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All content following this page was uploaded by Leyson Jimmy Lugo Perea on 17 March 2021.
7-12 Introducción 1
Lugo Perea, Leyson Jimmy
Agroecología y pensamiento decolonial : las
agroecologías otras interepistémicas / Leyson Jimmy Lugo
Perea. -- 1ª. Ed. -- Ibagué : Universidad del Tolima, 2019.
148 p.
ISBN: 978-958-5569-30-0
325.3
L951a
publicaciones@ut.edu.co
ljlugop@ut.edu.co
2 Introducción 7-12
A la memoria de mi padre… cuántas veces, mientras bordaba este
pequeño tejido filosófico y agroecológico, añoré su presencia, sus
palabras y sus agudos oídos para entonar con precisión cada una
de mis ideas… poco le duró la vida para apreciar estos pequeños
frutos, pero siempre habremos de encontrarnos en los paraninfos
del silencio para absortarnos con nuestras tertulias…
7-12 Introducción 3
4 Introducción 7-12
Tabla de Contenido
Introducción 7
7-12 Introducción 5
Capítulo 3. Agroecologías otras y prácticas de intersub-
jetividad 87
Reproducción de la colonialidad desde la agroecología
occidentalizada 88
Colonialidad del poder y del saber 89
Colonialidad del ser 96
Colonialidad de la naturaleza 99
Las agroecologías otras interepistémicas. Un paradigma
otro desde el pensamiento fronterizo 105
La dimensión interepistémica de las agroecologías otras 105
La dimensión ontológica de las agroecologías otras. Los
mundos agriculturales y nuevas prácticas de intersubjetivi-
dad 119
Consideraciones finales 130
Conclusiones 133
Bibliografía 139
6 Introducción 7-12
Introducción
7-12 Introducción 7
fuertemente articulado con la visión paradigmática que el euro-
centrismo tiene del mundo y la vida. De ahí que el pensamiento
decolonial sugiera, precisamente, repensar los presupuestos que
orientan dicho ordenamiento y, a partir de ellos, derivar modos
otros de ser, hacer y conocer. Esto conlleva a una resignificación
ontológica, epistémica y política que vaya más allá de la funda-
mentación moderna y, en consecuencia, que esté de acuerdo con
los modos no occidentales de ser y estar en los territorios del Sur
Global. En tal sentido, la crítica que aquí se propone, se entien-
de, por un lado, como un cuestionamiento a la constitución de la
agroecología desde presupuestos ontoepistémicos occidentales y,
por el otro, como una condición de posibilidad para pensar en una
agroecología “por fuera” del canon occidental.
Uno de los efectos más críticos de la ordenación epistémica
y ontológica, como respuesta a las lógicas del poder colonial
en tanto control y dominación, ha sido la sujeción de cuerpos
mediante la constitución de subjetividades, así como el despojo
de territorios y su disciplinarización para constituir, de este modo,
un orden articulado a dichas lógicas, para lo cual las agriculturas
han sido uno de los “escenarios” ideales, pues a partir de estas
se ha configurado una poderosa trama de poder que, mediante
desmedidos actos de explotación, destrucción, contaminación,
violencia, imposición, silenciamiento, ha logrado apropiarse
de la naturaleza y de la vida en su conjunto, para establecer, a
partir de allí, un exitoso modelo extractivista en obediencia a los
designios del gran capital. Este tipo de efectos del poder colonial
son abordados por el pensamiento decolonial como colonialidad,
esto es, el lado oscuro de la modernidad; actos ocultos, negados,
que posibilitan la concreción del proyecto moderno. Esto retrata,
entonces, una imagen que deja ver a un lado el proyecto moderno,
superior, avanzado, y al otro su dimensión oculta y, por tanto, no-
moderna, atrasada, arcaica, inferior.
De acuerdo con esto último, podría decirse que las
agriculturas devienen en dos “imágenes”: una en la claridad de
la superioridad moderna, y otra en la oscuridad de la inferioridad
no-moderna. En la primera habría agriculturas constituidas
por el poder colonial para insertarlas a sus lógicas, mientras
8 Introducción 7-12
que en la segunda habría agriculturas subsumidas, apartadas,
negadas, relegadas, desconocidas, toda vez que se constituyen
mediante símbolos no-modernos o no-occidentales. Justo en
estas distinciones es donde entra en juego la necesidad de
abordar la agroecología desde la perspectiva del pensamiento
decolonial, debido a que esta ha sido “puesta” en ambas imágenes
agriculturales, al punto de distinguirse entre una agroecología
moderna occidental y otra no-moderna y, por tanto, no occidental.
La primera visibiliza profundas contradicciones si se atiende al
hecho de que la agroecología emergió, precisamente, como una
postura radical frente a la hegemonía del poder colonial y no
para reproducir sus lógicas, como, en cierta medida, ha venido
ocurriendo. Mientras que la segunda, por el contrario, emerge
en los bordes o las fronteras “occidentales”, esto es, desde las
epistemes subalternas y las prácticas agriculturales relegadas por
el poder colonial.
En este marco, se intenta presentar una discusión en torno
a la siguiente pregunta central de esta investigación : ¿a partir 1
1 Es importante indicar que gran parte de este trabajo se deriva del proyecto de investigación
denominado La agroecología como estilo de vida para la reconfiguración de mundos agriculturales
en el municipio de Líbano (Tolima), financiado por la Oficina de Investigaciones de la Universidad
del Tolima y ejecutado por el Grupo de investigación Agroecologías, Ambientes y Ruralidades;
así como de los resultados obtenidos del trabajo de investigación en el marco del programa de
Maestría en Filosofía Contemporánea de la Universidad de San Buenaventura, Bogotá, 2018.
7-12 Introducción 9
De ahí que este trabajo establezca un diálogo entre la
agroecología y el pensamiento decolonial, con el propósito
de hallar, en este último, las claves que permitan entender la
agroecología occidental por fuera de sí misma, lo que implica una
ubicación en sus bordes o fronteras epistémicas y ontológicas,
para conocer sus límites, sus contradicciones, sus tensiones y sus
conflictos.
Esto conlleva a plantear que en los bordes o las fronteras de
la racionalidad moderna occidental se encuentran las agroecologías
otras interepistémicas, inscritas en una multiplicidad de saberes,
prácticas, narrativas, historias, experiencias, subalternizadas
por dicha racionalidad. Ello no presupone tomar una postura
anticientífica, antioccidentalista o antimoderna, toda vez que, salvo
algunas excepciones, todo se encuentra, directa o indirectamente,
inserto, relacionado, inscrito, en esa matriz cultural. Como bien
sugiere Castro-Gómez (2017): “la modernidad es un fenómeno
irreversible del cual ninguna cultura en el planeta tierra puede
ni podrá sustraerse por entero” (p. 268). Por el contrario, lo
que se pretende es proponer algunas claves epistemológicas y
ontológicas que permitan, por un lado, robustecer la propuesta
de las agroecologías otras y, por el otro, contribuir en el debate
en torno a la descolonización de la agroecología, lo cual implica
comprenderla, como se dijo, desde los bordes de la racionalidad
moderna occidental.
De este modo, el primer capítulo aborda los elementos
constitutivos de la lógica Modernidad/Colonialidad, para lo cual
se realiza una cuidadosa exposición que comprende el origen
histórico de esta perspectiva crítica, así como la discusión en torno
a algunos de sus referentes más pertinentes para los alcances de este
trabajo. Entre ellos, la modernidad como proyecto hegemónico
occidental, la colonialidad como el ámbito donde se reproducen
los efectos del poder colonial en el terreno del poder, del saber,
del ser y de la naturaleza, lo mismo que el pensamiento fronterizo
como lugar en el que se afianzó la crítica y se vislumbraron posibles
propuestas frente la misma. En síntesis, el primer capítulo aborda
un planteamiento general del pensamiento decolonial el cual
permitirá, en los capítulos subsiguientes, establecer un diálogo
10 Introducción 7-12
entre la agroecología y la decolonialidad y vislumbrar una posible
descolonización de la misma.
En el segundo capítulo se discute en torno a la convergencia
de las dos agroecologías antes referidas, una constituida por
la racionalidad moderna occidental, frente a otra apartada de
estas lógicas, ya que se le “descubre” encarnada en saberes y
prácticas subalternas, inscritas en los bordes o las fronteras de
la agroecología moderna occidental. Esto conduce a cuestionar
si ambas agroecologías pueden ser reconocidas como ciencia
y práctica, lo cual, a todas luces, sería tan contradictorio
como problemático, dada la tensión y los conflictos que esto
conlleva. No obstante, los referentes teóricos decoloniales antes
mencionados, posibilitan una importante exploración de cada una
de las agroecologías, lo cual permite proponer claves ontológicas
y epistémicas que pueden contribuir a la superación de la tensión
epistémica en mención.
En el tercer capítulo se abordan dos aspectos centrales que
dan fuerza a la propuesta de la agroecología como una apuesta
ontológica y epistémica, urgente y necesaria para comprender
las plurirrealidades agriculturales que han sido relegadas por el
proyecto hegemónico civilizatorio. El primer aspecto tiene que
ver con la forma cómo la agroecología, constituida desde la
racionalidad moderna occidental, reproduce la colonialidad del
poder, del saber, del ser y de la naturaleza, lo cual afianza su
crítica en tanto ciencia y práctica contradictoria consigo misma,
ya que construye subjetividades y ordena los espacios para
forjar agriculturas articuladas a las lógicas del poder colonial.
El segundo aspecto está relacionado con la propuesta de las
agroecologías otras interepistémicas, como se sugiere llamar a
las agroecologías disueltas en la colonialidad, para lo cual se
plantean algunos rasgos epistémicos y ontológicos a tener en
cuenta, no solo para la consolidación de estas agroecologías
frente al avasallamiento del poder hegemónico, sino también
como referentes clave que podrían ser tenidos en cuenta en los
debates sobre su descolonización.
Este último capítulo constituye la mayor apuesta de
este trabajo, puesto que se propone un “giro” ontológico y
7-12 Introducción 11
epistémico, desde la agroecología, hacia las fronteras o bordes
no-occidentales, donde convergen una multiplicidad de saberes,
prácticas, experiencias, narrativas, oralidades, ritualidades,
espiritualidades, que dan forma a mundos agriculturales a partir
de los cuales se configuran modos de ser y estar agroecológicos,
más allá de la racionalidad moderna occidental.
Conviene aclarar que el propósito de esta investigación
no es plantear la estructura epistemológica y ontológica de una
nueva ciencia y práctica agroecológica, ni mucho menos efectuar
una descolonización de la misma, por el contrario, se pretende
plantear una discusión que, además de visibilizar las tensiones,
conflictos, contradicciones de la agroecología y sus efectos en los
territorios subalternizados, muestre otras perspectivas posibles
de desarrollo crítico, que contribuyan en su resignificación, pues,
como se verá a lo largo de las siguientes páginas, la agroecología
es una de las emergencias más importantes del siglo XX, dada
su “potencialidad” para hacer frente a la crisis ambiental que
provocó, en gran medida, el proyecto civilizatorio occidental. A
lo anterior se agrega que este trabajo, si bien abarca el campo
de la agroecología, se constituye en una reflexión desde el plano
filosófico, debido a que los elementos centrales de la discusión se
presentan desde el ámbito ontológico y epistémico y, a partir de
estos, se consolida la base de la propuesta para unas agroecologías
otras interepistémicas.
12 Introducción 7-12
Capítulo 1
Elementos constitutivos de la lógica modernidad/
colonialidad
Jimmy Lugo
13-46 Capitulo 1. 13
racionalidades otras y nuevas prácticas de intersubjetividad, lo
que implica hacer una lectura desde las claves decoloniales . 3
El proyecto modernidad/colonialidad
3 La razón que motivó a escoger el pensamiento decolonial como perspectiva crítica, obedece a
que este se ha constituido en una propuesta que, al surgir desde los bordes del pensamiento ra-
cional moderno occidental, se ha constituido en una posibilidad epistémica, ontológica, política y
práctica para pensar en mundos otros, epistemes otras, paradigmas otras diferentes a lo propuesto
por la racionalidad moderna occidental.
4 Es importante resaltar que este concepto tiene una amplia relevancia para la discusión que se
aborda en esta investigación, por lo que se clarificará a medida que se avance en la argumentación.
14 Capitulo 1. 13-46
académico-político que convoca a intelectuales y activistas, a
plantear posturas críticas que conlleven a la generación de marcos
“otros” de comprensión, que no solo cuestionen la hegemónica
episteme moderna occidental y sus efectos en las plurirealidades
latinoamericanas, sino que, además, repercutan en dinámicas
y transformaciones de orden político, epistémico, ontológico,
cultural, entre otros.
El PM/C es de naturaleza deslocalizada, no se encuentra
institucionalizado, sino, más bien, implícito en proyectos que
implican ruptura, desprendimiento frente a la clasificación e
inferioridad epistémica, racial, sexual, lingüística, económica,
política, ontológica, estética a la que ha conducido la modernidad
eurocéntrica. De ahí que pueda hallarse presente en diversos
círculos académicos y políticos simultáneamente, pues se
encuentra en diferentes círculos críticos dentro y fuera de América
Latina, dada la creciente confluencia de intelectuales y activistas
que retoman la propuesta del PM/C como marco crítico en sus
diversos planteamientos.
El PM/C es una perspectiva reciente del pensamiento
latinoamericano en el que se llevan a cabo diálogos
multidisciplinarios para cuestionar los efectos que ha causado
la modernidad en América Latina desde la invasión española.
De allí que el PM/C comparta, con otras posturas críticas como
el poscolonialismo, los estudios subalternos y la perspectiva
del sistema mundo propuesta por Wallerstein, la crítica hacia
el dominio colonial del imperialismo, aunque mantenga
cierta distancia amistosa con las mismas, ya que los estudios
poscoloniales se ubican en una dimensión histórica, espacial y
temporal distinta, mientras que el PM/C se centra específicamente
en la herencia colonial del eurocentrismo desde 1492.
La modernidad eurocéntrica es uno de los principales
referentes en el que los teóricos del PM/C se ubican para desocultar
las condiciones que hicieron posible su exitoso despliegue en
América Latina, en detrimento de las condiciones histórico-
culturales y epistemológicas de los pueblos latinoamericanos
desde la conquista española, hecho histórico en el que Dussel
ubica el comienzo de la modernidad o, si se quiere, de la primera
13-46 Capitulo 1. 15
modernidad, para referirse, entre otros aspectos, al proyecto
ultramarino que le permitió a los ibéricos descubrir una ruta
transatlántica que posibilitó la invasión de América. Alimonda
(2012), ofrece una ampliación al respecto cuando se refiere al
hecho de:
16 Capitulo 1. 13-46
del eurocentrismo como lugar de enunciación universal para
afirmarse como un sujeto latinoamericano con una singularidad
histórica, epistémica, ontológica, política bastante diversa,
telúrica, localizada, corporalizada, desde lo cual emergen
enunciados desde la periferia desprendidos de las categorías
occidentales.
De este modo, podría decirse con Castro-Gómez (2011),
que el PM/C ha permitido entender que “el devenir de las
sociedades latinoamericanas no puede ser comprendido desde
la ‘lógica de las ideas’ de las élites intelectuales, sino desde el
estudio de múltiples e irreductibles racionalidades y prácticas
que deben ser apreciadas en su singularidad” (p. 36)6. De ahí
que los marcos teóricos del PM/C sean el referente central no
solo para la crítica, sino también para alentar transformaciones
que impliquen rupturas con los imperativos occidentales en los
ámbitos antes mencionados, sin desconocer los presupuestos
modernos que “encajan” en la “diversalidad” latinoamericana.
Sirvan estas breves anotaciones para describir al PM/C
como un escenario de confluencia intelectual latinoamericana,
que mediante un activo diálogo multidisciplinario ha sentado
posturas críticas frente a la herencia colonial presente en la
intersubjetividad latinoamericana, al tiempo que ha alentado
debates importantes para repensar y transformar los sistemas de
conocimiento e interpretación de las plurirealidades que convergen
en América Latina. Podría decirse, en términos generales, que
dentro del PM/C se pueden destacar tres importantes aspectos:
en primer lugar, hacer visible el poder colonial que permea la
estructura política, epistémica y ontológica en Latinoamérica; en
segundo lugar, demostrar que modernidad y colonialidad están
mutuamente implicadas. La segunda es condición de posibilidad
de la primera; y, por último, evidenciar que la modernidad es
un producto eurocéntrico que emergió como historia local
particular y que, como diría Mignolo (2000), se insertó en un
diseño global. Lo que se hará a continuación será abordar las
6 Este punto es importante para lo que se mostrará más adelante, debido a que la agroecología
como ciencia y como práctica, es decir, como un asunto epistémico, político y ontológico, debe
nutrirse de la multiplicidad de racionalidades otras que fueron relegadas por la episteme hegemó-
nica occidental.
13-46 Capitulo 1. 17
categorías de modernidad y colonialidad como complemento a
lo que hasta ahora se ha dicho, pues estas constituyen el principal
referente crítico del pensamiento decolonial. Además, a partir
de estas categorías se planteará la crítica a la constitución de la
agroecología desde la racionalidad moderna occidental.
La modernidad y la colonialidad
La modernidad
18 Capitulo 1. 13-46
la modernidad es re-pensarnos a nosotros mismos como sujetos
cuyas subjetividades han sido impositivamente constituidas en
subjetividades modernas y occidentales, apartados de un mundo
relacional e inscritos en un mundo que el saber occidental
exteriorizó y objetivó, en tanto naturaleza escindida de la cultura,
que debía domesticarse y dominarse según los presupuestos
baconianos del siglo XVII.
Retomando la sugerencia que hace Tejeda, se diría entonces
que la modernidad se constituyó en la plataforma ideológica
sobre la cual se universalizó la imagen que el eurocentrismo
construyó del mundo, en la que la racionalidad occidental se
conjugó en lo científico como en lo económico y lo tecnológico.
La tormenta de la modernidad mojó todos los rincones del planeta
y empapó a las culturas del mundo al sostener, como lo afirma
Dussel (2000), una posición ideológicamente eurocéntrica de
la civilización moderna que se autocomprendió como la más
desarrollada, superior y, por tanto, como el modelo a imitar para
estar a la altura de su experiencia de civilización. De ahí que
los presupuestos modernos se inserten en nuestras estructuras
mentales y se constituyan en los referentes que orientan nuestros
modos de ser, hacer y conocer el mundo y sus realidades, dada
la concepción lineal, mecánica y logocentrista que la episteme
moderna tiene del mundo y la vida, y que se universalizó a través
de lo que el pensamiento decolonial denomina la colonialidad del
saber, para convertirnos en sujetos modernos a quienes les resulta
“difícil pensar modelos epistémicos ignorando el marco en el cual
la epistemología moderna (de la modernidad euro-occidental) nos
acostumbró a pensar el mundo” (Mignolo, 2000, p. 104).
El comienzo del racionalismo moderno se le atribuye
a Descartes con su filosofía fundada en el “pienso, luego soy”
(cogito ergo sum), con el que se da comienzo al distanciamiento
del oscurantismo medieval euro-occidental y al distanciamiento
de la explicación cosmológica cristiana del mundo frente a la
aproximación a la explicación científica del mismo, lo que llevó
a Descartes a la pregunta epistémica ¿cómo conozco?, por lo
que el pensamiento se constituyó en la única certeza que tiene el
sujeto pensante, para dar cuenta de su existencia y del mundo en
13-46 Capitulo 1. 19
cuanto tal. Mientras la subjetividad medieval se fundó en el Dios
cristiano, Descartes la fundó en el sujeto que piensa, un sujeto
separado de su cuerpo, des-localizado de su territorio. La dualidad
cartesiana sujeto-objeto llevó a la separación mente-cuerpo, de
allí que el verdadero conocimiento proviniera de la razón y no de
los sentidos, aspecto importante para la racionalidad moderna en
su propósito de ocultar los modos no occidentales de conocer y
constituir la universalidad eurocéntrica.
Grosfoguel (2011), señala al respecto que en la filosofía
cartesiana:
20 Capitulo 1. 13-46
de objetividad. El sujeto, siguiendo a Romero (1981), “es el punto
de partida de innumerables, de continuos actos trascendentes, y el
horizonte para tales actos es prácticamente ilimitado porque todo
es objetivable” (p. 111). Esto es una clara expresión de lo que se
dijo antes sobre el sujeto pensante que, mediante la razón, confiere
explicaciones a un mundo que se le muestra objetivado y, por tanto,
dispuesto a él para ser conocido y explicado paradigmáticamente.
El mundo como estado objetivo le permite a la ciencia occidental
definir su objeto de indagación o de aprehensión de la realidad . 9
13-46 Capitulo 1. 21
de progreso y un tipo de bienestar que no encaja en otros tipos de
ideales de progresos y bienestares pluriversales.
Esto es especialmente crítico y problemático para las
periferias como América Latina, por tratarse de un universalismo
que ha pretendido, exitosamente, disolver las particularidades
de lo local en las generalidades de lo global, como puede verse,
en el contexto de la agroecología, con los saberes de indígenas,
campesinos, afrodescendientes, que no solo fueron disueltos por la
episteme moderna, sino que, al carecer de validez universal, fueron
reducidos a matrices locales por tener “validez” únicamente en y
para los territorios en los que se originan. En un sentido amplio, se
diría que el universalismo es un dispositivo moderno, eurocéntrico
y abstracto, autoproductor de conocimientos y verdades que se
constituyen en modelos explicativos de toda realidad y válidos
para toda cultura. La alineación de las particularidades locales
con la verdad eurocéntrica puede entenderse no solo como un
desprendimiento, desapego, desarraigo, de las múltiples y variadas
formas de ver e interpretar las realidades, sino de acoplarse a
una episteme foránea, ajena, deslocalizada, des-territorializada.
Se diría entonces que el universalismo eurocéntrico se arrogó
un particular acceso a producir conocimientos y verdades, y a
someterlas no a consideración, sino como valor en los marcos
comprensivos locales o particulares no eurocéntricos.
Bajo esta misma perspectiva, Grosfoguel (2011), plantea lo
siguiente:
22 Capitulo 1. 13-46
progreso, bienestar, desarrollo. Sin embargo, como lo ha
demostrado el pensamiento decolonial, la modernidad no habría
podido constituirse, desplegarse, sin su lado más oscuro, esto es
la colonialidad, a lo que se hará referencia en párrafos posteriores.
Hasta ahora se han mostrado, en términos generales, los
aspectos críticos más determinantes de la modernidad con la cual
Occidente hizo una representación de sí mismo, detentando su
cualidad de modelo civilizatorio avanzado que se ha constituido
en la totalidad del mundo. Cabe ahora preguntar ¿de qué manera,
desde el pensamiento decolonial, se concibe la modernidad? y ¿por
qué, desde esta perspectiva, se precisa un nuevo entendimiento
de la misma? Enrique Dussel (2000), en su clásico ensayo sobre
Europa, modernidad y eurocentrismo, propone dos paradigmas
contradictorios: “El de la mera “Modernidad” eurocéntrica, y el
de la Modernidad subsumida desde un horizonte mundial, donde
cumplió una función ambigua, por una parte, como emancipación;
y, por otra, como mítica cultura de la violencia” (p. 51).
Este planteamiento puede tomarse como punto de partida
para contextualizar la crítica de la modernidad desde la perspectiva
decolonial. Expresado en otros términos, para ampliar lo que se
dijo antes acerca de la visibilidad que el PM/C ha hecho de la
modernidad como producto eurocéntrico, que emergió como
historia local particular y se insertó en un diseño global. Así,
Dussel propone dos visiones de Modernidad: una entendida en,
desde y para Europa y otra por fuera de ella o, lo que es lo mismo,
como “centro” de la historia mundial. La primera, como ya se
anticipó, se refiere a las posibilidades que la razón iluminó para
proyectar nuevos horizontes de desarrollo y potencialidad humana,
proceso que “se cumpliría en Europa, esencialmente en el siglo
XVIII” (Dussel, 2000, p. 45), con la Reforma, la Ilustración y la
Revolución francesa como pilares históricos. La segunda visión
de la Modernidad es ubicada por Dussel en la conquista de 1492,
hecho histórico que le permitió a la Europa (España) de entonces,
legitimar y desplegar las fuerzas de su proyecto moderno y
constituirse como el “centro” de la Historia Mundial. Este último
aspecto es aclarado por el autor de la siguiente manera:
13-46 Capitulo 1. 23
Es decir, nunca hubo empíricamente Historia Mundial hasta el 1492
(como fecha de iniciación del despliegue del “Sistema Mundo”).
Anteriormente a esta fecha los imperios o sistemas culturales coexistían
entre sí. Sólo con la expansión portuguesa desde el siglo XV, que llega
al Extremo Oriente en el siglo XVI, y con el descubrimiento de América
hispánica, todo el planeta toma el “lugar” de “una sola” Historia
Mundial (…) (Dussel, 2000, p. 46).
24 Capitulo 1. 13-46
temporales, los cuales contribuyeron en la consolidación de Europa
como el referente histórico, cultural, político y epistemológico
universal, es decir, como el centro mundial que produce los
enunciados para explicar e iluminar el camino a seguir por la
humanidad con el fin de forjar una cultura sustentada en los supuestos
civilizatorios occidentales. Sin embargo, como pudo verse, más
allá de las lógicas intraeuropeas, la racionalidad moderna conlleva
a violencia, dominación, imposición, destrucción en las periferias
o, mejor aún, en las culturas no occidentales subsumidas en el
atraso, dadas las estructuras ontológicas, políticas, epistémicas
en las que sustentan sus formas y estilos de vida. Esto último
es entendido por la perspectiva decolonial como colonialidad, es
decir, el lado oculto de la Modernidad, sin el cual esta no habría
podido constituirse como tal. Estas últimas consideraciones se
abordarán con mayor profundidad en el siguiente apartado.
La colonialidad
13-46 Capitulo 1. 25
colonialismo. En términos generales, si la colonización está
asociada a la conquista del tiempo y el espacio (tal como ocurrió
a partir de 1492 con la imposición del tiempo lineal cristiano
eurocéntrico, relegando las concepciones circulares que la
ancestralidad latinoamericana tenía del tiempo), por un lado; y
con la apropiación de las tierras, por el otro, el colonialismo se
relaciona con el modo en el que el hombre blanco, occidental,
científico, cristiano, se representa ante las culturas que coexisten
en los territorios colonizados. Esta es una representación cultural,
ontológica, política, epistémica, cristiana, que Occidente
construyó al considerarse como modelo ideal para todas las
culturas del mundo, constituyéndose así un modo particular
de control y dominación eurocéntrica, que se naturalizó en el
imaginario y la memoria de los sujetos latinoamericanos, como
se indicará más adelante.
Esto quiere decir que la colonización le permitió a Occidente
no solo ejercer control territorial, sino disolver las culturas
latinoamericanas en su proyecto cultural modernizador, lo que
permite entender que en la colonialidad se halle oculto el rostro
cruel y violento de la modernidad, debido al acentuado imaginario
de superioridad eurocéntrica e inferioridad latinoamericana
y del Sur Global en general, mediante la racionalización de la
vida, la racialización de los otros no eurocéntricos, con lo que
se efectuó una marcada inferiorización ontológica, al igual que
se impuso la supremacía del conocimiento eurocéntrico lo cual
configuró la estructura del poder colonial. De este modo, al
operar la colonialidad en la estructura mental, en el imaginario
colectivo, de los sujetos latinoamericanos, se garantiza el éxito
del proyecto moderno eurocéntrico en tanto posibilita colonizar el
poder, el saber, el ser, la denominada tríada colonial, a la cual se le
agrega la naturaleza como cuarto ámbito del poder colonial. Estos
cuatro tipos de colonialidad permiten entender la colonialidad
en sí misma como una dimensión cultural y simbólica que se
constituyó con la representación cultural, ontológica, política y
epistémica eurocéntrica, es decir, por el colonialismo, que si bien
concluyó en el siglo XIX con la Independencia, sigue persistiendo
en clave de colonialidad. Esto quiere decir que la representación
26 Capitulo 1. 13-46
eurocéntrica, su autoarrogada condición de centro histórico-
cultural del mundo, se mantiene encarnada en la subjetividad
(colonizada) latinoamericana, como el modelo a seguir para llegar
a la plena modernización del “atraso” latinoamericano.
Lo oscuro de la colonialidad tiene que ver con la
enajenación, la negación, el control, el dominio, el desarraigo, la
violencia, la crueldad, la injusticia, la discriminación, el saqueo,
el descentramiento, la imposición que conllevó el proyecto
eurocéntrico modernizador a partir de 1492, con la colonización
del tiempo, categoría con la cual se constituyó a Latinoamérica
como atrasada, incivilizada, y del espacio, con la cual se le ubicó
como bárbara, salvaje. Es así que, desde 1492 se dio inicio a una
conquista espiritual necesaria para cristianizar al indio, liberarlo
de sus demonios y domar su condición de salvaje. Esto lo explica
Mignolo (2016), de la siguiente manera:
13-46 Capitulo 1. 27
del proyecto modernizador eurocéntrico, el cual solo podría ser
alcanzado mediante la colonialidad. De allí su condición violenta
y discriminadora, pues, para progresar y desarrollarse a la par
de Occidente fueron necesarias todas las acciones violentas que
garantizaran llevar a la práctica estos imperativos modernos. La
modernidad presume y justifica la necesidad de la racionalidad
que iluminó la idea de progreso y bienestar, pero niega y oculta la
irracionalidad injustificada, aunque necesaria, para garantizar su
exitoso despliegue. Como dice Dussel (2000): “La ‘Modernidad’
es justificación de una praxis irracional de violencia (…) que se
oculta a sus propios ojos” (p. 48); esto ha causado en el sujeto
colonizado latinoamericano una herida colonial, que lo atraviesa
y que requiere una sanación decolonial desde el hacer decolonial,
o desde la decolonialidad. Esto último tiene mayor resonancia
si se tiene en cuenta que, como sujetos latinoamericanos
colonizados, el problema no es la modernidad en sí misma, sino
su lado oscuro, en tanto mecanismo violento y represivo inscrito
en la colonialidad. De allí la necesidad de descolonizar (nos) más
que de desmodernizar (nos), es decir, un desprendimiento de la
estructura colonial que opera en el ámbito del poder, el ser, el
saber y de la naturaleza.
En el “encubrimiento” de América, además de replegarse una
conquista espiritual (cristiana) aconteció una conquista epistémica,
con las cuales Europa se legitimó y hegemonizó como fuente de
salvación divina y de conocimiento objetivo universal, necesario
para que, como dice Mignolo (2016), el indio, por el solo hecho de
estar inmerso en la naturaleza y lejos de la cultura (eurocéntrica),
abandonara su condición de salvaje. Así, se cumplirían cuatro
importantes aspectos que el pensamiento decolonial ha venido
exponiendo con rigurosa profundidad y que se mencionaron
líneas atrás, esto es, la inferiorización racial (colonialidad del
poder), la instauración de la racionalidad occidental que relegó
los saberes milenarios (colonialidad del saber), la apropiación de
las estructuras coloniales como ideal para abandonar la condición
de atrasado, salvaje, bárbaro, incivilizado (colonialidad del ser),
y la apropiación e instrumentalización de la naturaleza para la
consolidación del proyecto capitalista moderno (colonialidad de
28 Capitulo 1. 13-46
la naturaleza). A estos elementos se hará referencia en los párrafos
siguientes.
Sobre el aspecto en cuestión, Losada (2014), plantea que:
13-46 Capitulo 1. 29
de poder mundial articulado a dos procesos históricos: la idea de
raza y la “articulación de todas las formas históricas de control del
trabajo, de sus recursos y de sus productos, en torno del capital y
del mercado mundial” (Quijano, 2005, p. 202). En síntesis, se trata
del dominio de tierras latinoamericanas desde 1492 y el control de
sus pobladores, sobre quienes se ejerció una violenta discriminación
racial y epistémica.
Quijano explica que la idea de raza fue un invento estratégico
para la consolidación del proyecto eurocéntrico moderno desde 1492,
pues permitió establecer una clara diferencia entre los conquistadores
(vencedores) y los conquistados (vencidos). Cabe retomar aquí lo
que se dijo antes acerca del colonialismo, en tanto representación de
los “seres eurocéntricos” frente a los “seres inferiores” presentes en
sus lugares coloniales, pues tal representación hizo patente la idea de
raza blanca, cristiana, europea, moderna, superior, que se diferenció
del indio (o del negro) inserto en una matriz de la natura, que lo
convertía en salvaje, bárbaro, incivilizado. Mignolo describe la (idea
de) raza superior como la humanitas y la (idea de) raza inferior como
el anthropos. Esta descripción ayuda a entender la matriz colonial
del poder que propone Quijano, sustentada en una clasificación
social a partir de la relación superior/inferior, lo que se traduce, por
tanto, en una relación de poder que va desde el vencedor hacia el
vencido, esto es, de ese humanitas que le confiere una clasificación e
identificación racial a ese anthropos alejado de la cultura, por lo que
en América la idea de raza fue un modo de otorgar legitimidad a las
relaciones de dominación impuestas por la conquista.
Mignolo, refiriéndose a la piel negra de Fanon, señala algo
que va al caso con la exposición que aquí se realiza:
“Ser negro” [indio, mestizo] no es una cualidad esencial del sujeto, sino
que es constituido en la mirada de quien lo constituye, asumiendo en
el hecho de constituirlo la normalidad de “ser blanco”. “Ser blanco”
es algo muy distinto a tener piel blanca. Es habitar la blancura que es
el signo visible hegemónico de los relatos y creencias del imaginario
moderno (y posmoderno) y el signo invisible de la colonialidad. (p.
34)11.
30 Capitulo 1. 13-46
Queda claro, entonces, que la colonialidad del poder,
constituida desde la idea de raza, se convierte, sobre todo, en el
lugar de enunciación epistémica que otorga legitimidad al poder
colonial, por las razones hasta ahora expuestas, con lo que se
inferioriza a toda “raza” distinta a la blanca, cristiana, europea,
moderna, superior, al punto de cuestionar y poner en duda su
humanidad, por lo que resulta necesario crear los parámetros
para una clasificación social que, entre otros aspectos, conllevaría
a una marcada división del trabajo a escala mundial a partir
de la conquista europea en 1492, lo que conduciría a su vez a
la configuración de las relaciones de poder entre dominados
y dominadores. Estos dominados llevan encarnada en sus
subjetividades e intersubjetividades la idea de raza inferior,
esto es, un indio, negro o mestizo constituido como atrasado,
salvaje, bárbaro, incivilizado, inserto en un espacio geocultural
controlado por ‒y con‒ la violencia epistémica, simbólica y racial
de los dominadores.
13-46 Capitulo 1. 31
correspondería despojarse de sus saberes y apropiarse de los
saberes occidentales que los integraría al proyecto civilizatorio.
En palabras de Castro-Gómez (2010), una característica de la
colonialidad del poder es que “no se trataba solamente de reprimir
físicamente a los dominados, sino de conseguir que naturalizaran
el dispositivo colonial como única forma de relacionarse con
la naturaleza, con el mundo social y con la subjetividad” (p.
63), para lo cual se requirió crear nuevas subjetividades que
comprendieran y actuaran en esa naturaleza y ese mundo social
según los designios de la racionalidad moderna occidental. Esto
conllevó a una colonización del saber que, nuevamente con el
autor, llevó a “cambiar radicalmente las estructuras cognitivas,
afectivas y volitivas del dominado, es decir, de convertirlo en un
“nuevo hombre” hecho a imagen y semejanza del hombre blanco
occidental” (p. 63). Con estas anotaciones queda claro que la
idea de raza (colonialidad del poder), hizo posible la ordenación
y estructuración del conocimiento (colonialidad del saber),
mediante la imposición de la episteme moderna como el único
modo de enunciación válido para dar cuenta del mundo. Esto
último conllevó, en consecuencia, a la definición de una matriz
epistémica en la que se ordenan jerárquicamente los modos de
conocer el mundo, donde el saber eurocéntrico ocupa una posición
hegemónica por su validez y legitimidad para enunciar verdades
universales.
Las formas de conocer no válidas e inferiorizadas en dicha
matriz, corresponden, sin duda, a aquellas que se indicaron antes
como atrasadas o arcaicas, tal como fueron catalogadas por la
dominación española desde 1492, y que se legitimó con las
ciencias sociales a partir del siglo XVIII. Sobre este punto hay
varios aspectos por mencionar. En primer lugar, es necesario
tener en cuenta la clasificación eurocéntrica de los pueblos y sus
conocimientos que van desde lo primitivo a lo moderno. En el
momento en el que Europa se hace centro del sistema mundo, al
constituir a sus colonias de ultramar como periferias (cf. Castro-
Gómez, 2010), potencializa su papel civilizatorio cimentado en
el conocimiento científico que configura el proyecto moderno.
Así Europa es productora y reproductora de la modernidad,
32 Capitulo 1. 13-46
mientras que todo cuanto exista por fuera de ella, es productor
y reproductor del atraso, la barbarie, el salvajismo, lo primitivo.
Las colonias de ultramar se constituyen, entonces, en ese otro que
posibilita a Europa como centro modernizador de lo atrasado y lo
bárbaro, con lo cual, además de reprimir los saberes del otro, se
les niega al inscribirlos en una matriz pre-moderna que debe ser
superada mediante la modernidad. Esto lo explica Lander (2000),
cuando señala que:
12 Como se verá más adelante, esto es ampliamente crítico en la agroecología, ya que su episteme
y su praxis se constituyen precisamente desde la base del conocimiento local acumulado milena-
riamente.
13-46 Capitulo 1. 33
a partir de lo cual emergió la colonialidad del poder, del saber,
del ser y de la naturaleza. Hasta ahora hemos visto cómo los dos
primeros tipos de colonialidad fueron grandes posibilitadores del
proyecto moderno eurocéntrico, mediante relaciones humanas
desiguales, verticales, sustentadas en la inferiorización racial y la
supremacía de la raza blanca en tanto saberes de validez universal.
Sin embargo, dicho proyecto requeriría la colonialidad
del ser, como de la naturaleza, como pieza faltante para su
concreción. La colonialidad del ser es una categoría propuesta
originariamente por Walter Mignolo, que permite comprender,
entre otros aspectos, la manera cómo la colonialidad del poder ha
influido en los modos de subjetivación en América, pues, como
él mismo señala: “(…) Es en la colonialidad del ser donde el
poder se ejerce” (Mignolo, 2016, p. 60). Por tanto, es en el ser
donde recae la fuerza discursiva del poder y del saber, para la
constitución de subjetividades que permiten no solo mantener la
inferiorización racial como mecanismo dominador, sino además
“generar” modos de ser atados a las lógicas eurocéntricas en clave
de capitalismo, como ocurrió, por ejemplo, en las etapas iniciales
de la modernidad, con el cristianismo, para promulgar el control
de las almas para la conversión cristiana según designios de la
dominación española a partir de 1492.
La colonialidad del poder y del saber llevó a la
inferiorización y dominación del otro no eurocéntrico, es decir, a
la colonialidad del ser, entendida como la experiencia vivida de
la colonización y sus efectos en el lenguaje, siguiendo a Mignolo.
Esta es una experiencia basada en la negación y deslegitimación
no solo ontológica, sino también epistémica del indio, del negro,
del mestizo, sustentada en relaciones de poder asimétricas,
mediante las cuales, como se dijo antes, el dominador recae sobre
el dominado con toda su (fuerte) violencia simbólica, cultural,
estética, epistémica, religiosa, política para despojarlo de sí, de su
tierra, de sus convicciones, sus creencias, sus visiones de mundo,
hasta cosificarlo e instrumentalizarlo como un ser reducido,
invisibilizado, subalterno, un no-ser que no-piensa y, por tanto,
no-existe. Maldonado-Torres (2007), lo sintetiza de la siguiente
manera:
34 Capitulo 1. 13-46
La invisibilidad y la deshumanización son las expresiones primarias
de la colonialidad del ser. La colonialidad del ser indica esos aspectos
que producen una excepción del orden del ser: es como si ésta fuera el
producto del exceso del ser que, en su gesta por continuar siendo y por
evitar la interrupción de lo que reside más allá del ser, produce aquello
que lo mantendrá siendo, el no-ser humano y un mundo inhumano (p.
150).
Colonialidad de la naturaleza
13-46 Capitulo 1. 35
de acción de la decolonialidad, sin la pretensión de llegar a una
respuesta acabada en relación con la cuestión sobre la misma. Las
dos concepciones a las que se hace referencia corresponden a las
“visiones” de naturaleza desde Occidente y fuera de Occidente.
Empezaremos por esta última.
La “visión” no occidental concibe la naturaleza como
una construcción cultural en la que “hay una interconexión
profunda entre niveles o dominios de lo real: biofísico, humano
y sobrenatural” (Escobar, 2015, p. 140). Esto quiere decir que
la naturaleza se convierte en un campo de relación compleja e
interdependiente entre lo humano y lo no humano, sustentada
en el plano de la inter-existencia. Por su parte, la “visión”
occidental, imprime a la naturaleza una perspectiva binaria que
la constituye en objeto de dominación, al suponer y atribuirle
una dimensión ontológica distinta. Esto es, se concibe como un
objeto dispuesto al sujeto cognoscente, como bien se dijo antes
cuando se hizo alusión al cogito ergo sum. En suma, la episteme
moderna occidental estableció el limitado e imperial concepto
de naturaleza que “reduce la diversidad de vivir en el planeta a
una entidad fuera de nosotros” (Mignolo, 2016, p. 39). Esta es
una concepción de una naturaleza externa al sujeto, de la que se
deriva el dualismo ontológico moderno.
De esta manera, la racionalidad moderna occidental, como
parte constitutiva de ese lugar epistémico de enunciación que
describe y legitima el poder colonial, permitiría a la humanitas
consolidar su proyecto sobre esa natura legítimamente ocupada
por ese anthropos. Esta natura era ampliamente necesitada por la
humanitas para consolidar su proyecto de corte capitalista, por lo
que fue necesario, según el planteamiento de Quijano (2014), un:
36 Capitulo 1. 13-46
Atendiendo a lo afirmado en la cita, podría decirse que
la colonialidad de la naturaleza, o la reproducción de la lógica
colonial en la naturaleza desde 1492, está dada en tanto “división
[cartesiana] que suprime por completo la relación milenaria entre
seres, plantas y animales como también entre ellos, los mundos
espirituales y los ancestros (como seres también vivos)” (Losada
y Trujillo, 2016, p. 58) . Con esta imagen de la naturaleza, la
13
un objeto dominación.
Bajo este contexto, conviene mencionar las principales
características de la colonialidad de la naturaleza propuestas por
Escobar (2015, p. 149), en las que, además, puede verse implícita
la colonialidad del poder, del saber y del ser:
13-46 Capitulo 1. 37
e) Ubicación de ciertas naturalezas (coloniales/tercer mundo,
cuerpos femeninos, colores de piel oscura) afuera del
mundo masculino eurocéntrico.
38 Capitulo 1. 13-46
La diferencia colonial
13-46 Capitulo 1. 39
la diferencia colonial, esto es, un contraste evidente entre el
bárbaro, salvaje, atrasado, y el civilizado, culto, moderno, que
se mantiene hasta la actualidad, en tanto poder, ser, saber y
naturaleza. De allí que la diferencia colonial, o las diferencias
coloniales, se “confundieran” con diferencias culturales para
hacer imperceptible o al menos tratar de ocultar el poder colonial.
Esto naturalmente permitiría mantener la idea de superioridad en
todo ámbito.
La diferencia colonial describe dos condiciones que
históricamente se han mantenido en los pueblos colonizados desde
1492, la del superior y la del inferior. Esta relación jerárquica es
fácilmente visible en el ámbito no solo del poder, sino también
del saber, el ser y la naturaleza, en donde se reproduce la lógica
colonial, en relación con los siguientes aspectos:
15 Mignolo (2000), en una lectura que hace de Boaventura de Sousa Santos, afirma que el sur no
es sólo una coordenada geográfica, es [además], una metáfora del sufrimiento humano durante el
capitalismo global” (p. 59). Los corchetes son del autor.
40 Capitulo 1. 13-46
que conlleva a dominios, exclusiones, violencias, expropiaciones,
esto es, todo aquello que oculta la modernidad. Este hecho conduce
a la subalternización de los modos de ser, hacer y conocer por
fuera de la órbita moderna. La diferencia colonial se constituye
así en el discurso de la modernidad occidental, para producir y
reproducir las diferencias que garantizan la idea de superioridad
y, en consecuencia, mantener el control y el dominio sobre el Sur
Global inferiorizado.
Este último aspecto ha sido posible gracias a las ideologías
del cristianismo, el conservadurismo, el liberalismo y el socialismo
(marxismo) secular, a las que Mignolo agrega una quinta invisible,
el colonialismo, sobre el cual, de acuerdo con el planteamiento
de Quijano (2014), se refiere a “una estructura de dominación/
explotación donde el control de la autoridad, de los recursos de
producción y del trabajo de una población determinada lo detenta
otra de diferente identidad y cuyas sedes centrales están, además, en
otra jurisdicción territorial” (p. 67). Esto es una histórica producción
y reproducción de la diferencia colonial que aún se mantiene vigente,
pues la estructura de dominación/explotación como soporte central
de la matriz del poder puede verse, solo por poner un ejemplo, en las
relaciones de control, dominio y explotación que las multinacionales
ejercen sobre la naturaleza en clave de extractivismo, para lo cual
resulta determinante la arquitectura institucional de los Estados,
en la que se articulan discursos como el desarrollo sostenible e
instrumentos de política pública como mecanismo de legitimación
para el control, el dominio y la explotación antes mencionada.
El hecho de que la diferencia colonial permita reconocer una
naturalización ontológica histórica de la cultura occidental en las
culturas latinoamericanas, tales como la idea de superioridad racial
de Occidente, la constitución de modos de subjetividad modernos
y la concepción economicista de la naturaleza, ha motivado a
académicos e intelectuales latinoamericanos a ubicarse en los bordes
de los saberes occidentales, para ver los límites de la razón moderna
y detectar un horizonte epistémico constituido por racionalidades
otras apartadas de la episteme moderna, lo que conduce a un
pensamiento fronterizo, como se muestra a continuación.
13-46 Capitulo 1. 41
El pensamiento fronterizo
16 Como se dijo antes cuando se habló de la colonialidad del saber, la ubicación de las narrativas
locales en un enclave como el tradicional conlleva a desproveerlo de toda contemporaneidad.
42 Capitulo 1. 13-46
y la colonialidad, pues es allí donde la diferencia colonial o
las diferencias coloniales hacen visibles nuevos horizontes
epistemológicos distintos al moderno eurocéntrico. Estos horizontes
son constituidos de nuevo por las narrativas locales que no tienen
la pretensión de universalizar, sino de diversalizar formas de ver
e interpretar el mundo, que se complementan o se distancian de
muchas otras formas locales o globales. El pensamiento fronterizo
se convierte, entonces, en una propuesta decolonial que convoca a
repensarnos en clave de descolonización, desde las fronteras donde
fueron ubicados los conocimientos y las prácticas subalternas, es
decir, en las periferias del pensamiento moderno donde convergen
las historias locales que han sido subalternizadas por los diseños
globales . Frente a ello, Mignolo (2000), plantea que:
17
17 Mignolo (2000) se refiere, sin más, a los diseños globales desde un punto de vista episte-
mológico, al conocimiento y las historias locales europeas que han sido proyectadas en diseños
globales, por lo que las historias y los conocimientos locales se han visto forzados a acomodarse a
la imposición hegemónica del diseño global.
13-46 Capitulo 1. 43
Un paradigma otro “marca la discontinuidad en la historia
de la modernidad, contada desde la perspectiva de la propia
modernidad, e introduce la mirada opuesta” (Mignolo, 2000,
p. 32). Por tanto, el paradigma otro lleva implícita la ruptura
epistémica, el desprendimiento, la desobediencia epistémica de la
que se habló anteriormente . 18
18 Hablar de otro paradigma conlleva a pensar en un paradigma distinto, por supuesto, pero en-
marcado en presupuestos modernos, sobre la cual sustenta Mignolo (2000), las críticas que hace
a las propuestas de Thomas Kuhn y Michel Foucault, cuando hablan de otros paradigmas, pues
reflejan en ellos una continuidad de la episteme moderna occidental. Según la crítica, estos pen-
sadores critican un paradigma y proponen otro paradigma, pero encerrado en los presupuestos
racionales modernos.
44 Capitulo 1. 13-46
en los que converge una rica y diversa pluriepisteme (epistemes
otras), que se constituye en un desafío para la hegemonía racional.
Estos elementos permiten entender con mayor claridad el sentido
de las epistemes otras, los conocimientos de otro modo, los saberes
otros en tanto opuestos a los occidentales, ubicados en enclaves
de localidad. La perspectiva de las epistemes otras explica por
qué “ya no es posible, o cuando menos se ha convertido en
problemático, pensar solamente apoyándonos en el canon de la
filosofía [saberes] occidental [occidentales] ” (Mignolo, 2016, p.
19
Consideraciones finales
13-46 Capitulo 1. 45
para lo cual ha desarrollado un marco teórico que critica la
influencia hegemónica de la racionalidad occidental, y sus efectos
en las particularidades políticas, ontológicas y epistémicas
latinoamericanas desde la conquista colonial en 1492. Como se
indicó a lo largo de este análisis, si bien la modernidad fundó
la idea de progreso y bienestar como principales presupuestos
civilizatorios, la colonialidad no solo fue la condición que hizo
posible la concreción del proyecto moderno, sino que, además,
mantuvo y ha mantenido oculta la lógica de crueldad y violencia
que requirió Occidente para expandirse como la experiencia
civilizatoria ideal para la humanidad. De allí la emergencia de
una matriz colonial en la que se reproduce la colonialidad del
poder, del saber, del ser y de la naturaleza, es decir, la forma
como opera la lógica colonial desde 1492 y que ha llevado al
pensamiento latinoamericano a repensar la condición de sujetos
colonizados que están llamados a entrar en desobediencia frente a
la racionalidad occidental para pensar en mundos, conocimientos,
prácticas, saberes, desde las fronteras de dicha racionalidad.
En este orden, en el siguiente capítulo se mostrará la
constitución de la agroecología como ciencia y práctica desde
la racionalidad moderna occidental, lo que desemboca en una
contradicción si se tiene en cuenta que la agroecología emergió
precisamente como una postura epistémica, política y ontológica
contrahegemónica frente a la episteme moderna. En este sentido,
los aspectos teóricos de este primer capítulo permitirán mostrar
no solo la tensión epistémica y ontológica de la agroecología,
sino también su constitución como una episteme otra que emerge
desde el pensamiento fronterizo.
46 Capitulo 1. 13-46
Capítulo 2
Constitución racional moderna occidental de la agroecología.
Anotaciones para una tensión epistémica 20
20 Algunas ideas y reflexiones abordadas en este capítulo fueron publicadas como Lugo, L.
J. y Rodríguez, L. H. (2018). El agroecosistema ¿objeto de estudio de la Agroecología o de la
Agronomía Ecologizada? Anotaciones para una tensión epistémica. En: Revista Interdisciplina,
Vol. 6, núm. 14, enero-abril de 2018. UNAM, México.
47-86 Capitulo 2. 47
que la constituyen, a saber: el agroecosistema como objeto de
estudio, los saberes tradicionales, la sostenibilidad y la transición
agroecológica. A partir de estos referentes se mostrará, por
último, la tensión epistémica en que se encuentra la agroecología,
lo que hace de esta una ciencia contradictoria que requiere, por
tanto, un urgente diálogo con perspectivas contrahegemónicas
como la decolonialidad, para pensar en la agroecología como un
paradigma otro.
48 Capitulo 2. 47-86
ambiental generada, entre otros aspectos, por la homogenización
e industrialización de las agriculturas. Respecto a esto último,
conviene indicar que:
47-86 Capitulo 2. 49
en su conjunto, proponían un cambio de paradigma que tuviera
como eje transversal una racionalidad ecológica en los modos de
hacer agriculturas. Tal transformación se refiere a la agroecología
como un nuevo campo de conocimiento que ofrecería las bases
científicas para llevar a cabo agriculturas “amigables” y, en
consecuencia, contrarrestar los efectos de la crisis ambiental en
los que desembocó la industrialización agraria . 22
22 Enrique Leff (2014), indica, a propósito, que “la crisis ambiental generó un acto reflexivo de
las ciencias para dar cuenta de la cuestión ambiental impulsando una serie de nuevas disciplinas
ecologizadas o ambientalizadas en el vasto campo de las ciencias sociales” (p. 16). Al respecto se
agregaría, para el caso, a las ciencias naturales, ya que la agroecología “bebe” de estos dos campos
del saber.
50 Capitulo 2. 47-86
de producción sino de acceso, por tanto, el hambre es un asunto
político más que de carácter técnico-agronómico.
Conviene aquí hacer una pausa para mencionar algunos
aspectos importantes del paradigma de la revolución verde,
como complemento a lo que hasta ahora se ha venido diciendo.
Escobar, en relación con los discursos del hambre, se pregunta
¿por qué y mediante qué proceso, la experiencia del hambre
se convirtió sucesivamente en revolución verde?, a lo que
sugiere, como argumento para una posible respuesta, que “puede
afirmarse que el hambre está constituida por todos los discursos
que a ella se refieren; que se hace visible a través de la existencia
de sus grandiosas estrategias, las cuales, por medio de su misma
apariencia y diferenciación, crean la ilusión de progreso y de
cambio” (Escobar, 2012, p. 189).
Sin lugar a dudas, una de esas grandiosas estrategias a las que
se refiere el autor fue la revolución verde para la modernización
y el progreso del campo, mediante la incorporación de insumos
de síntesis química y maquinaria de última tecnología en las
agriculturas o, en un lenguaje más corporativo, en los sistemas
de producción agropecuaria para lo cual la agronomía resultó
ser el dispositivo ideal de conocimientos que cubrió el campo
de la producción agropecuaria desde mediados del siglo XX, por
lo que el “ingeniero agrónomo típico de la época pasó a tener
como función casi absoluta llevar “el progreso” al campo, o sea,
transformar la agricultura tradicional, adoptando los insumos y
las técnicas de origen industrial” (Ceccon, 2008, p. 23).
La idea de progreso y modernización de la revolución verde
generó tanto impacto en los Estados latinoamericanos, que fue
incluida en la planificación agropecuaria institucional, así como
en universidades latinoamericanas, pues, por un lado, con la
ingeniería agronómica no solo daban respuesta a las supuestas
demandas y necesidades en el denominado sector agropecuario,
sino que, además, se veían ampliamente beneficiadas por
multinacionales que financiaban investigaciones agropecuarias
en las que el abordaje de sus protocolos técnicos y tecnológicos
eran, naturalmente, la condición prioritaria.
47-86 Capitulo 2. 51
Con el terreno conquistado en la planificación estatal
y académica, la revolución verde consolidó su proyecto de
modernización y progreso extendido a todas las ruralidades con
la promesa de aumentar la producción como estrategia de alivio
del hambre y optimización de los rendimientos, proceso en el
que, anticipando lo que se dirá en el siguiente capítulo sobre la
colonialidad del ser desde la agroecología “occidentalizada”,
la subjetividad campesina va siendo colonizada para constituir
otros modos de ser, encajados en modelos organizacionales y
empresariales que, además de estar encerrados en las lógicas de
la revolución verde, responden a imperativos capitalistas.
Antes se dijo que la crisis ambiental que afloró en los sesenta
y setenta fue consecuencia de un modelo civilizatorio sustentado
en presupuestos modernos como la idea de modernización,
progreso y bienestar, modelo del cual la revolución verde ha sido
una de sus grandes representaciones, por tratarse de un paradigma
cuya finalidad fue aumentar la producción agropecuaria como
estrategia para contribuir en la mitigación del hambre, sustentado
en sistemas productivos homogéneos, de gran escala, altamente
dependientes de maquinaria e insumos sintetizados en laboratorio,
tales como fertilizantes químicos, pesticidas, herbicidas, cuyas
composiciones químicas han venido alterando las dinámicas
naturales del planeta dados los altos niveles de contaminación.
Desde esta concepción técnica del paradigma de la
revolución verde puede vislumbrarse un protocolo tecnológico
mediante el cual se reproduce la colonialidad del poder, el ser,
el saber y la naturaleza, si se tiene en cuenta que dicho paradigma,
como una particular idealización de modernización, progreso y
bienestar, está constituido desde los presupuestos ontológicos y
epistémicos de la modernidad occidental . Sin duda, la invención
23
52 Capitulo 2. 47-86
vida en sí misma, reproduciendo con ello no solo la colonialidad,
sino también la crisis ambiental sobre la cual no se pronuncia
pero que con su silencio la deja al encargo de los dispositivos
políticos y de la agroecología, la cual, como puede advertirse,
emerge precisamente como terreno crítico de dicha crisis, y como
campo propositivo para hacer agriculturas desde epistemes otras,
racionalidades otras y prácticas de intersubjetividad otras.
Manuel Castells, en su influyente libro sobre la era de la
información, hace un sugerente análisis sobre la innovación
tecnológica que va al caso para el tema que se está tratando, pues
eso es, en últimas, la revolución verde, una innovación tecnológica
que, lejos de ser un caso aislado, es y ha sido, como ya se ha
dicho, una estrategia articulada a los discursos del hambre. El
planteamiento de Castells (1999), ayuda a comprender esta idea
cuando señala que:
47-86 Capitulo 2. 53
la difusión de las nuevas tecnologías de la agricultura, esto es,
las que “contienen los ingredientes de una nueva revolución.
No es una violenta revolución roja como la de los soviéticos, ni
es una revolución blanca como la del Sha de Irán. Yo la llamo la
revolución verde” (Macías, 2013, p. 199). Como puede verse,
los términos “revolución” y “verde” ejercieron un notable
impacto ideológico y, como toda revolución, se caracterizó
por “su capacidad de penetración en todos los dominios de
la actividad humana (…)” (Castells, 1999, p. 57); en este
caso, relacionados con las agriculturas. Podría entenderse,
en términos decoloniales, a la revolución verde como una
estrategia de los discursos del hambre que emerge en lugares de
enunciación universales del sistema mundo moderno colonial
que, por tanto, es extendida (universalizada) como el deber ser,
hacer y conocer único y válido para orientar la modernización
de las agriculturas, obedeciendo, por supuesto, a los designios
del poder hegemónico capitalista.
Decíamos que la emergencia de la agroecología puede
entenderse como una expresión por el descontento que se percibió
en los sesenta y setenta, pues la segunda postguerra conllevó a
que en América Latina emergiera un ambiente revolucionario
y reaccionario frente a los discursos hegemónicos del poder
capitalista. No es extraño que la agroecología emergiera en esta
época, en el continente latinoamericano, como una expresión
revolucionaria frente a la estructura ontoepistémica moderna
dominante y devastadora, y pretendiera constituirse como
un campo crítico que invitaba a pensar, vivir y actuar de otro
modo. El ambiente comunista de la época incidió en la visión
de cambio en la que se enmarca la agroecología, sobre todo,
si se piensa en términos de contracorriente al espíritu de la
revolución verde, paradigma que, como se ha expuesto, merece
especial cuidado por tratarse de un fiel reflejo y consecuencia
del poder hegemónico que pretendió, exitosamente, relegar o
controlar las resistencias, esto es, los modos de ser, hacer y
conocer campesino apartados de sus lógicas.
Lo que se ha hecho hasta ahora ha sido conocer el
contexto histórico en el que la agroecología emergió, alentada
54 Capitulo 2. 47-86
principalmente por una crisis ambiental como efecto de un estilo
de vida orientado por un modelo civilizatorio, cuyos presupuestos
se asientan en la base de la racionalidad moderna occidental, y su
característica visión paradigmática, instrumentalista, objetivada
del mundo y de la vida, de la cual se han derivado, por un lado,
discursos como el del hambre, y por el otro, estrategias como
la revolución verde, cuyos efectos culturales, ambientales y
ecológicos persisten y aumentan. Así, la agroecología emerge y
se constituye en un marco de comprensión político, ontológico
y epistémico mediante el cual propone elementos críticos y
propositivos para los efectos de la crisis ambiental.
¿Qué es la agroecología?
47-86 Capitulo 2. 55
inter-existiendo con lo no humano, como un rasgo constitutivo de
lo humano, “el arte creador de nuestro ser sedentario que nos ha
permitido, durante los últimos diez mil años, el prodigio natural
del permanecer” (Giraldo, 2013, p. 4), o del ser y el estar en el
mundo.
No obstante, la inserción de las agri-culturas en la matriz
industrial terminó por convertirlas en una agricultura singular,
reducida a una simple actividad técnico-productiva, homogénea,
mecánica, lineal, monolítica, donde lo humano se instrumentalizó
para garantizar la producción y la rentabilidad, mientras que lo
no humano (el entramado de plantas y animales) fue rotulado
como simples mercancías susceptibles de tratamiento tecnológico
(insecticidas, herbicidas, hormonas de crecimiento, fertilizantes
químicos, entre otros), como respuesta a las estandarizaciones
y exigencias impuestas por la voracidad del hiperconsumo.
Actualmente puede apreciarse un panorama con dos horizontes
agri-culturales, uno de corte industrial, moderno; y otro
“tradicional” o “atrasado”. El primero está constituido por una
racionalidad fabril, homogénea, universal, propia de la estructura
ontoepistémica occidental; el segundo por racionalidades
campesinas relegadas, subyugadas, que constituyen sus propios
modos de ser, hacer, conocer desde la pluralidad de sus artes de
cultivar, habitar y proteger, mediante lo cual crean mecanismos
de resistencia frente a la fuerte ola capitalista que amenaza con
modernizar sus tradiciones.
De acuerdo con lo anterior, es de suponer que la agroecología
se ubica en el segundo horizonte agri-cultural, para desde allí
constituir un lugar de enunciación y desplegar su potencialidad
crítica frente a las implicaciones y los efectos de la agricultura
industrial en las dinámicas culturales, ambientales y ecológicas
del territorio. Es así como se constituye en un movimiento social
(político), en un estilo de vida desde el cultivar, el habitar y el
proteger (ontológico), y en un campo científico que integra saberes
occidentales y no occidentales (epistémico). Al respecto, iré por
partes, advirtiendo antes que el abordaje de la agroecología como
movimiento social será excesivamente breve, toda vez que este
aspecto no es asunto prioritario para los propósitos de este trabajo.
56 Capitulo 2. 47-86
En relación a la primera noción (la política), la agroecología
es entendida como un movimiento social , que promueve 25
25 Se asumen a los movimientos como “un sujeto central para la transformación social” (Flórez,
2015, p. 29) que, por tanto, cuestiona, entre otros aspectos, los modos hegemónicos de control
y manipulación de las agri-culturas; la negación de los modos de ser, hacer y conocer “tradicio-
nales”; así como las decisiones políticas que contribuyen a las relaciones de control y dominio
hegemónico que el poder colonial ejerce sobre la naturaleza.
47-86 Capitulo 2. 57
nicho de las especies vegetales y animales, es decir, se escribe en la
tierra al comprender las funciones que ejerce cada especie dentro del
ecosistema (p. 10). [De este modo], el Agri-Cultor existe cuando su ser
se vuelca hacia afuera y habita en comunidades humanas y naturales.
Habitar afectivamente –o lo que es lo mismo: existir– está plenamente
asociado a vivir abiertamente hacia el mundo, no dejar de tener nada
junto, ser como se es, de acuerdo a la convivencia con la alteridad de la
que se es dependiente y a la que se está interrelacionado (p. 11)26.
58 Capitulo 2. 47-86
técnico-agronómica y ecológica. Esta racionalidad se mantiene
en la actualidad, por más que se haya ampliado el concepto de
agroecología en tanto inclusión de las relaciones culturales en y
desde las agriculturas. Por mucho que el grueso de autores de la
tradición agroecológica haya incorporado dimensiones como la
política y la socioeconómica y cultural, la racionalidad técnico-
agronómica y ecológica sigue siendo el imperativo epistémico
de la agroecología, por lo que desde allí se ha concebido al
agroecosistema como su supuesto objeto de estudio.
En este orden de ideas, la agroecología ha sido entendida,
en estricto sentido, como “el estudio de fenómenos netamente
ecológicos dentro del campo de cultivo, tales como relaciones
depredador/presa, o competencia de cultivo/maleza” (Hecht,
1999, p. 18). Así mismo, se ha comprendido como “una disciplina
que provee los principios ecológicos básicos para estudiar, diseñar
y manejar agroecosistemas que sean productivos y conservadores
del recurso natural, y que también sean culturalmente sensibles,
socialmente justos y económicamente viables” (Altieri, 1999,
p. 9). Básicamente, fueron estas las definiciones pioneras de la
agroecología como campo científico, cuyo principal propósito fue
incorporar una racionalidad ecológica a los modos de producción
agraria, mediante prácticas tradicionales y el uso de tecnologías
locales que conllevaran a un quehacer agrario en permanente
armonía con el equilibrio natural. Este aspecto tiene que ver con
el diseño de sistemas agroecológicos sustentables. Lo expuesto
condujo a articular la ciencia agroecológica a otras disciplinas
de las ciencias sociales y naturales, por lo que se le atribuyó un
carácter interdisciplinario y, por tanto, holístico.
En síntesis, es posible afirmar que a la agroecología
“le corresponde la aplicación de conceptos y principios de la
ecología, la agronomía, la sociología, la antropología, la ciencia
de la comunicación, la economía ecológica y de tantas otras áreas
del conocimiento […]” (Caporal y Costabeber, 2002, p. 14). Esto
último puede mostrar un horizonte epistemológico más amplio,
conducente a pensar en otras dimensiones como la política, la
socioeconómica y la cultural, aunque, reitero, teniendo como
presupuesto central la dimensión técnico-agronómica y ecológica,
47-86 Capitulo 2. 59
como bien puede notarse al considerarse que “las dimensiones de
la agroecología permiten proporcionar el cúmulo de conocimiento
que hagan posible una apropiación correcta de los recursos para
obtener alimentos” (Ottman, 2005, p. 17).
Con lo expuesto se quiere indicar que se le ha dado en llamar
ciencia agroecológica a un campo del saber que ha generado
marcos teóricos para “ecologizar” la agricultura, es decir, aplicar
conceptos y principios estrictamente ecológicos en los modos
agrarios de producir, para lo cual se vislumbraron dos dimensiones
importantes: la primera corresponde a la socioeconómica y
cultural “que se encargará de ampliar el ámbito de la agroecología
de la producción (dimensión ecológica y técnico agronómica), a
la circulación y el consumo” (Ottman, 2005, p. 24). Dicho ámbito
es constitutivo del discurso del desarrollo. La segunda tiene que
ver con la dimensión política en tanto comprensión de la cuestión
del poder inserto en modelos ecológicos, o en los modos de hacer
agriculturas, por un lado, y de dominarlas y homogeneizarlas por
el otro. Aunque se debe tener en cuenta que la agroecología como
ciencia se mostraría interesada en estudiar las transformaciones
que desde los movimientos sociales agroecológicos podrían
promoverse, frente a las prácticas discursivas hegemónicas que
ejercen control y dominio de las agriculturas.
La agroecología, en tanto ciencia, presenta sus propias
particularidades: 1) define como objeto de estudio al agroecosistema;
2) establece, como base epistemológica, los saberes tradicionales
o, lo que es lo mismo, los conocimientos locales, además de los
saberes occidentales de ciencias como la ecología, la agronomía,
la sociología, la antropología, entre otras; 3) propone el criterio de
sostenibilidad como “punto de llegada” de la producción agraria;
4) propone a la transición agroecológica como protocolo técnico
para reconvertir las agriculturas convencionales en agriculturas
agroecológicas, entendiéndose por convencionales aquellas
agriculturas orientadas por los protocolos de la revolución verde,
y por agroecológicas aquellas orientadas por enfoques orgánicos y
criterios ecológicos. En lo que sigue me referiré a cada una de estas
“construcciones conceptuales especializadas de la agroecología”,
como prefiere llamarlas (Gómez, 2015, p. 82), las cuales hacen de
60 Capitulo 2. 47-86
la agroecología una ciencia contradictoria consigo misma, tanto
en términos epistémicos como ontológicos.
47-86 Capitulo 2. 61
al agroecosistema como una unidad espacial, reconocible
teóricamente, que la agroecología realiza con la pretensión de, por
un lado, representar la estructura, la organización, la composición,
la distribución de plantas y animales en unidades espaciales con
geometrías diversas; y por el otro, reproducir allí principios
de la ciencia ecológica y agronómica para compatibilizar al
máximo la actividad antrópica con las dinámicas particulares de
la matriz natural, lo que se conoce como agricultura en armonía
con la naturaleza o sustentable. Si esto es lo que es, entonces la
agroecología como ciencia constituye su campo epistémico en,
desde y para el diseño y manejo sustentable de agroecosistemas,
como, en efecto, puede verse a la largo y a lo ancho del corpus
teórico.
No obstante, dicho campo epistémico, además de constituirse
desde la teoría ecológica y agronómica, retoma lo “instituido”
por algunas disciplinas de las ciencias sociales, necesarias para
comprender la complejidad cultural que se genera en y desde
la agricultura . Esto le ha “servido” a la agroecología para su
28
28 Esto puede verse, por ejemplo, en autores como Eduardo Sevilla Guzmán, quien establece
las bases sociológicas de la agroecología, además de explicar los orígenes de la misma en el pen-
samiento marxista y libertario, así como las contribuciones de este pensamiento en la episteme
agroecológica. Tomás León Sicard hace un juicioso análisis de la agroecología como una ciencia
ambiental, tomando como referentes las nociones de cultura y naturaleza desarrolladas por el
filósofo ambiental colombiano Augusto Ángel Maya. Graciela Ottman toma como referentes a la
sociología, la historia y la ciencia política para explicar emergencias agroecológicas en Argentina.
Omar Felipe Giraldo analiza la agroecología desde la perspectiva de la ecología política.
62 Capitulo 2. 47-86
y el saber tradicional . Los dos primeros corresponden a saberes
29
Saberes tradicionales
29 Es importante anotar que los conceptos de sistemas y de complejidad que nutren las bases epis-
temológicas de la agroecología, están implícitamente incluidos o, si se prefiere, son constitutivos
del paradigma ecológico.
30 La reducción de la naturaleza a simples recursos naturales es una particular concepción de la
racionalidad económica, en su interés de visibilizar a la naturaleza como una mercancía constitui-
da por bienes y servicios susceptibles de monetarización. Se empela aquí el término en razón a su
recurrente uso en la literatura agroecológica.
47-86 Capitulo 2. 63
orienta sus modos de existencia basados en agriculturas o, en
términos agroecológicos, en agroecosistemas.
De este modo, la agroecología considera que los
conocimientos locales construyen agroecosistemas, al tiempo que
los agroecosistemas construyen conocimientos locales. ¿De qué
manera? Diríamos que, milenariamente, el campesino ha validado
sus propios marcos explicativos reflejados en sus clasificaciones
taxonómicas y ciclos fisiológicos de animales y vegetales, la
interpretación de ciclos temporales, ciclos climáticos, fenómenos
meteorológicos, entre otros, como resultado de la permanente
observación y práctica a la que conllevan los vínculos o relaciones
con sus realidades naturales. Sin duda, de esto se deriva, y valida,
un acervo de conocimientos “que les permite apoyar sus prácticas
de apropiación espacial en su vida en la ruralidad” (Correa, 2013,
p. 352). Es decir, sus modos de habitar, transformar, permanecer,
cuidar sus territorios. De allí que el conocimiento local opere
como “la base del flujo de información que ha hecho funcionar
los agroecosistemas” (González de Molina, 2011, p. 31). Lo
que permite establecer una multiplicidad de conexiones con
la naturaleza, si se tiene en cuenta que los saberes locales son
un constructo cognitivo que emerge por las interrelaciones, e
interpretaciones, entre lo humano, lo natural y lo sobrenatural,
lo cual se ve reflejado en los modos de habitar la tierra mediante
expresiones como el agroecosistema.
En línea con lo anterior, Chambers (1996), citado por (Ortiz,
2006), plantea que:
64 Capitulo 2. 47-86
sobre prácticas de producción, la naturaleza experimental del
conocimiento tradicional. En este orden, este autor propone
abordar el conocimiento local a partir de cuatro dimensiones así:
1) sistemática, la cual revela una aproximación del conocimiento
sobre taxonomías biológicas locales y el conocimiento científico
sobre las mismas; 2) biofísica y medioambiental, basada en la
utilización de indicadores naturales para interpretar los cambios
climáticos, de la vegetación y del suelo; 3) productiva, descansa
en la incorporación de estrategias de uso múltiple del territorio
para realizar un aprovechamiento integral de los recursos; y, por
último, 4) una de naturaleza experimental, surgida a través de las
prácticas de ensayo y error.
Podría decirse que la agroecología ha orientado el abordaje
del conocimiento local mediante el uso de categorías como las
sugeridas por Altieri, sin querer decir con ello que se haya hecho
estrictamente a partir de estas cuatro dimensiones, sino más bien
que los estudios sobre el conocimiento local guardan estrecha
relación con los alcances de las mismas. Lo que se quiere decir
con esto es que el principal propósito de la agroecología ha
sido definir, en cierta medida, un protocolo para sistematizar el
conocimiento local o, dicho en otros términos, inventariarlo como
base de información útil para robustecer marcos teóricos que
orientan el diseño y el manejo de agroecosistemas sustentables . 31
31 Dichos marcos teóricos implican, sin duda, un supuesto diálogo entre saberes occidentales y no
occidentales (locales), el cual, a decir de Toledo (2005), se vuelve un objetivo fundamental de la
investigación agroecológica.
32 El subrayado es del autor, y se hace con la intención de resaltar los términos paradigmáticos
a los que se reducen los conocimientos locales, lo cual se analizará más adelante en perspectiva
decolonial.
47-86 Capitulo 2. 65
los aspectos fundamentales de la agroecología, como se muestra
a continuación.
La sostenibilidad
66 Capitulo 2. 47-86
La sostenibilidad que defiende la agroecología, a juicio de
esta investigación, está relacionada, por un lado, con el equilibrio
potencial y dinámico de los ecosistemas naturales y, por el otro,
con las dinámicas económicas que se generan en y desde las
agriculturas o, en términos más técnicos, los agroecosistemas. Así,
tenemos una sostenibilidad ecológica que se alcanza mediante la
imitación de los ecosistemas naturales, esto es, la reproducción de
sus dinámicas ecológicas en los agroecosistemas, a saber, ciclos
biogeoquímicos, reciclaje de biomasa, regulación de poblaciones
de insectos y vegetales, resiliencia, sucesión, niveles jerárquicos,
multiestratificación, entre otros atributos más que, de ser tenidos
en cuenta al momento de diseñar, establecer y administrar
agroecosistemas, contribuirán a garantizar la sostenibilidad
ecológica de los mismos . Por tanto, los ecosistemas naturales
33
47-86 Capitulo 2. 67
interés de la agroecología por armonizar la actividad agraria con
el equilibrio natural, la sostenibilidad económica no es posible
sin la sostenibilidad ecológica. La segunda es condición de la
primera, ya que solo a partir de las interacciones naturales es
posible alcanzar la rentabilidad.
Estos aspectos dejan entrever un intencionado afán de
“domesticar” la naturaleza, esto es, imitar sus relaciones ecológicas
en clave agroecosistémica para optimizar los rendimientos
y, en consecuencia, garantizar la rentabilidad, por lo que la
agroecología estaría siendo una ciencia indirectamente puesta al
servicio de la lógica mercantilista que tanto critica, cuya única
diferencia con la agricultura industrial sería la internalización
de las relaciones ecológicas en sus dinámicas agriculturales y
la prohibición del uso de agroquímicos, pero que, en últimas,
tienen en común la rentabilidad económica. Si hay un aspecto
ampliamente compartido por muchos teóricos de la agroecología
es la necesidad de “conseguir agroecosistemas ecológicamente
viables, económicamente rentables y socialmente justos”
(Labrador y Altieri, 1995, p. 6). Sin lugar a dudas, esta relación
deja ver esa marcada intención de domesticación de la naturaleza
por parte de la agroecología.
Para finalizar este punto, es importante señalar que si
bien la literatura agroecológica no muestra consenso sobre la
idea de sostenibilidad , se reconoce que esta puede tener lugar
34
34 Sin embargo, como se mostró, esta puede entenderse desde lo ecológico y lo económico.
68 Capitulo 2. 47-86
Es posible afirmar que la dificultad no estriba en el concepto
de sostenibilidad, sino en los alcances de la misma, pues tal como
la hemos entendido, la agroecología asume la sostenibilidad
como una exigencia de las relaciones económicas “locales”, para
lo cual resultan determinantes las limitaciones ecológicas dada la
necesidad de un equilibrio entre lo “artificial” (agroecosistema) y
lo natural (naturaleza). Dicho en otros términos, la agroecología
se ha visto en la obligación de “moverse” entre la necesidad de
responder a unas exigencias de consumo y mercado, evitando
sobrepasar los límites que la naturaleza impone para mantener su
capacidad de regulación, lo que llevaría a pensar en la agroecología
como un “caso especial” de sostenibilidad, dada la necesidad de
armonizar la producción y el equilibrio ecológico.
La transición agroecológica
35 Con sistemas convencionales se hace referencia a los modos industriales de hacer agriculturas.
47-86 Capitulo 2. 69
niveles de transición, que comprenden la lógica del reducir (uso de
insumos químicos de síntesis), sustituir (prácticas convencionales
por agroecológicas) y rediseñar el agroecosistema (orientado
por procesos ecológicos), hasta llegar a un cambio de ética y de
valores, en tanto alcanzar una sensibilidad frente a los modos
de hacer agriculturas. Es no lineal cuando se trata de aquellos
“productores” que “se mueven” entre prácticas convencionales
y tradicionales pero que no son del todo agroecológicos . La 36
70 Capitulo 2. 47-86
mediante cuatro aspectos formales particulares: agroecosistema,
saberes tradicionales, sostenibilidad y transición.
Lo que se ha hecho hasta este momento ha sido abordar los
aspectos técnicos más importantes de la agroecología, los cuales
servirán de referente para, en adelante, abordar una crítica desde
la perspectiva decolonial tomando como referente los aspectos
epistemológicos y ontológicos de la agroecología. De acuerdo
con lo indicado, en las anotaciones que siguen se establecerá la
tensión epistémica de la agroecología, lo que permitirá abordar
en el tercer capítulo una lectura decolonial de ella en tanto
ciencia y práctica, así como la propuesta de un sujeto de estudio
agroecológico.
47-86 Capitulo 2. 71
la racionalidad industrial, en la que el tejido agricultural queda
expuesto al acoplamiento de una técnica que lo desfragmenta y
lo reduce a simples objetos de importancia económica. Mientras
que en el segundo, el tejido agricultural es parte constitutiva del
habitar campesino, esto es, una creación campesina que, a su
vez, determina modos de ser campesino. La necesidad de volver
a estos aspectos puntuales radica en que solo a partir de ellos
es posible “detectar” la tensión epistémica de la agroecología.
Si la teoría, en su sentido más básico, es la forma a partir de la
cual la ciencia representa la realidad, es necesario conocer tanto
la teoría agroecológica como la realidad de la que emerge dicho
constructo teórico. Para el caso que nos interesa, la agroecología
se ocupa de las agriculturas insertas en dos realidades, una
moderna y otra tradicional, a menudo considerada “atrasada” al
compararla con la hegemónica agricultura moderna. Se supone
que la agroecología, como perspectiva contracorriente en clave
de movimiento social, estilo de vida y ciencia, emergió en, desde
y para esa realidad agricultural “atrasada”, por ser la antítesis de
la agricultura moderna industrial, y de la que podrían derivarse
otras formas de ser y estar en el territorio. Sin embargo la “parte
científica” de la agroecología se ha movido entre lo moderno y lo
atrasado, lo que a simple vista deja entrever la constitución de dos
epistemes en una sola ciencia.
No obstante, a partir de lo mencionado podría preguntarse
si una ciencia puede presentar estas particularidades, teniendo en
cuenta que la ciencia es ciencia precisamente por la definición
de un estatuto epistemológico, el cual se puede definir desde su
objeto de estudio o desde el método utilizado para estudiarlo, con
lo cual logra justificar sus presupuestos científicos. ¿Puede haber
dos biologías, dos medicinas, dos ecologías, dos sociologías o,
para el caso, dos agroecologías? Cosa distinta es que de cada
una de estas ciencias se deriven campos específicos que guarden
correspondencia con la “ciencia primera”. Por ejemplo: biología
celular, medicina bioenergética, ecología del suelo, sociología
rural. Pero ¿acaso podemos decir agroecología moderna
(industrial) o agroecología tradicional (atrasada)? Pese a que
en el corpus teórico agroecológico poca atención se ha prestado
72 Capitulo 2. 47-86
a esta distinción entre agroecología moderna y tradicional,
puede decirse, con seguridad, que en dicho corpus se aprecian
dos vertientes epistémicas, una que “encaja” en lo industrial y
otra en lo tradicional, inscritas ambas en una misma ciencia, la
agroecología. Este aspecto permite pensar que el término se ha
usado indistintamente para llamar agroecología a algo que no lo es.
Esto, a todas luces, resulta tan contradictorio como problemático.
Enseguida se muestra por qué.
En un sentido estricto, la agricultura moderna (industrial)
surgió como consecuencia de la industrialización de la vida que
gestaron los presupuestos modernos de progreso y bienestar,
orientados por un saber científico-técnico que prometió mejorar
las condiciones de vida humanas y garantizar la salud del planeta,
sin sospechar el advenimiento de la profunda crisis ambiental
antes mencionada. Por tanto, es una práctica promovida por el
agrocapitalismo extractivista, apoyado en tecnologías como las
de la revolución verde, para aumentar la producción y optimizar
la rentabilidad. Este tipo de agricultura se caracteriza por ser:
1) altamente dependiente de insumos de síntesis química; 2)
ocupar grandes extensiones de tierra; 3) efectuarse en forma
de monocultivo; 4) usar tecnologías de alto costo económico
y energético; 5) estar orientada por saberes corporativos; y 6)
estar fuertemente ligada al mercado y la fábrica. Estos factores,
en últimas, son los que determinan qué se debe producir, en qué
cantidades y para qué tipo de mercados.
En contraste con lo mencionado, la agricultura “tradicional”
está inscrita en la racionalidad campesina, indígena o
afrodescendiente. Por tanto, 1) no depende de insumos de síntesis
química sino de la elaboración y uso de enmiendas orgánicas
o bien de prácticas agriculturales articuladas a las dinámicas
ecológicas de los territorios; 2) ocupa mínimas extensiones de
tierra; 3) se lleva a cabo en forma de policultivos, de allí que a
menores extensiones de tierra mayor diversidad agraria; 4) usa
tecnologías tradicionales y recursos locales; 5) se trata de un
tejido agricultural que otorga sentido a la existencia campesina;
6) está orientado por el conocimiento local y no está articulada, en
primer plano, a las exigencias del mercado, sino, prioritariamente,
47-86 Capitulo 2. 73
a las necesidades familiares . 37
74 Capitulo 2. 47-86
racional moderna de la agroecología, sino también su amplia
relación con la agricultura industrial.
Como bien puede apreciarse en el corpus agroecológico,
la ciencia agroecológica se ha valido de métodos positivistas
para estudiar, diseñar y manejar los agroecosistemas. De hecho,
la categoría agroecosistema es un constructo racional moderno
que “define, describe y reduce a las agri-culturas como una cosa
con atributos y funcionalidades que pueden ser comprendidas
paradigmáticamente” (Lugo y Rodríguez, 2018, p. 102). Esto
quiere decir que el agroecosistema es la representación del tejido
agricultural objetivado, un ente externo cosificado, ordenado,
manipulado, calculado, de allí que se le entienda, una vez más,
como “un trozo de naturaleza que puede ser reducido a una
última unidad como arquitectura, composición y funcionamiento
propios y que posee un límite teóricamente reconocible (…)”
(González de Molina 2011, p. 18). La complejidad de la trama
agri-cultural queda reducida a un trozo, un pedazo, un recorte
mecánico y lineal de plantas y animales cuyo funcionamiento
puede ser explicado y orientado por leyes científicas (modernas
occidentales) de la agroecología como de otras ciencias, si se tiene
en cuenta que esta “bebe” de otras ciencias. Estas consideraciones
dejan entrever un problema ontológico, ya que suprime de “ese
trozo” a toda la subjetividad e intersubjetividad que crean las
agri-culturas, y la determinación de las agri-culturas en estas
subjetividades e intersubjetividades. Sobre esto, Giraldo (2013),
señala lo siguiente:
47-86 Capitulo 2. 75
Lo planteado por el autor permite afirmar que la categoría
de agroecosistema, además de relegar, e incluso negar, los modos
de ser agri-culturales, reduce el texto agri-cultural a un asunto
exclusivamente productivista y es justo allí donde la agroecología
guarda amplia relación con la lógica de la agricultura industrial,
en el sentido de que diseña, estudia y maneja trozos ordenados de
plantas y animales [para] que sean productivos, económicamente
viables y, por tanto, insertos en una lógica de mercado. Con esto se
quiere indicar que el agroecosistema como objeto de estudio deja
entrever a la agroecología como “un marco para reforzar, ampliar
o desarrollar la investigación científica, firmemente arraigada en
la tradición occidental y de las ciencias naturales” (Wezel et al.
2009; Wezel y Soldat 2009. En Méndez, Bacon y Cohen, 2013,
p. 11). Reducir la complejidad agri-cultural a una categoría tan
abstracta como el agroecosistema implica “dejar por fuera” un
vínculo milenario entre los sujetos que crean y re-crean las agri-
culturas mediante rituales y prácticas milenarias. La agroecología
occidentalizada diría al respecto que esto no es así toda vez que
se reconocen, revaloran y resignifican los conocimientos locales
como epistemes sobre las que se orienta el estudio, diseño y
manejo de los agroecosistemas. No obstante, esto es susceptible
de crítica, ya que a estos conocimientos se les otorga un marcado
sentido de utilidad.
Para mostrar la relación que la agroecología tiene con la
agricultura industrial, conviene apoyarse en una descripción que
hace Giraldo (2018), sobre el tipo de agricultura puesta al servicio
del capitalismo, esto es, la actividad agrobiotecnológica entendida
como “una fuerza que ordena a plantas, animales y personas, para
constituir un conjunto regulado y disciplinado de seres vivos
operando en aras de un modelo que le impone el patrón de la
fábrica de la naturaleza” (p. 34). ¿No se corresponde esto con la
“idea” de agroecosistema que tiene la agroecología, en tanto trozo
ordenado de plantas y animales? Al respecto no se encuentra
ninguna diferencia entre la actividad agrobiotecnológica del
modelo industrial agrocapitalista y la idea agroecosistémica de la
agroecología occidentalizada que se está tratando, sin pretender
afirmar con ello que la agroecología promueve la agricultura
76 Capitulo 2. 47-86
industrial. Es importante detenernos en este punto para hacer
algunas aclaraciones al respecto.
Si se revisa bien, la concepción del agroecosistema y la
actividad agrobiotecnológica tienen en común la cosificación de
las agri-culturas para encausarlas por la senda de la optimización
y el productivismo, uno desde la tecnología agrocapitalista y otro
desde la racionalidad ecológica. Tanto el agroecosistema como
la actividad agrobiotecnológica no solo ordenan las plantas y
los animales paradigmáticamente sino que instrumentalizan
a las personas, en este caso, a campesinos, indígenas y
afrodescendientes, otorgándoles la identidad de “productor”
puesto al servicio de lo que el hiperconsumo requiere, pues
al fin de cuentas, lo que importa, una vez más, es el diseño de
“agroecosistemas productivos y conservadores del recurso natural
y que también sean culturalmente sensibles, socialmente justos y
económicamente viables” (Altieri, 1999, p. 9).
Con esto no se está queriendo decir que la agroecología se
ha constituido en un corpus de conocimiento para la agricultura
industrial. Por el contrario, esta ciencia atravesada por la episteme
moderna occidental, ha constituido un estatuto epistemológico
en, desde y para el agroecosistema. Mientras que en el caso
de la agricultura industrial, por el simple hecho de haber sido
inscrita en la matriz técnica de la revolución verde, ha sido
orientada por saberes corporativos generados por la agronomía
clásica o convencional al servicio de la industrialización de la
agricultura. Lo que se está queriendo decir es que la agroecología
sigue la misma lógica productivista de la agricultura industrial.
Para demostrar esto es necesario volver al agroecosistema y a
la actividad agrobiotecnológica, pues esta apoya la tesis de que
la agroecología no solo está constituida desde la racionalidad
moderna occidental, sino que comparte similitudes con la praxis
industrial de la agricultura. Según esto, es apenas lógico que
desde la agroecología se efectúe una mirada paradigmática,
productivista, cosificadora, instrumental de las agriculturas como
consecuencia de su constitución desde la episteme moderna
occidental . 38
47-86 Capitulo 2. 77
Comúnmente los agroecólogos enfocan sus estudios en el
ámbito del manejo ecológico de las malezas y las enfermedades
de los cultivos; el diseño de agroecosistemas diversificados
y sustentables; el control y manejo de insectos plaga como
aquellos de importancia económica; el manejo de la fertilidad
de los suelos; la agricultura ecológica; comparaciones entre la
agricultura convencional y la agroecología; la nutrición vegetal;
agroforestería con enfoque agroecológico; diseño y aplicación de
abonos y enmiendas orgánicas; y así una larga lista de estudios que,
como puede verse a simple vista, tienen una marcada intención
productivista en tanto optimización de los rendimientos, aumento
de las ganancias y articulación a los mercados . 39
ha sido orientado por la racionalidad moderna occidental, tal como puede verse en los programas
académicos, a nivel de pregrado y posgrado, en los que se forman los agroecólogos.
39 Se recomienda visitar la página de la Sociedad Científica Latinoamericana de agroecología
(SOCLA), una fuerte y consolidada organización que agremia académicos e investigadores, efec-
túa cursos de formación en diferentes países y lidera el Congreso latinoamericano bianual de
agroecología. Estos congresos, según se informa en la página electrónica, “marcan el estado del
arte de la agroecología tanto en la región latinoamericana como en Iberoamérica. En estos even-
tos SOCLA reúne a académicos, técnicos, estudiantes y agricultores organizados, propiciando el
diálogo y generando acuerdos que se difunden a través de la Carta Agroecológica al final de cada
evento”. El SOCLA no solo agrupa y moviliza a la “élite intelectual” latinoamericana de la agro-
ecología, sino que, además, genera una producción bibliográfica que contribuye en el quehacer
agroecológico de América Latina y, por qué no, del mundo. En esta producción bibliográfica puede
verse la constitución racional moderna de la agroecología. Si bien existen diferentes fuentes de
información agroecológica, se hace referencia al SOCLA dada la importancia, el reconocimiento
y la influencia que tiene en la región. El link de la página es https://www.socla.co/.
40 Dada su poca importancia económica y potencial de “daño” al que conduce su nicho ecológico.
78 Capitulo 2. 47-86
científico “atrapado” por el modelo civilizatorio occidental que,
dada la crisis ambiental generada por dicho modelo, reconoce
en la agroecología una potencialidad para cambiar los modos
de producción sin abandonar la lógica productivista y rentable
de las agriculturas . Esto es lo que lleva a considerar que la
41
41 Esto puede verse reflejado en el estratégico interés que tienen algunos organismos internacio-
nales (ONU, FAO, Banco Mundial, entre otros) en apropiarse de la agroecología como enfoque
alternativo de desarrollo. Esta preocupación lleva a preguntarse si la agroecología “va a terminar
siendo parte de la caja de herramientas del sistema agroindustrial para reestructurarse en el contex-
to de la crisis civilizatoria o sí, por el contrario, se potenciará como una movilizadora alternativa
política para transitar hacia la construcción de las alternativas al desarrollo” (Giraldo y Rosset,
2016, p. 14).
42 Los corchetes son del autor.
47-86 Capitulo 2. 79
con la naturaleza y que contribuyen en la sostenibilidad ecológica
de los agroecosistemas, la cual, como señala Leff (2002), “se
constituye en una condición de la sostenibilidad del proceso
económico” (p. 21).
El recurso metodológico que la agroecología emplea para
materializar su propósito productivista viene a ser la transición
agroecológica, pues a través de esta se materializa la idea
de agroecosistema, se orienta y re-orienta la transición de la
agricultura industrial a la agricultura agroecológica en cuanto a
sus aspectos técnicos, es decir, tecnologías radicalmente opuestas
a las tecnologías de la revolución verde. La transición vendría a ser
el elemento discursivo que emplea el agroecólogo para efectuar un
sinnúmero de prácticas que ecologizan a las agriculturas insertas
en la matriz industrial y, de paso, operar la poderosa ecuación:
conocimientos locales + agroecosistema = sostenibilidad =
articulación al mercado. A estos aspectos volveremos en el tercer
capítulo, cuando se muestre la colonialidad del poder, del saber,
del ser y de la naturaleza.
Tenemos, de este modo, una agroecología que se ha
constituido desde una epistemología anclada en la dualidad
moderna occidental, llevándola, en consecuencia, a reproducir las
lógicas del modelo industrial en los términos hasta ahora expuestos,
pues la industrialización de la agricultura es un símbolo de una
modernidad que, como señala Mignolo (2000), fue imaginada
como el hogar de la epistemología. En este caso sería el hogar al
que se “mudó” una ciencia como la agroecología y que, a juicio
de esta investigación, presenta tensiones que desvirtúan el sentido
de la agroecología, lo que lleva a cuestionar si, por un lado, es
apropiado llamar agroecología a una ciencia que, en principio,
emergió como perspectiva contracorriente pero terminó atrapada
en las lógicas de la racionalidad moderna occidental; y, por el otro,
si puede aceptarse al agroecosistema como el objeto de estudio
de la agroecología, o este, más bien, estaría en correspondencia
con otro tipo de ciencia. Estas cuestiones abren otra puerta en la
discusión, relacionada con el hecho de que muy probablemente
se ha estado llamando agroecología a algo que tal vez no lo es
ni lo ha sido. ¿Adónde se quiere llegar con este argumento? A
80 Capitulo 2. 47-86
plantear que la agroecología ha sido confundida con la agronomía
ecologizada, y en esto consiste la tensión epistémica a la que se
hace mención en este apartado.
La agronomía clásica, convencional, se entiende, en
términos generales, como el conjunto de conocimientos
relacionados con el cultivar de la tierra, cuyo principal fin ha sido
“aumentar el rendimiento, seleccionar los cultivos, las especies
y las formas más rentables, en resumen, introducir el cálculo
en la práctica agrícola” (Giraldo, et. al., 2012, p. 212). ¿De qué
manera? Mediante el diseño de sistemas agrícolas en extensiones
de tierra (preferiblemente amplias) para efectos de una mejor
productividad y maximización de ganancias. La agronomía
clásica tuvo así un marcado interés en la domesticación de plantas
(y animales) para fines eminentemente capitalistas, por lo que se
le puede considerar como una ciencia que asume una postura
moderna al reducir las agriculturas a simples mercancías que se
producen y reproducen, en lo que se conoce como agricultura
industrial. El sistema agrícola al que se hace referencia es al
mismo objeto de estudio agroecológico: el agroecosistema, aquel
“trozo de naturaleza que puede ser reducido a una última unidad
con arquitectura, composición y funcionamiento propios y que
posee un límite teóricamente reconocible, desde una perspectiva
agronómica, para su adecuada apropiación por parte de los seres
humanos” (González de Molina, 2011, p. 18) . 43
43 Es importante recordar que esta es la concepción general que la tradición agroecológica tiene
del agroecosistema, como objeto de estudio de la agroecología. Giraldo y Nieto (2015) en una
interesante reflexión sobre el papel del profesional en agronomía, en la restauración de la tierra
como entorno complejo, sostienen que la agronomía “tiene definido como objeto de estudio el
agroecosistema entendido como el modelo específico de intervención del hombre en la naturaleza,
con fines de producción de alimentos y materia prima” (p. 213).
47-86 Capitulo 2. 81
una misma ciencia con nombres distintos? La respuesta a esta
pregunta se muestra en los párrafos siguientes, pero antes es
necesario volver a la gesta de la revolución verde.
El carácter reduccionista, productivista y rentable de las
agriculturas convirtió a la agronomía en el dispositivo científico
ideal del siglo XX, para la generación de saberes corporativos
que llevarían a terreno el protocolo tecnológico de la revolución
verde. Las corporaciones y los Estados forjaron (financiaron)
la agronomía como un campo de conocimiento prioritario,
para efectuar investigaciones agropecuarias que apuntaran al
aumento de la producción, “lográndose así la incorporación en
los currículos de un lenguaje técnico en el que se soportaba el
uso de insumos de síntesis química y de maquinaria agrícola”
(Lugo y Rodríguez, 2018, p. 103), como única vía segura para
solucionar el problema del hambre. Esto llevó a la formación
de ingenieros agrónomos cuyo fin último fue promover la
modernización de las agriculturas tradicionales. ¿De qué
manera? Mediante agroecosistemas orientados por protocolos
tecnológicos (agrotóxicos), que llevarían al prometido aumento
de la producción y posterior incremento de la rentabilidad. Como
se mencionó antes, la idea del hambre y su posterior solución
por la vía tecnológica, desató una crisis ambiental que se ha
agudizado durante las últimas décadas. Dicha crisis ambiental
afloró en la década de los años sesenta y setenta, poniendo en
evidencia la crisis de la modernidad occidental y cuestionando,
de paso, el saber corporativo condensado en la agronomía clásica,
lo que condujo a su transformación epistémica. Sobre esto último,
Leff (2014), plantea lo siguiente:
82 Capitulo 2. 47-86
La emergencia de la episteme ecologista que menciona el
autor conllevó al anuncio de una nueva agronomía que, sin alejarse
de sus intenciones productivistas, corporativistas, imprimiría
una racionalidad ecológica en las agriculturas o, mejor aún, en
aquellos trozos de plantas y animales ordenados linealmente. Lo
que se está queriendo decir es que, tanto la crisis ambiental como
la episteme ecologista de los sesenta, “obligaron” a la agronomía,
atada a la revolución verde, a dar un giro ecológico en su estatuto
epistemológico, por lo que emerge la agronomía ecologizada, esto
es la misma agronomía pero ahora con una “mirada” ecológica de
las agriculturas, sin apartarse, por supuesto, de la lógica industrial
de ellas , mediante el diseño de agroecosistemas ambientalmente
44
44 En los currículos agronómicos universitarios puede apreciarse con claridad este giro ecológico.
47-86 Capitulo 2. 83
industrial de las agriculturas. Dicho de otro modo, el giro ecológico
provocó una transformación tecnológica agronómica, pero no
cambió el profundo sentido economicista (y reduccionista) que
esta le otorga a las agriculturas.
Consideraciones finales
84 Capitulo 2. 47-86
modernización, entre otros, habremos de suponer la emergencia
de una agroecología otra, por fuera de la episteme moderna
occidental. Una agroecología otra que emerge en contraposición
a la agroecología occidentalizada o, lo que es lo mismo, a la
agronomía ecologizada. Al respecto, en el siguiente capítulo se
pretende mostrar una ubicación en las fronteras o intersticios
de la agroecología como ciencia y práctica, no solo para
identificar sus límites por su anclaje en la episteme occidental,
sino, también, para pensar en una agroecología otra desde las
prácticas, los conocimientos, las subjetividades subalternizadas
por esa agroecología “occidentalizada”. Estas anotaciones
permiten afirmar que la agroecología occidentalizada se ubica
en la modernidad, y la agroecología otra en la colonialidad. Esto
es determinante si se tiene en cuenta que “la “modernidad” fue
imaginada como el hogar de la epistemología” (Mignolo, 2000,
p. 159), [y] la colonialidad es el territorio de las epistemologías
subalternizadas que permitirán pensar en paradigmas otros,
epistemes otras, mundos otros o en agroecologías otras.
47-86 Capitulo 2. 85
86 Capitulo 2. 47-86
Capítulo 3
Agroecologías otras y prácticas de intersubjetividad
87-132 Capitulo 3. 87
En tal sentido, se mostrará la forma cómo la agroecología
occidentalizada reproduce la colonialidad del poder, del saber, del
ser y de la naturaleza a partir de sus cuatro aspectos constitutivos: los
saberes locales, el agroecosistema, la sostenibilidad y la transición
agroecológica. Esto, sin lugar a dudas, permitirá “esclarecer”
el horizonte crítico que se desea asumir desde el pensamiento
fronterizo, donde se podrán “descubrir” las dimensiones
epistémicas y ontológicas sobre las cuales podrían constituirse
las agroecologías otras. Aunado a esto último, se propondrán los
mundos agriculturales como sujetos de comprensión de los cuales
las agroecologías otras deberán ocuparse, para aproximarse al
ámbito relacional en el que convergen lo humano, lo no humano
y lo espiritual a través de las agriculturas.
88 Capitulo 3. 87-132
Colonialidad del poder y del saber
87-132 Capitulo 3. 89
La violencia epistémica a la que han sido sometidos los
saberes de los sujetos racializados se hace notable, no solo por la
negación ontológica de estas subjetividades, sino también por la
negación de sus facultades cognitivas, al no reconocer sus saberes
como conocimientos de otro modo. Esto ha conllevado a constituir
tales saberes en objeto de estudio, como ocurre en la agroecología
occidentalizada, para determinar su validez desde métodos
occidentales y, por tanto, su utilidad para el diseño de alternativas
que conduzcan a la sostenibilidad de los agroecosistemas, lo que
de paso ha permitido ampliar el conocimiento agroecológico. De
este modo, los sujetos racializados llaman la atención de ciencias
como la agroecología occidentalizada por el simple hecho de
poseer, ser dueños de un compendio de saberes de importancia
ecológica y económica para la productividad y la sostenibilidad
agroecosistémica.
Esto permite entender que la agroecología occidentalizada
reproduce la colonialidad del poder ya que mantiene una
diferencia (colonial) profundamente marcada, en tanto el
conocimiento teórico agroecológico ocupa el lugar superior en la
escala de saberes. Esto es, conocimiento moderno agroecológico
superior frente al conocimiento tradicional (local, atrasado,
arcaico) inferior, lo que se traduce en una colonialidad del poder
dada la discriminación epistémica, pues se trata de saberes de
sujetos ontologizados por la matriz colonial del poder como seres
inferiores (negros, indios, mestizos, mulatos). Pese a ello, se les
reconoce una utilidad potencial, ya que estos saberes se sustentan
sobre prácticas milenarias que hacen que “las cosas funcionen”,
lo cual robustece la teoría y la praxis de la ciencia agroecológica
occidentalizada. Esto ha conllevado a que la ciencia moderna
comience “a darse cuenta que los llamados ‘conocimientos
tradicionales’ pueden ser un complemento bien útil en la conquista
científica de la biodiversidad” (Escobar, 1999, p. 38). En este caso
se trataría de la biodiversidad agroecosistémica. Parafraseando al
autor en mención, el conocimiento local raramente es comprendido
en sus propios términos, pero sí es resignificado para servir a los
propósitos, en este caso productivistas, al estilo occidental.
90 Capitulo 3. 87-132
Sin embargo, no todos los saberes ni todas las prácticas
son objeto de interés para la agroecología occidentalizada,
sino únicamente aquellos que estén más próximos a la lógica
científica, al sentido común, y lejos de lo espiritual, pues la
agroecología occidentalizada no ha prestado mayor atención a
la interrelación de los sujetos colonizados con la espiritualidad
de la tierra, de la cual derivan sus conocimientos, sino más bien
a la dimensión experimental, pues esta determina la validez y
la lógica de los conocimientos, esto es el “para qué sirve” y el
“cómo funciona” en el propósito de potencializar las dinámicas
de los agroecosistemas. Las dimensiones propuestas por Altieri
(1991), indicadas en el capítulo anterior (v. p. 65), son un
buen ejemplo de la prioridad que ha otorgado la agroecología
occidentalizada a la dimensión experimental, por encima de la
dimensión espiritual . 46
87-132 Capitulo 3. 91
Como puede advertirse, en la reproducción de la
colonialidad del poder que hace la agroecología occidentalizada
se encuentra implícita la colonialidad del saber, al proclamar
que solo a través de ella se pueden conocer, explicar y orientar
las agriculturas en clave de agroecosistema, ya que sus saberes
son un constructo teórico soportado en bases científicas que
le otorgan validez y universalidad, privilegio que le es negado
a los saberes de los sujetos colonizados, toda vez que se trata
de conocimientos situados en contextos locales que carecen de
fundamentación científica al estilo occidental. En consecuencia,
estos sujetos no son creadores de conocimiento, al menos no en
la forma en que Occidente lo concibe. Lo más cerca que pueden
llegar a estar de los saberes superiores, es cuando la agroecología
occidentalizada los retoma para robustecer su praxis como sus
constructos teóricos, como se indicó en el capítulo anterior.
Respecto a estas consideraciones, Giraldo (2018), indica que la
colonización epistémica logra:
92 Capitulo 3. 87-132
Esto permitiría pensar en una hegemonía no de la universalidad
occidental sino de la diversidad de cosmovisiones (Fraga, 2015).
Estos aspectos son ampliamente visibles en dispositivos
institucionales como el Ministerio de Agricultura y Desarrollo
Rural, para el caso colombiano, o en organismos internacionales
como la FAO , quienes en sus discursos sobre agroecología,
47
(…) Los agricultores familiares son las personas que tienen las
herramientas para practicar la agroecología. Ellos son los guardianes
reales del conocimiento y la sabiduría necesaria para esta disciplina. Por
lo tanto, los agricultores familiares de todo el mundo son los elementos
claves para la producción de alimentos de manera agroecológica. (p. 1)
47 Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus
siglas en inglés).
48 Resolución número 000464 de 2017, por la cual se adoptan los Lineamientos estratégicos de
política pública para la Agricultura Campesina, Familiar y Comunitaria (ACFC) y se dictan otras
disposiciones.
87-132 Capitulo 3. 93
que custodian una información bastante útil, para orientar las
agriculturas insertas en las lógicas del mercado. Al decir que
estos custodios del saber tienen las herramientas para practicar la
agroecología, se está refiriendo a los modos de hacer y conocer
agricultural que, aun sin hacer daños al “medio ambiente”, pueden
experimentar óptimos niveles de rendimiento y sostenibilidad . 49
49 Esta es una evidencia más de la apropiación institucional de la agroecología por parte de or-
ganismos multilaterales como la FAO y otros, para dirigirla a las pretensiones del poder colonial
de reorientar las prácticas agroecológicas campesinas según las lógicas del capitalismo. De este
modo, la institucionalización de la agroecología se constituye en una valiosa y oportuna estrategia
para “salvar al capital de sus propias contradicciones” (Rosset y Giraldo, 2016).
94 Capitulo 3. 87-132
Con esto no se está queriendo tomar una postura radical frente
a la necesidad de entablar diálogos interculturales o, como
comúnmente se le denomina, diálogo de saberes. Por el contrario,
dicho diálogo podría ser una apuesta valiosa para cambiar las
formas de ser y estar en el mundo, en los territorios. La crítica está
dirigida al énfasis con el que el poder colonial orienta las formas
de diálogo, de encuentro, con los saberes otros.
Por esta razón, se debe tener prudencia y cuidado con el
popular diálogo de saberes, a menos que este no se efectúe con
intenciones netamente economicistas, sino con propósitos de
comprender ontologías relacionales que enseñarían otras “formas
de habitar la naturaleza, transformándola y dejándose transformar
por ella desde sus lenguajes, sus místicas, sus texturas” (Lugo
y Rodríguez, 2018, p. 100). Es decir, otros modos de ser y de
estar en el territorio distintos al establecido por la ontología
moderna occidental. Acorde con lo anterior, Nandy (1987), citado
por Escobar (2013), advierte que “una cultura con un lenguaje
de diálogo desarrollado y asertivo a menudo domina el proceso
de diálogo y usa este para canibalizar la cultura con un lenguaje
de diálogo de bajo perfil, acallado, más suave” (p. 34). Frente a
esto podría decirse que los saberes occidentales, pertenecientes a
esa cultura con lenguaje de diálogo desarrollado y asertivo que
menciona el autor, “dialogan” o “dialogarían” con los saberes
no occidentales desde una relación dominante, forzosa incluso,
para atender a las necesidades de modernizar a las agriculturas.
Sin lugar a dudas, bajo estos términos se presentaría un notable
diálogo desigual de saberes que, por ser desigual, no puede ser
50
considerado un diálogo.
Hasta ahora hemos visto cómo la agroecología
occidentalizada reproduce la colonialidad del poder y del saber,
ampliamente reflejado en la inferiorización ontológica y epistémica
de los sujetos colonizados, así como en la cooptación que los
dispositivos institucionales hacen de la agroecología, para hacerla
parte constitutiva de discursos hegemónicos que promueven las
50 Cabría preguntarse aquí si ¿deberían las agroecologías otras promover el diálogo entre saberes
occidentales y no occidentales, o si sería mejor permitir que estos últimos dialoguen por sí y para
sí mismos, en el sentido de permitir que se expresen, se muestren, se abran al mundo, no como un
referente sino como un complejo constructo agricultural?
87-132 Capitulo 3. 95
pretensiones capitalistas. Como se indicó en el primer capítulo,
la colonialidad del poder y del saber abren paso a la colonialidad
del ser en tanto construcción de subjetividades que respondan a
las lógicas del poder colonial, en este caso asociadas al diseño,
manejo y administración de agroecosistemas articulados a las
presiones, imposiciones y exigencias del agronegocio capitalista,
como se mostrará a continuación.
96 Capitulo 3. 87-132
agroecosistema implica la constitución de una subjetividad en
correspondencia con la racionalidad técnico-científica dualista de
la agroecología occidentalizada, pues ese campesino, indígena,
negro, mestizo, mulato es desapartado de sus modos de ser, esto
es, de su subjetividad, sus percepciones, creencias, expresiones,
instintos, misticismos, rituales en, desde y para las agriculturas,
al ser reducidas estas a un simple trozo de plantas y animales
(agroecosistema) ordenados linealmente para efectos de la
productividad y la sostenibilidad. Esto es un agroecosistema o
bien una imagen externa que obliga a estos sujetos colonizados
“a recortar, dividir, fragmentar, unidades biológicas complejas
al punto de objetivarlas como unidades susceptibles de
deducciones lógicas” (Lugo y Rodríguez, 2018, p. 107), para
lo cual la teoría agroecológica resulta fundamental, aunque los
saberes tradicionales también, si son útiles para las dinámicas
ecológicas y económicas que se reproducen al interior de estos
agroecosistemas.
Sin embargo, ¿de qué manera el campesino accede al
conocimiento agroecológico requerido para el diseño, manejo y
evaluación de sus agroecosistemas? Diríamos que a través de la
transición agroecológica, proceso mediante el cual “se completa”
la colonialidad del ser desde la agroecología occidentalizada. La
transición es un protocolo técnico y metodológico, mediante el
cual se lleva la teoría agroecológica “al campo” como estrategia de
reorientación y transformación de las agriculturas convencionales
hacia unas sustentables, armónicas con el “medio ambiente”
o, como lo indica la literatura agroecológica, la transición
hacia agriculturas (agroecosistemas) ecológicamente viables y
económicamente rentables. Mediante el proceso de transición
agroecológica se “insertan” los conocimientos y las prácticas de
la agroecología occidentalizada en los “productores” para que
sean ellos mismos quienes reorienten sus agroecosistemas a partir
de saberes científicos de la agroecología. Esto permite afirmar
que la transición agroecológica se constituye en un protocolo
hegemónico, hegemonizador y homogeneizador frente a las
prácticas agroecológicas de las comunidades autóctonas.
87-132 Capitulo 3. 97
¿A quién se le confiere el rol y la responsabilidad de
efectuar la transición agroecológica? Al agroecólogo, pues
este, constituido en sus modos de ser por el contenido de la
agroecología occidentalizada en la cual se formó, lleva el mensaje
que envían los organismos públicos, privados, mixtos, bien sean
de investigación, de planificación del desarrollo, académicos,
para transformar las agriculturas. Esto puede verse, a modo de
ejemplo, en los programas de extensión rural que reproducen el
discurso agroecológico para promover el cambio de enfoque de
las agriculturas, mediante los cuales los extensionistas transfieren
conocimientos, tecnologías, prácticas técnico-científicas que
responden a los intereses productivistas corporativos, esto es,
producir para el mercado pero desde la perspectiva agroecológica.
Lo que buscan estos extensionistas es crear modos de ser,
constituir subjetividades que se correspondan con los alcances
del agronegocio en clave de agroecología. Estos modos de ser se
hallan separados, desapartados de la espiritualidad de la tierra, de
sus percepciones, creencias, expresiones, instintos, misticismos,
rituales frente a las agriculturas, toda vez que reproducen un
lenguaje técnico-científico y se les induce a una experiencia
basada en la ruptura o el desprendimiento de sí mismos.
La colonialidad del ser a la que se está haciendo referencia,
ha constituido sujetos con sentimientos de inferioridad frente a la
ola modernizadora de la razón técnico-científica, lo que permite
pensar que la agroecología occidentalizada, en su pretensión de
modernizar las tradiciones , ha constituido un sujeto productor, ha
51
51 Este es uno de los puntos fuertes sobre los que se critica el diálogo de saberes que promueve
la agroecología occidentalizada, en el sentido de que tal diálogo se ha reducido a una validación
científica de saberes tradicionales, como se indicó antes.
98 Capitulo 3. 87-132
superiores y otros inferiores. Es justamente ahí, afirma Losada
(2014), en aquellos niveles de superioridad e inferioridad, donde
se juega el poder en las dinámicas existenciales que materializa
la ontología del poder colonial. Por ello, es en la colonialidad
del ser, en la constitución de un modo de ser que responde a
los designios del poder colonial, donde puede verse el éxito del
poder colonial. Dicho de otra manera, la constitución de un sujeto
productor, que subestima sus propios saberes y se apropia del
conocimiento agroecológico para orientar sus modos de hacer y
conocer, puede interpretarse como un triunfo del poder colonial
en clave de agroecología, para lo cual resulta determinante la
transición agroecológica, pues esta, en síntesis, es una forma
de reproducir la colonización ontológica y epistémica, con lo
cual se logra ejercer control del territorio y de los cuerpos para
la creación de sujetos que además de aprender y pensar, se
comportan en correspondencia con la racionalidad económica
de la modernidad occidental. Este control de territorio y de los
cuerpos está ampliamente relacionado con la colonialidad de la
naturaleza, como se muestra en el siguiente punto.
Colonialidad de la naturaleza
87-132 Capitulo 3. 99
Como hemos visto, la racionalidad occidental ha construido
discursos hegemónicos desde los ámbitos políticos (colonialidad
del poder), epistémicos (colonialidad del saber) y ontológicos
(colonialidad del ser), a partir de los cuales han controlado
y dominado los cuerpos y, en consecuencia, los territorios
(colonialidad de la naturaleza). Dicho control y dominación
puede entenderse como una apropiación de la naturaleza, que
se da no tanto en el despojo de los territorios como sí en el
dominio de los cuerpos y las subjetividades que cohabitan en
ellos. De ahí que la colonialidad de la naturaleza esté imbricada
con la colonialidad del poder, del saber y del ser, pues la
racialización e inferiorización de los sujetos colonizados, así
como el despojo de sus saberes, creencias, prácticas, ritualidades,
espiritualidades, experiencias, historias, narrativas, símbolos, han
sido operativamente necesarios para constituir subjetividades
en coherencia con los discursos hegemónicos. Es decir, sujetos
que son y están desligados de sus territorios, divorciados de
esa naturaleza a la que, dada la naturalización ontológica de la
subjetividad colonial que han padecido, transforman a partir de
presupuestos y símbolos modernos.
La colonialidad de la naturaleza vendría a ser, en estos
términos, el elemento constitutivo del proyecto civilizatorio
moderno occidental, al permitirle el relego de la multiplicidad
epistémica, la idea hegemonizante del autoconcedido derecho
de conocerla y explotarla, y su posterior clasificación en
correspondencia con las áreas del conocimiento, lo que ha
facilitado su desagregación por ciclos, flujos, estructuras,
componentes, atributos a los que, por un lado, se les ha rotulado
con un precio y, por el otro, se ha conducido por la senda de la
industrialización. De ahí que la colonialidad de la naturaleza, más
allá de la apropiación de los territorios, los considere escenarios
estratégicos para la reproducción de sus discursos, sus regímenes
de representación, sus modos de producción de verdades lo que,
en consecuencia, conlleva al sometimiento y la explotación.
Esto último puede apreciarse, por ejemplo, en aquellos
territorios donde opera el extractivismo, como resultado de la
administración política, epistémica y ontológica que la matriz
52 Esto es, la clonación de plantas y animales con el propósito de inducir nuevas facultades para
obtener resultados biológicos que los organismos por sí solos no estarían “facultados” para produ-
cir, para lo cual se mezclan células animales con células vegetales y humanas para acelerar ritmos
de crecimiento, aumentar la producción, producir sangre y órganos humanos, solo por mencionar
algunos ejemplos. Obviamente estas nuevas “facultades” son inducidas por la mordacidad del ca-
pitalismo y su dispositivo tecnológico, mediante el cual se reduce y ajusta la vida a los estándares
del hiperconsumo.
57 Quizá el lector refute esta idea arguyendo que la agroecología sí incluye los saberes tradiciona-
les en su haber epistémico, en lo que estaríamos de acuerdo; sin embargo, tal inclusión es suscep-
tible de importantes críticas a las que me referiré en párrafos posteriores.
58 Digo ciertamente ya que la ciencia ambiental a la que se refiere está enmarcada en los pre-
supuestos modernos de cultura y naturaleza, con lo que se mantiene el dualismo ontológico de la
cosmovisión occidental.
62 Con esto no se pretende ubicar a los saberes tradicionales en el nivel superior y a los occi-
dentales en el inferior, pues ello resultaría a todas luces contradictorio ya que se reproduciría un
fundamento típico de la M/C.
63 En este punto es importante hacer énfasis en un asunto que no puede pasar por alto, ya que
conduciría a las agroecologías otras por la senda de los esencialismos entusiastas, esto es, el hecho
de idealizar a los sujetos subalternos como seres que viven en plena armonía con el ambiente
natural separados de las lógicas modernas occidentales. Esto no es así toda vez que los sujetos y
las comunidades subalternas (salvo algunos casos especiales de comunidades ancestrales que no
han sido “contactadas” por el proyecto civilizatorio occidental), han sido “tocadas” por la episteme
hegemónica occidental. De una u otra manera, la modernidad ha permeado, en distintos niveles,
sus modos de existencia e interexistencia o, dicho en otros términos, la colonialidad los ha atrave-
sado, obligándoles a resistir los embates del discurso mediante la fuerza de sus cosmovisiones, sus
símbolos, sus estéticas, sus lenguajes.
65 El reto ahora será consolidar las agroecologías otras como la opción decolonial para desen-
trañarla de la cientificidad moderna o, dicho de un modo diferente, descolonizarla y ponerla en
contexto para reproducir los saberes subalternos, mediante los cuales se crean y re-crean tejidos
agriculturales como representación de la relacionalidad entre lo humano, lo no humano y lo sobre-
natural. Este reto no resulta fácil de asumir si se tiene en cuenta el poderosísimo efecto que tiene el
poder colonial para atravesar las estructuras y poner en marcha sus lógicas de control y dominio,
como ocurre con las universidades públicas y privadas, lugares en el que las agroecologías otras
podrían robustecerse como el paradigma otro que desobedece, rompe, con la episteme moderna
y propone formas otras de ver e intervenir sobre la pluriversidad de realidades, pero, como bien
se sabe, estas universidades están al servicio de las corporaciones que producen y reproducen el
discurso hegemónico de progreso y bienestar.
69 Estas prácticas han sido observadas por el autor en la finca El Evenecer en la vereda El Silencio,
municipio del Líbano, propiedad de don Wilson y doña Marleny.
70 La linealidad es un rasgo particular de la cosmovisión cristiana, al entender que hubo un inicio
en el que Dios creó al mundo y que, por tanto, habrá un final apocalíptico. La linealidad del tiempo
resultaría oportuna para la idea de progreso y bienestar de la cosmovisión occidental, al considerar
que en la medida en que el tiempo avanza, se progresará hacia algo mejor.
Consideraciones finales