu


patada debió doler. ¡Se lo merece! Sin embargo, no deberías
haber recurrido a la violencia. No servirá de nada si te metes
en problemas por esto, ya que acabas de llegar aquí.

—¡Mírate! ¡No deberías preocuparte por mí! Deberías haberme


pedido ayuda si querías pegarle, ya que tienes una
complexión tan pequeña —decía Olivia mientras Katia
presionaba la bolsa de hielo sobre su rostro.

Un alboroto en la entrada del salón de banquetes atrajo la


atención de todos los invitados cuando uno de ellos gritó:

—¡Es Eugenio Navarro!

—¡Vaya, es tan apuesto! ¡Dios mío!

—¡Debe ser su aura! Solo hay que ver cómo las personas que
lo rodean hacen su voluntad.

—¡Solo podemos mirarlo!

Los comentarios de algunas mujeres llamaron la atención de


Olivia, que miró hacia donde se producía el revuelo. Su
posición en la parte interior del vestíbulo hizo posible que
pudieran ver con claridad lo que ocurría afuera sin exponerse.

En efecto, era Eugenio quien los privilegiaba con su presencia


en un traje de color oscuro. Parecía distanciarse mientras
analizaba su entorno con una mirada perspicaz, lo que
contribuía a su aire de líder innato. Detrás venía Carlos, que lo
seguía de manera dócil, y los demás que pretendían adularlo.
Eugenio era la representación del poder y el prestigio en
Ciudad del Sol y su presencia se imponía en todos los lugares a
los que llegaba, incluida la sala de banquetes.
Capítulo 77 Una bofetada en el rostro
Había un enorme sofá semicircular en la zona del salón más
adelante y todo el mundo se levantó para ofrecerle un asiento
a Eugenio, acorralándolo en un puesto justo en el centro.
Enseguida todo el mundo se acercó a saludarlo sin importar si
lo conocían. Esto parecía ser obligatorio, aunque era más bien
una forma de conocerlo, puesto que era una oportunidad de
oro para colaborar con el Grupo Navarro.

Olivia estaba ocupada poniendo hielo en el rostro de Katia, así


que no fue a saludarlo, pero vio que Alina se le acercaba.

—¿No es esa Alina Juncosa? —exclamó Katia—. ¡En Ciudad


del Sol se rumorea que tiene una relación con Eugenio!

—La he visto antes e incluso hablamos un poco y también


sospecho que podría haber venido porque sabía que Eugenio
estaría aquí —asintió Olivia.

—Es posible. Por lo demás, una fiesta así no es digna de ella al


tener en cuenta el origen de su familia —respondió Katia.

—¿Cuál es su origen? —preguntó Olivia sorprendida.

—He oído que su padre es el director general de aduanas de


Ciudad del Sol —respondió Katia.

Olivia comprendió lo que sucedía. «No es de extrañar que


conozca a alguien como Eugenio».

Mientras tanto, Alina estaba extasiada en verdad, pues


apenas supo que Eugenio asistiría a esta fiesta, ella fue a
esperarlo a él en específico. Aunque Olivia no cayó en su
trampa, se alegró de ver a Eugenio. Se acercó y lo saludó con
amabilidad:

—Eugenio.

Con un cigarrillo en la boca, Eugenio la miró con pereza y


murmuró un saludo, la trató igual que a los demás. Alina se
sintió dolida por su actitud indiferente, pero respiró profundo y
comentó con una sonrisa:

—Si hubiera sabido que tú también vendrías, podríamos haber


asistido juntos. Tú estás solo y yo tampoco tengo
acompañante. —Este comentario era muy obvio.

—No estoy solo —contestó Eugenio, con una expresión


indiscernible.

Alina se limitó a soltar una risita incómoda.

—Carlos no es una mujer.

Eugenio la miró de manera fija.

—¿Quién estipula que debe ser una mujer?

Alina se quedó pasmada de nuevo. Leonardo, el anfitrión,


trató entonces de suavizar las cosas e intervino con una
sonrisa:

—¡Cuando dos personas están hechas la una para la otra, esto


hace que un trabajo difícil sea muy sencillo, ya que las dos se
complementan! —Al oír esto, el público se echó a reír.

Alina también esbozó una pequeña sonrisa. Miró a Eugenio


con timidez y comentó de forma aduladora:

—Visité al abuelo esta mañana e incluso hablamos de ti. —Se


acercó a él con la esperanza de sentarse a su lado mientras
hablaba.

Leonardo, que por casualidad estaba sentado al lado de


Eugenio, se paró al percibir su intención.

—Alina, ven y siéntate aquí.

De repente, Eugenio levantó los ojos y lo fulminó con la


mirada, aunque su voz permanecía apacible.

—¿Tan ocupado estás?


Leonardo volvió a sentarse avergonzado.

—En absoluto. Solo pensaba en hacer los preparativos para


llevar esta fiesta a otro lugar —respondió con una sonrisa.

—No es necesario. Aquí está bien —replicó Eugenio sin


preocupación.

Alina se quedó inmóvil por la humillación, dudaba entre tomar


asiento o permanecer de pie. En un momento dado, se sintió
angustiada. «¿Por qué Eugenio tiene que ser tan cruel
conmigo si he venido solo por él?».

A estas alturas, cualquiera podía darse cuenta de que


Eugenio no solo quería bromear con Alina, así que nadie hizo
nada durante algún tiempo hasta que la señora que vino con
Alina la llamó, lo cual dio una salida a esta embarazosa
situación. Con una sonrisa, se despidió de Eugenio y se fue. Al
marcharse, un grupo de mujeres murmuraba:

—La Señorita Juncosa siempre se ha considerado la mujer de


Eugenio Navarro y sin embargo mira la forma despectiva en
que la trató. Estoy mortificada por ella.

—¡Eugenio Navarro también es duro, no le da ninguna


oportunidad!

—¿A quién puede culpar ella? Él nunca ha reconocido su


relación. Más bien, es ella la que se beneficia.

—Exacto. Ella misma se menospreció.


Capítulo 78 Estamos en problemas
Aunque Olivia podía ver lo que ocurría, no podía oír nada. Sin
embargo, seguía bastante sorprendida. «¿Por qué Alina no se
quedó más tiempo con Eugenio?».

—Olivia, deberías ir a saludar a Eugenio también. Después de


todo, es algo descortés no saludarlo ya que lo has visto. Sin
embargo, como tengo el rostro magullado, no te
acompañaré —comentó Katia.

—No importa, te esperaré —respondió Olivia al ver que


Eugenio seguía rodeado por una multitud.

—¿Por qué ibas a esperarme? ¿Cómo voy a ir con el rostro así?

—¡Excusas! Con esa ingenuidad, me preocupa el futuro de tu


revista. —Olivia la miró con seriedad.

Al ser astuta, un momento de claridad se apoderó de Katia y


se le ocurrió una idea ante el recordatorio de Olivia. «La
influencia de Eugenio Navarro es aún mayor que la de
cualquier celebridad o persona importante». Hizo un puchero
como gesto de aprobación en lo que sonreía.

—¿Esto es apropiado?

Olivia la fulminó con la mirada.

—Solo vamos a saludarlo, no vamos a hacer nada grave.


¿Qué hay de inapropiado en eso? —dijo mientras levantaba
la barbilla de Katia—. Déjame echar un vistazo. Listo. Mejor
ahora. ¡Ve a retocarte un poco el maquillaje!

Para Katia tenía sentido, así que se levantó y fue al baño con
Olivia para retocarse el maquillaje. Cuando salió, su
apariencia era exquisita y los moratones no se le veían, a no
ser que revisaran bien su rostro.

Todavía había una multitud alrededor de Eugenio, incluidas las


pocas mujeres que habían hablado antes a favor de Lucas.
Todo el mundo las miraba en ese momento, tal vez porque era
demasiado brusco que se dirigieran directo hacia Eugenio o
porque su alboroto de antes había atraído la atención.
Aunque Olivia no temía el escrutinio, no estaba acostumbrada
a tanta atención. Katia la seguía, se abrieron paso entre la
multitud y llegaron al salón del vestíbulo. Entonces, saludó con
cortesía al hombre que estaba sentado en el centro del sofá e
irradiaba una fuerte aura:

—Señor Navarro.

Todos se sobresaltaron un poco al oír esto, la mirada de las


otras mujeres rebosaba de desprecio. «¿Estas dos personas
también desean hacerse amigas de Eugenio Navarro a pesar
de no tener popularidad, antecedentes o reputación? Él ya ha
aplastado a la Señorita Juncosa antes, así que estas dos
señoras no son gran cosa».

Un destello de sorpresa e incluso de placer se reflejó en los ojos


de Eugenio. «Nunca pensé que la encontraría aquí».

—¡Señorita Miranda!

Katia estaba un poco más nerviosa en comparación con


Olivia, e inclinó la cabeza un poco hacia Eugenio:

—Señor Navarro.

Eugenio inclinó con cortesía la cabeza hacia ella como


respuesta.

Todos se quedaron boquiabiertos. «¿Qué sucede aquí? ¿De


verdad se conocen?».

—¡Vengan y siéntense aquí! —Eugenio les hizo una seña a los


dos.

«¿Sentarse? ¿Dónde se supone que debemos sentarnos?».


Como era obvio, debían sentarse a su lado, así que Leonardo
volvió a levantarse al darse cuenta, pero Eugenio no protestó
esta vez. Así, todos se levantaron de prisa como una reacción
en cadena y vaciaron dos lugares a su lado. Olivia inclinó un
poco la cabeza hacia la multitud y estuvo a punto de sentarse
mientras tiraba de la mano de Katia cuando sonó una voz
enérgica de mujer.

—¿Quién golpeó a mi hermano?

Ante esto, todos miraron hacia la dirección de la que venía la


voz. Una mujer de aspecto adinerado con un vestido de
marca que parecía tener unos 40 años se dirigía hacia ellos,
con un aura feroz e intimidante. Mientras tanto, el hombre que
iba detrás de ella no era otro que Lucas, al que Olivia había
dado una patada antes.

Las cejas de Olivia se fruncieron de manera leve. «Nunca


hubiera pensado que este hombre le pediría a una mujer que
viniera a vengarlo. ¡Maldita sea, no es un hombre en lo
absoluto!». El desdén que llevaba dentro se reflejaba en su
rostro. En lugar de sentarse en el sofá, permaneció de pie
mientras miraba fijo a la mujer que se acercaba con rapidez.
Katia susurró:

—Esta mujer es la presidenta del Grupo González, Elena


González. Es una mujer con estudios que ha estado soltera
desde su divorcio. Esta vez estamos en problemas, porque esta
mujer es tan dura que ni siquiera la mayoría de los hombres se
atreven a provocarla.

Olivia asintió con la cabeza de modo imperceptible. Eugenio


no se movió, pero sus cejas se arrugaron de forma leve
mientras mantenía la mirada en la situación de Olivia.
Capítulo 79 Qué formidable
—Señorita Elena, esa es la mujer que se acercó a mí y me
pateó sin motivo —murmuró Lucas.

Sin siquiera dedicar una mirada a los demás, Elena miró fijo a
Olivia y se acercó a ella.

—Es usted bastante salvaje, ¿eh?

—No soy salvaje. Me sentía igual que usted ahora. Vino en


defensa de su amigo, igual que yo defendí a mi amiga. Él
empezó el incidente —explicaba Olivia calmada mientras le
temblaba el borde del labio.

—Entonces, ¿dice que fue culpa de mi hermano? —


demandaba Elena con fiereza mientras resoplaba.

—Nunca nada es casual. —Olivia, por su parte, sonreía.

—Señorita Elena, esa es la mujer que me golpeó primero —


susurró Lucas al oído de Elena.

De repente, Elena miró a Katia de forma tan feroz que parecía


un lobo despiadado. Las rodillas de Katia se doblaron por el
miedo ante tal mirada. «No me extraña que esta mujer pueda
competir con los hombres en el mundo de los negocios. Es tan
feroz».

—Él me insultó a mi primero. Me indigné y le di una bofetada.

—Entonces, ¿fue usted quien le pegó primero? —Elena miraba


a Katia, como si fuera a levantar la mano contra ella en
cualquier momento.

Olivia dio un paso adelante para proteger a Katia detrás de


ella.

—No pensaba llevar las cosas demasiado lejos, ya que todos


estamos en el mismo círculo y nos encontraremos con
frecuencia, pero parece que ya está fuera de mi control.
Señora González, si alguien la insultara, la manoseara e incluso
le pidiera que se acostara con él, ¿sería capaz de controlarse
para no abofetearlo?

Elena entrecerró los ojos y miró a Lucas con desconfianza, este


se asustó al instante de tal manera que su corazón dejó de latir
por un momento. Mientras la miraba de forma fija, se apresuró
a explicar:

—Señorita Elena, eso es mentira. Fue ella quien me invitó a


hacer una sesión de fotos para su revista, de la que nunca he
oído hablar, así que la rechacé, pero ella continuó con su
acoso. Frustrado, le dije que se largara y le llamé la atención
por aprovecharse de mi popularidad, para que entonces
dijera que la había insultado. Entonces me abofeteó. Señorita
Elena, soy de verdad inocente, este desastre me sucedió de la
nada.

—¡Tonterías! —Katia estaba tan furiosa que su rostro se puso


rojo. En ese momento, hizo caso omiso de toda modestia y
espetó—: ¡Fuiste tú quien dijo que solo aceptarías la invitación
si Olivia y yo pasábamos la noche contigo!

Como era de esperar, Elena no creyó las palabras de Olivia y


Katia. Su rostro se ensombreció de inmediato y bramó:

—No me importa si fue un accidente o lo hiciste a propósito.


Dado que golpeaste a mi hermano, no voy a dejarlo pasar. O
te disculpas con él o haré que alguien te devuelva el golpe. Tú
eliges.

Justo después de decir estas palabras, se escuchó una burla


muy suave:

—¡Ah, qué miedo, Directora González!

Esta exclamación atrajo la atención de todos de inmediato.

«¡Así es! Estas dos damas conocen a Eugenio Navarro, así que
es probable que intervenga, ¿no? Seguro que habrá un
espectáculo interesante».
Elena frunció el ceño y miró en dirección a la voz. En ese
momento, el hombre que estaba sentado en el sofá, rodeado
por todos lados, se recostó hacia atrás de manera indiferente
con las piernas cruzadas; sus manos sostenían un teléfono
móvil que golpeaba con agilidad como si estuviera jugando;
parecía bastante voluntarioso y arrogante. La expresión de
Elena se petrificó por un momento antes de sonreír y acercarse
a Eugenio.

—¿Usted también está aquí, Director Navarro?

Sin siquiera levantar la cabeza, Eugenio respondió:

—Desde el principio.

Elena se rio avergonzada y dijo:

—Estaba enfurecida por el incidente de mi hermano, así que


no me di cuenta de que usted estaba aquí. Qué descuido el
mío. —Mientras decía eso, tomó una copa de vino del
camarero—. Lo siento, Director Navarro. Tome, beberé por
usted como disculpa. Por favor, no se ofenda conmigo.

Eugenio no levantó la cabeza, así que como era de esperarse,


tampoco levantó su copa de vino. En su lugar, continuó
jugando en su teléfono. De repente, el ambiente se sumió en
un incómodo silencio y todos lo miraron con incomprensión.
Capítulo 80 Imágenes de la cámara
de vigilancia
Solo cuando el juego terminó, Eugenio dejó su teléfono y miró
a Elena, quien seguía sosteniendo una copa de vino. A
continuación, tomó la copa de vino que tenía delante con
indiferencia y la chocó con la de ella.

—Exagera usted, Directora González. ¿Quién soy yo para


ofender a quien se digna a notar?

—No, no. Aunque soy unos años mayor que usted, todo el
mundo conoce su delicadeza en el mundo de los negocios,
Director Navarro. Todavía tengo mucho que aprender de
usted —respondió Elena de manera respetuosa.

—Me halaga —comentó Eugenio con suavidad. Tras decir eso,


miró a Olivia—. ¡Olivia, ven aquí! —Era la primera vez que se
dirigía a ella así, lo que a Olivia le pareció refrescante y a la
vez embarazoso. Dado que sabía que lo hacía por ella, atrajo
a Katia y se sentó al lado de él sin protestar.

Estupefacta por completo, Elena miró a Eugenio de manera


incrédula.

—Director Navarro, estas dos damas son...

Eugenio levantó sus ojos hacia los de ella, su mirada aguda.

—¡Mis amigas!

Con solo estas dos palabras, las dos fueron atraídas a su


círculo y este cambio de estatus era muy importante. Aquellos
que pensaban que ellas no tenían popularidad ni reputación,
ahora las miraban con envidia mientras se elevaban a las
alturas que anhelaban.

—Oh, si son sus amigas, todo debe haber sido un


malentendido, Director Navarro. — Elena se rio.
Eugenio, sin embargo, no respondió a este comentario; en
cambio preguntó:

—Antes capté pedazos, pero no pude entender bien la


situación. ¿Fueron mis dos amigas las que golpearon a su
hermano?

Por supuesto que Elena no se atrevió a afirmarlo.

—No, es probable que haya sido un malentendido. Ya que son


sus amigas, Director Navarro, me olvidaré de esto —respondió
de inmediato.

—No parece estar convencida. Parece que en realidad son


mis dos amigas las que tienen la culpa aquí. —Con una pizca
de burla en su voz, Eugenio dijo—: Leonardo, ve a buscar las
imágenes de la cámara de vigilancia. Después de todo, tengo
que averiguar quién tiene la culpa aquí y darle a la Directora
González una explicación razonable.

Aunque Leonardo quería mantener la paz, no era tonto. Ya


que Eugenio había intervenido en este asunto, tenía que mirar
hacia él. Era obvio que Eugenio estaba del lado de las dos
mujeres, así que Leonardo no podía protestar.

«Ofender a cualquier otra persona no es un problema, siempre


y cuando permanezca en el lado bueno de Eugenio Navarro».

Por lo tanto, fue directo hacia la sala de seguridad.

Era ahora cuando Lucas empezaba a arrepentirse de haberle


echado leña al fuego.

«Creía que la victoria estaba garantizada con Elena González


como respaldo, pero nunca pensé que nos encontraríamos
con Eugenio Navarro, y mucho menos imaginé que esas dos
mujeres fueran sus amigas. Aunque quiera irme ahora, seguro
es imposible. Solo espero que esta anciana sea capaz de
protegerme de ser aniquilado por Eugenio Navarro más
adelante».
Leonardo fue bastante rápido y consiguió la grabación de la
cámara de vigilancia en poco tiempo. Aunque la grabación
tenía sonido, había demasiadas personas hablando, así que
las palabras no eran del todo inteligibles. Además, la voz de
Lucas era suave. Sin embargo, el video era bastante claro
después de ampliarlo; mostraba a Lucas mirando a Olivia
antes de decirle algo a Katia, lo que hizo que la expresión de
ella cambiara y se enfureciera con él. Con una sonrisa lasciva,
estiró un brazo y tiró de Katia para abrazarla; su mano pasó de
la cintura a su trasero con una expresión lujuriosa.

Justo después, Katia lo apartó de un empujón y le dio una


bofetada. La expresión de Lucas se tornó viciosa de inmediato
y le devolvió la bofetada, lo que la hizo caer de espaldas. En
ese momento, las voces del vestíbulo se calmaron bastante y
Lucas arremetió contra Katia.

—¿Te crees tan importante solo porque eres la editora en jefe


de una revista de la que nunca he oído hablar? Si quieres que
te ayude, ¡o haces lo que te digo o te pierdes! ¿Quién
demonios te crees que eres para atreverte a pegarme? ¡Vete
a la m*erda! —Esta declaración fue clara como el agua,
incluida la reprimenda de que era un ignorante, inmoral,
pervertido y desvergonzado por parte de Olivia después de
haberle dado una rápida patada. ¡Fue un espectáculo
magnífico!

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