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La casa del ahorcado +10 ‘Nustraciones de Karla Diaz y Carlos Eulefi Seis primos pasan sus vacaciones en la casona familiar como todos los afios. Sin embargo, este verano es diferente: por primera vez sienten curiosidad por la casa del ahorcado. :Serd verdad que don Justo se ahorcé y por eso la casa recibe ese nombre? :Seré, si no, que los brujos la hechizaron e hicieron desaparecer al hombre? Maria Pitrufquén no quiere decirles mucho y eso, solo aumenta el interés por descubrir el misterio. NARRATIVA 5 g a a 2 a 2 8 a 8 6 Enesta historia las creencias populares y supersticiones del campo chileno se hacen realidad. puenuog ees {03]8Nd0} loqueleo ‘= SANTILLANA 2011, Sara Bertrand aciones: 2011, Katla Diaz.y Carlos Bulef 2008 Satine del Pc S.A Ede ‘Andes Bello 2299 piso 10, ficinas 1001 y 1002 Providencia, Santiago de Chile Fono: (562) 2384 30.00 ‘Telefax: (56 2) 2384 30 60 Codigo Postal: 751-1303 wwwloqueleo.com/el ISBN: 978-956-15-2732-4 1N* de inscripein: 202.816 Impreso en Peri, Printed in Peru Cuarta edicion: enero de 2019 0 ediciones anteriores en Chile por l Grupo Santillana Direceion de Arte: José Crespo y Rosa Marin Proyecto grafico: Marisol del Burgo, Rubén Chumillasy Julia Ortega. “Todos los derechos reservados. Esta publicacién no puede ser reproduc, nien todo nien parte, ni re trada en, o transmitida por, un sistema de recuperacién de infor en ninguna forma ni por ningun medio, sa mecinico, ftoquimic, elec trénico, magnético, lectrosptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el ppermiso previo por escrito dela Editorial La casa del ahorcado Sara Bertrand loqueleg Hundida en la quebrada La casa parecia incrustada en la quebrada, como sila mano de un gigante la hubiese empujado dentro. Sus muros estaban carcomidos por la humedad y la ma- leza, y eran de un color intermedio entre café, verde y blanco. A tal punto se mimetizaban con el entor- no que era dificil distinguir silas correhuelas venfan de adentro o afuera; lo mismo que el bosque que la circundaba. Robles y avellanos se tupfan sobre ella, convirtiéndola en una sombra tenebrosa a los pies de una vertiente, pues por todos lados la vegetacién amenazaba con tragarsela. Y por esa razén, aunque eran las cinco de la tarde, la casa permanecia en pe- numbra, sola y abandonada. -Quinientos pesos al que ponga un pie adentro ~desafié Joaquin. Los nifios ahogaron un suspiro. Cémo entrarian sila casa no parecia tener puer- ta? Mirdndola desde el lugar donde estaban ellos, en el primer piso habia dos ventanas tapiadas por ta- 10 blones de madera, y en el segundo, tres boquillas de luz pequefias en las que escasamente cabria un gato. —Quinientos pesos al que entre -repitié Joaquin, y Jos cinco nitios se volvieron a mirarlo. -Entra ti si estas tan interesado —reclamé Sof la prima menor. -No. Ustedes son testigos de que yo no queria ve- nir ~se excus6-; vine solo por acompaiiarlos. —jAh! Te da miedo -afirmé la nitia. -@ qué me iba a dar miedo? ~pregunté, y los ni- os se rieron. Sin necesidad de recordar las multiples historias que habian escuchado sobre ella, era imposible no sentirse intimidado por el lugar; era aterrador. Ob- servandola detenidamente, Sofia noté una leve abo- lladura en el techo, como si la hubiesen golpeado en el medio. Pregunté: ~gCémo se habré partido? ~gPartido? -repitié Estela, la mayor de las primas. -{No te das cuenta? jMira! -respondié, sefialan- do el techo-. Es como si le hubiese caido un arbol. ~jHey! Tienes razén -asintio. Nadie dijo nada més, se quedaron mudos sope- sando cuél de ellos se animaria a ingresar. De pron- to, Manuel, el menor de los hombres, dio un paso adelante. —Acepto los quinientos -sefialé, y se encamind hacia la casa. Los nifios se quedaron parados viendo cémo se aproximé y desaparecié por el costado izquierdo, para luego volver a aparecer por el derecho. -iHay una puerta aqui atras! -les grit6 desde abi. thist! -los nifios lo hicieron callar. Habla més despacio -susurré Beatriz. Pero Manuel, haciendo caso omiso de la adver- tencia, volvié a exclamar: jNecesito que me ayuden! La puerta est tranca- day no puedo moverla solo. Pedro y Joaquin corrieron hacia él; luego, lo hi- cieron las nifias. El suelo bajo sus pies era una mez~ cla de agua, tierra y hojas que les succionaba los za- patos. De hecho, a Soffa se le hundieron en el barro y tuvo que desabrochérselos y sacarlos a tirones. Cuando estuvieron junto a Manuel se dieron cuen- ta de que efectivamente la entrada principal era por aquel lado, pues tenia una puerta con un porche y dos ventanas medianamente grandes. Con gran cu- iosidad, acentuada por el ruido de pajaros y otros animales que se movian por la quebrada, se aproxi- maron para empujarla, -A la cuenta de tres -ordend Pedro-. gOkey? Uno, dos, tres. jAhoral a Todos presionaron al mismo tiempo, pero la puerta no aflojé; es decir, ni siquiera crujié ante la fuerza de los nitios. ~{Otra vez! ~exigié Pedro, y los nifios volvieron a forzar la puerta Entonces escucharon algo dentro de la casa. Ins- tintivamente se apartaron. -Oyeron eso? -pregunté Joaquin-. Ese ruido, como de pasos... Y los seis se quedaron paralizados, igual que es- tatuas. Manuel grit. ~gQuién anda ahi? Nuevamente sintieron algo que se movia en el in- terior. ~¢Bscucharon? Les dije! Hay algo ahi adentro. Las nifias se abrazaron sin apartarse de la puerta. —jSalga de ahi! ~grit6 Manuel por el ojo de la ce- rradura e inmediatamente sintieron un alarido pro- fundo, desgarrado, como salido de la boca de un ani- mal moribundo. Por un minuto los nifios se quedaron inméviles. ihaaaaa, El segundo grito los hizo arrancar despavoridos 3 14 Maria Pitrufquén Se detuvieron cuando llegaron a la casa de Los Ro- bles, jadeantes y llenos de preguntas que no formula- ron por miedo a que sus padres los regafiaran; es que tenian prohibido ir a la quebrada. De mas estaba que se los recordaran, pues cada verano, apenas ponian un pie en la antigua casona, les escuchaban decir: =No se acerquen a la quebrada. Podian subir el cerro y llegar hasta la cruz, ir ala lecheria y a la huerta de manzanas, pero ala quebrada ipor ningiin motivo! De ahi que mantuvieran en se- creto sus excursiones, verdaderos comandos que rea- lizaban durante sus vacaciones cerca de ‘Temuco. Por ese motivo no era la primera vez que la recorrian, pero sila primera que llegaban hasta la casa del ahorcado. jHabian escuchado tantas historias sobre ella! Conversaciones que le ojan a sus padres 0 a los traba- jadores de Los Robles. Decian que la casa estaba em- brujada, que era la guarida de un brujo y que mejor seria demolerla, que en noches de luna lena se reunia un aquelarre y se escuchaban canciones dichas en len- guas muertas. Voces olvidadas por los hombres, ocul- tas al murmullo de las ciudades, pero recordadas por las bocas de los brujos que las repetian ritmicamente: «Ahahaleiemmm kuné mahé teenijjj mahd nehé ihemmm, lé alié kala iaemmmy. También, habian oido decir que dentro habita- ba un macho cabrio con sus cuernos y piernas lus- trosas, dispuesto a arremeter contra cualquiera que osara poner un pie dentro de la casa. Contaban que se podian ver ojos lanzando chispas amarillas, ‘como cuando caen las estrellas fugaces en la noche y el cielo gotea luces, tantas y de tal intensidad, que pareciera que fuera de dia. Segiin estas historias, si alguien miraba de frente la luz de esos ojos, caeria fulminado por el maleficio de un brujo. Decian que esa era su forma de atravesar a las personas mis alla de si mismas. Como una ventana al alma. Entonces, sin que la persona llegara a comprender lo que pasa~ ba, quedaba convertida en perro, zorro o toro negro; un alma condenada a vagar por la oscuridad de la eternidad sin salvacion alguna. 16 Habian escuchado decir que las mujeres embaraza- das no podian pasar frente ala casa, porque les naceria el hijo con la marca del brujo y ellos no descansarfan hasta encontrarlo y transformarlo en uno de ellos. Siempre pensaron que esas historias eran falsas, pero cuando le preguntaron a Maria Pitrufquén por la casa, ella se neg6 rotundamente a decir algo. (Ella que hablaba hasta por los codos! Se sintieron intrigados. Maria Pitrufquén era la cocinera de Los Robles y trabajaba en la casona desde que los nifios tenfan me- moria. Al igual que toda su familia, que se afanaba en la lecherfa y en el huerto, conocfa la zona perfec- tamente y era buenaza para los cuentos, sobre todo para narrar las milltiples y variadas enfermedades que achacaban a los miembros de su numerosa fami- lia. Como aquella tia suya que -les habia contado- le encontraron un «gato enterito» dentro de la guata. Dijo que los médicos la abrieron y al ver al animal de cuatro patas paseando por sus visceras, prefirieron cerrarla, Es decir, el gato se negaba a salir y asi chi- quitito como estaba, no le hacia mayor dafio, por eso la cerraron. El problema fue que el gato crecié y cre- ci6 hasta que ocupé la barriga completa y su tia ya no pudo caminar ni comer, apenas si podia dormir y lo ‘inico que hacia era llorar, eternas lamentaciones que pronunciaba dia y noche; asi es que los médicos deci- dieron abrirla nuevamente y sacarselo ala fuerza. (Claro! Lo que pasé es que el gato enterito estaba acostumbrado a vivir ahi dentro -les habia dicho Maria. Sin embargo -cosa curiosa-, sobre la casa del ahorcado no quiso decir una palabra. Y que Maria Pitrufquén no quisiera hablar ~pensaron los nifios~ significaba que la historia de aquella casa era un misterio que valia la pena indagar. Por eso, después dela quebrada, se fueron directo a la cocina. Maria Pitrufquén estaba pelando papas. Sin preambulos de ninguna especie, Pedro le pregunté por la casa del ahorcado: ~iAb, nol Yo les he dicho que no sé na. iQué te cuesta!, con que nos digas quién ~i pa qué quieren saber? jAb, no!, gpa qué? ~ex- clamé, dando vueltas alrededor de la cocina. Hizo una pausa, como si les fuera a decir algo, pero en cambio tomé unos huevos y comenz6 a se- parar las yemas de las claras. -Queremos saber, nada més -insistié Pedro, omitiendo el hecho de que habian estado ahi. -No, no, no. Después, sus padres se enteran de que abri mi bocota y a mi me llega el reto ~refunfu- ii6 Maria, y empezé a batir. a7 Sofia logré ablandarla contandole todo lo que ha- bian odo decir sobre ella: Por eso queremos visitarla, gsabes?, porque han inventado esos cuentos solo para meter miedo. Lo mis probable ~dijo la nitia con una picardia que Ma- ria Pitrufquén no capté- es que la casa sea simple- mente una casa abandonada. ~iAy, mijital Ojala fuera como dice usté ~se lamen- t6 Maria Pitrufquén, y se arrepintié de inmediato-. jAh! jVen! Me hacen decir cosas que no debo. jAy, Mari tensidad las claras, que ya llegaban a merengue. Maria! ~refunfuiié la mujer, y batié con in- ~Pero Maria -se acercé Beatriz, es mejor que se- pamos lo que pasé antes de ir hacia alla... ~lr para allé? jAy, nifios, Dios nos salve! Se volvie- ron locos? Nadie puede ir a la casa del ahorcado. Nadie ~ repitié Marfa, y se quedé parada con la fuente de meren- gue en la mano y la mirada perdida en ninguna parte. —Exageraciones de la gente, Maria; nosotros cree- mos que son puras mentiras ~comenzé a decir Sofia, y Maria la interrumpié: ~iBsté bien! Les contaré todo, pero con una con- dicién: prométanme que nunca, esciichenme bien, nunca, nunca, iran hasta esa casa Los nitfos asintieron con los hombros inclinados (gpor qué sera que las mentiras pesan tanto?). 19 20 Maria tomé aliento y di -La casa... -y se detuvo unos segundos- era de don Justo, un hombre que murié de una manera muy extrafia, la mAs extrafia de todas, porque la verdad es que jnadie sabe cémo murié! Algunos piensan que se colgé de una cuerda; otros, que lo mataron, y otros, que mucho antes de morir se convirtié en kalku’ y que dej6 de habitar su forma humana y se transformé en un animal. Marfa Pitrufquén hizo una nueva pausa para so- narse ruidosamente. Los nitios vieron cémo se enju- gaba las lagrimas. Se veia que la historia le afectaba. ~4Qué son los kalkus? ~pregunté Beatriz. -Unos hombres muy poderosos, poderosisimos, pero no me distraiga, mijita, ve que pierdo el hilo? -la regafié Marfa, y continué—: Como era un hombre solo, tan rebuén tipo don Justo, silo hubieran cono- cido, no mataba una mosca el hombre. jAy, Diosito santo! Desaparecié un dia. ~gDesaparecié asi como que se esfum6? ~quiso saber Estela. -No, no, no. Un dia dejé de venir para aca y pen- samos que andaba de juerga. {Qué sabe uno? Anda- ria enfiestado el hombre, poh, se le habrian pasado 1 Segin la tradi paracausar dafioal importantes, los tragos y cosas de ese tipo... A nadie se le ocurrié buscarlo, jlmaginense! ;Pobre hombre! Pasé una se- ‘mana entera perdido sin que nadie hiciera nada. En- tonces, como no volvia na empezaron a hablar, us- tedes saben cémo habla la gente... ;Pst! No pararon de decir cosas y de imaginar dénde andaria metido el muy rediablo. iY no se le ocurre a uno ir hasta la quebrada! Ahi lo encontraron: tiradito en el suelo de su casa con una cuerda bien amarrada al cogote. ~{Se ahorcé? -pregunté Manuel. Eso pensamos, ahorcado ahi en el suelo, estaba di- cho, pero después las cosas se pusieron muy extrafias... ~{Por qué? -replicé Manuel. -Porque para el entierro vino su familia, gente de por alla la cordillera, y dijeron que el que estaba metido en el cajén no era na don Justo. {Y cémo que no?, les preguntamos, pero ellos se pusieron pesa- dos. Dijeron que no era, poh y que no y que no. Asi es que se fueron enojados. Ni qué decir de pagar el entierro y los gastos del servicio, se fueron no mas. ‘Tampoco reclamaron la casa. Bueno, nadie la recla- mé en verdad, porque ahi empez6 otro cuento. ~{Qué cuento? ~pregunté impaciente Manuel. ~Que los que fueron hasta su casa, los que lo en- contraron tirado en el suelo, dijeron que la familia tenia razon. 2a. 2: 2 ~4Cémo? -pregunté Beatriz. -Si, poh, se desdijeron no més. Que ese que ha- bian enterrado no era na don Justo, que se habian puro confundido. —jAh! {No entiendo! gQuién era entonces? ~recla- mé Pedro. ~iVaya uno a saber! Nadie lo supo. Pero ellos dijeron que se habian equivocado por miedo a los, brujos... ~¢Brujos? {Qué brujos? -pregunté Manuel con sorpresa. La verdad sea dicha, los nifios estaban igual de intrigados. -No pongan esa cara -reclamé Maria Pitruf- quén-, les estoy contando la pura y santa verdad. Los que fueron hasta su casa dijeron que cuando lle- garon se encontraron con un brujo. Es decir, no exac- tamente un brujo, sino un zorro que los embrujé, y por eso contaron que el muerto era don Justo. Pero que después, cuando se les pasé el hechizo, dijeron Ia verdad. También porque era importante salvar el honor del bueno de don Justo, que en paz descanse, si es que en verdad fue que se murié... -y Marfa se persigns tres veces seguidas. -iMaria, tu cuento es muy enredado! -exclamé Joaquin-. No entiendo nada. Muy simple -respondié Maria, estirandose el delantal-, ese zorro que vieron en la casa era don Justo, era un brujo en forma de animal y estaba ahi ese dia porque queria ocupar el cuerpo del finado. ¢Se dan cuenta? Pero al ver que el muertito estaba vuelto boca abajo, no pudo meterse. {No ven que los brujos entran por la boca? ~q tit crees esa historia? -pregunté Sofia. ~jPst! La cuesti6n no es na tan sencilla, mijita ~gEstas diciendo que el cuerpo que estaba en la casa y que después enterraron no era de don Justo? ~Asi mismo, ellos dijeron que no era. -@ que el zorro que encontraron ahi en la casa era don Justo convertido en brujo? ~iBxacto! Se habia convertido en kalkus y necesita- ba un cuerpo humano para entrar, pero el finado esta- ba boca abajo y todos saben que los kalkus entran por laboca, asi es que no pudo y se qued6 afuerita no mas. Eso es imposible, Maria -alegé Estela. {Tal como oyen! ¥ eso es todo lo que sé y ya se los conté y ustedes prometieron sacar las narices del, asunto, geh? ;Que los pille no més! Y ahora, ;fuera, fueral, que tengo que preparar la comida. ~Peee... ~quiso seguir indagando Pedro. =No hay pero que valga. Ahora se me van de la cocina y a jugar se ha dicho. 23 Eljuramento de sangre Salieron a regafiadientes y se sentaron en el patio trasero de la casa. La quebrada se delineaba a lo lejos como una enorme serpiente verde cortando el cam- po por la mitad. Vista de esta manera lucia eterna y majestuosa, pero Sofia sintié escalofrios al recordar acasa abandonada. ~{Qué haremos? -pregunté Beatriz. ~Tenemos que volver y entrar, solo asi descubri- remos|a verdad Un par de gallinas pasaron picoteando el suelo y Janiia las espanté con la mano, justo cuando Estela comenzé a decir: Estoy de acuerdo con la Sofi, tenemos que vol- ver y desenmascarar toda esta farsa. A mi me huele a que son puras mentiras. habido un ahorcado. ~Yo no he dicho que no crea en el ahorcado -re- i siquiera creo que haya plicé Sofia-, solo dije que deberiamos volver a la casa. —gPara qué? Mejor dedicar el verano a hacer otras cosas; a mf no me interesa para nada -replicé Joaquin. “Ya sabemos que te da miedo ~contesté Manuel con sonrisa picara. ~{Miedo? Nada qué ver. Lata no més ~respondio el chico. ~iHey!, gpero no les parece extrafio que nuestros Papas traten de evitar a toda costa que vayamos has- ta la quebrada? Ademés, Maria dijo que desde que murio don Justo ~si es que realmente murié-, nadie se ha atrevido a poner un pie dentro de ella... peeero nosotros fuimos esta tarde y somos testigos de que ahi dentro hay algo o alguien. ~O sea, gtii le crees a Maria? ~pregunté Pedro. ~gPor qué no? ~iAy, Sofi! Porque los brujos y los zorros semihu- manos no existen jSon puros cuentos! ~Yo no estaria tan segura ~contesté la nitia. Sofi, jpor favorl, piensa un minuto. ,Crees que alguien puede transformarse en perro 0 en zorro y después en persona, y viceversa, cuantas veces quie- ra? Esas cosas pasan solo en las peliculas -intervino Estela. -No estoy diciendo que alguien se transforme en perro 0 en zorro y después se convierta en persona y 25 26 luego vuelva a ser perro 0 zorro. Solo digo que no me parece imposible que existan brujos... :por qué no? El viento que soplé en ese momento los distrajo. Un pequefio remolino de tierra removié las hojas del patio, los nifios permanecieron en silencio viendo el movimiento danzarin de las hojas. Beatriz rompi la pausa al decir: Estoy de acuerdo con la Sofi. -jOtra més! Las mujeres se volvieron locas ~ex- clamé Pedro. Pedro, no te pongas asi, lo importante es que de- finamos qué vamos a hacer ~traté de conciliar Estela. ~La casa encierra un misterio, eso no se discute ~comenzé a decir Pedro, y el resto de los nitios asin- tid-. Pero no sabemos de qué se trata -continué el nifio-, hasta ahora hemos escuchado puras fanta- sias. Yo propongo que... ~{Qué? -repuso impaciente Joaquin. —Que averigiiemos mas sobre el famoso don Jus- to, gqué tan buen tipo era? Todos sabemos que Ma- ria le pone color a sus cuentos y para ella todos los ‘muertos son santos —dijo. “Tienes raz6n -respondié Joaquin. -iClaro! Porque también puede ser que el tipo haya sido un delincuente que se escap6 para ocultar- se de algo que hizo. Oye, jtal vez ahorcé al hombre que encontraron tirado en el suelo y se escapé! -su- girié Pedro. ~4Quéééé? JY después me alegas porque creo en brujos! -reclame Sofia. ial iYa! Dejen de pelear ~pidié Estela~ Nos es- tamos enredando sin tener idea de lo que paso de verdad. Los nifios no contestaron. Estela continué: -El tinico dato con el que podemos contar es que misteriosamente un trabajador llamado don Justo desapareci6. Que su casa est abandonada desde en- tonces y que en ella suceden cosas extrafias -resu- ‘mi6 la nifia. Siguic ~Si queremos descubrir qué pasé tendremos que trabajar unidos, gles parece? -Si, tienes razén. Ademis, estoy de acuerdo con Pedro, nos convendria saber quién era este sefior realmente ~planteé Beatriz Todos estuvieron de acuerdo. Pedro se levanté. -Entonces propongo que hagamos un juramento de sangre. Tal vez, porque era el mayor de los primos (tenia trece afios cumplidos), sentia la obligacién de dirigir al grupo. Dijo: 27 —Juraremos silencio absoluto y lealtad al grupo ~yacto seguido, con un pedazo de astilla, se hizo un, piquete en el indice izquierdo. Una aureola de sangre le coroné la yema. Uno a uno, los primos repitieron su movimiento pinchando la punta de sus dedos in- dices, y cuando los seis estuvieron listos unieron sus dedos ensangrentados. -Ahora somos hermanos de sangre ~declaré so- Iemne Pedro-. Nuestra mision acabard cuando re- solvamos qué fue lo que ocurrié con don Justo. En ese momento sintieron las voces de sus pa- dres. La comida estaba lista. 29 30 Brujos en Los Robles Durante la cena los nifios estuvieron atentos a las conversaciones de sus padres. Comieron unos por- tentosos huevos en chupalla’, ensalada de lechuga y tomate -su preferida-, y de postre, por si fuera poco, Maria les preparé un espumado de manjar caliente con galletas de milhojas; sin embargo, se levantaron cabizbajos. La conversacién en la mesa no pudo es- tar mas alejada de su propésito, pues el tio Juan (pa- dre de Sofia y Manuel) habia propuesto dar un pa- seo por la playa. Tia Ema (mamé de Beatriz y Estela) contesté que mejor fueran a la cordillera, un paseo a caballo, y los tios Carlos y Clemencia (papas de Pe- dro y Joaquin) sugirieron que lo mejor seria pasarse el verano ahi mismo sin salir a ninguin lado, porque estaban realmente cansados y solo querian leer y dormir. 2 Los huevos en chupalla son un plato chileno que consiste en un huevo cenvuelto en masa de empanada, quedando con forma de chu- Asi es que los nifios creyeron que se les pasaria el verano sin averiguar nada sobre el misterio de la casa del ahorcado. En eso iba pensando Sofia dis- puesta a irse a la cama cuando vio pasar la silueta regordeta de Maria Pitrufquén por el corredor fuera dela casa. {Hacia dénde iria?, se pregunté la nifia. Miré hacia ambos lados, sus primos y hermanos habian salido del comedor al igual que sus padres y tios, asi es que se levant6 de un salto y se fue tras ella. Maria apuraba el paso en medio de la penum- bra, Sofia la siguié en puntillas. La vio dejar atras el corredor y desaparecer en la oscuridad de la noche. Entonces sintié crujir la reja de madera de la huer- ta y supo que Maria habia entrado. Qué andaria buscando a esas horas? No pudo imaginarselo. Tam- poco se animé a dejar el corredor e internarse en la oscuridad del patio. Era noche sin luna y la negrura era total, asf es que se escondié detras de un enorme macetero al costado de la escalera. {Qué cosas extra- fias estaria tramando Maria?, se pregunté mientras ba de frio; jdeberia haber traido un chaleco! A esa hora de la noche se notaba muy helado. Al rato escuché nuevos pasos por el corredor y se encogié para no ser vista. Esta vez se trataba de Lu- chin y Elba que caminaban en direccién a la huerta. & ahora qué?, pensé la nitia. Por un minuto decidié 31 32 bajary encararlos a los tres; de hecho, alcanz6 a salir de su escondite detras del macetero y llegar hasta las escaleras al final del corredor, pero la huerta queda- ballejos y tuvo miedo. Volvié a ocultarse detras del macetero y esperd. Le dolian las rodillas de tanto permanecer en cuclillas, y las manos y los pies los tenia congelados. ;Cuanto ms tardarian? ,Qué estarian haciendo ellos tres en, la huerta? {¥ si buscaba a sus primos y les pedia ayu- da? jAh! Pero seguro que nadie le creeria, se acomple- j6, dirian que ella siempre anda inventando cuentos. Estaba sumergida en ese tipo de pensamientos cuan- do reconocié la cara regordeta de Maria Pitrufquén que volvia de la huerta, y salié dando un salto: ~jMaria! La mujer dio un grit ~jAve Maria Purisima! {Qué andabas haciendo en la huerta? ~pregun- t6 la niffia, todavia con la respiracién acelerada. ~iAy, mi nitia! {Qué manera de andar saltando como conejo detras de los maceteros! Pero no me has contestado. {Qué hacias en la huerta? ~repiti6 seria. -jAy, mijita! Ahora se me pone intrigosa. Nada, pues, buscaba unas hojitas de toronjil para hacerme una agitita. 3 Luchin y la Elba? Vamos para dentro, ser mejor ~y Marfa dio una mirada alrededor-. No me gusta na hablar en medio de esta negrura. Uno nunca sabe quién escucha. Una vez en la cocina, la mujer puso agua en la te- tera y sacé del bolsillo un par de matas de aji. Sofia se senté al lado de la mesa que estaba en el centro. Le pregunté: —@WVas a tomar agua de aji? Maria Pitrufquén bajé la voz: =No, no, estas vainas son para reconocer a los, brujos. ~@Brujos? —Cuando ustedes salieron de la cocina hace un rato... jay, Diosito, perdénamel jEstas cosas me pa- san por andar abriendo mi bocota! ~exclamé, alzan- do sus voluminosos brazos hacia el cielo-. Vi algo extrafio all4 afuera... algo que se movia en los ma- torrales. ~:Algo como qué? ~pregunté la nifia. Maria continué: -Es que, mijita, Los Robles esta leno de brujos, jrellenito! Y ahora que se me ocurrié contarles esa histor pantarlos. {No ve que uno les tira el aji y estornudan ysalen corriendo? . Seguro que se vienen, por eso necesito es- 33 34 -¢Es verdad? -E1 Lucho y la Elba andan en lo mismo; segin ellos, en la tarde vieron un zorro merodeando por alla atras -explicé la mujer, sefialando hacia la ven- tana-. jAy! Nuestra Virgencita santa se apiade de nosotros, porque en pocos dias habré luna llena. Ah? “Ay, gno ve que los brujos se retinen con luna Ilena? jYa, ya! No me haga hablar, mire que si le pasara algo no me lo perdonaria -dijo Maria, persignandose. —iPero, Maria! Mucho peor es que me dejes con el cuento a medias. Maria lehizo serias para que callara. Se asom6 a la ventana répidamente corrié las cortinas. Se dio vuelta y mit6 la cocina, como queriendo encontrar algo; luego, avanz6 lentamente hacia Sofia, pero se quedé en el medio. La nifta quiso decir algo, pero Maria la retuvo llevandose el dedo indice a la boca. Esper6, como si quisiera ofr, como si buscara encon- trar. ;Qué staria haciendo Maria?, se pregunté So- fia, Entonces oy6 su vozarrén dirigiéndose a ningu- na parte: —{Tengoaif en mis bolsillos! Mucho, mucho aj Nuevamente, casi gritando, pronuncié: -Y ahorame sentaré a tomar mi agua de toronj ! Usted como aterrizando de la luna, Sofia pens6 que Maria se habia vuelto loca y se arrepinti6 de haberla seguido aquella noche. Pero la mujer acomod6 una silla a su lado y con la misma calidez de siempre le dijo: =Con esto los espantaré un buen rato. Bueno, como te decfa, hace muchos afios, antes incluso de que tus abuelos compraran esta tierra y formaran la lecheria y todo lo que conoces por aqui, en Los Ro- bles habia una cueva. Allé donde pusieron esa cruz en el cerro, ahi mismo estaba. Se decia que era la casa de un brujo sabio, un verdadero soldado, defen- sor de nuestras tradiciones y de los tesoros de esta tierra. Dicen que tenia la costumbre de reunirse con otros brujos buenos como él y que sus aquelarres eran importantes reuniones en las que procuraban mantener la paz y la armonia entre las gentes; no habia peleas y nadie sentfa miedo porque sabian que él custodiaba el orden. Pero un dia aparecié un brujo malo. Al principio, el brujo sabio lo dejé hablar por- que pensé que se volveria bueno, pero se equivocd. El brujo malo sembré la cizafia y los brujos co- menzaron a desconfiar unos de otros y a pelearse durante los aquelarres, sin poder Iegar a acuerdo sobre nada. Entonces, el brujo sabio le pidié al brujo malo que se fuera y no regresara jamés. Ofendido, el 35 brujo malo fue hasta el chaman y le minti6, dijo que el brujo sabio era malo y que se reunfan en esa cue- va para planear desgracias, que pronto la gente de la, region caerfa enferma y que no habria poder sobre- humano para salvarla, Esa misma tarde, el chamén, que era un poderoso curandero y amaba a su gente, fue hasta la cueva e invocando los poderes del dia y Ta noche, de la Iluvia y el sol, la cerré con rocas hasta hacerla desaparecer, dejando encerrados ahi a todos los brujos buenos. Maria Pitrufquén hizo una pausa. AY qué pasé? -pregunt6 Sofia. ~Bueee, con el tiempo el chaman se dio cuenta del engaiio, pero no pudo revertir el hechizo porque habia invocado los poderes del dia y la noche, asi es que la cueva y los brujos buenos desaparecieron para siempre. Al chaman no le quedé més remedio que acusar de traicién al brujo malo y echarlo; pero aho- ra, desde que desaparecié don Justo, la gente habla de que el brujo malo volvié. Que volver a sembrar cizafia y hard dajio. -& tii lo crees? ~iAy! No sé qué pensar, mijita. {Qué va a saber una? Nada. Una se defiende no mas, se anda con cui- dado, pero yo he visto que pasan cosas extrafias. 37 38 ~gQué cosas, Maria? ~pregunt6 Sofia, y en esos momentos escuché la voz de su madre Ilamandola desde el pasillo. Vaya, vaya que si su madre se entera de todo esto... jHuy! Quedara la grande. —Hum -rezong6 la nifia. ~Tome mijita -dijo Maria Pitrufquén, entregan- dole un par de vainas de ajf-. Si nota algo extrafio, usted las sacude no mas. Sofia salié de la cocina con sus ajies en la mano y se encontré de frente con su madre. Qué hacias en la cocina a esta hora? -le pre- gunté, =Nada... conversaba con la Maria -respondié la nifia, y caminaron juntas por el pasillo en direccién al dormitorio. No me gusta que te acuestes tan tarde, Sofi. -Es que mami... -Es que nada. -Si te preguntara algo, gme prometes que no re- tarfas ala Maria? Su madre se detuvo. ~Sofia, td sabes que Maria cuenta muchas cosas, pero no todas son totalmente ciertas. Sin contenerse, Sofia dijo: ~Maria dice que hubo brujos acd en Los Robles. ~Ahhh, ban mucho miedo esas historias, a veces era tanto si se cuenta... Cuando era chica me da- que preferia dormir en el cléset; mi mama tenia que levarme a la cama cuando ya estaba profundamen- te dormida —contesté la madre. ~gPero no crees en ellos? Ya no. Son historias, Sofia. Al final te dar4s cuenta de eso, que son solo historias. 39 El cerro de la cruz A la maiiana siguiente, Sofia despert6 a sus primas Estela y Beatriz para contarles lo que habia conver- sado con Maria en la noche. Qué les parece si vamos al cerro de la cruz? -les propuso. =No es mala idea, aunque hemos ido tantas ve- ces... —contesté bostezando Estela. -Pero no perdemos nada yendo otra vez -con- cilié Beatriz, y se vistieron répidamente para ir en busca de sus primos. Ellos accedieron sin muchas ganas. El cerro don- de estaba la cruz quedaba al costado derecho de la casa de Los Robles. Redondo como una panza, no era demasiado alto, pero bastante empinado, y los nifios Iegaron jadeantes y transpirando. No sabian donde comenzar a buscar la famosa cueva del brujo bueno, pero tampoco tenian esperanzas de encontrarla. embargo, todos amablemente le seguian la corriente a Soffa, porque conocian de memoria su porfia, y en- tre quedarse en la casa y pasear un rato, resolvieron recorrer el lugar aunque no les diera ninguna pista. Mientras tanto, Sofia iba de un lado a otro, con- vencida de que veria algo que nunca antes habia vis- to en ese cerro mil veces visitado. Era una intuicién sin fundamento, por eso daba vueltas alrededor es- perando que ocurriera algo extraordinario. Lleva- ban poco mas de media hora cuando Pedro exclamé: —jEste lugar no tiene nada que ver con la casa del ahorcado! ~4Por qué no nos vamos? ~pregunté Joaquin. ~iQue les cuestal Quedémonos un rato més, se trata de encontrar algo nuevo -| Y los nifios se rieron a carcajadas, pero en ese preciso momento se levanté el viento. Y al decir «levanté», es porque no vino desde el aire, sino que aparecié de la tierra, como si surgiera por debajo de sus pies. Primero, como una brisa suave que les revolvié las ropas y los cabellos; luego, con la intensidad de levantar hojas, sacudir Arboles y ar- mar una enorme polvoreda. Sonando como una «f» dicha ronca y continuada. Una «f» que les soplé Jas caras, los ofdos e hizo que sus ropas se oscila- ran como velas. Y aunque estaban en pleno vera- no, sintieron frio y se les crispé la piel; asi de fuer- te era el ventarr6n. 41 46 descubrieron que no habia nada; parecia el refugio de un montaiiés con un catre de campaiia a un cos- tado, una fogata apagada al centro y arriba de una roca plana como una mesa, una linterna, un par de platos y un tacho para el agua. En otras palabras, nada extraordinario. Estaban desconcertados: gquién ocuparia esa gruta? Y, sobre todo, gqué relacion tendria con la casa del ahorcado? -iMe vuelvo para la casa! jEstoy aburrida y ten- go hambre! ~exclamé Beatriz y le sonaron las tripas. eEscucharon? Salié de la cueva y alos pocos minutos la oyeron gritar. Detras del muro Estaba con las manos tapandose la boca, inmévil, como petrificada, porque no movia ni siquiera las pestafias. ~Bea, qué te pas6? ~pregunté Joaquin. -Eh, eh, eh, eh... -balbuce6, sefialando el bosque al frente de ellos. Los nifios miraron, pero no vieron més que tron- cos de avellanos y la tupida vegetacién que lo mez- claba todo. ~ Qué? ~pregunté impaciente Pedro. -Eh, eh, eh ... Beatriz tartamudeé monosilabos. Vamos a la casa ~propuso Estela. Sin embargo, Beatriz. no se movia y segufa sefia~ lando en direcci6n a los avellanos. Oye, nos estas asustando a todos, qué te pasa? —pregunté Manuel. -El hombre -por fin contesté la nia. ~{Qué hombre? -Ahi mismo, un hombre -dijo. 47 Los primos miraron otra vez hacia el bosque, los. troncos y la maleza, pero ahi no habia mas que el tu- pido bosque de avellanos. —Seguro que te lo imaginaste; con el hambre que tenemos, jtodos terminaremos viendo cosas! -bro- meé Joaquin, pero nadie se rio. -No -respondi6 Beatriz secamente-, yo lo vi con mis propios ojos, habia un hombre parado ahi. 49 De todos modos, la obligaron a volver a Los Ro- bles, a la cocina de Maria Pitrufquén. El almuerzo estaba listo, asi es que se sentaron apenas se hubie- ron lavado las manos. Beatriz permanecia ensimis- mada cuando Sofia pregunté: Oye, Maria, gtienes alguna foto de don Justo? ~iAy, nifios! En mala hora les conté la historia. {Tienes alguna? —insistié. -No sé, éramos tan jévenes y fue hace tanto... ~dijo la mujer, ensimismada. ~jMuéstramela! Qué te cuesta! -pidi6 Sofi. -aY para qué la quiere?, eh? ~Para verla nada mas. No fue dificil convencerla, pues ya se dijo, Maria adoraba contar historias, y no més sacé la fotografia arrugada y vieja de su libreta, comenz6 a decir: -Esta foto la sacé su abuelo Aurelio, me acuer- 50 do como si fuera ayer, estabamos parados en el portén de allé afuera cuando Ilegé con su cémara moderna y nos retrat6. La trajo de Europa, la cé- mara, gse dan cuenta? De Europa, por eso sacaba buenas fotos, no como las de ahora que no duran nada. Se la trajo en uno de esos viajes que hizo, porque su abuelo viajaba todos los atios y no era nada un viaje cualquiera, se iba por tres o cuatro meses y andaba por Madrid, Paris, Londres, ese tipo de ciudades, como un caballero. Si, yo le ser- via la mesa y él me decia: «Siéntate, Maria, que te voy a contar de Europa». ¥ hablaba de los edificios, de los jardines, de los parques que recorria, y yo me imaginaba perfecto esas ciudades elegantes. Asi que nos sacé la foto. {Ven? Ahi esta Pablo, don Prime y don Justo, y esa cabra delgada, j ~exclamé Maria y se eché a reir. ssa era yo! Pero los nitios no se fijaron en el cuerpo joven y esbelto de Maria Pitrufquén, sino que se detuvieron en la imagen en blanco y negro de don Justo. Medio despistado, Manuel pregunto: ~¢Bs este? $i! Mirenlo que era agallado, geh? jUf! Si lo hu- bieran conocido, a don Justo no se le escapaban los ratones, asi decia su abuelo Aurelio, Porque era bue- nazo para agarrarlos, ponfa trampas por toda la casa y cada matiana uno encontraba cuatro 0 cinco aden- tro ~conté Maria. Beatriz se acercé a la foto y exclamé: -Ahhhh! Se puso palida y le temblaron las manos. ~iAy, nittital, y a usté, gqué mosca le pics? ~Abhhh Beatriz volvié a suspirar. Sofia le pregunté al oido: Este era el hombre, zno? Beatriz, asintio. Inmediatamente, una sensacién extratia la in- vadi6, como si estuviera a punto de desmayarse y un frio congelador le recorriera el cuerpo. El res- to de los primos comprendieron de inmediato, y probablemente Maria también hubiese notado el desasosiego de los nifios de no haber sido porque seguia animadisima hablando y no paraba de con- tar cuando llegé a Los Robles y era joven y delgada y conocié al Pablo y después se casaron y se trasla- daron a vivir a la casa grande para ayudar al abue- lo Aurelio y tuvieron ala Ema... Le puse el nombre de su abuela, nifios, en honor a ella. Que en paz descanse mi sefiora, tan rebuena dama que era y morir de un dia para otro, como una santita se fue la sefiora, sven? Y el caballero no fue mis lo que era, porque ahora don Aurelio ni aparece 51 Manuel también trepé de un salto, pero no supo distinguir hacia dénde haba corrido y se qued6 pa- rado con desilusion. ~iSe fue! jNo est! ~grité desde el otro lado. por acé en Los Robles, pero antes, cuando vivia la se- fiora, cémo se pasaban meses enteros acd. Entonces -como si le hubiese caido un rayo- se acordé de que tenia que hacer pan amasado y los eché dela cocina. ~jMiren cémo me hacen perder el tiempo! -los regaiio. 52 Los nifios se sentaron bajo el Arbol que marcaba Ia entrada a Los Robles, a un costado del portén en el que aiios atras el abuelo Aurelio le sacé aquella fo- tografia a Maria y al resto de su grupo. Beatriz comenzé nuevamente: | ~jAhhh! ;Ahbh! -apuntando hacia un costado de lacasa. ‘Todos miraron hacia donde ella sefialaba y vie- ron a un hombre pequefio observandolos desde le- jos. Manuel lo encaré: —jHey! |Hey! Pero el hombre dio media vuelta y se alejé co- rriendo. 53 Los nifios lo siguieron a toda velocidad, pero era una carrera extrafia, porque aunque iban répido, no lograron alcanzarlo ni de cerca. El hombre, pese a su aspecto deteriorado, era increiblemente gil, y cuan- do Ilegé al muro de piedra de la casa de Los Robles, dio un salto y desapareci Cada vez mas cerca ‘Una vez que todos hubieron saltado al otro lado del muro, decidieron separarse. Pedro, Estela y Joaquin partieron por un lado; Beatriz, Sofia y Manuel, por otro. La idea, segtin acordaron, era encontrar al miste- rioso hombre y reunirse en la casa del ahorcado en un par de horas. El primer grupo se fue hacia la derecha, para tomar la quebrada desde la parte més baja, y el se- gundo, por la izquierda, para tomarla desde la més alta. Llevaban poco rato andado cuando Beatriz pre- gunté: ~,Creen que se trate de un fantasma? =gQuién? ZEl hombre que viste? -quiso saber Manuel. ~Aja. =No, Bea, yo pienso que es un hombre de carne y hueso -respondié Sofia. ~jHey! A mi me parecié de lo més real, y si no hu- biera sido porque corria como un salvaje, lo habria atrapado -repuso Manuel. Pero si efectivamente vimos a don Justo, gpor qué lleva veinte afios desaparecido? —{Quién sabe! Tal vez se volvié loco ~sugirié Sofia. =O a lo mejor estaba viviendo fuera del pais. La otra vez. mostraron por televisién a un hombre que su familia crefa que estaba muerto, pero él se habia escapado a Argentina y estaba casado y tenia un montén de hijos. ~iQué patudo! Como iban conversando distraidos, no se perca- taron de que el zorro culpeo de cola frondosa los se- guia unos metros atrés. A paso lento, sin apuro y con, la cabeza gacha, avanzaba detrs de los nifios. Ellos seguian conversando. ~Parece que el tipo queria cobrar un seguro de vida, porque se acababa de morir su mami, 0 algo asi, pero se trataba de un montén de dinero. —Jajajaja ~Sofia se rio-, es como en las telenovelas. -Si, pero peor porque era de verdad y su familia estaba enojada y queria demandarlo por todos los, atios que habia estado desaparecido -repuso el nitio. ~Ahbhbh -Beatriz volvié al suspiro. ~Qué te pasa ahora? -le pregunté Manuel. —jMiren! -la nitia sefialé en direccién al animal que casi le rozaba los pies. Por un minuto no supieron cémo reaccionar y se 55 56 quedaron paralizados. El zorro también se detuvo, aguardé unos segundos y luego siguié caminando. ~jQuiere que lo sigamos! ~dijo Sofia. ~iOtra vez! ~exclamé Beatriz. Partieron tras él con ese paso flojo que llevaba. Cruzaron el potrero, internandose por la quebra- da, atravesaron el estero hacia un lado, luego hacia el otro, El zorro parecia conocer el camino de memo- ria, avanzando en medio de esa espesura de troncos, maleza y Arboles con una agilidad sorprendente, saltando una piedra aqui, metiéndose por debajo de unos troncos alla. Nunca les result6 mas sencillo ca- minar por la quebrada y llegar hasta la casa del ahor- cado, pensaron los nifios. Casi sin darse cuenta la tenian enfrente. El zorro se detuvo. Sofia sintié ganas de acari- iarle su cola suave y frondosa, como la de un pe- 110 lanudo, de esos que son inofensivos y amigos fieles; se acercé timidamente, pero el animal dio un salto y se encaramé en la ventana, de ahi otro brinco y cayé en el techo, caminé entre las tejas con agilidad y se metié por la hendidura que partia el techo en dos. ~4Qué hacemos? -pregunté Manuel, impaciente. -Esperar. Quiere mostramnos algo. Desde dentro les Ilegaba el sonido indescifra- ble de cosas que se movian. El zorro buscaba algo. Beatriz se sent en una piedra. ~Qué haremos si aparece ese hombre? ~pregun- t6 la nifia. ~Eso no va a ocurrir ~contesto Sofia. ~¢Por qué ests tan segura? ~jNo sé! Es una corazonada. Prima, por fa, no te pongas misteriosa ahora ~pidi6 Beatriz. -Es que fue el zorro quien nos condujo hasta la cueva; luego, el zorro nos trajo hasta la casa. ¢Se die- ron cuenta con qué facilidad entr6? No sé, pero a mi me huele que no es coincidencia. ~£Crees que sea una trampa? —quiso saber Beatriz. Manuel buscé un par de piedras que se eché al bolsillo y tomé un palo grueso. —Entonces, que se atreva a pasearse por ac -dijo, golpeando el palo contra su mano-. jLo estaré espe- rando! Elzorro volvié a asomarse por el techo. Salté a la ventana y de ahi al suelo, Caminé hacia Sofia y en una especie de reverencia, igual que la vez anterior, deposité una llave a sus pies. La nifia se agaché ti- midamente, extendié la mano, el animal estaba tan cerca que no se resistié, y en vez de tomar la Ilave le acaricié la nuca y le hizo cosquillas detras de las ore- 57 jas, jEra tan suavel El zorro le lengiiete6 la mano, dio media vuelta y se fue veloz. No fue necesario que les explicaran qué abria esa llave. Sofia se levanté y se dirigié hacia la puerta, la introdujo por la ranura y la gir6. La puerta se abrio. ~iSoffa! -exclamé Beatriz.~. Y si fuera una trampa? ~jReléjate, Beal Estoy preparado, gno ves? -dijo Manuel, batiendo el palo. Beatriz. Sofia lo miraron sonriendo y empuja- ron la puerta. 59 Las pisadas misteriosas Un vaho himedo y maloliente les golpeé las narices, mezcla de olores a mugre, bosque y hongos. Predo- minaba un tufillo a hojas podridas y materiales en descomposicion tan dificil de obviar, que prefirieron cubrirse las narices con sus poleras. Una penumbra tenebrosa se habia apoderado del color de los mue- bles y repisas que sobrevivian ahi dentro; todo era negruzco y desvaido. Los tres pt tiendo cémo crufia la madera bajo sus pies y se de- tuvieron en el medio; desde ahi dominaron la casa 10s avanzaron a paso lento, sin- completa. A un extremo estaba la cocina; al otro, la puerta a un dormitorio; al fondo, la escalera al se- gundo piso, y detras suyo, el living, Sofia se estreme- ci6 al comprobar que habia telas de arafia por donde mirara. Cada rincén de la casa estaba dominado por una capa transparente y pegajosa. Algunas tenian sus ocupantes afanadas comiéndose a una mosca, otras protegian sus capullos repletos de araititas 62 por nacer. Sofia se estremeci6; odiaba a las arafias. Las arafias y los ratones eran sus peores pesadillas, por eso casi salié arrancando cuando mir6 el suelo y descubrié sus rastros. Ademas, tanto en el sofa del living como en el sill6n se notaban las huellas que dejan los dientes de los ratones. (Uf! Sofia desvié la mirada. No muy lejos, pens6, debia encontrarse un nido de ratas. Lo que les queds claro es que en todo el sue- lo no habia ni una sola huella de pisada humana. Manuel se agacho a revisarlas. -Esta casa esta poblada de animales. jMiren! -sefialé la madera y el rastro que habfan dejado un sinfin de patitas que iba de un lado a otro-, deben entrar por millones. Seguro que se cuelan por el techo, igual como el zorro ~dijo Beatriz. -Obvio, y jvean! hay una huella que se repite. gSe fijan? Se trataban de unas pisadas pequefias, poco mas grandes que las de un raton y més chicas que las del zorro. ~{Ser4 posible que en esta casa se retinan brujos? ~pregunté Sofia. -Brujos, no lo sé. Animales, sin lugar a dudas -contesté Beatriz. —No veo nada extrafio. Me parece que es una casa abandonada y nada més -repuso Manuel. ~gAbandonada? jlomada por animales, dirds! -replicé Beatriz, pero no alcanzé a terminar cuan- do escucharon unas pisadas. Alguien caminaba en el segundo piso. Manuel les hizo sefias para que se quedaran quietas. —Subiré a revisar -susurré. -iNo! No puedes ir solo ~

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