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PAUL THOMPSON

L A VOZ DEL PASADO


LA HISTORIA ORAL

Tr ad u cid o del ingles p o r

JOSEP DOMINGO

Tro logo de

MERCEDES VIL a NOYA

E D I C I O j\ S A L F O .V N K L M .I C S IX IM
INSTITUCIÜ VALENCIAjNA D’ ESTUDIS I INVESTICACIÓ
19 8 8
Edición inglesa original: The voice of the l>n\í,
Oxford University Press, 1978.
© Paul Thompson, 1978

Primera edición: 1988


© IV E I
Pl. Alfons el Magnánim, 1
46003 Valencia

IMPRESO EN ESPAÑA
PRINTED IN SPAIN A £
i . s .b .n .84-505-7247-9 "
d e p ó s it o l e g a l : v. 281 - 1988

A rtes G ráficas Soler, S. A. - L a O livereta , 28 - 460IH V


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INTERPRETACIÓN: LA ELABORACIÓN
DE LA HISTORIA

T a evidencia ha sido ya recogida, clasificada y organizada de

-*-J modo accesible: las fuentes esíán a nuestra disposición.


Pero, ¿cómo las engarzamos? ¿Cómo hacemos Historia a partir
de ellas? Habremos de considerar en primer lugar las opciones
en cuanto a la forma de presentación. A continuación, cómo
evaluar y contrastar nuestra evidencia. En tercer lugar se plan­
tea el núcleo de la cuestión, la interpretación: cómo ponemos
la evidencia que hciflos hallado en relación con unos modelos y
teorías de la historia más amplios, cómo articulamos la historia
de modo que tenga una significación. Y finalmente lanzaremos
una mirada hacia adelante, hacia el impacto que cabe esperar de
la evidencia oral sobre la elaboración de la Historia en el futuro.
La evidencia oral abre nuevas posibilidades a la presentación
de la Historia. En general, como veremos, las destrezas básicas
para juzgar la evidencia, elegir un extracto eficaz, o configurar
una argumentación, son en gran parte las mismas que se re­
quiere para escribir Historia a partir de documentos conven­
cionales. Lo mismo ocurre con muchas de las opciones, por
ejemplo las dirigidas a una audiencia de historiadores, de estu­
diantes, de lectores de la prensa local o de un club de ancianos.
No obstante, la historia oral acentúa la necesidad de algunas de
estas opciones, simplemente porque puede resultar efectiva en
tantos contextos diferentes.
Lo primero es elegir el medio, ya que sus técnicas y con­
venciones delimitarán el mensaje que se pueda transmitir.
La evidencia oral sugiere un nuevo planteamiento ante la
disyuntiva que ha existido durante siglos entre la presentación
oral o escrita. En un futuro puede ser más fácil combinar am­
bos, editando una cinta de extractos, por ejemplo, que acom-
¿04 KAUL 1HÜMP

.pane a un libro. Ya es bastante común el envío de un folleto


como complemento a un programa de radio. Sin embargo, de ‘'<ÜL
momento, la historia or-al se presenta normalmente en una sola
de’ las formas convencionales.
La primera es la emisión radiofónica, sólo sonido. Hay aquí
un amplio abanico de posibilidades, desde el material original Jf-
de una entrevista autobiográfica, a la charla de carácter aca- $
démico que se sirve de ilustraciones. La radiodifusión ha dcsa- v
rrollado también un arte muy especial de plasmar en sonido £
las escenas y los mensajes. Las cintas originales pueden ser no
ya dotadas de más claridad mediante la eliminación de vacila- .-i,’
cioncs o pausas, sino depuradas mediante la manipulación de »
palabras; y se pueden insertar ruidos y efectos de fondo. Algu- V
ñas de estas prácticas rayan en una falsificación de la evidencia
que ningún historiador debería aceptar; pero una edición cui-.«
dada, que los recursos técnicos de la radio posibilitan, puede J
redundar en unas citas más breves y más efectivas. El sonido $
puede también hacer supcrfiuas ciertas acotaciones, pues se l
puede yuxtaponer• directamente unos extractos de diferentes
acento regional o social. De hc'cho se puede diseñar un pro
grama entero como un collag'c* de sonido, con muy poco ¿ j|
nada de narración, y suministrando quizás unas “ notas” en los4
créditos del programa. De este modc^sc puede trazar un cuadro |
histórico de una comunidad, como un pueblo pesquero, Ínter-^
calando los sonidos de las gaviotas y de los subastadores del g
muelle con las voces de los viejos que cuentan cómo recogían |
el pescado los hombres y cómo lo limpiaban las mujeres y |
remendaban las redes, historias, canciones en las tabernas, him-1
nos y rezos en la iglesia. 'J 3
Cuando las imágenes se suman a la emisión, con la tele-
visión, se produce un cambio radical en lo que se transmite:,
los efectos visuales tienden a dominar. No es posible efectuará
un corte en la entrevista a menos que se introduzca una secuetvy:
cia visual por separado, ya que, de otra manera, habría una ^
especie de salto en las imágenes de la entrevista en cada corte'.>
Pero una secuencia visual distinta distrae la atención y aporta|
sus propios significados. Los mismos problemas se suscitan en y
un collage. Teniendo en cuenta que los mensajes verbales son^
más difícilmente clarificables, y los significados de las imágenes'*
tienden a ser más simbólicos que precisos, la televisión pre:f
senta un tratamiento más difuso que la radio. Pero ver a lose
>'ir
LA v w»,

informantes mismos, y viejas fotografías de sus ramillas, hoga­


res y lugares de trabajo aporta otra dimensión inmediatez
histórica.
¡ El sonido y la imagen se pueden combina: de modo más
elemental en forma de montaje de cintas y d’.apositivas para
diversos tipos de presentación, desde grupos de terapia de re­
memoración hasta una conferencia formal ilustrada. Las cintas
con extractos se utilizan ya en muchos museos \ bibliotecas
dentro de los servicios didácticos. Uno puede elaborarse las
suyas.
El modo más sencillo de utilizarlas consiste er. una charla
con el propósito primordial de suscitar el ínteres: una corta
introducción explicativa seguida de los extractos. Habida cuen­
ta de que al principio el acento puede resultar un poco di-
fícÜ de captar (y que las grabadoras a menudo no amplifican
bien), lo mejor es seleccionar unos pocos extractos, daros y
de unos cuatro o cinco minutos de duración. Será de utilidad
facilitar a la audiencia copias de la transcripción. Para una
conferencia más elaborada en que los extractos son utilizados
para ilustrar una argumentación quizás bastante compleja, esa
solución no es tan fácil. En este caso, en primer lugar se ha
de disponer de buenas grabaciones, para lo cual será necesario
copiarlas de los originales en una sola cinta de extractos.1
También hay que asegurarse de que la sala atente con an
sistema de amplificación fiable. Se puede entonces iniciar la
disertación permaneciendo el conferenciante junto al aparam
reproductor, dando paso a las citas e interrumpiéndolas me­
diante la tecla de pausa. Sin esa preparación, como la mayoría
de historiadores orales saben por experiencia, es muy probable
que la audiencia se despiste entre voces incomprensibles y
pausas para encontrar el punto correcto de la cinta, y se irrde
por la excesiva lentitud.
Una segunda opción que surge de modo natural del propio
carácter cooperativo de la evidencia oral ya en la realizador ¿c
la entrevista, y con frecuencia en un trabajo de campo hc~x¡
en grupo, es la posibilidad de una publicación colectiva. Por
supuesto que el trabajo en equipo es esencial si la presentacría
es a través de la radio o la televisión; aquí los papeles cuín
claramente definidos: técnicos, productor, historiador, e=ce-
vistado. Pero si se trata de una edición, cabe abordarla de tm
modo más flexible. Para un proyecto escolar o de historia ca l
...w ~ i i i u m i 'SON '

de una comunidad, el trabajo colectivo de agrupación del mate- }


rial puede ser una experiencia tan valiosa como la misma graba- í
ción. En un proyecto de comunidad, un grupo de personas ma-
vores pueden grabarse mutuamente sus recuerdos, discutirlos *
conjuntamente, decidir qué se selecciona para la publicación,
elaborar y corregir los guiones, etc. En un proyecto escolar,
será más indicada la cooperación en la producción: elección de
los mejores extractos, diseño e impresión.
Es igualmente básica la necesidad de decidir, en casi todas
las formas de presentación, entre la aproximación histórica a
través de la biografía o de un análisis social más amplio. La evi­
dencia oral, al tomar la forma de historias de vidas, saca a la
superficie el dilema subyacente a toda interpretación histórica.
La vida individual es de hecho el vehículo de la experiencia
histórica. Y la evidencia de cada historia de vida individual
sólo se puede entender por completo como parte de todo un
conjunto. Pero hemos de extraer, para posibilitar la generaliza­
ción, la evidencia sobre cada cuestión de entre toda una serie
ele entrevistas y volverla a reunir considerándola desde un
nuevo ángulo, en sentido horizontal en lugar de vertical. Y al
hacerlo, le damos un nuevo sentido. Nos enfrentamos así a una ,
elección esencial aunque dolorosa.
Hay básicamente tres maneras en que se puede presentar
la historia oral. La primera es la narración de la historia de
una sola vida. Si se trata de un informante con una memoria
rica, puede parecer que ninguna.otra opción puede hacer entera
justicia al material. Esta forma no tiene por qué ceñirse tan
sólo a una biografía individual. En casos muy destacados pude
servir para exponer la historia de toda una clase o comunidad,
o ser el hilo en torno al cual reconstruir una serie de aconte­
cimientos complejos. Así, la fuerza de la autobiografía de Natc
Shaw en All God's Dangcrs reside en su representatividad de
la experiencia de los negros del sur de los EE. UU. Una his­
toria de tal fuerza no requiere más que una breve explicación
de su contexto. Otras, sobre todo si han de ser leídas en d
sentido tradicional, exigirán una introducción e interpretación
mucho más completas si no queremos que se queden en lo
anecdótico.
La segunda manera es un conjunto de historias. Ya que
ninguna de ellas ha de ser necesariamente tan rica o complc»
como en el caso anterior, éste puede ser un modo mejor dt
¿ .U I

presentar un material más típico. Asimismo permite la utiliza­


ción de las historias para reconstruir más fácilmente una inter­
pretación histórica más amplia, agrupándolas — todas o parte
de ellas— en torno a temas comunes. De esta manera explora
Oscar Lewis la vida familiar de los pobres de la ciudad de
México en The Children o/ Sánchez, tomando en cada familia
los testimonios diferentes de los padres y de los hijos y rcu-
nicndolos en un solo cuadro multidimensional. A una escala
mayor, se puede utilizar un grupo de vidas para retratar toda
una comunidad: un pueblo, como en Akcn¡iel¿, o una ciudad,
como en Spcalz ¡or England. O se puede centrar en un solo
grupo social o tema, como Fcnworncn, Working, o Blood of
Spain. Se puede organizar como colección de vidas completas,
narraciones de incidencias, o montaje de extractos por temas.
Blood of Spain alterna las tres formas. Y una vez más el carác­
ter de la introducción determinará el impacto de las historias.
La tercera forma es la del análisis global, donde la eviden­
cia oral es tratada como un filón del que sacar los materiales
■ para la argumentación. Es por supuesto posible combinar en
un libro el análisis con la presentación de las historias de unas
vidas. En mi Edwar¿ians mismo, una serie de retratos fami­
liares escogidos para representar a las variadas clases sociales
y regiones de Gran Bretaña se hallan intercalados entre los
capítulos más directamente analíticos. Pero siempre que se
ponga el análisis como objetivo primordial, la configuración
general no puede venir determinada por la forma biográfica
de la evidencia oral, sino por la lógica interna de la argumen­
tación. Ello exigirá en general una menor extensión en las citas
y la confrontación entre la evidencia procedente de distintas
entrevistas, combinada con la que se pueda obtener de otras
procedencias. La argumentación y el análisis global son clara­
mente esenciales para todo desarrollo sistemático de la inter­
pretación de la historia; y, en cambio, sus desventajas son igual­
mente claras en cuanto forma de presentación. En realidad,
estas formas básicas de presentación no son unas alternativas
exduycntcs sino más bien complementarias y, en muchos casos,
un mismo proyecto requiere la adopción de más de una de ellas.
La forma escogida determinará también en parte las dife­
rencias que se puedan dar entre los materiales de fuentes orales
y los de otras fuentes documentales en cuanto a la presentación,
lo cual es menos obvio en las formas escritas. Habrá que tomar
268. PAUL THO M PSO N» ¡ ;

en consideración los problemas de la transcripción, y escoger ua.


sistema de citas de las entrevistas. Después de escribir, se det*^
contrastar el manuscrito con las grabaciones, tarea que sólo r¿j|
sultará .difícil si éstas no han sido 'transcritas. Y el materialV
se ha de interpretar teniendo muy en cuenta el contexto en ’;
el que se recogió, las formas de sesgo a que pueda estar sujetó ¿
y los métodos de evaluación que todo ello requiera; cuestione*
de las que a continuación nos ocuparemos. Sobre todo, y ésé¡
es siempre el mayor de los retos, se ha de lograr una integra-^
ción entre la generalización y el caso concreto, y entre la teoríaí
y los hechos.
Escribir un libro basado en la evidencia oral, exclusivamente!
o junto con otras fuentes, no exige en principio muchas téc-j
nicas específicas. La evidencia oral puede ser evaluada, cuantt-|
ficada, comparada y citada lo mismo que otro material. No eÜj
más difícil ni más fácil. Pero en cierta manera es un tipo dej.
experiencia distinto. Al escribir estamos pensando en las per­
sonas con las que hablamos, tememos dar a sus palabras uní.
scmjdo_que-aquéüas..pudjcran rechazar; ésta es una precaución}
humana y socjalmentc pcrt¡ncntc7y de hecho los antropólogos’
han demostrado que es también esencial<lcsdc el punto de vista;
científico. También, experimentamos el deseo de hacer partícipes;
a los demás de las vivencias de unas historias personales que}
con tanta intensidad han calado en nuestra mente. Además, se,
trata de un material que no hemos meramente descubierto,’
sino, en cierto sentido, ayudado a crear; y eso lo diferencia,
bastante de otros documentos. Ésta es la razón por la cual uní
historiador oral siempre experimentará una tensión especial;
entre la biografía y el análisis global. Pero es una tensión que:
se asienta sobre la fuerza de la historia oral. La elegancia de'
la generalización histórica y de la teoría sociológica vuela muy
por encima de la experiencia de la vida corriente que constituye'
la raíz de la historia oral. La tensión que el historiador oral
experimenta es la que se halla en la base de la contraposición
entre historia y vida real.
4
La siguiente fase es la evaluación del material recogido. Yl
hemos hecho alguna referencia, en el capítulo de la evidencia’
a las formas de sesgo a que están sujetas las fuentes orales, j}
a la medida en que aquéllas pueden afectar también a la evi!

_____
ciencia documental. Pero en la práctica, ¿cómo evalúa el his
toriador el material procedente de fuentes orales?
« Existen tres medidas básicas a tomar. Primera, hay que
asegurarse de la consistencia interna de cada entrevista.-Para
ello se la debe leer como un todo. Si un informante tiende
a la mitificación o a la generalización estereotipada, ello aflo­
rará a lo largo de la entrevista. Entonces, las historias que ella
contenga pueden tomarse como evidencia simbólica de unas
actitudes, pero no como fiables en cuanto a los detalles objeti­
vos como puede ocurrir con otro informante. La supresión
puede revelarse por la repetida elisión de las referencias a una
determinada área, o por las contradicciones en los detalles
(como la fecha de matrimonio y la fecha de nacimiento y la
edad posterior del primer hijo, concebido antes del matri-
mJnio).
Toda supresión o invención de cierta magnitud dará lugar
a contradicciones, inconsistencias y anacronismos obvios, espe­
cialmente si la entrevista abarca más de una sesión. En tal
caso, lo mejor es descartar la entrevista por completo. Por otra
parte, algunas inconsistencias son bastante normales. E s muy
común hallar un conflicto entre los valores generales que se
atribuye al pasado y la constatación más precisa de la vida
cotidiana; pero.esta contradicción puede ser sobremanera reve­
ladora en sí misma, pues puede constituir un exponente de la
dinámica del cambio social que raramente se podría percibir
por otras fuentes que la evidencia oral. A un nivel más ruti­
nario, la precisión de la memoria es en general menos fiable
cuando se refiere a una incidencia muy singular o a una cues­
tión de cronología, que cuando lo hace a un proceso recurrente
de trabajo o vida social o familiar. En cambio se puede en­
contrar una pequeña minoría de informantes con una riqueza
y consistencia de memoria excepcionales, cuya exactitud resulta
más fácil de confirmar por otras fuentes; por ejemplo: una
lista de inquilinos, en el registro de contribuciones; o el año
de un suicidio, en la prensa. Pero incluso con estos casos, al
igual que con los otros, mirando la entrevista en su conjunto,
se puede obtener una buena estimación de la fiabilidad general
del informante como testimonio.
Hay muchos puntos cuya comprobación se puede hacer con
otras fuentes. Ello puede dar lugar a un proceso acumulativo
al amontonarse el material. En una serie de entrevistas de la

i
270 PAUL THOMPSON

misma localidad, se podrá comprobar numerosas cuestiones com¿


parándolas entre sí. Igualmente se puede comparar detall
entre fuentes manuscritas e impresas. Como señala Jan Van?
sina, “ toda evidencia, oral o escrita, basada en una fuente
habrá de ser considerada como provisional y se deberá p ro ­
curar su corroboración" . 1 Esta sentencia puede tener una vi-;;:
gencia más general para la tradición oral transmitida a través /i
de varias generaciones, que para la evidencia de la historia de*,
una vida contada directamente. Si existen discrepancias entre*
la evidencia escrita y la oral, de ello no se sigue que una sea'-
necesariamente más fiable que la otra. La entrevista puede;’-
rcvclar la verdad oculta tras el documento oficial. O quizás la)
divergencia se corresponda con dos diferentes puntos de visttj
perfectamente válidos, que pueden proporcionarnos unos in-?,
dicios cruciales para la interpretación verdadera. De hecho!'
ocurre con frecuencia que, en tanto que una evidencia oral que
se puede confirmar directamente resulta tener un valor mera-;,
mente ilustrativo, es una evidencia inmediata pero sin confir-,
mar la que señala el camino hacia una nueva interpretación.';;
Y en muchas ocasiones la evidencia oral emanada de una ex^
pcricncia personal directa — como la relación de la vida domós;'
tica de una familia determinada— es valiosa precisamente'
porque no podría provenir de ninguna otra fuente. Es inheren--
temente única. Por supuesto, su autenticidad se puede sopesar;'
no puede ser confirmada, pero sí juzgada. ■£.:
El tercer método con el que se puede poner en práctici
ese enjuiciamiento consiste en situar la evidencia en un con­
texto más amplio. Un historiador experimentado ya poseed
unos conocimientos suficientes a partir de las fuentes contem;
poráneas como para saber si una entrevista tiene visos de auten­
ticidad según el tiempo, lugar y clase social de que procedí;
aun cuando no se pueda confirmar un detalle determinado. Li
ausencia general de detalles fidedignos, las actitudes anacrónicas
y las incongruencias del lenguaje serán bastante obvias. Y aún
se puede profundizar más con el auxilio de técnicas especiali­
zadas. Por ejemplo, un experto en dialectología puede ser capai
de dictaminar hasta qué punto un informante ha mantenido o
modificado el vocabulario local de su lugar de origen. O uí
folklorista identificar ciertas historias como versiones de cuentos
conocidos, distinguiendo dentro de ellas los elementos nuevos
que pueda haber. ¡í
U VOZ DEL PASA DO n iD u oT ircA ¿ n

• v La entrevista como unidad puede de hecho ser leída o es-


,■ "cuchada con ese espíritu, como una pieza de literatura oral. Una
cierta forma de ana'lisis literario, si bien poco desarrollado toda­
vía respecto a la entrevista de historia oral, es el siguiente paso
a dar en la interpretación del material; el cual se puede efee-
i tuar de bien diversas maneras.
En primer lugar, el historiador debe procurar comprender
una entrevista en el sentido de la sensibilidad humanista de
la crítica literaria tradicional que interpreta lo que quiere co­
municar el autor, a menudo en un texto confuso y contradic­
torio, buscando pistas en que apoyarse. Ron Grclc compara de
esc modo dos entrevistas, con sendos judíos neoyorquinos ope­
rarios de sastrería. A pesar de sus antecedentes similares, prc-
Antan la Historia de modos esencialmente distintos. Para Mcl
Dubin, hijo de un emigrante, nacido en la ciudad, trabajador
cualificado y sindicalista activo, la Historia es una ardua lucha
.por el progreso, continuo en el tiempo y lógico a pesar de sus
• reveses. En todos los niveles de su narración — su historia per­
sonal, el barrio, el sindicato, la industria de la confección—
construye el mismo modelo de ascenso y declive y da la misma
explicación: la desaparición de los sastres italianos y judíos
inmigrantes de las décadas anteriores, precisamente el oficio en
el que se basó su propia vida. La historia de Mcl, basada tanto
en el conocimiento del pasado como en su experiencia directa,
y también con sus significativas omisiones y exageraciones, es
un mito histórico del progreso, "que funciona de unas maneras
muy particulares dándole una dinámica al cuento, y conduce
inevitablemente a ciertas conclusiones muy reales acerca de la
industria de la confección hoy”. Por la otra parte, Bella Pincus,
militante también, era una emigrante llegada a la ciudad en su
adolescencia desde un pueblo de la Polonia rusa; trabajó antes
de casarse como maquinista semicualificada y volvió a hacerlo
después de haber enviudado. Bella no presenta la Historia como
la lógica del cambio, sino como una serie de episodios dramá­
ticos, de todos los cuales se extrae la misma lección moral de
la lucha: “ Es siempre lo mismo. Desde que el mundo es mun­
do hay ricos y pobres, los que tienen que luchar y los acomo­
dados. Es así” . Y es en realidad lo que se acerca a su propia
historia. Y la cuenta con un constante uso poético de imágenes
y comparaciones. Por ejemplo, describe sus primeras impresio-
nes de Nueva York en términos de autobuses descubiertos,
272 PAUL TIIOMPS01Í

tejados planes de las casas y colada en la calle, por oposición/7


a los autobuses cerrados, los tejados a dos aguas y la coladi'f!
fuera de la vista de su infancia rusa; símbolos que se refieren? |
también al sentimiento de apertura que experimentó de joven*
en Nueva York, comparado con su vida en Rusia y con su vida'
presente. En ambas historias, lo que nos permite captar la con-'
ciencia histórica más profunda de sus protagonistas no son
tanto los hechos y las opiniones que se exponen como las.
formas narrativas e imaginativas en que se expresan. Y es toda!
vía más significativo si tenemos en cuenta que ellos habían de
imponerse para contar su historia en la entrevista, volviendo' ]
“ una y otra vez al hilo de su propia historia pese a los esfuerzos;'
a veces denodados, de los entrevistadores por controlar la si-i
tuación y centrar su atención en otras preguntas”. La necesidad!
de "Escuchar sus voces”, tanto en la entrevista como después;
queda aquí concluyentcmente expuesta.3 i;
Luisa Passerini. halló un contraste parecido en un grupo de
entrevistas con obreros turineses entre una minoría — hombres'
en su mayor parte— que retrataba su vida en términos de
elección, decisión, cualificación, búsqueda y sacrificio, y la ma­
yoría que hablaban de sí mismos como predestinados, “ nacidos
socialistas", nacidos rebeldes, nacidos para ser pobres, etc. Ella
considera tales mensajes, no obstante, como frecuentemente
carentes de intencionalidad consciente y más bien como un re­
flejo de las ideas de una cultura popular arcaica que sobrevive
en el lenguaje oral; como en el caso de la mujer que explica
sus travesuras infantiles, su matrimonio sin el permiso de sus
padres, y su insistencia en trabajar después de casada, diciendo
“ Yo tenía el demonio dentro” . 4 i
Tales significaciones semiconscientes pueden discernirse tam­
bién en las cualidades formales del lenguaje mismo.. La lengua
escrita es gramaticalmente elaborada, lineal, concisa, objetiva y
analítica en sus formas, precisa aunque rica en su vocabulario.
La hablada en cambio es gramaticalmente rudimentaria, llena.,
de redundancias y discontinuidades, empática y subjetiva, vaci­
lante y reiterativa respecto a palabras y muletillas. Pero estos
contrastes entre lengua hablada y escrita no son de carácter,
absoluto, pues existen además marcadas diferencias entre los
individuos en cuanto a vocabulario y gramática, tono y acento,
que reflejan la procedencia regional, la educación, la clase social
y el sexo. De tal manera que en el lenguaje escrito europeo
kJ’J'í *; •

'M -
V LA VOZ D E L PA SA D O 273

hasta el siglo xix, los hombres, a causa de una mejor educación,


adoptan por lo general un estilo más retórico, académico, que
las mujeres. Pero cuando la gente corriente cuenta la historia
de su vida, los hombres son más propensos a utilizar las formas
activas, directas y subjetivas, tales como el “ yo", y las mujeres
las indirectas y reflexivas, como el “ nosotros” y el “ se”. s Y
la elección de las palabras clave así como de los modismos re­
currentes, al referirse por ejemplo a las actitudes morales, pre­
sentará también variaciones tanto de un hablante a otro como
en un mismo hablante para contextos diferentes, y puede ser
indicativa de unos presupuestos a menudo tácitos y a veces
celosamente reservados.
Esos significados ocultos pueden leerse sin aceptar los pun­
tos de vista de algunos teóricos recientes de la lingüística y
de la psicología según los cuales la propia gramática moldea
la conciencia del niño. De igual modo otros han considerado la
narración como la primera forma mediante la cual los seres
humanos descifran su experiencia. Ciertamente, las historias es­
pontáneas, a menudo irónicas o humorísticas, son un usual
recurso para la manifestación de mensajes simbólicos tanto en
la entrevista como en la vida normal. El padre de Carolyn
Steedman no podía contarle que no se había casado con su
madre, n:. mencionar el acuerdo por el cual c'1 le pagaba una
pensión y conservaba un gabinete en la casa mientras vivía con
otra mujer, pero mediante su chanza al nuevo inquilino de la
escalera al saludarle diciendo “ Hola, soy el otro inquilino", un
incidente muy celebrado que se convirtió en “ el chiste privado
de la familia", lo había aclarado todo.4 Desgraciadamente existe
poca cosa que pueda servir al historiador de guía para el análisis
de tales historias y chistes. Así, el análisis estructural del inglés
vernáculo negro de William Labov muestra la técnica de los
narradores de historias, pero ofrece pocas pistas en cuanto a
la interpretación simbólica de sus mensajes. Y, en tanto que
Luisa Passerini ha sacado un sugestivo partido del conocimiento
de historias populares y canciones folklóricas, el tratamiento de
estos temas ha ido referido con excesiva frecuencia a un pasado
tradicional considerado por la mayor parte de los historiadores
como un mito. La posibilidad de desarrollar un nuevo método
apropiado para la historia oral permanece abierta.
, Todavía otra posibilidad es examinar la entrevista conm
un “ género” literario que impone sus propias convenciones y
274 PAUL THOMPSON.3 :

restricciones al hablante. Así Robert Fothcrgil siguió la evo-'5


lución de los diarios ingleses desde el de acontecimientos y el a
diario de conciencia puritano hasta el de reflexión privada, que ’J
sólo llegó a ser un género aceptado a finales del xvm . David f.
Vincent mostró cómo las dificultades estilísticas explican en X
parte por qué los autobiógrafos de la clase obrera de principios :v
del xix escribían libremente acerca de sus vidas públicas pero \
raramente sobre sus sentimientos íntimos. Pero la comparación'¡
entre los diferentes tipos de documento personal, incluyendo í
la entrevista, está todavía por hacer en inglés. Luisa Passerini i
halló que algunos militantes católicos, y también socialistas, s
adoptaron una forma de historia de vida similar a la aplicada \
a los santos, refiriéndose a veces a esa “ autohagiografía" como V
“ mi confesión”. Y Stcfan Bohman hizo una comparación espe- |
cialmentc sugestiva de diarios, memorias y entrevistas de los
trabajadores suecos, hallando que los diarios — pequeños libros
impresos en letra pequeña— eran diarios de hechos, especial- v
mente referidos al tiempo y al trabajo, pero ninguno tomaba ;
la forma de diario de reflexión privada. Las memorias y las \
entrevistas presentaban similitudes en cuanto a las historias e >
incluso a ciertas frases, pero también importantes diferencias.
La memoria escrita se centra más en la vida anterior y utiliza
un lenguaje más público y abstracto. De tal modo que un hom- <■
bre escribe: .•<

Mi padre murió en Estocolmo el dos de agosto de 1933. ..


Murió en la pobreza extrema tras una larga enfermedad
pacientemente sobrellevada. “ ¿Qué puedo haber hecho yo.
para merecer este sufrimiento? — decía— . Pobre madre." .
./■

Utiliza incluso la frase hecha de las ceremonias públicas '.j


“ tras una larga enfermedad pacientemente sobrellevada". Su';
narración en la entrevista es mucho más personal y detallada .¡
y, en consecuencia, significativamente diferente en cuanto a lo •
que expresa: y
■ , , Á
Sí, murió en casa. Llegué a casa un día del año pasado.1]:
Volví a casa al salir del trabajo. Estaba allí acostado en ’
una cama de hierro. Éramos increíblemente pobres. Era
por la tarde. Las tres o las cuatro. Vi que había sangre
y un pañuelo ensangrentado en una silla al lado de la ,
cama... Elabía cogido una hoja de afeitar y se había corta-:
' LA VUX. -------- —#✓
M.
r
'• í . do las muñecas, se había hecho unos tajos. Pero apenas
!• , había sangrado, de tan delgado que estaba. Pensaba que
| era una carga para la familia. “ ¿Que he hecho yo para
merecer sufrir así?", dijo.

Otro hombre escribe en sus memorias de sus últimos años:

A resultas de las condiciones hoy predominantes, la casa


de veraneo o “ el trabajo de mi vida”, si se me permite
expresarlo así, se ha convertido en todo caso en una carga
en el sentido financiero, ahora que me he retirado. A
menos que la venda, lo cual no deseo hacer. No estoy
satisfecho con la valoración que se ha establecido a efectos
de impuestos. Creo que se trata de sacarle dinero a un
ciudadano trabajador y quizás algo ingenuo.

Lo que realmente quiere decir se encuentra enmarañado en


las convenciones del estilo escrito que el considera apropiado
para unas memorias públicas. La entrevista desentraña el men­
saje de un modo bastante distinto:

Djuró es el trabajo de mi vida. Trabaje como un mulo


y sude tinta, y peleó y ahorró para hacerla. Pero los im­
puestos, sabe, es muy difícil hacerles frente... Podría
venderla si quisiera. Sería como un golpe en los dientes.
Algunos en mi situación se harían con el dinero y se co­
rrerían las grandes juergas. Luego podrían vivir de la
asistencia social. Yo nunca he tenido un penique para
eso, y tampoco lo quiero.7

Philippc Lcjeunc comparó también diversas formas de auto­


biografía en Francia, tomando series completas de géneros dis­
tintos incluyendo la autobiografía en tercera persona, la entre­
vista para la radio, el “ document vécu” y la entrevista de
historia oral. Particularmente sugestivo es su tratamiento del
moderno “ document vécu", la autobiografía franca “ de buena
tinta" que revela la historia oculta de una prisión o un hospital,
de un crimen o escándalo sexual, de la guerra o la resistencia,
o simplemente las vidas desconocidas de gente corriente como
campesinos o pescadores, que los editores franceses han dado
a conocer en series con títulos como “ Témoignagcs”, “Elles-
mémes” o “ En direct”. Se caracterizan en parte, tal como mues­
tra el citado autor, por oposición a otras formas: la experiencia

:
i
276 PAUL THOMPSON

personal de la enfermera, por ejemplo, es la replica a las novelas ’i


románticas de hospitales que tienen por héroes a los médicos 4
— "los hombres de blanco"— y también a la literatura oficial í¡
sobre su propia profesión. De modo más general, son el contra- ■
punto de la autobiografía deliberadamente literaria que se pre­
senta como directa y asequible, incluso como espontánea, pero
que en la práctica se sirven reiteradamente de recursos como
el tiempo presente, la forma de diario y el diálogo en estilo
directo, y se plantean con una clara organización dramática na- j
rrando una historia a través de una serie de escenas. Contraria­
mente a lo que cabía esperar, Lejeune deja sin abordar la ¡
comparación con las formas y recursos que se hallan en las !
entrevistas de historia oral, pero en cambio retoma la cues- \
tión de la doble autoría y sus precedentes en los escritores ,■
fantasmas de las primeras autobiografías.
Esto nos lleva a una última forma de análisis literario. Como
Elliot Mishler señaló acertadamente, una entrevista se habría
de interpretar como un producto conjunto de dos personas,
“ una forma de discurso... configurado y organizado por las
acciones de preguntar y responder". Su experiencia personal
proviene de la entrevista médica, en la cual la asimetría de
poder entre quien plantea las pregumas y quien las responde
es especialmente notoria puesto que solamente el primero tiene \
ventajas que ofreber: una información correcta habrá de redun­
dar en un tratamiento más adecuado. Mishler pone de mani- • I
ficsto la rapidez con que el paciente sintoniza con las respuestas -j
que el doctor requiere, los silencios significativos o las pcticio- '
nes de más detalles, prescinde de los comentarios accesorios y ■
a menudo acaba respondiendo con un simple “ sí" o “ no”. Nos"
alerta este autor respecto a la necesidad de fijarse en las pre-
guntas tanto como en las respuestas al interpretar una entre- !•
vista. En la “ tradición dominante” en los sondeos de las cien-’
cías sociales, ese mutuo intercambio de significado se halla
suprimido tanto en la fase de entrevista como después en el ■
proceso de codificación, pero con la evidencia grabada existe
la oportunidad de examinar el diálogo en conjunto.1 Desgra­
ciadamente hay pocos ejemplos prácticos a seguir. Interaccio-;
nalistas simbólicos y hermeneutistas parecen bastante absorbi­
dos por la demostración de que existe realmente un diálogo
mutuo; y los estructuralistas literarios por sus filtros estilís­
ticos formales. Otros parecen aprisionados en un imposibilismo,
LA V O Z DEL PASA DO 277

considerando a ambos interlocutores como partícipes de un re­


pertorio de inflexiones, tono y gestos lo mismo que de palabras,
e incapaces sin embargo de captar o expresar mediante ellos
un mensaje claro en primer término; antes bien tendentes a
expresar una amplia gama de significados, algunos de ellos en
la intención del hablante. En esas posiciones no hay un avance
lógico, sino simples conjeturas intuitivas a la antigua usanza.
0 lo que es peor: tales teorías se hallan formuladas demasiado
a menudo de un modo deliberadamente oscuro, remitiéndose
a sí mismas en su complejidad. Atrapados en telarañas de “ dis­
curso" escolástico, es fácil olvidar los mensajes importantes
que se hacen entender hasta incluso por teléfono, por telegrama
o entre personas que hablan idiomas diferentes; olvidar que el
^informante tenía algo que decir. En resumen, dejar de escuchar.
Al reconocer la entrevista como “ una forma de discurso", no
debemos olvidar que es también un testimonio.
Las entrevistas', al igual que todo testimonio, contienen
aseveraciones que se pueden sopesar. Intercalan símbolos y
mitos con información, y pueden aportarnos información válida
tanto como cualquier otra fuente. Se las puede leer como lite­
ratura, pero también se las puede contar. Para empezar, se
puede verificar un grupo de entrevistas sometiendo la informa­
ción básica que contengan a un cotejo con las procedentes de
otras fuentes. En un reciente estudio de la vida familiar y de
comunidad de los pescadores de East Anglia, por ejemplo,
Trevor Lummis ha expuesto en forma de cuadro parte de la
información fundamental recogida en sesenta entrevistas.10 A
los informantes se les preguntó a qué edad dejaron la escuela.
Sus respuestas concuerdan netamente con las tendencias nacio­
nales conocidas, tanto respecto al tiempo como a la clase social;

NACIDO HIJO DE

% que de­ ames


jaron la de propie­ tripu­
escuela 1889 1890-9 1900-9 tario p a tr ó n la n t e

« los 11
o 12 años 36 15 7 0 16 33
« los 13 53 33 . 36 22 69 33
a los 14
o 15 11 52 57 78 15 33
278 PAUL TH OMP SON

También se había recogido información sobre el número dej


hermanos y hermanas del informante, y si alguno de aquéllos 3};:
murió en la infancia. Es conocida la reputación de los pescado^®
res como remisos a reducir el tamaño de la familia. Una va'|j"
tabuladas, las cifras resultan también compatibles con las ten^
dencias nacionales hacia una mortalidad infantil más baja y un
menor número de hijos, y también con las conocidas diferencias Jj
entre clases sociales: .)'$

NACIDO PADRE

a n te s de P ro p ie ­ Tripu
1899 1 8 9 0 -9 1 9 0 0 -9 ta r io P atró n lante

Número de
hermanos 9,9 7.0 7.9 9.1 8.5 9,5
% que mu­
rieron de
pequeños 15 1-1 7 11 15 25
1
Con esos resultados en la mano, el historiador puede adentrarsei
con cierta confianza en otros terrenos menos explorados. ,\ 1
Llegados a esta fase, algunos querrán buscar modelos, algún "j
tipo de guías para la interpretación de los hechos que tienen ’j
ante sí. Otros habrán comenzado desde unos puntos de partida ¿
más teóricamente definidos, y probablemente también con unas 4
hipótesis de trabajo más detalladas, unos supuestos que desearán $
poner a prueba. Pero unos y otros necesitarán buscar algún.?
tipo de prueba. En general, una interpretación o supuesto histó-|
rico deviene verosímil cuando el modelo de la evidencia es f
consistente y proviene de más de un punto de vista. Se ha dc(
ser muy cuidadoso con cada una de esas condiciones. Así, el}
“ estudio de un solo caso” es casi inevitablemente una base para;
la argumentación de una interpretación histórica general más,}
endeble que la comparación entre dos o más grupos, con dis-1
tintas características, en el mismo período. Una comparación.;
entre distintos grupos a través del tiempo es aún más sólida,-}
aunque más difícil de realizar. Cuanto más se pueda demostrar}'
la validez de una argumentación en condiciones diferentes, más-
convincente será la prueba. No obstante, puesto que la historia,
se hace a partir de multitud de casos, casi todos los cuales son *
únicos en más de un sentido, a menudo resulta muy difícil en:
la práctica hacer comparaciones útiles. Las pruebas de una ex-;
Y
y •
LA voz d e l p a sa d o 279
£
; plicación se han de buscar entonces dentro de esc caso único,
! 7. la evidencia se ha de contrastar tan detalladamente como sea
i ' posible, y se ha de sopesar la probabilidad de que esté afectado
en su conjunto por algún tipo de sesgo. Por ejemplo, en un
reciente estudio sobre el Frontier Collcge, el gran experimento
canadiense de autoeducación de la clase obrera, Gcorgc Cook se
vio obligado a aceptar que estaba recogiendo una información
vista desde una sola y cerrada perspectiva:

En términos generales, hemos tenido noticia de los que


quieren ayudar a la institución. Aunque muchos creían
que habían “ fracasado” como trabajadores-profesores, si­
guen convencidos de que era una "idea noble” y ven
favorablemente su experiencia. Lo ven a través de un
•, cristal matizado. No hemos podido entrar en contacto
con los que tienen opiniones negativas... los primeros
patronos... (o) algunos de los primeros sindicalistas que
trabajaron con la institución. Y, lo que es más impor­
tante, no encontramos a ninguno de los trabajadores...
Probablemente sabremos muy poco, o nada, de lo que
ellos pensaban.11

Del mismo modo sería difícil, en un estudio de una experiencia


de trabajo, obtener una opinión crítica de unos empleados esta­
bles que hubiesen entregado su vida a la empresa, lo cual habrían
hecho por estar dispuestos a aceptar sus condiciones. Los sir­
vientes de más categoría de una mansión constituyen un ejemplo.
Y mientras que tales empleados son relativamente fáciles de
localizar, los trabajadores más eventuales — que incluso pueden
ser más-— son inevitablemente mucho más difíciles. Y tampoco
el uso de documentos escritos, y hay que enfatizarlo, compensará
necesariamente este desequilibrio de la evidencia oral. John |
Toland, en su nuevo y benévolo retrato de Adolf Hitler, lo
consideraba como un “ arcángel pervertido”, un incomprendido,
“complejo y contradictorio”, según las entrevistas con doscien­
tos cincuenta supervivientes del círculo del propio H itler.12
No tuvo ninguna dificultad para reforzarlo a partir de los
archivos alemanes. Una historia oral de ese tipo no es más que
un remedio de la distorsión de la historia oficial. Otra cosa
muy distinta habría sido si hubiera ido a ver a algunos de los
oponentes y víctimas de Hitler. I
280 P A U L ;T H O M P S O N

A' causa de las dificultades del muestrco retrospectivo, hay


que tener una especial precaución si se piensa utilizarlo como
prueba. La tabulación puede ser un medio muy valioso para'»',
clasificar y objetivar las propias impresiones sobre el contenido
de determinadas entrevistas. Un cuidadoso escrutinio del ma- ;
terial de las entrevistas, teniendo en cuenta una codificación,
puede dar lugar a una consideración mucho más precisa de lo
que se trata de demostrar y de lo que la evidencia de aquéllas
pueda ofrecer. De otro lado, incluso con las entrevistas reu- ,
nidas en unas condiciones de muestra representativa, lo mejor
es ceñirse a las formas más simples de análisis y no aventurarse-
más allá de los porcentajes sencillos y los modelos de correla­
ción claros. Por ejemplo, Trevor Lummis analizó un conjunto:'
de treinta y cinco entrevistas para un programa de la Open'.
Univcrsity sobre "Los datos históricos y las ciencias sociales*»
que se referían a la disminución del servicio domestico a prin­
cipios del siglo xx. Se ha apuntado que una de las razones
de la misma podría haber sido que los miembros de la dase
media deseaban una vida familiar más privada y que la pre­
sencia de los sirvientes favorecía el distanciamicnto de los com­
ponentes de la familia. Una primera lectura de las entrevistas
daba a entender, sin embargo, que las «barreras sociales eran'
menos acusadas cuando en un hogar había niños pequeños..
Tomando como indicador los hábitos de las comidas diarias,
elaboró la siguiente tabulación: V

Familias en que los,


Familias en que los sirvientes compartían
sirvientes comían con los dueños al me
Familia con aparte de los dueños nos una comida diaril
% % ■;

un sirviente vj
e hijos 8 92
un sirviente
sin hijos 80 20 í,t
dos sirvientes
e hijos 67
» t
dos sirvientes ’úi
sin hijos 100 0 .Si
$
Estas cifras demuestran de modo bastante concluyente que 1*
presencia de niños en el seno de estos hogares reduce la sepa-.
LA VOZ DEL PASADO BIBLIO TE C A 281
. . . Pí üEl ?*
ración social en las comidas. También sugieren que el número
de criados de la casa puede también ser determinante, pero
no lo prueban: ello requeriría más cifras de hogares mayores.
No obstante, siempre que los números sean suficientes y que
se haya determinado las fuentes de sesgo en la selección de los
informantes, el historiador puede hallar un buen apoyo en el
científico social, pues en los estudios cuantitativos el efecto de
los errores de recuerdo repercute en un descenso de toda la
correlación entre las variables al empañar todas las muestras
de un modo imprevisible y confuso, más que distorsionarlas
en una dirección concreta. En palabras de Richard Jenscn, “ eso
significa que los valores reales de las correlaciones son más
altos de los observados. En otras palabras, si el historiador
defcubre que una pauta interesante está basada en datos erró­
neos, puede tener la seguridad de que dicha pauta era aún más
marcada en su momento; sin duda una conclusión acertada".11
Un recuento y un cálculo de porcentajes lo puede hacer
cualquiera. Una calculadora de bolsillo acelerará el proceso,
pero, si se trata de un centenar de entrevistas a lo sumo, unos
recursos mecánicos más elaborados pueden suponer una pérdida
antes que un ahorro de tiempo. Incluso con un ordenador per­
sonal se necesitará tiempo para introducir la información de­
bidamente. Y si se utiliza un ordenador perteneciente a una
institución, lo más probable es que se pierda mucho tiempo
para obtener los resultados ya que no se dispone de él donde
y cuando se desea. Los programas ya elaborados expresamente
para el análisis estadístico de historias de vidas resultan pro­
bablemente demasiado toscos c inadecuados para las entrevistas
transcritas.14 Y la etapa que más tiempo requerirá, se cuente
o no con tales medios, será la de lectura detallada y crítica,
y categorización del material.
El cómputo preliminar puede sugerir cómo se ha de llevar
a cabo la interpretación. Pero, al suscitar nuevas cuestiones,
puede plantear la necesidad de un nuevo trabajo de campo. De
hecho no podemos hacer la neta separación que hasta aquí
hemos dado por supuesta. La situación suele ser muy diferente:
una continua evolución fluctuando entre los entresijos de las
grandes teorías, los pequeños indicios y la estrategia práctica
del trabajo de campo. Lo que inicialmente se consideraba el
problema principal puede resultar ser un planteamiento erró­
neo, un callejón sin salida; y al proseguir el trabajo de campo,
282 PAUL THO MPSON'"

desplazarse el interés hacia otras áreas de indagación o hadáis?


la búsqueda de otro grupo de informantes. O bien la teoría
original no concuerda con los hechos descubiertos. ¿Se puede
modificar la teoría? ¿O es mejor mirar los hechos desde otráif
perspectiva distinta? No existe, por supuesto, ningún procedí-¿
miento preestablecido por el que se pueda llevar a cabo la in-7
terpretación que se persigue. Ésta exige por definición flexibi-''
lidad e imaginación. No todas llegarán a buen término. Escalar ¡;.
las cumbres históricas es peligroso. Y pocos problemas realmente ?
interesantes se ven finalmente resueltos. No obstante, en la,i
imaginativa combinación de la interpretación y el trabajo de
campo, el historiador individual tiene una ventaja concretaí
sobre el proyecto a gran escala. Al poder considerar el materialj
en su conjunto, en profundidad y desde muchas pcrspcctivas,í
y al estar el trabajo de campo bajo un control directo, súé
flexibilidad interpretativa puede ponerse por completo al serví-';
ció del objetivo primordial. De hecho todo el método se basa
en la combinación de la exploración y la pregunta en el diálogo-
con el informante: el investigador puede esperar encontrar^
con lo insospechado tanto como hallar lo previsto. De aquí su
reconocida efectividad en la generación “ de conceptos, suposL
dones c ideas, tanto a nivel local y situacional como de cstruc?
tura histórica, al igual dentro de un mismo campo como rela­
cionándolo con otros”. En cambio, es un conocido defecto de
los proyectos a gran escala que, aunque pueden abarcar una
gama mayor de posibles explicaciones y fuentes, no pueden estar
tan sujetas a un control sutil ni a las modificaciones de detalle;
parten de un diseño establecido, el trabajo en equipo está orga;
nizado sobre esa base, el tiempo es limitado y el trabajo de
campo ha de estar terminado antes de redactar el primer borra­
dor del informe final; y una vez se ha iniciado el análisis dd
trabajo de campo, se hace patente que gran parte del material es
de escaso interés, en tanto que si se hubiese explorado más pro­
fundamente tal o cual área concreta... El historiador individual
no se dará por satisfecho sin esa ulterior investigación.
Podemos expresarlo de otro modo valiéndonos de la com­
paración del historiador con el científico. La investigación cien­
tífica avanza por medio de una fluctuantc secuencia de teoría
general, observaciones e indicios, experimentos, hipótesis de
trabajo puestas a prueba en más experimentos, callejones sin
salida, y nuevos indicios y comprobaciones hasta que al fin uní
LA V O Z DEL PASA DO 283

hipótesis se cumple en todas las condiciones, y, en su caso,


se plantea una rcformulación de la teoría. Todo trabajo histó­
rico sufre la inevitable desventaja de tener que trabajar con
los casos reales asequibles más que con experimentos ideados
a propósito. Como sugirió Edward Thompson, los historiadores
han de confrontar sus ¡deas con un proceso lógico más cercano
a la prueba judicial, siempre vulnerable por el posterior descu­
brimiento de evidencia. 16 Pero el gran proyecto, especialmente
si incluye la investigación de campo, tiene el inconveniente
adicional de meter en uno solo todos los pasos experimentales
de las fases fundamentales del proceso de investigación. Y se
ve por lo tanto inmovilizado por todo descubrimiento lo bas­
tante importante como para cuestionar, sus presupuestos. De
faquí la tendencia de los hallazgos de los sondeos a elaborar
lo obvio. A ello dedican sus mayores recursos en detrimento
de —para decirlo en palabras de Jan Vansina— "la fuerza de
la duda sistemática en la indagación histórica": la autentica
esencia del avance creativo de la interpretación histórica.
Todo esto es un tanto abstracto. Consideremos un ejemplo
de la interacción entre teoría y trabajo de campo en la práctica.
Peter Fricdlandcr expuso de manera inusualmente clara, en su
introducción a The Emcrgencc o¡ a UAW Local 19)6-19)9, A
Study in Class and Culture, su procedimiento de investigación.17
En principio disponía de ciertos hechos — como cifras globales
del censo, fechas, y una vaga narración procedente de docu­
mentos contemporáneos— y también de varias teorías gene­
rales, como la marxista de la lucha de clases subyacente a la
historia del trabajo, y los conceptos de Max Weber de racio­
nalidad c individualismo como esenciales para una época bur­
guesa. Pero las lagunas eran enormes. No existía evidencia
documental sobre las actitudes respecto al poder en la fábrica
y cómo cambiaron aquéllas al organizarse el sindicato; de
quién creó el núcleo de dirigentes del mismo, que relaciones
mantenía con los grupos sociales de la fábrica y si dichos diri­
gentes eran un reflejo de la opinión o la motivaban; o de
cuáles eran de hecho los grupos sociales clave de los trabaja­
dores de la fábrica, cuáles eran sus actitudes hacia la lucha del
sindicato y de qué modo ésta afectó sus vidas y perspectivas
personales. Y por su parte, los conceptos teóricos no encajaban.
Esta lucha sindical no tuvo lugar propiamente en el seno de
una sociedad capitalista industrial altamente desarrollada. La
*
• '4'
284- PAUL THOMPSON >
.i;?
•«r-
mayoría de los trabajadores habían inmigrado a la ciudad en f
que trabajaban desde unos contextos sociales bastante diversos. í.
Su lucha por sindicarse también formaba parte por tanto de «
una más amplia transformación de las culturas sociales de los v
individuos y familias emigrantes: en este caso los religiosos
eslavos, los revolucionarios nacionalistas croatas, los artesanos
yanquis y escoceses, las familias rurales de los Apalaches y las
urbanas de los negros americanos. Estos subgrupos culturales
específicos iban a suministrar la clave de la interpretación. Sin
embargo, como Friedlander observa:

la historiografía del trabajo, que ha tendido a asumir la


presencia de un trabajador moderno, racional c indivi­
dualizado, ha contemplado generalmente el proceso de
sindicación en unos términos estrictamente racionales,
institucionales c interesados. El problema de la cultura '
y la praxis se ha pasado por alto en silencio.

Aun cuando se utilice para la historia del trabajo un marco


teórico explícitamente marxista, existe la tendencia a consi­
derar toda una parte de la sociedad

como si se tratase de un individuo, y el problema en­
tonces es explicar la formación institucional como, re­
sultado de un 'proceso en el serio de la conciencia de este
quasi individúo. /

Pero no siempre es fácil localizar esta supuesta racionalidad;


ni explicar su ausencia en un caso concreto en términos de
conceptos teóricos generales tales como, por ejemplo, “ falsa
conciencia” :

En cada coyuntura en que se aprecia un vacío entre las


abstracciones de la economía política del trabajo y la
realidad concreta del individuo, grupo mayor o menor
de personas, familia o vecindario — o del carácter y la_
cultura— aparecen unas nociones psicológicas ad hoc in­
vestidas de una capacidad de explicación sorprendente-'
mente ubicua. Tales nociones ignoran uno de los proble­
mas básicos del pensamiento histórico: la naturaleza de
las relaciones entre esos muchos estratos de la realidad
social ... la compleja estructura de las culturas y de las
relaciones que se establecen e influyen recíprocamente.
LA VOZ DEL PASADO 285

En el curso de la investigación se puso de manifiesto que


tan sólo los trabajadores protestantes americanos cualificados
y establecidos largo tiempo podían ser descritos en los clásicos
términos individualistas. De ese grupo salieron la mayoría de
los dirigentes, aunque también incluía a muchos que no se
interesaron por el sindicato. Los de los Apalaches también
actuaban como individuos, pero principalmente sobre una base
moral; se unieron al sindicato relativamente tarde, cuando cre­
yeron que su causa era justa, y, una vez integrados en él, le
eran tan ciegamente fieles como a sus sectas religiosas. A los
emigrantes más antiguos del este de Europa les afectaba mucho
más lo que era correcto e incorrecto para la comunidad en
términos éticos o sociales, y actuaban explícitamente como
grupo. Aunque personalmente timoratos y sumisos, les desa­
gradaban los capataces y la dirección, y se convirtieron en fie­
les seguidores del sindicato. Sus hijos, en cambio, eran mu­
cho más activos y contestatarios, y concretamente un grupo
de jóvenes polacos pertenecientes a las pandillas del vecindario
desempeñó un destacado papel en la lucha. Al igual que los
eslavos más antiguos, actuaban conjuntamente pero con poca
conciencia social y política; eran pragmáticos, oportunistas,
los incontrolados militantes de movimientos espontáneos ca­
paces de romper un contrato con .la huelga y dotar de hombres
a los piquetes. Era como si el sindicato fuese para ellos "una
pandilla mayor y mejor”.
Solamente después de haber identificado estos grupos y
sus actitudes se.podía reconstruir con sentido la narración de
la lucha. Sin embargo, no solamente no se disponía al principio
de ninguna de estas informaciones, sino que tampoco se las
consideraba necesarias. El descubrimiento de la información y
el desarrollo de una interpretación fueron a la par a raíz de las
conversaciones que, a lo largo de dieciocho meses, mantuvo
Friedlander con el dirigente del sindicato Edmund Kord. Éste
poseía una memoria extraordinariamente completa y detallada,
y de hecho iba recordando cada vez más cosas al ir centrándose
en aquellos tiempos pasados. Friedlander pasó con él una se­
mana entera tres veces, y cada una de esas prolongadas se­
siones dio lugar a borradores, comentarios, preguntas y más
extensión en el tema. Uno de los intervalos entre las sesiones
incluyó la grabación de seis horas de conversación telefónica;
el otro, setenta y cinco páginas de correspondencia. Hubieron
286 THO M PSO N
'Jj
de crear no sólo los hechos que se necesitaba, sino también íü
un entendimiento mutuo y el lenguaje de la discusión. Y si la
“ densa descripción” en la que finalmente se funden los hechos wj
y la interpretación no le permiten dar el último paso hacia una
nueva teoría, le permiten en cambio sentar las bases de la misma
en las acusadas diferencias que pone de manifiesto entre genera­
ciones tanto como entre los diversos grupos sociales de la fá- ,
brica, así como en las particularidades de cada conciencia.
Los divergentes derroteros que toman las distintas genera- .V
dones del mismo grupo laboral quedan también expuestos en •
el notable estudio de Tamara Harcvcn sobre Manchcstcr, otrora >
capital textil de Nueva Inglaterra. Fundada por la Amoskcag
Company en los años 1830, la ciudad creció, en torno a sus *
factorías en expansión, y la promesa de trabajo estable y bien .*
pagado atrajo a sucesivas oleadas de emigrantes. A comienzos ’
del siglo xx, su complejo de treinta telares que empleaban a '
diecisiete mil obreros constituía la planta textil más grande del ?-
mundo. La gigantesca fábrica era tan fundamental para sus vidas',
que la gente de Manchcstcr creía que perduraría por siempre: y
“ Pensabas que siempre estaría allí” . Sin embargo al cabo de;
dos décadas, obligado a competir con la mano de obra más ,
barata y la maquinaria más moderna de otras regiones, el gi­
gante moría. Amoskcag quebró y cerró sus puertas en 1936. ,
Parte de los telares fueron recuperados más tarde por firmas ■
más pequeñas y Ja fábrica fue resistiendo durante cuarenta años
hasta que el último telar cerró definitivamente en 1975. In-';
cluso entonces, hubo obreros que vertieron lágrimas: “ Echaré1
de menos a la gente con la que trabajaba, echaré de menos i \
la fábrica...”, “ es como una segunda casa”. 11 La revolución
industrial había llegado y había pasado: una perdurable alego­
ría del sino de gran parte del mundo occidental.
Tamara Hareven ha publicado dos libros sobre Manchcstcr. ■
El primero, Amoskeag (1978), era un emotivo documento de
gran fuerza expresiva basado en las fotografías de Randolph Lan-
genbach y en los testimonios de antiguos obreros: la obtención,
del puesto de trabajo y el aprendizaje, l»s satisfacciones y las .
tensiones del trabajo, las bromas, el paternalismo de la empresa'
y las últimas luchas con Amoskeag. Es un testamento del tra­
bajo fabril, auténtico centro de la vida de sus gentes y ahora
en situación de precariedad, en boca de los propios hombres
y mujeres de Manchester. Family and Industrial Time (1982),
287
rf56rr
LA VOZ DEL PASA DO

i,• en cambio, es una interpretación reflexiva y analítica que revisa


una gama más amplia de fuentes. Junto a extractos de entre­
vistas, los argumentos están respaldados por numerosos cuadros
procedentes de los censos locales y de los archivos laborales de
Amoskeag. Hareven aporta una historia laboral de la firma,
más ampliamente documentada, haciendo referencia a las polí­
ticas paternalistas, a la dirección científica, a los enfrentamientos
con los trabajadores y al sindicalismo, así como al análisis de
los modelos de trayectoria dentro de la empresa y a las oportu­
nidades de promoción en las factorías.
Lo más penetrante del libro procede, no obstante, de la
yuxtaposición del mundo de la fábrica y las vidas de las fami­
lias de los obreros de Manchcstcr que la historia oral posibilita.
f El resultado viene a poner en tela de juicio muchos puntos
de vista ampliamente asumidos. Demuestra, por ejemplo, que
no es la familia “ moderna” de carácter nuclear la que mejor
se adapta a una catástrofe del calibre del exceso de mano de
obra generalizado, fcino la más “ tradicional” familia extensa
que puede seguir siendo efectiva cuando se dispersa, o más
efectiva de hecho precisamente por estar dispersa. La familia
extensa fue el canal de reclutamiento para la fábrica de los
trabajadores emigrantes y, en último termino, fue la red de
seguridad en la rcccsión. O que los trabajadores que no habían
tenido una trayectoria de estabilidad resultaron mejor predis­
puestos a adaptarse a tales crisis que los que la habían tenido.
Estos hallazgos están dispuestos además en un marco teórico
claramente articulado de "tiempo familiar” y “ tiempo laboral”:
la lucha entrecruzada de los “ planes de vida” familiares y la
historia fabril. La analogía del tiempo tal vez sugiera una ex-
¡ ccsiva certidumbre de las conclusiones, pero denota bien las
¡ agudas diferencias en las experiencias y las oportunidades de
cada generación, por más que ciertos aspectos del ciclo vital
se repitan constantemente. Mientras que a una generación la
Amoskeag le daba la seguridad de una familia paternal, y opor­
tunidades de promoción, a la siguiente le ofrecía una tensa
pesadilla, y a la última la desesperanza del barco que zozobra.
Las fluctuaciones de la conciencia de la comunidad — leal, mili­
tante, desesperanzada— eran un reflejo del momento histórico
en el que la juventud de cada generación franqueaba las puertas
de la fábrica.
288 PAUL TH O M PSO N *

Esa capacidad de conectar unas esferas de la vida separadas ífv


es una potencia intrínseca de la historia oral en el curso de la |
interpretación histórica. Al estudiar la transición de una cultura l
a otra, ya sea en el tiempo o a través de la emigración, no sólo \
podemos mirarlas separadamente sino también observar la senda
que siguieron los individuos de la una a la otra. Y casi todas
las vidas individuales discurren entre los limites del hogar y
el trabajo. Salirse de esas casillas conceptuales puede dar lugar
a nuevas y sorprendentes hipótesis aun cuando se trate de un
estudio a pequeña escala. En demografía, por ejemplo, estuvo
aceptado que la limitación de la familia y el control de natali­
dad se extendieron mediante la "difusión" de actitudes desde
las clases medias profesionales descendiendo la escala social !
hasta la clase obrera. Se habían detectado algunas excepciones,' i
como la baja fertilidad de los obreros del algodónj pero fue
un proyecto piloto de. historia oral de Diana Gittins el primero
en indicar ciuc el modelo básico de "difusión” era falso: las
mujeres obreras cambiaban sus prácticas de control de nata­
lidad por diversas influencias — entre las que cabe destacar la
discusión del tema en el trabajo— más que por la directa de
la dase media. De hecho, las que tenían contactos más estrechos
con las familias de clase media, caso de las que trabajaban en
el servicio domestico, eran las que menos información recibían
al respecto. E incluso los médicos y las enfermeras eran de es­
casa ayuda, cuando no positivamente equívocos, para las pa­
cientes obreras. Esta primera constatación realizada merced i
la historia oral dio pie a una investigación en profundidad que
incluía análisis estadísticos de las tasas de fertilidad de las
obreras y el uso de archivos clínicos anteriores que ella había
publicado en Fair Sex (1982). Su rcintcrprctación constituye
por partida doble un resultado típico de la historia oral, puesto
que la teoría de la “difusión” esgrime la confianza de las clases
medias en una transformación social, que tanto debe a las aspi­
raciones de las propias mujeres obreras.
Si las mujeres de la clase obrera han jugado un papel tan
crucial en el profundo cambio social señalado por la transición
demográfica operada entre los años 1870 y los 1920, de la cual
tantas otras se siguieron a los niveles social y económico, ¿por
qué se han retrasado tanto respecto a los hombres en el recono­
cimiento de sus intereses colectivos en la política y el sindica­
lismo? Políticos e historiadores de sexo masculino han dado
I
LA V O Z DEL PASA DO 289

con demasiada frecuencia por “ natural que las mujeres desem­


peñasen un papel menos activo en el movimiento obrero; y
cuando el problema se ha tomado siquiera en consideración,
ha sido en términos de puesto de trabajo y de la vida laboral
más corta e interrumpida de las mujeres. Pero las investiga­
ciones de Joanna Bornat sobre los sindicatos textiles de York-
shire demostraron que la conciencia de las mujeres estaba con­
figurada por la subordinación en el hogar en igual medida que
en la fábrica. Encontraban sus empleos a través de contactos
familiares, en la fábrica eran adiestradas por parientes, sus
sueldos se les entregaban a sus madres y eran los padres quienes
decidían si se sindicaban o no; y si lo hacían, sus cuotas eran
recogidas a la puerta, no dentro de la fábrica.19 En pocas pa-
f labras, la división masculina de los mundos del trabajo y del
hogar ha ensombrecido toda comprensión adecuada de la con­
ciencia de clase de las obreras. Pero una Historia que sea in­
capaz de dar cuenta de ella descansa sobre unos cimientos
agrietados.
Existe indudablemente el peligro de que las fuentes orales,
por sí solas, den pábulo a la ilusión de un pasado cotidiano
en el que tanto la esgrima política contemporánea como las
invisibles presiones de los cambios económicos y estructurales
queden olvidados, precisamente porque rara vez afectan direc­
tamente a las memorias de los hombres y mujeres corrientes.
Es imprescindible que éstas se sitúen en un contexto más am­
plio. Pero, como «hemos visto, también pueden ayudarnos las
fuentes orales a comprender la constitución de ese contexto
mismo. Y nos ofrecen, además, una prometedora perspectiva
de avance en dicha comprensión en un sentido fundamental.
Hacen pensar primeramente en una concepción equívoca
de la dinámica del cambio social. La cual se describe casi siem­
pre en unos términos que reflejan la experiencia de los hom­
bres: de presiones colectivas e institucionales antes que perso­
nales, de la lógica de la ideología abstracta que actúa a través
de la economía, de la política, de un entramado elitista de sin­
dicatos y grupos de presión. Detrás están las contradicciones
más profundas de la organización social y económica de la que
todo eso es exponente, a veces abiertamente a veces subrepti­
ciamente. Pero también se deja de lado otro elemento crucial:
el efecto acumulativo de la presión individual por el cambio.
Es eso lo que surge inmediatamente en las historias de las vidas;
290 PAUL THOMPSON S
• £
las decisiones que los individuos toman de mudarse o de me- '
jorar una casa, de abandonar una comunidad y emigrar hacia )
otra, de dejar un empleo que se ha hecho insoportable o de1,
buscar otro mejor; de poner dinero en el banco, o invertirlo
en acciones o en un negocio propio; de casarse o de separarse,
de tener hijos o no. Los cambios en las pautas de millones de
decisiones conscientes de esa índole tienen tanta, y probable­
mente ma's, importancia para el cambio social como los actos
de los políticos que nutren habitualmcntc la nómina de la
Historia.
Eso se hace evidente tan pronto fijamos nuestra atención
en los cambios sociales a largo plazo del mundo occidental en
el último siglo. El flujo y el reflujo de los derechos políticos
y las libertades civiles, y la creciente intervención del estado
en la educación y en las prestaciones sociales han sido el resul­
tado de la presión colectiva y de la decisión política. Y la pre­
sión colectiva de los sindicatos ha mantenido la participación
de los trabajadores en los beneficios y recortado las horas des­
tinadas al trabajo asalariado. Y aún no hemos mencionado los
dos cambios más asombrosos: el ascenso de la productividad
económica y de los estándares de vida, y la reducción del nú­
mero de hijos. Ninguno de los dos es resultado de la interven­
ción política (en realidad ningún estado ha demostrado siquiera
la capacidad de influenciarlos, de no ser ocasionando desastres
involuntarios). La verdad es que la mecánica del cambio tanto
de la economía como de la población, con ser básico para todo
lo demás, se ha entendido de un modo muy imperfecto.
Y seguirá siendo así mientras no incorporemos a la estruc­
tura de la interpretación la función acumulativa del individuo.
Eso implica reconocer que una alta proporción de decisiones
individuales cruciales pueden ser tomadas por los hombres o
por las mujeres indistintamente, y no solamente en esferas como
la familiar sino también en otras como la emigración o el tra­
bajo (las mujeres cambian de empleo con más frecuencia que
los hombres). La misma importancia tiene la necesidad de co­
nocer de qué modo las ideas públicas, las presiones económicas
y colectivas, obran recíprocamente a nivel individual para con­
formar esas miríadas de decisiones — opciones económicas;
configuración de ideas mediante la socialización, las amistades
y determinados medios de comunicación; evolución de actitu­
des en la experiencia familiar infantil y adulta— que acumula- -
la voz d e l p a sa d o 291

tivamcnte dan forma a la historia de cada vida y pueden dar


la medida y marcar la orientación del cambio social. Por decirlo
de otra manera, el producto de las personas es tan motor del
cambio social como el producto de las cosas.
Un ejemplo puede ser útil. Cuando comencé a investigar
para Living thc Fisbing (1983) tenía claro que la economía
configuraría las relaciones familiares, y de hecho resultó ser
verdad que las mujeres de las familias pescadoras de diversas
partes del mundo desempeñaban en gran manera la responsa­
bilidad y autoridad familiares a causa de las frecuentes ausencias
de sus maridos, si bien se puede establecer una gradación desde
el matrimonio "en sociedad", común entre los pescadores cos­
teros cuyas esposas trabajan con ellos en la limpieza y venta
del pescado, hasta los pescadores de altura que son efectiva­
mente unos padres ausentes cuyo papel han de suplir sus es­
posas. Al desentrañar esa gama de posibilidades quedó de
manifiesto todo un complejo de influencias en el que la eco­
nomía, la propiedad, el espacio, el trabajo, la religión y la
cultura de la famili^ tomaban parte.20 Pero la influencia eco­
nómica no actuaba en una sola dirección. En un puerto tan
próspero como el de Abcrdeen, la vida a bordo se hizo tan
feroz y la vida familiar se deterioró tanto a causa de la bebida
y la violencia que la siguiente generación respondió con la de­
serción: las madres enviaron a sus hijos a buscar otros trabajos,
y las muchachas buscaron unos maridos que no fuesen pesca­
dores. También la cultura familiar fue crítica para la super­
vivencia económica de las comunidades de familias propietarias
de una embarcación, pero de un modo muy diferente. Aquí
la valoración de la iniciativa personal, ampliamente extendida
entre los pescadores, viene dada por la necesidad de adaptarse
a los rápidos cambios de los aperos, la tecnología y los mercados.
Parte del secreto de muchos de los puertos prósperos resultó
consistir en la inculcación desde la infancia de una mentalidad
de trabajo duro, frugalidad, logro e independencia. Pero ese
aprecio de los valores individuales conllevaba la aceptación de
cierta excentricidad, como la valoración de la creatividad. Y
la transmisión de tales valores se veía propiciada por la amabi­
lidad.típica de la crianza de Shetland, donde se fomenta que
los niños hablen y razonen por su cuenta en el seno de un
hogar relativamente igualitario; mientras que era inhibida por
la familia más autoritaria, coercitiva, jerárquica y machista ca-
292 PAUL THOM PSON A

ractérística de Lewis. Con unas oportunidades aparentemente;


iguales, la pesca floreció en un sitio y se fue a pique en el otro.
Desde luego las restricciones impuestas por el sistema eco­
nómico, la tecnología y los recursos son fundamentales en la
determinación del modo de vivir su vida los hombres y las
mujeres. Pero la economía es una creación social, y parte de
su elaboración se produce en la familia. El trabajo no remu­
nerado de la mujer en el hogar, además de mantenerlo, asienta
una parte de los cimientos del futuro mediante la crianza de
los hijos, fuerza de trabajo de ese futuro. Tanto la transmisión
de valores entre generaciones como el modelado de la persona­
lidad en el seno de la familia son cuestiones de una importancia
vital para la interpretación histórica. Y exigen un examen a
muy distintos niveles, incluyendo, como ya se ha visto, el de
las pautas culturales y las configuraciones emocionales que se
repiten en las distintas familias a través de las generaciones.21
Pero conjugar todo esto exigirá también un gran salto imagina­ •I
tivo en nuestro uso de la teoría.
Podemos pasar ahora a una de las dos formas principales
a
de interpretación teorética. Por una parte están las grandes
teorías de la organización social, el control social, la división
del trabajo, lá lucha .de clases y el cambio social: los funda-
mentalistas y otras escuelas sociológicas, y la teoría histórica
del marxismo. Por otra, la teoría de la personalidad individual, ••
del lenguaje y el subconsciente,* representada por el enfoque j.
psicoanalítico. Ambas pueden yuxtaponerse; como en el caso I
de una biografía individual, pero no se ha hallado ningún modo 1
satisfactorio de integrarlas. La psicohistoria ha recurrido simple- j
mente al tosco procedimiento de “ analizar” grupos enteros —e
incluso sociedades enteras— como si se tratase de un solo indi- j
viduo con una sola experiencia vital. Las dificultades de una ; :j
conciliación más sutil han quedado de manifiesto muy claramen- ;*
te en los debates sobre el marxismo, el feminismo y la historia •.
de las mujeres. El problema fundamental radica en el hecho de i
que cada tipo de teoría le vuelve la espalda a la otra. El marxis- y
mo, como la teoría sociológica en general, se empeña deliberada- f:
mente en minimizar el papel del individuo en tanto que opuesto''**'
al grupo social. El psicoanálisis dice fundamentarse en la perso­
nalidad humana elemental y ser, pues, independiente de la his- '■
toria. Mientras que el marxismo se basa en la creencia de que <
los hombres y mujeres crean su conciencia a través de lo que ha-

i
LA V O Z DEL PASA DO 293

cen, el psicoanálisis freudiano arquetípico sostenía que la con­


figuración fundamental de la personalidad se completa en la in­
fancia, con anterioridad a los límites de la acción consciente
recordada. Eso deja pocos puntos de apoyo sobre los qué tender
un puente entre ambos tipos de teoría. Ésta es, no obstante,
una tarea esencial si la historia ha de aportar una interpretación
significativa de la experiencia de la vida en común. Tarea en la
que la historia oral tendrá un papel vital. Su evidencia combina
intrínsecamente lo objetivo con lo subjetivo y nos orienta entre
el mundo público y el privado. Solamente rastreando las his­
torias de las vidas individuales es posible documentar las co­
nexiones entre el sistema general de estructuras económicas, de
clase, de sexo y de edad, por un lado, y la evolución del carácter
por el otro, a través de la mediación de las influencias de los
padres, los hermanos y otros familiares, los grupos de relación
y los vecinos, la escuela y la religión, la prensa y los media,
el arte y la cultura. Sólo cuando se haya establecido con pre­
cisión el papel de esas instituciones intermediarias en, ponga­
mos por caso, la socialización de los roles de sexo y de clase,
se hará posible una integración teorética. Entretanto tan sólo
podemos preguntarnos hasta qué punto el sistema económico
y social moldea la personalidad o el sistema mismo es determi­
nado por los mecanismos biológicos básicos. Podemos esperar
asimismo empezar a entender esas amplias áreas del cambio
social en el seno tanto"de la familia como de la economía — a
través de la emigración, los cambios de empleo, tener hijos o
no, etc.— que son condicionados no solamente por las insti­
tuciones públicas y las presiones colectivas, sino también por
la acumulación de millones de decisiones individuales privadas.
Ya se puede apreciar algún inicio de tales empresas, pero sería
una necedad pretender más por ahora. Ello representa, no obs­
tante, de cara al futuro, probablemente el mayor desafío y a
la vez la mayor contribución que la evidencia oral puede ofrecer
a la elaboración de la Historia.

Hace diez años terminaba este libro con una breve mirada
hacia ese futuro. Muchas de las cosas que esperaba se han lleva­
do a cabo. Toda una serie de publicaciones han reivindicado la
historia oral, tanto empíricas como teóricas. Mientras los opo­
nentes más aferrados a la tradición continúan desacreditando
—sobre todo en privado— , el debate principal ya no se da en
términos de si utilizar la historia oral o no, sino planteándose
la mejor manera de utilizarla. Existe una conciencia más gene­
ralizada de que toda evidencia histórica está moldeada por la
percepción individual y seleccionada a través del sesgo social,
y de que expresa mensajes de prejuicios V de poder. Este doble
sentido de la naturaleza de la Historia había sido un tema
largamente eludido por los historiadores.
Es más: unos usos de la Historia completamente nuevos •
han visto la luz en los movimientos de la terapia de rememora­
ción y el drama de rememoración. Y hablando de modo más
general, se ha producido una aceleración en los cambios rela­
tivos a los recursos. La presencia de colecciones de historia ,
oral en las bibliotecas locales y regionales se ha extendido con -
rapidez, y está ocurriendo lo propio en los archivos sonoros ,
nacionales. Ya no exige tanta imaginación y esfuerzo por parte
de un profesor el uso de grabaciones, o que un musco las in­
corpore a un;, exposición. Y con el tiempo será relativamente s
fácil encontrar un extracto de grabación de una determinada
persona, acontecimiento o tema, ya sea de historia social o
política. Ünica, a menudo cncantadoramcntc sencilla, epigramá-
tica, a la par que representativa, la voz puede traer el pasado
al presente como ningún otro medio. Y su uso cambia no sólo
la textura de la historia sino también su contenido. Desplaza
el enfoque; de las leyes, las estadísticas, los administradores y
los gobernantes, a la gente. El equilibrio se altera: la política y
la economía pueden ser ahora consideradas — y por lo tanto juz­
gadas— desde el lado de los receptores lo mismo que desde .
arriba. Y se hace posible contestar cuestiones que ya se había
dado por cerradas, extendiendo campos establecidos tales como
la historia política, la historia intelectual, la historia económica
y social, y confiriendo a otras áreas de indagación nuevas — his- ‘
toria de la clase obrera, historia de las mujeres, historia de la?
familia, historia de las minorías raciales y de otra índole, histo- ‘
ria de los pobres y de los analfabetos— una dimensión comple­
tamente nueva. Tenemos ya en los títulos existentes — Aken-
field, Where Beards Wag All; Working, Worfdess; Pit-men,
Preachers and Politice, Prom Moulhs of Men; División Street,
The Classic Slum; Bclow Stairs, The Children of Sánchez; All
God's Dangers, Blood of Spain; The Dillen, The Leaping
Haré— las primeras golondrinas de un nuevo verano. Al se­
guirles otros, la Historia cambiará y se enriquecerá.
I
LA V O Z DEL PASA DO 295 j
El nuevo equilibrio en el contenido de la historia, y en las i
fuentes de su evidencia, alterará su enjuiciamiento, y también, !
eventualmentc, su mensaje en cuanto mito público. Encontra- '
remos en el pasado un elenco de héroes distinto: la gente
corriente además de los líderes, las mujeres al igual que los
hombres, los negros lo mismo que los blancos. La Historia,
que otrora sólo podía llorar por un Carlos I en el cadalso,
puede ahora compartir la aflicción del viejo viudo analfabeto
Nate Shaw,' aparcero negro de Alabama arrestado por dos
veces, en la pérdida de su esposa Hannah:

Me sentía igual que si se hubiese ido mi propio corazón,


f Había estado con ella cuarenta años, y fueron cortos,
cortos, excepto al arrancarme y meterme en la cárcel. La
escogí entre las chicas de este país y eso fue la cosa más
fácil de hacer del mundo... Era una chica cristiana cuando
me casé con ella. Y era una mujer que todo lo que alcan­
zaban sus manos y sus brazos, todo lo que la rodeaba,
todo quería tenedlo limpio. Y yo también he estado lim­
pio, todo lo que he podido. Pero en otros tiempos he j
vagabundeado por ahí, lo hice. Reconozco mi parte de i
equivocación... Me gustaban las mujeres, pero... me
guardaba desesperadamente de perseguir demasiado a
otras mujeres cuando la tuve a ella. A pesar de todas las
circunstancias, yo no era un hombre que se fuera ense­
guida con las mujeres y no importa lo que dijera a otra
mujer o lo que haya hecho, yo ponía a mi mujer en el
primer lugar... Ahora sí que la aprecio. La aprecio por
lo que era: era una madre para sus hijos, era una madre
para sus hijos, y cuando me metieron en la cárcel, todos
los doce años, ella estuvo con sus hijos, ella no flaqueó...
Yo quería a esa moza y ella bien que demostró que me
quería a mí. Se quedó a mi lado todos los días de su
vida y ha cumplido con el deber de una mujer. No tenía
ni un pelo de perezosa y era severa para ella y a mí no
me decía mentira. Cada paso que daba, que yo sepa, era
por mi bien. Dice un refrán que un hombre no echa
nunca de menos el agua hasta que se seca su pozo... 22

Habrá más biografías como la de Nate Shaw. De quién,


sólo podemos conjeturarlo. Un antillano cobrador de autobús
de Londres, un obrero de la cadena de montaje de la British
Leyland, la mujer de un calderero de Belfast, una cajera de
296 PAUL THOM PSON

supermercado, un pastor galés, un siderúrgico de Pittsburgh,


una telefonista californiana, un camionero de New South .
'Wales... ¿Quién sabe? Lo mismo que las cuestiones concretas
que la historia oral será capaz de dilucidar. ¿Los enigmas del
conservadurismo de la clase obrera británica? ¿Si la vieja em­
presa familiar era una ventaja o un inconveniente? ¡ ¿Hasta qué
punto la industrialización emancipó a las mujeres 0 las confinó
como amas de casa en una dominación del macho todavía más
limitadora? ¿Qué hace que unos grupos sociales prefieran edu­
car a sus hijos y otros castigarlos? ¿Cómo algunas minorías
perseguidas de emigrantes prosperan, y otras no? ¿En qué
contextos sociales tienen lugar los principales descubrimientos
científicos? La historia oral podría hacer una contribución crí­
tica a cada uno de estos problemas. Cuáles se escoja depende
de quién lo vea primero. i
En principio, las posibilidades de la historia oral se ex­
tienden a todos los campos históricos. Pero son más funda­
mentales en unos que en otros. Y dan lugar a una corriente
de fondo hacia una Historia más personal, más social y más
democrática. Ello no sólo afecta a la historia ya publicada, sino
también el proceso de elaboración. El historiador se ve abocado
a un contacto con sus colegas de otras disciplinas: la antropo­
logía social, la dialectología, la literatura, las ciencias políticas.
El erudito se ve compclido a abandonar su gabinete y salir al
mundo exterior. La jerarquía de las instituciones, de los ense­
ñantes y los enseñados, se rompe merced a la investigación con­
junta. Los mayores y los jóvenes se benefician de un mayor
acercamiento c intercambio. Los clásicos de la historia oral
continuarán sin duda alguna siendo creados por unos individuos
inclasificables. Pero ha habido un cambio en el proceso historio-
gráfico prácticamente inadvertido por los críticos de libros. Cada
vez más grupos de historia oral han llevado a cabo sus propias
publicaciones. Desde luego la mayoría se puede beneficiar de
una interpretación más abundante, y a menudo especialmente
la gente de la localidad puede sacar el mejor partido de todos
sus detalles. Puede tratarse de la historia de una calle y sus
familias, del dueño y los trabajadores de una fábrica, de una
huelga o de la explosión de una bomba; o de remembranzas
relativas al ocio, la educación o el servicio doméstico. Estas
publicaciones locales están reuniendo nuevos materiales histó­
ricos para el futuro, los cuales se habrían perdido de no mediar
LA VOZ DEL PASA DO 297

aquéllas. Es como sacar una muestra del agua de un río en su


desembocadura. Los confines del pasado recuperable mediante
la evidencia oral se reducen inexorablemente día a día por obra
de la muerte. Pero la auténtica justificación de la Historia no es
inmortalizar a unos cuantos viejos; forma parte del modo en
que los vivos se explican su propio lugar y su propio cometido
en el mundo. Los hitos, los paisajes, los modelos de autoridad
y de conflicto se han hallado frágiles en el siglo xx. Al colabo­
rar a demostrar cómo sus propias historias responden al carácter
cambiante del lugar en que viven, a sus problemas en cuanto
trabajadores o padres, la Historia puede ayudar a la gente a ver
dónde se encuentra y adonde tendría que ir. Eso es lo que hay
detrás de la popularidad actual de la historia reciente en Gran
Bretaña. E indica también la determinante importancia social y
rpolítica de la historia oral. Aporta una nueva base para la reali­
zación de proyectos originales no sólo por parte de profesiona­
les, sino también de estudiantes, de escolares, o de la gente de
una comunidad. No han de limitarse a aprender su propia his­
toria, pueden escribirla. La historia oral le devuelve a la gente
la Historia en sus propias palabras. Y al tiempo que les hace
entrega de un pasado, les suministra también un punto de
apoyo de cara a un futuro construido por ellos mismos.

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