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Nataly Ramírez Osorio El encanto de la lectura II

‘Macario’
El llano en llamas

“A veces no le tengo miedo al infierno. Pero a veces sí…”

Desde que era pequeña, grandes de mis incertidumbres que luego desembocaban en un
interminable insomnio eran las relacionadas a la vida, la muerte y Dios. El recuerdo de una
niña pequeña observando la multitud de imágenes y santos ubicados frente al lugar donde
solía dormir con su abuela. Dormía con ella porque le daba algo de miedo dormir en la
soledad y oscuridad de la noche. Aquella niña pequeña también recuerda aquellas luces
tenues que encendía su abuela para “alumbrar a los santos” a los que ella día y noche le
rezaba. La niña pequeña también era obligada a rezar, rezaba día y noche, novenas y
rosarios… “Uno con 6 años que va a entender de los salmos, de los misterios gozosos y
dolorosos” Aquella niña rezaba, rezaba desde muy pequeña por su alma, y por las almas de
los difuntos, aquella niña de 6 años se arrepentía de sus pecados, pecados que no vaya y sea
la condenarán al infierno.

La promesa del cielo y el infierno ha sido una constante en la existencia de la humanidad,


podría hablar de solo la existencia occidental, pero vemos, desde las enseñanzas de la
historia, como las religiones han sido un elemento fundamental a la hora de edificar
civilizaciones, costumbres y tradiciones. Podríamos decir también que la religión ha
estructurado gran parte de la vida en sociedad que se tiene desde tiempos remotos. La
creencia surge como la respuesta de los seres humanos, a las incertidumbres de gran
magnitud, preguntas que los han dejan absortos, una respuesta a lo desconocido y que se
sitúa fuera del entendimiento y percepción humana.

Los sentidos, la razón, lo empírico hace parte de un compendió inequívoco de métodos para
entender el medio de nos rodea. La religión también serviría como base para establecer un
tipo de conocimiento espiritual y filosófico empeñada en contestar a la pregunta del ¿Por
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qué de la existencia humana? Pero es aquí donde yo me pregunto… ¿Qué es mi existencia?


¿Para qué existo? ¿Por qué lo hago? Una persona creyente te responderá concretamente;
“Su único fin en la vida es servirle a Dios. Vivir una vida que la haga digna del reino de los
cielos”. Al escuchar esto de pequeña, me quedaba algo desconcertada y angustiada
pensando a que se referían cuando decían “Vivir una vida digna que la haga digna del reino
de los cielos”. ¿Digna? ¿Qué es ser digno? Pronto descubrí que ser ‘digno’ es ser
‘merecedor’… ¿Y uno como hace para saber si se es merecedor?, muchos me respondían
que se era merecedor siendo una buena persona y siendo bueno con lo demás. ‘Amaras a tu
prójimo como a ti mismo’ era una frase muy recurrente al preguntar que era ser ‘bueno’.

A mis 6 años no entendía muy bien que relación tenían todas esas cosas recitadas en la misa
y dichas por un señor que, me habían dicho, murió por nuestros pecados hacía más de 2.000
años. Pero… Si yo hace 2.000 no existía… ¿Por qué incluían mis pecados? ¿Acaso yo tenía
más años de los que aparecían en mi velita de cumpleaños o simplemente se habían
equivocado? Volví a preguntar otro día y mi profesora articulo la misma frase “Jesucristo
murió por nuestros pecados”. Yo sin comprenderlo y desconcertada le pregunté porque
incluían mis pecados, si yo todavía no existía para ese entonces. La profesora lanzó una
carcajada poco profunda y contestó: “Cuando digo ‘nuestros pecados’ me refiero a los
pecados de la humanidad. Dios observó el mundo lleno de pecado y desobediencia, y
mandó a su único hijo para que se sacrificara por nosotros; por amor” Ese día no quise
preguntar nada más, pues me parecía algo extraño y triste que Dios, siendo el ser más
bueno y amoroso que hay, haya enviado a su único hijo a morir. A morir por pecados de
gente que no conocía, que no comprendía. Poco a poco iba entendiendo con mi pequeña y
corta mentalidad que la bondad consistía en sacrificar, en amar…

Mi abuela me solía llevar mucho a misa, siendo sincera lo odiaba, pues me aburria y no
entendía nada. Calculaba el tiempo de la eucaristía en 5 momentos. 1. El sermón, 2. La
parte donde hablaban otras personas y no el padre, 3. La paz, 4. La limosna y donde se
arrodillan todos y finalmente el 5to momento donde el padre daba una oblea blanca y les
decía a los que hacían la fila “Cuerpo de cristo” ¿Se suponía que ese era el cuerpo de
cristo? ¿Una oblea? Siendo sincera no entendía, pero sabía que mi abuela al terminar la
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misa me iba a comprar crispetas o una solterita. Era el único momento que esperaba de la
entonces tediosa, tarea de ir a misa.

Mi abuela antes de dormir me ordenaba rezar el Ángel de mi guarda y echarme la bendición


para protegerme de todo mal y peligro. Se suponía que si rezaba podía irme a acostar
tranquila, sin embargo, mis interminables días de insomnio tendrían su Genesis por ese
tiempo. Me quedaba incontables horas de la noche pensando en qué pasaría si mis abuelos,
los seres más amados para mí, de repente murieran y me dejaran sola. ¿Irían al infierno?
¿Irían al cielo? ¿Los podría volver a ver? Entraba en pánico de solo pensar dichas cosas,
trataba de calmarme pensando que podía rezar por sus almas y ellos podrían descansar con
Dios. Había noches tormentosas donde me ponía a imaginar cómo era el purgatorio, en la
cantidad de almas, que, según mi abuela, se encontraban allí, incluyendo el alma de mi tío
asesinado años antes de mi nacimiento. Todas esas almas se encontraban aguardando el
momento en que alguien rezara por ellas para poder ir al cielo. Mi abuela desde pequeña
me enseñó que no se decía gracias, se decía “Mi Dios le pague”, también me enseñó que no
se decía “De nada” se decía “Amen para las benditas animas del purgatorio”, ella me decía
que cada vez que decía eso, alguna anima en pena se podría ir al cielo. Desde entonces
todos los días repetía la misma oración para que más animas pudieran descansar.

Como puede observar mi querido lector… Para ese entonces no contaba del dulce don del
entendimiento, tenía muchas dudas y pocas respuestas… Dudaba de todo y todo me
provocaba insomnio. Seguía una búsqueda inalcanzable de ese bien que ocasionaría mi
“ascensión” al reino de los cielos, para poder estar con Dios y preguntarle por fin: ¿Por qué
mi familia era tan rara? ¿Por qué mi mamá mantenía enojada?, ¿Por qué mi abuela cada que
venía de misa nos gritaba a mis hermanos y a mí? ¿No se suponía que era la casa de Dios?
¿No se suponía que lo fue a ver? ¿No se supone que Dios transmite tranquilidad? ¿Por qué
ella nunca estaba tranquila?, ¿Por qué mi abuela me pegó cuando le llevé flores recogidas
de un camino? Mi sueño de pequeña era alcanzar a Dios para preguntarle: ¿Soy buena para
ti?

El infierno desde muy pequeña se me presentó como una promesa para los viles y
malvados, y como una promesa de castigo para quienes no creen y hacen el mal en la tierra
del ‘Señor’. No podía decir mentiras porque me llevaba el diablo, no podía responderles a
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mis mayores porque también me llevaba el diablo, no podía ver ciertas películas porque me
llevaba el diablo… Por muchas cosas me podía llevar el diablo… ¿No tenía nada mejor que
hacer que llevarse niños mentirosos? Me decía para mis adentros.

A medida que fui creciendo, toda mi personalidad se tornó sumisa y enteramente creyente,
creía en Dios y en el bien. Mis principios eran ‘Amar al prójimo como a uno mismo’ y
‘Haz el bien sin mirar a quien’. Me dediqué por años a ser una niña buena y responsable, mi
espíritu no peleaba, no discutía, no contestaba, no se inmutaba, mi espíritu se limitaba a
aceptar. Lloré muchas noches por la intranquilidad que me causaba no ser digna de alcanzar
el reino de los cielos, de no ser un ejemplo de bondad y rectitud… Fueron muchos años de
lucha constante conmigo misma para entender que yo también soy un ser irreverente, que
tiene carácter de desobediente y de grosera. Me costó años entender que lo que de niña se
me enseño está íntimamente ligado a una doctrina que por años ha permanecido como un
efectivo método de control social. Siendo sincera, no lo juzgó, al contrario, mi crianza
católica me regalo la noción de piedad y esperanza, tan necesarias hoy en día. Por años, la
religión me sirvió como respuesta para llenar mi sensación de sufrimiento y de extraña
soledad. Me preocupa seriamente el hecho de pensar qué estamos solos. ¿Existirá algo que
nos mira? ¿Habrá algo que nos escuche? ¿Habrá un Dios que me ame infinitamente,
dispuesto a perdonar mis pecados sin importar su magnitud?

Sé de antemano, que el ejercicio de escritura es enfocado a hablar del texto y de las


sensaciones que este con su lectura minuciosa nos ha dejado o ‘encantado’. Toda la retahíla
anterior hace parte de un fragmento importante de mi historia y evolución como persona,
hace parte de mis códigos y mis incertidumbres, hace parte de lo que soy, de mis creencias
y carencias. Todo esto me evocó la lectura de ‘Macario’. Un niño que se la pasa con
hambre y obsesionado por la culpa y el pecado, porque simplemente no quiere ir al
infierno. Al hacer una lectura minuciosa y juiciosa del texto, pude notar como si con aquel
narrador en primera persona, al ser un narrador deficiente -ya que, bastante del trasfondo
del texto lo tiene que intuir el lector-, se quisiera reflejar la figura de un niño con problemas
de carácter mental, que le ocasiona no tener plena conciencia de sus acciones y las
circunstancias que lo rodean. Como lo mencioné anteriormente, Macario es un niño que
vive constantemente con hambre y este solo se sacia comiendo las ranas que tienen el
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mismo color que Felipa -la única persona que lo quiere- y tomando la leche de la misma.
Esto sin duda me hizo pensar en la falta de amor y atención que recibe Macario debido a su
problema, y como este, sin entender muy bien el mundo que lo rodea, solo accionándose
por los instintos más básicos del ser humano (comer y dormir) lo asusta la posibilidad de
irse al infierno a causa de todos sus pecados y malas acciones. Me representé en este punto
con Macario, recordando a mi yo de niña preguntándose y angustiándose por la idea de ir al
infierno, sin comprender exactamente lo que sucedía a su alrededor, sin entender los
pecados en los cuales estaba inmersa.

Macario debe dejar que los alacranes recorran su cuerpo sin moverse para que no le
piquen, presentándose entonces en él, una contención de los instintos y los deseos, de
ser él mismo. El personaje no puede ser, porque eso lo alejaría de la sociedad y no sería
querido ni por Felipa ni por la madrina.

Sin duda un relato que me dejó un mal sabor de boca al pensar que Macario por más que se
esforzará en comprender, demostrar su obediencia y amor nunca sería aceptado, ni lo
suficientemente bueno por el hecho de ser él. Un Macario con ciertos miedos y
problemas… Una Nataly con ciertos miedos y problemas.

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