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López se reconoce como un sujeto vehemente imbuido del calor que emana de
sus reflexiones: “El historiador, lo mismo que el abogado y que el médico son
siempre parte: parte paciente unas veces, y otras triunfadora, pero indiferente.
¡Jamás¡ ”(5), una forma de ensayar sus aproximaciones filosóficas al momento
de presentar la historia frente al lector.
En dicho sentido se referiría al historiador inglés Tomás Macaulay (1800/1859):
“La historia es una obra de poesía y filosofía; debe dejar en el espíritu las
verdades generales que presenten al vivo, los caracteres y los sucesos
particulares...(...)...Hacer que el PASADO viva como el PRESENTE, aproximar lo
lejano (...)...dar la realidad de la carne y de la sangre a los personajes históricos
que pudieran presentársenos como personificaciones ideales y alegóricas de la
leyenda...(...)...introducirnos en sus casas, sentarnos en sus mesas, explicar sus
costumbres...todas estas peculiaridades del dominio del historiador ha ido a
parar a manos de la novela histórica, mientras que al extraer la filosofía que se
desprende de la historia, el formularnuestra opinión sobre los sucesos y los
hombres, el establecer las relaciones de las causas con sus efectos, y sacar de
la vida pasada lecciones de sabiduría moral y política, son cosas que han
venido a ser la tarea de una clase distinta de escritores”(6). He allí su
diferencia con la concepción de la construcción histórica abonada por B. Mitre.
Una definición de su percepción del hecho histórico, en la que hace un
apuntalamiento de conceptos que remiten a su mandato historiográfico, donde
el autor y el lector no pueden perder su tiempo en copiar o transcribir
documentos como si se tratará de una discusión sin sentido.
“Lo que se requiere es recomponer el movimiento de los sucesos que se quiere
narrar. Es necesario hacer una diferencia entre la erudición del literato y la
exhibición inútil de la erudición del pedagogo, y creemos que, una vez bien
informado, el escritor ante todo, debe ser artista y compositor, y manejar los
colores de su paleta de manera que su obra reproduzca el drama del pasado
por la adaptación y por la oportunidad de su estilo, dejando la documentación
como se dejan debajo de tierra los cimientos de todos los monumentos”(7).
Una formulación que dista de ser viable en su totalidad, ya que los cimientos
no cumplen una función estética, sino que son el sostén de las obras que
proporcionan estabilidad y resistencia a los embates del tiempo (una
continuidad), mientras que la obra documentada (comprobada
fehacientemente) podrá fragmentarse, destruirse si no hubiera sido escrita
bajo adjetiveroscarentes de fuentes fidedignas. No obstante, cuando se
empeña en escribir la historia de la República, lo hace no como una salida
espontánea, sino como parte de la conclusión de su larga y dilatada trayectoria
como figura política de su época. En 1859 ya le escribía a Marcos Paz, al
comentarle sobre su intención de realizar su obra.
“Quiero consagrar 2 años a la tarea de escribir la historia porque solo así
llegaremos al fallo sobre los hombres y las miras con que han obrado, sólo así
podremos salvar el criterio moral con que debemos ser juzgados...(...)...Tu te
hallas en una posición en que puedes servirme mucho, haciéndome sacar
copias de documentos...(...)...sobre el régimen colonial...(...)...sobre el
movimiento de los partidos interiores desde 1810 a 1824; anécdotas, dichos,
apuntes, batallas, todo, todo”. (8)
Podría darse a entender que entonces López también recurriría a las fuentes
documentales, que criticadas, las toma al igual que historiadores del presente,
pero que no espera que lleguen a él sino que va en su búsqueda, pero a las
que les deberá sumar sin embargo, una tarea heurística.
El menoscabo que tuviera, en principio, por el documento en la reconstrucción
del hecho histórico, como así el desprecio en la elección de las fuentes, lo
llevaron a tomar como insuficiente la preocupación erudita, por cuanto su
abordaje a la labor heurística era atravesada por un hábito que frecuentemente
ofrecía errores de interpretación, conceptualizaciones y anacronismos, tal como
historiadores contemporáneos lo hanseñalado.
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“La raza criolla en la América del Sur, elástica, asimilable y asimiladora, era un
vástago robusto del tronco de la raza civilizadora indoco-europea a que está
reservado el gobierno del mundo. Nuevo eslabón agregado a la cadena
etnológica, con su originalidad, sus tendencias nativas y su resorte moral
propio, es una razasuperior y progresiva a la que ha tocado desempeñar una
misión en el gobierno humano en el hecho de completar la democratización del
continente americano y fundar un orden de cosas nuevo destinado a vivir y
progresar. Ellos inventaron la independencia sudamericana y fundaron la
república por sí solos, y solos la hicieron triunfar, imprimiendo a las nuevas
nacionalidades que de ellas surgieron su carácter típico. Por eso la revolución
de su independencia fue genuinamente criolla. Cuando estalló en 1810, con
sorpresa y admiración del mundo, se dijo que la América del Sur sería inglesa o
francesa, y después de su triunfo, presagióse que sería indígena y bárbara. Por
la voluntad y la obra de los criollos fue americana, republicana y
civilizada.”(17)
Para Mitre, los criollos son los inoculadores de la civilización; por lo tanto,
entiende que solo él y la elite es la única heredera y capaz de promoverla. En
definitiva la única capaz de portar el poder.