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KARL

MARX
MANUSCRITOS
ECONOMIAY
FILOSOFIA

A LIA N ZA
EDITORIAL
Karl Marx:
Manuscritos: economía y filosofía

Traducción, introducción y notas


de Francisco Rubio Llórente

El Libro de Bolsillo
Alianza Editorial
Madrid
Primera edición en «E l Libra de B olsillo»: 1968
Segunda edición en «E l labro de B olsillo»: 1969
Tercera edición en «E l Libro de B olsillo»: 1970
Cuarta edición en « E l L ibio de B olsillo»: 1972
Quinta edición en «E l lib r o de B olsillo»: 1974
Sexta edición en «E l L ib io de B olsillo»: 1977
Séptima edición en «E l L ibro de B olsillo»: 1979
Octava e d id ó o en «E l Libro de B olsillo»: 1980 (m arro)
N ovena edición en «E l l ib i o de B olsillo»: 1980 (diciem bre)

(§> Alianza E ditorial, S. A ., M adrid, 1968, 1969, 1970, 1972, 1974,


1977, 1979, 1980
Calle M ilán, 38; ® 200 00 45
ISBN : 84-206-1319-0
D epósito legal: M . 38214-1980
Im preso en Closas-Orcoyen, S. L . Martínez Paje, 5. Madrid-29
Printed in Spain
In tro d u cció n

La época d e redacción d e lo s Manuscritos es época


d e burguesía triunfante. Tras la instauración d e Luis Fe­
lipe en el trono francés y la consolidación de la inde­
pendencia belga, tod o el O ccidente eu ropeo goaa los
beneficios d e la monarquía constitucional. La Corona
proporciona la cobertura d e legitimidad necesaria para
defenderse con éxito fren te a los nostálgicos, cada vez
m enos num erosos, d el A n d en Régime y asegura e l man­
tenim iento de la «soberanía d e la razón» que las sacu­
didas interm itentes d e quienes se obstinan en no enri­
quecerse apenas logran inquietar. La miseria obrera, que
ya nadie puede ignorar y que la literatura d e la época
comienza insistentem ente a describir, es atribuida Usa y
llanamente a la carencia de virtudes d e quienes la pade­
cen. Con el progreso de los tiem pos la sociedad se ha
espiritualizado, y si los nobles d el A ntiguo Régim en nece­
sitaban recurrir a una supuesta diferencia racial para go­
zar tranquilos d e sus privilegios, los beati possídentes d e
la monarquía burguesa disfrutan en paz lo s suyos, com o
7
F. Rubio Llórente

resultado de una feliz superioridad espiritual que los jus-


tífica.
Los pobres y pecadores, obligados a trabajar catorce
o dieciséis horas diarias y a presenciar la explotación
despiadada de su* hijos y la prostitución de sus hijas, se
sienten naturalmente exasperados en tal situación, pero
más dispuestos a la revuelta que provistos d e ideas para
justificarla. Las asociaciones obreras, vestigios en gran
parte d e las viejas corporaciones m edievales y, por su­
puesto, sañudamente perseguidas, adoptan por necesidad
interior, tanto com o exterior, un aspecto tenebroso, cons-
pirativo, más terrorífico que eficaz, sobre el cual resulta
fácil tejer una leyenda de crím enes sangrientos, deprava­
ción y barbarie. Las esporádicas rebeliones son general­
m ente mas obra de la ira que de la razón, aunque el
furor casi animal no suele ser sanguinario y destruye con
mayor frecuencia las máquinas que las vidas de sus pro­
pietarios. Sólo en Inglaterra com ienza a nacer un m o li­
m iento sindicalista razonado y razonable y el año en que
M arx redacta los Manuscritos es tam bién d año en que
se funda la asociación d e los Equitable Pioneers de
Rochdale.
En e l resto d e Europa s e lucha mientras tanto con los
vestigios d el pasado. E n lo s países d el Sur, las fuerzas
d e la tradición y d el progreso s e enfrentan en una serie
ininterrumpida d e pronunciam ientos y reacciones, tan es­
tériles los unos com o las otras. L os países d el C entro y
d el E ste, vencedores al fin en las contiendas con Napo­
león , conservan, en cam bio, casi intactas las viejas for­
mas. La nobleza terrateniente m antiene la m ayor parte
d e sus privilegios tradicionales y domina absolutam ente
al campesinado. Rusia, nuevam ente cerrada sobre si mis­
ma, es el baluarte d e la reacción, p ero al m ism o tiem po
atiza solapadamente el naciente nacionalismo eslavo, cu­
yos em bates debilitan al Im perio y favorecen la absor­
ción por Prusia de los restantes territorios d e habla d e ­
mana. Bien que el Estado prusiano sea e l más eficaz de
en tre todos los sobrevivientes d el A ntiguo Régim en, esos
territorios ven con recelo al nuevo señor, y más que
Introducción 9

ningún otro la Renania natal de Marx, que conoció bajo


Napoleón un régim en más progresista y en donde com ien­
za a surgir una moderna industria. La burguesía renana
tolera cada vez con mayor impaciencia los rigores del
absolutismo teológico y burocrático de Berlín y se orienta
hacia la fórmula salvadora de la monarquía constitucio­
nal. Sus veleidades de evolución se ven frenadas, sin
embargo, com o frecuentem ente sucede en los países en
igual situación, por los peligros que apuntan en los paí­
ses más adelantados, por los m ovim ientos del cuarto es­
tado que ya se perciben en las naciones modélicas de
O ccidente. Porque, aunque con características muy pecu­
liares, la nación alemana es en aquel tiem po un pueblo
subdesarrollado, tanto en lo económ ico com o en lo polí­
tico. « Los alemanes — dirá Marx por aquellos años—
som os los contem poráneos filosóficos del presente sin ser
sus contem poráneos en la realidad.* Los alemanes no
viven aún (e s decir, no saben si llegarán jamás a vivir)
las formas imperantes en los países progresivos, pero
esas form as están asentadas sobre unos supuestos cultu­
rales d e los que Alemania si participa y el pensamiento
alemán se ocupa d e los problemas que tales form as plan­
tean más qu e d e los que, en rigor, corresponderían a su
presente. E s fácil entender las tentaciones d e radicalismo
qu e asaltan a un pensam iento así situado. O poner a la
propia realidad la ajena y más desarrollada implica, si
no se va más lejos, una aceptación conform ista d e las
deficiencias que en esta última perciben quienes viven
dentro d e ella. Y com o el pensamiento es, d e suyo, maxi-
malista, de m odo que resulta siem pre intelectualm ente
más elegante negar que afirmar, los intelectuales progre­
sistas d e los países subdesarrollados se ven siem pre ten­
tados e incluso obligados a rr más allá del m odelo pro­
puesto, a no postular nunca una reforma y siem pre una
revolución que, al tiem po que elimina los males inhe­
rentes a la situación desarrollada, ahorra los dolores del
tránsito a las sociedades que no lo están, dotándolas d e
una vez d e la estructura óptima.
En los rasgos gigantescos d el pensamiento marxista
10 F. Rubio Llóreme

este proceso es claramente perceptible. La Introducción


a ]a crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, sin duda
uno de los más vigorosos escritos de M arx, afirma ya
rotundamente que Alemania sólo puede verse libre de
los males que la afligen por obra de una revolución que
libere de los suyos a toda la humanidad. Com o pueblo
« que padece todos los males de la sociedad moderna sin
gozar de ninguno de sus beneficios» , ha de aliarse con
una fuerza universal que se encuentre en su misma situa­
ción para hacer una revolución que sólo siendo universal
será eficaz. El recurso al proletariado y el entendim iento
d e su esencia aparecen así en M arx antes de tod o estu­
dio económ ico (un hecho en él qu e no se ha insistido
bastante), sim plem ente porque la radical (gründlich) A le­
mania requiere un altado igualmente radical.
Pero, naturalmente, no se llega en una sola zancada
desde el berlinés Club d e los D octores hasta el movi­
m iento obrero. E ntre 1838 y 1844, Marx ha debido pen­
sar mucho y sufrir muchos desencantos. Para la izquierda
hegeliana a que pertenece, la tarea a realizar es inicial-
m ente la d e la crítica. El Espíritu (e s to es, los hombres
de espíritu ), oponiendo continuam ente la realidad a su
noción, señala las im perfecciones d e aquélla e impulsa
el cambio. Esta tarea, sin embargo, puede ser entendida
d e muy distintas maneras. Cabe reducirse a la crítica de
las construcciones espirituales, a la critica de la Religión,
por ejem plo, que tien e un valor paradigmático, pero que
deja intacta la realidad. Es ésta la «crítica crítica», que
desprecia a la «m asa» y que preconiza Bauer. Frente a
ella, es posible aún otra actitud que, sin dejar d e ser sim­
ple crítica, incide ya directam ente sobre la realidad y que
inicialm ente y no por mucho tiem po sería adoptada por
Marx. Cuando en 1841 Bauer es expulsado de la Univer­
sidad d e Bonn y se le cierran a M arx las puertas d e una
posible carrera de profesor, se inicia la divergencia, y
pronto la hostilidad, entre ambos. Mientras Bauer anima
la Allgemeine Litcratur Zeitung, una revista teórica de
critica literaria, filosófica y artística, M arx acepta un
puesto d e redactor en la Rheinischc Zcitung, un perió­
Introducción 11

dico liberal d e Colonia desde el cual ha d e ocuparse de


la ley sobre el rob o de leña en los bosques o d é la nueva
regulación de la censura. A llí entra en contacto con un
poder r e d que trasciende d e los libros y unas fuerzas
que vivifican este poder y se ocultan tras él. Se trata
d e realidades contra las ca d es es im potente la crítica;
realidades qu e aprisionan con hierros m uy verdaderos y
pesados a los qu e no se hace desaparecer con una sim ple
declaración com o intentó hacer Edgar Bauer con el juez
que lo condenaba, negándole autoridad. Contra los he­
chos opacos d e este m undo poco o nada v d en las ideas
brillantes y la vigorosa expresión. M arx había d e apren­
derlo muy a su costa cuando el periódico quedó som e­
tido a los ataques de la censura. Con Ánimo d e im pedir
su cierre, los propietarios trataron en vano d e convencer
a M arx para qu e redujese sus críticas al estrecho ám bito
d e lo perm itido. C om o él explica en una carta a Ruge,
no accedió porque « e s lacayuno lim itarse a pinchar con
alfileres lo que habría qu e atacar a m a z a z o s E l perió­
dico fu e clausurado y M arx, recién casado, v e cerrarse
ante sí otro camino. N o sólo no ha cum plido hasta el
presente el mandato paterno de hacer feliz a su esposa
y conquistar ál asalto él respeto del mundo, sino que
perm anece desconocido salvo para un pequeño círculo y
se ha ganado además la enemistad del Poder, qu e lo ha
privado de m edios para sostener su hogar. Q u e esta situa­
ción personal haya podido llevar a M arx hacia la revo­
lución es cosa tan posible com o p oco im portante. E s el
razonamiento ob jetivo qu e sostien e una actitud teórica
o práctica y no la m otivación psicológica que la explica
lo que la hace susceptible d e adhesión o rechazo y la
dota d e importancia histórica.
Abogado por e l idealismo hegéliano o hegelianizante y
por la política prusiana, M arx procede a una nueva revi­
sión d e sus ideas y rom pe co n su país. La revisión la
hace a la luz, sobre todo, d el pensam iento d e Veuerbach,
«d e quien arranca la crítica positiva, realista y natura­
lista*. E ste pensam iento está constantem ente presen te en
los Manuscritos, que frecuentem ente utilizan también ex ­
12 F. Rubio Uorentc

presiones fcucrbachianas. P ese a iodo, no fu e nunca ente­


ramente aceptado por Marx. Aunque siem pre se declaró
su deudor y le guardó un respeto d el que testim onia el
ton o adoptado en su critica, tan diferente del hiriente
sarcasmo con que se enfrenta a otros ideólogos, Marx
no aceptó nunca la « pasividad» del pensam iento de
Feuerbach, al qu e encuentra « demasiado kegéliano en su
contenido y demasiado p oco en su m étodo». Feuerbach
acierta, piensa M arx, al poner en lugar del Espíritu kege-
liano al hom bre sensible, red , m enesteroso, pero yerra
al no percibir el carácter histórico de la esencia humana
y encomendar la realización d e su plenitud al cambio
«natural» de las circunstancias y a la fuerza aglutinante
del amor. Aunque estas diferencias sólo se harían explí­
citas en La ideología alemana y en las famosas Tesis,
posteriores en algunos años a los Manuscritos, ya en és­
tos, a pesar del entusiasmo feuerbachiano, es perceptible
una diferencia d e matiz. Feuerbach ha servido para evi­
denciar que sólo lo sensible es r e d y que es en lo sen­
sible en donde hay que verificar el cambio que por fin
hará humano al hom bre. P ero lo sensible es también obra
humana. La didáctica es ley d e desarrollo d e la natura­
leza, n o d e un Espíritu por encima d e ella, p ero dentro
d e la naturaleza está también la razón, que es la razón
d el hom bre, y es el hom bre el que ha d e impulsar el
cam bio y crear lo nuevo. E l hom bre, d e otra parte, no
es una esencia que s e repita idéntica d e unos individuos
a otros y esté dada d e una vez para siem pre, aunque
se haya visto oscurecida y perturbada d e distintas form as
a lo largo d e la historia. E l hom bre es un ser so cid cuya
potencididad originaria redizan en cada m om ento d e una
determinada form a las relaciones so cid es en las que vive
inm erso. La esencia d el hom bre feuerbachiano n o existe
más qu e com o potencia histórica; el hom bre r e d es lo
que la sociedad concreta hace d e él. La ciencia d el hom­
b re es la ciencia d e la sociedad y e l humanismo activo
es la revolución.
Para con ocer d hom bre d e nuestro tiem po es nece­
sario, en consecuencia, con ocer la sociedad d el presente,
Introducción U

la form a social más desarrollada que, aceptando el es-


quema begeliano d el desarrollo lineal, permitirá desentra-
ñar los m isterios aún ocultos en las form as más primi­
tivos, Es el conocim iento d e esta sociedad el que Marx
va buscando en su viaje a París. A llí no sólo existe la
industria moderna, sino también sus lacras d e miseria y
prostitución. Y aún más, París es también el principal
punto de reunión de los activistas proletarios que con
aún oscura conciencia tratan ya d e destruir la sociedad
existente. La ciencia nuclear de esta sociedad es la E co­
nomía Política, la ciencia de la producción y d e la distri­
bución, d e la riqueza y d e la miseria. M arx descubre
esta ciencia en París y del escándalo que d e ella recibe
brotan los Manuscritos.
N o se trata, claro está, d e que los alemanes ignorasen
la nueva ciencia. En la Filosofía del Derecho begelüma
hay huellas muy perceptibles de la obra d e Adam Smitb
y Marx era un espíritu demasiado d erla para haber pa­
sado por alto ese pensamiento. P ero com o antes deda­
m os, el conocim iento que en Alemania s e tenía d el mun­
do m oderno era un conocim iento predom inantem ente
libresco. Sólo con e l contacto directo d e la realidad que
la Economía interpreta cobra ésta su significado autén­
tico, su verdadera dimensión. Cuando, con su traslado
a una gran dudad industrial, realiza M arx este contacto,
s e lanza apasionadamente, com o era habitual en él, al
estudio d e la Economía, y en este sentido es com o puede
decirse qu e la descubre.
L o que a Marx escandaliza en la Economía es su ma­
terialism o y su exactitud. E l hom bre aparece en ella en
una sola d e sus facetas, com o hom o oeconomicus, afana­
d o en la creadón d e riquezas y m ovido exclusivam ente
p or e l cálculo racional o, más exactam ente, por un cálcu­
lo inteligente y astuto, p ero sin profundidad ni horizonte,
incapaz d e trascender el más estrecho interés individual.
Un cálculo que realiza la inteligencia, p ero no la razón,
utilizando la conocida distinción que e l idealismo alemán
establece entre estas dos facultades. Un hom bre así cosí-
ficado en su proceder es naturalm enteuna cosa más que
14 F. Rubio Llórente

com o tal ha de ser tratada. El correlato necesario del


hom bre económ ico es el hom bre mercancía. Una activi­
dad exclusivam ente orientada hacia la ganancia, hacia el
lucro individual (siquiera este lucro se reduzca a lo que
el individuo necesita para existir) , es una energía «natu­
ral», igual en todos los hom bres, desindividualizada, sus­
ceptible d e ser contada, pesada y medida. Actividad lu­
crativa y trabajo-mercancía son cara y cruz d e una misma
realidad, la consideración, respectivam ente, subjetiva y
objetiva d e un determinado m odo de ser hombre. La
Economía Eolítica n o inventa este m odo d e ser, ni lo
postula. Sim plem ente lo describe y por vía de generali­
zación inductiva establece las reglas que, dando por su­
puesto tal modo de ser, gobiernan la mecánica de la pro­
ducción y distribución de bienes sobre la que se asienta
el edificio social.
Si pecado hay en ellat el pecado de la Econom ía no es
pecado de error, sino de miopía. V e con exactitud lo que
ante ella está, pero lo acepta com o natural sin percibir
que no lo es, sin captar el infinito mundo humano que*
esa « naturaleza» social ante ella no realiza, ni el inmen­
so dolor humano que la no realización implica. Su de­
fecto no estriba sólo ni principalmente en su aceptación
de, por ejem plo, el paro y la miseria com o resultados
natttrales de un proceso som etido a leyes ciegas, sino en
su hipostatización de ese proceso com o proceso natural e
irremediable que conviene conocer para controlar, pero
que en m odo alguno cabe sustituir. Su propia constitu­
ción de ciencia «positiva» la obliga a partir de lo ya
«p u esto», de lo dado, y le veda la especulación sobre
lo que pudiera o debiera ser. Para un econom ista cientí­
fico es tan insensato rechazar por falsa la ley de la oferta
y la demanda que efectivam ente gobierna la realidad, com o
seria para un astrónom o en sus cabides criticar la ley
de la gravitación universal so p retexto de haber él ima­
ginado una form a más conveniente para la ordenación
d el universo. L o decisivo es, sin embargo, que la orde­
nación de las galaxias no depende de los hom bres y la
d el mundo humano si. En el sistema de aquéllas n o es
Introducción 15

posible el error, p ero el mundo humano sí puede ser un


mundo falso. Acercarse con los m ism os instrum entos men­
tales a realidades esencialm ente distintas proporciona
forzosam ente una imagen distorsionada, tanto d e aquella
realidad para la que lo s instrum entos no son adecuados
com o d e la validez d e éstos para con ocer y d e la correc­
ción d el conocim iento así obtenido. E l pecado d e la E co­
nomía n o consiste en ser una ciencia falsa, sino en ser
una ciencia positiva y hacerse la ilusión d e q u e puede
serlo.
E l mundo humano es obra d el hom bre y ha d e ser
siem pre estudiado y com prendido en función d e una de­
terminada idea d el hóm bre, d e una Filosofía. Reducirse a
aceptar lo dado, tratar positivam ente al hom bre y la so­
ciedad existentes, es aceptar la idea del hom bre qu e esa
sociedad y ese hom bre realizan. La ilusión d e la E cono­
mía sobre sí misma es la aceptación inconsciente, pero
no inexplicable (y a lo s amaterialistas» d el siglo X V III
han evidenciado en parte e l mecanismo d e las ideologías) ,
que los econom istas hacen d e la Filosofía sobre la que
se ha construido la sociedad qu e ellos estudian y que,
negando la realidad o la cognoscibilidad d e cuanto no
sea puro fenóm eno, pura apariencia, im pide llegar al ser
profundo de las cosas. La rebelión d e M arx contra la
Economía es la rebelión contra esa Filosofía oculta y por
eso doblem ente peligrosa. N o va a criticarla en nom bre
de un error desgraciadamente inexistente, sino en nom­
bre d e una realidad que ella ignora, d e una Filosofía que
rechaza la noción del hom bre qu e en esa sociedad acep­
tada por los econom istas ha encontrado realidad. N o va
a intentar una nueva Economía, sino quizó, más exacta­
m ente, una M etaeconom ia. La unión de Econom ía y Fi­
losofía es el prim er paso ineludible para com enzar a
estudiar seriam ente la sociedad moderna y este avance
epistem ológico, al que tal vez cabe calificar com o funda­
m ento d e todos sus restantes hallazgos, lo hace M arx pre­
cisam ente en los Manuscritos.
Quizá en el hecho m ism o d e que M arx n o intentase
nunca su publicación tenem os la m ejor prueba de la im­
16 F. Rubio Llórente

portancia d e estos textos. Son tan ricos en intuiciones


fértilísim as, necesitadas d e largo estudio y desarrollo, que
resultaba im posible publicarlos. P or supuesto, no es que
estas pocas páginas escritas a los veintiséis años señalen
ya el térm ino del desarrollo intelectual d e su autor, que
había de dedicar aún d estudio cuarenta años d e su vida,
p ero si puede afirmarse sin exageración que en ellos está
ya constituido el espíritu que habrá de informar toda la
obra posterior. En cierto sentido podríamos decir que
constituyen un programa de trabajo que en parte que*
darla sin redizar y en el cu d están ya incoados los resul­
tados ftndes.
Los Manuscritos perm anecieron olvidados durante más
de ochenta años. Y no sólo olvidados, sino menosprecia­
d os; todavía Franz Mehring, el gran biógrafo de Marx,
dice de ellos que son « relativam ente poco im portantes».
¿C óm o explicar este juicio hoy, cuando el estudio del
pensam iento m arxiste se centra casi en ellos e incluso
quienes les restan importancia han d e dedicar buena par­
te de sus esfuerzos a justificar su actitud? G unther Hill-
man, en su presentación d e una reciente edición demana
d e los Manuscritos ( 1 ) , afirma que, siendo la enajena­
ción del hom bre su tem a cen trd , era forzoso que se los
pasara por d to en una época en la que él proletario
estaba entregado en dm a y cuerpo a un m ovim iento en
e l que sentía plenam ente redizada su humanidad. La
importancia que actualm ente se les concede resultaría, en
cam bio, d e la magnificación del mundo enajenado que
en la primera postguerra supuso, para el proletario, la
escisión d el m ovim iento obrero, y para el burgués la ins­
tauración de los totalitarism os fascistas. La explicación,
aunque sugestiva, opera tal vez con un concepto dema­
siado simplista de enajenación, que no es un estado de
conciencia, sino una situación objetiva. Es, desde luego,
evidente que el olvido o el m enosprecio de los Manus­
critos está estrecham ente conectado con el econom ism o
que infecta tod o el pensam iento marxista hasta épocas
m uy recientes. Los males d el sistem a capitdista son vis­
tos exclusivam ente com o m des económ icos (m iseria ere-
Introducción 17

d en te, proletarización progresiva, despilfarro d e recursos


productivos, e tc .) y es en la exasperación que tales males
producen en donde se busca el resorte que ha de hacer
saltar definitivam ente un sistem a al que, por lo demás,
son también las deficiencias de su propio mecanismo eco­
nóm ico las que irrem isiblem ente condenan. Econom ism o
y mecanicismo son apenas dos nom bres distintos d e una
misma actitud que presdnde d e la libertad humana y,
con ella, necesariamente, d e la dialéctica. Para una tal
lectura de M arx, ni los Manuscritos en general, ni la
categoría de la enajenación, en particular, tienen impor­
tancia alguna. La cuestión esta, sin em bargo, en deter­
minar las razones por las qu e el pensam iento d e Marx
ha podido ser tergiversado durante tanto tiem po. Pajo-
vic, en un b reve y brillante articulo, alude a la ambigüe­
dad d el pensam iento marxista com o condición d e posi­
bilidad d e tal tergiversación ( 2 ) . Cuando M arx afirma
que es necesario realizar la Filosofía, se refiere en parte
a la Filosofía hegeliana, pero no sólo a ella. La raciona-
litación del mundo postulada p or H egel y traducida a
térm inos prácticos por M arx puede hacer parecer a éste
com o un sim ple apóstol de la tecnología. Una reducción
de su figura a estos estrechos lim ites pasaría por alto,
no obstante, que la Filosofía que Marx pretende realizar
es también una Filosofía personal para la cual la raciona­
lización del mundo no es nada si no va también acom­
pañada por una racionalización, esto es, humanización, del
individuo. La interpretación econom izante del marxismo
habría sido posible m erced a esta ambigüedad, que le
perm itió presentar com o totalidad del pensamiento lo que
no era sino un fragm ento. Es obvio, no obstante, que
si aceptamos la tesis habremos com prendido por qué las
cosas pudieron suceder, pero continuarem os ignorando
por qué sucedieron.
En otro estudio b reve y brillante, recogido en el mis­
mo volum en en el que aparece el de Pajovic, Adam Scbaff
propone a su vez una explicación para la deformación
pasada del pensam iento marxista y su actual reintegra­
ción. «E n la última etapa d el marxismo — nos dice—
18 F. Rubio Llórente

hubo dos m otivos para que se subestimara el problema


del individuo. El prim ero es de carácter objetivo y derivó
de la concentración d e fuerzas — escasas, com o eran en
comparación con el poder del enem igo— en la tarea a
la que en ese m om ento se concedía primordial impor­
tancia: la lucha d e masas. E l segundo es d e carácter
subjetivo y derivó, particularmente durante él proceso
de rápido desarrollo del m ovim iento y ante la perspec­
tiva d e una lucha prolongada, de la tendencia d e muchos
integrantes d el m ovim iento a olvidar la diferencia entre
el verdadero ob jetivo d e la lucha y los m étodos y m edios
qu e conducían a este fín » ( 3 ) . En cam bio, el retom o
d e los marxistas a los problem as d e la filosofía d el hom­
b re se explica p or una triple necesidad, objetiva, teórica
e ideológica. La primera es ¡a que resulta d e la necesidad
d e ocuparse de la felicidad del individuo, una vez que el
m ovim iento ha llegado al pod er; la segunda, d e la diná­
mica intrínseca de la teoría, que la lleva a com pletarse
y colmar todas las lagunas; la tercera, la qu e nace d el
enfrentam iento ideológico a qu e se ha reducido la lucha
entre socialism o y capitalismo desde e l m om ento en que
el proceso tecnológico ha hecho im posible el enfrenta­
m iento armado. En esta contienda ideológica, lo s princi­
pales argum entos d el adversario s e centran precisam ente
en e l olvido en que el m arxismo ha tenido al individuo,
d e tal m odo que la tínica respuesta posible es la anclada
en una sólida Filosofía humanista. L o que Schaff parece
olvidar es que la interpretación humanista del marxismo
no nació en la Unión Soviética ni en las democracias
populares, sino entre los partidos socialistas del O cciden­
te, en los que indudablemente no operaban aquellas ne­
cesidades que él señala o, a lo m enos, no en los térm i­
nos por él expuestos y que, de otra parte, también
requiere explicación el hecho d e qu e durante la segunda
mitad d el siglo X IX y el prim er tercio d el nuestro el
m ovim iento marxista se haya afanado exclusivam ente por
la lucha d e masas, es decir, por la conquista d el poder
a cualquier precio.
A quí no podem os hacer otra cosa que dejar abierta
Introducción 19

una cuestión cuya solución, si posible, exigiría muy lar­


gos esfuerzos. Él marxismo se v e som etido durante el
pasado siglo, com o las demás corrientes del pensamiento
europeo, a la influencia de un am biente positivista y ma­
terialista ante el que forzosam ente debería sucumbir, y
com o ellas gira también en el presente bajo la presión
generalizada de un mayor interés por el hom bre indivi­
dual. En sus propios términos, cabría tal vez decir que
en el pasado el marxismo ha sucumbido a la reiftcación
producida por el sistem a capitalista; que ha sido, com o
cualquier otra ideología, un pensam iento enajenado. / Su­
pone su actual retorno a las fuentes una liberación d e la
enajenación en la que iría también acompañado por el
pensamiento «.burgués»? ¿Puede decirse en algún senti­
do que nuestro tiem po es menos materialista que el de
nuestros abuelos?
A la publicación d e los Manuscritos, les primeros auto­
res en ocuparse de ellos fueron en casi todos los casos
marxistas no comunistas, miembros muchos de ellos de
los partidos socialdemócratas. Sus com entarios insisten
en el contenido humanista, en la M etaeconom ta y en las
bases que ella ofrece para el entendim iento d e las obras
económ icas posteriores y la política preconizada por
Marx. Frente a ellos, lo s autores de estricta observancia
comunista, o bien ignoraron pura y sim plem ente estos
textos restándoles toda importancia, o bien atacaron con
más adjetivos que razones a los « revisionistas», preten­
diendo v er en su valoración de los Manuscritos, y com o
d e costum bre, una taimada maniobra dirigida a salvar la
propiedad privada y con ella el orden o desorden social
existente. Aferrados com o estaban a la sim plificación sta-
linista d el pensamiento d e Marx. no podían sino suponer
las más negras intenciones en quienes subrayaban el va­
lor d e unos textos que ofrecen d el mundo una imagen
algo más com pleja que la del sim ple conflicto maniqueo
entre trabajo y capital y condenaban sin lugar a dudas
algunas deform aciones grotescas, tales com o la de la la­
m entable y antidialéctica teoría d el reflejo. C om o por
la misma época habían visto la luz por vez primera otros
20 F. Rubio Llórente

trabajos juveniles de M arx, especialm ente La ideología


alemana,, la divergencia entre comunistas y no comunis­
tas no se reduce sólo a los Manuscritos. L o que se dis­
cu te es, en térm inos más amplios, la conexión o desco­
nexión entre el joven Marx y el M arx d e la madurez,
entre el Marx de El capital y la Crítica del Programa de
Gotha y el Marx hegeliano y pre «cien tífico». A la exa­
geración econom izante, para la cuál todo lo que no fu e­
sen categorías económicas, lucha de clases y dictadura
del proletariado era una aberración idealista, respondió
una tergiversación de signo opuesto que pretendía hacer
d e M arx un profeta desarmado del humanismo y conde­
naba toda su obra económica. En la actualidad, com o
señalábamos, estos extrem os están ya en general supera­
dos. Los Manuscritos, que en 1956, poco después d e la
m uerte de Stalin, fueron publicados por primera vez in­
tegram ente en lengua rusa, han dejado de ser un libro
m aldito y tanto en la U.R.S.S. com o en ¡as democracias
populares se los estudia cada día con m ayor ahínco. Ya
es posible ver en ellos «la entrada definitiva de Marx
en la vía d e la revolución científica* ( 4 ) y cabe afirmar
que «es im posible com prender la form a madura d el so­
cialismo científico si no se lo concibe com o la corporei-
zación de los ideales que M arx reverenció desde su ju­
ventud y si su análisis cien tífico no está iluminado por
el humanismo socialista» ( 5 ) . La desconfianza d el comu­
nismo ortod oxo hacia ellos n o ha desaparecido, sin em ­
bargo, por com pleto. La excelen te edición d e las obras
com pletas de Marx y Engels hecha por la Editorial D ietz,
dependiente del C om ité Central d el Partido Socialista
Unificado de la República Dem ocrática Alemana, no ha
incluido los Manuscritos en ninguno de sus cuarenta y
tantos volúm enes, y aunque anuncia que serán recogidos
en uno de los volúm enes com plementarios que se pro­
yectan (y ya esta relegación es por sí misma expresiva),
esa publicación, hasta donde sabemos, aún no ha tenido
lugar. Más expresivo aún y más lamentable es el hecho
d e que la misma Editorial D ietz rompiera por su cuenta
la conexión que Marx estableció entre Filosofía y Eco-
Introducción 21

nornta, publicando de una parte los Manuscritos prim e­


ro y segundo, junto con los capítulos iniciales d el tercero,
com o obras económ icas ( 6 ) , y d e la otra el prólogo y la
parte final d el tercer manuscrito, la « Critica de la Filoso­
fía begeliana»t com o trabajos filosóficos ( 7 ) . D e lo que
en definitiva se trata es de esto, de la desconfianza y la
animadversión contra la Filosofía, manifestadas sin re­
cato alguno, por ejem plo, en una obra reciente y muy di­
fundida de Louis A ltbusser ( 8 ) . ¿Cuáles son los m otivos
de esta animadversión?

Para los marxistes tradicionales, la relación entre mar­


xism o y Filosofía ha quedado de siem pre explicada con
una sim ple rem isión a la última de las tesis sobre Feuer-
bachi «L os filósofos se han limitado a interpretar el mun­
do de distintas maneras; ¡o que ahora hay que hacer es
cambiarlo.» Com o en la obra de M arx cabe encontrar
frecuentes burlas d e la Filosofía y com o siem pre es mu­
cho más tranquilizador entender los tex to s en su sentido
más sim ple y aparente, la frase de M arx ha venido siendo
comprendida com o una especie de « candado y siete lla­
ves al sepulcro del C id ». La Filosofía habrá sido o una
manía inofensiva o un resultado necesario de la división
del trabajo, un instrum ento insidioso al servicio de las
clases dom inantes, pero en lodo caso un producto d e
las edades negras de la humanidad sin razón alguna de ser
en el lum inoso futuro. D e ahora en adelante no mas Fi­
losofía; con la Economía y la Historia (una H istoria
prefabricada, además, a la que sólo resta colocar datos en
los esquemas ya d ispuestos), basta y sobra para com ­
prender el mundo y el hom bre y labrar su porvenir, en
la medida en que éste no venga automáticamente dado.
D e esta doctrina a la comtiana de los tres estadios ape­
nas hay un paso, si es que lo hay. Marx y C om te, y hasta
si se quiere Spencer, están reconciliados en lo fundamen­
tal, y el siglo X IX puede construir en paz sus ferrocarri­
les y organizar en guerra sus Internacionales. Probable­
m ente sería posible encontrar más d e un tex to decim onó-
22 F. Rubio Dórente

nico que apunte en ese sentido. Los filósofos han sido


sucedidos por el movimiento obrero « heredero de la Fi­
losofía clásica alemana» (L a frase es de Engels en su
Ludwig Feuerbach) y, en consecuencia, quien se obstine
en hacer Filosofía es, o bien un retrasado mental, o bien
un instrumento de la reacción.
Y no son solamente el gusto d e Marx por las frases
tajantes ni la ilimitada capacidad simplificadora de En-
gels los que han hecho posible esta interpretación que
favorece, además, la inclinación positivista del siglo. Jm
propia trayectoria intelectual-de M arx a partir de 1848,
o incluso 1846, parece abonarla. Y a en La ideología ale-
mana, obligada a tratar de Filosofía porque es crítica de
filósofos, hay un esfuerzo patente y deliberado por pres­
cindir de la jerga filosófica hegétiana. A partir de esta
obra, sin embargo, no es sólo el léxico, sino la temá­
tica misma, la que cambia, A partir de entonces Marx
escribirá incansablemente sobre política y econom ía sin
volver a ocuparse nunca d e cuestiones más o m enos es­
trictam ente filosóficas. N o se requiere, sin embargo, un
gran esfuerzo para percibir en este aparente desinterés
ía mera superficie de realidades más hondos y bien dis­
tintas. I~a musculatura económ ica recubre un corazón filo­
sófico d el que recibe sangre y vida. Incluso en simples
datos anecdóticos se patentiza esta verdad. En 1858,
mientras prepara el prim er fascículo d e la Contribución
a la crítica de la Economía Política y com o de costum ­
b re está acosado por problem as materiales y obligado a
escribir para com er, M arx encuentra tiem po y ganas para
leer nada m enos que la Lógica hegéliana, qu e evidente­
m ente no utilizaría com o sucedáneo d e las novelas de
Dumas con las que solía distraer sus ocios, es decir, aque­
llos m om entos en que p or prescripción facultativa no
podía trabajar. Y hasta el fin d e sus días m antuvo vivo
el propósito de escribir una Dialéctica materialista que
habría de ser com o el colofón de su obra y a la que si
verosím ilm ente no consideraba com o su tarea más urgen­
te . sí entendía probablem ente com o la más importante.
Pero no hay necesidad de recurrir a la biografía del
Ini reducción 23

autor y a sus intenciones declaradas, cuyo verdadero sen*


/ido siem pre cabria discutir. La significación exacta de
las tesis sobre Feuerbacb y de todas las declaraciones so­
bre el fin de la Filosofía sólo puede y debe ser deter­
minada por su relación con el conjunto d el pensam iento
marxista en su totalidad.
P or de pronto es evidente que M arx no fu e un apóstol
de la acción por la acción, que detestaba, sino, por el
contrario, el artífice precisam ente de la fusión de teoría
y praxis. Si la tarea que propone es la de transformar
al mundo, esa transformación ha de ser algo más que
un dar palos d e ciego con la esperanza d e obtener un
resultado que valga la pena. La transformación de una
totalidad propuesta com o tarea implica necesariamente
una idea previa de lo que es, de sus posibilidades de
cambio y d e lo que ha de ser, y las ideas sobre la esencia
y el devenir necesario d e la totalidad constituyen lo que
tradicionalmente se denomina Filosofía. P ero, además, el
todo a transformar es e l tod o a que pertenece e l hom bre
y ha de serlo por la acción d el hom bre, para lo cual se
requiere un im perativo que vaya más allá d e las conve­
niencias individuales qu e los individuos sientan, aunque
pueda coincidir con algunas o muchas d e ellas, pues com o
pura conveniencia sentida, ni siquiera la d e la mayoría
es, en sí misma, un m otivo válido para la acción. La
obra económ ica de M arx puede demostrar, si se la acep­
ta, las tendencias intrínsecas del capitalismo hacia su
propia destrucción y su irrem ediable función obstaculiza-
dora d el ulterior desarrollo de las fuerzas productivas,
pero nada más. Privada de sus supuestos filosóficos no
pasaría de ser una tecnología de la opulencia que no val­
dría com o argumento, ni fren te a los habitantes de los
numerosos Country Clubs que adornan el ancho mundo,
ni fren te a quienes prefiriesen aspirar a la holgura den­
tro del sistema, sin correr los riesgos que la lucha por
su destrucción forzosam ente entraña. La revolución no
sería, com o en el habitual argumento cínico, más que un
choque de apetencias egoístas, de fuerzas ciegas cuyo p o­
der sería derecho.
24 F. Rubio Llórente

M arx consum ió una gran parte de su vida escudriñan­


d o lo s mecanismos que hacen posible el cam bio d el siste­
ma y postulan su necesidad, pero el impulso hacia el
cam bio es previo. S e apoya en la Econom ía, pero la tras­
ciende. Sin este im pulso más hondo, el llamamiento a
la revolución es, com o decíamos, una sim ple invitación
hecha a ciertos apetitos para que ayuden a acelerar un
proceso qu e d e todas form as, con ellos o sin ellos, ha
d e darles satisfacción. P ero esos apetitos estarán ton ca­
rentes o tan llenos d e justificación racional com o los que
se les enfrentan. A su vez, claro está, el sim ple impulso
desvinculado d el razonamiento económ ico sería un puro
im perativo ético, es decir, vieja Filosofía tradicional que
desde luego M arx no quiso hacer. O el sistema marcha
por sí mismo hacia su destrucción, y el hom bre, total­
m ente privado d e libertad, no es más que un juguete de
fuerzas ciegas que, com o los antiguos dioses, se valen
de él para designios que le escapan, o la transformación
sólo es posible y siem pre es posible mediante el simple
esfuerzo humano, resultado de un imperativo cuyo ori­
gen y justificación están en otra parte.
D e estas dos posibilidades de deformación, el pensa­
m iento d e Marx, com o ya hem os visto, ha sufrido sobre
todo p or parte ¿ e la primera. En una interpretación que
la priva d e su fundamento filosófico, de la dialéctica en­
tre filosofía y ciencia, la obra d e Marx queda reducida
a una construcción determ inista en la que él hom bre,
carente d e libertad, no es más que un ob jeto de la H is­
toria. N o sólo sigue sin saber la Historia que hace, sino
que incluso deja de hacer Historia. D e ser «predicado
d e la Razón* habrá pasado a ser « predicado de la E co­
nomíai», pero su enajenación permanecerá inmutable. Un
entendim iento así del marxismo, y así ha sido el que ha
tenido vigencia predom inante durante muchos años, no
tien e lugar para la acción humana libre, cuyo sim ple pen­
sam iento es tachado de voluntarismo.
Habiendo recibido d e la doctrina marxista un simple
esquem a que la convertía en una mera tecnología del des­
arrollo económ ico, era lógico que el stalinismo triunfante
Introducción 25

transformase la dialéctica en un sistema de leyes form a­


les y abstractas (las famosas leyes d el fam oso Diamat)
a cuya operación eran perfectam ente ajenos los indivi­
duos, a través d e los atoles, sin em bargo, s e llevaba a
cabo su acción. La relación que dentro d el sistem a std i-
nista media entre los individuos y las fuerzas históricas
que actúan con legalidad propia s e ajusta p or en tero a
la categoría marxista d e enajenación. Y una enajenación,
además, d e terribles consecuencias. C om o e l sistem a, en
efecto, convertía al socialism o en sim ple organización, la
cúspide d e la misma era, por definición, la suprema ins­
tancia interpretadora de unas leyes que habían dejado de
ser dialécticas en lo que la dialéctica tien e d e crítica,
pero que conservaban d e la dialéctica la capacidad form i­
dable para profetizar el pasado y racionalizar a poste-
riori cualquier decisión. El individuo no sólo era juguete
de unas fuerzas históricas para é l incontrolables, sino
víctima de la más atroz enajenación qu e quepa imaginar,
la enajenación a un D ios mortal, infalible y om nipotente,
cuya arbitrariedad quedaba siem pre y necesariam ente jus­
tificada dentro del sistema. E l pecado era castigado con
el campo de concentración o la m uerte y además, com o
en todo régimen teocrático, era pecado, condenación del
alma. P or eso no bastaba con la sentencia prefabricada
y se hacían también necesarios el proceso, la confesión
y el arrepentim iento.
El stalinismo y la socialdemocracia, aunque incompa­
rables en sus resultados, coinciden en la reducción del
marxismo a pura tecnología económ ica, a tecnocracia, o l­
vidando por entero su mandato de realizar la Filosofía.
C ierto es que la filosofía hegeliana im pone la obligación
de racionalizar e l mundo y la ordenación d el mundo eco ­
nóm ico es parte fundamental de dicha racionalización,
pero si el m arxismo no fuera más que eso estaría obli­
gado a claudicar ante el sistem a económ ico óptim o. "Una
vez instaurado éste, fren te a las im perfecciones d e lo real
no habría ya otro recurso que e l refugio en e l mundo
interior y toda la crítica marxista a H egel quedaría pri­
vada de fundam ento, lo cual no es grave porque recon­
26 F. Rubio Llórente

cilie a M arx y H egel, sino porque suprim e la base de


sustentación de Marx. Es decir, en una hipotética, pero
tal vez posible, sociedad opulenta d el futuro en la que
se hubiese maximalizado la producción y minimizado la
jornada de trabajo, p ero en la qu e el individuo tuviese
que seguir aplicando sus propias « fuerzas esenciales» a
nn trabajo exclusivam ente encaminado a ganarse la vida,
« convirtiendo asi lo animal en lo humano y lo humano
en lo animal*, el marxismo habría perdido toda razón
de ser, no tendría ya nada que decir. P or eso e l marxis­
m o vulgar se halla totalm ente inerm e fren te al desarrollo
neocapitalisla contem poráneo, cuyos éxitos económ icos
seria insensato negar. M arx acertaba, si se lo acepta, td
afirmar la necesidad de la transformación del capitalis­
m o, pero su pensam iento no d ebe ser entendido, si se
quiere preservar su validez, en el sentido d e que esa
transform ación necesaria haya d e llevarlo automáticamen­
te bada form as no basadas en uno u otro m odo d e ena­
jenación. H erbert Marcuse, una d e las m entes más claras
del pensam iento marxista contem poráneo, hace a este
respecto unas brillantes consideraciones conectando las
previsiones marxistas con el con cepto hegeliano d e nece­
sidad. «Sería una distorsión com pleta de la significación
de la teoría marxista — dice— el deducir de la inexorable
necesidad que rige el desarrollo del capitalismp una nece­
sidad similar d el paso al socialismo. Cuando se niega el
capitalismo, los procesos sociales ya no caen bajo el ré­
gimen de leyes naturales ciegas. Esto es precisam ente
lo que distingue la naturaleza de lo nuevo y de lo viejo.
Ij i transición de ¡a m uerte inevitable del capitalismo al
socialism o es necesaria, pero sólo en el sentido en que
es necesario el pleno desarrollo del individuo... Es la
realización de la libertad y la felicidad la que necesita
el establecim iento de un orden en el cual los individuos
asociados determ inen la organización de sus vidas» ( 9 ) .
El fundam ento del pensam iento todo de Marx lo cons­
titu ye una idea de la naturaleza y del hom bre, es decir,
una Filosofía. Es esta Filosofía la que im pone la necesi­
dad d el cambio, no porque de ella brote un imperativo
Introducción 27

ético, sino porque pretende conocer el secreto de la feli­


cidad del hom bre, que sólo puede buscarse a través del
desarrollo pleno de sus potencialidades. Durante toda la
Historia pasada, lo que M arx llama sim plem ente Prehis­
toria, este desarrollo se ha ido verificando sin la partici­
pación humana consciente, siguiendo un proceso en cier­
to m odo sem ejante a aquel que ha impulsado el cam bio
de las especies animales a través d el sim ple juego de
azar de la evolución. P or esto afirma también que toda
la H istoria pasada ha sido la historia natural d el hom­
bre. La diferencia radicad estriba justam ente en que el
animal es, conform e a su esencia, inerte, m era pasividad
natural, en tanto que e l hom bre es, también según su
determ inación natural, radicalmente activo, creador. Su
desarrollo se opera a espaldas suyas com o e l d el animal,
pero com o el factor dinámico que impulsa e l desarrollo
es precisam ente su propia acción, lo que en el animal es
natural es en el hom bre perversión. El hom bre sim ple­
m ente natural traiciona (n o por su culpa, claro e s ) su
humanidad. La lucha humana par el con trol d e la natu­
raleza no es una respuesta instintiva a estím ulos inme­
diatos, sino acción conform e a plan. En él ininterrumpido
proceso, el hom bre va haciendo nacer form as sociales
nuevas que a su vez conform an de nueva manera a los
individuos nuevos. El hom bre crea continuam ente al hom ­
bre, pero de una manera ciega, com o resultado de la
casualidad. Sus propósitos inmediatos no contienen nunca
los resultados mediatos y el individuo es cada vez más
estrecham ente prisionero de las form as que ha contribui­
do a crear con su propia acción. La civilización es confort
creciente, seguridad aumentada fren te a la naturaleza. al
m enos para algunos, pero para nadie es felicidad. In­
com pletam ente realizado, el hom bre experim enta en todos
los siglos y en todos los lugares el ansia consciente o
inconsciente de cambiar, de verificar en sí mismo la ple­
nitud de sus posibilidades. Cuando no busca conseguirlo
en ficticios reinos d e la imaginación, ha intentado lograr­
lo en el más acá, a través de revoluciones necesariamente
fracasadas porque olvidaban los lím ites impuestos por la
28 F. Rubio Llórente

realidad. La Filosofía, en la interpretación de Marx, es


una form a más de esos intentos de realización imaginaria
de la plenitud humana. Una vez que su verdadera natu­
raleza ha sido puesta al descubierto no cabe ya esa mis­
tificación, no es ya lícito buscar en el reino puro del
pensamiento el consuelo d e los dolores que provoca la
realidad. La desm itificación de la Filosofía y la renuncia
a su consolación no equivalen, sin embargo, a su nega­
ción. M uy al contrario, se le da una nueva dignidad cuan­
do se la trae a la tierra y se la convierte en programa.
Más allá d e la racionalización del mundo material, del
control sob re la naturaleza (d e la cual es parte el hom­
b r e ), la Filosofía exige también y sobre todo una racio­
nalización d el mundo humano, de la sociedad y sus
instituciones, para arribar al fin últim o de una plena racio­
nalización d el hom bre. Q u e este fin pueda o no ser al­
canzado es una cuestión abierta, al menos para algunos
marxistas, que podrían encontrar por esta vía una apro­
ximación no meramente táctica al pensamiento cristiano.
Si la esperanza es un elem ento constitutivo del hom bre,
una determinación esencial d e su ser, la Utopía es nece­
sariamente parte integrante de su horizonte. No es sólo
la necesidad nueva que surge de cada necesidad satisfe­
cha y del instrum ento para su satisfacción la que empuja
al hom bre continuam ente hacia adelante. Es cierto que
ya ese proceso natural le da al hom bre una historia de
la que carecen las ovejas o los perros, pero si la historia
fuese solam ente eso, su progreso serla puro azar y su
sentido inescrutable. Si Marx cree poder predecir el cur­
so de los acontecim ientos humanos es precisamente por­
que imagina haber calado más hondo, haber desentra­
ñado el fondo de la cuestión m erced a una Filosofía que
le proporciona una determinada idea del hom bre y, a tra­
vés de él, de la naturaleza y de lo que más allá de ella
existe o no existe. Confía en que, una vez que los hom­
bres hayan asumido com o propia esta Filosofía ( y a ello
les empuja necesariamente en su opinión « científica» la
sociedad en que viv en ), aceptarán librem ente la necesi­
dad de su desarrollo y con libertad y consciencia plena
Introducción 29

construirán su H istoria necesaria, la H istoria que exige


su auténtica vocación. Esta Filosofía es la «conciencia
posible* ¿ e l proletariado, cuya tarea histórica será, pien­
sa M arx, la construcción del com unism o, qu e n o es, sin
em bargo, sino el inicio d e la realización de la Filosofía.
«cEl com unism o es la form a necesaria y el principio enér­
gico del próxim o futuro, pero el comunismo com o tal
no es la finalidad d el desarrollo humano, la form a de la
sociedad humana.* M ás allá d el com unism o, la Historia
sigue su curso, impulsada p or la ambición perm anente
d e alcanzar una U topía siem pre presente y siem pre tal
vez inaccesible. La gran diferencia fren te al pasado estri­
ba en que se trata ya de una Utopia desmitificada que
echa sus raíces en un conocim iento racional ( o preten­
didamente ta l) d el ser d el hom bre. E l m ito com o form a
d e conocim iento y acicate para la acción ( una form a de
conocim iento que es al mismo tiem po acicate para la
acción) ha desaparecido, p ero n o su función, que perte­
nece al ser m ism o d el hom bre (1 0 ). La pretensión de
M arx ha sido nada más y nada m enos qu e la d e racio­
nalizar e l m ito sin agostar su energía y sob re esta pre­
tensión ba de ser juzgada su obra, cu yo núcleo está, por
tanto, en esa idea d el hom bre y d e su enajenación que
se exp on e en los Manuscritos.

«L a nueva Filosofía se basa no en la divinidad d e la


razón, es decir, en la verdad d e la razón sola para sí, sino
en la divinidad del hombre, es decir, en la verdad del
hombre total» (1 1 ), pues sólo si se arranca d el hom bre,
que es a la v ez naturaleza y pensam iento, naturaleza que
piensa, sensibilidad y razón, cabe hablar con sentido de
la unidad d el pensar y el ser. M arx es en esta época
plenam ente feuerbachutno y habría suscrito sin titubeos
las afirmaciones d el m aestro. Para él, com o para Feuer-
bach, «verdad, realidad y sensibilidad son térm inos idén­
ticos. Sólo un ser sensible es un ser verdadero, un ser
real» (1 2 ). E l pensam iento sobre lo real es pensam iento
d e la naturaleza humanizada sobre si misma y sobre el
30 F. Rubio Llórente

resto de la naturaleza, fuera de la cual nada es, «un ser


que no tiene su naturaleza fuera de sí, y ahora no es
Feuerbach, sino Marx, el que habla, no es un ser natu­
ral, no participa del ser de la naturaleza. Un ser que no
tiene ningún ob jeto fuera de sí no es un ser ob jetivo.*.,
es un no-ser, un absurdo» . E l humanismo m arxiste es,
en prim er lugar, naturalismo y, por ello, ateísmo.
Es evidente, sin em bargo, que con esa afirmación sólo
se ha hecho todavía una negación. Se ha negado a D ios,
pero aún no se ha dicho nada sobre el ser del hom bre.
C om o parte de la naturaleza, el hom bre es ser m eneste­
roso; la satisfacción de sus necesidades se halla fuera de
él, en «su cuerpo inorgánico» , en la naturaleza, «con la
cuál debe encontrarse en relación continua para no m o­
rir». C om o ser natural, el hom bre es, por de pronto,
animal, pero su ser no se agota evidentem ente en e llo ...
Frente al animal el hom bre es esencialm ente un ser ili­
mitado. «E l hom bre — dice Feuerbach— no se distingue
del animal únicamente por el pensar. Am es bien, su ser
total se distingue del animal. D esde luego, quien no
piensa n o es hom bre, pero n o porque e l pensar sea la
causa d el ser humano, sino únicam ente porque el pensar
es una consecuencia y una propiedad necesaria d el ser
humano» (1 3 ). P or ello su actividad es esencialm ente
distinta de la actividad animal. M ientras que el animal,
dice M arx, «produ ce únicam ente lo que necesita inme­
diatam ente para sí o para su prole, produce unilateral­
m ente, el hom bre produce um versalm ente... E l animal
form a únicam ente según la necesidad y la medida d e la
especie a que pertenece, mientras que el hom bre sabe
producir según la medida d e todas las especies y sabe
tam bién im poner al o b jeto la medida que le es inheren­
te ; p or eso é l hom bre crea tam bién según las leyes de
la belleza» . La universalidad d el hom bre no radica sólo
en su capacidad d e pensar, sino tam bién en su capacidad
d e distanciarse d e la urgencia. Su pensam iento y su ac­
ción son universales y para é l es ob jeto la naturaleza toda.
E n la odoración d e esta actividad, M arx com ienza a
desviarse de Feuerbach. Partiendo d e esta afirmación de
Introducción 31

la universalidad humana implicada en la expresión ser


genérico que M arx tom a de su m aestro, todavía coinci­
den ambos, ciertam ente, en la afirmación d e qu e esa uni­
versalidad ha sido corrompida y en la necesidad de res­
taurarla. Para Feuerbach, y por eso es aún «filó so fo », la
reconquista de la universalidad es tarea esp iritu a lu n a
empresa de pensam iento y amor. Una vez que se haya
desenmascarado la Religión y evidenciado que Dios no
es otra cosa que la hipóstasis del género humano, el
amor de D ios debe transformarse en amor del hombre
y los individuos, fundidos en el amor, realizarán inme­
diatamente aquí en la tierra, a través del espacio y del
tiem po, los predicados infinitos de la esencia humana. La
nueva Filosofía «es en verdad religión» ( 1 4 ) , la infini­
tud del hom bre es nota d e una esencia inm utable que
sólo imaginariamente ha tenido conciencia d e sí y que
sólo d e esta conciencia necesita para manifestarse sin
velos.
Para M arx, en cam bio, la universalidad d el hom bre no
será una epifanía, sino una hazaña d e la libertad.
P ese a su crítica a H egel, dirá M arx en la Ideología
alemana, Feuerbach ha sido demasiado fiel al m odelo
begeliano d e la generalidad ética al construir su noción
d el género, y la sociedad qu e propone, fundada en la
desm itificación y el amor, es aún una solución idealista.
«E n la medida en qu e es materialista no aparece en él la
H istoria y en la medida en que tom a en consideración
la H istoria no es materialista.* E sto es, al referirse a la
naturaleza humana, al hom bre com o parte d e la natura­
leza, opera con una idea d e hom bre qu e se m antiene
idéntica a sí misma a través d e los tiem pos y los luga­
res; cuando, por e l contrario, tom a en cuenta la diver­
sidad, la explica en función d e variaciones en las ideas
(asi, p or ejem plo, las distintas form as religiosas), hacien­
d o caso om iso d e las transform aciones materiales que e l
mundo ha sufrido p o r obra d el hom bre y han transfor­
mado, siem pre dentro d e unas coordenadas iniciales, e l
ser mismo d el hom bre. Su materialismo e s plenam ente
pasivo; la esencia humana aparece com o u m abstracción
32 P. Rubio Llórente

inmanente en cada individuo y olvida qu e el hom bre,


com o parte d e la naturaleza, crea continuam ente a la na­
turaleza y se crea a si mismo.
Bien qu e estos reparos marxistas a la obra d e Feuer-
bacb sean posteriores a los Manuscritos, ya en ellos se
manifiestan claramente los rasgos diferenciales d el pen­
sam iento d e M arx, patentes en su elogio d e la Fenome­
nología del Espíritu. « L o grandioso d e la fenom enología
hegeliana y d e su resultado final (la dialéctica d e la ne-
gatividad com o principio m otor y generador) es, pues,
en prim er lugar, que H eg el concibe la autogeneración del
hom bre com o un proceso, la objetivación com o desobje­
tivación, com o enajenación y superación d e esa enajena­
ción ; que capta la esencia del trabajo y concibe al hom ­
bre objetivo, verdadero porque real, com o resultado de
su propio trabajo.» La esencia humana n o es un dato
inmutable, presente siem pre en el individuo humano, aun­
que oculto, sino un proceso en e l tiem po. N o se trata
de que el hom bre sea «en sí» un ser genérico no llegado
aún al « para sí», de que padezca sim plem ente una in­
consciencia d e la universalidad esencial qu e le caracteri­
za y que desde siem pre ha sido suya, de manera que le
baste una tom a d e conciencia para gozarla en su pleni­
tud. E l hom bre es potcncialmente un ser genérico, uni­
versal, está vocado a la universalidad, pero, forzado a
vivir en el mundo, no puede llegar a ella sino a través
de un largo proceso que los buenos deseos y las claras
ideas no pueden por SÍ mismos suprimir.
C om o primera tarea, la urgencia de mantenerse vivo
obliga al hom bre a enfrentarse con la naturaleza fuera de
él. Sólo en un caso excepcional, é l d e la relación sexual,
es esta naturaleza exterior también naturaleza humana.
D e ahi el valor sintom ático de tal relación en la que «la
relación d el hom bre con la naturaleza es inmediatamente
su relación con el hom bre, del mismo m odo que la rela­
ción con el hom bre es inmediatamente su relación con
la naturaleza, su propia determ inación natural». El grado
en que la mujer aparezca com o simple objeto <2e placer
^ no como *u\eto humano permite \ux^ar de\ ^jado de
Introducción 33

humanización de una sociedad. Salvo en este caso funda­


mental, sin embargo, la naturaleza con la que el hombre
se enfrenta es «su cuerpo inorgánico», el reino amplísi­
mo de lo no humano v necesitado de humanización. So­
bre ella proyecta el hombre su actividad, es decir, la
actividad que corresponde a su propia esencia y que es
por ello actividad universal, trabajo. Ya antes hemos alu­
dido a la caracterización que, siguiendo a Feuerbacb, hace
Marx de la actividad humana frente a la acción unilate­
ral del animal. En definitiva, y esto es lo que ahora nos
importa, se trata de una objetivación en la naturaleza
exterior de la propia esencia humana. Cuando el hombre
trabaja para reducir la naturaleza a alimento, vestido, vi­
vienda o adorno humano, está humanizando la natura­
leza, no sólo porque la adecúa para la satisfacción de
necesidades propias, sino: a) porque esas necesidades,
además de ser concretamente individuales, son específi­
camente humanas, y h ) porque la acción que lleva a cabo
se efectúa o puede ser efectuada mediante el concurso
de una pluralidad de individuos. La colaboración libre
en un proyecto de acción es un rasgo distintivo del hom­
bre, pues las formas puramente animales de actividad
colectiva (hormigas, abejas, etc.) son resultado de la ne­
cesidad instintiva. Es así, a través de la concurrencia en
la actividad sobre la naturaleza (concurrencia que puede
adoptar la forma de cooperación o de competencia en
todas sus variedades), com o el individuo humano se rela­
ciona con el otro. La relación del hombre con el hombre
está mediada por la relación del hombre con la natura­
leza y depende de ella. El modo de dicha relación deter­
mina, por tanto, la idea que el hombre tiene del hombre,
tanto del otro como de si mismo, pues en general toda
relación del hombre consigo mismo se realiza verdade­
ramente, se expresa, en la relación en que el hombre está
con los demás. Merced a este carácter fundante de la re­
lación productiva, él desarrollo del modo de producción
transforma necesariamente el mundo humano, es decir,
cultural, porque cambia al hombre mismo. Cada genera­
ción recibe de la precedente una naturaleza modificada
34 F. Rubio Llóreme

sobre la cual ha de actuar para hacerla aún más humana.


Las necesidades y los instrum entos creados para satisfa­
cerlas van cambiando, enriqueciéndose, en e l curso de la
H istoria, y al.com pás d e ellos los hom bres van enrique­
ciendo su propia esencia, humanizándola, acercándola a
lo que, por su determ inación originaria, está llamada
a ser.
E ste proceso de humanización, no obstante, es al mis­
m o tiem po proceso de deshumanización porque la acción
del hom bre es no p or azar, sino necesariam ente, acción
enajenada. Inm erso en un m undo d e escasez en donde
la sim ple subsistencia exige un duro esfuerzo, el hom bre
se ve obligado desde los albores d e la H istoria a ante­
poner a cualquier otra consideración la necesidad d e man­
tenerse vivo. La satisfacción de las propias necesidades
individuales constituye el único n orte de su acción y no
le perm ite ver en los demás sino rivales en la lucha por
los escasos bienes, al tiem po que instrum entos potencial­
m ente eficacísim os d e los que por todos los m edios in­
tenta valerse. Los individuos humanos quedan irremedia­
blem ente separados asi los unos d e los otros por un
egoísm o radical, tan hondo y deform ante que en cada
hom bre lo específicam ente humano queda subordinado a
lo genéricam ente animal, a lo puramente individual. El
género queda subordinado al individuo, la esencia a la
existencia y la sociedad se disuelve en una pluralidad
de átom os aislados, cuya inevitable acción conjugada se
lleva a cabo, o bien mediante la dominación directa de
unos sobre otros, o bien mediante un mercado que con­
cierta efím era y casualmente los apetitos diversos y no
es en el fondo sino una form a también d e subyugación
de unos por otros, aunque indirecta.
El hom bre resulta así escindido. Su naturaleza, o más
exactam ente su determ inación universal, condiciona su
actividad, que entraña necesariam ente acción común. Pero
com o lo que la realidad o frece es una suma de indivi­
duos aislados, e l hom bre es efectivam ente un individuo
separado de los demás y absolutam ente incapacitado para
elevarse basta la comunidad. El esfuerzo conjunto es para
Introducción 35

cada cual ocasión o m edio d e m edro personal y sus resul­


tados totídes son p or entero incontrolados e incontrola­
bles. La obra d e los hom bres, que éstos n o viven com o
obra com ún, aparece asi con los rasgos d e un destino
incognoscible e indom eñable ante el cual están inerm es
lo s individuos. E l hom bre percibe su propia obra com o
un ser extraño, ajeno, com o un ser que lo domina. Por
ello puede decirse con propiedad que está extrañado o
enajenado d e su propio ser.
E l térm ino y e l con cepto d e enajenación aparecen en
la literatura alemana con la im portación de las teorías
pactistas anglofrancesas. A l realizar el contrato so cid los
hom bres crean un poder qu e los domina, d e t d m odo
que si toda sociedad es obra humana, las instituciones
socid es, políticas, etc., s e convierten necesariam ente en
poderes ajenos a los individuos. E l hom bre no puede
vivir fuera de la sociedad organizada, p ero constituyén­
dola hace nacer potencias qu e escapan ya a su con trol;
se trata, pues, de un proceso necesario y la vida humana
es, necesariamente, vida enajenada.
En H egel esta categoría d e la teoría política y social
sé generdiza para transformarse en una categoría meta­
física de la máxima amplitud. La H istoria toda es enten­
dida com o un proceso d e realización del Espíritu, la rea­
lidad última, que por necesidad interior se v e forzado
a salir fuera de sí, a cobrar form a material en la natu­
raleza. La objetivación asi lograda perm ite é l despliegue
en el espacio y e l tiem po de lo que originariamente no
es sino pura idea, pero al m ism o tiem po, en cuanto esa
objetivación implica una contaminación d el Espíritu por
su contrario, por la materia pura, es también enajenación.
El Espíritu sólo puede manifestarse en el espacio y en
el tiem po, pero en esa m anifestación pierde parte d e su
libertad. La mediación de la naturaleza im pide la plena
reasunción d el Espíritu en sí mismo, y la form a más alta
de plenitud espiritual exige la renuncia a la objetivación
y la vuelta d el Espíritu a si mismo com o puro conoci­
m iento de sí. Com o Platino, e l Espíritu se avergüenza
de su cuerpo y recupera su libertad en el reino de lo
36 F. Rubio Llórente

A bsoluto. Si la objetivación es forzosam ente enajenación,


la liberación respecto de ésta, el recuperado ensimisma­
m iento, requiere la renuncia a la objetivación. Las diver­
sas formas políticas que ilustran la H istoria universal
constituyen, por ejem plo, realizaciones cada vez más per­
fectas del Espíritu, pero en ninguna de ellas, ni siquiera
en el Estado monárquico de D erecho que las culmina,
logra el Espíritu alcanzar su plenitud. Incluso en el Ber­
lín de 1820, son únicamente las form as desobjetivadas
del A rte, la Religión y la Filosofía las que perm iten al
Espíritu volver a sí mismo y hacerse por entero dueño
de sí.
Feucrbach da un giro de 180 grados al concepto de
enajenación precisam ente para utilizarlo contra H egel y
cuanto éste representa. D ios, piensa Feuerbach, es una
mera creación del hom bre, una proyección uUraterrena
de la esencia genérica en la que e l hom bre busca con­
suelo de verse privado de ella en la tierra. Los predi­
cados de D ios son los predicados d el hom bre, aquellos
precisam ente que le pertenecen y de los que la realidad
mundanal le priva. Por esto cuanto más pobre es el
hom bre, cuanto más despojado de riquezas humanas se
encuentra, tanto más rico es su Dios. La Filosofía es­
peculativa, es decir, el idealismo alemán, y sobre todo
H egel, han despojado a la imagen divina de todos sus
adornos sim plem ente fantásticos reduciéndola a su pura
esencia de idea. Con ello no han hecho, sin em bargo, más
que acentuar, depurándola, la enajenación humana. E l
hom bre real, sensible, no pasa de ser una incorporación
efím era e im perfecta de la Idea que lo trasciende y a
cuyo culto se debe. Lo que la nueva Filosofía exige,
tanto fren te a la vieja Filosofía com o fren te a la R eli­
gión, es una divinización del hom bre que lo libere tanto
de D ios com o de la Idea, le dé conciencia de su realidad
y lo mueva a realizarla.
El concepto marxista de enajenación difiere tanto del
de H egel com o del de Feuerbach. Frente a H egel, Marx
ha de negar evidentem ente la identificación de enajena­
ción y objetivación. Si no cabe reducir a espíritu la
Introducción >7

verdadera esencia del hom bre, si «com o ser natural, cor­


póreo, sensible, ob jetivo, es com o el animal y la planta
un ser paciente, condicionado, lim itado», cuyos impulsos
apuntan hacia « objetos que están fuera d e é l... indispen­
sables y esenciales para el ejercicio y afirmación de sus
fuerzas esenciales», la objetivación del hom bre en la
naturaleza exterior no puede ser entendida, a la manera
hegeliana, com o enajenación. Esta ha d e ser sólo una
form a, aunque históricam ente necesaria, d e la objetiva­
ción. A l atribuir al hom bre una esencia exclusivam ente
espiritual, H egel salta por encima de la realidad sensible
y afirma que la conciencia sólo a sí misma se tiene por
ob jeto, « esto implica que el hom bre autoconsciente, que
ha reconocido y superado com o autoenajenación el mundo
espiritual... lo confirma, sin em bargo, nuevam ente en
esta form a enajenada y la presenta com o su verdadera
existencia, la restaura, pretende estar junto a si (bei stch)
en su ser otro en cuanto ta l... A qu í está la raíz d el falso
positivism o d e H egel o d e su solo aparente criticism o
O dicho sea sin la jerga hegeliana: si toda objetivación es
enajenación y lo p erfecto sólo en la intimidad d el mundo
interior puede ser alcanzado, dejem os las cosas com o
están y encerrém onos en nosotros mismos. Esta es, pien­
sa M arx, la necesaria conclusión d e H egel. La critica d e
la im perfección exterior se resuelve en definitiva, id afir­
mar la im perfección com o necesaria, en una ratificación
de lo im perfecto, que es lo dado, en positivism o.
Hasta aquí M arx y Feuerbach coinciden. E l concepto
marxista, sin embargo, no se identifica com o antes decía­
m os con el feuerbachiano y va a recoger im portantes
elem entos d el pensam iento de H egel, pues éste, y en
ello reside alo grandioso de la Fenom enología y d e su
resultado final (la dialéctica d e la negatividad com o prin­
cipio m otor y generador), concibe la autogeneración del
hom bre com o un proceso, la objetivación com o desobje­
tivación, com o enajenación y supresión de esta enajena­
ción; capta la esencia del trabajo y concibe al hom bre
objetivo, verdadero porque real, com o resultado d e su
propio trabajo» . E l elogio a H egel distancia ya a Marx
58 F. Rubio Llórente

y Feuerbacb. E ste últim o, dice el prim ero, «n o consigue


nunca concebir e l m undo sensible com o e l conjunto d e la
actividad sensible y viva d e los individuos que lo form an»,
«s e detiene en el con cepto abstracto d el hom bre» y en
este sentido su obra significa un retroceso resp ecto d e la
begeliana. Para M arx, com o señalábamos, el hom bre se
va creando a sí mismo a lo largo d e la H istoria. La esen­
cia humana e s ,.e n cada m om ento, resultado de un pro­
ceso interminable y com plejísim o de enfrentam iento entre
los hom bres y la naturaleza exterior. En dicho proceso
el hom bre actúa com o hom bre, proyecta y realiza umver­
salm ente o, lo que es lo m ism o, en asociación con los
demás. P or el condicionam iento d el m edio escaso en que
está situado, sin em bargo, ni la actividad es vivida com o
actividad com ún ni son com unes los resultados d e la obra.
El hom bre m ismo, com o producto de su propia acción, no
logra rom per las barreras de su individualidad natural; su
determ inación esencial genérica, presente en su acción,
no llega a actualizarse, y el ser humano continúa sin
alcanzar su verdadera esencia. Las obras qu e ha creado
no son por eso suyas, sino ajenas, un poder ajeno y
exterior a él.
La enajenación es un proceso necesario. Si no lo fuese
los hom bres podrían llegar desde el prim er m om ento a
la plenitud d e su esencia y tod o el curso de la H istoria
carecería d e sentido, sería un puro azar. Es, además, un
proceso ascendente. A medida que, generación tras ge­
neración, siglo tras siglo, va acumulándose la acción d e
los hom bres sobre la naturaleza, los poderes d e ella naci­
dos van haciéndose más ingentes y va acentuándose la
distancia que media entre lo puram ente individual y lo
humanamente genérico. En térm inos económ icos, e l pro­
ceso de la enajenación puede ser aproximadamente des­
crito en la form a siguiente: Aprovechando la capacidad
humana para producir lo inmediatamente necesario, en
la sociedad surge espontáneam ente y desde el primer
m om ento una especialización d e funciones, una división
d el trabajo, en e l seno d e la cual cada individuo produce
aquello para lo que sus propias capacidades o los rector-
Introducción 39

sos d e la naturaleza que le rodea le dan mayor facilidad.


Exteriorm ente esa división del trabajo constituye una
realización especialm ente humana que multiplica inmen­
sam ente los resultados que se conseguirían si cada indi­
viduo hubiese de producir todos y cada uno de los
artículos necesarios para su propia satisfacción. N o es
este increm ento de la producción, sin embargo, el resul­
tado que cada individuo en concreto persigue. Producien­
do en exceso sobre sus propias necesidades, lo que cada
cual intenta es lograr mediante el intercam bio la mayor
suma de bienes producidos por los demás y aptos para la
satisfacción de sus restantes necesidades. Cuando no in­
tenta reducirlo directam ente a esclavitud, el hombre se
enfrenta directam ente con el hom bre tratando de sojuz­
garlo a través del trueque de productos. El hom bre es
realm ente un lobo para el hom bre. Las fuerzas colosales
logradas mediante esta colaboración torcida y viciosa
aparecen com o poderes ajenos al hom bre porque la acti­
vidad que las produce es ya en si misma actividad enaje­
nada, y es esta naturaleza la que perm ite que se las
proyecte com o realidad independiente a un imaginario
más allá, o se las incorpore en un más acá com o ilusoria
comunidad ficticia que es, de hecho, instrum ento del
poder d e unos p ocos sobre los demás. A medida que la
H istoria progresa, la técnica d el intercam bio va perfec­
cionándose. La introducción d el dinero es ya un paso
gigantesco que rom pe los lim ites estrechos d el trueque
y perm ite conservar indefinidam ente la fuerza productiva
conquistada a los demás. En el sistema capitalista, por
último, en donde el dinero triunfa, toda relación humana
ha sido ya reducida a relación de mercado. La desvincula­
ción entre necesidad del productor y producción llega al
máximo y el valor de uso queda totalm ente eclipsado por
el valor de cambio. La Economía Política, com o veíamos,
describe exactam ente este mundo, pero su descripción es
puramente fenom enológica y no alcanza a la realidad
interior y verdadera. Com o ciencia del mundo enajenado,
es la ciencia d e la enajenación, la de una austeridad tan
40 . F. Rubio Llórente

honda que invita al hombre a renunciar a si mismo. No


debe perderse de vista, sin embargo, que la enajenación
no es un fenóm eno exclusivo del capitalismo. El hecho
de que en él aparezca más acentuada y de que Marx la
haya referido a él en el célebre pasaje sobre el fetichism o
de la mercancía incluido en el primer capítulo de El
Capital, sobre él que Lukács elaboró el concepto de
reificación, han inducido frecuentem ente a confusión.
Toda la H istoria humana anterior al comunismo es, a
juicio de Marx, historia enajenada, historia de la enaje­
nación. Y por supuesto aunque la enajenación arranque
d el com portam iento económ ico del hom bre, no es tam­
poco un fenóm eno exclusivam ente económ ico en el sen­
tido estrecho de la palabra, atañedero sólo a la producción.
Todas las relaciones que mantiene el hom bre enajenado
de sí mismo son forzosam ente relaciones enajenadas, y
cada esfera de enajenación se com porta además de mane­
ra enajenada fren te a las demás.
N o podem os entrar en este tem a sin desbordar los
lim ites d e lo que n o es ni puede ser otra cosa que una
sim ple introducción destinada a facilitar la lectura d e los
tex to s que siguen. N i en ese tensa d e la multiplicidad de
la enajenación ni en é l d e su supresión. Q u e esta es
posible para M arx en la realidad y no sólo en e l pensa­
m iento, es consecuencia necesaria d e su rechazo d e la
identificación begeliana entre enajenación y objetivación.
P ero en los M anuscritos no se aborda el estudio del
proceso que lleva a la liberación, a cuyo estudio y fom en­
to dedicaría M arx é l resto d e su vida. Se la presenta
sim plem ente com o m eta a alcanzar y se. la designa con
el nom bre d e com unism o, que es algo infinitam ente mas
com plejo que la sim ple supresión d e la propiedad privada.
Esta no es causa, sino resultado d e la enajenación, y tan
privada es la necesidad d e un individuo com o la de todo
un pueblo si este se relaciona con los demás com o pro­
pietario excluyente. La propiedad privada ciertam ente
conserva y m ultiplica la enajenación y ha de ser supri­
mida para instaurar ai hom bre en la plenitud d e su
Introducción 41

humanidad, p ero no basta con su abolición para conse­


guirlo, y las consideraciones d e M arx sobre el com unis­
m o grosero son no sólo una advertencia desatendida, sino
también un diagnóstico estrem ecedor d e realidades con­
temporáneas.
Aunque Marx no se propone interpretar el mundo,
sino transformarlo, es forzoso limitarnos aquí a la ex ­
posición de las razones de la acción sin apuntar siquiera
el estudio de sus m edios y de sus posibilidades o im posi­
bilidades de éxito. Reducido a su valor puramente critico,
el pensam iento m arxiste resulta ya de una increíble fer­
tilidad y bien que trivializada por el abuso que de ella
se hace en la actualidad, la categoría de la enajenación
constituye uno de los instrum entos berm enéuticos más
poderosos de que disponem os para el conocim iento del
presente. Esta categoría ha sido fertilizada y enriquecida
no sólo por la literatura marxista posterior, sino por
aportaciones procedentes d e otros pensam ientos m uy di­
sim iles y quizá más que ningún otro e l d e Stgmund
Preud. En la M etapsicología freudiana, es tam bién la
escasez la que im pone el dom inio d el principio de la
realidad sobre e l principio del placer y obliga al hom bre
a encerrarse en los lim ites d e su individualidad negándo­
se al im pulso asociativo, al Eros. Un espléndido libro
de M arcuse, Eros y C ivilización, que subraya las co ­
nexiones existen tes entre enajenación y represión, pone
también d e m anifiesto, tal vez sin quererlo, las dificul­
tades inmensas y quizá insuperables que se oponen a la
transformación d e este m undo en hogar d el hom bre.
Sean ellas cuales fueren, es d o ro , sin em bargo, qu e está
más cerca d el hogar quien lucha p or alcanzarlo que quien
acepta com o tal una morada inclem ente. Si es bárbara y
romántica la actitud de quienes, p or e l sueño d e un mun­
do m ejorp están dispuestos a destruir este p obre mundo
de qu e disponem os, es estéril y m iope la de lo s após­
toles ¿ e una tecnocracia olvidada de qu e para e l hom bre
no hay otra riqueza qu e serlo con plenitud y que la lu­
cha p or conseguirlo es e l único m otor r e d del progreso.
42 F. Rubio Llórente

Frente a las ilusiones adolescentes y el escepticism o senil


existe p or fortuna, com o alternativa real, el cam ino difí­
cil y fecundo d e un auténtico humanismo.

Francisco R ubio Llórente,


Caracas, Instituto de Estudios Políticos

Sobre la traducción

La lectura de los Manuscritos suscita abundantes pro­


blemas debidos a la form a en que los m ism os fueron
escritos (fo lio s divididos por líneas verticales en tres
columnas iguales en cada una de las cuales se desarrolla
un tem a distin to) y a la poca legibilidad de la letra de
M arx. La adecuada ordenación de los textos se consiguió
ya en la edición M E G A , pero incluso en esta existen
todavía algunos errores de lectura que han sido corregi­
dos después gracias a los trabajos d e los Institutos de
estudios marxistas de Berlín y M oscú. Algunas d e estas
correcciones fueron ya incluidas en las ediciones parciales
hechas por la Editorial D ietz, de Berlín, a la que aludi­
m os en el tex to y la totalidad de ellas en la primera
edición rusa com pleta. También han sido incorporadas
en ediciones alemanas posteriores, fundamentalmente las
preparadas por Erich Thier y por G unther Hillman. Para
nuestra traducción hem os utilizado estas dos ediciones
además de la M E G A . D e ellas tomamos algunas de las
notas explicativas. Cuando entre estas ediciones autori­
zadas existe alguna disparidad lo hem os señalado tam­
bién mediante nota.
La versión castellana plantea también dificultades con­
siderables, la más difícil de las cuáles es quizá la de
encontrar térm inos adecuados para traducir los alemanes
de Entfrem dung, Entáusserung y Verausserung, asi com o
los correspondientes verbos y derivados (entfrcm den,
entaussern, verüussern, Selbstentfremdung). M arx los uti­
liza frecuentem ente com o sinónim os, pero en algunos
lugares señala entre ellos una diferencia de matiz. Su
introducción 4>

significado general y común es el de salir de lo que es


propio, pero Entausserung y Verausserung acentúan más
la idea de entrega a algo ajeno. Por esa razón en una
edición anterior de los Manuscritos utilicé sistemática­
m ente el castellano extrañamiento para verter Entfrcm -
dung y enajenación para Entausserung y Verausserung,
con lo cual intentaba subrayar ademas la idea de que
enajenación no significa en m odo alguno venta. E ste uso
tiene, sin em bargo, e l btconveniente de que obliga a
utilizar tam bién el verbo extrañar com o traducción de
entfremden y sobre tod o en participio ese verbo s e pre­
senta también a equívocos graves. P or eso en la presente
ocasión b e abandonado el sistem a y em pleo los térm inos
extrañamiento y enajenación para verter indistintam ente
cualquiera d e los alemanes citados. C on ello se pierde
ciertam ente la diferencia d e matiz que entre lo s mismos
existe, pero, de una parte, ésta no es tanta que no pueda
ser sacrificada a la claridad, y d e la otra, e l significado
preciso no se lograría por el sim ple em pleo de palabras
españolas diferentes y más o m enos descoyuntadas y sería
necesario en todo caso la utilización de continuas notas
aclaratorias, sin razón de ser en una edición de este
carácter.
Los números romanos entre paréntesis corresponden a
la numeración de los folios utilizados por Marx.

F. R.
Prim er Manuscrito
El M anuscrito n.m 1 consta d e nueve folios (IB hojas,
26 páginas) que fueron unidos p o r M arx form ando un
cuaderno. Las páginas fueron divididas, antes d e escribir
en ellas, en tres columnas, por m edio d e dos rayas vertir
cales. Cada una d e las columnas lleva, d e izquierda a
derecha, e l siguiente títu lo: Salario, B eneficio d el Capital,
R enta d e la tierra. A parentem ente M arx pensaba des­
arrollar paralelam ente estos tres temas con igual exten ­
sión. A partir d e la página X X I I M arx escribió sob re la
totalidad d e las páginas, sin respetar la división en co ­
lumnas; esta parte es la que, d e acuerdo con e l contenido,
ha sido titulada: El trabajo enajenado.
El M anuscrito se interrum pe en la página X X V II.
E l prólogo fu e escrito al final y está incluido en los
folios correspondientes al M anuscrito tercero.
P r ó lo g o

H e anunciado ya en los Anales Franco-Alemanes la


crítica de la ciencia del Estado y del D erecho bajo form a
de una crítica de la Filosofía hegeliana1 del D erecho.
Al prepararla para la impresión se evidenció que la mez­
cla de la crítica dirigida contra la especulación con la
crítica de otras materias resultaba inadecuada, entorpecía
el desarrollo y dificultaba la com prensión. Además, la
riqueza y diversidad de los asuntos a tratar sólo hubiese
podido ser comprendida en una sola obra de un m odo
totalmente aforístico, y a su vez tal exposición aforística
hubiera producido la apariencia de una sistematización
arbitraria. Haré, pues, sucesivamente, en folletos distin­
tos e independientes, la crítica del derecho, de la moral,
de la política, etc., y trataré, por últim o, de exponer en
un trabajo especial la conexión del todo, la relación de
las distintas partes entre sí, así com o la crítica de la
elaboración especulativa de aquel material. Por esta ra­
zón en el presente escrito sólo se toca la conexión de la
Economía Política con el Estado, el D erecho, la M oral,
Al
48 Karl Marx

la Vida civil, etc., en la medida en que la Econom ía


Política misma, ex profeso, toca estas cuestiones.
N o tengo que asegurar al lector familiarizado con la
Econom ía Política que mis resultados han sido alcanza­
dos mediante un análisis totalmente em pírico, fundamen­
tado en un concienzudo estudio crítico d e la Economía
Política.
[P o r el contrarío, el ignorante critico que trata de es­
conder su total ignorancia y pobreza de ideas arrojando
a la cabeza del crítico positivo la frase « frase utópica»
o frases com o «L a crítica completamente pura, com ple­
tamente decisiva, completamente crítica», la «sociedad
no sólo jurídica, sino social, totalmente social», la «com ­
pacta masa clasificada», los «portavoces que llevan la
voz de la masa masificada», ha de suministrar todavía
la primera prueba de que, aparte de sus teológicas cues­
tiones de familia, también en las cuestiones mundanales
tiene algo que decir] 2.
Es obvio que, además de los socialistas franceses e
ingleses, también he utilizado trabajos de socialistas ale­
manes. Los trabajos alemanes densos y originales en esta
ciencia se reducen realmente (aparte de los escritos de
W eitling) al artículo de Hess publicado en los 21 plie-
o s 3 y al «B osquejo para la Crítica de la Economía
f ‘olítica», de Engels, en los Anuarios Franco Alem anes,
en donde yo anuncié igualmente, de manera totalmente
general, los primeros elementos del presente trabajo.
Aparte de estos escritores que se han ocupado crítica­
mente de la Econom ía Política, la crítica positiva en
general, y por tanto también la crítica positiva alemana
de la Economía Política, tiene que agradecer su verdade­
ra fundamcntación a los descubrimientos de Feuerbach,
contra cuya « Filosofía d el Futuro» y contra cuyas «Tesis
para la reforma de la F ilosofía» en las A nécdotas4 (por
más que se las utilice calladamente) la mezquina envidia
de los unos y la cólera real de los otros, parecen haber
tramado un auténtico com plot del silencio.
Sólo de Feuerbach arranca la crítica positiva, humanis­
ta y naturalista. Cuanto menos ruidoso, tanto más seguro,
Prólogo 49

profundo» am plio y permanente es e l efecto de los escri­


tos feuerbachianos, los únicos» desde la Lógica y la Fe­
nom enología de H egel, en los que se contenga una
revolución teórica real.
En oposición a los teólogos críticos de nuestro tiempo»
he considerado absolutamente indispensable el capítulo
íinal del presente escrito, la discusión de la Dialéctica
begeliana y d e la Filosofía hegdiana en general, pues
tal trabajo no ha sido nunca realizado, lo cual constituye
una inevitable falta ¿ e sinceridad, pues incluso el teólogo
crítico continúa siendo teólogo y , p or tanto, o bien debe
partir d e determinados presupuestos de la Filosofía com o
de una autoridad, o bien, si en el proceso de la crítica y
m erced a descubrim ientos ajenos nacen en él dudas sobro
los presupuestos filosóficos, los abandona cobarde e in­
justificadam ente, prescinde de ellos, se limita a expresar
su servidum bre con respecto a ellos y el disgusto por
esta servidum bre en form a negativa y carente de con­
ciencia, y sofística [s ó lo lo expresa en form a negativa y
carente de conciencia, en parte repitiendo continuamente
la seguridad sobre la pureza de su propia crítica, en
>arte, a fin de alejar tanto los ojos del observador com o
{os suyos propios del necesario ajustamiento d e cuentas
entre la crítica y su cuna — la Dialéctica hegeliana y la
Filosofía alemana en general— , de esta indispensable
elevación d e la moderna crítica sobre su propia limita­
ción y tosquedad, tratando de crear la apariencia de que
la crítica sólo tiene que habérselas con una form a limita­
da de la crítica fuera d e ella — concretamente con la
crítica del siglo x v m — y con la lim itación de la masa.
Finalmente, cuando se hacen descubrim ientos — com o los
feuerbacbianos— sobre la esencia de sus premios presu­
puestos filosóficos, el teólogo crítico, o bien finge haber­
los realizado él, y lo finge lanzando los resultados de
estos descubrim ientos, sin poderlos elaborar, com o con­
signas contra los escritores que están aún presos d e la
Filosofía, o bien saben crearse la conciencia d e su supe­
rioridad sobre esos descubrim ientos, n o colocando o tra­
tando d e colocar en su justa relación los elem entos de la
50 Karl Marx

dialéctica hegeliana, que echa aún de menos en aquella


crítica de la misma, que aún no han sido críticamente
ofrecidos a su goce, sino haciéndolos valer misteriosa­
m ente, en el m odo que le es propio, de form a escondida,
maliciosa y escéptica, contra aquella critica de la dialéc­
tica hegeliana. A sí., tal vez, la categoría de la prueba me­
diadora contra la categoría de la verdad positiva que
arranca de sí misma, la ... etc. E l teólogo crítico encuen­
tra, efectivam ente, perfectam ente natural que del lado
d e la Filosofía esté todo p o r hacer, para que él pueda
charlar sobre la pureza, sobre el carácter decisivo de la
crítica perfectam ente crítica, y se considera com o el ver­
dadero superador de la Filosofía cuando siente que falta
en Feuerbach un m om ento de H egel, pues por más que
practique el fetichism o espiritualista de la «autoconcien-
d a » y del «espíritu », el crítico no pasa del sentimiento
de la conciencia] 5.
Considerada con exactitud, la crítica teológica — bien
que, en el com ienzo, fuese un m om ento real del progre­
so— no es, en última instanda, otra cosa que la conse­
cuencia y culm inación llevadas hasta la caricatura teoló-
ica d e la vieja trascendencia filosófica y, concretam ente,
f egeliana. En otra ocasión mostraré en detalle esta Né-
mesis histórica, esta interesante justida de la Historia
que destina a la T eología, que fu e en otro tiem po el lado
p odrido de la F ilosofía, a exponer también ahora la diso-
lu d ón negativa de la F ilosofía, es d e d r, su proceso de
putrefacción.
[E n qué m edida, por el contrario, hacen necesaria los
descubrim ientos d e Feuerbach sobre la esencia de la Filo­
sofía una discusión crítica con la dialéctica filosófica (al
m enos para servirles de prueba) se verá en mi expo-
sid ó n ] 4.
P rim er M an u scrito

Salario

(I ) E l salario está determinado por la lucha abierta


entre capitalista y obrero. Necesariamente triunfa el ca­
pitalista. E l capitalista puede vivir más tiem po sin el
obrero que éste sin e l capitalista. La unión entre los
capitalistas es habitual y eficaz; la d e los obreros está
prohibida y tiene funestas consecuencias para ellos. A de­
más el terrateniente y el capitalista pueden agregar a sus
rentas beneficios industriales, el obrero n o puede agregar
a su ingreso industrial ni rentas de las tierras ni intereses
del capital. P or eso es tan grande la com petencia entre
los obreros. Luego sólo para el obrero es la separación
entre capital, tierra y trabajo una separación necesaria
y nociva. El capital y la tierra n o necesitan permanecer
en esa abstracción, pero sí el trabajo del obrero.
Para d obrero es, pues, m ortal la separación d e capí-
tal, renta d e la tierra y trabajo.
E l nivel m ínim o del salario, y el único necesario, es lo
requerido para mantener al obrero durante e l trabajo y
51
52 Kar) Marx

{tara que é l pueda alimentar una fam ilia y n o se extinga


a raza d e los obreros. E l salario habitual es, según
Smith, el m ínim o com patible con la sim ple humanité 1,
es d ecir, con una existencia animal.
La demanda d e hom bres regula necesariam ente la pro­
ducción d e hom bres, com o ocurre con cualquier otra
mercancía. Si la oferta es m ucho mayor que la demanda,
una parte de los obreros se hunde en la mendicidad o
muere por inanición. La existencia del obrero está redu-
cida, pues, a la condición de existencia de cualquier otra
mercancía. E l obrero se ha convertido en una mercancía y
para él es una suerte poder llegar hasta el com prador. La
demanda de la que depende la vida del obrero, depende
a su vez del humor de los ricos y capitalistas. Si la oferta
supera a la demanda, entonces una de las partes constitu­
tivas del precio, beneficio, renta de la tierra o salario, es
pagada por debajo del p recio; una parte d e estas presta­
ciones se sustrae, pues, a este em pleo y e l precio del
mercado gravita hacia el precio natural com o su centro.
Pero, 1) cuando existe una gran división del trabajo le
es sumamente difícil al obrero dar al suyo otra dirección;
2 ) el perjuicio le afecta a é l en primer lugar a causa de
su relación de subordinación respecto del capitalista.
C on la gravitación d el precio d e m ercado hacia el pre­
cio natural es asi e l obrero e l que más pierde y e l que
necesariam ente pierde. Y justamente la capacidad del ca­
pitalista para dar a su capital otra dirección es la que, o
priva del pan al obrero, lim itado a una rama determinada
d e trabajo, o le obliga a someterse a todas las exigencias
de ese capitalista.
(I I ) Las ocasionales y súbitas fluctuaciones del precio
d e m ercado afectan menos a la renta de la tierra que a
aquellas partes del precio que se resuelven en beneficios
y salarios, pero afectan también menos al beneficio que
al salario. P or cada salario que sube hay, p or lo general,
uno que se mantiene estacionario y uno que baja.
E l obrero no tien e necesariam ente qu e ganar con la
ganancia d el capitalista., pero necesariamente pierde con
él. A sí el obrero n o gana cuando el capitalista mantiene
Primer Manuscrito 53

el precio del m ercado p or encima del natural por obra


de secretos Industriales o com erciales, del m onopolio o
del favorable emplazamiento de su terreno.
Adem ás: los precios d el trabajo son m ucho más cons­
tantes que los precios d e los víveres. Frecuentemente se
encuentran en proporción inversa. En un año de carestía
el salario dism inuye a causa de la dism inución de la de­
manda y se eleva a causa del alza de los víveres. Queda,
pues, equilibrado. En todo caso, una parte de los obreros
queda sin pan. En años de abundancia, el salario se
eleva m erced al aumento de la demanda, dism inuye mer­
ced a los precios de los víveres. Q ueda, pues, equili­
brado.
O tra desventaja del obrero:
L os precios d el trabajo de los distintos tipos de obreros
difieren m ucho más que las ganancias en las distintas
ramas en las que el capital se coloca. Én el trabajo toda
la diversidad natural, espiritual y social de la actividad
individual se manifiesta y es inversamente retribuida, en
tanto que e l capital m uerto va siem pre al m ism o paso y
es indiferente a la real actividad individual. E n general
hay que observar que allí en donde tanto el ob rero com o
el capitalista sufren, el obrero sufre en su existencia y
el capitalism o en la ganancia de su inerte M ammón.
E l obrero ha d e luchar n o sólo por su subsistencia fí­
sica, sino también p or lograr trabajo, es decir, por la
posibilidad, p or lo m edios, d e poder realizar su actividad.
Tom em os las tres situaciones básicas en que puede en­
contrarse la sociedad y observem os la situación del obre­
ro en ellas.
1 ) Si la riqueza d e la sociedad está en descenso, el
obrero sufre más que nadie, pues aunque la dase obrera
n o puede ganar tanto com o la de los propietarios en una
situación social próspera, aucune n e sou ffre aussi cruette-
m en t d e son déclin q u e la classe d es ouvriers (•).
( I I I ) , 2 ) Tom em os ahora una sodedad en la que la

(■) Mogona sufre tamo coa su decadencia corno la dase obre­


ra (Smith, II, 162).
54 Karl Marx

riqueza aumenta. Esta situación es la única propicia para


el obrero. A qu í aparece la com petencia entre capitalistas.
La demanda de obreros excede a la oferta, pero:
En prim er lugar, el alza de los salarios conduce a un
exceso de trabajo de los obreros. Cuanto más quieren
ganar, tanto más de su tiem po deben sacrificar y, enaje­
nándose de toda libertad, han de realizar, en aras de la
codicia, un trabajo de esclavos. Con ello acortan su
vida. Este acortamiento en la duración de su vida es una
circunstancia favorable para la clase obrera en su con­
junto, porque con él se hace necesaria una nueva oferta.
Esta clase ha de sacrificar continuamente a una parte de
sí misma para n o perecer por com pleto.
Además, ¿cuándo se encuentra una sociedad en vías
de enriquecim iento progresivo? C on el aumento de los
capitales y las rentas de un país. E sto, sin em bargo, sólo
es posible: a ) porque se ha acumulado m ucho trabajo,
pues el capital es trabajo acumulado; es decir, porque
se ha ido arrebatando al obrero una cantidad creciente
de su producto, porque su propio trabajo se le enfrenta
en medida creciente com o propiedad ajena, y los me­
dios de su existencia y de su actividad se concentran
cada vez más en mano del capitalista; 6) la acumulación
del capital aumenta la división del trabajo y la división
del trabajo el número de obreros; y viceversa, el núme­
ro de obreros aumenta la división del trabajo, así com o
la división del trabajo aumenta la acumulación de capi­
tales. Con esta división del trabajo, de una parte, y con
la acumulación de capitales, de la otra, el obrero se hace
cada vez más dependiente exclusivamente del trabajo, y
de un trabajo muy determinado, unilateral y maquinal.
Y así, del m ism o m odo que se ve rebajado en lo espi­
ritual y en lo corporal a la condición de máquina, y de
hom bre queda reducido a una actividad abstracta y un
vientre. Se va haciendo cada vez más dependiente de
todas las fluctuaciones del precio de m ercado, del em­
pleo de los capitales y del humor de los ricos. Igualmen­
te, el crecim iento de la clase de hombres que no tie­
nen (I V ) más que su trabajo agudiza la com petencia entre
Primer Manuscrito 55

los obreros, por tanto, rebaja su precio. En el sistema


fabril esta situación de los obreros alcanza su punto cul­
minante.
y ) En una sociedad cuya prosperidad crece, sólo los
más ricos pueden aún vivir del interés del dinero. Todos
los demás están obligados, o bien a emprender un ne­
gocio con su capital, o bien a lanzarlo al com ercio. Con
esto se hace también mayor la competencia entre los
capitales. La concentración de capitales se hace mayor,
los capitalistas grandes arruinan a los pequeños y una
fracción de los antiguos capitalistas se hunde en la clase
de los obreros, que por obra de esta aportación padece
de nuevo la depresión del salario y cae en una depen­
dencia aún mayor de los pocos grandes capitalistas; al
disminuir el número de capitalistas, desaparece casi su
competencia respecto de los obreros, y com o el número
de éstos se ha m ultiplicado, la com petencia entre ellos
se hace tanto mayor, más antinatural y más violenta.
Una parte de la clase obrera cae con ello en la mendici­
dad o la inanición tan necesariamente com o una parte de
los capitalistas m edios cae en la dase obrera.
A sí, pues, incluso en la situadón social más favorable
para el obrero, la consecuencia necesaria para éste es exce­
so de trabajo y muerte prematura, degradación a la condi­
ción de máquina, de esclavo d d capital que se acumula
peligrosamente frente a él, renovada com petencia, muer­
te por inanición o m endiddad de una parte de los obreros.
(V ) E l alza de salarios despierta en el obrero el ansia
d e enriquecim iento propia del capitalista que él, sin em­
bargo, sólo medíante el sacrificio de su cuerpo y d e su
espíritu puede saciar. El alza de salarios presupone la
acumulación de capital y la acarrea; enfrenta, pues, el
producto del trabajo y d obrero, hadéndolos cada vez
más extraños el uno al otro. D el m ism o m odo, la división
d d trabajo hace al obrero cada vez más unilateral y
más dependiente, pues acarrea consigo la competencia
no sólo de los hom bres, sino también de las máquinas.
G om o el obrero ha sido degradado a la condidón de
máquina, la máquina puede oponérsele com o com petidor.
56 Kad M u x

Finalmente, com o la acumulación d e capitales aumenta


la cantidad de industria, es decir, de obreros, mediante
esta acumulación la misma cantidad d e industria trae
consigo una m ayor cantidad d e obra hecha que se con­
vierte en superproducción y termina, o bien por dejar
sin trabajo a una gran parte de los trabajadores, o bien
por reducir su salario al más lamentable m ínim o. Estas
son las consecuencias d e una situación social que es la
más favorable para el obrero, la de riqueza crecien te y
progresiva.
P or últim o, sin em bargo, esta situación ascendente ha
de alcanzar alguna vez su punto culminante. ¿Cuál es en­
tonces la situación del obrero?
3 ) «L o s salarios y los beneficios del capital serán pro­
bablem ente muy bajos en un país que haya alcanzado
el últim o grado posible de su riqueza. La com petencia
entre los obreros para conseguir ocupación sería tan gran­
de que los salarios quedarían reducidos a lo necesario
para el mantenimiento del mismo número de obreros y
si el país estuviese ya suficientemente poblado este nú­
mero no podría aum entarse»2. El exceso debería morir.
Luego, en una situación declinante de la sociedad, mi­
seria progresiva; en una situación floreciente, miseria
com plicada, y en una situación en plenitud, miseria esta­
cionaria.
Y com o quiera que, según Smith, no es feliz una so­
ciedad en donde la mayoría su fre2, que el más próspero
estado de la sociedad conduce a este sufrimiento de la
mayoría, y com o la Economía Política (en general la So­
ciedad del interés privado) conduce a este estado de
suma prosperidad, la finalidad de la Economía Política
es, evidentemente, la infelicidad de la sociedad.
En lo que respecta a la relación entre obreros y capi­
talistas, hay que observar todavía que el alza de salarios
está más que compensada para el capitalista por la dis­
minución en la cantidad del tiem po de trabajo, y que
el alza de salarios y el alza en el interés del capital obran
sobre el precio de la mercancía com o el interés simple
y el interés com puesto, respectivamente.
Primer Manuscrito 57

C oloquém onos ahora totalmente en el punto de vista


del econom ista4, y com parem os, de acuerdo con él, las
pretensiones teóricas y prácticas de los obreros.
N os dice que, originariamente y de acuerdo con su
concepto m ism o, todo d producto del trabajo pertenece
al obrero. P ero al m ism o tiem po nos d ice que en rea-
lidad revierte al obrero la parte más pequeña e impres­
cindible del producto; sólo aquella que es necesaria para
que él exista no com o hom bre, sino com o obrero,
para que perpetúe no la humanidad, sino la clase esclava
de los obreros.
El econom ista nos dice que todo se com pra con tra­
bajo y que el capital no es otra cosa que trabajo acumu­
lado, pero al mismo tiem po nos dice que el obrero, muy
de poder com prarlo todo, tiene que venderse a sí
m ism o y a su humanidad.
En tanto que las rentas del perezoso terrateniente as­
cienden por lo general a la tercera parte del producto
de la tierra, y el beneficio del atareado capitalista llega
incluso al doble del interés del dinero, lo que el obrero
gana es, en el mejor de los casos, lo necesario para que,
de cuatro hijos, dos se le mueran de desnutrición (V II).
En tanto que, según el econom ista, el trabajo es lo único
con lo que el hom bre aumenta el valor de los productos
naturales, su propiedad activa, según la misma Economía
Política, el terrateniente y el capitalista, que com o terra­
teniente y capitalista son simplemente dioses privilegiados
y ociosos, están en todas partes por encima del obrero y
le dictan leyes.
En tanto que, según el econom ista, el trabajo es el
único precio invariable de Las cosas, no hay nada más
azaroso que el precio del trabajo, nada está som etido a
mayores fluctuaciones.
En tanto que la división del trabajo eleva la fuerza
productiva del trabajo, Ja riqueza y el refinamiento de la
sociedad, em pobrece al obrero hasta reducirlo a máquina.
En tanto que el trabajo suscita la acumulación de capi­
tales y con ello el creciente bienestar de la sociedad, hace
al obrero cada vez más dependiente del capitalista, le
5* K*rl Márx

lleva a una mayor competencia» lo empuja al ritm o desen­


frenado d e la superproducción, a la que sigue un ma­
rasmo igualmente profundo.
En tanto que» según los economistas» el interés del
obrero no se opone nunca al interés de la sociedad» el
interés d e la sociedad está siem pre y necesariamente en
oposición al interés del obrero.
Según los economistas» el interés d el obrero n o está
nunca en oposición al de la sociedad, 1 ) porque d alza
del salario está más que compensada p or la disminu­
ción en la cantidad del tiem po d e trabajo, además de las
restantes consecuencia^ antes desarrolladas, y 2 ) porque»
en relación con la sociedad» el producto bruto total es
producto neto y sólo en relación al particular tiene el
neto significado.
Pero que el trabajo m ism o no sólo en las condiciones
actuales» sino en general, en cuanto su finalidad» es sim­
plemente el increm ento de la riqueza; que el trabajo
mismo» digo, es nocivo y funesto» es cosa que se deduce»
sin que el econom ista lo sepa, de sus propias exposi­
ciones.
De acuerdo con su concepto, la renta de la tierra y
el beneficio del capital son deducciones que el salario
padece. En realidad, sin embargo» el salario es una de­
ducción que el capital y la tierra dejan llegar al obrero,
una concesión del producto del trabajo de los trabaja­
dores al trabajo.
El obrero sufre más que nunca en su estado de decli­
nación social. Tiene que agradecer la dureza específica
de su opresión a su situación de obrero, pero la opresión
en general a la situación de la sociedad.
Pero en el estado ascendente de la sociedad» la deca­
dencia y el em pobrecim iento del obrero son producto
de su trabajo y de la riqueza p or é l producida. La mise­
ria brota, pues, de la esencia del trabajo actual.
El estado de máxima prosperidad social, un ideal, pero
que puede ser alcanzado aproximadamente y que, en todo
caso, constituye la finalidad, tanto de la Econom ía Poli-
Primer Manuscrito 59

tica com o de la sociedad civil, es, para el obrero, miseria


estacionaria.
Se com prende fácilm ente que en la Econom ía Política
el proletario, es decir, aquel que, desprovisto de capital
y de rentas de la tierra, vive sólo de su trabajo, de un
trabajo unilateral y abstracto, es considerado únicamente
com o obrero. Por esto puede la Economía asentar la te­
sis de que aquél, com o un caballo cualquiera, debe ganar
lo suficiente para poder trabajar. N o lo considera en sus
momentos de descanso com o hom bre, sino que deja este
cuidado a la justicia, a los m édicos, a la religión, a los
cuadros estadísticos, a la policía y al alguacil de pobres.
Elevémonos ahora sobre el nivel de la Econom ía Poli-
tira v. a partir de la exposición hasta ahora hecha, casi
o 'ii l.i'. mismas palabras de la Econom ía Política, trate-
nu>s de responder a dos cuestiones.
1) ¿Q ué sentido tiene, en el desarrollo de la huma­
nidad, esta reducción de la mayor parte de la humanidad
al trabajo abstracto?
2 ) ¿Q ué falta com eten los reformadores en détail ( b)
que, o bien pretenden elevar los salarios y mejorar con
ello la situación de la dase obrera, o bien (com o
Proudhon) consideran la igualdad de salarios com o fina­
lidad de la revolución social?
El trabajo se presenta en la Econom ía Política única­
mente bajo el aspecto de actividad lucrativa.
(V I I I ) Puede afirmarse que aquellas ocupaciones que
requieren dotes específicas o una mayor preparación se
han hecho, en conjunto, más lucrativas; en tanto que el
salario m edio para la actividad mecánica uniform e, en
la que cualquiera puede ser fácil y rápidamente instrui­
d o, a causa de la creciente competencia ha descendido y
tm fa que descender, y precisamente este tipo de trabajo
es, en el actual estado de organización de éste, el más
abundante con mucha diferencia. P or tanto, si un obrero
de primera categoría gana actualmente siete veces más
que hace cincuenta años y o tro d e la segunda lo m ism o,

(b) detallistas.
60 Kar) Marx

los dos ganan, ciertamente, por térm ino m edio, cuatro


veces más que antes. Sólo que si en un país la primera
categoría de trabajo ocupa únicamente 1.000 hom bres y
la segunda a un m illón, 999.000 no están m ejor que
hace cincuenta años y están peor si, al mismo tiem po,
han subido los precios de los artículos de primera nece­
sidad. Y con estos superficiales cMctdos d e térm ino m e­
dio 5 se pretende engañar sobre la dase más numerosa
de la población. Adem ás, la cuantía del salario es sólo
un factor en la apreciación d el ingreso d el obrero, pues
para mesurar este últim o es también esencial tomar en
consideración la duración asegurada del trabajo, de la
que n o puede hablarse en la anarquía d e la llamada Ubre
com petencia, con sus siempre repetidas fluctuaciones e
interrupciones. P or últim o, hay que tomar en cuenta la
jornada de trabajo habitual antes y ahora. Esta ha sido
elevada para los obreros ingleses en la manufactura algo­
donera, desde hace veinticinco años, esto es, exactamente
desde el m om ento en que se introdujeron las máquinas
para ahorrar trabajo, a doce o dieciséis horas diarias por
obra de la codicia empresarial (I X ), y la elevación en
un país y en una rama de la industria tuvo que exten­
derse más o menos a otras partes, dado el derecho, aún
generalmente reconocido, a una explotación incondicio­
nada de los pobres por los ricos (Schulz, Bewegung der
Produktion, pág. 65).
Pero incluso si fuera tan cierto, com o realmente es
falso, que se hubiese incrementado el ingreso m edio de
todas las clases de la sociedad, podrían haberse hecho
mayores las diferencias y los intervalos relativos entre
los ingresos, y aparecer así más agudamente los contras­
tes de rique 2 a y pobreza. Pues justamente porque la pro­
ducción total crece, y en la misma medida en que esto
sucede, se aumentan también las necesidades, deseos y
pretensiones, y la pobreza relativa puede crecer en tanto
que se aminora la absoluta. El samoyedo, reducido a su
aceite de pescado y a sus pescados rancios, no es pobre
porque en su cerrada sociedad todos tienen las mismas
necesidades. Pero en un estado que va hacia delante que,
Primer Manuscrito 61

por ejem plo, en un decenio ha aumentado su producción


total en relación a la sociedad en un tercio, el obrero
que gana ahora lo m ism o que hace diez años no está ni
siquiera tan acom odado com o antes, sino que se ha em­
pobrecido en una tercera parte (ibid ., págs. 65-66).
Pero la Econom ía Política sólo conoce al obrero en
cuanto animal de trabajo, com o una bestia reducida a
las más estrictas necesidades vitales.
Para cultivarse espiritualmente con mayor libertad, un
pueblo necesita estar exento de la esclavitud de sus pro­
pias necesidades corporales, no ser ya siervo del cuerpo.
Se necesita, pues, que ante todo le quede tiem po para
poder crear y gozar espiritualmente. Los progresos en
el organism o del trabajo ganan este tiem po. ¿N o ejecuta
frecuentemente, en la actualidad, un solo obrero en las
fábricas algodoneras, gracias a nuevas fuerzas motrices
y a máquinas perfeccionadas, el trabajo de 250 a 350 de
los antiguos obreros? Consecuencias semejantes en todas
las ramas de la producción, pues energías naturales exte­
riores son obligadas, cada vez en mayor medida, a par­
ticipar (X ) en el trabajo humano. Si antes para cubrir una
determinada cantidad de necesidades materiales se reque­
ría un gasto de tiem po y energía humana que más tarde
se ha reducido a la m itad, se ha ampliado en esta misma
medida el ám bito para la creación y el goce espiritual
sin ningún atentado contra el bienestar material. Pero
incluso sobre el reparto del botín que ganamos al viejo
Cronos en su p ropio terreno decide aún el juego de dados
del azar ciego e injusto. Se ha calculado en Francia que,
dado el actual nivel de producción, una jornada media
de trabajo de cinco horas para todos los capaces de tra­
bajar bastaría a la satisfacción de todos los intereses
materiales de la sociedad... Sin tomar en cuenta los aho­
rros gracias a la perfección de la maquinaria, la duración
del trabajo esclavo en las fábricas n o ha hecho sino
aumentar para un numerosa población (ibid ., 67-68).
El tránsito del trabajo manual com plejo al sistema
fabril presupone una descom posición del m ism o en ope­
raciones simples. Pero por d iora sólo una parte de las
62 Karl Marx

operaciones uniform em ente repetidas le corresponde de


m om ento a las máquinas, otra parte le corresponde a
los hom bres. D e acuerdo con la naturaleza de las cosas,
y de acuerdo con experiencias concordantes, una tal acti­
vidad continuamente uniform e es tan perjudicial para d
espíritu com o para el cuerpo; y así, pues, en esta unión
del m aqumismo con la sim ple división del trabajo entre
más numerosas manos humanas tenían también que ha­
cerse patentes todos los inconvenientes de esta última.
Estos inconvenientes se muestran, entre otras cosas, en
la mayor mortalidad de los obreros (X I ) fa b riles... Esta
gran diferencia de que los hom bres trabajen mediante
máquinas o com o máquinas no ha sid o ... observada
(ib id ., pág. 69).
Para el futuro de la vida de los pueblos, las fuerzas
naturales brutas que obran en las máquinas serán, sin
em bargo, nuestros siervos y esclavos (ib id ., pág. 7 4 ).
En las hilaturas inglesas están actualmente ocupados
sólo 158.818 hombres y 196.818 mujeres. Por cada
100 obreros hay 103 obreras en las fábricas de algodón
del condado de Lancaster y hasta 209 en Escocia. En
las fábricas inglesas d e lino, en Lecds, se contaban
147 obreras p or cada 100 obreros; en Druden y en la
costa oriental de E scoda, hasta 280. En las fábricas in­
glesas de sed a ... muchas obreras; en las fábricas de lana,
que exigen mayor fuerza de trabajo6, más hom bres...
Tam bién las fábricas de algodón norteamericanas ocupa­
ban, en 1833, junto a 18.593 hom bres, n o menos de
38.927 m ujeres. M ediante las transformaciones en el or­
ganism o del trabajo le ha correspondido, pues, al sexo
fem enino, un círculo más am plio de actividad lucrativa...,
las mujeres una posición económ ica más independiente...,
los dos sexos más aproximados en sus reladones sodales
(ib id ., págs. 71-72).
«E n las hilaturas inglesas m ovidas por vapor y agua
trabajaban en el año 1835 20.558 niños entre och o y doce
años, 35.867 entre doce y trece años y, por últim o,
108.208 entre trece y d ied och o a ñ os... Ciertamente que
los ulteriores progresos de la mecánica, al arrancar de
Primer Manuscrito 63

manos d e los hom bres, cada vez en mayor medida, todas


las ocupaciones uniform es, actúan en el sentido de una
paulatina elim inación (X I I ) de la anomalía. S ólo que en
el cam ino de este mismo rápido progreso está precisa­
mente e l detalle de que los capitalistas pueden apropiar-
se, del m odo más sim ple y barato, de las fuerzas de las
clases inferiores, hasta en la infancia, para usar y abusar
de ellas en lugar d e los m edios auxiliares de la mecá­
n ica» (Schulz: B eto. 4 . Produkt., págs. 70-71).
«Llam am iento de lord Broughan a los obreros: ¡H a­
ceos capitalistas! ’ ...e s t o ... lo malo es que m illones sólo
logran ganar su m odesto vivir gracias a un fatigoso tra­
bajo que los arruina corporalm ente y los deforma men­
tal y moralmente; que incluso tienen que considerar
com o una suerte la desgracia de haber encontrado tal
trabajo» ( ibid.t pág. 60).
« Pour vivre done, les non-propiétaires sont obligés de
se m ettre, directem ent ou indirectem ent, au Service des
propiétaires, c*est-á-dire sous leur dépendance.» Pee*
queur: T kéorie nouvclle d*économie sociale, etc. (pági­
na 409).
Dom estiques-gages, ouvriers-salatres; em ployés-traitc-
m ents ou émoluments (ibid., págs. 409-410).
«cLouer son travail» , «p réter son travail á Vintérét» „
« travailler á la place d’autrui».
« Louer la matiére du travail» , «p réter la m atiére du
travail á Vintérét» , «fairc travailler autrui 4 sa place»
(ibid .t págs. 411-12).
(X I I I ) « C ette constitution économ ique condamne les
hommes á des m étiers tellem ent abjeets, ¿ une dégrada-
tion tellem ent désolante et amére, que la sauvagerie appa-
raU, en comparaison, com m e une royale condition» (l. c.,
págs. 417-18). «La prostitution de la classe non proprié-
taire sous toutes les form es» (e) (págs. 421 y sig). Tra­
peros.
(e) «Para vivir, pues, los no propietarios están obligados a
ponerse directa o indirectamente al servicio de los propietarios,
e s decir, bajo su dependencia.» Pccqueur, Nueva teoría de econo­
mía social.
64 Karl Marx

Ch. Loudon, en su trabajo Solution du problém e de


la population, etc., París, 1842, d ice que en Inglaterra
existen entre 60.000 y 70.000 prostitutas. E l número de
fem m es d’ utte ver tu douteuse (" ) es del m ism o orden (pá­
gina 2 2 8).
«L a m oyenne vie d e ces infortunées créatures sur le
pavé, aprés qu’elles sont entrées dans la carriére du vice,
est ¿ ’environ six ou sept ans. D e maniere que potar maitt-
tenir le nom bre d e 60 a 70.000 prostituées, il doit y
avotr, dans les 3 royaum es, au m oins 8 á 9.000 fem m es
qui se vouent a cet infame m étier chaqué année, ou en-
virón vingt-quatre nouvelles victim es par jour, ce qui
est la m oyenne d ’urte par heure; e t conséquem m etit, si
la m im e proportion a lieu sur tou te la surface du globe,
il doit y avoir constam ent un million et dem i d e ces
m alheureuses» ( ibid., pág. 229).
La population des m isérables crolt avec leur m isére,
et c*est á la lim ite extrém e du dénuem ent que les étres
humains se pressent en plus grand nom bre pour se dispu-
ter le droit de sou ffrir... En 1821, la population de A b ­
lande était de 6.801.827. En 1831, elle s’était élevée
á 7.764.010; c'est 1 4 % d’augmentation en dix ans. Dans
le Leinster, province oh il y a le plus d’aisance, la popu­
lation n*a augmenté que de 8 % , tandis que, dans le
Connaught, province la plus misérable, Vaugmentation
s*est élev ée 4 2 1 % . ( Extrait des E nquétes publiées en
A ngleterre sur Vlrlande. Vienne, 1840). Buret, D e la mi­
sére, etc., t. I , pág. [3 6 ]-3 7 (*).
Criados-mesada» obreros-salarios; empleados-sueldo o emolumen­
tos {ibid., págs. 409*410).
«A lqu ilar su trabajo», «prestar su trabajo a interés», «trabajar
en lugar de otro».
«A lqu ilar la materia del erabajo », «prestar a interés la materia
del trabajo», «hacer trabajar a otro en su lugar» {ibid., pág. 411).
(X I I I ) «É sta constitución económ ica condena a los hombres a
oficios tan abyectos, a una degradación tan sumamente desoladora
y amarga que, en comparación con ella, el estado salvaje parece
una condición real» (1. c ., págs- 417-18. «L a prostitución de la
clase n o propietaria en todas sus form as» (págs. 421 y ss.).
(d) «m ujeres de dudosa virtud».
(•) «U na vez lanzadas a la carrera del vicio, la vida media de
Primer Manuscrito 65

La Econom ía Política considera el trabajo abstracta­


mente, com o una cosa; le travail est une marchandise (*);
si el precio es alto, es que la mercancía es muy deman­
dada; si es bajo, es que es muy ofrecida com m e mar-
cbandise, le travail d oit d e plus en plus baisser de
p rix (*); en parte la com petencia entre capitalista y obre­
ro, en parte la com petencia entre obreros, obligan a
ello *. «L a population ouvriére, morcbattde d e travail, est
forcém en t réduite ¿ la plus faible parí du p rod u it... la
tb éorie du travail marchandise estrelle autre cb ose qu’une
théorie d e servitude d ég u isée?» (1. c ., pág. 4 3 ).
«P ou rqu oi d on e n'avoir vu dans le travail qu*une va-
leur d'éch an ge?» (ib id ., pág. 4 4 ) ( h). L os grandes talleres
compran preferentem ente e l trabajo de mujeres y niños
porque éste cuesta m enos que el d e los hom bres (1. c.).
«L e travaiUeur n ’est point vis ¿ vis d e celu i qui Vem-
p loie dans la position d ‘un libre ven deu r... le capitalis-
estas infortunadas criaturas en el arroyo es, aproximadamente,
de seis o siete años. D e m odo que para mantener el núm ero de
60 a 70.000 prostitutas, ha de haber en los tres reinos al menos
de 8 a 9.000 mujeres que se consagran anualmente a este infame
menester, o sea aproximadamente veinticuatro nuevas víctimas
por día, lo que significa una media de una cada hora; y en
consecuencia, si en toda la superficie de la tierra se da la misma
proporción, debe existir constantemente m illón y medio de estas
desgraciadas» (ibid., pág. 229).
«L a población de los miserables crece con su miseria y es en la
zona de Is más extrema penuria en donde los hombres se apiñan
en mayor número para disputarse el derecho a su frir... En 1821
la población de Irlanda era de 6.801.827. En 1831 se elevaba
a 7.764.010, es decir, un 14 por 100 de aumento en diez años.
En el Leinster, que es la provincia más próspera, la población
sólo aumentó en un 8 por 100, en tanto que en el Connaught,
que es la más miserable, el aumento llegó al 21 por 100» (Extrac­
to de las encuestas sobre Irlanda publicadas en Inglaterra, Vie-
na, 1840) (Buxet, D e la miseria, etc., t. I , págs. 36-37).
(f) el trabajo es una mercancía.
(«) com o mercancía, el trabajo debe bajat de precio cada
vez más.
(b) La población obrera, vendedora de trabajo, está forzosa­
mente reducida a la pane más pequeña del produ cto... ¿acaso la
teoría del trabajo-mercancía es otra cosa que una teoría de ser­
vidum bre disfrazada? (1. c., pág. 43). ¿P or qué, pues, n o haber
visto en el trabajo más que un valor d e cam bio? (ibid., pág. 44).
Karl Marx, 3
66 Karl Mine

m e est toujours libre d'em ployer le travail, e t Vouvrier


est toujours forcé de le pendre. La volcar du travail est
com plétem ent détruite, s*Ü n*est pos vendu á choque ins­
tan t. Le travail n’est susceptible, n i d’accumulation, ni
m im e d'épargne, á la différen ce d es véritables [ marchan-
dises~\. (X I V ) L e travail c ’est la pie, e t si la pie ne
s ’éckange pos chaqué jour con tre les dim ents, elle souffre
et périt bientÓt. Pour que la vie d e Vbom m e soit une
marchandise, il faut done adm ettre Vesclavage* (*) (pá­
ginas 4 9 , 5 0 , 1. c.). Sí el trabajo es, pues, una mercancía,
es una mercancía con las más tristes propiedades. Pero
no lo es, incluso de acuerdo a los fundam entos de la
Econom ía Política, porque n o (e s) le libre restdtat d*un
Ubre marché (* ),0. E l régimen económ ico actual baja, a
la vez, el precio y la remuneración del trabajo, il p erfec-
tionne Vouvrier et dégrade Vbomm e (1. c ., págs. 52-3).
U industrie est devenue une guerre et le com m erce un
jeu (I. c., pág. 6 2 ) ( k).
Les machines *4 travailler le colon (*) (en Inglaterra)
representan ellas solas 84.000.000 de artesanos n .
La industria se encontró hasta el presente en la situa­
ción de la guerra de conquista « elle a prodigé la vie des
hom m es qui com posaient son arm ée avec autant d'indiffé-
ren ce que les grands conquérants. Son but était la pos-
sesión de la richesse, et non le bonbeur des hom m es»
(B urct, 1. c., pág. 20). «C es intéréts (se. écon om iques),

( () Frente a quien lo emplea, el trabajador n o está en la posi­


ción de un libre vendedor... el capitalista es siempre libre de
com prar el trabajo, y el trabajador está siempre obligado a ven­
derlo. El valor del trabajo queda totalmente destruido si n o se lo
vende continuamente. A diferencia de las verdaderas mercan­
cías (X IV ), el trabajo n o es susceptible de acumulación y ni
siquiera de ahorro. E l trabajo es vida y si la vida n o se entrega
cada dfa a cam bio de alim entos, sufre y n o tarda en perecer.
Para que la vida del hom bre sea una mercancía hay que admitir,
pues, ia esclavitud (págs. 49-50, 1. c ).
(0 Ubre resultado de un mercado libre.
( k) perfecciona al obrero y degrada al hombre (págs. 52-55,
1. c .). La industria se ha convertido en una guerra y el com ercio
en un juego (1. c ., pág. 62).
(») Las máquinas para trabajar e l algodón.
Primer Manuscrito 67

librem ent ahandonnés h eux-m ém es... doivent nécessaire-


m ent entrer en conflit; ils n'ont d'autre arbitre que la
guerre, et les décisions de la guerre donnent aux uns la
défaíte et la m ort, pour donner aux autres la victoire...
c'est dans le conflit des forces opposées que la Science
cherche Vordre e t Véquilibre: la guerre perpéiuelle est
selon elle le seule m oyen d ’obtenir la paix; cette guerre
s*appelle la concurrence» (1. c., pág. 2 3 ) ( m).
Para ser conducida con éxito, la guerra industrial exi­
ge ejércitos numerosos que pueda acumular en un mismo
punto y diezmar generosamente. Y ni por devoción ni
por obligación soportan los soldados de este ejército las
fatigas que se les im pone; sólo por escapar a la dura
necesidad del hambre. N o tienen ni fidelidad ni gratitud
para con sus jefes; éstos no están unidos con sus subor­
dinados por ningún sentim iento de benevolencia; no los
conocen com o hom bres, sino com o instrumentos de la
producción que deben aportar lo más posible y costar lo
menos posible. Estas masas de obreros, cada vez más
apremiadas, ni siquiera tienen la tranquilidad de estar
siempre empleadas; la industria que las ha convocado
sólo las hace vivir cuando las necesita, y tan pronto com o
puede pasarse sin ellas las abandona sin el menor remor­
dim iento; y los trabajadores... están obligados a ofrecer
su persona y su fuerza por el precio que quiera conce­
dérseles. Cuanto más largo, penoso y desagradable sea
el trabajo que se les asigna, tanto menos se les paga; se
ven algunos que con un trabajo de dieciséis horas diarias

( ra) «ha prodigado la vida de los hombres que constituían su


ejército con tanta indiferencia com o los grandes conquistadores. Su
finalidad era la posesión de riquezas y no la felicidad d e los hom ­
bres» (Buret, 1. c., pág. 20). «Entregados a sí mismos, estos inte­
reses (es decir, los económ icos) han de entrar necesariamente
en con flicto; n o tienen más árbitro que la guerra, y las decisiones
de la guerra dan a unos derrota y muerte para dar a otros fa
victoria... la dencia busca el orden y el equilibrio en el conflicto
de las fuereas opuestas: la guerra perpetua es, según ella, el
único m edio de obtener la paz; esta guerra se llama la com pe­
tencia» (1. c., pág. 23).
68 Karl Marx

de continua fatiga apenas pueden com prar el derecho de


n o m orir (1. c ., págs. 6 6 , 69).
(X V ) « N ous avons la conviction... partagée... par les
commissaires cbargés de Venquéte sur la condition des
tisserands á la main, que les grandes villes industrielles
perdraient, en peu de tem ps, leur population de travail-
leurs, si elles ne recevaient, h choque tnstant, des catn-
pagnes voisines, des recrues continuelles d'hommes sains,
¿ e sang nouveau» (1. c., pág. 3 6 2) (n).

Beneficio del capital

( I ) 1 ) E l capital
1) ¿E n qué se apoya el capital, es decir, la propiedad
privada sobre los productos del trabajo ajeno? «Cuando
el capital m ism o no es simplemente robo o malversación,
requiere aún el concurso de la legislación para santificar
la herencia» (Say, t. 1, pág. 136).
¿C óm o se llega a ser propietario de fondos producti­
vos? ¿C óm o se llega a ser propietario de los productos
creados mediante esos fondos?
M ediante el derecho positivo (Say, t. I I , pág. 4).
¿Q ué se adquiere con el capital, con la herencia de un
gran patrim onio, por ejem plo? Uno que, por ejem plo,
hereda un gran patrim onio, no adquiere en verdad con
ello inmediatamente poder político. La clase de poder
que esta posesión le transfiere inmediata y directamente
es el poder de comprar; éste es un poder de mando sobre
todo el trabajo de otros o sobre tod o producto de este
trabajo que se encuentre de m om ento en el mercado
(Sm ith, t. I , pág. 61).
E l capital es, pues, el poder de G obierno sobre el tra­
ía) «Tenemos la convicción, que... comparten los comisarios
encargados de la investigación sobre la situación de los tejedores
manuales, de que las ¿andes ciudades industriales perderían en
poco tiempo la población de trabajadores si no recibiesen conti­
nuamente de los campos vecinos nuevas reclutas de hombres
sanos, de sangre nueva» (pág. 362, 1. c.).
Primer Manuscrito 69

bajo y sus productos* E l capitalista posee este poder n o


merced a sus propiedades personales o humanas, sino en
tanto en cuanto es propietario del capital. E l poder ad­
quisitivo de su capital, que nada puede contradecir, es
su poder.
Verem os más tarde, prim ero, cóm o el capitalista p or
m edio del capital ejerce su p oder de gobierno sobre el
trabajo, y después el poder de gobierno del capital sobre
el capitalista mismo.
¿Q ué es el capital?
«U n e certaine quantité de travail amassé et mis en ré-
serv e» (° ) (Sm ith, t. I I , pág. 312).
El capital es trabajo acumulado. 2 ) Fondo, stock , es
toda acumulación d e productos de la tierra y de produc­
tos manufacturados. É l stock sólo se llama capital cuan­
d o reporta a su propietario una renta o ganancia (Sm ith,
t. II, pág. 191).

2 ) E l ben eficio del capital


El beneficio o ganancia del capital es totalmente dis­
tinto del salario. Esta diversidad se muestra de un doble
m odo: en prim er lugar, las ganancias del capital se re­
gulan totalm ente de acuerdo con el valor del capital
em pleado, aunque el trabajo de dirección e inspección
puede ser el mismo para diferentes capitales. A esto se
añade* que todo este trabajo está confiado a un em pleado
principal, el salario del cual no guarda ninguna relación
con el capital ( I I ) cuyo funcionam iento vigila. Aunque
aquí el trabajo del propietario se reduce casi a nada, re­
clama, sin em bargo, beneficios en relación a su capital
(Smith, t. I , 97*99). ¿P or qué reclama el capitalista esta
proporción entre ganancia y capital?
N o tendría ningún interés en emplear a los obreros
si no esperase de la venta de su obra más de lo necesa­
rio para reponer los fondos adelantados com o salario, y
no tendría ningún interés en emplear más bien una suma

(°) «Cierta cantidad de trabajo acumulado y puesto en re­


serva.»
70 Kfirl Marx

grande que una pequeña si su beneficio no estuviese en


relación con la cuantía del capital em pleado (t. I , pági­
nas 96-97).
El capitalista extrae, pues, una ganancia, prim ero de
los salarios y después de las materias primas adelantadas.
¿Q ué relación tiene la ganancia con el capital?
Si ya es difícil determinar la tasa media habitual de
los salarios en un tiem po y lugar determinados, aún más
difícil es determinar la ganancia de los capitales. Cam­
bios en el precio de las mercancías con que el capital
opera, buena o mala fortuna de sus rivales y clientes,
traen un cam bio de los beneficios de día en día y casi de
hora en hora (Sm íth, t. I , págs. 179-80). Ahora bien,
aunque sea im posible determinar con precisión las ga­
nancias del capital, podem os representárnoslas de acuer­
do con el interés del dinero. Si se pueden hacer muchas
ganancias con el dinero, se da mucho por la posibilidad
de servirse de él, si por m edio de él se gana p oco, se da
p oco (Sm ith, t. I, pág. 181). La proporción que ha de
guardar la tasa habitual de interés con la tasa de ganan­
cia neta varía necesariamente con la elevación o descenso
de la ganancia. En la Gran Bretaña se calcula com o el
doble del interés lo que los com erciantes llaman un pro-
fit honnéte, m odére, raisonnable ( p), expresiones que no
quieren decir otra cosa que un beneficio habitual y acos­
tum brado (Sm ith, t. I , pág. 198).
¿Cuál es la tasa más baja de la ganancia? ¿Cuál es
la más alta?
La tasa más baja de la ganancia habitual del capital
debe ser siem pre algo más de lo que es necesario para
com pensar las eventuales pérdidas a que está sujeto todo
em pleo del capital. Este exceso es propiam ente la ganan­
cia o le bén éfice n et (q). L o mismo sucede con la tasa
más baja del interés (Sm ith, t. I , pág. 196).
(111) La tosa más elevada a que pueden ascender las
ganancias habituales es aquella que, en la mayor parte

( p) B eneficio honesto, m oderado, razonable.. '


( Q) Beneficio neto.
Primer Manuscrito 71

de las mercancías, absorbe la totalidad d e las rentas de


la tierra y reduce el salario de las mercancías suminis­
tradas al precio mínimo, a la sim ple subsistencia del
obrero mientras dura el trabajo. D e una u otra form a, el
obrero ha de ser siempre alimentado en tanto que es
em picado en una tarea; las rentas de la tierra pueden ser
totalmente suprimidas. E jem plo, las gentes de la Com ­
pañía de las Indias de Bengala (Sm ith, t. I , pág. 198).
Aparte de todas las ventajas de una competencia re­
ducida, que el capitalista puede explotar en este caso,
le es posible también mantener, de m odo honesto, el
p red o de mercado por encima del precio natural.
En prim er lugar, mediante el secreto com ercial,, cuan’
d o el mercado esté muy alejado de sus proveedores, es
d ed r, manteniendo en secreto el cam bio de precio, su
alza por encima del nivel natural. Este secreto logra que
otros capitalistas no arrojen igualmente su capital en
esta rama.
/ >/ segundo lugar, mediante el secreto de fábrica, cuan­
d o el capitalista con menores costos de producción su­
ministra sus mercancías a un precio igual o incluso me­
nor que el de sus com petidores, pero con mayor bene­
ficio. (¿ N o es inmoral el engaño mediante el secreto?
Com ercio bursátil.) Adem ás, cuando la produedón está
ligada a una determinada localidad (p or e j., vinos de ca­
lidad) y la demanda efectiva no puede ser nunca satis­
fecha. Finalmente, mediante el m onopolio de individuos
y compañías. E l precio d e m onopolio es tan alto com o
sea posible (Sm ith, t. I, págs. 120-124).
Otras causas ocasionales que pueden elevar la ganan­
cia del capital: la adquisición de nuevos territorios o de
nuevas ramas comerciales multiplica frecuentemente, in­
cluso en un país rico, las ganancias del capital, pues sus­
traen a las antiguas ramas comerciales una parte de los
capitales, aminoran la com petencia, abastecen el mercado
con menos mercancías, cuyo precio entonces se eleva;
los comerciantes de estos ramos pueden entonces pagar
el dinero prestado con un interés mayor (Smith, t. I, pá­
gina 190).
72 Karl Marx

Cuanto más elaborada» más manufacturarla es una mer­


cancía, tanto más elevada es la parte del precio que se
resuelve en salario y beneficio en proporción a aquella
otra parte que se resuelve en renta. En el progreso que
el trabajo manual hace sobre esta otra mercancía, no
sólo se multiplica el número de las ganancias, sino que
cada ganancia es mayor que las precedentes porque el
capital de que brota (I V ) es necesariamente mayor. El
capital que hace trabajar el tejedor es siempre y necesa­
riamente mayor que el que utiliza el hilandero, porque
n o sólo repone este capital con sus beneficios, sino que
además paga los salarios de los tejedores y es necesario
que las ganancias se bailen siempre en una cierta propor­
ción con el capital (t. I , págs. 102-3).
El progreso que el trabajo humano hace sobre el pro­
ducto natural, transform ándolo en el producto natural
elaborado, no multiplica por tanto d salario, sino, en
parte, el número de capitales gananciosos, y en parte
la proporción de cada capital nuevo sobre los prece-
dentes.
Sobre la ganancia que el capitalista extrae de la divi­
sión del trabajo se hablará más tarde.
El gana doblem ente, prim ero con la división del tra­
bajo, en segundo lugar, y en general, con la modificación
que el trabajo humano hace del producto natural. Cuan­
to mayor es la participación humana en una mercancía,
tanto mayor la ganancia del capital muerto.
En una y la misma sociedad está la taqa media de los
beneficios del capital mucho más cerca del m ism o nivel
que el salario de los diferentes tipos de trabajo (t. I , pá­
gina 228). En los diversos em pleos del capital, la tasa
de la ganancia varía de acuerdo con la mayor o menor
certidum bre del reem bolso del capital. «L a tasa de la
ganancia se eleva con el riesgo, aunque no en proporción
exacta» págs. 226-227).
Se com prende fácilm ente que las ganancias del capital
se elevan también medíante la facilidad o el m enor costo
de los m edios de circulación (p or ejem plo, papel dinero).
Primer Manuscrito 73

3 ) La dom inación d el capital sobre e l trabajo y los mo­


tivos d el capitalista

£1 único m otivo que determina al poseedor de un


capital a utilizarlo d e preferencia en la agricultura, o en
la manufactura o en un ram o específico del com ercio al
por mayor o por m enor es la consideración de su propio
beneficio. Jamás se le viene a las mientes calcular cuánto
trabajo productivo pone en actividad cada uno de estos
m odos de em pleo (V ) o qué valor añadirá al producto
anual de las tierras y del trabajo de su país (Sm ith, t. I I ,
páginas 400*401).
Para el capitalista, el em pleo más útil del capital es
aquel que, con la misma seguridad, le rinde m ayor ga­
nancia. Este em pleo no es siempre e l más útil para la
sociedad; el más útil es aquel que se emplea para sacar
provecho de las fuerzas productivas de la naturaleza
(Say, t. I I, pág. 131).
Las operaciones más importantes del trabajo están
reguladas y dirigidas de acuerdo con los planes y las
especulaciones de aquellos que emplean los capitales; y
la finalidad que éstos se proponen en todos los planes y
operaciones es el beneficio.— A sí, pues, la tasa del bene­
ficio no sube, com o las rentas de la tierra y los salarios,
con el bienestar de la sociedad, ni desciende com o aque­
llos, con la baja de éste. Por el contrario, esta tasa es
naturalmente baja en los países ricos y alta en los países
pobres; y nunca es tan alta com o en aquellos países que
con la mayor celeridad se precipitan a su ruina. £1 inte­
rés de esta clase no está pues ligado, com o el de las otras
dos, con el interés general de la sociedad... £1 interés
especial de quienes ejercen un determinado ramo del co ­
mercio o de la industria es siempre, en cierto sentido,
distinto del interés del público y con frecuencia abierta­
mente opuesto a él. El interés del comerciante es siem­
pre agrandar el mercado y lim itar la competencia de los
vendedores... Es esta una clase de gente cuyos intereses
74 Karl Mine

nunca serán exactamente los mismos que los de la socie­


dad, que en genera! tiene interés en engañar y estafar al
público (Sm ith, t. I I , págs. 163-163).

4 ) La acumulación de capitales y la com petencia entre


capitalistas
E l aum ento d e capitales, que eleva los salarios, tiende
a dism inuir la ganancia de los capitalistas en virtud de la
com petencia entre ellos (Sm ith, t. I , pág. 179).
Si, p or ejem plo, el capital necesario al com ercio de
víveres de una ciudad se encuentra dividido entre dos
tenderos distintos, la com petencia hará que cada uno de
ellos venda más barato que si el capital se encontrase en
manos de uno so lo ; y si está dividido entre 20 (V I ), la
com petencia será tanto más activa y tanto m enor será
la posibilidad de que puedan entenderse entre sí para
elevar el precio de sus mercancías (Sm ith, t. I I , pági­
nas 372-3).
C om o ya sabemos que los precios de m onopolio son
tan altos com o sea posible y que el interés de los capita­
listas, incluso desde el punto de vista de la Economía
Política com ún, se opone abiertamente al de la sociedad,
puesto que el alza en los beneficios del capital obra com o
el interés com puesto sobre el precio d e las mercancías
(Sm ith, t. I, págs * 199-201), la única protección frente a
los capitalistas es la com petencia, la cual, según la Eco­
nomía Política, obra tan benéficamente sobre la elevación
del salario com o sobre el abaratamiento de las mercancías
en favor del público consum idor.
La com petencia, sin em bargo, sólo es posible mediante
la m ultiplicación d e capitales, y esto en muchas manos.
E l surgim iento de muchos capitalistas sólo es posible
m ediante una acumulación multilateral, pues el capital,
en general, sólo m ediante la acumulación surge, y la acu­
mulación multilateral se transforma necesariamente en
acumulación unilateral. La acumulación, que bajo el do­
m inio d e la propiedad privada es concentración d el capi­
tal en pocas manos, es una consecuencia necesaria cuam
Primer Manuscrito 75

d o se deja a los capitales seguir su curso natural, y me­


diante la com petencia n o hace sino abrirse líbre camino
esta determinación natural del capital.
H em os oíd o que la ganancia del capital está en pro­
porción a su magnitud. Por de pronto, prescindiendo de
la competencia intencionada, un gran capital se acumula,
pues, proporcionalm entc a su magnitud, más rápidamen­
te que uno pequeño.
(V I I I ) Según esto, y prescindiendo totalmente de la
com petencia, la acumulación del gran capital es mucho
más rápida que la deí pequeño. Pero sigamos adelante
este proceso. Con la m ultiplicación de los capitales dismi­
nuyen, por obra de la com petencia, los beneficios del
capital. Luego padece, en prim er Jugar, el pequeño ca­
pitalista.
E l aumento de los capitales y un gran número de ca­
pitales presuponen, además, una progresiva riqueza del
país.
«E n un país que haya llegado a un alto grado de rique­
za, la tasa habitual del beneficio es tan pequeña que el
interés que este beneficio permite pagar es tan bajo que
sólo los sumamente ricos pueden vivir de los réditos del
dinero. Todas las personas d e patrim onios medianos tie­
nen, pues, que emplear su capital, emprender algún ne­
g ocio o interesarse en algún ramo del com ercio» (Sm ith,
tom o I , págs. 196-197).
Esta situación es la preferida de la Econom ía Política.
«L a relación existente entre la suma de capitales y las
rentas determina por todas partes la proporción en que
se encuentran la industria y la ociosidad; donde prevale­
cen los capitales, reina la industria; donde las rentas, la
ociosidad» (Sm ith, t. 11, pág. 325).
¿Q ué hay del em pleo de los capitales en esta incre­
mentada com petencia?
«C on el aumento de los capitales debe hacerse cada
vez mayor la cantidad de los fonds á préter á inte-
fét ( r); con el incremento de estos fondos se hace me*

( r) Fondos que se prestan a interés.


76 Kurl Marx

ñor el interés, 1 ) porque baja el precio de mercado^ de


todas las cosas cuanto más aumenta su cantidad, 2 ) por­
que con el aum ento d e capitales en un país se hace más
difícil colocar un nuevo capital de manera ventajosa. Se
suscita una com petencia entre los distintos capitalistas, al
hacer el poseedor de un capital todos los esfuerzos posi­
bles para apoderarse del negocio que encuentra ocupado
por otro capital. Pero la mayor parte de las veces no
puede esperar arrojar de su puesto a este otro capital si
no es mediante el ofrecim iento de mejores condiciones.
N o sólo ha de vender la cosa a m ejor precio, sino que
también con frecuencia ha de comprar más caro para
tener ocasión de vender. Cuantos más fondos se destinan
al mantenimiento del trabajo productivo, tanto mayor
es la demanda de trabajo: los obreros encuentran fácil­
mente ocupación (I X ), pero los capitalistas tienen difi­
cultades para encontrar obreros. La competencia entre
capitalistas hace subir los salarios y bajar los benefi­
cios» (t. I I , págs. 358-359).
£1 pequeño capitalista tiene, pues, la opción: 1) o de
comerse su capital, puesto que él no puede vivir ya de
réditos, y, por tanto, dejar de ser capitalista; o 2 ) em­
prender él mismo un negocio, vender sus mercancías
más baratas y comprar más caro que los capitalistas más
ricos, pagar salarios elevados y, por tanto, com o quiera
que el precio de m ercado, por obra de la fuerte com pe­
tencia que presuponem os, está ya muy bajo, arruinarse.
Si, por el contrario, el gran capitalista quiere desplazar
al pequeño, tiene frente a él todas las ventajas que el
capitalista en cuanto capitalista tiene frente al obrero.
La mayor cantidad de su capital le compensa de los me­
nores beneficios e incluso puede soportar pérdidas mo­
mentáneas hasta que el pequeño capitalista se arruina, y
él se ve libre de esta competencia. Así acumula los bene­
ficios del pequeño capitalista.
Adem ás, el gran capitalista compra siempre más bara­
to que el pequeño porque compra en masa. Por tanto
puede sin daño vender más barato.
Así, si bien la baja del interés transforma a los capí-
Primer Manuscrito 77

talistas medianos de rentistas en hombres de negocios,


produce» por el contrario, el aumento de los capitales de
negocio y el menor beneficio que es su consecuencia, la
baja del interés.
«A l disminuir el beneficio que puede extraerse del uso
de un capital, disminuye necesariamente el precio que
por su utilización puede pagarse» (Sm ith, t. II, pág. 359).
«C uanto más se acrecienta la riqueza, la Industria, la
población, tanto más disminuye el interés del dinero, es
decir, el beneficio de los capitalistas; pero los capitales
mismos no dejan de aumentar y aún más rápidamente
que antes, pese a la dism inución d e los beneficios... Un
gran capital, aunque sea con pequeños beneficios, se acre­
cienta en general m ucho más rápidamente que un capital
pequeño con grandes beneficios. E l dinero hace dinero,
dice el refrán» (t. I , pág. 189).
P or tanto, si a este gran capital se enfrentan única­
mente pequeños capitales con pequeños beneficios, com o
sucede en la situación, que presuponem os, d e fuerte com ­
petencia, los aplasta por com pleto.
La consecuencia necesaria de esta com petencia es en­
tonces el em peoram iento general de las mercancías, la
falsificación, la adulteración, el envenenamiento general,
tal com o $c muestra en las grandes ciudades.
(X ) Una circunstancia importante en la com petencia
entre capitales grandes y pequeños es, además, la rela­
ción entre capital fix e y capital circulant ( " ) .
Capital circulant es un capital empleado en la pro­
ducción de víveres, en la manufactura, o el com ercio. El
capital así empleado no rinde a su dueño beneficio ni
ingreso mientras permanezca en su poder o se mantenga
en la misma form a. Continuamente sale de sus manos
en una form a para retom ar en otra, y sólo mediante esta
transformación o circulación y cam bio continuo rinde
beneficios. Capital fix e es el capital empleado en la me­
jora de la tierra, en la adquisición de máquinas, instru-

(") Capital fijo y capital circulante.


78 Karl Marx

memos» útiles de trabajo y cosas semejantes (Sm ith,


tom o I I , págs. 197-198).
T od o ahorro en el mantenimiento del capital fijo es un
increm ento de la ganancia neta. E l capital total de cual­
quier em presario de trabajo se divide necesariamente en
capital fijo y capital circulante. Dada la igualdad de la
suma, será una parte tanto m enor cuanto mayor sea la
otra. El capital circulante le proporciona la materia y
los salarios del trabajo y pone en m ovim iento la indus­
tria. A sí, toda econom ía en el capital fijo que no dism i­
nuya la fuerza productiva del trabajo aumenta el fondo
(Sm ith, t. I I , pág. 226).
Se ve, desde el com ienzo, que la relación entre capital
fijo y capital circulante es m ucho más favorable para el
gran capitalista que para el pequeño. Un banquero muy
fuerte sólo necesita una insignificante cantidad de capital
fijo más que uno muy pequeño. Su capital fijo se reduce
a su oficina. Los instrumentos de un gran terrateniente
no aumentan en proporción a la magnitud de su lati­
fundio. Igualmente, el crédito que posee el gran capita­
lista y no el pequeño es un ahorro tanto mayor en el
capital fijo, es decir, en el dinero que habrá de tener
siempre dispuesto. Se com prende, p or últim o, que allí
en donde el trabajo industrial ha alcanzado un alto grado
de desarrollo y casi todo el trabajo a mano se ha con­
vertido en trabajo fabril, tod o su capital no 1c alcanza a!
pequeño capitalista para poseer ni siquiera el capital fijo
necesario. O n sait que les travaux d e la grande culture
n'occupent habituellem ent qu'un p etit nom bre de
bras (*).
En general, en la acumulación de grandes capitales se
produce también una concentración y una sim plificación
relativas del capital fijo en relación a los capitalistas más
pequeños. El gran capitalista introduce para sí una espe­
cie (X I ) de organización de los instrumentos de trabajo.
«Igualm ente, en el terreno de la industria, es ya cada

(*) Es sabido que las labores de la agricultura en gran escala


n o ocupan habituaJioentc más que un pequeño número de brazos-
Primer Manuscrito 79

manufactura y cada fábrica una amplia unión de un gran


patrimonio material con numerosas y diversas capacida­
des intelectuales y habilidades técnicas para un fin común
de produ cción... A llí en donde la legislación mantiene
la propiedad de la tierra en grandes masas, el exceso de
una población creciente se precipita hacia las industrias
y , com o sucede en la Gran Bretaña, es así en el cam po
de la industria en donde se amontona principalmente la
gran masa de proletarios. A llí, sin em bargo, en donde la
legislación permite la progresiva división del suelo, se
acrecienta, com o en Francia, el número de propietarios
pequeños y endeudados que mediante el progresivo frac­
cionam iento de la tierra son arrojados a la clase de los
menesterosos y descontentos. Si, por últim o, se lleva
este fraccionam iento a un alto grado, la gran propiedad
devora nuevamente a la pequeña, así com o la gran in­
dustria aniquila a la pequeña; y com o a partir de este
momento se constituyen nuevamente grandes fincas, la
masa de los trabajadores desposeídos, que ya no es nece­
saria para el cultivo del suelo, es de nuevo impulsada
hacia la industria» (Schulz, Bewegung d er Produktion,
páginas 58-59).
«L a calidad de mercancías de un m ism o tipo cambia
mediante las transformaciones en el m odo d e producción
y especialmente mediante el em pleo de maquinaria. Sólo
mediante la exclusión de la fuerza humana se ha hecho
posible hilar, a partir de una libra de algodón, que vale
3 chelines y 8 peniques, 350 madejas con una longitud
total de 167 millas inglesas (3 6 millas alemanas) y de
un valor com ercial de 25 guineas» (ib id ., pág. 62).
«P or término m e d io / los precios de los articulas de
algodón han dism inuido en Inglaterra desde hace 45 años
en 1 1 /1 2 y , según los cálculos de Marshall, la cantidad
de producto fabricado por la que todavía en el año 1814
se pagaban 16 chelines es suministrada hoy por un che­
lín y 10 peniques. La mayor baratura de la producción
industrial aumentó el consum o tanto en el interior com o
en el m ercado exterior; y a esto está conectado el hecho
de que, tras la introducción de las máquinas, el número
80 Karl Marx

de obreros en el algodón no sólo no ha dism inuido en


Gran Bretaña, sino que ha subido de 40. 000 a 1V£ mi­
llones. (X I I ) Por lo que toca a la ganancia de los em­
presarios y obreros industriales, a causa de la creciente
competencia entre los fabricantes sus ganancias han dis­
m inuido forzosam ente en relación con la cantidad de
mercancías suministradas. De los años 1820 a 1833, la
ganancia bruta de los fabricantes de Manchester por una
pieza de percal bajó de 4 chelines con 1 1 /3 peniques a
1 chelín 9 peniques. Pero para compensar esta pérdida,
el conjunto de la producción ha sido ampliado. La con­
secuencia de esto es que en algunas ramas de la industria
aparece en parte una superproducción; que surgen fre­
cuentes quiebras, con lo cual se produce dentro de la
clase de los capitalistas y dueños de trabajo un inquie­
tante bambolearse y agitarse de la propiedad, que arroja
ai proletariado a una parte de los económ icam ente arrui­
nados; que con frecuencia y súbitamente se hacen nece­
sarias una detención o una disminución del trabajo, cu­
yos inconvenientes siempre percibe amargamente la clase
de los obreros asalariados» (ibid ., pág. 63).
« L ouer son t r a v a i l c ’est com m encer son esclavage;
louer la matibre du travail, c'est constituer sa lib erté...
L e travail c*est Vhomme, la matibre au contraire n’est
rien de l’hom m e» (Pccqueur, Théor. soc., etc., pági­
nas 411-412).
« L ’élém ent matibre, qui ne peut rien pour la création
de la richesse sans l’autre élém ent travail, reçoit la vertu
magique d’étre fécon d pour eux com m e s ’ils y avaient
mis de leur propre fait, cet indispensable élém ent»
(ibid ., 1. c.). «¿?« supposant que le travail quotidien d ’un
ouvrier lui apporte en m oyenne 400 fr. par an, e t que
cette som m e su ffise a chaqué adulte pour vivre d*une
vie grossiére, tout propriétaire d e 2.000 fr. d e rente, d e
ferm age, d e loyer, etc., {orce done indirectem ent 5 bom -
m es á travailler pour lui; 100.000 fr. d e ren te représente
le travail de 250 bom m es, e t 1 .0 0 0 .0 0 0 le travail de
2.500 individus» (luego 300 m illones — Louis Philippe—
el trabajo de 750.000 obreros) (ib id ., págs. 412-413).
Primer Manuscrito 81

«L és propriétaires ont reçu de la loi des hom tnes le


droit d'user e t d*ahuser, c'est-á-dire de fa ite ce qu’ils
veulent de la m atiére d e tou t travail. .. ils sont nullement
obligés par la lo i de fournir á propos et toujours du ira-
vail aux non propriétaires, ni d e leur payer un salatre
toujours suffisant, etc. (pág. 413, 1. c.). L iberté entiére
quant d la nature, d la quantité, a la qualité, d l'oppor-
tunité de la production d Tusage, d la consom m ation des
richesses, d la disposition d e la m atiére d e tout travail.
Chacun est libre d'échanger sa chose com m e U entend,
sans autre considération que son propre intérét d'indivi­
dua (p . 413, /. c .).
« La concurrence n*exprime pos autre chose que V
échange facultatif, qui lui-m ém e est la conséquence pro-
chaine et logique du droit individual d fuser e t d fabuser
des Instruments de tou te production. C es trois m om ents
économ iques, lasquéis n*en fo n t qu*un: le droit d*user
et d*abusert la liberté d ’écbanges et la concurrence arbi-
traite, entrainent les conséquences susvantes: chacun pro-
duit ce qu*il veut, com m e il vcut, quand il veut, ou il
veu t; produit bien ou produit mal, trop ou pas assez,
trop tó t ou trop tard, trop cher ou d trop has p rix; chacun
ignore s fil vendrá, quand il vendrá, com m cnt il vendrá,
ou il vendrá, d qui il vendrá: et il en est d e m im e quant
aux achats. (X I I I ) L e producteur ignore les besoins et
les ressources, les demandes e t les offres. 11 vend quand
il veut, quand il peu t, ou il veut, d qui il .veu t, au prix
qu*il veut. E t Ü acbéte d e m im e. En tou t cela, ti est
toujours le jo u et du basará, Vesclave d e la lo i du plus
fo rt, du m oins pressé, du plus rich e... Tañáis que sur
un p oin t il y a d isette d'une richesse, sur Tautre il y a
trop plein e t gaspillage. Tañáis qu*un producteur vend
beaucoup ou trés cher, e t d bén éfice énorm e, Vautre ne
vend rien ou vend d p erte. . . L ’o ffre ignore la demande,
et la dem ande ignore T offre. V ous produisex sur la fo t
d*un goú t, d*une m ode qui s e m anifesté dans le public
d es consom m ateurs; mats déjd, lorsque vous étes préts
d livrer v o tre marebandise, la fantaisie a passé e t s'est
fix é e sur un autre genre d e p rod u it... conséquences in-
82 Kart Mane

failltbles, la perm anence e l Vuniversalisation d es banque-


rou tes; les m écom ptes, les ruines subttes e t les fortunes
im provisées; les crises com m erciales, les chóm ages, les
encom brem ents ou les disettes périoJiques; Vinstabilité
e t Vavilissem ent d es salaires et des p rofits; la déperdi-
tion ou le gaspiüage énorm e d e riebesses, d e tem ps et
d 'efforts dans Varéne d*une concurrence acbam ée» (pági­
nas 414-416, 1. c .) (*).

(*) A lquilar su trabajo es comenzar su esclavitud; alquilar


la materia del trabajo es asentar su libertad... E l trabajo e$ et
hom bre; la materia, p or d contrarío, n o es nada del hombre
(Pecqueur, Tbéor. to e., etc., págs. 411*412).
«E l elem ento materia, qu e nada puede para la creación de
la riqueza sin e l otro elem ento, el trabajo, recibe la virtud mi*
gica de hacerse fecundo para ellos, com o si hubieran aportado
con su propio esfuerzo este elem ento indispensable» (ib id ., 1. c.).
«Suponiendo que el trabajo cotidiano de un obrero le aporte por
térm ino m edio 400 francos al año y que esta suma baste a un
adulto para una vida sim ple, e l propietario de 2.000 francos de
rentas, aparcerías o alquileres, fuerza, pues, a cin co hom bres a
trabajar para é l; 100.000 francos de renta representan el trabajo
de 250 hombres y un m illón el trabajo cíe 2.500 individuos
(luego 300 m illones — Luis Felipe— el trabajo de 750.000 obre­
ros)* (ibid ., págs. 412*413).
«L os propietarios han recibido de la ley humana el derecho
de usar y abusar, es decir, de hacer lo que quieran de la mate­
ria de tod o trabajo..., la ley no los obliga en absoluto a pro*
pordon ar siempre y oportunamente trabajo a los no propietarios,
ni a pagarles siempre un salario suficiente, etc.» (pág. 413, 1. c.).
«Libertad total en cuanto a la naturaleza, la cantidad, la calidad
y la oportunidad de la producción, al uso y consum o de las
riquezas, a la disposición sobre la materia del trabajo. Cada cual
es libre de intercambiar sus bienes com o te parezca, sin otra
consideración que su propio interés individual» (pág. 413, 1. c.).
«L a com petencia no expresa más que e) cam bio voluntario,
que a su vez es la sonsecuencia directa y próxima de! derecho
individua] de usar y abusar de los instrumentos de producción.
Estos tres momentos económ icos, que no forman más que uno:
el derecho de usar y abusar, la libertad de cam bio y la com pe­
tencia arbitraria, entrañan las siguientes consecuencias: cada cual
produce lo que quiere, com o quiere y donde quiere; produce
bien o mal, demasiado o no lo bastante, demasiado pronto o
demasiado tarde, demasiado caro o demasiado barato; cada cual
ignora si venderá, cóm o venderá, cuándo venderá, dónde ven­
derá y a quién venderá; y lo mismo sucede respecto a las com-
Primer Manuscrito 83

Ricardo en su libro (Renta de la tierra): Las naciones


son sólo talleres de producción, el hom bre es una máqui­
na de consumir y producir; la vida humana un capital;
las leyes económicas rigen ciegamente al mundo. Para
Ricardo los hombres n o son nada, el producto todo. En
el capítulo 26 de la traducción francesa se dice (6 5 ):
«I I serait tout-h-fait indifférent pour une persone qui sur
un capital de 20.000£ ferait 2.000£ par an de profie, que
son capital em ployát cent hommes ou m ille... L ’intérét
r ie l d ’une nation n’est-il pas le m érne? Pourvu que son
revenu n et e t réel, et que ses ferm ages et profits soient
les m entes, qu’ im porte qu’elle se com pose de dix ou de
douze millions d ’i n d i v i d u s (t. I I , págs. 194-195). «En
vérité, dit M . d e Sismondi (t. I I , pág. 531), il ne reste
plus qu’á désirer que le roi, dem euré tout seul dans Pile,
en tournant constamment une maniveUe, fasse accomplir,
par des automates, tout l’ouvrage de VÁngleterre» ,a.
« L e maitre qui achéte le travail de Vouvrier, ¿ un
prix si has, qu’il suffit a peine aux besoins les plus pres-
sants, n'est responsable ni de Vinsuff'tsance des salaircs,
ni d e la trop longue durée du travail: il subit lui-m ém e
la loi qu’il im pose... ce n’est pas tant des hom m es que

pras (X I I I ). E l productor ignora las necesidades y los recursos, las


demandas y las ofertas. Vende cuando quiere, cuando puede, don*
de quiere, a quien quiere y al precio que quiere. Y compra en
la misma forma. En todo ello es siempre juguete del azar; es*
clavo de la ley del más fuerte, del menos apremiado, del más
rico ... Mientras que en un lugar hay escasez de un bien, en otro
hay exceso y despilfarro. Mientras un productor vende m ucho o
muy caro y con un beneficio enorme, otro no vende nada o
vende a pérdida... La oferta desconoce la demanda y la demanda
ignora la oferta. Se produce sobre la base de un gusto, de una
moda que se manifiesta entre los consumidores, pero cuando llega
el momento de entregar la mercancía, el capricho ha pasado y
se ha dirigido a otro tipo de p rod u cto..., consecuencia infali*
ble es la permanencia e infalibilidad de las quiebras; las cálculos
falsos, las minas súbitas y tas fortunas improvisadas; las crisis
comerciales, los paros, los abarrotamientos y escaseces periódicas,
la inestabilidad y el envilecim iento de salarios y beneficios, la
pérdida o el despilfarro enorme de riquezas, tiem po y esfuerzos
en la arena de una encarnizada com petencia» (págs. 414*416, I. c.).
84 Karl Marx

vient la m isére, que de la puissance des ch oses» (Bu-


ret, 1. c.# 8 2) (»).
«E n Inglaterra hay muchos lugares cuyos habitantes
carecen de capitales para un cultivo com pleto de la tie­
rra. La lana de las provincias orientales 13 de Escocia, en
gran parte, ha de hacer un largo camino por tierra, por
malos caminos, para ser elaborada en el condado de Y ork,
porque en el lugar de su producción faltan capitales para
la manufactura. Hay en Inglaterra muchas ciudades in­
dustriales pequeñas, a cuyos habitantes les falta capital
suficiente para el transporte de su producción industrial
a mercados alejados en donde ésta encuentra consum ido­
res y demanda. Los comerciantes allí son (X IV ) sólo
agentes de otros comerciantes más ricos que viven en al­
gunas ciudades com erciales» (Sm ith, t. I I , págs. 381-
382). « Pour augm entes la valeur du produit annuel d e la
ierre et du travail, il n'y a pas d ’autres m oyens que
d*augmentes, quant au nom bre, les ouvriers productifs,
ou d'augm enter, quant d la puissance, la faculté produc­
tivo des ouvriers précédem m ent em ployés. Dans Vun et
dans Vautre cas il jaut presque toujours un surcroit de
capital» (Sm ith, t. I I , p. 338) (v).

(u) «Para una persona que sobre un capital de 20.000 £ hi­


ciese un beneficio anual de 2.000 £ , sería totalmente indiferente
je su capital emplease den hombres o m il... ¿N o es el mismo
S Interés real de una nación? Con tal de que su ingreso neto
real y que sus rentas y ganancias sean las mismas, ¿qué importa
que esté integrada p or diez o por doce millones de indivi-
viduos?» (t. II, págs. 194-195). «E n realidad — dice e l señor
D e Sismondi— , sólo queda desear que el rey, completamente
solo en la isla, dando vueltas constantemente a una manivela,
haga realizar mediante autómatas todo el trabajo de Inglaterra.»
«E l dueño que compra el trabajo del obrero a un precio tan
bajo que apenas basta para las necesidades más urgentes no
es responsable ni de la insuficiencia de los salarios ni de la larga
duración dei trabajo: él mismo sufre la ley que im p on e...; no
es tanto de los hombres com o de las fuerzas de (as cosas de
donde procede la miseria» (Buret, 1. c., pág. 82).
( v) «Para aumentar el valor del producto anual de la tierra
y del trabajo no hay otros medios que aumentar el núm ero de
los obreros productivos, o aumentar, en su potencia, la capacidad
Primer Manuscrito 85

A sí com o la acumulación del capital, según el orden


natural de las cosas, debe preceder a la división del tra­
bajo, de la misma manera la subdivisión de éste sólo
puede progresar en la medida en que el capital haya ido
acumulándose previamente. La cantidad de materiales que
el m ism o número de personas se encuentra en condicio­
nes de manufacturar aumenta en la misma medida en que
el trabajo se subdivide cada vez más, y com o la tarea de
cada tejedor va haciéndose gradualmente más sencilla, se
inventa un conjunto d e nuevas máquinas para facilitar y
abreviar aquellas operaciones. A sí, cuanto más adelanta
la división del trabajo, para proporcionar un em pleo cons­
tante al m ism o núm ero d e operarios ha de acumularse
previamente igual provisión de víveres y una cantidad
d e materiales, instrumentos y herramientas m ucho mayor
del que era menester en una situación m enos avanzada.
£1 número d e obreros en cada una d e las ramas del
trabajo aumenta generalmente con la división del trabajo
en ese sector, o más bien, es ese aumento de número el
que la pone en situación de clasificar a los obreros de
esta form a (Sm ith, t. I I , págs. 193-194).
«A sí com o el trabajo no puede alcanzar esta gran ex­
tensión de las fuerzas productivas sin una'previa acumu­
lación de capitales, de igual suerte dicha acumulación
trac consigo tales adelantos. £1 capitalista desea natural­
mente colocarlo de tal m odo que éste produzca la mayor
cantidad de obra posible. Procura, por tanto, que la
distribución de operaciones entre sus obreros sea la más
conveniente, y les provee, al m ism o tiem po, de las me­
jores máquinas que pueda inventar o le sea posible ad­
quirir. Sus m edios para triunfar en ambos campos
(X V ) guardan proporción con la magnitud de su capital
o con el número de personas a quienes pueden dar tra­
bajo. Por consiguiente, no sólo aumenta el volum en de
actividad en los países con el crecim iento d el capital que
en ella se em plea, sino que, com o consecuencia de este

productiva d e los obreros ya empleados. En uno y otro caso hace


falta casi siem pre un aumento d e capital» (Sm ith. t. IT, pág. 338).
86 Karl Marx

aumento, un m ism o volum en industrial produce mucha


mayor cantidad d e obra» (Sm ith, t. I I , págs. 194-195).
Luego superproducción.
«Com binaciones m is amplias d e las fuerzas producti­
v a s... en la industria y el com ercio mediante la unifica­
ción de fuerzas humanas y naturales más abundantes y
diversas para empresas en m ayor escala. Tam bién aquí y
allá unión más estrecha d e las principales ramas de la
producción entre sí. A sí, grandes fabricantes tratarán de
conseguir grandes fincas para n o tener que adquirir de
terceras manos al menos una parte de las materias primas
necesarias a su industria; o unirán con sus empresas
industriales un com ercio, no sólo para ocuparse de sus
propias manufacturas, sino también para la com pra de
productos de otro tipo y para su venta a sus obreros. En
Inglaterra, en donde dueños individuales de fábricas es*
tán a veces a la cabeza de 10 ó 12.000 ob reros... no son
ya raras tales uniones de distintas ramas de la producción
bajo una inteligencia directora, de tales pequeños Esta­
dos o provincias en un Estado. Así, en época reciente,
los propietarios de minas de Birmingham asumen todo
el proceso de fabricación del hierro que antes estaba
dividido entre diferentes empresarios y propietarios. Véa­
se ‘El distrito minero de Birmingham* (D eu tsch e Vier-
tel/ahrsschrifl, 3 , 1 8 3 8 )l4. P or últim o, vem os en las
grandes empresas por acciones, que tan abundantes se
han hecho, amplias com binaciones del poder m onetario
de m uchos participantes con los conocim ientos y habili­
dades científicas y técnicas d e otros, a los que está con­
fiada la ejecución del trabajo. D e esta form a les es posible
a los capitalistas em plear sus ahorros de form a más
diversificada e incluso em plearlos simultáneamente en la
producción agrícola, industrial y com ercial, con lo cual
su interés se hace al m ism o tiem po más variado (X V I ), se
suavizan y se amalgaman las oposiciones entre los inte­
reses d e la agricultura, la industria y el com ercio. Pero
incluso esta m is fácil posibilidad de hacer provechosos
e l capital de las más diversas formas ha de aumentar la
Primer Manuscrito 87

oposición entre las clases pudientes y n o pudientes»


(Schulz, 1 c., págs. 40*41).
Increíble beneficio que obtienen los arrendadores de
viviendas de la miseria. E l alquiler está en proporción
inversa de la miseria industrial.
Igualmente, ganancias extraídas de los vicios de los
proletarios arruinados (prostitución, embriaguez, préteur
sur gages) ( w). La acumulación de capitales crece y la
com petencia entre ellos disminuye al reunirse en una sola
mano el capital y la propiedad de la tierra, igualmente al
hacerse el capital, por su magnitud, capaz de combinar
distintas ramas de la producción.
Indiferencia frente a los hom bres. Los 20 billetes de
Lotería de Smith ,s. Revenu net et brut de Say ( * )w.

Renta de la tierra
( I ) El derecho de los terratenientes tiene su origen
en el robo (Say, t. I, pág. 136, nota). Los terratenientes,
com o todos los hom bres, gustan de cosechar donde no
han sembrado y piden una renta incluso por el producto
natural de la tierra (Sm ith, t. I, pág. 99).
«Podría imaginarse que la renta de la tierra n o es
otra cosa sino el beneficio del capital que e l propietario
em pleó en mejorar el suelo. H ay casos en que la renta
d e la tierra puede, en parte, ser e sto ... pero el propieta­
rio exige 1) una renta aun por la tierra que no ha expe­
rimentado m ejoras, k> que puede considerarse com o in­
terés o beneficio de los costos de mejora es, p or lo gene­
ral, sólo una adición a esta renta originaría. 2 ) P or otra
parte esas mejoras no siem pre se hacen con el capital
del dueño, sino que, en ocasiones, proceden del capital
del colon o, pese a lo cual, cuando se trata de renovar el
arrendamiento, el propietario pide ordinariamente un
aumento de la renta, com o si todas estas mejoras se hu­
bieran hecho por su cuenta. 3 ) A veces también exige
una renta por terrenos que no son susceptibles de m ejo-
(w) Prestamista sobre prendas.
(*) Renta neta y bruta.
88 K&rl Marx

rar por la mano del hom bre» (Sm ith, t. I» págs. 300-301).
Smith cita com o ejem plo del últim o caso el salicor, un
tipo de alga que, al quemarse, da una sal alcalina con la
que puede hacerse jabón, cristal, etc. Crece en la Gran
Bretaña, especialmente en Escocia, en distintos lugares,
pero sólo en rocas que están situadas bajo la marea alta
y son cubiertas dos veces al día por las olas, y cuyo
producto, por tanto, no ha sido jamás aumentando por
la industria humana. Sin em bargo, el propietario de los
terrenos en donde crece este tipo de plantas exige una
renta igual que si fuesen tierras cultivables. En las pro­
ximidades de la isla de Shetland es el mar extraordinaria­
mente rico. Una gran parte de sus habitantes vive ( I I ) de
la pesca. Pero para extraer un beneficio de los productos
del mar hay que tener una vivienda en la tierra vecina.
«L a renta de la tierra está en proporción no de lo que
el arrendatario puede hacer con la tierra, sino de lo que
puede hacer juntamente con la tierra y el m ar» (Sm ith,
tom o I, págs. 301-302).
«L a renta de la tierra puede considerarse com o produc­
to de la fuerza natural cuyo aprovechamiento arrienda el
propietario al arrendatario. Este producto es mayor o
m enor según sea mayor o m enor el volumen de esta
fuerza, o en otros térm inos, según el volumen de la
fertilidad natural o artificial de la tierra. Es la obra de
la naturaleza la que resta después de haber deducido o
com pensado tod o cuanto puede considerarse com o obra
del nom bre» (Sm ith, t. I I , págs. 377-378).
«E n consecuencia, la renta de la tierra, considerada
com o un precio que se paga por su uso, es naturalmente
un precio d e m onopolio. N o guarda proporción con Jas
mejoras que el propietario pudiera haber hecho en ella o
con aquello que ha de tomar para no perder, sino más
bien con lo que el arrendatario puede, de alguna form a,
dar sin perder» (Sm ith, t. I , pág. 302).
«D e las tres clases productivas la de los terratenientes
es la única a la que su renta no cuesta trabajo ni desve­
los, sino que la percibe de una manera p or así decir
Primer Manuscrito 89

espontánea» independientemente de cualquier plan o pro­


yecto al respecto» (Sm ith, t. II» pág. 161).
Se nos ha dicho ya que la cuantía de la renta de la
tierra depende de la fertilidad proporcional del suelo.
O tro factor de su determinación es la situación.
«L a renta varía de acuerdo con la fertilidad de la
tierra» cualquiera que sea su producto, y de acuerdo con
la localización, sea cualquiera la fertilidad» (Sm ith, t, I,
página 306).
«Cuando las tierras» minas y pesquerías son de igual
fertilidad, su producto será proporcional al montante de
los capitales en ellas empleados y a la form a ( I I I ) más o
menos habilidosa de este em pleo. Cuando los capitales
son iguales e igualmente bien aplicados, el producto es
proporcionado a la fecundidad natural de las tierras y
pesquerías» (t. I I, pág. 210).
Estas frases de Smith son importantes porque, dados
iguales costos de producción e igual volum en, reducen
las rentas de la tierra a la mayor o m enor fertilidad de
la misma. Luego prueban claramente la equivocación de
los conceptos en la Econom ía Política, qué transforma la
fertilidad de la tierra en una propiedad del terrateniente.
Pero observem os ahora la renta de la tierra, tal com o
se configura en el tráfico real.
La renta de la tierra es establecida mediante la lucha
entre arrendatario y terrateniente. En la Econom ía P olí­
tica constantemente nos encontramos com o fundam ento
de la organización social la hostil oposición de intereses;
la lucha, la guerra. Veam os ahora cóm o se sitúan, el uno
respecto al otro, terrateniente y arrendatario.
«A l estipularse las cláusulas del arrendamiento, el pro­
pietario trata de no dejar al colon o sino aquello que es
necesario para mantener el capital que proporciona la
simiente, paga el trabajo» compra y mantiene el ganado,
conjuntamente con los otros instrumentos de labor, y
además, los beneficios ordinarios del capital destinado
a la labranza en la región. Manifiestamente esto es lo
menos con que puede contentarse un colono para no
perder; el propietario, por su parte, raras veces piensa
90 KmtI M an

en entregarle algo más. T o d o lo que resta del producto,


o de su precio, por encima d e esa porción, cualquiera
que sea su naturaleza, procura reservárselo el propietario
com o renta de su tierra, y es evidentemente la renta más
elevada que el colon o se halla en condiciones de pagar,
habida cuenta d e las condiciones d e la tierra (I V ). Ese
remanente es lo que ‘se puede considerar siem pre com o
renta natural de la tierra, o la renta a que naturalmente
se suelen arrendar la mayor parte de las tierras» (Sm ith,
tom o I , págs. 299-300).
«L o s terratenientes — dice Say— ejercen una especie
d e m onopolio frente a Jos colonos. La demanda de su
mercancía, la tierra y el suelo, puede extenderse incesan­
tem ente; pero la cantidad de su mercancía sólo se ex­
tiende hasta un cierto p u n to... E l trato que se concluye
entre terratenientes y colonos es siempre lo más venta­
joso posible para los prim eros... además de la ventaja
que saca de la naturaleza de las cosas, consigue otra de
su posición, su mayor patrim onio, crédito, consideración;
ya sólo el primero lo capacita para ser el único en bene­
ficiarse de las circunstancias de la tierra y el suelo. La
apertura de un canal, de un cam ino, el progreso de la
población y del bienestar de un distrito, elevan siempre
el precio de los arrendamientos. Es cierto que el colono
mismo puede mejorar el terreno a sus expensas, pero él
sólo se aprovecha de este capital durante la duración de
su arrendamiento, a cuya conclusión pasa al propietario;
a partir de ese momento es éste quien obtiene los inte­
reses, sin haber hecho los adelantos, pues la renta se
eleva entonces proporcionalm ente» (Say, t. I I, pági­
nas 142-143).
«La renta, considerada com o el p red o que se paga
por el uso de la tierra, es, naturalmente, el precio más
elevado que el colono se halla en condiciones de pagar
en las circunstancias en que la tierra se encuentra»
(Sm ith, t. I, pág. 299).
«L a renta de un predio situado en la superficie monta
generalmente a un tercio del producto total, y es, por
lo com ún, una rentfr fija e independiente de las variado-
Primer Manuscrito 91

ncs (V ) accidentales de la cosecha» (Sm ith, 1 . 1, pág. 351).


«Rara vez es menor esta renta a la cuarta parte de) pro­
ducto total» (ibid ., t. I I, pág. 378).
N o p or todas las mercancías puede pagarse renta. Por
ejem plo, en ciertas regiones no se paga por las piedras
renta alguna.
«E n términos generales, únicamente se pueden llevar
al m ercado aquellas partes del producto de la tierra cuyo
precio corriente alcanza para reponer el capital necesa­
rio para el transporte de los bienes, juntamente con sus
beneficios ordinarios. Si el precio corriente sobrepasa
ese nivel, el excedente iré a parar naturalmente a la tie­
rra. Si no ocurre así, aun cuando el producto pueda ser
llevado al m ercado, n o rendirá una renta al propietario.
Depende de la demanda que el precio alcance o n o »
(Sm ith, t. I , págs. 302-303).
«L a renta entra, pues, en la com posición d el precio
d e las mercancías d e una manera totalm ente diferente
a la de los salarios o los beneficios. Los salarios o ben e­
ficios altos o bajos son la causa de los precios elevados
o m ódicos; la renta alta o baja es la consecuencia d d
precio» (Sm ith, t. I, pág. 303).
Entre los productos que siempre proporcionan una ren­
ta están los alimentos.
«C om o el hom bre, a semejanza de todas las demás
especies animales, se multiplica en proporción a los me­
dios de subsistencia, siempre existe demanda, mayor o
menor, de productos alimenticios. En toda circunstancia
los alimentos pueden comprar o disponer de una canti­
dad mayor o menor de trabajo (V I) y nunca faltarán
personas dispuestas a hacer lo necesario para conseguir­
los. La cantidad de trabajo que se puede comprar con
los alimentos no es siempre igual a la cantidad de traba­
jadores que con ellos podrían subsistir si se distribuyesen
de la manera más económ ica; esta desigualdad deriva de
los salarios elevados que a veces es preciso pagar a los
trabajadores. En todo caso, pueden siempre comprar tanta
cantidad de trabajo com o puedan sostener, según la tasa
que comúnmente perciba esta especie de trabajo en la
92 Katl Marx

comarca. La tierra, en casi todas las circunstancias, pro­


duce una mayor cantidad de alimentos de la necesaria
para mantener el trabajo que se requiere para poner di­
chos alimentos 17 en el mercado. £1 sobrante es siempre
más de lo que sería necesario para reponer el capital
que em pica este trabajo, además de sus beneficios. D e tal
suerte, queda siempre algo en concepto de renta para
el propietario» (Sm ith, t. 1, págs. 305-306). «N o sola­
mente es el alimento el origen prim ero de la renta, sino
que si otra porción del producto de la tierra viniera, en
lo sucesivo, a producir una renta, este increm ento de
valor de la renta derivaría del acrecentamiento de capa­
cidad para producir alimentos que ha alcanzado el trabajo
mediante el cultivo y las mejoras hechas en las tierras»
(Sm ith, t. 1, pág. 345). «E l alimento de los hombres
alcanza siempre para el pago de la renta» (t. I, pág. 337).
«L os países se pueblan no de una manera proporcional
al número de habitantes que pueden vestir y alojar con
sus producciones, sino en proporción al número de los
que puedan alimentar» (Sm ith, t. I, pág. 342).
«D espués del alimento, las dos (s ic ) mayores necesi­
dades del hom bre son el vestido, la vivienda y la calefac­
ción . Producen casi siempre una renta, pero n o necesa­
riam ente» (ib id ., t. I , pág. 338). '
(V I I I ) Veam os ahora cóm o explota el terrateniente to­
das las ventajas de la sociedad.
1) La renta se incrementa con la población (Smith,
tom o I , 335).
2 ) H em os escuchado ya d e Say cóm o se .eleva la renta
con los ferrocarriles, etc., con la m ejora, seguridad y mul­
tiplicación de las comunicaciones.
3 ) Toda m ejoría en el estado de la sociedad tiende,
de una manera directa e indirecta, a elevar la renta de
la tierra, a incrementar la riqueza real del propietario o ,
lo que es lo m ism o, su capacidad para comprar d trabajo
de otra persona o el producto de su esfuerzo... La exten­
sión del cultivo y las mejoras ejecutadas contribuyen a
ese aumento de una manera directa, puesto que la parti­
cipación del terrateniente en el producto aumenta nece-
Primer Manuscrito 93
sanamente cuando éste crece... £1 alza en el precio real
de aquellas especies de productos primarios, por ejem plo
el alza en el precio del ganado, tiende también directa­
mente a aumentar la renta de la tierra y en una propor­
ción todavía más alta. Con el valor real del producto
no sólo aumenta necesariamente el valor real de la parte
correspondiente al propietario, es decir, el poder real que
esta parte le confiere sobre el trabajo ajeno, sino que con
dicho valor aumenta también la proporción de esta parte
en relación al producto total. Este producto, después de
haber aumentado su precio real, no requiere para su ob­
tención mayor trabajo que antes. Y tam poco será nece­
sario un mayor trabajo para reponer el capital empleado
en ese trabajo conjuntamente con los beneficios ordina­
rios del mismo. Por consiguiente, en relación a! producto
total ha de ser ahora m ucho mayor que antes la propor­
ción que le corresponderá al dueño de la tierra (Sm ith,
tom o II, págs. 157-159).
(I X ) La mayor demanda de materias primas y, con
ella, el alza del valor, puede proceder parcialmente del
increm ento de la población y del increm ento de sus ne­
cesidades. Pero cada nuevo increm ento, cada nueva apli­
cación que la manufactura hace de la materia prima hasta
entonces p oco o nada utilizada, aumenta la renta. A sí,
por ejem plo, la renta de las minas de carbón se ha ele­
vado enormemente con los ferrocarriles, buques de vapor,
etcétera.
Además de esta ventaja que el terrateniente extrae de
la manufactura, de los descubrim ientos, del trabajo, va­
mos a ver en seguida otra.
4) «T od os cuantos adelantos se registran en la fuerza
productiva del trabajo, que tienden directamente a redu­
cir el precio real d e la manufactura, tienden a elevar de
m odo indirecto la renta real d e la tierra. E l propietario
cambia la parte del producto prim ario que sobrepasa su
propio consum o — o , lo que es lo m ism o, el precio co­
rrespondiente a esa parte— por el producto ya manu­
facturado; pero tod o lo que reduzca el precio real de
éste eleva el de aquél. Una cantidad igual del prim ero
94 Karl Marx

llegará a convertirse en una mayor proporción del últi­


mo» y el señor de la tierra se encontrará en condiciones
de com prar una mayor cantidad de las cosas que desea
y que contribuyen a su mayor com odidad» ornato o lu jo »
(Smith» t. II» pág. 159).
En este momento» a partir del hecho de que el terra­
teniente explota todas las ventajas de la sociedad (X )»
Smith concluye (t. II» pág. 161) que el interés del terra­
teniente es siempre idéntico al interés de la sociedad» lo
cual es una estupidez. En la Econom ía Política» bajo el
dom inio de la propiedad privada, el interés que cada
uno tiene en la sociedad está justamente en proporción
inversa d el interés que la sociedad tiene en él, del mismo
m odo que e l interés del usurero en el derrochador no
es, en m odo alguno, idéntico al interés del derrochador.
Citem os sólo de pasada la codicia m onopolista del te­
rrateniente frente a la tierra de países extranjeros, de
donde proceden, por ejem plo, las Leyes sobre el trig o 18.
Pasamos por alto aquí, igualmente, la servidumbre medie­
val, la esclavitud en las colonias, la miseria de campe­
sinos y jornaleros en la Gran Bretaña. Atengám onos a
los pronunciamientos de la Econom ía Política misma.
1) Q ue el terrateniente esté interesado en el bien de
la sociedad quiere decir, según los fundamentos de la
Econom ía Política, que está interesado en su creciente
población y producción artificial, en el aumento de sus
necesidades, en una palabra» en el crecim iento de la ri­
queza; y según las consideraciones que hasta ahora hemos
hecho, este crecim iento es idéntico con el crecim iento
d e la miseria y de la esclavitud. La relación creciente de
los alquileres con la miseria es un ejem plo del interés
del terrateniente en la sociedad, pues con el alquiler
aumenta la renta de la tierra, el interés del su d o sobre
el que la casa se levanta.
2 ) Según los economistas mismos, el interés del terra­
teniente es el término opuesto hostil al d d arrendatario,
es decir, al de una parte importante de la sociedad.
(X I ), 3) Puesto que el terrateniente puede exigir del
arrendatario una renta tanto mayor cuanto menos sala-
Primer Manuscrito 95

ríos éste pegue, y com o el colon o rebaja tanto más el


salario cuanto más renta exige el propietario, el interés
del terrateniente es tan hostil al de los m ozos de labran­
za com o e l del patrono manufacturero al de sus obreros.
Empuja el salario hada un m ínim o, en la misma form a
que aquél.
4 ) Puesto que la baja real en el precio de los produc­
tos manufacturados eleva las rentas, el terrateniente tie­
ne un interés directo en la reducción del salario de los
obreros manufactureros, en la com petenda entre los ca­
pitalistas, en la superproducción, en la miseria total de
la manufactura.
5 ) Si, por tanto, el interés del terrateniente, lejos de
ser idéntico al interés de la sodedad, está en oposición
hostil con el interés de los m ozos de labranza, de los
obreros manufactureros y de los capitalistas, ni siquiera
el interés de un terrateniente en particular es idéntico al
de otro a causa de la com petencia, que consideraremos
ahora.
Y a, en general, la gran propiedad guarda con la peque­
ña la misma reladón que el gran capital con el pequeño.
Se dan, sin em bargo, dreunstandas especiales que aca­
rrean necesariamente la acum uladón de la gran propie*
dad territorial y la absorción por ella de la pequeña.
(X I I ) En ningún sitio disminuye tanto con la magni­
tud de los fondos el número relativo de obreros e ins­
trumentos com o en la propiedad territorial. Igualmente,
en ningún sitio aumenta tanto com o en la propiedad
territorial, con la magnitud de los fondos, la posibilidad
de explotación total, de ahorro en los costos de produc­
ción y de adecuada división del trabajo. Por pequeño que
un cam po de labranza sea, los aperos que hace necesa­
rios, tales com o arado, hoz, etc., alcanzan un cierto lími­
te más allá del cual no pueden aminorarse, en tanto que
la pequeñez de la propiedad puede ir mucho más allá
de estos límites.
2 ) El gran latifundio acumula a su favor los réditos
que el capital del arrendatario ha empleado en la me­
jora del suelo. La pequeña propiedad territorial ha de
96 Karl Marx

emplear su propio capital. Se le escapa, pues, toda esta


ganancia.
3 ) En tanto que toda mejora social aprovecha al gran
latifundio, perjudica a la pequeña propiedad territorial,
al hacer necesaria para ella cada vez mayor cantidad de
dinero contante.
4 ) H ay que tener en cuenta todavía dos leyes im por­
tantes de esta com petencia: a ) la renta de las tierras cul­
tivadas para la producción de alimentos humanos regula
la renta de la mayor parte de las otras tierras dedica­
das al cultivo (Sm ith, t. I , pág. 331).
Alim entos tales com o el ganado, etc., sólo puede pro­
ducirlos, en ultim o térm ino, el gran latifundio. Este te-
gula, pues, la renta de las demás tierras y puede redu­
cirlas a un mínimo.
El pequeño propietario territorial que trabaja por sí
mismo se encuentra, respecto del gran terrateniente, en
la misma relación que un artesano que posee un instru­
mento propio respecto del fabricante. La pequeña pro­
piedad territorial se ha convertido en simple instrumento
de trabajo (X V I). La renta de la tierra desaparece para
el pequeño terrateniente; sólo le queda, a lo sumo, el
interés de su capital y su salario, pues la renta de la
tierra puede ser llevada por la com petencia hasta no ser
más que el interés del capital no invertido por el pro-
pietario mismo.
6) Sabemos ya, por lo demás, que a igual fertilidad
y a explotación igualmente adecuadla de los campos, mi­
nas y pesquerías, el producto está en proporción de la
magnitud ae los capitales. Por consiguiente, triunfo del
gran latifundista. D el mismo m odo, a igualdad de capi-,
tales, en proporción a la fertilidad. Por consiguiente, a
capitales iguales, triunfo del propietario del terreno más
fértil.
y ) «Puede decirse que una mina de cualquier especie
es estéril o rica según la cantidad de mineral que se
pueda extraer de ella con una cierta cantidad de trabajo
sea mayor o menor que la que se podría extraer, con
la misma cantidad de trabajo, de la mayor parte de las
Primer Manuscrito 97

otras minas de igual clase» (Sm ith, t. I, págs. 345-346).


...E l p re d o de la mina más rica regula el p red o del car­
b ón 19 de todas las otras de los alrededores. Tanto el
propietario com o el empresario consideran, el uno, que
puede obtener una renta mayor, y el otro, un benefirio
más alto, vendiendo a un p re d o un p oco inferior al
que venden sus vednos. Estos se ven m uy pronto obli­
gados a vender al mismo p red o, aunque pocos estén en
condidones d e hacerlo, y aun cuando el continuar ba­
jando el p re d o les prive de toda su renta y de todos sus
beneficios. Algunas minas se abandonan p or com pleto, y
otras, al no suministrar renta, únicamente pueden ser ex­
plotadas por e l propietario (Sm ith, t. I,.p á g . 350). «Las
minas d e plata de Europa se abandonaron en su mayor
parte después que fueron descubiertas las del Perú.
...E sto m ism o sucedió a las minas de Cuba y Santo D o ­
mingo, y aun a las más antiguas del Perú, desde el des­
cubrim iento de las d d P otosí» (t. I , pág. 353). Exacta­
mente lo mismo que Smith dice aquí es válido, en mayor
o menor medida, de la propiedad territorial en general.
5) «H ay que notar que d precio ordinario de la tierra
depende siempre de la tasa corriente de interés... Si la
renta de la tierra descendiera muy por debajo del inte­
rés d d dinero, nadie compraría más fincas rústicas y és­
tas registrarían muy pronto un descenso en su precio
corriente. Por el contrario, si la renta de la tierra exce­
diese con mucho de la tasa del interés, todo d mundo
compraría fincas y esto restauraría igualmente con rapi­
dez su precio corriente» (t. II, págs. 367-368). D e esta
relación de la renta de la tierra con el interés d d dinero
se desprende que las rentas han de descender cada vc 2
más, de form a que, por últim o, sólo los más ricos pue­
dan vivir de ellas. P or consiguiente, competencia cada
vez mayor entre los terratenientes que no arrienden sus
tierras. Ruina de una parte de ellos, reiterada acumulación
del gran latifundio.
(X V I I) Esta com petenda tiene, adem ás,'com o conse-
cucncia que una gran parte de la propiedad territorial
cae en manos de los capitalistas y éstos se convierten

Kart Mane. 4
98 Karl Marx

así, at mismo tiem po, en terratenientes, del mismo m odo


que los pequeños terratenientes no son ya más que capi­
talistas. Igualmente una parte del gran latifundio se con­
vierte en propiedad industrial.
La consecuencia última es, pues, la disolución de la
diferencia entre capitalista y terrateniente, de manera tal
que, en conjunto, no hay en lo sucesivo más que dos
clases de población, la dase obrera y la clase capitalista.
Esta com ercialización d e la propiedad territorial, la trans­
form ación de la propiedad de la tierra en una mercancía,
es el derrocam iento definitivo de la vieja aristocracia y
la definitiva instauración de la aristocracia del dinero.
1) N o com partim os las sentimentales lágrimas que los
románticos vierten por esto. Estos confunden siempre
la abominación que la comercialización de la tierra im­
plica, con la consecuencia, totalmente racional, necesaria
dentro del sistema de la propiedad privada y deseable,
que va contenida en la comercialización de la propiedad
privada de la tierra. En primer lugar, la propiedad de
la tierra de tipo feudal es ya, esencialmente, la tierra
comercializada, la tierra extrañada para el hom bre y que
por eso se le enfrenta bajo la figura de unos pocos gran­
des señores.
Ya en la propiedad territorial feudal está implícita la
dominación de la tierra com o un poder extraño sobre
los hom bres. E l siervo de la gleba es un accidente de la
tierra. Igualmente, a la tierra pertenece el mayorazgo,
el hijo prim ogénito. La tierra lo hereda. En general, la
dominación de la propiedad privada comienza con la pro­
piedad territorial, ésta es su base. Pero en la propiedad
territorial del feudalismo el señor aparece, al menos, com o
rey del dom inio territorial. Igualmente existe aún la apa­
riencia de una relación entre el poseedor y la tierra más
íntima que la de la pura riqueza material. La finca se
individualiza con su señor, tiene su rango, es, con él,
baronía o condado, tiene sus privilegios, su jurisdicción,
sus relaciones políticas, etc. Aparece com o cuerpo inor­
gánico de su señor. D e aquí el aforism o: Nulle ierre
Primer Manuscrito 99

saris maitre (y) en el que se expresa la conexión del seño­


río y la propiedad territorial. Del mismo m odo, la dom i­
nación de la propiedad territorial no aparece inmediata­
mente com o dominación del capital puro. La relación en
que sus sübditos están con ella es más la relación con
la propia patria. Es un estrecho m odo de nacionalidad.
(X V I II ) A sí también, la propiedad territorial feudal
da nombre a su señor com o un reino a su rey. Su histo­
ria familiar, la historia de su casa, etc., todo esto indi­
vidualiza para él la propiedad territorial y la convierte
formalmente en su casa, en una persona. D e igual m odo,
los cultivadores de la propiedad territorial no están con
ella en relación de jornaleros, sino que, o bien son ellos
mismos su propiedad, com o los siervos de la gleba, o
bien están con ella en una relación de respeto, someti­
miento y deber. La posición del señor para con ellos es
inmediatamente política y tiene igualmente una faceta
afectiva. Costumbres, carácter, etc., varían de una finca
a otra y parecen identificarse con la parcela, en tanto
que más tarde es sólo la bolsa del hom bre y n o su carác­
ter, su individualidad, lo que lo relaciona con la finca.
Por ultim o, el señor no busca extraer de su propiedad
el mayor beneficio posible. P or el contrario, consume lo
que allí hay y abandona tranquilamente el cuidado de
la producción a los siervos y colonos. Esta es la condición
aristocrática de la propiedad territorial que arroja sobre
su señor una romántica gloria.
Es necesario que sea superada esta apariencia, que la
propiedad territorial, raíz de la propiedad privada, sea
totalmente arrebatada al m ovimiento de ésta y convertida
en mercancía, que la dominación del propietario, despro­
vista de todo matiz político, aparezca com o dominación
pura de la propiedad privada, del capital, desprovista de
todo tinte p olítico; que la relación entre propietario y
obrero sea reducida a la relación económica de explotador
y explotado, que cese toda relación personal del propie­
tario con su propiedad y la misma se reduzca a la rique-

( y) N o hay tierra sin señor.


100 Karl Marx

za simplemente material, de cosas; que en lugar del


matrimonio de honor con la tierra se celebre con ella el
matrimonio de conveniencia, y que la tierra, com o el hom ­
bre, descienda a valor de tráfico. Es necesario que aque­
llo que es la raíz de la propiedad territorial, el sucio
egoísm o, aparezca también en su dnica figura. Es nece­
sario que el m onopolio reposado se cam bie en el m onopo­
lio m ovido e intranquilo, en com petencia; que se cam bie
el inactivo disfrute del sudor y de la sangre ajenos en
el ajetreado com ercio de ellos. Es necesario, p or últim o,
que en esta com petencia la propiedad de la tierra, bajo
la figura del capital, muestre su dom inación tanto so­
bre la clase obrera com o sobre los propietarios mismos,
en cuanto que las leyes del m ovim iento del capital los
arruinan o los elevan. Con esto, en lugar del aforism o
medieval Mulle terre sans seigneur aparece otro refrán:
Vargent n'a pas de Mcátre (*), en el que se expresa la
dom inación total de la materia muerta sobre los hombres.
La división d e la propiedad territorial niega el gran
m onopolio de la propiedad territorial, lo supera, pero
sólo por cuanto generaliza este m onopolio. N o supera el
fundam ento del m onopolio, la propiedad privada. Ataca
la existencia del m onopolio, pero n o su esencia. La con­
secuencia d e ello es que cae víctima de las leyes de la
propiedad privada. La división de la propiedad territorial
corresponde, en efecto, al m ovim iento de la competencia
en el dom inio industrial. Aparte de las desventajas eco­
nóm icas de esta división de aperos y de este aislamiento
del trabajo de unos y otros (qu e hay que distinguir evi­
dentemente de la división del trabajo: el trabajo n o está
dividido entre muchos, sino que cada uno lleva a cabo
para sí el mismo trabajo; es una m ultiplicación del mis­
m o trabajo), esta división, com o aquella com petencia, se
cam bia necesariamente de nuevo en acumulación.
A llí, pues, en donde tiene lugar la división de la pro­
piedad territorial, no queda otra salida sino retornar al
m onopolio de form a aún más odiosa, o negar, superar,

(*) El dinero n o tiene señor.


Primer Manuscrito 101
la división de Ja misma propiedad territorial. Pero esto
no es el retom o a la propiedad feudal, sino la superación
de la propiedad privada de la tierra y el suelo en gene­
ral. La primera superación del m onopolio es siempre su
generalización, la ampliación de su existencia. La supe­
ración del m onopolio que ha alcanzado su existencia más
amplia y comprensiva posible es su aniquilación plena.
La asociación aplicada a la tierra y el su d o participa
de las ventajas del latifundio desde el punto de vista
económico y realiza, por primera vez, la tendencia origi­
naria de la división, es decir, la igualdad, al tiempo que
establece la relación afectiva del hombre con la tierra de
una manera raciona! y no mediada por la servidumbre
de la gleba, la dominación y una estúpida mística de la
propiedad, al dejar de ser la tierra un objeto de tráfico
y convertirse de nuevo, mediante el trabajo libre y el
libre goce, en una verdadera y personal propiedad del
hombre. Una gran ventaja de la división es que su masa,
que no puede ya resolverse a caer en la servidumbre,
perece ante la propiedad de manera distinta que la de la
industria.
Por lo que toca al gran latifundio, sus defensores han
identificado de manera sofística las ventajas económicas
que la agricultura en gran escala ofrece con el gran lati­
fundio, com o si no fuese sólo medrante la superación
de la propiedad com o estas ventajas alcanzan justamen­
te ( X X ) su mayor extensión posible, de una parte, y su
utilidad social, de la otra. Han atacado, igualmente, el
espíritu mercantil de la pequeña propiedad territorial,
com o si el gran latifundio en su forma feudal no contu­
viese ya el tráfico de m odo latente. P or no decir nada
de la forma inglesa moderna, en la que van ligados el
feudalismo del propietario de la tierra y el tráfico y la
industria del arrendatario.
Así com o el gran latifundio puede devolver el repro­
che de monopolio que la división de la propiedad terri­
torial le hace, pues también la división se basa en el
monopolio de la propiedad privada, así también puede
la división de la propiedad territorial devolver al latifun­
102 Karl Marx

dio el reproche de la división, pues también en el lati­


fundio reina la división, sólo que en forma rígida y
anquilosada. En general, la propiedad privada se apoya
siempre sobre la división. P or lo demás, así com o la
división d e la propiedad territorial reconduce al latifundio
com o riqueza-capital, así también la propiedad territorial
feudal tiene que marchar necesariamente hacia la divi*
sión, o al menos caer en manos de los capitalistas, haga
lo que haga.
Pues el latifundio, com o sucede en Inglaterra, echa a
la inmensa mayoría de la población en brazos d e la in*
dustria y reduce a sus propios obreros a una miseria
total. Engendra y aumenta, pues, el poder de su enemi*
go, del capital, d e la industria, al arrojar al otro lado
brazos y toda una actividad del país. Hace a la mayoría
del país industria],'esto es, adversaria del latifundio. Así
que la industria ha alcanzado un gran poder, com o ahora
en Inglaterra, arranca poco a p oco al latifundio su mo­
nopolio frente al extranjero y lo arroja a la competencia
con la propiedad territorial extranjera. Bajo el dominio
de la industria, el latifundio sólo podría asegurar su mag­
nitud feudal mediante el monopolio frente al extranjero,
para protegerse de las leyes generales del comercio, que
contradicen su esencia feudal. Una vez arrojado a la com­
petencia, sigue sus leyes com o cualquier otra mercancía
a ella arrojada. V a fluctuando, creciendo y disminuyen*
do, volando de unas manos a otras y ninguna ley puede
mantenerlo ya en unas pocas manos predestinadas.
(X X I) La consecuencia inmediata es el fraccionamien­
to en muchas manos, en todo caso caída en el poder de
los capitalistas industriales.
Finalmente, el latifundio que de esta forma ha sido
mantenido por la fuerza y ha engendrado junto a sí una
temible industria, conduce a la crisis aún más rápidamen­
te que la división de la propiedad territorial, junto a la
cual el poder de la industria está siempre en segundo
rango.
El latifundio, com o vemos en Inglaterra, ha perdido
ya su carácter feudal y tomado carácter industrial cuando
Primer Manuscrito 105

quiere hacer tanto dinero com o sea posible. Da al pro*


pictario la mayor renta posible, al arrendatario el bene­
ficio del capital más elevado que sea posible. Los traba­
jadores del campo están asi ya reducidos al mínimo y
la clase de los arrendatarios representa ya dentro de la
propiedad territorial el poder de la industria y del capi­
tal. Mediante la competencia con el extranjero, la mayor
parte de la renta de la tierra deja de poder constituir
un ingreso independiente. Una gran parte de los propie­
tarios debe ocupar el puesto de los arrendatarios, que
de este m odo se hunden parcialmente en el proletariado.
Por otra parte, muchos arrendatarios se apoderan de la
propiedad territorial, pues los grandes propietarios, mer­
ced a sus cómodos ingresos, se han dedicado en su ma­
yoría a la disipación y son, en la mayor parte de los
casos, también incapaces para dirigir la agricultura en
gran escala; no poseen ni capital ni capacidad para ex­
plotar la tierra y el suelo. Así, pues, una parte de éstos
se arruina completamente. Finalmente, el salario redu­
cido a! mínimo debe ser aún más reducido para resistir
la nueva competencia. Esto conduce entonces necesaria­
mente a la revolución.
La propiedad territorial tenía que desarrollarse en cada
una de estas dos formas para vivir en una y otra su
necesaria decadencia, del mismo modo que la industria
tenía que arruinarse en la forma del monopolio y en la
forma de la competencia para aprender a creer en el
hombre.

El trabajo enajenado
(X X I I ) Hemos partido de los presupuestos de la Eco­
nomía Política. Hemos aceptado su terminología y sus
leyes. Damos por supuestas la propiedad privada, la se­
paración del trabajo, capital y tierra, y la de salario,
beneficio del capital y renta de la tierra; admitamos la
división del trabajo, la competencia, el concepto de valor
de cambio, etc. Con la misma Economía Política, con
sus mismas palabras, hemos demostrado que el trabaja-
104 Ktrl Marx

dor queda rebajado a mercancía, a la más miserable de


todas las mercancías; que la miseria del obrero está en
razón inversa de la potencia y magnitud de su produc­
ción; que el resultado necesario de la competencia es la
acumulación del capital en pocas manos, es decir, la más
terrible reconstitución de los m onopolios; que, por últi­
m o, desaparece la diferencia entre capitalistas y terrate­
nientes, entre campesino y obrero fabril, y la sociedad
toda ha de quedar dividida en las dos clases de propieta­
rios y obreros desposeídos.
La Economía Política parte del hecho de la propiedad
privada, pero no lo explica. Capta el proceso material
de la propiedad privada, que ésta recorre en la realidad,
con fórmulas abstractas y generales a las que luego pres­
ta valor de ley. N o com prende estas leyes, es decir, no
prueba cóm o proceden de la esencia de la propiedad pri­
vada. La Economía Política no nos proporciona ninguna
explicación sobre el fundamento de la división de tra­
bajo y capital, de capital y tierra. Cuando determina, por
ejemplo, la relación entre beneficio del capital y salario,
acepta com o fundamento último el interés del capitalista,
en otras palabras, parte de aquello que debería explicar.
O tro tanto ocurre con la competencia, explicada siem­
pre por circunstancias externas. En qué medida estas
circunstancias externas y aparentemente casuales son sólo
expresión de un desarrollo necesario, es algo sobre lo
que la Economía Política nada nos dice. Hemos visto
cóm o para ella hasta el intercambio mismo aparece com o
un hecho ocasional. Las únicas ruedas30 que la Econo­
mía Política pone en movimiento son la codicia y la
guerra entre los codiciosos, la com petencia.
Justamente porque la Economía Política no compren­
de la coherencia del movimiento pudo, por ejemplo, op o­
ner la teoría de la competencia a la del monopolio, la
de la libre empresa a la de la corporación, la de la divi­
sión de la tierra a la del gran latifundio, pues compe­
tencia, libertad de empresa y división de la tierra fueron
comprendidas y estudiadas sólo com o consecuencias ca­
suales, deliberadas e impuestas por la fuerza del monopo-
Primer Manuscrito 105
lio, la corporación y la propiedad feudal, y no com o sus
resultados necesarios, inevitables y naturales.
Nuestra tarea es ahora, por tanto, la de comprender
la conexión esencial entre la propiedad privada, la codi­
cia, la separación de trabajo, capital y tierra, la de inter­
cambio y competencia, valor y desvalorización del hom­
bre, m onopolio y competencia; tenemos que comprender
la conexión de toda esta enajenación con el sistema m o­
netario.
N o nos coloquemos, com o el economista cuando quie­
re explicar algo, en tina imaginaria situación primitiva.
Tal situación primitiva no explica nada, simplemente tras­
lada la cuestión a una lejanía nebulosa y grisácea. Supone
com o hecho, com o acontecimiento, lo que debería dedu­
cir, esto es, la relación necesaria entre dos cosas, por
ejemplo, entre división del trabajo e intercambio. Así
es también com o la teología explica el origen d d mal
por el pecado original: dando por supuesto com o hedió,
como historia, aquello que debe explicar.
Nosotros partimos d e un hecho económico, actual.
El obrero es más pobre cuanta más riqueza produce,
cuanto más crece su producción en potencia y en volu­
men. El trabajador se convierte en una mercancía tanto
más barata cuantas más mercancías produce. La desvalo­
rización del mundo humano crece en razón directa de la
valorización del mundo de las cosas. El trabajo no sólo
produce mercancías; se produce también a sí mismo y
a! obrero com o mercancía, y justamente en la proporción
en que produce mercancías en general.
Este hecho, por lo demás, no expresé sino esto: el
objeto que el trabajo produce, su producto, se enfrenta
a él com o un ser extraño, com o un poder independiente
del productor. El producto del trabajo es el trabajo que
se ha fijado en un objeto, que se ha hecho cosa; el pro­
ducto es la objetivación de) trabajo. La realización del
trabajo es su objetivación. Esta realización del trabajo
aparece en el estadio de la Economía Política com o des-
realización del trabajador, la objetivación com o pérdida
106 Kart Marx

del ob jeto y servidumbre a ¿1, la apropiación com o extra*


ñam iento, com o enajenación.
Hasta tal punto aparece la realización del trabajo
com o desrealización del trabajador, que éste es desrcaíi-
zado hasta llegar a la muerte por inanición. La objetiva*
ción aparece hasta tal punto com o pérdida del objeto
que el trabajador se ve privado de los objetos más noce*
sarios no sólo para la vida, sino incluso para el trabajo.
Es más, el trabajo mismo se convierte en un objeto del
que el trabajador sólo puede apoderarse con el mayor
esfuerzo y las más extraordinarias interrupciones. La
apropiación del objeto aparece en tal medida com o extra*
ñamiento, que cuantos más objetos produce el trabajador,
tantos menos alcanza a poseer y tanto más sujeto queda
a la dominación de su producto, es decir, del capital.
Todas estas consecuencias están determinadas por el
h ed ió de que el trabajador se relaciona con d producto
d e su trabajo com o un objeto extraño. Partiendo de este
supuesto, es evidente que cuanto más se vuelca el traba­
jador en su trabajo, tanto más poderoso es el mundo
extraño, objetivo que crea frente a sf y tanto más pobres
son él mismo y su mundo interior, tanto menos dueño
de sí mismo es. L o mismo sucede en la religión. Cuanto
más pone el hombre en Dios, tanto menos guarda en sí
m ismo*1. El trabajador pone su vida en el objeto, pero
a partir de entonces ya no le pertenece a él, sino al ob*
jeto. Cuanto mayor es la actividad, tanto más carece de
objetos el trabajador. L o que es el producto de su tra­
bajo, no lo es él. Cuanto mayor es, pues, este producto,
tanto más insignificante es el trabajador. La enajenación
del trabajador en su producto significa no solamente que
su trabajo se convierte en un objeto, en una existencia
exterior, sino que existe fuera de él, independiente, extra­
ño, que se convierte en un poder independiente frente
a él; que la vida que ha prestado al objeto se le enfrenta
com o cosa extraña y hostil.
(X X I I I ) Consideraremos ahora más de cerca la obje­
tivación, la producción del trabajador, y en ella el extra­
ñ a m ien to la pérdida del objeto, de su producto.
Primer Manuscrito 107

EJ trabajador no puede crear nada sin la naturaleza,


sin el mundo exterior sensible. Esta es la materia en
que su trabajo se realiza, en la que obra, en la que y
con la que produce.
Pero así com o la naturaleza ofrece al trabajo m edios
de vida, en el sentido de que el trabajo no puede vivir
sin objetos sobre los que ejercerse, así, de otro lado, ofre­
ce también víveres en sentido estricto, es decir, medios
para la subsistencia del trabajador mismo.
En consecuencia, cuanto más se apropia el trabajador
el mundo exterior, la naturaleza sensible, por medio de
su trabajo, tanto más se priva de víveres en este doble
sentido; en primer lugar, porque el mundo exterior sen­
sible cesa de ser, en creciente medida, un objeto perte­
neciente a su trabajo, un m edio d e vida de su trabajo;
en segundo término, porque este mismo mundo deja de
representar, cada vez más pronunciadamente, víveres en
sentido inmediato, medios para la subsistencia física del
trabajador.
El trabajador se convierte en siervo de su objeto en
un doble sentido: primeramente porque recibe un objeto
de trabajo, es decir, porque recibe trabajo; en segundo
lugar porque recibe medios de subsistencia. Es decir, en
primer término porque puede existir com o trabajador,
en segundo término porque puede existir com o sujeto
físico. El colm o de esta servidumbre es que ya sólo en
cuanto trabajador puede mantenerse com o su jeto físico
y que sólo com o sujeto físico es ya trabajador.
(La enajenación del trabajador en su objeto se expre­
sa, según las leyes económicas, de la siguiente forma:
cuanto más produce el trabajador, tanto menos ha de
consumir; cuanto más valores crea, tanto más sin valor,
tanto más indigno es él; cuanto más elaborado su pro­
ducto, tanto más deforme e) trabajador; cuanto más
civilizado su objeto, tanto más bárbaro el trabajador;
cuanto más rico espiritualmente se hace el trabajo, tanto
más dcsesptritualrzado y ligado a la naturaleza queda el
trabajador.)
La Economía Política oculta la enajenación esencial
108 Karl Marx

del trabajo porque no considera la relación inmediata en­


tre el trabajador ( el trabajo) y la producción.
Ciertamente el trabajo produce maravillas para los ri-
eos, pero produce privaciones para el trabajador. Pro­
duce palacios, pero para el trabajador chozas. Produce
belleza, pero deformidades para el trabajador. Sustituye
el trabajo por máquinas, pero arroja una parte de los
trabajadores a un trabajo bárbaro, y convierte en máqui­
nas a la otra parte. Produce espíritu, pero origina estu­
pidez y cretinismo para el trabajador.
La relación inmediata del trabajo y su producto es
la relación del trabajador y el objeto de su producción.
La relación del acaudalado con el objeto de la producción
y con la producción misma es sólo una consecuencia de
esta primera relación y la confirma. Consideraremos más
tarde este otro aspecto.
Cuando preguntamos, por tanto, cuál es la relación
esencial del trabajo, preguntamos por la relación entre
el trabajador y la producción.
Hasta ahora hemos considerado el extrañamiento, la
enajenación del trabajador, sólo en un aspecto, concre­
tamente en su relación con el producto de su trabajo,
Pero el extrañamiento no se muestra sólo en el resul­
tado, sino en el acto de la producción, dentro de la acti­
vidad productiva misma. ¿Cóm o podría el trabajador
enfrentarse con el producto de su actividad como con
algo extraño si en el acto mismo de la producción no
se hiciese ya ajeno a sí mismo? El producto no es más
que el resumen de la actividad, de la producción. Por
tanto, si el producto del trabajo es la enajenación, la
producción misma ha de ser la enajenación activa, la ena­
jenación de la actividad; la actividad de la enajenación,
En el extrañamiento del producto del trabajo no hace
más que resumirse el extrañamiento, la enajenación en la
actividad del trabajo mismo.
¿En qué consiste, entonces, la enajenación del tra­
bajo?
Primeramente en que el trabajo es externo al trabaja­
dor, es decir, no pertenece a su ser; en que en su
l’.jmer Manuscrito 109

trabajo, el trabajador no se afirma, sino que se niega;


no se siente feliz, sino desgraciado; no desarrolla una
Jibre energía física y espiritual, sino que mortifica su
cuerpo y arruina su espíritu. Por eso el trabajador sólo
se siente en s í n fuera del trabajo, y en el trabajo fuera
de sí. Está en lo su y o 23 cuando no trabaja y cuando
trabaja no está en lo suyo. Su trabajo no es, así, volun­
tario, sino forzado, trabajo forzado. Por eso no es la sa­
tisfacción de una necesidad, sino solamente un medio
para satisfacer las necesidades fuera del trabajo. Su ca­
rácter extraño se evidencia claramente en el hecho de
que tan pronto com o no existe una coacción física o de
cualquier otro tipo se huye del trabajo com o de la peste.
El trabajo externo, el trabajo en que el hombre se ena­
jena, es un trabajo de autosacrifício, de ascetismo. En
último término, para el trabajador se muestra la exterio­
ridad dei trabajo en que éste no es suyo, sino de otro,
que no le pertenece; en que cuando está en él no se
pertenece a sí mismo, sino a otro. Así com o en la reli­
gión la actividad propia de la fantasía humana, de la
mente y del corazón humanos, actúa sobre el individuo
independientemente de él, es decir, com o una actividad
extraña, divina o diabólica, así también Ja actividad del
trabajador no es su propia actividad. Pertenece a otro,
es la pérdida de sí mismo.
D e esto resulta que el hombre (el trabajador) sólo se
siente libre en sus funciones animales, en el comer, be­
ber, engendrar, y todo lo más en aquello que toca a la
habitación y al atavío, y en cambio en sus funciones
humanas se siente com o animal. L o animal se convierte
en lo humano y lo humano en lo animal.
Comer, beber y engendrar, etc., son realmente también
auténticas funciones humanas. Pero en la abstracción que
las separa del ámbito restante de la actividad humana
y las convierte en fin único y último son animales 24.
Hemos considerado el acto de la enajenación de la ac­
tividad humana práctica, del trabajo, en dos aspectos:
1) la relación del trabajador con el producto del trabajo
com o con un objeto ajeno y que lo domina. Esta relación
III) Kart Marx

es, al mismo tiempo, la relación con el mundo exterior


sensible, con los objetos naturales, com o con un mundo
extraño para él y que se le enfrenta con hostilidad;
2 ) la relación del trabajo con el acto de la producción
dentro del trabajo. Esta relación es la relación del traba*
¡ador con su propia actividad, com o con una actividad
extraña, que no 1c pertenece, la acción com o pasión, la
fuerza com o impotencia» la generación com o castración,
la propia energía física y espiritual del trabajador, su vida
personal (pues qué es la vida sino actividad) com o una
actividad que no le pertenece, independiente de él, diri­
gida contra él. La enajenación respecto de sí mismo com o,
en el primer caso, la enajenación respecto de la cosa.
(X X I V ) Aún hemos de extraer de las dos anteriores
una tercera determinación del trabajo enajenado.
El hombre es un ser genérico no sólo porque en la
teoría y en la práctica toma com o objeto suyo el género,
tanto el suyo propio com o el de las demás cosas, sino
también, y esto no es más que otra expresión para lo
mismo, porque se relaciona consigo mismo com o el gé­
nero actual, viviente, porque se relaciona consigo mismo
com o un ser universal y por eso libre * .
La vida genérica,'tanto en el hombre com o en el ani­
mal, consiste físicamente, en primer lugar, en que el
hombre (com o el animal) vive de la naturaleza inorgá­
nica, y cuanto más universal es el hombre que el animal,
tanto más universal es el ámbito de la naturaleza inorgá­
nica de la que vive. A sí com o las plantas, los animales,
las piedras, el aire, la luz, etc., constituyen teóricamente
una parte de la conciencia humana, en parte com o obje­
tos de la ciencia natural, en parte com o objetos del arte
(su naturaleza inorgánica espiritual, los medios de sub­
sistencia espiritual que él ha de preparar para el goce
y asimilación), así también constituyen prácticamente
una parte de la vida y de la actividad humana. Física­
mente el hombre vive sólo de estos productos naturales,
aparezcan en forma de alimentación, calefacción, vestido,
vivienda, etc. La universalidad del hombre aparece en
la práctica justamente en la universalidad que hace de la
Primer Manuscrito 111

naturaleza toda su cuerpo inorgánico, tanto por ser


( 1 ) un medio de subsistencia inmediato, com o por
ser ( 2 ) la materia, el objeto y el instrumento de su acti­
vidad vital. La naturaleza es el cuerpo inorgánico del
hombre; la naturaleza, en cuanto ella misma, no es cuer­
po humano. Que el hombre vive de la naturaleza quiere
decir que la naturaleza es su cuerpo, con el cual ha de
mantenerse en proceso continuo para no morir. Que la
vida física y espiritual del hombre está ligada con la
naturaleza no tiene otro sentido que el de que la natu­
raleza está ligada consigo misma, pues el hombre es una
parte de la naturaleza.
Como quiera que el trabajo enajenado ( 1 ) convierte
a la naturaleza en algo ajeno al hombre, ( 2 ) lo hace
ajeno de sí mismo, de su propia función activa, de su
actividad vital, también bacc del género algo ajeno al
hombre; hace que para él la vida genérica se convierta
en medio de la vida individual. En primer lugar hace
extrañas entre sí la vida genérica y la vida individual, en
segundo término convierte a la primera, en abstracto, en
fin de la última, igualmente en su forma extrañada y abs­
tracta.
Pues, en primer término, el trabajo, la actividad vital,
la vida productiva misma, aparece ante el hombre sólo
com o un medio para la satisfacción de una necesidad, de
la necesidad de mantener la existencia física. La vida
productiva es, sin embargo, la vida genérica. Es la vida
que crea vida. En la forma de la actividad vital reside
el carácter dado de una especie, su carácter genérico, y
la actividad libre, consciente, es el carácter genérico del
hombre. La vida misma aparece sólo com o m edio de vida.
El animal es inmediatamente uno con su actividad
vital. N o se distingue de ella. Es ella. El hombre hace
de su actividad vital misma objeto de su voluntad y de
su conciencia. Tiene actividad vital consciente. N o es
una determinación con la que el hombre se funda inme­
diatamente. La actividad vital consciente distingue inme­
diatamente al hombre de la actividad vital animal. Jus­
tamente, y sólo por ello, es él un ser genérico. O , dicho
112 Karl Marx

de otra forma, sólo es ser consciente, es decir, sólo es


su propia vida objeto para ¿1, porque es un ser gené­
rico. Sólo por ello es su actividad libre. El trabajo enaje­
nado invierte la relación, de manera que el hombre, pre­
cisamente por ser un ser consciente, hace de su actividad
vital, de su esencia, un simple medio para su existencia.
La producción práctica de un mundo objetivo, la ela­
boración de la naturaleza inorgánica, es la afirmación del
hombre com o un ser genérico consciente, es decir, la afir­
mación de un ser que se relaciona con el género com o
con su propia esencia o que se relaciona consigo mismo
com o ser genérico. Es cierto que también el animal pro­
duce. Se construye un nido, viviendas, com o las abejas,
los castores, las hormigas, etc. Pero produce únicamente
lo que necesita inmediatamente para sí o para su prole;
produce unilateralmente, mientras que el hombre produ­
ce universalmente; produce únicamente por mandato de
la necesidad física inmediata, mientras que el hombre
produce incluso libre de la necesidad física y sólo pro­
duce realmente liberado de ella; el animal se produce
sólo a sí mismo, mientras que el hombre reproduce la
naturaleza entera; el producto del animal pertenece in­
mediatamente a su cuerpo físico, mientras que el hombre
se enfrenta libremente a su producto. El animal forma
únicamente según la necesidad y la medida de la especie
a la que pertenece, mientras que el hombre sabe pro­
ducir según la medida de cualquier especie y sabe siem­
pre imponer al objeto la medida que le es inherente;
por ello el hombre crea también según las leyes de la
belleza.
Por eso precisamente es sólo en la elaboración del
mundo objetivo en donde el hombre se afirma realmente
com o un ser genérico. Esta producción es su vida gené­
rica activa. Mediante ella aparece la naturaleza como su
obra y su realidad. El objeto del trabajo es por eso la
objetivación de la vida genérica del hombre, pues éste
se desdobla no sólo intelcctualmente, como en la con­
ciencia, sino activa y realmente, y se contempla a sí
mismo en un mundo creado por él. Por esto el trabajo
Primer Manuscrito 113

enajenado, al arrancar al hom bre el objeto d e su produc­


ción, le arranca su vida genérica, su real objetividad
genérica, y transforma su ventaja respecto del animal en
desventaja, pues se v e privado d e su cuerpo inorgánico,
de la naturaleza. D el mismo m odo, al degradar la acti­
vidad propia, la actividad libre, a la condición d e medio,
hace el trabajo enajenado d e la vida genérica del hombre
un m edio para su existencia física.
Mediante la enajenación, la conciencia del hombre que
el hombre tiene d e su género se transforma, pues, de tal
manera que la vida genérica se convierte para él en
simple medio.
El trabajo enajenado, p or tanto:
3 ) Hace del ser genérico d el hom bre, tanto de la na­
turaleza com o de sus facultades espirituales genéricas, un
ser ajeno para él, un m edio de existencia individual. Hace
extraños al hombre su propio cuerpo, la naturaleza fuera
de él, su esencia espiritual, su esencia humana.
4 ) Una consecuencia inmediata del hecho de estar ena­
jenado el hombre del producto de su trabajo, de su
actividad vital, de su ser genérico, es la enajenación del
hom bre respecto d el hom bre. Si el hombre se enfrenta
consigo mismo, se enfrenta también al- otro. L o que es
válido respecto de la relación del hombre con su traba­
jo, con el producto de su trabajo y consigo mismo, vale
también para la relación del hombre con el otro y con
el trabajo y el producto del trabajo del otro.
En general, la afirmación de que el hombre está ena­
jenado de su ser genérico quiere decir que un hombre
está enajenado del otro, com o cada uno de ellos está
enajenado de la esencia humana.
La enajenación del hombre y, en general, toda rela­
ción del hombre consigo mismo, sólo encuentra realiza­
ción y expresión verdaderas en la relación en que el
hombre está con el otro.
En la relación del trabajo enajenado, cada hombre con­
sidera, pues, a los demás según la medida y la relación
en la que él se encuentra consigo mismo en cuanto tra­
bajador.
114 Karl Marx

(X X V ) Hem os partido de un hecho económ ico, el ex­


trañamiento entre el trabajador y su producción. Hemos
expuesto el concepto de este hecho: el trabajo enajenado,
extrañado. Hemos analizado este concepto, es decir, he­
mos analizado simplemente un hecho económico.
Veamos ahora cóm o ha de exponerse y representarse
en la realidad el concepto del trabajo enajenado, ex­
trañado.
Si el producto del trabajo me es ajeno, se me enfrenta
com o un poder extraño, entonces ¿a quién pertenece?
Si mi propia actividad no me pertenece; si es una
actividad ajena, forzada, ¿a quién pertenece entonces?
A un ser otro que yo.
¿Q uién es ese ser?
¿Los dioses? Cierto que en los primeros tiempos !a
producción principal, por ejem plo, la construcción de tem­
plos, etc,, en Egipto, India, M éjico, aparece al servido
de los dioses, com o también a los dioses pertenece el
producto. Pero los dioses por s{ solos s o fueron nunca
los dueños del trabajo. Aun menos de la naturaleza. Qué
contradictorio sería que cuando más subyuga el hombre
a la naturaleza mediante su trabajo, cuando más super­
ítaos vienen a resultar los milagros de los dioses en razón
de los milagros de la industria, tuviese que renunciar
el hombre, por amor de estos poderes, a la alegría de la
producción y al gocé del producto.
El ser extraño al que pertenecen el trabajo y el pro­
ducto del trabajo, a cuyo servido está aquél y para
cuyo placer sirve éste, solamente puede ser el hom bre
mismo.
Si el producto del trabajo no pertenece al trabajador,
si es frente a él un poder extraño, esto sólo es posible
porque pertenece a otro hom bre que no es el trabajador.
Si su actividad es para él dolor, ha de ser g oce y alegría
vital de otro. Ni los dioses, ni la naturaleza, sino sólo
el hombre mismo, puede ser este poder extraño sobre los
hombres.
Recuérdese la afirmación antes hecha de que la reía-
Primer Manuscrito 115

d ó n del hombre consigo mismo únicamente es para él


objetiva y real a través de su relación con los otros hom­
bres. Si él, pues, se relaciona con el producto de su
trabajo» con su trabajo objetivado, com o con un objeto
poderoso, independiente de él, hostil, extraño, se esté
relacionando con él de forma que otro hombre indepen­
diente d e él, poderoso, hostil, extraño a él, es el dueño
de este objeto. Si él se relaciona con su actividad com o
con una actividad n o libre, se está relacionando con ella
com o con la actividad al servido de otro, bajo las órde­
nes, la compulsión y el yugo de otro.
Toda enajenadón del hombre respecto de sí mismo y
de la naturaleza aparece en la reladón que él presume
entre él, la naturaleza y los otros hombres distintos de
él. Por eso la autoenajenadón religiosa aparece necesaria­
mente en la reladón del laico con el sacerdote, o tam­
bién, puesto que aquí se trata del mundo intelectual, con
un mediador, etc. En el mundo práctico, real, el extraña­
miento de sí sólo puede manifestarse mediante la rela­
ción práctica, real, con los otros hombres. El medio
mismo por el que el extrañamiento se opera es un medio
práctico. En consecuencia mediante el trabajo enajenado
no sólo produce el hombre su relación con el objeto y
con el acto de la propia producción com o con pode­
res (**) que le son extraños y hostiles, sino también la
relación en la que los otros hombres se encuentran con
su producto y la reladón en la que él está con estos
otros hombres. De la misma manera que hace de su
propia produedón su desrealizadón, su castigo; de su
propio producto su pérdida, un producto que no le per­
tenece, y así también crea el dominio de quien no pro­
duce sobre la producción y el producto. AI enajenarse de
su propia actividad posesiona al extraño de la actividad
que no le es propia.
Hasta ahora hemos considerado la reladón sólo desde

( “ ) Sigo aquí el texto de M E G A , que dice Macbten, que es


el término que emplea también la edición Dictz. En la edición
de Hillman se dice, por el contrario, Menscben (hombres).
116 Karl Marx

el lado del trabajador; la consideraremos más tarde tam­


bién desde el lado del no trabajador.
Así, pues, mediante el trabajo enajenado crea el traba­
jador la relación de este trabajo con un hombre que está
fuera del trabajo y le es extraño. La relación del traba­
jador con el trabajo engendra la relación de éste con el
del capitalista o com o quiera llamarse al patrono del
trabajo. La propiedad privada es, pues, el producto, el
resultado, la consecuencia necesaria del trabajo enajena­
do, de la relación externa del trabajador con la naturaleza
y consigo mismo.
Partiendo de la Economía Política hemos llegado, cier­
tamente, al concepto del trabajo enajenado (d e la vida
enajenada) com o resultado del m ovim iento d e la pro­
piedad privada. Pero el análisis de este concepto muestra
que aunque la propiedad privada aparece com o funda­
mento, com o causa del trabajo enajenado, es más bien
una consecuencia del mismo, del mismo m odo que los
dioses no son originariamente la causa, sino el efecto de
la confusión del entendimiento humano. Esta relación se
transforma después en una interacción recíproca.
Sólo en el último punto culminante de su desarrollo
descubre la propiedad privada de nuevo su secreto, es
decir, en primer lugar que es el producto del trabajo
enajenado, y en segundo término que es el m edio por el
cual el trabajo se enajena, la realización de ésta enaje­
nación.
Este desarrollo ilumina al mismo tiempo diversas coli­
siones no resueltas hasta ahora.
1) La Economía Política parte del trabajo com o del
alma verdadera de la producción y, sin embargo, no le
da nada al trabajo y todo a la propiedad privada. Par­
tiendo de esta contradicción ha fallado Proudhon en favor
del trabajo y contra la propiedad privada. Nosotros, sin
embargo, comprendemos, que esta aparente contradic­
ción es la contradicción del trabajo enajenado consigo
mismo y que la Economía Política simplemente ha ex­
presado las leyes de este trabajo enajenado.
Comprendemos también por esto que salario y propie-
Primer Manuscrito 117

dad privada son idénticos, pues el salario que paga d


producto, el objeto del trabajo, el trabajo mismo, es sólo
una consecuencia necesaria d e la enajenación del trabajo;
en el salario el trabajo n o aparece com o un fin en sí,
sino com o un servidor del salario. Detallaremos esto
más tarde. Limitándonos a extraer ahora algunas conse­
cuencias (X X V I ).
Un alza forzada de los salarios, prescindiendo d e todas
las demás dificultades (prescindiendo de que, por tratarse
de una anomalía, sólo mediante la fuerza podría ser
mantenida), n o sería, p or tanto, más que una m ejor re­
m uneración d e los esclavos, y no conquistaría, ni para el
trabajador, ni para el trabajo su vocación y su dignidad
humanas.
Incluso la igualdad d e salarios, com o pide Proudbon,
no hace más que transformar la relación del trabajador
actual con su trabajo en la relación d e todos los hom­
bres con el trabajo. La sociedad es comprendida enton­
ces com o capitalista abstracto.
El salario es una consecuencia inmediata del trabajo
enajenado y el trabajo enajenado es la causa inmediata
de la propiedad privada. A l desaparecer un término debe
también, por esto, desaparecer el otro.
2 ) De la relación del trabajo enajenado con la propie­
dad privada se sigue, además, que la emancipación de la
sociedad de la propiedad privada, etc., de la servidumbre,
se expresa en la forma política de la emancipación de los
trabajadores, no com o si se tratase sólo de la emancipa­
ción de éstos, sino porque su emancipación entraña la
emancipación humana general; y esto es así porque toda
la servidumbre humana está encerrada en la relación del
trabajador con la producción, y todas las relaciones ser­
viles son sólo modificaciones y consecuencias de esta re­
lación.
Así com o mediante el análisis hemos encontrado el
concepto de propiedad privada partiendo del concepto
de trabajo enajenado, extrañado, así también podrán des­
arrollarse con ayuda de estos dos factores todas las cate­
gorías económicas y encontraremos en cada una de estas
118 Karl Marx

categorías, por ejem plo, el tráfico, la competencia, el


capital, el dinero, solamente una expresión determinada,
desarrollada, de aquellos primeros fundamentos.
Antes de considerar esta estructuración, sin embargo,
tratemos de resolver dos cuestiones.
1) Determinar la ‘ esencia general de la propiedad pri­
vada, evidenciada com o resultado del trabajo enajenado,
en su relación con la propiedad verdaderamente humana
y social.
2 ) Hemos aceptado el extrañam iento d el trabajo, su
enajenación, com o un hecho y hemos realizado este he­
cho. Ahora nos preguntamos ¿cóm o llega el hom bre a
enajenar, a extrañar su trabajo? ¿C óm o se fundamenta
este extrañam iento en la esencia de la evolución humana?
Tenemos ya mucho ganado para la solución de este pro­
blema al haber transformado la cuestión del origen de la
propiedad privada en la cuestión de la relación del traba­
jo enajenado con el proceso evolutivo de la humanidad.
Pues cuando se habla de propiedad privada se cree tener
que habérselas con una cosa fuera del hombre. Cuando
se habla de trabajo nos las tenemos que haber inmedia­
tamente con el hombre mismo. Esta nueva formulación
de la pregunta es ya incluso su solución.
ad. 1) Esencia general de la propiedad privada y su
relación con la propiedad verdaderamente humana.
El trabajo enajenado se nos ha resuelto en dos com­
ponentes que se condicionan recíprocamente o que son
sólo dos expresiones distintas de una misma relación.
La apropiación aparece com o extrañamiento, com o enaje­
nación y la enajenación com o apropiación, el extraña­
m iento com o la verdadera naturalización.
Hemos considerado un aspecto, el trabajo enajenado
en relación al trabajador mismo, es decir, la relación del
trabajo enajenado consigo mismo. Com o producto, com o
resultado necesario de esta relación hemos encontrado la
relación de propiedad del no-trabajador con el trabajador
y con el trabajo. La propiedad privada com o expresión
resumida, material, del trabajo enajenado abarca ambas
relaciones, la relación del trabajador con el trabajo, con
Primer Manuscrito 119

el producto de su trabajo y con e l no trabajador, y la


relación d el no trabajador con el trabajador y con el
producto d e su trabajo.
Si hemos visto, pues, que respecto del trabajador, que
medíante el trabajo se apropia de la naturaleza, la apro­
piación aparece com o enajenación, la actividad propia
com o actividad para otro y de otro, la vitalidad com o
holocausto de la vida, la producción del objeto com o
pérdida del objeto en favor de un poder extraño, consi­
deremos ahora la relación de este hombre extraño al
trabajo y al trabajador con el trabajador, el trabajo y su
objeto.
Por de p ron to24 hay que observar que todo lo que en el
trabajador aparece com o actividad de la enajenación,
aparece en el no trabajador com o estado de la enajena­
ción, del extrañamiento.
En segundo término, que el com portam iento práctico,
real, del trabajador en la producción y respecto del pro­
ducto (en cuanto estado de ánimo) aparece en el ~no
trabajador a él enfrentado com o comportamiento teórico.
(X X V I I ) Tercero. El no trabajador hace contra el
trabajador todo lo que éste hace contra $1 mismo, pero
no hace contra sí lo que hace contra el trabajador v .
Consideremos más detenidamente estas tres relaciones.
Segundo Manuscrito
El Manuscrito N*.0 2 consta de un folio (2 hojas, 4 pá­
ginas, numeradas del X L al X L I I I ) . Comienza a la mitad
de una frase y constituye m anifiestamente sólo el frag­
m ento final de un escrito más amplio.
La relación d e la propied ad privada

(X L ) Constituye los intereses de su capital. En el tra­


bajador se da, pues, subjetivamente, el hecho de que el
capital es el hombre que se ha perdido totalmente a sí
mismo, de la misma forma que en el capital se da, obje­
tivamente, el hecho de que el trabajador es el hombre
que se ha perdido totalmente a sí mismo. El trabajador
tiene, sin embargo, la desgracia de ser un capital viviente
y, por tanto, m enesteroso, que en el momento en que
no trabaja pierde sus intereses y con ello su existencia.
Como capital, el valor del trabajo aumenta según la
oferta y la demanda, e Incluido físicam ente su existencia,
su vida, ha sido y es entendida com o una oferta de
mercancía igual a cualquier otra. El trabajador produce
el capital, el capital lo produce a ¿1; se produce, pues, a
sí mismo, y el hombre, en cuanto trabajador, en cuanto
mercancía, es el resultado de todo el movimiento. Para el
hombre que n o es más que trabajador, y en cuanto
trabajador, sus propiedades humanas sólo existen en la
medida en que existen para el capital que le es extraño.
123
124 Karl Marx
Pero com o ambos son extraños el uno para el otro y se
encuentran en una relación indiferente, exterior y casual,
esta situación de extrañamiento recíproco ha de aparecer
también com o real. Tan pronto» pues, com o al capital
se le ocurre — ocurrencia arbitraria o necesaria— dejar
de existir para el trabajador, deja éste de existir para sí;
no tiene ningún trabajo, por tanto, ningún salario, y dado
que él no tiene existencia com o hom bre, sino com o tra­
bajador, puede hacerse sepultar, dejarse morir de ham­
bre, etc. El trabajador sólo existe com o trabajador en
la medida en que existe para sí com o capital, y sólo
existe com o capital en cuanto existe para é l un capital.
La existencia del capital es su existencia, su vida; el
capital determina el contenido de su vida en forma para
él indiferente. En consecuencia la Economía Política no
conoce al trabajador parado, al hombre de trabajo, en
la medida en que se encuentra fuera de esta relación
laboral. El picaro, el sinvergüenza, el pordiosero, el para­
do, el hombre de trabajo hambriento, miserable y delin­
cuente son figuras que no existen para ella, sino sola­
mente para otros ojos; para los ojos del médico, del juez,
del sepulturero, del alguacil de pobres, etc.; son fantas­
mas que quedan fuera de su reino. Por eso para ella las
necesidades del trabajador se reducen solamente a la ne­
cesidad de mantenerlo durante el trabajo de manera que
no se extinga la raza de los trabajadores. El salario tiene,
por tanto, el mismo sentido que el m antenimiento, la
conservación de cualquier otro instrumento productivo.
El mismo sentido que el consum o de capital en genera!,
que éste requiere para reproducirse con intereses, como
el aceite que las ruedas necesitan para mantenerse en
movimiento. El salario del trabajador pertenece así a los
costos necesarios del capital y del capitalista, y no puede
sobrepasar las exigencias de esta necesidad. Es, por tanto,
perfectamente lógico que ante el Am endm ent Bill
de 1834 1 los fabricantes ingleses detrajeran d d salario
del trabajador, com o parte integrante del mismo, las li­
mosnas públicas que éste recibe por medio del impuesto
de pobres.
.Segundo Manuscrito 125

La producción produce al hombre no sólo com o mer­


cancía, mercancía humana, hombre determinado com o
mercancía; lo produce, de acuerdo con esta determina­
ción, com o un ser deshumanizado tanto física com o espi­
ritualm ente, Inmoralidad, deformación, embrutecimiento
de trabajadores y capitalistas. Su producto es la mercan­
cía con conciencia y actividad p r o p i a s . . la mercancía
humana. Gran progreso de Ricardo, M ili, etc., frente a
Smith y Say, al declarar la existencia del hombre — la
mayor o menor productividad humana de la mercancía—
com o indiferente e incluso nociva. La verdadera finalidad
de la producción no estará en cuántos hombres puede
mantener un capital, sino en cuántos intereses reporta,
en la cuantía de las econom ías anuales. Igualmente fue
un grande y consecuente progreso de la reciente
(X L I ) Economía Política inglesa el explicar con plena
claridad (al mismo tiempo que eleva el trahafo a principio
único de la Economía Política) la relación inversa exis­
tente entre el salario y el interés del capital y que el
capitalista, por lo regular, só lo con la reducción del sala­
rio puede ganar y viceversa. La relación normal no sería
la explotación del consumidor, sino la explotación recí­
proca de capitalista y trabajador. La relación de la pro­
piedad privada contiene latente en sí la relación de la
propiedad privada com o trabajo, así com o la relación de
la misma com o capital y la conexión de estas dos expre­
siones entre sí. Es, de una parte, la producción de la
actividad humana com o trabajo, es decir, com o una acti­
vidad totalmente extraña a sí misma, extraña aJ hombre
y a la naturaleza y por ello totalmente extraña a la con­
ciencia y a la manifestación vital; la existencia abstracta
del hombre com o un puro hom bre de trabajo, que por
eso puede diariamente precipitarse de su plena nada en
la nada absoluta, en su inexistencia social que es su real
inexistencia. Es, por otra parte, la producción del obje­
to de la actividad humana com o capital, en el que se ha
extinguido toda determinación natural y social del objeto
y ha perdido la propiedad humana su cualidad natural
y social (es d edr, ha perdido toda ilusión política y so-
126 Karl Marx

cial, no se mezcla con ninguna relación aparentem ente


humana), que también permanece el mismo en los más
diversos modos de existencia natural y social, y es per­
fectamente indiferente respecto de su contenido real. Esta
oposición, llevada a su culminación, es necesariamente
la culminación, la cúspide y la decadencia de la relación
toda.
P or eso es también una gran hazaña de la reciente
Economía Política inglesa haber denunciado la renta de
la tierra com o la diferencia entre los intereses del peor
suelo dedicado a la agricultura y el mejor suelo cultivado,
haber aclarado las ilusiones románticas del terrateniente
(su presunta importancia social y la identidad de sus in­
tereses con los de la sociedad, que todavía afirma Adam
Smith, siguiendo a los fisiócratas2) y haber anticipado y
preparado el movimiento real que transformará al terra­
teniente en un capitalista totalmente ordinario y prosaico,
simplificará y agudizará la contradicción y acelerará así
su solución. La tierra com o tierra, la renta d e la tierra
com o renta d e la tierra, han perdido allí su diferencia
estam ental y se han convertido en capital e interés que
nada significan o, más exactamente, que sólo dinero
significan. La diferencia entre capital y tierra, entre ga­
nancia y renta de la tierra, así com o la de ambas con el
salario; la diferencia entre industria y agricultura, pro­
piedad privada m ueble e inm ueble, es una diferencia
histórica no fundada en la esencia de las cosas; la fija•
ción de un momento de la formación y el nacimiento de
la oposición entre capital y trabajo. En la industria, et­
cétera, en oposición a la propiedad inmobiliaria, sólo se
expresa el m odo de nacimiento y la oposición en que se
ha formado la industria con relación a la agricultura.
Esta diferencia sólo subsiste com o un tipo especial de
trabajo, com o una diferencia esencial, im portante, vital,
mientras la industria (la vida urbana) se forma frente
a la propiedad ru.ral (la vida aristocrática feudal) y lleva
aún en sí misma el carácter feudal de su contrario en la
forma del m onopolio, el gremio, la corporación, etc., den­
tro de cuyas determinaciones el trabajo tiene aún una
Segunda Manuscrito 127
aparente significación social, tiene aún el significado de la
comunidad real, no ha progresado aún hasta la indife­
rencia respecto del propio contenido, hasta el pleno ser
para sí mismo, es decir, hasta la abstracción de todo otro
ser, y por ello no llegado aún a capital liberado.
(X L II ) Pero el desarrollo necesario del trabajo es la
industria liberada, constituida com o tal para sí, y el
capital liberado. El poder de la industria sobre su con­
trario se muestra en seguida en el surgimiento de la
agricultura com o una verdadera industria, en tanto que
antes ella dejaba el principal trabajo al suelo y a los
esclavos de este suelo, mediante los cuales éste se culti­
vaba a sí mismo. Con la transformación del esclavo en
un trabajador libre, esto es, en un asalariado, se ha trans­
formado el terrateniente en sí en un patrono industrial,
en un capitalista; transformación que ocurre, en primer
lugar, por intermedio del arrendatario. Pero el arrenda­
tario es el representante, el revelado secreto del terrate­
niente; sólo mediante él existe económ icam ente, com o
propietario privado, pues las rentas de sus tierras sólo
existen por la competencia entre los arrendatarios. Esen­
cialmente el terrateniente se ha convertido, por tanto, ya
en el arrendatario, en un capitalista ordinario. Y esto
tiene aún que consumarse en la realidad: el capitalista
que se dedica a la agricultura, el arrendatario, ha de
convertirse en terrateniente o viceversa. El tráfico indus­
trial del arrendatario es el del terrateniente, pues el ser
del primero pone al del segundo.
C om o acordándose de su supuesto nacimiento, de su
origen, el terrateniente ve en el capitalista a su petulante,
liberado y enriquecido esclavo de ayer, y se ve a sí
mismo, en cuanto capitalista, amenazado por él. El capi­
talista ve en el terrateniente al inútil, cruel y egoísta
señor de ayer, sabe que le estorba en cuanto capitalista;
que, sin embargo, le debe a la industria toda su actual
importancia social; ve en él una oposición a la industria
libre y al libre capital, independiente de toda determina­
ción natural. Este antagonismo es sumamente amargo y
se dice recíprocamente la verdad. Basta con leer los ata-
128 Karl Marx

ques de la propiedad inmueble a la mueble y viceversa


para forjarse una gráfica imagen de su recíproca indig­
nidad. £1 terrateniente hace valer el origen noble de $u
propiedad, los recuerdos feudales, las reminiscencias, la
poesía del recuerdo, su entusiástica naturaleza, su im­
portancia política, etc., y cuando habla en economista
dice que sólo la agricultura es productiva. Pinta al mismo
tiempo a su adversario com o un canalla adinerado, astu­
to, venal, mezquino, tramposo, codicioso, capaz de ven­
derlo todo, rebelde, sin corazón y sin espíritu, extraño al
ser común que tranquilamente vende por dinero, usure­
ro, alcahuete, servil, intruso, adulador, timador, que en­
gendra, nutre y mima la competencia y con ella el
pauperismo, el crimen, la disolución de todos los lazos
sociales, sin honor, sin principios, sin poesía, sin nada.
(Véase entre otros, al fisiócrata ‘Bergasse, a quien ya fus­
tiga Camille Desmoulins en su periódico R evolutions de
Trance et de Brabant; véase v. Vincke, Lancizolle, Haller,
Leo, Kosegarten, y véase también Sistnondi) (•). La pro­
piedad mueble, por su parte, señala las maravillas de la
industria y del movimiento; ella es el fruto de la época
moderna y su legítimo hijo unigénito. Compadece a su
adversario com o a un mentecato no ilustrado sobre su
propio ser (y esto es perfectamente cierto), que quisiera
colocar en lugar del moral capital y del trabajo libre, la
inmoral fuerza bruta y la servidumbre; lo pinta com o
un D on Quijote que bajo la apariencia de la rectitud, la
honorabilidad, el interés general, la estabilidad, oculta
la incapacidad de movimiento, la codiciosa búsqueda de
placeres, el egoísmo, el interés particular, el torcido pro­
pósito; lo denuncia com o un taimado m onopolista; en-
(■) Véase también el afectado teólogo viejo-hegeliano Funke
quien, según el señor Leo, contaba con ligrimas en los ojos cómo,
al abolirsc la servidumbre, un esclavo se negó a dejar de ser
propiedad mobiliario. Véanse también las Fantasías patrióticas de
Justus Moser, que se caracterizan por no abandonar ni un ins­
tante el estrecho, pequeño burgués, «casero», habitual y limitado
horizonte del filisteo v ser, pese a eso, puras fantasías. Esta con­
tradicción es la que las ha hecho tan atractivas para el espíritu
alemán. (N ota de Marx.)
Segundo Manuscrito 129

som bree* sus reminiscencias, su poesía y sus ilusiones


con una enumeración histórica y sarcástica de la bajeza,
la crueldad, el envilecimiento, la prostitución, la infamia,
la anarquía y la rebeldía que tuvieron com o talleres los
románticos castillos.
(X L I I I ) La propiedad mobiliaria habría dado al pue­
blo la libertad política, desatado las trabas de la sociedad
civil, unido entre sí los mundos, establecido el humani­
tario comercio, la moral pura, la amable cultura; en lu­
gar de sus necesidades primarias habría dado al pueblo
necesidades civilizadas y los medios de satisfacerlas, en
tanto que el terrateniente (ese ocioso y molesto acapara­
dor de trigo) encarece para el pueblo los víveres más ele­
mentales y obliga así al capitalista a elevar el salario sin
poder elevar la fuerza productiva; con ello estorba la
renta anual de la nación, la acumulación de capitales,
esto es, la posibilidad de poder proporcionar trabajo al
pueblo y riqueza al país. Finalmente la anula totalmente,
acarrea una decadencia general y explota avaramente to*
das las ventajas de la civilización moderna, sin hacer lo
más mínimo por ella e incluso sin despojarse de sus pre­
juicios feudales. Basta, por ultimo, con que mire a su
arrendatario (él, para quien la agricultura y la tierra
misma sólo existen com o una fuente de dinero que se la
ha regalado) y diga si él no es un canalla honrado,
fanático y astuto que en corazón y en realidad hace
tiempo que pertenece a la libre industria y al dulce co­
mercio por más que se oponga a ellos y por más que
charle de recuerdos históricos y de finalidades morales
o políticas. T odo lo que realmente alega en su favor sólo
es cierto respecto del cultivador de la tierra (del capita­
lista y de los mozos de labranza), cuyo enemigo es más
bien el terrateniente; testimonia, pues, contra sí mismo.
Sin capital, la propiedad territorial sería materia muerta
y sin valor. Su civilizado triunfo es precisamente haber
descubierto y situado el trabajo humano en lugar de la
cosa inanimada com o fuente de la riqueza. (Véase Paul
Louis Courier, St. Simón, Canilh, Ricardo, Mili, Mac
Culloch, Destutt de Tracy y Michel Chevalier.)
130 Karl Marx

Del curso real del proceso de desarrollo (intercalar


aquí) se deduce el triunfo necesario del capitalismo, es
decir, de la propiedad privada ilustrada sobre la no ilus­
trada, bastarda, sobre el terrateniente, de la misma forma
que, en general, ha de vencer el movimiento a la inmo­
vilidad, la vileza abierta y consciente de si misma a la
escondida e inconsciente, la codicia a la avidez d e place•
res, el egoísmo declarado, incansable y experimentado
de la ilustración, al egoísmo local, simple, perezoso y
fantástico de la superstición; com o el dinero ha de ven­
cer a todas las otras formas de la propiedad privada.
Los Estados, que sospechan algo del peligro de la in­
dustria plenamente libre, de la moral plenamente libre
y del comercio humanitario, tratan de detener (aunque
totalmente en vano) la capitalización de la propiedad de
la tierra.
La propiedad d e la tierra, en su diferencia respecto del
capital, es la propiedad privada, el capital, preso aún de
los prejuicios locales y políticos, que no ha vuelto aún
a sí mismo de su vinculación con el mundo, el capital aún
incom pleto. Ha de llegar, en el cursó de su configuración
mundial, a su forma abstracta, es decir, pura.
La relación de la propiedad privada es trabajo, capital
y la relación entre ambos.
El movimiento que estos elementos han de recorrer es
el siguiente:
Prim eram ente: Unidad inmediata y (b) mediata de
ambos.
Capital y trabajo primero aún unidos, luego separados,
extrañados, pero exigiéndose y aumentándose recíproca­
mente com o condiciones positivas.
O posición d e ambos, se excluyen recíprocamente; el
trabajador sabe que el capitalista es la negación de su
existencia y viceversa; cada uno de ellos trata de arreba­
tar su existencia al otro.
Oposición de cada uno de ellos consigo mismo. Capi-(*)

(* ) En la edición de Hillman se dice: « o » , en lugar de «y »,


que es la palabra que utilizan M E G A , Landshut y Tnier.
Segundo Manuscrito 131

t a i s trabajo acum ulados trabajo. Com o tal descompo­


niéndose en sí mismo y sus intereses, así com o éstos a
su vez se descomponen en intereses y beneficios. Sacri­
ficio total del capitalista. Cae en la dase obrera así com o
el obrero — aunque sólo excepdonalmente— se hace ca­
pitalista. Trabajo com o momento del capital, sus costos.
El salario, pues, sacrificio del capital.
Trabajo se descompone en sí m ism o y el salario. El
trabajador mismo un capital, una mercancía. C olisión de
oposiciones recíprocas.
Tercer Manuscrito
El M anuscrito tercero está contenido en un cuader­
no form ado p or 17 folios (3 4 hojas, 68 páginas las últi­
mas 23 no escritas). La numeración de M arx salta de
la pág. X X I a la X X I I I y de la X X I V a la X X V I .
Com ienza el M anuscrito con dos apéndices a un texto
perdido que han sido titulados, respectivam ente, por
V . Adoratsky «Propiedad privada y t r a b a j o « Propiedad
privada y com unism o*. Sigue la critica de la Filosofía
hegeliana y el Prólogo, que hem os colocado al com ienzo
siguiendo a los editores de la Marx Engels Gesarnte
Ausgabe.
Figuran igualmente en las páginas finales de estos fo ­
lios unas notas de ‘lectura d e la Fenomenología d e H egel,
recogidas en el A péndice al T . 3 d e la Primera Sección
d e la Marx Engels Gesamte Ausgabe. Se trata de simples
resúm enes qu e no hem os creído necesario incluir.
P ropiedad privada y trabajo

I ) A la pág. X X X V I. La esencia subjetiva de la pro­


piedad privada, la propiedad privada com o actividad para
sí, com o sujeto, com o persona, es el trabajo. Se com ­
prende, pues, que sólo la Economía Política que reco­
noció com o su principio al trabajo — Adam Smitb— ,
que no vio ya en la propiedad privada solafhente una
situación exterior al hom bre, ha de ser considerada tan­
to com o un producto de la energía y m ovim ientos reales
de la propiedad privada (*), cuanto com o un producto
de la industria moderna; de la misma forma que la Eco­
nomía Política, de otra parte, ha acelerado y enaltecido
la energía y el desarrollo de esta industria y ha hecho
de ella un poder de la conciencia. A nte esta Economía
Política ilustrada, que ha descubierto la esencia subjetiva
de la riqueza — dentro de la propiedad privada— , apare­
cen com o adoradores d e ídolos, com o católicos, los par-
(*) Ella [la Econom ía Política, F. R.J es el movimiento inde­
pendiente de la propiedad privada que ha llegado a ser pera sí
en la condénela, la industria moderna en persona. (N ota de Marx.)
135
136 Karl Marx

tidarios del sistema dinerario y mercantilista \ que sólo


ven la propiedad privada com o una esencia objetiva para
el hom bre. P or eso Engcls ha llamado con razón a Adam
Smitb el L utero de la E conom ía2. Así com o Lutcro
reconoció en la religión, en la fe , la esencia del mundo
real y se opuso por ello al paganismo católico; así com o
¿1 superó la religiosidad enterna, al hacer de la religiosi­
dad la esencia íntima d d hom bre; así com o él negó el
sacerdote exterior al laico; así también es superada la
riqueza que se encuentra fuera del hom bre y es indepen­
diente de él — que ha de ser, pues, afirmada y mantenida
sólo de un m odo exterior— , es decir, es superada ésta
su objetividad exterior y sin pensam iento, al incorporarse
la propiedad privada al hom bre mismo y reconocerse el
hom bre mismo com o su esencia; así, sin em bargo, queda
el hom bre determinado por la propiedad privada, com o
en Lutero queda determinado por la Religión. Bajo la
apariencia de un reconocim iento del hom bre, la Econo­
mía Política, cuyo principio es el trabajo, es m is bien la
consecuente realización de la negación del hom bre al no
encontrarse ya él mismo en una tensión exterior con la
esencia exterior de la propiedad privada, sino haberse
convertido el m ism o en la tensa esencia de la propiedad
privada. Lo que antes era ser fuera de sí, enajenación real
del hom bre, se ha convertido ahora en el acto de la
enajenación, en enajenación de sí. Si esa Econom ía Polí­
tica com ienza, pues, con un reconocim iento aparente del
hom bre, de su independencia, de su libre actividad, etcé­
tera, al trasladar a la esencia misma del hom bre la pro­
piedad privada, n o puede ya ser condicionada por las
determ inaciones locales, nacionales, etc., de la propiedad
privada com o un ser que exista fuera de ella, es decir, si
esa Econom ía Política desarrolla una energía cosm opolita,
general, que derriba todo lím ite y toda atadura, para
situarse a sí misma en su lugar com o la única política,
la única generalidad, el lím ite único, la única atadura,
así también ha de arrojar ella en su posterior desarrollo
esta hipocresía y ha de aparecer en su total cinismo.
Y esto lo hace (despreocupada de todas las contradic-
Tercer Manuscrito 137

ciones en que la enreda esta doctrina) al revelar de forma


más unilateral y por esto más aguda y más consecuente,
que el trabajo es la esencia única de la riqueza, probar
la inhumanidad de las consecuencias de esta doctrina, en
oposición a aquella concepción originaria, y dar, por úl­
timo, el golpe de gracia a aquella última forma de exis­
tencia individual, natural, independiente del trabajo, de
la propiedad privada y fuente de riqueza: la renta de la
tierra,! esta expresión de la propiedad feudal ya total­
mente economificada e incapaz por eso de rebeldía con­
tra la Economía Política (Escuela de Ricardo). N o sólo
aumenta el cinismo de la Economía Política relativamen­
te a partir de Smith, pasando por Say, hasta Ricardo,
Mili, etc., en la medida en que a estos últimos se les
ponen ante los ojos, de manera más desarrollada y llena
de contradicciones, las consecuencias de la Industria;
también positivamente van conscientemente cada vez más
lejos que sus predecesores en el extrañamiento respecto
del hombre, y esto únicamente porque su ciencia se des­
arrolla de forma más verdadera y consecuente. A l hacer
de la propiedad privada en su forma activa sujeto, esto
es, al hacer simultáneamente del hombre una esencia, y
del hombre com o no ser un ser, la contradicción de la
realidad se corresponde plenamente con el ser contradic­
torio que han reconocido como principio. La desgarra­
da ( I I ) realidad de la industria confirma su principio des­
garrado en sí mismo lejos de refutarlo. Su principio es
justamente el principio de este desgarramiento.
La teoría fisiocrática del Dr. Quesnay representa el
tránsito del mercantilismo a Adam Smith. La fisiocracia
es, de forma directa, la disolución económico-política de
la propiedad feudal, pero por esto, de manera igualmente
directa, la transformación económico-política, la reposi­
ción de la misma, con la sola diferencia de que su len­
guaje no es ya feudal, sino económico. Toda riqueza se
resuelve en tierra y agricultura. La tierra no es aún
capital, es todavía una especial forma de existencia del
mismo que debe valer en su naturalidad, especialidad, y a
causa de ella; pero la tierra es, sin embargo, un elemen-
158 Karl M an

to natural general, en tanto que el sistema mercantilista


no conocía otra existencia de la riqueza que el metal
noble. E l ob jeto de la riqueza, su materia, ha recibido
pues al m ism o tiem po, la mayor generalidad dentro de
los lim ites d e la naturaleza en la medida en que, com o
naturaleza, es también inmediatamente riqueza objetiva.
Y la tierra solamente es para e l hom bre mediante el
trabajo, mediante la agricultura. La esencia subjetiva de
la riqueza se traslada, por tanto, al trabajo. A l mismo
tiem po, no obstante, la agricultura es el único trabajo
productivo. Todavía e l trabajo n o es entendido en su
generalidad y abstracción; está ligado aún com o a su
materia, a un elem ento natural especial; sólo es cono­
cido todavía en una especial form a de existencia natural­
m ente determinada. Por eso no es todavía más que una
enajenación del hom bre determinada, especial, lo mismo
que su producto es com prendido aún com o una riqueza'
determinada, mas dependiente de la naturaleza del traba­
jo m ism o. La tierra se reconoce aquí todavía com o una
existencia natural, independiente del hom bre, y no com o
capital, es decir, no com o un m om ento del trabajo mis­
m o. Más bien aparece el trabajo com o m om ento suyo.
Sin em bargo, al reducirse el fetichism o de la antigua
riqueza exterior, que existía sólo com o un objeto, a un
elem ento natural muy sim ple, y reconocerse su esencia,
aunque sea sólo parcialmente, en su existencia subjetiva
bajo una forma especial, está ya iniciado necesariamente
el siguiente paso de reconocer la esencia general de la
riqueza y elevar por ello a principio el trabajo en su
form a más absoluta, es decir, abstracta. Se le probaría a la
fisiocracia que desde el punto de vista económ ico, el
único justificado, la agricultura no es distinta de cualquier
otra industria, que la esencia de la riqueza no es, pues,
un trabajo determ inado, un trabajo ligado a un elemento
especial, una determinada exteriorización del trabajo, sino
el trabajo en general.
La fisiocracia niega la riqueza especial, exterior, pura­
mente objetiva, al declarar que su esencia es el trabajo.
Pero de m om ento el trabajo es para ella únicamente la
Tercer Manuscrito J 39

esencia subjetiva de !a propiedad territorial (parte del


tipo de propiedad que históricamente aparece com o do;
minante y reconocida); solamente a la propiedad territo­
rial le permite convertirse en hom bre enajenado. Supera
su carácter feudal al declarar com o su esencia la industria
(agricultura); pero se com porta negativamente con el
mundo de la industria, reconoce la esencia feudal, al de­
clarar que la agricultura es la única industria.
Se com prende que tan pronto com o se capta la esencia
subjetiva de la industria que se constituye en oposición
a la propiedad territorial, es decir, com o industria, esta
esencia incluye en sí a aquel su contrario. Pues así com o
la industria abarca a la propiedad territorial superada,
así también su esencia subjetiva abarca, al mismo tiem po,
a la esencia subjetiva de ésta.
D el mismo m odo que la propiedad territorial es la
primera forma de la propiedad privada, del m ism o m odo
que históricamente la industria se le opone ¡nicialm cnte
sólo com o una forma especial de propiedad (o , más bien,
es el esclavo librado de la propiedad territorial), así
también se repite este proceso en la com prensión cientí­
fica de la esencia subjetiva de la propiedad privada, en
la com prensión científica del trabajo; el trabajo aparece
prim ero únicamente com o trabajo agrícola, para hacerse
después valer com o trabajo en general.
( I I I ) Toda riqueza se ha convertido en riqueza indus­
trial, en riqueza del trabajo, y la industria es el trabajo
concluido y pleno del mismo m odo que el sistem a fabril
es la esencia perfeccionada de la industria, es decir, del
trabajo, y el capital industrial es la form a objetiva con--
dusa de la propiedad privada.
Vem os cóm o sólo ahora puede perfeccionar la propie­
dad privada su dom inio sobre el hom bre y convertirse,
en su form a más general, en un poder histórico-universal.
140 KarI Marx

Propiedad privada y comunismo

... a la pág. X X X IX . Pero la oposición entre caren­


cia de propiedad y propiedad es una oposición todavía
indiferente, no captada aún en su relación activa, en su
conexión interna, n o captada aún com o contradicción,
mientras no se la comprenda com o la oposición de tra­
bajo y capital. Incluso sin el progresivo m ovimiento de*
la propiedad privada que se da, por ejem plo: en la
antigua Roma, en Turquía, etc., puede expresarse esta
oposición en la primera forma. Así no aparece aún com o
puesta por la propiedad privada misma. Pero el trabajo,
la esencia subjetiva de la propiedad privada com o exclu­
sión de la propiedad, y el capital, el trabajo objetivo
com o exclusión del trabajo, son la propiedad privada
com o una relación desarrollada hasta la contradicción y
por ello una relación enérgica que impulsa a la disolución.
ad. ibidem. La superación del extrañamiento de sí mis­
m o sigue el mismo camino que éste. En primer lugar la
propiedad privada es contemplada sólo en su aspecto
objetivo, pero considerando el trabajo com o su esencia.
Su form a de existencia es por ello el capital, que ha de
ser superado «en cuanto tal» (Proudhon). O se toma
una form a especial de trabajo (el trabajo nivelado, parce­
lado y, en consecuencia, no Ubre) com o fuente de la
nocividad de la propiedad privada y de su existencia
extraña al hombre (Fourier, quien, de acuerdo con los
fisiócratas, considera de nuevo el trabajo agrícola como
el trabajo por excelencia; Saint Simón, por el contrario,
declara que el trabajo industrial, com o tal, es la esencia
y aspira al dom inio exclusivo de los industriales y al
mejoramiento de la situación de los obreros). El comu­
nismo, finalmente, es la expresión positiva de la propie­
dad privada superada; es, en primer lugar, la propiedad
privada general. A l tomar esta relación en su generalidad,
el com unism o es: 1.°) En su primera forma solamente
una generalización y conclusión de la misma; com o tal
se muestra en una doble form a: de una parte el dominio
Tercer Manuscrito 141

de la propiedad material es tan grande frente a él, que


él quiere aniquilar todo lo que n o es susceptible de ser
poseído por codos com o propiedad privada; quiere pres­
cindir de form a violenta del talento, etc. La posesión
física inmediata representa para él la finalidad única de
la vida y de la existencia; el destino del obrero no es
superado, sino extendido a todos los hom bres; la relación
de la propiedad privada continúa siendo la relación de
la com unidad con el mundo de las cosas; finalmente se
expresa este m ovim iento de oponer a la propiedad pri­
vada la propiedad general en la form a animal que quiere
oponer al matrimonio (que por lo demás es una form a
de la propiedad privada exclusiva) la comunidad d e las
m ujeres, en que la mujer se convierte en propiedad co­
munal y común. Puede decirse que esta idea de la com u­
nidad de m ujeres es el secreto a voces de este comunismo
todavía totalmente grosero e irreflexivo. A sí com o la
mujer sale del matrimonio para entrar en la prostitución
general, así también el m undo todo de la riqueza, es
decir, de la esencia objetiva del hom bre, sale d e la rela­
ción del matrimonio exclusivo con el propietario privado
para entrar en la relación de la prostitución universal
con la comunidad. Este com unism o, al negar por com ­
pleto la personalidad del hom bre, es justamente la ex­
presión lógica de la propiedad privada, que es esta nega­
ción. La envidia general y constituida en poder no es
sino la form a escondida en que la codicia se establece
y, simplemente, se satisface de otra manera. La idea de
toda propiedad privada en cuanto tal se vuelve, por lo
m enos, contra la propiedad privada más rica com o envi­
dia y deseo de nivelación, de manera que son estas pa­
siones las que integran el ser de la com petencia. El co ­
munismo grosero no es más que el remate de esta codi­
cia y de esta nivelación a partir del m ínim o representado.
Tiene una medida determinada y limitada. L o p oco que
esta superación de la propiedad privada tiene de verda­
dera apropiación lo prueba justamente la negación abs­
tracta de todo el mundo de la educación y de la civiliza­
ción, el regreso a la antinatural (I V ) simplicidad del
142 Karl Marx

hom bre pobre y sin necesidades, que no sólo no ha


superado la propiedad privada, sino que ni siquiera ha
llegado hasta ella.
La comunidad es sólo una comunidad de trabajo y de
la igualdad del salario que paga el capital com ún: la
comunidad com o capitalista general. A m bos términos
de la relación son elevados a una generalidad imagina­
ria: el. trabajo com o la determinación en que todos se
encuentran situados, el capital com o la generalidad y el
poder reconocidos d e la comunidad.
En la relación con la m ujer, com o presa y servidora
de la lujuria comunitaria, se expresa la infinita degrada­
ción en la que el hom bre existe para sí m ism o, pues el se­
creto de esta relación tiene su expresión inequivoca, deci­
siva, manifiesta, revelada, en la relación del hom bre con
la m ujer y en la form a de concebir la inmediata y natural
relación genérica. La relación inmediata, natural y nece­
saria del hom bre con el hom bre, es la relación del hom bre
con la mujer. En esta relación natural de los géneros,
la relación del hom bre con la naturaleza es inmediata­
mente su relación con el hom bre, del mismo m odo que
la relación con el hom bre es inmediatamente su relación
con la naturaleza, su propia determinación natural. En
esta relación se evidencia, pues, de manera sensible, re­
ducida a un hecho visible, en qué medida la esencia
humana se ha convertido para el hom bre en naturaleza o
en qué medida la naturaleza se ha convertido en esencia
humana del hom bre. Con esta relación se puede juzgar el
grado de cultura del hom bre en su totalidad. D el carácter
de esta relación se deduce la medida en que el hom bre
se ha convertido en ser genérico, en hom bre, y se ha
com prendido com o tal; la relación del hom bre con la
mujer es la relación más natural del hom bre con el hom­
bre. En ella se muestra en qué medida la conducta
natural del hom bre se ha hecho humana o en qué medida
su naturaleza humana se ha hecho para él naturaleza.
Se muestra también en esta relación la .extensión en que
la necesidad del hom bre se ha hecho necesidad humana,
Tercer Manuscrito 143

en qué extensión el o tro hom bre en cuanto hom bre se ha


convertido para él en necesidad; en qué medida él,
en su más individual existencia, es, al mismo tiem po,
ser colectivo.
La primera superación positiva de la propiedad priva­
da, el comunismo grosero, no es por tanto más que una
form a d e m ostrarse la vileza de la propiedad privada que
se quiere instaurar com o comunidad positiva.
2.°) El comunismo *) Aún de naturaleza política, de­
mocrática; fi) Con su superación del Estado, pero al
mismo tiem po aún con esencia incompleta y afectada por
la propiedad privada, es decir, por la enajenación del
hom bre. En ambas formas el com unism o se conoce ya
com o reintegración o vuelta a sf del hom bre, com o supe­
ración del extrañamiento de sí del hom bre, pero com o no
ha captado todavía la esencia positiva de la propiedad
privada, y menos aún ha com prendido la naturaleza hu­
mana de la necesidad, está aún prisionero e infectado por
ella. Ha com prendido su concepto, pero aún no su
esencia.
3.°) El com unism o com o superación positiva de Ja pro­
piedad privada en cuanto auloextrañamicnto d el hom bre,
y por ello com o apropiación real de la esencia humana
por y para el hom bre; por ello com o retorno del hombre
para sí en cuanto hom bre social, es decir, humano; re­
tom o pleno, consciente y efectuado dentro de toda la
riqueza de la evolución humana hasta el presente. Este
comunismo es, com o com pleto naturalísmo= humanismo,
com o com pleto hum anism o^naturalism o; es la verda­
dera solución del condicto entre el hom bre y la natura­
leza, entre el hombre y el hom bre, la solución definitiva
del litigio entre existencia y esencia, entre objetivación y
autoafirmación, entre libertad y necesidad, entre individuo
y género. Es el enigma resuelto de la historia y sabe
que es la solución.
(V ) El m ovim iento entero de la historia es, por ello,
tanto su generación r e d — el nacimiento de su existen­
cia empírica— com o, para su conciencia pensante, el mo-
144 Karl Marx

vim iento com prendido y conocido de su devenir. Mien­


tras tanto, aquel comunismo aún incom pleto busca en las
figuras históricas opuestas a la propiedad privada, en lo
existente, una prueba en su favor, arrancando momentos
particulares del m ovim iento (Cabet, V illegardcllc, etcé­
tera, cabalgan especialmente sobre este caballo) y presen­
tándolos com o pruebas de su florecim iento histórico
pleno, con lo que demuestra que la parte inmensamente
mayor de este m ovim iento contradice sus afirmaciones y
que, si ha sido ya una vez, su ser pasado contradice
precisamente su pretensión a la esencia.
Es fácil ver la necesidad de que todo el m ovimiento
revolucionario encuentre su base, tanto empírica com o
teórica, en el m ovim iento de la propiedad privada, en la
Econom ía.
Esta propiedad privada material, inmediatamente sen­
sible, es la expresión material y sensible de la vida
humana enajenada. Su m ovim iento — la producción y el
consumo— es la manifestación sensible del m ovim iento
de toda la producción pasada, es decir, de la realización
o realidad del hom bre. R eligión, familia, Estado, dere­
cho, m oral, ciencia, arte, etc., no son más que formas
especiales de la producción y caen bajo su ley general.
La superación positiva de la propiedad privada com o
apropiación de la vida humana es por ello la superación
positiva de toda enajenación, esto es, la vuelta del hom­
bre desde la R eligión, la familia, el Estado, etc., a su
existencia humana, es deciij, social. La enajenación reli­
giosa, com o tal, transcurre sólo en el dom inio de la
conciencia, del fuero interno del hom bre, pero la enaje­
nación económica pertenece a la vida real; su superación
abarca por ello ambos aspectos. Se comprende que el
m ovim iento tom e su prim er com ienzo en los distintos
pueblos en distinta form a, según que la verdadera vida
reconocida del pueblo transcurra más en la conciencia
o en e l mundo exterior, sea más la vida ideal o la vida
material. E l com unism o empieza en seguida con el ateís­
m o (O w en), el ateísmo inicialmente está aún muy lejos
IVrcer Manuscrito 145

de ser com unism o, porque aquel ateísmo es aun más


bien una abstracción ( b) . ..
La filantropía del ateísmo es, por esto, en primer lu­
gar, solamente una filantropía filosófica abstracta, la del
com unism o es inmediatamente real y directamente ten­
dida hacia la acción.
Hem os visto cóm o, dado el supuesto de Ja superación
positiva de Ja propiedad privada, el hom bre produce al
nom bre, a sí mismo y al otro hom bre; cóm o el objeto,
que es la realización inmediata de su individualidad, es
al mismo tiem po su propia existencia para el otro hom­
bre, la existencia de éste y la existencia de éste para él.
Pero, igualmente, tanto el material del trabajo com o el
hom bre en cuanto sujeto son, al mismo tiem po, resultado
y p u oto de partida del m ovim iento (en el hecho de que
han de ser este punto d e partida reside justamente la
necesidad histórica de la propiedad privada). El carácter
social es, pues, el carácter general de todo el movimien­
to; así com o es la sociedad misma la que produce al
hom bre en cuanto hom bret así también es producida por
él. La actividad y el goce (c) son también sociales, tanto
en su m odo de existencia (d) com o en su contenido;
actividad social y goce (c) social. La esencia humana de
la naturaleza no existe más que para el hombre social,
pues sólo así existe para él com o vínculo con el hom bre,
com o existencia suya para el otro y existencia del otro
para él, com o elemento vital de la realidad humana; sólo
así existe com o fundamento de su propia existencia hu­
mana. Sólo entonces se convierte para éla su existencia

( b) La prostitución es sólo una expresión especial de la gene­


ral prostitución del trabajador, y com o la prostitución es una
relación en la que n o sólo entra el prostituido, sino también el
prostituyeme —-cuya ignominia es aún mayor— , también el capi­
talista entra en esta categoría. (N ota de Marx.)
(c) En M EG A y en las ediciones de Landshut y Thier se dice
G eist (espíritu), en tanto que en la de Dieta y en la d e Hillman
se ha leído Genuss (goce), que parece más apropiado.
(* ) En M E G A , y en las ediciones de Landshut y Thier, Entste-
bungsweise (m odo de aparición) en Dietz y Hillman, Exis-
tenzweise (m odo de existencia).
146 K ttl Marx

natural en su existencia humana, la naturaleza en hom-


bre. La sociedad es, pues, la plena unidad esencial del
hom bre con la naturaleza, la verdadera resurrección de
la naturaleza, el naturalismo realizado del hom bre y el
realizado humanismo de la naturaleza.
(V I) La actividad social y el goce (c) social no exis­
ten, ni mucho menos, en la forma única de una actividad
inmediatamente comunitaria y de un goce (c) inmediata­
mente com unitario, aunque la actividad comunitaria y el
goce (c) com unitario, es decir, la actividad y el goce (®)
que se exteriorizan y afirman inmediatamente en real so­
ciedad con otros hom bres, se realizarán dondequiera que
aquella expresión inmediata de la sociabilidad se funde
en la esencia de pu ser y se adecúe a su naturaleza.
Pero incluso cuando yo sólo actúo científicam ente, etc.,
en una actividad que yo mismo no puedo llevar a cabo
en comunidad inmediata con otros, también soy social,
porque actúo en cuanto hom bre. N o sólo el material de
mi actividad (com o el idiom a, merced al que opera el
pensador) me es dado com o producto social, sino que mi
propia existencia es actividad social, porque lo que yo
hago lo hago para la sociedad y con conciencia de ser un
ente social.
M i con d en a * general es sólo la form a teórica de aque­
llo cuya form a viva es la comunidad real, el ser soda],
en tanto que hoy en día la conctenda general es una
abstracción de la vida real y com o tal se le enfrenta. De
aquí también que la actividad de mi concienria general,
com o tal, es mi existencia teórica com o ser social.
H ay que evitar ante todo el hacer d e nuevo de la
«sociedad» una abstracción frente al individuo. E l indi­
viduo es el ser social. Su exteriorizadón vital (aunque
no aparezca en la forma inmediata d e una exteriorízadón
vital comunitaria, cumplida en unión de otros) es así
una exteriorízadón y afirmación de la vida social. La vida
individual y la vida genérica del hom bre n o son distin­
tas, por más que, necesariamente, el m odo d e existencia
de la vida individual sea un m odo más particular o más
Tercer Manuscrito 147

general de la vida genérica, o sea la vida genérica una


vida individual más particular o general.
Com o conciencia genérica afirma el hombre su real vida
social y no hace más que repetir en el pensamiento su
existencia real, así com o, a la inversa, el ser genérico
se afirma en la conciencia genérica y es para sí, en su
generalidad, com o ser pensante.
El hom bre así, por más que sea un individuo particu­
lar (y justamente es su particularidad la que hace de él
un individuo y un ser social individual real), es, en la
misma medida, la totalidad, la totalidad ideal, la existen­
cia subjetiva de la sociedad pensada y sentida para sí,
del mismo m odo que también en la realidad existe com o
intuición y goce (c) de la existencia social y com o una
totalidad de exteriorización vital humana.
Pensar y ser están, pues, diferenciados y, al mismo
tiem po,, en unidad el uno con el otro.
La m uerte parece ser una dura victoria del género
sobre el individuo y contradecir la unidad de ambos;
pero el individuo determinado es sólo un ser genérico
determinado y , en cuanto tal, mortal.
4 ) Comoquiera que la propiedad privada es sólo la
expresión sensible del hecho de que el hom bre se hace
ob jetivo para sí y, al mismo tiem po, se convierte más
bien en un objeto extraño e inhumano, del hecho de
que su exteriorización vital es su enajenación vital y su
realización su desrealización, una realidad extraña, la su­
peración positiva de la propiedad privada, es decir, la
apropiación sensible por y para el hombre de la esencia
jr de la vida humanas, de las obras humanas, no ha de
ser concebida sólo en el sentido del g oce inmediato, cx-
dusivo, en el sentido de la posesión, del tener. El hom­
bre se apropia su esencia universal de forma universal,
ís decir, com o hombre total. Cada una de sus relaciones
mmanas con el mundo (ver, oír, oler, gustar, sentir,
>ensar, observar, percibir, desear, actuar, amar), en re­
limen, todos los órganos de su individualidad, com o
os órganos que son inmediatamente comunitarias en su
orma (V I I ), son, en su comportamiento objetivo, en su
148 Karl Marx
com portam iento hacia el objeto, la apropiación de éste.
La apropiación de la realidad humana, su comportamien­
to hacia el objeto, es la afirmación de la realidad huma­
na; es, por esto, tan polifacética com o múltiples son las
determ inaciones esenciales y las actividades del hom bre;
es la eficacia humana y el sufrimiento del hombre, pues
el sufrimiento, humanamente entendido, es un goce pro­
pio del hombre.
La propiedad privada nos ha hecho tan estúpidos y
unilaterales que un objeto sólo es nuestro cuando lo tene­
m os, cuando existe para nosotros com o capital o cuando
es inmediatamente poseído, com ido, bebido, vestido, ha­
bitado, en resumen, utilizado por nosotros. Aunque la
propiedad privada concibe, a su vez, todas esas realiza­
ciones inmediatas de la posesión sólo com o m edios de
vida y la vida a la que sirven com o medios es la vida
de la propiedad, el trabajo y la capitalización.
En lugar de todos los sentidos físicos y espirituales ha
aparecido así la simple enajenación de todos estos senti­
dos, el sentido del tener. El ser humano tenía que ser
reducido a esta absoluta pobreza para que pudiera alum­
brar su riqueza interior (sobre la categoría del tener,
véase H ess, en los Einnundzwanzig B ogen) 3.
La superación de la propiedad privada es por ello la
emancipación plena de todos los sentidos y cualidades
humanos; pero es esta emancipación precisamente por­
que todos estos sentidos y cualidades se han hecho hu­
manos, tanto en sentido objetivo com o subjetivo. El ojo
se ha h ed ió un o jo humano, así com o su ob jeto se ha
hecho un objeto social, humano, creado por el hombre
para el hom bre. Los sentidos se han hecho así inmedia­
tamente teóricos en su práctica. Se relacionan con la
cosa por amor de la cosa, pero la cosa misma es una
relación humana objetiva para sí y para el hombre y
viceversa (*). Necesidad y goce han perdido con ello su

(*) Sólo puedo relacionarme en la práctica de un m odo hu­


mano con la cosa cuando la cosa se relaciona humanamente coo
el hom bre. (Nota de Marx.)
Tercer Manuscrito 149

naturaleza egoísta y la naturaleza ha perdido su pura


utilidad, al convertirse la utilidad en utilidad humana.
Igualmente, los sentidos y el goce de los otros hom ­
bres se han convertido en mi propia apropiación. Ade-
más de estos órganos inmediatos se constituyen asf órga­
nos sociales, en la form a de la sociedad; así, por ejem plo,
la actividad inmediatamente en sociedad con otros, etc.,
se convierte en un órgano de mi m anifestación vital y
un m odo de apropiación de la vida humana.
Es evidente que el o jo humano goza de m odo distinto
que el o jo bruto, no humano, que el oído humano g 02 a
de manera distinta que el bruto, e t c .4
C om o hemos visto, únicamente cuando el objeto es
para el hom bre objeto humano u hom bre objetivo deja
de perderse el hom bre en su objeto. E sto sólo es posible
cuando el objeto se convierte para él en objeto social y
é! mismo se convierte en ser social y la sociedad, a tra­
vés de este objeto, se convierte para él en ser.
A sí, al hacerse para el hom bre en sociedad la realidad
objetiva realidad de las fuerzas humanas esenciales, rea­
lidad humana y, por ello, realidad de sus propias fuerzas
esenciales, se hacen para él todos los objetos objetivación
de sí mismo, objetos que afirman y realizan su indivi­
dualidad, objetos suyos, esto es, él mismo se hace ob­
jeto. El m odo en que se hagan suyos depende de la natu­
raleza d el ob jeto y de la naturaleza de la fuerza esencial
a ella correspondiente, pues justamente la certeza de esta
relación configura el m odo determinado, real, de la afir­
mación. Un objeto es distinto para el ojo que para el
oído y el objeto del o jo es distinto que el del oído. La
peculiaridad de cada fuerza esencia! es precisamente su
ser peculiar, luego también el m odo peculiar de su obje­
tivación, de su ser objetivo real, de su ser vivo. Por esto
el hombre se afirma en el mundo objetivo no sólo en
pensamiento (V II I), sino con todos los sentidos.
De otro m odo, y subjetivamente considerado, así com o
sólo la música despierta el sentido musical del hombre,
así com o la más bella música no tiene sentido alguno
para el oíd o no musical, no es objeto, porque mi objeto
150 Karl Marx

sólo puede ser la afirmación de una de mis fuerzas esen­


ciales, es decir, sólo es para mí en la medida en que
m i fuerza es para él com o capacidad subjetiva, porque
el sentido del objeto para mí (solam ente tiene un sentido
a él correspondiente) llega justamente hasta donde llega
m i sentido, así también son los sentidos del hom bre
social distintos de los del no social. Sólo a través de la
riqueza objetivam ente desarrollada del ser humano es, en
parte cultivada, en parte creada, la riqueza de la sensi­
bilidad humana subjetiva, un oíd o musical, un o jo para
la belleza de la form a. En resumen, sólo así se cultivan
o se crean sentidos capaces de goces humanos, sentidos
que se afirman com o fuerzas esenciales humanas. Pues
no sólo los cinco sentidos, sino también los llamados
sentidos espirituales, los sentidos prácticos (voluntad,
am or, etc.), en una palabra, el sentido humano, la huma­
nidad de los sentidos, se constituyen únicamente median­
te la existencia de su objeto, mediante la naturaleza
humanizada. La form ación de los cinco sentidos es un
trabajo de toda la historia universal hasta nuestros días.
El sentido que es presa de ln grosera necesidad práctica
tiene sólo un sentido limitado. Para el hombre que muere
de hambre no existe la forma humana de la com ida, sino
únicamente su existencia abstracta de com ida; ésta bien
podría presentarse en su forma más grosera, y sería im po­
sible decir entonces en qué se distingue esta actividad para
alimentarse de la actividad animal para alimentarse. El
hombre necesitado, cargado de preocupaciones, no tiene
sentido para el más bello espectáculo. El traficante en mi­
nerales no ve más que su valor com ercial, no su belleza o
la naturaleza peculiar del mineral, no tiene sentido mine­
ralógico. La objetivación de la esencia humana, tanto en
sentido teórico com o en sentido práctico, es, pues, nece­
saria tanto para hacer humano el sentido del hombre
com o para crear el sentido humano correspondiente a la
riqueza plena de la esencia humana y natural.
Así com o la sociedad en formación encuentra a través
del m ovimiento de la propiedad privada, de su riqueza
y su miseria — o de su riqueza y su miseria espiritual y
Tercer Manuscrito 151
material— todo el material para esta form ación, así la
sociedad constituida produce, com o su realidad durable,
al hombre en esta plena riqueza de su ser, al hombre
rica y profundamente dotado d e todos los sentidos.
Se ve, pues, cóm o solamente en el estado social subje­
tivismo y objetivism o, esplritualismo y materialismo, ac­
tividad y pasividad, dejan de ser contrarios y pierden
con ello su existencia com o tales contrarios; se ve cóm o
Ja solución de las mismas oposiciones teóricas sólo es
posible de m odo práctico, sólo es posible mediante la
energía práctica d ef hombre y que, por ello, esta solución
no es, en m odo alguno, tarea exclusiva del conocim iento,
sino una verdadera tarea vital que la Filosofía no pudo
resolver precisamente porque la entendía únicamente
com o tarea teórica.
Se ve cóm o la historia de la industria y la existencia,
que se ha hecho objetiva, de la industria, son el libro
abierto de las fuerzas humanas esenciales, la psicología
humana abierta a los sentidos, que no había sido conce­
bida hasta ahora en su conexión con la esencia del hom­
bre, sino sólo en una relación externa de utilidad, porque,
m oviéndose dentro del extrañamiento, sólo se sabía
captar com o realidad de las fuerzas humanas esenciales y
com o acción humana genérica la existencia general del
hom bre, la Religión o la Historia en su esencia general
y abstracta, com o Política, A rte, Literatura, etc. (IX ). En
la industria material ordinaria (que puede concebirse
com o parte de aquel m ovimiento general, del mismo m odo
que puede concebirse a éste com o una parte especial de
la industria, pues hasta ahora toda actividad humana
era trabajo, es decir, industria, actividad extrañada de
sí misma) tenemos ante nosotros, bajo la form a de obje­
tos sensibles, extraños y útiles, bajo la forma de la ena­
jenación, las fuerzas esenciales objetivadas del hom bre.
Una psiçologla para la que permanece cerrado este libro,
es decir, justamente la parte más sensiblemente actual y
accesible de la H istoria, no puede convertirse en una
ciencia real con verdadero contenido. ¿Q ué puede pen­
sarse de una ciencia que orgullosamente hace abstracción
152 Kari Marx

de esta gran parte del trabajo humano y no se siente


inadecuada en tanto que este extenso caudal del obrar
humano no le dice otra cosa que lo que puede» si acaso,
decirse en una sola palabra: « necesidad» , «cvulgar nece­
sidad»?
Las ciencias naturales han desarrollado una enorme
actividad y se han adueñado de un material que aumen­
ta sin cesar. La filosofía, sin em bargo, ha permanecido
tan extraña para ellas com o ellas para la filosofía. La
momentánea unión fue sólo una fantástica ilusión. Exis­
tía la voluntad, pero faltaban los medios. La misma his­
toriografía sólo de pasada se ocupa de las ciencias natu­
rales en cuanto factor de ilustración, de utilidad, de
grandes descubrimientos particulares. Pero en la medida
en que, mediante la industria, la Ciencia natural se ha
introducido prácticamente en la vida humana, la ha trans­
form ado y ha preparado la emancipación humana, tenía
que completar inmediatamente la deshumanización. La
industria es la relación histórica red de la naturaleza
(y, por ello, de la Ciencia natural) con el hom bre; por
eso, al concebirla com o desvclación esotérica de las fuer­
zas humanas esenciales, se comprende también la esencia
humana de la naturaleza o la esencia natural del hom ­
bre; con ello pierde la Ciencia natural su orientación
abstracta, material, o mejor idealista, y se convierte en
base de la ciencia humana, del mismo m odo que se ha
convertido ya (aunque en forma enajenada) en base de
la vida humana real. Dar una base a la vida y otra a
la ciencia es, pues, de antemano, una mentira. La natu­
raleza que se desarrolla en la historia humana (en el
acto de nacimiento de la sociedad humana) es la verda•
dera naturaleza del hom bre; de ahí que la naturaleza,
tal com o, aunque en forma enajenada, se desarrolla en la
industria, sea la verdadera naturaleza antropológica.
La sensibilidad (véase Fcucrbach) debe ser la base de
toda ciencia. Sólo cuando parte de ella en la doble for­
ma de conciencia sensible y de necesidad sensible, es de­
cir, sólo cuando parte de la naturaleza, es la ciencia
verdadera ciencia. La Historia toda es !a historia prepa *
Tercer Manuscrito W
ratona de la conversión del « hom bre» en objeto de la
conciencia sensible y de la necesidad del «hom bre en
cuanto hom bre» en necesidad. La Historia misma es una
parte real de la H istoria natural, de la conversión de la
naturaleza en hom bre. Algún din la Ciencia natural se
incorporará la Ciencia del hom bre, del mismo m odo que
la Ciencia del hombre se incorporará la Ciencia natural;
habrá una sola Ciencia.
(X ) El hom bre es el objeto inmediato de la Ciencia
natural; pues la naturaleza sensible inmediata para el
hombre es inmediatamente la sensibilidad humana (una
expresión idéntica) en la forma del otro hom bre sensi­
blemente presente para él; pues su propia sensibilidad
sólo a través del otro existe para él com o sensibilidad
humana. Pero la naturaleza es el objeto inmediato de la
Ciencia del hom bre. El primer objeto del hombre — el
hombre— es naturaleza, sensibilidad, y las especiales fuer­
zas esenciales sensibles del ser humano sólo en la Cien­
cia del mundo natural pueden encontrar su autoconoci-
m iento, de! m ism o m odo que sólo en los objetos natu­
rales pueden encontrar su realización objetiva. El elemento
del pensar mismo, el elem ento de la exteriorizarión vital
del pensamiento, el lenguaje, es naturaleza sensible. La
realidad social de la naturaleza y la Ciencia natural hu­
mana o Ciencia natural d el hom bre son expresiones
idénticas.
Se ve cóm o en lugar de la riqueza y la miseria de la
Economía Política aparece el hom bre rico y la rica nece­
sidad humana. El hom bre rico es, al mismo tiem po, el
hom bre necesitado de una totalidad de exteriorización
vital humana. El hombre en el que su propia realización
existe com o necesidad interna, com o urgencia. N o sólo
la riqueza, también la pobreza del hombre, recibe igual­
mente en una perspectiva socialista un significado huma­
no y, por eso, social. La pobreza es el vínculo pasivo
que hace sentir al hom bre com o necesidad la mayor
riqueza, el otro hombre. La dominación en mí del ser
objetivo, la explosión sensible de mi actividad esencial.
154 Kart Marx

es la pasión que, con ello, se convierte aquí en la activi­


dad de mi ser.
5 ) Un ser sólo se considera independiente en cuanto
es dueño de si y sólo es dueño de si en cuanto se debe
a sí m ism o su existencia. Un hom bre que vive por gracia
de otro se considera a sí mismo un ser dependiente. V iv o,
sin em bargo, totalm ente por gracia de oteo cuando le
debo no sólo el mantenimiento dp mi vida, sino que él
además ha creado mi vida, es la fu en te de m i vida; y
mi vida tiene necesariamente fuera de ella el fundam ento
cuando no es mi propia creación. La creación es, por
ello, una representación muy difícilm ente eliminable de
la conciencia del pueblo. E l ser por sí mismo de la na*
turaleza y del hom bre le resulta inconcebible porque con­
tradice todos los hechos tangibles de la vida práctica.
La creación d e la tierra ha recibido un potente golpe
por parte de la G eognosia, es decir, de la ciencia que
explica la constitución de la tierra, su desarrollo, com o
un proceso, com o autogénesis. La generatio aequivoca es
la única refutación práctica de la teoría de la creación.
Ahora bien, es realmente fácil decirle al individuo ais­
lado lo que ya Aristóteles dice: Has sido engendrado por
tu padre y tu madre, es decir, ba sido e l coito de dos
seres humanos, un acto genérico de los hom bres, lo que
en ti ha producido al hom bre. V es, pues, que incluso
físicamente el hom bre debe al hom bre su existencia. Por
esto no debes fijarte tan sólo en un aspecto, el progreso
infinito; y preguntar sucesivamente: ¿Q uién engendró a
mi padre? ¿Q uién engendró a su abuelo?, etc. Debes
fijarte también en el m ovim iento circular, sensiblemente
visible en aquel progreso, en el cual el hom bre se repite
a sí mismo en la procreación, es decir, el hom bre se
mantiene siempre com o sujeto. Tú contestarás, sin em­
bargo: le concedo este m ovim iento circular, concédeme
tú el progreso que roe empuja cada vez más lejos, hasta
que pregunto, ¿quién ha engendrado el primer hom bre
y la naturaleza en general? Sólo puedo responder: tu
pregunta misma es un producto de la abstracción. Pre­
gúntate cóm o has llegado a esa pregunta: pregúntate si
Tercer Manuscrito 155

tu pregunta no proviene de un punto de vista al que n o


puedo responder porque es absurdo. Pregúntate si ese
progreso existe com o tal para un pensamiento racional.
Cuando preguntas por !a creación del hom bre y de la
naturaleza haces abstracción del hom bre y de la natura­
leza. Los supones com o no existentes y quieres que te
los pruebe com o existen tes. Ahora te digo, prescinde de
ru abstracción y así prescindirás de tu pregunta, o si
quieres aferrarte a tu abstracción, sé consecuente, y
si aunque pensando al hom bre y a la naturaleza com o
no existen te (J X ) piensas, piénsate a ti mismo com o no
existente, pues tú también eres naturaleza y hombre. No
pienses, no me preguntes, pues en cuanto piensas y pre­
guntas pierde todo sentido tu abstracción del ser de la
naturaleza y el hom bre. ¿O eres tan egoísta que supones
todo com o nada y quieres ser sólo tú?
Puedes replicarme: no supongo la nada de la natura­
leza, etc.: te pregunto por su acto de nacimiento, com o
pregunto al anatomista por la form ación de los hue­
sos, etc.
Sin embargo, com o para el hom bre socialista toda la
llamada historia universal no es otra cosa que la produc­
ción del hom bre por el trabajo humano, el devenir de la
naturaleza para el hom bre tiene así la- prueba evidente,
irrefutable, de su nacimiento de si mismo, de su pro­
ceso de ortginación. AI haberse hecho evidente de una
manera práctica y sensible la esencüdidad del hom bre en
la naturaleza (f); al haberse evidenciado, práctica y sen­
siblemente, el hombre para el hom bre com o existencia
de la naturaleza y la naturaleza para el hom bre com o
existencia del hombre, se ha hecho prácticamente im po­
sible la pregunta por un ser extraño, por un ser situado
por encima de la naturaleza y del hombre (una pregunta
que encierra el reconocim iento de la no csencialidad de
la naturaleza y del hom bre). £1 ateísm o, en cuanto nega­
ción de esta carencia de csencialidad, carece ya totalmente
(f) M E G A , Diere y Thier dicen des Menschen und der Na/ur
(del hombre y d e la naturaleza); Hillman. i» der Nafur, que es
la versión que seguimos.
156 K*rl Marx
d e sentido, pues el ateísmo es una negación de D ios y
afirma, mediante esta negación, la existencia d el hom ­
b re; pero el socialism o, en cuanto socialism o, no nece­
sita ya de tal m ediación; él comienza con la conciencia
sensible, teórica y práctica, del hom bre y la naturaleza
com o esencia. Es autoconciencia positiva del hom bre, no
mediada ya por la superación de la R eligión, del mismo
m odo que la vida real es la realidad positiva del hom bre,
no mediada ya por la superación de la propiedad pri­
vada, el com unismo. E l com unism o es la posición com o
negación de la negación, y por eso el momento real ne­
cesario, en la evolución histórica inmediata, de la eman­
cipación y recuperación humana. El com unismo es la
form a necesaria y el principio dinámico del próxim o fu­
turo, pero e l com unism o en sí no es la finalidad del des­
arrollo humano, la form a de la sociedad humana.

Necesidad, producción y división del trabajo


(X IV ), 7 ) Hem os visto qué significación tiene, en el
supuesto del socialism o, la riqueza de las necesidades
humanas, y por ello también un nuevo m odo de produc­
ción y un nuevo ob jeto de la misma. Nueva afirmación
de la fuerza esencial humana y nuevo enriquecimiento de
la esencia humana. Dentro de la propiedad privada el
significado inverso. Cada individuo especula sobre el m odo
de crear en el otro una nueva necesidad para obligarlo
a un nuevo sacrificio, para sumirlo en una nueva depen­
dencia, para desviarlo hacia una nueva forma del placer
y con ello de la ruina económ ica. Cada cual trata de
crear una fuerza esencial extraña sobre el otro, para en­
contrar así satisfacción a su propia necesidad egoísta. Con
la masa de objetos crece, pues, el reino de los seres aje­
nos a los que el hom bre está som etido y cada nuevo
producto es una nueva potencia del recíproco engaño y
la recíproca explotación. El hombre, en cuanto hom bre,
se hace más pobre, necesita más del dinero para adue­
ñarse del ser enemigo, y el poder de su dinero disminuye
en relación inversa a la masa de la producción, es decir.
Tercer Manuscrito 157

su menesterosidad crece cuando el poder del dinero au­


menta. La necesidad de dinero es así la verdadera nece­
sidad producida por la Econom ía Política y la única
necesidad que ella produce. La cantidad de dinero es cada
vez más su única propiedad im portante. A sí com o él
reduce todo ser a su abstracción» así se reduce él en su
propio m ovim iento a ser cuantitativo. La desmesura y
el exceso es su verdadera medida.
Incluso subjetivamente esto se muestra» en parte» en
el hecho de que e l aumento de la producción y de las
necesidades se convierte en el esclavo ingenioso y siem­
pre calculador de caprichos inhumanos» refinados» anti­
naturales e imaginarios. La propiedad privada n o sabe
hacer de la necesidad bruta necesidad humana; su idea­
lism o es la fantasía, la arbitrariedad, el antojo. Ningún
eunuco adula más bajamente a su déspota o trata con más
infames m edios de estimular su agotada capacidad de
placer para granjearse más monedas» para hacer salir las
aves de o ro del bolsillo de sus prójim os cristianamente
amados. (Cada producto es un redam o con el que se
quiere ganar el ser de los otros» su dinero; toda nece­
sidad real o posible es una debilidad que arrastrará las
moscas a la miel, la explotación genera] de la esencia
comunitaria del hombre. Así com o toda im perfección del
hombre es un vínculo con los cielos» un flanco por el
que su corazón es accesible al sacerdote, todo apuro es
una ocasión para aparecer del m odo más amable ante el
prójim o y decirle: querido amigo» te doy lo que necesitas,
pero ya conoces la conditio sine qua non, ya sabes con
qué tinta te rae tienes que obligar; te despojo al tiempo
que te propordono un placer.) El productor se aviene
a los más abyectos caprichos del hombre» hace de celes­
tina entre él y su necesidad» le despierta apetitos m or­
bosos y acecha toda debilidad para exigirle después la
propina por estos buenos oficios.
Esta enajenación se muestra parcialmente al producir
el refinamiento de las necesidades y de sus medios de
una parte» mientras produce bestial salvajismo» plena»
brutal y abstracta simplicidad de las necesidades de la
15» Karl Marx

otra; o m ejor, simplemente se hace renacer en un sen­


tido opuesto. Incluso la necesidad del aire libre deja
de ser en el obrero una necesidad; el hom bre retom a a
la caverna, envenenada ahora por la m efítica pestilencia
de la civilización y que habita sólo en precario, com o un
poder ajeno que puede escapársele cualquier día, del que
puede ser arrojado, cualquier día si no paga (X V ). Tiene
que pagar por esta casa m ortuoria. La luminosa morada
que Prom eteo señala, según Esquilo, com o uno de los
grandes regalos con los que convierte a las fieras en
hom bres, deja de existir para el obrero. La luz, el aire,
etcétera, la más sim ple limpieza a n im a ldeja de ser una
necesidad para el hom bre. La basura, esta corrupción y
podredum bre del hom bre, la cloaca de la civilización (esto
hay que eoteoderlo literalm ente) se convierte para él en
un elem ento vital. La dejadez totalmente antinatural, la
naturaleza podrida, se convierten en su elem ento vital.
Ninguno de sus sentidos continúa existiendo, no ya en
su form a humana, pero ni siquiera en form a inhumana,
ni siquiera en forma animal. Retornan las más burdas
form as (e instrum entos) del trabajo humano com o la
calandria de los esclavos romanos, convertida en m odo
de producción y de existencia de muchos obreros ingle­
ses. N o sólo n o tiene el hombre ninguna necesidad hu­
mana, es que incluso las necesidades animales desapare­
cen. El irlandés no conoce ya otra necesidad que la de
com er, y para ser exactos, la de com er patatas, y para
ser más exactos aún sólo la de com er patatas enm ohe­
cidas, las de peor calidad. P eto Inglaterra y Francia tie­
nen en cada ciudad industrial una pequeña Irlanda. El
salvaje, el animal, tienen la necesidad de la caza, del
m ovim iento, etc., de la compañía. La simplificación de
la máquina, del trabajo, se aprovecha para convertir en
obrero al hom bre que está aún form ándose, al hom bre
aún n o form ado, al niño, asi com o se ha convertido al
obrero en un niño totalmente abandonado. La máquina
se acomoda a la debilidad del hom bre para convertir al
hom bre débil en máquina.
El economista (y el capitalista; en general hablamos
Tercer Manuscrito 159
siempre de los hombres de negocio em píricos cuando
nos referimos a los economistas, que son su manifesta­
ción y existencia científicas) prueba cóm o la multiplica­
ción de las necesidades y de los m edios engendra la
carencia de necesidades y de m edios: l.° ) A l reducir la
necesidad del obrero al más miserable e imprescindible
mantenimiento de la vida física y su actividad al más
abstracto m ovim iento mecánico, el economista afirma que
el hombre no tiene ninguna otra necesidad, ni respecto
de la actividad, ni respecto del placer, pues también pro­
clama esta vida com o vida y existencia humanas. 2.°) A l
emplear la más mezquina existencia com o medida (com o
medida general, porque es válida para la masa de los
hom bres), hace del obrero un ser sin sentidos y sin nece­
sidades, del mismo m odo que hace de su actividad una
pura abstracción de toda actividad. Por esto todo lujo
del obrero le resulta censurable y todo lo que excede
de la más abstracta necesidad (sea com o goce pasivo o
com o exterioraación vital) le parece un lujo. La E cono­
mía Política, esa ciencia de la riqueza, es así también al
mismo tiem po la ciencia de la renuncia, de la privación,
del ahorro y llega realmente a ahorrar al hom bre la ne­
cesidad del aire puro o del m ovim iento físico. Esta cien­
cia de la industria maravillosa es al mismo tiem po la
ciencia del ascetismo, y su verdadero ideal es e! avaro
ascético, pero usurero, y el esclavo ascético, pero produc­
tivo. Su ideal moral es el obrero que lleva a la caja
de ahorro una parte de su salario e incluso ha encon­
trado un arte servil para ésta su idea favorita. Se ha
llevado esto al teatro en forma sentimental. Por esto la
Economía, pese a su mundana y placentera apariencia, es
una verdadera ciencia moral, la más moral de las cien­
cias. La autorrenuncia, la renuncia a la vida y a toda,
humana necesidad es su dogma fundamental. Cuanto
menos comas y bebas, cuantos menos licores compres,
cuanto meaos vayas al teatro, al baile, a la taberna, cuan­
to menos pienses, ames, teorices, cantes, pintes, esgri­
mas, etc., tanto más ahorras, tanto mayor se hace tu
tesoro al que ni polillas ni herrumbre devoran, tu capital.
160 Kar) Marx

Cuanto menos eres, cuanto m enos exteriorizas tu vida»


tanto más tienes, tanto mayor es tu vida enajenada y
tanto más almacenas de tu esencia... T od o (X V I ) lo que
el economista te quita en vida y en humanidad te lo
restituyen en dinero y riqueza, y todo lo que no puedes
lo puede tu dinero. El puede com er y beber, ir al tea­
tro y al baile; conoce el arte» la sabiduría» las rarezas
históricas» el poder p olítico; puede viajar; puede hacer­
te dueño de todo esto, puede comprar todo esto, es la
verdadera optdencia. Pero siendo todo esto, el dinero
no puede más que crearse a sí mismo, comprarse a sí
m ism o, pues todo lo demás es siervo suyo y cuando se
tiene al señor se tiene al siervo y no se le necesita. T o­
das las pasiones y toda actividad deben» pues, disolverse
en la avaricia. El obrero sólo debe tener lo suficiente
para querer vivir y sólo debe querer vivir para tener.
Verdad es que en el campo de la Economía Política
surge ahora una controversia. Un sector (Lauderdalc, Mal-
thus, etc.) recomienda el lujo y execra el ahorro; el otro
(Say, Ricardo, etc.) recomienda el ahorro y execra el
lujo. Pero el primero confiesa que quiere el lujo para
producir el trabajo, es decir, el ahorro absoluto, y el
segundo confiesa que recomienda el ahorro para produ­
cir la riqueza, es decir, el lujo. El primer grupo tiene
la romántica ilusión de que la avaricia sola no debe de­
terminar el consum o de los ricos y contradice sus propias
leyes al presentar el despilfarro inmediatamente com o un
m edio de enriquecimiento. Por esto el grupo opuesto
le demuestra de m odo muy serio y circunstanciado que
mediante el despilfarro disminuyó y no aumentó mi cau­
dal. Este segundo grupo cae en la hipocresía Je no
confesar que precisamente el capricho y el humor deter­
minan la producción; olvida la «necesidad refinada»; o l­
vida que sin consumo no se producirá; olvida que me­
diante la com petencia la producción sólo ha de hacerse
más universal, más lujosa; olvida que para ¿1 el uso
determina el valor de la cosa y que la moda determina
el uso; desea ver producido sólo « lo ú til», pero olvida
que la producción de demasiadas cosas útiles produce
Tercer Manuscrito 161

demasiada población inútil. Am bos grupos olvidan que


despilfarro y ahorro» lujo y abstinencia, riqueza y pobre­
za son iguales.
Y no sólo debes privarte en tus sentidos inmediatos,
com o com er, etc.; también la participación en intereses
generales (com pasión, confianza, etc.), todo esto debes
ahorrártelo si quieres ser económ ico y no quieres m orir
de ilusiones.
T od o lo tuyo tienes que hacerlo venal, es decir, útil.
Si pregunto al econom ista, ¿obedezco a las leyes econó­
micas si consigo dinero de la entrega, de la prostitución
de mi cuerpo al placer ajeno? (L os obreros fabriles en
Francia llaman a la prostitución de sus hijas y esposas
la enésima hora de trabajo, lo cual es literalmente cierto.)
¿N o actúo de m odo económ ico al vender a mi am igo a
los marroquíes? (y el tráfico de seres-humanos com o co ­
m ercio de conscriptos, etc., tiene lugar en todos los paí­
ses civilizados), el econom ista roe contestará: n o operas
en contra de mis leyes, pero mira lo que dicen la señora
Moral y la señora R eligión; mi M oral y mi Religión
económ ica no tienen nada que reprocharte. Pero ¿a quién
tengo que creer ahora, a la Econom ía Política o a la
m oral? La moral de la Economía Política es el lucro, el
trabajo y el ahorro, la sobriedad; pero la Econom ía P o­
lítica me prom ete satisfacer mis necesidades. La Econo­
mía Política de la moral es la riqueza con buena con­
ciencia, con virtud, etc. Pero ¿cóm o puedo ser virtuoso
si no soy? ¿C óm o puedo tener buena conciencia si no
tengo conciencia de nada? El hecho de que cada esfera
me mida con una medida distinta y opuesta a las demás,
cbn una medida la m oral, con otra distinta la Economía
Política, se basa en la esencia de la enajenación, porque
cada una de estas esferas es una determinada enajenación
del hom bre y (X V I I ) contem pla un determinado círculo
de la actividad esencial enajenada; cada una de ellas se
relaciona de forma enajenada con la otra enajenación. El
señor M ichel Chevalier reprocha así a Ricardo que hace
abstracción de la moral. Ricardo, sin embargo, deja a la
Economía Política hablar su propio lenguaje; si ésta no
Karl Marx, 6
1*2 Kart Mane

habla moralmente, la culpa no es de Ricardo. M . Cheva-


lier hace abstracción de la Econom ía Política en cuanto
moraliza, pero real y necesariamente hace abstracción de
la moral en cuanto cultiva la Econom ía Política. La rela­
ción de la Econom ía Política con la moral cuando no es
arbitraria» ocasional» y por ello trivial y acientífica, cuan­
d o n o es una apariencia engañosa, cuando se la considera
com o esencial, no puede ser sino la relación de las leyes
económ icas con la m oral. ¿Q ué puede hacer Ricardo si
esta relación no existe o si lo que existe es más bien
lo contrario? Por lo demás» también la oposición entre
Econom ía Política y moral 'es sólo una apariencia y no
tal oposición. La Econom ía Política se limita a expresar
a su manera las leyes morales.
La ausencia de necesidades com o principio de la E co­
nomía Política resplandece sobre todo en su teoría d e la
población. Hay demasiados hom bres. Incluso la existen­
cia de los hombres es un puro lujo y si el obrero es
«m oral» (M ili propone alabanzas públicas para aquellos
que se muestren continentes en las relaciones sexuales
y una pública reprimenda para quienes pequen contra
esta esterilidad del m atrim onio. ¿Ñ o es esta doctrina óti­
ca del ascetism o?) será ahorrativo en la fecundación. La
producción del hom bre aparece com o calamidad pública.
El sentido que la producción tiene en lo que respecta
a los ricos se muestra abiertam ente en el sentido que
para los pobres tiene; hada arriba, su exteriorizadón es
siem pre refinada, encubierta, ambigua, apariencia-, hacia
abajo, grosera, directa, franca» esendal. La grosera nece­
sidad d el trabajador es una fuente de lucro mayor que
la necesidad refinada de) rico. Las viviendas subterrá­
neas de Londres le rinden a sus arrendadores más que
los palacios, es decir, en lo que a ellos concierne son
una m ayor riqueza; hablando en términos de Econom ía
Política son, pues, una mayor riqueza social.
Y así com o la industria especula sobre el refinamiento
de las necesidades, así también especula sobre su tasque•
dad, sobre su artifidalm ente producida tosquedad, cuyo
verdadero goce es el autoaturdim iento, esta aparente
Tercer Manuscrito 163
satisfacción de las necesidades, esta civilización dentro
de la grosera barbarie de la necesidad; las tascas ingle­
sas son por eso representaciones simbólicas de la propie­
dad privada. Su lujo muestra la verdadera relación del
lu jo y la riqueza industriales con el hom bre. P or esto
son, con razón, los únicos esparcimientos dominicales del
pueblo que la policía inglesa trata al menos con sua-‘
vidad.
Hem os visto ya cóm o el econom ista5 establece de di­
versas formas la unidad de trabajo y capital. l.° ) El
capital es trabajo acumulado. 2.°) La determinación del
capital dentro de la producción, en parte la reproducción
del capital con beneficio, en parte el capital com o ma­
teria prima (materia del trabajo), en parte com o instru-
m entó que trabaja por sí mismo — Ja máquina es el
capital establecido inmediatamente com o idéntico al obre­
ro— es el trabajo productivo. 3.*) E l obrero es un capi­
tal. 4.°) E l salario form a parte de los costos del capital.
5.°) En lo que al obrero respecta, el trabajo es la repro­
ducción de su capital vital. 6.#) En lo que al capitalista
toca, es un factor de la actividad de su capital.
Finalmente, 7.4) el economista supone la unidad origi­
nal de ambos com o unidad del capitalista y el obrero,
ésta es la paradisíaca situación originaria. Él que estos
dos momentos se arrojen el uno contra el otro com o dos
personas es, para el econom ista, un acontecimiento ca­
sual y que por eso sólo externamente puede explicarse
(véase MÜ1).
Las naciones que están aún cegadas por el brillo de
los metales preciosos, y por ello adoran todavía el feti­
che del dinero metálico, no son aún las naciones dine-
rarias perfectas. O posición de Francia e Inglaterra. En
el fetichism o, por ejem plo, se muestra hasta qué punto
es la solución de los enigmas teóricos una tarea de la
práctica, una tarea mediada por la práctica, hasta qué
punto la verdadera práctica es la condición de una teoría
positiva y real. La conciencia sensible del fetichista es
distinta de la del griego porque su existencia sensible
también es distinta. La enemistad abstracta entre sensi-
164 Karl Marx

bilidad y espíritu es necesaria en tanto que el sentido


humano para la naturaleza, d sentido humano de la na­
turaleza y, por tanto, también el sentido natural del
hom bre, no ha sido todavía producido por el propio
trabajo del hom bre.
La igualdad no es otra cosa que la traducción fran­
cesa, es decir, política, del alemán yo = yo. La igualdad
com o fundam ento del com unism o es su fundam cntadón
política y es lo mismo que cuando el alemán lo funda
en la concepción del hom bre com o autoconciencia univer­
sal. Se com prende que la superación de la enajenación
parte siempre de la form a de enajenación que constituye
la potencia dom inante: en Alemania, la autoconciencia;
en Francia, la igualdad, a causa de la política; en Ingla­
terra, la necesidad práctica, material, real, que sólo se
mide a sí misma. Desde este punto de vista hay que cri­
ticar y apreciar a Proudhon.
Si caracterizamos aún el comunismo mismo (porque
es negación de la negación, apropiación de la esencia
humana que se media a sí misma a través de la negación
de la propiedad privada, por ello todavía no com o la
posición verdadera, que parte de sí misma, sino más bien
com o la posición que parte de la propiedad privada) (•).
...(extrañam iento de la vida humana permanece y con­
tinúa siendo tanto mayor extrañamiento cuanto más con­
ciencia de ¿1 com o tal se tiene) puede ser realizado, así
sólo mediante el comunismo puesto en práctica puede
realizarse. Para superar la propiedad privada basta el
comunismo pensado, para superar la propiedad privada
real se requiere una acción comunista real. La historia
la aportará y aquel m ovim iento, que ya conocem os en
pensam iento com o un m ovim iento que se supera a sí
mismo, atravesará en la realidad un proceso muy duro
y muy extenso. Debem os considerar, sin embargo, com o
un verdadero y real progreso el que nosotros hayamos
conseguido de antemano conciencia tanto de la limitación
(*) En este lugar e! manuscrito aparece roto y sólo son legi­
bles algunas palabras suritas, restos de seis líneas cuyo sentido
es im posible reconstruir.
Tercer Manuscrito 165

com o de la finalidad del m ovim iento histórico; y una


conciencia que lo sobrepasa.
Cuando los obreros comunistas se asocian, su finalidad
es inicialm cnte la doctrina, la propaganda, etc. Pero al
mismo tiem po adquieren con ello una nueva necesidad,
la necesidad de la sociedad, y lo que parecía m edio se
ha convertido en fin. Se puede contem plar este m ovi­
m iento práctico en sus más brillantes resultados cuando
se ven reunidos a los obreros socialistas franceses. N o
necesitan ya m edios de unión o pretextos de reunión
com o el fumar, el beber, el com er, etc. La sociedad, la
asociación, la charla, que a su vez tienen la sociedad
com o fin, Ies bastan. Éntre ellos la fraternidad de los
hom bres no es una frase, sino una verdad, y la nobleza
del hom bre brilla en los rostros endurecidos por el
trabajo.
(X X ) Cuando la Econom ía Política afirma que la de­
manda y la oferta se equilibran mutuamente, está al mis­
m o tiem po olvidando que, según su propia afirmación, la
oferta de hom bres (teoría de la población) excede siem­
pre de la demanda, que,, p or tanto, en el resultado esen­
cial de toda la producción (la existencia del hom bre)
encuentra su más decisiva expresión la desproporción en­
tre oferta y demanda. En qué medida es el dinero, que
aparece com o m edio, el verdadero poder y el único fin ;
en qué medida el m edio en general, que me hace ser,
que hace m ío el ser objetivo ajeno, es un fin en si...,
es cosa que puede verse en el hecho de cóm o la propie­
dad de la tierra (allí donde la tierra es la fuente de la
vida), el caballo y la espada (en donde ellos son el ver-
¿adero m edio d e vida) son reconocidos com o los verda­
deros poderes políticos de la vida. En la Edad Media
se emancipa un estamento tan pronto com o tiene derecho
a portar la espada. Entre los pueblos nómadas es el ca­
ballo el que hace libre, partícipe en la comunidad.
H em os dicho antes que el hom bre retorna a la caver­
na, etc., pero en una form a enajenada, hostil. El salvaje
en su caverna (este elem ento natural que se le ofrece
espontáneamente para su goce y protección) no se siente
166 K arl M arx

extraño, o , mejor dicho, se siente tan a gusto com o un


pez en el agua. Pero la cueva del pobre es una vivienda
hostil que «se resiste com o una potencia extraña, que
no se le entrega hasta que él no le entrega a ella su
sangre y su sudor», que él no puede considerar com o un
hogar en donde, finalmente, pudiera decir: aquí estoy en
casa— , en donde él se encuentra más bien en una casa
extraña, en la casa de o tro que continuamente lo acecha
y que lo expulsa si no paga el alquiler. Igualmente, des­
de el punto de vista de la calidad, ve su casa com o lo
opuesto a la vivienda humana situada en el más allá, en
el cielo de la riqueza.
La enajenación aparece tanto en el hecho de que mi
m edio de vida es* de otro, que mi deseo es la posesión
inaccesible de otro, com o en el hecho de que cada cosa
es otra que ella misma, que mi actividad es otra cosa,
que, por ultim o (y esto es válido también para el capi­
talista), domina en general el poder inhumano. La deter­
minación de la riqueza derrochadora, inactiva y entregada
sólo al goce, cuyo beneficiario actúa, de una parte com o
un individuo solamente efím ero, vano, travieso, que con­
sidera el trabajo de esclavo ajeno, el sudor y la sangre
d e los hom bres, com o presa de sus apetitos y que por
ello considera al hom bre mismo (tam bién a sí m ism o)
com o un ser sacrificado y nulo (el desprecio del hombre
aparece así, en parte com o arrogancia, en parte com o la
infame ilusión de que su desenfrenada prodigalidad y
su incesante e im productivo consum o condicionan el tra­
bajo y, por ello, la subsistencia de los demás), conoce
la realización de las fuerzas humanas esenciales sólo com o
realización de su desorden, de sus humores, de sus capri­
chos arbitrarios y bizarros. Sin em bargo, esta riqueza
que, por otra parte, se considera a sí misma com o un
puro m edio, una cosa digna sólo de aniquilación, que
es al mismo tiem po esclavo y señor, generosa y mezqui­
na, caprichosa, vanidosa, petulante, refinada, culta e inge­
niosa, esta riqueza no ha experimentado aún en sí misma
la riqueza com o un poder totalm ente extraño; no ve en
Tercer Manuscrito 167

ella todavía más que su propio poder, y no la riqueza,


sino el placer ( h).
(X X I ) ...y a la brillante ilusión sobre la esencia de
la riqueza cegada por la apariencia sensible, se enfrenta
el industrial trabajador, sobrio, económ ico, prosaico, bien
ilustrado sobre la esencia de la riqueza que al crear a
su [d el derrochador F. R.J ansia de placeres un campo
más ancho, al cantarle alabanzas con su producción (sus
productos son justamente abyectos cumplidos a los ape­
titos del derrochador) sabe apropiarse de la única manera
útil del poder que a aquél se fe escapa. Si inicialmente
la riqueza industrial parece resultado de la riqueza fan­
tástica, derrochadora, su dinámica propia desplaza tam­
bién de una manera activa a esta última. La baja del
interés d el dinero es, en efecto, resultado y necesaria
consecuencia de m ovim iento industrial. Los m edios del
rentista derrochador disminuyen, en consecuencia, diaria­
mente, en proporción inversa del aumento de los m edios
y los ardides del placer. Está obligado así, o bien a
devorar su capital, es decir, a perecer, o bien a conver­
tirse él mismo en capitalista industrial... P or otra parte,
la renta d e la tierra sube, ciertamente, de m odo continuo
merced a la marcha del m ovim iento industrial, pero,
com o ya hemos visto, llega necesariamente un momento
en el que la propiedad de la tierra debe caer, com o
cualquier otra propiedad, en la categoría del capital que
se reproduce con beneficio, y esto es, sin duda, el resul­
tado del m ism o m ovim iento industrial. El terrateniente
derrochador debe así, o bien devorar su capital, es de­
cir, perecer, o bien convertirse en arrendatario de su
propia tierra, en industrial agricultor.
La disminución del interés del dinero (que Proudhon
considera com o la supresión del capital y com o tenden­
cia hacia la socialización del capital) es por ello más
bien solamente un síntoma del triunfo del capital traba­
jador sobre la riqueza derrochadora, es decir, de la trans-

(b) D e nuevo en este punto está desgarrado e ilegible el ma­


nuscrito en un espado que debían ocupar tres o cuatro líneas.
168 Kar) Marx

form ación de toda propiedad privada en capital indus­


trial; el triunfo absoluto de la propiedad privada sobre
todas las cualidades aparentem ente Humanas de la misma
y la subyugación plena del propietario privado a la esen­
cia de la propiedad privada, al trabajo. Por lo demás,
también el capitalista industrial goza. El no retorna en
m odo alguno a la antinatural simplicidad de la necesi­
dad, pero su placer es sólo cosa secundaria, desahogo,
placer subordinado a la producción y, por ello, calculado,
incluso económ ico, pues el capitalista carga su placer a
los costos del capital y por esto aquél debe cosiarle sólo
una cantidad tal que sea restituida por la reproducción
del capital con el beneficio. El placer queda subordinado
al capital y el individuo que goza subordinado al que
capitaliza, en tanto que antes sucedía lo contrario. La
disminución de los intereses no es así un síntoma de
la supresión del capital sino en la medida en que es un
síntoma de su dominación plena, de su enajenación que
se está planificando y, por ello, apresurando su supera­
ción. Esta es, en general, la única form a en que lo exis­
tente afirma a su contrario.
La querella de los economistas en torno al lujo y el
ahorro no es, por tanto, sino la querella de aquella
parte de la Econom ía Política que ha penetrado la esen­
cia de la riqueza con aquella otra que está aun lastrada
de recuerdos románticos y antiindustriales. Ninguna de
las dos partes sabe, sin em bargo, reducir el objeto de la
disputa a su sencilla expresión y, en consecuencia, nunca
acabará la una con la otra.
La renta de la tierra ha sido, además, demolida com o
renta de la tierra, pues en oposición al argumento de los
fisiócratas de que el terrateniente es el único productor
verdadero, la Economía Política moderna ha demostrado
que el terrateniente, en cuanto tal, es más bien el único
rentista totalmente im productivo. La agricultura sería
asunto del capitalista, que daría este uso a su capital
cuando pudiese esperar de ella el beneficio acostumbrado.
La argumentación de los fisiócratas (que la propiedad de
la tierra com o sola propiedad productiva es la única que
Teccct Manuscrito 169

tiene que pagar impuestos al Estado y, por tanto, tam­


bién la única que tiene que acordarlos y que tomar parte
en la gestión del Estado) se muda así en la afirmación
inversa de que el im puesto sobre la renta de la tierra
es el único im puesto sobre un ingreso im productivo y
por esto ei único impuesto que n o es nocivo para la
producción nacional. Se com prende que, así entendido,
el privilegio político del terrateniente no se deduce ya
de su carácter de principal fuente im positiva.
T odo lo que Proudhon capta com'o m ovim iento del
trabajo contra el capital no es más que el m ovim iento
del trabajo en su determinación de capital, de capital
industrial, contra el capital que no se consume com o ca­
pital, es decir, industrialmente. Y este m ovim iento sigue
su victorioso cam ino, es decir, el cam ino de la victoria
del capital industrial. Se ve también que sólo cuando se
capta el trabajo com o esencia de la propiedad privada
puede penetrarse el m ovim iento económ ico com o tal en
su determinación real.
La sociedad, com o aparece para los econom istas, es
la sociedad civil, en la que cada individuo es un conjunto
de necesidades y sólo existe para el otro (X X X V ), com o
el otro sólo existe para él, en la medida en que se
convierten en m edio el uno para el otro. El economista
(d el m ism o m odo que la política en sus D erechos d el
H om bre) reduce todo al hom bre, es decir, al individuo,
del que borra toda determinación para esquematizarlo
com o capitalista o com o obrero.
La división d el trabajo es la expresión económ ica del
carácter social d el trabajo dentro de la enajenación.
O bien, puesto que el trabajo n o es sino una expresión
de la actividad humana dentro de la enajenación, de la
cxteriorización vital com o enajenación viral. A sí también
la división d el trabajo no es otra cosa que el estableci­
miento extrañado, enajenado, de la actividad humana
com o una actividad genérica real o com o actividad del
hom bre en cuanto ser genérico.
Sobre la esencia de la división d el trabajo (qu e natu­
ralmente tenía que ser considerada com o un m otor fun-
170 Karl Marx

damentai en la producción de riqueza en cuanto se reco­


nocía el trabajo com o la esencia de la propiedad privada),
es decir, sobre esta form a enajenada y extrañada de la
actividad humana com o actividad genérica, son los eco­
nomistas muy oscuros y contradictorios.
Adam Sm ith: «L a división d el trabajo n o debe su ori­
gen a la humana sabiduría. Es la consecuencia necesaria,
lenta y gradual de la propensión al intercam bio y a la
negociación de unos productos por otros. Esta tendencia
al intercam bio es verosím ilm ente una consecuencia nece­
saria del uso de la razón y de la palabra. Es com ún a
todos los hombres y n o se da en ningún animal. En
cuanto se hace adulto, e l animal vive d e su propio es­
fuerzo. El hom bre necesita constantemente del apoyo de
los demás, que sería vano esperar de su simple bene­
volencia. Es m ucho más seguro dirigirse a su interés
personal y convencerlos de que les beneficia a ellos mis­
mos hacer lo que de ellos se espera. Cuando nos dirigi­
mos a los demás no lo hacemos a su humanidad, sino
a su egoísm o; nunca les hablamos de nuestras necesida­
des, sino de su conveniencia. C om o quiera que es a
través del cam bio, el com ercio, la negociación, com o reci­
bim os la mayor parte de los buenos servicios que recí­
procam ente necesitamos, es esta propensión a la negocia­
ción la que ha dado origen a Ja división del trabajo. Así,
por ejem plo, en una tribu de cazadores o pastores hay
alguno que hace arcos y flechas con más rapidez y habi­
lidad que los demás. Frecuentemente cambia a sus com ­
pañeros ganado y caza por los instrumentos que él cons­
truye, y rápidamente se da cuenta de que por este medio
consigue más cantidad de esos productos que cuando es
él mismo el que va a cazar. Con un cálculo interesado,
hace, en consecuencia, de la fabricación de arcos, etc.,
su ocupación principal. La diferencia de talentos naturales
entre los individuos no es tanto la causa com o el efecto
de la división del trabajo.
» ... Sin la disposición de los hombres al com ercio y el
intercambio cada cual se vería obligado a satisfacer por
sí mismo todas las necesidades y com odidades de la vida.
Tercer Manuscrito 171

Cada cual hubiese tenido que realizar la misma tarea


y n o se hubiese producido esa gran diferencia d e ocupa­
ciones que es la única que puede engendrar la gran dife­
rencia de talentos. Y así com o es esa propensión al in­
tercam bio la que engendra la diversidad de talentos en­
tre los hom bres, es también esa propensión la que hace
útil tal diversidad. Muchas razas animales, aun siendo
todas de la misma especie, han recibido d e la naturaleza
una diversidad de caracteres m ucho más grande y más
evidente que la que puede encontrarse entre los hom ­
bres n o civilizados. P or naturaleza no existe entre un
filósofo y un cargador ni la m itad de la diferencia que
hay entre un mastín y un galgo, entre un galgo y un
podenco o entre cualquiera de éstos y un p e n o pastor.
Pese a ello, estas distintas razas, aun perteneciendo to­
das a la misma especie, apenas tienen utilidad las unas
para las otras. El mastín no puede aprovechar la ventaja
de su fuerza para servirse de la ligereza del galgo, etc.
Los efectos de estos distintos talentos o grados de inteli­
gencia no pueden ser puestos en común porque falta la
capacidad o la propensión al cam bio, y no pueden, por
tanto, aportar nada a la ventaja o com odidad com ún de
la especie... Cada animal debe alimentarse y protegerse
a sí mismo, con absoluta independencia de los demás;
no puede obtener la más mínima ventaja de la diversidad
de talentos que la naturaleza ha distribuido entre sus
semejantes. Por el contrario, entre los hombres los más
diversos talentos se resultan útiles unos a otros porque,
mediante esa propensión general al com ercio y el inter­
cam bio, los distintos productos de los diversos tipos de
actividad pueden ser puestos, por así decir, en una masa
común a la que cada cual puede ir a comprar una parte
de la industria de los demás de acuerdo con sus nece­
sidades. C om o es esa propensión al intercam bio la que
da su origen a la división del trabajo, la extensión de esta
división estará siempre limitada por ja extensión d e la
capacidad d e intercambiar o , dicho en otras palabras, por
la extensión del mercado. Si el m ercado es muy pequeño,
nadie se animará a dedicarse por entero a una sola ocu­
172 Karl Marx

pación ante el temor de no poder intercambiar aquella


parte de su producción que excede de sus necesidades
por el excedente de la producción de otro que ¿1 desea­
ría a d q u irir...» En una situación de mayor progreso:
«T o d o hom bre vive del cam bio y se convierte en una
especie de com erciante y la sociedad misma es realmente
una sociedad mercantil. (V éase Destutt de Tracy: La
sociedad es una serie de intercambios recíprocos, en el
com ercio está la esencia toda de la socied a d ...) La acumu­
lación de capitales crece con la división del trabajo y
viceversa.» Hasta aquí Adam Smith 6.
«S i cada familia produjera la totalidad de los objetos
de su consum o, podría la sociedad marchar así aunque
no se hiciese intercam bio alguno; sin ser fundamental,
el intercam bio es indispensable en el avanzado estadio
de nuestra sociedad; la división del trabajo es un hábil
em pleo de las fuerzas del hom bre que acrece, en conse­
cuencia, los productos de la sociedad, su poder y sus
placeres, pero reduce, aminora la capacidad de cada hom ­
bre tomado individualmente. La producción no puede
tener lugar sin intercam bio.» Así habla J. 6 . Say7.
«Las fuerzas inherentes al hom bre son su inteligencia
y su aptitud física para el trabajo; las que se derivan
del estado social consisten en la capacidad de dividir el
trabajo y de repartir entre los distintos hom bres los di♦
versos trabajos y en la facultad de intercambiar los ser-
vicios recíprocos y los productos que constituyen este
m edio. El m otivo por el que un hom bre consagra a otro
sus servicios es el egoísm o, el hombre exige una recom­
pensa por los servicios prestados a otro. La existencia
del derecho exclusivo de propiedad es, pues, indispen­
sable para que pueda establecerse el intercambio entre
los hom bres. Influencia recíproca de la división de la
industria sobre el intercambio y del intercambio sobre
esta división. Tntercam bio y división del trabajo se con­
dicionan recíprocamente’ .» Así Sharbek®.
M ili expone el intercambio desarrollado, el com ercio,
com o consecuencia de la división del trabajo.
«L a actividad del hombre puede reducirse a ciernen-
Tercer Manuscrito 173

tos muy sim ples. £1 no puede, en efecto, hacer otra cosa


que producir m ovim iento; puede m over las cosas para
alejarlas (X X X V I I) o aproximarlas entre sí; las propie­
dades de la materia hacen el resto. En el em pleo del
trabajo y de las máquinas ocurre con frecuencia que se
pueden aumentar los efectos mediante una oportuna d i­
visión de las operaciones que se oponen y la unificación
d e todas aquellas que, de algún m odo, pueden favore­
cerse recíprocamente. C om o, en general, los hombres no
pueden ejecutar muchas operaciones distintas con la mis­
ma habilidad y velocidad, com o la costum bre les da esa
capacidad para la realización de un pequeño número,
siempre es ventajoso limitar en lo posible el número de
operaciones encomendadas a cada individuo. Para la di­
visión del trabajo y la repartición de la fuerza de los
hombres de la manera más ventajosa es necesario operar
en una multitud de casos en gran escala o , en otros
términos, producir las riquezas en masa. Esta ventaja
es el m otivo que origina las grandes manufacturas, un
pequeño número de las cuales, establecidas en condicio­
nes ventajosas, aprovisionan frecuentemente con los ob ­
jetos por ellas producidos n o uno solo, sino varios países
en las cantidades que ellos requieren.» A sí M ili9.
Toda la Econom ía Política moderna está de acuerdo,
sin em bargo, en que división del trabajo y riqueza de
la producción, división del trabajo y acumulación del ca­
pital se condicionan recíprocamente, así com o en el hecho
de que sólo la propiedad privada liberada, entregada a
sí misma, puede producir la más ú til-y más amplia divi­
sión del trabajo.
La exposición de Adam Smith se puede resumir así:
la división del trabajo da a éste una infinita capaci­
dad de producción. Se origina en la propensión al in­
tercam bio y al com ercio, una propensión específicamente
humana que verosím ilm ente no es casual, sino que está
condicionada por el uso de la razón y del lenguaje. El
m otivo del que cambia no es la humanidad, sino el egoís­
m o. La diversidad de los talentos humanos es más el
efecto que la causa de la división del trabajo, es decir,
174 Kftri Marx

de! intercam bio. Tam bién es sólo este últim o el que hace
útil aquella diversidad. Las propiedades particulares de
las distintas razas de una especie animal son por natu­
raleza más distintas que la diversidad de dones y activi­
dades humanas. Pero com o los animales no pueden inter­
cambiar, n o le aprovecha a ningún individuo animal la
diferente propiedad de un animal de la misma especie,
p ero d e distinta raza. Los animales no pueden adicionar
las diversas propiedades de su especie; n o pueden apor­
tar nada al provecho y al bienestar com ún de su especie.
O tra cosa sucede con el hom bre, en el cual los más
dispares talentos y form as de actividad se benefician recí­
procam ente porque pueden reunir sus diversos productos
en una masa com ún de la que todos pueden comprar.
C om o la división del trabajo brota d e la propensión
al intercam bio, crece y está limitada por la extensión del
intercam bio, del mercado. En el estado avanzado todo
hom bre es com erciante, la sociedad es una sociedad mer­
cantil. Say considera el intercam bio com o casual y no
fundamental. La sociedad podría subsistir sin él. Se hace
indispensable en el estado avanzado de la sociedad. N o
obstante, sin él no puede tener lugar la producción. La
división del trabajo es un cóm odo y útil m edio, un hábil
em pleo de las fuerzas humanas para el desarrollo de la
sociedad, pero disminuye la capacidad de cada hom bre
individualm ente considerado. La última observación es
un progreso de Say.
Skarbek distingue las fuerzas individuales, inherentes
al hom bre (inteligencia y disposición física para el tra­
bajo), de las fuerzas derivadas de la sociedad (intercam ­
b io y división del trabajo) que se condicionan mutua­
mente. Pero el presupuesto necesario del intercam bio es
la propiedad privada. Skarbek expresa aquí en forma
objetiva lo mismo que Smith, Say, Ricardo, etc., dicen
cuando señalan el egoísm o, el interés privado, com o fun­
damento del intercam bio, o el com ercio com o la forma
esencial y adecuada del intercambio.
M ili presenta e l com ercio com o consecuencia de la
división d el trabajo. La actividad humana se reduce para
Tercer Manuscrito 175

él a un m ovim iento mecánico. D ivisión del trabajo y em­


p ico d e máquinas fomentan la riqueza de la producción.
Se debe confiar a cada hom bre un conjunto de actividades
tan pequeño com o sea posible. P or su parte, división
del trabajo y em pleo de máquinas condicionan la produc­
ción de la riqueza en masa y, por tanto, del producto.
Este es el fundamento de las grandes manufacturas.
(X X X V I I I ) El examen de la división d el trabajo y
del intercam bio es del mayor interés porque son las
expresiones manifiestamente enajenadas de la actividad
y la fuerza esencial humana en cuanto actividad y fuerza
esencial adecuadas al género.
D ecir que la división d el trabajo y el intercam bio
descansan sobre la propiedad privada no es sino afirmar
que el trabajo es la esencia de la propiedad privada; una
afirmación que el economista no puede probar y que
nosotros vamos a probar por él. Justamente aquí, en el
hecho de que división d el trabajo e intercam bio son
configuraciones de la propiedad privada, reside la doble
prueba, tanto de que, por una parte, la vida humana
necesitaba de la propiedad privada para su realización,
com o de que, de otra parte, ahora necesita la supresión
y superación de la propiedad privada.
División del trabajo e intercam bio son los dos fenó­
menos que hacen que el economista presuma del carácter
soda! de su ciencia y, al mismo tiem po, exprese incons­
cientemente la contradicción de esta ciencia: la funda-
mentación de la sociedad mediante el interés particular
antisocial.
Los momentos que tenemos que considerar son: en
primer lugar, la propensión al intercambio (cuyo funda­
mento se encuentra en el egoísm o) es considerada com o
fundamento o efecto recíproco de la división del trabajo.
Say considera el intercambio com o no fundamental para
la esencia de la sociedad. La riqueza, la producción, se
explican por la división del trabajo y el intercambio. Se
concede el em pobredm iento y la degradación de la acti­
vidad individual por obra de la división del trabajo. Se
reconoce que la división del trabajo y el intercambio
176 KarJ Marx

son productores de la gran diversidad de los talentos


humanos, una diversidad que» a su vez» se hace útil gra­
cias a aquéllos. Skarbek divide las fuerzas de producción
o fuerzas productivas del hom bre en dos partes: 1 ) Las
individuales e inherentes a él» su inteligencia y su espe­
cial disposición o capacidad de trabajo; 2 ) las derivadas
de la sociedad (no del individuo real)» la división del
trabajo y el intercambio. Además» la división del trabajo
está limitada por el mercado. El trabajo humano es sim­
ple m ovim iento m ecánico; lo principal lo hacen las pro­
piedades materiales de los objetos.
A un individuo se le debe atribuir la m enor cantidad
posible de funciones. Fraccionamiento del trabajo y con­
centración del capital» la inanidad de la producción indi­
vidual y la producción de la riqueza en masas. Concep­
ción de la propiedad privada libre en la división del
trabajo.

Dinero
(X L I) Si las sensaciones, pasiones, etc., del hombre
son no sólo determinaciones antropológicas en sentido
estricto, sino verdaderamente afirmaciones ontológicas del
ser (naturaleza) y si sólo se afirman realmente por el
hecho de que su ob jeto es sensible para ellas, entonces
es claro:
1) Que el m odo de su afirmación n o es en absoluto
uno y el mismo, sino que, más bien, el diverso m odo
de la afirmación constituye la peculiaridad de su exis­
tencia, de su vida; el m odo en que el objeto es para
ellas él m odo peculiar de su goce. 2 ) A llí en donde la
afirmación sensible es supresión directa del objeto en
su form a independiente (com er, beber, elaborar el obje­
to, etc.), es ésta la afirmación del objeto. 3 ) En cuanto
el hom bre es humano, en cuanto es humana su sensa­
ción , etc., la afirmación del objeto por otro es igualmente
su propio goce. 4 ) Sólo mediante la industria desarro­
llada, esto es, por la mediación de la propiedad privada,
se constituye la esencia ontológica de la pasión humana,
Tercer Manuscrito 177

tanto en su totalidad com o en su humanidad; la misma


ciencia del hom bre es» pues» un producto de la auto-
afirmación práctica del hom bre. 5 ) El sentido de la pro­
piedad privada — desembarazada de su enajenación— es
la existencia de los objetos esenciales para el hom bre,
tanto com o objeto de goce cuanto com o objeto de acti­
vidad.
El dinero, en cuanto posee la propiedad de com prarlo
todo, en cuanto posee la propiedad de apropiarse todos
los objetos es, pues, el objeto por excelencia. La univer­
salidad de su cualidad es la om nipotencia de su esencia;
vale, pues, com o ser om n ipoten te..., el dinero es el idea-
huete entre la necesidad y el ob jeto, entre la vida y los
m edios de vida del hom bre. Pero lo que me sirve de
mediador para mi vida, me sirve de mediador también
para la existencia de los otros hombres para mf. Eso es
para mí el otro hom bre.
¡Q u é diablo! ¡Claro que manos y pies,
y cabeza y trasero son tuyos!
Pero todo esto que yo tranquilamente gozo,
¿es p or eso m enos m ío?
Si puedo pagar seis potros,
¿N o son sus fuerzas mías?
Los conduzco y soy todo un señor
C om o si tuviese veinticuatro patas.
(G oethe: Faqsto-M efistófeles) ,0.
Shakespeare, en el Tim ón d e Atenas:
« ¡O r o !, ¡o ro m aravilloso, brillante, precioso! ¡N o,
oh dioses, n o soy hom bre que haga plegarias inconse­
cuentes! (Simples rafees, oh cielos purísim os!) Un p oco
de él puede volver lo blanco, negro; lo feo, herm oso;
lo falso, verdadero; lo bajo, noble; lo viejo, joven ; lo
cobarde, valiente ( ¡o h dioses! ¿P or q u é ?) Esto va a
arrancar de vuestro lado a vuestros sacerdotes y a vues­
tros sirvientes; va a retirar la almohada* de debajo de
la cabeza del hom bre más robusto; este amarillo esclavo
va a atar y desatar lazos sagrados, bendecir a los maldi­
tos, hacer adorable la lepra blanca, dar plaza a los ladro-
178 Kaii Mane

nes y hacerlos sentarse entre los senadores, con títulos,


genuflexiones y alabanzas^ él es el que hace que se vuelva
a casar la viuda marchita y el que perfuma y embalsama
com o un día de abril a aquella que revolvería el estó­
mago al hospital y a las mismas úlceras. Vam os, fango
condenado, puta com ún de todo el género humano que
siembras la disensión entre la multitud de las naciones,
voy a hacerte ultrajar según tu naturaleza.»
Y después:
« ¡O h , tú, dulce regicida, amable agente de divorcio
entre el h ijo y el padre! ¡Brillante corruptor del más
puro lecho de him eneo! ¡M arte valiente! ¡Galán siem­
pre joven , fresco, amado y delicado, cuyo esplendor fun­
de la nieve sagrada que descansa sobre el seno de Diana!
D ios visible que sueldas juntas las cosas de la Natura­
leza absolutamente contrarias y las obligas a que se
abracen; tú, que sabes hablar todas las lenguas (X L II)
para todos los designios. ¡O h , tú, piedra de toque de
los corazones, piensa que el hom bre, tu esclavo, se re­
bela, y por la virtud que en ti reside, haz que nazcan
entre ellos querellas que los destruyan, a fin de que las
bestias puedan tener el im perio del m u n d o ...!» 11
Shakespeare pinta muy acertadamente la esencia del
dinero. Para entenderlo, com encem os prim ero con la ex­
plicación del pasaje goethiano.
L o que mediante el dinero es para m í, lo que puedo
pagar, es decir, lo que el dinero puede com prar, eso
soy y o , el poseedor del dinero mismo. M i fuerza es tan
grande com o lo sea la fuerza del dinero. Las cualidades
del dinero son mis — d e su poseedor— cualidades y
fuerzas esenciales. L o que soy y lo que puedo no están
determinados en m odo alguno por mi individualidad. Soy
feo, pero puedo comprarme la mujer más bella. Luego
no soy feo , pues el erecto de la fealdad, su fuerza ahu­
y en ta d o», es aniquilada por el dinero. Según nú indi­
vidualidad soy tullido, pero el dinero me procura veinti­
cuatro pies, luego no soy tullido; soy un hom bre malo,
sin honor, sin conciencia y sin ingenio, pero se honra
al dinero, luego también a su poseedor. El dinero es el
Tercer Manuscrito 179

bien supremo, luego es bueno su poseedor; el dinero


me evita, además, la molestia de ser deshonesto, luego
se presume que soy honesto; soy estúpido, pero el dinero
es el verdadero espíritu de todas las cosas, ¿cóm o podría
carecer de ingenio su poseedor? El puede, por lo demás,
comprarse gentes ingeniosas, ¿y no es quien tiene poder
sobre las personas inteligentes más talentoso que el ta­
lentoso? ¿E s que no poseo yo, que mediante el dinero
puedo tod o lo que el corazón humano ansia, todos los
poderes humanos? ¿A caso no transforma mi dinero todas
mis carencias en su contrario?
Si el dinero es el vínculo que me liga a la vida huma-
na, que liga a la sociedad, que me liga con la naturaleza
y con el hom bre, ¿no es el dinero el vínculo de todos los
vínculos? ¿N o puede él atar y desatar todas las atadu­
ras? ¿N o es también por esto el m edio general de se­
paración? Es la verdadera moneda divisoria, así com o el
verdadero m edio de unión, la fuerza galvanoqulmica de la
sociedad.
Shakespeare destaca especialmente dos propiedades en
el dinero:
1 •) Es la divinidad visible, la transmutación de todas
las propiedades humanas y naturales en su contrario, la
confusión e inversión universal de todas las cosas; her­
mana las im posibilidades;
2.*) E s la puta universal, el universal alcahuete de los
hombres y de los pueblos.
La inversión y confusión de todas las cualidades hu­
manas y naturales, la conjugación de las im posibilidades;
la fuerza divina del dinero radica en su esencia en tanto
que esencia genérica extrañada, enajenante y autoenaje-
nante del hom bre. Es el poder enajenado de la huma­
nidad.
L o que com o hom bre no puedo, lo que no pueden
mis fuerzas individuales, lo puedo mediante el dinero. El
dinero convierte asf cada una de estas fuerzas esenciales
en lo que en sí no son, es decir, en su contrario. Si
ansio un manjar o quiero tomar la posta porque no soy
suficientemente fuerte para hacer el camino a pie, el di-
180 KarI Marx

neto me procura el manjar y la posta, es decir, transus-


tanda mis deseos, que son meras representaciones; los
traduce de su cxisten&a pensada, representada, querida,
a su existencia sensible, red ; de la representadlo a la
vida, del ser representado al ser real. £1 dinero es, al
hacer esta m ediación, la verdadera fuerza creadora.
Es cierto que la demanda existe también para aquel
que no tiene dinero alguno, pero su demanda es un
puro ente de ficción que no tiene sobre mi, sobre un
tercero, sobre los otros (X L I1 I), ningún efecto, ninguna
existencia; que, por tanto, sigue siendo para mi mismo
irreal sin objeto. La diferencia entre la demanda efec­
tiva basada en el dinero y la demanda sin efecto basada
en mi necesidad, mi pasión, mi deseo, etc., es la dife­
rencia entre el ser y el pensar, entre la pura representa­
ción que existe en m í y la representación tal com o es
para m í en tanto que ob jeto real fuera de mí. Si no
tengo dinero alguno para viajar, no tengo ninguna nece­
sidad (esto es, ninguna necesidad real y realizable) de
viajar. Si tengo vocación para estudiar, pero no dinero
para ello, no tengo ninguna vocación (esto es, ninguna
vocación efectiva, verdadera) para estudiar. Por el con­
trario, si realmente no tengo vocación alguna para estu­
diar, pero tengo la voluntad y el dinero, tengo para ello
una efectiva vocación. El dinero en cuanto medio y p o­
d er universales (exteriores, no derivados del hom bre en
cuanto hom bre ni de la sociedad humana en cuanto so­
ciedad) para hacer de la representación redidad y de la
redidad una pura representación, transforma igualmente
las reales fuerzas esencides humanas y naturdes en puras
representaciones abstractas y por ello en im perfecciones,
en dolorosas quimeras, así com o, por otra parte, trans­
form a las im perfecciones y quimeras red es, las fuerzas
esenciales realmente Impotentes, que sólo existen en la
imaginación del individuo, en fuerzas esencides red es y
poder red . Según esta determinación, es el dinero la in­
versión universal de las individualidades, que transforma
en su contrario, y a cuyas propiedades agrega propieda­
des contradictorias.
Tercer Manuscrito 181

C om o tal potencia inversora, el dinero actúa también


contra el individuo y contra los vínculos sociales, etc.,
que se dicen esenciales. Transforma la fidelidad en infi­
delidad, el amor en od io, el od io en amor, la virtud en
vicio, el vicio en virtud, el siervo en señor, el señor
en siervo, la estupidez en entendim iento, el entendimien­
to en estupidez.
C om o el dinero, en cuanto concepto existente y activo
del valor, confunde y cambia todas las cosas, es la con-
fusión y el trueque universal de todo, es decir, el mundo
invertido, la confusión y el trueque de todas las cuali­
dades naturales y humanas.
Aunque sea cobarde, es valiente quien puede comprar
la valentía. C om o el dinero no se cambia por una cuali­
dad determinada, ni por una cosa o una fuerza esencial
humana determinadas, sino por la totalidad del mundo
objetivo natural y humano, desde el punto de vista de
su poseedor puede cambiar cualquier propiedad por cual­
quier otra propiedad y cualquier otro ob jeto, incluso los
contradictorios. Es la fraternización de las im posibilida­
des; obliga a besarse a aquello que se contradice.
Si suponemos al hom bre cottío hom bre y a su relación
con el mundo com o una relación humana, sólo se puede
cambiar amor por amor, confianza por confianza, etc. Si
se quiere gozar del arte hasta ser un hom bre artística­
mente educado; si se quiere ejercer influjo sobre otro
hom bre, hay que ser un hom bre que actúe sobre los otros
de m odo realmente estimulante e incitante. Cada una de
las relaciones con el hom bre — y con la naturaleza— ha
de ser una exteriorización determinada de la vida indi­
vidual real que se corresponda con el objeto de la v o ­
luntad. Si amas sin despertar am or, esto es, si tu amor,
en cuanto amor, no produce amor recíproco, si mediante
una exteriorización vital com o hom bre amante no te con­
viertes en hom bre amado, tu amor es im potente, una
desgrada.
182 Karl Marx

Crítica de la dialéctica hegeliana y de la filosofía


d e H egel en general #

(V I ) Este punto es quizá el lugar donde, para enten­


dim iento y justificación de lo dicho, conviene hacer algu­
nas indicaciones, tanto sobre la dialéctica hegeliana en
general com o especialmente sobre su exposición en la
Fenom enología y en la Lógica y, finalmente, sobre la
relación con H egel del m oderno m ovim iento crítico.
La preocupación de la moderna crítica alemana por el
contenido del viejo mundo era tan fuerte, estaba tan
absorta en su asunto, que mantuvo una actitud totalmen­
te acrítica respecto del m étodo de criticar y una plena
inconsciencia respecto de la siguiente cuestión parcialmen♦
te form al, pero realmente esencial; ¿en qué situación
nos encontramos ahora frente a la dialéctica hegeliana?
La inconsciencia sobre la relación de la crítica moderna
con la filosofía hegeliana en general y con la dialéctica
en particular era tan grande, que críticos com o Strauss
y Bruno Bauer (el prim ero com pletamente, el segundo
en sus Sinópticos, en los que, frente a Strauss, coloca la
«autoconciencia» del hom bre abstracto en lugar de la sus­
tancia de la «naturaleza abstracta» u e incluso en el Cris­
tianismo d escu bierto) están, al menos en potencia, total­
mente presos de la lógica hegeliana. A sí, por ejem plo,
se dice en el Cristianism o descubierto: «C om o si la auto-
conciencia, al poner el m undo, la diferencia, no se pro­
dujera a sí misma al producir su objeto, pues ella suprime *
de nuevo la diferencia de lo producido con ella misma,
pues ella sólo en la producción y el m ovim iento es ella
misma; com o si no tuviera en este m ovim iento su fina­
lid ad» 13, etc., o bien: «E llos (los materialistas france­
ses) n o han podido ver aún que el m ovim iento del uni­
verso sólo com o m ovim iento de la autoconciencia se ha
h e d ió real para sí y ha llegado a la unidad consigo mis­
m o » M. Expresiones que ni siquiera en la terminología
muestran una diferencia respecto de la concepdón
hegeliana, sino que más bien la repiten literalmente.
Tercer Manuscrito 183

(X I I ) Hasta qué punto era escasa en el acto de la crí­


tica (Bauer, Los sinópticos) la conciencia de su relación
con la dialéctica hcgeliana, hasta qué punto esta con­
ciencia no anmentó incluso después del acto de la crítica
material, es cosa que prueba Bauer cuando en su Buena
causa d e la libertad rechaza la indiscreta pregunta del se­
ñor G ruppe: «¿Q u é hay de la lóg ica ?», remitiéndola a
los críticos futuros
P ero incluso ahora, después de que Feuerbach (tan­
to en sus «T esis de los A nekdota» com o, detalladamen­
te, en la Filosofía d el fu tu ro) ha dem olido el núcleo de
la vieja dialéctica y la vieja filosofía; después de que, por
el contrario, aquella crítica que no había sido capaz de
realizar el hecho, lo v io consumado y se proclam ó crí­
tica pura, decisiva, absoluta, llegada a claridad consigo
misma; después de que, en su orgullo espiritualista, re­
d u jo el m ovim iento histórico todo a la relación del mun­
d o (que frente a ella cae bajo la categoría de «m asa»)
con ella misma y ha disuelto todas las contradicciones
dogmáticas en la única contradicción dogmática de su
propia agudeza con la estupidez del m undo, del Cristo
crítico con la Humanidad com o el «m ontón» después
de haber probado, día tras día y hora tras hora, su pro­
pia excelencia frente a la estupidez de la masa; después
de que, por últim o, ha anunciado el juicio final crítico,
proclamando que se acerca el día en que toda la deca­
dente humanidad se agrupará ante ella y será por ella
dividida en grupos, recibiendo cada m ontón su testim o-
nium paupertatis,7; después de haber hecho imprimir
su superioridad sobre los sentimientos humanos y sobre
el m undo, sobre el cual, tronando en su orgullosa sole­
dad, sólo deja caer, de tiem po en tiem po, la risa de los
dioses olím picos desde sus sarcásticos labios; después
de todas estas divertidas carantoñas del idealismo (del
neohegalianismo) que expira en la form a de la crítica,
éste no ha expresado ni siquiera la sospecha de tener
que explicarse críticamente con su madre, la dialéctica
hcgeliana, así com o tampoco ha sabido dar una indica­
184 Kart Marx

ción crítica sobre la dialéctica de Feuerbach. Una actitud


totalmente acrítíca para consigo mismo.
Feuerbach es el único que tiene respecto de la dialéc­
tica hegeliana una actitud seria, critica, y el único que
ha hecho verdaderos descubrim ientos en este terreno. En
general es el verdadero vencedor de la vieja filosofía.
L o grande de la aportación y la discreta sencillez con
que Feuerbach la da al m undo estén en sorprendente
contraste con el com portam iento contrarío.
La gran hazaña de Feuerbach es:
1) La prueba de que la Filosofía no es sino la Reli­
gión puesta en ideas y desarrollada discursivamente; que
es, por tanto, tan condenable com o aquélla y no repre­
senta sino otra form a, otro m odo de existencia de la ena­
jenación del ser humano ,B.
2) La fundación del verdadero materialismo y de la
ciencia real, en cuanto que Feuerbach hace igualmente de
la relación social «del hombre al hom bre» el principio
fundamental de la teoría ,9.
3 ) En cuanto contrapuso a la negación de la negación,
que afirma ser lo positivo absoluto, lo positivo que des­
cansa sobre él mismo y se fundamenta positivamente a
sí m ism o30.
Feuerbach explica la dialéctica hegeliana (fundamen­
tando con ello el punto de partida de lo positivo, de lo
sensiblemente cierto) del siguiente m odo:
H egel parte de la enajenación (lógicamente de lo in­
finito, de lo universal abstracto) de la sustancia, de
la abstracción absoluta y fijada; esto es, dicho en térmi­
nos populares, parte de la Religión y de la Teología.
Segundo. Supera lo infinito, pone lo verdadero, lo sen­
sible, lo real, lo finito, lo particular (Filosofía, supera­
ción de la Religión y de la Teología).
T ercero. Supera de nuevo lo positivo, restablece nue­
vamente la abstracción, lo infinito; restablecimiento de
la religión y de la Teología.
Feuerbach concibe la negación de la negación sólo com o
contradicción de la Filosofía consigo misma; com o la
Filosofía que afirma la Teología (trascendencia, etc.) des­
Tercer Manuscrito 185

pués de haberla negado; que la afirma en oposición a sí


m ism a21.
La posición o autoafirmación y autoconfirmarión que
está implícita en la negación de la negación es concebida
com o una posición no segura aún de sí misma, lastrada
por ello de su contrario, dudosa de sí misma y por ello
necesitada de prueba, que no se prueba, pues, a sí misma
mediante su existencia; com o una posición inconfesa­
da (X I I I ) y a la que, por ello, se le contrapone, directa
e- inmediatamente, la posición sensorialmente cierta, fun­
damentada en sí misma ,(*).
Pero en cuanto que H egel ha concebido la negación
de la negación, de acuerdo con el aspecto positivo en ella
im plícito, com o lo verdadero y único positivo y, de
acuerdo con el aspecto negativo también im plícito, com o
el único 8cto verdadero y acto de autoafirmación de todo
ser, sólo ha encontrado la expresión abstracta, lógica,
especulativa para el m ovim iento de la H istoria, que no
es aún historia real del hom bre com o sujeto presupuesto,
sino sólo acto genérico del hom bre, historia d el naci­
m iento del hombreé Explicaremos tanto la form a abstrac­
ta com o la diferencia que este m ovim iento tiene en H egel
en oposición a la moderna crítica del mismo proceso en
La Esencia d el Cristianismo, de Feuerbach; o más bien,
explicarem os la form a crítica de este m ovim iento que en
H egel es aún acrítico.
Una ojeada al sistema hegeliano. H ay que comenzar
con la Fenom enología hegeliana, fuente verdadera y se­
creto de la Filosofía hegeliana.

(*) Feuerbach concibe aún la negación de la negación, el con­


cepto concreto, com o el pensamiento que se supera a sí mismo
en el pensamiento y que, en cuanto pensamiento, quiere ser inme­
diatamente intuición, naturaleza, realidad. (N ota de M arx.)
Ifcif Karl Marx

Fenomenología

A ) La autoconciencia
I. Conciencia or) C erteza sensorial o lo esto y l o mío.
6 )' La tpercepción ^o la cosa con sus propiedades y la
ilusión, y ) Fuerza y entendim iento, fenóm eno y mundo
suprasensible.
I I. Autoconciencia. La verdad de la certeza de sí mis*
m o. a) Dependencia e independencia de la autoconcien­
cia, señorío y vasallaje, b ) Libertad de la autoconciencia.
E stoicism o, escepticism o, la conciencia desventurada.
I I I . Razón. Certeza y verdad de la razón. Razón ob­
servadora; observación de la naturaleza y de la autocon­
ciencia. b ) Realización de la autoconciencia racional me­
diante ella misma. El goce y la necesidad. La ley del
corazón y el delirio de la presunción. La virtud y el
curso del m undo, c ) La individualidad que es real en sí
y paca sí. E l reino animal del espíritu y e l fraude o la
cosa misma. La razón legisladora. La razón examinadora
de leyes.

B) E l espíritu
1. El verdadero espíritu: la ética. I I. El espíritu ena­
jenado de sí, la cultura. I I I . El espíritu seguto de sí
m ism o, la moralidad.

C ) La Religión
Religión natural, religión estética, religión revelada.

D ) E l saber absoluto
C óm o la Enciclopedia de H egel comienza con la lógica,
con el pensam iento especulativo puro, y termina con el
saber absoluto, con el espíritu autoconsciente, que se
capta a sí mismo, filosófico, absoluto, es decir, con el
espíritu sobrehumano abstracto, la Enciclopedia toda no
es más que la esencia desplegada del espíritu filosófico,
Tercer Manuscrito 187

su autoobjetivación. E l espíritu filosófico no es a su vez


sino el enajenado espíritu del mundo que piensa dentro
de su autoenajcnación, es decir, que se capta a sí m ism o
en form a abstracta. La lógica es el dinero del espíritu, el
valor pensado, especulativo, del hom bre y de la natura­
leza; su esencia que se ha hecho totalmente indiferente
a toda determinación real y es, por tanto, irreal; es el
pensam iento enajenado que por d io hace abstracción de
la naturaleza y del hom bre real; d pensamiento abstrac­
to. La exterioridad d e este pensam iento abstracto... La
naturaleza tal com o es para este pensamiento abstracto;
ella es exterior a él, la pérdida de sí m ism o; y él la
capta también externamente, com o pensamiento abstrae*
to, peto com o pensamiento abstracto enajenado; final*
mente, d espíritu, este pensamiento que retom a a su
propia cuna, que com o espíritu antropológico, fenome*
nológico, psicológico, m oral, artístko-religioso, todavía
no vale para sí mismo hasta que, por últim o, com o saber
absoluto, se encuentra y relaciona 22 consigo mismo en el
espíritu ahora absoluto, es decir, abstracto, y recibe su
existencia consciente, la existenda que le corresponde,
pues su existencia real es la abstracción.

Un doble error en H egel.


El primero emerge de la manera más clara en la Fe­
nomenología, com o cuna de la Filosofía hegdiana. Cuan­
do él concibe, por ejem plo, la riqueza, el poder estatal,
etcétera, com o esendas enajenadas para el ser humano,
esto sólo se produce en forma especulativa... Son enti*
dades ideales y por ello simplemente un extrañamiento
d d pensamiento filosófico puro, es decir, abstracto. T odo
el m ovim iento termina así con d saber absoluto. Es jus­
tamente d d pensamiento abstracto de donde estos objetos
están extrañados y es justamente al pensamiento abstracto
al que se enfrentan con su pretensión de realidad. El
filósofo (una forma abstracta, pues, del hombre enaje­
nado) se erige en medida del mundo enajenado. Toda la
historia de la enajenación y toda la revocación de la ena*
18 $ Kari Mars

jenadón no es así sino la historia d e la producción de!


pensamiento abstracto, es decir, absoluto (V id. pagi­
na X I I I ) ” (X V II), del pensamiento lógico especulativo.
El extrañam iento, que constituye, por tanto, el verdade­
ro interés de esta enajenación y de la supresión de esta
enajenación, es la oposición de en sí y para sí, de con­
ciencia y autoconciencia, de objeto y sujeto, es decir, la
oposición, dentro del pensamiento mismo, del pensa­
miento abstracto y la realidad sensible o lo sensible
real. Todas las demás oposiciones y movimientos de
estas oposiciones son sólo la apariencia, la envoltura, la
form a esotérica de estas oposiciones, las únicas interesan­
tes, que constituyen el sentido de las restantes profanas
oposiciones. L o que pasa por esencia establecida del ex­
trañamiento y lo que hay que superar no es el hecho de
que el ser humano se ob jetive de forma humana, en o p o ­
sición a sí mismo, sino el que se ob jetive a diferencia de y
en oposición al pensam iento abstracto.
(X V I I l) La apropiación de las fuerzas esenciales hu­
manas, convertidas en objeto, en objeto enajenado, es
pues, en primer lugar, una apropiación que se opera sólo
en la conciencia, en el pensamiento puro, es decir, en la
abstracción, la apropiación de objetos com o pensamien­
tos y m ovim ientos del pensam iento; por esto, ya en Iu
Fenom enología (pese a su aspecto totalmente negativo y
crítico, y pese a la crítica real en ella contenida, que
con frecuencia se adelanta mucho al desarrollo posterior)
está latente com o germen, com o potencia, está presente
com o un m isterio, el positivism o acrítico y el igualmente
acrítico idealismo de las obras posteriores de H egel, esa
disolución y restauración filosóficas de la em pine exis­
tente. En segundo lugar. La reivindicación del mundo
objetivo para el hom bre (p or ejem plo, el conocim iento
de la conciencia sensible no es una conciencia sensible
abstracta, sino una conciencia sensible humana; el con o­
cim iento de que la R eligión, la riqueza, etc., son sólo la
realidad enajenada de la objetivación humana, de las
fuerzas esenciales humanas nacidas para la acción y, por
ello, sólo el camino hada la verdadera realidad humana).
Tercer Manuscrito 189

esta apropiación o Ja inteligencia de este proceso se pre­


senta asi en H egel de tal m odo que la sen sibilid ad ,la
Religión, el poder del Estado, etc., son esencias espiritua­
les, pues só lo el espíritu, es la verdadera esencia del
hom bre, y la verdadera form a del espíritu es el espíritu
pensante, el espíritu lógico, especulativo. La humanidad
de la naturaleza y de la naturaleza producida por la his­
toria, de los productos del hom bre, se manifiesta en que
ellos son productos del espíritu abstracto y , por tanto y
en esa misma m edida, momentos espirituales, esencias
pensadas. La Fenom enología es la crítica oculta, oscura
aun para sí misma y mistificadora; pero en cuanto retiene
el extrañam iento del hom bre (aunque el hom bre aparece
sólo en la form a del espíritu) se encuentran ocultos en
ella todos los elementos de la critica y con frecuencia
preparados y elaborados de un m odo que supera amplia­
mente el punto de vista hegeliano. La «conciencia desven­
turada», la «conciencia honrada», la lucha de la «con ­
ciencia noble y la conciencia v il», etc., estas secciones
sueltas contienen (pero en form a enajenada) los elemen­
tos críticos de esferas enteras com o la R eligión, el Estado,
la vida civil, etc. Así com o la esencia, el objeto, aparece
com o esencia pensada, así el sujeto es siempre conciencia
o autoconciencia; o m ejor, el objeto aparece sólo com o
conciencia abstracta, el hom bre sólo com o autoconcien­
cia; la diversas formas del extrañamiento que allí emer­
gen son, por esto, sólo distintas formas de la conciencia
y de la autoconciencia. Com o la conciencia abstracta en sí
(e l objeto es concebido com o tal) es simplemente un m o­
mento de diferenciación de la autoconciencia, así tam­
bién surge com o resultado del m ovimiento la identidad
de la autoconciencia con la conciencia, el saber absoluto,
el m ovim iento del pensamiento abstracto que no va ya
hacia fuera, sino sólo dentro de sí mismo; es decir, el
resultado es la dialéctica del pensamiento puro.
(X X I I I ) L o grandioso de la Fenomenología hegeliana
y de su resultado final (la dialéctica de la negatividad
com o principio m otor y generador) es, pues, en primer
lugar, que H egel concibe la autogenerarión del hom bre
190 Karl Marx

com o un proceso» la objetivación com o desobjetivación,


com o enajenación y com o supresión de esta enajenación;
que capta la esencia del trabajo y concibe el hom bre
objetivo, verdadero porque rea), com o resultado de su
propio trabajo. La relación real, activa, del hom bre con­
sigo mismo com o ser genérico, o su manifestación de sí
com o un ser genérico general, es decir, com o ser huma*
n o, sólo es posible merced a que él realmente exterioriza
todas sus fuerzas genéricas (lo cual, a su vez, sólo es
posible p or la cooperación de los hom bres, com o resul­
tado de la historia) y se com porta frente a ellas com o
frente a objetos (lo que, a su vez, sólo es posible de *
entrada en la form a del extrañamiento).
Expondrem os ahora detalladamente la unilateralidad y
los límites de H egel a la luz del capítulo final de la
Fenom enología, el saber absoluto: un capítulo que con­
tiene tanto el espíritu condensado de la Fenom enología,
su relación con la dialéctica especulativa, com o la con­
ciencia de Hegel sobre ambos y sobre su relación recí­
proca.
D e momento anticiparemos sólo esto: H egel se coloca
en el punto de vista de la Economía Política moderna.
Concibe el trabajo com o la esencia del hom bre, que se
prueba a si misma; él sólo ve el aspecto positivo del
trabajo, no su aspecto negativo. El trabajo es el devenir
para sí del hom bre dentro de la enajenación o com o hom­
bre enajenado. El único trabajo que H egel conoce y re­
conoce es el abstracto espiritual. L o que, en general,
constituye la esencia de la Filosofía, la enajenación del
hom bre que se conoce, o la ciencia enajenada que se
piensa, lo capta H egel com o esencia del trabajo y por
eso puede, frente a la filosofía precedente, reunir sus
diversos m om entos, presentar su Filosofía com o la F ilo­
sofía. L o que los otros filósofos hicieron (captar momen­
tos aislados de la naturaleza y de la vida humana com o
m om entos de la autoçondenda o , para ser precisos, de la
autoconcienda abstracta) lo sabe H egel com o el hacer de
la Filosofía, por eso su d en da es absoluta.
Pasemos ahora a nuestro tema.
Tercer Manuso 191

E l saber absoluto. Capítulo final d e la Fenom enología

La cuestión fundamental es que el ob jeto de la con­


ciencia no es otra cosa que la autoconciencia, o que el
objeto n o es sino la autoconciencia objetivada, la auto-
conciencia com o ob jeto (poner al hom bre = autocon­
ciencia).
Importa» pues» superar el o b jeto d e la conciencia. La
objetividad com o tal es una relación enajenada del hom­
bre» una relación que no corresponde a la esencia huma­
na, a la autoconciencia. La reapropiación de la esencia
objetiva del hombre» generada com o extraña bajo la de­
terminación del extrañamiento» n o tiene» pues» solamente
la significación de suprimir el extrañamiento» sino tam­
bién la objetividad; es decir, el hom bre pasa por ser no
objetivo, espiritualista.
El m ovim iento de la superación del ob jeto d e la con­
ciencia lo describe H egel del siguiente m odo:
El ob jeto no se muestra únicamente (esta es» según
H egel, la concepción unilateral — que capta una sola
cara— de aquel m ovim iento) com o retom ando al sí mis­
mo. E l hom bre es puesto com o igual al sí mismo. Pero
el sf mismo no es sino el hom bre abstractam ente conce­
bido y generado mediante la abstracción. E l hom bre es
mismeidad. Su ojo» su oíd o, etc., son mismeidad; cada
una de sus fuerzas esenciales tiene en él la propiedad de
la m ism eidad74. Pero por eso es completamente falso
decir: la autoconciencia tiene ojos, oídos, fuerzas esen­
ciales. La autoconciencia es más bien una cualidad de la
naturaleza humana, del o jo humano, etc., no la naturaleza
humana de la (X X IV ) autoconciencia.
El sí mismo abstraído y fijado para sí es el hombre
com o egoísta abstracto, t i egoísm o en su pura abstrac­
ción elevado hasta el pensamiento (volverem os más tarde
sobre esto).
La esencia humana, el hom bre, equivale para H egel a
autoconciencia. T od o extrañamiento de la esencia humá-
na no es nada más que extrañam iento d e la cutocon d en •
192 Karl Marx

cia. El extrañamiento de la conciencia no es considerado


com o expresión (expresión que se refleja en el saber y el
pensar) del extrañamiento real de la humana esencia. El
extrañamiento verdadero, que se manifiesta com o real,
n o es, por el contrario, según su más íntima y escondida
esencia (que sólo la Filosofía saca a la luz) otra cosa que
el fenóm eno del extrañamiento de la esencia humana
real, de la autoconciencia. Por eso la ciencia que com ­
prende esto se llama Fenom enología. Toda reapropiación
de la esencia objetiva enajenada aparece así com o una
incorporación en la autoconciencia; el hom bre que se
apodera de su esencia real no es sino la autoconciencia
que se apodera de la esencia objetiva; el retorno del
objeto al sí mismo es, por tanto, la reapropiación del ob­
jeto. Expresada de form a universal, la superación del
ob jeto de la autoconciencia es:
1) Q ue el objeto en cuanto tal se presenta a la con­
ciencia com o evanescente; 2 ) Que es la enajenación de la
autoconciencia la que pone la coseidad; 3 ) Q ue esta ena­
jenación no sólo tiene significado positivo, sino también
negativo; 4 ) Q ue no lo tiene sólo para nosotros o en sí,
sino también para ella; 5 ) Para ella [la autoconciencia]
lo negativo del objeto o su autosupresión tiene signifi­
cado positivo, o lo que es lo m ism o, ella con oce esta
negatividad del mismo porque ella se enajena a sí mis­
ma, pues en esta enajenación ella se pone com o objeto
o pone al objeto com o sí misma en virtud de la insepa­
rable unidad del ser para sí; ó ) D e otra parte, esté igual­
mente presente este otro m om ento, a saber: que ella [la
autoconciencia] ha superado y retom ado en sí misma esta
enajenación y esta objetividad, es decir, en su ser otro
com o tal está junto a s i; 7 ) Este es el m ovim iento de la
conciencia y ésta es, por ella, la totalidad de sus momen­
tos; 8 ) Ella [la autoconciencia] tiene que comportarse
con el objeto según la totalidad de sus determinaciones y
tiene que haberlo captado, así, según cada una de ellas.
Esta totalidad de sus determinaciones lo hace en si esen­
cia espiritual y para la conciencia se hace esto verdad
por la aprehensión de cada una de ellas [las determina-
Tercer Manuscrito 193

d o n e s] en particular com o el sí mismo o por el antes


m encionado com portam iento espiritual hacia ellas.
A d. 1) E l que el objeto com o tal se presente ante la
conciencia com o evanescente es el antes m encionado re­
torno d el ob jeto al sí mismo.
A d. 2 ) La enajenación d e la autoconciencia pone la
coseidad. Puesto que el hom bre= autoconciencia, su esen­
cia objetiva enajenada, o la coseidad (lo que para él es
ob jeto, y solo es verdaderamente objeto para ¿1 aquello
que le es objeto esencial, es decir, aquello que es su
esencia objetiva. Ahora bien, puesto que no se hace
sujeto al hom bre real com o tal y, por tanto, tam poco a
la naturaleza — el hom bre es la naturaleza humana— sino
sólo a la abstracción del hom bre, a la autoconciencia, la
coseidad sólo puede ser la autoconciencia enajenada),
equivale a la autoconciencia enajenada y la coseidad es
puesta p or esta enajenación. Es completamente natural
que un ser vivo, natural, dotado y provisto de fuerzas
esenciales objetivas, es decir, materiales, tenga ob jetos
reales, naturales, de su ser, así com o que su autoenaje-
nación sea el establecim iento de un mundo real, objetivo,
pero bajo la form a de la exterioridad, es decir, no per­
teneciente a su ser y dom inándolo. N o hay nada incon­
cebible o m isterioso en ello. Más bien sería m isterioso lo
contrario. Pero igualmente claro es que una autoconcien­
cia, es decir, su enajenación, sólo puede poner la cosei­
dad, es decir, una cosa abstracta, una cosa de la abstrac­
ción y no una cosa real. Es además (X X V I ) también
claro que la coseidad, por tanto, no es nada indepen­
diente, esencial, frente a la autoconciencia, sino una sim­
ple creación, algo puesto por ella, y lo puesto, en lugar
de afirmarse a sí mismo, es sólo una afirmación del acto
de poner, que por un m om ento fija su energía com o el
producto y, en apariencia — pero sólo por un momen­
to— le asigna un ser independiente, rea!.
Cuando el hom bre real, corpóreo, en pie sobre la
tierra firme y aspirando y exhalando todas las fuerzas
naturales, pone sus fuerzas esenciales reales y objetivas
com o objetos extraños mediante su enajenación, el acto
Kart Marx, 7
194 KarI Marx

de poner n o es el sujeto; es la subjetividad de fuerzas


esenciales objetivas cuya acción, por ello, ha de ser tam­
bién objetiva. £1 ser objetivo actúa objetivam ente y no
actuaría objetivam ente si lo objetivo no estuviese implí­
cito en su determinación esencial. Sólo crea, sólo pone
objetos porque él [e l ser objetivo] está puesto por obje­
tos, porque es de por sí naturaleza. En el acto del poner
no cae, pues, de su «actividad pura» en una creación del
ob jeto, sino que su producto ob jetivo confirm a simple­
mente su objetiva actividad, su actividad com o actividad
de un ser natural y objetivo.
Vem os aquí cóm o el naturalismo realizado, o humanis­
m o, se distingue tanto del idealismo com o del materia­
lism o y es, al mismo tiem po, la verdad unificadora de
am bos. V em os, también, cóm o sólo el naturalismo es
capaz de com prender el acto de la historia universal.
El hom bre es inmediatamente ser natural. C om o ser
natural, y com o ser natural v iv o, está, de una parte,
dotado de fuerzas naturales, de fuerzas vitales, es un ser
natural activo; estas fuerzas existen en él com o talentos
y capacidades, com o im pulsos; de otra parte, com o ser
natural, corpóreo, sensible, objetivo, es, com o el animal
y la planta, un ser paciente, condicionado y lim itado;
esto es, los objetos de sus impulsos existen fuera de él,
en cuanto ob jetos independientes de él, pero estos obje­
tos son objetos de su necesidad, indispensables y esen­
ciales para el ejercicio y afirmación de sus fuerzas esen­
ciales. El que el hom bre sea un ser corpóreo, con fuerzas
naturales, vivo, real, sensible, objetivo, significa que tie­
ne com o objeto de su ser, de su exteriorización vital,
ob jetos reales, sensibles, o que sólo en objetos reales,
sensibles, puede exteriorizar su vida. Ser objetivo natu­
ral, sensible, es lo mismo que tener fuera de sí obje­
to , naturaleza, sentido, o que ser para un tercero objeto,
naturaleza, sentido. El hambre es una necesidad natural;
necesita, pues, una naturaleza fuera de sí, un objeto
fuera de sí, para satisfacerse, para calmarse. El hambre
es la necesidad objetiva que un cuerpo tiene de un ob­
jeto que está fuera de él y es indispensable para su
Tercer Manuscrito 195

integración y exteriorización esencial. El sol es el ob jeto


de la planta, un objeto indispensable para ella, confirma­
dor de su vida, asi com o la planta es objeto del sol,
com o exteriorizaeión de la fuerza vivificadora del sol, de
la fuerza esencial objetiva del s o lB.
Un ser que no tiene su naturaleza fuera de sí no es un
ser natural, no participa del ser de la naturaleza. Un ser
que n o tiene ningún objeto fuera de sí no es un ser
objetivo. Un ser que n o es, a su vez, objeto para un
tercer ser n o tiene ningún ser com o o b jeto suyo, es de­
cir, no se com porta objetivam ente, su ser no es objetivo.
X X V II. Un ser n o objetivo es un n o ser, un absurdo.
Suponed un ser que ni es él mismo ob jeto ni tiene un
objeto. Tal ser sería, en prim er lugar, el único ser, no
existiría ningún ser fuera de él, existiría único y solo.
Pues tan pronto hay objetos fuera de m í, tan pronto no
estoy solo, soy un otro, otra realidad que el ob jeto
fuera de mí. Para este tercer objeto y o soy, pues, otra
realidad que él, es decir, soy su objeto. Un ser que no
es objeto de otro ser supone, pues, que n o existe ningún
ser objetivo. Tan pronto com o y o tengo un objeto, este
objeto me tiene a m í com o objeto. Pero un ser no ob je­
tivo es un ser irracional, no sensible, sólo pensado, es
decir, sólo imaginado, un ente de abstracción. Ser sensi­
ble, es decir, ser real, es ser objeto de los sentidos, ser
objeto sensible, en consecuencia, tener objetos sensibles
fuera de sí, tener objetos de su sensibilidad. Ser sensible
es ser paciente
El hom bre com o ser objetivo sensible es por eso un ser
paciente, y por ser un ser que siente su pasión un ser
apasionado. La pasión es la fuerza esencial del hom bre
que tiende enérgicamente hacia su objeto.
E l h o m b r e a n embargo, n o es sólo ser natural, sino
ser natural humano, es decir, un ser que es para sí, que
por ello es ser genérico, que en cuanto tal tiene que afir­
marse y confirmarse tanto en su ser com o en su saber.
N i los objetos humanos son, pues, los objetos naturales
tal com o se ofrecen inmediatamente, ni el sentido huma­
n o, tal com o inmediatamente es, tal com o es objetiva*
196 Karl Marx

mente» es sensibilidad humana» objetividad humana. Ni


objetiva ni subjetivamente existe la naturaleza inmediata­
mente ante el ser humano en forma adecuada; y com o todo
lo natural tiene que nacer, también el hom bre tiene su
acto de nacimiento» la historia, que, sin embargo, es para
él una historia sabida y que, por tanto, com o acto de
nacim iento con conciencia, es acto de nacimiento que se
supera a sí mismo. La historia es la verdadera Historia
Natural del hom bre (a esto hay que volver).
En tercer lugar, por ser este mismo acto de poner la
coseidad sólo una apariencia, un acto que contradice la
esencia de la pura actividad, ha de ser a su vez superado
y negada la coseidad.
A d. 3, 4, 5 , 6 : 3.*) Esta enajenación de la conciencia
no tiene solamente significado negativo, sino también
positivo y, 4.° este significado positivo no sólo para nos­
otros o en sí, sino para ella, para la conciencia misma.
5 ) Para ella lo negativo del objeto o la autosuperación
de éste tiene un significado positivo o , en otros términos,
ella conoce esta negatividad del mismo porque ella se
enajena a sí misma, pues en esta enajenación ella se
conoce com o objeto o conoce al ob jeto, merced a la inse­
parable unidad del ser — para— sí, com o sí misma, ó ) D e
otra parte, está aquí im plícito simultáneamente el otro
m om ento: que ella, igualmente, ha superado y retom ado
en sí esta enajenación y objetividad, y que así en su ser•
otro com o tal está junto a sí.
H em os ya visto que la apropiación del ser objetivo
enajenado o la superación de la objetividad bajo la deter­
minación de la enajenación (que ha de progresar desde
la extrañeza indiferente hasta el real extrañamiento hos­
til) tiene para H egel igualmente, o incluso principalmen­
te, el significado de superar la objetividad, porque en el
extrañamiento lo chocante para la autoconcienda no es
el carácter determinado del objeto, sino su carácter obje­
tivo. E l objeto es por eso un negativo, algo que se supera
a sí mismo, una negatividad. Esta negatividad del mismo
no tiene para la conciencia un significado negativo sino
positivo, pues esa negatividad del objeto es precisamente
Tercer Manuscrito 197
la autoconfirm ación de la no-objetividad, de la abstrac­
ción (X X V I II ) de él mismo. Para la conciencia misma,
la negatividad del objeto tiene un significado positivo
porque ella conoce esta negatividad, el ser objetivo, com o
su autoenajenación; porque sabe que sólo es mediante su
autoenajen ación...
El m odo en que la conciencia es y en que algo es para
ella es el saber. El saber es su único acto. Por esto algo
es para ella en la medida en que ella sabe este algo. Sa­
ber es su único com portam iento objetivo. Ahora bien, la
' autoconciencia sabe la negatividad del objeto, es decir,
el no-ser-diferente del objeto respecto de ella, el no-ser
del objeto para ella, porque sabe al objeto com o su auto-
enajenación, es decir, ella se sabe (el saber com o objeto)
porque el objeto es sólo la apariencia de un ob jeto, una
fantasmagoría mentirosa, pero en su ser no es otra cosa
que el saber mismo que se ha opuesto a sí mismo y por
eso se ha opuesto una negatividad, algo que no tiene
ninguna objetividad fuera del saber; o , dicho de otra
form a, el saber sabe que al relacionarse con un objeto,
simplemente está fuera de sí, que se enajena, que él
m ism o sólo aparece ante sí com o ob jeto, o que aquello
que se le aparece com o objeto sólo es él mismo.
D e otra parte, dice H cgel, aquí está im plícito, al mis­
m o tiem po, este otro m om ento: que la conciencia ha
superado y retom ado en sí esta enajenación y esta obje­
tividad y, en consecuencia, en su ser-otro en cuanto tal
está junto a sí.
En esta disquisición tenemos juntas todas las ilusiones
de la especulación.
En prim er lugar: La conciencia, la autoconciencia, está
en su ser-otro, en cuanto tal, junto a sí. Por esto la auto-
conciencia ( o si hacemos abstracción aquí de la abstrac­
ción hegeliana y ponem os la autoconciencia del hom bre
en lugar de la autoconciencia) en su ser-otro en cuanto
tal está junto a sí. Esto im plica, primeramente, que la
conciencia (el saber en cuanto saber, el pensar en cuanto
pensar) pretende ser lo otro que ella misma, pretende ser
sensibilidad, realidad, vida: el pensamiento que se sobre­
198 Karl Mane

pasa en el pensamiento (Fcucrbach). Este aspecto está


contenido aquí en la medida en que la conciencia, sólo
com o conciencia, no se siente repdida por la objetividad
extrañada, sino por la objetividad com o tal.
En segundo lugar, esto implica que el hom bre auto-
consciente, que ha reconocido y superado com o autoena-
jenación el m undo espiritual (o la existencia espiritual
universal de su m undo), lo confirm a, sin em bargo, nue­
vamente en esta form a enajenada y la presenta com o su
verdadera existencia, la restaura, pretende estar junto a
sí en su ser-otro en cuanto tal. Es decir, tras la supera­
ción , por ejem plo, de la R eligión, tras haber reconocido
la R eligión com o un producto de la autocnajenación, se
encuentra, no obstante, confirm ado en la Religión en
cuanto Religión. A quí está la raíz del falso positivism o de
H egel o de su -solo aparente criticism o; lo que Feuer*
bach llama poner, negar y restaurar la Religión o la
T eología, pero que hay que concebir de m odo más gene­
ral 77. La razón está, pues, junto a sí en la sinrazón com o
sinrazón. El hom bre que ha reconocido que en el Dere­
cho, la Política, etc., lleva una vida enajenada, lleva en
esta vida enajenada, en cuanto tal, su verdadera vida
humana. La autoafirmación, la autoconfirmación en con­
tradicción consigo mismo, tanto con el saber com o con el
ser del objeto, es el verdadero saber y la vida verda­
dera.
A si, no puede hablarse más que de una acomodación
de H egel a la R eligión, al Estado, etc., pues esta mentira
es la mentira de su p rin cipio28.
(X X IX ) Si yo sé que la Religión es la autoconcicncia
enajenada del hom bre, sé confirmada en ella no mi auto-
conciencia, sino mi autoconcicncia enajenada. Sé, por con­
siguiente, que mi yo mismo, la autoconciencia correspon­
diente a mi esencia, no se confirma en la Religión, sino
más bien en la Religión superada, aniquilada.
Así en H egel la negación de la negación no es la con­
firmación de la esencia verdadera mediante la negación
del ser aparente, sino la confirmación del ser aparente o
del ser extrañado, de sí en su negación; o la negación de
Tercer Manuscrito 199

este ser aparente com o un ser objetivo que mora fuera


del hombre y es independiente de él, y su transformación
en sujeto.
Un papel peculiar juega en ello el superar, en el que
están anuladas la negación y la preservación, la afirma­
ción *.
Así, por ejemplo, en la Filosofía del D erecho de H cgcl,
el D erecho Privado superado es igual a Moral, la moral
superada igual a familia, la familia superada igual a s o
ciedad civil, la sociedad civil superada igual a Estado, el
Estado superado igual a H istoria Universal. En la reali­
dad siguen en pie Derecho privado, moral, familia, socie­
dad civil, Estado, etc., sólo que se han convertido en
m om entos, en existencias y modos de existir del hombre
que carecen de validez aislados, que se disuelven y se
engendran recíprocamente, etc. M om entos d el M ovi­
m iento.
En su existencia real, esta su esencia m óvil está oculta.
Sólo en el pensar, en k Filosofía, se hace patente, se re­
vela, y por eso mi verdadera existencia religiosa es mi
existencia filosófica-religiosa, mi verdadera existencia p o­
lítica es mi existencia filosófico-jurídica, mi verdadera
existencia natural es mi existencia filosófico-natural, mi
verdadera existencia artística la existencia filosófico-artís-
tica, mi verdadera existencia humana es mi existencia
filosófica. Del mismo m odo, la verdadera existencia de
la Religión, el Estado, la naturaleza, el arte, es la Filoso­
fía de la Religión, de la naturaleza, del Estado, del arte.
Pero si para mí la verdadera existencia de la Religión,
etcétera, es únicamente k Filosofía de la Religión, sólo
soy verdaderamente religioso com o Filósofo de la R eli­
gión y niego así la religiosidad real y el hombre real­
mente religioso. No obstante, al mismo tiempo los con­
firm o, en parte, dentro de mi propia existencia o de la
existencia ajena que Ies opongo, pues ésta es simplemente
la expresión filosófica de aquéllos, y en parte en su pe­
culiar forma originaria, pues ellos valen para mí com o el
meramente aparente ser otro, como alegorías, com o for-
200 Ktrl Marx

mas, ocultas bajo envolturas sensibles, de su verdadera


existencia, es decir, de mi existencia filosófica.
Del mismo m odo, la cualidad superada es igual a can­
tidad, la cantidad superada igual a medida, la medida
superada igual a esencia, la esencia superada igual a
fenóm eno, el fenómeno superado igual a realidad, la rea­
lidad superada igual a concepto, el concepto superado
igual a objetividad, la objetividad superada igual a idea
absoluta, la idea absoluta superada igual a naturaleza, la
naturaleza superada igual a espíritu subjetivo, el espíritu
subjetivo superado igual a espíritu objetivo, ético, el es­
píritu ético superado igual a arte, el arte superado igual
a Religión, la Religión superada igual a saber absoluto
De un lado, este superar es un superar del ser pensa­
do, y así la propiedad privada pensada se supera en la
idea de la moral. Y com o el pensamiento imagina ser
inmediatamente lo otro que sí mismo, realidad sensible,
y com o, en consecuencia, también su acción vale para él
com o acción real sensible, este superar pensante, que
deja intacto su objeto en la realidad, cree haberlo sobre­
pasado realmente. D e otro lado, com o el objeto es ahora
para él momento de pensamiento, también en su realidad
vale para él com o confirmación de él mismo, de la auto-
conciencia, de la abstracción.
( X X X ) Por tanto, de una parte, las existencias que
Hegel supera en la Filosofía no son la Religión, el Esta­
d o o la Naturaleza reales, sino la Religión misma ya como
objeto del saber, es decir, la dogmática, y así también
la jurisprudencia, la ciencia d el Estado, la ciencia natural.
D e una parte, pues, está en oposición tanto al ser real
com o a La ciencia inmediata, n o filosófica o al concepto
n o filosófico de este ser. Contradice, por tanto, los con­
ceptos usuales de estas ciencias.
D e otra parte el hombre religioso, etc., puede encon­
trar en Hegel su confirmación final.
Hay que resumir ahora los momentos positivos de la
dialéctica hegeliana, dentro de la determinación del ex­
trañamiento.
a) El superar com o movimiento objetivo que retoma
Tercer Manuscrito 201

en sí la enajenación. Es esta la visión, expresada dentro


del extrañamiento, de la apropiación de la esencia obje­
tiva mediante la superación de su extrañamiento, la visión
enajenada de la objetivación real del hombre, de la apro­
piación real de su esencia objetiva mediante la aniquila­
ción de la determinación enajenada del mundo objetivo,
mediante su superación de su existencia enajenada. Del
mismo m odo que el ateísmo, en cuanto superación de
Dios, es el devenir del humanismo teórico, el comunismo,
en cuanto superación de la propiedad privada, es la reivin­
dicación de la vida humana real com o propiedad de sí
misma, es el devenir del humanismo práctico, o dicho
de otra forma, el ateísmo es el humanismo conciliado
consigo mismo mediante la superación de la Religión; el
comunismo es el humanismo conciliado consigo mismo
mediante la superación de la propiedad privada. Sólo
mediante Ja superación de esta mediación (que es, sin
embargo, un presupuesto necesario) se llega al humanis­
mo que comienza positivamente a partir de sí mismo, al
humanismo positivo.
Pero ateísmo y comunismo no son ninguna huida, nin­
guna abstracción, ninguna pérdida del mundo objetivo
engendrado por el hombre, de sus fuerzas esenciales na­
cidas para la objetividad; no son una indigencia que
retorna a la simplicidad antinatural no desarrollada. Son,
por el contrario y por primera vez, el devenir real, la
realización, hecha real para el hombre, de su esencia, y
de su esencia com o algo real.
A l captar el sentido positivo de la negación referida a
si misma (aunque de nuevo lo haga en forma enajenada)
Hegel entiende el extrañamiento, respecto de sí mismo,
la enajenación esencial, la desobjetivación y desrealización
del hombre, com o un ganarse a sí mismo, com o manifes­
tación esencial, com o objetivación, com o realización. En
resumen, aprehende (dentro de la abstracción) el trabajo
com o acto autogenerador del hombre, el relacionarse con­
sigo mismo com o un ser extraño, y su manifestarse com o
un ser extraño, com o conciencia genérica y vida genérica
en devenir.
202 Karl Marx

b ) En Hegel (a pesar del absurdo ya señalado, o más


bien a consecuencia de él) este acto aparece, sin embar­
go, en primer lugar, com o acto puramente form al porque
abstracto, porque el ser humano mismo sólo tiene valor
com o ser abstracto pensante, com o autoconciencia; en
segundo lugar, com o la aprehensión es form al y abstracta,
la superación de la enajenación se convierte en una con­
firmación de la enajenación o , dicho de otra forma, para
Hegel ese movimiento de autogeneración, de autoobjeti-
vacian com o autoenajenación y autoextrañam iento, es la
manifestación absoluta de la vida humana y por eso la
definitiva, la que constituye su propia meta y se satisface
en sí, la que toca a su esencia.
En su forma abstracta (X X X I ), com o dialéctica, este
movimiento pasa así por la vida verdaderamente humana,
pero com o esta verdadera vida humana es una abstrac­
ción, un extrañamiento de la vida humana, esa vida es
considerada com o proceso divino, pero com o el proceso
divino del hombre; un proceso que recorre la esencia
misma del hombre distinta de él, abstracta, pura, abso­
luta 31.
En tercer lugar: Este proceso ha de tener un portador,
un sujeto; pero el sujeto sólo aparece en cuanto resul­
tado; este resultado, el sujeto que se conoce com o auto-
conciencia absoluta, es por tanto el D ios, el espíritu abso•
luto, la idea que se conoce y se afirma. El hombre real
y la naturaleza real se convierten simplemente en predi­
cados, en símbolos de este irreal hombre escondido y de
esta naturaleza irreal. Sujeto y predicado tienen así el uno
con el otro una relación de inversión absoluta 93 sujeto•
ob jeto m ístico o subjetividad que trasciende del objeto,
el sujeto absoluto com o un proceso, com o sujeto que se
enajena y vuelve a sí de la enajenación, pero que, al
mismo tiempo, la retoma en sí; el sujeto com o este pro­
ceso; el puro, incesante girar dentro de sí.
Prim ero. Concepción form al y abstracta del acto de
autogeneración o autoobjetivación del hombre.
E l objeto enajenado, la realidad esencial enajenada del
hombre no son nada más (puesto que Hegel identifica
Tercer Manuscrito 203

hombre y autoconciencia) que conciencia, simplemente la


idea del extrañamiento, su expresión abstracta y por ello
irreal y carente de contenido, la negación. Igualmente,
la superación de la enajenación no es por tanto nada más
que una superación abstracta y carente de contenido de
esa vacía abstracción, la negación de la negación. La
actividad plena de contenido, viva, sensible y concreta
de Ja autoobjctivación se convierte así en su pura abs­
tracción, en negatividad absoluta; una abstracción que, a
su vez, es fijada com o tal y pensada com o' una actividad
independiente, com o la actividad por antonomasia. Com o
esta llamada negatividad no es otra cosa que la forma
abstracta, carente d e contenido, de aquel acto vivo, real,
su contenido sólo puede ser un contenido form al, gene­
rado por la abstracción de todo contenido. Se trata, pues,
de las form as generales y abstractas d e la abstracción,
propias de todo contenido y, en consecuencia, indiferen­
tes respecto de cualquier contenido y válidas para cuales­
quiera de ellos; son las formas de pensar, las categorías
lógicas desgarradas del espíritu real y de la real natura­
leza. (Más adelante desarrollaremos el contenido lógico
de la negatividad absoluta.)
Lo positivo, lo que Hcgel ha aportado aquí (en su
lógica especulativa) es que, al ser los conceptos determ i­
nados, las formas fijas y generales del pensar, en $u inde­
pendencia frente a la naturaleza y el espíritu, un resultado
necesario del extrañamiento universal del ser humano y,
por tanto, del pensamiento humano, Iíegel las ha expues­
to y resumido com o momentos del proceso de abstracción.
Por ejemplo, el ser superado es esencia, la esencia supe­
rada concepto, el concepto superado... idea absoluta.
¿Pero qué es la idea absoluta? Ella se supera, a su vez, a
sí misma si no quiere recorrer de nuevo y desde el
principio todo acto de la abstracción y no quiere con­
tentarse con ser una totalidad de abstracciones o la abs­
tracción que se aprehende a sí misma. Pero la abstrac­
ción que se aprehende com o abstracción se conoce com o
nada; tiene que abandonarse a sí misma, a la abstrac­
ción, y llega así junto a un ser que es justamente su
204 Kar! Marx

contrario, junto a la naturaleza. La lógica toda es la


prueba de que el pensamiento abstracto no es nada para
sí, de que la idea absoluta de por sí no es nada, que
únicamente la naturaleza es a lgo"*
(X X X I I ) La idea absoluta, la idea abstracta, que «con­
siderada en su unidad consigo es contem plación» (Hegel,
Enciclopedia, 3.* ed., pág. 222), que «en la absoluta
verdad de si misma se resuelve a dejar salir libremente
de sí el momento de su particularidad o de la primera
determinación y scr-otro, la idea inmediata com o reflejo
suyo; que se resuelve a hacerse salir d e sí misma com o
Naturaleza» (l. c .) , toda esta idea que se comporta de
forma tan extraña y barroca y ha ocasionado a los hege-
lianos increíbles dolores de cabeza, no es, a fin de cuen­
tas, sino la abstracción, es decir, el pensador abstracto.
Es la abstracción que, aleccionada por la experiencia e
ilustrada sobre su verdad, se resuelve, bajo ciertas con­
diciones (falsas y todavía también abstractas) a abando­
narse y a poner su ser-otro, lo particular, lo determinado,
en lugar de su ser-junto-a-sí, de su no ser, de su genera­
lidad y su indeterminación. Se resuelve a dejar salir libre•
m ente fuera de sí la Naturaleza, que escondía en sí solo
com o abstracción, com o cosa de pensamiento. Es decir,
se resuelve a abandonar la abstracción y a contemplar
por fin la naturaleza liberada de ella. La idea abstracta,
que se convierte inmediatamente en contemplación, no es
en realidad otra cosa que el pensamiento abstracto que
renuncia a sí mismo y se resuelve a la contemplación.
T od o este tránsito de la Lógica a la Filosofía de la Natu­
raleza no es sino el tránsito (de tan difícil realización
para el pensador abstracto, que por eso lo describe en
forma tan extravagante) de la abstracción a la contem­
plación. El sentido m ístico que lleva al filósofo del pen­
sar abstracto al contemplar es el aburrimiento, la nostal­
gia de un contenido.
(E l hombre extrañado de sí mismo es también el pen­
sador extrañado de su esencia, es decir, de la esencia
natural y humana. Sus pensamientos son, por ello, espí­
ritus que viven fuera de la Naturaleza y del hombre. En
Tercer Manuscrito 205

su Lógica, Hegel ha encerrado juntos todos estos espíri­


tus y ha comprendido a cada uno de ellos, en primer
lugar, com o negación, es decir, com o enajenación del
pensar humano, después com o negación de la negación,
es decir, com o superación de esta enajenación, com o ver-
dadera cxteriorizacíón del pensar humano; pero, presa
ella misma aun en el extrañamiento, esta negación de la
negación es, en parte, la restauración de estos espíritus
en el extrañamiento, en parte la fijación en el último
acto, el rclacionarse-consigo-mtsmos en la enajenación
com o existencia verdadera de estos espíritus. (Es decir,
Hegel coloca en lugar de aquella abstracción fija el acto
de la abstracción que gira en torno a sí mismo; con esto
tiene ya el mérito de haber mostrado la fuente de todos
estos conceptos impertinentes, que de acuerdo con el
momento de en a distintas filosofías;
de haberlos creado com o objeto de
la crítica, en _ tracción determinada, la
abstracción consumada en toda su extensión.) (Más tarde
veremos por qué Hegel separa el pensamiento del suje­
to ; desde ahora está ya claro, sin embargo, que cuando
el hombre no es, tampoco su cxteriorizacíón vital puede
ser humana y, por tanto, tampoco podía concebirse el
pensamiento com o cxteriorizacíón esencial del hombre
com o un sujeto humano y natural, con oídos, ojos, etcé­
tera, que vive en la sociedad, en el mundo y en la natu­
raleza)*4, en parte, y en la medida en que esta abstrac­
ción se comprende a sí misma y se aburre infinitamente
de sí misma, el abandono del pensamiento abstracto que
se mueve sólo en el pensamiento y no tiene ni ojos, ni
dientes, ni orejas, ni nada, aparece en Hegel com o la
decisión de reconocer a la naturaleza com o esencia y
dedicarse a la contemplación.
(X X X I I I ). Pero también la Naturaleza tomada en
abstracto, para sí, fijada en la separación respecto del
hombre, n o es nada para el hombre. *Es fácil entender
que el pensador abstracto que se ha decidido a la con­
templación la contempla abstractamente. Com o la natu­
raleza yacía encerrada por el pensador en la figura, para
206 Karl Marx

él mismo escondida y misteriosa, de idea absoluta, de


cosa pensada, cuando la ha puesto en libertad sólo ha
liberado verdaderamente de sí esta naturaleza abstracta
(pero ahora con el significado de que ella es el ser-otro
del pensamiento, la naturaleza real, contemplada, distin­
ta del pensamiento), sólo ha liberado la naturaleza en
cuanto cosa pensada, O para hablar un lenguaje humano,
el pensador abstracto, en su contemplación de la natura­
leza, aprende que los seres que él quería crear de la
nada, de la pura abstracción, de la divina dialéctica, com o
productos puros del trabajo del pensamiento que se mece
en sí mismo y no se asoma jamás a la realidad, no son
otra cosa que abstracciones de determinaciones naturales.
La naturaleza toda le repite, pues, en forma exterior,
sensible, las abstracciones lógicas. El analiza de nuevo
unas y otras abstracciones. Su contemplación de la natu­
raleza es únicamente el acto confirmatorio de su abs­
tracción de la contemplación de la naturaleza, el acto
genético, conscientemente repetido por él, de su abstrac­
ción. A sí es, por ejemplo: el tiempo igual a la negativi-
dad que se relaciona consigo misma (pág. 238, L r . ) 35.
A l devenir superado com o existencia corresponde — en
forma natural— .e l movimiento superado com o materia.
La luz es la forma natural de la reflexión en si. El cuer­
p o com o Luna y com eta es la forma natural de la oposi­
ción que, según la Lógica, es, de una parte, lo positivo
que descansa sobre si mismo, de la otra, lo negativo que
descansa sobre sí mismo. La tierra es la forma natural
del fundam ento lógico com o unidad negativa de los
opuestos, etc.
La Naturaleza com o Naturaleza, es decir, en cuanto
se distingue aun sensiblemente de aquel sentido secreto
oculto en ella, la naturaleza separada, distinta de estas
abstracciones, es nada, una nada que se confirma com o
nada, carece de sentido o tiene sólo el sentido de una
exterioridad que ha sido superada.
«En el punto de vista teleológico-finito se encuentra
el justo supuesto de que la Naturaleza no tiene en sí
misma el fin absoluto» (pág. 225)
Tercer Manuscrito 207

Su fin es la confirmación de la abstracción. «L a Natu­


raleza se ha revelado com o la idea en la form a del ser
otro. Puesto que la idea es, así, lo negativo de sí misma
o exterior a sí misma, la naturaleza no es exterior sólo
frente a esta idea, sino que la exterioridad constituye la
determinación en la cual ella es en cuanto naturaleza»
(página 2 2 7 ) 97.
N o hay que entender aquí la exterioridad com o sensi­
bilidad que se exterioriza, abierta a la luz y al hombre
sensible. Esta exterioridad hay que tomarla aquí en el
sentido de la enajenación, de una falta, de una imperfec­
ción que n o debía ser. Pues lo verdadero es siempre la
idea. La naturaleza es únicamente la form a de su ser-otro.
Y com o quiera que el pensamiento abstracto es la esen­
cia, lo que le es exterior es, de acuerdo con su esencia,
simplemente un exterior. El pensador abstracto recono­
ce, al mismo tiempo, que la esencia de la Naturaleza es la
sensibilidad, la exterioridad en oposición al pensamiento
que se mece en si m ismo. Pero, simultáneamente, ex­
presa esta oposición de tal forma que esta exterioridad
de la naturaleza, su oposición al pensamiento, es su
d efecto; que en la medida en que la naturaleza se distin­
gue de la abstracción es una esencia defectuosa (X X X IV ).
Una esencia que es defectuosa no sólo para mí, ante mis
ojos, una esencia que es defectuosa en sí misma, que
tiene fuera de si algo de lo que ella carece. Es decir, su
esencia es algo otro que ella misma. Para el pensador
abstracto la naturaleza, por tanto, tiene que superarse a
sí misma, pues ya ha sido puesta por él com o una esencia
potencialmente superada.
«E l espíritu tiene para nosotros, com o presupuesto, la
naturaleza de la cual es la verdad y, por ello, lo absoluto
prim ero. En esta verdad ha desaparecido la naturaleza
y el Espíritu se ha revelado com o la Idea llegada a su
ser-para sí, de la cual es el concepto tanto objeto com o
sujeto. Esta identidad es absoluta negatividad, porque
en la naturaleza tiene el concepto su plena objetividad
exterior, pero esta enajenación suya ha sido superada y
el concepto se ha hecho en ella idéntico consigo mismo.
208 Kari Marx

Asi él es esta identidad sólo com o retorno de la natura­


leza» (pág. 3 9 2 )3a.
«La revelación, que com o Idea abstracta es tránsito
inmediato, devenir de la naturaleza, es, como revelación
del espíritu, que es libre, establecim iento de la natura­
leza com o mundo suyo; un establecimiento que como
reflexión es al mismo tiempo presuposición del mundo
com o naturaleza independiente. La revelación en el con­
cepto es creación de la naturaleza com o ser del espíritu,
en la cual él se da la afirmación y verdad de su libertad...
L o absoluto es el espíritu; esta es la definición suprema
de lo A bsoluto» * .
Bibliografía

Primeras ediciones de los Manuscritos


Alemán: M arx Engels G esam te A us& be, Secc. I, vol. 3, Ber­
lín 1932.
Francés: Manstscrits d e 1844> trad. de B. BotrigeUi, Editions So­
ciales, París 1962.
Inglés: Manuscripts from 1844, Ediciones en lenguas extranjeras,
Moscú 1939.
Italiano: M anoscritti econom ico-filosofici d el 1844, ed. por
N . Bobbio, Einaudi, Turín 1949.
Ruso: M anuscritos d e 1844, Moscú 1956.
Español: En 1960 la Empresa Editora Austral Ltda., de Santiago
de Chile, publicó una primera edición castellana de los Ma­
nuscritos, traducida de La versión inglesa de MiUigan y en la
que se advierten algunos errores de monta. M ucho más satis*
factoría es la preparada por Wenceslao Roces para la Editorial
Grijalbo de M éjico, incluida en el volumen* Escritos económ icos
varios y aparecida en 1962. En 1964 aparecieron otras dos
ediciones castellanas de los Manuscritos, aunque en ambas se
omitían las partes del Primero que anteceden al fragmento so­
bre el trabajo enajenado: una la publicada por el Instituto
de Estudios Políticos de la Universidad Central de Venezuela
en volumen que recoge los principales trabajos de Marx ante­
riores al M anifiesto en traducción directa y con un estudio preli­
minar de F. Rublo (O bras d e juventud, Caracas 1964) y otra

209
210 Bibliografía

ublicada en la colección «Breviarios» del Fondo de Cultura


Pconómica de Méjico bajo el título El concepto marxista del
hombre, que es traducción de la obra inglesa del mismo título
en la que los M anuscritos son precedidos por un estudio de
Erich Fromm.

Obras y autores citados por Marx


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Brcraen 1840.
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Zurich-Winterthur 1842.
— Das en tdeckte Christcntum, Zurich'Wintcrthur 1843.
Bergassc, Nicolás: Essai sur Vacie constitutionnel du Sénat, Pa­
ría s. f.
— Essai sur la propriété, París s. f.
Boisguillebcrt: L e détail de la France, la cause de la diminution
de ses biens et la facilité du rem ide, París 1843.
— Dissertation sur la nature des richesses, de Vargent e t des
tribuís, París 1843.
— Traité de la nature, culture, com m ercc et intérét des grains,
París 1843.
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terre e t en France, etc., París 1843.
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la Restauración.
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las 1838.
Desmoulins, Camille (1760-1794): dirigió diversos periódicos du­
rante la revolución (D iscours d e la lantem e ame Parisiens, R e-
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thur 1843.
Sismondi, J. de: Nouveaux principes d'économie politique, 2 vols..
París 1819.
Skarbek, Frédéric: Théorie des ricbesses sociales, 2 vols., Pa­
rís 1829.
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W ealtb o f the Nations. 1776. La trad. francesa, que es la
utilizada por Marx, es obra de G . Garnier» 5 vols., París 1802.
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Villegardelle, F.: Accord Jes intéréts dans Vassodation, París
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Vincke, F. L. von (1744*1844): esudista y economista prusiano
que fue gobernador de Wcstfalia.
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— Das Evangetium cines armes Silnders, 1843.
Notas

A la introducción de Francisco R ubio Llórente

(1 ) Karl Marx, T exte iu M cthodc und Praxis, / / , Pariscr


Manuskripte 1844. RowohJts KJassiker, Munich 1966.
(2 ) Danilo Pajovic, «Acerca del poder y la impotencia de Ja
F ilosofa », en Humanismo socialista, editado por Erich Fromm,
Ed. Paidos, Buenos Aires 1966, págs. 220-232.
(3 ) A . Schaff, «E l marxismo y la Filosofía del hombre»,
tbid., págs. 161-172.
(4 ) A sí L. Pajitnov, Las fuentes del cambio revolucionario en
Filosofía (M oscú 1960). Sólo conozco de dicha obra los fragmen­
tos publicados en el número 19 de la revissa Recbercbes interna*
túmidas 4 la lumiérc du marxisme (Parts 1960). D e ellas se saca
la impresión de que tras la coodeoa de los revisionistas se es­
conde una amplia admisión de sus razones.
(5 ) Adam Schaff, op. cit., pág. 166.
(6 ) Klem e ockonomtscba Scbriflen, editados por el Instituto
Manc-Engels-Lenin-Stalin del Z . K. del S. E. D ., Dietz Verlas,
Berlín 1933.
(7 ) D ie beilige Familia und andere pbilosopbische Scbriften,
id. 1953.
(8 ) G f. su nota a la edición francesa de los Manuscritos, pre­
parada por E. Bottigelli para las Editions Sociales de Paris, 1962,
recogida en su libro Pour Marx (Librairie F. Masnero. París
1965).

213
214 Notas

(9 ) H . Marrase. Razó» y revolución. H egel y et surgimiento


de la teoría social (trad. castellana de J. Fombona, 1. E . P., Ca*
racas 1967), págs. 305-304.
(10) Sobre el concepto de mito y sus implicaciones políticas
es indispensable, en castellano, la obra de García Pelayo Mitos
y símbolos políticos (Taurus, Madrid 1954). Vid. en especial pá­
ginas 33 y siguientes sobre la distinción de mito y utopía y la
transformación de ésta en aquél.
(11) Fcuerbach, «Principios de la Filosofía del futuro», pá­
rrafo 50, en Escritos escogidos, selección y trad. de E. Váz­
quez, U . C V ., Caracas 1964.
(12) Ibid., párrafo 51.
(13) Ibid., párrafo 32.
(14) Ibid., párrafo 53.

A lo s Manuscritos d e K arl M a rx

Prólogo
1 Probablemente se refiere aquí Marx a la Crítica de la Filo­
sofía del derecho de Hegel (párrafos 261 a 313). que había re­
dactado en el verano de 1843.
1 E l párrafo entre corchetes aparece en el manuscrito tachado
por Marx con líneas verticales. El «ignorante critico» a que
Marx se refiere es, sin duda, Bruno Bauer, pues a él pertenecen
las frases citadas. •
1 Se refiere a los Veintiún pliegos desde Suiza ( Einundzwan♦
zig Bogen aus der Scbw eiz), editados por Georg Herwegh en
Zurich y Wintcrthur. El título de esta revista tiene su origen en
el reglamento de censura del reino de Prusia que permitía !a
entrada en el país de las publicaciones hechas en el extranjero
siempre que no excedieran de veintiún pliegos. En los veintiún
pliegos había publicado M . Hess tres artículos: «Socialismo y
comunismo». «L a libertad una y entera» y «Filosofía de la ac­
ción ». Moses Hess es también probablemente el autor de la
V parte de la Ideología alemana. Su ruptura con Marx, a cuyo
pensamiento aportó, entre otras cosas, la categoría de Entfremd-
ung, o al menos su uso para la crítica de la economía y la polí­
tica, se produjo entre 1852 y 1854.
é Las Anekdota zur neuesten deutseben Philosophie und P «.
bl'nistik comprenden dos volúmenes editados por A m old Ruge,
también en Suiza, en 1843, en los que se recogen los artículos
destinados a los Deutsche Jahrbücber, editados por el mismo
Ruge, que la censura prusiana rechazó.
* El párrafo entre corchetes aparece en el Manuscrito tacha­
d o por Marx con líneas verticales.
* Id.
Notas 215

Primer manuscrito
‘ Simple humanidad. Marx se refiere a un pasaje de 'Ltf rique­
za de las naciones que aparece en c! vol. I, pág. 138 de la
edición francesa en 5 volúmenes hecha por Garhier (París. 1802).
con arreglo a la cual él cita.
1 Smith, I, 193-
1 Smith, I, 159 y ss.
4 Se refiere naturalmente a A . Smith. quien hace la afirma­
ción que sigue en el vol. I , pág. 129.
* En sus cuadernos de resúmenes, al comentar la obra de
Me Culloch, Marx insiste sobre el tema diciendo (M E G A . I, 3,
página 556) « ¿ Q u é prueban, sin embargo, estos promedios? Que
cada vez se prescinde más del hombre, que cada vez se deja más
de lado la vida real y se atiende sólo al movimiento abstracto
de la propiedad material e inhumana. Las cifras de promedio son
insultos formales, injurian a los únicos Individuos reales».
6 Verosímilmente se trata de un error de pluma de Marx,
pues el término que emplea Schutz, y el que tiene sentido, es el
de Kdrperskraft (fuerza física), en tanto que Marx escribe Ar-
beitskraft (fuerza de trabajo).
T Político liberal inglés (1778-1868), que perteneció al grupo
reformista y figuró entre los fundadores de la famosa Edinburgb
Review, que animaron los discípulos de fientham. Su llama­
miento es paralelo y casi coetáneo al también famoso «Enrique­
ceos», del francés Guizot.
* Buret» I, 42.
* Ib¡d., pág. 43.
'• Ibid., I, 50. Buret dice sólo: «resultado de un mercado
líbre».
M Ibid., pág. 193, nota.
** Sismondi, Nouveaux principes d'économic politiquc (Parts,
1819), t. II.
u Error de copia de Marx. Smith habla de las «provincias
meridionales».
14 Se refiere al estudio de A . von Treskow, D er bcrunanniscbc
Üistrikt zwiscben Birminghan und Wolverbampton (El distrito
minero entre B. y \V.), en Deutsche Vierteljahrsscbrift, Stuttgart-
Tübingcn, Año I (1838), Cuaderno 3, pág. 47 y ss.
” Verosímilmente se refiere aquí Marx a las consideraciones
de Smith en lib. I, cap. X (Los salarios y beneficios en los dis­
tintos empleos de la mano de obra y del capital), Parte I (Des­
igualdades que surgen d e la naturaleza de los empleos mismos).
f.V. del E .}
14 Soy, Traité, vol, II , cap. V .
n En M E G A se dice «dich o trabajo» (diese A rbeit), que es
lo que efectivamente escribe Marx. Se trata probablemente, sin
embargo, de un error de pluma por «dichos alimentos» ( diese
216 Notas

N abrung), que es el concepto empleado por Smith, a quien Marx


transcribe.
11 Se . refiere a las Corn A cts inglesas de 1815 que establecían
una elevada barrera arancelaria contra las importaciones de trigo
a fin de proteger la producción nacional. Fueron derogadas en
1845, gracias a los esfuerzos de la Anti-CorrfrLaw League, que
agrupaba los intereses industriales del país, interesados en una
reducción en el precio del pan que, al permitir una rebaja de
salarios, hacía más competitiva intcrnadonalmente a la producción
industrial. La contienda en torno a estas leyes constituye un
ejemplo clásico del enfrentamiento de loe intereses industriales y
agrícolas. (N . d d E .)
,f En M E G A se dice « d e la mina», que es lo que efectiva­
mente escribe Marx. Con toda probabilidad se trata de nuevo de
un error de copia, pues el texto de Smith es inequívoco.
Vid. Smith, U b . I, Cap. X , Parte 2.a (Productos de la tierra que
unas veces permiten pagar renta y otras no). ( N , d el E .)
K A esta altura aparecen en el manuscrito, escritas al margen
y después tachadas, las palabras «motores, los agentes del movi­
miento», que indudablemente implican mejor que la de «ruedas»
la idea que Marx quiere expresar.
Marx repite aquí el ocnsamiento de Feuerbach quien en La
esencia d el Cristianismo, Cap. I, afirma «Cuanto más vacía es la
vida, tanto m is pleno, tanto más concreto es Dios. El mundo
real se vacía cuando la divinidad se llena. Sólo el hombre pobre
tiene un D ios rico».
n Marx no utiliza aquí la expresión an sicb (en sí), que en
la terminología hegeliana se opone al fü r sicb (para sí), sino bei
sicb, que literalmente significa junto a sí, consigo, en c a n , libre
de toda determinación externa (N . d d T .)
u Zu H ause, literalmente, en ca n .
u Cf. Feuerbach, Principios d e la Filosofía del futuro, pég. 53.
** La idea del hombre com o ser genérico que Marx desarrolla
aquí, la tenía de Feuerbach, quien Ta expone principalmente en
la introducción y los dos primeros capítulos de La esencia d d
Cristianismo.
* A esta altura aparece en el margen del manuscrito la si­
guiente frase que Marx tachó después: Constituye una tautología
la afirmación de que quien se apropia de la naturaleza medíante
la naturaleza misma, se la enajena.
” Esta frase reproduce casi literalmente otra que Hegel es­
cribe en su Fenom enología d d Espíritu (cd. Hofmeister, pég. 147)
en un pasaje correspondiente a la famosa «dialéctica del señor y
el siervo» que evidentemente Marx sigue aquí muy de cerca
(N . J e! E .)
Notas 217

Segundo manuscrito
1 Con el término de Amcndment Bill (Ley de reforma) se refie­
re aquí Marx a la New Poor Law o Nueva Ley de Pobres, de 1834,
que modificó la de 1681 liberando a las parroquias de la obliga*
ción de mantener a sus pobres y creando las workhouses o «casas
de trabajo», popularmente llamadas «Bastillas», que Dickens des­
cribió en Olivar Twist. Comentando la labor ele los comisarios
que aplicaron estas leyes, Trevelyan (British History in tb e 19tb
century and after, 2.* ed., 1960, pág. 250) dice que « ... estaban
decididos a que la suerte del pobre fuera claramente peor que la
del cultivador independiente. Como, desgraciadamente, n o podían
mejorar la condición de éste, tuvieron que hacer peor la de
aquél». (N , d el E .)
* Adeptos de la fisiocracia, teoría económicosocial que, a
diferencia del mercantilismo, ve en la tierra y Ja agricultura (y de
ahí su nombre) la base fundamental de la riqueza de los pueblos.
Los fisiócratas veían en la tierra, no en el trabajo, c! origen del
valor, y fueron los primeros en elaborar un modelo teórico de
producción, intercambio y consumo. Los nombres más destacados
de esta escuela, que floreció en Francia en el siglo XVtfi, son los
de Quesnay, Baudcau, Mercicr de la Riviére, Dupont de Némouts.
Letrosne, Marqués de Mirabeau y Turgot. Sobre los fisiócratas
puede verse en castellano el trabajo de García Pelayo «La teoría
social de la fisiocracia», en Moneda y Crédito, nóm. 31 (diciem­
bre 1949). (N . del E .)

T ercer manuscrito
1 Con el nombre de mercantilismo o sistema mercanritista
se conoce, no u n to un sistema elaborado de teoría económica,
como la política económica dominante en los Estados europeos
durante los siglos xvi al x v n i, cuya característica fundamental
es la de procurar el enriquecimiento del país mediante una balan­
za exterior ¡positiva Que arrojase siempre un saldo favorable en
metales preciosos. Sobre el mercantilismo puede verse el exce­
lente libro de Heckscher, cuya versión castellana ha sido publi­
cada por el F. C. E .: de México. (N . d el E .)
* En su «E sbozo de crítica de la Economía Política»
(U m risse xu einer K ritík d er Naiionalókonomte) , publicado en
1844 en los Deutscbe-Franzósische jabrbücber. La interpretación
del protestantismo que sirve d e base a este símil, que es la que
M a n expone a continuación, es obra de Feucrbach. Vid. por
ejemplo, 55 1 y 2 de la Filosofía del Futuro (traducción española
de E. Vázquez, Universidad Genrral de Venezuela, Caracas, 1964).
(N . d el E .)
1 El pasaje de M . Hess a que Marx se refiere dice así: «La
propiedad material es el $er-psra-sf del espíritu hecho idea fija.
218 Notas

Com o el hombre no capta su cxteriorizarión mediante el trabajo


com o su acto libre, com o su propia vida, sino como algo mate-
rialmente diferente, ha de guardarlo también para sf para no
perderse en la infinidad, para llegar a su ser para sf. La propie­
dad, sin embargo, deja de ser para el espíritu lo que debería ser
si lo que se capta y se ase con ambas manos como scr-para-sf
del espíritu no es el acto de la creación, sino el resultado, la
cosa creada; si lo que se capta como concepto es la sombra, la
representación del espíritu, en definitiva, si lo que se capta como
su ser-para-sf es su ser-otro. Es justamente el ansia de ser, es
decir, el ansia de subsistir com o individualidad determinada, como
yo limitado, com o ser finito, la que conduce al ansia de tener.
A su vez, son la negación de toda determinación, el yo abstracto
y el comunismo abstracto, la consecuencia de la «cosa en sí»
vacía, del criticismo y de la revolución, del deber insatisfecho, los
que han conducido al ser y at tener» (Pbilosophie der Tat, en
las Einundzwattzig Bogert, Erster Teil. 1843, pág. 329). Marx
trata nuevamente de las categorías de tener y no tener en
Im Sagrada Familia, M E G A , 1, 3, pág. 212.
* La teoría de la sensibilidad y de la mediación que Marx
desarrolla en estas páginas es la propia de Feuerbach. Vid. espe­
cialmente La Esencia del Cristianismo, Introducción y Capítulo I,
Tesis provisionales para la reforma de la Filosofía, tesis núm. 66
y Principios de la Filosofía del Futuro, 15 7 y 14. (N . del E.)
* El economista a quien Marx se refiere en este párrafo y el
siguiente es el mismo James Mili que antes cita. (N . del E .)
* \¿a cita corresponde al lib. I , caps. 2, 3 y 4 de La riqueza
de las naciones y en ella hay supresiones, resúmenes, transposi­
ciones» etc.
* Traite d’Economie PoUtique (3.a edic.. París, 1817). t. I, pá­
ginas 300 y 76.
1 Tbéorie des riebesses sociales suivic dyune bibltograpbie de
Veconomie politique (París 1829), t. I, pág. 23 y ss.
* Elements d’ Economie Politique (París, 1823), pág. 7 y si­
guientes y I I y ss.
'• Fausto, parte I, escena IV .
M Timón de Atenas, acto IV , escena 3.a. Marx fue desde joven
un apasionado lector de Shakespeare, en cuya lectura lo inició
el que después había de ser su suegro. O ta por la traducción
alemana de Scblegel-Thieck. (N . del E.)
” Sinópticos, II , 51 42, 1.
“ Cristianismo, pág. 113.
'* Ibid., pág. 114.
'* La buena causa, etc., pág. 193 y ss. En realidad el pasaje
no se refiere, com o Marx dice, a Gruppe, sino al teólogo hege-
Uano de derecha Matbeinecke.
'* La crítica detallada de estas categorías utilizadas por el
grupo en torno a Bauer y la Aügemeine JJteratur ¿eitung la
Notas 219

hizo Marx en La Sagrada Familia o Critica de la critica critica.


(N . del E .)
17 Marx hace referencia aquí a un artículo de Hirzel aparecido
en la Allgemeine Uteratur Zeitung (cuaderno 5, pág. II y si­
guientes), cuyo párrafo final dice así: «Cuando finalmente todo se
una frente a d ía (y este momento no está lejos), cuando todo el
mundo decadente la rodee para el último asalto, entonces el valor
y la significación de la crítica habrán encontrado su máximo reco­
nocimiento. Y el resultado no puede sernos dudoso. T od o termi­
nará en que ajustaremos cuentas con cada uno de los grupos y
daremos al escuadrón enemigo un certificado general de indi­
gencia.»
'• Fcucrbach, Principios de la Filosofía del Futuro, $ 5: «La
esencia de la Filosofía especulativa no es otra cosa que la esencia
de Dios racionalizada, realizada y actualizada.» La filosofía especu­
lativa es «la religión verdadera, consecuente y racional». Vid., igual­
mente Feuerbach, Tesis provisionales para la reforma de la Filo­
sofía, tesis 20 y 53.
’* Filosofía del Futuro, § 41: «L a comunidad del hombre con
el hombre es el principio y criterio primero de la verdad y la
universalidad»; § 59: «E l hombre para si ao posee la esencia
del hombre, ni como ser moral, ni como ser pensante. La esen­
cia del hombre sólo está contenida en la comunidad, en la unidad
del hombre con el hombre, unidad que sólo reposa en la realidad
de la dtslinciÁn entre el yo y el id.»
* Ibid., $ 38: «L a verdad que se mediatiza es la verdad
afectada aun de su contrario. Se comienza con el contrario,
pero se lo suprime en seguida. Más sí hace falta negarlo y supri­
mirlo, ¿por qué comenzar por él en lugar de comenzar inmedia­
tamente por su negación?... ¿P or qué no comenzar en seguida
por lo concreto? ¿P or qué n o sería superior aquello que debe su
certidumbre y su garantía a sí mismo a aquello otro que debe
su certidumbre a la nulidad de su contrarío?»
” Ibid., § 21: «E l secreto de la dialéctica hegetiana consiste,
en definitiva, en negar Ja, Teología en nombre de la Filosofía
para negar en seguida de nuevo la Filosofía en nombre de la
Teología. La Teología es principio y fin; en medio está la Filoso­
fía, que niega la primera posición, pero la Teología es la nega­
ción de la negación.»
* M E G A , Dictz y Thier dicen sclbstbeziebt (se relaciona).
HiUman en cambio dice: sdbstbefabt (se afirma).
w Marx remite aquí al folio en donde aparece el resumen de
la Fenomenología hecho por él durante la redacción de los Ma­
nuscritos.
M Marx emplea los términos selbstisch y Selbstigkeit de difícil
versión castellana. Roces los traduce, respectivamente, por si-mis-
mático y si-mismeidad y en la traducción francesa de E. Bottigelli
(Editions Sodales, París, 1962) se emplea lo expresión «d e la
nature du sol». (N . del E .)
22O Notas

25 Feuerbach, Esencia del Cristianismo. Introducción: «E l o b ­


jeto con el Que un sujeto se relaciona esencial y necesariamente
no es sino la esencia propia de ese sujeto, pero objetivada».
(N . d el E .)
“ Fcucrbach, T esis Provisionales para la Reforma d e la Filo­
sofía, i 4 3 : « 5 m lím ite, tiem po, ni sufrim iento , n o hay tam poco
ni calidad, ni energía, ni espíritu, ni Úama, ni amor. Sólo el ser
m enesteroso es el ser necesario. Una existencia sin necesidad es
una existencia superfina... Un ser sin sufrimiento es un ser sin
fundamento. Sólo merece existir el que puede sufrir. Sólo el ser
doloroso es un ser divino. Un ser sin a fecto es un ser sin ser.»
(N . d el E .)
n Fcuerbach, Filosofía d el Futuro, § 21.
* M E G A , Dietz y Thier dicen Progresses (de su progreso).
* Sobre el sentido del verbo aufheben, de donde viene el sus­
tantivo A ufbebung, que hemos traducido por superación, dice
Hegel lo siguiente. A ufheben tiene en la lengua un doble sen­
tido: la palabra significa algo así com o conservar, guardar, y al
mismo tiempo algo así com o hacer cesar, poner término. El hedió
mismo de conservar implica ya este aspecto negativo; para guardar
la cosa se ¡a sustrae a su inmediatividad y, en consecuencia, a un
estar ahí sujeto a las influencias exteriores. A sí lo que es superado
es, al mismo tiempo, algo conservado, que ha perdido su inme-
diatividad. pero no por ello ha sido aniquilado (Lógica. Libro 1,
1 * parte, cap. l.°, nota). Las palabras castellanas superar y supe*
ción que hemos utilizado en la traducción vierten con suma fide­
lidad este sentido complejo de los vocablos alemanes. Cf. tam­
bién sobre el tema, Feuerbach, Filosofía d el Futuro, S 38.
(N . del E .)
* Este es el encadenamiento de conceptos en la Enciclopedia
de Hegel.
M Vid. Feuerbach, Tesis provisionales, tesis 21. (N . del T .)
a Feuerbach, Tests provisionales, 5 5: «En Hegel el pensa­
m iento es el ser; el pensam iento es el sujeto, el ser el predicado.
La lógica es el pensamiento en el elemento del pensamiento, o el
pensamiento que se piensa a sí mismo, el pensamiento no sujeto
sin predicado o el pensamiento que es a la vez sujeto y su
propio predicado.» (N . del E .)
“ Cf. Feuerbach, Tesis provisionales, tesis 44 y Filosofía del
Futuro, 51 27 y 28. (N . 4el E .)
14 Este párrafo, encerrado por Marx en los M anuscritos entre
llaves, en la forma que reproducimos, debería constituir verosímil­
mente una noticia fuera del texto. (N . del E .)
“ Marx se refiere al siguiente párrafo: «La negatividad que
se relaciona con el espado com o punto y en él desarrolla sus
determinariones com o línea y superficie, es, sin embargo, en la
esfera del ser exterior a sí, igualmente para sí, poniendo allí, no
obstante, com o en la esfera del ser exterior a si, sus determina­
ciones y apareciendo así com o indiferente frente a la tranquila
Notas 221
sucesión» ( Enzyklopadie der pbilosopbischen W issenscbaften,
5 254). (N . d el E .)
M Ibid., § 245.
” Ibid., % 247.
“ Ibid., § 381.
* Ibid., § 384.
Cuadro cronológico
224 Cuadro cronológico

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Vida y obra
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v ol. I.» y ú n ico de ios ajóles senel: Les juifs, rois de Vépoquc; Car* Cristina, gabinete Narvdet: <ía década
franco - ALEMANES, en colabora- ly lc : Pasado y presente; D b ra eli: Co* moderada». Restricción del sufragio.
ción con A m old R uge. Re-
227

ningsby; H cine: Deutschland Zeitge• Pronunciamiento de Zurbano. runde*


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Cuadro cronológico 231
Vida y obra Literatura/arte/cullura Historia
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Cuadra cronológico

1850 M arx organiza en Londres la —F. B astiat: Les harmonies économiques; —Creación del sello de correos en Esva•
ayuda a los em igrados alem a- H. S. S pencer: Social Statics; D íckens: ña, inauguración del oonal de Isabel [[.
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1662 M arx trabaja durante to d o e l — Lassalle: Arbritcr-programm; V , H u go: —Prim, al conocer Jas intenciones de Na*
a fio en su obra cien tífica y Los Miserabtes; H cn ri D unant: Souve. poleón III (coronar a Maximiliano em­
celebra una sen e de entre- nirs de Solférino; F lau bcrt: Salambd; parador) se retira de Méjico. L incoln
vistas con Lassalle, q u e ha T urgueniev: Padres e hijos. La cscu t- decreta la em ancipación d e lo s esclavos,
id o a Londres para hablarle tura La Danza de Carpeaux. Foucault B ism arck n om brado prim er m in istro
Cuadro cronológico 241

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Cuadro cronológico

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Cuadro cronológico 249
Indice

Introducción ........... 7
Manuscritos
Primer Manuscrito . 45
Prólogo ................ 47
Segundo Manuscrito 121
Tercer Manuscrito . 133

Bibliografía ............. 209


Notas ........................ 213
Cuadro cronológico 223

251
NVolum en doble

o s M A N U S C R I T O S so b r e tem as de

Cubierta: Daniel Gil


L E C O N O M I A Y F I L O S O F I A e la b o ra d os en
1X44 p o r K A R L Y IA R X perm a n ecieron en los archivos
durante ce rca de noventa años. Su p u b lica ción , en 1932.
sig n ificó una verdadera revolu ción en los estudios
m a rx ia n os y fue el c o m ie n z o d e un aluvión d e trabajos
sob re el «jo v e n M a r x » y sus rela cion es c o n el « M a r x
m a d u ro». S i hasta 1932 su o b ra parecía circu n scrita a
dim ensiones puram ente e c o n ó m ica s, s o cio ló g ica s,
históricas y políticas, la p u b lica ción d e estos borradores
-tra d u cid o s y p ro lo g a d o s p or F R A N C I S C O R U B I O
L L O R E N T E en esta e d ició n en ca ste lla n o puso de
relieve la im portan cia que el co n c e p to de enajenación,
los planteam ientos hum anistas y In preocu pa ción
filosófica tuvieron para el au tor de « E l C a p ita l». O tros
títulos de A lian za E ditorial rela cion a d os co n la
fo rm a ció n y d esa rrollo del pensam iento m a rxia n o:
« H a cia la E stación de F in la n d ia » (L B 425), de Edm und
WiLson; « R a z ó n y re v o lu ció n » (L B 292), de llerh crt
M a rcu se »; « S o c ia lis m o y filo s o fía » (L B 218), de
A n ton io L a b riola ; «K a r l M a r x » (L B 441), de Isaiah
B crlin; « L a s o cio lo g ía tn a rx ista » (L B 625), de T o m
B ottom o re ; «E l m a rx is m o c o m o m o r a l» (L B 101), de
J o s é Luis L. A ran gu rcn ; « L a s principales corrien tes del
m a rx is m o » (A U 276) y « E l h om b re sin alternativa»
(L B 251). de L eszok K ola k ovsk i.

El libro de bolsillo Alianza Editorial

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