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“AL PASO DE LOS NIÑOS”


(Gn 33,13)

NIÑOS EN LA BIBLIA

Una aproximación
desde la teología Espiritual

Rafael Belda Serra


Transcrito por:
Ana Jewsiejew
2

Al paso de los niños es un estudio de espiritualidad bíblica


sugerente, apasionado y apasionante.

El autor se ha sumergido en la espesura de la Sagrada Escritura


buscando niños e intentando comprender –siquiera un poco- la
relación que Dios tiene con ellos y ellos con el Misterio de
Dios. No parte de cero ni he pretendido ser original.
Sirviéndose de numerosos escritos y de lo que otros han
descubierto, nos ofrece una síntesis académica y pastoral en
un hermoso trabajo transmitido con rigor científico y lenguaje
cercano. Nos encontramos así ante un recorrido de infancias
-a la vez entrañable y puede que sorprendente- a partir de las
emblemáticas figuras de la Historia de la Salvación. ¡Niños en
la Biblia! Si bien no están todos los que son, si son todos los
que están.

Estas páginas podrán ser un valioso servicio para todos


aquellos que están dedicados a la evangelización de los
pequeños: educadores, catequistas, padres de familia,
sacerdotes… todos cuantos atisban la importancia de una
conversión permanente para hacerse como niños y poder así
abrazar, bendecir e imponer las manos sobre los pequeños de
Jesús, siguiendo al Maestro de Nazareth, el Niño de Dios y el
Salvador de los hombre.
3

NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO AMA

ENTRAÑABLEMENTE A LOS NIÑOS (cfr. Mc 10,14),

Y ELLOS SON NUESTRO TESORO MAS GRANDE

Homilía de SS. BENEDICTO XVI

Nationals Stadium de Washington, D.C.

Jueves, 17 de abril de 2008


4

Rafael Belda Serra

AL PASO DE LOS NIÑOS (Gn 33,13)

NIÑOS EN LA BIBLIA

Una aproximación desde la Teología Espiritual

Cuarta edición
5

Colección: MONOGRAFIAS: SAGRADA ESCRITURA /24

Primera edición: 2004


Cuarta edición: 2014

Diseño de cubierta: VICENTE CARRASCOSA ALARIO, CVMD


Composición: EDICEP

PRINTED IN SPAIN
ISBN: 978-84-9925-135-6
Depósito legal: V-513-2014

Editorial cultural y spiritual popular S.L.


Almirante Cadarso, 11 – 46005 – VALENCIA (España)
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E-mail: edicep@edicep.com – www.edicep.com

IMPRIME: ULZAMA

A mis padres

Rafael (1992) y Loli,


de quienes he recibido tanto amor de Dios.

Al Beato Juan Pablo II

Pastor bueno, padre y maestro,

que ha bendecido y abrazado a los niños


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y a los jóvenes en el amor entrañable de Dios

y la ternura materna de la Iglesia.

A todos los niños,

Amados y preferido de JESÚS.


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ÍNDICE

Prólogo a la 1ª edición por José Ramón Pérez López......................................................... 9


Prólogo a la 2ª edición por Guillermo Ferríz García, de la Trinidad ................................ 12
Nota del autor ..................................................................................................................... 17
Agradecimientos ................................................................................................. 17

INTRODUCCIÓN .............................................................................................................. 18
1. Presentación.............................................................................................................................. 18
2. La Sagrada Escritura, principal fuente de revelación para la espiritualidad .................... 20
3. Interés, intención y objetivo de este estudio ........................................................................ 21
4. Método aproximado de trabajo e interpretación de los textos seleccionados .................. 24

PARTE I
NIÑOS EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

1. EL NIÑO EN ISRAEL ................................................................................................... 29


2. LA ELECCIÓN DIVINA POR LOS PEQUEÑOS ..................................................... 36
2.1 Isaac-Ismael / Jacob-Esaú / Efraín-Manasés ...................................................................... 37
2.2 Moisés, el niño rescatado para rescatar .............................................................................. 42
2.2 Sansón, un niño consagrado desde el seno materno ......................................................... 49
2.4 Samuel, el niño profeta del Señor ....................................................................................... 50
2.5 David, el muchacho ungido de Dios ................................................................................... 57
2.6 Josías, el niño rey .................................................................................................................. 60
2.7 Daniel, el muchacho juez que juzga en verdad ................................................................. 61
2.8 Jeremías, el joven seducido por el Eterno desde pequeño ............................................... 65
2.9 La niñez de Israel – la infancia como profecía .................................................................. 70
2.10 Experiencia oracional desde un corazón de niño
Salmos 22, 11 y 139, 15-16 /Salmos 8 y 131 ................................................................... 76
2.11 La gran promesa: un niño que es Príncipe de Paz........................................................... 83
8

PARTE II
NIÑOS EN EL NUEVO TESTAMENTO
1. INTRODUCCION .......................................................................................................... 92
2. JUAN EL BAUTISTA: El niño sensible a la presencia del Salvador ......................... 96
3. JESÚS, EL NIÑO DE DIOS ........................................................................................ 102
3.1 Introducción ......................................................................................................................... 103
3.2 Principales realidades educativo-formativas que influyeron en la infancia de Jesús . 107
3.3 Problemática inherente a los textos de la Infancia .......................................................... 120
3.4 Señales del Cielo: Lc 2, 12 ................................................................................................. 122
3.5 Motivo de búsqueda y de adoración: Mt 2, 8-11 ............................................................. 125
3.6 Unido a la Madre, pero entregado a Dios: Mt 2, 11. 20-21 / Lc 2, 21-38.................... 132
3.7 Jesús-niño: El misterio de un crecimiento entre Nazaret y Jerusalén. Lc 2, 39-52 .... 141
4. JESÚS Y SU RELACIÓN CON LOS NIÑOS DE PALESTINA ............................ 166
4.1 Introducción ......................................................................................................................... 166
4.2 Los niños inocentes: Mt 2, 13-18 ...................................................................................... 168
4.3 Los niños defendidos: Mc 10, 13-16 (y par.) ................................................................... 172
4.4 El niño llamado: Mt 18, 1-5 (y par.) ................................................................................. 193
4.5. Los niños de la revelación: Lc 10, 21-22 (y par.) .......................................................... 206
4.6. Los niños del juego: Mt 11, 16-19 (y par.) ..................................................................... 214
4.7. El niño discípulo: Jn 6, 1-13 (y par.) ............................................................................... 220
4.8. El niño enfermo: Mc 9, 14-29 (y par.) ............................................................................. 228
4.9 El niño moribundo: Jn 4, 46-54 (y par.) ........................................................................... 252
4.10. La niña muerta y resucitada: Mc 5, 21-43 (y par.)....................................................... 262
4.11. Los niños que alaban al Señor: Mt 21, 15-16 (y par.) ................................................. 271
4.12. El niño que ora: Mt 7, 7-11 (y par.) ............................................................................... 277
4.13. La niña que danza: Mc 6, 17-29 (y par.) ....................................................................... 281
4.14. Los niños profetas: Hch 2, 17-21 ................................................................................... 288
4.15. El niño amigo de las Sagradas Escrituras: 2 Tm 3, 14-16 .......................................... 289
4.16. Niños santos: la llamada de Jesús a una vida según el Evangelio ............................. 293

CONCLUSIÓN ................................................................................................................. 295


EPÍLOGO ......................................................................................................................... 304
BIBLIOGRAFÍA………………………………………………………………………...316
9

PRÓLOGO A LA 1ª EDICIÓN

Sí, “al paso de los niños”

Porque andamos muy deprisa. Porque se nos impone un ritmo acelerado de vivir, poco
apto para pararse y escuchar, para permanecer en silencio y admirarse, para leer, meditar,
contemplar y descubrir, con la luz del alma, la belleza del auténtico amor.

Porque parece que la debilidad no cuenta, que la vida ordinaria no tiene importancia al no
ser noticia, que hacen más historia las acciones y proyectos grandilocuentes de unos pocos
poderosos que la letra pequeña de los humildes sin voz. Al paso de los niños quiere ayudarnos
a vislumbrar algo del ritmo vital de Dios en la historia; un Dios que busca a los humildes y
pequeños, los llama, los ama, les da voz y palabra, los prefiere y les concede una misión.

Para ello. Es necesario adentrarse en los entresijos de la Escritura y aprender los pasos de
Aquel que ha elegido a los humildes para revelarnos su Misericordia. Los pasos de Dios se
encuentras, tantas veces, en los pasos de los niños. Dios camina entre los pequeños, en los
pequeños, con los pequeños, de corazón y de edad.

Lógicamente no se pretende aquí el recuerdo exhaustivo de todos los niños que cruzan la
Historia de la Salvación. No están todos los que son. Sorprende, sin embargo, la cantidad de
pequeños en la Biblia que desvelan significativamente el rostro de Dios en la historia de su
pueblo. Niños fruto de la promesa o de la oración confiada, paradoja de la esterilidad. Niños
consagrados para el Señor desde el vientre de su madre, que saltan de gozo ante su presencia
y su palabra. Niños sensibles a la voz de Dios vivo, vigilantes y disponibles. Seducidos desde
pequeños por el Eterno, llamado a su servicio, ungidos para su gloria. Corazones de niños
que oran y descansan confiadamente como lo hace un pequeño en brazos de su madre… Una
historia sagrada de niños que alcanza su cumplimiento en la plenitud de los tiempos. En la
persona humano-divina de un Niño que se nos ha dado, Maravilla de Consejero, Dios fuerte,
Siempre Padre, Príncipe de paz.

En Jesús, el Hijo de Dios nacido de mujer, encuentra la historia su sentido pleno y último.
Por la Encarnación, el Salvador del mundo comienza la Redención naciendo bajo una ley que
10

relegaba a un segundo plano a los pequeños. Vulnerable y débil, Jesús-Mesías inicia su vida
terrena acompañado de un coro de niños inocentes que, sin hablar, testifican. Densa plenitud
de la historia en este Niño-Dios que crece en edad, sabiduría y gracia obedeciendo a sus
padres de la tierra. Hombre de puro corazón que permanece siempre siendo Hijo y bendice a
su Abbá por revelarse a los que son pequeño y niño de corazón como Él.

Este Jesús, el Niño de Dios, el Hijo de Dios y el Siervo de Dios, es el mismo que en el
decisivo y presuroso camino hacia Jerusalén, sabe detenerse y sabe emplear su tiempo con
quienes son menospreciados a diario y reducidos al ostracismo y a la insignificancia social y
religiosa. A estos, el que es Dios de Dios, los llama, los abraza, los bendice y les impone las
manos identificándose él mismo con la pobreza y la humildad que los pequeños
menospreciados representan.

Compaginando rigor científico y densidad espiritual, esta obra es una palabra de aliento,
una sorpresa, un gozo sostenido. Contemplar cómo Dios se revela a los niños y en los niños,
nos hace entrar en la comprensión de una Palabra verdaderamente luminosa: Si no os hacéis
como este niño, no entraréis en el Reino.

Este pequeño aparece revelándose en su ocultamiento; este niño está en Isaac dispuesto al
sacrificio; en Moisés abandonado en las aguas del río; en Sansón consagrado desde el seno
de su madre; en Samuel llamado desde la primera infancia; en David ungido en su
adolescencia; en Daniel erigido como juez cuando era considerado un sin-voz… Este niño se
dejará ver constantemente en Jesús por medio de su relación con los pequeños con que se
encontró en el transcurso de su vida pública. Al paso de los niños nos introducirá en el
descubrimiento de una línea de continuidad y progresiva profundización en la peculiar
pedagogía de Dios. Y podremos inferir, de esa pedagogía divina, las pautas en que debe
encuadrarse la muestra.

Dos sabores: espiritual y pedagógico. Ambos impregnan este libro. Se entrecruzan, se


implican, se llaman mutuamente. Se vislumbra –en la elección de Dios y su obrar. Una
espiritualidad pedagógica y de pedagogía espiritual. Del ser y quehacer que Dios muestra en
los pequeños –de cuerpo y de espíritu- al revulsivo de conversión para nuestro hombre viejo
(si no cambiáis y os hacéis como los niños…), pasando por la valoración y el reclamo urgente
de nuestra acción educativo-pastoral con ellos (el que reciba a un niño como éste en mi
11

nombre, a mí me recibe…, os aseguro, todo lo que hiciereis con uno de estos pequeños, a mí
me lo hacéis).

Sin idealismos fuera de la realidad, reconociendo también lo oscuro y negativo del mundo
de los niños, iremos entrando a fondo, a través de textos y contextos, en una aproximación a
la verdad de la infancia que aparece en la Sagrada Escritura. Cada persona, cada suceso, cada
historia, aporta un mensaje teológico-espiritual y profundiza en las claves del obrar divino.

Muchos podrán disfrutar saboreando estas páginas. Especialmente aquellos que anhelen
vivir la infancia espiritual que propone Jesús y aquellos que, además, llevan en sus entrañas
la misión educativo-pastoral con los pobres y los pequeños de nuestro mundo, nuestra
sociedad, nuestra Iglesia. Evangelizar educando es una vocación sublime a la que todos
estamos llamados. Los padres podrán profundizar y alegrarse con el don recibido, una
paternidad-maternidad fecunda y generadora de vida. La mirada penetrante de los niños será
voz profética de un amor siempre necesitado, mostrando así las fuentes y los cauces de donde
brota toda fecundidad. Los educadores podrán sentirse reconfortados en su noble, delicada
y difícil misión, impregnándose de una pedagogía que actúa desde el amor, que respeta y
hace crecer, que propone sin imponer, que trabaja desde dentro, levantando, invitando,
sugiriendo. Podrá también ser luz para los catequistas que, por vocación, han de hablar a los
niños de Dios y a Dios de los niños.

Padres y madres de familia, educadores y maestros de la infancia, catequistas y pastores


de tantos pequeños como pueblan nuestra sociedad, nuestra Iglesia y nuestras escuelas,
podrán recibir algunas “luces” de cómo ve, siente y actúa el Dios de la Biblia con los niños,
y podrán constatar la capacidad que éstos tienen para entrar –a su nivel- en la relación con el
misterio de la fe. Dios mismo ha depositado en ellos su propia huella otorgándoles así –
permítasenos la expresión- una significativa capacidad teofanía.

En este año del Sínodo sobre la importancia de la Palabra de Dios en la vida y misión de
la Iglesia, un estudio que se sumerge en la selva virgen de la Sagrada Escritura, nos posibilita
descubrir parajes llenos de belleza, verdad y bondad, al paso de los niños y de la mano de la
Teología Espiritual.

Os animo a disfrutar saboreando estas páginas.


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José Ramón Pérez López

PRÓLOGO A LA 2ª EDICIÓN
PRESENTACIÓN DEL LIBRO
Por GUILLERMO FERRÍS GARCÍA, DE LA TRINIDAD

Algemesí, Valencia, a 16 de diciembre de 2008

Al paso de los niños es una obra que logra sorprendernos. Al adentrarnos en sus páginas,
sorprende encontrar poco a poco, la Escritura llena de niños. Sorprende descubrir el papel
fundamental que han jugado en la Revelación. Sorprende ver a Dios mismo “enredado”
constantemente entre “niños”, tratando con niños, relevándose a ellos, constituyéndolos en
Palabra y profecía para su pueblo, sorprende reconocer, en la plenitud de los tiempos, a Dios
mismo haciéndose niño en Jesús, y a éste, creciendo como niño, viviendo como niño,
rodeándose de niños, bendiciendo a los niños, observándolos, hablando con ellos y de ellos
y siendo, en definitiva, uno de ellos desde su nacimiento hasta el momento del “Abbá, en tus
manos encomiendo mi espíritu”. Este libro sorprende porque sin darte cuenta y, pudiendo
descuidadamente pensar de entrada que el tema que toca es un tema marginal en el campo de
la reflexión teológica y espiritual, acaba por concienciar al lector de que ha entrado de lleno
en el corazón del misterio de Dios, de la Revelación, del hombre y de la salvación.

Y sorprende más si cabe porque Rafael ha conseguido hacer esto con una gran sencillez y
claridad. No hay más que ver el índice. La escritura y el planteamiento del libro es claramente
linear: Introducción; niños en el Antiguo Testamento; Niño en el Nuevo Testamento.
Partiendo de la concepción que el pueblo de Israel tenía de los niños, va “leyendo” el paso
de Dios, su presencia y revelación, primero, en y a través de “los niños” que aparecen en el
Antiguo Testamento, para pasar, después, a “los niños” del Nuevo Testamento: Jesús el Niño
de Dios; Jesús y los niños que aparecen en los Evangelios; los niños en el resto del N.T.;
finalmente, los niños santos… aunque este apartado queda abierto para otro posible estudio…

Ahora bien, esta linealidad evidente se va convirtiendo poco a poco, con el correr de las
páginas, en una verdadera circularidad. Al paso de los niños nos va introduciendo
13

paulatinamente en esta circularidad de la Revelación de Dios que es, en definitiva, la


circularidad del amor de Dios que envuelve al hombre para ganarse su corazón seduciéndolo
y llevarlo, hecho niño –pequeño–, hasta el corazón de ese “circulo de amor” que hay en Dios
mismo.

Y es así, porque estamos ante una obra densa, rica y, sobre todo, muy sugerente –nada
definitiva diría yo, porque no cierra o zanja cuestiones, sino que sugiere y abre a una nueva
relación con Dios en su Palabra, una relación que podríamos llamar de “infancia espiritual”–
. Nos introduce, pues, poco a poco en el corazón de Dios y nos va dando las claves para
“conocer sus secretos”; los escondidos, los que sólo revela a sus pequeños. Nos introduce,
por tanto, en el corazón del Evangelio a pie desnudo, de manera directa y clara, siguiendo las
huellas del abajamiento de Dios que se ha hecho niño, pequeño, siervo en la historia y
especialmente en su Hijo Jesucristo. Al tiempo, nos muestra con sencillez, pero también con
claridad, en qué consiste realmente el camino que lleva al Cielo: la gran sorpresa de este libro
es que, en él, uno encuentra las claves espirituales, existenciales, vitales para llegar a vivir el
caminito revelado por Jesús: “Si no cambiáis y os hacéis como los niños…”

Hablar de niños y de vida espiritual de los niños nos podría hacer pensar que estamos ante
un librito “de piedad”. En absoluto. Estamos ante una obra rigurosa, densa y rica. Rafael ha
seguido para su elaboración el método de reflexión teológica que ha sido puesto en evidencia
y subrayado en el Sínodo de los Obispos sobre la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia
(octubre 2008). Ha huido del cientifismo estéril que tanto daño ha hecho y hace en la
reflexión teológica y, a través de ella, en la fe y la vida de tantos cristianos, y ha dejado que
sea la Palabra la que explique la misma Palabra a la luz de la fe de la Iglesia. En ningún
momento abandona el “sentido de la fe” ni la “analogía de la Palabra”, logrando con ello
páginas muy bellas –como las referentes a los Evangelios de la Infancia de Jesús y otras de
la relación de Jesús con niños de Palestina–. Digo muy bellas por sugerentes y clarificadoras,
por reveladoras. Bellas también por luminosas.

Sin embargo, a cualquiera que lea esta obra con un mínimo de cuidado y detención, no se
le escapará que no se trata de un mero trabajo bíblico “de estudio”. No estamos ante un
estudio frío, teórico y conceptual. Esta obra nace y la podemos tener hoy en nuestras manos,
sin duda, porque ha ido siendo concebida y gestada desde hace mucho tiempo y a lo largo de
14

mucho tiempo. Es el fruto maduro de una experiencia de fe, de una gracia carismática, de
una experiencia pastoral y de una formación teológica y espiritual.

En sus páginas va apareciendo este sostén y fundamento de la experiencia de fe de Rafael,


moldeada por la gracia del carisma calasancio. Consolidada por una fecunda experiencia
pastoral entre niños y jóvenes, así como en la formación de futuros escolapios, e iluminada
con gran acierto y rigor, por una evidente formación teológica, formal y no formal: formal
por los estudios teológicos reglados, informal por la conocida y constante búsqueda, lectura
y reflexión personal del autor. Sin esta fecunda combinación no habría podido llegar a nacer.
Combinación de historia, gracia, donación y esfuerzo. Explosiva combinación porque es la
del amor, la del Amor –con mayúscula, primero– de aquel que ha hecho historia y don en la
vida de Rafael, la del amor –ahora en “minúscula mayúscula”– que es la respuesta a la
acogida de ese Amor primero y que se ha convertido en donación, entrega y finalmente en
estudio esforzado y diligente para hacer brillar ante nuestros ojos las cosas de Dios, el que
siempre tiene la iniciativa, el que inicia y completa nuestra fe, el que es el fundamente de
todo lo que existe, el que activa en nosotros el querer y el obrar, Aquel a quien corresponde
todo honor y toda gloria. Esta admirable y fecunda combinación hace más interesante y
valiosa si cabe, esta obra.

Por tanto, quien escribe estas páginas no habla de lo que ha estudiado o aprendido –a pesar
de que es evidente el largo y minucioso estudio que la ha precedido–. No transcribe, sin más
lo que otros han escrito –si bien el libro es un alarde admirable de notas bibliográficas–.
Rafael ha logrado hacer una obra original y propia: es un libro vivo, que expresa y comunica
una vivencia y es una invitación constante a vivir con pasión el Evangelio. No es un libro
escrito sin más para hacer pensar o enseñar cosas: da mucho que pensar, realmente es muy
instructivo, pero es una permanente llama a vivir con el corazón del Evangelio. Y lo que
también nos interesa a nosotros lectores: se trata de una obra que sugiere, indica claves
esenciales para saber dónde caminar, para saber qué desear y suplicar al Señor, qué vida, qué
gracias, qué actitudes cuidar y preservar en los que son todavía niños, qué proponer con
convicción y vigor a aquellos que son llamados a la conversión.

Precisamente por esto último, pretendiéndolo o no, Rafael logra interpelar en casi todas
sus páginas:
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- a cada uno como creyente en tu relación con Dios, en su experiencia de fe y en su camino


espiritual,
- a los padres cristianos que tienen encomendada la noble tarea de educar y transmitir la fe a
sus hijos,
- al educador que ha consagrado su vida o una parte importante de ella al trato con los niños,
- al catequista a acompañar a los niños hacia Jesús,
- a los sacerdotes llamados a vivir y predicar el Evangelio desde su corazón más genuino, así
como a acoger y bendecir a todos los pequeños de Jesús. Será necesario atender la sed de
nuestros niños, sacando aguas y más aguas, con gozo, de las fuentes de la Salvación, como
es en primerísimo lugar, la Sagrada Escritura.

Estamos ante una significativa contribución en el campo de la educación cristiana y de la


pastoral con niños. En primer lugar porque esta obra pone en evidencia que los niños son
capaces de Dios y de vivir de Él y por Él hasta el grado de la santidad. Además, porque pone,
también en evidencia, que en los niños es posible es profetismo, que en ellos se puede dar
una fe, una esperanza y una caridad heroicas, que son capaces de contemplación mística, que
son incomparables en la acogida y cumplimiento de la Palabra de Dios. Leyendo este libro
una percibe que jamás un niño debería dejar de ser un pequeño del Reino y, al darnos las
claves de esta pequeñez evangélica nos muestra qué hemos de procurar preservar en los
pequeños a los que educamos y a los que servimos en la catequesis, en el Oratorio, en la
familia, en la parroquia, en la escuela.

Al llevarnos hasta el corazón de los niños en su relación con Dios, Al paso de los niños
nos aporta, también, claves antropológicas de primer orden que nos pueden ayudar a conocer
a los niños, a comprenderlos, a relacionarnos con ellos de una manera nueva,
paradójicamente, mas “adulta”, más acorde con la que Dios mismo establece con ellos. Nos
ayuda a reverenciar y admirar la madurez de la humanidad que es posible en los niños. Un
poco nos pone de rodillas ante ellos –como hacia san José de Calasanz– para comenzar a
mirarlos con nuevos ojos, los ojos de Dios. Esta reverencia –se adivina– es la que ha sentido
el autor al acercarse a cada niño de la Escritura, reconociendo en cada uno de ellos lo que
son: una Palabra de Dios para su pueblo. Con ello, casi sin darse cuenta, nos revela que cada
niño es precisamente eso: una Palabra de Dios para el mundo, un ser en el que Dios mismo
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ha decidido expresarse, revelarse, mostrar su belleza, su sabiduría, su inocencia, su santidad,


su fragilidad, su gozo, su servicialidad… leyendo este libro uno se ve abocado a concluir: los
niños en la Escritura son iconos de Dios, los niños son verdadera imagen de Dios.

Como en el antiguo Israel, uno descubre cuánto es verdad que los niños son una
“bendición divina”, cómo son los garantes de sus padres y educadores ante el trono de Dios,
verdaderos intercesores que Dios siempre escucha, verdadera garantía del favor divino y de
la fidelidad de su Alianza de amor. Los niños se revelan como una riqueza, como la gran
riqueza del Pueblo de Dios, de la Iglesia. En este libro, Rafael ha abierto sin darse cuenta
algo de los siete sellos que sellan el gran tesoro de las Sagradas Escrituras para mostrarnos
algunas de las joyas que encierra. Son joyas que sólo aprecia el entendido en piedras
preciosas, pero que son fácilmente despreciadas por aquellos nada expertos en las cosas de
Dios y en la sabiduría arcana de su Evangelio.

Por lo tanto, podrá leer este libro con fruto aquel que, despreciando todo otro tesoro o
riqueza, esté dispuesto y deseoso de recorrer el camino de los sencillos y abajándose –quizás
a dar luz a los niños y especialmente a los que son como desamparados de todos– quiera ser
él mismo uno de esos pequeños, hasta encontrar la verdadera ciencia, y apreciar los
verdaderos bienes que lejos de ser perecederos y vanos, son los verdaderos y eternos. Para
aquellos que, duros de corazón y obstinados, tanto nos cuesta emprender este caminito de
una manera decidida y eficaz, sin duda que este libro nos viene como una especial ayuda.
Adentrarse en las páginas de Al paso de los niños sin recelos ni complejos producirá poco a
poco un efecto, quizás imperceptible al principio pero cada vez más firme: el deseo de llegar
a ser como los niños, de cambiar y hacerse como ellos. Rafael –sin pretenderlo, sin duda– ha
conseguido hacer un verdadero libro de “autoayuda”, una autoayuda de la buena, una ayuda
para la propia conversión personal, requisito esencial para poder entrar en el Reino de los
Cielo. Así que, gracias, Rafael, mil gracias. Que el Señor te siga bendiciendo para “usufructo”
de todos nosotros y de todos aquellos que leerán estas páginas ungidas por la gracia de Dios.

Y gracias, sobre todo, al Señor y a la Virgen María Semper abscóndita pero Semper
fidelísima Madre de Dios y de las Escuelas Pías.

Guillermo Ferrís García, de la Trinid


17

NOTA DEL AUTOR

Estimado lector: el libro que tiene en tus manos puede leerse teniendo en cuenta las notas
a pie de páginas o dejándolas para una lectura posterior. El contenido puede comprenderse
sin dificultad obviando la lectura paralela de dicha notas, pero estas pueden resultar
interesantes, bien al tiempo que se lee el texto, bien en una relectura del mismo.

Lo mismo ocurre con las notas filológicas que preceden el comentario teológico-espiritual
de cada pasaje. La comprensión de las perícopas expuestas no necesita de dichas notas
previas, pero están ahí para quienes tengan interés por ellas.

En cualquier caso, mi consejo es que la lectura sea ordenada y sistemática, no salteada,


dado que hay una progresión en los apartados que puede quedar “deteriorada” en caso de una
lectura arbitraría.
Quedaría por hacer una ficha o guía didáctica de trabajo para cada apartado y personaje
que se estudia. Seguro que la creatividad de cada lector enriquecerá el contenido del libro
para bien de tantos niños, padres, educadores y catequistas.

En cualquier caso deseo que todo lo aquí expuesto sirva para que muchos niños y niñas
sean acogidos, bendecidos y amados por quienes hemos recibido la divina misión de ser
instrumentos del Señor en sus vidas. Dios, en todos nosotros, busca corazones que amen en
su Nombre a todos los pequeños de la tierra.

AGRADECIMIENTOS
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a Dios, por todas las personas que directa
o indirectamente me han ayudado a realizar este sencillo trabajo y su presente edición.
Gracias a Cristo y a su Iglesia, porque hacen posible, cada día, la Evangelización.

Gracias a San José de Calasanz, que amó al Señor en una donación sin reservas, para que
los niños crecieran en edad, gracia y sabiduría, en Piedad y Letras, ante Dios y ante los
hombres.

Gracias a tantos hermanos míos, escolapios, que entregan generosamente su vida a diario
en la misión calasancia de evangelizar educando, para que muchos niños conozcan a Cristo
y Cristo los bendiga, los abrace, los ame y los salve.

Finalmente, gracias a la editorial EDICEP por posibilitar la publicación de estudios


monográficos, propagando el mensaje cristiano, en la nueva evangelización a la que nos ha
convocado la Madre Iglesia.
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INTRODUCCIÓN

1. Presentación

“Al paso de los niños”, es una expresión tomada de la Escritura: Gn 33,13. El fugitivo
Jacob, que en un tiempo huyó de su hermano Esaú y más tarde de su tío Labán, ha tenido un
encuentro transformador con Dios. En medio de una densa noche, y en el vado de Yaboc, el
Señor le obliga a confesar su propio nombre, es decir su pecado, su forma de ser y de actuar:
Jacob, el suplantador (cfr. Gn 25, 26; 27, 36). Conseguida su confesión, el mismo Señor le
da un nombre nuevo, es decir un ser y un destino nuevo: Israel, fuerte con Dios. Tras el
combate, Jacob ha conocido un amor único; aquél contra el que ha luchado, hubiera podido
destruirle, y no lo han hecho. Quiere entonces conocer su intimidad y hacerlo su aliado; le
pregunta por lo que puede identificarle: su nombre. Pero el Señor permanece en el misterio
y le concede sólo la bendición, legitimando así la que un día arrancó con engaños a su padre
Isaac. De esta manera, en el Yaboc, queda enterrado el estafador embustero y nace un hombre
nuevo.

El patriarca Jacob ha hecho un camino de conversión desde que salió de la casa paterna
hasta este momento; un camino de pequeñez en el que el último tramo está jalonado por
numerosos gestos de humildad. Superando su noche oscura, reconciliado con su Dios, se
dispone a reconciliarse también con su hermano. Arrepentido llama a Esaú “su señor”, y él
se considera a sí mismo un siervo, postrándose ante él y ofreciéndole muchas de sus
pertenencias (cfr. Gn 33,1-11). Esaú se crece con este gesto: lo abraza y lo besa. Ya no hay
rencor; las amenazas son olvidadas; tiene delante a un pequeño y ya no hay rival ni enemigo.
Jacob confiesa que ver la cara de su hermano es como ver la del Señor, una experiencia
salvadora. Las heridas quedan curadas; vuelve la paz perdida durante tantos años. El perdón
humano corrobora el perdón divino; éste ha posibilitado aquél. Ha llegado el momento de
volver a vivir unidos.

Es en esta situación cuando el hermano mayor dice al hermano pequeño:


19

- “Pongámonos en marcha; yo iré junto a ti.

Jacob responde:

- Mi señor sabe que los niños son de tierna edad, y que tengo conmigo ovejas y vacas
criando; si les fuerzo a caminar, un solo día de ajetreo bastaría para provocarles la
muerte. Adelántese, pues, mi señor a su siervo, que yo avanzaré despacito, al paso del
ganado que llevo delante, y al paso de los niños…” Gn 33,12-14

Los niños son para Jacob la garantía indudable del favor divino: “son los regalos que
Yahvé me ha hecho” (Gn 33,5). Pero no sólo son un regalo, son también un signo de su
presencia y su bendición; hay que cuidarlos, conducirlos hacia una tierra fecunda, velar por
ellos, abajarse a su nivel –un nivel distinto de los adultos–, caminar a su lado. Los niños
tienen un ritmo propio para todo. También para las cosas de Dios; un ritmo propio para vivir
la fe y la experiencia creyente. Ellos pueden y deben recorrer el camino de la fe, pero a su
ritmo, a su nivel, a su paso. Su pequeñez y debilidad, lejos de ser obstáculo, se presentan
como posibilidad de conducción: son débiles –no incapaces–; necesitan de otros para
avanzar.

La frase del título del presente estudio, además de sugerir la idea de un camino a recorrer,
invita a buscar las huellas de los niños que han pasado por la Biblia, y que lo han hecho
dejando a su paso un rastro luminoso, el rastro imborrable de un amor que los elige, los
prefiere, los hace confidentes y capaces de revelación. Así podemos entender un poco el
significado del subtítulo: Niños en la Escritura. Una aproximación desde la Teología
Espiritual.

La Biblia es historia y economía de la salvación que se da a través de variados géneros


literarios que necesitan diversos tipos de lecturas y aproximaciones; nuestra aproximación
será desde la Espiritualidad. Desde este prisma nos acercamos a la Escritura como punto de
partida para la búsqueda de un mensaje revelado, y no como apoyo ultimo de conclusiones
que requieren un fundamento a posteriori.

Nos centraremos en buscar, leer y comentar desde las coordenadas de la espiritualidad,


algunos de los muchos pasajes del Antiguo y Nuevo Testamento en los que la revelación nos
20

habla de niños y pequeños –en un sentido más o menos amplio–, como personas en quienes
Dios ha fijado su mirada haciéndolos objeto de su amor y su predilección.

2. La Sagrada Escritura, principal fuente de revelación para la espiritualidad


La Teología Espiritual parte de varias fuentes, comúnmente reconocidas y aceptadas en la
actualidad: la Biblia, la experiencia personal, la Tradición de la Iglesia, los documentos del
Magisterio, los textos doctrinales que atañen directamente a la teología espiritual, y el
conocimiento del hombre.
Con la Iglesia afirmamos que la referencia a la Sagrada Escritura es necesaria en cualquier
reflexión que se precie de creyente (cfr. DV 21a). Ella es portadora de la revelación de Dios,
pues cuanto allí se lee ha sido escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo (cfr. DV11a). En
sus páginas, “el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos
para conversar con ellos” (DV 12,1), por lo que para descubrir la intención de los autores y
el mensaje que quisieron transmitir, será necesario tener en cuenta las condiciones
contextuales y los géneros literarios propios de la época (cfr. Nuevo Catecismo 110).

En nuestro estudio, la referencia a la Escritura no sólo es necesaria sino constitutiva del


mismo, ya que de lo que se trata es precisamente de acercarse a ella para descubrir –siquiera
un poco– la importancia que sus autores (Dios y los hombres inspirados por Dios, cfr, DV.
11,1) concedieron al niño y a la constante elección de Dios sobre los pequeños, así como
llamar la atención sobre la necesidad de volver a ser como ellos para disfrutar de las
realidades del Reino.

Si en la Teología Espiritual, la Sagrada Escritura tiene un valor absolutamente primordial,


es porque en ella Dios mismo nos habla y nos revela la Verdad, al tiempo que en las páginas
de la Biblia se expresa la espiritualidad de los primeros creyentes que nos precedieron en la
experiencia de Dios y en el camino de la fe (cfr. La Palabra de Dios en la vida y en la misión
de la Iglesia, LINEAMENTA, Sínodo de los Obispos XII Asamblea General Ordinaria, BAC,
Madrid 2007).
21

3. Interés, intención y objetivo de este estudio


¿Realmente tiene algún interés para la teología buscar niños y pequeños en la Biblia y
releer sus historias desde la espiritualidad? ¿Es apropiado hacer un estudio teológico sobre
los niños, como personas capaces de vivir una experiencia de Dios? La Biblia es revelación
de Dios a los hombres al tiempo que una confesión de fe, la fe de un pueblo que ha
experimentado a Dios. Ella nos habla de ciertos niños y pequeños que tuvieron, a su nivel,
encuentros con el Dios vivo. Si la Teología estudia esta misma experiencia creyente, es obvio
el interés teológico de una búsqueda bíblica, sea el tema que sea. Si el tema es una especie
de denominador común que cruza toda la Biblia como una constante que nos revela el modo
de ser y de actuar de nuestro Dios, el interés es máximo.

Cierto es que en la vida de la Iglesia la preocupación por el niño no ha sido siempre la


misma, ni en intensidad ni en calidad. Pero también es verdad que desde los inicios se han
dado elementos comunes de interés por la infancia, manifestados en la educación, la vida de
familia y la inserción en la vida litúrgica. La Iglesia –inspirada ciertamente en la revelación
bíblica– ha considerado siempre a los niños como miembros activos de la misma. “El niño
es capaz de hablar a Dios y de vivir con él”, es una afirmación de los obispos franceses
realizaba en Lourdes, en 1975, con la que quiso acentuar el valor del bautismo recibido
incluso al poco tiempo de nacer1.

Cada pequeño, a condición de que sea educado, puede vivir de Dios y conceder a este un
lugar privilegiado en lo más íntimo de sus actividades y de su vida. Pablo VI, en mayo de
1977, lo corroboraba diciendo: “Esta inefable relación sobrenatural de nuestra alma con el
Dios vivo, con el Dios-Amor, es la más alta perfección, la más verdadera de las riquezas…”
“La primera marca es de capital permanencia. Es necesario asegurar, ya desde la más tierna
edad, una formación de calidad, mediante un lenguaje adaptado, ciertamente, pero de
contenido simple y preciso…”2. Al año siguiente, el 28 de junio de 1978, el mismo Pablo VI
expresó al entonces director general de UNICEF, en el curso de una audiencia privada, lo
que era el sentir de la Iglesia al respecto: “Para la Iglesia católica, el estar al servicio del

1. Esta afirmación es citada y comentada por N. LE DUC, Cómo enseñar a los niños a ser amigos de Dios,
Monte Carmelo, Burgos, 1982, 11 – 14.
2. Ídem, 12
22

niño no es una finalidad transitoria, sino más bien una tarea permanente revestida de
dignidad prioritaria”. 3

El concilio Vaticano II, en su declaración sobre la educación cristiana de la juventud,


hablo de la importancia de los niños y los jóvenes para la Iglesia, la sociedad y el mundo. 4
En el decreto sobre el deber pastoral de los obispos se menciona la urgente necesidad de la
formación religiosa de los niños, de manera preferencial5. También la constitución sobre la
Iglesia en el mundo actual, hace hincapié en el lugar del niño en la familia, y la importancia
de ser hijo6. En América Latina se hizo presente en Medellín la preocupación eclesial por los
niños7. En 1979 se celebró el Año Internacional del Niño, y en Latinoamérica coincidió con
el año en que todo el episcopado católico reflexionaba sobre “La evangelización en el
presente y en el futuro del continente”.

En los documentos surgidos de esta reflexión, el niño aparece como destinatario


privilegiado de una educación en la fe8, y con una vocación divina, ya que “Cristo al nacer
asumió la condición de todos los niños: nació pobre y dependiente de sus padres”9. Juan
Pablo II expresó a lo largo de todo su extenso pontificado –en numerosos documentos– la
absoluta importancia que la Iglesia concede a los niños, situándolos casi siempre en relación
directa con Jesús niño y la familia de Nazaret, y a la luz de ello, habló con frecuencia de la
misión familiar para con cada pequeño que viene a este mundo. Los padres son los primeros
y legítimos transmisores de la fe de los hijos10; ellos son una expresión sublime y diáfana del
amor de Dios.

Dice Juan Pablo II: “En la familia, comunidad de personas, debe reservarse una atención
especialísima al niño, desarrollando una profunda estima por su dignidad personal, así
como un gran respeto y un generoso servicio a sus derechos”, “procurando y teniendo un
cuidado tierno y profundo para cada niño que viene a este mundo, la Iglesia cumple una
misión fundamental. En efecto, está llamada a revelar y a proponer en la historia el ejemplo

3. Citado por MªT. PORCILE SANTISO, El niño en nuestro tiempo, Verbo Divino, Estella, 1979, 19
4. Cfr. Gravissimum educationis, 1 – 5
5. Cfr. Christus Dominus, 35
6. Cfr. Gaudium et spes, 47-52.
7. Cfr. Documentos sobre la Familia, Educación y Catequesis.
8. Doc. Puebla, 817.
9. Doc. Puebla, 432.
10. Cfr. Familiaris consortio, 6.14.26.36-41.59-62.
23

y el mandato de Cristo, que ha querido poner en el centro del Reino de Dios: “Dejad que los
niños vengan a mi…, que de ellos es el reino de los cielo”11.

También en el discurso a la Asamblea General de las Naciones Unidas, pronunciado el 2


de octubre de 1979, Juan Pablo II aseguraba: “La solicitud por el niño, incluso antes de su
nacimiento, desde el primer momento de su concepción y, a continuación, en los años de la
infancia y de la juventud es la verificación primaria y fundamental de la relación del hombre
con el hombre” (Idem.) “La acogida, el amor, la estima, el servicio múltiple y unitario –
material, afectivo, educativo, espiritual– a cada niño que viene a este mundo, deberá
constituir siempre una nota distintiva e irrenunciable de los cristianos, especialmente de las
familias cristiana; así los niños, a la vez que crecen “en sabiduría, en estatura y en gracia
ante Dios y ante los hombres”, serán una preciosa ayuda para la edificación de la comunidad
familiar y para la misma santificación de los padres”12.

La Iglesia está preocupada por los niños, por sus dramas, sus vidas, su fe. La Iglesia sabe
que son el futuro de la sociedad y del mundo. Juan Pablo II así lo manifestó en cantidad de
discursos, encuentros, homilías y documentos, entre los que sobresale de manera especial la
Carta del Papa a los niños en el año de la Familia, (16 de diciembre de 1994). “Deseo
expresar el gozo que para cada uno de nosotros constituyen los niños, primavera de la vida,
anticipo de la historia futura de cada una de las patrias terrestres actuales. Ningún país del
mundo, ningún sistema político puede pensar en el propio futuro, si no es a través de la
imagen de estas nuevas generaciones que tomaran de sus padres el múltiple patrimonio de
los valores, de los deberes y de las aspiraciones de la nación a la que pertenecen, junto con
el de toda la familia humana”13. Actualmente, en tan sólo tres años de pontificado, Benedicto
XVI ha mostrado reiteradamente su preocupación –que es preocupación de toda la Iglesia–
por la infancia, vinculada necesariamente a la familia. Son 125 los discursos en los que el
Papa actual ha hablado de los niños, a los niños, para y sobre los niños como misión
prioritaria de la evangelización en la Iglesia y en la misma sociedad.

11. JUAN PABLO II, Familiaris consortio, 26. Cfr. Chistifideles laici, 47.
12. Idem, cfr, GS, 48.
13. JUAN PABLO II, Familiaris consortio, 26
24

En una carta dirigida a los fieles de la diócesis de Roma, el Papa Benedicto XVI confiesa
que la tarea educativa es una preocupación profunda de la Iglesia y una de sus prioridades en
la tarea pastoral, tarea referida a los niños, adolescentes y jóvenes, principalmente, porque –
dice el Papa– de ellos depende el futuro… Debemos, por tanto, preocuparnos por la
formación de las futuras generaciones, por su capacidad de orientarse en la vida y de
discernir el bien del mal, por su salud no sólo física sino también moral14. Los niños (y los
adolescentes) son una parte muy considerada de la Iglesia, y la Iglesia, en su misión y
solicitud pastoral, no la puede descuidar15 Por todo lo expresado, consideramos que un
estudio de espiritualidad sobre niños y la predilección de Dios por ellos, es de singular interés
y supone una pequeña y sencilla aportación a la teología y a la Iglesia, en medio de su vasto
campo de intereses y de preocupación pastoral por los hombres y mujeres de este mundo.

4. Método aproximado de trabajo e interpretación de los textos seleccionados


El concilio Vaticano II, señala que “La Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo
Espíritu con que fue escrita” (DV 12,3), y para ello señala tres criterios garantes de
comunión:

1. Presentar una gran atención “al contenido y a la unidad de toda la Sagrada Escritura”.
2. Leer la Escritura en la Tradición viva de toda la Iglesia.
3. Estar atento “a la analogía de la fe”16.
Procuramos tener en cuenta estos criterios, aunque conviene señalar que habiendo sido
consultados algunos Santos Padres, apenas se encontrarán aquí citados, bien por su escasa
aportación al respecto, bien porque sus comentarios abarcan pasajes con mayor amplitud de
los aquí referidos. Buscando el paso de los niños por la Biblia ofrecemos una aproximación
al mensaje espiritual que éstos nos muestran, y apuntamos hacia una posible proyección
pastoral en nuestra misión evangelizadora. La interpretación auténtica de cada texto bíblico
se encuentra en la Iglesia de Cristo, guiada por el Espíritu y con la mediación de sus Pastores.

14. Cfr. BENEDICTO XVI, Carta del Papa –a la diócesis de Roma– sobre la tarea urgente de la educación,
Vaticano, 21 de enero de 2008.
15. Así lo afirmaba ya en el siglo XVI Juan Gersón, teólogo y educador. Cfr. J. GERSÓN, parvulis ad
Christum trahendis IX, Oeuvres complètes, Desclée, París 1973, 669.
16. Cfr. Rm 12,6; CEC 112-114. Cfr. Verbum Domini, 6-49.
25

Desde la comunión eclesial quiere ser nuestra aportación (cfr. JUAN PABLO II, Vita
Consecrata, 46).

Encontraremos en cada apartado el resultado de un sencillo estudio entres tiempos


consecutivos:

1. Lectura y contextualización del personaje, texto o hecho.


2. Análisis – hermenéutico desde la espiritualidad.
3. Conclusión inductiva (colocada, a manera de síntesis, fundamentalmente al final de todo
estudio).
Al acercarnos a cada perícopa, pasaje o personaje, lo primero que se constata es que
muchos de los textos bíblicos están redactados en un lenguaje narrativo, con elementos de
lenguaje simbólico que permite expresar zonas de experiencia religiosa no accesibles al
razonamiento puramente conceptual. Cada texto, en el corazón de su formulación, muestra
una verdad de fe que quiere iluminar y alimentar la experiencia creyente de quien se acerca
a ellos. La interpretación de esta verdad se hace distinguiendo los dos sentidos fundamentales
que contiene la Escritura: el sentido literal y el sentido espiritual; este último subdividido en
sentido alegórico, moral y anagógico.
Siendo indispensable definir el sentido preciso de los textos tal y como fueron producidos
por sus autores (sentido “literal, que no “literalista”), no obstante buscamos releer dichos
textos bajo la influencia del espíritu en el contexto del misterio pascual de Cristo y de la vida
nueva que proviene de él (sentido “espiritual” que no “espiritualista”). Por ello, conscientes
de que el sentido espiritual no puede jamás estar privado de relación con el sentido literal
(incluso en muchas ocasiones el sentido literal será un sentido espiritual), procuraremos que
los comentarios estén construido con la intrínseca relación de tres niveles de realidad: el texto
bíblico, el misterio pascual y las circunstancias presentes de vida en el Espíritu.
La palabra revelada en la Escritura evoca unos sentimientos cuando es escuchada, provoca
unas reacciones y convoca a una nueva realidad. Este ritmo ternario de evocación,
provocación y convocación, es ritmo propio de una lectura espiritual del texto bíblico, lectura
que ha de hacerse con una ineludible referencia a la exégesis. Una interpretación espiritual d
los textos no va en detrimento ni está para nada en contradicción con el rigor científico de la
exégesis y la crítica histórica. La ciencia y la espiritualidad son realidades distintas pero no
26

distantes; se complementan y hasta se necesitan. Más todavía: una interpretación de la


Escritura que prescindiera de la espiritualidad, caería en el cientifismo y castraría el sentido
más auténtico de los textos sagrados. Paralelamente, una interpretación desde la
espiritualidad que no tuviera en cuenta las investigaciones científicas, quedaría reducida a un
espiritualismo desencarnado y nada real. Ni la espiritualidad puede prescindir de una
adecuada exégesis, ni ésta de una conveniente lectura en el espíritu. Desde el primer
momento, pues, será necesario evitar los extremos: no limitarse ni a un comentario histórico-
critico desprovisto del contenido doctrinal y espiritual. Queda por señalar también que si la
exegesis conoce básicamente dos métodos de estudio, como son el diacrónico y el sincrónico,
en el presente adoptamos, desde la espiritualidad, rasgos más propios del método sincrónico
que del diacrónico propiamente.

¿Cuál es el orden en el desarrollo del contenido?

En un primer momento nos acercaremos al contexto judío en el que nacieron las Escrituras
para apreciar allí las significatividad del “niño”, pues sabemos que la Palabra de Dios nace
en un pueblo concreto, haciéndola inseparable de la vida, la historia y el pensamiento de
dicho pueblo que la ha recibido. Observaremos algunos pasajes del Antiguo Testamento en
los que podamos apreciar la predilección de Dios por ciertos pequeños. Posteriormente nos
adentraremos en la revelación neotestamentaria, dedicando la atención con cierta amplitud–
a la infancia de Jesús, para proseguir –en un tercer momento– observando la relación del
Jesús adulto con otros niños y pequeños de Palestina, según lo que nos transmitieron los
evangelistas.

Sabemos que la Biblia es historia de Dios e historia de los hombres; narraciones de


acontecimientos grandiosos y hechos vulgares, interpretados como intervenciones salvíficas
de Dios hacia la humanidad o como signos de su presencia en la historia. La Biblia es y
contiene mensaje de Dios a los hombres y mujeres de todos los tiempos, expresado en
palabras humanas; historia que camina hacia Cristo y que es iluminada por él. Estos hechos
están sometidos a las leyes de la historiografía de su tiempo, pero nuestra atención no se
centrará en la historicidad del texto sino en el contenido de enseñanza que ofrece. Al
acércanos a las perícopas y personajes seleccionados, buscamos principalmente descubrir en
27

ellos la Palabra de Dios que encierran, más allá de la palabra humana con que están
construidos. En cada comentario, pues, no pretendemos fundamentalmente un análisis textual
en su literalidad filológica e histórica, sino principalmente queremos centrarnos en lo que
sugiere, a lo que apunta, lo que podemos entender dentro de una interpretación en el espíritu
de la Iglesia y con “las luces” de la teología espiritual. Subrayaremos e intentaremos
descubrir mucho más el mensaje teológico de cada pasaje que el dato histórico del mismo.

¿Qué “problema” nos aparece de inmediato?

Uno de los primeros problemas con que nos encontraremos al iniciar la búsqueda de niños
es el siguiente: resulta difícil fijar con total precisión la edad de los personajes escogidos. En
el Antiguo Testamento hay muy pocos términos para designar a los niños, y si excluimos el
referido a los “lactantes” los demás son conceptos que abarcan edades comprendidas entre
los 5-7 años a los 13-25. El abanico cronológico es tan amplio que el término niño se
constituye en sinónimo de pequeño, indefenso, marginado, débil. Así pues al estudiar el A.T.,
nos centraremos en descubrir la especial y singular predilección de Dios por ciertos pequeños
–en algunos casos en sentido amplio– que son llamados, escogidos, iluminados y amados con
amor preferencial. Con el Nuevo Testamento, resulta todo un poco menos confuso. El griego
hay más términos para designar a los niños, aunque también confluyen en equivalencias que
pueden dificultar una identificación exclusiva del termino con su significado concreto.

Conceptos como niño, siervo, hijo, muchacho, y pequeño, -expresados en griego con los
vocablos παιδιών (paidion), παιo (pais), τεχνων (teknom) –, pueden designarse con palabras
similares, y en muchas ocasiones sólo por los contextos se averigua a qué tipo de persona
puede estar refiriéndose. Posiblemente, el problema de un español (un occidental)
acercándose a la Escritura en este tema, sea que ni el hebreo, ni el arameo, ni el griego, tienen
la riqueza de vocabulario que pueda tener la lengua castellana al hablar de las distintas etapas
cronológicas de la persona desde su nacimiento hasta la edad adulta: bebé, niño, párvulo,
infante, pequeño, preadolescente, púber, adolescente, muchacho, mozo, mozalbete, chaval,
joven. Por todo lo expresado, al abordar cada uno de los pasajes seleccionados tanto del viejo
testamento como del nuevo, iniciaremos el comentario del mismo con una sencilla anotación
filológica, sobria, pero necesaria para centrar el alcance de la hermenéutica textual.
28

1. NIÑOS EN EL
ANTIGUO TESTAMENTO
29

EL NIÑO EN ISRAEL

Cuando intentamos acercarnos a la compresión judía respecto de los niños, constatamos


concepciones no del todo unánimes. Si bien es cierto que Israel veía en la fecundidad un
signo inequívoco de la bendición divina17 (cfr. Sal 128,3; Pr 17,6), un premio de Dios (cfr.
Ex 1,21) y una recompensa del Cielo (cfr.Sal 127,3-4)18, también lo es que el niño era
considerado como un ser inacabado, en crecimiento, imperfecto y necesitado de una sólida
formación, por lo tanto sin autoridad persona, sin credibilidad, susceptible de ser, si no
despreciado, sí menospreciado19.

1. No tener hijos era comparado con la muerte; un comentario midrásico afirma: “Hay cuatro cosas
semejantes a la muerte: la mujer privada de hijos, el ciego, el leproso y el pobre” (Gn R.71). Cfr. Texto
citado por Mª D. ALEIXANDRE. Siete lugares bíblicos de atracción, en Folletos con Él, octubre 1996, n.
154, XII
2. Para Israel, el hijo es, en el matrimonio, el fruto natural y querido por Dios. Una numerosa
descendencia es una de las promesas de la alianza, hecha primero a Abraham, Isaac y Jacob (cfr. Ex 23,26;
Lv 26,9; Dt 28,4). Un matrimonio sano y feliz no se concibe sin una descendencia abundante. El hijo es un
don de Dios (cfr. Gn 33,5; cfr. 4,1; 16,3; 30,2-6; 128,1-3). Paralelamente, la esterilidad es casi una maldición,
o cuanto menos una desgracia (cfr. Gn 30,1), de la que tantas mujeres piden verse liberadas por
experimentarse como un profundo oprobio (cfr. 1 S 1,5; Is 4,1; Lc 1,25), incluso un castigo divino (cfr. Is
47,9; Jr 18,21; Os 9,12) que hacía de la estéril una posible sospechosa de adulterio (cfr. Lv 20,21). Con todo,
no bastaba con no ser estéril, o fecunda; más importante que la cantidad era la calidad de los hijos.
Curiosamente, en la literatura sapiencial se relativiza este posible valor absoluto de la maternidad. Si los hijos
son malos, los muchos se convierten más en una maldición que en una bendición propiamente (cfr. Sb 3,10-
19; Eclo 16,1-3). Cfr. P. S. DE AUSELIO, Diccionario de la Biblia, Herder, Barcelona, 1970, 1336ss.
3. Desde este momento, siempre que hablemos de niño o niños, mientras no hagamos alusión implícita
a un personaje concreto y determinado, o a un grupo de ellos, nos estaremos refiriendo indistintamente a
niños y niñas a la vez.
30

El libro de los Proverbios afirma que la locura está arraigada en el corazón de los niños
(cfr. 22,15); y Pablo, en su mentalidad judía, sabe que los niños son fácilmente manipulables
(cfr, Ef 4,14) por lo que habrán de estar sometido a los adultos (cfr. Ga 4,1ss.)20.

El niño, en Israel, dependía muy estrechamente de su familia y los mayores debían


proporcionarle una educación severa (cfr. Eclo 22,3; 30,1.3; Pr 13,24) y la más rica posible
respecto a su religión y su moral (cfr. Pr 1,8; 6,20; 22,6). El valor del niño se encontraba en
cuanto hijo, pues eran los hijos quienes aseguraban la prolongación del can familiar y el linaje
de la tribu (cfr. 1 S 4,20; 2 S 18,18; Rt 4,13-15; Sal 127,3), por eso fundamentalmente eran
deseados21; además podían hacer crecer la consideración y la autoestima de la mujer (cfr. 1
S 1,1-7), incluso hasta desobedecerla (cfr. Gn 16,4-5).

En una sociedad eminentemente patriarcal como Israel, nacer varón era una fortuna, y
todavía mucho más si se era el primogénito. La autoridad del padre era casi absoluta y crecía
en su linaje o tribu en relación proporcional al número de hijos (cfr. Sal 128,4s.)22; pero era
durante la adolescencia de éstos cuando más disfrutaba el padre, especialmente si eran
varones.

Algunos autores aseguran que para muchos rabinos el niño (qatan = pequeño / niño) era
considerado poca cosa: “La uña de los padres es más importante que el estómago de los
hijos” (Ber.r. 45,9)23.

En los libros del Levítico (18,21(, 2º de Reyes (16,3; 21,6; 23,10), 2º de Crónicas (28,3;
33,6), e incluso Jeremías (7,31ss.; 19,2ss.; 32,35), encontramos reminiscencias de
holocaustos de niños ofrecidos por habitantes de Jerusalén –aunque era una práctica
condenada explícitamente por la Torá y los Profetas– emulando a los idolatras que

4. Cfr. X. LEÓN-DUFOUR, Vocabulario de Teología Bíblica, NIÑO. Herder, Barcelona, 1985, 585SS.
5. No tenerlo suponía perder la herencia, no tener en quién prolongarse; recordemos el lamento de
Abraham (cfr. Gn 15,2-3).
6. En hebreo, “familia” se dice “casa del padre” (Hebr. Bet `ab), término que subraya con exactitud su
carácter patriarcal: la familia hebrea está sometida a la indiscutida y despótica autoridad del cabeza de familia.
No existe ni siquiera el concepto de “padres/progenitores”. Y, aunque ambos contribuyen al nacimiento del
hijo, lo hacen con funciones de diferente importancia: el padre es quien produce la semilla a partir de la cual
se desarrollara el feto; el papel de la madre se reduce solo a acoger esta semilla, alimentarla y finalmente darla
a luz, pero sin añadir nada de sí misma: ni más ni menos que la función de una incubadora. Y así, el niño es
todo de su padre, descendencia solo paterna; en el caso de la madre no se trata de descendencia, sino sólo de
filiación. Cfr. A. MAGGI, Nuestra Señora de los herejes, El almendro, Madrid, 1990, 93-94.
7. Cfr. A. MAGGI, o.c., p. 94.
31

sacrificaban a su hijos ante el dios Molok24. También una práctica frecuente consistía en
arrojar niños casi recién nacidos –el propio hijo- en las fosas que servían de cimientos para
la construcción de una nueva casa (cfr. 1 R 16,34)25.

Parece además que los hijos no tenían ningún derecho, solo deberes; igual que las mujeres,
no formaban parte de las categorías de personas para las que se impartía la bendición, y en
las listas de habitantes siempre se presentaban junto a los esclavos y a los tontos. El hijo debía
una escrupulosa y religiosa obediencia a sus padres, especialmente al padre, como si del
mismo Dios se tratara26.

Visto así, de la sensación que el niño en Israel no tenía valor en sí mismo y como tal, sino
que se valoraba en tanto y cuanto era beneficioso y útil para sus padres, bien para sacarle del
oprobio, bien para realizarles como personas adultas, bien para serviles de siervos y
servidores en la ancianidad… Ciertamente, tanto para los judíos como para los griegos y los
romanos, la infancia era considerada únicamente como el peldaño previo hacia la edad adulta,
y nadie tenía en cuenta el valor propio de su peculiar y diferente conciencia infantil, de forma
que la niñez estaba conceptuada como un simple “todavía no”27. De hecho hay quienes
afirman que el pensamiento del tiempo de Jesús valoraba solo al niño por el adulto que un
día llegaría a ser, de manera que lo que realmente se valoraba era la ancianidad28.

No obstante, y pese a lo señalado, encontramos en algunos textos rabínicos, una curiosa


valoración de la infancia, con frases como la siguiente: “el mundo se mantiene por el aliento
de los niños”29. Es más, cuando nos acercamos a la fuente bíblica, encontramos textos que

8. Cfr. Idem. También, J. JEREMIAS, Jerusalén en tiempos de Jesús, Cristiandad, Madrid, 1977, 34.
9. “País impregnado de lo divino y lo sagrado, desde la más alta antigüedad, Palestina lleva todavía los
estigmas de las adoraciones desvanecida, de los sacrificios abolidos (…). Existen jarras, en gran número,
conteniendo esqueletos de recién nacidos, en su mayor parte mayores de ocho días. Introducidos vivos en
estos recipientes cubiertos rápidamente de tierra fina, sus osamentas, todavía tiernas,…”. Cfr, R. ARON.
Los años oscuros de Jesús, Taurus, Madrid. 1963, 41-42.
10. “Por lo menos hasta los trece años, cuando, al alcanzar el niño la mayoría de edad religiosa, el padre
puede ya desentenderse de él, por lo que bendice al Señor (…). Pero hasta esa edad, si no vive sometido, la
Biblia sugiere que no se actué con debilidad (Dt 21,18-21)”. Cfr. A. MAGGI, o.c., p.95. También Eclo
30,1.12.
11. Cfr. H. U. von BALTHASAR, Si no os hacéis como este niño, Herder, Barcelona 1989, 13.14.
12. Cfr. J. L. MARTÍN DESCALZO, Vida y misterio de Jesús de Nazaret, I. Sígueme, Salamanca, 1989,
178.
13. Idem
32

nos muestran una significativa consideración por los niños en contraste con otros que parecen
más bien no reconocer su importancia suficientemente.

Y es que la familia judía tenía dos sentimientos opuestos ante los hijos. Por un lado,
consideraba al niño como uno de los principales signos de la bendición divina30; por otro, lo
utilizaba para sus propios intereses, manipulándolo, explotándolo en un beneficio
frecuentemente egoísta. Acerquémonos ahora a la Escritura con la intención de hacer notar
algunas de las afirmaciones bíblicas que allí aparecen sobre la dignidad religiosa del niño.

Ya en el libro del Éxodo observamos al pueblo de Dios configurándose como tal a partir
del entramado familiar: “estos son los nombres de los israelitas que llegaron con Jacob a
Egipto, cada uno con su familia” (Ex 1,1). No se habla de individuos, sino de familias, y
familias en las que los niños son, no sólo el fruto de las entrañas y signo de la bendición de
Yahvé, sino que además ellos significan la esperanza del porvenir del pueblo. Israel sabe que
los niños que hoy están en Egipto son los adultos que mañana entraran en la Tierra de
promisión. Por ello, cuando Moisés pide al Faraón les deje salir a dar culto al Señor, incluye
a los niños entre los adoradores: “saldremos con nuestros niños” (Ex 10,9).

El faraón no lo permite sino al final, presionado por los devastadores efectos de las plagas.
El mismo se pregunta: “… ¿cómo voy a dejaros salir a vosotros con vuestros pequeños?...
No será así” (Ex 10,10-11). Faraón es consciente de la importancia crucial de estos niños,
pero movido por el miedo a perder el poder, actúa asesinando (cfr. Ex 1,22)31

14. “De hecho sabemos que entre los hebreos los hijos eran mucho más queridos que entre los pueblos y
culturas próximas. Israel multiplicaba las atenciones con cada niño desde su nacimiento, se le frotaba con sal
y se le fajaba al nacer (Ex 16,4; Lc 2,27); si era varón (Gn 17,12; Lc 1,59s.); “rescatado” del servicio del
templo el día trigésimo, si era primogénito (cfr. Ex 13, 1-5); amamantado por la madre hasta los tres años (2M
7,27), lo que explica la expresión frecuente “niño de pecho” (cfr. Jr 44,7, etc.); de tres a doce años “caminaba
por su pie”, expresión que se aplica también a la mujer y da lugar a la formula “las mujeres y los niños” (cfr.
Jos 8,35); hacia los cinco años se le confiaba a su padre para que le enseñara a leer en los Libros Sagrados
(Abot 5,21); luego, a los maestros adecuados, en grupos de veinticinco; a los doce-trece años es “presentado”,
es decir, introducido en la comunidad religiosa (Lc 2,42) y, luego, era llamado el sábado siguiente para hacer
la lectura de la ley ante la asamblea. Por otra parte, entre los judíos como en los demás pueblos de entonces,
el niño era un individuo insignificante en la comunidad social: no tenía voz en las reuniones; su misión
esencial consistía en escuchar y aprender” (NARD, Evangelio según san Mateo, Madrid, 1983, 426)
15. Ya lo dirá el libro del Deuteronomio cuando describa la crueldad de las naciones que no han conocido
a Dios: “… nación de rostro fiero, que no respetará al anciano ni tendrá compasión del niño” (Dt 28,50). Un
midrash, narra la queja de los israelitas al faraón sobre el trato injusto respecto del trabajo con los ladrillos
(cfr, Ex 5,15.23), y sirve al pueblo hebreo para dejar constancia de cómo para Egipto, la vida de un niño no
era valiosa. Moisés y Aarón se entrevistan con el faraón; piden libertad para su pueblo, pero la respuesta es
una carga mayor de trabajo; ahora no solo tendrán que hacer la misma cantidad de ladrillos sino que deberán
33

Así, para Israel, un niño es posibilidad de vida en libertad, mientras que para Egipto
constituye una amenaza para la seguridad del estado (cfr. El libro del Éxodo 1,8-11)32.

Israel considera a sus hijos como el gran tesoro de Dios (cfr. Sal 127,3-5); sabe que son
lo más valioso para unos padres; por ello, cuando quiere expresar todo el odio que siente en
su corazón –como pueblo– por el destierro de Babilonia, y hacia quienes se mofan de su
desgracia, llega a proclamar feliz y dichoso a quien pudiera agarrar y estrellar a los pequeños
del pueblo opresor contra las rosas (cfr. Sal 137,9). Israel sabe que el sufrimiento de un hijo
es sufrimiento doblado para un padre y una madre. Además de la prolongación física que hay
detrás de cada hijo, Israel considera a los niños como tesoro importantísimo porque ellos
constituyen el objeto de la transmisión de la fe, primera e ineludible misión para un judío con
descendencia33.

ellos mismos proporcionarse la paja necesaria (cfr. Ex 5,1-14): “La esclavitud de Egipto era dura y cruel
como todas las esclavitudes de la historia de los hombres. Si por la tarde faltaba un ladrillo, los vigilantes
egipcios arrebataban un niño a una madre de Israel”. Los padres de Israel, que construían los muros de las
nuevas ciudades, debían untar de cal al niño que gritaba y tapiarlo vivo en la pared, en el lugar de los ladrillos
que faltaban. Se le lleno a Moisés el corazón de horror y dijo al Señor: ¿Por qué maltratas así a este pueblo?
Mira, desde que he vuelto y he hablado al faraón, ha hecho a este pueblo un mal terrible y ahora estamos
peor que antes. El Señor tuvo paciencia con Moisés, porque se rebelaba por amor a su pueblo, Dijo a Moisés:
“¡Ahora veras lo que voy a hacer al faraón, con mano poderosa! ¡Ahora vete! Te mando al faraón para
abrirle tu corazón. Él no os escuchará y endurecerá su corazón. Pero tú respétalo, porque es el rey. No
saldréis hasta él mismo no os deje salir”. Cfr. M. COSTA, Cuanto tu hijo te pregunte, Desclée de Brouwer,
Bilbao, 1991, 69-70
16. También hoy, en muchos lugares del mundo, la vida de los niños no vale nada, llegándose a convertir
en las victimas más inocentes de la humanidad cargadas con los mayores sufrimientos. Cfr. JUAN PALO II,
Carta del Papa a los niños en el año de la Familia, en L´Osservatore romano, 16-dic-1994, n. 50,5.
17. Un nuevo midrash nos sirve para mostrar cómo Israel ve en los niños a los mejores garantes de su
alianza con Dios: “Cuando atardeció y llegaba ya el tercer día, Moisés pasó por el campamento de Israel y
reunió la asamblea. Dijo: “Vuestros ojos han visto lo que el Señor ha hecho por nosotros. Ahora está para
llegar, para darnos su Torá. ¡Pero estad atentos! Esta Torá es como un collar precioso que da gloria a quien
lo lleva con fidelidad, pero se convierte en una cadena al cuello para quien lo olvida. La Torá es una
bendición para quien lleva en el corazón, pero una maldición para quien lo abandona. ¿queréis pues aceptar
la Torá del Señor? ¡queremos, grito el pueblo, todos lo mandamiento que el Señor nos da los seguiremos!
(cfc. Sal 128; Dt 6,6-8). Moisés, aquel día, no se contentó con la respuesta del pueblo. Ya habían dudado de
Dios demasiadas veces y puestos a prueba, habían fallado. Por eso preguntó de nuevo: ¿Quién será garante
de vuestra promesa frente al Señor? ¡Nuestros ancianos serán los garantes! respondieron. Los ancianos
morirán. ¿Cómo permanecerá su garantía?, replico moisés. ¡Sean los profetas que surjan en el futuro!, grito
alguno. ¡Vuestros profetas no han nacido todavía!, ¿Cómo podrán garantizar por vosotros? Respondió
Moisés. Entonces se adelantaron las mujeres de Israel. En brazos llevaban a los lactantes, agarrados a sus
faldas los niños que ya caminaban. Dijeron a Moisés: ¡Nuestros hijos serán vuestros garantes! El Señor te dé
a ti la Torá, tú la enseñaras a los padres y éstos a los hijos y a los hijos de tus hijos, de generación en
generación. ¡Así la Torá será siempre nueva! Agrado a Moisés la propuesta de las madres de Israel y se
dirigió a los niños: ¿seréis vosotros de garantes de vuestros padres frente al Altísimo?, ¡Sí, lo seremos!,
respondieron los hijos. Así con la garantida de los hijos-niños, el Señor vino a dar la Torá a Israel”. (M.
COSTA, Hazme oír tu voz, Desclée, 1991, 73ss.). podemos encontrar otra versión más amplia en el mismo
midrash, en: N. MICKENNA, Sin contar mujer y niños, PPC, Madrid, 1997, 85-89.
34

¿Cómo transmitían la fe?: confesándola. Los hebreos narraban a los hijos la fidelidad de
Dios para con el pueblo (cfr. Dt 4,9; 6,4-9); los hijos rodeaban a la familia como retoños de
olivo alrededor de la mesa (Sal 128,3), retoños que daban frutos en su día porque crecían con
la bendita Palabra de Yahvé, fecunda y vivificante. Hay una fuerte conexión de los niños con
el pueblo, la alianza, la Torá y Dios en Israel, que según la promesa durará siempre. En Israel,
los niños se convierten en los primeros receptores de la fe de los adultos. “Ahora estas dos
cosas, la Torá y nuestro hijos, están relacionadas entre sí para siempre. Juntas son la
garantía de nuestro pacto con Dios y nuestras posesiones más queridas. Y así es como, hasta
hoy, a los niños de Israel se les enseña desde muy pequeños a escuchar la palabra de Señor,
la Torá. Siempre que oyen la palabra, son alimentados con algo dulce, porque la palabra de
Dios es dulce al paladar y dulce en la vida de todo judío. Todas las generaciones ofrecen a
Dios la seguridad de su aceptación y custodia del regalo, ofreciendo sus hijos a Dios como
garantía de que guardaran la Torá y de que vivirán de acuerdo con ella, en recuerdo de la
primera aceptación por parte de sus antepasados del regalo de Dios, incluso cuando ni
siquiera sabían qué es lo que Dios quería regalarles. Y así es y seguirá siendo, siempre que
la Torá viva y el pueblo de Dios viva”. (Midrash Rabbá, Cantar de los Cantares 1,4).

Los niños de Israel son los hijos de Dios, los niños de la promesa y los niños de la alianza
que crecen conociendo la Torá. Generaciones de judíos han mirado a sus hijos con la fe, gozo
y esperanza. Son el recuerdo presente y visible de la Torá y del cumplimiento de la ley en
sus vidas. Los niños pertenecen al pueblo y a Dios tanto como pertenecen a cualquiera de las
familias o a sus padres. Los niños son una herencia común y un regalo. Es una de las maneras
más fuertes de entender y aceptar a los niños en la comunidad judía (cfr. Midrash Rabbá,
Cantar de los cantares 1,4).

También en el libro de los Números encontramos esta valoración de los hijos-niños.


Cuando los israelitas tienen que marchar al combate por el asedio del enemigo, construyen
ciudades-refugio donde ponen a salvo a sus pequeños (cfr. Nm 32,16-26); los niños no podrán
guerrear pero sí podrán orar, ellos estarán incluidos en el culto a Yahvé (cfr. Ex 10,24) hasta
el punto de participar incluso en las suplicas penitenciales como eficaces intercesores para
mover el corazón de Dios a la compasión y obtener el perdón para todo el pueblo (cfr. Jl
2,16), seguros de que Dios no le pasa desapercibido ni el grito de los niños ni su angustia
35

vital (cfr. Jdt 4,9-13). Antes al contrario: es precisamente la debilidad de los pequeños lo que
mueve el corazón de Dios para favorecerlos.

La pequeñez y la infancia, realidades humanas que en otros podrían provocar el


menosprecio (cfr. 1 Sm 16,4-12) y hasta el desprecio (cfr. 1S 17,32-33), en el Señor en
cambio lo que provoca es una predilección privilegiada. Así, Él gusta de ser el protector del
huérfano y defensor de sus derechos (cfr. Ex 22,21ss.; Sal 68,6); sabe manifestar su ternura
paterno-materna con Israel, precisamente durante su infancia como pueblo, durante la salida
de Egipto y su travesía por el desierto (cfr. Os 11,1-4). El estado infantil es lo que conlleva
en los niños la inocencia que agrada a Dios, hasta el punto de suscitar en ellos una alabanza
tal que se considera más potente que las asechanzas de los enemigos (cfr. Sal 8,2). El profeta
Isaías anuncia que en la nueva Jerusalén, Dios tratará a sus hijos con todo el amor de una
madre, que amamanta a sus pequeños, consolándolos junto a su pecho, llevándolos en sus
brazos y acariciándolos sobre sus rodillas (cfr. Is 66,10-13). De hecho, la relación de un amor
confiado en Dios se expresa a través de la figura de un niño que descansa totalmente en los
brazos de su madre. Israel es este niño satisfecho y colmado de amor (cfr. Sal 130).
36

LA ELECCIÓN DIVINA POR LOS PEQUEÑOS

Cuando observamos con cierto detenimiento la “opción preferencial” del Dios que nos
muestra la Biblia. Constatamos una predilección significativa por los pobres, los pequeños,
los humildes, los indefensos, los niños. El término pequeño engloba no solo a quienes lo son
físicamente –los niños en edad–, sino también a los marginados, a los no considerados, a los
“segundones” en la familia… etc. Ya en el libro del Génesis aparecen ciertos pequeños como
primeros beneficiarios de esta elección, depositarios de la revelación del Señor y primeros
mensajeros de su salvación. Todo cuanto hemos señalado en el apartado anterior es mensaje
que se encarna en personas concretas; lo comentaremos seguidamente, pero no sin antes
hacer una pequeña indicación: en el A.T. resulta muy difícil precisar la edad aproximada de
ciertos personajes considerados pequeños, dado que para hablar de ellos se emplean
principalmente términos que no son precisos en su significado respecto a la edad cronológica
a la que puedan referirse: yeled (= niño) y na ar (= niño, chico), son frecuentes; también
encontramos qatón (para hablar de quien es “Pequeño a cualquier niñel” y tsa ir (para
designar a quien es “menor” que otro”. Termino como olal, y yoneq, se emplean para referiste
a “infante” en periodo de lactancia. Por todo lo indicado, se hace necesario que al comienzo
de cada apartado, señalemos a que tiempo de niño y/o pequeño hace alusión el pasaje bíblico
aludido.
37

2.1 Isaac-Ismael / Jacob-Esaú / Efraín-Manasés

El libro del Génesis describe una sociedad eminentemente patriarcal, en la que


encontramos parejas de hermanos que nacen con vocación y misiones diferentes. Tienen
personalidad propia y rasgos suficientemente diferenciados entre sí; ya desde niños se les
promete una misión. Paralelamente tienen un papel muy determinado dentro del entramando
familiar, no son simples elementos a quienes se les considere de manera grupal dentro del
pueblo de Dios; parece que tengan entidad propia. Puestos en relación ineludible con los
padres, el niño adquiere gran relevancia fundamentalmente en cuanto al hijo.

Isaac-Ismael (cfr. Gn 16.21). nota filológica: Son hijos de Abraham, Sara y Agar. El término empleado
frecuentemente para designar a ambos es ben = “hijo” (en los vv. 2.3.4.5.22, del c. 16, y también en 21,7, entre
otros). También encontramos el termino na ar, (que equivale al latín pues = “muchacho”, desde la niñez hasta
los 17 años) para hablar de Ismael, despreciado y abandonado en el desierto; el significado de na ar es el de un
“niño chico, muy joven todavía” (cfr. 21,12.17.19.20). también aparece la palabra yeled, que procede del verbo
yalad = “engendrar”, y que en latín se traduce por natus (“nacido”, “engendrado”), para referirse a un “niño
en relación directa con su madre”; lo encontramos en 21, 14,15,16 (entre otros), aludiendo a Ismael.

Isaac es el hijo de la mujer libre, Sara. Es el hijo de la promesa de Dios, es el hijo de la


gracia divina. Isaac nace a consecuencia de una promesa divina, pronunciada durante la
comida sagrada que ofrece el anciano patriarca a unos misteriosos visitantes (cfr. Gn 18,1-
15; 21,2). Isaac es fruto de la fe y confianza de su padre, el padre de la fe porque, obediente
al Señor, espero en su Palabra y espero cuando humanamente ya no había motivos para
esperar descendencia, dado que progenitor era anciano y a su esposa Saray no solo le había
alcanzado también la ancianidad sino que además le habían cesado las reglas (cfr. Gn 18,11).
Isaac es el niño que ha devuelto la alegría a sus padres; el anuncio de su nacimiento les ha
abierto las puestas a la esperanza, cuando ya todo parecía perdido. Isaac es el que engendra
la risa y el gozo (tsahaq= “reírse de alguien” cfr. Gn 21,6), aunque también será instrumento
de prueba y de oscuridad.

Ismael, en cambio, es el hijo de la mujer esclava, Agar; no es más que el fruto de las
capacidades humanas, del esfuerzo del hombre por eternizarse. Ha sido Agar, una joven
esclava egipcia (cfr. Gn 16) la que ha concebido al primogénito del patriarca Abraham;
primogénito pero no heredero principal. Su nacimiento obedece a una costumbre de la región;
según el derecho mesopotámico, una esposa estéril podía dar a su marido una sierva como
38

mujer y reconocer como suyos a los hijos de esta unión34. Isaac, en cambio, nace a
consecuencia de una promesa divina, pronunciada durante una comida sagrada que ofrece el
anciano patriarca a unos misteriosos visitantes (cfr. Gn 18,1-15; 21,2)35. Isaac vivirá siempre
en la casa paterna; Ismael habitará en el desierto, donde, a pesar de todo, experimentará
también la cercanía, la presencia y la voz de Dios (cfr. Gn 21,1-21). En Gn 16,7-14 y Gn
21,14-20 observamos dos situaciones idénticas pero de origen distinto. En la primera
narración, Agar huye de Sara refugiándose en el desierto; lleva en su seno un hijo; Dios ama
la vida y esta criatura tendrá misión. La señal de su bendición será que le impondrá un
nombre: “Dios ha escuchado”36. Si Dios ha escuchado la angustia de esta esclava y ha
defendido la vida de este pequeño.

En la segunda narración es el mismo Abraham quien, instado por Sara. Despide a Agar
(cfr. Gn 21,14-20)37. En medio del desierto y abocados madre e hijo hacia una muerte segura,
“oyó Dios la voz del niño” (v. 17), que lloraba a gritos. Este es el primer grito de un niño que
escucha Dios; una oración desesperada, en una situación irreversible, con una muerte
inminente y una madre en llanto, impotente frente a la sed de su hijo: una esclava que no
puede creer que el Dios de la vida asista impasible ante la muerte de un inocente. Este grito
es como una flecha que, tensada en el arco de la indigencia humana, se dispara hasta alcanzar
el corazón compasivo del Dios de la Misericordia entrañable. Este grito inaugura el constante
grito de los pobres, de los niños y los pequeños que recorre toda la Escritura38. Ismael es
como una Palabra del Cielo que nos recuerda que Dios mira y escucha el grito de todo niño39.

18. El caso se repetirá en Raquel (cfr. Gn 30,1-6) y con Lía (cfc. Gn 30,9-13). Cfr. Nota de la Biblia de
Jerusalén, al v. 2 del c. 16 del Gn.
19. Cfr. A. ROBERT – A. FEUILLET, Introducción a la Biblia I, Herder, Barcelona, 1967, 338.
20. El nombre de Ismael, significa “Escuche a Dios” o “Dios ha escuchado”.
21. La ley antigua prohibía ordinariamente la expulsión de una esclava y su hijo; en este caso, pues, a la
situación de una injusticia de tipo moral se une una injusticia de tipo legal. Cfr. AA. VV., CBSK. T.I. Antiguo
Testamento, I., Cristiandad, Madrid, 1971, 96.
22. Su culminación será el grito de otro Hijo, contemplado con radical impotencia por otra Madre, otra
Esclava que escucha como un Hombre, nacido de su seno, se ha hecho el ser más vulnerable de la tierra,
pobre, indefenso, igualmente sediento (cfr. Jn 19,28), abocado también a la muerte, pero con quien vive la
comunión profunda y misteriosa de la confianza absoluta (cfr. Lc 23,46). Verdaderamente, Dios fija su mirada
en este Hombre, en este Hijo reducido a la máxima pequeñez, que en la cima del sufrimiento llega a
experimentar hasta la ausencia de su propio ser (cfr. Mc 15,34). Cfr. M-L. RAMLOT – J. GUILLET,
Sufrimiento, en “Vocabulario de Teología Bíblica”, Herder, Barcelona, 1982, 873.
23. El tema del grito está muy presente en el A.T. Dios escucha el clamor de la sangre inocente de Abel
(cfr. Gn 4,10), y hace justicia de su muerte; Dios escucha igualmente la voz del niño Ismael y el grito
angustiado de su madre Agar que, abandonados en el desierto esperan la muerte (cfr. Gn 21,16-17); Dios mira
39

En el niño Isaac se manifiesta aquel en quien Dios ha derramado los dones necesarios para
el cumplimiento de la Promesa: mansedumbre, humildad, obediencia, confianza en su padre,
docilidad al plan de Dios (aunque éste se presente con apariencia de destrucción). Actitudes
todas que se vislumbran en el pasaje del sacrificio (cfr. Gn 22,1.19) y de las que numerosos
misdrashim han dado razón40. Uno de ellos cuenta cómo el pequeño, al llegar a la ladera del
monte Moria y ver a la víctima para el holocausto, intuye que será él la víctima, de manera
que consciente de la dureza de la prueba por la que pasa su padre, para que éste no se arredre,
él mismo le pide: ¡átame, átame fuerte padre mío, no sea que por el miedo me resista y no
sea válido tu sacrificio!41

Aunque ciertamente no podamos precisar la edad cronológica de Isaac en este


acontecimiento –ni siquiera la edad aproximada, con toda probabilidad habría superado la
infancia y posiblemente también la adolescencia–, lo que más nos interesa es subrayar la
elección privilegiada de Dios sobre el más pequeño42. Isaac es un regalo del Señor, no fruto

al niño de su desvalimiento y al escuchar su grito le promete todo su favor; “¡Arriba, levanta al chico y tenle
la mano, porque ha de convertirle en una gran nación!” (Gn 21,18). Yahvé escucha el clamor de su pueblo
oprimido en Egipto, y decide bajar a librarles (cfr. Ex 3,7-8), y con una liberación tan poderosa que llegara a
ser el mismo Egipto quien lance otro clamor desolador y desesperado (cfr. Ex 11,6; 6; 12,30). Dios escucha
el grito clamoroso que elevan con fervor hombres, mujeres, ancianos y niños, cuando reconocen su pecado y
quieren convertirse (cfr. Jdt 4,9-13). El verbo “clamar” (za`ak) contiene una cierta ambigüedad, porque, por
una parte, significa un grito de miseria y de desdicha, teñidas de autocompasión; y, por otra, sirve también
para referirse a la presentación oficial de una queja legal, en la persona afligida de querellante. El caso de
Agar e Ismael es muy similar al pueblo hebreo cuando grita a su Dios en Egipto; no solo se lamenta de su
situación, sino que fundamentalmente se queja; es más característico de Israel la queja que el lamento
propiamente: Israel no manifiesta resignación (tampoco Agar e Ismael), sino que más bien expresa un sentido
“militante” de considerarse agraviado, con la profunda esperanza de que ha de ser oído y respondido. La
historia de salvación está llena de esta experiencia: hablar desde la propia pequeñez y humillación, y ser
respondido; gritar y ser escuchado. Los salmos son un buen exponente de ello. Cfr. W. BRUEGGEMANN,
La imaginación profética, Sal Terrae, Santander, 1986, 22-25.
24. Cfr. J. ZEGDUM, II mondo del midrash, Carucci Editore, Roma, 1980. Es comúnmente sabido que la
tradición cristiana ha visto en Isaac una figura de Jesucristo, especialmente una prefiguración del Siervo de
Yahvé profetizado por Isaías. La identificación más clara posiblemente la encontramos en el sacrificio de
Isaac en el monte Moria, como tipo y figura del sacrificio de Cristo en el monte Calvario. Cfr. L. RUBIO, El
misterio de Cristo en la historia de la salvación, Sigueme, Salamanca, 1986, 119ss.
25. Cfr. M. COSTA, Cuando tu hijo te pregunte, Desclée de Brouwer, Bilbao, 1991, 137; y U, NERI, El
cantico del mar, Desclée de Brouwer, Bilbao, 1990, 45-57.
26. La Biblia nos muestra a un Dios que escoge (del verbo bahar en hebreo= escoger) a sus elegidos sin
razón aparente, pero con un denominador común: se fija siempre en el pequeño (y personas empequeñecidas
por humillaciones concretas en la historia personal); algunos ejemplos: tanto Caín como Abel ofrecen a Yahvé
el producto de su trabajo. Ninguno de ellos parece tener más mérito que el otro; sin embargo, Yahvé miró
propicio a Abel y su oblación pero no miró propicio a Caín y su oblación (Gn 4,1-5a). ¿A qué se debe esta
opción, tanto más sorprendente cuanto que Abel era el menor? (la mala disposición de Caín a la que se alude
en los vv. 6-7, es, según los exegetas, un añadido posterior, precisamente para explicar esta extraña
arbitrariedad de la elección divina). Este mismo fenómeno vuelve a producirse a propósito de la elección de
Abraham (cfr. G, 12,1-3), de Isaac (cfr. Gn 25,21-23) y de José (cfr.Gn 37,3-8). También en el Génesis
40

del esfuerzo humano sino de la gracia divina con la que Abraham colabora prestando su
disponibilidad. Isaac es el pequeño de los hijos de Abraham, fruto de la fe en la Palabra y la
Promesa; un niño con actitudes de santidad, un joven con capacidad para el sacrificio, la auto-
ofrenda y auto-donación43, un muchacho dispuesto a vivir en la voluntad de Dios; un hijo
que es instrumento de purificación para la fe de sus padres.

*Jacob-Esaú (cfr. Gn 25,27). Nota filológica: utiliza el termino ben = “hijo” (cfr. Gn 25,22), y como
novedoso encontramos los vocablos rab y tsa ír, para diferenciar al “mayor” del “menor” (“… y el mayor
servirá al menor” Gn 25,23).

Jacob y Esaú son los hijos de Isaac y Rebeca; ambos son fruto de la compasión divina
para con los progenitores, pues Rebeca es estéril y Dios le hace fecunda gracias a la
intercesión de su siervo Isaac (cfr. Gn 25,19-28). Ya en el seno materno viven estos hermanos
la lucha enfrentada como augurio de lo que será la hostilidad permanente de los pueblos que
de ellos surgirán. El texto bíblico dice expresamente que Esaú era el preferido de su padre,
quien valoraba en él su valentía, fortaleza y destreza para la caza; además era el
primogénito44. Primogénito y preferido era características que aseguraban a Esaú como
receptor de toda la herencia paterna. Pero Dios no piensa como los hombres. No piensa como
su amado siervo Isaac.

Dios se fija en el pequeño, aunque éste se muestre taimado, engañoso y fraudulento. La


elección divina, previa a cualquier comportamiento personal, recae sobre el candidato más

encontramos la concesión del primer puesto –contra todo lo esperado– para Peres (cfr. 38,27-30) y Efraín (cfr.
V. 48). De la misma manera, en el plano humano, la elección de Moisés (cfr. Ex 3-4), solo se justifica si
entendemos que Dios pone sus ojos sobre un hombre empequeñecido, humillado en la historia (ha matado a
un Egipto, ha necesitado huir y se ha refugiado en el desierto, es torpe de palabra…) La elección de David, el
más pequeño de una familia numerosa, es igualmente sorprendente (cfr. 1S 125, 1-13); cfr. 2S 3,10). En
cuanto a la de Salomón, el mismo tiempo el menor y el hijo del adulterio, es incluso escandalosa; sin embargo,
el redactor se contenta con señalar el hecho sin dar la menor razón: “Yahvé lo amó y envió al profeta Natán,
que le llamó Yeddías (=predilecto de Yahvé), por lo que había dicho Yahvé” (2S 12,24b-25>). Cfr. J.
VEREMEYLEN, El Dios de la Promesa y el Dios de la Alianza, Sal Terrae, Santander, 1990, 50-55.
27. Puede recordarnos al más pequeño de los siete hermanos macabeos (un niño-adolescente), su sacrificio
por guardar la fidelidad a la Ley (cfr. 2M 7,24-38).
28. El primogénito poseía el legítimo derecho de primogenitura: recibir porción doble de los bienes
paternos (cfr. Dt 21,17), gozar de cierta autoridad sobre sus hermanos y hermanas, seguir a su padre como
jefe de familia (cfr. Gn 27, 29-37; 49,8) y recibir especiales bendiciones del padre (cfr. Gn 27,33-36). Cfr.
Diccionario de la Biblia, o.c., 1568.
41

improbable. Con Jacob y Esaú Dios no ha esperado el desarrollo natural de la vida de cada
uno para actuar en favor de posibles méritos individuales; ya desde el seno materno Yahvé
anuncia que el hermano mayor y más fuerte servirá al menor y más débil (cfr.vv. 23-26).
Dios elige libremente sin atender a las jerarquías humanas; su preferencia se muestra del lado
de los pequeños, humildes y humillados.

*Efraín-Manasés (cfr. Gn 41- 48). Nota filológica: en Gn 41,50 (también los vv. 1.2.8.9.11 del c-48) Efraín
y Manasés vienen referido por la palara Banin = “hijos”. En el v.51, encontramos un término nuevo: bekór,
para designar al “Primogenito” (también en 48,14.18), y sem para “el segundo”; en orden de nacimiento “cfr.
v, 52). En 48,11 aparece zera, de significado múltiple: “semilla”, “descendencia”, “prole” y también “hijo”. En
48,16 vuelve a salir na ar, para designar a los “muchachos” que van a recibir la bendición; y en 48,19 salen los
adjetivos gadol = “grande”, y qatón = “pequeño” para referirse a ambos hermanos (“sin embargo su hermano
pequeño será mayor que él, y su descendencia se hará una muchedumbre de gentes”).

En la narración anterior la bendición ha recaído sobre Jacob quien, instado por su madre
Rebeca, compite con su hermano y engaña a su anciano padre. En el presente episodio, el
abuelo de Jacob bendice a sus nietos Efraín y Manasés, pero otorga –esta vez sin engaño para
sorpresa de José– la bendición del primogénito al menor (cfr. Gn 41,50-52; 48,1-20). En el
Génesis el orden natural de sucesión desempeña un gran papel; José respeta ese orden
poniendo a Manasés, que es el mayor, a la derecha de su padre; y a Efraín, a la izquierda.
Pero Jacob bendice a ambos cruzando a propósito los brazos, de tal manera que el niño más
joven recibe la bendición que propiamente iba destinada para el primogénito.
Una vez más aparece el mensaje que queremos resaltar: la absoluta gratuidad de la
elección divina es una constante en la Escritura; una elección que suele recaer
mayoritariamente en favor del pequeño, el ultimo, o cuanto menos no en favor del primero
ni del grande. Ya el sacrificio de Abel fue mejor recibido que el de Caín, primogénito; Isaac,
preferido a Ismael, primogénito; Jacob a Esaú, primogénito también; ahora Efraín recibe la
bendición del primogénito Manasés45

29. Raquel, la menor, fue preferida a Lía, la mayor (cfr. Gn 29,15-30); José y Benjamín, los pequeños de
Jacob, fueron preferidos a todos sus hermanos más fuerte y aguerridos…, etc.
42

2.2 Moisés, el niño rescatado para rescatar

Nota filológica: el texto hebreo dice ben = “hijo”, y bath = “hija”, en Ex 1,16; la tradición castellana dice:
“si es niño, hacedlo morir; pero si es niña, dejadla con vida”. En v, 17, yeled, referido –por el contexto– a los
varones “recién nacidos” (o por lo menos que todavía maman). En el v. 22, haben-habat, “todo niño que nazca
lo echareis al rio; pero a las niñas las dejareis con vida”. En 2.6 se emplea tanto yeled como na ar para referirse
al pequeño Moisés descubierto por la hija del Faraón: “y abrió y miró, que era un niño que lloraba”: En 2,7.8.9,
vuelve a utilizar yeled; y en el v.10, yeled y ben, siempre referido a Moisés.

La hija del nacimiento y de la infancia de Moisés la encontramos muy sucintamente


narrada en los primeros versículos del capítulo 2 del libro del Éxodo, y ahí podemos percibir
uno de los testimonios más significativos respecto a la valoración y trascendencia de la vida
de un pequeño que nos presenta las Sagradas Escrituras. Su caso, hoy, revela una
sorprendente actualidad: desde su nacimiento –y aun antes de la concepción y durante la
gestación– su posible vida encuentra a su alrededor una sentencia de muerte (cfr. Ex 1,8-
22)46. Un niño que llega al mundo en medio de un ambiente de rechazo y hostilidad; un
pueblo férreo que cree amenazada su pretensión de poder perpetuo en el nacimiento de niños
débiles e indefensos47. Un niño, incapaz por sí mismo de hacer daño a nadie, tiene que ser
ocultado para salvar la propia vida; depositado en una cestilla es colocado en la ribera del río
como objeto a la deriva. Su situación de máximo y obligado desvalimiento, provoca en sus
padres necesariamente una actitud de fe, una confianza absoluta en el Dios de Abraham, Isaac

30. En Ex 1,22 leemos la orden que el faraón da a todo su pueblo: “A todo niño recién nacido arrojadlo
al rio; pero a las niñas, dejadlas con vida”. Así, pues, las niñas-hijas de Israel eran las únicas, según él, que
tenían derecho a la vida. Acto seguido, en Ex 2,1, la historia empieza con una de estas hijas y, más adelante,
con otra hija, la hija del faraón. Dos hijas que destacan la máxima autoridad del imperio y, desobedeciendo
conscientemente la orden recibida, harán fracasar rotundamente el maléfico plan del faraón. (Cfr. N.
CALDUCH-BENAGES, La esperanza de Miriam, la hermana de Moisés y Aarón, en Vida Religiosa,
cuaderno 5, (2006) vol. 100, 31-37).
31. ¿Acaso no es esta nuestra realidad contemporánea? Ante la cuestión del aborto, ¿no hay países y
organismos oficiales que creen que el futuro de la humanidad se ve seriamente amenazado por una explosión
demográfica tal que puede hacer tambalear los recursos naturales y la economía mundial? ¿sigue siendo el
hombre tan capaz de engañarse a sí mismo como para tranquilizar su conciencia diciendo que el problema es
que no cabemos tantos, siendo así que el verdadero pecado no está en venir al mundo sino en la injusta
distribución de las riquezas? E. FLEG, en su libro Moisés contado por los sabios (Editorial Roma, Barcelona,
1981, 15ss.) hace una reflexión al respecto, escrita en estilo midráshico. ¿No nos encontramos –en muchas
ocasiones– ante sórdidos intereses económicos arropados de hipócritas motivaciones humanitarias? El tema
lo abordan, con seriedad y dureza, dos autores británicos, en un libro que, aunque sea un poco antiguo tiene
todavía plena vigencia: M. LITCHFIELD – S. JENTISH, Niños para quemar, Paulinas, Madrid, 1982.
43

y Jacob.48 Y será precisamente su fragilidad e impotencia la que suscitará la compasión de


quien más cercano estaba a la responsabilidad de la orden dada: la hija del faraón (cfr. Ex
2,5-10)49. La mujer, la persona que no cuenta en Israel, es precisamente la que sabe valorar
al niño en su pequeñez y atenderle en su desvalimiento, salvándolo a cualquier precio: un
mujer (la madre) le da a luz y lo oculta –arriesgando su propia vida– para preservarle de la
matanza; dos mujeres –Sifrá y Fuá– (cfr. Ex 1,15-22), las comadronas que decidieron estar a
favor de la vida antes que respaldar el criminal poder político del faraón; otra mujer (Myriam,
la hermana) lo vigila y conduce por las aguas del río Nilo, colaborando con la Providencia
divina; y una quinta mujer (la hija del Faraón) lo rescata y educa, ignorando que éste será el
salvador del mismo pueblo al que ella y su raza están oprimiendo y buscan destruir50.

Es la sensibilidad tan especial de la mujer respecto de la vida, lo que permite que estas
mujeres arriesguen su propia vida para salvar la vida de este niño. Estas mujeres traen la vida
y la defienden: aliadas con los niños que agradan a Dios por son co-creadoras con Él. Y Dios
mismo se complace con quienes hacen que los niños vivan (cfr. v. 21). Estas mujeres traen
la vida, liberan, son mediadoras entre el pueblo opresor y el pueblo oprimido. Las mujeres,
aliadas con los niños, agradan a Dios, porque favorecen la vida y la libertad. Sifrá, Fuá,
Jochebed –supuesto nombre, según la tradición hebra, de la madre de Moisés– y María, son
las valientes protagonistas de esta historia51.

32. “¡Qué grande es la Providencia en favor de Israel! ¿Quién habría pensado que Abraham engendraría
en su vejez? ¿Qué Jacob, con solo un bastón cuando pasó el Jordán, retornaría cargado de bienes y de
bendiciones? ¿Quién habría creído que José, encadenado en las cárceles de Egipto, reinaría un día sobre
los egipcios? ¿Quién habría esperado que un niño, perdido en los remolinos de un rio inmenso, salvaría a
un pueblo y a la humanidad? Sin embargo, Miriam lo esperaba” (E. FLEG, o.c., 17).
33. Para una mejor compresión del entorno socio-político y religioso que debió rodear a Moisés durante su
infancia y juventud: Cfr. H. CAZELLES, En busca de Moisés, Verbo Divino, Estella, 1981, 15-40.
34. La teología norteamericana M.MICKENNA, se pregunta cómo es posible que también la hija del faraón
actuará en contra del poder establecida para salvar a este pequeño: “¿Por qué? Tiene una posición, poder,
salud, prestigio y un puesto, nada menos que en la casa del faraón (…)” cualquiera que sea la razón, se unió
a la conspiración –tres mujeres conspirando juntas (la madre de Moisés, su hermana y quien será su madrasta)
para esconder la verdadera identidad y naturaleza de un niño, durante un largo periodo de tiempo, creando
relaciones de protección y de ayuda mutua frente a la autoridad; La palabra conspirar significa “respirar el
mismo aire”. Es lo que hacen esas mujeres, salvando una vida, un niño que luego será Moisés, el libertador
de un pueblo y el hombre que causara la humillación y la caída de otro gobernante del pueblo” (M.
MICKENNA, o.c., 66-67; 49-83).
35. Nosotros, gracias a Nm 26,59, sabemos que la madre de Moisés se llamaba Yoquébed (en hebreo, Yahvé
es gloria), una hija de Israel, la hija de un levita casada con un hombre de la familia de Leví (cfr. Ex 2,1).
Tanto la hija de Leví, como la hija del faraón resultaran ser, casa una a su manera, madres de Moisés. El
narrador nos presenta dos hijas, dos madres que se ayudaran mutuamente para que el niño vida y crezca--- y
un día pueda así, hacer la misión para la que Dios le ha creado.
44

También la misma hija del faraón, que recoge al niño hebreo, desobedeciendo a su propio
padre, forma parte de este especie de afirmación común a favor de las vida, de los niños, que
va más allá de las fronteras entre las razas y las clases sociales. Es una mujer perteneciente a
la clase gobernante, la que tiene compasión del niño hebreo y desobedece a la ley acogiendo
en su regazo una vida, la de un niño indefenso. Detengámonos ahora un poco para ver, más
de cerca, la relevancia de cada personaje en esta vocación a la vida en defensa del más
indefenso.

La madre de Moisés.

Fijamos nuestra atención a la madre de Moisés para descubrir la importancia absoluta del
niño, en su primerísima infancia. Fijémonos en las acciones maternales (cfr. Ex 2,2); los
verbos utilizados el narrador están todos en activo: concebir, dar a luz, ver; esconder; el
objeto de dichos verbos siempre es el pequeño, el niño, el hijo52. Según leemos en la narración
bíblica, la madre del niño, después de haberlo concebido y dado a luz, “vio que era hermoso”
(en hebreo, tób). Esta frase nos retrotrae inmediatamente al relato sacerdotal de la creación
del Génesis 1,1-2, 4a. “Y vio Dios que era bueno/hermoso” es la frase que acompaña –como
estribillo constante– a cada elemento del cosmo en el momento de su creación.

Así, pues, todo que Dios ha creado es bueno/hermoso (¡Cuánto más un niño!) y no puede
ser destruido o destinado a la muerte; ha nacido de quien es la Vida y su destino es que viva.

La madre de Moisés sabe que esconder al niño es muy peligroso; pero en ningún momento
contradice su vocación a la vida buscando la muerte, antes bien, acentúa su ingenio maternal
y se apresura, con decisión firme y parresia, es decir, gran valor, fuerza y libertad interior:
toma una cestilla de papiro53, la embadurna de betún y pez, mete en ella a su pequeño y

36. Estamos ante un tipo de relato considerado como un anuncio de nacimiento, es decir, un relato donde se
anuncia el nacimiento de un héroe. Este tipo de relatos hay un momento en que el padre, o la madre, pone
nombre al niño… pero aquí, lo cierto es que el niño recibe el nombre mucho más tarde de lo normal y no
serán ni su padre ni su madre quienes le pondrán sino la hija del faraón, su madre adoptiva que le salva la vida
37. Cestilla, en hebreo tebah; la palabra tebah es la misma que se utiliza en el relato del diluvio universal
para designar el arca de Noé (Gn 6). Noé y Moisés, ambos fueron salvados de las aguas… Noé construye un
45

coloca esta improvisada cuna entre los juncos a la orilla del gran Nilo (cfr. Ex 2,3). La
precisión y minuciosidad de detalles con el autor bíblico describe las acciones, pone de
manifiesto la gran preocupación de la madre por su hijo. Ella está completamente decidida:
¡está a favor de la vida, sin ninguna duda! Plantear la muerte del bebé, sería contradecir su
más profunda y autentica verdad interior. En consecuencia, hará todo lo posible –por
arriesgado que sea– por salvar al niño, incluso aunque se quede sola en el intento54.

La mujer obedece, no sólo a Dios –que todavía no ha revelado la Ley a su pueblo en el


monte Sinaí– sino, primordialmente obedece, a la ley natural que está inscrita en su corazón
por el mismo Creador.

El faraón había dado orden de arrojar a los niños varones al Nilo; podemos decir que la
madre de Moisés –de alguna manera– obedece al faraón, porque ella pone (aun no “arroja”
propiamente) a su hijo en el río; pero el profundo amor a la vida le ha hecho actuar con una
sorprendente astucia colocando a su hijo de tal manera que el río, en ver de ser lugar de
muerte y destrucción, se convierte en lugar de vida y de salvación.

Moisés, nacido de una raza oprimida, niño condenado a muerte, niño rescatado de las
aguas, es elegido por Dios para ser el gran caudillo de Israel (cfr. Ex 33,20). Moisés tendrá
acceso, desde niño, a la cultura, al sistema, a la vida y costumbres de un pueblo que esclaviza
y mata. Moisés es el hijo de una madre hebrea esclava pero también de una egipcia. Vivirá
en dos mundos, dos culturas, dos razas, dos religiones; al final, él se servirá de todo lo que
ha aprendido para liberar a su pueblo. Nacido entre oprimidos vivirá ente opresores; liberado
de la muerte, él mismo tendrá que ser liberación para quienes tienen la vida amenazada.

arce de considerables dimensiones y la madre de Moisés prepara una cestilla minúscula… una pequeña arca
de salvación…
38. De hecho lo hace todo sola, sin la ayuda de su marido, de quien no sabemos nada.
46

La hermana de Moisés.

En la narración hace de repente su parición otra mujer llamada “la hermana del niño”:
centramos ahora nuestra atención en Ex 2,4: “la hermana del niño se aposto a lo lejos para
ver qué pasaba”55. De momento no tiene más nombre que el recibido en relación con el
pequeño56. Parece como que la relación con el niño da verdaderamente identidad a todas las
mujeres que van apareciendo en el relato57.

Esta niña pondrá en relación, con ocasión del niño-hermoso, a las dos mujeres más
relevantes de esta historia: madre y la madrastra, la madre-esclava y su hijo con la madrasta-
princesa y el niño. Una es la hija de Leví: la otra la hija del Faraón; una hebrea, la otra
egipcia; una esclava, la otra libre; una de origen común, la otra de sangre real; una pobre, la
otra rica; una fecunda, la otra no lo parece; una esconde a su hijo, la otra lo encuentra; una
permanece en silencio, la otra habla. Dos mujeres separadas por su raza, su condición social,
su religión… pero encontradas por un niño perdido, y con la mediación de una niña-joven
llamada sin más “la hermana del niño”.

39. El libro de los jubileos añade un detalle muy hermoso al texto bíblico: “tu madre venia de noche para
darte pecho y durante el día Mirian, tu hermana, te protegía de los pájaros” (47,5). Citado por NURIA
CALDUCH-BENAGES, o,c., p. 37. Se nos dice en la Escritura que la hermana vigila, que se sitúa a una cierta
distancia para ver lo que podría pasar. El concepto de vigilancia, de ver, de situarse, tiene connotaciones de
ver detenidamente, juzgar, decidir con misericordia, como Dios hace con los hombres. Cfr. M. MCKENNA,
o.c., 62.
40. Para conocer su nombre: Ex 15,20-21; también en Nm 12,1-16; 20,1; 26,59; Dt 24,9; 1Cro 5,29; Mi 6,4.
Miriam, su nombre hebreo de etimología incierta (en griego Mariam o Mirian, que podría significar: amada
de Yahvé. Exaltada, elevada).
41. Señalaremos que todas las mujeres del relato ven algo en, por y con el niño: la madre de Miriam vio que
el niño era hermoso; Miriam espera ver lo que sucede; la Princesa verá la cestilla y el niño llorando. Todas
perciben, ven, observa, captan, miran al niño viendo su necesidad de atención, de cuidado, de protección.
Mucho más tarde volveremos a encontrar a Miriam y a su hermano en relación con las aguas del Nilo, cuando
haya que abrir para su pueblo las aguas del Mar Rojo (cfr. Ex 15); en el Nilo Miriam se detiene para ver, en
el Mar Rojo dará gracias a Dios por haber visto (cfr. N. CALDUCH-BENAGES, o.c., pp. 34s.)
47

La hija del faraón.

En Ex 2, 5-6 hace su aparición la hija del faraón, que baja al Niño para bañarse y descubre
la cestilla que flota entre los juncos. Fijémonos en los verbos de la narración: baja al rio, ve
la cestilla, envía a una criada para que se la traiga, abre la cestilla, escucha su llanto. Esta
mujer, porque tiene los sentidos abiertos a la realidad, puede actuar. Y actuando, siente
compasión. El texto nos dice expresamente que “se compadeció de él”. Las acciones le han
llevado al sentimiento y por éste volverá a las acciones; sentir-actuar-sentir-actuar… es una
especie de correlación necesaria para defender la vida de este pequeño.

La princesa pronuncio también palabras (“es un niño hebreo”) que dejan ver con claridad que
ella conocía el decreto homicida de su padre, y que desobedece crasamente sin ningún
remordimiento de conciencia; la detallada descripción de Ex 2,6 (las acciones de la princesa)
nos recuerdas la preparación de la cestilla en Ex 2,2-3 (las acciones de la madre de Moisés).
La actitud de la princesa hacia el niño nos evoca la que tiene Dios mismo con su pueblo (cfr.
Ex 3,7-9 / Is 43, 1-2a)58, actitud de cuidado, cariño, rescate, salvación. La princesa vio la
aflicción del niño que lloraba desvalido en la cestilla, sintió compasión de él y decidió
salvarlo (cfr. Ex 3,7); sólo una fidelidad al propio corazón puede saltar por encima de la ley.
Dios se comporta igual, o mejor, la princesa –sin saberlo– se está comportando según el
corazón de Dios (cfr. Os 11, 8). Quien muestra preocupación y ocupación por la persona que
sufre, por el necesitado, por el pequeño e indefenso, quien actúa liberando al pobre que clama
y salvando al oprimido, quien ama al niño en su desvalimiento y vulnerabilidad, ¡se parece a
Dios!, ¡actúa según el corazón de Dios! Un encuentro que salva. En Ex 2,7 leemos el
encuentro entre la hermana del niño y la hija del faraón. Miriam se acerca a la princesa y le
pregunta a modo de astuta sugerencia: “¿Quieres que vaya a buscarte/llamarte una nodriza
hebrea para que te críe (en hebreo, para ti) este niño?”.

La expresión para ti, repetida en el texto original, puede arrojar un dato más: es muy
probable que la niña/hermana del niño estuviera al servicio de la hija del faraón; así, el para
ti, en el fondo sería un “para nosotros”, es decir, lo que propone Miriam es que juntas (su
madre, ella y la princesa) salven la vida de este pequeño expuesto y “sentenciado” a muerte.

42. Cfr. M. NAVARRO – C.BERNABÉ. Distintas y distinguidas. Mujeres en la Biblia en la historia.


Madrid, Publicaciones Claretianas, 1995, 36-37; citado por N. CALDUCH-BENAGES, o.c., p.37).
48

La hija del faraón acepta la propuesta de inmediato y responde con un imperativo propio de
status: “Ve” (Ex 2,8a). La joven marchó y llamó a la madre (cfr. Ex 2,8b). Y la madre es
“contratada” como nodriza para criar a su propio hijo, el nacido de sus entrañas…

Parece todo “ironías” de un Dios empeñado en favorecer al más pequeño y defender a


toda costa la vida de un niño, aunque para ellos haya de servirse de los mismos que buscan
su desaparición. Más tarde, el liberador de Israel será criado en la misma casa del opresor, en
el palacio egipcio de un poder falso que ha sido ampliamente burlado por la inteligencia
creyente de una muchacha, una niña-mujer (Myriam) que con su palabra sabia y oportuna
consigue que dos madres, completamente distintas la una a la otra y completamente también
distantes la una de la otra, se unan para salvar la vida de un recién nacido. La paciencia de
Miriam ha sido esperanza de vida para el niño, para su familia, para el pueblo de Israel y para
todas las generaciones de creyentes que han venido detrás. Toda vida, de cualquier niño, por
pobre y aparentemente insignificante que sea, merece ser defendida, cuidada, astutamente
salvada. La inteligencia, al servicio de la vida. La fe, la esperanza, el amor, también. Tras lo
indicado, nos interesa resaltar fundamentalmente el mensaje subyacente tanto en Ex 2 como
en Hch 7,20-43 al respecto:

1. El niño Moisés es objeto de la amorosa Providencia divina desde muy pequeño59, a través
de mujeres valientes que defienden la vida a toda costa.
2. Podemos afirmar que Moisés niño, debió recibir –en la corte faraónica– una educación
exquisita durante su infancia, adolescencia y juventud, un modelaje adecuado a su misión
posterior60. Dios le trabajó desde niño.

43. Como indica C. Mª MARTINI: “Moisés es objeto de una providencia especial de Dios que lo salva: he
aquí el significado de la historia de Moisés niño” (vida de Moisés. Paulinas, Bogotá, 1983, 15ss.). Moisés
tendrá acceso, desde niño, a la cultura, al sistema, a la vida y costumbres de un pueblo que esclaviza y mata.
Él mismo será puente hacia fuera gracias a sus respectivas madres –y su hermana– fueron para él puente hacia
dentro. Cfr. M. MICKENNA, o.c., 68.
44. Se le da una educación refinada: “fue instruido en toda la sabiduría de los egipcios” (Hch 7,22);
significa, según el texto griego (epaideuthe), que fue sometido a la paideia egipcia, una iniciación e
instrucción progresiva y razonada que formaba el modelo de la educación de este tiempo; ya sabemos que la
cultura egipcia era la más prestigiada de la antigüedad, hasta los griegos iban a sus escuelas para atender sus
secretos políticos, económicos, técnicos, etc. Cfr. Mª MARTINI, o.c., También AA. VV., CBSJ. A.T. / T.I
Cristiandad, Madrid, 1986, 162.
49

3. La vida de este niño –y por analogía la de todos los niños– es valiosísima aunque se
encuentre constantemente expuesta al peligro61. Todo niño nace con una misión divina.
Dios, con el don de la vida, da también la misión: Moisés hará con otros lo que Dios ha
hecho con él.

2.2 Sansón, un niño consagrado desde el seno materno

Nota filológica: en Jc 13,2 encontramos el termino yaladah, que procede de yalad = “tener hijos”, referido
a la esposa estéril de Manóaj. En los vv. 3, 5 y 7 encontramos también yaladt y ben (junto a harah = “concebir”)
cuando el ángel del Señor anuncia el nacimiento de Sansón. En 13,7 aparece un término nuevo: nazír, que
significa “devoto”, “dedicado”; “consagrado”, referido a Sansón desde su concepción. Finalmente, en el v.24,
se habla del crecimiento del chico empleando la palabra na ar.

Encontramos en el libro de los jueces la “milagrosa” historia de un niño peculiar. Su


particular concepción y alegre nacimiento (cfr. Jc 13, 1-24) presagian una misión singular.
Se trata de un niño que es “nazir de Dios desde el seno de su madre” (cfr. Jc 13,5; 16, 17),
es decir, está consagrado a Dios y debe “guardarse” para el Señor62. Las consecuencias de su
nazireato no sólo le llevarán a ciertas privaciones personales desde su nacimiento, sino que
su misma madre compartirá de algún modo estas renuncias en favor del hijo de su seno; un
seno estéril, infecundo, que Dios tuvo a bien hacer germinar. Ser fiel a la vocación
consagrada del hijo implica a la madre en una análoga consagración. Madre e hijo se verán
inmersos en una misma fidelidad; las renuncias, los sacrificios y las privaciones maternas, se
convierten en dones, riquezas y gracias para el hijo. Toda la fuerza extraordinaria de este
personaje durante su vida posterior tiene aquí su origen más preclaro, en la infancia y en lo
que en ella y por ella se hizo. El voto de nazireato, realizado desde muy pequeño fue como
una semilla plantada que, regada y cultivada con esmero y perseverancia, germinó y dio fruto

45. Moisés vive en peligro constante: al nacer tenía que haber sido asesinado por las mismas parteras (cfr.
Ex 1,15-16); podría haber sido descubierto durante tres meses de ocultamiento y difícil vida –la de un bebé–
en la clandestinidad (cfr. Hch 7,20; Hb 11, 23); fácilmente hubiera podido ser arrastrado y hundido por las
aguas del potente Nilo, en cambio se salva de la manera más inesperada.
46. “Ki nezir elohím yihyé hanna ar min – habbaten”. Nazireo, es el que está consagrado a Dios, ligado a
Él; Sansón lo estará por voto, con la inherente consecuencia de singulares privaciones: no beber vino, no
cortarse el pelo, etc. Cfr. Diccionario de la Biblia, o.c., 1326.
50

a su tiempo63. Una vez más constatamos que un especial acto divino tiene a un niño como
protagonista, un niño misionado antes de nacer; un niño regalado por Dios que se hace él
mismo regalo a Dios (cfr. Jc 13, 1-24).

2.4 Samuel, el niño profeta del Señor

Nota filológica: en 1Sa 1, 20 (yalad y ben) habla de un hijo recién nacido, wateled ben, “y dio a luz a un
hijo” (refiriéndose a Ana). En el v.23, yanaq = “amamantar”, gamal = “destetar”; y ben = “Hijo”. En los vv.
25 y 27 de este capítulo 1º, así como en los vv. 1 y 8 del c. 3º, emplea el término na ar, referido al pequeño
Samuel como un niño que escucha la llamada del Señor siendo todavía muy joven.

Nos acercamos en este apartado a un personaje paradigmático para entender un poco lo


que puede abarcar la consciencia de un niño –a su nivel de niño– respecto de una especial
vocación de Dios. Una vocación que incluye necesariamente una dinámica procesual donde
el discernimiento y el acompañamiento son necesarios ya desde una edad temprana. Con
Samuel, se puede apreciar cómo el Dios trascendente que supera todo tiempo y todo espacio,
es el mismo que revela sus secreto a los pequeños.

Posiblemente traicionaríamos la intención del autor sagrado si redujésemos la figura de


Samuel a un simple juez en Israel (cfr. 1 S 7, 3-17); hay quienes hablan de él como un caudillo
o líder carismático, incluso como sacerdote64. Si bien es cierto que los redactores de los
relatos de infancia debieron tener a la vista al Samuel juez del c. 7, también lo es que
contemplaron –con toda certeza–al Samuel del que nos darán una visión distinta la historia

47. Cierto es también que pocos podían sospechar, de alguien elegido y consagrado a Dios desde su
nacimiento, que acabaría gastando la mayor parte de su vida sumido en un torbellino de aventuras amorosas.
Si los dones depositados en la infancia no se defienden y cultivan cuidadosa y perseverantemente, por el
propio beneficiario y por quienes le rodean, se pueden malograr… En Sansón así ocurre. El que tenía que ser,
más que otros, un instrumento en las manos de Dios, el que tenía que estar disponible para que Dios actuará
por su medio, en total dedicación a la obra divina, aparecerá como un mujeriego empedernido y un osado
aventurero. Cfr. Von RAD, La acción de Dios en Israel. Ensayos sobre el A.T., Trotta, Madrid 1996, pp. 46-
49. (Citado por Mª DOLORES LÓPEZ GUZMÁN, La melena de Sansón, en Sal Terrae, mayo 2000, T.
88/5.n. 1034).
48. Cfr. C. Mª MARTINI, Biblia e vocazione, Morcelliana, Brescia, 1983, 85. Otros, incluso, dice que
Samuel que llegó a ser también sacerdote; por lo tanto, un hombre carismático, llamado por Dios y reconocido
como tal por todo el pueblo. Cfr. L. RUBIO, o.c., 174.
51

de Saúl y luego la del joven David, o sea un Samuel, profeta valiente de Dios65. Cierto es que
ha sido recordado con menor extensión literaria que un Gedeón o un Sansón, pero no por ello
fue menos interesante y relevante su misión. Samuel es uno de los pocos personajes bíblicos
de quien se narra su nacimiento y su infancia66; al acercarnos a su relato lo primero que
constatamos es que nuevamente la vida de un niño obedece a la entrañable misericordia de
Dios. Al igual que Isaac, Sansón y Juan Bautista, el niño Samuel es ante todo un don de Dios
a una mujer sin hijos. Es el hijo de la oración, la respuesta a la súplica humilde y confiada de
una mujer empequeñecida por la humillación que suponía la esterilidad.

Ana es una esposa llena de amargura y sin consuelo (cfr. 1 S 1, 10); la realidad de desgracia
y oprobio en la que se encuentra, le ha arrojado casi desesperadamente a una oración
incesante (cfr. 1, 15), despertando en ella una curiosa astucia: pide a Dios un hijo varón y
promete dárselo en cuanto lo destete. Samuel se convierte así en el niño pedido para ser dado,
recibido para ser cedido, acogido para ser ofrecido. Ana le pide a Dios un hijo, no para
aferrarse a él sino para desprenderse de él. Aquí la maternidad se nos muestra como un
instrumento dócil para con Dios, quien cuenta con personas concretas con que salvar a su
pueblo. Esta mujer ha gritado al Señor. El Señor ha escuchado su grito (cfr 1, 20); y este Dios
que oye es el mismo que será oído en el templo por el niño que desde muy pequeño se
familiarizará con su voz (cfr. 3, 1-21), la impresionante voz de Yahvé.

La madre hace un voto –aparentemente de nazireato (cfr. 1, 11) –67 y es ella misma la que
consagra a su hijo para Dios en el servicio del templo68. La madre cuida del niño durante un
tiempo prolongado, hasta su destete (cfr. v. 24); terminado el cual, a la corta edad de los tres
años (cfr. 1, 24b)69, fue conducido al templo, donde se hizo su presentación –incluso cesión
para siempre, según el v. 28– acompañada de una ofrenda sacrificial. Es muy probable que
la llamada de Dios a Samuel (cfr. c. 3) aconteciera alrededor de la adolescencia

49. Cfr. P. GIBERT. Los libros de Samuel y de los Reyes, en Cuadernos bíblicos 44, Verbo Divino, Estella,
1985, 17-18.
50. Hay otros como Isaac y Moisés en el A.T. y Juan Bautista y Jesús en el N.T.
51. Cfr. CBSJ., o.c., A.T. T.I., 454-455
52. Cfr. Nota B. J., 1 S 1, 11.
53. La Biblia no lo dice expresamente pero sabemos que en el Próximo Oriente era costumbre amamantar a
los niños durante un periodo de tiempo bastante prolongado: tres años según 2 M 7, 27.
52

propiamente70. La Biblia no lo indica; se conforma con llamarte “el niño Samuel”. Sea como
fuere, nos interesa resaltar la posible experiencia espiritual de este niño-joven, en tres planos
diversos; comentamos algo de cada uno71:

A. El tiempo transcurrido desde que llega al Santuario hasta la noche de su vocación: Tiempo
de preparación.
B. La experiencia de la llamada de Dios, en Silo: Tiempo de llamada.
C. La obediencia y actitud posterior de Samuel: Tiempo de respuesta.

A. Tiempo de preparación: 1 S 2, 12-36

La narración se desarrolla en dos líneas paralelas. Una se centra en el crecimiento y


progresos de Samuel; la otra se ocupa de los pecados cometidos por los hijos de Elí. Está
claro que el narrador pretende realzar la figura del profeta contrastando con la maldad de los
hijos del Sacerdote; pero nosotros queremos ver algo más que una simple contraprestación.
Samuel ha sido literalmente entregado a Dios (cfr. 1, 28): lo encontramos en el Templo,
donde esta porque sus padres lo han llevado, se ha hecho de él una ofrenda. Sus padres no
han esperado a que creciera para que él decidiese por si mismo; desde la primera infancia ha
sido consagrado eternamente72, y parece que entra con toda naturalidad al servicio de Yahvé
desde el primer día (cfr. 1, 11), familiarizándose con las cosas de Dios aun antes de ser
plenamente consciente de lo que eso significa. Haber sido ofrenda a Dios antes que oferente
de Dios, posibilitará en Samuel una mayor libertad a la hora de responder personal y
responsablemente a la llamada de Yahvé, quien ahora –habiendo crecido (cfr. 2, 21)– sí
contará con su voluntad consciente. Mayor libertad porque el clima familiar que ha vivido
(clima creyente y clima de oración), ha despertado en él el deseo de conocer al Señor73.

54. “Según Favio Josefo, cuando Dios se comunica a Samuel por vez primera (1 S 3), el niño tenía doce
años”. (J. K. SICRE, El cuadrante, I. Verbo Divino, Estella, 1996, 247).
55. Mª D. GAJA I JAUMEANDREU hace un comentario de algunos pasajes vocacionales de la Escritura;
en todo este apartado tenemos en cuenta buena parte de sus percepciones respecto a la vocación de Samuel.
Cfr. “Respuestas adolescentes a la vocación”, en Folletos “Con Él” (CONFER) y en suplemento de la revista
Vida Nueva, n. 2023, diciembre 1995.
56. Para una mejor compresión del alcance espiritual de esta ofrenda: cfr. C. Mª MARTINI, Bibblia e
vocazione, o.c., 83.
57. C. Mª MARTINI ofrece un interesante comentario sobre los elementos de la vocación de Samuel: “Para
Samuel se hizo un llamado desde el seno de la familia, a partir de la oración de la madre. Este es un elemento
53

En claro contraste aparecen los hijos de Elí; son recordados por su falta de escrúpulos;
prefieren sus propios intereses a los de Yahvé. “No conocían al Señor” (v. 12) significa que
no se ocupaba ni se preocupaban de él: se les ve avariciosos y desconfiados, desobediente y
necios (cfr. vv. 22-25); de ellos se dice literalmente que “eran unos malvados” (v. 12), y su
impopularidad crecía cada vez más frente al inútil empeño de su padre por reconducirlos a la
sensatez y a la honradez (cfr. vv. 25-25). Samuel, en cambio, vive entregado al servicio del
Señor. Viste ropajes sacerdotales (cfr. v. 18) y se muestra confiado, dócil, obediente. La vida
espiritual de este niño, nutrida desde su nacimiento en el seno familiar, es crecimiento
constante en la presencia del Señor (cfr. v. 21), genera bendiciones abundantes para toda la
familia (Elcaná y Ana engendraron cinco hijos más), y logra que el mismo niño se convierta
en bendición para otros. En él, la fe ha crecido totalmente unida a todo lo humano; no hay
fisura entre su crecimiento corporal, su crecimiento intelectual y su crecimiento en el espíritu;
creciendo en edad, gracia y sabiduría, su vida llega a ser así signo de Dios y testimonio para
los hombres (cfr. v. 26).

B. Tiempo de llamada: 1 S 3, 1-15a

La consagración desde muy pequeño para el servicio de Dios en el templo había preparado
a Samuel para aceptar y ejercer la misión que Dios le quería confiar, pero Dios no se la va a
imponer sino a ofrecer, así contara con su libertad y su disponibilidad. Samuel ha sido
preparado, pero ahora podría negarse. El relato nos dice que el pequeño vivía, servía y dormía
en el santuario. Y que incluso estaba más cerca de la lámpara del santuario (signo de la
presencia de Dios) que el mismo sacerdote Elí. Esa cercanía, ese clima de consagración, esa
atmosfera llena de Dios y en la que todo (vida-servicio-noche) habla de Yahvé, es el ambiente
propicio para una vocación profética. Samuel es un niño que vive bajo la mirada de Dios,
cuenta con Él, y su vida estará –ya lo está– a su servicio74.

muy interesante que no se destacará igualmente en otras llamadas: por ejemplo, no podemos decir si los
apóstoles de Jesús tenían o no una familia que los preparó en una atmósfera de deseo, oración y ofrecimiento.
Una situación familiar de oración y de entrega al Señor es decisiva para una vocación” (Idem, 90-94).
58. Tiene especial interés para comprender la dimensión espiritual de nuestro personaje, todo cuanto señala
C. Mª MARTINI, Bibblia e vocazione (escrito en colaboración con A. VANHOYE), o.c., 81-94.
54

En aquellos tiempos –dice el relato– no hablaba Dios con frecuencia (cfr. 3, 1), tal vez
porque aquellos a quienes habría escogido, se apartaron de Él (cfr. 2, 12ss.). Los adultos
(representados por Elí y sus hijos) no han sabido escuchar la Palabra divina, de manera que
cuando Dios ha decidido hablar, escoge a un niño porque en él encuentra atención a su voz,
presteza en la respuesta, docilidad confiada en la obediencia a la misión. “la lámpara de
Dios” (v. 3) seguía encendida; no ha amanecido todavía; en medio de la noche, en la
oscuridad, a la luz de una pequeña lámpara, Dios habla misteriosamente. No se trata de un
sueño –la voz despierta a Samuel–, ni de una “visión” –Samuel no ve a Yahvé, sólo le oye–;
se trata de una vocación, de una llamada por el propio nombre75. Ser llamado nominalmente
quiere decir en la Biblia que se es conocido en la propia realidad76- Dios llama por su nombre
a un niño, porque le conoce niño y lo elige niño, y es precisamente su estado infantil el que
posibilitara una respuesta sin más obstáculos que los puramente inherentes a su edad.

El pequeño Samuel necesita ser conducido; necesita que le ayuden a discernir77. Y esta
situación de necesidad, agrada a un Dios que no ama la autosuficiencia ni la prepotencia de
aquellos hombres que piensan que solos pueden llegar hasta Él. El ser-niño de Samuel es una
posibilidad de encuentro, no un obstáculo para la comunicación con Dios; antes que
obstaculizar la relación con Él, la facilita y la propicia. Samuel responde con la ingenuidad y
prontitud propia de su edad. Parece que el Espíritu acontece sin impedimentos en el “humus”
idóneo de la niñez. El muchacho confunde varias veces la voz de Dios con la de Elí. Por ser
niño podrá equivocarse en su respuesta, pero no se equivoca en su intencionalidad; necesitara
ser conducido, pero tiene rectitud de intención. Samuel escucha su nombre en medio de la
oscuridad; se despierta de su sueño; desde muy pequeño ha escuchado que el Señor es lo más
importante (cfr. Dt 6, 4-9) y no demora en acudir a quien es su sacerdote, su intermediario.

59. Samuel se siente llamado no por las circunstancias, ni por el ambiente sacro del templo, ni siquiera como
consecuencia gradual de la realidad familiar; esta ha sido el “caldo de cultivo” idóneo para su vocación; pero
la llamada a Samuel le viene de la voluntad libérrima de Dios; Dios se ha servido de mediaciones, pero ahora
se manifiesta de una manera intima. Samuel niño tiene capacidad para sentirse interpelado personalmente por
la palabra de Dios. Cfr. C. Mª MARTINI, o.c., 91.
60. Es precisamente este sentido de conocimiento total de su ser. que implica ser llamado por el propio
nombre, lo que hará que Israel no se atreva nunca a pronunciar directamente el nombre de Dios; conscientes
de que de Dios conocen muy poco, utilizaran siempre circunloquios para referirse a Él.
61. “El cuidado de las vocaciones, exige por tanto una constante “educación” para escuchar la voz de
Dios, como hizo Elí que ayudó a Samuel a captar lo que Dios le pedía y a realizarlo con prontitud (cfr. 1 S
3, 9). La escucha dócil y fiel solo puede darse en un clima de intima comunión con Dios. Que se realiza ante
todo en la oración”. BENEDICTO XVI, Mensaje del Santo Padre para la XLIV Jornada de oración por las
vocaciones, Vaticano, 10 de febrero 2007.
55

No está sordo, ni dormido, ni se enreda con la pereza; muestra disponibilidad absoluta, y


cuando se presenta ante Elí, no es para curiosear o preguntar, simplemente exclama: ¡Aquí
estoy!, ¿Por qué me has llamado? (vv. 4-5). Volvamos a la afirmación anterior y
convirtámosla en pregunta: ¿realmente se equivoca Samuel acudiendo a Elí? No. Dios, al
llamarle, no se ha presentado previamente. Yahvé prevé mediaciones concretas para discernir
los sentimientos. La experiencia vital que tiene Samuel del amor de Dios desde la infancia le
ayuda a dar una clara respuesta al Señor cuando este la pide: pero también nos muestra con
su actitud que, como todos los niños, necesita ser ayudado para recorrer un camino de
crecimiento y discernimiento progresivo78.

Dios habló a Samuel repetidas veces79, pero respetó su configuración humana y su corta
edad. Su proceso vocacional fue lento; no pasó todo en una noche. Samuel necesitó esperar
con paciencia mientras Dios llamaba con insistencia; el pequeño aprendió a madurar también
con las equivocaciones. Toda vocación es dialogal, hay dos palabras que confrontar: la de
Dios y la del hombre. La vocación acontece en una dinámica de llamada-respuesta, en la que
Dios respeta los procesos humanos, no se impone violentamente. En este caso, cuando
Samuel da con la respuesta adecuada y recibe la misión del Señor, todavía tiene que aguardar
en la noche (cfr. v. 15); tardara en comprender; la claridad del día llegara más tarde.

C. Tiempo de respuesta: 1 S 3, 10-21

Eli se da cuenta de lo que el niño está viviendo; lo percibe y tiene que reconocer con
asombro que Dios mismo habla a un pequeño (cfr. V. 8) mientras que a él se le silencia. Dios
parece estar disgustado con Elí porque no ha ejercido –como debía– su misión de padre para
con sus depravados hijos (cfr. V. 13). Con todo, Elí acepta su humilde papel de mediador, e
indica al pequeño Samuel lo que de hacer: “Vete y acuéstate”. Elí no manda a Samuel iniciar

62. Tiene realmente la actitud de los niños, que necesitan ser orientados. Los niños, abandonados a su suerte,
no saben lo que han de hacer; si en las realidades propias del crecimiento humano necesitan ser ayudados,
igualmente necesitan ser iluminados y acompañados espiritualmente. Para la vida del espíritu se necesitan
maestros que orienten en lo más fundamental de la existencia: la relación con Dios. La iglesia enseña que ya
desde la infancia se pueden discernir algunos signos de la vocación divina, por lo que se requiere un cuidado
atento y especifico ya desde la infancia. Cfr. CONCILIO VATICANO II, Decreto sobre la formación
sacerdotal, Optatam totius, n.3.
63. En el texto que nos ocupa hay tres llamadas y tres respuestas. El número tres en la Biblia es un número
significativo; indica abundancia, multiplicidad.
56

una prolongada oración en vigilia o marchar rápidamente a preparar un sacrificio. Le pide


que siga con naturalidad, que vuelva a su cuarto y a su sueño, consciente de que Dios se
manifiesta en lo rutinario, en lo cotidiano de la vida, eso sí, manteniendo una permanente
atención a sus mensajes. El niño obedece, y su gran sensibilidad para percibir el susurro de
Dios le hace escuchar nuevamente la llamada; responde según le han enseñado y acoge sin
más cuestionamiento una enigmática misión que, por otra parte, le supera con creces. Es
precisamente su condición de niño la que le facilita aceptar –sin mediar las consecuencias y
los riesgos–, la vocación profética que se le viene encima. Y si bien es verdad que no es
privado de la experiencia del temor al respecto (cfr. V. 15) –precisamente porque todavía es
un muchacho– ésta no tiene fuerza suficiente como para bloquearle o paralizarle; antes lo
contrario: con valentía y una generosidad mezclada de audacia e ingenuidad, instado por el
sacerdote, le anuncia lo que Dios ha pensado para Elí y los suyos.

El pequeño Samuel ha sido llamado por Dios; ahora es el mismo Elí quien le llama,
reconociendo en él –un niño que ni siquiera es su hijo aunque así lo considere (cfr. v. 16) –
a todo un profeta; sabe que Dios le ha revelado sus intenciones. El pequeño responde
nuevamente con la respuesta que le caracteriza: “¡Aquí estoy!” Samuel se ha manifestado
con una disponibilidad total, tanto para con Dios como para con los hombres. El texto
concluye con lo que podía ser la clave espiritual de todo el pasaje (cfr. 1 S 1-3): el
crecimiento. “Samuel crecía” (v. 19). Todo niño es susceptible de crecimiento; esta palabra
evoca necesariamente otras realidades como proceso, cambio, evolución, conversión;
realidades todas que se pueden encontrar en la infancia80.

64. también la conversión puede y debe darse entre los niños. Una significativa alusión a la capacidad de
los niños para la conversión, la podemos encontrar en Jon 3,1-5. 10 / 2 Cro 20, 10-13.
57

2.5 David, el muchacho ungido de Dios

Nota filológica: los términos que más nos interesan referidos a David son: na ar = “Muchacho” (en 16; 11;
17,33- 42), y haqqatón = “el pequeño” (en 16, 11 y 17, 14).

Lo primero que encontramos al iniciar la lectura del c. 16 de este libro primero de Samuel
es la narración que nos prepara para acoger al pequeño David 81. A una singular elección le
preceden varios rechazos no menos singulares: primero el rechazo de un rey, Saúl,
considerado por Samuel como un monarca rebelde, indócil y desobediente (cfr. 1S 15, 10 -
23), rechazado por el mismo Dios a causa de un pecado de idolatría82. En segundo lugar, el
rechazo sistemático e imprevisible por parte de Yahvé, de los siete hijos de Jesé (cfr. 16, 1-
13) cuando entre ellos busca Samuel al futuro rey de Israel. El episodio está lleno de intriga.
Samuel se encuentra profundamente disgustado por haber tenido que rechazar a Saúl.
Inspirado por Yahvé, se pone en camino hacia Belén; sin él saberlo, marcha en busca de un
pequeño a un pequeño lugar, una aldea cananea situada a unos 7km., al sur de Jerusalén, que
necesitaba el añadido “de Judá” para poder ser localizada; y marcha con la congoja propia de
un clandestino; está obedeciendo a Dios pero arriesgando su propia vida. La necedad de Saúl
ha hecho que Yahvé se buscara otro rey para su pueblo83; se trata de un niño según el corazón

65. “Con el c. 16 se inaugura en un doble aspecto la historia de David: con la aparición del personaje y
con la naturaleza misma del relato que, junto al de la lucha con Goliat, lo sitúa en el rango de héroe de la
leyenda real. Lo mismo que en el paso de Saúl (1 S 99, 1-10. 16) y de Salomón (1 R 3, 16-28), tenemos una
“leyenda” para inaugurar un destino que le ofrece en cierto modo su investidura literaria”. (P. GIBERT,
Los libro de Samuel y de los reyes, en Cuadernos bíblicos 44, Verbo Divino, Estella, 1985,21). No obstante,
los dos relatos a los que voy a aludir en mi reflexión (el de la unción de David por Samuel, 1S 16, 1-13 y el
de su combate con Golitat, 1S 17, 1-54), pese a su reconocido carácter legendario, sagrado y edificante (se
busca mostrar al joven David especialmente protegido por Yahvé, desde pequeño, pues a Él ha sido confiado),
tienen visos bastantes claros de historicidad, de crónica histórica aunque ciertamente con “adherencias”
propias del estilo legendario. Cfr. P. GIBERT, o.c., 21-24.
66. Cfr- Nota de la Biblia de Jerusalén 1 S 15, 22.
67. Necedad consistente en la usurpación del poder sacerdotal, para el cual no había sido ungido (cfr. 1S 13,
4-15)
68. C. Mª MARTINI, dice al respecto: “Saúl había sido elegido porque, “de los hombros para arriba,
aventajaba a todos” los hombres de Israel “cfr. 1S 9,2). El rey era entonces sobre todo, un jefe guerrero.
David, por tanto, rubio y de gentil aspecto, no puede ser hombre de armas y de guerra; no puede estar al
58

de Dios (cfr. 13, 13-14). David es el último entre sus hermanos; es el más pequeño, el más
flojo; parece no estar todavía en la edad de guerrear (cfr. 17, 32-33); es un simple muchacho
que se encarga de apacentar el ganado de su padre (cfr. 16,11). Cuando Samuel llega y busca
al elegido de Dios entre los hijos de Jesé, ha de hacerlo no dejándose llevar por criterios
humanos, que valoran la fortaleza y la potencia física por encima de otras cualidades
interiores. Recordemos la escena (cfr. 1S 16, 1-13).

Tras haber pasado delante de Samuel todos los hijos de Jesé, el profeta manda llamar al
hijo más pequeño. Cuando llega, Dios habla: “levántate y úngelo, porque éste es” (v. 12). En
el joven no hay mérito alguno, ni cualidad evidente, a no ser precisamente su juventud. Eliab,
su hermano mayor, el primogénito, ha sido rechazado pese a que parecía reunir las
características propias de un futuro rey: alto, fuerte y valiente (cfr. vv. 6-7). Detrás de su
desestimación le siguen la del resto de sus hermanos, hasta llegar al último, “rubio, de bellos
ojos y hermosa presencia” (cfr. v. 12); la descripción subraya que no era precisamente el más
idóneo para ser un rey guerrero84.

Dios ha pensado en David cuando no lo ha hecho ni siquiera el padre del muchacho,


tampoco sus hermanos han pensado en él y, curiosamente, tampoco lo ha hecho el profeta de
Yahvé. Dios mira el corazón, no las apariencias. Una vez más, el último ocupará –para
sorpresa de todos– el lugar de aparente legitimidad del primogénito. Dicha elección divina,
preferencial, viene a subrayar reiteradamente la total libertad de Dios en la ejecución de sus
planes. Toda la historia de David podría resumirse en esta iniciativa divina de un amor
preferencial85. Cierto. David es un simple muchacho, sencillo, joven, puede que juzgado de
inmadura pero amado por el Señor. No ha sido necesario que saliera de su pequeñez para
recibir la unción real. Un profeta lo unge y un rey lo elige. Saúl lo llama a su presencia; el

frente del pueblo, no tiene la mirada de fuego, no es un dominador”. (C. Mª MARTINI, David, pecador y
creyente, Sal Terrae, Santander, 1989, 24-25).

69. “la pequeñez, según una constante en la historia de la salvación, se revela como un lugar privilegiado
para la elección y la manifestación de lo divino. Este fue el caso de Abel, un favorito de Caín, de Jacob que
suplanta a Esaú, Gedeone, que es la más pequeña de las casas de Manasse, Geremía, que es demasiado joven
para ser el autor de una palabra autorizada, el hecho de que en su aparente fragilidad se convierta en un
medio y de la salvación (cfr., ad es., Deborah, Giudiltta, Ester)”. B. COSTACURTA, Con la cetra e con la
fionda, Edizioni Dehoniane, Roma, 1994, 44.
59

defenestrado monarca necesita ser aliviado en las tristezas que le oprimen el corazón y quiere
que David, con sus cantos, le saque de la melancolía en que está sumido (cfr. vv. 19-21).

Estando David en el campamento de Saúl escuchó las imprecaciones que contra Yahvé
profería el gigante Goliat, del ejército filisteo (cfr. 17, 1-11; 23. 36). Movido por el celo de
Yahvé y con la ingenuidad propia de quien ignora la dimensión del peligro, se ofrece
voluntario para enfrentarse al temido gigante, cuando sólo la presencia de éste ha sembrado
de terror a todo el campamento (cfr. v. 24). Es entonces el mismo Saúl quien nos lo recuerda:
“No puedes ir contra ese filisteo para luchar con él, porque tú eres un niño y él es hombre
de guerra desde su juventud” (cfr. v. 33). Pero David, con una confianza total –como la de
los niños– asume el riesgo en nombre del Señor, por quien se sabe ya ungido y fortalecido86.

La unción fue secreta, pero sus consecuencias pronto serán evidentes. Dios está con él y
un día, todos lo reconocerán.

Así, un joven que no es ni soldado, un pequeño que ni siquiera puede dar un paso cuando
le visten con la pesada armadura guerrera (cfr. vv. 38’39), un muchacho que aparentemente
es un instrumento adecuado para semejante combate y que por su debilidad provoca
desprecio irónico del enemigo (cfr. v. 42), un niño así vence a todo un gigante. Sus armas: la
pequeñez, una honda con una pequeña piedra de canto liso y la confianza en Dios87. La fe de
este pequeño ha otorgado la victoria para todo el pueblo, victoria que los mayores no han
podido obtener.

70. B. CPSTACIRTA, relaciona la confianza que el pequeño David ha depositado en el Señor, con todos
los sentimientos de fe expresados en el salmo 144: “El Salmo 144 es una representación típica de tal
confianza. Hecho por la tradición en los labios de David, se presenta como la oración de quien, en nombre
del Señor, se atreve a entrar en el combate mortal para defender el honor de Dios y la vida de su pueblo”
Cfr. Idem, 70, u el posterior comentario del salmo, cfr. 71-89.
”.
71. "La elección de Dios está en el pequeño para poder hacer grandes cosas a través de él; en los débiles,
para poder confundir a los fuertes con él (ver 1 Co 1, 27-29). Es una economía misteriosa que alcanza su
plenitud en ese Mesías, prefigurado por David, quien, como él, nace en el pequeño Belén, en el cual la
salvación se realiza definitivamente en la insignificancia total de un infame y vive en abandono”. (Idem, 44).
Para una mejor compresión de significado teológico de este combate desproporcionado y la asistencia del
poder de Dios a sus siervos débiles y pequeños que depositan en él su confianza: cfr. Idem, 45-70
60

2.6 Josías, el niño rey

Nota filológica: sólo nos interesa señalar que en 2 Cro 34, 3 se emplea la ya conocida palabra na ar para
designar al “muchacho” Josías, quien “siendo todavía joven –na ar–, comenzó a buscar al Dios de su padre
David”
.

“Josías tenía ocho años cuando comenzó a reinar, y reinó treinta y un años
en Jerusalén. Hizo lo recto a los ojos de Yahvé, siguiendo los caminos de su
padre David, sin apartarse ni a derecha ni a izquierda” (2 Cro 34, 1-2).

Así comienza la narración en forma de síntesis del reinado de Josías, Josías es el gran rey
que emprende la purificación de las costumbres idolátricas de Judá y Jerusalén; es el que
renueva la alianza con el Señor después de un largo número de descendientes davídicos que
la habían violado. Es el joven que, de acuerdo al libro de la Ley, encontrado en el templo,
decide reemprender todas las reformas necesarias para devolver al pueblo el esplender propio
de la fidelidad a su Dios. Este “gran rey” comienza a reinar a los ocho años88, y siendo
todavía joven, comenzó a buscar al Dios de su padre David (cfr. 34, 3). Todo el secreto de
su grandeza se encuentra aquí, precisamente: buscó –desde pequeño– al Dios de sus padres,
al de su padre David, quien como él había conocido también la elección del Señor desde muy
joven. Josías buscó a Dios y lo hizo buscando la fidelidad con sus antepasados más fieles.
Josías niño, nos muestra cómo la grandeza no está en la obra autónoma sino en fidelidad a
Yahvé, siguiendo sus caminos: Tal vez no podamos señalar nada más de este personaje, pues
lo restante que no ha transmitido el segundo libro de Crónicas se refiere a su edad adulta;
pero sí nos interesa resaltar, a modo de esquema, lo siguiente:

- Un niño es elegido como rey del Pueblo de Dios.

- Un niño busca al Señor con todo su corazón y todas sus consecuencias.

- Un niño actúa con fidelidad a sus más honorables antepasados.

72. El dato de la edad no es lo relevante, aunque no deje de resultarnos gratamente curioso. También Joaquín,
descendiente del mismo Josías, comenzó a reinar a la misma edad. Lo que nos interesa resaltar en Josías
precisamente es su actitud, de búsqueda de Dios, siendo todavía muchacho. De Joaquín se dice que hizo el
mal a los ojos de Yahvé (36, 9); de Josías en cambio que hizo lo recto a los ojos de Yahvé (34,2).
61

- Un niño, en la edad de la adolescencia (cfr. 34, 3), emprende una importante reforma de
purificación idolátrica buscando la unidad de un pueblo dividido y disperso
espiritualmente.

2.7 Daniel, el muchacho juez que juzga en verdad

Nota filológica: el libro de Daniel es el único de toda la Biblia que no ha llegado escrito en las tres lenguas
bíblicas: hebreo (Dn 1, 1-2, 4a), arameo (Dn 2, 4b-7, 28) y griego (Dn 3, 24-90; 13-14). El término que
encontramos para referirse a Daniel, en el capítulo que nos ocupa (c. 13), es  (comparativo de ,
- , - ) = “joven”. Podría entenderse como “el más joven”.

El libro no lleva el nombre de su autor sino de su protagonista, el cual se presenta


viviendo en Babilonia durante una buena parte del siglo VI a.C89. El nombre de “Daniel”,
significa “mi juez es Dios”; pero también “Dios juzga” (dn’1). Hay tres relatos en dicho
libro en los que Daniel es para otros lo que su propio nombre expresa: el caso de Susana
(cfr. Dn 13), el caso de los sacerdotes de Bel (cfr. Dn 14, 23-42), y el caso de la serpiente-
diosa (cfr. Dn 14, 23-42). En estos pasajes, el autor utiliza el género haggádico90.

Concretamente el texto en el que nos queremos centrar ahora es el del capítulo 13, aunque
carece de base histórica91, sí encierra un mensaje espiritual y una verdad teológica que puede
servirnos para nuestra reflexión. La escena está llena de expresividad; observemos sus
detalles.

73. Aunque el libro propiamente data del siglo II a.C.


74. un género literario que deriva su nombre del termino hebreo mishnaico h a g g á d á h, literalmente,
“descripción”, “narración”, pero utilizando también frecuentemente en el sentido de “relato” con escasa o
nula base en la realidad histórica que se cuenta con el fin de inculcar una lección moral. Cfr. CBSJ., A.T. T.
II. Cristiandad, Madrid, 1971, 292 ss. Dn13 pertenece a la literatura apócrifa judía.

75. Los fragmentos de un “ciclo de Daniel” hallados en Qumrán, indican que todos estos relatos no son sino
una pequeña de las numerosas leyendas populares que circulaban entre los judíos en torno al personaje
fabuloso de Daniel durante los últimos siglos que precedieron a la época cristiana. La finalidad del libro fue
sostener la fe y la esperanza de los judíos perseguidos por Antíoco Epifanes. Cfr. Idem, También, cfr.
Introducción a los Profetas, en la Biblia de Jerusalén y la Nueva Biblia Española.
62

Los personajes

- Una mujer, casada y con hijos, admirada de todos por su hermosura, perfectamente unidad
a su castidad.

- Unos ancianos, prestigiados por su posición jurídica, pero corrompidos interiormente;


perversos, injustos y lascivos.

- Un muchacho que Dios mismo suscita como juez para salvar la vida de una inocente a
punto de ser ejecutada.

El suceso. El relato lo conocemos. La bella Susana queda sola en el jardín de su casa,


quiere bañarse y dos ancianos, que se han escondido, pretenden satisfacer sus pasiones
carnales. Susana se niega y ellos atestiguan en su contra haciendo creer que ha adulterado
con una joven. Un juicio injusto la condena a muerte y cuando avanza el singular desfile de
ejecución, se alza, como recio estandarte, la dulce voz de un pequeño, que lanzando el grito
de su propia autodefensa logra sembrar la duda en cuantos le escuchan: “¡Yo estoy limpio de
la sangre de esta mujer!” “¡Volved al tribunal, porque es falso el testimonio que éstos han
levantado contra ella!” (vv. 44-49). El espíritu del Señor ha invadido a este joven (cfr. v. 44)
que no quiere aliarse con un tribunal inicuo que dicta injusticias en nombre de la ley (Sal
94, 20)92. El pequeño Daniel interroga a los acusadores logrando desenmascarar en ellos la
mentira que habían proferido. Así Dios salva, por boca y mediación de un niño, a una mujer
honrada e inocente, y pone en evidencia la maldad de quienes aparentaban ser hombres justos
y celosos guardianes de la ley.

76. L. A. SCHOKEL y J. L. SICRE comentan cada uno de los personajes de este relato, al tiempo que
proporcionan paralelismos entre Dn 13 y unas 45 citas neotestamentarías que subyacen en el episodio. Cfr.
L.A. SCHOKEL / J.L. SICRE, Profetas, Comentario II, Cristiandad, Madrid, 1987, 1300-1304.
63

Mensaje teológico-espiritual del pasaje93. Como ya hemos señalado, el relato es una


narración haggádica, sin base histórica. Ahora bien, podemos y debemos preguntarnos: ¿qué
verdad teológico-espiritual encierra o podemos inferir de su lectura? Una posible respuesta
podría ser esta: Dios revela sus secretos a los pequeños (cfr. Lc 10, 21)… y enaltece a los
humildes (cfr. Lc 1, 52)94. Susana y Daniel están colocados en paralelo como modelos de
virtud y de sabiduría; una mujer noble y un joven casi niño, que tienen en común una
experiencia de pobreza, pequeñez, desvalimiento: la mujer no tiene quién le defienda; el
joven no tiene estatuto oficial de sabiduría. Ante una falaz acusación y situados frente a los
ancianos de autoridad reconocida, la mujer y el joven tienen todas las de perder.

El contexto histórico del relato se sitúa en el judaísmo ya establecido, en el que los letrados
(los fariseos, saduceos, escribas) ya están sentados en la cátedra de Moisés. Se sospecha de
la inspiración y la profecía espontánea; en este momento histórico se cree más en lo legalista
que en lo carismático. Se considera al Escriba como el intérprete oficial de la verdad.
Contextualizado así, el relato adquiere un sentido muy especial: el enemigo de la ley no está
fuera sino dentro del sistema que atenta contra los más desfavorecidos situándolos en edad
minoritaria, en marginación y en desamparo; pero Dios, que se fija en los pequeños, hace que
el joven Daniel sea más sabio que los ancianos letrados.

El texto nos muestra cómo Dios está de parte de la mujer humillada y del joven
menospreciado por su corta edad. Donde no ha llegado la sabiduría humana de los adultos
que presencian el juicio, y donde la verdad ha quedado ocultada por la falacia de unos
corrompidos ancianos, Dios mismo revela su veredicto de inocencia a un ser insignificante:
un joven, “el más pequeño” de todos los presentes. ¿Dónde radica su credibilidad?: no es ni
juez, ni anciano, ni sacerdote, ni testigo directo del supuesto delito, ni siquiera familiar de

77. Para algunos exégetas, estamos ante una especie de parábola en la que los dos ancianos malvados
simbolizarían a los judíos apóstatas y a los paganos. Muchos profetas hablaban del pecado de apostasía en
términos de “fornicación” y “adulterio”. Susana simbolizaría a Judá (cfr. Dn 13,57), es decir, a los fieles
judíos. Cfr. L.F. HARTMAN, en CBSJ. A.T. T. II, 321-323. Pero también cabe otra interpretación,
posiblemente más contextualizada. Nuestra fuente de inspiración al respecto es principalmente una
conferencia dactilografiada que pronunció M. NAVARRO, en Algemesí (Valencia), el 24 de noviembre de
1997, dentro de un ciclo de conferencias, bajo el título: Narraciones bíblicas: método y actualización.
78. Las palabras del Magnificat, en este episodio, puestas en labios de Susana, tendrían una fortísima carga
expresiva: “… el Poderoso ha hecho tanto por mí… Su brazo interviene con fuerza, desbarata los planes de
los arrogantes… exalta a los humildes… ¡Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en
Dios mi Salvador, porque se ha fijado en la humillación de su sierva”. Cfr. Lc 1, 46-56.
64

Susana; es un “inspirado”, un simple muchacho sin más credenciales que su propia inocencia;
inocencia que por otra parte confiesa y reivindica públicamente para no incurrir en
complicidad.

Los adultos ven y no comprenden, oyen y no entienden (cfr. Is 6,9); en cambio Dios suscita
su Espíritu, el espíritu de la verdad (cfr. Dn 13,44. Cfr. Lc 10,21), a un niño que alcanza
inmediatamente la sabiduría de los mayores95 Su juventud contrasta con los viejos; es un
pequeño engrandecido por Dios que se enfrenta a unos grandes empequeñecidos por sus
miserias. Su corta edad lleva consigo la falta de poder y autoridad, pero precisamente por eso
lo elige Dios, dando cumplimiento al destino de su nombre: Daniel = juicio de Dios. De
manera que será Dios mismo quien juzgará por él.

El grito del muchacho ha puesto en evidencia la perversión libidinosa de unos y la ligereza


negligente de otros. Daniel se vuelve así juez y profeta, concejal y anciano, conciencia fresca
del pueblo, no manchada ni entumecida, voz de los sin-voz, pequeño elegido a través del cual
puede hablar el Señor y llevar a su gente hasta la verdad.

79. Así, Daniel es el muchacho que evoca fuertemente la figura de Samuel muchacho.
65

2.8 Jeremías, el joven seducido por el Eterno

Nota filológica: tanto en el v.6 como en el 7 del c. 1 del libro del profeta Jeremías, el autor utiliza la palabra
na ar para referirse a Jeremías en su vocación profética. El significado literal, como siempre: “muchacho”.
Ahora necesitamos precisar un poco más el contenido real de esta narración y el significado espiritual que de
ella podamos inferir.

Posiblemente la figura del profeta Jeremías sea una de las más importantes que surgieron
en Israel; a su historia tenemos acceso a través del libro que lleva su nombre96; el profeta que
refrendó la ya comentada reforma de Josías (cfr. Jr 111,1-14)97.

El c. 1 de su libro es una declaración que hace el joven profeta desde su particular


experiencia vocacional98. Pero no estamos ante una confesión autobiográfica propiamente
dicha, sí en cambio ante un testimonio biográfico. El título del mismo (v.1) nos indica que
Jeremías era hijo de Jelcías, “de los sacerdotes residentes en Anatot”. Algunos comentaristas
han querido basar en este origen sacerdotal, una posible formación rígida y estricta, sobre
todo, de lucha contra la idolatría; pero es una suposición indemostrable99. Lo único cierto es
que, siendo todavía muy joven, recibe la vocación profética (vv. 4-10). El año lo indica con
precisión el mismo texto (1, 2): el 13 del reinado de Josías, es decir, el 627/626 a.C. Varios
exégetas apuntan a una edad en la vocación de Jeremías que sale de los límites de la

80. Para una compresión del texto y del contexto del profeta Jeremías, cfr. J. BRIEND, El libro de Jeremías,
en Cuadernos Bíblicos 40, Verbo Divino, Estella, 1983.
81. La persona de Jeremías resulta sugerente para quienes escriben temas vocacionales, pues comúnmente
se ha entendido que podíamos contar con dato autobiográficos. Pero no todos están de acuerdo con esta
afirmación. J. VERMEYLEN lo explica: “En contra de la explicación habitual, Jr 1,4-10, no expresa los
sentimientos del mismo profeta ni debe ser considerados como un relato de “vocación profética” (o.c., 275).
En contra de este autor hay muchos otros (Briend, von Rad, Mertens, Schokel, Sicre, Robert, Feuillet,
Couturier, Bovati…) que si bien reconocen que Jr 1, 4-10 –“relato vocación”– no debe ser interpretado como
relato propiamente autobiográfico, sí que piensan que puede entenderse perfectamente como un relato
vocacional, enmarcado en el proceso de identificación de la comunidad israelita que se reconoce en la figura
del profeta perseguido. Yo seguiré esta segunda orientación. Cfr. J. BRIEND, o.c., 21-23; G. von RAD,
Teología del Antiguo Testamento, vol. II, Sígueme, Salamanca, 1976, 239-242; H. A. MERTENS, Manual de
la Bíblia, Herder, Barcelona 1989, 277-279; L. A. SCHOKEL /J.L. SICRE, o.c., 422-426; A. ROBERT – A.
FEUILLET, o.c., 483-485; P. COUTURIER, en CBSJ, A.T. T. I., o.c., 803-8040; P.BOVATI, Jeremía 1-6
(conferencia dactilografiada, ofrecida por el autor en el Pontificio Instituto Bíblico de Roma, 1990); G.
VARELA, Los llamados, San Pablo, Madrid, 1994, 41-44.
82. En el ya citado libro Bibbia e vocazione, pp. 95-111, el cardenal Martini hace una reflexión sobre la fe
de Jeremías dentro de un proceso vocacional; tendremos en cuenta dicha reflexión.
83. Cfr. L. ALONSO SCHOKEL / J. L. SICRE DÍAZ, o.c., 403 ss.
66

infancia100. Sea como sea lo más importante para nuestra reflexión será constatas que este
profeta descubre a muy temprana edad que es elegido por Dios, que ya no se pertenece, que
su vida sólo tiene sentido desde Yahvé. De hecho, la elección divina, no ocurre en el año
decimotercero del reinado de Josías; en tal año parece aflorar a su consciencia, pero la
elección es desde el seno materno, diríamos que arranca propiamente desde toda la
eternidad101. Su experiencia vocacional la vive siendo un muchacho (na ar) (v.6)102; pero si
bien cronológicamente no podemos afirmar que fuera un niño, espiritualmente sí sabemos
que experimenta la pequeñez y debilidad propia de un infante; él se sabe y se confiesa
pequeño. En su vocación podemos diferenciar cinco momentos103:

1. La confesión (vv. 4-5): “Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y


antes de que nacieses, te tenía consagrado: yo, profeta de las naciones te constituí”.

El joven Jeremía inicia su narración confesando su fe en un Dios Creador, que le formó


en el seno materno y que le conoció antes de nacer; o sea que le eligió y le predestinó,
consagrándolo para una misión profética104. El verbo yatsar (cfr. “yo te formé”) se refiere
primariamente al modelado de alfarería; decir en el vientre, es reconocer que es Dios y sólo
Él quien va formando a su criatura en lo oculto del seno materno desde el primer momento
de su existencia, animada por un gesto divino de amor particular, electivo, determinante (cfr.
Jb 10,8-12; Sal 22, 10-11; 71,6; 139,13ss.). El llamado es ya conocido por su nombre y
consagrado antes de nacer. El verbo yada (cfr. “te conocí”) no expresa únicamente un
conocimiento intelectual; implica también un acto de la voluntad y de la sensibilidad. Y el
verbo qadas (cfr. “te consagré”) puede traducirse también por “santificar” o “dedicar”, es
decir separar una persona –o una cosa– para que en adelante sirva únicamente a Dios105.

84. Desde Hyatt que habla de 17-18 años, hasta Notscher que indica entre 20-30. Cfr. L. ALONSO
SCHOKEL / J. L. SICRE DÍAZ, o.c., 403, nota 8. También, cfr. G. P. COUTURIER, o.c., 803.
85. Cfr. A. SICARI, La vocación de los profetas, en AA.VV., Vocación común y vocaciones especificas I,
Atenas, Madrid, 1984, 144.
86. P. BOVATI dice que na ar hace referencia a “una fase inicial de la vida, que corresponde
aproximadamente a lo que llamamos juventud. Es difícil establecer la correspondencia exacta; puede
designar a un niño recién nacido, o un niño o un joven” (P. BOVATI, o.c., 75).
87. J. l. Sicre, describe seis elementos en la vocación de Jeremías comunes a la vocación de Gedeón;
elementos que complementan estos cinco momentos que aquí señalamos. Cfr. J. L. SICRE, Profetismo en
Israel, Verbo Divino, Estella, 1992, 124-127.
88. Cfr. Nota de la Biblia de Jerusalén al v. 5.
89. Cfr. G. P. COUTURIER, o.c., 803.
67

Jeremías, desde su concepción, ha recibido una vocación profética. Ser profeta no es una
profesión que se elige; es una cuestión antropológica y teológica, abarca todo el ser, toda la
personalidad106. Dios hace a Jeremías Profeta ya desde el seno materno. Ahí está el origen
de una vocación que se desarrollará posteriormente. Todo es gracia; el gestante no ha podido
hacer todavía méritos propios para ser elegido. Dios elige gratuitamente. Así, la vocación
está aquí, don en estado puro y no está condicionada por ninguna otra cosa fuera del querer
de Dios. Jeremías confiesa a este Dios que le ha creado y le ha consagrado107.

2. La objeción (v. 6): “¡Ah, Señor Yahvé! ¡Mira que no sé expresarme, que soy un
muchacho!”

Inmediatamente, Jeremías expresa la consciencia de su propia pequeñez; se reconoce


“muchacho”, débil y torpe. Es la experiencia de una gran sencillez puesta en labios de uno
que, lejos de enorgullecerse o ensoberbecerse por semejante elección divina, lo que hace es
confesar sus propias limitaciones. La objeción está justificada porque en su ambiente la
palabra de un joven como él, carece de autoridad (cfr. Is 3,4)108.

3. La orden y el ánimo (vv. 7-8): “… a donde quiera que yo te envíe irás… No les tengas
miedo, que contigo estoy yo para salvarte”.

Es la confirmación por parte de Dios de esta elección. El pequeño Jeremías se ha llenado


de miedo, no por haber sido llamado, ni por considerarse indigno moralmente, ni por hallarse
delante de Yahvé, (como le ocurrirá a Isaías, cfr. Is 6, 4-5); tampoco por incapacidad

90. “La mención del útero materno en Jer 1, 5 abre por lo tanto a una interpretación claramente positiva:
como Dios es (estado) presente en el tiempo de gestación, así será en la historia de la humanidad... es una
vocación al profetismo que lo abarca todo, ocupa que es todo el espacio de la vida, porque está conectado
precisamente con el cuerpo mismo” (P. BOVATI, o.c., 52).
91. MARTINI habla aquí –citado a E. Galbiati– de una fe receptiva en la infancia. Es propio de los niños
descubrir en Dios un ser omnipotente, un padre que todo lo puedo y a quien nada se le escapa a sus previsiones.
Jeremías se muestra aquí con la experiencia de un niño pequeño que al abrirse a la vida descubre que sus
padres lo han preparado todo para él; así, de la misma manera, la experiencia de su fe y de su vocación se
encuentra desde el principio delante de la grandeza de Dios. Cfr. C. Mª MARTINI, Bibblia e vocazione,
Morcelliana, Brescia 1983, 99-103.
92. “Jeremías denuncia su incapacidad o incompetencia, motivado por la inmadurez” (P. BOVATI, o.c.,
76). En Israel ser un na ar lleva implícito no tener autoridad en la palabra; por eso Jeremías dice no saber
hablar, que es como decir no seré escuchado… en todo caso me despreciarán. Cfr. Idem.
68

fisiológica (como le ocurre a Moisés que tenía un defecto en el hablar, cfr. Ex 4, 10-15) sino
más bien por la constatación de su pequeñez y la grandeza de la misión. Yahvé es el primer
responsable de lo que el profeta habrá de decir; es Él quien da el mensaje y quien sostiene
interiormente al mensajero. Pese a los temores de éste, Dios ratifica su llamamiento y le
promete estar siempre con él. La afirmación es rotunda: “No tengas miedo, que yo estoy
contigo para salvarte”. La experiencia antropológica del miedo, generado por la inseguridad
en las propias capacidades personales, es transformada en audacia profética cuando irrumpe
la confianza en lo profundo del ser humano. “No tengas miedo”, no porque Dios vaya a hacer
capaz –en un sentido meramente humano– al joven Jeremías, sino más bien “no tengas
miedo” porque Mi presencia –la de Dios– te acompañará. Y si Yahvé está con él, ¿quién
contra él? No elige Dios a los que son capaces… más bien Dios capacita a los que elige.
Jeremías está invitado a creer como un niño, con la absoluta certeza de la cercanía y
omnipotencia del Dios que le llama, le elige y le envía, certeza que le posibilita una confianza
de abandono en la Palabra de ese Dios único.

4. El signo y la experiencia (v. 9a): “Entonces alargó Yahvé su mano y tocó mi boca”

Es la confesión de una experiencia personal –una acción simbólica que cumple la promesa
recién hecha–. Jeremías no sólo ha oído a Dios; ahora Él mismo le ha tocado; y lo ha hecho
con un gesto materno-infantil, propio de una madre que amamanta a su niño “su mano tocó
mi boca”; me tocó los labios y ya no hubo lugar para el reproche o la queja; sus dedos
silenciaron los lamentos; su cercanía le hizo sentirse seguro. Jeremías ha sido tocado. Ha
tenido una experiencia sensible, propia y necesaria en los procesos iniciáticos de la fe y de la
vocación. La pedagogía de la experiencia sensible es el camino más cierto para generar, en
los estadios primarios de la fe y de la vocación, la confianza que irá madurando y asentándose
en la historia personal más allá del propio sentimiento inicial.

5. El envío (vv. 9b- 10): “Mira que he puesto mis palabras en tu boca... te doy autoridad…”

Dios no quiere que Jeremías se quede en una confianza pasiva; lo lanza a la misión desde
su experiencia de pequeñez y desvalimiento; ahora todo podrá en aquel que le ha confortado;
69

presumirá de sus debilidades incluso, porque en él reside la fuerza del Señor, y aunque tenga
que pasar por la purificación de su fe (cfr. 20, 14-18), jamás olvidará que Dios mismo lo
eligió y puso su bendita Palabra en sus jóvenes labios, y no para purificarlos propiamente
(como en Isaías) sino para subrayar que el mensaje que ha de anunciar no es invención
humano sino Palabra divina. Toda la experiencia vocacional de Jeremías nos muestra la fe
como proceso. La fe, en la infancia y juventud, es de receptividad y acogida, de simplicidad
y abandono, de confianza; una fe de niño en la que se tiene la sensación de deberlo todo a
Dios, de estar en sus manos (cfr. 1, 5-10). En Jeremías se da la inseparabilidad del crecimiento
en la fe con el descubrimiento vocacional; crecer en la fe es crecer en el conocimiento de la
voluntad de Dios sobre uno mismo. Pero este crecimiento creyente y vocacional no es un
camino fácil. Tarde o temprano aparece el crisol del sufrimiento como elemento purificador
y elemento madurativo. Nadie debe permanecer estancado en una engañosa identificación:
“Dios es mi Padre, ha prometido estar conmigo, no voy a sufrir… todo será fácil”.
Precisamente la experiencia de lo adverso es lo que hace que el hombre se supere a sí mismo
y experimente el auxilio y la asistencia de Dios, de manera que la persona llegue a ser
persona, y el creyente, en verdad creyente109. La presencia de Dios en la vida de los hombres
no los inmuniza contra el dolor; antes bien, les capacita para vivir en él –cuando llegue– sin
que éste sea destructivo. Cuando uno lee toda la historia de Jeremías y lee con detenimiento
lo que se ha llamado “sus confesiones y lamentaciones”, entiendo que sólo desde una fuerte
experiencia de seducción de Dios crecida desde la infancia, se puede pasar por tantísimas
pruebas, oscuridades, silencios, sufrimientos e incomprensiones como pasó el profeta, hasta
el punto de no encontrar más alivio que la misma muerte (cfr. 20, 7-18). Por ello, Jeremías
es una palabra de Dios con la que recordar que las bases de la fe son firmes y seguras si se
ponen desde la primera infancia, lo antes posible, cuando se están colocando los fundamentos
de la personalidad.

93. Así lo expresa MARTINI, quien ve en la vocación de Jeremías la descripción de la fe como proceso,
diferenciando tres momentos: 1.- “la fe “receptiva” de la infancia”; 2.- “la fe oblativa en la adolescencia”;
3.- “la fe de la edad madura”. Cfr. Mª MARTINI, o.c., 99-111.
70

2.9 La niñez de Israel – la infancia como profecía110

“Cuando Israel era niño, lo amé, y desde Egipto llamé a mi hijo.

Cuando más lo llamaba, más se alejaba de mí:

ofrecían sacrificios a los Baales

y quemaban ofrendas a los ídolos.

Yo enseñe a Efraín a caminar y lo llevé en mis brazos,

y ellos sin darse cuenta de que yo los cuidaba.

Con correas de amor los atraía, con cuerdas de cariño.

Fui para ellos como quien alza una criatura a las mejillas;

me inclinaba y les daba de comer” Os 11, 1-4.

“¿Cómo podré dejarte, Efraím; entregarte a ti, Israel?

Me da un vuelco el corazón, se me conmueven las entrañas”, (Os 11, 8).

Nota filológica: los términos que nos interesan son na ar (para “muchacho”, aquí “pequeño”) y ben (=hijo),
en 11, 1.

94. La infancia como profecía porque en Os 1-3, se da a los acontecimiento de la vida de Oseas un
significado profético.
71

El texto corresponde al capítulo 11 del libro del profeta Oseas111. El mismo está
constituido por dos secciones desiguales: vv. 1-9 y 10-11112. En la primera, Yahvé recuerda
en primera persona su relación con Israel/Efraím; en cambio, los vv. 10-11 hablan de Yahvé
en tercera persona, retomando e invirtiendo el tema del destierro en Egipto y Asiria (cfr. v.
5). Los vv. 1-9, manifiestan tres momentos claramente diferenciados: el primero, el del amor
de Yahvé por su hijo Israel, expresado con la terminología del amor paterno y la ternura
materna (crf. Vv. 1-4); el segundo momento anuncia una situación de sufrimiento inevitable
para Israel, como consecuencia de sus propios pecados (cfr. vv. 5-7); finalmente, los vv. 8-
9, nos introducen en el misterio mismo de la angustia divina, que se debate entre sus
sentimientos de justicia, de misericordia paterna y de ternura materna, y donde, con un
razonamiento inusitado, opta definitivamente por el amor entrañable. Aquí nos centramos
solamente en los vv. 1-4.

Dennis J. McCarthy, s.j., dice –refiriéndose a todo el c. 11– que “este pasaje constituye
una de las cumbres de la revelación sobre la naturaleza de Dios en el A.T.”113. En él aparecen
el amor paterno-materno de Yahvé junto a la ingrata respuesta de Israel (cfr. vv. 1-4) que es
castigado (cfr. vv. 5-7); esto pone en movimiento el amor de Dios (cfr. vv. 8-9) con vistas a
la redención de su pueblo (cfr. vv. 10-11). Nos centramos ahora en los vv. 1-4114.

95. Este profeta comienza su actividad en la última parte del reinado de Jeroboán II(782-753), en el reino
del Norte, coincidiendo con uno de los momentos de esplendor económico desde su separación con Judá, el
reino del Sur. La situación cambia totalmente con la muerte del rey; le suceden una serie de usurpadores que
provocan una profunda crisis a todos los niveles. Se suceden constantemente revueltas y asesinatos. El culto
a Baal es el culpable de muchos de los desmanes religiosos. Muchos israelitas se sintieron atraídos por Baal,
el dio cananeo, a quien pedían fertilidad para la tierra. Oseas denuncia esta situación, y pone de manifiesto el
disgusto que Dios tiene por ello; el profeta advierte al pueblo con serios castigos, pero les recuerda el motivo
mayor para convertirse: el amor entrañable de Dios por ellos. Si Yahvé conoció –amó– y eligió a Israel (cfr.
Os 13, 4-5), éste debe reconocerle y elegirle como su Dios. Paradójicamente, todo los cuidados de Dios para
con su pueblo no han servido sino para creer en los logros propios; Israel cae en la arrogancia y en el olvido
del propio Dios, a quien ya no cree necesitar. Cuando era niño, nada podía hacer sin Él; ahora, cuando se ha
visto crecido y saciado pretende prescindir de su Dios. Esta realidad aparece también en otro texto de A.T.:
“No sea que cuando comas y quedes harto…, tu corazón se engría y olvides a Yahvé, tu Dios, que te sacó de
Egipto” (Dt 32, 15). Cfr. I. GÓMEZ-ACEBO, Dios también es madre, San Pablo, Madrid, 1994, 59-61.
96. Otros autores como F. I. ANDERSEN, y D. N. FREEDMAN dividen el capítulo en dos partes
principales: vv. 1-4 y 5.11, aunque reconocen conexiones entre ambas partes y elementos interrelacionados
entre sí. Para un buen estudio exegético del capítulo: Cfr. F. I. ANDERSEN y D. N. FREEDMAN, HOSEA,
a new translation with introduction and commentary. The Anchor Bible, Doubleday, 1980, 574-586.
97. CBSJ. Y.I. A.T.I. o.c., 699-
98. I. Gómez-Acebo, ofrece una pequeña síntesis sobre el amor maternal de Dios hacia su pueblo,
comentando Os 11, 1-4; lo tenemos en cuenta para nuestro comentario. Cfr. I. GÓMEZ-ACEBO, Dios
también es madre, San Pablo, Madrid, 1994, 149-150; 164-170.
72

Israel se ha prostituido; se ha manchado seriamente con la idolatría, ha perdido su


inocencia infantil. Israel ya no es aquel pueblo que salió de Egipto decidido a cualquier
sacrificio o renuncia por conseguir la libertad; un pueblo alegre y entusiasmado, confiado en
su Dios como un hijo pequeño en su Padre; un pueblo que cantaba, como los niños, lleno de
alegría desbordante sin que el miedo al futuro pudiera silenciar su canto. Israel se ha hecho
mayor; ha crecido hasta despreciar a su Hacedor; la prepotencia y el ansia de autonomía han
cegado su corazón… Israel ha frutado la esperanza del Señor115.

En esta situación, Dios podría reaccionar de varias maneras; vamos a considerar tres de
ellas:

1. Con la destrucción definitiva del pueblo para vengar su amor despreciado (cfr. v. 5)

2. Con el abandono a su propia suerte, dejándoles experimentar el sufrimiento inherente a


cada pecado cometido (cfr. v. 69)

3. Con el recuerdo del amor primero, el amor de la infancia, el amor de la juventud; y


recordárselo dejando aflorar los sentimientos más profundos del propio corazón divino:
el cariño, la compresión, la ternura, la compasión, la misericordia, la humildad, la
santidad (cfr. vv. 8-9).

¿Y qué puede hacer Israel?: recordar su infancia, volver a hacerse como el niño que fue
(cfr. Mt 18,3), convertirse al Señor y volver a ser como un niño confiado, inocente, dócil,
obediente… necesitado de su Padre. Israel debe optar; debe aceptar o rechazar, consentir o
disentir, abrirse o cerrarse a este amor inefable, paternal, entrañablemente materno y
misericordioso de Dios116. Y la única manera de consentir a este amor es recordando su
infancia, en definitiva: convirtiéndose117.

Para entender mejor lo que el profeta nos quiere transmitir hagamos un paralelismo de
actitudes; observemos cómo actúa Dios y cómo responde Israel:

99. Aceptemos aquí, en nuestro vocabulario, todos los antropomorfismos necesarios para una mayor
compresión de cuanto exponemos.
100. Cfr. JUAN PABLO I, Dives in misericordia, nota 52.
101. Cfr. Os 14, 2-10: “Vuelve, Israel, a Yahvé tu Dios…”
73

v. 1. “Cuando Israel era niño, yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo”118. Dios ama –
por propia iniciativa– a Israel siendo niño; no espera a que se haga mayor para hacerlo objeto
de este amor, ni para que se haga merecedor del mismo119. Es precisamente este amor y la
elección que conlleva lo que hace Israel hijo de Yahvé. Es Gracia lo que hay en las entrañas
divinas; entrañas maternas que aman siempre a quien es pequeño. Israel era un pueblo
pequeño y pobre que había ganado el corazón de Dios, otorgándole el estado de hijo, e hijo
primogénito (cfr. Ex 4, 22 primer reconocimiento histórico de esta realidad, también Am
3,2). Yahvé lo hace hijo y lo llama, le da una vocación: la libertad. Ser hijo y ser niño son
realidades que van intrínsecamente unidas120. El amor precede a la llamada y genera
relaciones íntimas.
v.2 “Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí”. Pero Israel pronto inicia su
infidelidad. Se ha hecho autónomo; ha prescindido de su Dios. El amor gratuito, derramado
para crear cercanía y unidad, es respondido con la distancia y la dispersión. “A los Baales
sacrificaban y a los ídolos ofrecían incienso”. Al cariño y a los cuidados de Yahvé responde
el pueblo como un hijo desagradecido, sacrificando a los ídolos… marchando tras otros
dioses.
v.3. “Yo enseñé a Efraím a caminar, tomándole por los brazos… pero ellos no
conocieron que yo cuidaba de ellos”. Dios, entonces, parece quejarse haciendo una relación
de sus desvelos; recordar a su hijo todo cuanto por él hizo cuando era pequeño, puede hacerle
volver al primer amor. Dios enseño a su hijo a caminar, lo hizo personalmente, sin

102. Oseas desarrolla el tema de amor divino utilizando imágenes matrimoniales y parentales. Dios deja de
ser un guerrero para ser padre con entrañas de madre; así, las relaciones de hombre con Dios se asoman a un
campo mucho más íntimo, familiar y espiritualizado, que llegará a su culminación con el amor de Dios
manifestado en su amado Hijo Jesús.
103. F. L. ANDERSEN y D. N. FREEDMAN, traducen este versículo de la siguiente manera: “When Israel
was a youth, I loved him. (A youth) from Egypt I called him, My child”. Es decir, que utilizan youth, que
significa joven (adolescente), y child, que puede significar a un niño cualquiera y también un hijo. Ademas
señalan expresamente que N`r significa joven, chico, sirviente, y reconocen que con el término emplado no
hay una designación precisa de la edad, pero la adolescencia es la connotación más usual (otro autor, Kuhnigk,
interpreta esclavo, sirviente). Cfr. F. I. ANDERSEN and D. N. FREEDMAN, o.c., 575-576.
104. Recordemos Jr 31, 20: “¿Es un hijo tan caro para mí, Efraím, oh niño tan mimado, que tras haberme
dado tanto que hablar, tengo que recordarlo todavía? Pues, en efecto, se ha conmovido mis entrañas por él;
ternura hacia él no ha de faltarme”. La fidelidad de Dios, en forma de amor incondicional, se presenta bajo
el signo de la ternura. Cfr. S. FUSTER, ¿Un Dios varón? Sobre la maternidad divina, en Escritos del Vedat,
vol. XVII, Valencia, 1987, 91-94. Si Yahvé amó a Israel, debemos entender que su compañía le agrada, que
quiere vivir a su lado, que quiere ejercer como Padre que ama maternalmente. Para una correcta comprensión
sobre el amor maternal de la Paternidad de Dios: cfr. BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret, La esfera de los
libros, Madrid, 2007, 173-175.
74

intermediarios; le enseñó porque le amaba; le enseñaba porque era pequeño y no sabía


caminar por sí solo121; se abajó hasta su pequeñez; le enseñaba porque el niño es susceptible
de aprendizaje. Lo tomaba en brazos cuando se cansaba o bien simplemente le sujetaba para
que no tropezase y se hiciera daño; le orientaba para que diera pasos con seguridad122. Pero
Israel ha crecido y no se acuerda de todo esto. Ha olvidado lo que su Padre hizo por él, el
tiempo que le dedicó, sus miradas, sus caricias, sus atenciones… ¡cómo velaba por él! Israel
no reconoce todo estos cuidados; no es un hijo agradecido. Es más, si cae y se daña, su Padre
intenta curar las heridas de su caída corrigiéndole… pero el pueblo no entiende la corrección
como expresión del amor (cfr. Hb 12, 5-13) sino todo lo contrario123. Israel, en su adultez, se
ha hecho necio y tardo para comprender. Necesita volver a como los niños, que se dejan
enseñar –porque saben que no saben–, que se dejan amar –porque necesitan ser amados–,
que se dejan corregir –o por lo menos son susceptibles de corrección–.

v.4. “Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como los
que alzan a su niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer”. El amor
materno de Dios Padre, es como las cuerdas que arrastran y sujetan las vidas de los hombres;

105. O mejor cuando no sabía caminar solo; es conveniente señalar que aquí hemos procurado un comentario
simbólico del pasaje –y en concreto de este versículo 2– tomando la narración con cierta literalidad; per
buscando una mayor fidelidad exegética tenemos que reconocer con F. I. ANDERSEN y D. N. FREEDMAN,
que un na`ar no es un niño que deba ser enseñado a caminar –es un muchacho, un niño que ya sabe andar sin
ayuda de otros–; es más, la acción descrita es correlativa con el caminar detrás de, expresión usual para el
seguimiento leal de Yahvé. Es decir, que en vez de referirse el texto a una conducción obligada de Efraín por
Yahvé dada la radical incapacidad de aquél por su cortísima edad, habría que entender mejor que se habla de
una conducción más libre, en la que Dios sería un guía, que marcha por delante y conduce a quienes quieren
seguirle y a quienes no conocen el camino por donde avanzar. En un caso o en otro, lo importante será resaltar
la actitud tanto de Yahvé como de su pueblo; el Uno ama conduciendo y guiando; el otro, que de joven le
seguía fielmente (cfr. Jr 2,2), ahora le desprecia y marcha tras los ídolos. Cfr. F. I. ANDERSEN and D. N.
FREEDMAN, o.c., 579.
106. Hay otra traducción que contempla a Dios dando de mamar al niño en lugar de enseñarle a dar sus
primeros pasos: fui yo el que dio de mamar a Efraín tomándole en los brazos. Cfr. M. TH. WACKER. ¿Dios
como madre?, en Concilium 226, 1989, 440. Quedaría así más clara la maternidad de Dios que su paternidad.
En un caso o en otro, lo importante aquí es destacar que cuando Israel era niño, Dios cuidaba enteramente de
él, y él se dejaba cuidar por Dios. Sin despreciar lo indicado, debemos señalar también que según F. I.
Andersen y D. N. Freedman, el texto en hebreo es problemático, ya que el verbo Iqh no está empleado para
describir el uso de los brazos para levantar o cargar; el texto podría traducirse más bien por un enseñar a
caminar curando, liberando, o sea, que podríamos decir en vez de coger, “curar” (para asegurar el significado
de yo cogí, se sugiere leerlo como `eqqah más que como laqahn). Cfr. F. L. ANDERSEN and D. N.
FREEDMAN, o.c., 579.
107. “Habéis echado olvido la exhortación que como hijos se os dirige: Hijo mío, no menosprecies la
corrección de Señor; ni te desanimes al ser reprendido por él. Pues a quien ama el Señor, le corrige; y azota
a todos los hijos que acoge. Sufrís para corrección vuestra. Como a hijos os trata Dios, y ¿qué hijo hay a
quien su padre no corrige? Más si quedáis sin corrección, cosa que todos reciben, señal de que sois bastardos
y no hijos” (hb 12, 5-8). Cfr. Pr 3, 11-12; Jb 5, 17-18; Jr 10, 42; 30, 18; Os 2, 16; Mi 4, 10.
75

en la medida que se es niño, puede verse en estas cuerdas una seguridad básica para la propia
existencia; cuando se olvida la infancia, lo que eran cuerdas que evitaban caídas, parece
convertirse en soga (ley, imposición, atadura…) que agobia y asfixia. Lo que era un lazo
suave de amor y cariño, termina siendo yugo pesado y carga difícil de soportar 124. Cuando
Israel ha desobedecido a Dios y ha querido hacerse sus propios dioses, se ha vuelto necio
para comprender este amor tan delicado y personal: Dios alzando a su pueblo hasta el amor
de su Rostro, como un niño contra las mejillas de su padre125. Dios acercándoselos hacia sí;
Dios abajándose hacia ellos para alimentarles y fortalecerles con un alimento que no perece:
el amor hasta el estremecimiento entrañable (cfr. v. 8b)126. Y cuando el pueblo ha pecado y
se ha alejado de Dios, Dios les sigue amando, porque su amor es eterno (desde siempre y
para siempre); la pedagogía de Dios es este amor permanente, constante, fiel. Dios ama
porque el amor pertenece a su esencia, es constitutivo a su ser. La pedagogía divina consiste
en vencer nuestro mal a fuerza de bien; y el bien supremo es este Amo sin medida en donde
radica la misma santidad de Dios (cfr. Os 11, 8-9)127.

108. En este v. 4ab, los lazos de Dios, no son vínculos de autoridad, sino de amor; el profeta no está hablando
de un Dios que manda, sino de un Dios que ama. Cfr. H. SIMIAN-YOFRE, o.c., 150.
109. El v. 4c, habla del gesto de alzar a un niño hasta las mejillas para besarlo o como manifestación general
de afecto; `úl no sólo significa lactante, sino, en sentido más amplio, niño pequeño. Cfr. Idem, ANDERSEN
y FREEDMAN se preguntan ¿qué son las cuerdas humanas?, ¿Qué significa “daba de comer”?, y responden
diciendo que estas cuerdas de amor hacen referencia a las veces que Yahvé ha escuchado la oración y el llanto
de su pueblo en Egipto, atendiéndoles y liberándoles de la esclavitud; y dar de comer lo interpretan como
hacerle triunfar, tener éxito. Cfr. F. I. ANDERSEN and D. N. FREEDMAN, o.c., 582-83.
110. El v. 4d describe el cuidado de una madre o de un padre, para inclinarse hacia el hijo y alimentarlo.
Yahvé se inclina en gesto de protección hacia quien pone su esperanza en él (cfr. Sal 40,2, con la misma
construcción). Co todo, no debemos reducir esta imagen de Yahvé a la imagen materna, pues, además de
quedar incompleta, reduciría el cuidado de Yahvé a una única eta de la vida del pueblo, la primera infancia,
cuando de lo que se trata precisamente es de Israel, aunque haya crecido, vuelva a ser el niño que fue, o por
lo menos se deje cuidar y amar por Dios como entonces. Cfr. Idem. La acción de inclinarse para dar de comer
a Israel, recuerda la alimentación con el maná en el desierto (cfr. Ex 16); Israel entonces era pequeño, era
joven, estaba todavía en su infancia como pueblo y necesitaba de su Dios como un niño de su madre y de su
padre. Israel es el hijo-niño deseado por Dios, a quien rodea de cuidados, no sólo materiales sino también de
cariño y afecto. Si el cariño lo da la convivencia, ¡tiempo tuvieron para convivir Yahvé y su pueblo! Los años
en el desierto se pueden comparar a los que pasa el hijo en la casa paterna. Una convivencia que tiene sus
fisuras, como todo lo humano, pero que Dios fortalece protegiéndola con redes de amor. Es hora de volver a
vivir este amor cuando Israel era un niño. Cfr. I. GÓMEZ- ACEBO, o.c., 170. Otros textos que hablan de este
amor entrañable y tierno: Is 49, 15; 63, 15-16; 66, 12-13. Para entender un poco mejor lo que significa
comprender a Yahvé como Dios educador: cfr. J. VERMEYLEN, o.c., 244 y 251.
111. No basta decir que Dios ama; el amor no es sólo una actividad de Dios; ¡Dios es esencialmente AMOR!
Cfr. BENEDICTO XVI, Sobre el fundamento de los apóstoles, EDICE, Madrid 2007, 106-108.
76

2.10 Experiencia oracional desde un corazón de niño


Salmos 22, 11 y 139, 15-16 /Salmos 8 y 131

L. A. Schokel dice que los salmos son expresión poética de experiencias religiosa128 Los
salmos son oraciones que inspiradas por Dios van dirigidas al mismo Dios. Con la oración
sálmica, Dios queda interpelado; el hombre, expresado. Como portadores de Espiritu, los
salmos capacitan al ser humano para dirigirse válidamente a Dios, en espíritu y en verdad. El
espíritu que inspiro los salmos alienta en quienes los rezan una experiencia de fe semejante
a la que se encuentra allí expresada; la experiencia no es puramente inmanente, porque tiende
a un término extrínseco tocando al hombre. En ellos se ha expresado, no solo el corazón
humano sino también, con él, y de algún modo, el corazón divino. De esta manera decimos
que los salmos son manifestación del espíritu del hombre y manifestación también del
espíritu de Dios que le habita129. No detenemos en cuatro salmos; de los dos primeros,
prestamos atención sólo a algunos versículos. Nos centramos en los salmos 8 y 131, por
considerarlos reveladores, de alguna manera, para nuestra reflexión. En ellos, el Dios de la
Biblia nos sugiere la realidad de un _niño_ como proyecto suyo sobre todo hombre en su
sentido más auténtico.

*Salmo 22, 11 y Salmo 139; 13-16. Es un misterio para el ser humano, pero la revelación
bíblica asegura que Dios es accesible al hombre, o cuanto menos que Dios se relaciona con
el hombre desde el momento en que éste está formándose en el vientre de la madre y aunque
el mismo hombre no sea consciente de esta relación (cfr. Sal 22,11; 139,13-16; Is 46, 3; Jb
10,8). El salmo 22 es un salmo de lamentación individual; la fuerza de sus imágenes, la
sinceridad de sus expresiones y el dolor que describen, hacen de él uno de los lamentos
oracionales más impresionantes de todo el salterio. El grito inicial (cfr. V. 2) es el grito

112. Para comprender mejor la importancia de la experiencia en la vida de oración: Cfr. L. A. SCHOKEL.,
Treinta salmos; poesía y oración, Cristiandad, Madrid, 1989. Las fuentes principales consultadas por este
apartado son: el libro anteriormente citado de SCHOKEL., otro del mismo autor escrito en colaboración con
C. CARNITI (Salmos II, Verbo Divino, Estella 1993), y un tercero: H-J. KRAUS, Los salmos (Sal 1-59) vol.
I., Sígueme, Salamanca, 1993.
113. San Agustín lo dice así: “Las dos cosas son verdad: que la expresión es nuestra y que no lo es, que la
expresión es del Espíritu Santo y que no lo es. Es expresión del Espíritu Santo porque, si él no lo inspirara,
no lo diríamos; no es expresión suya porque él no es desgraciado ni sufre. Y éstas son expresiones de quien
sufre y es desgraciado. Por otra parte las expresiones son nuestras porque expresan nuestra desgracia; no son
nuestras porque aun la capacidad de gemir es don suyo” (Enarrationes in Psalmos XXVI, I). “Si el salmo ora,
orad; si el salmo gime, gemid… Todo lo escrito es espejo nuestro” (id., XXX, I).
77

trágico de un hombre justo, sometido al sufrimiento, despreciado por los suyos y


presuntamente abandonado por Dios. En medio de la desesperación, el recuerdo de los
pasados favores lo anima a suplicar el auxilio divino con una confianza inquebrantable (cfr.
vv. 10-12). Es en este momento cuando el salmista reconoce que Dios se ha relacionado con
él ya desde su gestación, de una manera un tanto misteriosa, aunque no del todo
incomprensible, pues lo ha hecho mediatamente, es decir con una mediación idónea para esta
relación prenatal, cual es la madre: “… a ti fui confiado desde el seno, desde el vientre de mi
madre eres mi Dios”. Y será precisamente esta relación del Trascendente con su creatura aun
antes de que ésta nazca al mundo, lo que posibilitará una referencia constante a Dios, no sólo
en el momento de mayor dolor sino incluso en medio de la experiencia de su total ausencia.
La huella de Dios en el corazón de cada hombre es imborrable. El salmo 139 es un salmo
mixto, es decir que contiene un himno de alabanza (cfr. vv. 1-18) y una oración de súplica
(cfr. vv. 23-24), ambas partes intercaladas con una imprecación contra los malvados (cfr. vv.
19-22). Los versículos a los que dedicamos nuestra atención (13-16) se encuentra incluidos
en el citado himno de alabanza, el cual se estructura en tres partes diferenciadas: omnisciencia
de Dios (cfr. vv. 1-6), omnipresencia de Dios (cfr. vv. 7-12) y experiencia creatural del propio
salmista (cfr. vv. 13-18). Centramos nuestra atención en esta tercera parte. El orante bendice
a Yahvé con todo su ser al descubrir que Dios le formó en las entrañas y le tejió -Él mismo-
en el vientre materno. Este descubrimiento se vuelve alabanza en la boca de la creatura (cfr.
v. 14), y la alabanza expresada se vuelve confesión de fe y reconocimiento de la sabiduría
divina (cfr. vv. 14b-16). El salmista se siente conocido (“tú conoces lo profundo de mi ser;
nada mío te era desconocido cuando me iba formando en lo oculto” v. 14b-15) y por ello
profundamente amado desde antes de ser un bebé. El niño, por pequeño que sea, es objeto no
sólo del amor de Dios sino de una relación especial con él, relación envolvente y englobante.
78

*Salmo 8: ¿Qué es el hombre?

(1) ¡Señor, dueño nuestro,


qué admirable es tu nombre en toda la tierra!
Ensalzaré tu majestad sobre el cielo
(2) con la boca de un niño de pecho.
Has cimentado un alcázar frente a tus adversarios
para reprimir al enemigo y al rebelde.
(3) Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que has creado,
(4) –¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él,
el ser humano para que te ocupes de él?
(5) Lo hiciste poco menos que un dios,
lo coronaste de gloria y dignidad;
(6) le diste el mando sobre las obras de sus manos,
todo lo sometiste bajo sus pies:
(7) los rebaños de ovejas y toros
y hasta las fieras salvajes,
(8) las aves del cielo, los peces del mar
que trazan sendas por el mar.
(9) ¡Señor, dueño nuestro,
qué admirable es tu nombre en toda la tierra!

Nota filológica: nos interesa especialmente el v.3: “mippi alelím weyónqím” = “de la boca de los infantes
y los niños de pecho…” Los términos empleados para referirse a los niño, ya los conocemos: olal, olel =
“infante”, “párvulo”; yanaq = “mamar”, yóneq = “infante”, un “lactante” propiamente.
79

El salmo comienza por una gran alabanza al Dios Creador130. El ser humano, deslumbrado
por la obra de la Creación, se pregunta a sí mismo: ¿quién soy yo?, ¿qué es el hombre? Esta
pregunta da sentido a todo el salmo. El hombre es precisamente la única creatura que puede
y sabe preguntarse sobre sí mismo, y con ello está reconociendo su propio límite. El salmista
ve al hombre en una perspectiva religiosa; parece vivir una contemplación religiosa de la
creación. Comprende a Dios como el Absoluto, el Eterno, el Todopoderoso, y al mismo
tiempo se sabe a sí mismo caduco, débil, limitado. Del conocimiento de la grandeza e
inmensidad de Dios y de la constatación de la propia miseria del hombre, surge con estupor
el interrogante: ¿cómo es posible que este Dios tres veces santo se acuerde de mí, pecador?

La situación del ser humano con respecto a Yahvé queda indicada pro la contraposición
entre dos clases de hombres: los que son como niños y los rebeldes (cfr. v. 3). En el salmo,
los rebeldes se identifican con los que, de un modo u otro, no aceptan a Dios y pretenden
afirmarse sin Dios o contra Él. Lo opuesto a la rebelión es el servicio de alabanza, un servicio
que se hace con la boca de los pequeños. Con palabras del salmo diríamos que los rebeldes
son quienes no aceptan humildemente ser “poco menos que dioses”. La actitud opuesta a la
rebeldía es la del niño que cada día descubre alegre la belleza del mundo y lo bien hecho que
está. Por su corta edad todo lo recibe de manera novedosa; su ser infantil le hace
constitutivamente un ser sorpresivo –en el doble sentido de la expresión: capaz de sorprender
y capaz de ser sorprendido–. Podríamos decir que el niño es susceptible –a su nivel– de
sentimiento de adoración: tiene una gran capacidad contemplativa y admirativa.

El salmista menciona la boca de los niños como órgano de lenguajes bendicional,


sintetizando así dos elementos:

*Primero es la actitud infantil, no pueril, del ser humano que descubre el mundo día a día
con asombro gozoso. Nombrando a las criaturas, toma posesión de este mundo (como nuevo
Adán); mirando, acepta sencillamente la belleza originaria de los seres. Descubrimiento,
afirmación, gozo: el salmista intuye que lo mejor es volver a ser como niño, o seguir siéndolo.
Sabe que esa actitud humilde librará al hombre de la rebeldía mezquina y vengativa, porque

114. M. GELABERT, comenta este salmo desde las coordenadas de la antropología teológica; de dicho
comentario tomamos algunas consideraciones. Cfr. M. GELABERT, Vivir como Cristo, San Pío X, Madrid
1992, 9-11.
80

desde su saberse pequeño podrá aceptar el mundo y su puesto en él. Ahora cabe volver a la
pregunta: ¿Qué es el hombre?; y ensayamos una respuesta: puede ser un Prometeo rebelde,
puede ser un niño que alaba a Dios.

*En segundo lugar, la boca infantil –confesaba el profeta Jeremías– parece no estar
todavía suficientemente preparada para semejante servicio: “¡Ay Señor, mira que no sé
hablar, que soy un muchacho!” (cfr. Jr 1, 6). El adulto humilde, reconoce que su boca es
pobre y siempre lo será para alabar y bendecir a Dios por sus obras, por eso exclama, se
interroga y se sorprende. En la creación encontramos la sabiduría de un Dios que suelta la
lengua de los niños para que ésta proclame su alabanza (cfr. Sb 10, 21)131.

Servir con la boca y mirar, alabar y contemplar, es lo propio de los pequeños. Si el hombre
quiere ser feliz tendrá que volver a hacerse niño, para que contemplando y alabando aprenda
a calcular su tamaño y ocupe su puesto privilegiado, siendo más agradecido por lo que ya ha
recibido que soberbio y pretencioso por lo que le resulta inalcanzable.

Si la admiración es la madre del saber, los niños son auténticos sabios, porque nadie como
ellos –salvo aquellos hombres hechos niños– pueden y saben mirar limpiamente, sin sombra
de rebelión; ellos, con ojos limpios, están capacitados para ver a Dios en su Creación y no
tienen que hacer un esfuerzo costoso por alabar y cantar, disfrutar, exultar y bendecir al que
es Padre de toda creatura.

Cuando los sumos sacerdotes y escribas, al escuchar las alabanzas de los niños hacia Jesús,
le preguntan indignados (cfr. Mt 21, 12-16), éste responde con el v. 3 del salmo 8, resaltando
así el evidentísimo contraste existente entre la indignación afectada y envidiosa de los
letrados y la alabanza sincera y espontánea de los pequeños. El camino para superar la
rebeldía y unirse al coro de los que alaban, será el hacerse como niños; y el camino para ello:
Jesús de Nazaret (cfr. Jn 14, 6), el Niño Dios, que ha permanecido siempre con un corazón
de niño por su filiación132.

115. “… porque la Sabiduría abrió la boca de los mudos e hizo claras las lenguas de los pequeñuelos”.
116. Cfr. H. U. von BALTHASAR, o.c., 35-48. 75-86.
81

*Salmo 131: El verdadero creyente es un niño

(1) “Señor, mi corazón no es ambicioso


ni mis ojos altaneros;
no persigo grandezas
ni maravillas que me superan.
(2) Juro que allano
y aquieto mi deseo.
Como a un niño en brazos de su madre,
como a un niño sostengo mi deseo.
(3) ¡Espera Israel en el Señor
ahora y por siembre!”

Nota filológica: en el v. 2b el salmista identifica su experiencia creyente con la de un gamúl = “destetado”,


reposando en los brazos de su madre.

El salmo 131 es un salmo de confianza individual. Uno de los más breves e íntimos que
dice mucho en pocas palabras. Para expresar la confianza en Dios se utiliza una comparación
antitética; el contrario del soberbio es el niño (igual que hemos visto en el salmo 8). Mientras
el soberbio se basta a sí mismo y se crece ambicionando realidades desmesuradas que le
superan, el niño simboliza la humildad de quien conserva su condición de pequeñez en la
relación aceptada con la madre. El hombre (el salmista), precisamente en su condición de
hijo (experiencia filial) sigue siendo niño y niño confiado133.

Ahora bien; el niño con su madre no representa necesariamente al orante con su Dios; la
comparación es psicológica, no teológica. Dios es el sujeto a quien se dirige la oración; el
salmista expresa cuál es su realidad interior, espiritual y psicológica. Se siente tranquilo y
pacificado porque su fe le posibilita un abandono total y seguro. Ya no es víctima de un deseo

117. Aunque en este salmo la relación filial / maternal del hombre con su Dios sea ciertamente derivación
secundaria, es, no obstante, legítima, por lo menos como aplicación más que como explicación propiamente;
es decir, podemos tomar la comparación psicológica del salmo y proyectarla a la relación filial del orante con
su Dios (cfr. Sal 22, 10-11; 71, 5-6; Is 6, 12-13).
82

incontrolable y ansioso. ¿Acaso no son los proyectos ambiciosos y los deseos idolátricos los
que originan un agobio incesante en el corazón humano, bloqueándole la mente y arrojándole
en ocasiones a una enorme aridez espiritual? “No os agobiéis por el mañana” (Mt 6, 25. 34)
es mandato de Jesús. Los niños se despreocupan del mañana, no conocen el agobio por el
futuro.

El salmista ha logrado acallar la fuerza titánica del deseo, que puede ser en ocasiones
como un niño necesitado y caprichoso, débil y exigente inquieto y sin juicio. Pero, cuando la
madre lo acoge y con cariño (con correas de amor, cfr. Os 11, 3) lo abraza sobre su pecho,
se acalla el gemido y el deseo comienza a serenarse; no tiene por qué anularse, más bien
deberá convertirse, pues el deseo es un importante potencial humano, estupendo cuando se
sabe encauzar positivamente. El hombre no debe moverse según le obligue el deseo. Sin
libertad, no hay experiencia creyente del deseo humano134.

El deseo es educable; necesita ser educado pues en sí mismo es insaciable, siempre pide
más y puede llegar a arrastrar y a precipitar al propio hombre hacia abismos vertiginosos, de
los que le resultará dificilísimo salir indemne.

En todo el salmo subyace una enseñanza espiritual bien concreta, cuyo exponente máximo
llegará con la revelación neotestamentaria: el hombre alcanza su dignidad como hombre
cuando vive como hijo de Dios, y a esta realidad se llega por el proceso kenótico vivido por
el Hijo, camino de humildad y pequeñez, es decir de niño.

118. Sobre el deseo: Cfr. AA, VV., El deseo; entre el ídolo y el icono, en Sal terrae, n. 993, septiembre
1993. Son un conjunto de artículos sobre el tema. Para entender el deseo como una fuerza que podría llegar a
ser idolátrica capaz de subyugar el corazón del hombre: Cfr. X. QUINZÁ LLEÓ, La cultura del deseo y la
seducción de Dios, en Cuadernos F y S,24, Sal Terrae, Bilbao, 1993, 11-19.
83

2.11 La gran promesa: un niño que es Príncipe de Paz

“El pueblo que andaba en tinieblas Porque un niño nos ha nacido,


ha visto una gran luz; un hijo se nos ha dado.
a los que habitaban en tierra Sobre su hombros descansa el
de sombras una luz les ha brillado. Poder, y es su nombre:
“Consejero prudente, Dios
Has multiplicado su alborozo fuerte, Padre eterno,
has acrecentado su alegría; Príncipe de paz”.
se alegran ante ti Dilatará su soberanía
con la alegría de la siega, en medio de una paz sin límites,
como se regocijan al repartirse asentará y afianzará el trono
un botín. y el reino de David sobre el derecho
Porque, como hiciste el día y la justicia, desde ahora y para
de Madián, has roto el yugo siempre.
que pesaba sobre ellos, El amor ardiente del Señor
la vara que castigaba sus espaldas, Todopoderoso lo realizará.
el bastón opresor que los hería. (Is 9, 1-6).
He aquí que todo calzado de guerra,
todo manto empapado de sangre
está siendo quemado,
devorado por el fuego.

Nota filológica: los términos que nos interesan son: yeled y ben en 9, 5; na ar y qatón en 11,6. Cfr: ut supra.
Si hacemos algún paralelismo entre 9, 1-6 y 11, 1-9, es interesante señalar que en 11, 8 encontramos yóneq =
“lactante” (de yanaq = amamantar), y gamúl del verbo gamal = destetar (gamúl yadó hadah = “el recién
destetado meterá la mano”).
84

Los niños en Isaías

El pasaje del Profeta Isaías que nos ocupa se encuentra dentro del llamado “Libro del
Emmanuel” (que abarca Is 7-12)135. Es un libro que forma unidad aparte, y tiene entidad en
sí mismo. Un libro en el que aparecen varios niños.

*Is 7, 1-9. Encontramos una interesante imagen para entender lo que la fe-confianza en
Dios. Nos encontramos en el periodo del reinado de Acaz (735-716 a.C.)136, en el tiempo de
la guerra siro-efraimita; el reino del Norte se alía con Siria para hacer frente a Teglatfalasar
III de Asiria y, al no aceptar el rey Acaz –inicialmente– formar parte de la alianza, asedian
Jerusalén para deponerlo. Cuando llega la noticia del asedio porque los asirios han acampado
cerca, surge el miedo inmediato: “Se estremeció el corazón del rey y el corazón de su pueblo,
como se estremecen los árboles del bosque por el viento” (v. 2). En una ciudad sitiada, con
el miedo encogiendo el corazón de todos, entregados con ansiedad a los preparativos bélicos,
capturados por la incertidumbre y el nerviosismo de una guerra inminente…, en una situación
así, Dios manda algo desconcertante: Isaías, toma a tu niño de la mano y sal al encuentro
del rey Acaz para decirle que no tenga miedo ni desmaye su corazón (cfr. v. 3).

Lo aparentemente más inaudito en esa situación es sacar a un niño de paseo. En medio


de una ciudad sitiada en clima de preguerra, aparece un hombre desarmado que lleva a un
niño de la mano; a simple vista, una bella imagen pacifista… Pero en realidad es un gesto
de gran calado profético, con una grandísima fuerza para quien sabe ver en profundidad lo
que Dios quiere decir ¡Estate vigilante y tranquilo, alerta, pero ten calma! (cfr. v. 4). Los
imperativos que parecen contradictorios, han de convivir juntos… armonizar contrarios es
necesario si se quiere la salvación. Se trata de compaginar la astucia de la serpiente con la

119. Los capítulos del 1 al 12 son una colección de oráculos sobre Jerusalén y Judá. En el capítulo 6 se narra
la vocación del profeta, que sirve de prólogo al “libro del Emmanuel”. Un sintético y al mismo tiempo
completo estudio al respecto, aunque centrado en Is 7, 10-17, lo encontramos en E. VELASCO TRIVIÑO,
“… Le pondrán por nombre Emmanuel” (Is 7, 10-17). Historia de un oráculo, en Reseña Bíblica, La profecía
de Isaías, Primavera 2000, n. 25, Verbo Divino, Estella, 33-42.
120. Acaz, joven rey de Jerusalén, débil, mundano y sin hijos, que ve peligrar su trono ante la presencia de
los ejércitos enemigos que oprimen los confines del reino de Judá.
85

sencillez de la paloma. Un padre que está alerta y vigilante, y un hijo que confía y está en
calma.

¡No tengas miedo! (cfr. v. 4), “… si no creéis, no subsistiréis… sin no os afirmáis en mí.
No seréis firmes” (cfr. v. 9). El verbo hebrero que se emplea –aman– significa ser sólidos,
ser firme. Ser estable (como una roca, como un suelo recio…), y se utiliza frecuentemente
en relación con las nodrizas que llevan a los niños en brazos y ahí están seguros, resguardados
y bien protegidos. La traducción (en forma pasiva) que nos daría el sentido autentico del
pasaje (haciendo una paráfrasis), sería: Si no os dejáis sostener, nunca experimentaréis que
sois sostenidos. Y la palabra del profeta va acompañada del acto tierno y conmovedor de
pasear por la ciudad y cruzar las aguas del río, con el niño-hijo tomado de la mano del padre.
Es como decirle a Acaz: ¿Ves bien Acaz? ¿Ves cómo llevo a mi pequeño de la mano, bien
sujeto a mí? ¿Ves cómo avanza firme y seguro por la calle, en medio de un pueblo
amedrentado? ¿Ves cómo cruza sin miedo las aguas llevado de mi mano? ¡Así tú y tu pueblo
con Dios! ¡No temáis porque Dios mismo os lleva de su mano! ¡Dejaos conducir por Él y no
os soltéis de Él... que Él os guiará y os salvará!137.

Es, pues, un niño tomado de la mano de su padre, la imagen del Dios que nos tiene
agarrados de su mano y nos lleva seguros, nos conduce con acierto logrando que su presencia
y amorosa cercanía expulse de nosotros todo temor a la desgracia (cfr. Sal 23, 4)138.

*Is 7, 10-17. Pero el rey Acaz no se abrió a la palabra del profeta que reclamaba de él una
total confianza… Tenía ya en su corazón unos planes de alianzas militares, y cuando el
profeta le pide que los confronte con la voluntad de Dios y los someta al discernimiento
rogando al Cielo una señal de confirmación sobre los mismos, el monarca se niega dando
una imagen de aparente humildad y pudor religioso, cuando en verdad sólo está encubriendo
su cobarde decisión aduciendo motivos de falsa religiosidad: “No pediré al Señor una
señal… no quiero tentar al Señor” (v. 12). Entonces el profeta desenmascara la hipocresía

121. Para un hebreo, tener fe es tener confianza, estar seguro de algo. Lo contrario a la fe, en el mundo
teológico, sería la increencia… pero para el mundo bíblico, lo contrario a la fe es el miedo. En el fondo Isaías,
con la presencia de su niño, está diciendo al rey: si no te atreves a apoyarte en la Palabra de Dios y no haces
gestos de confianza, nunca experimentaras la firmeza de la misma.
122. El hacerse como niños del Evangelio tiene más que ver con la confianza que con la inocencia,
propiamente; un niño se duerme en brazos de su madre o de su padre porque está instintivamente seguro de
que su padre-madre no le va a dejar.
86

del rey; le habla y le asegura que, a pesar del rechazo, se van a cumplir los planes del Altísimo
sobre la dinastía davídica… Y es, en este contexto, cuando hace su aparición el segundo niño
del profeta Isaías: una muchacha dará a luz a un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel,
Dios-con-nosotros139. La insensatez, doblez y desconfianza del adulto rey, contrasta con el
anuncio de la inocencia, sencillez y esperanza de un niño que es hijo prometido. La actitud
del rey cansa a Dios (cfr. v 13b), porque se muestra obstinado e incapaz de confianza, con
actitudes completamente contrarias a las de un pequeño. Pero el profeta, fiel a su misión,
lanza el oráculo del Señor. Ahora el niño-hijo que se promete con la presencia divina a
nuestro lado. Es el Emmanuel, en quien la infancia y la filiación se muestran como realidades
que nos relacionan con Dios mismo140.

Este niño, que necesitará aprender a rehusar lo malo y elegir lo bueno (cfr. vv. 15-16),
viene de Dios, pero tiene nuestra naturaleza sometida al aprendizaje del discernimiento (cfr.
Lc 2, 40.52). Aceptarle, acogerle, recibirle entre nosotros será la condición de posibilidad de
salvación (cfr. Mt 18, 5 / Mc 9, 37 / Lc 9, 48).

*Is 8, 1-4. El tercer niño del libro del Emmanuel es el segundo hijo del profeta Isaías. Este
hijo recibe un nombre profético: Maher Salal Jas Baz, que significa “pronto saqueo, rápido
botín”. Y por su medio, asegura Dios que antes que el niño sepa decir “papá” y “mamá”, la
riqueza de Damasco y el botín de Samaria serán llevados ante el rey de Asur141. Con este
nombre dado por Dios, el niño se hace portador de profecía; él mismo es una palabra
profética para el pueblo, si la aceptan y la creen. Un niño es lo más débil, pobre y vulnerable

123. El hijo aludido es probablemente Ezequías. Pero tal como leemos en el profeta Isaías, e interpretando
la Escritura en la Tradición de la Iglesia, ya se refiere al Mesías futuro, al rey perfecto de los últimos tiempos,
al esperado de todo el pueblo. Para concentrar nuestra atención en Is 9, 1-6, seremos muy breves en el
comentario de este segundo niño.
124. Sugerente el comentario que hace el cardenal Danneels en, GODFRIED DANNEELS, Una mirada de
esperanza, Cuadernos Palabra, n. 135, Madrid 2001, pp. 119-122.
125. El Antiguo Testamento desarrolla una teología del nombre propio. Saber el nombre de una persona
significa para los israelitas conocer a esa persona en su corazón. Si se llama a uno por su nombre puede
significar saber todo de él e iniciar unas relaciones más íntimas con él. Los nombres, en el pueblo hebrero,
nunca son dados casualmente; siempre significaron la experiencia vivida de los padre con el nacimiento de su
hijo y con las acciones de Dios sobre ellos. Cfr. ANSELM GRÚN, Tú eres llamado por tu nombre, EDICEP,
Valencia 2001.
87

que podamos imaginar; también la palabra del Señor se nos presenta con la misma debilidad
y pobreza humana, pero quien la recibe y obra en consecuencia será salvo (cfr. Jn 1, 12).

*Is 9, 1-6. Llegamos ahora al texto que encabeza el apartado y para el que nos hemos
estado preparado con la introducción anterior. Es el cuarto niño del libro del Emmanuel;
todavía quedara un quinto que lo veremos después, a modo de epílogo.

El pasaje que concentra ahora nuestra atención es Is 9, 1-6. Nos encontramos con un texto
que alude a un niño concreto (cfr. v. 5) pero no sabemos si conocido o por conocer. La palabra
de Dios aquí –como en tantas otras ocasiones– no se mueve en el terreno de lo obvio, pero
tampoco de lo enigmático; se encuentra en el campo del misterio, un misterio de salvación.

Aunque el texto que nos ocupa pudiera estar referido a un personaje ya existente, nos
decantamos por considerarlo como texto integrante de una gran profecía de tipo mesiánico,
que en la tradición cristiana se ha identificado con Jesús, el Niño de Dios, que trae la Paz y
es signo y encarnación del amor de Dios a los hombres142. Ahora comprendemos mejor por
qué los capítulos del 7 al 12 del profeta Isaías están catalogados como “Libro de Emmanuel”,

126. ¿Qué estamos queriendo decir?: Is 8, 23-9. 6 es un oráculo problemático; podría datar del tiempo del
reinado de Josías, el joven rey del que hemos hablado con anterioridad, y tal vez Is 8, 23-9, 6 sería un texto
compuesto para su entronización. Entonces es legítima la pregunta: lo que dice el texto, ¿se refiere al pasado
o al futuro? ¿Se habla de un rey contemporáneo o de un salvador que ha de venir, el Mesías? Prestigiosos
autores como BARTH, VERMEYLEN y SICRE, asumiendo la postura de los dos primeros, se inclinan por
pensar que estamos ante un poema, un canto de acción de gracias pronunciado con motivo de un
acontecimiento reciente: la entronización de este joven rey en el día de su mayoría de edad. Según estos
autores, según la exégesis mas critica, el texto no sería un anuncio de la venida de Jesús, sino una acción de
gracias por Josías; no hablaría de algo futuro sino de algo presente, que está aconteciendo, que acaba de ocurrir
y se está festejando. Ahora bien: esta identificación del Emmanuel con un rey de aquel tiempo –Josías–, no
impedirá en absoluto que siglos más tarde los oráculos sean interpretados con un sentido nuevo, estrictamente
mesiánico; es más, la tradición cristiana, ha leído siempre este pasaje desde la óptica mesiánica, viendo en el
nacimiento de Jesús, su pleno cumplimiento. Nosotros, aunque consideramos y respetamos el significado más
netamente contextual e histórico del pasaje, nos adherimos a la lectura tradicional de la interpretación
cristiana, pues entendemos que lo que en aquél tiempo histórico pudo ocurrir, no era sino figura, primicia y
germen de lo que Jesús de Nazaret había de manifestarse en plenitud. Y en este sentido, Is 9, 1-6, podemos
decir que ya habla de Jesús, el Niño-Dios, Príncipe de Paz autentica –el Shalom hebreo–, signo y presencia
del amor del Dios Altísimo. El Espíritu lleva a plenitud esa misma verdad revelada (cfr. Jn 16, 13); de tal
manera, que entender hoy este oráculo del Profeta en el sentido mesiánico, referido a Jesús, como la Tradición
de la Iglesia lo ha interpretado (especialmente la tradición litúrgica), no es sino atender a la verdad más
completa de la misma revelación bíblica, siempre progresiva y nunca agotada por los hombres en su
compresión.
Para una mejor compresión de todo lo señalado: cfr. J. L. SICRE, Profetismo en Israel, Verbo Divino,
Estella 1992, 493-501.
127. Para el comentario de este texto, nos servimos principalmente de: L. A. SCHOKEL / J. L. SICRE,
Profetas, Comentario I. Cristiandad, Madrid, 1987, 143-171ss y, J. Ma ASURMENDI, Isaías 1-39, en
Cuadernos Bíblicos 23, Verbo Divino, Estella, 1981, 50-54.
88

pues el “signo” del niño nacido será uno de los datos que dará cohesión y unidad a estos seis
capítulos, configurándose como punto de referencia para los mismos. El nacimiento de un
Niño como don de Dios abre una gran puerta a la esperanza en medio de una situación de
crisis bélica143.

La opresión enemiga esta subrayada por el triple sinónimo: “yugo”, “pinga”, “vara”. “El
día de Medián” (cfr. v. 3) evoca la victoria de Gedeón (cfr. Jc 7, 16-23), cuando las luces de
las antorchas brillaron en la noche espantando al enemigo. El sujeto de estos verbos es Dios:
“acrecentaste el regocijo, hiciste grande la alegría”, “el yugo has roto” (cfr. vv. 2-3). La
guerra ha terminado; ha cesado la opresión (cfr. v. 4), aunque la alegría profunda no nace de
aquí sino de la presencia divina (cfr. v. 2b): “acrecentaste el regocijo, hiciste grande la
alegría. Alegría por tu presencia”. Se oye un estruendo de botas, se ven ropas
ensangrentadas, se siente un fuego que destruye los utensilios belicosos (cfr. v. 4). ¡Dios ha
llegado! Ante su presencia ha cesado el combate sangriento y la luz ha brillado en la
oscuridad (cfr. v. 2). ¿Y cómo se ha experimentado la cercanía de Dios?, ¿Cómo se ha
captado su pacifica presencia?: a través de un niño: “Porque un niño nos ha nacido, un hijo
se nos ha dado”. La forma pasiva de los verbos, indica que el sujeto es Dios: es Él quien da
el niño-hijo; el pueblo recibe.

Es el niño del futuro (tendrá que crecer), el niño de la esperanza (con él cabe seguir
esperando), el niño de la justicia (Dios ha manifestado su justicia salvadora con su
nacimiento), es el niño del Amor (de Dios a los hombres), el niño de la Paz (la paz generada
por su presencia). Este niño maravilloso enlaza con el primer elemento del oráculo del c.7,
14-15. Es el niño que él mismo es Buena Noticia, anuncio de un mundo nuevo144. Ante la
inmensa alegría de este anuncio, sólo cabe el asombro y la exclamación gozosa: ¡Un Niño

128. Podemos ver aquí al “retoño de Jesé sobre el que se posará el espíritu de Yahvé, espíritu de sabiduría
e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahvé” (Is 11, 1-3a). Llegan los
tiempos mesiánicos en que morará el lobo con el cordero, y el leopardo se echara con el cabrito, el novillo y
el cachorro pacerán juntos, la vaca y la osa, juntas acostarán sus crías, el león y el buey comerán paja… y un
Niño pequeño los conducirá. Nadie hará daño ni mal en el monte santo del Señor (cfr. Is 11, 6-9).
129. ¿Se podría buscar algún paralelismo o identificación con el niño de Is 9 y el niño-Pastor del c. 11? La
exégesis no suele asociarlos, pero la espiritualidad si los pone en relación, pues el niño anunciado y esperado
en la promesa mesiánica es al mismo tiempo Príncipe de paz y Pastor de su pueblo; un pastor que posibilita
la comunión en todo su rebaño por diferente que éste sea –como bien señala la vaciedad de animales que hay
en el monte del Señor–, cfr. Is 11. B. Haring relaciona Lc 2, 8-20 con Is 40, 10-11 y Ez 34, 11-16. Cfr. B.
HARING. María. Prototipo de la fe. Herder, Barcelona, 1983, 82-86.
89

nos ha nacido, un Hijo se nos ha dado! Lleva al hombro la imagen de príncipe. Recibe
nombres que evocan las características de otros personajes, elegidos de Dios ya desde niños:
Consejero, como Daniel; Fuerte, como Sansón y David; Padre de todo un pueblo, como
Moisés; Príncipe, como Josías.

Dios mismo hace nacer a este Niño en quien Él mismo está: el Dios Fuerte, Padre Eterno,
Príncipe de Paz… un Niño que es Dios… y un Dios que se ha hecho Niño para que todos los
hombres puedan recibirle y acogerle145.

*Is 11, 1-9. Llegamos al último de los niños del profeta Isaías. Se habla ya directamente
del descendiente de David. En un escenario desolador, en una selva talada y con árboles
maltrechos, aparece la imagen del tronco y del renuevo (cfr. v. 1), como signo de la vida y
de la bendición, que le sirve al profeta de esperanza para anunciar que, a pesar de que el
pueblo parece un tronco seco y un bosque esquilmado por una tala indiscriminada, Dios
mismo le va a infundir vida y de la propia pobreza del pueblo, Dios hará brotar un retoño que
traerá a todos la salvación. Jesé era el padre del rey David; por lo tanto el tronco del que brota
el retoño anunciado es la familia davídica, probada por las tragedias de la historia y la
infidelidad del pecado humano. ¡Dios es fiel!; y lo manifiesta cumpliendo la promesa hecha
a David de establecer por siempre su trono146.

Dios quiere llevar a cabo su salvación no con el David poderoso, sino el David pequeño,
insignificante a los hombres, pero amado por Dios y elegido por Él (cfr. 1 Sm 16, 1-13).

El Espíritu de Dios habitará en el Mesías y le llenará de sus dones. Será Justo como Dios
y traerá su Paz. Si aceptan al niño-hijo que se les envía, él mismo hará posible lo imposible:
lo más irreconciliable y contrario por naturaleza experimentará la reconciliación, la relación
pacífica y la comunión. Y todo el pueblo redimido será conducido y guiado por un niño
pequeño… imagen y presencia de la Bondad de Dios que convertirá los corazones para que
nadie haga daño a nadie, pues el Amor de Dios llenará la tierra como las aguas cubren el
mar.

130. Esta página del profeta fue siempre interpretada, por los mismos judíos –y mucho más por nosotros,
cristianos– como un anuncio del proyecto salvador de Dios para los tiempos mesiánicos. Cfr. G. ZEVINI y
GIRDANO CABRA, Lectio divina 1, tiempo de Adviento, Verbo Divino, Estella 2000, p.58.
90
91

3 NIÑOS EN EL

NUEVO TESTAMENTO
92

1. INTRODUCCION

INTRODUCCION

¿Hay niño en el Nuevo Testamento? Cuando hacemos esta pregunta a personas que se
dicen creyentes, la respuesta suele ser un tanto imprecisa; la figura de Jesús niño es la primera
que viene a la memoria, y, en segundo lugar, la de aquellos niños que él bendice. El resto de
niños y niñas que aparecen en el Nuevo Testamento, siguen siendo un tanto ignorados en la
reflexión bíblico-teológica de nuestro tiempo, por lo menos en proporción con otros temas
que parecen más relevantes.

Cierto es que necesitamos precisas a qué nos referimos cuando hablamos de niño,
concretamente, porque en el N. T. hay tres tipos de niños: los cronológicamente pequeños,
con edades comprendidas entre los 0 a los 13-14 años; los espiritualmente sencillos, con
edades muy diversas pero con corazón humilde, que no cuentan; y los niños intelectualmente
hablando, es decir los ignorantes. Nuestro interés se quiere centrar principalmente en los del
primer grupo –niño cronológicamente hablando–, pero que suelen compartir también las
características de los otros dos grupos restantes. En cada momento señalaremos a qué tipo de
niño o de pequeño nos referimos; una sencilla llamada de atención respecto de los términos
alusivos empleados en cada perícopa, nos ayudara a clarificar la lectura espiritual que
hacemos de estos pasajes. Lo importante será descubrir alguno de los posibles mensajes
teológico-espirituales que encierran los textos seleccionados.

Ciertamente no siempre salen bien parados los niños en los escritos neotestamentarios.
Recordemos especialmente la cólera infanticida de Herodes (cfr. Mt 2, 13-18). El mismo san
Pablo dedica a la infancia palabras no muy halagüeñas: refiriéndose analógicamente al
93

conocimiento de Dios, compara la niñez con su propia experiencia religiosa, que, por ser
terrena, resulta inmadura, mientras que atribuye el saber pleno de Dios a una edad adulta
venidera (cfr. 1 Co 13, 11-12). Más todavía, para el Apóstol, la niñez comporta
necesariamente dependencia, sumisión, y, en consecuencia, una esclavitud de la que no queda
el hombre liberado sino al conseguir la mayoría de edad (cfr. Ga 4, 1-3). No es de extrañar,
por ello, que el mismo Pablo proponga la edad adulta como aquel período de la vida al que
se debe aspirar (cfr. Ef 4, 14-16).

Este menosprecio por la infancia encuentra una expresión particularmente significativa en


la conocida escena evangélica en la que los discípulos de Jesús intentan apartar a los niños
del Maestro (cfr. Mt 19, 13; Mc 10, 13; Lc 18, 15). Parece que los niños importunan a Jesús,
distrayéndole de una misión elevada y trascendente. La infancia, en el N.T., no aparece, pues,
nimbada de un halo luminoso.

La Biblia, tomada en su conjunto, es más sobria al respecto. Por lo que pudimos decir
cuando hablado de la consideración del niño en Israel, sabemos que en la cultura que rodeó
a Jesús, los niños eran, a menudo, vistos con una cierta hostilidad de fondo. Se les
consideraba, al menos, imperfectos. El humus cultural en el que surgen los escritos
neotestamentarios, era tendente a marginalizar a los que la sociedad tenía por insignificantes,
o a quienes algunos desde la religión habían penalizado de algún modo. La novedad de Jesús
contrasta fuertemente con estos presupuestos culturales. Él, y quienes más cerca estuvieron
de su persona, alumbraron un camino nuevo, el camino hacia la pequeñez, como camino de
salvación por la experiencia de filiación que entraña. La madurez del ser humano consiste en
recuperar la infancia originaria, aquella que es más que ignorancia propiamente. Esta
madurez consiste en redescubrir la paternidad de Dios y la propia filiación respecto de él.
Llamar a Dios Abbá Padre y en su regazo vivir como hijos confiados, es lo que puede llevar
al hombre a la maduración más alta como hombre, a la más alta experiencia de confianza y
libertad. De alguna manera, hacerse como niños –en labios de Jesús– significará hacerse
hijos y conocer a Dios como Padre1.

1. Cfr. O. GONZALEZ DE CARDEDAL., Elogio de lo pequeño y de los pequeños, en Vida Religiosa, vol.
72, n. 1, 1 de enero de 1992, 59-68.
94

El Magníficat de María amplifica el eco de algunas voces ya presentes en el Antiguo


Testamento. Citando el primer libro de Samuel (cfr. 1, 11), dirá la Virgen: “… ha puesto los
ojos en la humildad de su esclava” (Lc 1, 48). Recordando el grito de Job (cfr. Jb 12, 19),
exclamara: “Derribó a los poderosos de sus tronos y exaltó a los humildes” (Lc 1, 52). Pero
será el propio Jesús quien definitivamente cambie las cosas. Muchos jefes religiosos
pensaban que sólo los tenidos por grandes y poderosos tenían acceso a Dios; las riquezas –
de todo tipo– eran signos de la bendición divina, mientras que por el contrario, la pobreza, la
enfermedad y las humillaciones eran signo de la maldición del cielo. Las palabras de Jesús
al respecto fueron tajantes: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has
ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se la has revelado a los pequeños” (Mt 11,
25).

Aunque en este texto Jesús se refiere directamente a los fariseos (sabios y prudentes) por
contraposición a sus discípulos (pequeños), advirtamos que la minoridad de quienes son
aptos para vivir en la inmediatez de Dios, está como residenciada en los niños2. De sus
ángeles dice el Señor, que “… en los cielos continuamente el rostro de Dios” (Mt 18, 10). Y
tan hondamente han sido algunos alcanzados por el sentir del Maestro, que Juan llegará a
decir: “Os escribo a vosotros, niños, porque conocéis al Padre” (1 Jn 2, 14)3. Ya no debe
extrañar, pues, que el propio Jesús quiera rodearse de niños y manifieste su felicidad en medio
de ellos exclamando: “Dejad a los niños que vengan a mí, y no se lo impidáis, porque de los
que son como ellos es el Reino de los cielos” (Mt 19, 14). Tan contundente y positivo es el
juicio de Jesús sobre la infancia que llegará a condicional la experiencia del Reino afirmando:
“Si no cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los cielos…” (Mt 18, 3-
5).

Comenzamos la segunda parte de este estudio buscando niños en la Biblia, refiriéndonos


al Niño por antonomasia. Jesús es el verdadero Niño de Dios porque es el verdadero Hijo de
Dios. En Jesús de Nazaret asistimos al empequeñecimiento de Dios para salvar al ser

2. Cfr. N. TELLO, Hacerse como niños, acoger a los niños, en VR, vol. 73, n. 1-2, 15 Enero 1 Febero, 1992,
62-64.
3. Otros textos en los que el apóstol Juan identifica a los discípulos del Señor como niños pequeños, hijitos
(teknion): Jn 13, 33; 1 Jn 2, 1. 12. 28; 3, 7. 18; 4, 4; 5, 21.
4. Sobre el empequeñecimiento de Dios, cfr. N. TELLO,… Y la Palabra se hizo grito. Susurros de Dios en
el clamor de la historia, Madrid, 1991, 77-83.
95

humano4. De la proximidad existencial al Jesús niño y al empequeñecimiento de Dios, brotará


amor a la niñez y a cada niño en particular. El mismo Jesús lo sigue recordando: “Quien
acoge a un niño como éste por mí, a mí me acoge”. (Mt 18, 5). Desde el momento en que
Dios, se hijo niño, cada niño tiene una dignidad “divina”. La vida de cada niño es sagrada.
96

2. JUAN EL BAUTISTA: el
niño sensible a la presencia del
salvador
JUAN EL BAUTISTA

EL NIÑO SENSIBLE
A LA PRESENCIA DEL SALVADOR

“Por aquellos días, levantándose María, se dirigio presurosa a la montaña, a una


ciudad de Judá, y entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y aconteció que, al oír
Isabel la salutación de María, dio saltos de gozo el niño en su seno, y fue llena Isabel del
Espíritu Santo, y levantó la voz con gran clamor y dijo: Bendita tú entre las mujeres y
bendito el fruto de tu vientre. ¿Y de dónde a mí esto que venga la madre de mi Señor a
mí? Porque he aquí que, como sonó la voz de tu salutación en mis oídos, dio saltos de
alborozo el niño en mi seno. Y dichosa la que creyó que tendrán cumplimiento las cosas
que le han sido dichas de parte del Señor” (Lc 1, 39-45).

Nota filológica: el término empleado en el texto para referirse al niño es βϱεϕος (brefos) que significa
“criatura”, y en este contexto una criatura no nacida todavía.
97

Cuando abrimos el N. T., el primer niño con que nos encontramos es un gestante, un feto
en el seno de una madre a quien todos conocían estéril y de edad avanzada (cfr. Lc 1, 7); se
trata de Juan Bautista. Su gestación es fruto de una promesa divina que no se ha visto alterada
o condicionada por la incrédula respuesta de Zacarías (el sacerdote oficiante de aquellos días
y el padre de la criatura prometida); una acción divina manifestada entre la duda humana y
el escepticismo religioso (cfr. Lc 1, 18ss.). Zacarías e Isabel son dos “grandes”
empequeñecidos por la historia: de casta sacerdotal y siendo justos ante Dios (cfr. Lc 1, 6),
parecen “malditos” por no haber sido bendecidos con hijos (cfr. Jb 15, 34) y no poder cumplir
el primer gran mandamiento que Dios mismo había dado a los hombres: “Creced y
multiplicaos” (Gn 2, 28). Pero Dios hace justicia a la oración incesante de un matrimonio
que, pese a sus dudas, se ha mantenido fiel durante muchos años y perseverante en la súplica
(cfr. Lc 1, 11), esperando la actuación de Yahvé para verse librados del oprobio de una vida
sin fecundidad (cfr. Lc 1, 71).

Nos detenemos ahora a releer, desde la espiritualidad, el pasaje lucano de la Visitación


(cfr. Lc 1, 39-45), con el fin de intentar descubrir siquiera algo del mensaje que encierra5.

Tras el anuncio de Gabriel a María, ésta emprende el camino de la montaña, en dirección


hacia Aín Karim, para visitar a su prima Isabel que, en el sexto mes de su embarazo, espera
un hijo. Cuando María saluda a Isabel, el niño salta en el seno materno provocando en la
madre una exclamación que al tiempo que pregunta se convierte en confesión: “¿De dónde
que la madre de mi Señor venga a visitarme?” (v.43). El texto bíblico dice que Isabel se llenó
del Espíritu Santo (Lc 1, 41). Si se llenó del Espíritu la madre, también se llenó el hijo, pues

5. Para los exegetas, el episodio de la Visitación y el Magníficat vienen a ser como un complemento o
amplificación de la anunciación. En los estudios y comentarios exegéticos son realidades que no suelen
separarse, lo mismo que el nacimiento de Juan y el Benedictus. Cfr. C. ESCUDERO, Devolver el evangelio
a los pobres, Sígueme, Salamanca, 1978, 173-239. “Lc 1, 39-45 es literaria y temáticamente un complemento
de la anunciación. Tiene un carácter eminentemente cristológico y mariológico. María comunica a Isabel su
misterio. Este anuncio hace palpable la presencia del Mesías, desencadenando una serie de acontecimientos
que indican la llegada del tiempo mesiánico: la criatura, con un salto gozoso en el seno de Isabel, proclama,
a la vez, su condición de precursor y la alegría mesiánica. Isabel, llena del Espíritu Santo, reconoce s Jesús
como la bendición mesiánica” (Idem, 180).
6. “Los primeros meses de su presencia –el nuevo ser humano– en el seno materno crean un vínculo
particular… aunque se trate de un proceso que va de la madre hacia el hijo, no debe olvidarse la influencia
especifica que el que está para nacer sobre la madre. En esta influencia recíproca…” (JUAN PABLO II,
Carta a las Familias, n. 6, 1994). Para entender de un modo mas científico esta unidad indisoluble madre-
hijo antes del nacimiento y su importancia en la vida de cada niño; Cfr. VERNY y P. WEINTRAUB, El
vínculo afectivo con el niño que va a nacer. Urano, Barcelona, 1994, 22-27. También, L. NILSSON, Nacer,
la gran aventura, Salvat, Barcelona, 1990, 115.
98

madre e hijo son ahora una sola carne, forman una unidad inseparable6. Juan se llena de
Espíritu Santo desde el seno materno, cumpliéndose en él aquella realidad que expresa el
salmista: “Desde el vientre de mi madre eres tú mi Dios” (Sal 22, 11). Es precisamente ahí,
donde se van formando los huesos, las vísceras, los tendones, las venas, la piel, todos los
órganos del cuerpo; es ahí, y al mismo tiempo, donde se va formando también la sensibilidad
espiritual, la experiencia de un Dios que sobrepasa la finitud del hombre y que acontece antes,
durante y después de los limites propios de la vida humana. En el seno de la madre se va
formando un cuerpo espiritualizado y un espíritu corporeizado, porque la persona es un todo
unitario y no fragmentado. En el periodo de gestación se va fraguando la personalidad,
humana y religiosa de este niño y de todo gestante (cfr. Sal 71, 6).

Cuando el evangelista dice que Juan saltó (Lc 1, 41. 44) no se refiere a un simple
movimiento natural y circunstancial del feto durante el sexto mes de vida; un dato tan natural
e insignificante no tendría por qué haber sido consignado si no hubiera detrás una
intencionalidad de transmisión de algo más profundo: fue un salto de alegría, un “salto de
gozo” dirá Isabel (cfr. v, 44); el gozo y la alegría del niño propiamente, no de Isabel (aunque
por esa unidad inseparable de la que hemos hablado, la madre queda afectada, y así lo
manifiesta)7.

Si tiene alegría es porque tiene conciencia, porque tiene alma8. El bebé tiene espíritu y
sensibilidad espiritual. Desde su gestación es totalmente sensible a las experiencias maternas
de cualquier orden: físico, psíquico, emotivo, afectivo, espiritual, etc. La madre puede ir

7. “El saludo con que María anuncia la presencia del Mesías provoca este gesto espontáneo de Juan
Bautista en el seno materno, única manera de poder manifestar que reconocía a aquel de quien iba a ser
precursor. La alegría es, sin duda, el gozo de los tiempos mesiánicos, como en Lc 1, 28”. (C. ESCUDERO,
Devolver el evangelio a los pobres, Sígueme, Salamanca, 1978, 178-179). Los textos litúrgicos de la
festividad de la natividad de Juan Bautista (24 junio), lo expresan claramente: “Niño que, antes de nacer,
reconoce a su Señor y da saltos de placer, bien puede llegar ser su profeta y precursor” (Himno de Laudes,
24 junio).
8 .Citado por M. DESCALZO, Vida y misterio de Jesús de Nazaret 1, Sígueme, Salamanca, 1989, 93-
tendríamos que diferenciar entre tener conciencia y ser consciente. El latín emplea la misma palabra –
conscientia– para un concepto que puede desdoblarse en dos significados complementarios. F. CRICK,
premio Nobel de Medicina, toca tangencialmente el tema en su libro: La búsqueda científica del alma, Debate,
Madrid, 1994, 17-29.
9. Cfr. R-M de CASABLANCA, El niño capaz de Dios, Ediciones Mensajeros, Bilbao, 1996, 141-145.
99

transmitiendo la fe a su hijo si con éste en el seno vive y experimenta dicha fe9. Así como
hoy en día hay muchos psicólogos que afirman que las experiencias de la madre –positiva y
negativas, físicas, psíquicas y espirituales– son captadas por el feto durante el periodo de
gestación, también la revelación, mucho antes que las ciencias humanas, nos trasmitió esta
certeza.

Isabel, la madre, tiene una experiencia vita; una experiencia en su cuerpo (a través de los
sentidos: oye, ve, toca, a María) y en su espíritu (confiesa su fe y pronuncia un anuncio
profético: lo que te ha dicho el Señor se cumplirá (v. 45)); experiencia de la que participa el
que es carne de su carne y sangre de su sangre. Estamos ante una experiencia de reciprocidad:
Isabel se llena del Espíritu Santo y, con ella, su hijo Juan. Isabel escucha el saludo de María
y Juan salta de gozo ante la presencia del Arca de su Señor. Juan brinca de alegría y su madre
prorrumpe en una bendición (cfr. vv. 42. 45). Juan salta y su madre proclama dichosa a su
prima; en el fondo, el salto del hijo no era sino la certificación y la confirmación de cuanto
la madre estaba viviendo, sintiendo, creyendo.

Al escuchar las dos mujeres el saludo, al abrazarse, el nonato Juan despertó, se llenó de
vida, empezó su misión, aquello para lo que estaba formándose en lo oculto (cfr. Sal 139, 13-
16). Y así, un gestante, un bebé, un niño, incluso antes de nacer, ya realiza una asombrosa
acción apostólica; anunciar a Dios y reconocer su presencia, brincando en el vientre materno.
Y es que la sabiduría divina, la sabiduría que capacita para discernir la presencia del Señor,
se va recibiendo desde la concepción según atestigua la Escritura: “fue creada en el seno
materno juntamente con los fieles” (Eclo 1, 14).

¿Acaso no será Juan figura de todos los niños que en el periodo de gestación son una
presencia, una promesa de Dios y no una amenaza ni una carga como hoy entienden
muchos?10 ¿Acaso no será Isabel figura emblemática de toda madre que sabe que su bebé,

10. Una carta escrita –hace ya algunos años– por un hombre creyente, un cristiano de Valencia (José María
Bueno) puede iluminar la respuesta; el título de la misma es tan curioso como su contenido: “Queridos Reyes
Magos: traednos niños”. Transcribo seguidamente un fragmento: “La situación actual de la sociedad española
no deja de ser desconcertante por la rapidez de su evolución en los últimos años. Estoy seguro de que hemos
batido todos los records europeos, mundiales y cósmicos en cuanto a la presencia de niños pequeños en
nuestras calles, plazas, jardines… nuestras propias casas. No es que seamos sólo el país con menos
nacimientos de toda Europa, que lo somos, sino que además las perspectivas van a peor, es decir, vamos a
afianzarnos sobradamente en este puesto, gracias a la falta de reacción política y social que ignora las
catastróficas consecuencias de esta situación. ¿Qué ha pasado? ¿Quién no ha mentalizado de que estos niños
100

por pequeño que sea, tiene vida y tiene espíritu, tiene la huella del Creador porque Él mismo
lo está formando y entretejiendo en lo oculto con delicadeza y sumo cuidado? ¿Acaso no
podrá decir Juan –cuando crezca– lo que dice el salmista: “En ti, Señor; tengo mi apoyo desde
el seno, tú mi porción desde las entrañas de mi madre; ¡en ti sin cesar mi alabanza!” (Sal
71,6)? ¿Acaso no hay muchas madres que saben que el hijo de su seno es una Palabra de
Dios y viene a este mundo con misión? La Biblia nos muestra repetidas veces que Dios no
hace nada inútil, y que cada ser humano que él modela y forma, cada ser humano que nace,
nace con misión porque Dios pensó con él antes de la creación del mundo (cfr. Ef 1, 4).

Con Juan en el vientre de Isabel podemos decir que cada niño es un misterio de Dios, es
decir, un sacramento de su presencia, porque Dios es vida, y su ser más constitutivo es
generador de vida11.

Volvemos ahora –para concluir– al sacerdote Zacarías del que hemos hablado un poco al
principio. Y lo hacemos para descubrir la misión del niño Juan. Cuando el ángel revela a
Zacarías lo que Dios quiere hacer con ellos, anuncia la misión de Juan será la de “reconciliar
a los padres con los hijos” (Lc 1, 17). El ángel ha citado el pasaje del profeta Malaquías en
el que se describe la acción del profeta Elías, enviado por Dios “para reconciliar el corazón
de los padres con los hijos”, pero ha omitido el anuncio de la conversión del “corazón de los
hijos hacia los padres” (Mal 3, 24). El sacerdote Zacarías debe esforzarse en comprender
que ha comenzado una época nueva, en la que los hijos no serán ya obligados a aceptar las
tradiciones de los padres sino que serán los padres quienes deberán cambiar su mentalidad

son nefastos, que son una carga insufrible? ¿Son acaso el candor de la inocencia de los niños los que asquean
la convivencia ciudadana? No y mil veces no. Los padres cristianos se gozan en sus hijos cristianos. ¿Quién
nos convencerá de la bendición que trae aparejada su presencia, quién mejor que tus hijos van a consolarte en
tu vejez, quién va a abrir la puerta de su casa para ti, quién mejor que los hijos de tus hijos van a acariciar tus
mejillas o sentarse en tus rodillas gastadas llenos de ternura?” Cfr. Las Provincias, (diario regional de la
Comunidad valenciana), en Cartas al Director, p.37 del jueves 2 de enero de 1997.
11. La carta de la nota anterior continúa diciendo: “¡Pobre sociedad! Vendrá sobre ti una gran tribulación y
tristeza, tus viejos morirán desconsolados en residencias costosas… pero sin calor, tus brazos serán otros
brazos, te has dejado engañar por el dinero y el ritmo de una sociedad pseudomoderna que no discierne la
verdad, que sólo escucha la voz de la necesidad inmediata y de la diversión egoísta, pero que no ha creído la
Palabra de la Verdad: “Tus hijos serán como flechas en manos de un guerrero”. ”Dejad que los niños se
acerquen a Mi…” “Quien acoge a uno de éstos, a Mí me acoge…” “De los que son como éstos es el Reino de
los Cielos”. España va a morir porque no tiene descendencia: ya lo decía recientemente un político
nacionalista refiriéndose a las madres del pueblo que él representaba: “Por favor, tened hijos, está en juego
nuestra supervivencia”. Pero a mí me interesa más las cosas del Reino, porque los niños, los pequeños, los
últimos de la sociedad, son el espejo de Dios, donde Él se mira, se sonríe… y se mete en nuestra casa”. Idem.
101

para acoger la novedad traída por los hijos, como el vino nuevo que no puede contenerse en
los odres viejos sin riesgo de echarse a perder.

Y en este cambio singular y “desconcertante” para las tradiciones de la época ocurre


cuando hay que poner el nombre al pequeño recién nacido. Debía hacerlo el padre, era la
tradición inalterable. Y, además, el nombre elegido debía tener ascendencia paterna… Nada
de esto ocurre. Todo un sacerdote, fidelísimo a las tradiciones y a los ritos, lo vamos ahora
dispuesto a “obedecer” a la voluntad de su esposa que “impone” un nombre sin tradición
familiar y saltándose el ritual religioso establecido (cfr. L 1, 59-63). Con razón, los vecinos
y lugareños, debatidos entre la admiración y el temor, se preguntaban asustados: “¿Qué será
este niño?” (cfr. Lc 1, 65-66)12.

12. Cfr. A. MAGGI, Galería de personajes del Evangelio II, Ediciones El Almendro, Córdoba, 2003, 27-
34.
102

3. NIÑO DIOS

JESUS EL NIÑO DE DIOS


“Y la Palabra se hizo carne,
y puso su morada entre nosotros” Jn 1, 14

Jesús de Nazaret es la palabra más clara de todo lo dicho hasta ahora: es el ejemplo vivo
en quien todas las profecías y todos los salmos alcanzaron su cumplimiento; es el Niño que
lleva a su plenitud la experiencia de Dios. El misterio y el camino de lo aparentemente
paradójico, así como el colmo de la gratuidad, de la delicadeza y del amor, lo encontramos
en el Dios Omnipotente, el Inefable, el Inaccesible, que llora, tiene hambre y padece frío en
un rincón semidesértico de la tierra de promisión: con el nacimiento de Jesús, nos acercamos
al misterio de un Niño que es Dios de un Dios que se ha hecho Niño13.

13. El entonces Cardenal Joseph Ratzinger, hace un interesante comentario al respecto en los tres primeros
epígrafes del capítulo II de su libro El camino pascual; hablando del significado teológico de la infancia de
Jesús, afirma: “En virtud de la Encarnación, Jesús se ha hecho niño. “Hacerse hombre” y también aparecer
en figura de hombre quiere decir: aceptar el camino escondido que comienza en la humildad de la concepción
en el seno materno, el camino que se inicia en la infancia. Ser hombre implica hacerse niño”. Cardenal
JOSEPH RATZINGER, El camino pascual, BAC, Madrid, 1990, 81.
103

3.1 Introducción

A. Sobre la Encarnación

El misterio de la Encarnación es básico y fundamental para la fe del creyente. Dios, en


Jesús, se hizo verdaderamente hombre, por amor al mismo hombre. La encarnación de Dios,
no es principalmente una consecuencia del amor de Dios, ni un gesto. Es algo constitutivo de
ese mismo amor, y también del mismo Dios14. Tanto amó Dios al mundo que nos envió a si
propio Hijo (cfr. Jn 3, 16). Si Jesús viene a habitar entre los hombre es para instaurar su
Reino entre éstos, para enseñarles cómo se puede vivir el cielo en la tierra, cómo se puede
amor al Padre viviendo a diario su amor y dándolo a los demás, participando así del amor
trinitario15. Sam Ireneo de Lyon lo expresa así: “El Verbo de Dios, que habitó entre los
hombre, se hizo Hijo de hombre para acostumbrar al hombre a recibir a Dios y para
acostumbrar a Dios a morar entre los hombre”. El autor quiere indicar que Dios se hace
humano para que el hombre se haga divino. También San Atanasio dice que “Dios se hizo
hombre, para que el hombre, en Él y por medio de Él, llegara a ser Dios”16. Dios se encarna
a fin de habituarse al hombre y que el hombre se habitúe a Dios. en el hombre-Jesús, Dios
aprende a cohabitar con el hombre, y el hombre a coexistir con Dios. “¡Qué intercambio! El
Creador del género humano, tomando un cuerpo y un alma, se ha dignado nacer de la Virgen
y, hecho hombre sin intervención del hombre, no ha hecho partícipes de su divinidad”
(Antífona de la liturgia latina)17.

El Verbo de Dios se hizo hombre (cfr. Jn 1)18, y comenzó su vida terrena como un niño,
un pequeño, un pobre, débil y desvalido… un bebé19. Dios, en Jesús, fue hombre

14. Cfr. J. MARTORELL, Jesús Mesías, 1, La palabra encadenada, Valencia, 1988, 45.
15. Cfr. S. ARZUBIALDE, Theología Spiritualis, T. I., UPCO, Madrid, 1989, 219-226.243-254.
16. SAN ATANASIO, De incarnatione Verbi, 54: PG 25, 191 – 192; citado por JUAN PABLO II. Carta a
las familias; EDICEP, Valencia, 1994, 77. “Siendo en Cristo la naturaleza humana asumida, no absorbida,
por el mismo hecho –nos recuerda el Concilio– también en nosotros ha sido elevada a una sublime dignidad.
Pues él, Hijo de Dios, en su Encarnación se ha unido de alguna manera con cada hombre” (GS 22).
17. El Hijo de Dios se ha hecho Hijo del Hombre, para que el hijo del hombre puede hacerse hijo de Dios;
en esta afirmación se encuentra subyacente toda la teología joánica respecto de la filiación divina, que aparece
en la 1 Juan. Cfr. SAN LEÓN MAGNO, Sermón 6 para Navidad. Liturgia de las Horas.
18. “La expresión de la Encarnación de Dios en Jesús que hallamos en San Juan constituye el corazón de
nuestra confesión cristológica, la interpretación real y divina del descendimiento del Hijo. Esta expresión es,
en consecuencia, punto de partida y referencia de toda reflexión teológica que se relaciona con la cristología”.
Cardenal JOSEPH RATZINGER, o.c., 80.
19. en una especie de carta de Dios a la humanidad, MARTÍN DESCALZO lo expresa así: “Ya lo veis,
cuando yo me hice hombre empecé por hacerme lo mejor de los hombres: un niño como todos. Podía,
104

verdaderamente; no se disfrazó de hombre. Se vació a sí mismo, se humilló y asumió la


condición de pobre, de siervo, de niño, (cfr. Flp 2, 6-8). Todo hombre tiene que pasar por la
infancia; y en ella todo hombre adquiere una primera experiencia de pobreza natura. Dios, al
hacerse hombre, también asume esta pobreza.

B. Importancia del contexto

El Verbo de su Encarnación asume todas las realidades humanas20: la infancia, la


dependencia, la ignorancia, la debilidad… asume la necesidad de un proceso de crecimiento
(cfr. Lc 2, 40. 52). Jesús, en su infancia, crece en un determinado entorno familiar, social,
religioso, político y cultural (contexto vital – “sitz-im-leben”); se encarnó en el seno de una
muchacha hebrea; vivió en una familia judía y creció entre su gente. Jesús fue hijo de su
época y todas estas realidades influyeron en su formación como hombre. Es desde los límites
históricos y geográficos, límites espacio-temporales, desde donde debemos acercarnos a la
infancia de este Niño-Dios21, sin obviar que esta humanidad ha recibido una misión que
revela un ser cuya fuente primera es el Espíritu Santo.

El Hijo de Dios alcanzará a todo hombre, no superando estos límites, sino entrando en
ellos. Su realidad judía, su realidad infantil, su realidad familiar, constituyen su realidad
individual, histórica, teológica y espiritual. Su realidad humana, lejos de ser un obstáculo

naturalmente, haberme encarnado siendo ya un adulto, no haber perdido el tiempo siendo sólo un chiquillo,
entrar en el mundo como un hombre de veras: firmando cheques y dictando órdenes. Pero quise empezar
siendo un bebé. ¿Podría yo acaso perderme lo único bueno que queda en este mundo: la infancia de los niños?”
J. L. MARTÍN DESCALZO, Días grande de Jesús, Edibesa, Madrid, 1996, 30.
20. Cristo es “semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado” (Hb 4, 15-16). “Menos en el pecado”,
porque el pecado no es lo propio del hombre; el pecado no es humano sino satánico. Dios creó al hombre sin
pecado; el pecado es posterior a la creación original de Dios; antes que el pecado original está la bondad
original (cfr. Gn 1-3). En el pecado original del hombre está la libre decisión del ser humano para pretender
vivir con autonomía moral, diciendo por sí mismo, sin contar con Dios, lo que está bien y lo que está mal; es
pretender ser como Dios pero sin Dios. El pecado des-humaniza, rebaja y degrada al hombre y le impide ser
realmente hombre, realmente humano (cfr. GS 13). Por eso, porque el pecado rebaja al hombre, decir que
Jesús es semejante a nosotros excepto en el pecado, no es decir que no fue eternamente hombre, o que fue un
“superhombre”, sino que más bien es decir que sólo él realizó en plenitud y verdad la auténtica realidad
humana, la verdadera estatura del hombre: vivir en comunión con Dios.
21. Pero no podremos hacerlo excluyendo a otros parámetros propios de su doble naturaleza, humana y
divina; es decir, que la humanidad de Jesús no podrá ser comprendida partiendo de ella sola o de su entorno
social y cultural exclusivamente; esta humanidad tiene su origen en Dios mismo; Cristo es verdadero hombre
y verdadero Dios. Cfr. CH. DUQUOC, Cristología, Sígueme, Salamanca, 1974, 42.
105

para la compresión de su divinidad o un escándalo para la fe, es una mediación. La humanidad


de Cristo es sacramento para que el hombre pueda vivir el encuentro con Dios22.

C. Fuente de información

¿A qué fuentes comunes podemos acudir para conocer una infancia? Primera será el
contexto vital en el que se desenvolvió y creció, ya que las primeras influencias son de
trascendental importancia para la formación y el desarrollo de la personalidad. La segunda
fuente de información la constituirá propiamente su vida adulta, pues es verdad que por sus
frutos los conoceréis, es decir, que todo adulto puede explicarse en su infancia y
adolescencia. ¿De qué fuentes disponemos para conocer la infancia de Jesús, propiamente?:
una fuente histórica, una fuente bíblica, y una fuente teológica.

1. La fuente Histórica: el conocimiento de la vida cotidiana de su época. Aceptamos


el silencio de los evangelistas acerca de esta etapa de la vida de Jesús23; pero este silencio no
legitima el nuestro; nosotros podemos –y debemos– especular sobre cómo debió ser la
infancia de Jesús, acudiendo a la documentación existente para conocer cómo vivía un niño
galileo de su tiempo; describir la vida oculta de Jesús sería describir su ambiente, sus
relaciones: la raza, la aldea, la mentalidad de su época, la religión, las aspiraciones de sus
compatriotas, sus esperanzas, sus limitaciones, la realidad histórica en la que creció.
2. La fuente Bíblica: especialmente lo referido en los evangelios. En los evangelios,
Jesús no habla nunca de su propia infancia ni de la experiencia personal de esos años; pero
lo que sí hace es hablar de muchas cosas a partir de la experiencia familiar, religiosa, cultural
y personal que tuvo desde pequeño. Observando los años de su vida pública, fácilmente
podríamos retrotraernos a sus raíces más puras y excavar, con cierta aproximación, la tierra
de su infancia, una tierra en la que todo se fue fraguando con una normalidad tan absoluta
como desconcertante. Sería el estudio minucioso de las actitudes, palabras, hechos y

22. Cfr. E. SCHILLEBEECKX, Cristo Sacramento del encuentro con Dios¸ San Sebastián, 1965, 22.
23. El silencio de los Evangelios acerca de esta etapa de la vida de Jesús se explica precisamente por haber
sido una vida cotidiana sin nada especial ni extraordinario, una vida llena de normalidad como la de tantos
otros niños, donde lo verdaderamente llamativo es esta misma ordinariez (vulgaridad en el sentido más
positivo del termino). Como dice Chistian Duquoc en su cristología: “Se comprende que los evangelios,
testigos de la predicación, no describan los años de la vida oscura de Jesús. Es la vida de un hombre de
Nazaret, un hombre común y ordinario, sin nada especial. Este hombre no pesa en el destino de aldea ni de su
país. No es un héroe ni un santo. Su condición es vulgar y no vale la pena que nos detengamos en ella, a no
ser para subrayar su cotidianidad”. Cfr. CH. DUQUOC, o.c., 44-45.
106

expresiones del Jesús adulto, lo que arrojaría cierta luz sobre su infancia, adolescencia y
juventud, pues todo fruto obedece a una siembra previa.
3. La fuente Teológica: partiendo de las fuentes de la revelación. La fuente teológica
tiene su principal origen en la revelación bíblica; pero a ella debe añadirse todo cuanto el
Espíritu Santo ha sido revelado progresivamente en la Iglesia a lo largo de los siglos, y nos
ha llegado por la Tradición y ha sido sabiamente encauzado en el Magisterio; recordemos
cómo el mismo Jesús aseguró que aunque todavía tenía muchas cosas que decir a sus
discípulos, ahora no podían con todo, y prometió que tras su glorificación les enviaría su
Espíritu que les llevaría hasta la verdad completa (cfr. Jn 16, 12-13). La verdad teológica de
la que es necesario partir –como dato revelado– a la hora de estudiar la infancia de Jesús, es
precisamente la naturaleza de sí mismo, la naturaleza de este niño radicalmente hombre,
radicalmente trascendente24. No podemos obviar la unión hipostática en la persona de Jesús,
sin traicionar la verdad25.

24. Existen otras fuentes, aunque no puedan catalogarse propiamente como revelación; se trata de los
escritos apócrifos, interesantes y curiosos aunque muchos de ellos nada creíbles. Sus autores no supieron
comprender el misterio de una vida oculta para el Mesías; les pareció algo realmente escandaloso e
insostenible el que la infancia de Jesús, el Cristo, hubiera transcurrido como una infancia más. Por ello, llenos
de imaginación y de afanes exaltatorios terminaron más bien por denigrar a quien querían ensalzar, reduciendo
su figura poco menos que a un mago con dotes divinos y ciertos visos de tiranía. Cfr. A. de SANTOS, Los
evangelios apócrifos, BAC 148, 6ª ed., Madrid, 1987.
25. Unión hipostática es una expresión teológica que se emplea para designar la unión de las dos naturalezas,
divina y humana, en la persona de Jesús. Cristo es Dios encarnado (cfr. Jn 1, 1, 14; Col 2, 9; Jn 8, 58; 10, 30-
34; Hb 1, 8). Él es plenamente Dios y plenamente Hombre (Col 2, 9); así, tiene dos naturalezas, la divina y la
humana. No es “mitad Dios, mitad hombre”. Es verdadero Dios y verdadero Hombre. En Jesucristo está la
“unión, en una sola persona, de una plena naturaleza humana y una plena naturaleza divina”. Cfr. Catecismo
de la Iglesia católica, nn. 456-478. También, DS 301-302.
107

3.2 Principales realidades educativo-formativas que


Que influyeron en la infancia
influyeron de Jesús
en la infancia de Jesús

La vida espiritual de Jesús niño, ¿quién la podrá describir? Sólo podemos conjeturar; y lo
hacemos desde la espiritualidad de su contexto y el ambiente de fe que envolvieron sus
primeros años. Podemos decir, pues, que en la infancia de Jesús hay tres realidades que le
forman, le educan, le hacen como persona humana siendo Hijo de Dios: el entorno familiar,
el entorno social (en el que confluyen la política y la religión) y su propia realidad
sobrenatural.

Todo lo que recibe en la infancia es de vital importancia; el niño se está haciendo y su


personalidad se configura a partir de las experiencias que tiene en esa etapa tan privilegiada
para el aprendizaje como es la niñez26. Dice santo Tomás de Aquino: “La costumbre, y sobre
todo la que procede de la infancia, adquiere fuerza de naturaleza: por ello ocurre que
aquello de lo que se está imbuido desde la infancia es mantenido con total firmeza como si
fuese natural y evidente”27. Jesús de Nazaret, en su humanidad, en su infancia, no escapó a
estas leyes de naturaleza humana, que de alguna manera imprimieron carácter y
personalidad28.

26. Si admitimos que la experiencia es la madre de la ciencia, diremos que en lo que Jesús nos expresa
sobre la dignidad de los niños hay mucho aprendizaje adquirido a través de sus propias vivencias
experienciales, grabadas en su conciencia humana. Cfr. H. U. von BALTHASAR, Si no os hacéis como este
niño…, HENDER, Barcelona, 1989, 37.
27. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa. Contra gent, I, c. 11.
28. Utilizando algo de la fuente histórica, con necesarias alusiones a la fuente bíblica, podemos descubrir
algunas de las realidades más influyentes en la formación humana y religiosa del Niño Jesús. En este punto,
seguiremos básicamente a dos autores que han investigado sombre el contexto que rodeó a Jesús desde muy
pequeño; los citaremos con sus obras correspondientes: R. ARON, Los años oscuros de Jesús, Taurus,
Madrid, 1963, y Así rezaba Jesús de niño, DDB, Bilbao, 1988, J. JEREMÍAS, Jerusalén en tiempos de Jesús,
o.c.
108

A. El entorno FAMILIAR:
La Sagrada Familia, escuela de vida
Casi todo en Israel se entiende desde la familia. Israel es un pueblo eminentemente
familiar; la estructura tribal y de clan hacen de la familia el factor subyacente en todas las
relaciones interpersonales. Incluso religiosamente, el mismo Dios es concebido con
categorías de parentesco familiar. Dios es Padre que ama, conduce, enseña, corrige y educa.
Pero se comporta como una Madre29, porque tiene entrañas de misericordia, es tierno, dulce
y compasivo; su amor es verdaderamente maternal, todo lo cual hace que Israel recuerde con
frecuencia su condición de pueblo filial. Un pueblo de hijos que experimenta fuertes lazos de
fraternidad generados precisamente por su fe; todos los miembros de una familia se llama
hermanos y el término se extiende también en un sentido más amplio aplicado a todo hijo de
Israel. Del mismo modo, los profetas han descrito con frecuencia las relaciones entre el
pueblo y su Dios con simbolismos claramente esponsales. Podemos afirmar pues, que Israel
rezuma entramado familiar en todos sus asuntos y en toda su relación con Dios, que es Padre
maternal¸ que da hermanos e hijos y se relaciona con ellos con todo el amor de un esposo,
haciendo de su pueblo su amada.

Jesús niño creció con estas concepciones. Nació en este pueblo donde la familia era
prácticamente un lugar teológico. Este lugar teológico se hizo realidad concreta para Jesús
en la llamada Sagrada Familia de Nazaret, de la que él aprendió tantas cosas para su vida y
para su fe30.

La familia de Jesús: ¿una familia como las demás?

En el ámbito grecorromano de la época y en el contexto de la Palestina del tiempo de


Jesús, la institución familiar era, posiblemente, la institución más sólida, formativa,
reformativa y educativa propiamente que existía. Jesús era judío. ¿Cómo era una familia

29. Dios se parece a: una madre que da a luz (cfr. Is 42, 14b; 66, 9; Nm 1, 12); una madre que amamanta a
los suyor (cfr. Nm 11, 12; Is 49, 15); una madre cuidando a su niño pequeño (cfr. Os 11, 1.3-4; Is 66, 13); una
madre que da de comer a sus hijos (cfr. Ex 16, 11-16; Nm 11, 31-32; Dt 32, 13-14; Sal 36, 8; 81, 16; Ex 17,
1-6; Nm 20, 2-11; Ne 9, 15).
30. “Significa que incluso la forma de pensar y de observar, la hechura de su alma, la recibió Jesús de
hombres que existieron antes que él y, en último término, de su Madre”. Cardenal JOSEPH RATZINGER,
o.c., 81.
109

judía? Sabemos que la sociedad era claramente patriarcal. La casa era casa del padre (en
hebreo beth oboth); el padre es amor y señor de todo, también de las personas (mujer e hijos);
él tiene todos los derechos: decide, ordena, corrige, castiga, determina la herencia y el
casamiento de hijos e hijas, posee la bendición paterna –que le viene de lo alto– para
derramarla sobre cualquiera de sus hijos; se le considera instrumento de Dios y su paternidad
debe reflejar la paternidad divina. Tiene que ser profundamente respetado, incluso aun
cuando su conducta pueda llegar a ser reprensible. Él es a la vez el sacerdote –dirige todas
las oraciones familiares–, el maestro y el jefe indiscutido. A su lado, la esposa sólo existe en
cuanto madre y, como tal, es respetada, valorada y bendecida –de ahí que la esterilidad fuera
un horrendo oprobio–.

La madre, como mujer, vivía una situación social de considerable marginación. No


participa en la vida cívica; lo correcto era procurar pasar en público inadvertida; el hombre
debía evitar encontrarse a solas con una mujer, mirar a una casada e incluso saludarla; toda
la vida pública estaba prácticamente pensada para los hombres; la mujer –por lo menos las
pertenecientes a familias fieles a la ley– llevaban una vida más retirada31; debían llevar la
cabeza cubierta y su testimonio no era válido en los juicios. La poligamia podía darse en el
hombre, no en la mujer; y sólo el hombre podía levantar acta de divorcio. Religiosamente se
las miraba con cierto desprecio. En el culto sinagogal estaban marginadas; ni a ella ni a los
niños se les contaba como personas importantes. Había rabinos que consideraban mayor
desgracia entregar la Torá a las mujeres que a las llamas32.

Observando a Jesús adulto, durante los tres años de vida pública que no han transmitido
los evangelios, si creemos que realmente muchos de sus comportamientos y actitudes
tuvieron su aprendizaje inicial en la infancia, podremos deducir que todo cuanto hemos dicho
respecto a la imposición del padre y la infravaloración de la madre estuvo claramente
atenuado en su familia. Es más, Jesús debió aprender de su padre José no sólo a respetar a
las mujeres, sino a valorarlas en toda su dignidad, como creemos que el mismo José estaba

31. Aunque en los ambientes más aristocráticos, la vida retirada era más un privilegio que una marginación
propiamente; rodeados de servidumbre y con una economía saneada podían tener dentro de casa todo tipo de
entretenimiento y distracción. En la familia de Jesús no debió ser así, porque era una familia pobre, de campo,
y en este tipo de familias todos (hijos y madres) debían contribuir con el trabajo a las necesidades del hogar,
los vecinos y parientes.
32. Cfr. J. JEREMÍAS, o.c., 371-387.
110

siendo enseñado por el Espíritu a valorar, amar, servir y respetar profundamente a su esposa
María. De hecho, Jesús se les ve en los evangelios valorando a la mujer, acercándose a ella
(cfr. Mt 8, 14.15), dialogando incluso a solas (cfr. Jn 4, 1-42), perdonándola (cfr. Jn 8, 1-11),
curándola (cfr. Mc 5, 21-43; Mt 15, 21-28), defendiéndola (cfr. Mt 19, 1-9; Lc 13, 10-17),
poniéndola como ejemplo a imitar (cfr. Mc 12, 41-44; Lc 18, 1-), dejándose tocar (cfr. Lc 8,
43-48), besar y ungir por mujeres concretas (cfr. Lc 7, 36-50) hablándoles al corazón (cfr. Jn
11, 1-44); incluso vemos a Jesús haciéndose discípulas, capaces de ayudarles con sus bienes
(cfr. Lc 8, 1-3) y seguirle hasta la cruz (cfr. Lt 27, 55-56), donde ningún varón –excepto el
discípulo amado– pudo seguirle; y, finalmente, a ellas, Jesús mismo les confía la Buena
Noticia de la Resurrección (cfr. Mt 28, 1-10). Jesús se relaciona con las mujeres viéndolas
como personas completas ante Dios33.

Algo semejante ocurre con los niños. En Israel, nacer varón era fortuna pero sólo
comenzaba a disfrutarse con la adolescencia; mientras tanto, fácilmente eran despreciados,
minusvalorados y relegados. En cambio, cuando observamos a Jesús adulto, nuevamente
tenemos que concluir que no se debió respirar este clima discriminatorio en la casa de José.
Jesús debió vivir una gran cercanía y un diálogo frecuente con sus padres dentro de insalvable
distancia por el misterio que le envolvía; debió tener la experiencia personal de ser valorado,
apreciado y considerado, porque así lo transmite él de mayor con sus actitudes y sus
palabras34.

33. Sabemos que las mujeres que desfilan por el evangelio de san Marcos, puede servimos para comprender
las características idóneas del discipulado cristiano; más todavía: en el evangelio de san Lucas confluyen en
las mujeres los tres verbos propios de quien son discípulos auténticos de Jesús (seguir a Jesús, subir con él a
Jerusalén, servir al Señor con los propios bienes). Cfr.: SUAU, T., Mujeres en el evangelio de Marcos, Centre
de Pastoral Litúrgica, Barcelona, 1996. También: BENEDICTO XVI, Sobre el fundamento de los Apóstoles,
Madrid, EDICE, 2007, 215-219.
34. Todo cuanto el Jesús adulto piense, sienta y diga sobre la dignidad de los niños y los tesoros encerrados
en su modo de ser (cfr. Mc 10, 15; Mt 19, 14; Mt 18, 5; Mc 9, 27; Lc 17, 2) serán certezas adquiridas a través
de sus propias vivencias y experiencias, que se le quedaron grabadas en la conciencia desde pequeño.
Podemos afirmar con fundamento que la valoración de la infancia que hace Jesús siendo adulto, y que no era
común entre los adultos de su tiempo, se fraguó en su propia infancia y en el trato que sus padres le
proporcionaron. Jesús aprendió a valorar la infancia en el mismo hogar de Nazaret. Aprendió lo que recibió
de sus padres en los primeros años de vida, años de formación, años de educación en su humanidad. “La
realidad original del hombre se realiza de tal modo en la infancia que quien ha percibido la esencia de la
infancia se ha percibido a sí mismo. (…), podemos imaginar qué feliz recuerdo tuvo Jesús de sus días de
infancia, hasta qué punto la infancia fue para él una experiencia preciosa, una forma particularmente pura
de humanidad”. Cardenal JOSEPH RATZINGER, o.c., 81-82.
111

María y José debían saberse depositario de un don inmenso: el niño que tenían que cuidar,
alimentar, transmitir la fe de su pueblo, era más Hijo de Dios que de ellos. Así, podríamos
decir que Jesús, por su experiencia en la niñez, porque sus padres se relacionaron con él como
el Hijo de Dios, aprendió en su propia carne no sólo a valorar a cada niño como un hijo de
Dios, (acogiéndolos, bendiciéndolos, abrazándolos, defendiéndolos, reconociendo en ellos
su dignidad), sino que incluso mandó a los adultos que se hicieran como ellos, como
condición necesaria para entrar en el Reino (cfr. Mt 18, 1-4); es más, él mismo llegó a
identificarse con ellos (cfr. Mt 18, 5).

En los hogares judíos, la madre instruía a sus hijos en los rudimentos de la buena conducta
en la relación con los demás, con Dios y consigo mismo. El padre, les iniciaba en muchas
realidades de la fe; la iniciación religiosa era labor conjunta entre el padre y la madre, pues
la fe en Israel se vivía en familia; pero el padre tenía un papel preponderante al respecto que
la madre siempre secundaba. Mientras la madre introducía a las hijas en los futuros deberes
como madres y esposas, el cabeza de familia se hacía cargo de los hijos, iniciándoles en los
temas religiosos (cfr. Dt 4, 9; 6, 7. 20-25; 11, 19; 32, 7.46; Sal 78, 1-8); en lo referente al
trabajo35, enseñaba a los varones un oficio honrado y útil con el que ganarse el pan (cfr. Mt
13, 55 y par.)36.

En el hogar de Nazaret –podemos conjeturar con fundamento– se debía respirar un


profundo clima de observancia religiosa. Allí Jesús escucharía admirado las historias de la
Biblia, que narraban la fe de sus padres y de todo su pueblo, la obra que Dios había realizado
con sus antepasados37; crecería en el respeto y amor a la Ley mosaica, aprendería las
costumbres y tradiciones judías38; desde pequeño esperaría con expectación el día en que
pudiera peregrinar a Jerusalén con su gente, a celebrar la Pascua. Seguramente, en torno a la
mesa familiar, debió aprender Jesús la importancia de la hospitalidad, la acogida que había

35. “… al enseñarle el duro trabajo de carpintero, José permitió a Jesús insertarse en el mundo del trabajo
y en la vida social”. JUAN PABLO II, María, educadora del Hijo de Dios, (audiencia general del miércoles
4 de diciembre), en ECCLESIA, n. 2.820, 21 de diciembre 1996, 27.
36. Cfr. JUAN PABLO II, Redemptoris Custos, n. 22, Paulinas, Madrid 1989.
37. Sabemos que el modo como tenían los judíos de transmitir la fe a sus hijos, era confesándola; y esta
confesión se hacía también contando, de generación en generación, la historia sagrada de las Escrituras
Santas.
38. Aprendería el significado de costumbres como la de llevar filacterias (cfr. Mt 23, 5; Dt 6, 4-9; 11, 18-
21; Ex 13, 16) y flecos (cfr. Nm 15, 37-40; Mt 9, 20).
112

de ofrecerse, como un deber sagrado, a todos, en especial a los hambrientos, viudas,


huérfanos, peregrinos y forasteros, y además con gozo, sin acepción de personas (cfr. Gn 18,
1-8; 19, 1-3; 24, 15-33; 43, 24-34; Lv 19,34; Is 58, 7; Jb 31,32)39. El pequeño Jesús, como lo
hicieran el resto de niños judíos, debió rezar el Shemá diariamente con sus padres (cfr. Dt 6,
4; Mc 12, 29-30), por la mañana y por la tarde40, aprendiendo los cantos de alabanza a Dios
(zimrot) que se cantaban en torno a la mesa familiar. Cada sábado –día consagrado a la
meditación de las Escrituras– después del mediodía, el padre relataba a su mujer e hijos un
midrash concreto41; hacía una especia de catequesis o exégesis –mejor exégesis catequética–
de ciertos episodios de la Historia Sagrada, consiguiendo así que el espíritu de cada niño
fuera despertando paralelamente a los conocimientos humanos y a la realidad de Dios42.

Imaginarse, por todo lo dicho, el Nazaret que vivió Jesús en su infancia, adolescencia y
juventud como una escuela teológica, es una realidad, no una locura fantasiosa. Y pensar que
en un hogar piadoso como el de Jesús, se vive un clima profundamente religioso y sacral, no
es ninguna exageración, teniendo presente, además que dicha familia se sabe descendiente
de David y por lo tanto con una especial vocación de servir al Señor con todas sus fuerzas,

39. Cfr. B. GRENIER, Jesús, el Maestro, San Pablo, Madrid, 1996, 23-29.
40. Jesús nació en un pueblo que sabía rezar, y que lo hacía diariamente con una frecuencia sorprendente.
La oración, tenía un lugar indiscutible en la Palestina donde creció este pequeño. El pueblo judío formaba a
los hombres en la oración desde sus primeros años de vida. El pasaje al que aludimos –Dt 6, 4-7– es la oración
de la mañana y de la noche, la que recita en familia, en soledad, en las reuniones, acostado y levantado,
cuando se está en casa y cuando se va de viaje; es una oración confesante del Credo judío; Israel ha hecho e
ella el corazón de la transmisión de la fe de padres a hijos. Cfr. J. JEREMÍAS, Abba, Sígueme, Salamanca,
1981, 75-81.
41. El midrash no es un género literario sin más; es un talante¸ un estilo de acercamiento, lectura e
interpretación del pueblo judío respecto a su propia historia comprendida en clave de salvación. La revelación
de Dios a Israel es de carácter histórico fundamentalmente. A través de su potencia en los momentos claves
de su consolidación y expansión. Israel pasa la fe de padres a hijos, y lo hace transmitiendo su experiencia
histórico-religiosa de generación en generación; toda su historia secular es, de alguna manera, historia sacra,
porque en ella ve la intervención constante de Dios. Así, el midrash podría identificarse con la reflexión
secular e innata del pueblo hebreo definitiva, podríamos decir que el midrash es una especia de método –
mejor estilo– exegético y hermenéutico a la vez, una investigación e interpretación de los textos sagrados, una
actitud –innata en el pueblo hebreo– de reflexión sobre la Palabra de Dios o sobre los acontecimientos del
pasado con vistas a deducir enseñanzas para el momento presente. Cfr. S. MUÑOZ IGLESIAS, Midrash y
evangelio de la infancia; citado por C. ESCUDERO FREIRE, o.c., 20-22
42. María y José introdujeron juntos a Jesús en los ritos y prescripciones de Moisés, en la oración de la
alianza mediante el uso de los salmos y en la historia del pueblo de Israel, centrada en el éxodo de Egipto. De
ella y de José aprendió Jesús a frecuentar la sinagoga y a realizar la peregrinación anual a Jerusalén con
ocasión de la Pascua. Cfr. JUAN PABLO II, María educadora del Hijo de Dios, (audiencia general del
miércoles 4 de diciembre), en ECCLESIA, n. 2.820, 21 de diciembre de 1996, 27.
113

con toda su mente y con todo su corazón, como bien reza el credo judío (Shemá, cfr. Dt 6, 4-
9)43.

De todo lo dicho podemos concluir que la influencia del hogar familia fue fundamental,
en el sentido más literal del término: allí se pusieron los fundamentos humanos de la
personalidad de Jesús. Sus padres fueron sus primeros maestros (cfr. Pr 1, 8; 6, 20; 31, 1);
entre ellos crecía en todas sus potencialidades (cfr. Lc 2, 52). Hasta la misma capacidad de
vida interior fue susceptible de ser educada, en la humanidad de Jesús, por sus padres44. El
hogar de Nazaret fue verdadera escuela, donde vivió aprendiendo y aprendió viviendo45.

B. El entorno Social:
Una sociedad religiosa, también escuela para Jesús

1. Tensión política

Que la sociedad en la que vivió Jesús fuera eminentemente una sociedad religiosa, no
implica necesariamente que fuera también una sociedad pacificada y beatífica. Nazaret, en
los tiempos de Jesús niño, no es precisamente una tierra de paz, armonía y libertad. Es un
pueblo que sufre bajo la opresión de Roma; un pueblo lleno de miedo y privado de su libertad,
que alberga en su corazón sentimientos de odio y venganza, con un rencor creciente y
acumulado por varias generaciones. Un pueblo así sabe que en cualquier momento puede
desencadenarse una revuelta popular u otra matanza por parte del opresor. Pese a los fuertes

43. “El nombre de Nazaret ha llegado hasta nosotros desfigurado por el grupo de nazarenos y por su versión
edulcorada de la vida de Jesús, como si se tratara de un idilio pequeño-burgués; hoy rechazamos esta visión
que tiende a minimizar el misterio. El punto de partida del culto a la Sagrada Familia, que en la mayoría de
los casos adolece de aquella falta interpretación, es otro, ciertamente… En la “Galilea de los paganos” creció
Jesús como judío, aprendió la Escritura fuera de la escuela, en la casa en la que la palabra de Dios había
hecho su morada. Las escasas noticias que transmite Lucas nos bastan para darnos una idea del espíritu que
caracterizaba aquella comunidad familiar, en la que se hacía realidad el verdadero Israel. Pero
especialmente reconocemos la fructuosa lección que se desprendió de aquel vivir juntos en Nazaret viendo
cómo Jesús lee las Escrituras y las conoce con la seguridad de un maestro, cómo domina las tradiciones de
los rabinos”. Cardenal JOSEPH RATZINGER, o.c., 85-86.
44. No se exagera si se piensa que, precisamente de su “padre” José, Jesús aprendió, en el plano humano,
la fuerte interioridad que es presupuesto de la auténtica justicia, la “justicia superior”, que él un día enseñará
a sus discípulos (cfr. Mt 5, 20). BENEDICTO XVI, Ángelus. Domingo 18 de diciembre de 2005.
45. Dotoiesvski escribió en Los muchachos, lo siguiente: “Nada existe más elevado, más fuerte, más sano,
y más útil para el porvenir, en la vida, que el buen recuerdo de la infancia y la casa paterna. Un bello
recuerdo, un santo recuerdo conservado en la infancia, representa, posiblemente, la mejor educación”. Esta
realidad la vivió Jesús plenamente.
114

lazos de la fe y la tradición, la división interna del pueblo es creciente y sin remedio; no sólo
hay diferentes posturas respecto del tirano, sino también respecto de la esperanza mesiánica;
ahora ya, ni siquiera la espera del Mesías les une, porque cada grupo religioso lo espera de
manera distinta46.

2. Ambiente religioso

El pueblo podía estar dividido, pero el ambiente estaba impregnado de un fuerte


sentimiento religioso. El Hijo de María –como hijo de su tiempo– estuvo sumergido desde
su nacimiento en una espiritualidad absolutamente sacralizada. En su Palestina natal, lo
profano y lo religioso se interrelacionan de manera sorprendente47. El judío no distingue vida,
de oración; aunque haya tiempos marcados para el trabajo y tiempos para la oración, nunca
se llega a separar la vida ordinaria de la oración, ni la oración de la vida, por lo menos con
las concepciones dicotómicas a las que estamos acostumbrados los occidentales. El judío no
necesita demostrar la existencia de Dios, porque con su vida lo confiesa existente. La vida es
oración y la oración es vida48.

46. Los fariseos, que ponían su confianza mesiánica en el cumplimiento de la Ley, intentaban vivir
siguiendo con suma precisión las prescripciones de la Torá y evitar la adaptación a la cultura helenístico-romana
uniformadora que se estaba imponiendo por sí misma en los territorios del imperio romano y amenazaba con
someter a Israel al estilo de vida de los pueblos paganos del resto del mundo. Los zelotes, basaban su esperanza
mesiánica en la fuerza de la violencia, y se mostraban siempre dispuestos a utilizar el terror y la violencia para
restablecer la libertad de Israel. Los saduceos, que en su mayoría pertenecían a la aristocracia y a la clase
sacerdotal, tenían su esperanza mesiánica puesta en el saber; intentaban vivir un judaísmo ilustrado, acorde con
el estándar cifraban su espera del Mesías en las purificaciones múltiples, en la ascesis y en una vida de oración,
ritos y pureza… Era un grupo que se había alejado del templo herodiano y de su culto, fundando en el desierto
de Judea comunidades monásticas, pero también con una convivencia de familias basada en la religión y en un
rico patrimonio de escritos y de rituales propios, en particular con abluciones litúrgicas y rezos en común. Cfr.
JOSEPH RATZINGER, BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret, La esfera de los libros, Madrid, 2007, 35-36.
47. La persona –según la antropología judía– no se entiende como un ser con departamentos estancos, sino
más bien como un todo integrado, en el que su corazón, su mente, su inteligencia, su espíritu, su cuerpo, todo
su ser, está profundamente interrelacionado sin posibilidad de seccionar independizando.
48. “… el universo en el mundo judío es sagrado y lo es sobre todo la tierra, entregada al hombre por Dios,
su Creador, el cual es su único y verdadero poseedor. Y, además, porque el hombre mismo, por el hecho de
su nacimiento y por el hecho de pertenecer a una familia, también está consagrado a Dios. Por lo tanto, la
oración es uno de los fundamentos, una de las constantes de la vida judía de entonces. La oración tiene esta
perspectiva: acoge a todos los seres humanos ya en la hora del nacimiento y los acompaña a todo a lo largo
de su vida hasta el momento de su muerte. Todos los instantes de la existencia del hombre, todas las acciones
llevadas a cabo por él, todo está bañado, y también para Jesús como para cada uno de los judíos de hace dos
milenios, por efluvios sagrados que, aunque invisibles e inmateriales, actúan sobre su destino y determinan
su existencia”. (R. ARON, Así rezaba Jesús de niño, Desclée de Brouwer, Bilbao, 1988, 52).
115

En Palestina pues, el niño Jesús crece envuelto en una atmósfera teocrática; se tiene una
visión del mundo según la cual no hay ni un solo hecho profano, ni un lugar que escape a los
efluvios del espíritu y a las pulsaciones de la historia conducida por Dios. Todos tienen la
convicción de que el universo está como visitado, de que el mundo es sagrado y el Eterno
está presente en todas partes¸ nada escapa a su mirada.

Jesús se familiariza, desde muy pequeño, con una vida de oración continua. Robert Aron,
en su libro Así rezaba Jesús de niño, nos muestra claramente cómo el judío vive orando
constantemente, una oración de bendición mucho antes que de petición. El mundo en el que
crece Jesús es el mundo de las bendiciones y las costumbres religiosas. El día estaba
literalmente lleno de referencias al Dios trascendente, referencias en forma de bendiciones49.
La bendición es la forma natural de oración en el mundo hebreo y ésta abarca todo en la
persona, su ser, su jornada, su entorno, pues es la manera de poner todo en comunión directa
con el Creador50. Al jalonar así toda la jornada diaria con bendiciones incesantes, Jesús niño
aprende a contribuir al orden del mundo querido por Dios, santificando cada momento que
pasa y cada acción que realiza51. Su fe judía, expresaba frecuentísimamente a lo largo del día
en la oración, constituye el humus vital de su espiritualidad. Aquí podríamos decir que el
modus vivendi fue el modus orandi. Jesús niño recitó muchas oraciones ancladas en la
tradición estricta y precisa de sus padres, plegarias judías en las que se conservaba intacta la
espiritualidad de Israel; una oración que es vida porque está impregnada de certeza

49. Había una bendición apenas se era consciente de haberse despertado y otra al tiempo que se abrían los
ojos, le seguía una tercera al desperezarse y una cuarta al ponerse de pie; las bendiciones según el motivo,
aunque todos terminaban siendo oportunos: al permanecer de pie, al dar los primeros pasos, al lavarse las
manos, en el momento de hacerse las necesidades corporales, al vestirse (y una para cada elemento del vestido
y del calzado); bendiciones y plegarias por su condición de hombre judío, por su fe y su credo; recitación del
Shemá varias veces al día, y multiplicación de bendiciones a la hora de la comida y bebida… todas ellas
ascendentes. Pero además hay bendiciones por cualquier otro motivo que entre por los sentidos del oído, la
vista, el olfato: cuando se escuchaba una buena noticia o se veían los primero brotes de la primavera, o un
amigo tras larga ausencia o simplemente se respiraban un agradable perfume. Cfr. R. ARON, o.c., 58-68.
También cfr. C. DI SANTE, La preghiera di Israele, Marietti, C. Monf. 1985, 20.
50. B. GARZÓN, rabino de la sinagoga de Madrid (en el año 1995), asegura que la bendición es la forma
natural de oración en el mundo hebreo y que ésta abarca todo en la persona, su ser, su jornada, su entorno,
pues es la manera de poner todo en comunión directa con el Creador. Cfr. B. GARZÓN, La oración judía,
conferencia dactilografiada, titulada La oración en la fe de Israel, y pronunciada en la Facultad de Teología
de la Universidad de Comillas, el 18 de enero de 1995.
51. El hebreo piadoso bendice a Dios por todo y en todo momento. Según la tradición rabínica, son cien las
bendiciones diarias. Cfr. C. DI SANTE, La preghiera di Israele, Marietti, C. Monf. 1985, 20.
116

existencial. Una oración y una tradición que el mismo Jesús irá transformando con la luz
propia que vino a traer.

De este modo, el pequeño Yeshouah va creciendo en la fe de su pueblo. Todo lo que


aprende lo relaciona con la Ley, con la vocación de Israel, con cada episodio de la Torá; se
une a los patriarcas, a los jueces y a los reyes, y contribuye con los profetas en la edificación
de la fe y la esperanza de su pueblo. Y lo que más, ve y experimenta que sus padres, siendo
adultos, viven de la misma manera; sabe que la oración no es una cosa de niños –en sentido
peyorativo–, porque el ejemplo familiar así se lo demuestra, antes al contrario, es algo muy
serio y síntoma de adultez.

Hay que añadir además que lo que más daba consistencia y cohesión a todas estas
bendiciones surgidas del corazón del hombre –bendiciones ascendentes– era la bendición
sacerdotal, que nacía del corazón mismo de Dios, descendiendo sobre su creatura. Esta
bendición se pronunciaba en el curso de cada oficio sinagogal o del templo; la asamblea
recibía la bendición divina con toda la unción posible, una bendición que Dios dirigía a los
hijos de Israel, mostrando así para con ellos una predilección tal que los santificaba. Es
gracias a esta bendita elección, precisamente, que hay una relación de reciprocidad sagrada
entre el cielo y la tierra: Dios bendice al hombre que bendice a su Dios.

Si a todo esto añadimos la frecuencia con la que Jesús acudía, en familia, a la sinagoga52,
escuchaba las Escrituras, cantaba, rezaba, veneraba la Torá, y recibía la bendición sobre sí,
podemos imaginar el sentido tan particular que iba adquiriendo para él todo cuanto
experimentaba53.

52. “El templo es el lugar que polariza toda la vida religiosa, política y económica de Israel. Pero en la
vida cotidiana hay otra institución –la sinagoga– de enorme importancia. Hay solamente un templo al que se
sube en contadas ocasiones (una vez al menos en la vida si se reside fuera de Palestina), pero la aldea más
pequeña tiene su sinagoga; allí es el fondo donde se forja la mentalidad y la piedad israelita”. “Lo mismo
que el término iglesia, la palabra sinagoga representa dos realidades: la reunión de los creyentes para la
oración y el edificio material en donde se celebra esa reunión. Hch 16, 13 sugiere que el edificio es secundario
respecto a la reunión”. (CH. SAULNIER – B.ROLLAND, Palestina en los tiempos de Jesús, en Cuadernos
Bíblicos 27, Verbo Divino, Estella, 1981, 27).
53. Y esto lo decimos tanto como dato de la fuente histórica, que era común entre las familias piadosas
llevar a los hijos al culto sinagogal, como de la fuente bíblica, ya que los Evangelios de la vida adulta de Jesús
multiplican las citas relativas a la presencia de Cristo en las sinagogas y su participación en el culto que allí
se celebra (cfr. Mt 4, 23; 9, 35; 13, 54; Mc 1, 21-22; 1, 39; 6, 1-2; Lc 4, 14-16; Jn 6, 59).
117

3. El aprendizaje en la escuela

Lo religioso estaba presente en todos los conceptos; hasta el estudio se organizaba a partir
de la Biblia; de ella aprendía un judío la geografía, la lengua, la historia, incluso las
matemáticas; con los textos sagrados se aprendía a leer, a escribir, a contar, a razonar; se
aprendía a hablar, explicar, pensar, rezar. De hecho, la misma escuela propiamente dicha
estaba unida a la Sinagoga54. Jesús debió también completar lo aprendido en su casa durante
los primeros años de su formación, con la instrucción recibida en la sinagoga local de
Nazaret, Allí los niños, hasta la edad de doce años, estudiaban la Torá, los profetas y la
tradición escrita en la bet sefer (casa de lectura). Y luego podían continuar su formación en
la bet talmud (casa de aprendizaje), estudiando las leyes orales del movimiento farisaico.

Escaseaban los documentos escritos, por lo que natural de la época era la enseñanza oral
con métodos memorísticos. Los estudios eran más experienciales que cognoscitivos
propiamente; el judío devoto estaba más preocupado por vivir la Torá que por aprenderla o
entenderla racionalmente. Ellos no hacían las divisiones tan claras como nuestra cultura
occidental hace entre aprendizaje intelectivo y experiencia vital; concebían el estudio con un
sentido más existencial; el estudio realmente formaba a los muchachos, les iba configurando
su personalidad, era más un acto de alabanza para glorificar a Dios que un trabajo intelectual
para enorgullecer al hombre. Dios es la fuente de la Sabiduría, con el estudio no se buscada
sólo la comprensión racional sino también –y fundamentalmente– la reverencia religiosa.

La relación entre el alumno y el maestro era intima, semejante a la del padre con el hijo
(cfr. Pr 4, 1; 2 R 2, 12), lo cual generaba verdaderos lazos de unión entre los rabinos y los
discípulos55. ¿Vivió Jesús algo de esto? Por lo manifestado en el relato de Lc 2, 46 –cuando

54. “… en estas escuelas son las Escrituras las que constituyen la base de la enseñanza; se las repite y el
maestro las comenta para que el alumno acabe aprendiéndoselas de memoria. Leyendo el texto bíblico se
aprende todo: se enseña el cálculo a propósito de la duración de la vida de los patriarcas, la geografía a
propósito de las guerras de Israel, las ciencias a partir de algún milagro o fenómeno. La Biblia es el libro
completo que permite integrar todos los conocimientos y es inútil ir a buscar en otro sitio: es lo que dicen
los rabinos del siglo II de nuestra era”. (CH. SAULNIER – B. ROLLAND, o.c., 45).
55. “Puede parecer inverosímil, pero no es enteramente imposible que el mismo Jesús hubiera sido discípulo
de algún rabino en determinado momento”. (B. GRENIER, o.c., 26).
118

durante la visita que hizo a Jerusalén se quedó en el Templo preguntando y escuchando–,


podemos pensar que el niño Jesús fue ciertamente un alumno receptivo y diligente.

Finalmente es necesario decir también de todo lo señalado, hubieron otros canales de


aprendizaje importantísimo y determinantes para Jesús en su infancia, adolescencia y
juventud: el aprendizaje informal, procedente del mundo de la naturaleza56, el mundo del
trabajo57 y el mundo social58.

C. La realidad SOBRENATURAL:
El Espíritu Santo, verdadero maestro de Jesús

Sería insuficiente quedarse en las instancias humanas que contribuyeron al conocimiento


de Jesús y a su formación como hombre. Jesús tiene una naturaleza divina que no podemos
obviar. Es cierto que fue niño, fue totalmente niño y estuvo sometido a los procesos
madurativos de todo ser humano59. Pero Jesús es un niño envuelto en misterio; precisamente
por ser un niño plenamente humano, no era un niño normal. En los parámetros de la
normalidad entra la herencia del pecado como elemento cuasi inherente a toda persona,
experiencia que Jesús no tuvo; fue un niño en Gracia constante. Era el Hijo Eterno de Dios

56. Jesús vivía en un medio rural; acudiendo a la fuente bíblica observamos cómo se familiarizó de pequeño
con todo lo referente a este medio; conoce el arado de los campos (cfr. Lc 9, 62; 17, 7), la siembra del grano
(cfr. Mt 13, 4), la siega y el aventamiento (cfr. Jn 4m 35.38) y el almacenaje en graneros (cfr. Mt 13, 30; Lc
12, 16-18). De niño debió oír con cierta frecuencia a los campesinos hablar del valor de los suelos y de su
rendimiento (cfr. Mt 13, 3-8), de los caprichos del tiempo (cfr. Mt 16, 2-3; cfr. Lc 12, 54-55), de la mejor
manera de actuar con la cizaña (cfr. Mt 13, 30) y de podar las viñas para mejorar su producción (cfr. Jn 15,
2). Cfr. Idem, 27.
57. Jesús, por su propia experiencia como carpintero (cfr. Mt 13, 55), debió conocer algo del mundo de la
construcción (cfr. Lc 12, 18; Mt 7, 24-27; Lc 14, 28-30). Sus parábolas nos muestran que conocía cómo se
contrataba a los jornaleros y se les pagaba el salario (cfr. Mt 20, 1-15), cómo el cobro de las deudas (cfr. Mt
18, 23-35; cfr. 7, 41-42) y las operaciones de compra y venta (cfr. Mt 13, 44-46; Lc 14, 18-19). Cfr. Idem, 28.
58. Jesús aprendió desde muy pequeño a relacionarse con los demás y a compadecerse del sufrimiento de la
gente; conoce la situación de los marginados sociales (ciegos, leprosos, mudos, sordos, paralíticos,
endemoniados), las injusticias de los ricos y poderosos (cfr. Mc 12, 40; Mt 18, 25; Lc 16, 19-31). Cfr. Idem.
59. Si aceptamos la encarnación de Cristo como una realidad verdadera en todas sus consecuencias y no
como una realidad simbólica, tendremos que asumir precisamente la densidad de la misma, pues “no puede
haber encarnación si el Hijo no entra en toda la densidad de la condición humana”. Parte de esta densidad
de la condición humana es el hecho de ser un niño, no un adulto disfrazado de niño. Cfr. CH. DUQUOC, o.c.,
44.
119

hecho Hombre60. Su realidad humano-divina debió proporcionarle necesariamente una


experiencia de Gracia especial, que le diferenciaba de otros niños de su edad, aunque, por
otra parte, permaneció bastante oculta661. Jesús vivía una comunión con su Padre que
nosotros desconocemos en su profundidad62. ¿Cuál es el nivel de consciencia que tenía este
pequeño se sí mismo, de su doble naturaleza, de su vocación mesiánica, de su filiación
divina? No corresponde a nuestro estudio precisar cómo y cuándo en la conciencia humana
de aquel Niño, adolescente y/o joven, brotó el conocimiento pleno de su personalidad y su
misión; creemos que su persona estuvo siempre en una absoluta comunión con Dios63.

Algo de lo que podemos averiguar al respecto lo encontramos reseñado por los


evangelistas, aunque no ausente de luces y sombras para la exégesis, la hermenéutica y la
espiritualidad. Con todo, sus padres –José y María– estaban llenos del Espíritu de Dios; por
ello y por su misma realidad divina, debemos decir que el verdadero maestro de Jesús fue el
Espíritu Santo.

60. Cfr. Nota 20.


61. Cfr. H. U. von BALTHASAR, o.c., 35-56.
62. Abundantes citas, especialmente del cuarto evangelio, muestran esta íntima unión de Jesús con el Padre:
Jn 5, 24-30; 7, 17; 8, 28; 14, 10; 15, 15; 17, 8; etc.
63. “Una amplia corriente de la teología liberal ha interpretado el bautismo de Jesús como una experiencia
vocacional: Jesús, que hasta entonces había llevado una vida del todo normal en la provincia de Galilea,
habría tenido una experiencia estremecedora; en ella habría tomado conciencia de una relación especial con
Dios y de su misión religiosa, conciencia madurada sobre la base de las expectativas entonces reinantes en
Israel (…) y a causa también de la conmoción personal provocada en Él por el acontecimiento del bautismo.
Pero nada de esto se encuentra en los textos. Por mucha erudición con que se quiera presentar esta tesis,
corresponde más al género de las novelas sobre Jesús que a la verdadera interpretación de los textos. Éstos
no nos permiten mirar la intimidad de Jesús. Él está por encima de nuestras psicologías (…). Jesús no aparece
como un hombre genial con sus emociones, sus fracasos y sus éxitos (…). Se presenta ante nosotros más bien
como “el Hijo predilecto...” (JOSEPH RATZINGER, BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret, o.c., 46-47).
120

3.3 Problemática inherente a los textos de la Infancia

Desde la teología Espiritual, podemos afirmar que en los primeros capítulos de los
Evangelios de Mateo y Lucas, está trazado –globalmente– lo que podríamos llamar el
programa de vida de todo niño cristiano y de todo cristiano niño; un programa de sencillez,
de gozo, de vida familiar, de progreso, de desarrollo armónico, de crecimiento equilibrado,
de interés y compromiso por las cosas del Padre. Ahora bien; la exactitud histórica de los
textos presenta problemas ineludibles. Sólo dos de los cuatro evangelistas contienen los
llamados relatos de la Infancia (cfr. Mt 1-2 / Lc 1-2)64. ¿Podemos precisar el nivel de
veracidad histórica del contenido de los mismos? ¿Fue ésta la intención de sus redactores? A
la hora de intentar responder nos encontramos con dificultades en el orden propiamente
histórico65, dificultades en el orden literario66 y problemas de tipo teológico que sólo podrían

64. Cuando leemos el relato lucano de la infancia es casi inevitable compararlo con el Mateo. Los dos relatos
son muy diferentes; según los especialistas, ninguno de los dos evangelistas conocía el trabajo del otro y
sabemos que los esfuerzos por armonizar las dos narraciones en un relato único son prácticamente imposible.
Pero, a pesar de las diferencias, e incluso incompatibilidades, hay en ellos una idea común acerca del
nacimiento del Mesías, que se manifiesta de dos maneras: primera, la tendencia a recalcar la conexión
intrínseca de este nacimiento con lo que ha precedido en Israel; segunda, la tendencia a desarrollar el
significado cristológico del nacimiento y, de ese modo, su incipiente continuidad con lo que sigue en el
Evangelio. Para ambos evangelistas, el relato de la infancia es el lugar en que más directamente se encuentra
el A. T. y el Evangelio mismo.
65. Los primeros escritores del N. T., Pablo y Marcos (Juan es el último de los mismos), no relatan ningún
detalle de la infancia de Jesús, entre cuyos acontecimiento el nacimiento sería central. La misma ausencia se
advierte en el Kerigma apostólico del libro de los Hechos. El misterio de la encarnación, nacimiento e infancia
de Jesús se daban por supuestos e incluidos en el pregón del hecho salvador de Jesucristo, el Señor, que murió
por nuestros pecados y resucitó para nuestra salvación. No se veía tan necesario dejar constancia detallada de
la infancia de Jesús de Nazaret. Los apóstoles pregonaban los hechos salvíficos de la vida del Maestro, de los
que fueron testigos oculares, lo que no vieron sus ojos, lo omitieron. Por lo menos los autores de los evangelios
de Marcos y Juan nada dicen al respecto, pues se limitaron a recoger la predicación verbal de la Iglesia
Primitiva, y las historias relativas al nacimiento y a la infancia de Jesús no formaban parte de dicha
predicación. Los relatos de Mt y Lc fueron escritos 80 años después de los acontecimientos; documentación
tardía y de valor desigual, reflexión teológica posterior. Cfr. H. HENDRICKX, Los relatos de la infancia,
Paulinas, Madrid, 1986, 7-15.
66. Mateo y Lucas utilizan los géneros literarios más corrientes entre sus contemporáneos: el midrash (como
una reproducción de la vida de los grandes personajes del A.T.), el pesher (significa comentario, y es una
actualización de los textos proféticos, porque indica en los sucesos actuales el cumplimiento de las profecías),
y el apocalipsis (que demuestra las profecías preexistentes en el eterno designio de Dios). Cfr. J. DANIÉLOU,
Los evangelios de la infancia, Herder, Barcelona, 1969, 7-10. De hecho, aunque se precisen algunos datos
históricos –especialmente en Lucas– y otros detalles geográficos, la narración del evangelio de la infancia se
hace conforme al género literario del Midrash haggádico, estilo frecuente en la literatura semita de tradición
rabínica y sinagogal, consistente en reelaborar e interpretar con libertad un texto o un hecho enriqueciéndolo
con referencias nuevas, debido a una fidelidad didáctica o catequética y parenética u homilética. Esas
referencias que enriquecen los hechos narrados son simbólicas y tipológicas, es decir en conexión con los
hechos, situaciones y personas tipo del A.T., en particular. Cfr. J. DANIÉLOU, Los evangelios de la infancia,
Herder, Barcelona, 1969, 7-10. Y cfr. CH. PERROT, Los relatos de la infancia de Jesús, en Cuadernos
Bíblicos 18, Verbo Divino, Estella, 1978, 11-17. También, C. ESCUDERO FREIRE, o.c., 23-33.
121

esclarecerse a la luz del contexto vital en el que fueron compuestos y al que hacen
referencia67. La exégesis nos enseña a discernir en los textos evangélicos, tanto los posibles
datos históricos como el mensaje espiritual que encierran, o por lo menos los elementos
necesarios para extraer de ellos su significación teológica. Sabemos que los textos a los que
vamos a referirnos fueron los últimos en escribirse, y que, redactados desde la luz de la
experiencia pascual, son una interpretación que hace la comunidad primitiva postpascual, de
la infancia de Jesús, reconociendo y confesando en ella su mesianidad y divinidad68.

Así pues, todo cuanto los evangelistas (Mt y Lc) puedan habernos transmitido acerca de
la infancia de Cristo, tiene como intención primaria y casi exclusiva, no una narración
histórica del hecho propiamente sino ante todo una transmisión teológica de verdades
salvíficas, como son: su condición humano-divina (en la Anunciación de Lc 1, 26-38), el
cumplimiento de las promesas mesiánicas (en el episodio del anciano Simeón en Lc 2, 22-
35), la conversión de los pueblos extranjeros y la cerrazón de Israel (el pasaje de los Magos,
de Mt 2, 1-12), la venida a los pobres, humillados, anawim, y la acogida por parte del “resto
de Yahvé” (con el texto de los Pastores, de Lc 2, 1-20), su solidaridad con la suerte de los
desheredados, cumpliendo así en él las Escrituras proféticas (cfr. Is 7, 14; Mi 5, 1; Os 11, 1;
Jr 31, 15), etc.69 Dicho todo esto, pasamos a comentar seguidamente algunas de las realidades

67. Los textos del A.T. a los que se alude en Mt 1-2, no se usan para explicar el A.T., sino para describir la
persona de Jesús (Lc 1-2 interpreta el hecho de Cristo por medio de analogías tomadas del A.T.); es el
significado teológico-espiritual del nacimiento y la vida de Jesucristo para los cristianos del siglo I. lo que
claramente constituye el foco de atención de los evangelistas.
68. El género literario del midrash, nos hace entender que aunque el ángel del Señor, los sueños y
apariciones, los pastores y ángeles de Belén, la estrella y los magos de Oriente, etc. no sean elementos
claramente históricos, eso no afecta al contenido esencial de la revelación que, en el conjunto de la narración
y bajo esos detalles, se nos comunica. De hecho Mt y Lc hacen historia, sin embargo no es su intención
primordial escribir una crónica histórica de la infancia de Jesús, sino más bien transmitir verdades teológicas
y un testimonio de fe comunitaria y cristiana en la historia de salvación de Dios realizaba en Jesús de Nazaret
y vista desde el kerigma postpascual, e incluso en un contexto apologético y de actualización. Los evangelios
de la infancia transmiten la verdad teológico-histórica de Jesús, aunque los elementos aludidos en la narración
literaria no tengan por qué ser –según el concepto moderno de la historia– propiamente histórico. Al
evangelista siempre le interesa mucho más transmitir la verdad teológica de la revelación que una crónica
periodística de los hechos acaecidos. Con todo, lo narrado en estos textos, podemos decir que es histórico, no
tanto porque de alguna manera aconteció, cuanto, sobre todo, por la trascendencia absoluta que ha tenido para
la historia de la humanidad lo que en esos mismos textos se narra. Para una cronología aproximada: Cfr. CH.
PERROT, o.c., 8ss.
69. Los autores de los evangelios de Mateo y Lucas, en sus redacciones, buscan la continuidad entre la
historia sagrada del pueblo de Israel y los acontecimientos de la vida de Jesús. La intencionalidad parece clara:
evitar una redacción de la infancia del Mesías desarraigada precisamente de su propia histórica judía, sin
aparente conexión con su historia sagrada; evitar hacer de Jesús un acontecimiento aislado.
Para una síntesis explicativa –con un lenguaje asequible– sobre la historicidad e intencionalidad de estos
relatos: Cfr. J. L. SICRE. El cuadrante, I. Verbo Divino, Estella, 1996, 223-250.
122

que se pueden inferir de una lectura teológico-espiritual de ciertos pasajes de los evangelios
de la infancia70.

3.4 Señales del Cielo: Lc 2, 12

“… y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado


en un pesebre”.

Nota filológica: el evangelista utiliza –para referirse a Jesús– el término βϱεϕος (brefos) explicado
anteriormente; se refiere a un niño recién nacido, un bebé. Este niño además es un οημειον (semeion) un signo
que evidencia aquello que significa, a saber: que Dios ha llegado con su salvación.

En el texto de Lucas, este niño se constituye como señal inequívoca de las promesas de
Dios; señal que ha recibido el título de sóter = el salvador (cfr. v. 11). Contemplemos el
pasaje. A unos pastores de ovejas, que velaban por turno su rebaño, el ángel del Señor les
anuncia la gran alegría del nacimiento del Niño, y les dice que el mismo Niño es la señal de
que ha llegado la salvación que todos esperan.

Los pastores de ovejas estaban proscritos en Israel:

- en primer lugar porque eran incultos y no sabían leer la Torá;


- en segundo lugar porque tenían fama de ladrones y tramposos, por lo tanto pecadores
según la Torá.
- y en tercer lugar porque al tener que ir de un pasto a otro en la trashumancia para alimentar
al rebaño, no tenían tiempo para hacer las muchas oraciones que, según la Ley, debe hacer
todo buen judío; su propio oficio les hacía muy difícil cumplir con los preceptos legales
del sabat, los rituales del culto, etc.

70. Podemos encontrar una síntesis para un primer acercamiento a la compresión de la problemática de los
Evangelios de la infancia en, Cfr. J. A. MAYORAL, La Infancia de Jesús, en Vida Nueva, n.2. 118, 20 de
diciembre de 1997. También cfr. Ma D. ALEIXANDRE, Los Evangelios de la Infancia, en Vida Nueva, n.
2.069, 14 de diciembre de 1996, 23-30.
123

Por lo tanto, los pastores, hombres que no rezan, hombres que no conocen los libros
sagrados, y hombres que no cumplen con la Ley de Moisés, pueden ser en Israel, personajes
bajos y viles, proscritos y menospreciados71. A unos sencillos hombres, despreciados en el
mundo judío por su oficio de pastores, empequeñecidos y humillados por su condición social,
Dios tiene a bien revelarles la noticia del nacimiento del Mesías; a gente sencilla, Dios les da
una sencilla señal: un niño, y un niño en indigencia suma: sin casa, sin cuna y sin techo, un
pobre niño en el pesebre de un pobre establo72. Los pañales con los que está envuelto y el
pesebre sobre el que está recostado, tienen un significado simbólico-teológico (cfr. Lc 2, 7;
2, 12; 2, 16)73, pero el signo lo es principalmente el Niño74.

Dios no se ha manifestado con poder y gloria. En Belén, un rincón insignificante del


imperio, en un establo, Dios mismo ha hecho de su Niño la señal que evidencia la plenitud
de los tiempos. Jesús niño es el signo que suscita en los pobres e incultos pastores la
proclamación de la Gloria divina (cfr. v. 20). Por este Niño, que se revela en su ocultamiento,
unos rudos pastores entonan un canto de ángeles (cfr. vv. 14. 20). Dios ha entrado en la
historia por la humilde semblanza de un pobre, en quien puede reconocerse al niño del profeta
Isaías: “Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado” (cfr. Is 9, 6-6)75. Dios se ha
hecho hombre en un niño sin palabra, inútil, desarmado, impotente76.

El mesiánico de este pequeño no es evidente a los ojos humanos; hace falta una mirada de
fe; se trata de un niño nacido en suma pobreza, una austeridad tal q1ue sume en confusión y

71. Cfr. J. JEREMÍAS, Jerusalén en tiempos de Jesús, Cristiandad, Madrid. El pastor era visto como un
individuo peligroso, que podía destrozar los campos con su ganado. No despertaba sentimientos de amistad.
Sin embargo, a esta gente rechazada, pobre, de vida dura, es a quienes comunican los ángeles la noticia. Cfr.
L. LEGRAND, L´évangile aux bergers, Revue Biblique, 1968, 161 – 187.
72. La escena es paralela a la de los Magos en Mateo. Pero los protagonistas son muy distintos. Mateo quiere
sugerir que los paganos son los primeros en aceptar a Jesús; Lucas, que los pobres son los primeros en hacerlo.
Hace falta mucha fe para ver en este pequeño tan saturado de pobreza, al Mesías, al Señor. Los pastores la
tienen. Se vuelven glorificando y alabando a Dios, que les ha concedido tal privilegio. Cfr. Ma D.
ALEIXANDRE, Círculos en el agua. También, Idem, Compañeros en el camino.
73. Cfr. R. E. BROWN, El nacimiento del Mesías, Cristiandad, Madrid, 1982, 439-444.
74. El término “señal” (sémeion), entraña una connotación de evidencia; la señal está íntimamente
relacionada con el mensaje previo que se da, al tiempo que lo ejemplifica y explica claramente, ayudándonos
así a comprender mejor el propio mensaje y contribuyendo a su realización.
75. En el contexto isaiano, este niño es el heredero del trono davídico, cuyos títulos reales son: Maravilla
de Consejero, Dios Guerrero, Padre Perpetuo, Príncipe de Paz. Lucas toma este anuncio isaiano pero
sustituye los títulos veterotestamentarios por otros tres tomados del kerigma cristiano: Salvador, Mesías
(Cristo), Señor. Cfr. Ma MARTINI, Una libertad que se entrega. Sal Terrae, Santander, 1996, 105-116.
76. Ma D. ALEIXANDRE, Los Pastores de Belén: viajeros en tránsito, en Sal Terrae, n. 995.
124

desconcierto a la sed de admiración por todo lo que brilla, lo que destaca, lo llamativo. Dios
pide al hombre que descubra toda su presencia en la penumbra de lo pequeño, en la fragilidad
y desvalimiento de un infante, escondido en una gruta para no imponerse a nadie. Un niño
ante quien es necesario abajarse para poder acogerle con ternura y simplicidad. Aquí, en
Belén, se cumple perfectamente aquello que más tarde revelará a los suyos este mismo hijo
de María: quien acoja a un niño como éste en mi nombre, me acoge a Mí… y quien me acoge
a Mí, acoge a Aquel que me ha enviado. Y es esta misma acogida la que posibilita participar
en la filiación divina (cfr. Jn 1, 12); ser hijos de Dios por acoger al Hijo de Dios. En Lc 2, 12
descubrimos que el niño es señal del cielo, anuncio de salvación, y que los pastores de Belén
se hicieron niños para acoger al Niño. Alguien ha dicho que cada niño que nace es una señal
por la que sabemos que Dios sigue amando a los hombres. En cada niño está la huella de
Dios y una posibilidad de renovación para nuestro adulto mundo que ha perdido toda su
inocencia.
125

3.5 Motivo de búsqueda y de adoración: Mt 2, 8-11

“Después, evitándolos a Belén, les dijo: Id e indagar cuidadosamente sobre ese


niño; y cuando lo encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarle. Ellos,
después de oír al rey, se pusieron en camino… Entraron en la casa; vieron al niño con
María, su Madre, y postrándose, le adoraron, abrieron luego sus cofres y le ofrecieron
dones” (Mt 2, 9-11).

Nota filológica: el término empleado por Mt para referirse al niño Jesús es παιδιου (padion), que se refiere
a un niño pequeño, de menos de 7 años.

Muchos exegetas califican a Mt 2 de midrash sobre Is 41, 2-377, lo cual significa que el
evangelista no ha pretendido elaborar una crónica histórica o un diario del acontecimiento
que nos ocupa, sino que lo que ha intentado ha sido comunicar teológica y bíblicamente el
misterio de la redención. Pero no sería honesto por nuestra parte, concluir por ello sin más,
calificando el episodio de fábula o mito con la única intención de saltar el carácter davídico
y universal del niño-Mesías que ha nacido. En el texto hay una clara proyección teológica
(que no se agota en los datos históricos, biográficos y geográficos), y también percibimos
muchos datos típicamente históricos. La cronología, la topografía, los rasgos psicológicos de
Herodes, las preocupaciones de la época que aparecen… rasgos que nos hablan de una
narración con cierto fundamento histórico, aunque la construcción literaria ofrezca ropajes
teológicos de ideas preconcebidas y elementos fantásticos, buscando servir más a la teología
que a la historia propiamente78. ¿Dónde nos interesa poner el acento?: resaltemos

77. Aunque centremos nuestra atención en este episodio del capítulo 2 de Mateo, nuestro comentario
contemplará todo el capítulo en su conjunto. ¿Cuál es su valor histórico? Mateo hace una “catequesis” sobre
la persona de Jesús, utiliza elementos históricos pero construye una historia literaria-legendaria, midráshica.
78. El episodio al que estamos aludiendo es exclusivo de Mateo; su intención: resaltar la infidelidad de los
judíos y la conversión de los gentiles, al tiempo que se subraya la ascendencia davídica de Jesús, poniendo el
acento en los acontecimientos protagonizados por José y referidos a Belén. Tengamos en cuenta que el
evangelio de Mateo está escrito directamente para los paganos que en aquel momento se convertían en Siria,
con la cual era necesario resaltar dicha infidelidad judía en contraste con la conversión de la gentilidad, como
algo previsto en los designios divinos, manifestados ya en esta escena en que Jerusalén ignora, rechaza, e
incluso persigue al pequeño, mientras que por contraposición son precisamente los magos, venidos de tierras
paganas, quienes se postran y adoran. Todo lo que Mateo narra es cierto en plano de historia pascual; la
escena es verdadera en plano teológico, porque proyecta la esperanza israelita (vendrán hacia Sión…; Is 60,
1ss.) y el misterio pascual (Jesús luz de los pueblos: Lc 2, 32) hacia el comienzo del Evangelio. Cfr. J. L.
SICRE. En nuestro comentario nos orientamos según el pensamiento de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI y
asumimos completamente cuanto dice al respecto en el capítulo IV de su libro La infancia de Jesús y que
126

primeramente la capacidad que este Niño encierra en sí mismo para provocar la búsqueda,
no sólo de pastores sencillos y pobres, sino también de reyes poderosos como Herodes, y de
personas cultas, ricas, aunque paganas como las representadas en los Magos de Oriente 79. Y
en segundo lugar ampliemos nuestro campo de observación a Mt 2, 1-18 para intentar
describir un posible itinerario hacia la pequeñez.

Procedamos por orden. Observemos primero las actitudes de los Magos y de Herodes
paralelamente. Ambos muestran un mismo interés: encontrar a Jesús niño; las pretensiones
son distintas, pero la búsqueda es común. Mientras la rectitud de intención en una búsqueda
sincera pone a uno en camino (los Magos), la doblez de corazón en una búsqueda perversa
deja a otros aburguesados e inamovibles en sus palacios (Herodes y toda su corte).
Observando las actitudes de los personajes se puede entrever lo que significa hacerse como
niños.

lleva por título Los magos de Oriente y la huida a Egipto. (Cfr. BENEDICTO XVI, La infancia de Jesús).
“Los Magos eran originariamente unos sacerdotes persas, pero eran también astrólogos, unos sabios que
poseían un conocimiento sobrenatural. Ellos vieron una estrella. Los astrónomos saben que huna una
conjunción planetaria de Júpiter y Saturno en la constelación de Piscis aproximadamente en el año 7 a.C.
Dado que Júpiter era la estrella símbolo de la realeza y Saturno la de Palestina, los astrólogos babilónicos
pudieron deducir que en Israel iba a nacer el hijo de un rey. Así, pues, llegaron a Jerusalén con esta pregunta:
“¿Dónde está el rey de Israel que acaba de nacer?” Ellos designan a Jesús con las mismas palabras con las
que es descrito al final de la crucifixión. Así resplandece aquí, de nuevo, la fuerza de la estructura formal
utilizada por Mateo. Los sabios del mundo reconocen en Jesús al rey de los judíos y le adoran”. Cfr.
ANSELM GRUN, Jesús, maestro de salvación, Verbo Divino, Estella 2005.
79. En la antigüedad el término magos indicaba a aquellos que se dedicaban a las artes ocultas, desde los
adivinos a los astrólogos. Para la cultura y la religión judía los magos son personajes doblemente impuros,
por ser paganos y por dedicarse a una actividad condenada por la Biblia (cfr. Lv 19, 26; Dt 18, 9-14). Sin
embargo, para el evangelista Mateo, los magos, los mismos que la religión judía declara excluidos de la
salvación, son los primeros en reconocer la presencia de Dios en la humanidad; lo creen, lo buscan y lo
encontrarán en el Niño de Belén.
127

Los magos

“Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que
venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: ¿Dónde está el Rey de los
judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle”
Mt 2, 1-2.

Los magos se han hecho como niños; entusiasmados por la estrella están prestos a la
desinstalación, y sin medir demasiado los peligros y las dificultades del itinerario a seguir,
han salido de sus tierras –como un día lo hiciera el patriarca Abraham– hacia el lugar que
Dios mismo les indicará. El hecho de ponerse en camino para adorar a este recién nacido
demuestra que tienen alma de niños, almas llenas de esperanza. Cuando nadie todavía en
Jerusalén se ha enterado de que Dios –el Mesías tantos siglos esperado– ya ha nacido entre
ellos, unos hombres, hechos niños, ha emprendido la audaz aventura de dejarlo todo para
marchar en su búsqueda, en la oscuridad, en la noche, guiados por su signo impreciso, nada
evidente, que lo dice todo cuando parece no decir nada. Son rasgos típicamente infantiles; se
pusieron en camino para tener alma de niños. San Juan Crisóstomo lo dijo muy bien: “No se
pusieron en camino porque hubieron visto la estrella, sino que vieron la estrella porque se
habían puesto en camino”80. Estos magos buscan con limpieza de corazón; su único interés
es adorar y ofrecer sus dones.

En el proceso de búsqueda hay días y noches, certezas y dudas, aciertos y equivocaciones


como la de acudir a Jerusalén en lugar de Belén y buscar al Niño en un rico Palacio en lugar
de hacerlo en un pobre establo. El Niño ha nacido entre los “niños” de su pueblo –los
“pequeños”, los humildes, los que no cuentan–, en una aldeucha, en una gruta, en un establo,
entre los pobres más pobres, y no en la brillante capital del imperio ni en los aposentos reales
del tetrarca Herodes. Los magos se acercan para preguntar; son humildes; como los niños,
preguntan lo que no saben; son magos ilustres, pero reconocen sus límites intelectuales, y
saben que las cosas de Dios se rigen por otros criterios; tienen espíritu de pequeños, por eso
se dejan corregir, incluso ingenuamente dan crédito a las torcidas intenciones del tirano
monarca.

80. Cfr. LH. Oficio de lecturas.


128

Tendrán que ser el mismo Dios, que escruta los corazones, el que les inspire el verdadero
camino a seguir en el regreso a sus tierras. Los magos buscan al Niño con rectitud de
intención y limpieza de corazón, por eso terminan viendo a Dios (cfr. Mt 5, 8).

Herodes

“Él oyéndolo, el rey Herodes se sobresaltó (…) Convocó a todos los sumos
sacerdotes y escribas del pueblo, y por ellos se estuvo informando del lugar donde
había de nacer el Cristo (…) Entonces Herodes llamó aparte a los magos (…)
enviándolos a Belén, les dijo: Id e indagar cuidadosamente sobre ese niño; y cuando
le encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarle” Mt 2, 3-4.7-8.

Herodes, en cambio, es la figura del adulto que ha perdido la inocencia de la infancia;


frente al anuncio del nacimiento del “nuevo rey”, no ha hecho más que echarse a temblar e
intentar aferrarse con todas sus fuerzas a su destructivo poder. Un simple Niño, un niño
indefenso, pobre, recién nacido, hijo de la mansedumbre y la ternura, es visto como una
amenaza, capaz de hacer tambalear el trono real81. Herodes es una especie de tirano paranoico
obsesionado por mantener el poder a cualquier precio. Y el precio será caro, carísimo: la
sangre de los más inocentes de la tierra. Herodes simboliza a todos los que habiendo dejado
la infancia se vuelven complicados, retorcidos, mentirosos. El riesgo de perder el poder, el
prestigio, el gobierno y su corrompido cetro, le hace convertirse en el más servir de los
aduladores y dice querer también ir él a adorar cuando en realidad sólo quiere asesinar.

81. El anuncio del nacimiento del nuevo rey alarma a Herodes que, en cuanto idumeo, no tenía derecho a
ser rey de los judíos y temía por la estabilidad de su trono… El poderoso rey tiene miedo de un niño que le
intimida… y con él se asusta y amedrante “toda Jerusalén”. Isaías había profetizado para Jerusalén un futuro
esplendoroso: “Levántate, brilla Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti… porque
un Hijo se nos ha dado, un Niño nos ha nacido…” (Is 60, 1; Is 9, 5)… Pero en el evangelio de Mateo,
Jerusalén, desde el primer momento al último, aparece envuelta en tinieblas. La estrella, signo divino
percibido solamente por estos paganos impuros que han sabido hacerse niño en la búsqueda inocente e
ingenua de una señal en el cielo, no brilla sobre Jerusalén: la luz del Señor no aparece a aquellos que en su
nombre excluyen a otros, sino a los mismo excluidos por otros; no a los grandes sino a los pequeños y a
quienes siendo grandes saben hacerse pequeños. En la ciudad de Jerusalén, tanta santa como cerrada a la
salvación, no será posible encontrar al Niño-Salvador… pero tampoco, después, al Hijo-Resucitado. Cfr.
ALBERTO MAGGI, Cómo leer el evangelio y no perder la fe. Dios quiere revelarse a los pequeños, a los
humildes… y lo hará por medio de los pequeños y de los humildes. El gran músico Juan Sebastián Bach, en
su Oratorio de Navidad, hace cantar a la soprano lo siguiente: “Con sólo una seña de su mano se desploma
el poder del hombre impotente. Aquí toda fuerza es irrisión”.
129

Un paralelismo antitético de ambos personajes,

puede resultar esclarecedor:

Los Magos Herodes

* Dejan sus tierras: se ponen en * No solo sale de Palacio, no vaya a


camino. Desinstalación. Espíritu provocarse un “golpe de estado”. Está
aventurero. aburguesado, instalado, inamovible.

* El espíritu de niños les hace * El espíritu de adulto le hace buscador


buscadores sencillos, que no intuyen perverso, y previsor de posibles riesgos y
riesgos o peligros. amenazas a la corona.

* Son sinceros e ingenuos en sus * Es hipócrita, falso y adulador en su


preguntas. respuesta.

* La esperanza les dinamiza. * El miedo le paraliza.

* La confianza les hace dóciles, * La desconfianza le hace terco,


dejándose conducir por un signo obstinado, malpensado y retorcido. No
incomprensible. Saben relacionarse con sabe relacionarse con Dios en su misterio;
el misterio de Dios. necesita tenerlo todo bajo control.

* Aceptan su ignorancia y evidencian * Quiere saberlo todo y cree que nada ni


sus equivocaciones, consintiendo la nadie va a escapar a su control; lo que
corrección, lo que denota una profunda denota soberbia y orgullo.
humildad.
* La actitud de ira, rencor y cólera –al
* La actitud final de postración, verse burlado por los magos– evidencia
adoración, ofrenda, evidencia que el hombre, cuando pierde su ser-niño,
definitivamente que se han hecho niño se vuelve vengativo hasta el punto de
con el Niño. matar.

* Los magos necesitaron grandes dosis * Herodes, absorbido por sus propios
de Fe para poder reverenciar a aquel bebé temores, carcomido por una megalomanía
saturado de pobreza, y reconocer en él no asfixiante, cae en la ciénaga de la
sólo al rey de los judíos sino al mismo credulidad más mortífera: la satánica. Los
Hijo de Dios. demonios creen en la existencia de Dios y
precisamente por eso tiemblan (cfr. St 2,
19). Herodes cree, pero no confía. Tiene
una fe demoniaca.

*Con Herodes, Belén se tiene de sangre


* Con los magos, en Belén hay un inocente, llanto estrepitoso, lamento
pacífico asombro, serena confianza, profundo y angustia grande.
dulce alegría.
130

El relato podría titularse “En busca de Jesús”, y constituye una historia vital que es imagen
simbólica (o símbolo icónico) de la peregrinación que ha de hacer todo hombre en su
búsqueda de la Verdad. Sus elementos parecen un cuadro de contrastes que presentamos a
modo de tríptico:

a) vv. 1-2. Los magos buscan al rey de los judíos (guiados por el astro), sin reconocer como
tal al que actualmente ocupa el trono.
b) Vv. 3-6. El rey Herodes, asustado, busca la respuesta consultando la Escritura; la
encuentra, pero se atemoriza todavía más y planea maquiavélicamente el exterminio del
pequeño. Los magos, en cambio, encuentran a Jesús en persona, se postran ante él, lo
adoran y le ofrecen sus dones (cfr. v. 11)82. Herodes tiene miedo que le quiten, los magos
tienen gozo en poder dar. Herodes conoce las Escrituras, tiene acceso a ellos, pero no
acepta lo que revelan; los magos no las conoces, pero aceptan lo que dicen.
c) vv. 7-8. También Herodes manifiesta un deseo de buscar a Jesús, confiando esta misión a
los magos, que (cfr. v. 12) iluminados por Dios, terminan por desbaratar los planes
homicidas del monarca.

Los magos encuentran, Herodes no. Herodes dice querer adorar. Los magos adoran. La
adoración es el reconocimiento de la realeza y señorío de Dios en este Niño y por este Niño.

El justo José (símbolo del verdadero Israel) y loa magos (que simbolizan al mundo
pagano), aunque no entiendan demasiado (como los niños), acogen al pequeño. Herodes (que
entiende demasiado) y Jerusalén le rechazan. Herodes hace una lectura todavía velada de las
Escrituras; los magos hacen un descubrimiento tangible del Salvador. Tras la equivocación
que supone buscar a Dios en un Palacio, la estrella vuelve a brillar con su luz inconfundible
(cfr. v. 10), y ellos se llenaron de inmensa alegría, como niños perdidos que reencuentran el
camino hacia el hogar. Al llegar a Belén, la realidad de pobreza y el encuentro con aquella
extraña familia debió resultar desconcertante. Sólo el camino recorrido durante todo este
tiempo desde que salieron de Oriente, pudo hacer de ellos hombres humildes, capacitados
para entender que el verdadero Dios era y estaba en ese Niño. Allí estaba, un bebé fajado en

82. Los magos se arrodillan ante el niño divino para adorar igual que, al final del evangelio, los discípulos
se arrodillan ante el Resucitado para adorarlo (proskynein, palabra que Mateo reserva sólo en relación a Jesús).
Cfr. ANSELM GRUN, Jesús, maestro de salvación, o.c., 25ss.
131

vendas y acompañado de sus padres, pobres y atónico por semejante visita83. Los magos,
ilustres y grandes, inteligentes y sabios, acostumbrados a mirar al grandioso cielo y a visitar
las casas de los poderosos, se han abajado. Necesariamente tuvieron que hacerse pequeños
para reconocer al verdadero Rey en su verdadero Reino… y ofrecérselo todo84.

El pasaje, en su conjunto, ilustra un itinerario espiritual con sus etapas necesarias para
encontrarse con Jesús: salir de su tierra (cfr. v. 1), ponerse en camino (cfr. v. 9), entrar en
la casa (cfr. v. 11a), ver al niño con su madre (cfr. v. 11b), postrarse (cfr. v. 11c), adorar
(cfr. v. 11d), ofrecer lo que son y tienen (cfr. v. 11e), iniciar un camino nuevo tras el salvífico
encuentro (v. 12); podríamos llamarlo un itinerario hacia la pequeñez. Situado Jesús en las
coordenadas espacio-temporales, los hombres pueden llegar hasta él si como los magos
recorren un camino de humildad hacia la pequeñez evangélica85.

83. Israel llama “magos” a los astrónomos, adivinos, hechiceros, encantadores; son personas anatemizadas
en la fe judía. Está totalmente prohibido hablar con ellos, bajo pena de muerte; se considera que están en
contacto con los demonios; son paganos. También ellos, igual que los pastores, están excluidos del Reino de
Dios y no se les permite que estudien la Torá. Se trata de gente impura, que contamina todo lo que toca…
incluidos los valiosos regalos que han traído. ¿Qué hacer con estos regalos? ¿Tomarlos… o dejarlos? ¿Qué
sentido tiene que esta gente pagana esté aquí, con Jesús? ¿Cómo es que, si él es el Esperado no hayan
aparecido los sacerdotes, los rabinos, las personas piadosas? Cfr. A. MAGGI, Nuestra Señora de los herejes,
Ediciones de Almendro, Córdoba, 1990, 81-82.
84. Los santos Padres de la Iglesia interpretaron las ofrendas de los Magos de forma simbólica: el oro como
signo de que el niño del pesebre es el verdadero rey… aunque su Reino no sea de este mundo; el incienso
como símbolo de su divinidad, su encarnación de Dios; la mirra como clara alusión de su humanidad,
sufrimiento y muerte en cruz. Así, los tres dones-regalos son imagen de los presentes que nosotros debemos
ofrecer a Jesús: el oro representa nuestro amor; el incienso, nuestro anhelo-oración; la mirra, los dolores,
sufrimientos y heridas que estamos dispuestos a vivir por seguirle y ofrecerle por amor… sabiendo que la
misma mirra, como sustancia medicinal, sirve también para sanar nuestras heridas. No necesitamos traer
méritos al pesebre sino ofrenda de amor, nuestro deseo, nuestros dolores… Y en la medida en que se lo
entregamos todo a este Niño Dios, en esa misma medida nuestras heridas sanan, nuestros deseos son colmados
y nuestro amor llega a su plenitud. Este amor del Niño-Dios hecho hombre nos permite sentirnos en casa;
¡hemos llegado a nuestro verdadero hogar! ¡Él, nuestra única patria!
85. Éste es el itinerario que el Papa Benedicto XVI propuso a todos los jóvenes en la XX Jornada Mundial
de la Juventud celebrada en Colonia, en agosto de 2005.
132

3.6 Unido a la Madre, pero entregado a Dios: Mt 2, 11. 20-21 / Lc 2, 21-38


Mt 2, 11- 20-21 / Lc 2, 21-38

“Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de


Israel; pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño. Él se levantó, tomó
consigo al niño y a su madre, y entró en la tierra de Israel” (Mt 2, 20-21).

Nota filológica: el evangelista emplea “παιδιου” (paidion) en los vv. 20. 21. y “παιδιου” (paidiou) también en
el v. 20. Como ya hemos señalado el término está referido directamente al niño Jesús cuando es todavía muy
pequeño, necesitado en todo de su madre 86.

El pasaje que nos ocupa es un oráculo que recibe en sueños José, el esposo de María87. En
el evangelio de Mateo, Jesús es el primer niño que aparece. En 2, 1 se le llama con el nombre
que José le ha dado por instrucción del ángel (cfr. 1, 21. 25) y que describe brevemente lo
que será su vida: él salvará a su pueblo de sus pecados. En el resto del capítulo se alude
siempre a Jesús llamándole “el niño”, en total nueve veces (cfr. 2, 8. 9. 11. 13. 14. 21. 29).
Conviene hacer notar que a ese niño se le asocia siempre con su madre: en Mt 2, se repite
cinco veces la expresión “el niño y su madre” (cfr. Mt 2, 11. 13. 14. 20. 21). El interés del
evangelista posiblemente sea el querer recordar constantemente al lector el origen
singularísimo de Jesús, que se ha descrito detalladamente en el capítulo primero del mismo
Evangelio: nació de María y “del Espíritu Santo” (cfr. 1, 18-25)88. Pero fuera o no ésta la
intención, lo cierto es que en textos como los aludidos, podemos entrever un mensaje

86. “¿Qué significa “ser niño”? Significa, ante todo, dependencia, necesidad de ayuda, tener que recurrir
a los demás”. Cardenal JOSEPH RATZINGER, El camino pascual, o.c., 81.
87. Para la Biblia, Dios se comunica a través de los sueños (cfr. Mt 1, 20; 2, 12. 13. 19. 22). “Aunque en el
A.T. se habla a menudo de los sueños como medio de comunicación divina, son típicos de los relatos
patriarcales (Abraham, Jacob, José). Con ello, Mateo quiere indicar a sus lectores judíos que se encuentran
en un ambiente semejante al de los patriarcas. La historia está comenzando de nuevo; no la historia del
antiguo pueblo de Dios, sino la historia de un pueblo nuevo, que también tiene su patriarca, José, con el que
Dios se pone en contacto como lo hizo con Abraham y los otros” (J. L. SICRE, o.c., 227).
88. “Jesús, en cuento niño, no sólo proviene de Dios, sino también de otros hombres. Ha vivido en el seno
de una mujer, de la que ha nacido su carne y su sangre, los latidos de su corazón, su comportamiento y su
palabra. Ha recibido la vida de la vida de otro ser humano. El que provenga de otro aquello que es propio
de uno no es un hecho puramente biológico. Significa que incluso la forma de pensar y de observar, de
hechura de su alma, la recibió Jesús de hombres que existieron antes que él y, en último término, de su
Madre”. Cardenal JOSEPH RATZINGER, o.c., 81.
133

teológico-espiritual, en su vertiente antropológica, de plena vigencia: la necesaria unión


materno-filial como realidad ineludible en todo hijo.

Madre e hijo son inseparables, porque el niño, en su primera infancia, no puede nada sin
su madre; la necesita para todo, pues está sumido en un grandísimo desvalimiento; los niños,
en esta etapa, son tan frágiles y vulnerables que la madre se hace del todo necesaria. La
menesterosidad humana en su contexto biológico fue una realidad a la que no escapó Jesús
en su primera infancia, como cualquier otro pequeño; la íntima vinculación hijo-madre en los
primeros años de vida es la “urdimbre” constituidora y estructuradora de la persona
humana89.

En todo el capítulo segundo de Mateo, el niño Jesús desempeña un papel pasivo90; es algo
que está de acuerdo con su etapa infantil; hace poco que ha nacido, y en todo caso tiene
menos de dos años; su única “actividad” es dejarse cuidar; y este cuidado lo tiene
especialmente de una manera más directa su Madre, siempre unida a su Hijo, y no sólo en
este tiempo de primera infancia. Posteriormente, y al compás del crecimiento, la unión física
se romperá; todo hijo tiene una entidad personal que tarde o temprano se esgrime como
libertad y “derecho” de independencia. María vivirá esta ruptura en su momento a causa del
Reino, pero aun cuando esto llego –cuando Jesús abandone el hogar de Nazaret
definitivamente-, madre e Hijo permanecerán unidos inseparablemente a otros niveles mucho
más profundo que los meramente corporales: una unión en el destino y en la misión; una
unión espiritual porque nace del Espíritu Santo, del mismo Espíritu que les habita; unión que
se inicia en la concepción virginal y se prolonga in crescendo durante toda la vida. Jamás una
madre y un hijo han estado más unidos en la historia de la humanidad.

La frase “to paidion kay ten metera” (al niño y a su madre) pues, quiere recordarnos que
la madre vivió siempre unida a su Hijo, y que esta unión fue más patente durante la primera
infancia; unión que superó la mera funcionalidad y que no quedó reducida a una atención por
cubrir las necesidades fisiológicas; fue más allá; una unión que supuso influencia relevante

89. Cfr. M. CABADA, La vigencia del amor, San Pablo, Madrid, 1994, 29-73.
90. El transcurso de la acción en todo el capítulo es determinado enteramente por otros personajes: por los
magos, Herodes y José, y principalmente por Dios, que aunque no aparezca muchas veces en escena, es
realmente el director de la historia que aquí se narra. Cfr. W. WEREN, Los niños en Mateo: un estudio
semántico, en Concilium, 264, abril 1996, 289-290.
134

en el proceso formativo de Jesús. Una unión educativa, podríamos decir; una unión que fue
haciendo a Jesús en su ser como hombre, como judío, como persona y como creyente91.

Podemos pensar legítimamente que Jesús niño vivió, especialmente en sus primeros años,
una relación profunda e íntima con sus padres terrenos92. Todo cuanto éstos hicieron con él,
le formaba, le conformaba a un buen hebreo, le iba transformando a ritmo de crecimiento.
Sobre la importancia educativa de María (unida a José) respecto de su Hijo, volveremos más
tarde en otro apartado, concretamente cuando abordemos Lc 2, 39-40 y sobre todo Lc 2, 51-
52. Entre uno y otro texto encontramos el episodio de la primera pascua del niño Jesús
celebrada en Jerusalén, y cómo allí, habiéndose quedado en el templo, les recuerda a sus
padres –con una libertad afectiva absolutamente desconcertante– cuál es su verdadera
filiación. ¿Qué hechos especialmente significativos –además de lo que acontecía
cotidianamente– podemos pensar con fundamento que prepararon –de alguna manera– este
momento tan revelador de la primera pascua en Jerusalén? Nos ocupamos de ello
seguidamente.

91. Esta realidad educativa, acontece desde mucho antes: “Los primeros meses de su presencia –el nuevo
ser humano– en el seno materno crean un vínculo particular, que ya tiene un valor educativo. La madre, ya
durante el embarazo, forma no sólo el organismo del hijo, sino indirectamente toda su humanidad”. (JUAN
PABLO II, Carta a las familias, n. 16. Año Internacional de las Familias, EDICEP, Valencia, 1994, 48).
92. “También José está ahí, siempre ahí. Es difícil decir todo lo que era José para María, pero es cierto
que rodeaba a la madre y al hijo de una presencia que era para ellos la más perfecta imagen humana del
Padre invisible”. (Y. RAGUIN, El libro de María, Narcea, Madrid, 1985, 85).
135

A. Circuncisión de Jesús e imposición del nombre: Lc 2, 21

“Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le puso el nombre de


Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno” (Lc 2, 21).

En Lc 2, 21-40, encontramos el episodio de la imposición del nombre y la manifestación


de Jesús93. Estos dos hechos –circuncisión e imposición del nombre–, (cfr. v. 21) junto a la
presentación en el tempo (cfr. vv. 22-24), sirven de introducción al núcleo del pasaje de las
profecías de Simeón y de Ana. El autor del Evangelio lucano utiliza una misma expresión
(eplesthesan ai hemerai) para referirse a tres realidades distintas pero de conexión idéntica.
El nacimiento (v. 6), la circuncisión (v. 21) y la purificación-presentación (v. 22). Son
realidades que hacen una constante referencia a Dios; es Dios quien da la vida y hace nacer;
es Dios quien toma como hijo de su pueblo al que es circuncidado (rito de elección y
pertenencia), y es Dios quien consagra al niño cuando éste es presentado y ofrecido por sus
padres.
Expresiones como “cuando se cumplieron los días… según la ley de Moisés” (v. 22),
“como está escrito en la ley del Señor” (v. 23), “conforme a lo que se dice en la ley del Señor”
(v.24), “para cumplir la ley” (v. 27), “… cumplieron todas las cosas según la ley del Señor”
(v. 39), hacen presente la intención y el deseo expreso de cumplir y vivir la voluntad de Dios.
Es voluntad de Dios pues el nacimiento de este Niño, su circuncisión, su presentación a Él.
Circuncidad a los ocho días de nacer, el Niño Jesús entra oficialmente en alianza con
Dios; derramando sangre se constituye en heredero de las promesas hechas a Abraham (cfr.
Gn 17, 10). Para un judío de la época, la circuncisión era lo que hoy es el bautismo para una
familia de cristianos94; era, por tanto, una fiesta, alegre y emotiva. Así podemos suponer que

93. Apenas cinco líneas dedica Lucas a la escena que sigue al nacimiento. Y los demás evangelistas ni la
citan, probablemente dándola por supuesta. Sin embargo, ocurren en ella dos hechos importantes: la
circuncisión y la imposición del nombre de Jesús. J. DANIÉLOU asegura que en este texto “Lucas transmite
directamente los datos históricos sin ninguna elaboración midráshica, datos que proceden de los recuerdos
conservados en el nucleo de Nazaret”. Cfr. J. DANIÉLOU, Los evangelios de la infancia, Herder, Barcelona,
1969, 97.
94. Aunque el rito no tenía origen rigurosamente hebreo, sí es verdad que sólo los judíos le dieron sentido
religioso y profundidad teológica más adelante (cfr. Jr 4, 4).
136

lo fue para María y José, que cumplen con sus deberes como padres y hacen lo que su parte
está, por introducir a su hijo en todo lo referente a la fe de su pueblo y a la participación de
la elección divina sobre éste; elección también personal refrenada por el nombre que se le
otorga.
El nombre era algo muy importante para los judíos; no era una “etiqueta”, sino algo que
identificaba a la persona (cfr. Mt 1, 21); trataba de significar un destino, influyendo incluso
en el carácter de quien lo llevaba; con el nombre se quería dar a conocer la misión a cumplir95.
Era el padre que debía poner nombre al hijo (cfr. Lc 1, 62), aunque en el A.T. lo hacía
indistintamente el padre y la madre; pero el nombre de Jesús no había sido elegido por José,
sino transmitido por el ángel, como signo de que era el Padre celestial –su verdadero Padre–
quien se lo otorgaba (cfr. Lc 1, 31). El Hijo de María recibió el nombre de Joshua, Jesús;
otros llevaban también este nombre pero sólo al hijo de José realizó en plenitud lo que su
nombre significaba: “Dios salva”, “Yahvé es Salvador”. Este niño, con un nombre tan
prometedor pero nacido en suma pobreza y que debió llorar ante el cuchillo circuncidador,
era el mismo que iba a cambiar el mundo y a salvar a toda la humanidad96.

95. Para un israelita el nombre le da valor “divino” a la persona; no tener nombre es no tener valor. Quien
no tiene nombre no es importante, no es conocido, es ignorado. En el nombre, según el Antiguo Testamento,
va también unidas las posibilidades de la persona, las que Dios le ha asignado. Dios mismo ha creado un
nombre para cada hijo suyo. Dios mismo se proyecta en el nombre de la persona y Dios mismo –según siempre
la concepción judía– ofrece, con el nombre, los talentos y capacidades que la persona recibe para hacer la
misión para la que ha nacido. Interesante comentario al respecto encontramos en: ANSELM GRUN, Tú eres
llamado por tu nombre, EDICEP, Valencia 2002.
96. Cfr. MUÑOZ IGLESIAS, Los evangelios de la infancia IV, BAC 509, Madrid 1990, 178-189. También,
JUAN PABLO II, Redemptoris Custos 11.12., Paulinas, Madrid, 1989, 30-31.
137

B. Presentación de Jesús en el Templo: Lc 2, 22-28

“Cuando se cumplieron los días en que debían purificarse, según la ley de Moisés,
llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del
Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un
par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor” fffffffffffffffff
(Lc 2, 22-24)

María y José, con Jesús, subieron a Jerusalén. Ir al templo era siempre un gozo para todo
judío creyente; llevaron a la casa de Dios a aquel pequeño que tanto tenía que ver con Él.
Según Lv 12, 2-4, tras el nacimiento del hijo, la madre debía purificarse97; aquí la
purificación se combina con la exigencia de consagración del primogénito al Señor (cfr. Ex
13, 2. 12). Jesús es presentado en el tempo de Jerusalén (cfr. Lc 2, 22); parece ser que en
ninguna parte estaba legislado que hubiera que presentar al niño en el tempo98; podía hacerse
según Nm 18, 15, y al parecer la gente piadosa lo estimaba conveniente (cfr. 1 S 1, 24-28)99.
María y José lo hacen optando por seguir la buena costumbre jerosolimitana de llevar a los
hijos al templo a pedir al rabino que los bendiga100. No sólo han circuncidado a Jesús

97. La ley mandaba que cuarenta días después del alumbramiento de un niño (o después de ochenta si se
trataba de una niña) las madres hebreas se presentasen en el templo para ser purificadas de la impureza legar
que habían contraído; era una visión puritana de la época; María se somete a ella.
98. Dice J. DANIÉLOU que “si esta presentación no es una prescripción de la ley, ¿Qué es lo que significa?
A nivel histórico, se trata de una iniciativa de los padres de Jesús, en relación no solo con una prescripción
general, sino con el carácter propio de Jesús. María y José saben que es “santo” (1, 35), que está consagrado
a Dios de una manera eminente. La presentación del niño en el templo es el reconocimiento, por parte de
ellos, de esta consagración. No tiene necesidad de ser consagrado, ya lo está de por sí. Pertenece al mismo
orden que el templo, puesto que la sombra que da testimonio de la presencia de Dios en el templo le cubre
desde su concepción (1, 35). Este hecho histórico, Lucas lo elabora de manera que subyace el carácter
sacerdotal de Jesús, lo que está en relación con su teología, y aclara muchos elementos del texto (…) La
presentación (…) quiere mostrar ya en Jesús niño al mismo sacerdote de la nueva alianza” (cfr. J.
DANIÉLOU, o.c., 95-96).
99. Además tiene su paralelismo (cfr. 1 S 1, 11.22-28; Ml 3, 1.4, 5; Lc 1, 17.76) cfr., nota Biblia de Jerusalén
v. 22.
100. Si bien es cierto que no era preceptivo presentar al niño a Dios en el Templo, sí que encontramos que
originariamente, el hijo mayor era consagrado al servicio de Dios, aunque más tarde esta consagración quedó
reservada a la tribu de Leví, pudiendo las demás “rescatar” a sus primogénitos varones mediante el pago de
una cantidad nominal al sacerdote (Nm 18, 15s.). Cfr. JUAN PABLO II o.c., 13, 31-32. Lucas recalca aquí la
ascendencia davídica de Jesús (cfr. Lc 1, 26.32; 2, 4; 3, 31), incluyéndolo específicamente en la tribu de Judá
(cfr. 3, 33); una adecuada reflexión teológica nos hace entender que si no aparece el precio del rescate de
Jesús es porque se quedó al servicio de Dios por ser su Hijo (cfr. el empleo de “mi Padre” en 2, 49). Jesús
estaba dedicado en su interior enteramente al servicio de Dios, consagrado a él desde el seno materno (cfr.
Sal 139, 13-16; Sal 22, 10-11) de manera que la presentación vendría a ser una especia de proclamación de lo
138

buscando cumplir con él todo lo prescrito por la ley, también le dan a vivir lo que sin
prescripción legal era costumbre entre su gente; disciernen la voluntad de Dios no sólo con
la Torá sino también con la Tradición. Como padres responsables, velan por su hijo y le
introducen en todo lo concerniente a su fe y su religión; no esperan a que se haga mayor para
decidir por sí mismo; como padres cumplen su misión: dar al hijo todo cuanto creen que es
voluntad de Dios y bueno para él. Más todavía: han recibido a Jesús como un don de Dios,
pero no lo acaparan para sí, pronto hacen este gesto de entrega, de ofrenda, de consagración.
María y José parecen ser conscientes de que todo cuanto hagan con su hijo desde la más
remota infancia –aunque él todavía no sea consciente– será enormemente beneficioso y un
día producirá sus frutos101.

que se expresa en Hb 10, 5-7: “Sacrificios y ofrendas no quisiste… Entonces yo digo: aquí estoy yo para
hacer tu voluntad, Dios mío”. No se puede decir con total certeza si ésta fue la intención expresa de Lucas,
pero ayuda a reafirmar esta consagración de Jesús desde el seno de su madre. ¿Cómo “rescatar” a aquél que
antes, durante y después de su alumbramiento es ya enteramente de Dios?
101. Nadie es consciente de que en la tierra que un campesino ve, labra, remueve, riega y abona, hay una
potencia un campo de manzano, que un día dará fruto exquisito… pero el que los demás no sean conscientes
de esta realidad oculta no significa que no exista; la semilla crece, pero oculta, escondida todavía; así la vida
de fe, la vida espiritual y sobrenatural, va creciendo en cada ser humano cuando es alimentada por sus
progenitores con gestos concretos, y va creciendo pese a la inconsciencia del individuo; un día, en su momento
adecuado, saldrá a la luz, dará su fruto. Lo que se siembra hoy, eso mismo se recogerá mañana; y la tierra de
los niños es la más fértil y fecunda.
139

C. Simeón y Ana: los que han sabido hacerse niños: Lc 2, 29-38

“Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Era un hombre justo y


piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo.

El Espíritu Santo le había revelado que no vería la muerte antes de haber visto al
Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres
introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, le tomó en
brazos y bendijo a Dios diciendo:

“Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque
han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz
para iluminar a las gentes y gloria de tu pueblo Israel”.

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad
avanzada. Casada en su juventud, había vivido siete años con su marido, y luego quedó
viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche
y día en ayunos y oraciones. Presentándose en aquella misma hora, alababa a Dios y
hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén”.
fgfgfgfgfgfgfgfgfgfgfgfgfgf (Lc 2, 25-32.36-38).

Nos encontramos ahora con el testimonio de un anciano justo y de una anciana profetisa
(cfr. vv. 25-38), Simeón y Ana aparecen aquí como símbolo de las mejores virtudes del
pueblo judío. Simeón simboliza al Israel que sabe esperar al Mesías (cfr. Lc 2, 29-32) y al
mismo tiempo sabe anunciar proféticamente lo que este Salvador será para su pueblo (cfr.
Lc 2, 33-35). Ana, en cambio, simboliza al Israel que ora y ayuna buscando “adelantar” la
venida del Salvador (cfr. Lc 2, 36-37), pero a la vez lo anuncia a todos cuando lo encuentra
(cfr. Lc 2, 38); su vida de oración es confesante y misionera, no queda reducida a un intimidad
“espiritualista”, alejada de las inquietudes de su pueblo. Avanzaban José con su esposa hacia
el sacerdote cuando ocurrió que un hombre se acercó a María y, como si la conociese, le tomó
el niño en los brazos y estalló en un cántico de júbilo, reconociendo en él al Salvador del
mundo.

Simeón es hombre justo y piadoso, es decir, seriamente preocupado por la realización de


la voluntad de Dios; esperaba la consolación de Israel –expresión típicamente rabínica para
140

designar al Mesías y los tiempos mesiánicos–. Colocan a Jesús niño entre sus brazos para ser
bendecido. “El Espíritu Santo estaba con él”, significa que Dios le concedió ver la
importancia de lo que estaba ocurriendo en aquel momento; lo que Simeón va a decir es de
inspiración divina. Su intervención tiene dos momentos. El primero se dirige a Dios y tiene
un trono marcadamente existencial. Ya puede morir tranquilo, aunque falten años para que
ese niño crezca y se convierta en luz de las naciones y gloria de Israel (cfr. v. 30. 32). Ese
niño, que da sentido a toda su vida anterior, a todos sus anhelos, es también el salvador de
todos los hombres (cfr. v. 31), no sólo de su pueblo. La segunda parte de su intervención se
dirige a María y contrasta fuertemente con la anterior. El que ha sido confesado como
Salvador, Gloria de Israel y Luz de las naciones, aparece ahora como bandera discutida,
motivo de grandes sufrimientos incluso para el ser más querido, su Madre (cfr. vv. 34-35).
Jesús niño ha suscitado la profecía, y la contemplación de su presencia ha generado paz en
el corazón de los pobres (cfr. v. 29); al mismo tiempo ha provocado la admiración de sus
padres, o sea, una reacción de sorpresa y perplejidad (cfr. v. 33) porque los oráculos sobre él
no dejan de ser enigmáticos: “este niño está destinado a ser caída y resurgimiento de
muchos”; puede ser una piedra de tropiezo (cfr. Is 8, 14) o puede ser la piedra angular sobre
la que construir todo el edificio de la fe (cfr. Sal 118, 22; Is 28, 16)102.

Simeón es el hombre capaz de ver en este niño al Mesías prometido; es un hombre que se
ha hecho niño por la esperanza, por una espera paciente, y se ha dejado inspirar por el Espíritu
Santo que revela sus secretos a los pequeños.

Ana es la mujer de la alabanza, que da gracias a Dios y anuncia a todos el nacimiento del
Niño esperado (cfr. Lc 2, 38). A sus 84 años (número simbólico de plenitud: 12 por 7), se
dedica a la oración y el ayuno. La ancianidad ha podido ser para ella la oportunidad para
volver a ser la niña que fue y albergar así esperanzas nuevas en el corazón.

Simeón y Ana son los ancianos que se han hecho como niños, o mejor, que siempre
permanecieron en la infancia espiritual, esperando contra toda esperanza la redención de su
pueblo y el cumplimiento de las promesas divinas. El episodio concluye con una despedida

102. Llamar a Jesús “signo” es un eco de Is 7, 14, donde el niño que se anuncia es el signo dado a la casa
de David. Pero además este niño es signo porque es y será elemento discernidor, que pondrá al descubrimiento
la fe de muchos corazones… Cfr. S. MUÑOZ IGLESIAS, o.c.I, 293-306.
141

(cfr. Lc 2, 39) y con la afirmación (a modo de estribillo) del crecimiento de Jesús (cfr. Lc 2,
40), y así se nos introduce en lo fundamental de la infancia de este Niño humano-divino; el
misterio de un crecimiento, de un proceso, de una evolución humana, de un progresivo
cambio madurativo de quien confesamos es Dios verdadero de Dios verdadero.

3.1 Jesús-niño:
“Yo debo estar ocupado en las cosas de mi Padre”

3.7 Jesús-niño: El misterio de un crecimiento entre Nazaret y Jerusalén. Lc 2, 39-52

En los textos precedentes el autor del evangelio lucano nos ha querido transmitir que el
Niño Jesús es, misteriosamente y a un mismo tiempo, el verdadero templo, el verdadero
sacerdote y el verdadero sacrificio. Lo mismo descubrimos en el último episodio del
evangelio de la infancia: Jesús en el templo, en medio de los doctores. Los textos que
queremos abordar seguidamente son pasajes que tienen entre sí una profunda conexión
teológica y cristológica103, lo que dificulta el estudiarlos por separado; no obstante trataremos
primero Lc 2, 31-50 para después detenernos en Lc 2, 39-40 y Lc 2, 51-52.

“Yo debo estar ocupado en las cosas de mi Padre” es una afirmación del pequeño Jesús
que revela identidad de hijos, y por tanto la raíz de toda nuestra vocación bautismal, de toda
vocación cristiana. Con esta Palabra que pronuncia Jesús-Adolescente, cuando todavía está
en su particular Casa de Formación que era Nazaret, se nos descubre nuestra vocación más
auténtica: ser hijos y serlo empleando toda la vida en las cosas del Padre.

San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales (n. 134), para el tercer día de la
segunda semana, pide la contemplación de este pasaje, pues lo considera como un episodio
programático para toda la existencia humana, con evocaciones de la profundidad del
misterio del hombre y del misterio de Dios104.

103. Cfr. R. E. BROWN en o.c., 465 ss.; tendremos en cuenta los comentarios que hace este autor.
104. Los exegetas y los estudiosos del Nuevo Testamento han escrito sobre este pasaje centenares de miles
de palabras, y es normal porque así san Lucas condesa, en tan sólo 14 versículos, una síntesis maravillosa de
su cristología. Cfr. C. Ma MARTINI, Estar en las cosas del Padre, Sal Terrae, Santander, 1991.
142

A. Jesús-niño, entre doctores-sabios y ancianos: Lc 2, 41-50

El templo de Jerusalén ha estado claramente presente en los inicios del evangelio de la


infancia; ahora se concluye también en él, corazón de la encarnación. Jesús realiza su
segunda visita al templo; la fecha era importante para él: era el día de su entrada oficial en
la vida religiosa de su pueblo. Es probable que se trate del año anterior a la fiesta de su Bar-
Mitzvah (“hijo de la Ley”), un rito litúrgico por el que el niño –recién iniciada su
adolescencia– queda constituido en miembro de pleno derecho del pueblo sacerdotal105. Los
textos de Talmud indican los 13 años como la edad en que comienza la obligación de cumplir
los preceptos de la Ley; pero esos textos no contradicen para nada lo indicado en Lc 2, 42,
pues muchos jovencitos eran llevados ya a los doce años en peregrinación para habituarlos
al cumplimiento del precepto, que les iba a obligar a partir del año siguiente. Es en este
momento cuando Jesús niño pronuncia las primeras palabras reveladas en los evangelios106.
Y la primera palabra de Jesús, de trascendental importancia, es precisamente “Padre”,
dirigida a Dios, no a José. “Padre” será también la última palabra pronunciada por Jesús
adulto –según Lc–, también en Jerusalén, pero en otro templo, el Calvario (cfr. Lc 23, 46). Y
“Padre” será también la última palabra de Jesús Resucitado (cfr. Lc 24, 49)107. De todos los
títulos que da Jesús a Dios en los evangelios, el de “Padre” es el más frecuente: Mt, 43 veces;
Mc, 5 veces; Lc, 15 veces; Jn 111 veces. Son estadísticas significativas si las comparamos
con la escasa frecuencia con que el A.T. emplea la palabra “Padre aplicada a Dios. Podríamos
afirmar que todo el misterio del Evangelio de Jesús se anuncia ya en estas primeras palabras
del niño-adolescente a sus padres terrenos; el suyo es el evangelio del Hijo que revela al
Padre, y será muy importante para poder apreciar el nivel de consciencia que tiene Jesús en

105. Lo afirmado es probable, aunque no todos los estudios exegéticos coincidan con dicha identificación.
Cfr. S. MUÑOZ IGLESIAS, Los evangelios de la infancia III, BAC 488, Madrid, 1987, 241-243. R. ARON
aborda el tema con minuciosidad descriptiva: Cfr. R. ARON. Así rezaba Jesús Niño, o.c., 69-202. También,
Cfr. J. JEREMÍAS, Jerusalén en tiempos de Jesús, o.c., 93-94. Igualmente encontramos referente
significativos sobre la edad de inserción oficial en las leyes religiosas, en: R. E. BROWN, o.c., p. 494.
106. Cfr. JUAN PABLO II, o.c., 15, 34-36.
107. Cuando J. JEREMÍAS escribió su libro titulado ABBA, añadió como subtítulo El mensaje central del
Nuevo Testamento; muchos lo consideraron como un gran acierto. Toda la vida de Jesús, toda su misión, toda
su predicación, sus palabras y sus acciones, tienen como denominador común el que el hombre, cada hombre,
puede redescubrir a Dios como PADRE; y todo el itinerario de fe que ha de recorrer cada creyente es, en
definitiva, un itinerario hacia la filiación divina, que en Jesús se dará por naturaleza y en los hombres por
gracia, en él de una manera única y en los hombres adoptiva.
143

su humanidad durante la infancia-preadolescencia de la paternidad de Dios sobre él y de su


particular filiación divina108.
Revisamos, con cierto detenimiento, el pasaje que nos ocupa109:

1. “Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. Cuando
tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta…” vv. 41-42.

Dice Lucas que sus padres hacían este viaje todos los años (cfr. v. 41); el tono de novedad
con que el evangelista cuenta la escena nos hace pensar que ésta fue la primera vez que el
pequeño les acompañó, aunque habían escuelas rabínicas que recomendaban que los niños
fueran cuando apenas sabían andas. Jesús debió entusiasmar al conocer la noticia de que ese
año iría a Jerusalén: “¡Qué alegría cuando me dijeron!: ¡Vamos a la Casa del Señor!” (Sal
122). Me consumo suspirando por los atrios del Señor… ¡Dichosos lo que encuentran en ti
su fuerza, oh Señor, alabándote siempre! ¡Dichosos los que encuentran en Ti su fuerza y
peregrinan hacia Ti de buena gana! Caminan animosos, para ver a Dios en Sión… ¡Señor,
mi Dios, escucha mi plegaria, atiéndeme Dios de mis padres! ¡Pon tus ojos en el rostro de
tu pequeño, en el rostro de tu hijo! Porque un solo día en tus atrios es mucho mejor que mil
en mi casa, y el umbral de la casa de mi Dios es mi preferencia favorita (cfr. Sal 84).

Era la Pascua. Era la más importante de las tres fiestas que, con un carácter agrícola y
religioso a la vez, todo hebreo que hubiera cumplido los trece años debía celebrar en
Jerusalén, según prescribe la Ley de Moisés (cfr. Ex 23, 14-17; 34. 23).

108. “Antes todo, debemos tener en cuenta que el título central de Jesús, el que más propiamente expresa
su dignidad, es el de “Hijo”… La orientación entera de su vida, el motivo originario y el objetivo que la
modelaron, se expresa en una palabra: Abbá, Padre amado. Jesús sabía que nunca estaba solo: aquel a quien
llamaba Padre siguió volcándose en Él hasta el último grito sobre la cruz. Únicamente así es posible
comprender que no haya querido llamarse rey, ni señor, ni con otro nombre que significara atributo de poder,
sino utilizando una palabra que podríamos traducir también por “niño”. Podemos, pues, afirmar: la infancia
tiene en la predicación de Jesús una significación tan extraordinaria porque es ella la que con mayor
profundidad responde al misterio más personal de Jesús, a su filiación. Su dignidad más elevada, que remite
a su divinidad, no es un poder que él posea en definitiva; se funda sobre su estar vuelto hacia el Otro: Dios,
el Padre”. Cardenal JOSEPH RATZINGER, El camino pascual, o.c., 82.
109. Nuestro comentario tiene presente cuanto se indica en: C. Ma MARTINI, Estar en las cosas del Padre,
Sal Terrae, Santander, 1991.
144

Aunque todavía no es gadol (adulto) o bar´ onosim (no ha cumplido todavía los trece
años), Jesús, con su padre y su madre, va en peregrinación a la Ciudad Santa. Toda palestina
se movilizaba para una fiesta sin paragón con el resto de las que celebraba Israel110. Jerusalén
se volvía un hervidero de gente111, donde el entusiasmo se contagiaba y el sentido religioso
era el aire común que se respiraba en todos los rincones. María y José, este año, van con su
pequeño. Los que residían en Nazaret y en otros pueblos vecinos se ponían en camino hacia
Jerusalén poco después del mediodía del 10 de Nisán (marzo-abril), y lo hacía después de
haber participado con sus paisanos en la ceremonia que se celebraba en la sinagoga para pedir
la protección de Dios durante la peregrinación. Por etapas, en cuatro días, recorrían los 141
kilómetros que separaban Nazaret de Jerusalén. El trayecto estaba jalonado de plegarias,
cantos, bendiciones y oraciones múltiples. El pequeño y joven Jesús debió cantar, con gran
entusiasmo y fervor judío, uno de los salmos de los peregrinos en las subidas: “¡Nuestro pies
ya pisan tus umbrales, oh Jerusalén!... ¡Allá suben las tribus de Israel, según el precepto de
Adonai! Rogad por la paz de Jerusalén; ¡vivan en paz los que te aman, Ciudad Santa!” (cfr.
Sal 122).

En cuanto los peregrinos llegaban a Jerusalén, todos los visitantes se empapaban del
ambiente festivo y de alegre algarabía que llenaba una ciudad cuya población llegaba a
triplicarse en esas fechas. Aunque los evangelios no seas prolijos en detalles, podemos
suponer con fundamente que María, José y Jesús vivieron todo esto, como tantos otros
peregrinos, pero, ciertamente, con un énfasis de sentido y profundidad mucho mayor que el
resto de sus coetáneos.

110. 1.- La fiesta de primavera o de los ácimos: Pesaj-Pascual, conmemoración de la liberación del pueblo
hebreo de la esclavitud de Egipto; cena ritual de los Ázimos y el cordero Pascual. 2.- La fiesta de la siega:
Shavuot-Pentecostés, conmemoración de la entrega de las Tablas de la Ley en el monte Sinaí a los cincuenta
días de la salida de Egipto. 3.- Y la fiesta de la cosecha: Sukkot-Tabermáculos (o Chozas), se vive en cabañas
en los hogares judíos en recuerdo de las tiendas en que vivieron en la travesía por el desierto; una fiesta de
carácter mesiánico que acontece al final de la estación de los frutos. Hay otras fiestas importantes pero tienen
un carácter más bien penitencial como el Yom kippur (Día del Perdón, el más solemne del calendario hebreo),
o el Rosh Hashana, día Primero del Año en el calendario judío, en el que se conmemora la Creación del
Mundo; es el día del Gran Juicio y suena el shofar (toque del cuerno de carnero). Cfr. Información recogida
verbalmente en el Centro de Amistad Judeo-Cristana de Valencia, C/ Cirilo Amorós, 54. 46004 Valencia.
111. “La animación era tan grande que el procurador romano, preocupado continuamente del orden, debaja
su residencia de Cesárea para venir a controlar de cerca la situación”: (Ch. SAULNIER – B. ROLLAND, o.c.,
30).
145

Incluso podemos imaginar a Jesús profundamente impresionada, asombrado y admirado


por todo lo que sus ojos ven. Decir Templo y decir Jerusalén era tocar las fibras más íntimas
del corazón judío, en este caso de Jesús niño. Jerusalén era la ciudad de Dios, y el templo de
Su casa.

Además, del verdadero espectáculo que podía contemplarse hemos de tener en cuenta
principalmente la conmoción interior por todo lo novedoso, esperado y añorado desde muy
pequeño; el ansia de marchar a Jerusalén se transmitía de padre a hijos por ósmosis; al joven
Jesús pudo parecerle todo un sueño, per, por fin, estaba allí, en la Ciudad Santa, en el
Templo… la morada del Eterno sobre la tierra. Con fundamento podemos creer que Jesús
rezó también uno de los muchos salmos que sabía de memoria y que ahora cobraba pleno
sentido de experiencia vital: ¡Qué maravillosa es tu morada, oh Señor todopoderoso! Todo
mi ser se estremece de gozo anhelando al Dios vivo… Oh Dios, Tú eres mi Dios, desde el
alba te deseo; estoy tan sediento de Ti que por Ti desfallezco… quisiera contemplarte en tu
santuario, ver tu gloria… porque tu amor vale más que la vida… ¡Cuántas veces, en mi
lecho, te he recordado! ¡Cuántas veces he meditado en Ti en medio de mis vigilias! Hoy, a
la sombra de tus alas, ¡grito de júbilo! ¡Estoy unido a Ti, Padre mío, y tu diestra sostiene
toda mi existencia! (cfr. Sal 63).

Jesús ya está en la Ciudad con la que tantas veces de pequeño ha soñado y ha deseado.
Allí se iba a orar y comparecer delante de Dios, cuya presencia llenaba sus muros y paredes.
Eran días de regocijo ante el Señor, en el recinto del templo se celebraban reuniones de
oración como las celebraciones sinagogales, con lecturas relacionadas directamente con la
fiesta y más desarrolladas que de ordinario. Muchos peregrinos aprovechaban para ofrecer
sacrificios de comunión y oír a los famosos rabinos explicando algún pasaje de la ley o dando
algún consejo jurídico112.

Pero para el pequeño Jesús todo debió ser a la vez deslumbrante y misterioso,
enormemente bello y profundamente enigmático; no faltaron los contrastes. Jerusalén estaba
ocupada por el ejército romano. Aquella presencia humillante de los imperialistas debió
golpear el interior del muchacho. Había tensión en el ambiente, porque si el pueblo crecía

112. Cfr. Ch. SAULNIER – B. ROLAND, o.c., 30.


146

con la fiesta, también lo hacía proporcionalmente el control de Roma. La ciudad de Su Padre


y la casa de Su Padre estaban invadidas y profanas por opresores.

Si pensamos que hubo realidades llamativas para Jesús a nivel social y político, podemos
afirmar lo mismo respecto al mundo religioso que se le presentaba ante sus ojos. El muchacho
pudo observar y presenciar muchas realidades de su religión por primera vez (el sumo
sacerdote, el sacrificio del cordero, el altar de los holocaustos, los inciensos, los cirulos
concéntricos del sancta-santorum, el correr de la sangre de la víctima…). En Nazaret todo
era mucho más sencillo; el culto sinagogal era mucho más simple, todo más familiar; allí
toda la comunidad era sacerdotal y todos presidian por turno. Aquí, en Jerusalén, se daba un
sacerdocio muy distinto, un culto más jerarquizado, un mundo religioso más lleno de misterio
y solemnidad… Jesús tiene que cambiar, tiene pasar de Nazaret a Jerusalén, de la Sinagoga
al Templo, de una religiosidad más sencilla –más cercana a su mundo infantil– a otra más
honda y misteriosa113.

¿Qué pudo sentir aquel muchacho ante tanta novedad? ¿Qué experiencia tuvo de aquella,
su primera Pascua en Jerusalén? Posiblemente nunca podamos saber el nivel de consciencia
y conocimiento divino que iluminó la naturaleza humana de este preadolescente, pero sí
podemos acercarnos a la reveladora escena de Lc 2, 41-50, y arriesgarnos a dar una primera
respuesta a estos legitimo interrogantes.

113. Cfr. A. MAGGI, Nuestra Señora de los herejes, o.c., 100-101.


147

2. “… y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin


saberlo sus padres. Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de
camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero al no encontrarle, se
volvieron a Jerusalén en su busca. Y sucedió que, al cabo de tres días, le
encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y
preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y
sus respuestas” ffffffffffff (Lc 2, 43-47)

Creemos que el Niño Jesús ha quedado fascinado por todo cuanto ha visto y ha oído. El
asombro por lo que sus ojos han contemplado y por lo que sus oídos han escuchado, le ha
cautivado hasta retenerle en el Templo. La capacidad de asombro es propia de la infancia114;
cuanto más inocente es una infancia, más capacidad de asombro se tiene. Jesús niño-
preadolescente, tiene esta capacidad en estado puro, un asombro de seducción divina. Pero
llega el momento de regresar115. El muchacho se queda. Sus padres no se han percatado de
ello116. Entre el bullicio del regreso lo pierden y cuando se dan cuenta inician la búsqueda
llenos de angustia e incertidumbre (cfr. Lc 2, 38); regresan a Jerusalén; nadie sabe nada del
muchacho. Lo encontraron, por fin, pasados tres días117. Lucas sólo nos dice que estaba allí

114. El metropolita griego Stylianos Harkianakis recuerda que Platón, en el Timeo, habla del juicio irónico
de un extranjero que afirma que los griegos son aeí paídes, eternos niños. Platón no ve en este juicio un
reproche, sino una alabanza de la manera de ser de los griegos. “Como no quiera que sea, hay un hecho
indiscutible: los griegos querían ser un pueblo de filósofos, y no de tecnócratas, es decir, eternos niños, que
veían en el asombro la condición más elevada de la existencia humana. Solamente así puede explicarse el
hecho significativo de que los griegos no hicieran uso práctico de sus innumerables hallazgos”. St.
HARRIANAKIS, Orthodoxe Kirche und Katholizismus, Munchen 1975 1975, 60s; cfr. PLATÓN, Tumaeos
22b.
115. Las fiestas pascuales duraban siete días (cfr. Ex 12, 15; 23, 14-17; 34, 23-24; Lv 23, 5-8; Dt 16, 1-17);
pero sólo los dos primeros y el último eran de plena fiesta. En los cuatro intermedios se podía caminar y eran
muchos los peregrinos que los aprovechaban para regresar a sus ciudades. Sabido es que sólo quienes podían
costearse el gasto se quedaban toda la semana, pero el que no podía, bastaba con que se quedara una sola
noche, normalmente la más solemne: la primera (cfr. A. MAGGI, o.c., 96). Es probable que así lo hiciera
María y José dada su pobreza material; ¿podría encontrarse aquí la razón por la que Jesús decide quedarse
más tiempo al no haber tenido suficiente con un solo día para satisfacer su curiosidad? ¿Cómo marcharse tan
pronto ahora que tantos misterios se abren ante sus ojos? (cfr. J. L. MARTÍN DESCALZO, o.c., 193). Otros
especialistas –con más fundamentación exegética– opinan que la Sagrada Familia permaneció en Jerusalén
los ocho días, porque es al final de la Fiesta cuando dice el evangelista que Jesús “se queda” sin que se enteren
sus padres. Cfr. S. MUÑOZ IGLESIAS, Los Evangelios de la infancia III, o.c., 244-245.
116. “Si los hijos son considerados como nada, ¿por qué Jesús debería constituir una excepción?” “… los
hijos no son objeto de ningún cuidado o atención por parte de sus padres; y Jesús se aprovecha” (A. MAGGI,
o.c., 97). ¿Fue así realmente?
117. J. DANIÉLOU afirma que estamos ante un episodio histórico aunque con un claro interés catequético:
“… es entonces cuando le hallan en el templo. María se queja de la ansiedad que les ha hecho pasar. Todo
148

sentado “entre los doctores” (cfr. v. 46)118, es decir, en el semicírculo que los mismos
doctores formaban y en que solían sentarse cuando querían escuchar119. Creemos que Jesús,
lejos de estar dando lecciones a los maestros de la ley, estaba más bien fascinado por todo y
cuestionado igualmente por todo; ésta es la actitud más propia de un niño de su edad120; él
había recibido tanta experiencia de fe en su hogar de Nazaret que ahora todo le resultaba no
sólo enormemente familiar sino al mismo tiempo fascinante y hasta podríamos atrevernos a
decir, revelador121. Toda la ceremonia de Pascua –a pesar de su pompa– debió producir
interrogantes muy interesantes en su inteligencia humana y en su corazón de hombre.

Tomándonos en serio la Encarnación, puede que no sea lo más correcto imaginar a Jesús
en estos momentos como un niño prodigio122; participe de nuestra débil condición huaman,
necesitó escuchar, preguntar… Nos inclinamos mejor por pensar a Jesús como un niño
sediento. Jesús niño pudo experimentar en Jerusalén aquello que tantas veces había

es histórico. Forzosamente María tenía que guardar el recuerdo de un hecho tan inquietante para ella. Y
sería absurdo negar la historicidad y la humanidad del hecho” (J. DANIÉLOU, o.c., 118). Por otra parte
conviene dejar claro que “nada en el relato sugiere negligencia o descuido por parte de José y María, ni
insolencia o remolonería indebida por parte de que tiene intención refleja en los planes del Niño” (S.
MUÑOZ IGLESIAS, o.c., III, p. 245).
118. La existencia de un centro docente en el Templo (cfr. Lc 2, 46), la posibilidad de discusiones familiares
entre un niño y los doctores de la ley (cfr. 2, 46-47), y la posición “sentada” de Jesús (cfr. 2, 46), todo esto es
conforme a las costumbres del tiempo. Cfr. R. LAURENTIN, Jésus aun Temple, Mystere de Paques et Foi
de Marie en Lc 2, 48-50, Gabalda, París 1966.
119. No es que estuviera él pronunciando doctos discursos o enseñando él a los maestros. Aunque hay
autores que piensan lo contrario: G. RAVASI, lo presenta como un superdidaskalosk, con inteligencia
descomunal, como un “maestro a cuyos pies los otros maestro se truecan en discípulos” (cfr. El misterio de
la Navidad, Paulinas, Madrid, 1984, 124-126). Pero nos parece más coherente con todo el episodio lo que
indica H. HENDRICKX: “Jesús estaba escuchando una de esas discusiones entre un grupo de rabinos. No
hemos de imaginarnos una escena en la que un niño precoz domina a un gran grupo de ancianos. Escuchar y
hacer preguntas era una expresión judía corriente para designar al estudiante que aprendía de sus maestros.
Jesús aparece como un genuino alumno” (o.c., 148). Dicha postura la ratifica expresamente R. E. BROWN
cuando dice que “aunque, en el cuerpo del evangelio, Jesús es llamado con frecuencia maestro (didaskalos)
aquí no se le presenta como tal” (o.c., 496).
120. Dice Benedicto XVI que en un niño pequeño ya se da un gran deseo de saber y comprender, que se
manifiesta en sus continuas preguntas y peticiones de explicaciones… sobre la verdad, sobre esa verdad que
puede ser la guía de toda la vida. Eso mismo es lo que Jesús vive con 12 años en el Templo: un niño
preadolescente que busca la verdad de su fe, de las tradiciones religiosas de su pueblo, de su Abba… siendo
que es Él mismo la Verdad. Cfr. Carta del Papa –a la diócesis de Roma– sobre la tarea urgente de la
educación, Vaticano 21 de enero de 2008.
121. Y revelador también para él, que era portador de una luz nueva, totalmente nueva respecto de cuanto
había visto, oído y vivido esos días. Es sumamente interesante el Epílogo de Benedicto XVI en su libro La
infancia de Jesús, en el que comenta el Santo Padre algo de este hermoso pasaje de Jesús en el templo a los
doce años; nos unimos a todo cuanto en dicho texto se expone (cfr. BENEDICTO XVI, o.c., pp. 124-136).
122. A decir verdad nos podemos preguntar si cabe mayor prodigio que el mismo Hijo de Dios, fuente de
toda Sabiduría y Luz, asumiendo hasta tal punto nuestra débil condición humana, que necesita escuchar y
preguntar… No era un niño prodigio, sino más bien, su prodigio era ser niño.
149

escuchado y rezado con sus padres y sus compañeros en Nazaret: “Dios, tú mi Dios, yo te
busco, sed de ti tiene mi alma” (Sal 63, 2)”, “Como la cierva anhela las corrientes de agua,
así mi alma te ansía a ti, Dios mío. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿Cuándo podré
ir a ver la faz de Dios?” (Sal 42, 2-3). Esperaré que llegue el momento –pudo decirse Jesús
durante los años previos–, “… y llegaré al altar de Dios, al Dios de mi alegría” (Sal 43, 4).
Ahora ha llegado el momento; ha ido por primera vez a Jerusalén a celebrar la Pascua; ¡está
ante el Altar de Yahvé! Frente a lo tantas veces esperado, ansiado y deseado –como cualquier
otro niño– se emocionó; entró en el Templo y quedó deslumbrado. Se acercó a los Doctores
de la Ley, y pudo exponerles cuanto sentía, podía escucharles, podía entrar en diálogo con
los sabios123.

Jesús escuchó y preguntó (cfr. v. 46). El v. 46). El v- 47 nos dice que “todos los que le
oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas”. La inteligencia (“synesis”)
a la que se refiere el autor implica percepción más que conocimiento intelectual
propiamente124. Jesús es aquel niño del que habla el libro de la Sabiduría (cfr. Sb 8, 10) que
es honrado por los ancianos siendo un joven; incluso la frase “sentado en medio de los
doctores” tiene su precedente en el libro de Daniel 13, 50: “Los ancianos dijeron a Daniel:
Ven, siéntate en medio de nosotros, y danos explicaciones, ya que Dios te ha dado la dignidad
de la ancianidad”. Jesús niño muestra su sabiduría e inteligencia a través de su atención;
entiende porque atiende previamente; él es un niño especialmente atento, se muestra

123. Estos especialistas en el comentario rabínico, ante quienes deben presentarse Jesús y todos los judíos
de su edad que se preparan a la vez para su indicación religiosa, son los hombres que inscriben sus reflexiones
y toda su ciencia en el marco de la Torá. Conocen sus libros santos a la perfección; pero, en la época de Jesús,
su enseñanza es exclusivamente oral; desde la infancia fueron familiarizándose con esta Palabra de Dios;
ahora la trasmiten a sus discípulos. En un intervalo del oficio, Jesús y los niños de su edad se acercan a ellos;
los Doctores hablan a los niños y a los fieles, dando a la vez una especia de lecciones de moral junto a lecciones
de aplicación de la ley a la vida práctica. Se les enseñaba el predominio de la vida sobre la letra de la ley, o
mejor, la unión. No basta con aprender la ley, será necesario vivirla, llevarla a la práctica. A los niños,
especialmente por su gran capacidad de aprendizaje, se les decía que no bastaba con leer un salmo con la
inteligencia, sino que además era necesario interesarse por las necesidades de los hombres. Aquí –en lo
aprendido en la infancia– podemos encontrar una de las fuentes de las enseñanzas evangélicas que Jesús
proclamaría de mayor. Igualmente, en las enseñanzas morales que los Doctores imparten a los peregrinos y a
los niños, hay toda una sabiduría de la que se encuentran muchas huellas en la predicación de Jesús, después
de su vida oculta. Cfr. R. ARON, Así rezaba Jesús Niño, o.c., 195-198.
124. La tradición de la Iglesia ve en este pasaje la manifestación de una sabiduría-inteligencia en Jesús
sorprendente para su edad, y ciertamente llamativa. J. DANIÉLOU afirma que el interés catequético del pasaje
está en manifestarnos a Jesús como maestro digno de fe; Jesús es el que salva y el que enseña la salvación; y
tiene esta autoridad ya desde la adolescencia (cfr. o.c., p. 115). Sin negar nada de esto, nosotros ponemos el
acento en otro lugar: en la actitud de Jesús respecto al interés por los textos sagrados.
150

profundamente receptivo y perceptivo, todo lo observa, y lo escucha todo para discernir la


realidad nueva que ha de venir con él y por él; y parece que este atender escuchando y
entender discerniendo –actitudes que aprendió de María–125 es precisamente lo que deja
asombrados, literalmente estupefactos, a los sabios de Israel. Las preguntas de los doctores
de la ley en esos círculos de debate, eran referentes a la interpretación de la Escritura, bien
de la halakah, bien del pesher, sobre el significado de las profecías. Lo que deja pasmados a
los doctores es el interés, la pasión por las Escrituras y la profundidad con que el adolescente
interpreta la Ley y los profetas, aspectos que encontramos igualmente más tarde como
denominador común en toda su vida pública (cfr. Mt 12, 1-8; 19, 3-9). Jesús se muestra como
niño hipersensible a las cosas de Dios, enormemente interesado por conocer todo cuanto
pueda referente a su Abbá. A las Sagradas Escrituras, a las promesas mesiánicas, a las
esperanzas de su pueblo. Podemos pensar que los doctores de Jerusalén habían apreciado esta
sed de Dios en algunas personas, normalmente mayores, pero nunca en un jovenzuelo como
el que tenían delante. Esta sensibilidad por las cosas del Padre producía la admiración de
todos (cfr. Lc 2, 47).

125. cuando encontramos en varias ocasiones a María frente a realidades que no acaba de entender,
observamos cómo el evangelista se apresura a indicarnos cuál era su actitud (cfr. Lc 2, 19; 2, 51): María
guardaba todas estas cosas en su corazón… meditaba. “Guardaba” (en gr, synetereí), como quien reserva
algo valioso para utilizarlo cuando sea necesario. María guarda y medita (en gr, symballousa). Los textos
utilizan un participio pasivo del verbo symballo, que indica acción de reunir lo lanzado: sym = reunir /
ballosusa = lanzar. María –podríamos decir– “symbaliza”, es decir, reúne dentro de sí todo lo que capta fuera
de sí como disperso, separado, lanzado. María reúne los datos que capta separadamente en los acontecimientos
adversos que le toca vivir respecto de su Hijo (desplazarse a Belén, no tener sitio en el albergue, tener que dar
a luz en un establo, la visita de los pastores, la de los magos, las profecías de Simeón y Ana, la huida a Egipto,
la matanza de los niños inocentes, su pequeño perdido y hallado en el templo de Jerusalén, su enigmática
respuesta frente a la pregunta angustiosa de la madre…). Son todos acontecimientos que, en la mente de un
judío están lanzados por Dios¸ y el hombre encuentra en ellos datos para no precipitarse a juzgar la historia
sino más bien a interpretarla con ojos de fe. María encuentra estos datos en su vida, pero los encuentra sueltos,
deshilados tantas veces, sin aparente sintonía o coherencia con lo anunciado por Gabriel aquella tarde en
Nazaret. ¿Qué hace María? En lugar de reprochar a Dios o levantar una queja constante contra los hombres,
reúne estos datos y lo que hace es confrontar. El sentido más exacto de symbalizar sería el de confrontar. O
sea María, coge todos los datos dispersos que aparecen en su historia y los confronta con la Palabra recibida
de Dios en la Anunciación, y además lo guarda todo en su corazón, que para los hebreos es el lugar de la
inteligencia más del sentimiento propiamente, por lo tanto el lugar del discernimiento (según la luz y el
espíritu de Dios… de ahí que fuera necesario tener un corazón puro). Cfr. C. Ma MARTINI, Una libertad que
se entrega, o.c., 116-120. S. MUÑOZ IGLESIAS lo dice así: Cuando María presencia acontecimientos
desconcertantes, se esfuerza en su corazón por poner en orden las piezas del rompecabezas (…) Cuando no
entiende, sigue “ordenando en su corazón las piezas incoherentes del rompecabezas divino” (o.c., III, 254-
255). Jesús aprendió de su Madre desde muy pequeñito a ver, observar, confrontar, discernir, guardar en el
corazón. Por eso estaban los doctores admirados al comprobar cómo observaba, escuchaba, confrontaba,
discernía. Cfr. JUAN PABLO II, Jesús perdido y hallado en el templo (4), o.c. También, BENEDICTO XVI,
Jesús de Nazaret, o.c., 278. (Cfr. BENEDICTO XVI, Verbum Domini, 25.28.88.124).
151

3. “Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: “Hijo ¿por


qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando”.
Él les dijo: “Y ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa
de mi Padre?” Pero ellos no comprendieron la respuesta que les
dio”ddddddddddddddd (Lc 2, 48-50)

En el encuentro de María y José con Jesús lo normal hubiera sido una experiencia de
inmensa alegría (cfr. Mt 2, 10), pero Lucas dice que la experiencia fue de sorpresa y asombro.
El verbo griego utilizado es “exeplághesan”, que significa un enorme estupor, quedar
atónicos, experimentar una profunda conmoción. El verbo expresa la reacción ante una
realidad novedosa, una enseñanza imprevisible, desconcertante (cfr. Lc 4, 32-32; Mt 7, 28-
29; Hch 12, 12). En este momento, la extrañeza de la situación presente eclipsa el sentimiento
lógico de alegría por el encuentro del pequeño extraviado. Pero ¿Quién perdió a quién?

Jesús, a los doce años, no se queda en Jerusalén por descuido. El texto no dice que Jesús
se perdiera, sino más bien que se quedó (cfr. v. 43), es decir, que Jesús hizo una opción:
quedarse aun a riesgo de separarse de sus padres y de no ser comprendido. Fueron sus padres
quienes le perdieron. María y José, angustiados, lo encuentran después de tres días126. En los
labios de María hay una pregunta que suena a reproche, pero que nos empuja a un misterio a
cuyo abismo nos precipitará la respuesta: “Hijo, ¿Por qué nos has hecho esto? (v. 48. a)127.
En el fondo es como decir: ¡Ha sido durante todos estos años un hijo tan dócil y cariñoso,
que ahora no comprendemos cómo ha dejado que entráramos en esta angustia! Y añade
María: “Tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando” (v. 48)128. El niño Jesús

126. Aunque la Biblia de Jerusalén en su nota a pie de página al versículo 46 –y otros autores como
LAURENTIN, BROWN, DUPONT– intentan ver aquí una alusión al Misterio Pascual de Jesús, nosotros nos
inclinamos más bien por pensar –con MUÑOZ IGLESIAS– que la indicación no tiene por qué ser simbólica
(no dice “al tercer día”); puede muy bien pertenecer a la normal evolución del hecho en sí: un día de camino
desde Jerusalén hasta la parada; un día para el regreso y otro día de búsqueda. Cfr. S. MUÑOZ IGLESIAS,
o.c., III, 248-249.
127. La expresión griega es más de quejar o reprensión que da deferencia y afecto (cfr. Gn 3, 14; 4, 10; 1 S
13,11). Además nos interesa hacer notar cómo María llama a Jesús “teknon” = hijo (y no “h y o s”), del verbo
“tiktó” = dar a luz (hijo “engendrado por mí”). “Teknon” tiene una connotación de dependencia, de lazo
físico, que Jesús no acepta. Este término no volverá a aplicarse a Jesús en todo el N.T. Cfr. BROWN, o.c.,
512. También A. MAGGI, o.c., 98 (nota 27). Y S. MUÑOZ IGLESIAS. o.c., III, 254.
128. En el N.T., el verbo empleado “odynasthai”, (en el texto “odunwmenoi”) implica angustia moral y
espiritual, tristeza profunda con la expresión de un elemento afectivo muy fuerte (cfr. Lc 16, 24; Hch 20, 38).
La reacción de los padres aquí, es compleja: antes de asombro y ahora de angustia con una intensa carga
152

responde preguntando y, de esta manera, revela lo que para él ha quedado evidente con esta
primera Pascua en Jerusalén y este encuentro con los doctores de la Ley: “¿No sabíais que
yo tenía que estar en la casa de mi Padre?” (v. 49)129. La respuesta de Jesús aquí no aclara
la pregunta concreta de María; y es que dicha afirmación no pretende responder directamente
a la pregunta de la Madre sino más bien recordarle la identidad propia del Hijo130. Jesús
lanza, en primer lugar, una pregunta-reproche: ¿Por qué me buscabais? La respuesta puede
resultar obvia si se entiende la pregunta de un modo superficial. Pero el transfondo de la
misma es: ¿Por qué me buscabais donde yo no estaba? Es decir: ¿Por qué me buscabais
entres familiares y parientes… cuando mi lugar es la Casa y la cosas de mi Padre? Jesús-
niño-adolescente reprocha a sus padres de la tierra que lo busquen entre los lazos de la carne
y de la sangre… No. Es en el Templo y entre los que aman la Torá, donde Jesús está, como
símbolo y anticipo de la nueva familia de los creyentes, lo que escuchan la Palabra de Dios…
ésos son sus hermanos y hermanas… esa asamblea es su verdadera madre (cfr. Mc 3, 31-
35/ Lc 8, 21). Jesús vindica para con él relaciones que son superiores a las de la familia de
la carne.

Al mismo tiempo, Jesús, con su respuesta, contrapone directamente su filiación divina real
a la filiación humana respecto de José. Sin decir expresamente que José no es su padre, el
Niño afirma claramente que su Padre es Dios, por lo tanto, su sitio no está al lado de José,
sino en las cosas de su Padre celestial. Responder diciendo “tenía que” significa haber
comprendido la raíz profunda de esta vocación: “he venido para esto”, “el Padre me ha

afectiva respecto al hijo perdido; una angustia aumentada por el sentimiento de responsabilidad como padres
y el temor religioso de haber sido indignos de la confianza que Dios había depositado en ellos, otorgándoles
la custodia de su hijo. Cfr. C. Ma MARTINI, Estar en las cosas del Padre, Sal Terrae, Santander, 1991, 63-
74.
129. “En la casa de mi Padre” debe entenderse como una afirmación cristológica que declara la filiación
divina de Jesús. En realidad el griego de Lc 2, 49 no dice “casa” (oikos) propiamente; no hay paralelismo
entre Lc 2, 49 y Lc 19, 46. De hecho la frase (cfr. v.49b) ha dado lugar a múltiples interpretaciones, que
pueden reducirse a tres: En la casa de mi Padre; en las cosas o asuntos de mi Padre; entre los amigos de mi
Padre. Cfr. S. MUÑOZ IGLESIAS, o.c., III, 257. Nos inclinamos por la interpretación de MARTINI, que
traduce “estar en las cosas de mi Padre”. Lucas escribe “en toís”, y puede traducirse tanto por “la casa” como
por “las cosas”; “si Jesús hubiera querido referirse sólo al templo, habría hecho como Samuel: los padres se
habrían vuelto a casa, y él se habría quedado en el templo, sirviendo al Señor noche y día. Pero lo cierto es
que volvió a casa con ellos. Estar en las cosas de mi Padre significa, pues, un modo de ser que lo acompaña
a todas partes…” (C. Ma MARTINI, o.c., 70).
130. Jesús está colocando a María en su sitio. La Madre reprocha al Hijo que se haya quedado sin avisar;
pero Jesús no acepta el reproche. A su Madre, que le recuerda el cuarto mandamiento (el respeto debido a los
padres), les replica con el primero (cfr. Ex 20, 1-12), y devuelve el reproche expresando su asombro: ¿No
sabíais…? ¿Todavía no habéis comprendido? “Yo debo ocuparme de las cosas de mi Padre”.
153

enviado para esto”: “Tengo que” indica el designio de Dios, expresa un sentido de vocación
y obligacion131. Jesús lo ha pronunciado por primera vez a los doce años mostrando así la
raíz de todas sus necesidades vocacionales y existenciales: “estar con el Padre” (cfr. Jn 1,
1). A los doce años, este niño, ha alcanzado suficiente maduración para reconocer, asumir y
declarar su vocación más genuina: ser hijo unido al Padre132. Desde entonces, los niños que
han recibido la gracia de Cristo en su bautismo, pueden, y se les cuida desde pequeños en la
adecuada transmisión de la fe, adquirir una maduración vocacional también a edad temprana,
como lo atestiguan mucho en la historia de la Iglesia.

Cabe en este momento formular una triple pregunta, al tiempo que debemos procurar una
respuesta aproximada sin entrar en su desarrollo teológico:

1. ¿Conocía ya Jesús su filiación divina y su vocación mesiánica antes de este episodio, o


más bien la revela a sus padres porque acaba de descubrir por sí mismo, en contacto con
las Escrituras, Jerusalén, los Doctores, la Pascua y el Templo?
2. ¿Le confiesa para recordársela a José y a María o la confesión es revelación novedosa
para ellos?
3. ¿Qué nivel de intensidad o qué densidad de conocimiento propiamente de sí mismo y de
su misión tiene Jesús, niño-adolescente, en este momento y en esta edad?

A la primera cuestión nunca encontraremos respuesta absoluta; las cosas de Dios están
todas envueltas en Misterio y no se dejan escrutar fácilmente con los parámetros occidentales
y cartesianos de claridad y distinción. Creemos que por estar sometido a lo natural del
proceso humano, Jesús niño, si bien participaba de una percepción inexpresable respecto de

131. “Tenía que” es una expresión muy importante para Lucas, porque ofrece la clave de la vida de Jesús;
siempre aparece indica la necesidad histórico.salvífica por la cual el Hijo hace lo que hace (cfr. Lc 4, 43; 13,
33; 19, 5; 22, 37; 24, 44).
132. El ya citado exegeta alemán Joachim Jeremías dice, con mucho acierto, que ser niños, en el sentido de
Jesús, significa aprender a decir Padre. Cfr. J. JEREMÍAS, Neutestamentlixhw Theologie 1, Gutersloh, 1971,
154. “Para comprender la enorme fuerza que se encierra en esta palabra –“Padre”– es preciso leerla en la
perspectiva de Jesús, el Hijo. El hombre quiere ser Dios y –dando a esta expresión su sentido correcto– debe
llegar a serlo. Pero cuando trata de serlo emancipándose de Dios y de su creaturalidad, poniéndose por
encima de todo y centrándose en sí mismo, como en el eterno dialogo con la serpiente en el paraíso terrenal;
cuando, en una palabra, se hace completamente adulto y emancipado y echa por la borda la infancia como
manera de ser, entonces acaba en la nada, porque se pone en contra de su misma verdad, que significa un
referirlo todo a Dios. Sólo si conserva el núcleo más íntimo de la infancia, es decir, la existencia filial vivida
anteriormente por Jesús, puede el hombre entrar con el Hijo en la divinidad”. Cardenal JOSEPH
RATZINGER, El camino pascual, o.c., 82-83.
154

su identidad, ésta no podía ser captada por su conciencia de hombre en el espacio de un día
y ni siquiera de un año. Jesús sabe quién es, pero nosotros no podemos negar la dinámica de
proceso en su crecimiento humano133. Por lo tanto, contemos con que hubo para él etapas y
umbrales, como es normal y natural en el desarrollo de todo niño desde su nacimiento hasta
el fin de la adolescencia; y este momento de la Pascua en Jerusalén, es una de esas etapas
cumbre del Niño Jesús. A sus doce años Jesús se nos muestra ya con capacidad para asumir
–con la plenitud propia de su momento, edad y madurez– este encuentro total con el proyecto
de su Padre Dios y con la vocación que tenía desde siempre; además, no sólo estará
capacitado para asumirla, sino también para confesarla oportunamente, dejando atónico a sus
mismos padres de la tierra (cfr. v. 48). Jesús sabe para qué ha salido del seno del Padre, y
ahora comienza a manifestarlo abiertamente.

Debemos considerar también que nada de esto acontece sin una siembra previa. Aunque
María y José queden perplejos, ellos han sido tos artífices de esta siembra oculta y sencilla
de doce años en Nazaret –sembrando con la palabra y con el ejemplo de sus vidas–, preludio
de otra siembra más larga -18 años– en mayor ocultamiento y silencio, y con un fruto mayor
también, ¡pleno ya!

A la segunda cuestión podríamos responder diciendo que el conocimiento de María y de


José respecto de Jesús era parcial y envuelto en misterio134. Y no sólo parcial sino también
gradual, es decir que el presente episodio constituye para los padres de Jesús un paso más
en el descubrimiento progresivo de Su persona y Su misión135. Ahora bien, María y José
conocían parte del misterio que desde su concepción había envuelto a su Hijo (y a ellos
inseparablemente). Por lo menos sabían que este Niño era más de Dios que de ellos. Sólo
recordar la Anunciación y el modo como fue concebido Jesús, evidencia a José y a María la
verdadera identidad y la decisiva vocación y misión de este Hijo. Por eso podríamos decir
que si la pregunta del muchacho (que era respuesta y confesión al mismo tiempo) les

133. Admitimos con H. U. von BALTHASAR, que “es absolutamente imposible que este niño no haya
adquirido conciencia de ser el Hijo de Dios, y por lo tanto, Dios mismo, hasta un determinado momento
posterior a su desarrollo” (H. U. von BALTHASAR o.c., p. 39). No vemos sino conjunción entre lo afirmado
por el gran teólogo alemán y lo que aquí estamos diciendo.
134. Cfr. JUAN PABLO II, María en la vida oculta de Jesús, (audiencia general del miércoles 29 de enero),
en Eccleasia, n. 2.829, 22 de febrero de 1997, 31 (279).
135. Cfr. JUAN PABLO II, Jesús perdido y hallado en el templo, (audiencia general del miércoles 15 de
enero), en Ecclasia, n. 2.828, 15 de febrero de 1997, 28 (236).
155

desconcertó, no fue por su contenido sino fundamentalmente por la temprana edad en que se
percibe semejante nivel de consciencia, evidencia y decisión en el adolescente Jesús. “¿No
sabíais…?”, habría, pues, que interpretarlo como: “¿no recordáis quien soy yo y para qué he
nacido?”; lo entendemos, pues, como un recordatorio al tiempo que una confirmación en la
revelación para María y José.

A la tercera cuestión –muy parecida a la primera– respondemos según el pensamiento


de von Balthasar, quien reconoce un nivel claro de consciencia mesiánica en el Niño Jesús,
así como un nivel de conocimiento de su filiación divina, pero sólo desde la madurez propia
de su edad, pues como hombre, Jesús es susceptible de progresos, crecimientos,
descubrimientos en clave de maduración sobre realidades, si no novedosas absolutamente, sí
más luminosas cada vez; y todo participando de los límites humanos136.

El Niño Jesús revela así su vocación al tiempo que su verdadera filiación 137. La revela a
los demás y toma él mayor conciencia de la misma138. Se le recuerda a María y a José, y éstos

136. “No es posible señalar los peldaños de su cada vez más profunda consagración a su tarea humano-
divina: se hallan hondamente ocultos en su oración, su entrega interior al Padre que se le va revelando cada
vez más abismalmente y también en la creciente capacidad de aceptar y asumir aquella naturaleza humana
que se iba desarrollando en él”. “Al dar a este proceso todo el espacio de tiempo necesario, interpretaríamos
erróneamente las palabras de Jesús cuando tenía doce años –“¿No sabéis que debo ocuparme de las cosas de
mi Padre?”, en el sentido de que aquí se puede deducir que en ellas se expresa una conciencia de su misión
ya plenamente madurada. En estas palabras del adolescente puede estar perfectamente formulado lo esencial,
lo que tuvo y estuvo presente desde el principio, también su descanso, como enviado, en el seno y la voluntad
del Padre –y este aspecto esencial desbordaba ya toda la capacidad de comprensión de sus padres terrenos–;
pero aun así, esta conciencia de misión se mantenía dentro de los niveles propios de su edad. La plenitud de
su madurez no se manifiesta por vez primera hasta el bautismo de Juan” (H. U. von BALTHASAR, o.c., 45-
46).
137. En el fondo, esta subida de Jesús a Jerusalén, marca una crisis en su ser de niño, y también en sus
padres. María y José dejaron en Jerusalén un niño como los demás y cuando lo encuentra se les revela,
nuevamente, el misterio sobre el que el mismo Jesús iba adquiriendo cada vez mayor conciencia: es el “Hijo
del Padre”.
138. En los dos capítulos que Lucas dedica a la infancia de Jesús, el autor ha estado utilizando elementos
de la historia de Samuel; pero las semejanzas entre uno y otro terminan en este pasaje que estamos
comentando. Samuel, dice el texto expresamente, “no conocía todavía al Señor, aún no se le había revelado
la Palabra del Señor” (1 S 3, 7). Como vimos en su momento, ha vivido en el templo desde niño, ha tenido
un maestro espiritual (el sacerdote Elí), duerme en el mismo santuario, pero todavía no tiene un clara
experiencia personal de Dios. En cambio Jesús, en s sencillo pueblo de Nazaret, pese a estar lejos el templo y
de los sacerdotes, ha hecho ya esa experiencia. Posiblemente el que asombre a los maestros con sus preguntas
sea ahora lo menos importante. Lo más serio es esa convicción de estar donde le corresponde: “en la casa de
mi Padre”. Posiblemente este pasaje se orientó contra los cristianos que pensaban que Jesús era un hombre
normal y corriente, y que en un momento de su vida (el Bautismo o la Resurrección) tuvo una vocación
especial de Dios y fue “adoptado” por Él como hijo suyo. Cfr. J. I. GONZÁLEZ FAUS, La Humanidad
Nueva, vol. II, Espasa, Madrid, 1976, 420-421. Frente este “adopcionismo”, Lucas firma que Jesús, desde
niño, tenía ya una conciencia clara de su relación con el Padre. Cfr. J. L. SICRE, o.c., 247-248.
156

se percatan de que Jesús, su niño, parece haber adquirido ya plena conciencia de su identidad,
de su ser, de su vocación. Estamos ante la primera manifestación personal de su verdad más
profunda: es el Hijo de Dios. ¿Qué hará a partir de ahora? Su presencia en el templo, su
escuchar los maestros y el quedarse allí liberado de los lazos familiares, ha puesto de
manifiesto dónde está la vocación de este pequeño, a saber: en el servicio de Dios, que es su
Padre, y además un servicio no condicionado por su familia carnal139.

Jesús, a los doce años, nos descubre su vocación más auténtica: ser Hijo y haber nacido
para hacer la voluntad de su Padre (cfr. Jn 6, 38). Jesús niño, no sólo descubre ante los demás
su ser y su vocación, sino que se adhiere totalmente a ese descubrimiento, a esa vocación que
ha recibido ya desde el seno de su Madre y que fue creciendo en él desde muy pequeño. Y
asume esta vocación a cualquier precio, a precio de cualquier ruptura o renuncia, aceptando
toda consecuencia por dolorosa que sea: Jesús, consecuente con su filiación divina, afirma
aquí su dependencia de las criaturas, incluyendo a su Madre, que no comprendió lo que
quería decir140.

139. Cuando en el v. 35ª hemos leído la profecía de Simeón encontramos ahí una de sus primeras
manifestaciones o consecuencias; hay una espada de discernimiento, también para la familia de la carne; la
Virgen debió percibir que los deseos del Padre celestial sobre Jesús descartaban cualquier apego humano entre
él y su Madre. Cfr. R. E. BROWN, o.c., 485.
140. La misión de Jesús romperá los vínculos naturales de la familia carnal (cfr. Mc 3, 31-35). Y esta primera
ruptura es el principio de otras posteriores con la misma familia, la patria y la religión incluso, si llegan a ser
obstáculo para la novedad que el mismo Jesús trae consigo.
157

B. Oculto pero en crecimiento;


Liberado de sus padres, pero sujeto a ellos Lc 2, 39-40. 51-52

“Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su
ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de
Dios estaba sobre él” (Lc 2, 39-40).

“Bajó con ellos, vino a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba
cuidadosamente todas las cosas en su corazón. Jesús crecía en sabiduría, en edad y en
gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2, 52-52).

Lc 2, 39-52 nos habla de una misma realidad en tres momentos diferentes; los vv. 49-40
sirven de introducción: 1. El ocultamiento de Jesús en medio del jolgorio y el bullicio intenso
de la fiesta pascual; ocultamiento tal que sus mismos padres lo dan por percibido (cfr. Lc 2,
41-45); 2. La revelación de este Jesús que habiéndose ocultado libremente en el templo,
ahora revela a sus padres manifestando su interior, su deseo y su vocación más original (cfr.
Lc 2, 46-50); 3. Otro ocultamiento mucho más prolongado que el que ha precedido a este
viaje: habiéndose manifestado vuelve a ocultarse durante 18 años (cfr. Lc 2, 51-52)141.

Lo narrado en el Lc 2, 41-50 concluye con un texto sobre el misterio del crecimiento


humano del Mesías Hijo de Dios. Consideramos necesario preguntarnos qué tipo de
crecimiento vivió Jesús en sus años de vida oculta. Tras el episodio del templo, la vida
prosigue como antes: “Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos… Jesús
progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (cfr. v. 51ª.
52). Hay tres realidades que intentamos comentar: * el crecimiento progresivo (cfr. vv. 40ª.
52a), * la sujeción familiar (cfr. vv. 39. 51), y * las dimensiones del crecimiento (cfr. vv. 40b.
52b).

141. Para una compresión exegética de todo el episodio, especialmente de Lc 2, 41-52, y una interpretación
teológica del mismo: Cfr. ESCUDERO FREIRE, o.c., 365-396. Y también: S. MUÑOZ IGLESIAS, o.c., III,
217-286.
158

1. Crecimiento progresivo

Todo ser humano está sujeto a un proceso de crecimiento, con todas sus particularidades.
Lc 2, 39-40 y Lc 2, 51-52, son textos convergentes en los que para descubrir la primera
infancia de Jesús, el evangelista emplea dos frases significativas con verbos que expresan
progreso y crecimiento (eúxanen, proekopten). Se trata de un crecimiento que acontece
dentro de esquemas procesuales, en los que hay diversos momentos importantes que
configuran la propia personalidad, a todos los niveles. Los niños son los que tienen mayor
posibilidad de cambio y de transformación, precisamente por su realidad infantil, sometida
constantemente a desarrollo.
Jesús vivió un proceso de crecimiento, con etapas y umbrales. Su vida de pequeño fue un
estar haciéndose. Necesitó –en su humanidad– tiempos y espacios para que todo en él pudiera
crecer: el cuerpo, la inteligencia, el espíritu. Además, crecer ante Dios y ante los hombres. Y
no sólo tiempos y espacios, también necesitó instrumentos idóneos que le ayudasen142. Así
lo afirma Juan Pablo II: “… el crecimiento de Jesús, desde su infancia hasta su edad adulta
(cfr. Lc 2, 40), requirió la acción educativa de sus padres”143. Jesús, para crecer, necesitó
tiempos, espacios, personas, instrumentos…

2. Sujeción familiar

Este crecimiento –consecuencia ineludible de la Encarnación– se vive inmerso en su


realidad familiar. En Jesús niño se dan simultáneamente el desapego de su familia carnal (cfr.
Lc 2, 46-50) y la docilidad a la misma (cfr. v. 51). Es decir que a los doce años inicua una
autonomía responsable que no le exime del sometimiento respetuoso a sus padres144. Durante

142. ¿Nos atreveríamos a juzgar todo esto como debilidad impropia de un Dios? Ch. DUQUOC, nos hace
ver que el crecimiento de Jesús era real, y que “es inútil reducir este crecimiento a las meras apariencias:
afecta a Jesús en todo su ser humano” (o.c., 42). Los años oscuros del Hijo de Dios tienen un gran alcance
teológico, dado que nos invitan a no pensar idealmente en Jesús, sino más bien a pensarlo humano, con todas
las limitaciones que esto lleva consigo. Por eso, los años oscuros de la maduración de que habla Lc 2, 51-52,
invitan a desconfiar de la propensión a inventar fabulas piadosas, que suelen terminar negando que Dios Hijo
se revela en lo humano, sin superar lo humano. Cfr. CH. DUQUOC, o.c., 46.
143. JUAN PABLO II, María educadora del Hijo de Dios, o.c.
144. La legítima autonomía que reclama todo ser humano en un momento concreto de la vida, no debe
confundirse con la independencia. M. NAVARRO lo expresa así: “Con frecuencia, donde el ser humano
quiere autonomía, se confunde y busca independencia, que hace indeseable las dependencias por infantiles
159

los años ocultos en Nazaret, desapego, docilidad, perseverancia, aprendizaje y crecimiento


serán una constante en su vida de niño, de joven, de adulto. Pero ¿Cómo entender esto?
Jesús es educado por sus padres. Además de cuidar de las necesidades fisiológicas, se
hace necesaria la realidad de hacer al hombre; nadie nace en modo alguno hecho, sino que
se hace; es decir que el niño se va construyendo como hombre por la relación constante con
sus padres y su entorno; el niño es altamente influenciable, altamente perceptivo, altamente
moldeable: es educable. En todo aprendizaje es necesaria una actitud humilde y receptiva;
sin esta disposición personal no sería posible ningún progreso. No hay autentico aprendizaje
sin una previa aceptación de la autoridad que enseña. Del texto aludido –Lc 2, 51-52–
podemos inferir que en el hogar de Nazaret, la autoridad se vivió en su significado más
auténtico; auctoritas, proviene de augere, “crecer”, “aumentar”; es decir que la autoridad de
José y de María sobre Jesús (vivía sujeto a la autoridad de sus padres) lejos de ser impositiva
fue positiva, promotora y facilitadora e crecimiento y de un crecimiento humano-divino, si
puede decirse.
María y José fueron maestros-educadores para Jesús, y lo fueron con una autoridad que
no se identifica con sumisión –negativamente entendida–, sino con conocimiento, por lo tanto
con experiencia. Fueron educadores y maestros porque formaron a Jesús con el testimonio
de su vida entregada al Padre y al amor de Su voluntad145. Ellos enseñaron a su hijo lo que
ya vivían experiencialmente: la humanidad, el servicio, la entrega, el amor a Dios y a los
hombres, la vida de fe, de trabajo, de solidaridad con los sufrimientos de su pueblo, etc.
Aceptar la autoridad es reconocer la competencia del maestro, su capacidad para hacer
madurar a quien escucha y le obedece. Autoridad frente a autonomía es una falsa alternativa.
No hay realización sin contar con el otro, incluso en los más elementales niveles. Jesús quiso
vivir toda esta realidad humana, de seres dependientes, de creaturidad necesitada. Dios en
Jesús ha querido contar con otros (en este caso con María y José) para nacer, para crecer,

o infantilizantes”. Pero el ser humano es tal por vivir en una amplia y compleja red de dependencias visibles
e invisibles. "Y la autonomía no está reñida con la aceptación de las dependencias necesarias, humanas y
humanizantes”. Cfr. M. NAVARRO, Barro y Aliento, Paulinas, Madrid, 1993, 337.
145. “La educación no puede prescindir del prestigio que hace creíble el ejercicio de la autoridad. Ésta es
fruto de la experiencia y competencia, pero se logra sobre todo con la coherencia de la propia vida y con la
involucración personal, expresión del amor autentico. El educador es, por tanto, un testigo de la verdad y
del bien: ciertamente él también es frágil, y puede tener fallos, pero tratará de ponerse siempre nuevamente
en sintonía con su misión” BENEDICTO XVI, Carta del Papa –dirigida a la diócesis de Roma– sobre la
tarea urgente de la educación, Vaticano 21 de enero de 2008.
160

para madurar146. De alguna manera podemos afirmar que la vida de Jesús, especialmente
durante su infancia y juventud, estuvo sujeta a una clara mediación antropológica: sus padres
(la familia).
Leyendo Lc 2, 51-52, podemos observar que el evangelista pone en relación directa el
crecimiento humano de Jesús con la sujeción familiar: “Bajó con ellos… vivía sujeto a ellos…
Jesús progresaba…” Uno de los significados del verbo griego “hypotasso” que utiliza el
autor para hablar del sometimiento a los padres, es obedecer. Jesús crecía porque obedecía.
Existe una íntima relación consecuente entre ambas realidades: la obediencia y el
crecimiento. No hay crecimiento sin obediencia147.
La biblia es insistente en la importancia de la formación del niño. Un texto clave es Pr
22,6: “Instruye al niño en su camino y luego, de viejo, no se apartará de él”. Consideramos
importante llamar la atención sobre la expresión “su camino”. Jesús, el que un día afirmará
ser él mismo Camino para los demás (cfr. Jn 14,6), ahora, en la infancia y juventud, debe
recorrer un camino formativo, acompañado, guiado, sometido a sus padres. La palabra griega
para camino es “hodos”, de donde procede nuestra palabra “método”. Jesús sigue un método
actitudinal basado en la obediencia, que se fundamenta en la confianza y se cimienta en el
amor. Jesús se muestra fiel hijo e María. Aquel que vino no para hacer su voluntad sino la de
su Padre, aprendió de su Madre, la Sierva del Señor, a ser él mismo, el Siervo de Yahvé. Y
también se muestra fiel hijo de José, a quien el evangelio llama justo, con el sentido bíblico
de esta palabra, aquel que se ajusta a la voluntad de Dios. Jesús aprendió la obediencia de
sus padres148.
Etimológicamente, la palabra latina “obediencia” (obedio), así como el verbo “obedire”,
son términos compuestos que proceden de ob y audio (oír); literalmente significa dar oídos

146. “… Jesús en Nazaret se hallaba sujeto a José y a María (cfr. Lc 2, 51). Esa dependencia nos muestra
que Jesús tenía la disposición de recibir y estaba abierto a la obra educativa de su madre y de José, que
cumplían su misión también en virtud de la docilidad que él manifestaba siempre” (JUAN PABLO II, María
educadora del Hijo de Dios, o.c.). Es decir que, no sólo María y José cumplieron con la misión de enseñar,
sino que también Jesús cumplió con su misión de aprender; ellos de dar y él de recibir.
147. Cfr. B. TIERNO, Obedecer para crecer, en El semanal, 6 abril 1997, 94.
148. Cfr, H.U. von BALTHASAR, o.c., 30. Jesús, en su humanidad, en su infancia y juventud, aprendió
tantas cosas de María. “¿Qué aprende Jesús de su madre? Aprende el “sí”. No un “si” cualquiera, sino la
palabra “si”, que avanza siempre, incansablemente. Todo lo que tú quieras, Dios mío, “he aquí a la esclava
del Señor; hágase en mí según tu palabra…” Ésta es la oración católica que Jesús aprendió de su madre
terrena, de la Catholica Mater, que estaba en el mundo antes que él y que fue inspirada por Dios para
pronunciar por primera vez esta palabra de la nueva y eterna alianza…” H. U. von BALTHASAR, Haus des
Gebetes, en W. SEIDEL, Kirche aus
161

a alguno, escucharle, seguir sus consejos; así, el significado más auténtico de la palabra
obediencia es precisamente escuchar a otro y adecuar la voluntad y los acto a lo escuchado,
actuando en consecuencia149. El joven Jesús fue preparado con la obediencia en Nazaret a
sus padres terrenos (cfr. Lc 2, 51), para vivir posteriormente como Hijo en la obediencia total
a su Abbá. Las actitudes que el niño forma durante los primeros años de su niñez son las que
predominan en toda su vida. En la primera edad acontece la formación de una pre-disposición
anímica que lo capacita para opciones concretas en la vida, como persona, como creyente.
Sabido es que lo que se adquiere desde la infancia como costumbre se asienta en el hombre
como hábito permanente en su modo de vivir y de actuar150. Jesús aprende esta obediencia
de pequeño. Una obediencia que en Nazaret, crece y madura por el amor, el servicio y la
entrega de uno para con otros, porque el motor más fuerte para obedecer siempre es el amor,
no el temor. Cuando se ama, sólo se desea hacer lo que al amado le agrada151.
Ahora bien; si afirmamos que Jesús “aprendió la obediencia”, debemos incluir que la
aprendió con sufrimiento (cfr. Hb 5, 8), pero no con un sufrimiento proveniente de la
corrección del pecado –pues él no conoció pecado–152, sino más bien con el sufrimiento
inherente a todo cambio evolutivo, natural y humano: con crisis153. La palabra “crisis”

149. También el idioma alemán utiliza una palabra en esa dirección: horchen (= escuchar) / gehorchen (=
obedecer, responder). Cfr. M. GELABERT, Valoración cristiana de la experiencia, Sígueme, Salamanca,
1990, 31-32.
150. Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Samma. Contra Gent. I, c. 11. También: San ANGUSTÍN,
Confesiones, Libro X.
151. Uno de los requisitos fundamentales para la sólida educación de los niños es la experiencia del amor.
Benedicto XVI afirma que el niño necesita recibir de sus padres, especialmente en los años de la infancia,
esa cercanía y esa confianza que nacen del amor, primera y fundamental experiencia para un auténtico e
integral desarrollo de la persona. (cfr. Carta del Papa –a la diócesis de Roma– sobre la tarea urgente de la
educación, Vaticano 21 de enero de 2008). De hecho, sólo una fuerte experiencia de amor familiar en los
niños puede hacer de la obediencia y la docilidad una actitud vivencial constante. Cfr. H. U. von
BALTHASAR, Sino os hacéis como este niño… o.c., 29.
152. “… el hecho de que en Jesús no hubiera pecado exigía de María una orientación siempre positiva,
excluyendo intervenciones encaminadas a corregir”. (JUAN PABLO II, María, educadora del Hijo de Dios,
o.c.).
153. En este sentido hay un tipo de sufrimiento que es educativo. Cfr. J. VERMEYLEN, o.c., 241. Además,
todo sufrimiento que sea inherente al crecimiento de la persona, es educativo y valioso por el bien que reporta;
una educación que excluya por completo la experiencia del sufrimiento, es deficitaria, pues fragiliza a la
persona. Así lo ha dicho con claridad BENEDICTO XVI: “El sufrimiento de la verdad también forma parte
de nuestra vida. Por este motivo, al tratar de proteger a los jóvenes de toda dificultad y experiencia de dolor,
corremos el riesgo de criar, a pesar de nuestras buenas intenciones, personas frágiles y poco generosas: la
capacidad de amar corresponde, de hecho, a la capacidad de sufrir, y de sufrir juntos” (Carta del Papa –a
la diócesis de Roma– sobre la tarea urgente de la educación, Vaticano 21 de enero de 2008).
162

procede del griego y viene a significar ruptura, cambio, separación, distinción154. Con las
crisis se produce una especia de rupturas de nivel; se rompen estadios concretos de la
existencia para pasar a otros nuevos; y esto ocurre tanto en el plano físico (estatura), como
en el psicológico (sabiduría), como en el espiritual (gracia).

3. Dimensiones del crecimiento

Fue precisamente la obediencia a la que nos hemos referido anteriormente la que hizo
crecer a Jesús niño en la sabiduría; los griegos decían con un juego de palabras que el
“pathos” lleva al “matos”; el sufrimiento lleva a la sabiduría155. “Gustar” en latín es sapere,
y de sapere viene sapientia, que es “sabiduría”. El significado de la palabra “sabiduría”
propiamente tiene más que ver con el “sabor” que con el “saber”. El don de sabiduría es el
don del buen gusto en las cosas del espíritu: saber discernir, disfrutar, agradar; la
espontaneidad con Dios, la familiaridad con los hombres, la alegre confianza156. En todo ellos
crecía Jesús. Y también lo hacía en gracia; el término “charis” (“favor”, “gracia”), significa
una bondad básica, manifestada en una vida que está de acuerdo con los mandamientos de
Dios157. Así, “crecer en gracia”, se identifica como crecimiento en y por obediencia a los

154. Tanto en el griego como en el latín, las palabras crisis y crecimiento proceden de la misma raíz. La
tercera acepción que hace del término, el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, no habla de “muerte”
de algo, sino de “posibilidad de cambio”; cambio y transformación de lo que hay, es y existe. Cfr. AA. VV.,
Crisis para crecer, en AVIVIR, n. 61, noviembre-diciembre, 1997.
155. En la revelación bíblica –y también entre los testimonios de la tradición–, en muchas ocasiones, el
conocimiento de las intenciones de Dios acontece en un contexto de sufrimiento, precisamente porque se trata
de superar el propio límite mortal, es decir de salir de sí mismo para acceder a la voluntad de Otro, y este salir
de sí y “morir” al propio “ego” es lo que, aunque sea con sufrimiento, hace crecer.
156. SAN IGNACIO DE LOYOLA escribía que el fin de sus Ejercicios Espirituales es enseñar a “sentir y
gustar de las cosas internamente”. Para entender un poco mejor lo que supone en la espiritualidad el don de
la Sabiduría: Cfr. C. G. VALLÉS, Gustad y ved; dones y frutos del Espíritu, Sal Terrae, Santander, 1990, 36-
43.
157. Cfr. R. E. BROWN, o.c., 518. Si por “gracia” se entiende “santidad” –gracia divina–, no se puede
afirmar que en el alma de Cristo haya habido un progreso propiamente, pues por la unión hipostática, Cristo,
desde el primer momento de su concepción, posee la gracia divina completa. Pero en nada perjudica esta
verdad el reconocer que esta misma “gracia completa” en el interior de Jesús se fue desarrollando y
manifestando acorde al crecimiento humano de su persona. Muchos teólogos, católicos, al interpretar el pasaje
de san Lucas que nos ocupa (2, 52), hablan de un progreso, desarrollo y crecimiento en la manifestación
exterior de la gracia. Cfr. L’AMI DU CLERGÉ, ¿Jesús crecía en sabiduría y gracia?, en Heraldos del
Evangelio, n. 43, Febrero 2007, pp. 32-33. También: Catecismo de la Iglesia Católica, 467-469.
163

padres, considerados como instrumentos de Dios. Y todo ello, a ritmo del crecimiento natural
en edad, en estatura.

Las dimensiones a las que alude el texto evangélico son una referencia a la unidad de la
persona. No está hablando de tres realidades separadas sino de una misma realidad (el ser)
con sus potencialidades intrínsecamente conexionadas. La antropología bíblica nos transmite
una comprensión del hombre como ser unificado, como un todo unitario y no con
departamentos estancos. Las dimensiones que cita el evangelista como realidades
susceptibles de crecimiento en el joven Jesús (estatura-cuerpo físico, sabiduría-inteligencia
racional, gracia-espíritu y alma) se dan en él de manera armónica, sin separaciones
dicotómicas, de manera cohesionada. Su cuerpo, su psicología, su sentimiento y su espíritu,
son dimensiones de una misma persona que se encuentran tan profundamente implicadas y
relacionadas entre sí que no caben separaciones fragmentarias; si las hubiera no se daría un
auténtico crecimiento humano158.

El crecimiento, para ser auténtico, debe ser integral e integrador, es decir, armonizando
todo el ser. Esta unidad interior y este crecimiento armónico integral, viene facilitado por el
entramado familiar. La comunidad familiar es su más inmediata promotora159. En la familia

158. La personalidad unificada de Jesús está expresada en los evangelios en lenguaje bíblico, según una
antropología que subraya con fuerza no la dualidad sino más bien la unidad profunda del hombre
(“monismo”). La Biblia, heredera de la cultura semítica, expresa una concepción unitaria y sintética del ser
humano, entendiendo a la persona como un único organismo psico-fisiológico y anímico-espiritual, sin el
dualismo cuerpo-alma al que la filosofía griega nos había acostumbrado (concretamente Platón y Aristóteles,
y reforzado posteriormente por san Agustín, santo Tomás de Aquino y Descartes). En la Biblia se entiende al
hombre considerado como nefesh (centro de conciencia y unidad del poder vital, lo que nosotros solemos
llamar alma), o como basar (manifestación corpórea del nefesh, lo que los griegos llamaban carne), con la
fuerza vitar de la ruah (fuerza vital del hombre que le viene de Dios, lo que Occidente llama espíritu). Según
la antropología veterotestamentaria, que tiene sus proyecciones en el N.T., las palabras que solemos emplear
para designar componentes del ser humano (cuerpo, alma, espíritu, carne), no son partes de la persona sino
toda ella contemplada desde distintos ángulos. Así todo el hombre es a la vez carne, en cuanto ser material y
terreno; es alma, en cuanto persona humana y relacional¸ y es espíritu en cuanto sujeto dinamizado por la
fuerza divina. Pero en cada momento es hombre, persona, sujeto, inseparablemente; vive con un cuerpo
espiritualizado y con un espíritu corporeizado. En orden inverso del expresado, todo hombre es ser interior
(corazón, ojos, pensamiento…), es ser relacional (lengua, oídos, palabra…), es ser activo (manos, pies,
acción…). Hay, pues, en la persona una dimensión de interioridad profunda que es como el núcleo de su yo,
en donde puede entrar en comunión con Dios (ser); hay también una dimensión de comunicación y expresión
por la que se relaciona con sus semejantes (decir); y hay, finalmente, una dimensión de realización concreta
por la que se experimenta como parte integrante del mundo material (hacer). Cfr. P. MOURLON, El hombre
en el lenguaje bíblico, Verbo Divino, Estella, 1988.
159. La familia es el núcleo central de todo crecimiento humano (y cristiano), y así lo fue para Jesús. Para
una mejor comprensión de este tema: cfr. L. F. VILCHEZ, La familia, educadora en la fe, Narcea, Madrid,
1984, 13-26 y 43-66. Para entender la dimensión y la misión educativa intransferible que tiene la familia para
la Iglesia: cfr. JUAN PABLO II, Familiaris consortio, n.36-41. También: PONTIFICIO CONSEJO PARA
164

humana que forman José, María y Jesús, éste último experimenta la primera comunidad de
vida humana, o la primera comunidad humana de vida. Para que Jesús, en su humanidad,
pueda crecer seguro en todas sus dimensiones como hombre (estatura, sabiduría y gracia),
es necesario que la Sagrada Familia sea imago trinitatis, oculta si se quiere pero no invisible.
Jesús, desde siempre, lleva impresa en su propia naturaleza la huella de un amor en común-
unidad, la imborrable huella de un amor trinitario, perfectamente cohesionado, armonizado,
integrado; ahora encuentra una imagen del mismo en el hogar de Nazaret, que repercute
positivamente en su hacerse hombre160.

Padre y madre posibilitaron este crecimiento (la labor educativa es conjunta)161, pero en
los primeros años, es la madre especialmente quien ejerce una influencia relevante en el
proceso formativo162, y en el caso de Jesús, la influencia de María debió ser mucho mayor
que la de José; y de ella tenemos datos incluso hasta después de la Pascua de Jesús (cfr. Hch
1, 14); de José, en cambio, nada se vuelve a saber tras el episodio que estamos comentando.
La maternidad de María no se limitó exclusivamente al proceso biológico de la generación,
sino que, al igual que sucede en el caso de otra madre, también contribuyó de forma esencial
al crecimiento y desarrollo educativo de su hijo163. Dice Juan Pablo II que “no sólo es madre
la mujer que da a luz un niño, sino también la que lo cría y lo educa; más aún, podemos muy

LA FAMILIA, Sexualidad humana: verdad y significado; orientaciones educativas en familia, en especial


los números 37-111. También: R. TSCHINRCH, Dios para niños, Sal Terrae, Santander, 1986, 11-30. Las
relaciones familiares desempeñan un gran papel en la formación de la personalidad de los niños: cfr. E. B.
HURLOCK, Desarrollo psicológico del niño, Ed. Del Castillo, Madrid, 1974, 693-751.
160. Cfr. H. U. von BALTHASAR, o.c., p. 25. Es en el núcleo familiar donde este Niño crece, y crece en
armonía y equilibrio. La familia está constituida como “íntima comunidad de vida y amor”. Cfr. “Gaudium et
spes” 48.
161. “Además de la presencia materna de María, Jesús podía contar con la figura paterna de José, hombre
justo (cfr. Mt 1, 19), que garantizaba el necesario equilibrio de la acción educadora. Desempeñando la
función de padre, José cooperó con su esposa para que la casa de Nazaret fuera un ambiente favorable al
crecimiento y a la maduración personal del Salvador de la humanidad”. Cfr. JUAN PABLO II, María,
educadora del Hijo de Dios, o.c.
162. En este sentido María fue la primera educadora de Jesús, y no sólo porque le cuidó y le alimentó, sino
también porque le formó su personalidad; fue su educadora, entendida la educación en su significado más
auténtico y original: el término latino educere, significa literalmente sacar de dentro, hacer crecer
correctamente todas las potencialidades del ser. Cfr. Idem.
163. Debemos considerar ineludiblemente la importancia que tuvo para Jesús niño la influencia afectiva y
educativa de María, especialmente en los primeros años; esta unión –la Virgen y Jesús, la Madre y el Hijo–
puede resultarnos emblemática y modelo del que aprender para vivir los procesos de crecimiento humano.
Cfr. Idem.
165

bien decir que la misión de educar es, según el plan divino, una prolongación natural de la
procreación”164.

“Contemplando los resultados, ciertamente podemos deducir que la obra educativa de


María fue muy eficaz y profunda, y que encontró en la psicología humana de Jesús un terreno
muy útil”165. La misión de los padres, la misión de la familia es humilde, pero al mismo
tiempo esencial, fundamental, irrenunciable. María y José ayudaron “a su Hijo Jesús a
crecer, desde la infancia hasta la edad adulta, “en sabiduría, en estatura y en gracia” (Lc
2, 52) y a formarse para su misión”166.

164. Idem.
165. Idem.
166. Idem, “María y José aparecen, por tanto, como modelos de todos los educadores. Los sostienen en las
grandes dificultades que encuentra hoy la familia y les muestran el camino para lograr una formación
profunda y eficaz de los hijos” (Idem).
166

4. JESÚS Y SU RELACIÓN CON LOS


CON LOS NIÑOS DE DE
NIÑOS PALESTINA
PALESTINA

4.1 Introducción

Unas de las grandes paradojas del Evangelio, que muchos no perciben en toda su
importancia, es que, el mismo Jesús que aparece con una madurez humana plena, el mismo
que predica la Buena Noticia del Reino, realiza milagros, habla de las profundidades del
corazón del Padre, es llamado Señor y Maestro, el mismo que se enfrenta con fariseos y
doctores de la ley y asegura ser mayor que la misma ley, el sábado y el templo, este mismo
Jesús, adulto, es el que se acerca, con enorme ternura, a los niños, y los niños a él.

A nosotros puede que esto no nos resulte extraño, pero sí debió resultar muy extraño y
muy desconcertante a los contemporáneos de Jesús. Recordemos que en el mundo
grecorromano y en el ambiente helenístico en el que nacieron los evangelios, el niño era
prácticamente un ser sin importancia. La virtud de los hombres se contaba por el número de
sus años y haber llegado a viejo era un signo de la complacencia divina. Un niño era tolerado
fundamentalmente porque un día crecería, pero como tal pertenecía al grupo de personas
anónimas. Cuando se hablaba de la infancia de alguien era porque en su edad adulta había
sido un personaje importante167.

167. Las biografías y panegíricos de la antigüedad, donde se mencionaba la infancia del protagonista, sólo
se hacían de aquellos que habían llegado a descartar en gran medida del resto de sus contemporáneos. Es el
167

Los niños corrían la misma suerte de marginación que las mujeres168; su número no se
contaba en las sinagogas y rabino decían que conversar con niños era tirar las palabras169.
Por eso, cuando los niños se acercaron a Jesús, los discípulos intentaron alejarles de él (cfr.
Mc 10, 13-16 y par.), como lo hubieran hecho los ilustres rabinos de su tiempo.

Peo Jesús tiene una especial preferencia por los niños (y por los que se parecen a ellos,
por todos los pequeños), y el Evangelio así nos lo ha transmitido. Jesús pide que los niños se
acerquen a él y que nadie impida este acercamiento, y asegura que de los que son como ellos
es el Reino que viene con Él. Jesús urge a la necesidad de la conversión, de hacerse
nuevamente como los niños; lo pide como condición ineludible para experimentar la
salvación; y lo dice sin paliativos: “el que no vuelva a ser como un niño, no entrará en el
Reino de los cielos” (Mc 10, 15)170.

Cuando observamos a Jesús en los evangelios nos damos cuenta que conoce a los niños,
habla de sus juegos, comenta sus diversiones. Jesús valora a los niños; repite que la mejor
oración es la que sale de su boca y explica que a ellos, a los pequeños, es a quienes Dios ha
revelado su Padre. Jesús los quiere; sólo dos veces sale en los evangelios la palabra “caricia”,
y las dos se aplican a los niños.

caso de los emperadores, de quienes se contaba su infancia proyectando en ella aquellos rasgos de grandeza
y comportamiento destacado que pertenecían al adulto: dotes de mando, capacidad para imponerse a otros
niños o dominarlos. Cfr. C. BERNABÉ UBIETA, Lc 2: El Evangelio de la infancia. Os ha nacido un
Salvador, en Vida Nueva, n. 1975, 7 de enero de 1995, 29.
168. Cfr. M. MICKENNA, Sin contar mujeres y niños, PPC, Madrid, 1997, 11-47. También: I. GÓMEZ-
ACEBO, Dios también es Madre, Paulinas, Madrid, 1994, 21-30.
169. A la luz de esta afirmación se comprende mucho más la gran extrañeza y el no comprender de María
y de José, en el episodio de Jesús niño que con 12 años en el templo habla con rabinos y logra acaparar la
atención de todos ellos.
170. Advirtamos la suma importancia de este logión; esta afirmación es comentada por los expertos como
perteneciente al grupo de las ipsissima vox de Jesús. Cfr. J. JEREMÍAS, Abba, o.c., 108.
168

4.2 Los niños inocentes: Mt 2, 13-18

“Después que ellos se retiraron, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le
dijo: Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que
yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarlo. Él se levantó, tomó de
noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes;
para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi
hijo. Entonces Herodes, al ver que había sido burlado por los magos, se enfureció
terriblemente y envió a matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos
años para abajo, según el tiempo que había precisado por los magos. Entonces se cumplió
el oráculo del profeta Jeremías: Un clamor se ha oído en Ramá, mucho llanto y lamento:
es Raquel que llora a sus hijos, y no quiere consolarse, porque ya no existen”.

Nota filológica: desde la huida de la Sagrada Familia a Egipto hasta la instalación en Nazaret (cfr. Mt 2,
13-23), los términos utilizados para referirse a los niños, son:
*παιδιον (Paidíon): diminutivo de país, “niño”; para nosotros es “niñito”. En el texto del capítulo 2 de
Mateo lo encontramos en los versículos 13 (bis), 14, 20 (bis) y 21. Y no se utiliza solamente con una carga
afectiva para expresar cariño materno, sino que se emplea principalmente para indicar un niño de muy corta
edad: un bebé.
* παισ (pais): significa literalmente “niño”, pero de edad indefinida. Lo encontramos en el versículo 16
para referirse a los niños que Herodes mandó asesinar en Belén y sus alrededores; son los niños que van a
ocupar nuestra atención seguidamente. Aquí, el evangelista ya no utiliza el término paidión, ya que no todos
eran como bebes recién nacidos, sino que su edad oscilaba entre los 0 y los 2 años.
*υιοσ (hyiós): se utiliza para referirse al “hijo”, de cualquier edad. La palabra aparece en el versículo 15, y
citando otro texto: Oseas 11, 1 (que utiliza el término hyiós propiamente para hablar de Israel como hijo).
*τεxνα (tekna): literalmente, hijos. Téknon significa “hijo”, pero se utiliza más bien para poner al personaje
al que se refiere en relación directa con su progenitor, ya que el término procede de la misma raíz que el verbo
tíkto, que significa “engendrar”. En el cap. 2 de Mt, lo encontramos en el v. 18, citando al profeta Jeremías
cuando habla de los hijos muertos de Raquel, en referencia a los hijos de Israel que va camino del exilio (cfr.
Jr 31, 15-17).

Por lo tanto, en el episodio del que nos ocupamos, los niños a los que se está refiriendo el
evangelista son niños cronológicamente hablando, son niños pequeños, inocentes, niños
indefensos.
169

Comentario teológico-espiritual

El episodio nos los cuenta el autor del Evangelio de Mateo en el cap. 2 del mismo. Herodes
se da cuenta que los magos no vuelven a informarle sobre el lugar en que habían encontrado
al Niño que buscaban; se siente burlado y, enfurecido y temeroso de que este pequeño se
convierta en usurpador del trono, manda matar a todos los niños de su edad (cfr. v. 16). La
escena es verdaderamente dramática. Puede que estemos ante una de las páginas más difíciles
del Evangelio; cruel en su narración y espeluznante en su ejecución. La vida del Salvador
comienza con un reguero de sangre inocente; los pequeños betlemitas pierden la vida por
Aquel que ha venido a darla para que el hombre no perezca… Estos niños fueron los primeros
encontrar la vida nueva anunciada por Jesús, pues Él aseguró: “quien pierda la vida por mí,
la encontrará” (cfr. Lc 9, 24). Ellos la perdieron; no la pudieron dar libremente –como lo
hará Jesús más tarde (cfr. Jn 10, 18) –, antes al contrario: se la robaron. Pero robada o
entregada, lo importante es que la perdieron por Él.

Según los especialistas, exegéticamente el pasaje es una adaptación mateana de la historia


midráshica sobre la persecución del faraón (cfr. Ex 1, 16.22), fácilmente aceptable por la
comunidad judeo-cristiana a quien se dirige este evangelio, ya que comúnmente era conocida
la crueldad sanguinaria de Herodes, cuya autoría de la masacre a nadie podía sorprender171.
Mateo, al llevar a Jesús desde Belén a Nazaret, lo ha conducido a Egipto y lo ha traído de
allí; y ha comentado la matanza de los niños de Belén con las palabras que Jeremías empleó
para describir a las tribus del norte en su destierro, asociando el sangriento incidente del
corrupto monarca con la triste suerte de los hijos de Raquel llevados a Babilonia (cfr. Jr 31,
15). Por eso, en cierto sentido el Jesús de Mateo revive el éxodo y el destierro, cumpliendo
así la historia de Israel172.

171. Sabemos que Herodes era un tirano cruel que hizo ejecutar a su propio hijo por una sospecha de traición.
172. De esta manera el evangelista presenta a Cristo como un nuevo Moisés. Igual que éste se salvó de la
muerte a que el faraón había condenado a todos los hijos de los hebreos, así es salvado Jesús de la matanza
de Herodes; lo mismo que Moisés sacaría de Egipto a su pueblo, así Cristo regresará de Egipto para salvar a
todos los hombres del demonio-faraón. Cfr. C. PERROT, o.c., 34. Y también: R. E. BROWN, o.c., 203-236.
Ciertamente el acontecimiento narrado concuerda con la Escritura, pero la cita de cumplimiento no se
introduce en este pasaje con una oración final (“para que se cumpliera”) sino con una indicación temporal
(“entonces se cumplió”); y es que lo que se cuenta es tan horrible que el narrador formula la conexión con la
Escritura en un terreno distinto al habitual en él (cfr. Mt 27, 9s). Las cosas se presentan aquí de tal modo, que
se ve que la orgía de violencia de la que son víctimas los niños de Belén no es para nada la obra de Dios, sino
que tiene su origen en la acción de los hombres. Cfr. W. WEREN, o.c., 290.
170

Pero además de este simbolismo cargado de teología podemos preguntarnos por el misterio
que encierran estos niños y su sangre inocente173. ¿Por qué murieron estos niños? ¿Por qué
el evangelista nos transmite, con esta narración, la imagen de un Dios capaz de permitir
semejante babarie y que no hace nada por evitarlo? ¿Por qué no envió Dios un ángel a todas
las casas de los betlemitas, como lo hiciera en la primera noche de pascua que su pueblo
celebró en Egipto? El evangelista parece que quiera insistir: el Hijo de Dios se encarnó en un
mundo de violencia y no en una fantasía. Un mundo violento que descarga su violencia sobre
los seres más inocentes, más indefensos, los seres más pequeños y vulnerables de la tierra174.
Jesús pudo huir; no así los demás. Y precisamente este dato arroja más credibilidad al hecho;
el mismísimo Hijo de Dios huyendo de la muerte y del sufrimiento; y para que él se salve,
otros tienen que morir… es un dato que escandaliza. El evangelista pudo haber ocultado esta
escena en su conjunto, pero la contó a riesgo de escandalizar y asumiendo la verdad a
cualquier precio. La Iglesia, venerando a estos pequeños, ha entendido el inestimable valor
de su sangre derramada, y ha visto en ellos a los salvadores del Salvador175. Sin ellos saberlo,
fueron los primeros cristianos; por eso conocieron la espada, y la conocieron sin ser todavía
conscientes, y por lo tanto sin poder elegir con libertad y conocimiento de causa su propio
destino; pese a todo, recibieron un bautismo de sangre perdieron la propia vida por el Maestro
(aunque semejante don jamás legitime semejante barbarie). Se convirtieron así en los
primeros mártires del Nuevo Testamento, anteriores incluso a Esteban, comúnmente llamado

173. “… los hechos narrados en estos versículos no tienen nada absolutamente de inverosímil: las huidas
a Egipto de familias judías sospechosas, las violencias de Herodes y sobre todo, la instalación en Galilea
para escapar del terror que caracteriza los nueve años del etnarcado de Arquelao, hijo de Herodes, y de
Maltare, todo esto corresponde a lo que sabemos de este triste período”. (P. BONNARD, Evangelio según
San Mateo, Cristiandad, Madrid, 1983, 46). Con todo, muchos exegetas ponen en duda la historicidad del
acontecimiento tal cual; posiblemente un acontecimiento tan terrible como este hubiera sido reseñado por
algún otro evangelista; además no habría pasado desapercibido a los historiadores de la época, especialmente
a Flavio Josefo, quien fue muy crítico con Herodes. Lo que narra Mateo tiene elementos históricos, pero el
relato construido tiene una clara intencionalidad teológica, un mensaje que transmitir. Cfr. J. L. SICRE, o.c.,
233-236.
174. Jesús no nació en un mundo sano sino en un mundo necesitado de salvación y redención. A su alrededor
había asesinatos y violencia, obras de las tinieblas, traiciones y miserias, vileza humana necesitada de
misericordia y transformación. Jesús nace en una situación muy similar a la nuestra, una sociedad donde los
niños son los inocentes que cargan con el pecado del mundo. Jesús, Palabra eterna de Dios, se hizo hombre,
se hizo niño para vivir toda la humanidad, asumiéndolo todo para poder redimirlo todo.
175. La antigua liturgia de la Iglesia los considera como participes del nacimiento y de la pasión redentora
de Cristo. Cfr. JUAN PABLO II, Carta a las familias, n. 21, EDICEP, Valencia. 1994, 77. La Iglesia los
venera, pero la sociedad actual ha folklorizado y hasta ridiculizado esa memoria de los Santos Inocentes,
haciendo de este día una risotada burlona de los ingenuos. El Movimiento Junior reclamó a la sociedad
española el poder recuperar el sentido genuino del Día de los Inocentes. Cfr. C. DIÉGUEZ, en Ecclesia, n.
2820, 1996, 1.904.
171

el protomártir (cfr. Hch 7, 54-60)176. Así aparece ante nuestros ojos que los primeros en dar
la vida por Jesucristo son niños, niños inocentes, niños mártires, mártires gratuitos que si
bien no pudieron profesar con su voz una fe aceptada adultamente, sí dejaron derramar una
sangre confesante, una sangre que gritaba a Dios desde la tierra (cfr. Gn 4, 10b) y una sangre
que hablaba mejor que la Abel (cfr. Hb 12, 24b). Una sangre inocente que al tiempo que
denunciaba el mal, la opresión y la tiranía del enemigo, anunciaba la vida, la salvación y el
triunfo –en huida y ocultamiento– de un Niño que era Príncipe de Paz (cfr. Is 9, 5)177.Mt 2,
13-22, nos habla de niños que habían recibido, como un don, la vida, y que, sin entender, son
desposeídos de la misma manera brutal, de una forma incomprensiblemente misteriosa. El
don de Dios les es arrebatado por el celo del poder político de un poderoso de este mundo
que, a cualquier precio defiende su tiránica autoridad. Ésta es la respuesta del poder humano
al don divino; Dios da vida y el hombre siembra la muerte. El poder mata178. La realidad
descrita en Mt 2, 13-22 tiene una lamentable actualidad en nuestro mundo179. La culpa de la

176. Algunos textos litúrgicos de esta fiesta (28 de diciembre) son muy expresivos; ya en la liturgia propia
del siglo V, la Iglesia –con palabras del poeta Prudencio (+ 405)– recuerda a los Santos Inocentes como “flor
de los mártires que, en el mismo amanecer de su vida, el perseguidor de Cristo arrancó, como arranca la
tormenta las rosas apenas florecidas”: en la liturgia romana actual, resultan especialmente significativos, la
oración colecta de la Eucaristía (“Los mártires Inocentes proclaman tu gloria en este día, Señor, no de
palabra, sino con su muerte, concédenos por su intercesión, testimoniar con nuestra vida la fe que confesamos
de palabra”), los Himnos del Oficio de lectura y el propio de Laudes. También el final del Sermón 2 sobre el
Símbolo de la fe, escrito por san Quodvultdeus, obispo: “¡Oh gran don de la gracia! ¿De quién son los
merecimientos para que así triunfen los niños? Todavía no hablan, y no confiesan a Cristo. Todavía no
pueden entablar batalla valiéndose de sus propios miembros, y ya consiguieron la victoria”. Son los primeros
niños redimidos por Cristo.
177. Estos niños inocentes asesinados, pierden su vida por causa de un Jesús que, más tarde, hará de su
muerte la entrega libre de su existencia (cfr. Jn 10, 18) para que todos vivan /cfr. Jn 3, 15) hasta convertirse
en la Vida de los hombres (cfr. Jn 14, 6).
178. Manuel LEGUINECHE, periodista vasco galardonado en varias ocasiones por la calidad y el rigor
profesional de sus trabajos, ha recogido una amplia serie de testimonios periodísticos y resultados de
investigaciones policíacas y judiciales, sobre los horrores de nuestra humanidad para con los niños, a quienes
él llama ángeles perdidos; todo cuanto ahí se narra está documentado, es real y ocurre en nuestro mundo
actual, no sólo en países subdesarrollados sino también en las sociedades más avanzadas. La corrupción del
poder sigue vigente con una virulencia cada vez mayor, y los niños son sus primeras y más vulnerables
víctimas. Cfr. Los Ángeles Perdidos, Espasa, Madrid, 1996.
179. ¿No son miles de millones hoy, en el mundo, los niños que habiendo recibido el don de la vida están
condenados a toda clase de muertes por quienes detentan el poder? Traigo a colación un amplio fragmento de
la carta de Juan Pablo II escrita a los niños del mundo entero, con ocasión del año de la familia: “… no pasarán
–dice el Papa– muchos días después del nacimiento para que el pequeño Jesús se vea expuesto a un grave
peligro: el cruel Herodes ordenará matar a los niños menores de dos años, y por eso se verá obligado a huir
con sus padres a Egipto (…) ¡Queridos amigos! En lo sucedido al Niño de Belén podéis reconocer la suerte
de los niños de todo el mundo. Si es cierto que un niño es la alegría no sólo de sus padres, sino también de la
Iglesia y de toda la sociedad, es cierto igualmente que en nuestros días muchos niños por desgracia, sufren
o son amenazados en varias partes del mundo: padecen hambre y miseria, mueren a causa de las
enfermedades y de la desnutrición, perecen víctimas de la guerra, son abandonados por sus padres y
172

matanza de los inocentes no la tuvo el Niño Jesús, sino la sed insaciable del poder, el pecado
de un hombre que se prolonga hasta nuestros días180. Sin embargo, los niños estrenan el
Reino de los Cielos.

4.3 Los niños defendidos: Mc 10, 13-16 (y par.)

“Le presentaban unos niños para que los tocara; pero los discípulos les reñían. Mas Jesús,
al ver esto, se enfadó y les dijo: “Dejad que los niños vengan a Mí, no se lo impidáis, porque
de los que son como éstos es el Reino de Dios. Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de
Dios como niño, no entrará en él”. Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las
manos sobre ellos” (Mc 10, 13-16).

Nota filológica: en el pasaje que nos ocupa, el original griego utiliza el término παιδιον (paidíon), que
hemos descrito anteriormente (= “niñito” por ser diminutivo de pais = niño). Encontramos el mismo término
en los versículos 13, 14 y 15 de este capítulo 10 de Marcos, aunque lógicamente en sus variantes singular
(paidíon v. 15) y plural (paidía vv. 13. 14).
Aquí, la Vulgata traduce por “parvuli”, es decir, “pequeñitos” (muy pequeños), mientras que en el pasaje
anterior (Mt 2, 13-23), la versión latina traducía “puer” /para paidíon – pais) y “filius” (para hyiós – téknon).
En el paralelo de Mt 19, 13-15, usa dos veces el mismo vocablo (paidía); en Lc 18, 15 en cambio utiliza el
término βϱεϕοσ (brefos), que significa “niño recién nacido”, “criatura”, y que la Vulgata vierte el plural
como “infantes”. Y en los otros dos versículos utiliza expresamente paidía (en latín, “puer”).

condenados a vivir sin hogar, privados del calor de una familia propia, soportan muchas formas de violencia
y de abuso por parte de los adultos. ¿Cómo es posible permanecer indiferente ante el sufrimiento de tantos
niños, sobre todo cuando es causado de algún modo por los adultos?” (JUAN PABLO II, Carta del Papa a
los niños, en el Año Internacional de la Familia. L’Osservatore Romano, n. 50, 16 de diciembre de 1994, p.5).
180. “La matanza de inocentes no es una leyenda que cuenta el miedo de Herodes a verse derribado del
trono por el Mesías Niño, sino algo real que se repite en las relaciones entre la locura y los temores de los
adultos y la imposibilidad de los niños de defenderse (…) Herodes está todavía en circulación” (M.
LEGUINECHE, o.c., 22.23). La Asociación española O’BELÉN (un grupo de cristianos que, a la luz de la
Palabra de Dios, y desde el amor a Cristo encarnado en la Iglesia, opta por acoger niñas y niños sin hogar)
edita mensualmente una revista para difusión de la misma Asociación, y en la que se suelen exponer datos y
comentarios a estudios estadísticos sobre las injusticias de todo tipo que viven tantos niños y niñas del mundo
actual. (El fin de la Asociación es la creación, el desarrollo y el mantenimiento de hogares de acogida, que
posibiliten la integración social de las niñas y niños que acogen, puestos los ojos en la permanente referencia
de la familia de Nazaret). En el n. 4, diciembre 1996 de la revista, en el apartado Editorial, escribe la entonces
directora E. MORENO exponiendo datos sobre los niños de las guerras contemporáneas (niños de Zaire,
Ruanda, Somalia, Bosnia, Chechenia, Gaza,…), según los informes de Unicef. Y son en estas guerras, -y en
tantas otras situaciones de injusticia en países en paz– donde se puede comprobar que el hombre se ha vuelto
un lobo para el propio hombre.
173

Por lo tanto, en el texto que vamos a comentar, el evangelista –y Jesús en su momento–


está refiriéndose claramente a los niños en edad cronológica, a los pequeños a todo nivel,
con todo lo que tienen y con todo los que son, con su falta de madurez incluso –según el
juicio de los adultos–. Jesús es judío; teóricamente heredero de toda su cultura y pensamiento
de su época… Pero aquí va a revelar algo “nuevo”, algo nuevo sobre ese Reino que Él ha
venido a instaurar entre los hombres de buena voluntad.

Los niños en Mc son un signo especial de los necesitados, los pequeños, el reguero de
pobres que cruzan todo su evangelio: locos y leprosos, publicanos y ciegos, cojos y
paralíticos, mujeres impedidas y hambrientos sin pan. Con todos ellos va encontrándose
Jesús, en ellos descubre la urgencia de la evangelización, con ellos se identifica curando,
acogiendo, amando. No obstante, el texto del que nos ocupamos en este punto, se refiere
específicamente a los niños biológicamente hablando (primera parte del texto) y si se quiere
también, niños espiritualmente hablando (segunda parte de la perícopa), los pobres en el
espíritu de que hablan las bienaventuranzas en Mt 5181.

Los sinópticos encuadran este evangelio en el aprendizaje del discipulado, es decir, que
Mt 19, 13-15, Mc 10, 13-16 y Lc 18, 15-17 son pasajes que se encuentran rodeados de otros
en los que se habla de las condiciones necesarias para ser discípulos de Jesús: la práctica del
desprendimiento y la austeridad, el tomar la cruz y negarse a uno mismo, el hacerse pequeño,
servidor, humilde182.

Vamos a contemplar en este pasaje y sus paralelos lo que afirmó Juan Pablo II en la
Exhortación Apostólica “Chistifideles laici”: Los niños son, desde luego, el término del amor
delicado y generoso de Nuestro Señor Jesucristo: a ellos reserva su bendición y, más aún,
les asegura el Reino de los cielos (cfr. Mt 19, 13-15; Mc 10, 14)183.

181. Cfr. BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret, La esfera de los libros, Madrid 2007. 102-108.
182. Cfr. M. MICKENNA, o.c., 109-111.
183. JUAN PABLO II, Chistifideles laici, 47, Roma 1988.
174

Comentario teológico-espiritual

El pensamiento de Jesús sobre los niños y sobre la infancia entendida como ejemplo
respecto a la relación con Dios en la experiencia del Reino, puede deducirse de dos grupos
distintos de tradiciones sinópticas184. El primer grupo constituyen el pasaje que nos ocupa:
Mc 10, 13-16 y sus correspondientes paralelos (Mt 19, 13-15; Lc 18, 15-17); y el segundo,
Mc 9, 33-37 y sus paralelos también (Mt 18, 1-5; Lc 9, 46-48). Como es sabido, la primera
tradición, el texto más primitivo de entre los sinópticos es el de Marcos185. El autor, después
de hablar del matrimonio y la importancia para Jesús del amor fiel entre el hombre y la mujer
(cfr. Mc 10, 1-12), habla de uno de los frutos de este amor: los niños. De ellos trata también
en 9, 33-37 para hablar de la estructura de la Iglesia186.

Los niños están en el centro del evangelio de Marcos. Ellos son la clave de un camino de
amor que Jesús invita a recorrer a quienes le quieren seguir. Según la narración de Mc 10,
13-16, los niños son presentados –seguramente por sus padres– a Jesús para que los bendiga
y los toque187. Estamos en un contexto social: Jesús en público, en medio de la gente, en la
calle, rodeado de niños. Los conocedores de las costumbres de entonces afirman que a Jesús
no se le pide nada extraño, por lo menos aparentemente; en su época era frecuente presentar
niños pequeños a los escribas, sacerdotes y a otros personajes semejantes para que los
bendijeran188, eso sí, normalmente en contextos litúrgicos y oracionales. Esto es lo novedoso.
La particularidad del hecho aquí se encuentra en que Jesús se detiene en su camino y pierde
su tiempo atendiendo a los niños. Los niños son importantes para Él, u lo son siempre; no
necesita estar dentro del templo o en el culto sinagogal para repartir entre ellos sus miradas,
sus caricias, sus abrazos, sus bendiciones; lo hace en el camino de la vida.

184. Para ampliar la nota exegética al respecto: cfr. R. CAVEDO, en Nuevo Diccionario de Teología
Bíblica, voz Niño, Paulinas, Madrid, 1990, 1297-1306.
185. En el evangelio de Marcos la creencia sobre la infancia en el Reino aparece hacia la mitad del evangelio,
en medio del anuncio de la pasión y muerte de Jesús y de cómo se comportan sus discípulos (cfr. Mc 9, 33-
37).
186. Posiblemente Mc 10, 13-16 completa y explicita a Mac 9, 33-37, pero aquí lo tratamos con anterioridad
por considerarlo más relevante y como necesario para la plena comprensión del que le precede en la estructura
natural de Marcos.
187. No es preciso suponer que quieren presentaban los niños a Jesús fueran sus madres; pudieron ser los
padres u otros chicos que ya habían sido seducidos por la Palabra y la Persona del Maestro. Cfr. V. TAYLOR,
Evangelio según San Marcos, Cristiandad, Madrid, 1979, 504.
188. Cfr. P. BONNARD, o.c., 425.
175

En Mt y en Mc, sólo se dice que Jesús marcha “a la región de Judea, al otro lado del
Jordán” (cfr. Mc 10, 1-Mt 19,1); en Lc, en cambio, encontramos a Jesús caminando hacia
Jerusalén (cfr. Lc 17, 11), donde se dirige para entregar la propia vida189. Jesús marcha hacia
la cruz, y por el camino, descentrado de sí mismo, se detiene varias veces para acercarse a
los humildes, los enfermos, los pobres (cfr. Mt 20, 29-34; Lc 17, 11-19), los pequeños
(también en edad cronológica)190, con los que se siente identificado en el desprecio y la
humillación. El misterio de su identificación con los que no valen, (el misterio de lo que
llamaos la economía de la encarnación), provoca la extrañeza de la gente e incluso de sus
mismos discípulos. Puede que el reproche de éstos no denote necesariamente un desprecio
directo para los niños, y que más bien los discípulos sólo buscaran expresar la estima por su
maestro, procurándole un ambiente de cierta tranquilidad y respeto… Sea como sea, con
desprecio o sin él, lo cierto es que para los torpes discípulos, Jesús es un rabbí que no puede
perder el tiempo con los niños, ya que su misión consiste en instruir a quienes son
considerados con edad suficiente para comprender el valor y la profundidad de sus palabras
y su mensaje. El contenido de la perícopa es revelador en lo que se refiere a las condiciones
para experimentar el Reino de Dios. Acercar los niños a Jesús no es ningún error, ninguna
equivocación… Y cuando el evangelista nos muestra a un Jesús que les dedica su tiempo,
sus caricias, su bendición, sus abrazos, sus miradas, está diciendo que llevar los niños a Jesús,
lejos de ser una pérdida de tiempo, es algo necesario, fundamental, querido y exigido por el
mismo Señor.

La seriedad de su camino hacia Jerusalén no le separa de los pequeños; Jesús no se abstrae


en una soledad autosuficiente, ni se encierra en sí mismo con una autocompasión estéril.

189. Este relato circuló en la primitiva comunidad cristiana, porque exponía la significativa actitud que Jesús
había adoptado ante los niños, tan menospreciados en la sociedad de entonces. El relato perdió los detalles
temporales y locales y sólo conservó las circunstancias originales necesarias para encuadrar las palabras y los
hechos de Jesús; en esto radica la característica del relato. Aunque no podamos precisar con exactitud ninguna
indicación cronológica ni topográfica, será interesante tener en cuenta el contexto en el que cada evangelista
encuadró el episodio. Cfr. V. TAYLOR, o.c., 503-504.
190. R. CAVEDO asegura que detrás de esta anécdota existe un interés cristológico para Marcos: dejar bien
clara la consideración que hay que tener con Jesús y las motivaciones adultas –y no infantiles o inmaduras–
por lo que hay que acudir a Él. (Cfr. Nuevo Diccionario de Teología Bíblica, o.c., 1299). Pero, ciertamente,
no se puede reducir el episodio a mera anécdota con un interés cristológico, por muy interesante y necesario
que éste sea. El contenido de la perícopa es histórico. Cierto que la tradición Marquina se interesa sobre todo
en definir progresivamente quién es de verdad Jesús y en corregir las aproximaciones equivocadas de la gente
y de los discípulos. Pero acercar los niños a Jesús es hacer lo que Jesús mismo quiere y pide con toda claridad.
Cfr. Nuevo Diccionario de Teología Bíblica, o.c., 1299.
176

Jesús se detiene; se fija en los que son despreciados o menospreciados diariamente; los niños
son importantes para Él. Se siente identificado con ellos. No obstante –como en otras
ocasiones– su gesto no es entendido ni compartido por quienes deberían vivir una comunión
de sentimiento con él: sus discípulos. Mc 10, 13-16 –como ocurre con 9, 33-37– incluye dos
partes: acción narrativa y palabra; la acción se sitúa al principio y al final (cfr. 10, 13-14a y
10, 16), de manera que la palabra interpretativa y reveladora, queda en el centro del episodio
(cfr. 10, 14b- 15).

1. Jesús corrige a sus discípulos expresando los que siente

Jesús, en sus años de misión, va desvelando poco a poco cosas sobre el Reino, pero con
frecuencia encuentra dificultades; aquí las dificultades vienen de los mismos discípulos, que,
en el fondo, todavía no han cambiado apenas nada y reaccionan en este momento como
típicos judíos de la época, como típicas personas mayores que considera que hay otras cosas
más importantes de las que ocuparse. El Maestro está muy atareado con enseñar, curar e ir
desvelando el misterio que se cierne sobre su persona; parece cercano a su pasión; los
discípulos entienden que no es el momento adecuado para perder el tiempo con niños191; los
niños estorban, y aunque los apóstoles no se atrevan a objetar directamente a los pequeños,
sí lo hacen a quienes los llevan (c fr. V. 13)192.

191. El rabí Dosa Ben Arquinos, llegó a escribir que cuatro cosas alejaban al hombre de la realidad como
alienándolo: el sueño de la mañana, el vino del mediodía, el entretenerse en lugares donde se reúne el vulgo
y el charlar con los niños. (Citado por J. L. MARTÍN DESCALZO, o.c., I, p. 178).
192. W. Weren, cuando comenta el paralelo de Mt 19, 13-15, señala expresamente que la irritación de los
discípulos tiene por objeto a los niños, no a los adultos que los presentan; pero el texto nada dice al respecto,
por lo que podemos inclinarnos por una interpretación o por otra. Cfr. W. WEREN, o.c., 297-298.
177

La actitud de los discípulos frente a quienes acercan sus niños al Señor, es de un rechazo
violento193, movidos por una incomprensión fundamental del misterio de Jesús194. Tanto en
Mt como en Mc, unos versículos atrás, el Maestro les ha enseñado quién es el mayor entre
ellos, y lo ha hecho colocando en medio a un niño (cfr. Mt 18, 1-4; Mc 9, 33-37); pero ellos
siguen instalados en sus esquemas de adultos; no entienden. Los discípulos no sólo no
comprenden, sino que encima –lo que más grave– entorpecen, obstaculizan el acceso de los
pequeños al Señor, lo que provocará en Jesús una reacción no menos violenta que la
indignación de sus discípulos.

Frente a la actitud de los discípulos, Jesús responde. Su respuesta tiene una doble vertiente:
por un lado corrige a los apóstoles al tiempo que se lamenta por la torpeza de éstos para
entender, y por otro actúa defendiendo a los pequeños al tiempo que enseña a quienes quieren
aprender el modo de acoger el Reino y de entrar en él. Con todo, tal vez lo más grave no sea
la torpeza de los discípulos para entender; lo peor es la actitud impositiva de los que tendrían
que ser aprendices humildes195. Éstos han mostrado una equivocada actitud ante los niños
que se acercaban a su Maestro; ahora será el Maestro quien manifieste su correcta acitud ante
sus torpes discípulos y ante los niños presentados. Con los discípulos se enfada (v. 14); a los
niños les abraza y bendice (v. 16). Jesús hace así una clara opción por los pobres en las
personas de los pequeños. Y así se entiende (al final del Evangelio) que sólo cuando los
discípulos hayan recorrido un camino hacia la pequeñez, recibirá también del Maestro el
abrazo y la bendición.

Detengámonos un momento en el enfado de Jesús. El verbo utilizado por Marcos para


expresar el sentimiento del Maestro es “aganakteo”; significa “irritarse”, “indignarse”; y

193. Marcos utiliza el mismo verbo –epitiman– en 8, 32 y en 10, 13 –epitimon–. También Mateo emplea el
mismo verbo aquí que en otros textos significativos: el escándalo de Pedro frente al primer anuncio de la
Pasión (16, 22), el exorcismo que hace Jesús sobre un endemoniado epiléptico (17, 18), y la indignación de
la gente ante los dos ciegos de Jericó que gritan sin cesar a Jesús que pasaba por allí (20, 31). Son pasajes en
los que el verbo empleado comporta una gran carga de disconformidad frente a la situación en que son
expresados.
194. El relato se hace bastante creíble, entre otras cosas, por lo vergonzoso que pudo resultar para los mismos
discípulos ser reprendidos públicamente; va en detrimento de su imagen, pero convenía reseñarlo para que las
generaciones futuras no incurrieran en la misma equivocación.
195. “El texto parece reflejar una visión eclesial de tipo impositivo, donde se destaca el control de los
dirigentes sobre el conjunto de los seguidores. Ellos quieren imponer su criterio sobre Jesús; no dejan que
se ocupe de los niños; no permiten que los niños vengan a estorbarle. En el fono desean manejar la vocación
mesiánica, imponiendo sobre Jesús su voluntad y diciéndole aquello que ha de hacer”. (X. PIKAZA, Para
vivir el Evangelio. Lectura de Marcos, Verbo Divino, Estella, 1995, 139).
178

deriva de “agan”, (mucho), y de “ajthomai” (afligir). Éste es el único pasaje en que se habla
de la indignación de Jesús, y es la única vez en todo el N.T. que “se indigna” de esta manera.
Ni siquiera en el episodio de la expulsión de los mercaderes del templo sabemos si la
indignación de Jesús fue tan intensa como ésta (cfr. Jn 2, 13-17 y par.); allí no se describe el
estado anímico de Jesús, tan sólo se narra lo que hizo, no lo que sintió. En el episodio que
nos ocupa, en cambio, el evangelista ha querido dejar bien claro que para Jesús es gravísimo
el que a alguien se le ocurra obstaculizar el acceso de los niños a él. Abiertamente manifiesta
que desea que se le acerquen; y lo desea porque los considera capaces.

2. Jesús enseña actuando (y actúa enseñando)

El enojo de Jesús es particularmente significativo porque no es contra los fariseos o los


escribas, sino contra sus propios seguidores, discípulos a los que ama, a los que adoctrina
tantas veces en privado, discípulos que deberán continuar su obra y obrar como él. Pero
parece que no le entienden suficientemente, por eso el Maestro deberá instruirles de la
manera más clara posible. Y lo hará con un gesto visible y una palabra contundente, sin
ambigüedad; puede que sea una palabra algo enigmática respecto al nivel compresivo de sus
oyentes, incluso para los que son sus discípulos más allegados, pero nunca una palabra de
confusión negativa. Jesús es un Maestro distinto a tantos otros de su época196. Su enseñanza
no queda reducida a la mera palabra o al discurso fácil, sino que todo cuanto dice lo ratifica
con sus actos. Cuando habla, actúa; pero también cuando actúa, habla con claridad. Hay
coherencia entre lo que enseña y lo que hace; puede que sea esta conexión íntima entre
palabra y vida, lo que más credibilidad da a su mensaje197. ¿Qué palabra –como camino a

196. Jesús fue un auténtico didaskalos; su magisterio era constantemente refrendado y ejemplificado con lo
más convincente para una enseñanza: el testimonio de la propia vida. En este pasaje lo vemos mostrando a
sus discípulos visualmente el contenido de su elección; dice que una imagen vale más que mil palabras…
pues aquí tenemos al Señor educando a los suyos, de manera que un día puedan decir: lo que hemos visto y
oído, eso os enseñamos (cfr. 1ª Jn 1, 1). Cfr. B. GRANIER, o.c., 33.
197. Jesús hace gestos concretos, ofreciendo una enseñanza vital: “… la coherencia única y la fuerza
persuasiva de su enseñanza sólo puede explicarse porque sus palabras, parábolas y argumentos son
inseparables de su vida y de su auténtico ser. En consecuencia, toda la vida de Cristo fue una continua
enseñanza: su silencio, sus milagros, sus gestos, su oración, su amor al hombre, su predilección por los
pequeños y los pobres…” (JUAN PABLO II, Catechesi tradendae. La Catequesis hoy n. 9, PPC, Madrid
1979, 17).
179

seguir– pronuncia Jesús frente a estos niños presentados por sus padres y rechazados por los
discípulos? ¿Qué gesto profético y entrañable –para un judío y para los niños– realiza Jesús
ratificando la novedad del Evangelio y superando viejas concepciones judías?

3. Una palabra contundente

Para enfatizar su mensaje, para captar la atención de su auditorio y para expresar la


intensidad de ciertos sentimientos, Jesús hace a veces afirmaciones extravagantes que no
piden una ejecución literal de lo que expresan sino más bien una interpretación adecuada de
su significado198. No es éste el caso. La palabra que Jesús da en Mc 10, 14b- 15, es una
palabra de vida que difícilmente se puede encuadrar dentro de los recursos retóricos
empleados en todo discurso evangélico199. Es una palabra reveladora del corazón del Padre
(cfr. Jn 15, 15), formulada en dos partes: la primera en el v. 14 (Dejad que los niños vengan
a mí; no se lo impidáis, porque de los que son como ellos es el Reino de Dios), que tiene
plena sintonía con todo el resto del Evangelio, con todas las demás palabras, con todas las
actitudes de Jesús, con todos sus sentimientos ocultos y manifiestos; es la constante opción
por los pobres. La segunda parte está en el v. 15 (Os aseguro que el que no reciba el Reino
de Dios como un niño, no entrará en él), expresión que se encuentra catalogada por la
exégesis, entre el elenco de los logia pertenecientes a la “ipsissima vox” de Jesús200.

*Dejad que los niños se acerquen a mí; no se lo impidáis (v. 14a). Jesús reconoce en los
niños una capacidad innata para acercarse a Él201. El verbo empleado en los sinópticos para

198. Jesús usa en ocasiones, hipérboles y exageraciones: si tu ojo derecho te escandaliza, arráncatelo y
tíralo… (Mt 5, 29-30; cfr. Mt 18, 8-9); quien no odie a su padre y a su madre… (Mt 19, 24); otros ejemplos
en Mt 19, 25 y par.; 17, 20 y par.; Lc 10, 19; Mc 16, 17-18.
199. No estamos ante una hipérbole o exageración, como pueden ser las señaladas en la nota anterior, ni
ante una aparente paradoja (cfr. Mt 5, 3-16; 16, 25; 20, 26-27; Lc 6, 20-23), ni ante una ironía (cfr. Jn 7, 27;
7, 52; 9, 16; 13, 37-38; 14, 8-9; 16, 30-32; etc.), ni estamos ante un lenguaje figurativo (cfr. Lc 13, 18-19; Mt
13, 31), ni ante un juego de palabras (cfr. Mt 16, 18; 23, 24; Jn 3, 8). Estamos ante una verdad revelada que
no podemos obviar en el seguimiento de Jesús.
200. Cfr. J. JEREMÍAS, Abbá, el mensaje central del Nuevo Testamento, Sígueme, Salamanca 1981, 105-
111.
201. Jesús también ha sido niño y habla por convencimiento personal; el niño puede experimentar una fuerte
atracción por las cosas de Dios; esta experiencia la tiene Jesús y por ello puede decir abiertamente: “Dejad
que los niños vengan a Mí”. Es como dijera: ¡dejadles que vengan porque sienten mi atracción, tienen
capacidad para ser atraídos por mi Padre y venir a mí! ¡Tienen sed de mí! Yo también h conocido esta sed.
180

expresar este convencimiento del Señor es un mandato que está en imperativo (“afete”). Jesús
no está sólo diciendo conviene que me traigáis a los niños, es bueno que les facilitéis el
acceso a Mí, es necesario que seáis instrumentos dóciles y apropiados para que los pequeños
se encuentren conmigo y yo con ellos… sino que está exigiéndolo, mandándolo, y además
diciendo que los niños tienen en sí mismos capacidad para acercarse a Él, pues son
depositarios de una sed común: la sed de Dios202.

A Dios se le identifica con la experiencia del amor, la alegría, la vida, la verdad, la


libertad… y los niños son constitutivamente seres tendenciales hacia estas realidades. Llevan
la huella del Creador en lo profundo de su ser; le buscan aún sin conocerle203. El evangelista
nos muestra en este episodio, que puede ser un gran desatino castrar, paralizar, obstaculizar
o impedir este encuentro salvífico y sanador de los niños con Dios en la persona del Hijo.
¿Quién se atreverá a negar la capacidad que los niños tienen de acercarse a Jesús y de
experimentar su presencia, escuchar y guardar su palabra?204 Tienen una capacidad distinta
de los mayores, ciertamente, pero no por ello menos apropiada o susceptible de ser
despreciada205. Tienen la capacidad propia de su edad, pero capacidad a fin de cuentas –la

¡Propiciad este encuentro, como lo hicieron conmigo María y José… propiciadlo, posibilitadlo, sí, no se lo
impidáis!
202. Una magnifica concreción de experiencia pastoral con niños en la que se confiesa con claridad
meridiana esta capacidad de vida en el espíritu que tienen los pequeños, la podemos encontrar en CARBÓ,
G. Mª. El Oratorio de Niños pequeños de las Escuelas Pías, revista Teología y Catequesis n. 68, Facultad de
Teología “San Dámaso”, Madrid 1998, 111-134. También, cfr. N. LE DUC, Los fundamentos de la oración
en el niño, Le micocoulier, Madrid, 1980.
203. Cfr. N. LE DUC, Cómo enseñar a los niños a ser amigos de Dios…, Ed. Monte Carmelo, Burgos,
1982.
204. Israel siempre ha considerado a los niños como sujetos capaces de recibir la Palabra de Dios.
recordemos cuando Moisés y Josué, los grandes caudillos de Israel, hacen referencia a la instrucción de la
“congregación de los hijos de Israel”, lo hacen mencionando e incluyendo específicamente a los niños:
“Congrega al pueblo, hombres, mujeres y niños, y al forastero que reside dentro de tus puertas, para que
oigan y aprendan a temer a Yahvé vuestro Dios y cuiden de poner en practica todas las palabras de esta ley”
(Dt 31, 12). Otro texto significativo: “No hubo ni una palabra de cuanto Moisés había mandado que no la
leyera Josué en presencia de toda la asamblea de Israel, incluidas las mujeres, los niños y los forasteros que
vivían en medio de ellos” (Jos 8, 35).
205. Existe una abundante bibliografía sobre la capacidad de los niños para entrar en relación con el misterio
de Dios. de los que conocemos, consideramos más interesantes los siguientes: G. CARBÓ BOLTA, El
Oratorio de Niños Pequeños de las Escuelas de Pías, notas espirituales y pedagógicas de una experiencia.
Ed. Escuelas Pías, Valencia 2003 (3ª edición). R. Mª de CASABLANCA, El niño capaz de Dios, Mensajero,
Bilbao, 1996. F. OSER, El origen de Dios en el niño, San Pío X, Madrid, 1996. S. CAVALLETTI, II
potenziale religioso del bambino (da 3 a 6 anni). Citta Nuova, Roma 1993. Idem, II potenziale religioso tra
y 6 e y 12 anni, Citta Nuova, Roma, 1996. N. LE DUC, La vida espiritual de los niños, Le micocoulier,
Madrid, 1980. A. APARISI, Pastoral de Infancia. Itinerario catecumenal de niños, I.C.C.E. Madrid, 1992.
181

experiencia de muchos santos lo testifica–206206; y además son portadores de unas


características espiritualmente idóneas para captar con más nitidez lo central del mensaje
evangélico: la confianza filial respecto del Padre207.

Paralelamente es necesario afirmar que los niños no sólo tienen capacidad, sino también
necesidad. Podemos inferir de este texto evangélico que es bueno, necesario, conveniente,
urgente acercar todos los pequeños a Jesús, para que Él los bendiga, los proteja, los defienda
y los abrace, en medio de una sociedad y un mundo hostil que los explota, los maltrata, los
utiliza, los manipula, los maldice, los mata208.

206. Justo y Pastor, Pancracio, Domingo del Val, Teresa de Ávila, José de Calasanz, Teresa de Lisieux,
Domingo Savio, María Goretti, Enrique de Ossó, Juan Leonardi, Bernadette de Subirous, Juan Bautista de la
Salle, Juan Bosco, los beatos niños Francisco y Jacinta (apariciones de Fátima), Beato Pedro Casani,
Venerable Glicerio Landriani, y otros muchos. Cfr. B. MARTÍN SÁNCHEZ, Niños santos, Apostolado
Mariano, Sevilla, 1989.
207. “… aprenderemos a reverenciar al niño, ese ser desvalido que reclama nuestro amor. Pero hay una
pregunta que se nos plantea en primerísimo término: ¿en qué consiste exactamente este ser niño, que Jesús
considera como necesidad ineludible? Porque es claro que no se trata de una sublimación romántica de los
pequeñuelos, ni de un juicio moral. Es mucho más profundo su sentido. Ante todo, debemos tener en cuenta
que el título central de Jesús, el que más propiamente expresa su dignidad, es el de “Hijo”. De cualquier
modo que se quiera responder a la cuestión de en qué medida esta designación se halla ya oralmente
prefigurada en las palabras históricas de Jesús, puede afirmarse que ella constituye indudablemente un
intento de resumir en una palabra la impresión total de su vida. La orientación entera de su vida, el motivo
originario y el objeto que la modelaron, se expresan en una palabra: Abbá, Padre amado… Podemos, pues,
afirmar: la infancia tiene en la predicación de Jesús una significación tan extraordinaria porque es ella la
que con mayor profundidad responde al misterio más personal de Jesús, a su filiación divina” (Cardenal
JOSEPH RATZINGER, El camino pascual, o.c., 82).
208. “Niños comprados, vendidos, alquilados, secuestrados por sectas, sobreutilizados en el cine o la
publicidad, envueltos en las guerras de la posguerra (…) Niños-bomba, niños-correo, niños-esclavos, niños-
camellos, niños-soldados (…) En los burdeles, en la guerrilla urbana y el terrorismo, en las plantaciones de
los modernos esclavos, en las minas y en los campos refugiados, estos “ángeles perdidos” son el acta de
acusación contra un mundo cada vez más feroz” (M. LEGUINECHE, o.c., 23.41). Aunque sea cierto que las
cifras y las estadísticas embotan la capacidad de compresión y reflexión del que lee o escucha, nos remitimos
a los datos que ofrece respecto a las injusticias mundiales con los niños, la teóloga M. MICKENNA. Cfr. o.c.,
92-94.
182

*De los que son como ellos es el Reino de Dios (v. 14b)209

*El que no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él (v. 15). La frase
griega de los que son como ellos (v. 14), o más literalmente de los tales210, no da a entender
que no son sólo los niños en cuanto tales los que pueden y deber ir a Jesús, sino también
aquellos que, sin ser niños biológicamente hablando, se hacen como ellos espiritualmente211.
A unos y a otros, el Reino les pertenece porque lo reciben como don; en realidad alude aquí
la gratuidad: el que no recibe como un niño, significa con alma pobre, no cargada de méritos
con los que pretender “comprar” la salvación como recompensa propia a los esfuerzos
humanos. No hay proporción entre el esfuerzo y el don.

Hacerse como niños significa recibir, no adquirir. El Reino no se consigue por cantidad
de buenas acciones, sino más bien se recibe como un niño que no tiene más méritos que el
amor del que le regala212. De alguna manera podríamos decir que Jesús, en este pasaje,
transforma las concepciones escatológicas del Reino desmarcándolas de los méritos
personales, que tanto buscaban los fariseos y agradaban a los que tenían –o creían tener–
suficiente fuerza de voluntad como para intentar cumplir por sí mismos todas las
prescripciones legales mosaicas. Jesús presenta el Reino como un don de Dios, no como una
conquista humana, aunque tenga que ser el hombre quien pida que Su Reino venga a nosotros
y tenga que trabajar –con todas sus fuerzas– para que este Reino –que es el mismo Jesús– se
expanda y extienda en nuestra tierra y no quede anunciado como una permanente utopía213.
En definitiva, Jesús habla del Reino más que como un logro del hombre, como una
experiencia de Su amor y Su gracia, del amor y de gratuidad del Padre, experiencia en la que
puede tomar parte el hombre aquí y ahora, si tiene la capacidad receptiva de un niño.

209. El reino de los cielos pertenece a los niños… esos miembros más vulnerables de la sociedad (cfr. Mt
19, 14), pero muy a menudo, se los olvida simplemente o se los explota sin escrúpulos como soldados,
trabajadores o víctimas inocentes del tráfico de seres humanos. No hay que escatimar ningún esfuerzo para
instar a las autoridades civiles y a la comunidad internacional a combatir estos abusos y brindar a los niños la
protección legal que merecen justamente. Discurso de Benedicto XVI a los obispos de Sri Lanka en visita “ad
limina”. Sábado 7 de mayo de 2005. Cfr. J. A. MARTINEZ PUCHE, OP, Enseñanzas de Benedicto XVI
(1/2005), Madrid 2006, 431.
210. Idéntica en el griego de los tres sinópticos.
211. Es una clara alusión al tema de la Infancia Espiritual. Cfr. J. Mª CABODEVILLA, Hacerse como
niños, BAC, Madrid 1994, 181-259.
212. Cfr. H. U. von BALTHASAR, Si no os hacéis como este niño… o.c., 19-34.
213. Muy interesante todo cuanto dice BENEDICTO XVI respecto al Reino de los Cielos- Reino de Dios
en Jesús de Nazaret, o.c., 76 ss.
183

Con todo, la fórmula quien no recibe el Reino como un niño, no entrará en él, encierra un
doble sentido complementario. Puede entenderse en sentido receptivo: así como un niño está
abierto a los otros (padres, educadores, etc.), así los discípulos deben mantenerse en actitud
de apertura respecto al don de Dios. Pero también puede entenderse en sentido activo: es
necesario recibir el Reino como se recibe, se cuida y se educa a un niño, pues sólo en la ayuda
a los pequeños de la comunidad –y de la sociedad– se puede vivir el discipulado y ser
receptores del Reino214. No son los niños para los discípulos, sino los discípulos para los
niños.

4. Un gesto entrañable

Jesús no sólo se ha detenido en su camino, no sólo corrige y reprende a sus íntimos


discípulos, sino que ahora, para ratificar visiblemente cuanto ha querido decir y revelar, actúa
expresando externamente lo que siente en su interior: bendice, abraza, impone las manos; y
así hace de su gesto una enseñanza sobre los que se parecen (toioututon) a los niños en
general215. En realidad son dos gestos en uno: bendecir, abrazando e imponiendo las manos;
pero también se puede contemplar cada uno en su particularidad: bendecir –abrazar–
imponer las manos.

*Y abrazándolos, los bendecía, imponiéndoles las manos (v. 16). Que los niños sean
presentados a Jesús para ser tocados, abrazados y bendecidos por él, supone propiciarles una
experiencia vital, real, concreta, no imaginaria o abstracta. La palabra latina experientia
deriva de experior, que a su vez proviene del antiguo periri, nacido de “peirao” = intentar.
Los primitivos perio y perior provienen de “comperio” (descubrir) y de “peritus” (docto,
práctico). Experimentar es, pues, probar y descubrir las cosas, las personas, las relaciones,
con lo que se consigue un conocimiento auténtico de ellas al tiempo que se adquiere la pericia

214. Cfr. X. PIKAZA, o.c., 139-140.


215. El pensamiento aquí es más amplio que en Mt 18, 3, incluso más desconcertante para los oyentes del
Maestro. De hecho no hay la misma intención en Mt 19, 13-15 (paralelo de Mc 10, 13-16) que en Mt 18, 1-9.
En Mt 18 se trata de hacerse como los niños y de no escandalizarlos; en Mt 19 (y Mc 10) el Maestro se detiene,
acoge a los niños y los bendice. No es sólo una invitación a hacerse como ellos, sino una declaración y una
verdadera promesa hecha a todos los que son tales; el Reino es de lo niños porque Jesús es de los niños y para
los niños. Cfr. P. BONNARD, o.c., 425-426.
184

sobre ellas216. Se descubren al tiempo que se prueban y se prueban al tiempo que se


descubren. Algo así experimentan estos niños; sus mayores no se han conformado con
hablarles de Jesús, sino que les han llevado hasta él, y han hecho todo lo posible para
propiciarles un encuentro y una experiencia. En el fondo, el tocar y abrazar es signo de amor,
de solidaridad, de calidad cercanía, pero un signo experimentable, una manera de probar la
salvación de Dios que alcanza y toca realmente a los hombres217. Jesús, abrazando a los
niños218, no sólo les expresa su amor sino también les regala una experiencia difícil de
olvidar219.

El gesto conclusivo de esta perícopa tiene gran importancia en la época y en su contexto:


el abrazo y la bendición mediante la imposición de manos constituían gestos evidentes de la
benevolencia divina. Estamos ante una expresión del sentimiento humano de Jesús (y el amor
a través del abrazo), y una expresión del sentimiento religioso de Jesús (la bendición,

216. Curiosamente en alemán, experimentar es un derivado de viajar: erfahren-fahren. El que viaja aprende
observando. Experimentar quiere decir aprender a través del contacto directo con los hombres y las cosas,
descubriendo y percibiendo lo real. Cfr. M. GELABERT, Valoración cristiana de la experiencia, o.c., 39-40.
217. En la práctica pastoral, este gesto de tocar a Jesús y de ser tocado por él¸ necesita depurarse de toda
superstición y comprensión mágica. Tocar una imagen de Jesús será, como mucho, tocar un recuerdo de Jesús,
nunca una presencia suya. Desde la encarnación, tocar a Jesús es tocarle en todas sus presencias: en sus
pobres, en sus pequeños, en sus hermanos los hombres, en sus discípulos, en su Iglesia que es su Cuerpo, en
el sacramente de la Eucaristía, y especialmente en sus miembros más débiles y sufrientes. Y ser tocado por
Él, será tener experiencias vitales y transformadora, de su Espíritu, de su Resurrección, de su Palabra, de su
Ser, de su Iglesia, de su Amor.
218. “Abrazar al niño significa ofrecerle la alegría de la vida y recibir su alegría de la vida. Abrazar al
niño es volver a la intimidad de una cercanía donde dos pueden ser capaces de tocarse en gozo, de darse en
libertad, en respeto, en ternura. Nuestra sociedad occidental, neurotizada en tantas cosas, se siente a disgusto
con el abrazo de los niños; le parece que puede haber un tipo de sexualidad larvada, una forma escondida
de abuso sexual. Nuestra Iglesia tampoco ha valorado demasiado el abrazo. Por eso no nos parece raro el
hecho de que Jesús se dedique a abrazar a los niños en público. Este Jesús del abrazo al niño es el Jesús del
abrazo amor (…) Es él quien abraza, no el padre o la madre. Es Jesús (…) varón de amor cuya grandeza y
maestría, cuyo misterio mesiánico consiste en saber abrazar al niño. Hombre especializado en abrazar para
dar ternura, ése es Jesús” (X. PIKAZA, El amor y sus formas. Lectura de Mc 9, 30-10, 45, o.c., 192).
219. Si es cierto el refrán que dice una imagen vale más que mil palabras, nosotros podríamos parafrasearlo
diciendo: un gesto sensible, que se pueda sentir, que se pueda experimentar sensiblemente, expresa mejor lo
que significa que la misma palabra correspondiente a su significado. Es decir, expresa mejor el amor un beso
dado con ternura, que la explicación verbal del sentimiento afectivo que encierra. Jesús no se contentó con
decir que amaba a los suyos; lo demostró con actos concretos de amor; y no se conformó con decir en la
última cena que quienes le siguieran debían amarse unos a otros, sino que, para que fuera bien evidente la
manera como hacerlo, se puso a los pies de cada discípulo –también de Judas el traidor, de Tomás el incrédulo,
de Pedro el cobarde– y se los lavó como gesto sensible de fraternidad. Respecto a la importancia de tocar
(especialmente referido a las celebraciones litúrgicas): Cfr. J. ALDAZABAL, Gestos y símbolos, Centre de
Pastoral Litúrgica, Barcelona, 1989, 68-72.
185

mediante la imposición de manos); ambos se viven intrínsecamente ligados, sin separación,


en total unidad.

El abrazo. El texto comienza expresando la intencionalidad de quienes acercaban los


niños a Jesús: le presentaban unos niños para que los tocase (v. 13). Es una iniciativa
históricamente verosímil: la gente de una aldea palestina quiere aprovecharse de la presencia
de un maestro un taumaturgo excepcional como lo era Jesús, con el propósito de obtener en
favor de los niños una protección divina especial para su futuro y su crecimiento.
Evidentemente subyace en el texto –y en el contexto– un tipo de fe casi mágica, pero la Buena
Noticia del Evangelio transmite una verdad que supera esta interpretación reductiva.

El contacto físico es absolutamente necesario en la vida del hombre. El tacto es el primer


sentido que desarrollamos los humanos apenas nacer –pues la piel es nuestro primer medio
de comunicación–, mucho antes que la vista, el olfato, incluso el oído; es el sentido más
prematuro y omniabarcante de todos nuestros sentidos, estrechamente ligado a la piel, que da
forma a nuestro propio ser220. La apertura a la vida, por parte de los niños pequeños, es
fundamentalmente a través del tacto. El tocar a otros, genera relaciones porque individualiza,
acerca, estimula, comunica, te hace sentir que eres persona individual; el tocar manifiesta
cercanía y nos hace accesibles unos a otros. Los niños son muy sensibles a este gesto; desde
muy pequeños, todo lo quieren tocar y desean ser tocados y acariciados. Los niños necesitan
tocar porque el tacto es una fuente inagotable de experiencias, conocimiento y aprendizaje;
es un medio adecuado de comunicación de sentimientos. Erik Erikson, en Infancia y
sociedad, apunta que el niño necesita amor y ternura porque crean en él un sentido de
confianza básica, de seguridad en su propia competencia y de confianza en los demás. La
psicoafectividad está totalmente en relación con la psicoespiritualidad. El niño crece y vive
en amor si ha recibido, a través del contacto de la piel, sobre todo de la madre, el sentido
positivo de la vida221. La certeza de ser amado sólo crece en cada niño mediante experiencias

220. El sentido más estrechamente relacionado con la piel es el tacto, al que se le ha llamado también “madre
de los sentidos”, y que despunta antes que los demás en el embrión humano; el tacto, como prioridad
fisiológica, nos posibilita la relación con todo cuanto nos rodea; un ser humano podría carecer de la vista, el
olfato, el oído, incluso del gusto, pero sería incapaz de sobrevivir privado de las funciones desempeñadas por
la piel. Cfr. M. CABADA, o.c., 59-65.
221. Para una mejor comprensión de la importancia de los primeros años –importancia de la madre y el
entorno familiar– en el crecimiento de la experiencia de la confianza originaria: Cfr. A. GRUN, Cómo estar
en armonía consigo mismo, Verbo Divino, Estella, 1997, 20-23.
186

concretas. El niño necesita sentirse amado222; no basta con decírselo, es necesario


expresárselo con gestos asequibles a su comprensión y a sus sentidos. En el gesto de tocar a
los niños hay una profunda raíz de comunicación de vida. Puede que saberse tocar (acariciar,
hablar, proteger, animar) a un niño sea el gesto más profundo e importante de toda cultura
humana223.

Jesús sabe apreciar perfectamente el contacto físico para manifestar a todos su cercanía,
su afecto, la comunicación de su gracia. Jesús toca a los que quiere comunicar su fuerza
salvadora, y se deja tocar por otros también224. La salvación que ofrece es una salvación total,
human, espiritual y corporal a la vez, por ello manifiesta los bienes del Reino con gestos
visibles y sensibles, que afectan a la corporeidad del hombre.

¿Cómo ha tocado Jesús a los niños?: abrazándolos. Abrazar a una persona es manifestarle
abiertamente un amor limpio, sincero, auténtico; abrazar supone pegar cuerpo a cuerpo sin
reparo, hacer propio –de alguna manera– el cuerpo y el ser del otro. Es muy difícil abrazar si
se tiene algo en contra del otro, si hay reparos o reservas. La palabra puede mentir, la miera
miente menos, la piel no miente casi nunca; el abrazo es un gesto veraz y mucho menos
ambiguo que otros. Se abraza lo que se ama. Jesús abraza porque quiere lo que abraza; de
nadie más en todo el Evangelio se dice que fuera expresamente abrazado por Jesús.

Abrazar a un niño (cfr. Mc 9, 36) es ofrecerle toda la persona mediante el contacto de las
manos y los brazos. Camino hacia Jerusalén, Jesús hombre mesiánico225, con muchas cosas
que hacer y decir en su recta final, “pierde” su tiempo abrazando niños. En aquella cultura
abrazar a un niño era algo absolutamente impensable: el hombre, el varón, el maestro, el
Mesías, no podía aparecer en público abrazando niños. Este gesto era cosa de mujeres, asunto

222. Cfr. Mª D. ALEIXANDRE, Círculo en el agua, o.c., 87-89. Para comprender con más profundidad, la
necesidad vital que tienen los niños de ser amados gratuitamente: Cfr. E. FROMM, El arte de amar, Paidós,
Buenos Aires 1974, 46-54.
223. Cfr. X. PIKAZA, El amor y sus formas. Lectura de Mc 9, 30-10, 45, en J. L. CORZO, (dir.), Escuchar.
Oír. Teólogos y educación, PPC, Madrid, 1997, 190.
224. Existen abundantes textos evangélicos en los que se nos dice que Jesús tocaba a la gente y se dejaba
tocar también; Jesús toca a dos ciegos (cfr. Mt 9, 29), a un leproso (cfr. Mc 1, 41), a un sordomudo (cfr. Mc
7, 33), a una mujer con fiebre (cfr. Mt 8, 15), a un herido (cfr. Lc 22, 519, a una niña muerta (cfr. Mc 9, 25),
a un ciego de nacimiento (cfr. Jn 9, 6), a una mujer encorvada (cfr. Lc 13, 10-13); y se deja tocar por una
hemorroísa (cfr. Lc 8, 45-48), por una pecadora perdonada (cfr. Lc 7, 39), por un discípulo que duda tras la
resurrección (cfr. Jn 20, 24-27) y por otros que también lo necesitan (cfr. Lc 24, 39).
225. Hombre humano y Hombre divino, Hijo de Dios e hijo del hombre.
187

privado226. En la calle, en el centro de la gran comunidad humana, lo que hace Jesús pone
nerviosos a sus discípulos, y éstos intentan evitarlo; están en contexto de reclutar discípulos
para el Reino…, si se nos permite la expresión; Jesús debe resolver las grandes cuestiones
generadas por su predicación, animar a los vacilantes, exponer su programa y proyecto de
futuro, y debe hacerlo con seriedad, sin niñerías… Se comprende que los que le acompañan
intenten disuadir a quienes le acercaban niños… Pese a todo, Jesús considera ahora mucho
más importante el contacto directo con la gente; aprende de las mujeres, de sus ternuras y sus
delicadezas, y quiere que los pequeños puedan venir a su lado sin obstáculos, y mostrarles su
amor con abrazos, caricias y bendiciones: Jesús es la encarnación del amor del Padre y nadie
debe frenar o impedir la manifestación pública de este amor de Dios que salva, cura, regenera
y redime.

Pero además de abrazar, Jesús bendice. ¿Qué significa bendecir y qué pudo significar en
este contexto?

La bendición. En la revelación bíblica tiene un significado muy importante la bendición,


tanto en su forma ascendente (los hombres bendicen a Dios) como en su forma descendente
(Dios bendice a los hombres)227. En hebreo (como también en castellano), una sola raíz (b r
k) sirve para designar las distintas formas de bendición, a todos los niveles. Hay tres palabras
que la expresan: el sustantivo “beraka”, el verbo “Barak” y el adjetivo “baruk”.

El sustantivo “beraka” (bendición) incluye un matiz muy sensible de encuentro humano,


y sirve para remontarnos al reconocimiento de Dios y su generosidad, al tiempo que evoca la
benevolencia divina para con los agraciados y es transmisora de su poder vivificador. Así la
bendición es fuente de vida, vivificante y vivificadora, herencia del pueblo elegido (cfr. Col
1,11-12; Ef 1, 11-13; 1P 2, 9). Aunque sea el hombre quien agradece-bendice a Dios, es el
mismo hombre quien sale beneficiado de esta bendición.

En cuanto al verbo “Barak” (bendecir), casi siempre tiene por sujeto a Dios, y su bendición
genera siempre vida. Dios mismo ha depositado este don en el padre de familia, que bendice

226. X. PIKAAZA, El amor y sus formas. Lectura de Mc 9, 30-10, 45, o.c., 194.
227. Cfr. H. J. M. NOUWEN, Tú eres mi amado, PPC, Madrid, 1995, 44-53. Una breve síntesis sobre la
bendición en la historia de la salvación, la encontramos en las Orientaciones generales que introducen todos
los ritos actuales del Bendicional: Cfr. COMISIÓN EPISCOLAP DE LITURGIA – CONGREGACION
PARA EL CULTO DIVINO, Bendicional, Coeditores litúrgicos, Barcelona 1986.
188

en Su nombre. A la luz de la cultura israelita y de la misma fe judía, cuando la bendición es


ascendente, se está confesando la generosidad de Dios y reconociendo su amor
misericordioso; confesión y reconocimiento que salva a quien la hace. Cuando es
descendente (cfr. Dt 27-28) significa desear abundancia, ser receptor de riquezas, éxitos,
amores, dinero, bienes, salud. Para el Antiguo Testamento bendecir implica desear un camino
abierto de vida y hacer lo posible para suscitarlo.

El participio “baruk” (bendito) es la más fuerte de todas las palabras de bendición; es


como un grito ante una persona, en la que Dios acaba de revelar su poder y su generosidad,
y a la que ha escogido entre las demás. El “ser bendito de Dios” implica un sentido de
pertenencia, de manera que la bendición convierte al ser que la recibe en sacramento de Dios,
mediación suya, instrumento de su gracia; evoca Su presencia y provoca Su recuerdo.

En latín, bendecir se dice benedicere. La expresión bene dicere, significa literalemente


hablar bien, o decir cosas buenas de alguien (en griego, ευ-λογος = eu-logos = bien dicho).
Bendecir a alguien es más que darle una palabra de alabanza o de aprecio; más que hacerle
ver los talentos o las buenas cualidades que tiene; más que hacer que alguien sea conocido y
reconocido. La bendición va más allá de la simple admiración o de la condena, de la
distinción entre virtudes y vicios, entre buenas y malas obras. Bendecir es afirmar, decir sí a
la condición de amado de una persona. Incluso más que eso: dar una bendición crea un
acontecimiento de bondad; de alguna manera realiza aquello que dice. La bendición hace
referencia a la bondad original del otro, y le hace palparla en quien se ama. La bendición es
tanto palabra como don propiamente, tanto dicción como bien, porque el bien que aporta no
es un objeto concreto, un don definido, no es de la esfera de tener, sino del ser; no depende
de la acción del hombre sino de la benevolencia de Dios228.

Bendecir al niño es crear para él un camino, una forma de vida en la que pueda crecer
como hombre, como hijo de Dios; os ofrecerle la confianza fundamental que le abra al amor
en libertad. Bendecir es la pedagogía más eficaz, más fecunda, más divina y más verdadera;
es fuente de liberación, de curación, de sanación profunda y auténtica229.

228. Cfr. X. LÉON- SUFOUR, Vocabulario de teología bíblica, voz “Bendición”, Herder, Barcelona, 1985,
120-126.
229. En la experiencia pastoral del Oratorio de Niños Pequeños, dice el P. Gonzalo Mª Carbó: “Nosotros
hemos sido enviados a los niños como signo e instrumento de esta Bendición: nuestra caridad, nuestra
189

Bendecir para la Biblia es todo lo contrario a un gesto rápido, de tipo puramente ritual.
Sólo bendice de verdad quien es capaz de detenerse en el ritmo vertiginoso de la vida, pararse
y emplear tiempo, atención y cariño a los niños, ofreciéndoles así un camino de vida por la
seguridad básica del amor. Bendice de verdad quien abraza al niño y lo acoge tal cual es,
convirtiendo el cariño en fuente de educación, de transformación, de crecimiento y de un
futuro abierto a la plenitud. En el fondo, bendecir es amar de forma positiva, constante, fiel
y firme. Bendice al niño quien le ayuda a ser persona humana e hijo de Dios, ofreciéndole
posibilidades educativas y seguridad afectiva. Bendice al niño quien le evangeliza. Posibilitar
que el amor de Dios llegue a los niños, es acercarles a la fuente de una existencia madura y
plena, eso es bendecir en el camino y en la pedagogía relacional de Jesús230.

Finalmente, bendecir a los niños, en el lenguaje bíblico y en sintonía con las actitudes de
Jesús –su tradición y su experiencia personal–, implica un cierto nivel de identificación con
ellos (en todo lo que tienen de apertura, disponibilidad, confianza, experiencia de
filiación…), solidarizarse en su situación marginal, valorarlos y amarlos, dignificarlos en su
misma infancia, porque son dignos de ser amados, son amables y Dios mismo los lleva
siempre en su corazón. Es Dios mismo quien ama y prefiere a estos niños, y a los que son
como ellos y/o se hacen como ellos. Es más: si bendecir a alguien supone, en cierta manera,
unirse a él (o declararlo unido a sí mismo), bendecir a los niños puede significar el
reconocimiento por parte de Jesús de una cierta sacramentalidad de los mismos, para el
encuentro del hombre con Dios231. Esta preferencia de Jesús y este amor del Padre, recibe
una especie de sello difícil de olvidar para un niño hebreo. El texto evangélico dice que Jesús
bendecía a estos pequeños imponiéndoles las manos (v. 16)232. Es decir que los niños no sólo
oían la bendición sobre ellos, sino que la podían sentir233.

paciencia laboriosa y esperanzada, nuestro perdón setenta veces siete, nuestros gestos diciendo-bien siempre
de cada niño, nuestra referencia a Jesús Buen Pastor, nuestra docilidad a Dios Padre que nos ha amado
primero, nuestra sencillez y confiado abandono al Espíritu que sabe lo que hace por medio de nosotros…
serán el cauce de esta Bendición” (G. Mª CARBÓ, Notas espirituales y pedagógicas de una experiencia, o.c.,
21).
230. Cfr. X. PIKAZA, El amor y sus formas. Lectura de Mc 9, 30-10, 45, o.c., 193.
231. Aunque necesitaría ser matizada su intensidad y su densidad.
232. La bendición en Israel se transmitía por la imposición de manos (Gn 48, 14.17), por la palabra (Gn 27,
28s.), o por un regalo (Gn 33, 11; 1 S 25, 27).
233. Los sentidos tienen un papel absolutamente relevante en la gestación de la fe, en el crecimiento y
consolidación de la experiencia creyente; cuando más niño, más necesidad de sentir para creer. La fe no es un
sentimiento, pero el sentimiento puede llevarnos a la fe.
190

La imposición de manos. Al gesto del abrazo le sigue este otro no menos expresivo
aunque sí de significado más amplio: imposición de manos234. Es Israel era un gesto muy
apreciado, frecuente y polivalente; su sentido quedaba concentrado por las palabras que le
acompañaban en cada caso; podían indicar perdón, bendición propiamente, transmisión de
un poder, etc. Algunos pasajes bíblicos pueden iluminar esta realidad.

En el A.T.: en la revelación veterotestamentaria encontramos su sentido más original. En


el lenguaje simbólico de Israel, la imposición de manos tiene fundamentalmente tres
significados235:

*Significado sacrificial. El gesto se realiza por parte del sacerdote o de los asistentes,
sobre la cabeza del animal que va a ser sacrificado; las personas –de alguna manera– indican
así que se identifican con el animal ofrendado a Dio (cfr., por ejemplo, Lv 1, 4; 3, 2; 4, 15;
8, 14.18.22)236.

*Significado consecratorio. El gesto se emplea para indicar la consagración para una


tarea, la elección de una persona para una misión (cfr. Nm 27, 18-23 y Dt 34, 9)237.

*Significado bendicional. Así Jacob –que al final de su vida comulga con las preferencias
de Dios, eligiendo al pequeño en lugar del mayor– bendice a sus nietos Efraím y Manasés,
los hijos de José, extendiendo su diestra y poniéndola sobre la cabeza de Efraím (menor), y

234. El texto y el gesto tiene como posible trasfondo lo narrado en Gn 48, donde Jacob, en su lecho de
muerte, pronuncia su bendición sobre Efraín y Manasés, los dos hijos de José. W. WEREN hace un interesante
paralelismo entre Gn 48 y Mt 19, viendo en los dos textos diversos elementos en común: a) los niños son
llevados a presencia de Jacob (Gn 48, 10.13) o a presencia de Jesús (Mt 19, 13); b) se habla de imposición de
manos (Gn 48,14; Mt 19, 13. 15); c) esta acción va acompañada de oración (Gn 48, 15-16; Mt 19, 15). En
ambos textos –Génesis y Mateo– hay una inversión de las circunstancias existentes: en Génesis se invierte el
orden natural de la sucesión, y en Mateo se invierte el orden jerárquico de los valores sociales y religiosos.
Cfr. W. WEREN, o.c., 297-298.
235. La mano ha sido siempre –tanto en el mundo hebreo como en las culturas circundantes– símbolo de la
fuerza, del trabajo, de la veneración por los ancianos, de una comunicación interpersonal; tanto la mano de
Dios como la mano del hombre pueden expresar múltiples realidades en el ámbito religioso y, más en
concreto, en la experiencia de fe.
236. El rito más solemne sucede en la fiesta de la Expiación, cuando un macho cabrío es enviado al desierto
cargado con los pecados del pueblo, realidad que se simboliza con la imposición de manos (cfr. Lv 16, 21-
22).
237. Moisés, por encargo de Yahvé, eligió a Josué como sucesor suyo, y delante de todo el pueblo le impuso
la mano transmitiéndole así las órdenes divinas, para que condujera a su pueblo.
191

su izquierda sobre la de Manases (mayor), mientras pronunciaba las palabras de bendición


(cfr. Gn 48, 2-20 / Lv 9, 22)238.

Su sentido en el N.T., varía según el contexto en el que se realiza el gesto y las palabras
que lo acompañan. El significado más común es el de la bendición que uno transmite a otro,
invocando sobre él, la bondad de Dios. Esta realidad no estaba reservada a los sacerdotes o
maestros, sino que también se daba entre los padres de familia respecto de sus hijos. Además
la imposición de manos frecuentemente iba unida a una curación (cfr. Mc 5, 23 / 8, 23-25 /
Lc 4, 40)239. La expresividad del signo se prolonga incluso por encargo de Jesús a sus
discípulos: los que crean… impondrán las manos sobre los enfermos y sanarán (cfr. Mc 16,
18 / Hch 28, 8-9)240. El mismo gesto se emplea para la transmisión del Espíritu divino, bien
a una persona, bien a una comunidad (cfr. Hch 8, 17; 19, 6), pues el don es necesario para la
misión (cfr. Hch 6, 6; 13, 3; 1 Tm 4, 14; 2 Tm 1, 6)241. Dios, en Jesús, ha acogido a los niños
abrazándolos, bendiciéndolos e imponiéndoles las manos, transmitiéndoles así su propio
poder. ¿Qué poder?; un poder de autoridad, que determina la credibilidad de la Iglesia en su
identidad más auténtica242. Podríamos decir que la Iglesia tiene autoridad y es fiable en la
medida que sabe abrazar y bendecir a los más pequeños de la Comunidad. Para el Evangelio
de Marcos –en el que sólo hay dos imposiciones de manos, una para enfermos (cfr. 8, 23) y
otra para los niños (cfr. 9, 27) – los niños aparecen como verdaderos presidente de la
Comunidad cristiana, pues han recibido un triple gesto que nadie en todo el Evangelio ha
logrado aglutinar en su persona: abrazo-bendición-imposición de manos; un gesto que,
acompañado de la Palabra del Maestro, realiza lo que significa243.

238. También Aarón, como sacerdote, bendecía al pueblo alzando las manos (cfr. Lv 9, 22).
239. Jairo pide a Jesús: mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se cure y
viva (cfr. Mc 5, 23). Y lo mismo con el sordomudo de la Decápolis (cfr. Mc 7, 32), el ciego de Betsaida (cfr.
Mc 8, 23-25), y muchos otros enfermos de diversas dolencias (cfr. Lc 4, 40).
240. Hasta el apóstol Pablo, que fue curado precisamente por la imposición de manos por parte de Ananías
(cfr. Hch 9, 17), curará a su vez al padre de Publio, imponiendo las manos y orando sobre él (cfr. Hch 28, 8-
9).
241. Cfr. J. ALDAZABAL, o.c., 87-93.
242. Jesús enseñaba con autoridad, sobre todo por la coherencia entre lo que decía y lo que hacía; señalaba
BENEDICTO XVI al respecto: “La educación no puede prescindir del prestigio que hace creíble el ejercicio
de la autoridad. Ésta es fruto de la experiencia y competencia, pero se logra sobre todo con la coherencia de
la propia vida y con la involucración personal, expresión del amor autentico. El educador es, por tanto, un
testigo de la verdad y del bien”: (Carta del Papa –a la diócesis de Roma– sobre la tarea urgente de la
educación, Vaticano 21 de enero de 2008).
243. Cfr. X. PIKAZA, El amor y sus formas. Lectura de Mc 9, 30-10, 45, o.c., 194.
192

Finalmente conviene señalar una diferencia importante: en Marcos se ha dicho que


“presentaban unos niños a Jesús para que los tocara…” (Mc 10, 13); pero en el Evangelio
de Mateo se dice que “le fueron presentados unos niños (a Jesús) para que les impusiera las
manos y orase” (sobre ellos) (Mt 19, 13). Imponer las manos sobre una persona y orar, en el
contexto de la Iglesia primitiva es administrar sacramentos. En los comienzos de la Iglesia
debió aparecer pronto esta “discusión”: ¿se debe administrar sacramentos a los niños? La
respuesta que da la Comunidad de Mateo es claramente afirmativa; Jesús, imponiendo las
manos a los niños y orando sobre ellos, nos mostró cómo implicar a los pequeños en la
comunidad de los discípulos de Cristo. El modo que tiene la Iglesia de permitir que los niños
vayan a Jesús, se acerquen a él y reciban su bendición, es –entre otras cosas– admitirlos a los
sacramentos. La gracia de Dios llega magníficamente por el cauce seguro de los sacramentos;
en ellos y por ellos acontece el encuentro salvífico de Jesús con los niños. La pedagogía
sacramental será una realidad ineludible en cualquier educación católica que se precie de
serlo. Jesús ora sobre los niños y ora por ellos al Padre. Los lleva en su corazón, allí donde
late el amor del Padre a todos sus hijos, especialmente amor por los más pequeños.
193

4.4 El niño llamado: Mt 18, 1-5 (y par.)

“En aquel momento se acercaron a Jesús los discípulos y le dijeron: “¿Quién es, pues,
el mayor en el Reino de los Cielos?” Él llamó a un niño, le puso en medio de ellos y dijo:
“Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de
los Cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino
de los Cielos. Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe”.

Nota filológica: el término empleado en el pasaje de Mt 18, 1-5 para designar a quien es llamado, acogido
y puesto como ejemplo, es siempre el mismo: παιδιον –paidíon– (en sus dos formas, singular y plural); su
significado ya lo hemos comentado (literalmente niño, un niño en términos biológicos)244. Aparece en los
versículos 2, 3, 4 y 5.
En el paralelo de Mc 9, 33-37 se usa el mismo vocablo en los vv. 36 y 37 (paidíon). En la versión latina,
se emplea “puer” (puerum, v. 36 y pueris, v. 37). Siempre se está refiriendo a un niño, en el sentido más literal.
Dicho término paidíon está en relación directa con las expresiones “el último de todos” y “el servidor de todos”;
que aparecen en el v. 35, y que tienen su lógica explicación en el contexto cultural en el que se movía Jesús,
donde los niños eran realmente los últimos para muchas cosas y además actuaban como sirvientes en las cosas
más nimias e insignificantes.
En el paralelo de Lc 9, 46-48, ocurre igual que en los anteriores casos; se usa la misma palabra en los vv.
67 y 48 (paidíon y puer de nuevo en la versión latina). Hagamos notar la relación del “niño” con “ο γαϱ
μιxϱοτεϱοσ εν πασιν υπαϱχων, ουτιν μεγασ” (ho gar mikróteros en pásin hymín hypárchon houtón estin
mégas) = “el que es el menor entre todos vosotros, ése es grande”245.

244. La palabra “paidion” puede significar niño de pecho (cfr. Lc 1, 59; Jn 16, 21; Mt 2, 8.9.11); o, como
aquí, chiquillo (en plural en Mt 11, 16; 19, 13ss.; 14, 21). Cfr. P. BONNARD. o.c., 399-400. Aunque también
pueda significar “criado”, “empleado”, es decir, condición social más que edad propiamente. Cfr. L A.
SCÓKEL – C. CARNITI, Salmo II, o.c., 1529. Si bien en Lucas hay un cambio conceptual y terminológico
al emplear la palabra neóteros (o mikrós) = pequeño, en el texto que nos ocupa de Mateo, el gesto de Jesús,
demuestra con claridad que se trata de un niño propiamente, no de un criado, ni de un lactante, ni de un
adolescente.
245. La versión latina dice “maior”, que autoriza la castellana “el mayor”, en el caso de tratarse de un
hebraísmo, el adjetivo positivo, precedido del artículo “ho”; es una de las formas de expresar el superlativo.
La variante con artículo aparece de hecho de algún papiro.
194

Comentario teológico-espiritual

Aunque nos centremos en el texto, tengamos de fondo también la lectura de sus paralelos
correspondientes (Mc 9, 33-37; Lc 9, 46-48)246. Afirma Juan Pablo II que en este pasaje
podemos apreciar en particular cómo Jesús exalta el papel activo que tienen los pequeños en
el Reino de Dios: son el símbolo elocuente y la espléndida imagen de aquellas condiciones
morales y espirituales, que son esenciales para entrar en el Reino de Dios y para vivir la
lógica del total abandono en el Señor247. Mt 18 contiene un discurso de Jesús que va dirigido
a los discípulos y que está suscitado por la pregunta que ellos le hacen sobre quién es el más
importante en el Reino de los Cielos. Las palabras del Maestro consta de dos partes: 18, 1-
20 y 18, 21-35. Nuestro análisis y comentario quiere centrarse en Mt 18, 1-5. El texto puede
confundirse con el comentado en el apartado anterior (cfr. Mc 10, 13-16), pero son diferentes.
En realidad, se trata de dos contextos distintos aunque no distantes en su significado
fundamental, ya que en ambos, el niño es considerado como la persona con la mejor
disposición receptiva para el Reino248. En el relato de Mc 10, 13-16, unos niños son
presentados a Jesús; ahora, en cambio (cfr. Mt 18, 1-5) hay matices diferentes: no son varios
niños sino uno sólo; nadie se lo trae, no es llevado por sus padres, sino que es llamado
personalmente, escogido por el mismo Jesús, quien se lo acerca para responder al interrogante
planteado por sus discípulos: ¿Quién es el mayor en el Reino de los cielos?; ¿Quién será el
más importante en el Reino que tú nos anuncias?; ¿Quién tendrá más valor?249

246. Parece que fue Marcos quien compuso el relato, aunque probablemente contara con los recuerdos de
Pedro; sería por tanto plasmación de una realidad histórica protagonizada por Jesús y transmitida por tradición
oral. Si observamos el texto paralelo de Marcos, podemos decir con los exégetas (WEISS, MONTEFLORE,
BLACK, BILLERBECK, y otros) que Mt 18, 3 aduce una sentencia mucho más apropiada que Mc 9, 37. En
Mateo se alude claramente a un niño, tal cual, física y espiritualmente hablando. En Marcos, en cambio, es
más probable que “los pequeños” sean los miembros más débiles de la comunidad, aquellos que más necesidad
tienen de ser servidos, pues Mc 9, 37 no trata principalmente de la actitud que han de adoptar los discípulos,
sino de la acogida que otros han de prestarles. Mateo debió conocer una versión más auténtica del relato en
el que se narraba cómo Jesús había criticado la ambición de los discípulos, recalcando que sin la confianza
propia de los niños no podrían entrar en el Reino de Dios. Cfr. V. TAYLOR, o.c., 480-484.
247. JUAN PABLO II, Chistifideles laici, 47, Roma 1988.
248. Se debe entender la palabra niño en sentido amplio, que englobe a todos los pequeños (también
espiritualmente hablando), quienes por ser tales viven en una total confianza en Dios.
249. En el paralelo de Mc 9, 33-37, los discípulos no se atreven a realizar la pregunta a Jesús abiertamente.
Cuando éste les pregunta, ellos callan. Tras haber oído lo que va a ocurrir con el Hijo del hombre, derivan el
centro de la discusión hacia ellos mismos, preguntándose quién es el mayor, el más importante entre ellos;
pero no saben comportarse como niños, capaces de ser ingenuos en el planeamiento de sus intereses más
profundos, antes al contrario, se comportan como mayores, con cierto reparo para expresar con claridad lo
que sienten.
195

La unidad de los vv. 1-4 está constituida por la palabra clave “niño” o “niños” (cfr. vv. 2,
3 y 4). Jesús, a fin de preparar la respuesta que va a dar a sus discípulos, llama a un niño y lo
pone en medio de ellos (cfr. v. 2). Esta acción va seguida por dos sentencias, la primera de
las cuales está formulada en términos negativos (cfr. v. 3), y la segunda, en términos positivos
(cfr. v. 4).

Jesús no contesta de manera conceptual o abstracta; conoce a sus discípulos, y conoce el


ambicioso corazón humano (cfr. Lc 9, 47); sabe que la pregunta obedece a un profundo
sentimiento de querer ser más que los demás. Si la respuesta no es clara y evidente, se arriesga
a que su mensaje se presta a múltiples incoherencias entre el decir y el hacer, entre el tener y
el ser, y sus discípulos, lejos de constituirse en servidores humildes uno de los otros, pueden
terminar viviendo en constante rivalidad y ambicionando un poder terreno que nada tiene que
ver con el Reino de los Cielos anunciado por el Maestro (cfr. Jn 18, 36). La interpretación
del Evangelio y la comprensión del nuevo Reino, están en juego. Jesús debe ser claro en sus
respuestas. Por ello, responde con una acción visible y con una palabra precisa (como en la
perícopa anterior); su respuesta deja sin más comentario a quienes le ven y le escuchan250;
propone a los niños como modelos, otorgando a la infancia un valor propio y especifico que
vamos a intentar descubrir251.

En una secuencia que in crescendo: primero Jesús llama a un niño cualquiera de la calle,
que no tiene por qué ser necesariamente un ejemplo de inocencia, de pureza o de perfección
moral (cfr. v. 2)252. En segundo lugar lo pone en medio de sus discípulos al tiempo que les
revela el camino de acceso y la puerta de entrada a la Casa del Padre, consistente en un
cambio de mentalidad, una metánoia (gr. “metanoeo”, verbo que significa cambiar de mente
y corazón) una conversión (cfr. v. 3). En tercer lugar, les dice dónde se encuentra la verdadera

250. Hay otros pasajes en el Evangelio, en los que las palabras y gestos de Jesús provocan tal reacción de
extrañeza en quienes las oyen, que no pueden callarse y manifiestan su perplejidad (cfr. Mt 19, 1-12; 23-30;
Mt 16, 13-23, etc.). Aquí no; las palabras de Jesús no dejan lugar a la discusión.
251. Cierto que también los escribas exaltaban en ocasiones al niño como imagen de pureza y alejamiento
del pecado; pero no es eso de lo que aquí se trata. Cfr. H. A. MERTENS, o.c., 349.
252. Aunque sí es ejemplo de sencillez, en todos los aspectos. “En la Palestina del tiempo de Jesús, como
en el mundo antiguo en general, el niño es un ser débil, sin pretensiones, cuya humildad es más social que
subjetiva; no tiene nada que decir en la sociedad y debe limitarse a obedecer las órdenes que se le dan; como
los pobres en Mateo, sólo puede recibir (cfr. Mc 10, 15) con alegría lo que se les ofrece”. Cfr. P. BONNARD,
o.c., 399.
196

grandeza (cfr. v. 4), para, finalmente iluminarles una de sus presencias entre los hombres
(cfr. v. 5)253.

El sentido del pasaje en su contexto. “¿Quién es, pues, el mayor en el Reino de los
Cielos?” La pregunta, puesta en labio de los discípulos, tiene el sentido de quién será el que
llegue a gobernar en el futuro Reino mesiánico, entendido éste de un modo social, político y
religioso a la vez. El interrogante puede entenderse como indagando la grandeza absoluta de
una determinada persona, o más bien, la preferencia de un determinado grupo. Pero la
cuestión podía esta también referida a la recompensa en el Reino de los Cielos después de la
muerte, realidad que preocupa ya a los escribas y a los fariseos y que debió preocupar también
a los discípulos de Jesús. Los fariseos otorgaban la primacía en el Reino de Dios a quienes
se hacían justos por el fiel cumplimiento de la ley; los escribas, en cambio, como
pertenecientes a la “escuela liberal”, consideraban como los mayores en el Reino de los
cielos a quienes vivían rectamente según la sensatez de una vida honrada, culta, acorde con
la dignidad humana y el sentir general de las personas. En definitiva, unos y otros, fariseos y
escribas, se preguntaban por ese primer puesto, pero siempre después de la muerte. Los
discípulos, en cambio, preguntan aquí por el “Reino de los cielo” (el Reino mesiánico) sobre
la tierra… parece una “cuestión política”254.

Una imagen, más elocuente que las palabras. Jesús va a responder con gesto
incomprensible y elocuente a la vez. Convoca a un pequeño a una reunión de adultos en
discusión. Un niño es llamado por Jesús. Diríamos que es un niño con vocación. Es llamado
y responde con la presteza de un inocente que se fía de quien le llama. No opone resistencia.
No ofrece impedimento. Con presteza y gran docilidad accede a la llamada del Maestro. En
Israel los rabinos nunca llamaban a sus discípulos; eran los discípulos quienes elegían a sus
maestros. Jesús es un Maestro diferente; es Él quien llama y Él quien elige. Y lo hace movido
por el amor. No son las capacidades de la persona las que suscitan la llamada del Señor; más
bien es la misma incapacidad la que se vuelve susceptible de una elección por parte de Dios,
quien no elige a los que son capaces sino, más bien, capacita a los que elige (como ya hemos

253. Para una mejor comprensión de la estructura del pasaje y del significado teológico de los términos
empleados para referirse al niño y a los niños: cfr. W. WEREN, o.c., 292-297.
254. Cfr. H. A. MERTENS, o.c., 349. Muy interesante la síntesis que hace BENEDICTO XVI sobre la
comprensión –a lo largo de la historia– de la realidad expresada en los Evangelios acerca del Reino de Dios;
en Jesús de Nazaret, o.c., 73-90.
197

comentado anteriormente). En este pasaje, el niño es el más pobre, incapaz y pequeño de los
que están con Jesús.

Jesús llama porque ama255. Jesús ama a los niños y llama a uno de ellos, y no lo hace en
un ámbito sacral sino profano, como es la calle o la plaza. Lo llamó y lo puso en medio de
ellos. Poner en medio de una reunión a alguien es, en aquel contexto, darle todo el
protagonismo y toda primacía256; es conferir estatuto de sabiduría y, de alguna manera,
autoridad sobre quienes están a su alrededor257. Jesús llama y acoge a un niño, elige y recibe
a un pequeño aparentemente insignificante; lo hace protagonista y mediación de su
enseñanza. Con este gesto, tan sorprendente como escandaloso, Jesús habla sin palabras: el
niño, el pequeño, el llamado que responde sin demora, ése es el mejor puede experimentar
el Reino y la novedad de vida que trae el mismo Señor.

La necesidad de un cambio. La perícopa ha comenzado expresando una de las


inquietudes de los discípulos de Jesús, quienes llamados a ser humildes como su Maestro,
discuten acerca de la superioridad e importancia entre ellos. Jesús responde (cfr. v. 4), pero
antes exhorta (cfr. v. 3); llama a un niño, lo pone en medio y dice:

“Si no cambiáis y os hacéis como los niños no entraréis en el Reino de los cielos”:

“El que se haga pequeño como este niño, ése es el mayor”.

La advertencia es seria: si no cambian, sus propios apóstoles podrían verse excluidos del
Reino que ellos mismos deberán anunciar y hacer presente (cfr. Mt 5, 20; 7, 21-23). No es
un consejo; es una condición indispensable.

255. Este convencimiento –explícita o implícitamente manifestado– ha sido una constante en todos los
Mensajes del Papa Juan Pablo II para la Jornada de Oración por las Vocaciones, desde el inicio de su
pontificado hasta el final del mismo.
256. También se ponía en medio –en ocasiones– al reo para ser juzgado; pero, obviamente, no es el caso.
257. Recordemos que Jesús-niño-adolescente, con 12 años, en su primera Pascua en Jerusalén, es encontrado
precisamente en medio de los maestros y doctores. Cfr. Lc 2, 46- y recordemos también otros pasajes en los
que el mismo Jesús pone en medio a personas empequeñecidas por la historia (enfermedad, parálisis,
pecados…) para manifestar al mundo, por su medio, el amor de Dios por lo que no vale a los ojos humanos:
el paralitico llevado por cuatro amigos (cfr. Lc 5, 19), el hombre de la mano seca (cfr. Lc 6, 8), la mujer
hemorroísa que sale de su anonimato para situarse en medio de todos (cfr. Mc 5, 32-34); el ciego de Jericó
traído y colocado a los pies del Maestro con la expectación de cuantos le rodean (cfr. Lc 18, 40); la mujer
adúltera sorprendida en pecado, arrastrada por sus jueces y puesta en medio de todos… Jesús; con su
Misericordia cambió el juicio vergonzoso en perdón regenerador (cfr. Jn 8, 3).
198

Mientras que en todo el mundo grecorromano y judío el niño es aquel que debe aprender,
crecer, desarrollarse, depositario de unos conocimientos y destrezas en proceso de
aprendizaje, objeto de enseñanzas constantes por parte de los adultos, aquí Jesús parece que
lo presenta como modelo a imitar. Los discípulos no debieron entender casi nada, pues su
concepción sobre la infancia era la misma de sus coetáneos: una etapa de la vida, transitoria,
de la que hay que salir para crecer como hombre y como creyente. La respuesta del Maestro
resulta ahora desconcertante, o cuanto menos, sorprendente: para ser hombre creyente hay
que volver a ser niño.

Es necesario un cambio en sus discípulos, pero ¿Qué tipo de cambio? El verbo empleado
aquí para hablar de cambio –“strefein”– no significa volver a un punto de partida258, sino
darse media vuelta (como en Mt 7, 6; 9, 22; 16, 23), cambiar la dirección, cambiar de
conducta. Jesús no habla de un cambio físico, una vuelta a la infancia biológica, un retroceso
en la maduración, -esto sería inconcebible en el marco antropológico de la Biblia que concibe
la vida humana como historia irreversible, siempre hacia adelante–, sino de un cambio de
mentalidad, de manera de comprender, acoger y vivir el evangelio, un cambio total en la
manera de relacionarse con Dios (y con los hermanos) y de sentir a Dios. Los discípulos
tienen que hacerse como niños. Deben vivir un cambio radical en su manera de concebir toda
la predicación del Maestro y la Buena Nueva, distinta de la ley mosaica a la que están
acostumbrados. Con la Ley de Moisés no lo tienen todo conseguido; con las tradiciones de
sus padres no han llegado al final de nada; hay que recorrer un camino nuevo. Se trata de un
cambio en una doble dirección: docilidad y servicio (realidades que se dan fácilmente entre
los pequeños)259.

Docilidad infantil en la conducción. Los niños son susceptibles de cambios


permanentes, no están anclados en sus saberes ni son inamovibles en sus posturas; los niños
son educables y están siempre en proceso de aprendizaje, y esta característica, lejos de ser
un obstáculo para el Reino por la ignorancia inherente a su etapa, se convierte en una

258. Como parece entender el anciano Nicodemo cuando escucha del Maestro que es necesario volver a
nacer (cfr. Jn 3).
259. Cierto que el Reino de Dios no es reducible a una mera realidad humano-social, aunque su presencia
transforma la misma realidad social, política, religiosa, relacional. El Reino de los Cielos ¡es Cristo mismo!;
no es una construcción de los hombre sino un Don de Dios, pero para recibirlo y experimentarlo es necesario
un cambio, una conversión.
199

posibilidad perfecta para hacer camino con Jesús. Lo que realmente caracteriza al niño de
manera constitutiva a su ser, y que debe ser recuperado por el adulto, es la indeterminación
respecto del propio futuro y la consiguiente apertura y entera disponibilidad para ser educado
y crecer según el plan de Dios. Se trata, en definitiva, de una apertura fundamental a la
conversión, entendida como don y obediencia a un guía; es dejarse llevar, dejarse conducir.
El kai del texto griego (la conjunción) es explicativo: es precisamente esta conversión lo que
los convertirá en niños260. La conversión no consiste en acumular conocimientos nuevos,
adquiridos desde fuera, para ensoberbecer el espíritu y terminar con un sentimiento de
superioridad de los demás. Tendrán que aprender cosas nuevas con Jesús, ciertamente, pero
no para saber racionalmente más sino para vivir de otra manera, es decir, según el Evangelio.
Así, la conversión consiste en un nacer de nuevo; es un camino de descendimiento. Es un
volver a ser como niños en la disponibilidad de una conducción y de un nuevo aprendizaje,
ser como niños en la receptividad y en la apertura a la gracia; es recuperar la confianza que
se vive en la infancia, volver a la confianza filial respecto de un Padre que ama
entrañablemente y siempre vela por los suyos.

Ahora bien; para cambiar de esta manera, las personas ya hechas experimentan múltiples
obstáculos, dificultades grandes, límites aparentemente insuperables. Es necesaria la ayuda
de Dios para experimentar esta transformación261. Subyace en todo esto el sentido del diálogo
joánico de Jesús con el anciano Nicodemo (cfr. Jn 3, 1-12)262, quien simboliza al hombre
humano y religiosamente maduro y formado. Jesús dialoga con un adulto que es maestro en
Israel y el cual, siendo considerado sabio entre su gente, no entiende que sea necesario
comenzar de nuevo a formar su cultura humana y religiosa, que tantos años de minucioso
aprendizaje le ha costado (cfr. vv. 9-10)263. ¿Cómo puede un hombre pararse en el camino
que le lleva al futuro, a un crecimiento ascendente en todas las dimensiones de la vida, dar
media vuelta y tomar la dirección opuesta?, pregunta asombrado el magistrado judío. ¿Puede

260. Cfr. H. U. von BALTHASAR, o.c., 49-74.


261. Recordemos la expresión del profeta: Conviértenos a ti y nos convertiremos (cfr. Jr 15, 19.31, 18).
262. Al adulto Nicodemo –maestro de Israel (cfr. Jn 3, 1)–, instalado en su sabiduría reconocida por los
suyos, inamovible y justamente seguro de su recta formación, le dice Jesús que tiene que hacerse de nuevo
discípulo, o sea, niño-joven en el camino de la fe, para así poder aceptar una nueva formación. El ilustre
maestro, debió quedarse absolutamente desconcertado.
263. Entre otras razones porque aceptar tal planteamiento implica considerar la anterior formación en la ley
judía como errónea, o por lo menos ya obsoleta.
200

acaso alguien entrar de nuevo en el seno de su madre y volver a nacer? Por simple lógica,
parece absurda la propuesta, pero Jesús no lo considera absurdo en absoluto, ya que él mismo,
aunque hombre adulto, nunca ha abandonado “el seno del Padre”; sino que ahora mismo,
hecho hombre, “está en él” (Jn 1, 18)264. Y es que el nuevo nacimiento del Espíritu requiere
–como condición indispensable– una disponibilidad total que sólo tienen naturalmente los
niños porque es inherente a su ser infantil y a su etapa evolutiva. En este sentido podemos
afirmar que, dejarse construir como hombres, equivale a ser como niños en la tradición
sinóptica.

La conversión y la vuelta interior hacia el “ser como niños”; aparece aquí como condición
necesaria –conditio sine qua non– para entrar en el Reino de Dios265. Pero ¿Cómo vivirlo?
“El que no nazca de nuevo no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3, 3. 5), se trata
claramente de una experiencia. Una experiencia que no puntual sino procesual. Nacer de
nuevo y cambiar sólo es posible a los adultos recorriendo caminos de conversión,
experimentando itinerarios de transformación, viviendo procesos de cambio. Pero ninguna
transformación se realiza de la noche a la mañana. De hecho, Jesús, va transformando a sus
discípulos días tras día durante tres años, invitándoles permanentemente a caminar hacia el
amor, la misericordia, la gratuidad, el perdón, la humildad, la sencillez, el espíritu de las
bienaventuranzas; un camino hacia la infancia espiritual, de manera que se pueda volver a
ser hijos en el seno del Padre266.

En el fondo, poniendo a un niño como modelo, Jesús habla de una conversión (lenta y
procesual, como es todo crecimiento en un niño) que consiste en pasar de un camino
ascendente a un camino kenótico, descendente; no un camino para subir, sino un camino para
bajar: un camino hacia la pequeñez. En el camino de Jesús ser sube bajando. Esta
transformación ha de hacerse sin separar nunca las dos relaciones que confluyen en la
experiencia humana y espiritual del hombre: la relación con Dios y la relación con el
hermano. Respecto de la relación con Dios, el cambio consistirá en vivir todas las

264. Y, precisamente porque está en él puede revelar cosas verdaderas sobre el Padre. Cfr. H. U. von
BALTHASAR, o.c., 9-10.
265. Este cambio es lo que Jesús llama en otra ocasión “nacer del Espíritu”, o “nacer de nuevo”, o “nacer
de arriba”, o, simplemente, “nacer de Dios” (cfr. Jn 1, 13).
266. La llamada Infancia espiritual puede que sea la experiencia de mayor madurez en la vida del espíritu.
Cfr. AA. VV., Enfance et maturité spirituelle, en la Vie Spirituelle, n. 366, 1951. 225-336.
201

características propias de un niño respecto de su padre: la confianza, la docilidad, la apertura,


la familiaridad, la intimidad, la escucha, la necesidad de su amor, la autenticidad267. Respecto
de la relación con el hermano, el cambio consistirá en una vida entregada, vertida en un
servicio humilde, desinteresado, permanente. Aquí el paralelo del evangelio lucano puede
ayudarnos a comprender esta dimensión de servicio en relación con el “hacerse niño”.

El servicio: se niño implica ser servidor. Los discípulos necesitan una conversión
también en sus relaciones y en sus aspiraciones netamente humanas. Ellos rivalizan por los
primeros puestos y ambicionan las grandezas propias de la sociedad (incluso de la religión):
ser importantes, tener prestigio, poder y fama, ser tenidos en cuenta, etc. Pero Jesús les hace
una seria advertencia: es necesario cambiar268.

Se trata de un cambio ontológico, no sólo de tipo moral o simplemente de actitudes


conductuales, un cambio que toque el ser de la persona, que sea profundo y autentico; debe
ser un cambio consciente de orientación fundamental, un cambio tal que les lleve a optar
libremente por la humildad y el servicio que Jesús preconiza269. No consiste pues en

267. “Si algo significa la infancia es precisamente autenticidad” (J. Mª CABODEVILLA, o.c., 176). No se
considera al niño como modelo en todo su comportamiento o en todas sus actitudes, ya que el niño suele ser
también voluble, inconstante, caprichoso, egoísta, irresponsable. El niño se convierte en modelo en aquellas
actitudes que tienen los pobres de espíritu. Cfr. S. Mª ALONSO, Espíritu de infancia o infancia espiritual (I),
en VR, vol. 83, n. 6, 15 de abril de 1997, 172.
268. Es como decir: si no dejáis de ambicionar y especular sobre las jerarquías y los poderes, si no renunciáis
a toda doblez de corazón, si no dejáis de rivalizar entre vosotros, si no entráis por la senda de la humildad, la
sencillez, el amor, la ingenuidad propia de los pequeños…, si no cambiáis, no podréis conocer mi Reino, no
podréis ser (mis) mensajeros ni sus (mis) testigos. No podréis acogerme.
269. “El mayor en el Reino es el más bajo y el más humilde. Esto vuelve del revés las estructuras sociales
existentes y las ideas del poder y la autoridad, de la influencia y la sabiduría. Jesús destaca como sus
predilectos a los que menos quiere la gente, a las personas que todo el mundo ignora, o los menos útiles para
la sociedad, que mira las habilidades y contribuciones a la sociedad como algo indispensable, (…) Es una
llamada que no está a favor de trepar y de la independencia… Es una llamada a la condición de servidores”
(M. MICKENNA, o.c., 99-100).
Al respecto observa san Juan Crisóstomo: el niño está libre de envidia, de vanagloria y de cualquier
ambición de primacía (CRISÓSTOMO, San Juan –Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, hom. 58).
Y san Beda el Venerable resalta la alta estima que Dios tiene por la humildad: Por lo cual, ora aconseja a
quienes desean ser los primeros que reciban en su honor a los pobres de Cristo, ora que sean como niños, a
fin de conservar la sencillez sin arrogancia, la caridad sin envidia y la dedicación sin ira. El hecho de abrazar
al niño significa que los humildes son dignos de su abrazo y de su amor (cfr. Citado por Mons. Joao
Scongnamiglio Clá Dias, EP, en Una sociedad con la marca de la inocencia, Revista Heraldos del Evangelio,
n. 74, sept. 2009, p. 15).
San León Magno dice al respecto: Cristo ama a la infancia, maestra de humildad, norma de inocencia,
modelo de docilidad. Cristo ama la infancia, a partir de la cual quiere moldear las costumbres de los adultos,
y hacia la cual quiere que se oriente la edad senil; e incentiva a imitar su humilde ejemplo a quienes elevará
después al Reino eterno (Idem, p. 16).
202

infantilizarse –en el sentido más peyorativo del término–270. Jesús no habla de infantilismo
sino de espíritu de infancia, que es algo bien distinto271.

El texto paralelo de Lucas (cfr. Lc 9, 47) tiene su conexión con otro del mismo evangelio:
“También se produjo entre ellos una discusión sobre quién debía ser considerado el más
importante. Jesús les dijo: Los reyes de las naciones ejercen su dominio sobre ellas, y los
que tienen autoridad reciben el nombre de bienhechores. Pero vosotros debéis proceder de
esta manera: entre vosotros el más importante ha de ser como el menor, y el que manda
como el que sirve. ¿Quién es más importante, el que se sienta a la mesa o el que sirve? ¿No
es el que se sienta a la mesa? Pues bien, yo estoy entre vosotros como el que sirve”. (Lc 22,
24-27). En el fondo, en ambos pasajes (Lc 9, 46-48 y 22, 24-27), se está dilucidando una
cuestión eclesiológica. El niño es el símbolo más claro de la carencia de poder, fuerza y
autoridad; es el prototipo del servicio y la humildad272. En la Iglesia que inaugura Cristo, el
más pequeño es el más grande. El mismo Señor, se hizo Siervo. Cristo, siendo Dios, no retuvo
ávidamente su dignidad, ni hizo alarde de su categoría divina… al contrario, se despojó de
su rango y tomando la condición de siervo, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y
una muerte ignominiosa (cfr. Flp 2, 6-8)… nos amó hasta el extremo… se hizo el último de
todos (cfr. Jn 13)273.

Jesús, llamando a un niño y colocándolo en medio (Mt 18, 2), realiza una acción simbólica
para explicar la actitud que él espera de sus discípulos. Según Jesús, ese niño es una
ilustración viva de las normas éticas a las que han de atenerse los discípulos; el que se
empequeñezca a sí mismo (tapeinosei heautón), ése será el mayor en el Reino de los cielos
(cfr. Mt 23, 12). Lo que se espera de los discípulos, no hay que verlo únicamente en el niño
que Jesús ha puesto en medio de ellos. Según Mt 11, 29, Jesús mismo hace también las veces

270. Volver a ser como niños, no se refiere a un infantilismo en la vida del espíritu, pues tanto el infantilismo
como la autosuficiencia pueden obstaculizar seriamente el crecimiento en la fe.
271. Cfr. S. Mª ALONSO, Espíritu de infancia o infancia espiritual (I), en VR, vol. 83, n. 6, 15 de abril de
1997, 164-175. Espíritu de infancia o infancia espiritual (II), en VR, vol. 83, n. 7, 15 de mayo de 1997, 196-
207. El Hno. ROGER, de Taizé, habla con mucha frecuencia en sus escritos del espíritu de infancia; incluso
habla de una Infancia de la Iglesia como posibilidad de vida plenamente evangélica: cfr. Hno. ROGER de
TAIZÉ, Su amor es un fuego, Acanto, Madrid, 1988, 127-129.
272. También este principio eclesiológico tiene un fundamento cristológico, como lo demuestran los
desarrollados paralelos de este tema en Lc 22, 24-27 y en Jn 13, 1-20. Cfr. R. CAVEDO. o.c., 1300.
273. Muy interesante al respecto el Mensaje del Santo Padre JUAN PABLO II para la XL Jornada Mundial
de Oración por las Vocaciones (11 de mayo de 2003), Vaticano 16 de octubre de 2002, cuyo tema central es
La vocación al servicio.
203

del paradigma ético: él es el humilde de corazón (tapeinos tei kardiai). Los discípulos están
llamados a vivir como vive su Maestro; el niño llamado y Jesús son, ambos, una ilustración
viva del camino trazado para el discipulado: los discípulos, para ser tales y experimentar el
Reino, necesitan romper con las normas de los valores reinantes y ocupar voluntariamente el
último lugar en la comunidad, como auténticos servidores274. Sólo así acogerán a Jesús… el
verdadero niño puesto en medio de ellos275.

Podríamos decir que, en estos pasajes, la clave para la determinación de las funciones
eclesiales justas no se sigue de la compresión de la condición natural del niño propiamente
(como pudimos ver en el punto anterior con el pasaje de Mc 10, 13-16), sino más bien de
aquella posición en que el adulto Jesús se situó en obediencia a su Abbá, asumiendo la
configuración de siervo, que no ha venido a ser servidor sino a servir y dar su vida en rescate
por todos los hombres. Es el servicio a los demás lo que realmente hace que el hombre sea
hombre. El verdadero hombre es el hombre para los demás. Y en este sentido Jesús se hizo
siervo, Jesús se hizo niño. La palabra aramea empleada para “niño”, es la misma que se
emplea para “siervo”; incluso en el griego, según el contexto276. Por ello podríamos afirmar

274. Jesús, con su actitud, manifiesta la vanidad de quienes pretenden estar por encima de los demás (cfr.
Jn 13, 13-15). Los discípulos parece que olvidan con facilidad aquello de “no así entre vosotros”. Estáis en
el mundo, pero no debéis regiros por los criterios mundanos… porque en el mundo los primeros son los
poderosos, y los jefes oprimen y tiranizan a sus súbditos… (cfr. Lc 22, 24-27). También el paralelo de Mc 9,
33-37 conexiona y pone en relación casi inmediata el servicio en la comunidad con el recibir a un niño en
nombre de Jesús. Ser el primero en el Reino significa hacerse pequeño, servidor, humilde.
275. “Donde hay dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy yo, en medio de ellos” Mt 18, 20.
276. Un testimonio experiencial –comentando Mt 18, 1-4 – quiere ayudarnos a entender mejor la relación
entre niño y siervo: “Pasé más de siete años en el norma de Nuevo Méjico y escuché historias de personas
que se habían criado en aldeas y ciudades pequeñas. Hablaban de su infancia, de cómo pertenecían a todos
los adultos de la aldea, que eran conocidos por todos, y todos les decían qué es lo que tenían que hacer:
cuándo no tenían que hacer algo, cuándo tenían que ir a casa, recogerse y hacer recados. Llevaban agua,
leña, vaciaban los recipientes de aguas sucias y sus padre, sus abuelos y sus vecinos les enviaban a hacer
recados. Pero hablaban también de pertenecer a todas las personas, de ser aceptados, cuidados, amados y
protegidos. El hogar no era una casa, sino un lugar donde se relacionaban todos, una gran familia, un lugar
donde se miraba por la necesidades de los demás y los niños consideraban algo normal obedecer y servir.
Cuando este pasaje se comentaba en grupos pequeños, los participantes veían con toda claridad que ésa era
el servicio, que es a la vez gozoso y duro, solicitado y apreciado. Revela un tipo de relaciones que liga
fuertemente a todos los miembros de la comunidad entre ellos, y habla de una atmosfera en que se comparten
responsabilidades y privilegios más allá de los lazos familiares. En definitiva, un hogar. El Reino de Jesús es
una invitación, una orden para cambiar y aceptar esta clase de servicio, de obediencia, de servidumbre y de
comunidad de amor” (M. MICKENNA, o,c., 110-111).
277. En el evangelio de Lucas encontramos una de las indicaciones más precisas sobre los servidores y los
niños (cfr. Lc 17, 7-10); no en vano, a veces a dicho evangelio se le ha llamado el evangelio del siervo. Cfr.
Ídem, o.c., 106-107. “En realidad hacerse hombre equivale a hacerse niño” (J. Ma. CARBODEVILLA, o.c.,
163).
204

que la imagen del niño es Jesús mismo, el servidor de todos, el que lava los pies de sus
amigos, el que se pone al lado de los pobres y marginados de la sociedad y les sirve (cfr. Lc
22, 27)277. Es precisamente su filiación divina lo que cohesiona en su ser como hombre al
niño y al siervo. Jesús fue el niño de Dios y el siervo de Dios, porque fue Hijo de Dios
plenamente278. Por su entera obediencia al Padre, en comunión y fidelidad, Jesús, en su
humanidad, abrió el camino de la posibilidad de la filiación divina; un camino de conversión,
cuyo itinerario procesual de transformación conduce a la creatura a llamar a Dios ¡Padre!,
¡Abbá!279; llamarle ¡Padre! y confiar enteramente en él280.

Jesús ha dicho a sus discípulos que, para entrar en el reino de Dios, deben hacerse como
niños, es decir deben estar dispuestos a recorrer un camino de conversión hacia la inocencia
y la humildad, porque –en palabras del papa Benedicto XVI – para reconocer a Dios
debemos abandonar la soberbia que nos ciega, que quiere impulsarnos lejos de Dios, como
si Dios fuera nuestro competidor. Para encontrar a Dios es necesario ser capaces de ver con
el corazón. Debemos aprender a ver con un corazón de niño, con un corazón joven, al que
los prejuicios no obstaculizan y los intereses no deslumbran (cfr. Extracto de la homilía que
pronunció SS. Benedicto XVI en el Domingo de Ramos, 16 de marzo de 2008, Ciudad del
Vaticano).

278. También en el idioma alemán se emplea la misma palabra para designar al niño que al hijo (=kind)
279. Para una mejor comprensión de la actitud filial de Jesús y su dependencia del Padre, como modelo
exquisito y único de lo que significa volver a ser como niños: Cfr. S. G. ARZUBIALDE, en Theologia
Spiritualis, Tomo I, UPCO, Madrid, 2989, 37-44; 53-61; 219-228.
280. “Diríamos que la confianza en Dios sólo es adecuada cuando es filial y que sólo es del todo filial
cuando es infantil” (J. Ma. CABODEVILLA, o.c., 201).
205

El niño, presencia de Jesús

“El que acoge a un niño como éste en mi nombre, a mí me acoge” v.5.

Finalmente observamos a Jesús llevando su anuncio de conversión y cambio, a la cumbre


del misterio y la incertidumbre: “El que acoge a un niño como éste en mi nombre, a mí me
acoge”. (v.5)281; y junto con Lucas sigue diciendo el texto de Marcos: “y el que me reciba a
mí, o me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado” (Lc 9, 48)282.

Haciendo una lectura desde la Teología Espiritual, puede que nos encontremos ante una
de las afirmaciones más insólitas del Evangelio, pues ya no se trata sólo de recibir el Reino
como un niño, sino de recibir al niño mismo como una presencialización del Reino, ya que
en él está el Señor Jesús y Dios mismo. Podríamos afirmar entonces que el niño tiene por sí
mismo una cualidad representativa de Dios, única. Es como un sacramento viviente de Su
presencia283. Hablar de la sacramentalidad del niño, significa hablar de la inmanencia del
trascendente, o de una realidad teológica, un lugar de encuentro con Dios, lo cual no implica
ningún reduccionismo: Dios no se reduce a lo humano, pero sí que está en lo humano, en el
hermano, y especialmente –porque así no lo ha manifestado Jesús– está en el pobre, el niño,
el pequeño, el desvalido, y allí podemos encontrarle (cfr. Mt 25, 31-46). La trascendencia de
Dios, pues, no se diluye en la inmanencia, pero dicha trascendencia sólo es conocida en la

281. Según W. WEREN la palabra “niño” del v. 5 es susceptible de una doble interpretación: por una parte
un significado literal que haría referencia al niño del que se habla en el v. 2 y que es puesto como modelo a
los discípulos. En este caso, el v. 5 se referiría a niños que dependen de la ayuda de otros; los discípulos deben
preocuparse por su suerte. Se podría pensar principalmente en niños que son huérfanos dado que la Escritura
pide encarecidamente que estas personas sean convenientemente cuidadas (cfr. Ex 22, 22-24; Dt 24, 19-21;
Is 1, 17; Ez 22, 7; Sal 68, 6). Jesús se identifica plenamente con ellos. La segunda posible interpretación sería
entender el v. 5 en sentido figurado: se trataría entonces de los discípulos que por amor al Reino, se han hecho
“como niños”, es decir que han escogido una posición vulnerable y marginal dentro de la comunidad. La
elección de vida que ellos han hecho es apreciada hasta tal punto por Jesús, que él se identifica plenamente
con ellos. Cfr. W. WEREN, o.c., 294-295.
282. También los encontramos en el texto de Mateo 18, 5 del que hemos partido (aunque es más restringida
la frase) y en paralelo de Marcos 9, 37.
283. Aquí el término niño es un término incluyente y no restringido exclusivamente a una oscilación de
edad cronológica; la realidad que significa, en sintonía con todo el mensaje evangélico, está en perfecta
conexión con el pasaje de Mateo 25, cuando Jesús habla del juicio de las naciones: “Os aseguro que cuando
lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (v. 40b). Jesús se ha
identificado con todos los niños y pequeños que están necesitados de ser atendidos con obras corporales de
misericordia, necesitados como niños pequeños, desvalidos, impotentes, vulnerables, urgidos de servicios y
cuidados de amor. (Cfr. M. MCKENNA, o.c., 101-102).
206

inmanencia, pero dicha trascendencia sólo es conocida en la inmanencia, conforme él lo ha


dispuesto, porque la presencia de Dios es sacramental, por lo tanto, presencial real, no
meramente simbólica. En el niño, Dios se da a conocer sacramentalmente, y los que son como
niños se convierten para otros en posibilidad de encuentro con el Señor284.

Situados en Mt 18, 5 estamos –en la opinión de algunos especialistas– ante una de las
palabras intactas y no reelaboradas de Jesús, con este sentido originario y probable: quien
acoge a un niño así, acoge al Hijo del hombre mesiánico; pues él es el mayor en ese Reino
mesiánico.

4.5. Los niños de la revelación: Lc 10, 21-22 (y par.

“En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: “Yo te bendigo,
Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e
inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito.
Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre;
y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”
(Lc 10, 21-22).

Nota filológica: Lucas utiliza en este texto el término πιοϱ (népios) para hablar de aquellos pequeños
(πιοϱ) a quienes Dios ha querido revelar los secretos del Reino. El vocablo griego significa literalmente
“infantil”, “ingenuo”, “débil”…

La misma palabra emplea Pablo en su primera carta a los cristianos de Tesalónica (cfr.
1Ts 2, 7): “εγενƟμεν νπιοι εν μεοω υων ωσ εαν τϱοϕοσ Ɵαιπε τα εαυτς τεϰνα”
(egenéthemen népiopi en méso hymón, hos ean tropos thálpe tá heautés tékna) que
podríamos traducir así: “nos hemos hecho infantes en medio de vosotros, como una madre

284. Cfr. M. GELABERT, Cristianismo y sentido de la vida humana, EDICEP, Valencia. 1995, 92-98 y
115-130.
207

nutre y tiene cuidado de sus propias criaturas” (“ nos hicimos pequeñuelos en medio de
vosotros, como una madre que cría calienta en su regazo a sus propios hijos”).

Es importante señalar que hay una relación directa entre los términos népioi, trophos, y
tékna. Las tres palabras se implican mutuamente en su significado, pues el apóstol equipara
la inocencia y sensibilidad de un niño con la ternura del amor materno, solícito y delicado.

También en Mt 11, 25 (paralelo de Lc 10, 21) se encuentra el mismo vocablo “nepioi”,


empleado del mismo modo para referirse a los pequeñuelos que por ser tales tienen una
estupenda disposición para ser receptores de la revelación divina. Los niños suelen ser lo más
aptos para la enseñanza que Jesús da acera de la Torá, mientras que los sabios y entendidos
suelen verse bloqueados por los conocimientos que ya poseen. Pero, con todo, es necesario
tener en cuenta que, partiendo de que los niños pequeños viven aún de la leche materna (cfr.
Hb 5, 13), que no son todavía adultos ni mucho menos (cfr. 1 Co 13, 11) y que en el orden
interno de la casa ocupan el mismo puesto que los esclavos (cfr. Ga 4, 1), hemos de advertir
que en este pasaje se usa el término nepioi en sentido metafórico, para designar a los
discípulos de Jesús que están en proceso de conversión, recibiendo la revelación del Padre a
través de sus enseñanzas, y en contraposición a los sabios y entendidos que se cierran a ella.

Así pues, en el pasaje de lc 10, 21-22 que vamos a comentar, el término empleado (népios)
tiene una referencia más amplia que los anteriores (paidío, huiós, téknon, mikróteros); no
está limitado al niño cronológico, sino más bien abarca a todas las personas que se
encuentran en actitud receptiva respecto de Jesús, sin excluir a aquellos adultos, jóvenes o
niños familiarizados con el desvalimiento, la sencillez, la marginación y la pobreza, y que
han sido empequeñecidos por los hombres, por la sociedad, o por la misma historia personal;
en el fondo aquí, los pequeñuelos, son todos los pobres evangélicamente hablando,
incluyendo –evidentemente– a los niños. “Pequeñuelos”, por tanto, será un término
incluyente, no excluyente285.

285. “Népios” es traducido de distintas maneras por algunas Biblias actuales; ello significa precisamente
que el término abarca, incluye y engloba a quienes quedan aludidos en los vocablos utilizados en éstas: la
Biblia de Jerusalén traduce por “pequeños”; la Casa de la Bíblica traduce por “sencillos” (lo mismo que la
Biblia Española traducen por “gente sencilla”; el Nuevo Testamento Trilingüe traduce por “pequeñuelos”.
Los comentarios bíblicos de la Comunidad de Taizé, traduce por “humildes”; “simples”, incluso en ocasiones
por “ignorantes”, en sentido positivo.
208

Comentario teológico-espiritual

“Yo te bendigo, Padre (…) porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y
se las has revelado a pequeños”

A todos los niños del mundo les gusta la amistad; tener amigos es un gran don; los amigos
crecen y la amistad se fortalece cuando se comparten ciertas intimidades: “A vosotros os he
llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” Jn 15, 15.
¿Qué hace que vosotros seáis mis amigos?: que os he contado mis intimidades.

Dios es íntimo, y tiene intimidades que comparte con sus íntimos. Los secretos nos hacen
sentirnos confidentes de alguien. Y ser confidente es ser amado de una manera especial; si
alguien te comunica algún secreto quiere decir que confía en ti, que te ha considerado digno
de su confianza, que te ha hecho su confidente.

A todos los niños del mundo les gustan los secretos. Los ojos de un niño brillan y sus
labios dibujar una pícara y hasta cómplice sonrisa, cuando dices: tengo un secreto para ti. A
la mayoría de los adultos les importan los secretos en la medida que aportan alguna
información productiva, confieren algún “poder” sobre otros, o hacen posible sentirse
excluidos o con la exclusiva. El adulto –ante el secreto– fácilmente está como un depositario
de datos o conocedor de primeras noticias que poder emplea, cuando no manipular, en
provecho propio, para crecer y hacerse vales… Pero el gusto del niño por el secreto es otro.
Si no ocurre nada anormal, en el niño no suele haber ni perversión ni morbosidad; lo hay a
medida que empieza a crecer, pero cuando es pequeño286, su gusto por el secreto suele ser un
gusto fresco, de amor, de alegría, un gusto espontáneo y natural de sentirse compartiendo
algo valioso, de experimentarse amigo de alguien, introducido en una intimidad de amor
gratuita y regeneradora.

En este pasaje, Jesús nos revela algo importante: el Padre tiene secretos. “Yo te bendigo
Padre… porque has revelado a pequeños”. El Padre tiene secretos de vida, de sabiduría, de

286. Las Naciones Unidas consideran que hasta los 15 años se es niño; pero aquí nos referimos a una edad
comprendida entre los 4 y los 9 años, y los que comentamos son realidades fácilmente perceptibles en la
relación y el trabajo educativo y pastoral con muchos niños de estas edades, en la familia, en la escuela y en
la parroquia.
209

gozo, de ternura, de predilección, tiene secreto de opciones preferenciales, secretos de un


amor entrañable: son los Secretos del Reino, que el Padre sólo ha compartido con Jesús, y le
ha hecho su distribuidor oficial: “Nadie cono quién es el Padre sino el Hijo, y aquél a quien
el Hijo se lo quiera revelar” (v. 22b).

Jesús comparte toda la vida del Padre; Él está en el Padre (cfr. Jn 14, 11- 20), todo lo que
tiene el Padre es de Él (cfr. Jn 16, 15; 17, 10). Ahora vemos a Jesús estallar en el gozo del
Espíritu, al reconocer que Su Padre mismo ha mostrado a los pequeños lo que ha escondido
a los grandes, a los sabios y entendidos según el mundo. Podríamos decir que Jesús continúa
describiéndose a sí mismo como Hijo, un Niño al que se le ha dado todo por medio de su
Padre.

El episodio transcurre en un tiempo de oración287. En ocasiones los momentos de oración


son más reveladores que los momentos de reflexión o de estudio de la Palabra. En este
“momento”288, Jesús se arma con la armadura de los orantes, el Espíritu, y descarga su gozo
irrumpiendo con su significativa alabanza a su Padre, alabanza que expresa la profundísima
intimidad filial con Él. Jesús bendice a su Abbá al constatar que si su propia tierra
(Cafarnaúm según Mt 11, 23) le rechaza, los pequeños289 coinciden con los paganos (Tiro,
Sidón, v. 21) en recibirlo. Las ciudades, sedes de las escuelas rabínicas y de la cultura
religiosa, desconocen a Aquel que los sencillos y pequeños reconocen; el corazón de éstos
parece haberse convertido en auténtica sede y cátedra de sabiduría.

“Yo te bendigo Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a
los sabios y las has revelado a los pequeños…” El verbo empleado por el Hijo para bendecir
a su Padre, significa “confesar-alabar-reconocer”; y expresa más bien el reconocimiento
gozoso de Jesús ante el fracaso entre los poderosos y sabios, y paralelamente el éxito entre
los pequeños y sencillos, pues constatar –y esto es lo que le produce el gozo– que ahí se

287. Cfr. A. GUERRA, Los pequeñuelos iluminados, en V.R. vol. 75, n. 1-2, 15 de enero de 1993, p. 29-33.
288. “Momento”, palabra aquí con un valor teológico, más que cronológico o topográfico propiamente.
289. El misterio del Reino de Dios es demasiado grande para el conocimiento humano, por ello sólo podrá
ser entendido por los “pequeños”. Recordemos que Daniel había profetizado este Reino (cfr. Dn 7, 27), un
Reino tan diferente a los demás que se hace incomprensible a los sabios y experimentable a quienes Dios
quiera revelárselo (cfr. Dn 2, 28).
210

encuentra la esencia misma de la voluntad de su Abbá: que el Evangelio sea revelado a los
pobres (pequeños), quienes sufren el desprecio de los poderosos.

Jesús bendice y revela. Y revela algo asombroso: revela una verdad que se ilumina en el
contraste. Existen sabios y prudentes, inteligentes y entendidos, en evidente contraposición
a sencillos y pequeños. Pero el contraste aumenta cuando Jesús habla además de ocultar y
dar a conocer, velar y revelar, encubrir y descubrir290.

¿Quiénes son los pequeños y quiénes los grandes? Los sabios y entendidos a los que
alude Jesús son los que creen que saben y están pagados de sí mismos. Son los poderosos y
prepotentes que creen no necesitar de nadie. La alusión en el contexto es clara: los fariseos y
sacerdotes del templo son autosuficientes; ellos conocen demasiado bien la ley mosaica y las
características del Mesías que ha de venir; ellos se consideran los intérpretes fieles y
legítimos de los designios divinos y de la Palabra de Dios revelada en las Escrituras. Tienen
el privilegio de dirigir el culto y las liturgias del Templo, pero han podido llegar a creerse
autosuficientes en saber cómo dirigir y conducir al pueblo hasta la verdad de la fe. Ellos creen
saber cómo salvarse y, fiados en sus fuerzas y en el cumplimiento estricto de la Ley, olvidan
la misericordia y cargan fardos pesados a los pobres (cfr. Mt 15, 1-9; 16, 1-12; 23, 1-33).

Jesús está diciendo una cosa revolucionaria porque, para Israel, la sabiduría es para los
que tienen tiempo para el estudio (cfr. Eclo 39, 6-11), mientras que la gente pequeña, sin
cultura, no tienen acceso al saber… Pero Jesús habla de una sabiduría superior que viene de
lo alto. Una sabiduría que se revela y tiene por autor al Padre y por depositarios a pequeños,
sencillos, humildes… hijos. De esta manera, los que creen con “la llave del saber” (juristas,
escribas, fariseos, sacerdotes…) quedan fuera de la bendición de Jesús. La sabiduría que no
proceda del Padre, si se adquiere sin referencia a Dios, sólo sirve para ensoberbecer al
hombro y engordad el ego291.

290. En una sugerente entrevista realizada a Mons. D. ELÍAS YANES, arzobispo emérito de Zaragoza, en
la que se le pregunta si el acceso al conocimiento de Dios está reservado para los que han estudiado Teología,
D. Elías responde: Al revés, los intelectuales tienen más dificultades. Se necesita una humildad que, a veces,
los intelectuales no tienen. La gente sencilla suele ser más humilde. La fe es un encuentro con Dios, con
Jesucristo. (ISIDRO CATELA, Entrevistas con Doce Obispos españoles, La esfera de los libros, Madrid,
2008, p. 256).
291. Refiriéndose a la sabiduría que nace de la revelación de Dios, san José de Calasanz, en una carta escrita
el 15.3.1630, afirma “Es ésta una ciencia tan grande, que toda partícula de la misma sobrepasa a todas las
ciencias humanas, por los cuales gastan los hombres los más y mejores años de su vida, y por premio suelen
211

En un intento de actualizar el mensaje del texto podríamos decir que los sabios y
entendidos actualmente, son los poderosos de a tierra que manipulan a la gente sencilla292.
Son los sabios modernos de razón endiosada, cuyas gestiones por la humanidad necesitada y
por el sufrimiento de los pobres se parece más a la esencia de Babel –confusión y soberbia–
que al milagro de Pentecostés –comunión y humildad–. El hombre moderno –ha dicho
Benedicto XVI– es víctima del éxito de su inteligencia “Te bendigo Padre porque has
ocultado… a los entendidos”; ellos se erigen como maestros de la felicidad y o hacen sino
llevar a los hombres a la desgracia y a la destrucción que genera toda idolatría. Su prepotencia
les ciega293.

Los “sabios” y los “entendidos”, son expresiones que hacen referencia a las mismas
personas: letrados, especialistas y quienes se consideran expertos en materia religiosa
sintiéndose seguros de sus saberes y despreciando a quienes saben menos (cfr. Is 29,14 =
1Co 1,19); fariseos y escribas, algunos de los cuales no tenían otra meta más alta que la de
alcanzar el conocimiento material e intelectual –lo más perfecto posible– de la Torá y de las
tradiciones rabínicas, mostrándose inamovibles ante la novedad que traía Jesús294.

¿Y quiénes son los pequeños que reciben la luz de lo alto? La respuesta es sencilla: todos
los aludidos en las Bienaventuranzas (cfr. Mt 5, 1-12)295. Los “pequeños” son los pobres y

hincharse y ensoberbecerse quienes las poseen. La ciencia de Dios va beatificando al hombre de acuerdo al
grado que, después del conocimiento, crece en el amor divino”. Cfr. D. CUEVA, Calasanz: Mensaje
espiritual y pedagógico, ICCE, Madrid 2006, 179-180.
292. El cristólogo Ch. Duquoc lo definió así: “gente que sabe lo que hay que hacer para lograr la felicidad.
Conocen las leyes de la historia, orientan la economía, saben hablar de cultura y, en la actualidad, han
decidido ocuparse de los oprimidos: saben las acciones que hay que emprender para hacerles felices. El mundo
está lleno de libros eruditos y de explicaciones de los males que nos aquejan (…). Y, sin embargo (…) En lo
que llevamos de siglo ya hemos visto desfilar un sin número de experiencias que se presentaban como
inteligentes y discretas y que además iban en el sentido de la historia. Lo malo es que el arbitrario avance de
la historia, contingente, se ríe de los pronósticos y se burla de la inteligencia. Al final todas estas experiencias
han mostrado su auténtico rostro: genocidios por aquí, campos de concentración por allá y miseria por todas
partes”. Citado por A. GUERRA en, o.c., 30.
293. Evidentemente en ningún momento el texto evangélico menosprecia la inteligencia humana, pues es
un don de Dios muy necesario en la Iglesia y en el mundo. El problema es cuando el hombre se erige en dios
de sí mismo y de sus prójimos por la autosatisfacción de sus logros intelectuales, que le llevan a prescindir de
Dios mismo. En la historia de la Iglesia ha habido grandes hombres y mujeres que han sabido conjugar
perfectamente una fe ilustrada con una razón creyente, inteligencia humana con humildad espiritual. Los
últimos Papas han apostado muy seriamente por esta necesaria colaboración y conjunción entre la Fe y la
razón y han elaborado en su Magisterio una teología más arrodillada que sentad propiamente.
294. Cfr. P. BONNARD, o.c., 258.
295. El Cardenal RATZINGER identifica la bienaventuranza lucana referida a los pobres a quienes
pertenece el Reino, con los niños: “Otro aspecto de lo que para Jesús significa ser niños se esclarece
considerar cómo enaltece a los pobres: “Bienaventurados los pobres porque vuestro es el Reino de Dios” (Lc
212

los humildes, los que están siempre abiertos a lo que Jesús les quiere enseñar; son los “pobres
de espíritu” citados al comienzo del Sermón del Monte (Sal 19, 8; 116, 6; Mt 5, 3; 18, 3)296;
aquellos humildes del pueblo que tienen puro corazón; también los pecadores abiertos al
Evangelio, muchos de los cuales eran despreciados por los fariseos que se escandalizaban de
que Jesús comiera con ellos y entrara en sus casas. Es cierto que a los primeros que se refiere
con inmediatez contextual el Evangelio en la perícopa que nos ocupa son los discípulos de
Jesús; los pequeños son los verdaderos discípulos (cfr. Mt 10, 42) y los discípulos son los
verdaderos pequeños que viven totalmente fiados del Señor. Concretamente, en el contexto
tanto de Lc como de Mt, la mención a los pequeños está aludiendo a los discípulos que son
enviados en total precariedad. Pero junto a ellos se considera también “pequeñuelos” a todos
lo que no valen a los ojos del mundo297.

Los pequeños del Evangelio son los pobres, los humildes, los desgraciados, ciegos,
lisiados, leprosos, paralíticos, enfermos, las mujeres despreciadas, los niños, que no contaban
en aquél contexto (cfr. Mt 14, 13-21)298. Son los sin-nombre, son gente sin importancia, el
pequeño rebaño (cfr. Lc 12, 32) y las ovejas descarriadas de Israel. La característica común
a todos ellos: están abiertos a la Palabra de Jesús y acogen con alegría y esperanza el
Evangelio de la Misericordia que Él les anuncia.

Según Lc 10, 21-22 son los pequeños –considerados normalmente como los que no sabe,
no tienen, no pueden– precisamente son ellos los que realmente saben, ellos son los que

6, 20). En este pasaje, los pobres ocupan el lugar de los niños. Insistimos en que no se trata de una visión
romántica de la pobreza, ni tampoco de emitir juicios morales sobre individuos concretos, pobres o ricos,
sino de la esencia profunda de la humanidad. En la condición del pobre se manifiesta con bastante claridad
qué quiere decir ser niños: el niño no posee nada por sí mismo. Todo lo que necesita para vivir lo recibe de
los otros, y precisamente en esta su impotencia y desnudez es libre. No ha desarrollado todavía actitudes que
disfracen su realidad original. Riqueza y poder son las dos grandes ambiciones del hombre, que así se hace
esclavo de sus posesiones y se le va el alma tras ellas. Aquel que, en medio de las riquezas, no es capaz de
seguir siendo pobre en lo profundo de su ser, consciente de que el mundo está en las manos de Dios y no en
las suyas, ha perdido realmente aquella infancia sin la cual no es posible entrar en el Reino” (JOSEPH
RATZINGER, El camino pascual, o.c.,¸83).
296. Para una mejor comprensión sobre los pequeños entendidos como pobres de espíritu, es decir los
pobres-humildes según el Evangelio: Cfr. J. LOIS, Los pobres: un desafío para la Vida Religiosa, en
Fronteras Hegían, 17, Vitoria 1997, 49-58.
297. Y entre éstos están los niños en edad cronológica, porque el término pequeños aquí es incluyente.
298. El evangelio de Mateo cuenta cómo Jesús alimentó a una multitud de unos cinco mil hombres, “sin
contar mujeres y niños” (cfr. Mt 14, 13-21). No es la única vez que las mujeres y los niños no se cuentan
como importantes en la cultura religiosa y social que rodeó a Jesús. Él fue quién les devolvió toda su dignidad
relacionándose con ellos desde su categoría irrenunciable de hijos de Dios.
213

realmente entienden, a ellos verdaderamente Dios mismo ha entregado su Palabra (cfr. Mt


11, 25)299. En este pasaje, Jesús se alegra desbordantemente al constatar que son precisamente
los pequeños300 y no los que se tienen por grandes, los que pueden correr por el camino de
accesibilidad a Dios, que no es otro que el camino de la fe.

La gente sencilla del Evangelio son los pequeños en quienes Dios mismo se revela; ellos
son los que mejor saben asimilar el anuncio de Cristo sobre el Reino, el plan divino para la
salvación del hombre, la paternidad de Dios y la fraternidad humana, la compasión y la
misericordia, la misma paradoja de las bienaventuranzas, las antítesis del discurso del monte
y el mensaje revolucionario del Magnifica de María301.

Estos pequeños –despreciados o menospreciados por los grandes– son los misioneros de
la primera predicación de la Iglesia naciente (cfr. 1 Co 2, 3), y su pequeñez máxima
constituyen precisamente el escudo y la fortaleza en toda misión (cfr. 1 Co 2, 5). Y es que
los caminos del Señor no son los de los hombres. Dios se complace en elegir a los niños y a
los pobres, a los sencillos y humildes, a los que no cuentan socialmente ni tienen peso
económico; y los elige para hacerlos sus confidentes, revelarles sus secretos y ofrecerles la
mayor sabiduría que el hombre pueda conocer: la de la confianza en la bondad y en el amor
gratuito e incondicional del Padre Dios. Sólo se conoce la intimidad de las personas si entre
ellas se abre una corriente de confidencia (cum fide). El Reino de Dios, pequeño como una
semilla, crecerá siempre gracias a los pequeños, convertidos paradójicamente en los grandes
confidentes y protagonistas del Reino.

¿Significa esto que los sabios –según el mundo– se encuentran definitivamente privados
del acceso a dicha revelación? No; el amor de Dios se extiende a todos los hombres sin
acepción de personas, y estos que se creen entendidos tienen la posibilidad de convertirse,
de hacer una auténtica “metánoia”, un camino hacia la pequeñez, un verdadero cambio vital

299. “Toda la tradición bíblica (…) indica como oyentes privilegiados de la Palabra de Dios a aquellos
que el mundo considera como gente de humilde condición. Jesús ha reconocido que las cosas ocultas a los
sabios y prudentes han sido revelados a los simples (Mt 11, 25; Lc 10, 21) y qué el Reino de Dios pertenece
a aquellos que se asemejan a los niños (Mt 10, 4 y par.)” (PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA, La
interpretación de la Biblia en la Iglesia, Arzobispado de Valencia, Valencia, 1993, 93).
300. La Escritura se explica a sí misma; escrutando los textos paralelos y otros a los que se hace referencia
en la Biblia de Jerusalén, van apareciendo los diversos tipos de pequeños aquí citados; también entre estos
pequeños están los propios discípulos, que ya han iniciado este itinerario hacia la pequeñez y comienzan a
entender un poco más al Maestro.
301.Cfr. BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret, o.c., 97-129.
214

y existencial: volver a ser como los niños. “Quien se considere sabio en este mundo, vuélvase
ignorante para ser sabio de veras” (1 Co 3, 18)302. No hagamos una idolatría de la humildad,
sin ser “pobres de espíritu”, de poco sirve la inteligencia en el ámbito de la fe y según el
Evangelio.

4.6. Los niños del juego: Mt 11, 16-19 (y par.)

“¿Pero, con quién compararé a esta generación? Se parece a los chiquillos que,
sentados en la plaza, se gritan unos a otros diciendo: Oh hemos tocado la flauta, y no
habéis bailado, os hemos entonado endechas, y no os habéis lamentado.

Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: “Demonio tiene”. Vino el Hijo del
hombre, que come y bebe, y dicen: “Ahí tenéis un comilón u un borracho, amigo de
publicanos y pecadores”. Pero los hijos de la Sabiduría le han dado la razón”
(Mt 11,16-17 / Lc 7,31-35).

Nota filológica: En el capítulo once de Mateo, Jesús compara dos veces a sus oyentes con los niños (en 11,
16s y en el 11, 25)303. Ahora nos centramos en Mt 11,16-18 y vemos que una vez más utiliza el término
“πωϭιου” paidíon (paidíois v. 16), para designar directamente a los niños, en una edad comprendida dentro de
los límites de la infancia. En la versión latina: “puer” (niño). En el v. 19, para degisnar al Hijo del hombre,
utiliza la palabra “υιοο” – hyiós. En el paralelo de Lc 7, 31-35 encontramos igualmente “paidíon” en el v. 31,
así como “hyiós” para el título de Hijo del hombre, y “τϰνων” – téknon en el v. 35 para designar a los hijos de
la sabiduría que han dado crédito a la palabra del Señor. Por lo tanto, también en este pasaje podemos decir
que el autor habla de niños en su sentido literal.

302. “Dios suele dar la gracia de conocer la verdad de las cosas invisibles a los humildes, según el profeta:
dando inteligencia a los sencillos (Sal 118, 130). Cuanto más se humille uno en el propio conocimiento, tanto
más lo elevará Dios en el conocimiento de las cosas invisibles y eternas” San José de Calasanz (12-8-1646).
“El camino para llegar uno a ser sabio y prudente en la escuela interior es hacerse como un necio a los ojos
de los hombres, dejándose guiar como un asnillo. Ésta es doctrina auténtica, pero por ser contraria a la
sensualidad y prudencia humana, la siguen pocos. Y así confirma aquella sentencia de Cristo: angosto es el
camino que lleva a la vida, y son pocos los que lo encuentran (Mt 7, 14)”. San José de Calasanz (3-12-1634),
en D. CUEVA, o.c., 181 y 248.
303. En 11, 16 Jesús podría referirse a cualidades negativas de los niños, mientras que en 11, 25 hablaría
en términos positivos sobre los más pequeños.
215

Comentario teológico–espiritual

Jesús usa parábolas en su enseñanza como lo hacían los rabinos judíos 304. Este pasaje
es una de ellas, probablemente perteneciente a una colección de dichos del Señor que
aparentemente Mc no retuvo, pero que Mt y Lc narran de manera muy similar.

El vocablo “parábola” deriva del griego parabole, que por su composición (para =
junto a + ballein = poner) indica la colocación de unas cosas junto a otras para compararlas.
Las parábolas podríamos definirlas como relatos inacabados; es como abrir un camino e
invitar a recorrerlo, iniciar una narración e invitar a continuarla implicándose en ella. La
parábola tiene una estructura abierta. Si se escucha con atención no deja indiferente a nadie;
siempre suscita una toma de postura, interpela. En tiempos de Jesús la parábola constituía
un arma excelente de controversia. Producía efecto cuanto más efectiva era. Su lenguaje
figurado permitía llevar al adversario a admitir ciertos puntos que no habría aceptado
fácilmente expuestos con entera nitidez. Por ello la parábola podría ser un buen instrumento
para dialogar, pues permitía a los interlocutores distanciarse suficientemente respecto a su
posición concreta y, a través de la historia que contaban, hacer entrar al otro en el punto de
vista del narrador, resultando en ocasiones más evidente la conclusión que se derivaba de
ella que una exposición clara y precisa de los argumentos. La parábola ofrecía una especie
de “terreno neutro” que invitaba al interlocutor a implicarse y a darse por aludido sin sentirse

304. El modo de expresión, el género literario de la parábola, que tiene sus orígenes en el meshal hebrero,
Jesús lo personaliza de tal modo que llega a hacerlo verdaderamente original en lo que se refiere a sus
enseñanzas sobre el Reino. Un dato curioso: en la Misná (tratado de legislación judía que, aunque compuesta
–como recopilación escrita– hacia el siglo II d.C., tuvo una amplia tradición oral previa), y en los escritos
rabínicos, hay meshalim, parábolas, enseñanzas… donde el género mashal está presente. Si reuniéramos un
compendio de meshalim (dichos, parábolas de los rabinos) en la Misná, éste abarcaría aproximadamente un
3% de la misma. Si hiciéramos lo mismo con los Evangelios, las parábolas de Jesús ocuparían algo más de la
mitad del compendio de todos los Evangelios, es decir un 55-60% aproximadamente. ¡La diferencia es grande!
Las parábolas eran el tipo de predicación más practicado por Jesús, en el que iba desplegando la sabiduría que
el Padre quería revelar a los pequeños del Reino. Los secretos de su Padre se encuentran aquí
fundamentalmente. Con todo, hay que hacer notar que la palabra parábola procedente del griego, posee un
sentido más restringido que la palabra hebrea que traduce: mashal. Parábola se refiere a una historia que
ilustra una enseñanza; mashal designa también otros enunciados más cortos y no necesariamente narrativos:
las sentencias, los proverbios. Cfr. P. Mª REAUDE, Jesús de Nazaret, Verbo Divino, Estella, 1988, 121-136.
Para una correcta interpretación sobre la naturaleza y finalidad de las parábolas nos remitimos a la síntesis
que ofrece BENEDICTO XVI, en Jesús de Nazaret, o.c., 236-234.
216

agredido. Era un modo “magistral” y hasta “elegante” –al tiempo que sencillo– de llevar al
otro a la verdad305.

Jesús quiere comparar a la gente de esta “generación” (v.7), de forma que sus
contemporáneos –y los del evangelista– que rechazan a Cristo, se den por aludidos. Para ello
habla de lo que conoce, de lo que él mismo ha vivido en su infancia. Lo que narra es una
imagen común entre los niños y niñas de Palestina; el baile en corro en las bodas eran cosa
de varones, en su mayoría; los cantos fúnebres en cambio eran asunto de mujeres306. Jesús
ha jugado de niño a los juegos comunes de su tiempo y ha observado también de mayor a
tantos otros niños jugando. Ahora describe todo ello en forma de parábola para evidenciar
la actitud pasiva y obstinada de sus coetáneos ante la inminente llegada del Reino. En el
fondo, el sentido más auténtico y la intencionalidad más original de la parábola de unos niños
sentados en la plaza consiste en la expresión de la polémica antifarisea. Este sería su Sitz in
Leben originario307.

¿Qué pudo querer transmitir el evangelista poniendo


Esta parábola en labio de Jesús?

Hay unos niños sentados en la plaza (en la calle, en el mercado…); juegan un juego de
mímica; se imita una fiesta de bodas y un entierro. En realidad hay dos grupos de niños; se
supone que unos actúan y otros observan. Pronto aparece la queja. Los actores tocan la flauta,
interpretan a los músicos de la fiesta, pero los otros no han respondido a su música, no han
bailado. Entonces prueban a cambiar, jugar a otra cosa; comienzan a entonar endechas,
lamentos fúnebres propios de un entierro… pero tampoco reaccionan sus compañeros.
Parece que los niños espectadores están “aguando” el espectáculo porque no responden a
ninguna incitación; dan a entender que no quieren alegría ni tristeza; unos han querido jugar

305. Jesús usó algunas de las parábolas de los rabinos, pero dándoles un nuevo sentido con finales nuevos
e inesperados, lo cual resultaba desconcertante para sus oyentes y enormemente provocador. Cfr. B.
GRENIER, o.c., 37.
306. Cfr. J. JEREMÍAS, Las parábolas de Jesús, Verbo Divino, Estella, 1979, 197.
307. Cfr. B. FERNÁNDEZ, Los chiquillos sentados en la plaza, Parábola de la indefinición. En VR, vol.
69, nn. 1-2, 15 de enero- 1 de febrero de 1990, 9-13.
217

a entierros, otros a bodas… pero los que observan neutralizan la iniciativa de quienes actúan,
y el lamentable resultado es que ni lloran ni bailan. No se mueven. ¿Es mera pasividad o es
obstinada obstinación?

Los que están sentados se niegan a entrar en juego… y la mejor manera de frustrar la
iniciativa de los actores es la indiferencia de su público. ¿Cuál es la reacción? Los niños no
se enojan, ni se indignan, no montan en cólera ni atacan a quienes no quieren jugar con ellos;
tan sólo constatan la realidad, y lo hacen expresándola en forma de reproche y de queja. Esta
parábola no tiene sentencia final, pero se explica por sí misma cuando Jesús alude a su
precursor y a él mismo, hablando de un lamento para arrepentirse y de un canto para
alegrarse. Los niños y su juego se hacen parábola ellos mismo desde lo que les sucede.

Los judíos no han comprendido a Juan; y esta misma incomprensión les inutiliza para
comprender a Jesús. Si la predicación de aquél (el último de los profetas
veterotestamentarios) no provocó arrepentimiento, el Evangelio de éste (con el que se
inaugura el Reino de la gracia y la gloria) no puede infundirles la alegría. Juan es el anuncio
de la llegada del Reino; Jesús, la presencia viva del mismo, presencia ante la que habría que
saltar de gozo y vestirse de fiesta (cfr. Is 65, 17-20; Za 8, 3-8). Pero no. Esta generación308
–a semejanza de unos niños tercos– no han reaccionado; antes al contrario: han mostrado
como una resistencia (consciente) a dejarse afectar o a entrar en el juego309.

308. “Esta generación”, es una expresión frecuente en los evangelios, usada de un modo peyorativo para
referirse al obstinado comportamiento del pueblo de Israel en el desierto, a su terquedad y a la perversión de
su corazón (cfr. Mt 12, 39; 16, 4; Mc 8, 38; Mt 17, 17; Lc 9, 41; y en el A.T.: Dt 1, 35; 32, 5; 32, 20).
309. J. JEREMIAS da un giro a la interpretación más común y extendida de esta parábola: identifica a los
judíos con estos niños dominadores e intolerantes, que reprochan a sus camaradas ser unos aguafiestas, porque
no quieren bailar al son de sus silbatos; mientras que a Juan y a Jesús los identifica con los niños que en su
libertad permanecen impasibles ante las órdenes, los reproches, las críticas y los enojos de quienes acusaron
a uno de loco endemoniado porque ayunaba, y al otro de comilón y borracho porque se sentaba a la mesa con
los publicanos y amaba a los pecadores. Cfr. J. JEREMIAS, o.c., 196-199. Constatamos entonces una doble
identificación: por una parte la de quienes relacionan a Jesús y a Juan con los niños que cantan alegrías o
lamentos mientras los otros niños –fariseos, escribas– permanecen impasibles, y por otra parte la
interpretación de quienes identifican a los niños inamovibles con Jesús y Juan, y a los arrogantes cantores con
la secta farisea. Aceptamos la doble interpretación; en nuestro comentario nos sumamos a la primera, pero
atendiendo un poco a la segunda podemos decir que hay dos tipos de niños: unos (aquí serían Juan y Jesús),
que aportan toda la frescura del Reino, con su libertad, con su no abatirse con insultos despreciativos y
cerrazones, constituyéndose así en símbolo de una generación nueva de hombres y mujeres libres, llenos de
luz, la alegría, la ternura y la delicadeza de un Dios que ama; mientras que otros niños (los sentados) tocan
para que todos bailen a su ritmo, se muestran dominadores y obcecados, cerrados en su obstinación porque
reprochan a los otros su libertad, éstos últimos serían la generación perversa anclada en sus leyes y aferrados
a sus costumbres, guías ciegos, sepulcros blanqueados, adultos incapaces de cambiar y de hacerse como los
218

Los fariseos no acogieron el mensaje y la vida que convocaba a la conversión; se hicieron


poco menos que invulnerables a su misión profética, protegiéndose con las críticas. Dice el
refrán: “no hay más sordo que el que no quiere oír”. Juan se entrega a grandes ayunos
ascéticos y dicen de él que ¡demonios tiene! (cfr. Mt 11, 18). El juicio sobre su actitud anula
la posible interpretación de la misma en clave salvífica. Desautorizada la persona del profeta,
queda automáticamente desautorizado el mensaje del que es portador con sus palabras y sus
actitudes. Estos fariseos son la imagen de quienes están cerrados herméticamente –como
adultos instalados– a cualquier cambio que desestabilice su férreo sistema de convicciones
legales, sobre el que dicen asentar su fe… una fe inamovible, no por la reciedumbre de su
confianza sino por la inseguridad de sus temores que les empuja a una terca cerrazón. En el
fondo, una fe que no se deja inquietar lo más mínimo.

Jesús de Nazaret, el Hijo del hombre, el Hijo de Dios vivo y verdadero, trae un nuevo
estilo mesiánico, un nuevo mensaje, una Buena Noticia, un rostro de Dios paterno-materno,
alegre, tierno, cercano a los hombres y acogido por los que son como niños. Anuncia un
Reino que es liberación de los oprimidos pro el mal y el pecado, opción preferencial por los
pequeños y los pobres, alegría para los tristes, curación para los enfermos, liberación de toda
ley porque reinará el espíritu del amor; un amor gratuito que se hará enteramente evidente
cuando Jesús se acerque acogiendo a los publícanos y perdonando a los pecadores. Pero los
que se tienen por puros y fieles cumplidores de la ley establecida, no saben, no quieren, -o
no pueden– reconocer a Dios en este Jesús que tanto se ha abajado. A ellos sólo les parece
interesar los milagros que avalen la autoridad del mesianismo (cfr. Lc 11, 29). Pero, ni eso;
porque cuando éstos aparecen, ellos prefieren decir que Jesús los obra por el poder de
Belzebú… Volvemos al refrán para decir que “no hay más ciego que el que no quiere ver”.
Ni aceptan a Juan –tiene un demonio–, ni aceptan a Jesús –es un comilón y un borrado,
amigo de mujerzuelas y pecadores– (cfr. Lc 5, 30; 15, 2; 19, 7).

Hay un tipo de hombres obstinadamente cerrados a la desinstalación a la que Jesús


conduce para salvar. Rechazando las mediaciones –rechazando a los profetas, rechazando a
Juan y a Jesús, y más tarde a sus discípulos y apóstoles– anulan la provocación que éstas

niños (En la liturgia Judía sobre la Pascua encontramos también una alusión –a través del simbolismo de los
niños– a los adultos que se abren a la novedad de Dios y a los que se cierran en su terquedad. Cfr. P.
LATORRE, Háblales a tus hijos Israel, vol. 1. DDB, Bilbao 1997, 120-126).
219

comportan. Las palabras y actitudes de los testigos de Dios, ponen en crisis a los instalados
en su mediocridad, en sus falsas seguridades, y lo que estaba previsto para provocar un
cuestionamiento positivo, una catarsis, una purificación de la fe –necesaria en todo
crecimiento– se convierte, por la dureza del corazón humano y la idolatría de las seguridades
inamovibles, en agresividad defensiva de los satisfechos.

En el fondo es la resistencia humana al cambio, a la conversión, al éxodo espiritual… es


la resistencia a salir de la propia tierra y ponerse en camino; es la resistencia a cambiar y
hacerse como los niños… dispuestos a cualquier cambio, desinstalación y despojo, contentos
con cualquier novedad, abiertos a las sorpresas de Dios, entusiasmados por lo desconocido
y ansiando dejarse sorprender por un Padre que ama sin medida.

Nos queda por señalar lo que podría ser, en definitiva, el dato más elocuente para nuestro
estudio en esta parábola; es doble y complementario, aunque aparentemente pueda resultar
contradictorio:

- Por una parte, el constatar que precisamente la actitud de pasividad, terquedad e


inmovilismo viene de manos de unos niños, lo cual significa que el Maestro no los
idealizaba, pues los compara con esta generación, obstinada y cerrada al mensaje de
salvación. Jesús no tiene una visión ingenua de la infancia; conoce la capacidad de dureza
del corazón humano y la libertad que éste posee para cerrarse al Evangelio, también desde
pequeños310. Jesús sabe que el pecado es común denominador de mayores y pequeños,
aunque exista también una considerable diferencia en el grado de malicia, en la capacidad
para hacer daño, en la intensidad de la intención y en la calidad moral de la voluntad
consciente.
- Y por otra parte, el adivinar que detrás de la actitud de apertura y disponibilidad que
reclama Jesús para los fariseos, está precisamente una actitud de niño, un niño a quien le
resulta agradable recibir buenos mensajes, alegres noticias como las que llegan con el
Evangelio, y que se muestra dócil, obediente y receptivo, con una gran capacidad

310. Cfr. San AGUSTÍN, Confesiones, Lib. 1, Cap. VII, XI y XII, n. 1. Tampoco la Iglesia parece tener una
visión angelical y roussoniana de los niños. Cfr. J. Mª CABODEVILLA, o.c., 44.
220

espontánea para adaptarse a lo imprevisto y lo nuevo; un niño que es hijo e hijo


confiados311

No podemos concluir nuestro comentario a este pasaje sin aludir a la última frase del
mismo: Pero los hijos de la Sabiduría le han dado la razón (Lc 7, 35). ¿Quiénes son estos
hijos de la Sabiduría? Muy sencillo: los que acogen a Jesús; los niños que se comportan
como hijos por la acogida de su Palabra. Porque en la persona de Jesús, el mismo Dios ha
visitado a su pueblo, pero no todos le han acogido; en cambio, los que le reciben, son hechos
hijos de Dios (cfr. Jn 1, 12)312.

4.7. El niño discípulo: Jn 6, 1-13 (y par.)

“Algún tiempo después, Jesús pasó al otro lado del lago de Tiberíades. Lo seguía mucha
gente, porque veían los signos que hacía con los enfermos. Jesús subió a un monte y se
sentó allí con sus discípulos. Estaba próxima la fiesta judía de la pascual. Al ver aquella
muchedumbre, Jesús dijo a Felipe: ¿Dónde podríamos comprar pan para dar de comer a
todos estos? Dijo esto para ver su reacción, pues él ya sabía lo que iba a hacer. Felipe le
contestó: Con doscientos denarios no compraríamos bastante para que a cada uno de
ellos le alcanzase un poco. Entonces intervino otro de sus discípulos, Andrés, el hermano
de Simón Pedro, diciendo: Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos
peces; pero ¿Qué es esto para tanta gente? Jesús mandó que se sentaran todos, pues
había mucha hierba en aquel lugar. Eran unos cinco mil hombres. Luego tomó los panes,
y después de haber dado gracias a Dios, los distribuyó entre todos. Hizo lo mismo con los
peces y les dio a todos los que quisieron. Cuando quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus
discípulos: Recoged lo que ha sobrado, para que no se pierda nada. Lo hicieron así, y
con lo que sobró de los cinco panes llenaron doce cestos” (Jn 6, 1-13).

311. Cfr. H. U. von BALTHASAR, o.c., 29.


312. Encontramos en Sb 18, 9 una posible alusión a estos hijos de la Sabiduría llamados también hijos de
los santos, en referencia a los niños del pueblo-elegido que nace de la Pascua. Cfr. G. Mª CARBÓ, Los santos
niños ofrecían la Pascua en secreto, en El Oratorio de Niños Pequeños de las Escuelas Pías, EE. PP.
Valencia, 2003, 3.
221

Nota filológica: La palabra en este pasaje sobre la que conviene hacer la precisión terminológica es
“παιϭαϱιον” –paidárion– (diminutivo de “país” v.9), empleada para designar a un “niño”, un “muchacho”,
como en los casos anteriores. En el texto latino, “puer”, con el mismo significado, “niño”. En el paralelo de
Mt 14, 15-21 aparece el mismo vocablo al final (con idéntica versión latina), pero referido no al niño que ofrece
los panes y los peces (porque no se le menciona), sino al número de los que habían comido, “exceptuadas las
mujeres con los niños”. En el paralelo de Lc 9, 10-17 no hay referencia alguna a niños, ni en el transcurso del
milagro ni al final del mismo. Otro tanto sucede con el paralelo de Mc 6, 34-44. En el texto en que nos
centramos seguidamente, se habla pues de un niño en su sentido más literal, y de un niño que, pese a su corta
edad, ha seguido de cerca a Jesús.

Comentario teológico-espiritual

El texto pertenece a la gran perícopa del llamado “Discurso del Pan de vida” que
encontramos en el cuarto evangelio. Jesús va a hablar de la segunda Pascua, una Pascua
liberadora que llevará al pueblo a una nueva tierra prometida, y para ello Él mismo abrirá el
camino de este nuevo éxodo313.

Tras la curación de un paralítico (cfr. Jn 5, 1-18) y cruzando el mar (cfr. 6, 1); una enorme
cantidad de gente marcha tras el Señor. Impresionados y admirados por todo lo que realiza,
le han seguido. Jesús ha hecho crecer sus esperanzar; el ver y oír cuanto Jesús dice y hace,
les ha movido al seguimiento. Se han sentido atraídos por Él. Entonces, como si de nuevo
Moisés y un nuevo Sinaí se tratara, sube al monte, contempla el gentío que le ha seguido, y
al constatar lo desértico que era el lugar (cfr. Mt 14, 13; Mc 6, 32; Lc 9, 12), se dirige a
Felipe y le incomoda con una pregunta que pone a prueba su confianza (cfr. 6, 6) y la de los
discípulos: “¿Dónde vamos a comprar panes para que coman éstos?” (v.5)314. No hay
comida y el gentío necesita ser alimentado. Jesús se compadece de la muchedumbre que le

313. En los relatos paralelos de Mateo y Marcos, la llamada de multiplicación de los panes, se cuenta dos
veces. Hoy todos los exegetas están de acuerdo en afirmar que históricamente hubo una sola multiplicación
de los panes y que posteriormente la tradición desdobló en dos versiones distintas, movidos por la gran
importancia que este milagro adquirió en los primeros tiempos de la Iglesia por su clara alusión a la Eucaristía;
por lo tanto, los evangelistas lo duplicaron con una clara intención teológica y pastoral: el Pan de Vida que
trae Jesús con su Palabra y en su misma Persona, es el nuevo maná que nos da el Padre del Cielo a todos,
tanto a los del pueblo judío (1ª multiplicación), como a los gentiles (2ª multiplicación), a los de cerca y a los
de lejos. La Salvación de Cristo es universal. Puede que sea el milagro más importante de todos los narrados
en los escritos neotestamentarios pues es el único que aparece contado por los cuatro evangelistas. Su
importancia radica no al hecho en sí (la resurrección de Lázaro era más impresionante) sino a lo que el milagro
apunta, como ya hemos dicho: la Eucaristía.
314. BENEDICTO XVI interpreta la pregunta formulada por Jesús el apóstol Felipe como signe inequívoco
de que éste formaba parte de los íntimos del Maestro, del grupo restringido que lo rodeaba. Cfr. Sobre el
fundamento de los apóstoles, EDICE, Madrid 2007, 125. El niño del que nos ocupamos en esta perícopa
entrará también a formar parte de los más cercanos a Jesús.
222

ha seguido y actúa pese a la falta de fe y el reproche de los suyos 315. La compasión del
Maestro, la pobreza inmensa de un niño, y la ingenuidad casi infantil de un apóstol discreto
y humilde (Andrés), hacen posible el milagro316.

¿Qué significado puede tener aquí la figura de un niño


aue casi pasa desapercibido?

La figura del niño (chiquillo) que se encuentra solamente en Jn, es innecesaria desde el
punto de vista narrativo. Para el hecho de satisfacer la necesidad de la gente, lo mismo daba
que el poseedor de los panes fuese un niño que un adulto. Hemos de pensar, por lo tanto, que
su alusión es intencionada. Hay que examinar, pues, su significado317. Estamos ante un gran
signo (v.14), que arranca de sus espectadores la confesión del mesianismo de Jesús (cfr. v.
14), y para todo ello, como mediación, un niño, cuyo simbolismo –si lo hubiese– está bien
intencionado318.

Un niño que no habla y nada nos dice verbalmente de sí mismo. No sabemos su nombre,
ni su procedencia, ni su edad. Pero está. Y está allí porque ha seguido a Jesús, y
probablemente lo ha seguido por propia iniciativa; no se le encuentra con sus padres o con
sus parientes, quienes si estuvieran con él llevarían ellos mismos la comida. En la frase de
Andrés: Hay aquí un chiquillo, la determinación local (aquí) hace referencia a la única
determinación local aparecida antes (cfr. 6, 3: Subió Jesús al monte y se quedó sentado allí

315. El paralelo de Mt 14, 15-21 va precedido de la noticia que dan a Jesús sobre la decapitación de Juan
Bautista, y parece que la retirada a la soledad de Jesús sería la reacción natural al acontecimiento y la
consecuencia de su dolor y tristeza. Pero en el pasaje vemos cómo su necesidad de estar a solas son el Padre,
para ser consolado en la oración íntima con Él, queda sacrificada por la irrupción de la multitud, que
desconcertada por la muerte injusta del profeta de la conversión, acude a Jesús; éste, movido a la compasión,
sale de sí mismo para atender a tanto como le necesitan. Cfr. M. MICKENNA, o.c., 11-47.
316. Comparando Jn 6, 1-13 con sus paralelos en Mateo y Marcos, vemos un trato relacional entre los
discípulos y Jesús nada ficticio ni espiritualista. Todo se asemeja más bien a la espontaneidad de uno niños.
Cfr. J. L. MARTÍN DESCALZO, o.c., II, 158-164.
317. J. MATEOS y J. NARRETO, El Evangelio de Juan. Análisis lingüístico y comentario exegético,
Cristiandad, Madrid, 1979, 313-314.
318. El pasaje tiene una gran densidad teológica y una gran significatividad en lo que respecta a la reflexión
sobre el niño en el N.T. y la importancia de su experiencia de Dios en y por Jesús; constatamos una vez más
la elección divina de los pequeños. Remitimos a un interesante comentario a todo el pasaje y en el que se
alude la posibilidad de que este niño encierre el simbolismo de la figura del diácono (servidor, por tanto) de
las cenas eucarísticas en las primeras comunidades cristianas: Cfr. SECUNDINO CASTRO SÁNCHEZ,
Evangelio de Juan, comprensión exegético-existencial, DDB, Madrid 2001, pp. 151-156.
223

con sus discípulos). El lugar donde está el chiquillo es donde están los discípulos. Representa
por tanto, al grupo de discípulos que está con Jesús, en su condición de debilidad y su
pobreza de recursos319.

Los niños tienen una enorme capacidad de búsqueda, de asombro y de fascinación; su


espíritu curioso les facilita buscar con cierta vehemencia cualquier cosa en torno al misterio.
El muchacho de este pasaje parece un niño fascinado por todo lo que ha visto hacer a Jesús;
movido tal vez por la curiosidad y por una extraña atracción incontrolable (cfr. Jn 6, 44), se
habría llevado algunos víveres para poder seguir a este hombre sorprendente. Y seguramente
lo seguiría de cerca, muy de cerca, por temor a quedar marginado por la abundancia de los
adultos; así se comprende mejor que Andrés conociera lo que el niño llevaba para pasar el
día: cinco panes y dos peces320.

La figura del chiquillo evoca, una vez más, la importancia de lo pequeño en las cosas del
Reino. Por su edad y por su condición, el niño es un ser débil físicamente, y un ser marginado
o poco valorado socialmente; un niño es, en este momento, lo más desproporcionado a la
magnitud del problema; él es pobre, y su alimento –pan de cebada– de ínfima calidad y
escaso para tanta gente. Sin embargo, el niño es descubierto por otro y contemplado como
posibilidad de epifanía cristológica, es decir como instrumento válido para que el Señor
pueda manifestar Su poder, el que nace de su compasión por la multitud.

El muchacho ha seguido a Jesús, pero ha sido otro el que le hace ver que su pobreza es
valiosa para el Maestro. Jesús le acoge en su pequeñez, recibe cariñosamente lo poco que
posee y bendiciéndolo todo (cfr. v. 11), sacia el hambre de la muchedumbre.

Observemos a los personajes y sus actitudes:

Andrés: es el discípulo que observa y sugiere; es quien descubre al muchacho y, aunque


confiesa su legítima duda de adulto –“¿qué es esto para tanta gente?” v.9– no desprecia al
pequeño (ni su pobreza), antes al contrario, le habla a Jesús de él. Andrés conoce bien a su

319. Cfr. J. MATEOS y J. BARRETO, o.c., 313.


320. Incluso podríamos pensar –si tomamos a este niño como una persona concreta más allá del simbolismo
joánico que encierra– que este niño ha sido uno de los abrazados, defendidos y bendecidos por Jesús, y ue
ya no entiende una vida sin Él… por eso le sigue, y le sigue de cerca.
224

Maestro y sabe que éste jamás despreciará a un niño… por eso, pese a las dudas, lo lleva s
su presencia (“¡dejad que los niños vengan a Mí!”)321.

El niño: es quien ha sido elegido y responde con una ofrenda; en su sorpresa de poder
servir en algo a aquél a quien admira y a quien sigue, entrega generosamente, sin ninguna
resistencia, todo cuanto tiene para pasar el día. Además de una entrega generosa es también
entrega humilde; él, mediación de un milagro tan llamativo y grandioso, no reclama para sí
ningún protagonismo, permanece en el anonimato sin reivindicar el reconocimiento de su
colaboración o aportación que, aunque sencilla, se revela necesaria. El autor del evangelio
nos muestra aquí cómo acogiendo a un niño, las gracias se multiplican.

La muchedumbre: son corazones abiertos al milagro, dispuestos a la sorpresa, como lo


están siempre los niños. Parecen dispuestos a la aventura; han seguido al Maestro hasta un
lugar hostil, desértico; llega el atardecer y siguen con él, y ahora, éste, lejos de despedirlos,
les pide que se sienten en el suelo y que esperen. No importa que fuera movidos por el
hambre; lo importante es que aceptaron la locura de obedecer a quien es más pobre que ellos.
Tal vez hubo mayor milagro en la obediencia confiada –propia de los niños– que en la misma
multiplicación de panes y peces. Obedecen como pequeños, y realmente lo son, porque
tienen hambre, pero no sólo de pan, también de palabras de esperanza frente a su situación
de pobreza; están desprovistos de todo, sólo Jesús es ahora su riqueza.

Felipe: todas estas actitudes contrastan con la de Felipe. Andrés actúa como un niño y
aunque parece temer hacer el ridículo, se atreve a lanzar una ingenua constatación: aquí hay
un niño con cinco panes y dos peces. El niño, sin hacer cálculos, da con sencillez sin saber
qué ocurrirá. La muchedumbre obedece con la docilidad de los pequeños que se maravilla
por lo que ven y oyen. Andrés, descubre; el niño, da; la muchedumbre, obedece. Felipe, en
cambio, no ha sabido hacerse niño con los niños; sigue con sus esquemas de adulto; piensa
y razona con una mente calculadora. Frente al mandato de Jesús, “dadles vosotros de comer”,
Felipe responde casi molesto (en tono enojado): “¿de dónde vamos a sacar comida para

321. Existe, sin duda, un juego de palabras entre Andrés (= varonil) y los adultos (andres, varones),
mencionados a continuación (6, 10). Aparece así un contraste entre Andrés, el hombre adulto y “el chiquillo”,
que él mismo constituye en figura de la comunidad. Ésta es, por una parte, varón adultos, es decir, hombres
acabador por el Espíritu (cfr. 3, 5.6: cfr. 6, 10); por otra, en el orden de los valores del mundo, el grupo es
insignificante, sin poder y con escasos recursos. Cfr. J. MATEOS y J. BARRETO o.c., 314.
225

tantos?”. Como se ve que son ellos (los discípulos) los que tienen que preocuparse de lo
material, mientras que él (Jesús) se dedica a predicar. De alguna manera Felipe reprocha al
Maestro el no pisar tierra; es como si pensara: pero ¿se ha dado cuenta del dinero que
necesitaríamos para alimentar a tantos? Aunque tuviéramos 2’’ denarios (cantidad
astronómica para ellos, cfr. Mt 20, 1-18) no bastaría para tanta gente (v.7)322.

Jesús: finalmente, su actitud es como un broche de oro a toda la escena. Comprende a


Felipe y le acoge en su incapacidad para volverse niño confiado; acoge a Andrés, que está a
mitad de camino de esta transformación (manifiesta su duda de adulto, pero ya presenta el
niño con confianza); recibe al pequeño y a sus pobres dones, bendiciendo todo y
multiplicándolo todo. Jesús ama a la muchedumbre y los considera “sus invitados”; no los
despide vacíos, antes bien los alimenta, y aunque empezaron a pensar en nombrarle rey por
aclamación cuando sintieron saciados sus estómagos (v.5), el Maestro huyo porque su
realeza es otra, su poder no tiene nada que ver con los poderes de este mundo, y aunque
Cristo se preocupe del pan material, pronto les revelará que hay un pan más alto, un hambre
más alta y también más profunda… porque no sólo de pan vivé al hombre… el hombre vive
de toda Palabra que sale de la boca de Dios323. El pan de los hambrientos es parte del Reino
de Cristo; pero su Reino es ¡cuánto más!324

322. Si los jornaleros contratados a la viña en la parábola evangélica cobraban un denario por jornada, aquí
se está hablando de doscientos jornales…
323. Muy interesante el comentario que hace al respecto BENEDICTO XVI, en Jesús de Nazaret, o.c., 53-
59.
324. Porque hay un hambre en la vida de cada hombre que sólo se sacia con gestos de amor y de entrega.
Cfr. Mª D. GAJA I. JAUMEANDREU, o.c., 8-9.
226

Concluyendo

El niño confiado, dócil y generoso, que ha seguido a Jesús discreta pero decididamente,
y que –de algún modo– comulga con los sentimientos compasivos del Maestro al ofrecer lo
poco que tiene, es el modelo para los apóstoles de discípulos y de creyente. El niño oferente
es la mediación por la que Jesús alimenta a quienes con humildad hacen lo que Él les dice.
Así los apóstoles son constituidos servidores en este banquete. Hubiera podido Jesús
prescindir de ellos, pero cuenta con ellos. Hay una incluible correlación evangélica entre ser
niño, ser discípulo y ser siervo.

Pero además sabemos que este milagro de la multiplicación de los panes fue considerado
en la Iglesia primitiva como el más significativo de todos lo que Jesús realizó, porque veían
en él un preanuncio de la figura Eucaristía que el mismo Señor iba a celebrar al final de su
vida en el Cenáculo de Jerusalén. Al repartir aquel día a la gente, en el desierto de la vida,
los panes de este niño oferente, Jesús mismo, que alimentaba a la multitud con el pan de su
Palabra, estaba invitando a todos los hombres a asistir a la otra mesa, la de la Eucaristía,
donde Él iba a entregar el pan de su propio cuerpo por la vida del mundo. Esto quiere decir
mucho: nuevamente nos encontramos con la preocupación de los primeros cristianos por
permitir a los niños el acceso a los sacramentos y, en concreto, por incluirlos en la
participación del banquete eucarístico. Podríamos inferir de todo esto que en la comunidad
cristiana los miembros más débiles, humildes y pequeños, son los más importantes para
Jesús. Ninguna pobreza humana es motivo de exclusión en la relación con el Señor. Sólo el
pecado supere separarnos de Él. Pero nunca la pobreza, la pequeñez, las debilidades
humanas. De los pecados hay que pedir perdón y dejar que la Misericordia de Dios nos
regenere y convierta. Pero de las debilidades, mejor presumir, porque ofrecidas al Señor,
como estos cinco panes de cebada y los dos peces del lago, Él no sólo las acoge sino que
encima las bendice, levanta la mirada al Cielo, da gracias al Padre y convierte a sus apóstoles
en diáconos que sirven a todos el milagro de su amor325.

325. Es en la versión del primer evangelio, el de Marcos, el que se dice que Jesús “pronunció la bendición”
(6, 41); en cambio en Jn 6, 11 se dice que Jesús dio las gracias (lo que también aparece en Mc 8, 6). Las dos
palabras –bendición y gracias– significan lo mismo, y se refieren al acto de bendecir a Dios por los alientos
antes de comer. Pero “pronunciar la bendición” (gr. euloguéin) es la expresión típica que empleaban los
judíos en su círculo familiar, mientras que “dar gracias” (gr. eujaristéin) es la fórmula que empleaban en los
ambientes griegos, es decir, paganos. Ahora entendemos el por qué de la doble versión de este milagro: todos,
227

Cuando sobre nuestra pobreza, ofrecidas a Jesús con sencillez, se derrama la bendición
de Dios, todo se multiplica en gracias. Al terminar aquella comida campestre, dice el
evangelista Juan que se recogieron doce “canastos” (cfr. “canastas” en Mc 6, 43); la palabra
griega empleada (kófinos) habla de recipientes pequeños, tejidos con pobres materiales de
caña y mimbre, comúnmente usados por los judíos… Todo apunta a lo mismo: la debilidad,
la pequeñez, la humildad, el ser niño y saberse pobre, no sólo no es obstáculo para la
manifestación de Jesús sino que es su mejor instrumento, su idóneo cooperador326.

Sabemos que después de esta multiplicación Jesús pidió a la gente que no se quedara con
el hecho de haber comido un pan caduco y llenar el estómago sólo por un día, sino que
buscasen el otro pan, el que da la Vida Eterna (cfr. Jn 6, 52-58). Así, lo que parecía una
insignificante tarde de pobres (discípulos sin comida, muchedumbre hambrienta, niño
anónimo con escasos panecillos de cebada…) se convirtió en un lanzamiento de fuego hcia
la eternidad con Jesús. Y todo gracias a este niño discípulo, siervo, oblato, oferente…
“eucarístico” Un niño que se nos revela imagen de Jesús.

los de cerca y los de lejos, los judíos y los paganos convertidos, tienen acceso a la Eucaristía, sacramento de
unidad y de comunión en el que todos los creyentes somos “uno” en Cristo Jesús. Cfr. ÁLVAREZ VALDÉS,
¿Por qué Jesús multiplicó dos veces los panes?, en DIDASCALIA, diciembre de 2007, n. 608, Año LXI, 15ss.
326. No cabe ninguna duda de que el mejor exponente de esta experiencia de pobreza humana visitada por
la misericordia divina, después de la Virgen María es, en la Iglesia, la doctora y maestra de la Infancia
Espiritual, la carmelita santa Teresa de Niño Jesús y de la Santa Faz, en quien a la luz de la Misericordia, la
impotencia conducida por la humilde confianza se hace, a los ojos de Dios, promesa de intervención y
manifestación divina. Cfr. CONRAD DE MEESTER, Con la manos vacías¸ MONTE CARMELO, Burgos
1981, 83. Teresa es un alma de luz que llegó a amar su pequeñez y debilidad como la mejor posibilidad de
experimentar el Amor de Dios, en plenitud, Cfr. P. LIAGRE, Una espiritualidad evangélica, EDITORIAL
DE ESPIRITUALIDAD, Madrid 1985, 45-53. Teresa es la niña de Dios que ha sabido amar su pequeñez
hasta lo insólito: “¡Oh! Comprendida V.C. que para amar a Jesús… cuanto más débiles somos… más
dispuestos estamos a las operaciones de este amor misericordioso que consume y transforma”. Citado por H.
U. von BALTHASAR, Teresa de Lisieus, historia de una misión, HERDER, Barcelona 1989, 283.
228

4.8. El niño enfermo: Mc 9, 14-29 (y par.)

“Al llegar donde estaban los otros discípulos, vieron mucha gente alrededor y a unos
maestros de la ley discutiendo con ellos. Toda la gente, al verlo, quedó sorprendida y
corrió a saludarlo. Jesús les preguntó: -¿De que estáis discutiendo con ellos? Uno de
entre la gente le contesto: -Maestro, te he traído a mi hijo, pues tiene un espíritu que lo
ha dejado mudo. Cada vez que se apodera de él, lo tira por tierra, y le hace echar
espumarajos y rechinar los dientes hasta quedarse rígido. He pedido a tus discípulos que
lo expulsaran, pero no han podido. Jesús les replicó: -¡Generación incrédula! ¿Hasta
cuándo tendré que esta entre vosotros? ¿Hasta cuándo tendré que soportaros? Traédmelo.
Se lo llevaron y, en cuanto el espíritu vio a Jesús, sacudió violentamente al muchacho,
que cayó por tierra y revolcaba echando espumarajos. Entonces Jesús preguntó al padre:
-¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto? El padre contestó: -Desde pequeño. Y muchas
veces lo ha tirado al fuego y al agua para acabar con él. Si algo puedes, compadécete de
nosotros y ayúdanos. Jesús dijo: - Dices que si puedo. Todo es posible para el que tiene
fe. El padre del niño gritó al instante: -¡Creo, pero ayúdame a tener más fe! Jesús, viendo
que se aglomeraba la gente, increpó al espíritu inmundo, diciéndole: -espíritu mudo y
sordo, te ordeno que salgas y no vuelvas a entrar en él. Y el espíritu salió entre gritos y
violentas convulsiones. El niño quedó como muerto, de forma que mucho decían que
había muerto. Pero Jesús, cogiéndolo de la mano, lo levantó, y él se puso en pie. Al entrar
en casa, sus discípulos le preguntaron a solas: -¿por qué nosotros no pudimos expulsarlo?
Les contestó: -esta clase de demonios no puede ser expulsada sino con la oración”
(Mc 9, 14-29).

Nota filológica: para referirse al niño epiléptico, la traducción castellana emplea cuatro términos
interrelacionados en toda la narración: hijo-muchacho-pequeño-niño. Es de los pasajes evangélicos más ricos
para nuestro tema. Nos interesa ver los originales en griego:

- en v. 17, emplea “hyós” (en el texto – νιον) para hablar del hijo de este hombre anónimo, un hijo con una
edad no definida; el latín traduce por “filius” (filium meum);
- donde alguna traducciones castellanas añaden “el muchacho” (v. 20), el original griego no lo nombra
expresamente, sólo emplea un referente;
- en el v.21, sí dice concretamente que la enfermedad la tiene “Еϰ πωδιοθεν” (ec paidióthen), es decir desde
la infancia (o sea, desde pequeño); la Vulgata traduce por “ab infantia”. Este dato es interesante porque nos
permite afirmar que en el pasaje que estudiamos, el muchacho no es ya ciertamente un niño pequeño, sino
229

más bien un adolescente o un joven, que ya dejó la infancia cronológicamente hablando. Nos interesa el
texto porque alude a una enfermedad cuyo origen está en los primeros años de vida, crece en la adolescencia
y se prolonga hasta la juventud, con fuerte implicaciones en la relación familiar. Además, aunque el
muchacho haya salido físicamente en la infancia, hay un desequilibrio entre la edad y el nivel psicológico,
afectivo y espiritual, que parece atarle a un infantilismo patológico, un estado de inmadurez que le
empequeñece y le hace sumamente vulnerable y débil, necesitado de ayuda; por eso le siguen llamando
niño… En definitiva, se trata de un pequeño;
- en el v. 24, se utiliza el término “paidíon” (ο πατηϱ του παιδιου), una expresión en diminutivo refererido al
hijo, que se traduce “niñito”; la Vulgata dice “pater pueri”;
- aunque las traducciones castellanas vuelven a utilizar el término “niño” en el v. 26, el griego no lo hace
directamente, tampoco el latín.

En los paralelos de Mt y Lc hacemos notar lo siguiente:


- Lc 9, 37-43, emplea “hyós” (en el texto – υιον): “hijo, “niño”, “descendencia”, incluso “discípulo”; en
los vv- 38 y 41. Se trata del hijo único (“μονογενηο” – “monogenés”, cfr. v. 38). También encontramos
“pais” (en el texto – πωδα), en el v. 42; significado ut supra. El texto latino traduce por “filius” y “puer”
respectivamente.
- Mt 17, 14-20, utiliza τον υιον en el v. 15, latín “filius” (hijo), y ο παιο (ho pais) en el v. 18, para referirse
al muchacho, traduciendo el latín por “puer”.

Nota filológico-teológica

Como introducción a este denso episodio, hay que decir la entrada, que los evangelios,
cuando fueron escritos, no tenían títulos a los distintos pasajes ni conocían tampoco la
división interna que ahora tenemos en capítulos y versículos; todo ello es posterior; y los
títulos a las perícopas son añadiduras de los editores. El pasaje que nos ocupa ha sido muchas
veces titulado como el “endemoniado epiléptico”, en un triple intento por respetar la
concepción de la época respecto a algunas enfermedades “inexplicables”, la actual
comprensión de las mismas a la luz de la ciencia médica, y la ineludible alusión a la posesión
diabólica que revela el texto. Todo lo cual está pidiendo una aclaración aproximativa acerca
de lo que realmente le ocurría a este muchacho, poniendo de relieve lo que el mismo pasaje
nos está indicando: enfermedad y sometimiento al Malo confluyen en este joven.

Buscando una posible lectura científica del episodio diríamos que estamos ante un caso
de autismo violento, que podría interpretarse como epilepsia autodestructora327, realidades
que el maligno emplea para destruir a este niño y a su familia.

Lo que solemos entender por demonio no es ni el protagonista ni el antagonista del


evangelio. El Diablo es algo más que un “simple dato”. Rechazarlo como un “personaje de

327. Esta afirmación no pretende negar cuanto el texto dice, sino ampliar su sentido.
230

época” no sería serio teológicamente hablando. No es un invento evangélico; más bien el


Evangelio es el primer texto de la antigüedad en el que el Mal se presenta como un enemigo
al que se puede vencer, es más, ya ha sido vencido en y por Jesucristo. El Evangelio es el
anuncio de la Buena Noticia de la victoria definitiva de Cristo sobre el mal, el pecado y la
muerte.

La figura del Diablo tiene, en los escritos del N.T., un amplio repertorio de nombres328.
Nos urge hacer algunas aclaraciones precisas porque a nivel popular suele darse la
identificación y confusión entre estas palabras: demonio – demonios – Diablo – Mal.
Intentamos un primer y superficial acercamiento a la reflexión teológica del tema en
comunión con el magisterio eclesial329.

La Iglesia ha mantenido constantemente la afirmación de la existencia de un Adversario


del designio de Dios y ha dado una aproximación a la explicación de su origen330. El tema es
complejo y merecería ser tratado con amplitud y profundidad; aquí no podemos abordarlo.
Pero para nuestro comentario a Mc 9, 14-29 sí necesitamos señalar la diferencia entre el
diablo y el demonio, e intentar ver si este muchacho epiléptico está endemoniado,
endiablado, enfermo, o un poco de todo…331

Para los evangelios, la “posesión” es siempre “demoníaca”. La persona está


“endemoniada”. No suele atribuirse la posesión aludiendo al Diablo expresamente332. La
palabra “demonio” es de origen griego. Daimónion no es ni masculino, ni femenino, sino

328. Acusador de nuestros hermanos, Belcebú, Bestia, Dragón, Serpiente antigua, Satán, Satanás,
Homicida desde el principio, padre de la Mentira, Mentiroso, Seductor, Malvado, el Tentador, Príncipe de
este mundo… (Cfr. Ap 12). Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 391ss, 538ss, 635, 1086, 1673, 1708, 1237,
2113 ss., 2482, 2538, 2841 ss.
329. Primero Pablo VI, después el cardenal Ratzinger, y finalmente Juan Pablo II, nos recuerdan que una
correcta visión del Diablo es parte real –aunque no central– de la fe cristiana. Pablo VI dijo que “el mal no es
solamente una deficiencia, sino una eficiencia, un ser vivo, espiritual, pervertido y perverso. Terrible
realidad. Misteriosa y pavorosa. Se sale del cuadro de la enseñanza bíblica y eclesiástica quien se niega a
reconocer su existencia” (Citado por J. L. MARTÍN DESCALZO, en Para mí, la vida es Cristo, Edibesa,
Madrid, 1996, 158-159).
330. Cfr. AA. VV., Catecismo de la Iglesia Católica, 391-395, ASOCIACIÓN DE EDITORES DEL
CATECISMO, Madrid 1992, 92-93.
331. A nivel popular se habla indistintamente de “demonio” y del “diablo” como si fueran términos
sinónimos, sin diferenciar entre “posesión demoníaca” y “posesión diabólica”. Pero los evangelistas no
emplean estos términos como sinónimos, distinguen entre el mundo de los demonios y el Diablo.
332. Cfr. A. MAGGI en Jesús y Belcebú, Satán y demonios en el Evangelio de Marcos, DDB, BILBAO,
2000, 156-162.
231

neutro333. Se emplea para designar potencias espirituales o fuerzas maléficas, capaces de


entrar en las personas y provocarles enfermedades. No todas las enfermedades se atribuían a
los demonios. Si la causa era “externa” y, por consiguiente, patente, la enfermedad no venía
referida al demonio; por ejemplo, en los Evangelios no encontramos un leproso, un cojo, un
lisiado o un ciego que sea considerado “endemoniado” o “poseído”. Si el “mal” estaba a la
vista, no se pedía un exorcismo; se confiaba la curación a los médicos o a un “hombre de
Dios”. Pero cuando la causa del “mal” estaba en el interior y la medicina de la época no podía
darle ninguna explicación: tenía demonio. Se presentaba un hombre mudo; podía
comprobarse que su boca y su lengua estaban en perfectas condiciones, y, sin embargo, no
podían hablar, entonces sólo cabía una explicación: tenía un demonio (cfr. Mt 9, 32; 7, 32).

Algo de esto es lo que ocurre con el niño epiléptico del que nos ocupamos inmediatamente.
De repente se tiraba al suelo, echaba espumarajos, rechinaba los dientes y finalmente se
quedaba tieso… Pero como no podía señalarse ninguna causa externa que explicase el
fenómeno, se decía: tiene un demonio (cfr. Mt 17, 14-20)334. Las limitaciones en los
conocimiento médicos de entonces están en la raíz –muchas veces– de la atribución a los
demonios de enfermedades cuyas causas no eran directamente perceptibles por los sentidos,
sin negar por ello que en los casos en los que Jesús exorciza expresamente –y el presente es
uno de ellos–, además de enfermedad, había un sometimiento al Malo que requería la
intervención salvífica de Aquel que ha venido a liberar a todo hombre y a curar a todo el
hombre. En este niño endemoniado epiléptico todo confluye: enfermedad y sometimiento.

La palabra “Diablo”, en cambio, se usa para una realidad más concreta. En el N.T. siempre
aparece como sustantivo o nombre propio y, generalmente, con artículo determinado (“el”
Diablo). En griego, diábolos (el que divide y separa), que traduce el vocablo hebreo Satanás,
significa “el adversario”, “el enemigo”. Utilizar la palabra en plural (diablos) puede generar
confusión, pues para la Biblia sólo existe “un” Diablo, que lo que pretende es separar al

333. Es un adjetivo sustantivado. Indica, por tanto, la personificación de una entidad abstracta.
334. En el lenguaje de la época, también recibían el nombre de “endemoniado” los que actuaban
extrañamente, hablaban u obraban de forma incomprensible; así vemos que al mismo Bautista y al mismo
Jesús se les llama endemoniados como sinónimos de locura (cfr. Mt 11, 18; Jn 8, 52). En el caso del joven en
que nos ocupa, “endemoniado”, acompañado por su padre (cfr. Mc 9, 14-29), no sólo Mateo aclara que se
trata de un “lunático” (cfr. Mt 17, 15), término médico por el que se designaba entonces al epiléptico, sino
que todos los síntomas que detalla Marcos (le tira al suelo, echa espumarajos…) corresponden exactamente a
lo que hoy conocemos como epilepsia.
232

hombre de Dios; y tampoco existe sino un solo “Satanás”. Cierto es que el libro del
Apocalipsis –especialmente– habla de los ángeles del diablo (cfr. Ap 12, 9) y la misma
Iglesia en el Concilio de Letrán IV (año 1215, cfr. DS 800) habla de “el diablo y sus ángeles”;
pero ello no significa que existan los diablos como si éstos fueran una multiplicación del
único Satán, padre de la mentira y homicida desde el principio. En los Evangelios el ámbito
de su influencia es principalmente moral y psicológico, y por ser el hombre un todo unitario,
aparecen repercusiones físicas tantas veces.

El Satán está relacionado con el pecado (obrar el mal) y/o con la posibilidad del mismo
(tentación – seducción); por eso se afirma que “quien comete pecado es del Diablo” (1Jn 3,8)
que seduce y engaña con la misma tentación. No se le presenta provocando directamente la
enfermedad (que obedece a nuestra débil naturaleza humana) ni “poseyendo” a nadie que no
haya consentido –de un modo u otro– a la tentación y a sus engaños. Suele actuar desde fuera
(cfr. Mt 4, 1-11 / Mt 13, 25 / Mc 8, 33 / Ef 6, 10-12 / 1Ts 2, 18 / 1P 5, 8-9 / Ap 2, 10), pero
hay que estar vigilantes para no dejarle entrar –pues se nos puede colar con gran sutileza–,
dispuestos siempre a combatir el buen combate de la fe y pidiendo al Señor que nos libre del
Maligno (cfr. 1Tm 6, 12; Mt 6, 13; Jn 17, 15).

Ahora, el adentrarnos en el comentario teológico-espiritual del pasaje, procuraremos


apuntar las posibles causas por las que este muchacho está endemoniado y enfermo a la vez,
e intentaremos ver cómo ambas realidades (enfermedad y posesión) pueden llegar a
implicarse mutuamente en detrimento de la vida de un joven que, sin Cristo, se encuentra
abocado a la destrucción, generando en su entorno un terrible sufrimiento que sólo apunta en
una única dirección: el desamor y la muerte.

Sea cual sea el resultado de nuestro recorrido en este comentario, lo que más quisiéramos
subrayar es que los Evangelios nos han transmitido el poder salvífico del Señor Jesús, que a
todo enfermo, a todo pecador y a todo poseído por un espíritu inmundo mostraba el Amor
del Padre, que es en verdad potencia sanadora, fuerza liberadora y acontecimiento de
salvación que siempre genera vida, y vida en abundancia. Cristo ha vencido para siempre el
mal, en cualquiera de sus formas, y ha vencido al Malo en todos sus engaños y maldades (cfr.
Lc 10, 18).
233

Hasta aquí un intento sintético de aclaración previa. Nada de lo dicho hasta ahora sobra
en nuestra posterior reflexión acerca del niño-muchacho endemoniado epiléptico, porque
vamos a mostrar y comentar cómo una enfermedad “natural” puede agravarse, hasta límites
de muerte, con el pecado del rechazo, la incomunicación, el desamor… Y cómo, sólo si hay
un encuentro con Jesús, el demonio retrocede, la enfermedad se vuelve cruz gloriosa hasta
emerger sanación inesperada, y el pecado se vence con el amor a lo que no vale, o mejor, a
lo que parece no valer; un amor que cura las zonas más profundas del ser y regenera a la
persona devolviéndole su dignidad de hijo de Dios. Vamos a intentar verlo todo con más
detenimiento.

Comentario teológico-espiritual

El pasaje que nos ocupa habla de un niño-joven enfermo: el endemoniado epiléptico. Los
tres evangelios sinópticos han colocado el relato inmediatamente después que Jesús, Pedro,
Santiago y Juan han descendido de la montaña de la transfiguración. La narración de Mt es
mucho más breve que la de Mc, aquél –en esta ocasión– es más simple porque es más
pedagógico; éste, en cambio, presenta un Jesús mucho más humano y narra el episodio con
más detalles que Mt y Lc; y aunque en este caso la prioridad de Marcos no sea un dato
absolutamente cierto, seguimos su relato haciendo también alguna alusión al evangelio de
Mateo.

El pasaje forma parte de la perícopa que le precede (cfr. vv. 2-13): la Transfiguración. Es
más, Mc 9, 14-29 no puede estudiarse en su profundidad significativa sin tener en cuenta
toda la cita que abarca Mc 9, 2-29. Ésta debería leerse como una unidad sin división. Tiene
una estructura tríadica: la primera parte es la transfiguración propiamente (cfr. vv. 2-8), la
última, la curación del niño enfermo (cfr. vv. 14-29), y en el centro, la referencia a la pasión
y pascua de Jesús como entrega de la propia vida (cfr. vv. 9-13)335.

Jesús ha iniciado su ascenso hacia Jerusalén; se dispone a culminar los tres años de misión
con su propia entrega pascual, abriendo definitivamente en su cuerpo un camino de vida y

335. Cfr. X. PIKAZA. Para vivir el Evangelio. Lectura de Marcos¸ Verbo Divino, Estella, 1995, 124-130.
También: Cfr. C. RNACHER. Croyants inc´redules. La guérison de I’epileptique Mc 9, 14-29. Les Éditions
du Cerf, París, 1994. Y un estudio particular del contexto del pasaje: Cfr. L. F. RIVERA, El misterio del Hijo
del hombre en la Transfiguración: RevBib 28, 1996, 19-34, 79-89.
234

amor en el que deben ir estrechamente cohesionados la relación con Dios y la relación con
los hombres, la más honda experiencia oracional y contemplativa (cual será la tenida en el
monte Tabor) con el más fuerte gesto de solidaridad sanadora y liberación humana en favor
de los más necesitados y sometidos (ejemplificado en el exorcismo del niño epiléptico),

Así lo vemos en la misma estructura del pasaje:

*Arriba, (ascenso desconocido) en la montaña de la anticipación pascual, tres discípulos


privilegiados participan ya de la perfecta oración-contemplación de la gloria, con Jesús y los
gloriosos Moisés y Elías (cfr. vv. 2-8).

*En el intermedio, (descenso revelador) se escucha el enigmático diálogo de Jesús con


sus discípulos (cfr. vv. 9-13); no se han quedado arriba: de haberlo permitido el Maestro,
accediendo a la equivocada petición de Pedro, la experiencia oracional se hubiera vuelto
experiencia evasiva, y la gloria de la santidad contemplada se hubiera convertido en
contemplación de santidad aislada de los problemas del mundo (por lo tanto, dudosa
santidad). La gloria del Tabor adquiere sentido si es luz y fuerza para iluminar las cruces del
mundo y evangelizar la sufriente humanidad de la tierra. Bueno no es quedarse con el Señor,
pero bajando hasta los hombres precisamente para que éstos se encuentren con Él.

*Abajo (estancia impotente) han quedado los otros nueve discípulos de Cristo, que luchan
inútilmente contra el demonio mudo del niño (cfr. vv. 14-29). El Hijo del Hombre ha hablado
de su Pascua, de su sufrimiento por la negación y el rechazo de los suyos (cfr. v. 12); ahora
se encuentran con la cruz concreta de este hijo endemoniado y de su padre impotente.

1. ¿Qué contenido teológico-espiritual


podemos descubrir en este pasaje?

Intentamos expresar parte del mensaje que encierra esta narración. Para ello necesitamos
volver sobre el episodio con más detenimiento. La escena ocurre durante y después de la
transfiguración. Mientras Jesús ha subido al Tabor, un padre de familia ha presentado un hijo
suyo a los discípulos que se han quedado; poseído por un espíritu inmundo, padece los
síntomas propios de la epilepsia: se agita entre espumarajos, su dientes rechinan, su cuerpo
se pone rígido (cfr. v. 18). Los discípulos han fracaso en su intento de curación… para irrisión
y burla de los fariseos. Acude ahora el padre de Jesús para que obre lo que no lograron sus
235

seguidores; se entabla un diálogo que Jesús sella con una frase contra los incrédulos, porque
sabe que todo es posible a quien tiene fe (cfr. v. 23)336.

Observamos detenidamente la situación y los personajes que aparecen:

Un niño; se trata de un niño-joven en situación de máxima debilidad y extrema necesidad


de ayuda; no sólo está enfermo sino que encima parece que hay una fuerza maligna que le
domina. Me describe los síntomas de la enfermedad empleando cuatro verbos en forma
personal. Cuando el espíritu se apodera de él, le derriba, le hace echar espumarajos por la
boca, rechinar los dientes y consumirse, o quedar completamente exhausto; es un claro caso
de epilepsia337. El muchacho está dominado por una fuerza que él no controla en absoluto;
está privado absolutamente de libertad, la libertad de decisión y voluntad que Dios quiere
para él. No es libre; ni en su cuerpo, ni en su espíritu; no se acerca a Jesús por voluntad
propia, es llevado casi a la fuerza. No sabemos si tiene fe, nadie pregunta por ella. ¿Llega a
ser plenamente consciente del encuentro con el Maestro y su sanadora consecuencia? Nada
sabemos de su respuesta o de su agradecimiento posterior.

Un padre; paralelamente aparece el padre; lo vemos con la misma debilidad e impotencia


que el hijo, a quien desde muy niño le sucede todo esto (cfr. v.21) y jamás su padre ha podido
controlarlo. La única fuerza con la que cuenta es la fe. Parece que es grande porque llega a
creer que basta con llevar al pequeño hasta los discípulos; pero éstos le han fallado (cfr. v.18),
y su fe se ha visto probada y debilitada. Algunos de los apóstoles pertenecen a una generación
incrédula que a Jesús se le hace casi una carga difícil de soportar (cfr. v.19). El padre ve a
Jesús y le expone con sinceridad –delante de todos (cfr. v.15) – lo que ya todos saben y es
evidente: su hijo tiene un espíritu mudo (cfr. v.17); desde muy pequeño sufre mucho y hace
sufrir a los suyos… aunque parece que el padre sepa que todo puede cambiar a partir de hoy,
desde el momento en que Jesús, se encuentre con él, se compadezca y acceda a su legítima

336. Es posible que éste sea el exorcismo teológicamente más interesante de los narrados por el evangelio,
ya que en ningún otro aparece con tanta claridad las armas con que el hombre cuenta para vencer a Satanás:
la fe y la oración; y éstas con una actitud propia de los pequeños: la humildad. Martin Buber y algunos otros
exégetas interpretan Marcos 9, 14-29, en el sentido de la fe total veterotestamentaria. Cfr. H. U. von
BALTHASAT, Ensayos teológicos II Sponsa Verbi, Cristiandad, Madrid, 1964, 68-69.
337. Apoderarse de él, derribarle, hacerle echar espumarajos por la boca, rechinar los dientes y conumirse
hasta la extenuación.
236

petición: “¡ayúdanos, compadécete de nosotros!” (cfr. v. 22). Pero, ¿realmente la fe del padre
es tan grande y tan firme?

Los discípulos; finalmente, los discípulos que han quedado en la ladera del monte. Para
Mc, son hombres de poca oración (cfr. v. 29), y éste es el motivo fundamental del fracaso;
mientras que para Mt el problema está en que son unos incrédulos (cfr. Mt 17, 17. 20, hombre
de poca fe; cfr. Mt 6, 30; 8, 26; 14, 31; 16, 8; Lc 12, 28). El adjetivo empleado para denunciar
la poca fe de los discípulos, no se utiliza para designar sólo un grado mínimo de la misma,
sino incluso, una falta, una ausencia casi total.

La realidad es de contrastes:

*Los discípulos son, por una parte, poco rezadores, y por otra, bastante torpes para creer;
el padre, en cambio, parece ser un hombre de fe y de oración; cree en el poder de Jesús y le
busca para suplicarle con una oración de intercesión tal que, por su sinceridad y sentimiento,
conmueve las entrañas del que ha venido a compadecerse de toda miseria humana.

*Los discípulos de Jesús discuten con los escribas, en medio de una multitud ansiosa, y
mientras tanto el niño sufre y el padre se angustia. Unos y otros evocan la realidad de una
religión incapaz de curar cuando se pierde el tiempo con discusiones de leyes y ritos vacíos,
sin empatizar directamente –para poner remedio lo antes posible– con la angustia de quienes
sufren tanto.

*No obstante, los apóstoles intentan exorcizar al niño, pero no lo consiguen (cfr. v. 18b).
parece evidenciarse aquí una especie de constante divorcio en la historia: la ruptura en la
experiencia creyente entre una oración sin vida (si entendemos que los discípulos de arriba
se despreocupan del niño) y el esfuerzo humano sin oración (los discípulos de abajo quieren
curarle pero no lo consiguen). Es más; si ampliamos nuestra atención a todos los discípulos,
observamos que los del monte desean una casa de recogimiento particular, tabernáculos
santos donde sólo se escucha una oración de paz y de luz; los del valle no tienen casa
permanente sino disputa con los escribas y angustia de un padre con su hijo enfermo. Los
del Tabor dice “¡qué bien se está aquí!”; los otros sólo experimentan que con Jesús ausente
237

se está muy mal. Los de arriba parecen ignorar que hay opresión sobre la tierra; los de abajo
intentan liberar al hombre con las únicas fuerzas humanas.

Sólo Jesús podrá superar la escisión de sus discípulos, haciendo ver a los orantes de arriba
que es necesario bajar al valle de la locura y del sufrimiento humano, y los luchadores de
abajo, diciéndoles que este tipo de demonios sólo pueden ser expulsados con oración (cfr.
v.29), por lo tanto subiendo a la experiencia oracional del Tabor, donde se recibe la fuerza
necesaria de Dios para desplegarla después en la entrega liberadora hacia los que sufren. En
Jesús se unen el Cielo y la Tierra, contemplación y acción, oración y lucha, consagración y
liberación, amor a Dios y amor al prójimo necesitado.

2. ¿Qué re-lectura podemos hacer del episodio


para nuestra reflexión?

1. La lectura del evangelio de Mc pone de manifiesto que su autor es plenamente


consciente de que en el mundo existen hombres y mujeres oprimidos, problemas generadores
de grandes sufrimientos entre sus contemporáneos (ceguera, lepra, locura, hambre,
marginación…), al tiempo que muestra que Cristo se identifica, de algún modo, con todos
estos necesitados de la tierra (cfr. 3, 7-12; 6, 53-56), esos pequeños de quienes este muchacho
del c.9 es un buen exponente. Jesús trae salvación y no sólo curación propiamente; pero uno
de los signos de su Salvación es precisamente la curación de toda enfermedad y toda dolencia.

A semejanza del presente, hay otros pasajes (en Mc) en los que aparece el sufrimiento
familiar debido a una situación destructiva en los hijos (en cuya raíz suele encontrarse una
significativa ausencia de la experiencia del amor), y cómo este mismo sufrimiento ha sido, a
la vez, una especie de dinamizador religioso, un motivo de búsqueda de Jesús y experiencia
salvadora con su encuentro (cfr. Jairo y su hija, en Mc 5, 21-43; La sirofenicia y su hija, en
Mc 7, 24-30).

2. Marcos muestra a Jesús, el Hijo verdadero, transfigurado en el Tabor, culminando un


camino iniciado por la ley (Moisés) y los profetas (Elías), rodeado de unos testigos que miran
sin entender el misterio que contemplan sus ojos y que, en su ignorancia, desean permanecer
allí para siempre; parece que quieran fundar una familia de selectos o privilegiados:
“Hagamos tres tiendas!” Abajo, donde han quedado el resto de discípulos, lo que hay no es
238

precisamente una familia en paz y armonía (la que busca formar Pedro con Jesús, Moisés,
Elías, Santiago y Juan), sino una familia rota.

En el valle no hay posibilidad de comunicación entre padre e hijo338; en el monte, en


cambio, la comunicación es intensa, cargada de revelación superior: “¡Éste es mi Hijo amado,
escucharle! (v.7)339. Un Padre y un Hijo en pura declaración de amor. En la montaña se
busca formar comunidad, porque se vislumbra una fuerte comunión (común-unión entre el
Padre y el Hijo, entre el Hijo, el patriarca Moisés y el profeta Elías, el Transfigurado y sus
discípulos elegidos). En el valle, en cambio, no hay comunidad, sólo se respira des-comunión
(entre el hijo y el padre, el padre y los discípulos, los discípulos y los escribas…). Arriba hay
comunidad y familia, luz y esplendor; abajo hay discusión, incomunicación, impotencia,
oscuridad y sufrimiento.

Dios, en el Tabor, habla de su Hijo como de su agapetos, su Hijo entrañable y querido.


El padre del muchacho, abajo, no puede hablar con su hijo, ni puede tener puesta su
complacencia en él (cfr. vv. 17-24). En parte, la verdadera tragedia está en que el padre de la
tierra no consigue decir a su hijo enfermo lo que el Padre del Cielo dice a Jesús al llamarle
“mi Hijo amado”340. Este hijo loco está enfermo de desamor. No es amado. El padre no puede
amar a un hijo asó. Por eso, desde este momento, toda la relación y comunicación de amor
entre el padre frustrado y el hijo oprimido, y no sólo recuperarla sino estrenarla, es decir
inaugurar una relación totalmente nueva: la que nace de la fe en Jesús y del encuentro con
Él, una fe y un encuentro que genera amor auténtico, amor que cura, amor que libera, amor
que salva.

La escena es clara: un padre angustiado; un hijo loco, incomunicados entre sí, en medio
de unos profesionales de la religión (escribas por una parte y discípulos de Cristo por otra)

338. Tomado el episodio en su globalidad, podríamos decir que ejemplifica el drama actual de muchas
familias: la incomunicación entre sus miembros. Familias insertas en la moderna sociedad actual que aumenta
aceleradamente la intensidad y calidad de los medios de comunicación, al tiempo que en el interior de las
mismas se aumenta paralelamente la incomunicación entre quienes la componen. Cfr. La soledad,
comunicación e incomunicación en la familia, AVIVIR, n. 134, mayo-junio 1993, especialmente los artículos:
Comunicación e incomunicación en la familia, escrito por A. ROCAMORA (p. 5ss.), y Joven, ¿Qué tal en
familia?, escrito por J.L. ROZARÉN (p. 24ss.).
339. Ya Dios había dicho de Jesús: “¡Tú eres mi Hijo amado, en ti me he complacido!” (Mc 1, 11); ahora
no ha hecho sino ratificar su amor públicamente y pedir a los hombres que escuchen a su Hijo.
340. Hay un “pecado de desamor” –o una impotencia para el amor– que sólo consigue agravar, cada vez
más, la enfermedad de un hijo epiléptico… Y con este pecado ya ha hecho su aparición la obra del maligno…
239

que no sabe qué hacer y pierden el tiempo discutiendo. En el centro de la tierra queda una
familia rota y un modo de vivir la religión que se muestra impotente ante el sufrimiento
destructor de un pequeño muchacho incapaz de controlar su situación.

Si esto le ocurría desde pequeño quiere decir que el abismo de incomunicación entre el
padre y el hijo ha ido creciendo con ellos al ritmo de la enfermedad. La falta de comunicación
familiar se convierte en principio de locura para el miembro más débil: el niño. Jesús no va
a quedarse indiferente; antes al contrario: lejos de quedarse disfrutando de su esplendor en el
monte, entretenido en la complacencia de su amado Padre, baja con presteza hasta el lugar
donde la humanidad es azotada por el sufrimiento y amenazada de muerte permanentemente,
y allí, en medio de una dramática situación familiar, allí mismo introduce Él su más honda
experiencia de filiación divina, experiencia regeneradora, santificante, profundamente
curativa, experiencia de salvación para todo hombre. El diálogo que entabla Jesús con el
padre del muchacho revela cómo la fe de un padre puede salvar a un hijo, y cómo la fe es
generadora de relaciones nuevas y vivificantes: la fe puede generar amor y regenerar el amor
cuando éste ha sido dañado.

Puede resultar esclarecedor detenernos a comentar algunos versículos significativos:

*v.17 “¡Maestro, te he traído a mi hijo que tiene un espíritu (=demonio) que lo ha


dejado mudo!” El niño está encerrado en sí mismo. Lo creen poseído por un “pneuma
alalon” o espíritu mudo. El texto no lo explica, pero da a entender que el muchacho no quiere
o no puede hablar con nadie; vive un aislamiento que ha ido minando lenta y progresivamente
todos los lazos familiares; el mutismo lleva consigo la sordera; el hijo nunca ha podido
escuchar a su padre. No ha podido guardar su palabra; padre e hijo no han podido
comunicarse mutuamente el amor. El pequeño vive un silencio que le lleva a la muerte; no
es un silencio santo, no es un silencio elegido por motivos religiosos, no es un silencio nacido
de la virtud. Es un silencio demoníaco, o mejor, satánico. El niño sobrevive encerrado en su
mundo; sufre y se agita sin una palabra de comunicación amorosa que le vincule con su padre,
ni tampoco con el resto de los humanos. Su enfermedad le ha precipitado a una vida vacía y
violenta, muda y destructora, cercana a la muerte casi de manera imparable.

*v. 18a “Cada vez que el espíritu se apodera de él, lo tira por tierra, y le hace echar
espumarajos y rechinar los dientes hasta quedarse rígido”.
240

Es un muchacho que vive en el nivel de la violencia corporalizada. Su silencio interior y


exterior se traduce en una fuerte agresividad que escapa a su control. No puede escuchar a
nadie; en nadie puede confiar; nunca le han dicho –o nunca ha podido escuchar– una palabra
salvífica y sanadora: ¡tú eres mi hijo, yo te quiero! Tal vez por eso su vida busca la muerte341;
pero no es una búsqueda movida por un deseo natural, sino más bien patalógico342. Así
malvive este niño, en el límite de una vida sembrada de muerte, en relación de violencia
contra sí mismo y frente a su padre, a quien mata cada día voluntaria o involuntariamente,
con todas sus encarnizadas e inesperadas reacciones destructivas. El muchacho es víctima de
una enfermedad psicosomática, un trastorno radical de la comunicación que le va apartando
de todos al tiempo que lo encierra en una soledad sin salida343. Sólo el amor podrá curarle;
sólo la certeza de un amor sin límites, un amor sin condiciones, un amor sin fisuras… sólo la
experiencia del amor de Dios le podrá liberar344.

341. Dice el Hno. Roger de Taizé: “sin amor, ¿para qué existir?” El sentido de la vida humana está en el
amor, en la constante fluctuación entre ser amado y amar, saberse amado para siempre, amado hasta la
eternidad. Cfr. Hno. ROGER, de TAIZÉ, Las fuentes de Taizé, Herder, Barcelona, 1983, 60. Sin la
experiencia del amor es imposible una vida sana, una vida feliz, una vida alegre. Cfr. M. CABADAM o.c.,
11-28; en esas páginas encontramos una síntesis sobre la importancia del amor en el ser humano, contrastando
las posturas al respecto de autores como Unamuno, Klein, von Balthasar, Teilhard de Chardin, A. Montagu,
E. Fromm, J. Rof Carballo. La Primera Encíclica del Papa Benedicto XVI, Des caritas est, ha puesto
plenamente de relieve toda esta verdad que intentamos comentar: sólo el Amor de Dios trae realmente la
salvación a todo hombre y a todo el hombre. Cfr. BENEDICTO XVI, Deus caritas est, 2006.
342. Muchos niños como éste, se hacen daño a sí mismos con la consciente o inconsciente intención de
hacer sufrir a sus padres, y así captar toda la atención y el afecto de éstos, de quienes siente su carencia aunque
no sea así objetivamente. Cfr. E. FROM, El corazón del hombre, Fondo de Cultura Económica, Colección
Popular, Madrid, 1984, 36-67.
343. A niveles que no podemos dilucidar aquí, podemos pensar que el muchacho se ha creído la mentira del
tentador: nadie te quiere, eres un trasto y un desastre vergonzoso… tu vida no vale la pena y tu padre está
harto de ti. Si alguien se cree esta falsedad, a veces corroborada por una equivocada interpretación de la
historia, la consecuencia es buscar la muerte, física, ontológica, social, relacional, espiritual… porque el Satán
es padre de la mentira y homicida desde el principio. Sólo el Amor de Dios podrá vencer el círculo infernal
de un desprecio lacerante.
344. Cada día son más psicólogos y psiquiatras que coinciden en afirmar que muchos de estos
comportamientos de tipo agresivo en la infancia tienen su origen en una sensible falta de afecto. Cfr. P.
FINKLER, Buscad al Señor con alegría, Paulinas, Madrid, 1986, 15-22. Por ello, sólo una buena dosis de
afecto constante y seguro podrá sanar y curar las heridas provocadas por la ausencia destructora del mismo,
especialmente en los primeros años de la vida. Cfr. M. CABADA, o.c., 47-119. Los maestros de la psicología
coinciden con los maestros de la espiritualidad: reconocer que la mejor terapia para ciertos casos de trastornos
psicoafectivos se encuentra en grandes dosis de afecto, cariño y amor, es reconocer la experiencia confesada
de san Juan de la Cruz: Donde no hay amor, pon amor, y recogerás amor. El amor humano puede curar…
pero siempre estará incompleto sin la experiencia del Amor de Dios, que salva. Y hay situaciones en la vida
que no tienen curación, pero con Dios sí tienen salvación.
241

*v. 21. “Entonces Jesús preguntó al padre: ¿cuánto tiempo hace que le sucede esto? El
padre contestó: desde pequeño”. Jesús conoce las angustias profundas del padre del
muchacho, y con el diálogo que entabla con él nos hace descubrir que ambos –padre e hijo–
están necesitados de curación. No es el hijo el único enfermo; también lo está el padre, quien
ha fracasado como padre y parece encontrarse sumido en una oscura depresión motivada por
el sufrimiento persistente y creciente del hijo; además, su fe está siendo seriamente probada,
la siente tambalear, y la oscuridad de la duda ronda sin reparo su mente y su corazón.

De alguna manera podemos decir que la posibilidad de curación del hijo pasa por la
curación del padre. Jesús podía haber obrado el milagro prescindiendo de las mediaciones,
es decir, relacionándose exclusivamente con el muchacho; pero también el padre necesita ser
ayudado. La curación será eficaz y permanente no sólo cuando el niño sea liberado, sino
además cuando el padre aprenda a amar a su pequeño y éste pueda entablar una continua
comunicación y una fecunda relación de amor345.

Jesús hace que el padre se desahogue contándole la terrible enfermedad de su pequeño y


confesando al mismo tiempo, tanto su absoluta impotencia como su total frustración respecto
del poder de los discípulos: “He pedido a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han
podido” (v. 18b). A éstos parece que les falta fe, y el Maestro les incluye dentro de su queja
y su reproche: “¡Generación incrédula!” (v. 19). Y no sólo fe, les falta también una seria
experiencia de oración, de confianza, de intimidad filial respecto del Padre (como la que vive
el mismo Jesús y que ha querido transmitir a los tres discípulos escogidos en la cumbre del
Tabor), experiencia que le permita saberse siempre escuchados por Él y atendidos en sus
peticiones, sobre todo cuando éstas están en función de la vida y son urgidas desde el amor
a los hombres.

*v. 22b. “Si algo puedes, compadécete de nosotros y ayúdanos”. Jesús actúa con suma
delicadeza, dialogando con el padre de forma clara y comprensiva, sin acusarle de nada, sin
condenarle, sin humillarle. Simplemente le escucha, deja que se vaya desahogando para, al

345. El diálogo frecuente y la comunicación familiar son realidades tan necesarias y básicas –especialmente
en la infancia, adolescencia y juventud– como lo pueda ser el alimento, el descanso, el afecto. No cultivarlas
en su momento acarreará problemas serios posteriores. Cfr. A. SÁNCHEZ SÁNCHEZ, Dimensiones del
diálogo entre padre e hijo, en Comunidad Educativa, n. 178, abril 1990, Madrid 6-12.
242

final, conducirle a lugar donde la fe y la confianza (en Dios, en Jesús, en sí mismo y en el


hijo) le hará superar la incredulidad y el desamor entrando en el milagro de la curación.

Jesús, en su diálogo terapéutico con el padre del muchacho, llega a la raíz del problema,
una raíz no confesada todavía, una raíz oculta o por lo menos con dificultades para ser
reconocida abiertamente: el paso del tiempo (han sido muchos años sufriendo… ya desde
pequeño), la experiencia creciente de impotencia, la complejidad de la enfermedad, la
densidad del mutismo en la relación padre-hijo, la permanente sombra de la muerte rondando
a su criatura, y tantos otros sentimientos de desesperanza que podemos suponer, todo ello ha
ido sumiendo al padre en una noche oscura tal que, si tenía fe en Jesús –no sabemos si era
judío o no, aunque todo parece indicar que sí– ya poca le quedaba, y tras la comprobación de
la inutilidad de sus discípulos, la duda y la incredulidad terminó por apoderarse de su pobre
corazón.

Frente a Dios, que abre en Jesús un espacio de palabra (¡escuchadle!), se sitúa un niño sin
palabra. Sin palabra no es posible una confesión de fe. Jesús ha tenido una palabra cercana
y oportuna para este padre sumido en la tristeza; una palabra que, puesta en dinámica de
diálogo, logra provocar en el padre un triple afecto sanador: primero, que exteriorice sus
dudas sencillamente (si algo puedes…); en segundo lugar, que exprese en voz alta una súplica
confesante, pidiendo la intervención del Maestro a quien ha buscado con sinceridad, le ha
traído su hijo enfermo, y ahora, pese a todo, sigue creyendo en su poder (Maestro, te he traído
a mi hijo… si algo puedes ¡compadécete de nosotros!); y en tercer lugar, que confiese su fe
junto con la debilidad y los límites humanos de la misma (¡Creo, pero ayúdame a tener más
fe!).

*v. 23. “Jesús le dijo: Dices que si puedo. Todo es posible para el que tiene fe”. Es la
expresión del convencimiento de un israelita auténtico (cfr. Gn 18, 14 / Ga 2-4 Rm 1-5).
Jesús entiende la fe como un don inmenso al que ha querido supeditar incluso su propio poder
curativo (cfr. Mt 9, 2. 22. 29; Lc 8, 50; 18, 42; Jn 11, 40; Mt 13, 58). Pero la fe no es sólo
fuente de salvación interior sino también fuerza de transformación personal, en las relaciones
de cada ser humano consigo mismo, con sus familiares, con sus amigos, con la sociedad, con
la naturaleza, con Dios. Cuando no hay fe (cuando no hay confianza en Dios, y
consecuentemente en las personas, en los amigos, en sí mismo), se genera –ad intra y ad
243

extra del ser personal– constantes disociaciones en toda relación, creciendo la duda, la
sospecha, el mutismo, el aislamiento, una soledad de muerte.

¿A qué tipo de fe alude Jesús? Obviamente el Evangelio nos habla de la fe de un creyente


en el Dios que se revela. Pero necesitamos decir algo más. La fe es parte de la integridad
humana. Sin confianza, las relaciones humanas no podrían darse positivamente. La fe tiene
sus raíces en la vida misma, porque en su base antropológica, la fe es, ante todo, la confianza
original del hombre en la vida346. Sin esta confianza básica, los hombres podrían dar un solo
paso, se aislarían totalmente y el temor les invadiría convirtiéndose en obsesión enfermiza.
Algo de esto le ha ocurrido a los personajes del texto (padre e hijo). El misterio de la fe está
en la profundidad insondable del ser mismo, coincide con el ser de la persona. La fe además
permite la comunicación, nos abre al otro. La fe humana hace posible la convivencia y la
comunicación. La única manera de establecer relaciones con alguien –hombre o Dios–, es
mediante la confianza y la aceptación mutua; sin fe, mi “yo” sería límite de toda experiencia
posible… y así se encuentra este muchacho endemoniado, porque ni conoce a Dios, ni confía
en su padre, ni se puede fiar de sí mismo.

Hablar de la fe como estructura fundamental de nuestra existencia, es hablar de la fe como


una necesidad humana para vivir, sin ella, el hombre muere sumido en su propio vacío
existencial. El padre y el hijo del pasaje evangélico han perdido la relación de confianza, y
se han quedado como atrapados en sus propios límites. ¿Qué pueden esperar el uno del otro?
El padre nos enseña la ineludible necesidad de una fe religiosa; ésta, no solamente es un
comportamiento lo más humano que podamos imaginar, sino que además la fe religiosa
supone la humana. De hecho, una fe total entre hombre y hombre sería algo inhumano, pues
el hombre es limitado, finito y resulta contradictorio apoyarse en lo limitado y contingente
(cfr. Jr 17, 5. Cfr. Sal 146, 3-4). Apoyarse totalmente en el hombre es buscar un “dios” donde
no está, y así quedar totalmente defraudado… y algo de esto ha experimentado el padre del
muchacho con el fracaso de los discípulos que no han podido curar a su hijo. Sólo Dios es
digno de fe (y sólo un Dios que fuera el amor absoluto merecería confianza incondicional);
y este padre busca en Jesús a este Dios que puede salvar; su fe en Él se convierte en una

346. Cfr. M. GELABERT, Fe, en A. TORRES QUEIRUGA (dic), 10 Palabras Clave en Religión, Verbo
Divino, ESTELLA 1992, 225-251. De lo que dice este autor nos servimos para hablar de la fe en este apartado.
También, cfr. H. FRIES, Teología Fundamental, Herder, Barcelona 1987, 23-131.
244

afirmación permanente de la voluntad de ser y de vivir; y curiosamente, por la fe religiosa en


Jesús se reconstruye la fe humana en la relación padre-hijo, relación deteriorada hasta el
extremo de una total incomunicación. Sólo la fe en Dios puede regenerar por completo la fe
en el hombre y reconstruir la deteriorada relación de confianza del mismo hombre para con
sus semejantes347.

Pero además, lo más importante de este episodio a la hora de hablar de la fe –y de la fe


religiosa–, es descubrir que ésta no consiste en la mera aceptación intelectual de unas
verdades dogmáticamente pronunciadas y racionalmente formuladas sin más. Sin adhesión
cordial, la fe es dudosa, porque estaría reclamando una aceptación que tendríamos que hacer
apoyados en una autoridad sobrenatural, aceptada como suprema –y que por esto mismo no
estaría al alcance de la razón–; entendida así, la fe podría hacerse incompatible a la
experiencia humana348. No es lo que enseña el Maestro. Jesús se lamenta profundamente por
la falta de fe, tanto de sus discípulos como de toda esta generación (¡Oh generación
incrédula! ¿Hasta cuándo tendré que soportaros? V. 19). En el fondo es el lamento por la
falta de acogida, aceptación y confianza en su persona y en el mensaje que anuncia.
Observando el diálogo y la relación que Jesús establece con este padre y su hijo, el Evangelio
nos muestra claramente que la fe a la que alude el Señor (cfr. v. 23) consiste en un encuentro
personal, que abarca la totalidad de la persona, con su inteligencia, su voluntad, sus
sentimientos.

Ésta es la experiencia que han tenido en el Tabor, tanto Él como sus discípulos; Él con su
Padre; sus discípulos con Él (han visto, han oído, han sentido, han deseado… ha sido una

347. Cfr. J. I. GONZÁLEZ FAUS y J. VIVES, Creer sólo se puede en Dios. En Dios sólo se puede creer,
Sal Terrae, Santander, 1985.
348. En cambio creer es perfectamente razonable; es razonablemente humano creer. Nosotros pensamos que
es verdaderamente necesario. Dice Mons. D. Elías Yanes: … “es razonable creer en Dios; no es que sea
evidente, pero es razonable. Por lo menos hay tantas razones para creer en Dios; no es que sea evidente,
pero es razonable. Por lo menos, hay tantas razones para creer como las que pudiera haber para no creer.
La fe es suficientemente oscura para que el que no quera creer pueda no creer, pero lo suficientemente clara
como para el que pueda creer razonablemente. La razón no es fundamente de la fe, pero es una condición de
la fe cristiana”. (Entrevista con doce Obispos españoles, o.c., 259, Sobre este mismo tema y en la misma
obra citada habla también Mons. D. RICARDO BLÁZQUEZ, p.83 y Mons. D. JOSÉ DELICADO BAEZA,
p. 139ss.). El Papa Juan Pablo II comentó ampliamente este tema de la razonabilidad de la fe en su
decimotercera encíclica titulada FIDES ET RATIO, 1998. Interesante también la reflexión de MARTÍN
GELABERT en su libro, Cristianismo y sentido de la vida humana, EDICEP, Valencia 1995, pp. 43-46.
245

experiencia real, sensible, vital)349. Jesús quiere hacer descubrir al padre del muchacho –y
de paso lo aprenderán sus discípulos– que decir “yo creo” significa principal y
fundamentalmente: “Yo creo en ti, te creo”350. De manera que la fe entonces se convierte en
la forma por la que yo tengo acceso a la persona del otro, a su intimidad más profunda, a su
realidad más genuina351. El padre del niño enfermo tiene visos de esta fe; se ha abierto a la
sinceridad a Jesús, confesándole todo, sus esperanzas, sus dudas, sus decepciones, su
debilidad, su angustia, su incertidumbre, su tristeza.

El padre apela a la compasión de Jesús (si algo puedes ¡compadécete de nosotros!);


porque conoce la bondad de su corazón y sabe que él mismo ha prometido aliviar a los que
acuden a Él con cansancios y agobios (cfr. Mt 11, 28). Ha conocido la hondura comprensiva
y compasiva del Señor abriéndose a la fe en su persona (¡Creo, pero ayúdame a tener más
fe!) Jesús le ha ofrecido seguridad: Todo es posible para el que tiene fe (todo es posible si
crees en Mí… ¡ánimo!). Así no ha mostrado que la fe es respuesta a una oferta de amor y
posibilidad de participar en la vida del amado.

Más aún: escuchando bien esta humilde petición, no sólo tendrá compasión del hijo sino
también del padre (¡compadécete de nosotros!), y le invitará a reiniciar su camino de fe352;
reiniciarlo con la ayuda de Jesús, aceptando a Dios como Señor de la vida y redescubriendo
la gracia de su paternidad en clave de confianza. En el fondo se trata de convertir al padre
para que el hijo se cure; ayudar al padre a reencontrarse con el amor del Padre que conoce
como nadie el sufrimiento de cada hijo, y para ello, el único Camino es Jesús mismo
(cfr. Jn 14,6).

349. RANIERO CANTALAMESSA (predicador de la Casa Pontificia), afirma y explica muy


acertadamente la historicidad del acontecimiento de la Transfiguración en su libro: El misterio de la
Transfiguración, Monte Carmelo, Burgos 2003, pp. 21-24.
350. “La fe no es adhesión de la mente a un principio abstracto, sino entrega de la confianza y del corazón
a una persona, para el cristiano a la persona histórica de Cristo”. (M. de UNAMUNO, Ensayos, Aguilar,
Madrid, 1958, II, 60-61). De hecho, la misma palabra latina credete, proviene de cor-dare, entrega el corazón.
351. Cfr. M. GELABERT, Valoración cristiana de la experiencia, o.c., 12.
352. La fe entendida como camino, como itinerario a recorrer, como proceso y dinámica de encuentro y
transformación, y no como algo ya conseguido, estático e inamovible. Si es verdad que en la Escritura Dios
mismo se ha manifestado de forma gradual (cfr. LG 9), también lo es que del mismo modo actúa Dios con las
personas, y así Jesús, en su encuentro personal con este hombre, no se impone violentamente, le respeta en
sus dudas, entra en diálogo con él, le va iluminando, ayudando,… le va amando, y esta experiencia de amor,
le salva.
246

*v. 25 “Espíritu mudo y sordo, te ordeno que salgas y no vuelvas a entrar en él”. Jesús
no ha sido un padre de familia en el sentido biológico, pero puede presentarse como amigo,
hermano, incluso padre en un nivel más hondo de comunicación. Su Palabra ha sido luz para
la oscura fe del padre y consuelo para la angustia de su corazón. Su Palabra en diálogo ha
sido escrutadora de sentimientos y reveladora de promesas y certezas. Su Palabra, ahora, se
manifiesta con pleno poder sobre todo lo que atenaza al hombre, sobre todos los demonios a
los que se encuentra sometido. La palabra de otros, en cambio, no han sido eficaces353:

Los escribas no han podido salvar al muchacho. Para ellos el acceso a Dios está en el
cumplimiento de la Ley, no en el dolor de la humanidad y el encuentro con Jesús. Ellos no
pueden expulsar demonios, porque ponen la estructura de la Ley por encima de la experiencia
de la compasión. Su atención está más en la fuerza de la ley que en la fragilidad del ser
humano. Y ante un niño enfermo y un padre confundido, ¿qué hacer? Los niños no se salvan
por la ley. No es el cumplimiento de las normas y las leyes religiosas lo que salva a los niños
en cada generación (ni en sus familias, especialmente cuando se dan relaciones tan
debilitadas y quebradas). Es el amor, fundamentalmente el amor y la fe lo que realmente
salva a los niños y a sus familias; y el amor de Cristo, anunciado, acogido, experimentado
sensiblemente a través de su Palabra, los sacramentos, la oración, las obras de misericordia,
la entrega a los pobres, la experiencia del perdón: un amor plenamente humano y plenamente
divino. Un amor que capacita para vivir la ley. La auténtica ley que salva es el Amor de Dios.
las otras leyes, normas, reglas, preceptos, etc., tendrán una importancia pedagógica relativa,
pero nunca centra y absoluta en la experiencia de la salvación (cfr. Ga 3, 23-26).

353. Escribas y discípulos discuten, como discuten hoy mil veces ministerios nacionales, políticos y
discípulos de Jesús… Será necesario hablar y buscar juntos soluciones a los problemas de los niños y jóvenes,
las familias y la educación; pero no debería ocuparnos en exceso un debate que terminara por distraernos de
la urgencia fundamental: posibilitar el encuentro con Jesús. Cuentan que, en cierta ocasión, acusaron a la
Beata M. TERESA DE CALCUTA de no favorecer la erradicación de la pobreza combatiendo las estructuras
en foros de debate político, económico y social, en los que el impacto mediático por el reconocimiento
internacional de su persona, podría ser muy eficaz; pero ella respondió: Los pobres no pueden esperar a que
nos pongamos de acuerdo con tanta reunión, parlamento, documentos y trámites burocrático; mientras
ustedes hacen todo eso, que sin duda será necesario, yo me arrodillo ante cada uno de estos pobres y les
ofrezco el amor de Jesús. Si las discusiones con la Administración nos sustrae del contacto directo educativo
y pastoral con las familias y los hijos, y silencia el anuncio explícito del Evangelio y el ejercicio de la Caridad
para con los necesitados, sólo cosecharemos esterilidad en la gestión. El niño y el joven necesitan una atención
directa, hecha de cercanía, de Evangelio, de Fe y de Amor de Dios. Habrá que trabajar desde instancias
políticas e institucionales para conseguir el bien de los niños, los jóvenes, los hijos, las familias… pero sin
descuidar la Evangelización y misión pastoral directa con todos ellos.
247

Los discípulos (los nueve que han quedado abajo) se muestran también incapaces de curar
a estos enfermos (cfr. vv. 14-18). Ellos reconocen el valor de las curaciones; saben que Dios
sufre en los necesitados, pero no pueden ayudarles eficazmente porque no tienen fe plena
(v.19), y porque no saben orar (v.29), es decir, no han subido a la montaña de la
transfiguración. La oración auténticamente cristiana será la que una indisolublemente al
hombre con Dios y a Dios con el hombre; no es oración cristiana la que se desentiende del
sufrimiento humano. La clase de demonios que sufre la humanidad no pueden expulsarse sin
la experiencia de oración (sin la fe en Dios, sin la apertura a la Trascendencia); y
paralelamente, la oración cristiana, lo es ciertamente si logra expulsar los demonios de los
hombres.

Sólo Jesús puede curar, no sólo por ser el Salvador, sino también porque en su humanidad
ha hecho camino de fe subiendo al Tabor en una experiencia fundante de oración y
transfiguración, para bajar a la realidad sufriente del mundo, descendiendo en actitud de
entrega de la vida, atendiendo a un padre angustiado y compadeciéndose de la locura de su
hijo, curando la destrucción de la familia y del hogar. Este camino de fe (camino humano-
divino) se revela como realidad necesaria a recorrer, camino de ascenso del Padre y de
descenso hacia los hombres, y no para separar sino precisamente para unir, y unir bajando la
experiencia del Padre hasta los hombres y elevando el sufrimiento de los hombres hasta el
corazón del Padre. En Jesús se encuentra el encuentro salvífico entre el hombre y su Dios,
Dios y su creatura… el Padre y sus hijos. ¡Jesús es el Camino de nuestra salvación!

*vv. 26-27. “Y el espíritu salió… el muchacho quedó como muerto… pero Jesús,
tomándole de la mano, le levantó y él se puso en pie”. Jesús cura al hijo enfermo curando al
padre. Ha hecho recorrer al padre un camino de fe. La fe en Jesús ha restaurado la relación
de confianza con su hijo. Jesús es transmisor de la relación de confianza más honda y más
alta que haya podido alcanzar jamás ningún ser humano: la suya con su Padre.

El padre del muchacho acepta, consiente, está dispuesto. No se desentiende del problema
ni busca echar la culpa de todo a su hijo, ni siquiera pide cuentas a Dios de la enfermedad, ni
pide explicaciones al Mesías del por qué de tanto sufrimiento. Todo lo contrario: consciente
del problema de su pequeño, ha salido en busca de Jesús; la destrucción de hijo ha dinamizado
al padre colocándolo en un camino de encuentro con el Señor, a quien le ha abierto su corazón
248

confesando toda su oscuridad. Jesús, acogiendo, acompañando, amando, ha sabido penetrar


en el problema: un abismo de ruptura familiar y una opresiva incertidumbre constante.
Bajado de la montaña del encuentro con Dios, convencido de su vocación más genuina (la
filiación: ¡Tú eres mi Hijo! Mc 1, 11; cfr. 9, 7) actúa como hermano de los hombres y Señor
de toda enfermedad, llegando hasta el fondo del sufrimiento humano, para reconducir al
hombre a su auténtica salud (salvación): la experiencia de la filiación divina. Jesús transmite
lo que el Padre le ha dicho: tú eres mi Hijo; en ti me he complacido. El Padre se lo ha dicho
al iniciar la misión (cfr. Mc 1, 9-10) y cercano ya a concluirla (cfr. 9, 7). Sólo en estos dos
momentos ha unido Marcos las palabras Hijo y querido, dando a entender la íntima unión
entre amor y donación de vida. El epiléptico vive sin vida porque no recibe amor. Jesús baja
del Tabor y baja el éxtasis de amor allí vivido con su Padre para ofrecerlo y darlo a quien lo
necesite… y decirle al padre del niño que quiera a su hijo con el Amor de Dios, que le ame
con el Amor que Él mismo les da, y que este Amor divino-humano le curará.

3. ¿Podemos hacer una lectura actual del episodio?

En nuestra sociedad actual muchos niños sobreviven y se forman deformándose en medio


de realidades familiares deterioradas; son muchos los que no conocen a Jesús, y muchos los
que desde pequeños sufren las consecuencias de esta ignorancia. Sometidos a la catequesis
del mundo354, se encuentran a veces como poseídos por el mal, la violencia, la agresividad,
la “depresión infantil”, incluso la angustia vital, hasta llegar a derivar en suicidio, y no
solamente físico, también espiritual y moral. Quien trabaja a diario con niños en la escuela,
en barriadas pobres o en ambientes sobresaturados de todo, sabe, cuando lee Mt 17, 15 /
Mc 9, 17-18 y Lc 9, 38-30, que esto –interpretado con un lenguaje simbólico– sigue
ocurriendo hoy, y con gran virulencia. Muchos niños, en la moderna y vieja Europa –saturada

354. Hay un bombardeo constante –en todos los medios de comunicación– de propaganda de los
motivadores por los que esta sociedad de consumo parece desvivirse: acumular, ganar dinero a costa de lo
que sea, afanarse, por todo tipo de poder, idolatrar el cuerpo, la imagen, la belleza, la salud, el prestigio, el
éxito, la comodidad y el hedonismo, el placer inmediato… etc. Es la idolatría del mundo y que está
abiertamente en oposición al Evangelio, el Sermón del Monte, el espíritu de las Bienaventuranzas. Juan Pablo
II lo señaló en París, durante la celebración de la XII Jornada Mundial de la Juventud; allí advertía a los miles
de jóvenes reunidos, sobre el peligro de fascinación engañosa de este mundo fugaz y la consecuente vaciedad
en la que el hombre se encuentra como atrapado, porque “este mundo rico, seduce, atrae el corazón tanto
como la voluntad; pero, al fin de cuentas, no colma el espíritu” (JUAN PABLO II, Discurso a los jóvenes,
pronunciado durante la vigilia del sábado 23 de agosto de 1997, en el hipódromo de Longchamp, París).
249

de riqueza materiales–, viven sin calor afectivo en el hogar, sin estabilidad familiar, crecen
entre el salvajismo y el capricho, hijos de una sociedad de consumo que les precipita a una
juventud vacía de ideales, donde el esfuerzo y la abnegación son términos desterrados por
completo; jóvenes que no han conocido en su momento ni la corrección ni el sacrificio;
jóvenes enormemente frágiles y vulnerables que fácilmente caen en las redes del vacío
existencial, el sin-sentido de la vida, el escepticismo, la apatía y la alienación de diverso
tipo355.

Los padres contratan con angustia el descontrol de algunos hijos ya desde pequeños; hay
hijos que se muestran tiránicos con sus progenitores, irascibles en todo momento, coléricos
y de alguna manera, indomables356. Son niños que apenas conocen la paz, la serenidad, la
dulzura y la ternura del afecto; y no lo conocen porque no lo tuvieron en su momento, o lo
han tenido de un modo caprichoso, desproporcionado, sin luz pedagógica ni educativa, y si
verdad evangélica357. No han conocido una comunicación amorosa respecto de sus padres.

355. Mons. D. ELÍAS YANES, hablando del materialismo práctico que ahoga la vida espiritual, comenta
a propósito de lo que estamos afirmando: “A mi juicio se ha desarrollado una determinada pedagogía de la
familia que no ha ayudado nada. Hay muchos padres que para que sus hijos no padezcan las dificultades que
ellos padecieron en su infancia tienen tendencia a concederles todo lo que piden. Se trata de una actitud
pedagógica familiar que es negativa. Hay muchos niños y jóvenes que crecen sin haber tenido nunca que
renunciar a nada, ni desprenderse de nada por beneficio de los demás, es decir, sin tener la experiencia de un
sacrificio gratuito y gozoso. Ésta es una carencia que tienen muchos jóvenes hasta la edad adulta (…), cuentan
con una madurez psicológica frágil (…) una cierta incapacidad para entregar su vida a unos valores morales”.
(Entrevistas a doce Obispos españoles, o.c., 256-257).
356. Del fenómeno de creciente incomunicación en el interior de las familias, especialmente en la
deteriorada relación padres-hijos, se han hecho eco numerosos artículos escritos en periódicos y revistas de
divulgación, al comentar los afectos dañinos que ejerce cierta programación televisiva, sobre la infancia y
juventud; especialmente interesantes los siguientes: “Asesinitos” (sobre la agresividad de ciertos niños,
adolescentes y jóvenes, respecto de sus padres, que han llegado al homicidio), escrito por B. JUEZ y D.
MERMELSTEIN, y publicado en la revista Cambio 16, 5 septiembre de 1994; n. 1.189, p.23 “En vasa mando
yo” (sobre la tiránica autoridad de algunos niños desde muy pequeños respecto de sus padres, hasta el punto
de vivir una verdadera situación de angustia incontrolable, miedo y terror), bastante bien documentado, escrito
por G. DELGADO y B. JUEZ, en el mismo número de Cambio 16 que hemos citado, pp 16-22. Paralelamente,
el periódico ABC, en su sección Los análisis de ABC, publicó en diciembre de 1993 (domingo 12), un amplio
reportaje con estadísticas muy precisas, sobre los niños como víctimas de la violenta televisiva, en él se
incluyen diversos informes, reportajes y artículos escritos por G. SUAREZ (entonces ministro de Educación),
E. FERNÁNDEZ (entonces portavoz adjunto del PP en el Congreso de los Diputados), el sociólogo A. de
MIGUEL., el psiquiatra J. M. LÓPEZ-IBOR y la catedrática de Psicología Mª J. DÍAZ-AGUADO. (Otros
artículos: Los niños españoles ven en TV 90 escenas de violencia al día, escrito por J. M. VIGARA, en el
regional Levante, apartado Comunicación, viernes 5 de febrero de 1993: en las Provincias –regional
valenciano–, p.78 del jueves 4 de febrero de 1993; en el ABC del domingo 23 de octubre de 1994, en el
apartado de Sucesos, pp. 94-95).
357. El psiquiatra español I. ROJAS MARCOS, ha escrito sobre este tema en varias ocasiones, y él asegura
que la violencia se aprende. La semilla de la violencia se siembra en el hogar “El carácter violento –escribe–
se cultiva en los primeros años de vida. La crueldad gratuita no es fruto de la demencia, sino del aburrimiento.
250

Lo que no se sembró en la primera infancia no se pueda pretender cosechar después. Muchos


de estos niños no se han encontrado nunca con Jesús, que es el amor verdadero que cura,
regenera, transforma y salva. No han aprendido a controlar su cuerpo, ni a dominarlo, ni a
encauzar sus fuerzas para el bien. En muchos, su naturaleza humana queda rebajada a lo
puramente animal, sin capacidad de decisión libre, sin voluntad propia, esclavos de sus
apetencias instintivas e incapaces de esperar un bien a largo plazo, dado que el placer
inmediato es a lo que se han acostumbrado. Algunos niños han crecido como plantas
salvajes; muchos viven o sobreviven sin Evangelio. Nadie les ha proporcionado una auténtica
educación cristiana. Nadie los ha llevado hasta Jesús para que Él los toque, los bendiga, los
defienda, los abrace, los cure, los salve… nadie los ha evangelizado.

La permanente y subliminal catequesis de un mundo pagano, donde reina la confusión de


Babel y la idolatría de Babilonia, sólo ha generado en ellos un desenfrenado ritmo de vida,
lleno de ruido y estridencia, donde no se conoce ni la belleza ni la armonía, donde se ha
erigido como valor lo que destruye y como nueva estética lo que hiere a la vista y al oído. En
la sociedad actual, muchos niños acusan la enorme ausencia del cultivo de la interioridad y
todas las consecuencias positivas que de ésta se derivan para su crecimiento armónico y
equilibrado358. Son hijos de una sociedad de consumo, productividad desenfrenada y si
normativa moral; heredero del mal sembrado por la Bestia apocalíptica, los video-juegos de
guerra, el muñeco satánico, el tarot y las cartas, los juguetes bélicos con animales
monstruosos… Muchos, al iniciar la juventud, tienen sus primeros escarceos con diversos
sucedáneos de felicidad que, prometiendo un placen inmediato, sólo contiene muerte lenta;
son como un cianuro dosificado pero disfrazado de experiencia maravillosa. Muchos
jóvenes, ya desde su primera adolescencia, se deslizan por la pendiente de la droga y el
alcohol, pretenden alucinar balanceándose entre el éxtasis y el botellón, la pornografía o el
esoterismo, adentrándose en el sexo desordenado y la violencia atendida como un juego;

Aprendamos a odiar siendo odiados. El ser humano siempre ha sentido fascinación por la violencia”. Citado
por M. LENGUINECHE, o.c., 16-17.
358. El Comité francés del B.I.C.E. (Bureau International Catholique de I´Enfance) publicó a finales de
1989, un cuestionario sobre “El niño y el vacío espiritual de hoy”, dirigido a los colectivos e instituciones
dedicadas a la educación infantil y juvenil. Un análisis de respuestas a dicho cuestionario lo podemos
encontrar en la revista Comunidad Educativa, ICCE, n. 176, febrero 1993. Madrid, pp. 19-21. En el mismo
número, encontramos también un artículo sobre el cultivo pedagógico de la interioridad en los niños y jóvenes:
Cfr. F. CUBELIS SALAS, Psicopedagogía evolutiva de la interioridad, en Comunidad Educativa, ICCE, n.
176, febrero 1990, Madrid, 12-14.
251

muchos inician un viaje mortal sin retorno al pretender vivir sin límites morales y con una
relativismo de valores tal que el precipicio hacia el vacío –tantas veces en caída libre–, el
sin-sentido y el infierno en vida están asegurados.

Todo esto y mucho más hace decir a algunos padres: No sé qué hacer con mi hijo… ¡si
usted puede ayudarnos en algo! En situaciones así, los padres constatan su extrema pobreza.
Hay una grandísima impotencia en el hombre frente al mal (en el texto de Mc 9, bajo el
término enfermedad-posesión). Pero Jesús, en este relato, desenmascara una miseria todavía
mucho más grave: la incredulidad, la falta de fe, que acarrea también la falta de amor y de
esperanza359. No conocer a Jesucristo (no conocer todo lo que es Él: la Paz, la Alegría, el
Perdón, el Amor incondicional, la Misericordia entrañable, la Comprensión, la Compasión,
la Generosidad, la Libertad, la Luz, la Vida, la Verdad, la Salvación) pone en riesgo la
felicidad del hombre, puede la Vida verdadera está en conocerle a Él (cfr. Jn 17, 3) ¿Qué
esperanza queda?: sólo un encuentro con Jesús, progresivo y permanente, podrá suplir
aquella carencia humana, y mucho más, podrá salvar la vida del muchacho que puede estar
abocada al fracaso como hombre, en su dignidad de hijo de Dios360. Y puede que los dramas
de muchos niños se inicien con la increencia de sus padres361. Jesús ha librado a este
muchacho del espíritu inmundo que le tenía sometido y reducido al silencio, la
incomunicación, el desamor (vv. 25-26). Jesús ha exorcizado el mal de este pobre. Y lo ha
hecho con su presencia, su Palabra y su cercanía. Lo ha hecho con el Amor de su Abbá. La
Palabra de Jesús ha manifestado el poder de Dios sobre los espíritus inmundos que atenazan
a los jóvenes provocándoles tanto sufrimiento. El que es la Verdad desenmascara al padre de
la mentira, y lo vence expulsándolo del corazón del hombre. ¡Esta es la obra de la salvación!

359. El Evangelio de san Mateo no conoce perversión humana más grave que la imposibilidad histórica de
creer en aquel que salva: Cristo. Cfr. P. BONNARD, o.c., 387. Dos artículos pueden resultar ilustrativos al
respecto: Cfr. Mª D. ALEIZANDRE, Palabras para la espera, colec. Aquí y ahora, n- 31. Sal Terrae, Bilbao,
1996, 11-17. La fe es esperanza. Cfr. BENEDICTO XVI, Spe salvi, San Pablo, Madrid, 2007, 8ss.
360. Para conocer un poco una experiencia realmente luminosa y muy esperanzadora respecto a la
evangelización de los niños en esta generación, cfr. Mª CARBO, El Oratorio de Niños Pequeños de las
Escuelas Pías (I Notas espirituales y pedagógicas de una experiencia y II Los santos niños ofrecían la Pascua
en secreto). Provincia de las Escuelas Pías de Valencia, 2003.
361. Queremos concluir el amplio comentario a este pasaje como concluye la ya citada carta del Papa
BENEDICTO XVI sobre la tarea urgente de la educación: “… no puedo terminar sin un calurosa invitación
a poner en Dios nuestra esperanza. Sólo la justicia y la misericordia pueden sanar las injusticias y
recompensar los sufrimientos padecidos. La esperanza que se dirige a Dios no es nunca esperanza sólo para
mí, al mismo tiempo es siempre esperanza para los demás: no nos aísla, sino que nos hace solidarios en el
bien, nos estimula a educarnos recíprocamente en la verdad y el amor”. (Carta del Papa a la diócesis de
Roma– sobre la tarea urgente de la educación, Vaticano 21 de enero de 2008).
252

La evangelización es urgente. Sólo el Evangelio de Cristo libera, cura, restaura y salva a cada
persona y a su entorno. Sólo Cristo y su compasión salvan a esta generación. La caridad de
Cristo nos urge a llevar su Evangelio hasta los jóvenes y a trabajar sin descanso por acercar
a los jóvenes hasta Jesús. En ello nos va la vida.

4.9 El niño moribundo: Jn 4, 46-54 (y par.)

“Jesús visitó de nuevo Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había
allí un funcionario real, que tenía un hijo enfermo en Cafarnaúm. Cuando se enteró de
que Jesús venía de Judea a Galilea, salió a su encuentro para suplicarle que fuese a su
casa y curase a su hijo, que estaba a punto de morir, Jesús le contestó: -Si no veis signos
y prodigios, no creéis. Pero el funcionario insistía: -Vuelve a tu casa, que tu hijo vive.
Creyó el hombre en la palabra que Jesús le había dicho, y se puso en camino. Cuando
bajaba, le salieron al encuentro sus siervos, y le dijeron que su niño vivía. Él le preguntó
entonces la hora en que se había sentido mejor. Ellos le dijeron: -Ayer, a la hora séptima,
le dejó la fiebre. El padre comprobó que era la misma hora en que le había dicho Jesús:
“Tú hijo vive”, y creyó él y toda su familia. Este segundo signo lo hizo Jesús al volver de
Judea a Galilea” (Jn 4, 46-54).

Nota filológica: los vocablos empleados son los siguientes: – “hyós”: como en los casos anteriores; se trata
del hijo del régulo; encontramos el término en los vv. 46 (υιοσ), 47 (νιον), 50 (υιοσ) y 53 (υιοσ) (“filius” en la
Vulgata); –“paidíon”: también como en anteriores pasajes; en el v. 49 (παιδιον) (“puer” en latín); –“pais”: como
antes; en el v. 51 (παισ) (la vg., traduce otra vez “puer”).
253

El término utilizado por el funcionario –“paidion”, chiquillo– en 4, 49, es un término


ambiguo, dado que puede significar niño / chiquillo, o siervo con un matiz afectivo; por todo
el contexto pensamos que se refiere a un niño de edad no del todo clara, dado que paidion,
puede estar referido a pequeños en edades comprendidas entre un recién nacido (cfr. Jn
16,21) y hasta uno de doce años (cfr. Mc 5, 39. 42; Mt 2, 8.9.13). Si se refiere a un niño, se
está aludiendo a un muchacho de corta edad, por oposición a hombres y mujeres ya mayores
(cfr. 4, 51), igualmente ambiguo para muchacho o siervo; tiene los sentidos correspondientes
a su diminutivo paidion (v. 49). (Cfr. Mt 2, 16: niño pequeño; 21.15: niño / chico de corta
edad, opuesto a hombre).

En Mt 8, 5-13 encontramos la curación del siervo del centurión; no todos los especialistas
están de acuerdo a reconocer este pasaje como paralelo de Jn 4, 46-54. Aquí se utiliza “pais”:
hijo, muchacho, siervo, esclavo (en los vv. 6, 8 y 13, parece que referido siempre al criado).
En el v. 12 utiliza el vocablo en la expresión “hoy hyoí tes basileías”, “los hijos del reino”.

En Lc 7, 1-10 encontramos el paralelo de Mateo (doble tradición), con diferencias


notables entre uno y otro relato. El término empleado es “pais”, que puede tener en principio
cualquiera de los significados de antes, aunque aparece sólo en el v. 7. Pero la referencia a
un criado o esclavo, antes que al hijo, es clara por el uso de “δουλοσ” (doulos) –siervo,
esclavo–, en los vv. 2, 4, 8 y 10. La Vg., vierte “pais” por “puer” y “doulos” por “servus”.

En definitiva: este milagro sólo se narra tal cuan en el IV evangelio; en los “posibles”
paralelos de Mt 8, 5-13 y Lc 7, 1-10, se habla del “siervo” de un centurión romano, pero aquí,
creemos que el evangelista habla expresamente de un hijo, y por las características que rodean
al relato, un niño, o por lo menos un hijo pequeño, que en su máxima debilidad se convierte
en potencial para la fe de toda su familia.

Comentario teológico-espiritual

1. Contexto previo

Jesús tras la cálida acogida en Galilea (cfr. Jn 4, 45), vuelve a Caná, el lugar de su primera
señal (cfr. Jn 2, 1-11). Desde el milagro de las Bodas hasta el milagro del hijo de este
funcionario real, el evangelio de Juan nos muestra a un Jesús que anuncia con su presencia
254

la llegada del Esposo esperado por Israel, y que proclama un cambio radical en el Nuevo
Reino362.

Pero este Jesús transformador encuentra en su misión serios obstáculos. Su persona es la


presencia inmediata de Dios entre los hombres, su acción es la de Dios en el hombre, y
mientras él está presente, sobra toda mediación. Por ser la presencia de Dios, Jesús se enfrenta
con otras medicaciones que, prevista por Dios en otro tiempo como instrumentos para el
encuentro de su pueblo con él, hoy se han convertido en verdaderos obstáculos, no porque
en sí mismos no fueran válidos, sino porque el pueblo los ha idolatrado en algunos casos y
lo ha profanado en otros.

Jesús va al Templo y se enfrenta con quienes lo habían corrompido comerciando


(cfr. Jn 2, 13ss.). Él será el verdadero Templo del encuentro con Dios. Además ha de purificar
también el valor de la Ley que, de instrumento pedagógico para el camino del encuentro con
Yahvé se ha convertido en carga pesada que obstaculiza un itinerario decidido y presuroso
(cfr. Jn 3, 1ss.). Jesús muestra que ya no se puede pretender reducir la experiencia de Dios a
una circunscripción geográfica concreta: los verdaderos adoradores ya no lo harán ni en el
monte Garizim, ni en el monte de Jerusalén, sino que lo harán en espíritu y verdad
(cfr. Jn 4, 20-24); adorar a Dios ya no será privilegio exclusivo de los judíos varones, también
lo podrán hacer las mujeres samaritanas, los pequeños, los humildes y humillados, los niños.

Con tales cambios, Jesús ha conseguido granjearse más enemigos que seguidores. Ha
pasado por Judea, pueblo de la antigua alianza, región de los suyos, pero sólo ha cosechado
rechazo. Después ha marchado a Samaría, donde habita un pueblo cismático y tachado de
prostitución idolátrica, pero en cambio allí han creído en Él. Es precisamente la anatemizada
Samaría la que da crédito a la palabra de Jesús, y sus habitantes le ruegan que permanezca
entre ellos (cfr. Jn 4, 39-42). Una vez más, los que no cuentan para el judío legal, son quienes
acogen a Jesús.

Ahora, en Caná, no se dirige a instituciones, ni su discurso versará sobre cuestiones


teológicas y/o culturales (como lo pudo hacer con el fariseo Nicodemo o la mujer

362. Los diálogos con Nicodemo (cfr. Jn 3) y la Samaritana (cfr. Jn 4) son perfecto exponente de la densidad
de contenido de este cambio. Cfr. M. NAVARRO, Y se extrañaron de que hablara con una mujer, V.R. 15 de
enero de 1993, vol. 75, nn. 1-2, pp- 34-39. Y también Idem. En Espíritu y en verdad, V.R. 15 de enero- 1 de
febrero de 1992, vol. 73, nn. 1-2, pp. 52.56.
255

Samaritana), sino que el sentido de este pasaje apunta a una realidad antropológica
preocupante y crucial: el problema de la muerte, que aparece como una sombra amenazadora
capaz de angustiar y oprimir profundamente el corazón humano. En este pasaje, Jesús va a
tener una relación personal con un hombre angustiado, que expresa la necesidad que tiene él
y los suyos, de vida y de vida plena363.

2. La historia de una fe

Lo que podemos narrar y analizar un poco en este apartado es una historia de fe o, si se


quiere, la historia de una fe, la fe de unos padres paganos que llegan a creer en Jesús desde
una experiencia vital y a través de una mediación distinta del Templo y la Ley: un niño, algo
tan aparentemente irrelevante.

El episodio o conocemos: un funcionario real tiene un hijo gravemente enfermo; la muerte


está a punto de arrebatárselo; ha oído que Jesús ha llegado a la región y parte veloz en su
busca para rogarle marche con él a curar s su pequeño. Jesús, tras unas duras palabras de
corrección frente a petición, tan interesada, cura al niño sin más dilación, incluso sin haber
sino necesaria su presencia física. El funcionario cree, y con él toda su familia.

Trabajamos la perícopa en tres tiempos, como si estuviéramos observando un campo con


prismáticos graduados y fuéramos progresivamente aumentando la profundidad de la visión.

1. En un primer momento, la lectura superficial del texto nos permite comprender el


episodio en su globalidad, a partir de los personaje:
 El funcionario real: un hombre pagano, poderoso civilmente, tiene su hijo enfermo,
a punto de morir. Busca a Jesús y le ruega vaya a curarlo. Escuchando en su súplica, se
reafirma en la fe y ésta alcanza a toda su familia.
 El niño: un pequeño, enfermo y cercano a la muerte, que sana y llega a creer en Aquel
que le ha curado.

363. Aunque ciertamente existe todo un lenguaje joánico en esta perícopa –cuyo paralelo perfecto es el de
la boda de Caná (cfr. Jn 2, 11)– que puede interpretarse con el sentido espiritual tipológico, queremos
acercanos a él desde una compresión más literal, que nos permita intuir la gran importancia de los niños –y
cuanto ellos significan– en la vida de la fe. Cfr. R. E. BROWN, S.S., El evangelio según Juan I-XII.
Cristianddad, Madrid, 1979, 404-406.
256

 Jesús: el Señor de la vida, escucha la súplica angustiada de un padre por su hijo


moribundo; la compasión por él obrará el milagro.

2. Un segundo momento nos introduce en una lectura más profunda:


 El funcionario real, es un hombre habituado al poder; se sabe poderoso en su cargo
y status364, y siempre que manda es obedecido; posiblemente ejerce con sus siervos y criados
una relación un tanto opresiva y/o tiránica, dado que su poder le hace superior a ellos. Pero
hay un acontecimiento en su vida que le descoloca, le descentra de sí mismo, pone en crisis
su persona: se trata de su hijo único; ha enfermado gravemente y él no tiene poder para
curarle; podrá comprar con su dinero los remedios y la asistencia de curanderos y magos; no
sabemos si lo intentó, lo que sí sabemos es que en este momento todo su poder ha fracasado;
frente al problema del límite humano, el poder terreno es una falsa ilusión; la muerte es
inevitable; sólo existe una única posibilidad de vida: que Aquél de quien ha oído hablar
(cfr. v. 47) –y que sin conocerlo todavía ya ha dado crédito a lo que se cuenta de él–, vaya
hasta su casa y cure a su hijo, o por lo menos, que pare el proceso de muerte que se antoja
irreversible.

El móvil ciertamente es interesado; lo que pone en camino al funcionario hacia Jesús es


la necesidad imperiosa frente a algo insoluble para él. Cuando lo encuentra, se lo expresa; no
parece que haya una expresa adhesión personal, pero necesita su ayuda; la necesita y lo
reconoce; se confiesa hombre necesitado, creatura limitada: parece humilde. Podríamos decir
que el padre del muchacho enfermo ha iniciado un camino de conversión, cuyo primer tramo
ha consistido en reconocer su propia impotencia humana; hasta físicamente hablando, ha
iniciado un camino hacia la humildad, porque ha de marcharse desde Cafarnaúm365, la
poderosa capital de Tiberíades (residencia del rey Herodes), hasta Caná366, un pueblo de

364. Si consideráramos Mt 8, 5-13 como paralelo de este pasaje, allí mismo el centurión romano afirma
expresamente estar familiarizado con el poder, y conocer el poder de su poder (cfr. v. 9). Además, el término
original empleado en griego es basilikos (cfr. 4, 49), rey; una especie de “reyezuelo”. Cfr. J. MATEOS – J.
BARRETO, o.c., 254.
365. Aram. Kefar Nahum = “Pueblo de Nahum”, a treinta y cinco kilómetros de Nazaret, era un destacado
centro comercial, parada obligada para caravanas que desde Oriente se dirigía hacia el Mediterráneo. Cfr. A.
MAGGI, o.c., 31.
366. “Caná”, nombre relacionado con el verbo qanah (adquirir, crear) = “Pueblo adquirido, creado por
Dios”… sujeto de su alianza. Cfr. Ex 15, 16; Dt 32, 6; Sal 72, 4; situada a unos 15 km. De Nazaret, en la
región montañosa. Cfr. J. MATEOS – J. BARRETO, o.c., 147.
257

montaña donde suelen “ocultarse” los rebeldes contra el régimen imperante en Jerusalén, o
sea una especia de guarida para revolucionario e indeseables. Puede que salir de su tierra y
subir hasta la montaña fuera más un camino de descenso (humillación) que de ascenso
propiamente. Y al llegar, pide por su hijo. Frente a la denuncia correctiva de Jesús (cfr. v.48),
el funcionario manifiesta con humildad su profunda angustia (cfr. v. 49b). La situación está
cambiando; el poderoso reyezuelo reconociendo como Señor (gr. kyrie) a un pobre hombre
que se refugia en la montaña de los rebeldes…

*El niño es, en esta ocasión, el exponente máximo de la debilidad; no sólo es un pequeño,
un niño, sino que además está enfermo, gravemente enfermo, muy cercano a la máxima
nulidad humana: la muerte. El muchacho es tan impotente que ni siquiera puede acercarse él
mismo a Jesús para rogar por su vida… Posiblemente ni le conocía. Este pequeño está
necesitado de otros para ser ayudado. Es un ser frágil, sometido a la precariedad y
vulnerabilidad de una naturaleza biológica amenazada de muerte. En el fondo, el muchacho
es un esclavo, esclavo de su enfermedad; atenazado por ella, se le va apagando la vida; en
plena juventud está abocado al oscuro túnel de un final sin remedio. En esta desesperada
situación, sólo cuenta con un poder: el del amor de su padre por él; pero un poder que sin
Jesús se tronca en angustiosa debilidad y desesperada impotencia, y una impotencia tal que
ahora sólo consigue lograr un considerable aumento de sufrimiento porque la vida de aquel
a quien se ama, se desvanece, sin poder hacer nada por evitarlo.

*Jesús: el Señor Jesús, que ha sido rechazado por los suyos (cfr. 3, 36; 1, 11), es ahora
visitado por uno que no es de su pueblo. Estamos ante una de las primeras curaciones que ha
de realizar; es un contexto antropológico (distinto de los precedentes, que han sido más
teológicos), y en el que Jesús se pone en relación por primera vez con la muerte física
(“estaba para morirse; gr. apothnesko). Él quiere liberar al hombre de la opresión de la
muerte, pero no sólo de la muerte física, también de la muerte antológica que acontece en la
increencia367; por ello –como hiciera con el padre del niño epiléptico que hemos visto en Mc
9– inicia un diálogo salvífico con el funcionario, un diálogo catártico, sanador.

367. Nos referimos a la muerte interior del ser, generada en el corazón del hombre y por la ausencia de la
fe.
258

Jesús recibe a quien le busca; le recibe y le escucha, pero adivina en él una fe muy
inmadura; cree en el poder de Jesús –por eso acude a él–, pero cree desde la experiencia
personal del poder humano, terreno… el poder del mundo. El funcionario está habituado a
manda a sus súbditos y piensa que Jesús actuará ejerciendo el mismo poder mundano. El
poder de Jesús es un poder distinto. Escucha al funcionario que, movido por el amor a su
pequeño ha ido a suplicar por su vida. Jesús atenderá a su legítima petición porque nunca
puede cerrarse al amor, y menos cuando está en juego la vida de un niño, inocente, indefenso.
Pero antes de actuar, quiere escrutarle, llamarle a la verdad, corregir su errónea confianza
basada en el poder del status… es como corregirle en el orgullo para que también él pueda
experimentar salvación. Por ello Jesús ayuda al funcionario en el camino de conversión que
ya ha iniciado marchando en su busca; y le dice como no vendis señales portentosas, no
creéis (v. 48). El funcionario ha pedido una intervención directa de Jesús: que baje en persona
y cure al muchacho; se considera a sí mismo incapaz de evitar la muerte de su pequeño; lo
espera todo de Jesús, pero éste le responde con una denuncia en tono de reproche; es un
esperarlo todo de él desde la mentalidad de los prepotentes y poderosos de este mundo, es
decir desde un mando y ordeno. En el fondo, el funcionario cree que Jesús curará a su hijo
porque tiene un poder “impositivo”, como tiene él sobre sus siervos.

Jesús denuncia –el plural: no creéis– esta actitud, propia de quienes están acostumbrados
a tener súbditos. El funcionario entiende la fe con el único fundamente de un despliegue de
fuerza taumatúrgica; todavía no sabe que el poder de Jesús, –y el único poder eficaz, fecundo
y vivificador– capaz de obrar milagros insospechados, es el poder del amor de Dios, que
ciertamente será más fuerte que la misma muerte.

Parece que no basta con sanar físicamente a su hijo; urge salvar a toda la familia, y
salvarlos pasándolos de la incredulidad a la fe, o de una fe religiosa de tipo mágico a una fe
evangélica, y esto sólo es posible si se recorre un camino hacia la pequeñez… El funcionario
tiene la semilla de esta fe en su interior (porque su móvil para desinstalarse, ponerse en
camino, humillarse, rogando al kyrios, no ha sido otro que el amor), pero todavía le queda
mucho por andar… mucho por crecer (en otra dirección).

Jesús no accede al deseo del funcionario de bajar a Cafarnaúm para hacer allí un gran
portento que evidencia su poder y grandeza. Jesús ha escogido otro camino mucho más
259

humilde… el camino de los pequeños. El esplendor del Mesías, lo que realmente le hace
grande, no es el de los signos contundentemente deslumbrantes, sino el signo del amor fiel y
compasivo (cfr. 1, 14).

3. Un Tercer momento nos acerca la siguiente lectura:

*El funcionario. Este hombre, cuando va a ver a Jesús, ya cree, aunque cree mal. Su fe
está en proceso; tras la aparente negativa del Maestro, insiste confesando –casi sin darse
cuenta– a Jesús como Señor368. El funcionario ya reconoce abiertamente que a pesar del poder
que detenta no puede solucionar el problema decisivo del hombre.

El poder humano es impotente para salvar. Con todo, piensa que la salvación del chiquillo
depende de la presencia física de Jesús, pero cuando éste se resiste a acompañarle, le escucha,
le cree y le obedece con una obediencia que no nace del mimo sino de la confianza 369. Le
obedece porque se fía “Vete, que tu hijo vive”. “Creyó el hombre en la palabra que Jesús le
había dicho y se puso en camino” (v. 50).

Lo más importante, lo que él tenía que hacer ya lo ha hecho: ha intercedido con todo su
ser; ha cambiado de manera de pensar, ha dejado su casa, ha abandonado hasta su propio hijo
moribundo por encontrarse con Jesús; ha marchado a buscarle a la montaña de los ladrones,
ha hecho un camino de fe, saliendo de la incredulidad y pasando del poder a la confianza, de
la prepotencia a la humildad, del mandato a la obediencia. El amor por su pequeño ha
dinamizado en él todo un proceso de cambio, de conversión, un itinerario hacia la pequeñez,
aprendiendo a ser como niño, sencillo y pobre, pedigüeño y confiado, logrando así arrancar
de Jesús los tesoros del Reino. Y ahora, como resultado de este proceso, ha creído en la
Palabra de Jesús antes de verla cumplida (cfr. v. 50). ¡Dichoso él porque ha creído que lo le
ha dicho el Señor se cumplirá!

*Jesús. El señor de la vida y la muerte, no ha necesitado bajar a Cafarnaúm. El poder de


su Palabra no está limitado por la distancia geográfica, y aunque él mismo, que es la Palabra

368. Aunque no sea una confesión mesiánica propiamente, sino más bien una expresión de respeto en la que
se reconoce la superioridad de Jesús sobre el funcionario. Cfr. J. MATEOS – J. BARRETO, o.c., 224.
369. Hay una correlación implícita en el significado vital de esto tres verbos –escuchar, creer, obedecer–
referidos al proceso de la fe: sólo el que escucha puede creer, y sólo el que cree puede adecuar su vida a
aquello que cree, mediante la adhesión en la obediencia práctica real.
260

creadora y salvadora del Padre, ha querido acontecer en las coordenadas espacio-temporales


de la historia, la eficacia de su Palabra es superior a los condicionamientos humanos.

Jesús no habla de curarlo propiamente, sino de vida: “Ponte en camino, tu hijo vive”. La
vida que Él ha comunicado al enfermo no consiste en una mera restitución de la salud, no es
una continuidad de la vida pagana recibida del padre, sino que está hablando de una vida
nueva, la vida verdadera, la vida de la fe (cfr. Jn 5, 24.26.40 Jn 6, 40.63.68), la vida nueva
que libera al hombre de la esclavitud del pecado –del cual es símbolo la enfermedad– y de la
muerte.

Por eso, Jesús da misión al funcionario; en el poder de su Palabra, le manda ponerse en


camino; en el fondo le está pidiendo que continúe este itinerario de conversión que ha
iniciado yendo hasta él, pero que ahora tiene que ser un verdadero camino de descenso
kenótico, un camino de absoluta confianza: fiarse de la Palabra sin haber constatado nada…
y bajar, literalmente bajar del monte. Lo sorprendente será constatar cómo el funcionario ya
se ha hecho como un niño; parece creer a pie juntillas, con ingenuidad; un mayor hubiera
forzado a Jesús para que marchara con él, pero aquí, el hombre poderoso se ha vuelto niño
crédulo, ha renunciado a su mentalidad de reyezuelo y se ha hecho pequeño fiándose de las
palabras de Jesús y poniéndose nuevamente en camino sin tardanza. Este hombre, urgido por
la situación del hijo, buscó a Jesús y se puso en camino… Ahora, al creer, vuelve a ponerse
en camino precisamente porque cree. El encuentro con Jesús es una experiencia de fe. La fe
es una experiencia de encuentro con Jesús. La fe es un proceso. La fe es un camino de
salvación370.

Con todo, en este camino de conversión, el hombre puede sentirse asaltado por las dudas
a medida que se aleja de la experiencia de encuentro personal con Jesús. El funcionario se
ve, de alguna manera, asistido en su camino de fe por sus mismos siervos, quienes le salen al
encuentro en su regreso a casa certificando lo que ya ha creído en su corazón (cfr. v. 51).
¿Habrán iniciado también los siervos este camino de conversión? Ellos no han escuchado la

370. Una buena síntesis explicativa para entender la vida cristiana como un camino procesual de experiencia
creyente, lo encontramos en: SATURNINO GAMARRA, Teología espiritual, BAC. Manuales, Madrid 1994,
pp. 247-280.
261

palabra de Jesús, sólo han visto su efecto, no consistente en una simple mejoría sino en una
curación total (se le quitó la fiebre v. 53).

Y ahora ocurre el verdadero milagro: el padre, que movido por el amor a su hijo y
humillado por la impotencia frente a la muerte, ha recorrido un camino de fe, se convierte en
perfecto transmisor de la misma para toda su familia (cfr. v. 53). Ha experimentado el poder
vivificador de la Palabra del Señor, y con esta experiencia vital ya no cree por lo que otros le
han dicho sino porque él mismo lo ha vivido en la carne de su carne (cfr. 4, 42). Su fe será
confesada y transmitida a los suyos, que podrán convertirse gracias a su testimonio (cfr.
v.53)371.

*El niño. Parece ser el más pasivo de todo el episodio, en cambio es el elemento decisivo
del mismo. El niño enfermo inicia el pasaje siendo emisor pasivo de una urgencia y termina
siendo receptor activo de una realidad salvífica. Así como ser fecundos consiste en ser
fecundados, también ser salvados consiste en experimentar salvación. El niño no escuchó la
Palabra salvadora directamente de Jesús; la escuchó de su padre, y le alcanzaron sus efectos
salutíferos y transformadores; después, con el testimonio de su progenitor, también él
accederá a esta fe que le ha curado –salvado, aunque posiblemente crea –inicialmente– sin
entender demasiado. Parece pasivo, pero su enfermedad pone en camino a un adulto poderoso
y pagano; el amor por él mueve el corazón de Jesús, no sólo a curarle sino a salvar por él a
toda su familia, llevándoles la fe, verdadera fuente de vida. Así, la experiencia salvífica de
un pobre niño se constituye en el mejor testimonio para que otros (los siervos) no sólo se
conviertan a la fe sino que también ellos mismos sean confesores de la misma, alegres
anunciadores de la Buena Noticia de que la salvación ha entrado en la casa de la muerte. En
definitiva, vuelve a ser el niño, el ser más indefenso y débil, el canal por el que una familia
entera ha recibido a Jesús y ha conocido la fe que salva y da vida verdadera (cfr. v. 53b).

371. En el entramado familiar, muchas veces, los pequeños viven –por decirlo de alguna manera– de la fe
de sus padres, que si es auténtica y confesante existencialmente en la vida diaria, genera en ellos una confianza
básica más experimentable vitalmente que comprensible intelectualmente. Los niños reciben por ósmosis
muchas realidades de sus progenitores, realidades que les educan, les forman, les configura una personalidad;
además tienen muchos comportamientos miméticos, hacen lo que ven hacer; pueden creer en Dios porque han
visto a sus padres creer en Él y depositar en Él la confianza en momentos de dificultad, y a diario. Los niños
necesitan –desde muy pequeños– recibir la fe de sus padres. Cfr. AA. VV., El despertar religioso de los niños,
en Imágenes de la fe, n. 291, 1995, 5-10.
262

4.10. La niña muerta y resucitada: Mc 5, 21-43 (y par.)

“Jesús pasó de nuevo en la barda a la otra orilla y se aglomeró junto a él mucha gente;
él estaba a la orilla del mar. Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y, al
verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: -Mi hija está a punto de morir;
ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva. Y se fue con él. Le seguía un
gran gentío que le oprimía. Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía
doce años (…), se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante él y le contó toda la
verdad. Él le dijo: -Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y quedas curada de tu enfermedad.
Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: -Tu
hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro? Jesús que oyó lo que habían dicho, dice
al jefe de la sinagoga: -No temas; solamente ten fe. Y no permitió que nadie le
acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa
del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes
alaridos. Entra y les dice: -¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está
dormida. Y se burlaban de él. Pero él, después de echar fuera a todos, tomo consigo al
padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la
mando de la niña, le dice: -Talitá Kum, que quiere decir: Muchacha, a ti te digo,
levántate. La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años.
Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió en que nadie lo supiera; y les dijo
que le diera a ella de comer” (Mc 5, 21-43).

Nota filológica: Los términos empleados que más nos interesan en este pasaje:

- “θυγατϱιον” (thygátrion): su significado correspondiente a “hija”, diminutivo de “thygáter”, “hija”. Es un


término empleado otras veces en el N.T. que puede significar también nieta o descendiente (v.gr. Lc 13, 16;
2 Co 6, 18). En Mc 5, 23 aparece la forma neutra “θυγατϱιον” (thygátrion); en los vv. 34 y 35 la femenina
“θυγατηϱ” (thygáter). En latín se traduce por “filia” y “filiola”; respectivamente. La Vulgata utiliza “filia”
en las dos ocasiones;
- “παιδιον” (paidíon) como antes, en los vv. 39, 40 y 41.
- “ϰοϱασιον” (korásion): “niñita”, diminutivo de “kóre”, “niña”; en los vv. 41 y 42 (la versión latina es
“puella” = niña).
263

En el paralelo de Mt 9, 18.19.23-26, encontramos:

- “thygáter” en el v.18.
- “karásion” en los vv. 24 y 25.

En el paralelo de Lc 8, 40-42a. 49-56, encontramos:

- “thygáter” en los vv. 42 y 49.


- “pais” en los vv. 51 y 54.

Por lo tanto, y con la precisión tan determinante que realiza el evangelista en el v. 42


(“tenía doce años”), podemos decir que en todo el pasaje se está aludiendo claramente a una
niña-adolescente.

Comentario teológico-espiritual

La narración que abordamos seguidamente es un relato de milagro basado en el testimonio


personal. Aparece en los tres evangelios sinópticos, aunque con matices significativamente
diferentes. Nuestro hilo conductor será el evangelio más primitivo: Marcos. El relato
acontece en Cafarnaúm, una ciudad relativamente grande, y la protagonista, la hija de Jairo,
una niña relativamente pequeña372. El texto completo (Mc 5, 21-43) habla de dos mujeres:
una niña que debe y no puede pasar a la vida madura (cfr. Mc 5, 21-24a. 35-43), y una adulta
vencida por su misma impureza de sangre (cfr. 5, 24b-34). El pasaje en su conjunto es un
intenso potencial de ruptura y liberación humana, en perspectiva femenina373. Ambas figuras
se complementan en la comprensión teológica del texto. Para un estudio global, no deben
separarse, pues Mc ha querido “incrustar” un episodio en el otro intencionadamente; no
obstante, aquí nos ocuparemos casi exclusivamente de la niña-hija de Jairo.

372. Niñita dice Marcos, θυγατϱιον = hijita: una adolescente. Un estudio monográfico sobre el pasaje que
nos ocupa, lo encontramos en: E. LÓPEZ DÓRIGA, Y cogiendo la mano de la niña le dice: Talitha koumí
(Mc 5, 41), EstEcl 39, 1964, 377-381.
373. Para X. PIKAZA, estas dos mujeres forman el primer capítulo de lo que podría llamarse el evangelio
femenino de Marcos. Tenemos presente el comentario que hace el autor de este episodio. Cfr. X. PIKAZA,
Para vivir el Evangelio. Lectura de Marcos. Verbo Divino, Estella, 1995, 79-82.
264

1. Contexto inmediato

Jesús acaba de regresar de la otra orilla del lago donde ha curado a un endemoniado, y su
fama se ha extendido considerablemente. En Cafarnaúm le espera mucha gente (cfr. Mc 5,21)
pero más que nadie un padre angustiado, jefe de una sinagoga de la ciudad: su hijita, de doce
años (v. 25) agoniza de muerte374. El contraste está servido: Jesús, que estaba en tierra pagana
(cfr. Mc 5, 1-20), ahora vuelve al espacio israelita; allí parecía dominar lo demoníaco, aquí
la angustia de un jefe de sinagoga y la impureza de una mujer enferma. En Gerasa se alzaba
la figura de un varón brutalmente poseído por el mal, aquí unas mujeres dominadas también
pero reducidas al silencio. Pasamos nuevamente del campo de la lucha satánica (cfr. 5, 1-20)
al espacio de las preocupaciones familiares.

2. Lectura narrativa y comentada del pasaje

Por su status social y religioso, no es descabellado suponer que Jairo podía tener prejuicio
y divergencias con Jesús y su mensaje; fuera como fuere lo cierto es que el amor por su hija
le hace superar sus posibles diferencias con Él, y frente a la inminente cercanía de la muerte,
relativiza la distancia y se le aproxima con una fe de auténtico asombro. Postrado a sus pies
(cfr. v. 22), a la vista de todos, intercede por su pequeña (cfr. v. 23).

En esta actitud conmovedora de humildad y angustia la que convulsiona las entrañas


compasivas de Jesús. No dialoga con él, como en los casos anteriores. Lo que ha visto –todo
un jefe de sinagoga echado a sus pies– le basta. Sin dudarlo se pone en camino hacia la casa,
arrastrando tras de sí un gran gentío (cfr. v. 24). De repente, aquel cortejo queda paralizado
por una mujer impura y enferma. Jairo pudo inquietarse; perder un solo minuto era
sumamente arriesgado, pero Jesús no puede pasar indiferente ante el sufrimiento. Se detiene
ante aquella pobre enferma y, de pronto, llega la amarga noticia: “Tu hija ha muerto” (cfr.
v.35). En ese instante, en la casa del jefe de la sinagoga de Cafarnaúm –en el lugar de máxima
pureza del entorno–, una adolescente muere. La religión israelita es incapaz de curarla.
Escuchado el mensaje, el padre pudo pasar bruscamente de la fe y la esperanza a la oscuridad
y la depresión, de la luz a la noche tenebrosa, del terreno seguro al abismo vertiginoso; de la

374. Doce años era la flor de la edad para una muchacha de aquel tiempo; era entonces cuando se prometían
(o las prometían sus padres) y muy poco después se casaban… las casaban. Cfr. J. JEREMÍAS, Jerusalén en
tiempos de Jesús, o.c., 375-376.
265

confianza al miedo. Pero los ojos de Jesús, ahí están, siempre atentos; una mirada y una
palabra firma: “No temas. Ten fe” (v.36)375.

Jairo sólo había ido a pedirle curación, no resurrección. Ahora, “a qué molestar ya al
Maestro?” (v. 35). Un judío conocía antecedentes bíblicos respecto de muertos devueltos a
la vida, (cfr. 1 R 17, 17-24 y 2 R 4, 25-37). Los grandes profetas Elías y Eliseo, acostándose
sobre sendos niños muertos, tras muchas oraciones y conjuros, lograron resucitarlos. Jairo
podía preguntarse en su interior: ¿hará ahora lo mismo Jesús?, ¿tendrá el poder de estos
profetas?, ¿se dignará venir hasta mi casa ahora que la muerte se le ha adelantado?
¿Entrará en la casa que ha quedado impura por la muerte?

Llegados, al lugar (a la casa), constatan que habían comenzado las ceremonias fúnebres,
estridentes, llenas de ruido y con bastante dosis de hipocresía. La liturgia de la muerte se
expande s base de alborotos y gritos. Al llegar, Jesús asegura –para burla e irrisión de todos–
que la niña no está muerta, sino dormida (v. 39) (cfr. Jn 11, 11); desde ahora silencio y
soledad, necesita intimidad con ella y los suyos (cfr. v. 40).

La imagen nos muestra a Jesús haciéndose presente, íntimo y cercano a una familia (el
padre, la madre, la niña) marcada por el sufrimiento más amargo: la muerte. Juntos en la
intimidad de un hogar ennegrecido por un acontecimiento sin aparente salida. Contemplamos
a una hija muerta –aunque no abandonada– y unos padres impotentes, pero no desesperados
porque miran a Jesús, contemplan a Jesús; sus ojos están fijos en él; ¿Qué hará?

Jesús se acerca a la niña y acerca los padres a ella (cfr. v. 40); le toma de la mano, le dirige
la Palabra. No se tumba como Eliseo sobre ella ni se prolonga en largas oraciones; nada de
eso; le habla en su lenguaje; se abaja hasta ella. Jesús se ha hecho lo más cercano posible a
su realidad necesitada: ha ido hasta su casa, ha entrado en su cuarto, se acerca a su lecho, le
toma de la mano, le habla en su lenguaje, se acerca hasta su oído… le mira, le toca, le habla.
Todo es sumamente sencillo, íntimo y cercano. Hay una experiencia sensible376. De pronto

375. Una vez más aparece en los Evangelio que lo más contrario a la fe puede que no sea la incredulidad
propiamente sino el miedo, porque a quien no cree se le puede llevar a la fe, pero quien dejar entrar el miedo
en su corazón se queda bloqueado completamente para creer y confiar (cfr. Mc 4, 40; 6, 49-50; Mt 28, 5-8;
28, 10; Jn 20, 19-23.
376. La experiencia sensible es absolutamente necesaria en la infancia para adquirir cualquier tipo de
conocimiento. Aquí podría resultar un dato paradójico, pues la niña está muerta, teóricamente es insensible;
266

una enérgica palabra: “¡levántate!” Y la muerte obedece al que es la Vida (cfr. v. 41). La
muchacha se levantó al instante y se puso a andar (v. 42). ¡Dadle de comer! (v. 43), manda
seguidamente quien es el Pan de la Vida.

3. Relectura del pasaje en clave de mensaje

No pretendemos “psicologizar” el pasaje, pero sí hacer una lectura existencial del mismo.
La lectura espiritual del Evangelio nos permite rehacer el relato manejando datos plausibles,
aunque no explícitamente nombrados. ¿Qué le ocurre a esa niña-mujer? ¿Qué vive su padre
al respecto? ¿Qué se nos quiere decir además de lo que se está diciendo?

El jefe de la sinagoga es un hombre que lo tiene casi todo; tiene poder religioso, prestigio
social, está considerado en su entorno, es rico, tiene familia y una hija en la flor de la vida.
El problema es que cuando llega la niña a los doce años, se le muere. Jairo, que parece tener
la religión en su poder y a su favor, no puede dar vida a su hija. La ha educado con cariño
hasta un momento determinado; cuando la hija se le hace mujer, ya no puede vivir. Siendo
niña no le ha faltado nada; ha jugado, se ha divertido, no tenía responsabilidades que le
agobiaran ni prohibiciones que le asfixiaran. Con la primera menstruación se le ha abierto un
mundo de límites humano-religiosos, difícil de superar (no toques, no mires, no te acerques,
eres impura…). Llegar a los doce años, hacerse mujer en Israel, implicaba dejar de ser niña-
libre para convertirse en objeto de intercambio familiar, al servicio del esposo. A la hija de
Jairo pronto la utilizarán en contratos esponsales y pasará de ser la hija feliz de un líder
religioso a la sierva sumisa de un marido prácticamente impuesto. Le han dicho: ¡vas a tener
que casarte!, te están buscando marido… y la pequeña ha de dar el salto de niña a mujer que,
en el contexto de la religión judía, le produce vértigo… A esta niña le angustia hacerse
mujer377.

ahora sólo sus padres pueden sentir, ver, oír a Jesús. Sea como sea, lo cierto es que la pequeña obedece a la
Palabra de quien se ha manifestado como Señor de la muerte.
377. El miedo a dejar la infancia y la resistencia a crecer, puede convertirse en algo enfermizo, patológico;
la psicología moderna lo llama el síndrome de Peter Pan… y es más común entre nuestros niños y niñas de
lo que imaginamos. Muchos de ellos porque intuyen –y constatan a diario– que el mundo de los adultos no es
nada feliz, prefieren refugiarse en fantasías de mundos sin sufrimiento, idílico universo de ficción que no
ayuda en nada a madurar. Pero lo natural es que un niño quiera crecer y hacerse mayor. Conocer a Jesús será
decisivo en su maduración como persona.
267

El miedo hace presa en su corazón adolescente. Seguir viviendo significa someterse; la


vida le aboca a la muerte. Se le termina la libertad, la alegría… comienza la angustia al pensar
qué harán conmigo, con quién me casarán; se niega a comer… no puede soportarlo; enferma
gravemente y muere378.

Por darle un significado concreto y actual al relato –cercano, muy cercano a las niñas de
nuestras parroquias y colegios en esta generación–, si sacamos del hielo aquello de dadle de
comer… podría entenderse que esta niña ha sufrido un tipo de enfermedad parecida a la
anorexia… No quiere vivir. Por algo extrañísimo se niega a comer. No quiere, no puede
entrar en este mundo de locura, este mundo judío de leyes que asfixian. Tiene un padre
estupendo, prestigiado, social y religiosamente, cariñoso con ella… un padre que se lo ha
dado todo a su niñita y le ha cuidado como a un tesoro… Pero el padre no le ha dado –hasta
ahora– lo fundamental y lo verdaderamente necesario para que la vida tenga sentido: la fe en
Jesús.

Israel es un pueblo que está matando a sus mujeres. Tiene a las mujeres que cumplen doce
años con miedo… tiene a mujeres mayores con problemas que se ocultan y viven marginadas
y también con miedo (la hemorroísa). Todo lo referente a la maternidad, a la matriz, a la
menstruación era importantísimo en la compresión de la mujer en el judaísmo. Para el mundo
judío la mujer era fundamentalmente fecundidad-maternidad. Y en torno a esto giraban leyes,
tabúes, enfermedades y violencias. Para Jesús, la mujer va a ser mucho más; va a ser hija de
Dios, una persona con experiencia de fe: Tu fe te ha salvado. Personas que puede creer y
sentarse… y tener un lugar digno en la sociedad, en la Comunidad de los creyentes, en la
Iglesia… persona con posibilidad de discipulado379.

Evidentemente que tiene una importancia grandísima la menstruación y la maternidad,


pero la mujer no puede quedar reducida a esto. La vida, según Jesús, es básicamente el poder
creer y compartir esta fe en amor, comunión y palabra. No está la mujer condicionada
negativamente por su cuerpo; ¿cómo ser impura justo cuando en ella fluye la posibilidad de

378. Una síntesis sobre la situación opresiva en la que se encontraba la mujer en Israel, la encontramos en
T. SUAU, Mujeres en el evangelio de Marcos, Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona, 1996, 13-19.
379. Para comprender toda la dignidad que trae Jesucristo a la mujer como persona, como hija de Dios y
como discípula y creyente, cfr. JUAN PABLO II. Mulieris dignitatem, 15. VIII. 1988. También: JUAN
PABLO II, Carta a las mujeres, 29 Junio 1995.
268

la vida? Una mala menstruación podía hacer sentir a la mujer como encerrada en una tumba.
Pero Cristo es Vida, y con Él ninguna niña ha de tener miedo a vivir, a crecer, a ser mujer, a
ser virgen o esposa y madre. Cristo ha venido para que tengamos Vida y Vida en abundancia.

El padre, urgido por el amor y la experiencia de frustración en la solidez de sus propias


creencias, marcha buscar a Jesús, el controvertido y poco ortodoxo Rabino de Nazaret, ¡de
Nazaret! Precisamente… un lugar del que se duda que algo bueno pueda salir (cfr. Jn 1, 46).

El padre y la madre han sido instrumentos, canales de vida para la niña, le han cuidado, la
han amado como han sabido… pero le han engendrado para la muerte porque en la
adolescencia, su hijita, ha enfermado seriamente y no saben qué hacer. Conocen muy poco a
Jesús, pero no dudan en marchar a buscarlo para interceder por ella. Mientras la madre
seguramente queda su lado, el padre busca al Maestro, le habla de su hija, de la muerte en la
que ha entrado, y le sirve de guía para llevarle hasta su casa, hasta su cadáver. Jesús accede
a toda petición cuyo móvil sea el amor. Jesús atiende la súplica angustiada de quien intercede
por la infancia; y atiende sin demorar, con presteza; está dispuesto a ser despreciado, incluso
objeto de burla, no importa; los niños son sus preferidos y ha hecho una clara opción
preferencial por lo que son como ellos380.

Jesús sostiene la fe de Jairo cuando ésta es probada por el pesimismo de quienes


comunicando la muerte de la hija hacen del sufrimiento un motivo para alejarse del Señor
(“ahora ya, para qué molestar al Maestro…”).

Marcha hacia la casa; el padre mantiene viva la fama de la fe, aunque otros hayan
pretendido extinguirla. Llegados al lugar, la presencia del Maestro expulsa la ironía, la
falsedad y la incredulidad de los curiosos; la familia necesita una cierta privacidad (cfr. v.40).
Jesús sabe hacerse enormemente cercano a la angustia del corazón humano frente a la muerte;
comprende la tristeza y la impotencia de los padres y, con Su presencia, una familia rota por
la muerte, quedará restaurada por quien es la Vida, recuperando para ello espacios y
momentos de intimidad, en los que poder estar con Él y confiar en Él todo los agobios, todas

380. y si encima los niños son también hijos, sabe el Señor que, de entrada, tiene ya la “batalla” vencida…
No hay petición en todos los Evangelio de un padre o una madre respecto de sus hijos que no encuentre en el
corazón de Jesús una respuesta positiva, de acogida, curación, liberación, salvación.
269

las enfermedades, todas las muertes, seguros de Su poder y de Su amor (cfr. 1P 5, 7; Mt


11,28).

Jesús deja fuera el gentío y la representación funeraria; penetra en la cámara mortuoria


con la familia de la niña (padre y madre) y con su propia familia (Pedro, Santiago y Juan
–cfr. 5m 37.40–, que simbolizan a la comunidad eclesial, lugar de maduración en libertad
para la niña renacida). Según las leyes y tradiciones de Israel no puede un varón entrar en los
aposentos íntimos de una mujer si no es familiar… Tampoco puede tocar un cadáver. Pero
es necesario que esta pequeña viva, y viva sin miedo; que viva y crezca como persona, como
mujer y como creyente en el Dios de la Vida y la Libertad. Y para esto es preciso romper con
el ritual judío, lleno de leyes de impureza cuando se habla de la mujer, la enfermedad y la
muerte. Jesús lo hace, y lo hace introduciendo en la casa a Pedro, Santiago y Juan. Jesús está
haciendo salta por los aires las prescripciones legales cuando éstas no generan vida; está
metiendo hombres-discípulos en los aposentos de una niña-mujer que es toda ella impura
(por su primera menstruación, por su muerte-dormición).

En la casa del judío quiere Jesús dar vida a una niña estrenando con ella y con su familia
una nueva familia: la comunidad de quienes creen en Él.

Rehagamos el pasaje con nuestro lenguaje. Le dice Jesús a la niña: levántate, mira, aquí
tienes tres hombres… ¿Verdad que son rudos los tres? Son pescadores, parecen hombres
duros… pero ¡no te preocupes! Son personas, son hijos de Dios, ¡como tú, niñita!, y son
amigos y discípulos míos… No les tengas miedo… Podrás vivir en libertad con gente como
ésta… Yo les estoy dando la Palabra de mi Padre, ¡y la están acogiendo! ¡Sus vidas de están
trasformando! ¡Y la tuya puede transformase también si me dejas estar a tu lado! Porque Yo
he venido para que tú tengas vida, y vida en abundancia. ¡Ésta es la voluntad de mi Padre:
que no se pierda ninguno de los que Él me ha dado! ¡Merece la pena que vivas! ¡Con mis
discípulos y con tus papás –que han creído en Mí–, te espera la posibilidad de una nueva
familia!
270

Decirle a una niña de doce años “merece la pena que vivas”, que tengas confianza y que
tengas un grupo humano, una comunidad cristiana y que dialogues con tus padres… y que
creas en Jesús…381 ¡Esto es la Iglesia! ¡La Casa de la Vida con Jesús!

Y pasamos del jefe de una sinagoga judía que ha tenido una comunidad perfecta (según
la ley), pero que no ha podido dar a su niña un lugar de vida, a esta nueva Comunidad de
creyentes, con hombres y mujeres discípulos del Señor que ha venido a salvar lo que estaba
perdido, pues no es voluntad del Padre Celestial que se pierda uno solo de estos pequeños
(cfr. Mt 18, 14).

Jesús la toca, le hable, le levanta; el amor es más fuerte que la muerte. El amor es la única
ley. La muchacha anda por sí sola y sus padres reciben una nueva misión: dadle de comer
(v.43); no el alimento antiguo (el de la ley judía con sus prohibiciones y ritos sin más…) que
le ha conducido a la muerte, sino un nuevo alimento, el Pan de Vida, el Evangelio, la Palabra
liberadora de Jesús. Los padres, educadores antiguos, deben continuar el camino de
conversión que han iniciado; no están solos; Pedro, Santiago y Juan –representantes de la
comunidad cristiana– han entrado con Jesús en la intimidad del hogar, y han sido testigos de
una nueva vida; ellos le ayudarán a continuar el camino iniciado. En medio del sufrimiento
familiar, puede nacer la Iglesia: comunidad de amor, donde hombre y mujeres, niños, adultos,
sanos y enfermos, creen en Jesús y experimentan la única Verdad que vivifica, que libera y
que salva. “Dadle de comer” a esta pequeña, nos recuerda la posibilidad de acceso a la
Eucaristía (en la Iglesia primitiva) no sólo para los niños, también para los adolescentes, tan
necesitados del Pan de Cristo. ¡Ningún cristiano sin la Eucaristía!

381. Es verdaderamente alarmante el número actual tan elevado de suicidios juveniles en nuestra vieja
Europa, a la que se le está sustrayendo el sentido de la existencia soslayando e intentando erradicar sus
profundas raíces cristianas. Según la página digital del periódico “El Mundo”, Australia tiene la tasa de
suicidio de adolescentes más alta de todos los países industrializados, y es la tercera causa de muerte… …
en Nueva Gales del Sur el índice de suicido entre los adolescentes de 15 a 19 años es casi el doble que en la
ciudad… Dinamarca tiene uno de los índices más elevados de suicidio juvenil… La sociedad danesa es
permisiva con el suicidio: lo considera un asunto particular… Francia tiene una de las tasas de suicidio más
altas de Europa, donde el suicidio es ahora la mayor causa de muerte entre hombres y jóvenes… En Japón
existe una de las tasas de suicidio más altas del mundo… actualmente, el número de suicidio ha empezado a
elevarse entre los niños… Sin Cristo, la vida es un vacío existencial y un sinsentido. O damos a Cristo a la
próxima generación o ésta se verá abocada a la alienación, a la vaciedad, a la muerte.
271

4.11. Los niños que alaban al Señor:


Mt 21, 15-16 (y par.)

“Pero los jefes de los sacerdotes y maestros de la ley, al ver los prodigios realizados y a
los niños que aclamaban en el templo: ¡Hosanna al Hijos de David!, se indignaron (…)
Jesús les respondió: (…) de la boca de los niños pequeños has sacado una alabanza”
(Mt 21, 15-16).

Nota filológica. Los términos empleados son:

- “pais” (como antes), en el v. 15 (παιδασ); en latín, “pueri” = “niños”.


- “népios”, (en el texto – νηπιων) significa “infantil”, “niño”, “ingenuo”, “débil” (cfr. el apartado 2, 4.5.,
lo dicho sobre el texto de Lc 10, 21).
- “theládson”, (en el texto – θηλαζοντων) participio de presente del verbo “theládso”, que significa
“amamantar”, “lactar”, “mamar”.

Los dos últimos términos (népios y theládson) están en el v. 16, y pertenecen a una cita
del salmo 9, v. 3, hecha de acuerdo con la Septuaginta y coincidente básicamente con el TM
(olal, “párvulo”, “niño”, y yanaq, “mamar”, “amamantar”). La versión latina ofrece
respectivamente “infantes” y “lactantes” (esta última forma proviene del intransitivo
“lacto”, de la 1ª conjugación, con significado por lo tanto de “mamar”).

De lo señalado deducimos que en el texto de Mt 21, 15-16, se habla de unos niños que
alababan al Señor en su entrada mesiánica en Jerusalén, y se alude a otros niños, mucho más
pequeños –lactantes aún–, de los que Dios saca su propia alabanza. El texto, tal cual, no
tiene paralelo en los otros evangelios. Los acontecimientos a los que se refiere, sí (entrada
mesiánica en Jerusalén: Mc 11, 1-11; Lc 19, 28-38; Jn 12, 12-16; y expulsión de los
vendedores del templo: Mc 11, 11.15-17; Lc 19, 45-46; Jn 2, 14-16) pero en ninguno de ellos
se mencionan a niños, expresamente.
272

Comentario teológico-espiritual

El pasaje que nos ocupa es de una gran importancia para los que nos dedicamos a la
evangelización de los niños. El acontecimiento precedente –la entrada mesiánica en
Jerusalén– fue un hecho muy especial para Jesús; los cuatro evangelistas lo transmitieron.

1. Contexto inmediato

La escena transcurre cercanos a la hora culminante de la vida del Maestro: su Pascua


(cfr. Jn 12, 23). Tras la unción en Betania –según el IV evangelio– Jesús se dispone a entrar
a Jerusalén (cfr. Jn 12, 12); para ello manda buscar un asno (cfr. Za 9, 9); quiere hacer su
entrada como Príncipe de Paz. La muchedumbre lo vitorea y aclama, extienden sus mantos,
cortan ramas de árboles para agitarlas como saludo (cfr. Mt 21, 8) y parece que “todo” le
reconocen como el profeta de Galilea (cfr. v. 11); el entusiasmo popular evoca la entrada en
la ciudad de un verdadero rey (cfr. Jn 12, 13; Za 9, 9s.).

Los judíos de entonces no hacían distinciones claras entre política y religión; y en


Jerusalén –el corazón de un pueblo oprimido– todavía menos. Todos gritan ¡Hosanna!
¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el Reino que viene de nuestro padre
David! ¡Hosanna en las alturas! (Mc 1, 9-10)382. Decenas o centenares de personas, aclaman
entusiasmadas a Jesús, viendo en Él un líder a la vez político y religioso; y Jesús, por vez
primera, autoriza, permite estos aplausos –hasta parece que los bautiza–, sabe que pronto se
cernirá la noche sobre Él y sobre Jerusalén… pero Él les deja gritar y aclamarle383.

382. “Hosanna”, etimológicamente significa “Yahvé salva”, es una aclamación con un clarísimo sentido
religioso, aunque en tiempos de Cristo, probablemente había perdido bastante de su sentido original y se había
quedado como puro grito de júbilo, que vendría a significar nuestro “¡vivir!” pero por el contexto, un “vivir”
especial, con ciertas connotaciones de reconocimiento mesiánicos. Cfr. Ídem. 109-110.
383. A la hora de dar una interpretación al hecho en sí, conviene evita los extremos. La entrada en Jerusalén
y la expulsión de los vendedores del templo no fueron actos meramente de tipo político, una especie de
ocupación militar y toma de la ciudad al más puro estilo zelota, pero dulcificado en su narración por los
evangelistas… Tampoco conviene reducir los acontecimientos a una interpretación puramente mística que,
insistiendo en la humildad del asnillo, en el clima infantil de la chiquillería que rodea a Jesús, y en las palmas
agitadas en lugar de armas, anule toda tensión convirtiéndolo en un puro acompañar a Jesús para alentarle y
animarle, sin más trascendencia. El hecho en sí fue muy importante, y no sería objetivo polarizarse cargándolo
de agresividad o llenándolo de dulzura. Ciertamente debió de ser una manifestación pacífica, pero no por más
pacífica menos manifestación. Y una manifestación que incomodó mucho a los enemigos y provocó tensiones.
Cfr. J. L. MARTÍN DESCALZO, Vida y misterio de Jesús de Nazaret III, Sígueme, Salamanca, 1989, 97-
116.
273

Descrita un poco toda la escena, observamos los personajes que Mateo nos pone en su
Evangelio. Hay dos grupos de personas claramente diferenciadas: los pequeños y los
grandes.

2. Personajes y su significado

Los pequeños, pobres, enfermos, ciegos y cojos que se acercan a Jesús para ser curados,
a los que Jesús accede tras expulsar a vendedores y cambistas del Templo de Jerusalén. Son
personas empequeñecidas por la enfermedad; están necesitadas; han visto a Jesús entrar como
Señor en la teocrática capital y se han acercado con fe. Junto a ellos, niños, niños pequeños
que “gritan en el Templo: ¡Hosanna al hijo de David!” (vv. 9. 15). Su grito es una verdadera
confesión de fe que logra irritar a los incrédulos.

Las curaciones realizadas por Jesús, movido a la compasión, junto a las aclamaciones de
estos niños, logran provocar al enemigo y hacen que éste también se posicione al respecto.
Ante la presencia del Señor, nadie queda indiferente; todos toman postura: o con Él o contra
Él.

Los grandes, el grupo de los importantes en el terreno religioso y social: los fariseos
(cfr. Lc 19, 39) y los sumos sacerdotes y escribas (cfr. Mt 21, 15) que, mezclados con la
enfervorizada multitud, no pueden ocultar su escándalo. Como conocen bien la hipocresía,
no se enfrentan directamente ni con Jesús ni con la multitud, sino que prefieren acercarse a
Él con prudencia farisaica que les caracteriza; ya a su lado, le preguntan: “¿Oyes lo que dicen
éstos?” (Mt 21, 16); es como si dijeran: ¿entiendes el significado de la aclamación y estás
de acuerdo? Si aceptas, incurres en herejía. El autor del evangelio lucano es más concreto;
va al asunto directamente y pone en los labios de los fariseos una rotunda exigencia:
“¡Maestro, reprende a tus discípulos!” (cfr. Lc 19, 39). Aquí están incluidos los niños, que
con sus gritos profesan su fe y proclaman su discipulado (cfr. v. 15).

Los fariseos saben que el grito que oyen son proclamaciones mesiánicas y que el título
davídico al que aluden tiene connotaciones divinas (de filiación divina); están
escandalizados. Y frente a su pregunta, la respuesta de Jesús es tajante: “Si”. Es como si les
dijera: Si, les oigo y les entiendo; pero parece que vosotros oís y no queréis entender, o tal
vez, porque entendéis, precisamente por eso, no queréis oír…
274

Éste es el contraste: los niños (los pequeños), sin entender, alaban, aclaman, vitorean y
confiesan a Dios en el hombre Jesús384; los “sabios y entendidos” (los grandes), en cambio,
no confiesan, no cantan, no aclaman, sino que acusan, protestan y manifiestan su indignación;
no quieren oír, es más, piden que se callen (cfr. Lc 19, 39).

Jesús les da otra oportunidad, y a la pregunta ¿oyes lo que dicen éstos? (Mt 21, 16), Él
responde con otra más incisiva si cabe: “¿Es que nunca habéis leído aquel pasaje de la
Escritura que dice: de la boca de los niños pequeños has sacado una alabanza?” (v.16). Los
que preguntaban entonces, se silencian. Cuando Mateo no transmitió ninguna respuesta
verbal de los fariseos, debemos suponer que éstos entendieron bien la ilusión: Jesús citando
el salmo 8, les denuncia como “enemigos de Dios”, pues con su silencia se manifiestan en
contraposición a la ingenua pero clamorosa alabanza de los pequeños. Aquí aparece que los
“doctores de la ley” encarnan y representan aquella generación que “no ha bailado ni
cantado” cuando los niños (Jesús y Juan) en la plaza les instaban a ello (cfr. Mt 11, 16-19).

Por contraste, los niños –tras haber visto los signos que hace Jesús– parecen no tener
mayor dificultad en reconocer en Él al Mesías esperado. Los escribas sí; ¿no quieren o no
pueden creer? ¿Acaso rompe Jesús los esquemas mesiánicos aprendidos en las escuelas
rabínicas? ¿Puede alguien ser realmente el Mesías cuando se “salta” el Sábado, la Ley,
incluso el Templo, y dice de sí mismo ser mayor que todo eso?

Ni los herodianos, ni los saduceos, ni los zelotas, ni los escribas, ni la mayoría de fariseos
y sacerdotes le aceptan totalmente como es; ¿esto es posible si realmente fuera el Mesías?
¿Quiénes son sus seguidores?: pobres, enfermos, posesos, incultos pescadores, publicanos,
mujeres y niños… En definitiva, pequeños.

Los pequeños han seguido a Jesús y le han aclamado ante su pasión, porque predica
realidades diferentes a las expuestas por los doctores de Israel. Habla de un Dios al que es
posible dirigirse directamente (cfr. Mt 6, 9) sin necesidad de más mediaciones, de sacerdotes

384. Y comenta P.BONNARD al respecto: “no es que éstos –los niños– estén dotado de una intuición
religiosa particularmente experimentada o que su pureza responda al gesto purificador de Jesús” sino que
simplemente y aun dentro de su ignorancia, son ellos, privados de apoyos oficiales, menospreciados y
despreciados, como los padres y los pecadores, quienes están dispuestos a recibir a Jesús como Mesías. Cfr.
P. BONNARD, o.c., 456. Parece que son los pequeños los más preparados para acoger.
275

o de ritos385; habla del Reino como de un banquete nupcial (cfr. Mt 22, 2) al que todos –sin
excepción– están invitados. Y además tiene una manera de enseñar estas cosas a los adultos
como si de niños se tratase, con relatos populares, que llegan a todos, y no con complicados
razonamientos teológicos.

Jesús, aunque haya sido tachado de tragón y bebedor, amigo de gente de pésima
reputación (cfr. Mt 13, 56), aunque hasta sus parientes más cercanos llegaron a pensar que
estaba loco (cfr. Mc 3, 21), y hasta el mismo Juan, cuando vivía y desde la prisión manifestó
también su desconcierto respecto de Él (cfr. Mt 11, 3), ahora, sorprendentemente, tiene la
audacia –filial e infantil– de mostrarse como portavoz de Dios, dejándose aclamar como
Mesías. Unos creen que está endemoniado (cfr. Mc 3, 22), otros lo juzgan fuera de sí
(cfr. Jn 10, 20); para unos es el profeta Elías reencarnado, para otros, Salomón (cfr. Mt 12,42);
los fariseos le han preguntado muchas veces de una manera perversa, para ver cómo pillarle.
Sólo los niños, los pequeños, y los que siendo grandes son humildes, le escuchan, le acogen,
le aclaman sin ningún prejuicio, con limpieza de corazón, con sinceridad. Es más, Jesús
acepta ser reconocido por éstos como el Mesías esperado de Israel, aunque ello suponga
prácticamente firmar su propia sentencia de muerte. En este caso, los niños, que han llegado
al colmo con la ovación del mismo Templo de Jerusalén (cfr. Mt 21, 15), son quienes por su
ingenuidad natural y por gracia, llegan a la audacia de creer que aquel hombre es el Hijo de
Dios. Es Dios mismo quien arranca de sus labios la alabanza. Y Jesús, no sólo no los
interrumpe sino que interpreta sus vítores como la más pura alabanza (cfr. Mt 21,16;
Sal 8,3)386.

385. Las medicaciones eclesiales en la comunidad cristiana serán importante y necesarias, pero superan
completamente la concepción judaica de las mismas; éstas no concebían la posibilidad de una relación íntima
y familiar con Dios cual es la que Jesús nos ha posibilitado en su Persona y en s Cuerpo que es la Iglesia,
pueblo de profetas, reyes y sacerdotes de una Nueva Alianza.
386. La cita está tomada de la versión de los Setenta. El salmo comienza con la misma frase con que termina:
“Señor, Señor nuestro, ¡qué admirable (thaumaston) es tu nombre en toda la tierra!” (vv. 2.8). Estas palabras
se escuchan en el fondo de Mt 21, 14 donde se habla de las cosas maravillosas (thaumasia) que Jesús ha
hecho. Más adelante el salmo dice que Dios, para avergonzar a sus enemigos, ha puesto en los labios de los
niños un cántico de alabanza. Cfr. W. WEREN, o.c., 292.
276

¿Será que la alabanza mesiánica, propia de los sacerdotes de Israel, Dios mismo la ha
pasado a los niños?387 ¿Estará aquí el secreto revelado a los pequeños y ocultado a los
sabios?

El Reino lo reciben los que son pequeños abiertos al Reino, y aquellos que –aun siendo
grandes, inteligentes, cumplidores– se hacen como los niños y se despojan de todo prejuicio
apriorista y, con espontaneidad infantil, viven en actitud de sencillez, de entusiasmo y
alabanza, viendo con ojos limpios cuanto ocurre, abiertos a la novedad sorpresiva de Dios y
encarnando a diario la actitud de asombro que puede reprimir toda rebelión y hostilidad ajena,
transformando así la propia388.

Tras este pasaje, dice el papa Benedicto XVI: los niños rinden homenaje a Jesús como
Hijo de David y exclaman “Hosanna!”… Así, en los niños que con este corazón libre y
abierto lo reconocen a él, la Iglesia ha visto la imagen de los creyentes de todos los tiempos,
su propia imagen (cfr. Extracto de la homilía que pronunció SS. Benedicto XVI en el
Domingo de Ramos, 16 marzo 2008, Ciudad del Vaticano).

Tras este pasaje, los niños ya no volverán a salir en el Evangelio. Han seguido a Jesús,
entremezclados con la muchedumbre. Ahora, con la entrada última en la ciudad de Jerusalén,
salen a su encuentro, dejándonos como último recuerdo de su alegría infantil un canto de
victoria y alabanza al Señor que, sin saberlo, llega a ser una verdadera confesión de fe.
Cuando se pida la crucifixión de Jesús, no se oirán sus voces; cuando crucifiquen en el
calvario al Señor, no se percibirá sus presencias. Ellos fueron los primeros en derramar su
sangre por Él; ahora es Él quien marcha a derramarla por ellos. Era una deuda de Amor.

387. W. WEREN asegura que “el relato de Mateo refleja con toda precisión las circunstancias del salmo:
los niños pequeños son llevados de la mano de Dios hasta Jesús, mientras que la aristocracia sacerdotal del
templo considera a Jesús como su enemigo” (Ídem). Ha elegido Dios a los pobres según el mundo como ricos
en la fe y herederos del Reino (cfr. St 2, 5).
388. “El asombro no debe extinguirse nunca en el hombre; el asombro, es decir, la capacidad de admirarse
y de escuchar, de no interrogarse únicamente por lo que es útil; sino de percibir también la armonía de las
esferas y de complacerse justamente en aquello que no le procura al hombre provecho alguno”. Cardenal
JOSEPH RATZINGER, El camino pascual, o.c., 84. La capacidad de asombro es propia de los que son como
niños, según el Evangelio.
277

4.12. El niño que ora: Mt 7, 7-11 (y par.)

“Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide
recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿O hay acaso alguno entre
vosotros que al hijo que le pide pan le dé piedra; o si le pide un pez, le dé una culebra?
Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más
vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenos a los que se las pidan!”
(Mt 7, 7-11).

Nota filológica. El texto griego utiliza dos términos para significar a estos hijos aludidos:

- “υιοσ” (hyiós) que significa “hijo”, “niño”, “descendencia”;


- “τεϰνοισ”, (téknosis) que se refiere más directamente a los hijos sin que necesariamente se trate de hijos
en edad infantil.

Comentario teológico-espiritual

La presente perícopa es una instrucción sobre la acogida de la oración. El texto de Mateo


adquiere su correcta interpretación a la luz de Lc 11, 3, una versión más teológica si cabe de
la oración porque explicita esas “cosas buenas” que podemos esperar de Dios y que conviene
pedir: “… ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!” Se
encuadra dentro del gran sermón del Monte. Jesús, tras hablar de la limosna, el ayuno, la
oración, el abandono en la Providencia y el peligro de juzgar al prójimo, dice abiertamente a
quienes les escuchan, con qué confianza ha de reza a su Padre del cielo.

Jesús, al hablar de la confianza en la oración, de la fe en Dios, no pone como ejemplo a


los adultos, a los inteligentes, a los rabinos, a los maestros de la ley; no. Pone como modelo
de confianza absoluta a un niño, que por ser hijo confía en su Padre. Aquí la confianza nace
de la condición filial, pero sólo por ser niño ya sería susceptible de fe389.

389. El adulto, el inteligente, puede acceder a la relacion con el Señor si es humilde y se sabe y se siente
pequeño en su presencia. Cfr. D. SEILER, Fides infantium: una conversión, en Cocilium, 264, abril 1996,
301-315.
278

La relación entre niñez y filiación es tan estrecha que pueden llegar a identificarse en el
camino espiritual. Ser hijo es ser niño, y ser niño es ser hijo. La palabra alemana “kind”,
significa, directa e indirectamente, “hijo” y “niño”. Podríamos así identificar los conceptos
“filial” e “infantil”. Podemos afirmar, por ejemplo, que ser “hijo de Dios es lo mismo que ser
“niño de Dios”; que no se puede entrar en el Reino de los cielos si uno no se hace “niño”
(=hijo), que la actitud esencial de un cristiano frente a Dios Padre es la actitud “infantil”
(=filial), o que lo primero en el cristianismo es “ser niño” (=ser hijo). Podríamos adentrarnos
así en una teología de los niños que es la teología de los hijos, afirmando por ello que, volver
a ser como niños consistirá principalmente en recuperar la filiación divina que se pierde con
y por el pecado390.

Este texto nos recuerda que es necesario cambiar y hacerse como los niños para orar con
confianza y experimentar así la gratitud y la eficacia de la oración. La oración no sería pues
cosa de adultos autosuficientes, sino de niños que se saben necesitados, y de aquellos adultos
que hayan sabido hacerse niños391.

Hay “entendidos” que cuestionan la llamada oración de súplica, argumentando lo que


Jesús dice cuando enseña a reza el Padre Nuestro: “Vuestro Padre sabe lo que necesitáis
antes de pedírselo” (cfr. Mt 6, 8), y haciendo ver cómo la oración de petición pertenece a un
estadio primitivo de la vida espiritual, pues se entiende como egoísta y centrada
excesivamente en el sujeto que ora y pide392. Otros autores, en cambio, la aceptan
abiertamente y la valoran como una importante experiencia de fe, ya que con ella, no sólo el
hombre reconoce su propia pequeñez e impotencia, sino que aprende a transcenderse en una

390. Cfr. H. U. von BALTHASAR, Si no os hacéis como este niño, Herder, Barcelona, 1989, 11.
391. En cierta ocasión –comenta Cabodevilla– “el Cardenal de Londres vio entrar a un niño en la catedral.
Vio cómo iba de un lado a otro, se ponía de rodillas, se levantaba, marchaba a otro lugar y hacía lo mismo.
Cuando ya salía hacia la calle, el Cardenal fue a su encuentro y le preguntó qué había estado haciendo. El
niño respondió: “Le he dicho a Dios que le amor desde cuarenta y dos sitios distintos”. Cfr. Mª
CARBODEVILLA, o.c., 264.
392. El tema puede verse tratado monográficamente en: AA. VV., Petición y acción de gracias, en
Concilium 229, 1990, 345-457: A. TORRES QUEIRUGA, Más allá de la oración de petición, en Iglesia Viva
152, 1992, 157-194; J. NOMMER, ¿Tiene todavía sentido la oración de súplica y de intercesión? En
Concilium 79, 1972, 379-381; J. A. ESTRADA, La oración de petición bajo, en Cuadernos FyS 38, Sal
Terrae, Bilbao, 1997. Nuestra comprensión y visión del tema no coincide con la mayoría de estos autores.
279

confianza absoluta, fijando su esperanza en Aquel por quien se sabe amado y escuchado
siempre393.

Fue el mismo Orígenes quien hizo frente a quienes afirmaban en la antigüedad que la
oración de petición no tenía sentido debido a la omnisciencia e inmutabilidad de Dios394. Si
esto fuera verdad, ¿cómo es posible que el mismo Jesús nos inste a pedir y además a hacerlo
con absoluta confianza infantil?395

Jesús, en el texto que nos ocupa, habla de la ingenuidad de un niño y la infinita bondad de
su Padre, quien no es un Dios tan lejano e impersonal que no escuche, ni tan inmutable como
para no dejarse afectar por la súplica confiada de los hombres. El Dios de Jesús no ha arrojado
al mundo a una intangible autonomía, desentendiéndose de todo hasta el punto de haberlo
abandonado a su propia suerte; tampoco es tan cercano como para no pedirle nada. La oración
no es una cuestión de cercanía o lejanía (porque Dios es más cercano a nosotros que nosotros
mismos, y al mismo tiempo es absolutamente trascendente). La oración no es cuestión de
distancias sino de confianza. Una confianza que nos lleva al abandono por la experiencia de
un amor incondicional (cfr. Sal 130).

Cuando Jesús dice “pedid y recibiréis”, ¿lo dice como un consejo y sugerencia
condescendiendo con la flaqueza humana?: ¿lo dice como una exhortación o lo dice como
un mandato? ¿Quién tiene la audacia de pedir a su padre lo que necesita –viene a decirnos
Jesús–?; un niño –sería la respuesta–. Por eso es precisamente un niño, en su confianza plena,
quien es puesto por Jesús como maestro que puede enseñar a rezar a los adultos, en ocasiones
mucho más de lo que éstos son capaces de enseñarle a él396.

393. Cfr. K. RAHNER, Sobre la oración, en Selección de Teología, 12, 1973, 345. Y también Nuevo
Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2629-2636. Nosotros nos situamos en líneas y orientación del Catecismo
de la Iglesia.
394. Cfr. ORÍGENES, De oratione 5, 1-6 (PG 11, 429-433; Exhortación l martirio. Sobre la oración),
Salamanca, 1991, 81-84.
395. “Podemos y debemos pedir. Ya lo sabemos: si los padres terrenales dan cosas buenas a los hijos
cuando los piden, Dios no nos va a negar los bienes que sólo Él puede dar (cfr. Lc 11, 9-13)”. (BENEDICTO
XVI, Jesús de Nazaret, La esfera de los libros, Madrid, 2007, 186).
396. “La oración en Dios y con Dios, la espontaneidad, la sencillez, la convicción de la propia impotencia,
todo esto representa una lección infinitamente más valiosa que todo los métodos de oración inventados por
los maestros a lo largo de la historia” (J. Mª CABODEVILLA, o.c., 265). Nosotros somos de los que
pensamos y creemos en la necesidad y absoluta eficacia de la oración de petición. Sólo el niño pide con
naturalidad.
280

De esta manera, la oración de petición se concibe desde una extraordinaria simplicidad, la


propia de los niños; no se trata de una retahíla de demandas en plan comercial, ni un diálogo
de negocios; semejante antropomorfismo no es cristiano. La oración que propone Jesús
poniendo como modelo a un niño-hijo que pide y recibe, es la de aquel que con sencillez
expone al Padre sus necesidades, aunque el Padre las conozca de antemano397; le habla,
confía y espera, seguro de haber sido escuchado, y seguro además de que la respuesta de Dios
no está condicionada a la bondad o maldad –la calidad moral– de quien ora, pide y suplica,
porque “si pues vosotros, que sois malos… mi Padre dará el Espíritu a quien se lo pida”
(Lc 11, 9-13). Dios ya conoce al hombre, sabe de su maldad, y pese a ello, le ama, le escucha,
le asiste. Evidentemente no estamos legitimando en ningún momento lo que podría ser
frivolidad religiosa y cinismo espiritual: estar en pecado (por lo tanto de espaldas a Dios),
sin buscar su Amor y el amor al prójimo, menospreciando o despreciando su Palabra, y
pretender al mismo tiempo que Dios nos escuche y actúe como si nada ocurriese… Esa no
es la justicia de Dios. Por ello, el mismo apóstol Santiago, nos exhorta a reza correctamente
(cfr. St 1, 5-7; 4, 2-10). Lo que estamos afirmando es que nunca, el peso de nuestros pecados
o la constatación de nuestra debilidad, pequeñez y miseria, debe ser obstáculo para confiar
en el Señor.

Lo realmente importante es la confianza filial, la audacia y sinceridad para pedir aquello


que se cree necesitar, aunque muchas veces seamos hijos pródigos que lo que realmente están
necesitando es el perdón y la misericordia del Padre398.

397. Y muchas veces, “la oración dirigida a Dios es necesaria por causa del mismo hombre que ora, a fin
(…) de que se haga idóneo para recibir”, dice santo TOMÁS DE AQUINO (cfr. Compendio de teología, lib.
II, cap. 2, Rialp, Madrid, 1980, 340-341); es decir que son los hombres los que necesitan orar, las personas
las que necesitan hablar a Dios como un hijo a su Padre y desahogar ante Él el propio corazón, pues Él se
interesa por sus criaturas y le es grata la voz de sus hijos (cfr. 1 P 5,7).
398. Podríamos decir que un buen exponente de la oración filial-infantil sería la de Carlos de Froucauld,
que rezan cada día los “Hermanos y las Hermanas de Jesús” al atardecer de la jornada y antes de entrar en el
descanso nocturno: “Padre mío, me entrego en tus manos; haz de mí lo que quieras; sea lo que sea te lo
agradezco. Gracias por todo; estoy dispuesto a todo; lo acepto todo; te agradezco todo. Con tal que tu
voluntad se haga en mí y en todas las criaturas, en todos aquellos que tu corazón ama, no deseo nada más,
Dios mío. Me entrego en tus manos sin medida, con infinita confianza, porque tú eres mi Padre”. (C. De
FOUCAULD, Escritos espirituales, Studium, Madrid, 1975, 37). Para una visión pedagógico-pastoral de la
oración de los niños. Cfr. N. CABALLERO, Dios: “… manténgase al alcance de los niños”. Publicaciones
Claretianas, Madrid, 1997. Y también: Mvto. JUNION, La oración del niño, Ediciones A.C., Madrid, 1985.
281

4.13. La niña que danza: Mc 6, 17-29 (y par.)

… Herodes era el que había enviado a prender a Juan y le había encadenado en la cárcel
por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con quien Herodes se había
casado… Juan decía a Herodes: –No te está permitido tener la mujer de tu hermano.
Herodías le aborrecía y quería matarle, pero no podía, pues Herodes sabía que Juan era
un hombre justo y santo, y le protegía… y le escuchaba…

Llego el día oportuno, cuando Herodes, en su cumpleaños, dio un banquete a sus


magnates, a los tribunos y a los principales de Galilea. Entro la hija de la misma Herodía,
danzó, y gustó mucho a Herodes y a los comensales. El rey, entonces, dijo a la muchacha:
–Pídeme lo que quieras y te lo daré. Y juró: –Te daré lo que me pidas, hasta la mitad de
mi reino. Salió la muchacha y pregunto a su madre: –¿Qué voy a pedir? Y ella le dijo:
–La cabeza de Juan el Bautista. Entrando al punto apresuradamente adonde estaba el rey,
le pidió: –Quiero que ahora mismo me des, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista.
El rey se llenó de tristeza, pero no quiso desairarla a causa del juramente y de los
comensales. Y al instante mandó el rey a uno de su guardia, con orden de traerle la cabeza
de Juan. Se fue y lo decapitó en la cárcel y trajo su cabeza en una bandeja, y se la dio a
la muchacha, y la muchacha se la dio a su madre. Al enterarse los discípulos, vinieron
a recoger el cadáver y le dieron sepultura.

Hemos dejado casi para el final el presente pasaje (con su paralelo en Mt 14, 1-12), que
no abrimos con la nota filológica con que hemos introducido todos los pasajes anteriores. La
omisión es intencionada. Descubriremos al hilo del mismo comentario, de qué tipo de
muchacha habla el texto. Nos ha costado incluirlo en este libro, pues no aparece Jesús en
ningún momento. Pero precisamente por eso, no podemos dejar de mostrar qué ocurre cuando
no se acoge a Jesús o se le intenta silenciar…
282

Contexto

En primer lugar nos preguntamos: ¿cuál es el contexto literario del episodio? Marcos ubica
esa historia macabra justo inmediatamente después de la misión de los Doce, el envío
misionero con el que Jesús quiere que sus discípulos vivan abandonado a la Providencia y
confiando en Dios y en las personas (cfr. Mc 6, 7-12).

Una vez que el evangelista cuenta el envío, corta la historia y narra un hecho durísimo.
¿Qué pasará cuando los discípulos vayan por ahí, con el anuncio de la Buena Nueva del amor
de Dios? ¿Van a tener éxito o vamos a contar a la gente una historia para decirles que esto es
peligroso y que deben estar dispuestos a sufrir por la causa? Así encontramos en Mc un relato
donde se mezcla el pecado, la injusticia y lo absurdo de la perversión humana con la inocencia
y la ingenuidad de un justo profeta y una muchacha vilmente utilizada. Sí; los discípulos
deben saber que marchan a la misión evangelizadora como ovejas en medio de lobos
(cfr. Mt 10, 16).

Relectura del texto y Comentario teológico-espiritual

Juan Bautista andaba por buen camino, pero se atrevió a decir como profeta cosas que en
este mundo no son políticamente correctas. Le dijo al rey que por muy rey que fuera no podía
robarle la mujer de su hermano399. El rey le metió en la cárcel, pues Herodías se sentía
diariamente ultrajada por las valientes denuncias del profeta judío que no dejaba de gritar la
verdad de un adulterio repugnante ante los ojos de Dios. Y no sólo adulterio; según atestigua
la historia, Herodías era sobrina del tetrarca Herodes400 por lo tanto, en la mentalidad judía,
lo de Antipas y Herodías era un incesto en toda regla. Semejante cúmulo de inmortalidad

399. La historia de estos líos matrimoniales y la historicidad de los mismos personajes que nos ocupan
(especialmente Herodía y su hija Salomé), la podemos encontrar en una interesante síntesis explicativa del
pasaje, en: ARIEL ÁLVAREZ VALDÉS, ¿Quién era la bailarina que hizo decapitar a Juan Bautista?, en
DIDASCALIA, n. 599, mayo 2007, 16-22.
400. En realidad, ni siquiera era rey, sino sólo simple heredero de una tetrarquía, la cuarta parte del reino,
que abarcaba las regiones de Galilea y Perea. Cfr. A. MAGGI, Cómo leer el Evangelio, Ediciones El
Almendro, Córdoba 1999, 97. El autor comenta –con la singularidad que le caracteriza– el pasaje que nos
ocupa en el capítulo II de su libro, y lo titula Enanos y bailarinas: de este comentario tomaremos varios datos
interesantes para nuestra reflexión.
283

(adulterio más incesto) no pudo escapar a los reproches constantes de un predicador de fuego
que denunciaba ante su pueblo el vergonzoso matrimonio de la pareja gobernante.

El rey era casi amigo de Juan; sabemos que le gustaba hablar con él, que le tenía respeto
y hasta veneración, pues lo consideraba un hombre santo, Juan era un hombre coherente,
libre, veraz, justo, profeta de Dios y precursor del Mesías… Herodes Antipas le tenía casi
por consejero y le escuchaba con gusto… Pero la mujer que había robado a su hermano
Filipo401 no era ninguna santa; se dejó robar y prefirió ser la mujer de un reyezuelo mediocre
antes que la de su hermano sin título ni cargos honoríficos… Herodías se muestra como una
mujer frívola y sin ningún tipo de escrúpulos. No le importa lo más mínimo ir contra la Ley
de Dios (cfr. Lv 20, 21).

Y ya tenemos presentado en el Evangelio el mal y la dureza absoluta de este mundo, donde


la rivalidad y la ambición pervierten el corazón humano hasta sumar sin cuenta pecado tras
pecado.

El rey hace, el día de su cumpleaños, un banquete, al que invita a los gobernadores, a los
importantes de la ciudad y a los militares ricos, magnates y tribunos… gente principal,
fuerzas vivas del pueblo que serán cómplices hipócritas de una muerte injusta402.

Están en el banquete. La mujer aprovecha la ocasión para matar al profeta, porque


mientras el profeta esté allá, en la cárcel, es una acusación y un recordatorio constante de
cosas que no se pueden hacer. Y el rey quiere aprovecharse de los dos: por un lado tener al
Profeta, y por otro a la mujer. No parece que el rey quiera mucha a la mujer, porque le pedía
todos los días mátame a Juan… y no lo hace. ¿Para qué quiere a la mujer? Para humillar a
su hermano y fanfarronear ante los poderosos de turno… El rey, por una parte escucha a
Juan, por otra oye a su mujer… ¿quién ganará?

401. Hijo de Herodes el grande, el mismo que mandara en su día pasar a cuchillo a los niños betlehemitas,
temeroso de ser destronado…
402. Curiosamente, el término griego utilizado para indicar este día no es el de cumpleaños propiamente,
sino otro vocablo referido a la conmemoración del nacimiento de una persona ya difunta; esta elección de los
evangelistas no deja de ser intencionada: Herodes, que representa el poder de un mundo que no obedece a
Dios, aunque físicamente vivo, en realidad está muerto, y el día de su cumpleaños no hace sino sembrar más
muerte a su alrededor.
284

El día de la fiesta, la mujer va a meter a bailar en medio del banquete a su hija 403. Es un
hecho inaudito en una corte oriental; y lo es por dos razones: la primera, porque la danza de
una princesa no tiene precedentes en aquel mundo de la aristocracia real, dado que sólo las
bailarinas-prostitutas se exponían a las miradas lascivas de los corruptos amigos de palacio.
La segunda –mucho más escandalosa– porque quien realmente se pone en el centro de la sala
para danzar una danza de muerte es ¡una niña!404

¡El evangelio de Marcos dice que es una niña! La palabra griega empleada es korásion
(Mc 6, 22), y aunque la traducción habitual de las Biblias sea “muchacha” o “joven”, sabemos
que en realidad el término se usa para designar a una niña pequeña, a alguien que aún no ha
llegado a la edad de la pubertad. Cierto que los especialistas no se ponen del todo de acuerdo
en fijar su edad, porque el abanico cronológico expresado con este término podría estar
oscilando entre los 7 y 11-12 años405. Pero añadamos otro dato significativo: no se nos dice
su nombre. Es lo propio del contexto: ignorar a los niños… porque no cuentan. En el pasaje
todos los personajes protagonistas tienen nombre (el homenajeado es Herodes, el decapitado
es Juan, la homicida es Herodías); en cambio, la princesa bailarina no es adulta todavía, por
ello no se le nombra406.

Además, por todo el embelesamiento provocado en quienes han quedado prendados de la


danza, podemos reafirmarnos en el convencimiento de que esta muchacha era realmente una
niña pequeña. Por eso seduce… porque es ¡lo nunca visto! Y aquí radica toda la fuerza de
este escándalo. No es un baile oriental de señoritas de cuerpo guapísimo de 18 años que
bailan el baile del vientre… De eso están cansados el rey y todos sus magnates aduladores.

403. La escena del banquete resalta un modelo querido por la literatura judía, el de Ester y del rey Asuero.
Pero mientras Ester seduce al rey para salvar al pueblo de la muerte (Est 5-7), Herodías prostituye a su hija
para asesinar a un inocente.
404. Con muy poco acierto se nos ha transmitido una imagen de Salomé como la de una joven ya crecida…
El arte (y desde antiguo), la pintura (especialmente desde el Renacimiento), la literatura (con Ernest Renán
en 1863 y Gustavo Flaubert en 1877), el teatro (con la obra de Oscar Wilde en 1892), la ópera (con Richard
Strauss) y el cine no han dejado escenas inolvidables donde el espectáculo que ofrece esta princesa es la
Danza del vientre o el Baile de los siete velos… Pero no fue así la realidad. Salomé era una niña, y he ahí lo
verdaderamente morboso y espeluznante en aquella tarde de macabro banquete. Cfr. A. ÁLVAREZ VALDÉS,
¿Quién era la bailarina que hizo decapitar a Juan Bautista?, o.c., 21-22.
405. Recordemos que en el pasaje de la hija de Jairo, también Marcos emplea la palabra korásion y dice
expresamente que la muchacha tenía doce años (Mc 5, 42). Ídem, 19.
406. Sabemos, por otros anales históricos, que se llamaba Salomé (de Shalom, el mayor saludo de paz y de
bendición que pueda escuchar un hebreo). Pero aquí, el evangelista “respeta” su identidad porque es
verdaderamente escandaloso el fin para el que esta pequeña fue expuesta, utilizada y vilmente manipulada.
285

El problema realmente es que, de pronto, una niña es expuesta como público espectáculo.
Asistimos así al paradigma de un mundo loco, con los valores totalmente invertidos, un
mundo totalmente al revés: un profeta justo en la cárcel, un rey que le roba la mujer a su
hermano, un tío que se casa con su sobrina, una mujer que expone a su pequeña ante los ojos
libidinosos de unos poderosos corrompidos por sus bajas pasiones… ¿Qué hace una niña
bailando en medio de esa comida de riqueza del mundo, banquete de injusticia y de pecado?

El hecho de que sea una niña no hace que el “pecado” sea más pequeño, sino mucho más
grande… Porque es introducir la manipulación de la infancia para conseguir intereses llenos
de maldad; es el escándalo de los pequeños que son arrastrados por la locura de los mayores…
pecado monstruoso ante el que hubiera sido preferible no haber nacido jamás (cfr. Mt 18, 6-
7.10)407.

Pero el episodio continúa. Cuando la niña ha terminado de bailar, Herodes está satisfecho
porque ha ofrecido a sus invitados un espectáculo impensable, absolutamente inesperado…
digno de la gran Roma (mejor, digno de la depravación romana). Todos aquellos hombres
duros están admirados: ¡qué niña, qué niña… qué bonito esto de la niña! El reyezuelo de
provincia se crece con los aplausos de sus comensales. Y en el estúpido colmo de su
satisfacción, dice a la pequeña: ¿Qué quieres? Te doy lo que quieras… aunque sea la mitad
de mi reino. Herodes cree que puede disponer de su reino cuando en realidad él es un simple
administrador que no tiene en propiedad ni un solo palmo de la tierra que intenta gobernar…
¡Todo es propiedad de la ocupación romana! Pero así son los necios: engreídos y fanfarrones,
se creen amos y señores de todo408.

Siguiendo el episodio nos encontramos ahora con un argumento más que confirma cuanto
venimos diciendo: la niña, por ser niña precisamente, está desconcertada frente a semejante
oferta. ¿Qué pide?, ¿un juguete?; no sabe qué pedir porque es una niña y depende de su
mamá. La busca y le dice: –Mamá, ¿qué pido? Una Salomé mayor no se habría mostrado tan
vacilante e indecisa… antes al contrario, hubiera sacado un buen partido del generoso
ofrecimiento de Antipas. Y ahora llega lo más escabroso y espeluznante de la historia: le dice

407. Como hace nuestra sociedad en la TV, en los medios de comunicación…


408. Recordemos que Jesús llamará a Herodes Antipas “ese zorro” (cfr. Lc 13, 22), animal que en la cultura
hebrea representa la estulticia, la insignificancia, la necedad.
286

su madre: –Pídele la cabeza de Juan Bautista. ¡Qué horror! La escena es absolutamente dura.
¿Qué hace una niña pidiendo públicamente la decapitación injusta de un justo? Estamos ante
lo absurdo elevado al ámbito de lo demoníaco: una niña que danza para recibir por premio
una muerte. Herodes es una nulidad de persona que por no desairar a sus comensales cede
ante la macabra petición de una mujer sin corazón. Herodes es un pelele que está siendo
manipulado juntamente con la pequeña… y no hace nada por impedirlo. El día en que debía
haber dado gracias a Dios por el don de la vida, él la quita y la ofrece como comida en un
banquete donde los muertos vivientes se alimentan de terror y siembran la conciencia de
obsesiones y fantasmas… Herodes, oyendo hablar de Jesús, creerá que se trata de aquél Juan
a quien yo decapité (cfr. Mc 6, 14-16).

Recopilando un sentido

Hemos abordado un pasaje evangélico diferente al resto de los que se analizan en este
estudio, en tanto que en todos los demás acontece un encuentro salvífico con Dios, lo que no
sucede en este caso. ¿Por qué, entonces, hemos traído a colación esta historia tan dura y al
mismo tiempo tan real? Porque aunque esta niña no conociera personalmente a Jesús,
también en ella hay una revelación. En efecto, la Biblia no sólo transmite la verdad de Dios
sino también la verdad del hombre. Y de un modo tan vertiginoso como realista y elocuente,
la tradición bíblica se muestra particularmente atenta a algo que ha marcado la historia del
ser humano desde sus orígenes: el mysterium iniquitatis. El misterio del Mal acontece
también en los pequeños, los niños, los inocentes… Un mal que puede acampar a sus anchas
si rechazamos a Dios, ignorando su Palabra e intentando silenciar a quienes hablan en su
nombre.

La historia de la niña Salomé y el cumpleaños del rey Herodes tiene una gran enseñanza
que aportarnos: el mal y el pecado, con todas sus consecuencias, pueden llegar a precipitarse
indiscriminadamente sobre los pequeños cuando el mundo de los adultos que los rodea está
cerrado a la voz de Dios y a la de sus profetas.

Con tantos otros pasajes bíblicos hemos sido confirmados en la importancia de “llevar los
niños al encuentro con Dios en la Persona de Jesús”, constatando lo salvífica que resulta esta
287

experiencia. Aquí, por contraste, somos confirmados en la misma urgencia a partir de las
devastadoras consecuencias que puede producir, en cambio, la falta de este mismo encuentro.

Sin Dios, sin Jesús, sin la fe, el hombre puede precipitarse a un abismo de vaciedad y
absurdo, un patético sin-sentido que sólo genera destrucción, donde la vida de los inocentes
es cruelmente manipulada y puesta al servicio del mal409.

Iniciábamos nuestro comentario aludiendo al contexto literario precedente, la ubicación


del texto en el conjunto del evangelio de Marcos. Ahora nos preguntamos por el contexto
consecuente; ¿qué episodio sigue a la narración de la muerte del Bautista?: la primera
multiplicación de los panes (cfr. Mc 6, 30-42)410. La intención no puede ser más clara:
mientras que una comida, llena de riquezas de este mundo pero sin Jesús y sin el amigo del
novio, sólo produce muerte, otra comida, hecha de pobreza hambre de Dios, con Jesús y sus
amigos (cfr. Jn 15, 14-15), produce la eclosión de la vida, la sobreabundancia de dones y un
alimento que sacia hermanando a todos en el servicio del amor. Según la versión del IV
evangelio, fue un niño quien ofreció al Señor sus panes y peces para alimentar a la multitud
(cfr. Jn 6, 1-15); era un niño con Jesús. En Mc 6, 17-29, en cambio, una niña sin Jesús sólo
puede aportar una locura.

Una niña que danza para la muerte…, eso puede ser una infancia sin Jesús.

409. Nos permitimos reproducir literalmente una nota que ya hemos puesto anteriormente. “Niños,
comprados, vendidos, alquilados, secuestrados por sectas, sobreutilizados en el cine o en la publicidad,
envuentos en las guerras de la posguerra (…) Niños-bomba, niños-correo, niños-esclavos, niños-camellos,
niños-soldados (…) En los burdeles, en las guerrillas urbanas y el terrorismo, en las plantaciones de los
modernos esclavos, en las minas y en los campos de refugiados, estos “ángeles perdidos” son el acta de
acusaciones contra un mundo cada vez más feroz”. (M. LEGUINECHE, o.c., 23.41). Nos remitimos a los
datos que ofrece respecto a las injusticias mundiales con los niños, la teóloga M. MCKENNA. Cfr. o.c., 92-
94.
410. Y lo hacen también los otros sinópticos, cada uno a su modo (cfr. Mt 14, 13-21 / Lc 9, 10-17).
288

A modo de Epílogo

Para terminar el elenco de niños significativos aludidos en el N.T. –que si bien en este
estudio, no están todos los que son pero sí son todos lo que están–, traemos a colación dos
textos que comentamos brevísimamente; el primero se encuentra en el libro de los Hechos
de los Apóstoles; el segundo es de una carta del apóstol Pablo.

4.14. Los niños profetas: Hch 2, 17-21

“Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas,
vuestros jóvenes verán visiones…” (Hch 2, 17).

Nota filológica: el texto, en el v. 17, emplea los términos “hyiós” (en el texto-νιοι), y “thygáter” (en el texto-
θυγατεϱεσ), que ya hemos definido en los casos anteriores (Latín, “filius” y “filia”, respectivamente). También,
en el mismo v. 17, emplea el término “neanískos” (en el texto-νεανιοϰοι) para designar al “joven”,
“adolescente” (latín, “iuvenis”).

Comentario teológico-espiritual

Tras la Ascensión del Señor y el acontecimiento transformador de Pentecostés, nace la


Iglesia. El Espíritu Santo viene como Don del Padre para fortalecer a los discípulos y
apóstoles y hacer testigos de Jesús en todo el mundo (cfr. Hch 1, 5-8). Este Espíritu que se
derrama sobre toda carne no es una recompensa a los hombres por méritos acumulados; no
es un premio obtenido, es un don concedido; no se adquiere por esfuerzos, ni se puede
comprar con sacrificios (cfr. Hch 8, 9-25); es, antes que nada, una gracia del Padre, un don
gratuito de su Amor inefable. Por ello, los mejores receptores son los que más conciencia
tienen de su pequeñez e incapacidad para adquirir y merecer.

Cuando el espíritu es derramado y acogido, engendra la profecía. Y surgen en la Iglesia


los niños profetas, que verbalizan verdades sobre Dios (aunque no sea muy conscientes de la
densidad del contenido de lo que expresan, o mejor, siendo conscientes al nivel propio de su
edad) y el sirven como instrumentos dóciles de revelación para los adultos; niños que prestan
289

sus labios a Dios para la perfecta alabanza, para el testimonio, para el canto, para la
invocación de su Nombre (cfr. Hch 2, 17-21; Jl 3, 1-5).

El libro de los Hechos, aunque no nos den testimonio explícito, sin mencionar las casas
en que predicaban los Apóstoles (cfr.Hch 5, 42), las casas o familias enteras que buscaban al
Señor (cfr. Hch 10); sobre ellas se derrama el espíritu sobre toda carne, profetizando hijos e
hijas, recibiendo de parte del Señor, dones especiales (cfr. Hc 2, 17-21;Jl 3, 1-5)411.

4.15. El niño amigo de las Sagradas Escrituras: 2 Tm 3, 14-16

“Tú, en cambio, persevera en lo que aprendiste y en lo que creíste, teniendo presente de


quiénes lo aprendiste, y que desde niño conoces las Sagradas Letras, que pueden darte
la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. Toda Escritura es
inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la
justicia” (2 Tm 3, 14-16).

Nota filológica: se emplea el término “brefos” (en el texto-βϱεϕουσ) para referirse a la infancia de Timoeo
como el primer tiempo de su vida donde empezó a conocer las Sagradas Escrituras; el latín traduce por “ab
infantia”; desde niño. El que se utilice brefos y no otro término similar para designar mejor la juventud que la
infancia propiamente, nos autoriza para entender que el autor se quiere referir a la primera infancia, es decir,
se reconoce una familiaridad con las Escrituras desde muy pequeño.

Comentario teológico-espiritual

Terminamos este amplio recorrido por las páginas de la Biblia buscando niños, con un
niño que encierra en sí mismo el misterio de la radical influencia que tiene para la fe el
entramado familiar en y desde la infancia412. Timoteo es un niño que parece haber sido

411. Podríamos comentar muchas experiencias pastorales al respecto… pero no debemos hacerlo ahora;
esto daría para escribir otro libro en que exponer las profecías de los niños, el evangelio según los niños…
412. El ya citado n. 291 de la revista Imágenes de la fe, ofrece varios artículos que bajo el título El despertar
religioso de los niños, habla de la importancia de la fe antes de los 7 años, cómo hablar a Dios a los niños
desde muy pequeños, el papel de los padres es esta tarea, y la importancia de la oración en familia ya desde
antes de nacer.
290

especialmente bendecido por el Señor; poco o nada sabemos de su infancia, pero lo que Pablo
nos recuerda en la segunda carta dirigida a su nombre, nos puede servir de mucho.

Timoteo significa literalmente “Temeroso de Dios”. Nació en Listra, hijo de padre gentil
y de una mujer judía creyente (Eunice), que se convirtió pronto al cristianismo. Parece ser
que el buen testimonio de los cristiano de Listra fue el motivo por el que Pablo lo tomara por
compañero y confidente en sus viajes apostólicos413. Y es el mismo apóstol de los gentiles
quien nos ofrece un dato importante sobre la niñez de Timoteo, de quien dice que desde
pequeño se familiarizó con las Sagradas Escrituras (cfr. 2 Tm 3, 14-17). Es importante este
dato por sus consecuencias pastorales. Es de vital trascendencia que el niño escuche la
Palabra de Dios desde la más temprana edad; no es acertado creer que se debe esperar a tener
desarrollado el nivel de comprensión lógica, o el nivel de consciencia cognitiva (o plena)
para que los niños escuchen la Palabra de Dios. En la infancia, puede que la inteligencia no
alcance todavía a comprender como a los adultos les gustaría, pero ciertamente entiende a su
nivel, y la Palabra escuchada provoca una respuesta en el corazón de cada niño; además, el
espíritu que les habita por el Bautismo capta, recibe, y va transformado, lenta e
imperceptiblemente, el corazón de cada hijo de Dios414.

La Palabra de Dios es Palabra de amor; y el amor no es necesario comprenderlo, lo


necesario es vivirlo, conocerlo experiencialmente. Si además de escuchar la Palabra divina,
el niño le ve cumpliéndose en su entorno familiar, especialmente en sus padres, su fe crece
segura, y los vendavales del mundo difícilmente podrán derrumbarla. Lo que se recibe en la
infancia adquiere fuerza de naturaleza415. Lo psicólogos modernos aseguran que lo vivido en
la primera infancia marca profundamente la vida de cada persona. No se trata de comprender
la Escritura intelectualmente –por lo menos cuando todavía se es niño– sino de vivirla

413. Una buena síntesis de la vida y ministerio de Timoteo, lo podemos encontrar en BENEDICTO XVI,
Sobre el fundamento de los Apóstoles, o.c., pp. 185-188.
414. Cfr. R-M de CASABLANCA, o.c., 139-179. De lo aquí afirmado podríamos dar razón con cientos de
experiencias entre los niños del Oratorio de Niños Pequeños de las Escuelas Pías; cfr. G. CARBÓ BOLTA,
El Oratorio de Niños Pequeños de las Escuelas Pías o.c. Cuando se comunica la Palabra de Dios a los niños,
no sólo se les pone ante una presencia real de Cristo –latente en el A.T, patente en el N.T.– (cfr. VATICANO
II, Dei Verbum, 16), sino que además, narrando la Historia de la Salvación, les estamos dotando de un
Lenguaje creyente desde pequeños que les va a permitir confesar la fe cuando sean adultos. Sin haber
asimilado, desde la primera infancia, las categorías bíblicas de la historia sagrada, no es posible una
confesión de la fe desde las fuentes y desde las raíces de la misma.
415. Cfr. TOMÁS DE AQUINO, Summa contra gent 1, c. 11.
291

experiencialmente. Un niño aprende a hablar sin que nadie le explique la gramática del
lenguaje; aprende en familia a partir de la comunicación que en ella surge a diario. La fe, que
es vida, se transmite todavía mucho mejor que el lenguaje416. Por eso, la figura de Timoteo
sirve para constatar que lo sembrado en la niñez, en la infancia, un día crece y produce
frutos417. El mandato de Israel en la oración del Shemá, lo dice expresamente: “¡cuéntalo a
tus hijos, Israel” (cfr. Dt 6, 7). Es voluntad de Dios que los niños reciban las palabra de las
Sagradas Escrituras en todo tiempo.

La misma reina Ester, en su angustiosa y confiada oración ante Dios intercediendo por su
pueblo condenado al exterminio, le recuerda al Señor que “oí desde mi infancia, en mi tribu
paterna, que tú, Señor, elegiste a Israel de entre todos los pueblos, y a nuestros padres de
entre todos sus mayores, para ser herencia tuya para siempre, cumpliendo en su favor cuanto
dijiste” (Est 4, 17). Y el recuerdo de esas palabras sobre la elección de su pueblo, quedo
grabado en su corazón de niño y en su mente infantil… y ahora, en el momento de la dura
prueba, emergen a su memoria creyente, emocional y afectiva, y le sirven como tablas de
salvación en medio del naufragio de su pueblo…

Hay muchos niños que, como Timoteo, reciben la Palabra desde pequeños y van creciendo
con ella418. Y este crecer con la Palabra de Dios, hace que Timoteo sea, de mayor, un fiel
discípulo de Pablo (cfr. Hch 16, 1; 2Co 2, 13), un discípulo querido, hijo en la fe (cfr. 1Tm
1, 2), hijo de Dios (cfr. 1Tm 6, 11), militante de la Palabra recibida y defensor del Evangelio
(cfr. 1Tm 1, 18; 6, 12), combatiendo al enemigo con el propio testimonio de su experiencia
(cfr. 2Tm 1, 8). Un combate y un testimonio para el que se ha preparado, que ha querido una
formación desde niño, en la sana doctrina, por medio de la escucha y la lectura (cfr. 1Tm

416. Cfr. AA. VV., Formación cristiana de los niños, en Imágenes de la fe, n. 5.
417. Ya lo vimos al hablar de la infancia de Jesús, y como cómo en él, lo señalado aquí, se cumple de una
manera clarividente. Cfr. Mª T. PORCILE SANTISO, o.c., 49-50.
418. Niños que vibran literalmente cuando les narras episodios de la historia de la salvación, y especialmente
cuando les hablas de Jesús, sus palabras, hechos, acciones, curaciones, milagros, etc; niños que –a su nivel–
también de alguna manera sienten arder sus corazones cuando les explicas las Escrituras (cfr. Lc 24, 32).
Estos niños tienen depositaba en sus corazones la semilla de la fidelidad, y pueden llegar a ser perfectos
pregoneros del mensaje, auténticos difusores de la Buena Noticia, verdaderos agentes de evangelización, si
con ellos se hace un buen cultivo de la siembra a teneris annis, es decir una conveniente educación en la fe,
ek paidiu, desde la más tierna infancia. Cfr. AA. VV., La fe de los pequeñines (testimonios y experiencias),
en Imágenes de la fe, n. 147. También: G. CARBÓ, Los santos niños ofrecían la Pascua en secreto, en
“Teología y Catequesis”, n. 68, octubre-diciembre 1998, Madrid.
292

4,13), lo que le ha convertido en maestro siendo discípulo, porque ahora es él que proclama
a toda hora (cfr. 2 Tm 4, 2) para que todos los hombres se salven (cfr. 1 Tm 2, 4).

Timoteo será el distribuidor de la Palabra (cfr. 2 Tm 2, 1), el evangelizador (cfr. 2 Tm 4,5)


el buen ministro (cfr. 1 Tm 4, 6) que nadie despreciará a pesar de sus años (cfr. 1 Tm 4, 12),
porque el mensaje que lleva es el mensaje que aprendió y que viene de Dios (cfr. 2 Tm 3, 14-
16). Nada de esto habría sido posible sin la infancia creyente que Timoteo vivió; ninguno de
estos frutos se habrían podido cosechar sin una siembra previa… Ésta es necesaria y, cuanto
más temprana sea, mejor, porque las raíces serán más fuertes y más profundas419.

Hay un versículo que anima e impulsa a todos los niños a una activa tarea de
evangelización en la Iglesia y para el mundo: “que nadie menosprecie tus años” (1 Tm 4, 12)
el mensaje de que eres portador no es tuyo –no eres una niñería–, sino de Dios, inspirado por
Él (2 Tm 3, 16).

Dios ha elegido a los niños –y a los que son como ellos– para anunciar al mundo Su
Misericordia. Los niños han conocido el Amor de Dios manifestado en Jesús; y éste es el
Evangelio que están llamados a anunciar. Los niños pueden ser misioneros en la Iglesia,
portadores de la Buena Noticia420. Ojalá sean siempre acogidos, porque con ellos viene el
Reino.

419. Cfr. R. BELDA, Comentario al n. 15 del Memorial al Cardenal Tonti, en Ephemerides Calasanctianae,
n. 7-8, julio-agosto 1996, 373-376.
420. JUAN PABLO II, además de calificar a los jóvenes como esperanza de la Iglesia, cuenta entre los
“obreros de la viña del Señor” a los niños (cfr. Ch.L. 47), indicando que de la infancia parten caminos tanto
para la edificación de la Iglesia como para la humanización de la Sociedad; los hijos contribuyen a la
santificación de sus padres y familia, así como a la construcción de la “Iglesia doméstica”. Las vías que esta
línea de acción abre para evangelizar son –a la luz de la psicología infantil– de alcances inéditos; pero se
desconocen o no se aprovechan. Cfr. C. G. EE. PP., La misión de las Escuelas Pías en la Nueva
Evangelización, ICCE, Madrid 1995, 34-48. Y también: Mª T. PORCILE SANTISO, o.c., 96-102. Y del
concilio Vaticano II: AA. 30; AG. 38; GE. 8; GS. 48.
293

4.16. Niños santos: la llamada de Jesús a una vida según el Evangelio

El Evangelio –lo hemos visto ampliamente– nos invita constantemente a volver a ser
como niños… Las leyes propias del crecimiento humano nos piden constantemente dejar la
infancia y madurar… ¿Hay que volver a ser como los niños o hay que dejar de ser como los
niños? Volver a la infancia, ¿es regresión o es progresión? Enunciamos ahora un interrogante
que aclaramos seguidamente: ¿Pedro o Pablo?

“Nacer de nuevo” y volver a ser como niños, es el gran reto que Jesús propone a los adultos
para entrar en su Reino. ¿Qué significa esto si el mismo Pablo pide que no seamos ya niños?
(cfr. Ef 4, 14). Es propio de las leyes del crecimiento humano el dejar el modo biológico de
ser inherente a la infancia, y así lo expresa el Apóstol: “Cuando yo era niño, hablaba como
niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de
niño” (1 Co 13, 11). Si el Evangelio pide volver a ser como los niños, la “aparente”
contradicción que se nos presenta, está pidiendo una explicación. Lo que Jesús pide no tiene
nada que ver con el infantilismo de la vida espiritual. Él mismo se nos muestra como modelo
de crecimiento; por lo tanto, en ningún momento queda legitimado un retroceso en la
evolución personal, ni un estancamiento en una fe inmadura. Pablo identifica la infancia con
la falta de conversión, y utiliza la figura del niño para simbolizar al hombre de la carne: “Yo,
hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como carnales, como a niños en
Cristo” (1 Co 3, 1). Cuando Pablo pide dejar la infancia, a lo que está invitando es a dejar
las obras de la carne (envidias, rencores, discordias, 1 Co 3, 3), dejar de obrar el mal, un mal
que se obra por la ignorancia de la fe. Entendida así la infancia, es necesario dejar de ser
niños, es decir, abandonar la vida pagana y crecer en el conocimiento del Señor Jesús. Pablo
pide salir de la infancia porque la concibe como el tiempo de la incredulidad. Jesús, en
cambio, pide volver a ella porque la considera no como obstáculo para la fe sino como
posibilidad para el Reino. En este sentido, la misma necesidad hay en salir de la infancia
como en volver a la infancia.

El apóstol Pedro añade un nuevo matiz; la carta que lleva su nombre manda rechazar
toda malicia, todo engaño, hipocresías, envidias, maledicencias, y pide que como niños
recién nacidos, desead la leche espiritual (cfr. 1 P 2, 1-3). El texto lanza una llamada a la
294

santidad de vida, una vida no llevada por la soberbia, el orgullo, la vanidad, la


autosuficiencia; una vida vigorizada por la experiencia del amor de Dios: vivid así, si es que
habéis saboreado la bondad y el amor del Señor (1 P 2, 3). Y en el mismo sentido Pablo
insiste: “Hermanos, no seáis niños en juicio. Sed niños en malicia (1 Co 14, 20) y obedientes
e inocentes para el mal” (cfr. Rm 16, 19). Volver a ser niños, pude significar por tanto
también, recuperar cierto estado de ingenuidad e inocencia, pero sin idealizar por ello la
infancia ni caer en tópicos que terminan siendo proyecciones de los deseos de los adultos.

En cualquiera de los casos, lo que en definitiva propone Jesús es recorrer un camino de


conversión para recuperar algunas de las actitudes propias de la niñez, de manera que el
acceso al Evangelio sea posible. Así, hacerse niños se constituye en condición indispensable
para la fe adulta. Podemos encontrar aquí una especia de apelación a la neotenia, que es la
capacidad que el hombre tiene de volver a la infancia, de recuperar desde allí el sentido de la
vida, de aprender de nuevo a vivir en clave de amor y de confianza. Jesús ofrece en su persona
un Camino a recorrer (cfr. Mt 11, 29; 22, 16; Jn 14, 6), para que hombres y mujeres puedan
desarrollar su especial capacidad de retorno a las actitudes evangélicas de los hijos. Una
vocación a la santidad. En este sentido, volver a ser como niños significa ser hijos y ser
discípulos, es decir, estar disponibles para un nuevo aprendizaje; el de la inesperada novedad
del Evangelio. Dispuestos y abiertos como niños a lo novedoso, a la “sorpresa”, al asombro,
a la “aventura”. Abiertos a ser santos. Con el Evangelio se inaugura un tiempo nuevo, una
novedad desconcertante en lo que respecta a la ley, el templo, a Dios, a la oración, al
sacrificio, a las jerarquías, a la salvación, a la gracia… ¡Todo nuevo! Y para esta novedad
“revolucionaria” se precisa ser como niños, dispuestos a comenzar un nuevo camino. Jesús
bendice a su Padre porque si los sabios e inteligentes según el mundo creen ya saberlo todo
y creen no necesitar aprender nada, los sencillos no; ellos se saben pequeños y positivamente
ignorantes respecto de esta novedad; sólo ellos se muestran dispuestos a dejarse conducir
por el camino que desconocen. En este sentido, así como para entender la pobreza de espíritu
en el evangelio de Mateo es necesario tener como referente la pobreza material del evangelio
de Lucas, pues del mismo modo, para no perderse en divagaciones estériles, la infancia
biológica puede ser el referente para hablar y entender la infancia espiritual. Los niños viven
sin esfuerzo y como realidad natural a su etapa la confianza y la dependencia respecto de sus
padres; la misma que se necesita respecto de Dios.
295

CONCLUSIÓN

Tras este recorrido por las páginas de las Sagradas Escrituras, debemos concluir con una
apretada síntesis que nos sirva de recordatorio.

Hemos buscado niños, y hemos encontrado; hay en ellos y en sus testimonios una fecunda
fuente de contemplación; reconocemos con alegría que Dios se ha servido en la Historia de
la Salvación de muchos pequeños como instrumentos dóciles para su manifestación. Nos
hemos acercado a la Biblia y hemos descubierto a un Dios que rompe pronósticos humanos
de preferencias: un Dios que coloca en primer lugar a quienes la historia les deparó el segundo
puesto; un Dios que rescata de las aguas al bebé de una esclava y lo coloca entre los hijos de
la corte faraónica; un Dios que consagra niños antes de su nacimiento, implicando a las
madres en su misma consagración; un Dios que llama con delicadeza al hijo de una estéril,
prefiriéndolo a los hijos del sacerdote, y que realiza con él un itinerario espiritual tal que nos
descubre la importancia de los procesos vocacionales ya desde la infancia. En la biblia hemos
descubierto cómo Dios fija sus ojos en muchachos olvidados y menospreciados por sus
hermanos; a unos les habla en sueños y a otros les cambia el cayado de pastor por el cetro
real, sacando fuerza de lo débil y gloriándose de escoger lo que el mundo desprecia. Hemos
escuchado historias que hablan de un Dios que reclama justicia por boca de los pequeños,
otorgándoles una autoridad venida de lo alto, una credibilidad moral tal que ni en los ancianos
de Israel se podía ya encontrar. Hemos constatado cómo Dios suscita jóvenes profetas
dándoles a conocer en edad temprana el poder seductor de su amor, y propiciando una
experiencia oracional que hace de la relación con Dios una relación de confianza absoluta
como la de un hijo pequeño con su Padre.

Hemos visto a un niño que desde el seno materno es elegido como Profeta del Altísimo,
llegando a vivir la intimidad con su madre que puede brincar de alegría cuando ella se
estremece de gozo por la cercanía del Redentor… Un niño-profeta que logra cambiar el
corazón de su padre abriéndolo a la novedad que se aproxima con el Evangelio.

Hemos visto niños precursores de la Buena Nueva; niños mártires; niños cantores que
aclaman al Mesías de Israel; niños discípulos y niños que, rechazados por los adultos, han
sido recuperados en su dignidad de hijos de Dios y puestos como modelos de conducta
296

evangélica en la Iglesia. Niños llevados a Jesús y niños que le siguen por propia iniciativa.
Hemos contemplado a niños que recuperan la salud y la vida cuando la ausencia de amor, de
sana relación familiar y el miedo al futuro, les había introducido en la angustia, la soledad,
el silencio y la muerte. Niños que denuncian la sordera de una generación cerrada a la
plenitud de los tiempos y niños que saben acoger la confidencia del secreto; niños bendecidos
en su pequeñez y debilidad, y niños corregidos por mostrarse caprichosos y testarudos.

Pero sobre todo hemos conocido a Jesús, el Niño de Dios que, sometiéndose a las leyes
humanas de crecimiento y proceso, se ha constituido a sí mismo como camino a recorrer y
misterio que experimentar. Lo hemos visto unido a su madre y ocupado en las cosas de su
Padre; sometido en obediencia a las mediaciones humanas pero libre de cualquier
dependencia que obstaculizara la venida del Reino. Jesús se no ha mostrado como el siervo
que es hijo, y el hijo que es niño; el Niño que confía y el Hijo que sirve; el Hombre verdadero
que invita constantemente a realizar una kénosis de conversión hacia la pequeñez y la
humildad. Un Jesús que pasó haciendo el bien, amando a los pequeños, tocándolos,
abrazándolos, curándolos, fijando en ellos su mirada hasta el punto de reconocer en ellos una
sacramentalidad auténtica de su presencia entre los hombres: “El que reciba a un niño como
éste, a Mi me recibe”. Un Jesús que siendo Dios se ha hecho niño y pequeño para que todos
los niños y los pequeños puedan conocer a Dios.

En clave pastoral…

No se trata ahora de hacer un panegírico de los niños en la Biblia ni de su capacidad para


entrar en relación con el misterio de Dios, o de las condiciones necesarias para posibilitar un
encuentro religioso-salvífico con el Reino. Pero sí debemos terminar este pequeño estudio
recordando –a grandes rasgos– lo que podría catalogarse como algunas conclusiones básicas
para una proyección pastoral.

1. Dios muestra una clarísima preferencia por los pequeños. Un rayo luminoso cruza
toda la Biblia: “Ha escogido Dios más bien lo que el mundo considera necio, para confundir
a los sabios; ha elegido lo que el mundo considera débil, para confundir a los fuertes; ha
escogido lo vil, lo despreciable, lo que no es nada a los ojos del mundo, para anular a quienes
297

creen que son algo” (1 Co 1, 27-28). Esta Palabra se cumple en todos los niños, la gratitud
de la elección divina. A ninguno de éstos se les exigió nada para iniciar un camino de amistad;
nadie ganó la elección por méritos propios; nadie mereció el participar del proyecto salvífico
de Dios para con los hombres. Fue y es el Amor de Dios –un amor fiel (Hesed y Emet) por
el pequeño y el humilde –el único protagonista. “El Señor se fijó en vosotros y os eligió, no
porque fuerais más numerosos que los demás pueblos, pues sois el más pequeño de todos;
sino por el amor que os tiene…” (Dt 7, 7-8). Cierto que para disfrutar este Amor Gratuito
será necesario corresponder y vivir acorde con quien nos amó primero (cfr. Dt 7, 9-11); sólo
así esta elección será fecunda (cfr. Dt 7, 12-16); pero la iniciativa siempre es de Dios
(cfr. Jn 15, 16 / Dt 4, 32ss.): “Busca méritos, busca justicia, busca motivos: y a ver si
encuentras algo que no sea gracia” (San Agustín).

2. Observando la infancia de Jesús, y tomada ésta como modelo prototipo de toda


infancia, reconocemos los primeros años de la vida como años determinantes para el
crecimiento de la persona. Hoy, con la autoridad que concede la revelación bíblica y avalados
por la psicología moderna, afirmamos que en los primeros años de vida se ponen los
fundamentos de la personalidad y que el entorno psico-afectivo-espiritual vivido en el hogar
es de crucial importancia para un crecimiento armónico de la persona en todas las
potencialidades de su ser.

3. Todo niño está llamado a crecer en edad, sabiduría y gracia ante Dios y ante los
hombres. Crecer de manera integral e integradora, libre de las ataduras que impidan dicho
crecimiento, pero obediente al amor; sujeto a sus educadores y susceptible de todo
aprendizaje. Educar es mucho más que enseñar. Educar es sacar de dentro y hacer crecer
correctamente las potencialidades que están en el interior de cada uno; pero también educar
es transmitir a las nuevas generaciones los valores esenciales de la existencia y de un
correcto comportamiento… para conducir a la felicidad personal y comunitaria
(cfr. Benedicto XVI, Asamblea Diocesana de Roma, 11-VI-2007). Los niños se dejan
conducir porque no saben el camino; pero sólo avanzan si hay maestros. Del mismo modo
que se alimenta el cuerpo para crecer en estatura, o se instruye la inteligencia para crecer en
el conocimiento de todo lo creado, es necesario también que el niño sea alimentado en su
espíritu, y necesita de maestros espirituales, mistagogos que le ayuden a vivir la experiencia
298

de filiación divina, única realidad que le llevará a la plenitud de su ser, su existencia y su


vocación más genuina y original. (Muy interesante al respecto lo que testimonia el
psicopedagogo G. Ferrís García, en su artículo “Una escuela al servicio del hombre nuevo”,
en Tabor, n. 4, abril 2008, pp. 78-86), esta misión ha de iniciarse –de manea ineludible– en
el ámbito familiar y desde la más temprana infancia, pues ambas realidades constituyen un
tiempo y un lugar privilegiado en la formación de la persona, y es ahí donde el niño recibe
sus primeras seguridades afectivas como fundamento sólido de posteriores desarrollos.

4. El Evangelio nos urge a llevar los niños a Jesús para que sean tocado por Él,
convencidos de que su huella lo es de salvación y plenitud humana. El niño bautizado puede
y debe crecer conociendo a Jesús y relacionándose con Él desde tan pequeño que no quede
en su conciencia posterior memoria del día y la hora en que por primera vez se le habló de
Dios y empezó a orar. La experiencia de la fe –a su nivel– deberá ser una experiencia que el
niño identifique como “desde siempre”. Consideramos un grave error esperar “a que se hagan
mayores”; los padres han de dar a sus hijos todo lo que es bueno para ellos, sin esperar a que
estén “maduros” –según la comprensión de los adultos– para elegir. Tienen la madurez propia
de su edad (o por lo menos habrá que ayudarles a alcanzarla). No hay ningún derecho a
privarles de la vida que surge de la fe: “Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis”.
Es necesario posibilitar el encuentro, no obstaculizarlo. Además conviene llevarlos a Él sin
adaptaciones reduccionistas. El niño es imagen de Dios, criatura suya. Tiene derecho a la
verdad, a Dios. no a un Dios adaptado; no se debe infantilizar la experiencia a cosas de niño,
con el consecuente desprecio de lo que entonces se vivió. Tendrán que ser los métodos de
enseñanza los que se adecúen al desarrollo mental y evolutivo de cada niño, pero no los
contenidos, porque éstos no deben ser fundamentalmente de aprendizaje intelectual, sino de
experiencia vital. Es necesario propiciar encuentro de Jesús con los niños y encuentro de
los niños con Jesús: experiencia de vida. Porque sólo los encuentros generan actitudes y
conductas coherentes con la fe; lo que se experimenta es lo que mejor se aprende. Por lo tanto
no basta con hablar a los niños de Jesús; es necesario llevarles a Él (al encuentro con Él en
sus presencias). En los evangelios hemos visto a Jesús tocando niños, abrazando, acogiendo
sus pobrezas, multiplicando sus pocas cosas, imponiendo sus manos, curándoles y
haciéndoles crecer. Jesús quiere encontrarse con ellos. Educar a los niños en la fe es
299

ayudarles a entablar una relación viva con Cristo y con el Padre por el Espíritu
(cfr. Benedicto XVI, Asamblea Diocesana de Roma, 11-VI-2007).

5. Hemos constatado también la importancia trascendental de la familia en la


experiencia creyente de cada niño. Hemos descubierto que un papel fundamental de todo
padre y madre respecto de la fe de sus hijos, es doble: mediación e intercesión. Ahora bien,
los padres no sólo deben interceder y mediar para que cada hijo se encuentre con el Señor,
es necesario también confesar la propia fe, consciente de que hay una transmisión que no se
da por vía de “datos” ni se reduce a un puro aprendizaje intelectual, sino por vía de empatía,
de ósmosis ambiental: la transmisión de la fe es transmisión de vida. Educar no se puede
reducir a la transmisión de determinadas habilidades o capacidades de hacer… (cfr.
Benedicto XVI, Asamblea Diocesana de Roma, 11-VI-2007). Israel ha transmitido siempre
la fe de padre a hijos confesándola con la propia existencia (cfr. Dt 6, 20-25). En nuestra
sociedad actual, el modo más fructífero de demostrar a nuestros coetáneos la existencia de
Dios, es confesándolo existente, con nuestro ser, nuestro hacer, nuestro hablar y nuestro
actuar. El hombre moderno –en feliz expresión de Pablo VI– escucha más a los testigos que
a los maestros; y si testigos, entonces maestros. Así, podríamos decir que el testimonio
familiar se convierte en el primer magisterio para los niños. La Iglesia es consciente del papel
irrenunciable que tiene los padres en esta tarea, y cree que ofrecer la fe a los hijos es lo que
más le puede ayudar a crecer como hombre y mujeres en toda plenitud humana. (Muy
interesante a este respecto el testimonio que nos ofrece Mons. Fernando Sebastián en
“Entrevistas con doce obispos españoles”, o.c., pp. 225-226).

6. La familia es el primer seminario, en el sentido más literal del término: es el primer


espacio vital en el que se siembra la semilla creyente; numerosos documentos eclesiales
denominan a la célula familiar como iglesia doméstica, capaz no sólo de cultivar en cada hijo
lo depositado en él por el bautismo, sino también capaz de detectar los problemas que
amenazan el crecimiento espiritual en cada pequeño, y ponerle remedio eficazmente,
mediante el testimonio personal, una labor eficaz con los medios adecuados y la intercesión
oracional de los padres ante el Señor (cfr. GS 48, Doc. Medellín 19).
300

7. La familia tiene una potencialidad vivificante en la formación de cada niño. Junto a


la fe y con ella, es necesario transmitir y vivenciar las actitudes propias del creyente: la
relación, la comunicación, el espíritu de las bienaventuranzas, sin dejar que la falta de diálogo
entre padres e hijos introduzca a los niños y a los jóvenes en un mutismo y una soledad de la
que sólo se cosecha agresividad y alienación. Cada hijo necesita escuchar con frecuencia “tú
eres mi hijo, yo te amor, en ti tengo mi complacencia”. La familia necesita recuperar espacios
de intimidad que devuelvan la vida y la alegría cuando se han perdido. Hay un tiempo muy
dificil en la vida de cada muchacho/a: la adolescencia; en una realidad que convulsiona toda
la persona. Un tiempo en el que el niño, la niña que un día fue, ha muerto… Es entonces
cuando –frente al morbo de los curiosos– se hace del todo necesario volver a un encuentro
íntimo como el que tuvieron los padres de la hija de Jairo, con Jesús, en los “aposentos
interiores”… La ausencia de Jesús en las familias, va generando muerte en los niños; y en
torno a ellos, adultos sembradores de desconfianza, ironías, mentiras, ruidos, falsedades,
plañideras e incrédulos. La presencia de Jesús regenera, vivifica, reconstruye, devuelve la
vida sirviéndose del amor, la cercanía, la intimidad y el calor del hogar. Sin Jesús en el hogar
familiar, la muerte hace su presencia, y con ella la angustia y la tristeza. Es necesario ofrecer
a los jóvenes espacios humanos y eclesiales de vida, y de Vida Plena en Cristo… para que
ninguno de ellos se pierda… porque no es voluntad del Padre que se pierda uno solo de sus
pequeños (Mt 18, 14).

8. No basta con instalarse en un tipo incipiente de fe; es necesario hacer itinerarios,


procesos, caminos de conversión permanente, pues éstos implican a todos aquello con
quienes se comparte también la vida. En ocasiones parece que los niños puedan ser
menospreciados por su aparente actitud pasiva, pero en muchos casos en su menesterosidad
y debilidad lo que verdaderamente está activándolo todo. Sin saberlo, los problemas de la
infancia y juventud, o las necesidades propias de estas etapas que reclaman una atención
especial de los padres, es el motor dinamizador de la búsqueda de Dios, nostalgia de una fe
que se perdió por el paso de los años, o augurio de una verdadera conversión a lo que nunca
antes se había experimentado. El acceso de los niños a los sacramentos de la Iglesia puede
reconducir la fe de los padres en la misma.
301

Lo que el concilio Vaticano II dice de la presencia benéfica y constructiva de los hijos en


la familia Iglesia doméstica: Los hijos, como miembros vivos de la familia, contribuyen, a su
manera, a la santificación de los padres (cfr. Gs 48) se ha de repetir de los niños –afirma
Juan Pablo II– en relación con la Iglesia particular y universal (cfr. Christifideles laici, 47,
Roma 1988).

9. Fiarse de alguien y depender de alguien, es lo propio de los hijos. Creemos que Jesús
fue el Niño eterno de Dios. Nadie como Él ha vivido la realidad filial respecto del Padre. Él
es esencialmente Hijo. Sus primeras palabras que el evangelio reseña son: “Tengo que
ocuparme en las cosas de mi Padre” (Lc 2, 49). Y las últimas que pronunció, un momento
antes de expirar: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46). Llamar Padre a
Dios, con el término Abbá, totalmente ignorado en el A.T. y en la literatura judía paralela,
resultó lo más novedoso y escandaloso de su mensaje (en el A.T., Dios es designado como
Padre 11 veces. En el Nuevo, 261 veces, de las cuales 167 por boca de su Hijo). El término
es una ecolalia, un diminutivo infantil, un apelativo que un adulto sólo puede pronunciar si
ha identificado en su experiencia vital –ontológica y existencia– ser niño con ser hijo, la
filiación con la niñez, la confianza con el abandono, el amor con la obediencia. Ésta es la
gran novedad de Jesús; éste todo su Evangelio. Jesús ama a los niños porque se dejan querer,
o mejor, porque necesitan ser queridos, como Él necesita el amor del Padre, que le ama desde
toda la eternidad.

10. Puede que ahora se haga más fácil comprender a Jesús cuando, cercano a su pasión
y muerte, se deja aclamar abiertamente por niños y por quienes se hacen como ellos. Jesús
se alegra porque una vez más constata que lo oculto a los escribas, fariseos y demás dirigentes
religiosos, su Abbá se lo ha revelado a la gente sencilla, a los pequeños, a los humildes y a
los niños. Éstos manifiestan una capacidad para la fiesta, lo celebrativo, el canto, la alegría,
lo epifánico, la gracia, la alabanza y el jolgorio en la casa de Dios, como ninguna otra clase
de personas. Sin medir el riesgo de sus gritos y sin saber con plena consciencia la
trascendencia de su bendición, los niños cantan ininterrumpidamente al Mesías. Jesús sabe
muy bien de quién se ha rodeado. Los niños son los mejores divulgadores de la confesión
mesiánica… Parece que el Maestro ha querido llenar su aljaba de estas flechas, tan potentes
302

en su misma debilidad (cfr. Sal 127, 3-5); son niños, aunque lo que gritan es la mismísima
verdad salvífica de Dios. los niños y su confesión de fe… verdaderas flechas en manos de un
guerrero que no ha venido a traer paz a la tierra sino más bien a incendiarla, arrojando sobre
ella el fuego del amor de Dios (cfr. Lc 12, 49).

11. Jesús se ha identificado con los niños, de alguna manera (cfr. Mc 9, 36-37). Jesús nos
ha manifestado que su Padre ama a los niños hasta el punto de ponerlos en el primer puesto
en su Reino (cfr. Mt 18, 4). Jesús bendice a los pequeños y bendice Dios por los pequeños
(cfr. Mc 11, 25). Jesús ha bendecido esta etapa de la vida, dándole entidad propia y no
considerándola como meramente etapa transitoria: Dios, en ella, puede manifestarte
realmente. La infancia puede entenderse como una actitud permanente del corazón del
hombre, en cualquier situación, a cualquier edad. Los niños son bendecidos precisamente
porque son niños, y bendiciéndolos, Jesús bendice la infancia y muchas de las particulares
que ésta posee para aceptar el Reino. En esta bendición sobre los pequeños reconocemos con
Juan Pablo II que en la edad de la infancia y de la niñez se abren valiosas posibilidades de
acción tanto para la edificación de la Iglesia como para la humanización de la sociedad
(cfr. Chistifideles Laici, 57).

Bendecir a los niños, pues, puede implicar: admirar su capacidad para abandonarse a la
confianza, la propia de los hijos; reconocer su posibilidad de crecimiento, de progreso, de
cambio; su capacidad de ser educados, formados, conducidos; su posibilidad de
espontaneidad y sinceridad al manifestar sus sentimientos sin medir demasiado las
consecuencias; constatar su capacidad de agradecimiento; acoger su disponibilidad frente a
lo novedoso, su capacidad de asombro y de sorpresa; alegrarse por su incapacidad para
guardar rencor; valorar su necesaria dependencia del padre y de la madre; aprender de su
facilidad para vivir en la provisionalidad, en la desinstalación, en la precariedad; elogiar su
necesidad de vivir del hoy, sin proyectarse agobiadamente hacia el futuro; potenciar su actitud
siempre receptiva; admirar su saber conformarse con poco, sin ambicionar realidades que le
superan; estimular su obediencia y docilidad cuando se les ama; aprender de su flexibilidad
para la corrección; aplaudir su incapacidad para fingir, su despreocupación por las
apariencias, su sencillez y simplicidad; apreciar su fragilidad y debilidad, considerándolas
no como obstáculo sino como posibilidad de ser instrumento para experimentar el poder de
303

Dios, de manera que lo que podría ser piedra de tropiezo, con la experiencia de la fe se
convierte en piedra angular, de la que incluso se puede llegar a presumir muy a gusto, como
hará el apóstol Pablo (= el pequeño), porque ha llegado a saborear que todo lo puede en Aquel
que le conforta.

12. Podríamos alargar las conclusiones, pero entonces dejarían de serlo; se hace necesario
terminar. Y lo hacemos con lo que podría ser como el resumen de todo cuanto hemos querido
expresar en este escrutar las Escrituras buscando al Señor entre los pequeños.

Jesús ha bendecido a los niños, y con ellos lo que son. Ellos son a un tiempo seguidores y
modelos de seguimiento. El niño en la Iglesia tiene un valor específico pese a su propia
impotencia. Las mujeres están sometidas a sus maridos (cfr. Mc 10, 2-4), los niños resultan
inferiores porque se les considera incapaces de asumir los planes del mesianismo triunfal en
el que sueñan los discípulos (cfr. Mc 8, 27-33). Pero Jesús se ha pronunciado al respecto con
toda claridad:

- Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis…


- De los que son como ellos es el Reino de Dios.
- Quien no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él.
- Quien acoja a un niño en mi nombre, me acoge a mí, y acoge a Aquel que me ha
enviado.
- Y abrazándolos les bendecía, imponiendo las manos sobre ellos.

La niñez –afirma Juan Pablo II– nos recuerda que la fecundidad misionera de la Iglesia
tiene su raíz vivificante, no en los medios y méritos humanos, sino en el don absolutamente
gratuito de Dios. La vida de inocencia y de gracia de los niños es una inmensa riqueza
espiritual para ellos y para toda la Iglesia (cfr. Christifideles Laici, 47). La Iglesia afirma y
reconoce abiertamente que también los niños tienen su propia actividad apostólica, y que
pueden ellos mismo ser anunciadores del Evangelio porque, según su capacidad, son testigos
vivientes de Cristo (cfr. CONCILIO VATICANO II, Decr. Apostolicam actuositatem, 12).

Los niños son muy queridos por Dios –ha dicho el Papa Benedicto XVI– y son el mayor
tesoro de la Iglesia (Benedicto XVI, homilía en la Misa de los EE.UU., el 17.IV.08).
304

EPÍLOGO

LA PALABRA DE DIOS PARA LOS NIÑOS:


EXPERIENCIA Y ESPERANZA

Un apunte testimonial
tras la celebración de Obispo
sobre La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia
(XII Asamblea General Ordinaria, Roma 5-36.X.2008)
305

Familiaridad de los niños con la Biblia:


Compartiendo una experiencia

Abordar educativa y pastoralmente la relación entre la Palabra de Dios y los niños que el
mismo Señor nos confía (en el ámbito familiar, escolar y parroquial), es un tema que no
corresponde propiamente a este estudio.

Pero no quisiéramos dejar pasar la oportunidad que la presente publicación y el


acontecimiento eclesial del Sínodo de Obispos celebrado en Octubre de 2008 nos ofrecen
para aportar –a modo de un sencillo apunte testimonial–, algo de la sólida, fecunda y rica
experiencia al respecto en el Oratorio de Niños Pequeños (ONP), confesando también nuestra
esperanza al respecto.

Cierto es que en la vida de la Iglesia la preocupación por el niño no ha sido siempre la


misma, ni en intensidad ni en calidad. Pero también es verdad que la Iglesia ha considerado
desde sus inicios a los niños como miembros activos de y en la Comunidad cristiana. El niño
es capaz de hablar a Dios y de vivir con él, es –como ya hemos comentado al comienzo de
este libro– un convencimiento de la Iglesia, expresado en varios documentos y vivido a diario
por su amplia labor educativo-pastoral entre los pequeños. Nuestra experiencia en el Oratorio
confiesa que los niños aprenden este diálogo con el Señor desde la relación con Su Palabra.
Una relación que comienza, propiamente, por la escucha de la misma Palabra que les
entregamos en cada Reunión. El mandato primero para tener en herencia vida eterna es:
“¡Escucha Israel!” (Dt 6, 4. Cfr. Lc 10, 25-27). Y nuestra vida se va configurando a partir de
lo que recibimos, escuchamos, vemos y acogemos. ¡Somos lo que escuchamos! (cfr.
Lineamenta, Sínodo de los Obispos XII Asamblea General Ordinaria, “La Palabra de Dios
en la vida y en la misión de la Iglesia”, n. 11ss.).

Actualmente, tanto en el campo educativo como en el ámbito pastoral, se opta por modos
distintos de acercar la Biblia a los niños (oralmente o con medios audiovisuales). Unos
piensan que ésta necesita adaptaciones a la mentalidad de los pequeños y a su propio universo
infantil, y no dudan en alterar el texto original y/o introducir elementos extraños al mismo,
buscando con ello que se comprenda y se vivencie mejor la maravillosa historia de la
salvación contenida en los relatos bíblicos; y lo mismo se hace con los pasajes evangélicos
306

de encuentros con Jesús, especialmente milagros y curaciones. El intento por hacer vibrar el
corazón de los pequeños con las historias de la Biblia es loable; pero dejará de serlo si al
precio de decir lo que la Palabra no dice o si no le dejamos decir lo que realmente dice.
Acercamiento a los niños sí; traición a la Palabra, no. Si el niño, disparado el magnífico
potencial de su imaginación, identifica los acontecimiento de la Historia Sagrada –por una
indebida adaptación de la Palabra a su lenguaje y mentalidad infantil–, con la fantasía de los
cuentos y la magia de las fábulas, cuando crezca, despreciará lo que recibió de pequeño por
considerarlo cosas de niños, irreal y fantasioso… Se le habrá hecho un equivocado servicio
a su fe. No negamos que se pueda enriquecer la narración de un pasaje y que incluso, las
grandes gestas de las historias del Antiguo Testamento –especialmente– puedan ser contadas
más que leídas, propiamente; pero siempre habrá que hacerlo con profundo respeto y sin
alterar el sentido de la Palabra de salvación y su significado; siempre en fidelidad al espíritu
con que fue escrita y transmitida la misma Historia Sagrada.

En la ONP, tenemos una experiencia, avalado por los frutos de salvación que está dando
(cfr. Mt 7, 20). Entregamos a los niños la Palabra, tal cual, porque los preferidos de Dios
merecen una entrega fiel de la misma. Los niños tienen derecho a recibir el tesoro de la
Escritura sin adulterarlo, pues en ella late la misma vida de Dios que quiere instalarse en
nuestro propio corazón de un modo como sólo Él conoce. Les entregamos la Palabra de Dios
con pasajes tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento y les ayudamos a contemplarlos
desde el cumplimiento en Jesucristo, plenitud de toda la Historia de la Salvación.

El Libro está en el centro de nuestra Reunión, pues la Palabra de Vida que contiene es una
presencia del Señor en medio de nosotros, reunidos en su nombre.

En ocasiones –cuando transmitimos varios pasajes juntos– empleamos la narración verbal


en lugar de la lectura literal, intentando “comunicar de manera vital la historia de la salvación
y los contenidos de la fe de la Iglesia, para que todo fiel [también los más pequeños]
reconozca que también su existencia personal pertenece a esta misma historia” (Benedicto
XVI, Verbum Domini 74). Buscamos así la fuerza de la expresión oral que capta la atención
de los niños sobremanera. Pero lo hacemos con la Biblia abierta y sostenida por nuestras
manos, como indicando con este gesto visible que los que contamos no nos lo inventamos,
sino que está ahí escrito para nosotros y revelado por el mismo Señor para nuestra alegría y
307

salvación (cfr. Lc 1, 1-4 / 1 Jn 5, 13). Otras muchas veces proclamamos la Palabra según la
Biblia nos la transmite, incluso aunque hayan términos que no se comprendan de entrada; les
damos así la posibilidad de que pregunten y puedan –con la explicación– aumentar su registro
de vocabulario y familiarizarse con la belleza de un misterio que se recibe en la fe y en la
maternidad de la Iglesia. En lugar de “rehuir” lo dificultoso o desconocido, esa misma
dificultad se convierte en ocasión de crecimiento, camino pedagógico hacia el aprendizaje y
estímulo para descubrir la Verdad y madurar en la experiencia de la fe.

Creemos que ofrecer la Palabra tal cual tiene un valor pedagógico muy alto. Hemos
descubierto con asombro que cada niño puede creer en la Palabra sin haberla comprendido
como los adultos creemos que deberían comprenderla. El niño comprende según su nivel
propio de comprensión; que este nivel no sea el nuestro (el de los adultos) no significa que
no exista. La capacidad de amor y de acogida en un niño es anterior y mayor a la capacidad
de comprensión intelectual; muchas veces acogen la Palabra y “se la creen” como se acoge
y se cree el amor de los padres sin explicación previa del mismo. El corazón humano tiene a
veces razones que la razón no puede comprender. Cuando los niños se sienten amados por
quien pregona la Palabra, la creen, la aceptan, la aman y la guardan consintiendo a su gracia;
y la misma Palabra va haciendo en el interior de cada pequeño un camino de conversión que
dará fruto, a su tiempo. Si no hay transmisión del amor, no habrá transmisión de la fe, porque
sólo el amor es digno de fe (Hans Urs Von Balthasar). Todos los niños son susceptibles de
esta iluminación del amor. Todos son sensibles a ella. Todos la necesitan. Todos la buscan,
aún sin saberlo. Todos la quieren. Es una entrega cordial de la Palabra, que permite a cada
niño ser conducido, guiado y orientado por Ella. Les enseñamos a recordarla (es decir, pasarla
muchas veces por el corazón, ejercitando su memoria creyente y afectiva), hasta que logra
instalarse allí mismo, en el centro del ser que llamamos corazón, sede de la voluntad y centro
de las decisiones. Dios, con el don de su Espíritu, ilumina el corazón y la razón de cada niño
por medio de su Palabra amorosa. Es el mimo Espíritu Santo, que invocamos siempre al
comienzo de cada Reunión, el que da el don de Entendimiento, una inteligencia espiritual
que poco a poco ilumina nuestra mente dándonos la Sabiduría y la sensibilidad por las cosas
de Dios.
308

Cuando se comunica la Palabra de Dios a los niños, se les pone ante una presencia real de
Cristo –latente en el A.T., patente en el N.T., ya lo hemos dicho en nota– (cfr. Dei Verbum,
16); y este encuentro entre Jesús y cada niño está lleno de gracia, lleno de salvación, es
unción, consuelo, luz y promesa en el corazón de cada pequeño. Con la Palabra son
adiestrados .desde la primera infancia– a discernir dónde está el bien y dónde el mal, al
tiempo que se saben habitados por Dios y aprenden a dialogar con Él en una oración hecha
de espíritu y verdad (cfr. Jn 4, 23).

La Palabra de Dios, que es viva y eficaz (cfr. Hb 4, 12), alegra a cada niño que la recibe,
pues Ella misma les hace saber que son depositarios de secreto que el Padre revela a sus
pequeños (cfr. Lc 10, 21). Los niños, que acogen con agrado lo que Dios les dice en el Libro,
van, poco a poco, conociendo la dicha y bienaventuranza que existe entre aquellos que
escuchan la Palabra y la ponen en práctica (cfr. Lc 11, 28). Saben que es Palabra del Dios
vivo (Jr 23, 36), del Dios de la vida verdadera. Y porque la Palabra está viva, es generadora
de vida en quienes la guardan en su corazón (cfr. Jn 6, 63 / Hch 5, 20; 7, 28; Flp 2, 16).

Los niños en el Oratorio, escuchan la Palabra, la acogen, la aprenden, la memoriza, la


repten con sus labios y la cantan con sus voces. En cuanto se proclaman en la Reunión, la
Palabra prenden en sus corazones propagándose como chispas por un cañaveral (cfr. Sb 3,7),
al tiempo que experimentan puntualmente que quien vive de la Palabra ninguna muerte tiene
dominio sobre él (cfr. Jn 8, 51). La Palabra evoca, provoca y convoca; este ritmo ternario
acontece en los pequeños, y queda también explicitado al comentar con ellos la Palabra
proclamada y escuchada: ¿Qué dice la Palabra?; ¿Qué te –y me– dice la Palabra?; ¿Qué nos
dice la Palabra en la situación concreta que vivimos los que la hemos recibido? Así, “la
Palabra de Dios se presenta como criterio de discernimiento [desde pequeños]” y su lectura,
meditación, comentario y contemplación ayuda también a los niños en el camino de
conversión al Evangelio, permitiendo “profundizar en el sentido de la pertenencia eclesial
sustentando así una familiaridad más grande con Dios” (Benedicto XVI, Verbum Domini,
87).

La Palabra es para los niños. La Palabra crece con ellos y en ellos. Y cuando pasa el
tiempo, los jóvenes que durante la infancia recibieron en su corazón, en su mente y en su
espíritu la buena siembra de la Palabra de Dios, reconocen un día con el apóstol Pedro que
309

sólo Jesucristo les ha dada Palabra de Vida eterna (cfr. Jn 5, 24 / 6, 68 / 17, 3). Ningún
joven escapa a la sacudida de la adolescencia, pero aun en las “turbulencias” de la edad,
siguen anhelando a Cristo en su Palabra. Le buscaron en las Escrituras –desde que eran
niños– y se encontraron con Él (cfr. Jn 5, 39); aprendieron a amarle desde pequeños,
guardando Su Palabra, y ésta les condujo al corazón del Padre por la gracia del Espíritu
Santo (cfr. Jn 14, 23).

Cuando la Palabra es entregada y acogida, aceptada por lo que es aunque a veces no se


comprenda completamente como es, el potencial divino que encierra produce en quien la
recibe una auténtica transformación en Cristo (incipiente, todavía, pero ya segura),
llegándonos a conformar con Cristo mismo, haciéndonos “palabra” de Él, aconteciendo así
la verdadera vida cristiana. Sagradas en verdad son las Escrituras que no sólo santifican en
verdad, sino que también divinizan (afirma san Cirilo de Alejandría, Prot., 9; PG 8, 197).
Podemos decir que el Señor mismo se encarna dentro de nosotros cuando aceptamos que su
Palabra venga a vivir dentro de nosotros (dice rotundamente Pablo VI, Discurso en la
parroquia San Eusebio, 26-2-1967). El apóstol de los gentiles engendraba a sus fieles en la
fe con la predicación de la Palabra, haciéndoles nacer a una vida nueva en Cristo por medio
del Evangelio (cfr. 1 Co 4, 15). En la Familia, en la Parroquia, en la Escuela, ¡hemos de
engendrar en los niños a creyentes, con y por la Palabra!, de modo que un día pertenezcan
también ellos a esa gran nube de testigos que por la fe en la Palabra caminan presurosos tras
Jesús, con los ojos fijos en el que inicia y culmina nuestra fe (cfr. Hb 12, 1-2).

La transmisión de la Fe pasa por la transmisión

Pasar la Fe a la próxima generación es misión eclesial que ha de darse en Casa, en el


Colegio, en la Comunidad Parroquial… El modo como se debe transmitir la fe es el mismo
empleado para transmitir la Palabra: se confiesa, se proclama, se cuenta y se canta, se celebra,
se contemple al tiempo que se explica. Explicar las Escrituras –como el mismo Jesús hacía
con sus discípulos en multitudes de ocasiones (cfr. Lc 24, 32)–, hay que hacerlo también con
los niños para arrojar en ellos el fuego que Dios ha venido a traer, haciendo arder así el
corazón de cada uno; pero hay que hacerlo sin infantilizar su contenido y si esperar –de
inmediato– una comprensión racionalmente clara de la misma Palabra. Acoger el misterio de
310

la Palabra es ya una experiencia de fe. Interpretar y explicar la Palabra en relación con las
verdades fundamentales de nuestra fe, es de crucial relevancia también desde la primera
infancia. La fe de los niños crece segura en la fe de la Iglesia.

Explicación sí, pero antes, confesión de fe en la Palabra misma por la vivencia que de ella
manifestamos, la veneración que le tributamos, la dignidad con que la tratamos, la facilidad
con que la tenemos constantemente en los labios, la referencia que hacemos de ella en la vida
diaria y la relación que por Ella tenemos con las diversas situaciones ordinarias del día a día.
Escucharla, aceptarla, vivirla y amarla antes que esperar entenderla en profundidad; nunca
una comprensión previa “completa” debería ser condición indispensable para llevarla a la
práctica. La obediencia a la Palabra ya es el inicio de su comprensión y entendimiento.

Si por el Bautismo el niño es capax Dei, no nos es legítimo ni retener la Palabra


secuestrándola por miedo a no ser comprendida (cfr. 2 Tm 2, 9), ni servir la Palabra
empequeñeciendo su contenido o buscando hacerla “tan asequible” que quien la reciba no
pueda, como María, guardarla en su corazón y meditarla en la oración. Como un misterio que
espera revelación (cfr. Lc 2, 50-52). Nosotros se la entregamos a los niños y confiamos en la
divina capacidad que ésta tiene de obrar en el corazón de los pequeños la salvación; estamos
seguros de que no volverá al Señor vacía sin haber cumplido su encargo (cfr. Is 55, 11), más
allá de lo que nosotros podamos “controlar” (cfr. Mc 4, 26-29) o entender.

El Cardenal Christoph Shönborn, con ocasión de una entrevista en la que habla sobre la
publicación del compendio del Catecismo, cuenta la historia de un hombre casado que vivía
de manera disoluta, saliendo con otras mujeres. Su esposa murió inesperadamente y él vivía
con remordimientos de conciencia por haberla descuidado. Iba todos los días a misa, a las
siete de la mañana. Y cuenta el Cardenal que le impresionaba mucho ese hombre porque
desde hacía años había abandonado toda práctica de vida cristiana, pero no había olvidado
las palabras que de parte de Dios le habían entregado en su infancia. Las frases del catecismo
y las palabras de la Biblia que le habían dado cuando era un niño, le salían espontáneas unas
tras otras, como balbuceos en la oración y como gemidos de súplicas al Señor. En el naufragio
de su vida estas palabras de verdad afloraban en su memoria creyente como troncos a los
que agarrarse, como las únicas promesas de redención. Y comenta Christoph Shönborn al
respecto: … esto me demostró lo útil que puede ser tener en la memoria un tesoro de palabras
311

que quizás él mismo, cuando era niño, había aprendido sin comprender siquiera, pero que
en ese momento crucial allí estaban, a su disposición (cfr. “Un tesoro de palabras que la
gracia hace aflorar”, en Actualidad Catequética, n. 2007, julio-septiembre 2005, 27-32).
Aunque el cardenal C. Shönborn habla expresamente de las palabras del Catecismo y las
verdades doctrinales allí expresadas, entendemos que lo mismo –y más todavía si cabe–,
puede decirse de las Palabras de la Palabra).

No creemos necesario –ni conveniente– esperar a que el niño haya adquirido las destrezas
intelectivas de un adulto para darle la Palabra de Dios. Más todavía: desde la cuna, incluso
desde el seno materno, esta Palabra podrá ser pronunciada y escuchada, susurrada y recibida
de un modo como sólo Dios conoce. Una madre no espera a que su hijo sepa hablar para
hablarle; precisamente el niño aprende a hablar porque le ha hablado desde pequeño, y no
queda en su memoria el recuerdo del día y la hora en que empezó a comprender el lenguaje,
porque la comunicación con él fue desde siempre. Así con la fe y con la Palabra. Creemos
necesario ofrecer al niño, desde siempre, el Misterio de Dios con el lenguaje de nuestra fe,
de modo que nunca pueda recordar cuándo comenzó a creer… porque cree y está
familiarizado con el lenguaje de Dios, desde siempre.

En el Oratorio, tanto si entienden los niños como si no, nunca debemos ni silenciar la
Palabra ni manipular la Palabra. ¿Seríamos evangelizadores si por el temor a no ser
comprendidos ocultáramos la Palabra bajo el celemín de nuestra cobardía (cfr. Mc 4, 21-25),
o la traicionáramos con una inadecuada explicación si ésta fuera reduccionista o terminara
despojándola del misterio que la misma Palabra encierra? ¿Seríamos verdaderos
evangelizadores si por considerarla demasiado “exigente” suavizáramos su mensaje
diluyéndolo en una mediocridad frustrante y, a la postre, estéril? No comprenderla del todo
o considerarla “muy alta” para los niños, no podrá legitimar nunca un silenciamiento por
nuestra parte. Dejar de anunciarla por considerarla no apta para los pequeños, sería poner
bozal al buey que trilla (cfr. 1 Tm 5, 18), pues los niños se acercan a nosotros (padres,
educadores, sacerdotes, catequistas) buscando ser alimentados con el Pan de la Palabra, que
–sin comprender cómo– se digiere y fortalece a quien lo toma. ¿Acaso no es también para
nosotros, los adultos, esta misma Palabra un misterio que nos supera y nos desborda?
312

La radicalidad de la misma Palabra del Señor tampoco debería esgrimirse como


argumento para demorar en los niños su puesta en práctica. Ser radical es ir a la raíz… y
cuanto más enraizados estén los niños en la Palabra de Dios, más firmes y recios crecerán.
Eso es construir la vida sobre roca (cfr. Mt 7, 24-27). Ayudar a poner en práctica la Palabra
es vital para que arraigue bien en los niños.

Aunque la Palabra sea exigente no deberíamos entregar a los niños sucedáneos de la


misma, sino la Palabra en toda riqueza (cfr. Col 3, 16), ayudándoles a vivirla en la fe de la
Iglesia y esperando su cumplimiento con la oración de la primera creyente: Hágase en mí
según tu Palabra (cfr. Lc 1, 38); porque cumplir la Palabra no es cuestión de voluntarismo,
sino de gracia; es antes una cuestión de fe que de esfuerzo moralista.

La fe, recibida como semilla en el bautismo, crece con la Palabra que anunciamos (cfr. Ts
2, 13). La fe es un don de Dios que recibe quien lo pide (cfr. Lc 11, 9-13). Comprobamos
–con profunda alegría– que otros niños, llegando a nuestros colegios sin haber recibido el
sacramento del Bautismo, comienza a desearlo y terminan pidiéndolo, pues la misma Palabra
que les entregamos (Cristo mismo) ha suscitado en su interior el deseo de Su amor (cfr. Hch
8 26-40). Y no podía ser de otro modo, pues la Palabra de Dios nos conduce a los Sacramentos
de la Iglesia.

La Palabra es don, vida y luz para todo hombre que viene a este mundo (cfr. Jn 1, 9). A
ningún niño podemos privarle del don luminoso y vivificante de la Palabra de Dios entre los
niños, a tiempo a destiempo, oportuna e inoportunamente (cfr. 2 Tm 4, 2), es misión
evangelizadora que no podemos dejar de hacer. Cuando en las Reuniones del Oratorio
preguntamos a los niños sobre la Palabra que han escuchado, nos quedamos –¡tantas veces!–
sorprendidos de ver, en sus comentarios, que en verdad el Señor les revela secretos de amor
(cfr. Mt 11, 25), les ilumina y les dice cosas bellas, buenas, y verdaderas. Es más, a veces
¡nosotros mismos recibimos nuevas luces al respecto!, y comprendemos entonces que de la
boca de los niños pequeños saca el Señor su mejor alabanza (cfr. Mt 21, 16). Los niños,
cultivados por la Palabra, proclaman una confesión de fe que nos maravilla.

En el Oratorio de Niños estamos encantados con nuestra heredad, porque en verdad nos
ha tocado un lote hermoso (cfr. Sal 16, 6): pronunciar la Palabra sobre cada pequeño y
confesarla con nuestros actos, viviéndola diariamente, mostrándola hecha carne e historia en
313

cada uno de nosotros, sus mensajeros. Ser testigos de la Palabra antes que maestros de la
Palabra… y si testigos, entonces maestros. El niño cree a la Palabra y da la adhesión de su
corazón a la misma con más prontitud y presteza si la ve cumplida en quien se la anuncia
(cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 2222-2227).

Por ello no deberíamos evitar que la Palabra se comporte en los pequeños (y en nosotros
con ellos) cual espada de doble filo, capaz de entrar hasta las junturas del ser (cfr. Hb 4, 12),
hiriendo al tiempo que curando… la Palabra puede tanto incomodar para nuestro bien, como
para consolar para nuestra paz. La Palabra denuncia y anuncia. Ella suele poner al descubierto
la intención de nuestros corazones (cfr. Lc 2, 35). Y de esta llamada a la conversión también
están necesitados los niños. ¡Cuántas veces, en el Oratorio, comprobamos que la Palabra
proclamada y partida, rezada, cantada, contemplada y guardada en el corazón, lleva a muchos
–más pronto o más tarde– a pedir el sacramente del Perdón! La Palabra nos lleva a los
Sacramentos (Bautismo, Eucaristía, Reconciliación), fuentes de la gracia que obran en
nosotros la salvación.

La gracia y la belleza atraen la mirada (cfr. Eclo 40, 22)

Tratar con dignidad, cariño y sincera veneración el mismo Libro que contiene las Sagradas
Escrituras es una actitud –expresada en gestos concretos– que nade de un corazón creyente
y agradecido. Manifestar gestos elocuentes de amor a la Palabra, educa y forma en verdad a
los niños. Colocada en un lugar central y especialmente bello del Templo, del Oratorio, de la
casa, del aula escolar, de la sala parroquial, incluso de la propia habitación de cada pequeño,
la Biblia hace presenta la Palabra que nos salva y el Amor de Dios que se nos ha manifestado
y se nos ha comunicado. Una vela encendida junto a la Biblia abierta, nos puede recordar que
la Palabra es la lámpara de nuestros pasos y la luz en nuestro sendero (Sal 118, 105). No
podemos tratar el Libro que contiene las Escrituras Santas de cualquier manera. Confesamos
su inmenso valor para nosotros con un trato que habla por sí mismo. La estética en las cosas
de Dios enamora el corazón del ser humano hasta la seducción: Yo amo la belleza de tu Casa
(Sal 26, 8).
314

Este mundo en el que vivimos, tiene necesidad de belleza para no caer en las sombras de
la desesperanza. La Belleza, -como la Verdad, la Bondad y el Bien–, pone alegría en el
interior de los niños y de todos los hombres; la vía pulchritudinis es para los niños camino
de evangelización, fruto precioso que permanece ante la usura del tiempo, epifanía de la
belleza que une las generaciones y las hace comunicarse a través de la admiración (cfr.
Consejo Pontificio de la Cultura, Asamblea Plenaria 11-13 marzo 2004, Documento final,
¿Dónde está tu Dios?, II. 2.4). No podemos descuidad, especialmente en los años de la
infancia y juventud, una estética creyente que armoniza y ordena a la persona, ayudándole a
confesar la fe y a crecer en las virtudes.

¡Dios nos habla por amor!

Dios, que ama al ser humano, ha buscado desde siempre comunicarse con él, (y así lo
testifican las Escrituras desde el Génesis, cuando dice que Dios paseaba a la brisa de cada
atardecer por el jardín para conversar con el hombre y la mujer que había creado –cfr Gn
3,8–, hasta el Apocalipsis, donde se nos asegura que el Señor está siempre a la puerta de
nuestro corazón llamando para invitarnos a una cena íntima en conversación amorosa –cfr.
Ap 3, 20–). ¡Dios se comunica con el hombre porque ama al ser humano! Dios habla porque
ama, y porque nos ama, nos habla. Dios ama entrañablemente a los niños, por eso les busca
y les dirige Su Palabra de Amor. Y ellos escuchan su voz.

Las Sagradas Escrituras contienen Palabra de Dios, pero Dios pronuncia su Palabra
también en la Liturgia, en la Oración, en los Sacramentos, en la Historia, en los Santos, en su
Iglesia… ¡En los niños! Y de esto somos testigos en el Oratorio de Niños Pequeños de las
Escuelas Pías. Nosotros no podemos dejar de decir y confesar lo que hemos visto con nuestros
ojos, lo que contemplamos acerca de la Palabra de vida, pues la Vida se nos ha manifestado
entre los pequeños y los jóvenes; nosotros la hemos visto y, por eso, damos testimonio (cfr.
1 Jn 1, 1-2).
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Concluimos este “Epílogo” con un texto del Papa Benedicto XVI en el que, refiriéndose
a los jóvenes, se habla implícitamente de los niños. Los niños y los jóvenes, si se les propicia
la familiaridad con las Sagradas Escrituras-Palabra de Dios, podrán recibir el fundamento de
una vida arraigada y edificada en Cristo, la firmeza de la Fe, la fortaleza de la Esperanza y la
luz inextinguible de la Caridad.

“El Sínodo ha prestado una atención particular al anuncia de la Palabra divina a las
nuevas generaciones. Los jóvenes [y los niños] son ya desde ahora miembros activos
de la Iglesia y representan su futuro. En ellos encontramos a menudo una apertura
espontánea a la escucha de la Palabra de Dios y un deseo sincero de conocer a Jesús.
En efecto, en la edad de la juventud, surgen de modo incontenible y sincero preguntas
sobre el sentido de la propia vida y sobre qué dirección dar a la propia existencia. A
estos interrogantes, sólo Dios sabe dar una respuesta verdadera. Esta atención al mundo
juvenil implica la valentía de un anuncio claro; hemos de ayudar a los jóvenes a que
adquieran confianza y familiaridad con la Sagrada Escritura, para que sea como una
brújula que indica la vía a seguir. Para ello, necesitan testigos y maestros, que caminen
con ellos y los lleven a amar y a continuar a su vez el Evangelio, especialmente a sus
coetáneos, convirtiéndose ellos mismo en auténticos y creíbles anunciadores.

Es preciso que se presente la divina Palabra también con sus implicaciones


vocacionales, para ayudar y orientar así a los jóvenes en sus opciones de vida, incluida
la de una consagración total. Auténticas vocaciones a la vida consagrada y al sacerdocio
encuentran terreno propio en el contacto fiel con la Palabra de Dios. Repito también
hoy la invitación que hice al comienzo de mi pontificado de abrir las puertas a Cristo:
“Quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada –absolutamente nada– de lo que hace
la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida.
Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición
humana… Queridos jóvenes: ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da
todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas
a Cristo, y encontraréis la verdadera vida”.

BENEDICTO XVI
Verbum Domini, 104
316

Rafael Belda Serra

Sacerdote, de la Congregación Cooperadores de la Verdad de la Madre


de Dios.
Nacido en Gandia (1963), es educador y ha ejercido como tal en diversos
centros, coordinando en ellos la experiencia del Oratorio de Niños Pequeños
y colaborando en la iniciación a la vida espiritual, litúrgica y sacramental de
los niños, y el cuidado pastoral de los jóvenes.
Ha ejercido y ejerce su ministerio sacerdotal en varias parroquias de
Valencia y Madrid, y acompaña espiritualmente a religiosos y religiosas.
Licenciado en Teología Espiritual (UPCO), ha realizado los cursos de
doctorado y prepara su tesis (UESD).
Durante 14 años sirvió como responsable de la formación de jóvenes
consagrados.
En la actualidad ejerce la docencia teológica en la Cátedra de Teología de
la Vida Consagrada en la Universidad Eclesiástica San Dámaso.
Coordinador general del Plan de Formación Teológica para la Vida
Contemplativa Sapientía Amoris, dirige el Departamento de Formación y
Publicaciones en el Secretariado de la Comisión Episcopal para la Vida
Consagrada.
Jefe de Redacción de la revista “TABOR”, ha publicado en esta misma
editorial “Evangelio + Esperanza + Profecía” (con otros autores), y otros
libros como “Palabras esenciales de Benedicto XVI a la Vida Consagrada”
(2013), “Una fe de película” (2015), y diversos artículos de espiritualidad
bíblica y vida consagrada; ha servido numerosas tandas de Ejercicios
Espirituales, tanto en España como en América Latina.

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