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PARADIGMAS DEL PSICOANÁLISIS CONTEMPORÁNEO

EN INFANCIA Y ADOLESCENCIA

Mg. Rita Irigoyen

Introducción

Convocada para hablar en este espacio sobre los impasses de la


posmodernidad y sus efectos en la infancia, me interesó precisar los usos y
sentidos del término impasse. En un sentido literal, se trata de un “callejón sin
salida”, un camino que no permite llegar o acceder. En sentido más amplio, un
impasse es un proceso que se detiene por falta de recursos o un problema frente al
que ya no se puede avanzar. Tal vez podríamos hablar del callejón sin salida de las
teorías cuando se revelan insuficientes para abordar y resolver nuevos problemas,
o cuando la clínica y la práctica clínica sobrepasan las concepciones teóricas
tradicionales y se hace necesario un cambio de perspectiva, un cambio de
paradigma que provea nuevas explicaciones y nuevas respuestas frente a los
problemas. Este es, y ha sido, el propósito en los últimos años de lo que hoy
llamamos psicoanálisis contemporáneo, un trabajo de profundización y
actualización de la teoría freudiana y los aportes posfreudianos para dar respuesta
a algunos callejones sin salida de la teoría y de la práctica clínica, en el campo de la
psicoterapia psicoanalítica en general, y en la práctica con niños y adolescentes, en
particular.

Hemos dejado atrás la conceptualización clásica del psiquismo como una


estructura endógena y estática, constituida tempranamente y con un devenir
marcado por la repetición. Ya no alcanza con estudios evolutivos, categorías
diagnósticas o hipótesis sobre la inscripción del deseo materno: si bien son
conceptos que no quedan descalificados, hoy se muestran insuficientes para dar
cuenta de las importantes transformaciones metapsicológicas con las que el
psiquismo infantil y adolescente se va complejizando, hasta los umbrales del
adulto joven. Desde el paradigma de la complejidad, hoy entendemos el
psiquismo como una organización compleja, heterogénea y abierta a los
intercambios con un entorno que la modifica constantemente. La clínica con niños
y adolescentes nos confronta entonces con toda esa complejidad en proceso de
constitución. Trabajamos con sujetos cuyo psiquismo se va transformando en un
proceso donde lo anterior se metaboliza con lo nuevo, proceso de recomposición
que va a estar signado por el azar y el aprés-coup, mecanismo por el cual
inscripciones arcaicas y dinámicas anteriores pueden tomar formas novedosas e
inaugurar nuevos lugares en el espacio psíquico infantil. De esta reformulación

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metabólica del psiquismo nos habla una chiquita que a los tres años fue internada de
urgencia con un cuadro de meningitis, en una ambulancia que intentaba abrirse paso con
una “sirena estridente, insoportable de escuchar para los que estábamos adentro”, nos dice
la mamá. Dos años después, la imitación del sonido de la sirena era su juego preferido
cuando viajaba en coche, llegando a afirmar que las ambulancias con sirena eran
“ambulancias para nenas, las de los varones, no”. Evidentemente, la inscripción
traumática constituida por un insoportable dolor neurológico y la angustia de la madre,
había sido desarticulada, tal vez como parte del proceso de elaboración psíquica, y algún
fragmento sensorial se reformulaba en la actualidad, instalando junto con otros fragmentos
un atributo de género sexuado, probablemente en respuesta a problemáticas más actuales
para esta chiquita, como podría ser el procesamiento edípico.

Por otra parte, es importante señalar que estas recomposiciones se dan en el


marco de una trama vincular que desde los inicios afecta y también propicia estos
procesos. Los desarrollos del psicoanálisis contemporáneo hacen imposible ignorar
la presencia del otro como elemento constitutivo y constituyente de la subjetividad,
ya no como mero desplazamiento de imagos inconcientes sino como un campo
intersubjetivo constante con sus gestos y mensajes, como entorno pregnante que
afecta permanentemente el campo psíquico infantil. El paradigma de la alteridad
instala la premisa de sujetos en relación, profundamente imbricados en un campo
relacional que es el que va desencadenando las transformaciones del psiquismo
infantil. Dicho de otra manera, y para enfatizar, los cambios que provocan
transformaciones psíquicas no son endógenos: provienen de la trama vincular que
envuelve de manera permanente al sujeto infantil y que éste transforma
metabólicamente en modificacioness intrasubjetivas de complejidad creciente.

A partir de estos importantes cambios paradigmáticos en nuestra


conceptualización teórica de la organización psíquica, y en nuestra manera de
aproximarnos a la comprensión del psiquismo infantil, era inevitable que los
modelos clásicos de abordaje psicoanalítico también encontraran sus límites, a
partir de los impasses de una práctica clínica cada vez más exigida en su capacidad
de respuesta, tanto teórica como pragmática. La idea de una diversidad de
prácticas clínicas, fundamentadas todas en la teoría psicoanalítica, permitió
explorar otros modelos de procesos terapéuticos, más compatibles con esta nueva
manera de comprender el psiquismo infantil.

Creemos que puede ser de utilidad ordenar estas reflexiones alrededor de


algunos ejes que los cambios paradigmáticos del psicoanálisis contemporáneo
señalan en el campo de la infancia y la adolescencia.

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I. Los tiempos de constitución del psiquismo infantil

Un tema recurrente en la clínica infantil es la incertidumbre acerca de los


diagnósticos, los cuales a veces son imprecisos por razones intrínsecas a las
características del psiquismo infantil y otras veces parecen estar forzados, por
razones seguramente extrínsecas al campo de la salud mental.

Podemos decir que la característica principal de los síntomas en la infancia,


a diferencia del adulto, es su alta inespecificidad. Un mismo conflicto puede
expresarse a través de diversos síntomas, y a su vez, un mismo síntoma puede
expresar diferentes conflictos. Una fobia escolar es solo una de las maneras
posibles por las que un niño puede expresar un conflicto de desprendimiento, otro
podrá expresarlo con ocasionales episodios de encopresis, o celos agresivos
dirigidos a un hermanito. Y a su vez también podríamos decir que una fobia
escolar puede estar expresando un conflicto edípico, una situación de acoso, o una
estrategia infantil de encubrimiento de problemas en el aprendizaje.

Entendemos a los síntomas como indicadores clínicos de los tiempos de


constitución de la subjetividad infanto-juvenil y sus avatares, como la
manifestación de un constante proceso de reformulación psíquica en el camino
hacia su complejidad, y que solo su articulación con este proceso nos va a permitir
comprender su sentido y su función. Los síntomas son parte, y expresión, de los
conflictos de cada movimiento que por aprés-coup recompone la subjetividad. De
ahí se deriva también otro rasgo de su inespecificidad: que un mismo síntoma
pueda tener distintas significaciones en el mismo sujeto, en distintos momentos de
su desarrollo.

Siguiendo la fecundidad de los criterios propuestos por Silvia Bleichmar,


caracterizamos los tiempos de constitución de psiquismo como instancias de
nuevas recomposiciones de la organización psíquica toda, en los que se
metaboliza por apres-coup todo lo anterior, junto con los estímulos pregnantes
que provienen de los otros, y del propio cuerpo, nuevas estructuraciones
cognitivos y también acontecimientos ocurridos, siempre mediados por los
objetos parentales. Vamos a caracterizar someramente estos tiempos de
constitución subjetiva, cada uno de los cuales implica transformaciones
metapsicológicas imprescindibles en el psiquismo infantil, que debemos identificar
para dar sentido a los síntomas y recuperar eficacia en los diagnósticos:

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1. En un primer tiempo, se produce la constitución del yo, narcisismo fundante
que logra reformular las inscripciones arcaicas en una instancia que ya es una
imagen unificada y una referencia de sentido, que un chiquito de 15 meses manifiesta
en un juego de “aparición” que repite muy divertido: corre hasta el papá, se para delante, se
golpea el pecho y dice “yo”, y escapa corriendo.

2. En un segundo tiempo de recomposición psíquica, se ensambla la organización


fálica, que a través de fuertes rehusamientos libidinales y modificaciones
metapsicológicas da nacimiento al objeto como alter y a la hegemonía de las
pulsiones amorosas sobre las parciales. De esta manera se inaugura una trama
representacional que ya puede representar al objeto ausente y ligar la angustia que
produce.

3. En un tercer salto de estructuración, la instauración de la represión originaria


transforma la tópica psíquica infantil con la fundación del inconciente que aloja de
manera azarosa a los objetos originarios en escenas libidinales y dan origen a la
capacidad de simbolización en el psiquismo infantil.

4. Los procesos de sexuación constituyen una cuarta instancia transformadora en


la que la trama libidinal edípica modela la identidad de género y la sexualidad
infantil y sus objetos, a costa de fuertes duelos y exclusiones, trabajo psíquico que se
hace visible en otra chiquita de 4 años que discute con arrogancia con su mamá, afirmando
que el príncipe de Blancanieves no es un príncipe, sino que en realidad es el papá.

5. La organización psíquica de la latencia es otro importante momento de


estructuración fundacional, con la internalización de todo lo anterior a la manera
de estructuras mediadoras de la pulsión, bajo la forma de identificaciones,
defensas, ideales, prohibiciones, contrainvestiduras, recursos de simbolización y
sublimación, y especialmente la inauguración de un espacio interior, la intimidad
del sí mismo, espacio apaciguante capaz de moderar la angustia y la frustración.
Esta intimidad que recuerda lo que Winnicott llamó ‘capacidad para estar a solas’,
es también la muestra de una soledad que no siempre es fácil tolerar, como la
ansiedad de una chiquita de 10 años por compartir su privacidad en forma virtual con sus
compañeritas, sin alcanzar a comprender las distinciones entre sus amigas, las que no son
tan amigas... y los desconocidos, es decir la dificultad para comprender y diferenciar lo
íntimo, lo privado y lo público.

6. Empujada por la irrupción de imprevisibles fuerzas somáticas y un embate


libidinal inesperado, el traumatismo de la pubertad produce una conmoción que
desarticula en mayor medida aún la organización psíquica anterior, con una
explosión libidinal que actualiza las fantasías incestuosas y una implosión

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identificatoria que amenaza la continuidad del yo, como una angustiada niña de 12
años que no puede dejar de repetir un lapsus cada vez que se refiere a su menarca, a la que
llama la “monstruación”.

7. En un nuevo salto de estructuración psíquica, el traumatismo anterior se va


metabolizando en el despliegue de los duelos de la adolescencia, momento en que
el sujeto infantil recompone su psiquismo, sumando a sus recursos una
importante apoyatura grupal, las llamadas tribus o subculturas adolescentes. Estas
apoyaturas grupales funcionan a la manera de un espacio transicional creativo y
restituyente de la identidad, que contiene al adolescente en la desidealización del
mundo parental.

8. Finalmente, la salida de la adolescencia confluye con los tiempos de


constitución de las problemáticas propias el adulto joven pero cuyos avatares
muchas veces se generan en la adolescencia. Entre estas problemáticas figura el
reensamblaje final de una sexualidad genital que todavía puede tomar formas
novedosas, la formulación creativa de una autonomía psíquica adulta, y una
relación con el mundo, que trasciende los vínculos y se instala en el campo de la
terceridad.

El psicoanálisis clásico siempre consideró al proceso edípico como instancia


estructurante determinante en la infancia y adolescencia. Sin embargo, para el
psicoanálisis contemporáneo, el psiquismo infantil no es estático, ni antes ni
después de la estructuración edípica, se va reformulando en estas distintas
instancias de recomposición que implican reorganizar todo lo anterior con nuevas
estructuras metapsicológicas, nuevas herramientas, nuevos duelos y nuevos
problemas. Entendemos a los síntomas y signos sintomáticos como parte
constitutiva y también como indicadores clínicos de estos procesos, como la sirena
de las ambulancias femeninas, que van señalando las vicisitudes de cada instancia de
reformulación psíquica y que solo pueden ser comprendidos en articulación con
estas transformaciones, en el marco de lo que insistimos en llamar una clínica
metapsicológica, es decir una clínica que vaya más allá de los síntomas para
comprender las transformaciones de psiquismo que los determinan y que van a
dar sustento a los diagnósticos. Una misma conducta exhibicionista, bajarse los
pantalones ante sus compañeritos, por ejemplo, puede ser un resto de conductas de
seducción en el marco de la organización fálica de los 3 y 4 años, o un indicador de fallas
en la vigencia de la represión a los 6 y 7, puede ser la forma que adopta el desafío al superyó
y la transgresión en la personalidad latente, o un pasaje al acto, no necesariamente
patológico, en el marco del embate pulsional de la pubertad. Como podemos apreciar, los
tiempos de constitución psíquica no son tiempos míticos ni una simple cronología

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evolutiva, sino instancias de fuertes transformaciones tópicas y dinámicas. La
inespecificidad de los síntomas torna precarios los diagnósticos basados en
síndromes, pero también nos habla de la flexibilidad y los recursos de los que
dispone el niño para expresar las vicisitudes y los conflictos que se generan en
cada instancia de reformulación psíquica, instancias que sí tienen su especificidad.

Los síntomas no definen diagnósticos, cuando se les atribuye peso es porque


se está considerando al psiquismo como una estructura estática. La clasificación de
“trastorno de la conducta alimentaria” es una clínica descriptiva que no nos dice
mucho sobre la organización psíquica en la que se manifiesta ni sobre el proceso de
reformulación que se está gestando, ni el papel que cumple en entorno.
Entendemos los síntomas como la configuración clínica que toma el conflicto
psíquico infantil en el momento de la consulta, y entendemos la consulta como un
corte sincrónico en una subjetividad siempre en proceso de reformulación
psíquica. Creemos que este es un modelo teórico-clínico del psiquismo infantil y
adolescente que, a la manera de cambio paradigmático, nos permite superar la
incertidumbre en los diagnósticos clínicos.

No desconocemos la utilidad que puedan tener los criterios basados en


clasificaciones y frecuencias de síntomas en un plano institucional-administrativo.
Pero dentro de la situación terapéutica, y con la teoría psicoanalítica como
referente, nuestros criterios diagnósticos se basan en las vicisitudes de los tiempos
de constitución del psiquismo infantil y adolescente.

Ariel (I): “Un padre visitante”

El papá de Ariel, de 14 años, pide una entrevista de orientación a raíz del severo conflicto
en el vínculo entre ambos; su hijo se niega a hacer una consulta terapéutica y él ya no sabe
más qué hacer. Con algunas dificultades para comunicar sus pensamientos, va relatando la
situación: “Está agresivo, pelea mucho conmigo. Siempre fue un chico tranquilo, muy
estudioso, quiso entrar en X, que es un colegio universitario de renombre y muy exigente,
yo no se lo exigí pero él quiso..., no tuvo problemas para entrar porque parece que tiene un
cociente intelectual alto, pero este año decayó su rendimiento, me llamaron del gabinete del
colegio porque no lo ven bien. Para él, el colegio es lo más importante..., él está siempre ahí
o en el campo de deportes con sus compañeros. (...) Tiene conductas raras, empezó a no
comer, hay cosas que no quiere tocar, a mi mujer ahora no le habla. En la primera consulta
que hicimos nos dijeron que era un trastorno de ansiedad; en la segunda, después de un
montón de estudios carísimos, nos dijeron que tenía eso del TOC por las cosas que no

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quiere tocar, pero él se negó a tomar medicación. Cuando le dije de venir acá me dijo que iba
a ver.”

“Es todo muy complicado, hay cosas que yo no manejé bien... Ariel vivía con su
mamá hasta el año pasado. Yo estoy casado hace 10 años, con mi mujer no tenemos hijos.
Ariel es un hijo que yo tuve fuera de mi matrimonio. Yo siempre lo visité..., siempre
mantuve el contacto con la mamá, pero no lo sabía nadie más, tiene mi nombre pero no mi
apellido. Pero la mamá empezó con algunos problemas psiquiátricos, tuvieron una pelea
muy muy grande y el psiquiatra de ella me pidió que lo trajera a vivir conmigo por unos
días. Y ahí le tuve que decir a todo el mundo!... a mi mujer, a mi familia, a los amigos... qué
se yo! Fue un lío... Ahora él está mal conmigo pero no quiere saber nada de volver con la
mamá, hace meses que ni le habla.”

Ariel acepta concurrir a una breve entrevista, a la que asiste, dice, solo para avisar
que no piensa quedarse, que no va a hacer ningún tratamiento, que va a poder salir solo.
Refiere que su padre le pega y es violento con él, y que él solo quiere que lo dejen en paz.
Es un adolescente menudo, de cuerpo infantil, que elude el contacto visual, y casi no
permite a la terapeuta hablar, pero se muestra respetuoso y cuidadoso. Viste una campera
muy holgada que le cubre el rostro casi por completo, con mangas muy largas que utiliza
para no tocar puertas ni ascensor. En una entrevista posterior con el papá, la terapeuta
anticipa la posibilidad de alguna forma de descompensación, momento difícil pero que
podría representar una oportunidad para Ariel. Se le sugiere proximidad en el vínculo y un
seguimiento atento a sus cambios de conducta, así como también convocar al gabinete del
colegio como factor de contención. El objetivo sería una rápida reacción y hasta una posible
internación, para dar lugar al comienzo de una psicoterapia.

El estallido de la identidad básica infantil, propio de la pubertad, en la que


lo extraño y lo siniestro se juegan en el propio cuerpo, encuentra a Ariel en una
situación de máxima vulnerabilidad: las crisis psiquiátricas de su madre ponen de
relieve su condición de hijo clandestino, situación no del todo ignorada pero por
primera vez claramente percibida y vivenciada. Para el universo de filiación
paterna, “todo el mundo” como dice el padre, él no tiene existencia. En el momento
más crítico de sus fantasías incestuosas, y probablemente también de las de su
madre alcohólica, Ariel no tiene un lugar en un orden simbólico provisto por la
función paterna, que lo mantenga a salvo de la apropiación libidinal materna y que
asegure su continuidad identificatoria en el naufragio de la infancia. Un padre
cariñoso pero siempre “una visita que no se queda” no alcanza para proveer a
Ariel de un lugar en el mundo, para ser uno más entre los demás hombres. El
lapsus del padre parece confirmarlo: Ariel no es un hijo que “tuvo fuera” del

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matrimonio, por la sencilla razón de que lo tuvo antes; es en realidad un hijo que
“man-tuvo fuera” de su matrimonio y del universo simbólico.

Estos acontecimientos, actualizados como vivencias traumáticas por el


derrumbe de la desmentida familiar, probablemente demoraron aún más la
reformulación identificatoria, demora que sabemos que en la pubertad pone en
riesgo la cohesión y estabilidad del yo. Fue precisamente esta demora la que
desencadenó el brote psicótico, como probable estrategia psíquica para evitar la
plena desorganización del yo, brote que finalmente emergió como pensamiento
delirante, “mi padre me quiere matar” que recrea un lugar para el sujeto y a la vez
insiste en la restitución delirante de un fragmento de verdad histórica: su padre,
efectivamente, le negó el nacimiento a la identidad simbólica de fundamento.

¿El brote psicótico justificaría un diagnostico de psicosis? No necesariamente.


En momentos de mayor vulnerabilidad narcisista como es la pubertad,
vulnerabilidad que algún acontecimiento del entorno puede hacer extrema, no
debe extrañarnos que un episodio delirante pueda ser un recurso último del
adolescente para restituir certezas identificatorias, protegiendo de la disolución y
fragmentación masiva, un núcleo de verdad identificante, de manera delirante al
principio, y tal vez después introyectando un lugar simbólico en la estructura de
parentesco. Por otra parte, no deja de ser significativo que este episodio psicótico le
haya permitido a Ariel salir de la omnipotencia maníaca y aceptar ayuda
terapéutica.

II. La trama vincular constituyente

Si conceptualizamos la organización psíquica en tanto abierta a una trama


vincular que la afecta y a la vez contribuye a su modelado, podemos afirmar que el
psiquismo intrasubjetivo se sostiene y se moldea metabolizando los mensajes
libidinales de los vínculos intersubjetivos. En infancia y adolescencia, la
subjetividad se halla bajo la influencia constante de un espacio psíquico común y
compartido con los otros. Este espacio se despliega a través de apoyaturas
psíquicas, en términos de René Kaës, como son los objetos parentales, la red
familiar, los vínculos grupales y las referencias culturales. Cada una de estas
instancias se constituye en puntos de apuntalamiento desde los cuales surgen
mensajes libidinales actuales del entorno que impulsan al sujeto a metabolizarlos
como novedad, tanto alienante como estructurante.

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En el marco de esta caracterización de los vínculos que envuelven al sujeto,
Jean Laplanche nos propone una nueva manera de entender los procesos de apres-
coup que reformulan la organización psíquica. El aprés-coup ya no es entendido
como un proceso puramente intrasubjetivo y endógeno, sino como un proceso
psíquico que se desencadena propiciado por la presencia enigmática del otro. Solo
en el marco de esos estímulos libidinales del entorno se pueden comprender los
movimientos de apres-coup que dan lugar a las sucesivas reformulaciones del
psiquismo.

El campo de la intersubjetividad actúa, entonces, como centro de


gravitación atrapante con efectos pregnantes en el sujeto infantil, que lo
compulsan a metabolizar y traducir estos estímulos en su interior.

1’) Desde el momento inicial, la relación de parentalidad inaugura con su


presencia deseante los primeros tiempos fundacionales del psiquismo infantil y la
instancia yoica, cuando los padres estimulan el apego del lactante, cuando proveen
el investimiento libidinal y la contención propios de la función de sostén, por un
lado; y el reconocimiento de una filiación que transmite coordenadas
identificatorias, propias de la función simbólica de corte, por el otro. La fuerte
corriente libidinal de la función de sostén es requisito fundante de la supervivencia
psíquica del infante, y el principio de realidad presente en la función de corte es
requisito simbólico para su identidad. Esta caracterización de la relación de
parentalidad como dos funciones simultáneas y complementarias se ha ido
independizando progresivamente de los atributos de género, roles sociales, y
conductas sexuales que antes la definían de manera automática para revelar hoy la
prioridad de otros atributos: la mamá de Tomás, un chiquito insomne y desvitalizado de
4 años relata con frialdad aspectos del divorcio ocurrido dos años antes, “... el divorcio fue
tranquilo, la época más tirante fue cuando yo tuve que irme a trabajar unos meses a Miami,
y Tomás se tuvo que quedar con el padre. Ahí tuvimos que recurrir a los abogados, yo no
me lo podía llevar... y él no se lo quería quedar...”. Las fallas severas en la parentalidad
dejan al desnudo la indefensión y el desamparo del niño y el adolescente, eso que
llamamos minoridad.

2’) Propiciando un segundo momento de estructuración psíquica del infante, el


entorno se hace presente como portador narcisizante de los ideales culturales, que
se transmiten como condición de amor de los padres hacia el niño. La cultura
espera el desprendimiento y la individuación del sujeto infantil, y esto es lo que los
padres transmiten como exigencia de renuncias pulsionales, cuya elaboración
psíquica en el niño culmina con la organización fálica. Freud relata en el historial de
Juanito el fuerte impacto de la palabra materna, cuando le exigía la renuncia al

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autoerotismo diciéndole “eso no se hace, es una porquería”. Difícilmente hoy
sostendríamos el contenido de estas frases, pero sí su estructura, que es la exigencia de
renunciamiento al puro placer a cambio del amor objeta, primer paso hacia el universo
simbólico.

3’) Un tercer movimiento de recomposición psíquica se desencadena cuando la


sociedad, mediada siempre por las figuras parentales, fuerza la internalización del
ideal, expresado ahora como normas y prohibiciones, que ya quedan instaladas
en el psiquismo infantil, junto con la angustia frente a la censura parental,
configurando la dinámica de la represión. Aquí comienza el importante papel que
cumplen los padres en la construcción progresiva de las estructuras inhibidoras y
canalizadoras de las pulsiones, que a veces llamamos con demasiada sencillez
“puesta de límites”, pero que implica una operatoria compleja y prolongada que
exige de los padres un posicionamiento frente a la castración y al registro de la
realidad, que muchas veces abandonan.

4’) El proceso de sexuación edípica es otro tramo de estructuración psíquica


infantil que muestra la fuerza de una cultura cuya prohibición del incesto regula la
intromisión de los gestos y mensajes sexuados de los padres, tanto en relación a
las identificaciones de género como las modalidades de la sexualidad infantil.
Estos mensajes parentales serán desarticulados y resignificados de manera
novedosa por el infante en sucesivos movimientos de recomposición psíquica. Una
mamá en exceso tierna y cariñosa puede enmascarar un erotismo intrusivo para su hijo,
que metabólicamente la inscribe como figura terrorífica que se traduce en miedos
nocturnos. Un papá con tendencias narcisistas puede rechazar con denigración las
demandas afectivas de su hijo varón, en el proceso de modelamiento de su virilidad,
denigración que metabolizada por el infante tal vez incrementará la alianza edípica con la
madre, haciendo inaccesible la sustitución de objeto.

5’) En el final de la infancia, la sociedad reclama la socialización del niño, a través


de los primeros movimientos exogámicos: la plena integración en el sistema
escolar y en los grupos de pares. La escuela, ese segundo lugar “natural” para los
menores después de la familia, pierde el sesgo maternante de los inicios y
confronta al niño con un orden simbólico que se impone y en el que debe encontrar
sus referentes. La organización de la personalidad latente responde con un nuevo
reordenamiento subjetivo y un espacio interior de intimidad y apaciguamiento,
que induce fuertes duelos parentales de desprendimiento: “ya no nos cuenta nada,
dice una mamá de un niños de 9 años,”cuando era chiquito era tan transparente... ahora no
sabemos qué piensa, qué tiene en la cabeza. Si le pregunto qué hizo en el colegio, a veces me
parece que me miente, que me oculta cosas”.

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6’) En la pubertad, la recomposición psíquica brusca y traumática es consecuencia
esta vez, del ámbito somático, como metamorfosis corporal que irrumpe en el
psiquismo, inaugurando la adolescencia con extrañeza e impotencia. Este cuerpo
ajeno y por momentos siniestro produce una discontinuidad identificatoria masiva
que demora en recomponerse. En la medida en que el entorno parece no
comprender muchas veces la vulnerabilidad de esta instancia psíquica, modelos
prematuros de conductas adultas inundan el psiquismo del púber, que se
manifiestan como pseudogenitalidad, y actitudes de riesgo.

7’) El tiempo de reformulación libidinal e identificatoria masiva que se pone en


marcha se apoya en los grupos de pares, constituyendo las llamadas subculturas o
tribus adolescentes que se ofrecen como un espacio transicional para la
recomposición de la identidad, como una extensión atrapante y estabilizante del yo
para luego recuperar sus límites. Las identificaciones casi miméticas que se
despliegan en los grupos de pares se proyectan en un espacio exterior que es un
ámbito imprescindible para el adolescente, aunque aporte otros problemas que
hoy nos preocupan a todos.

8’) El final de la adolescencia se produce como consecuencia de la presión cultural


sobre movimientos finales de la sustitución exogámica que reformularán por
aprés-coup la identidad y los destinos pulsionales del adulto joven. La presión
social y cultural se traducen aquí en la confrontación con el principio de realidad y
la terceridad, es decir la subordinación de la satisfacción a las normas y
condiciones del mundo externo.

Ariel (II): “el Nombre ... del colegio”.

Diez días después de la segunda entrevista con el padre, Ariel tiene un brote psicótico:
luego de una pelea con el padre sale para el colegio pero no se presenta, aunque algunos
amigos lo vieron. Por la tarde, cuando tampoco apareció en el campo de deportes, sus
compañeros avisaron al gabinete y al padre. Ariel estuvo desaparecido durante tres días,
tiempo en el cual los compañeros salieron a buscarlo y el padre se vio obligado a hacer una
denuncia en el juzgado de menores. En los días previos al brote, Ariel no entraba al colegio
pero estaba siempre en la puerta o en el campo y mantenía un contacto silencioso pero casi
diario con sus compañeros. Fueron ellos los que lo encontraron al final del tercer día, en los
alrededores del colegio; lo vieron muy mal y lo acompañaron a la casa.

A raíz de la denuncia ya formalizada, Ariel es internado en una clínica psiquiátrica


y comienzan a administrarle medicación. No recuerda dónde estuvo, pero dice que se fue de

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la casa porque “el padre quería matarlo”. Lleva una semana de internación con muy buena
evolución y ya se está preparando su externación. Ha aceptado continuar con la medicación
e iniciar una psicoterapia. El padre se hace cargo de él y lo ve diariamente. La mamá tiene,
por ahora, prohibidas las visitas.

El “nombre” del colegio, lugar simbólico y fuertemente representativo para


Ariel fue el espacio elegido para desplegar un ámbito transicional donde rearmar
su identidad, donde sentirse reconocido en su pertenencia y en plano de igualdad
con sus pares. Este centro gravitacional, hasta cuyas puertas Ariel siempre llegaba,
funcionó finalmente como un self extendido en los otros, para albergar y proteger
al yo en su fractura identificatoria. Este espacio compartido, tanto con sus
compañeros como con la institución misma, y en segunda línea el sistema jurídico,
funcionaron como apoyaturas psíquicas grupales que evitaron un derrumbe
psicótico mayor, no solo porque efectivamente intervinieron, sino porque para
Ariel significaban la contención narcisista básica, y una referencia simbólica
estructurante.

El paradigma de la alteridad plantea los efectos irreversibles de la apertura


y los intercambios del sujeto infantil con su entorno, intercambios que se
transforman en estímulos que impregnan y modifican un psiquismo en proceso de
estructuración. Al decir de Laplanche, es la sola presencia del otro, siempre
portador de un mensaje afectante y perturbador, la que desencadena por aprés-
coup los movimientos de recomposición del psiquismo.

III. Crisis del modelo clásico de proceso terapéutico

La caracterización del psiquismo como organización compleja y abierta a un


entorno que la modifica, toma formas más precisas a propósito del psiquismo
infantil, en primer lugar (1) porque la apertura al ámbito intersubjetivo es
condición de vida psíquica; en segundo lugar, (2) porque el entorno ejerce fuertes
efectos que ingresan como mensajes libidinales; y en tercer lugar, (3) porque estos
mensajes desencadenan transformaciones metapsicológicas de una importancia
que no se va a repetir en la vida adulta. Estos tiempos de constitución psíquica no
son secuencias armónicas; antes bien se presentan como saltos y discontinuidades,
en los que cada instancia demandará profundos trabajos de duelo,
desidentificaciones y sustituciones de objeto.

La conceptualización contemporánea de un psiquismo complejo con


dinámicas cambiantes puso en crisis el modelo clásico de proceso terapéutico,

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tanto en la clínica con niños como con adultos. Del modelo de proceso analítico con
niños estandarizado como proceso atemporal y continuado, que aspiraba a
desarticular fijaciones edípicas y arcaicas tempranas, hoy pasamos a un modelo de
proceso terapéutico que aborda al conflicto solo en articulación con la constitución
metapsicológica actual del psiquismo infantil, ya que contiene por aprés-coup una
reformulación de todas las dinámicas psíquicas anteriores. El momento de la
consulta, entonces, es un corte sincrónico en este proceso de recomposición
psíquica, y los síntomas que presenta son los indicadores clínicos de los conflictos
y avatares de esta recomposición.

Este concepto contemporáneo del conflicto fue introducido por el propio


Freud, en “Análisis terminable e interminable”. En 1937, Freud escribe uno de sus
últimos artículos, tal vez el más importante de esa etapa, con referencias a la teoría
de la técnica y a los procesos terapéuticos. Es un trabajo polémico que ha sido
rechazado por muchos psicoanalistas clásicos, razón por la cual tal vez no ha sido
muy referido. A nuestro juicio es uno de los trabajos más importantes para el
psicoanálisis contemporáneo, que nos señala la genialidad de Freud, un pensador
con el suficiente rigor científico como para elaborar una teoría fundamentada sobre
la subjetividad, formular técnicas de aplicación de esa teoría en las prácticas
clínicas, y, sobre el final, poder reconocer sus impasses y vislumbrar las vías de
salida.

Freud reconoce en las primeras páginas, la situación de impasse en la que se


encuentran la técnica psicoanalítica y el modelo clásico de proceso analítico. Freud
admite que con frecuencia los procesos terapéuticos no cumplen con los resultados
esperados, situación a partir de la cual él mismo empieza a cuestionar algunas de
las certezas de la técnica psicoanalítica, y de los psicoanalistas. En primer lugar,
plantea, no es para nada evidente que un análisis prolongado y completo pueda
tramitar definitivamente un conflicto pulsional. En segundo lugar, el tratamiento
de un conflicto no impediría la aparición posterior de nuevos conflictos. Y en tercer
lugar, no sería posible trabajar preventivamente un conflicto que en el momento
no presenta indicio clínico alguno, es decir, no está activado. Estas conclusiones,
pesimistas para muchos, abren sin embargo vías de salida para la situación de
impasse en la teorización de la práctica clínica. Así, en pocas páginas, Freud nos
brinda un nuevo modelo paradigmático de proceso terapéutico: el abordaje del
conflicto actual. Para Freud, no tenemos acceso al conflicto pulsional del sujeto,
que sería en realidad la naturaleza misma del psiquismo; solo podemos acceder al
conflicto actual, en la configuración clínica con que se presenta, en el momento
en que se presenta.

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Esta ruptura con el modelo clásico tiene derivaciones inmediatas en la
práctica clínica con niños: abordamos el conflicto infantil en el marco conceptual de
un psiquismo en tiempos de constitución, tomando los síntomas como indicadores
clínicos de un conflicto actual, en el que encontramos reformulada por azar toda la
historia previa del sujeto. De esta manera, trabajar terapéuticamente con el
conflicto instalado en un tiempo de constitución, no asegura que no habrá conflicto
en instancias de estructuración psíquica posteriores. Tampoco podemos anticipar
conflictos de instancias siguientes que no sabemos qué forma pueden tomar.
Finalmente, el conflicto pulsional es una cualidad del psiquismo, que
ocasionalmente se expresa como conflicto activado, accesible al trabajo terapéutico.

Desde esta formulación que consideramos paradigmática del psicoanálisis


contemporáneo, estaría contraindicado el modelo clásico de proceso terapéutico en
tanto atemporal, continuado y prolongado, por el riesgo de intrusividad que
implica en relación a la espontaneidad en la reformulación de saltos estructurales
del psiquismo infantil.

La psicoterapia psicoanalítica, práctica clínica predominante en la


actualidad, a veces también llamada psicoterapia focalizada, no alude a un
abordaje meramente sintomático, no implica un proceso terapéutico que hace un
recorte, ni que está falto de tiempo. Es un modelo de proceso terapéutico que
aborda el conflicto que se presenta en una determinada instancia de recomposición
psíquica, destrabando todo lo que le impida continuar con sus dinámicas de
cambio estructural. Una vez resueltas las problemáticas activadas en el conflicto
por el que un niño consulta, antes que retenerlo a la espera de nuevas
formulaciones patológicas, el terapeuta debe retirarse a la manera de un cirujano
que luego de operar, cierra y espera que todo siga su curso.

Ariel (III): “Recomposición de una identidad”

Superada la instancia de internación como abordaje urgente y focalizado en una crisis que
no podía demorar en resolverse, comienza una psicoterapia centrada en el conflicto
actual, la recomposición de su identidad. Para Ariel, la irrupción de la pubertad no solo
implicó la pérdida del mundo infantil, sino también la caída de la desmentida, de su mirada
ingenua sobre su mundo familiar. El ya no era un niño sino un sujeto genitalmente
sexuado; su madre ya no era una mamá protectora sino una figura progresivamente
incestuosa e intrusiva; su padre ya no era simplemente un visitante cariñoso pero que no
podía quedarse, sino un padre inoperante en lo simbólico, tanto para Ariel como para sí
mismo. Recomponer su identidad adolescente en sus coordenadas narcisistas básicas, lo

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confrontó con una estructura de parentesco, en cuya representación simbólica él no tenía
existencia, situación para la que solo tenía una explicación delirante: su padre “quería
matarlo”.

Luego de una psicoterapia psicoanalítica de dos años de duración, centrada en la


cohesión de la instancia yoica, en la angustia ligada a la desidealización de estas figuras
parentales, en la construcción de un nuevo vínculo con el padre, y siempre sostenidos en
las apoyaturas psíquicas grupales, Ariel encara el alta de este tramo terapéutico, con el
objetivo de dar ocasión al despliegue creativo del mundo del adolescente en tránsito hacia la
adultez, fuera del espacio terapéutico, transfiriendo su transferencia, en términos de
Laplanche, a otros ámbitos novedosos y creativos.

Córdoba, agosto 2015.

Bibliografía

Bleichmar, Silvia (1993), La fundación de lo inconciente, Buenos Aires, Amorrortu.

Freud, Sigmund (1937), “Análisis terminable e interminable” en Obras Completas,


Tomo XXIII, Buenos Aires, Amorrortu.

Kaës, René (1979), Crisis, ruptura y superación, Buenos Aires, Ediciones Cinco.

Laplanche, Jean, (1983), La Cubeta. Trascendencia de la transferencia. Buenos Aires,


Amorrortu.

Laplanche, Jean, (2012), El aprés-coup. Buenos Aires, Amorrortu.

Winnicott, Donald (1965), El proceso de maduración del niño. Barcelona, Laia.

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