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Perspectivas

de los estudios
de prehistoria
en México
Un homenaje
Un homenaje aa la
la trayectoria
trayectoria
del ingeniero
del ingeniero
Joaquín García-Bárcena
Joaquín García-Bárcena
Eduardo Corona Martínez
Joaquín Arroyo Cabrales
Coordinadores
PersPectivas de los estudios
de Prehistoria en México
un hoMenaje a la trayectoria
del ingeniero joaquín garcía-Bárcena

colección arqueología

serie logos
PersPectivas de los estudios
de Prehistoria en México
un hoMenaje a la trayectoria
del ingeniero joaquín garcía-Bárcena

Eduardo Corona Martínez
y Joaquín Arroyo Cabrales
Coordinadores

INSTITUTO NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA


Corona Martínez, Eduardo

Perspectivas de los estudios de prehistoria en México : un homenaje a la trayectoria


del ingeniero Joaquín García-Bárcena / coordinadores Eduardo Corona Martínez y
Joaquín Arroyo Cabrales. – México : Instituto Nacional de Antropología e Historia,
2014.

224 p. : fotos, graficas, mapas, il. ; 23 x 16.5 cm. – (Colección Arqueología. Serie
Logos)

ISBN: 978-607-484-482-5

1. Prehistoria – Alocuciones, ensayos, conferencias – México. 2. García-Bárcena,


Joaquín, 1935-2010. – Homenajes. 3. Arqueólogos mexicanos – Homenajes. I.
Corona Martínez, Eduardo, coord. II. Arroyo Cabrales, Joaquín, coord. III. Serie.

LC: GN722 / M6 / P47

Primera edición: 2014

Diseño de portada: Jorge García Patiño

D.R. © Instituto Nacional de Antropología e Historia


Córdoba 45, Col. Roma, C.P. 06700, México, D.F.
sub_fomento.cncpbs@inah.gob.mx

ISBN: 978-607-484-482-5

Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial


de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía
y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación, sin la previa autoriza-
ción por escrito de los titulares de los derechos de esta edición.

Impreso y hecho en México.


índice

Agradecimientos 9

Un pequeño homenaje. A modo de prólogo


Eduardo Corona Martínez y Joaquín Arroyo Cabrales 11

Buscando al ingeniero. Intento de semblanza


del ingeniero y arqueólogo Joaquín
García-Bárcena González
Luis Alberto López Wario 17

Los sitios precerámicos de Chiapas: 1974-1984


Diana Santamaría Estévez 49

La cadena operativa y la industria lítica arqueológica


Lorena Mirambell 63

Un modelo de observación del ritual mortuorio entre


los cazadores-recolectores del desierto del norte
de México y la aplicación del concepto rito de paso
Leticia González Arratia 79

Poblamiento de la península de Baja California


Harumi Fujita y Antonio Porcayo Michelini 95
La prehistoria en Oaxaca: avances recientes
Marcus Winter 123

Nuevos estudios sobre las sociedades


precerámicas de Chiapas
Guillermo Acosta Ochoa 143

Primeras evidencias humanas en la cuenca de México


José Concepción Jiménez López, Gloria Martínez Sosa
y Rocío Hernández Flores 169

El futuro de la arqueobotánica en México


Fernando Sánchez Martínez, Ma. Susana Xelhuantzi López
y José Luis Alvarado 189

Algunas consideraciones sobre las relaciones


entre el hombre y la fauna en los estudios
de prehistoria en México
Eduardo Corona Matínez 199
agradeciMientos

A los amigos y colegas del Laboratorio de Arqueozoología que nos


apoyaron de diversas formas para la realización del homenaje en
diciembre del 2008, como parte de las actividades del Seminario
Relaciones Hombre-Fauna: María Teresa Olivera, Diana Santama-
ría, Norma Valentín, Aurelio Ocaña, Felisa Aguilar y Guadalupe
Sánchez Miranda, en aquel momento subdirectora de Laboratorios y
Apoyo Académico. A la profesora Lorena Mirambell, por colaborar
también en el evento mediante la Cátedra José Luis Lorenzo, que

Reunión en homenaje al ingeniero, García-Bárcena (al centro), diciembre de 2008.


De izquierda a derecha, fila trasera: José Concepción Jiménez, Óscar J. Polaco, Ana
Fabiola Guzmán, Virginia Matus, Susana Xelhuantzi López, Guillermo Acosta,
Guadalupe Sánchez, Marcus Winter, Aurelio Ocaña, Luis Alberto López Wario
y Eduardo Corona Martínez; fila delantera: Miriam Espino, Joaquín Arroyo, el
“inge”, Luis Espinoza y Susana Xelhuantzi.

9
agradeciMientos

ella dirige. El arqueólogo Luis Alberto López Wario también fue un


importante cómplice en este trabajo, además de que generosamente
compartió el archivo fotográfico que se integra en este volumen.
También manifestamos nuestro reconocimiento total a la colabo-
ración del profesor Óscar J. Polaco (1952-2009), de quien sentimos
todavía ecos de su ausencia y lamentamos no compartir este trabajo,
y muchos más, con él.

Post-Scriptum
El 26 de septiembre del 2010 murió el ingeniero Joaquín García-Bár-
cena. Dejó atrás una huella de 41 años de investigador del inah y una
labor editorial cercana a las 100 publicaciones de su autoría.
El 2 de diciembre del mismo año (figura 1), gracias a la convoca-
toria de Salvador Guilliem, coordinador nacional de Arqueología,
de Lorena Mirambell, Rosalba Nieto Calleja y Luis Alberto López
Wario, entre otros, nos reunimos nuevamente para celebrar y recor-
dar al ingeniero, cerrando así un ciclo… y continuar el siguiente.

Figura 1. Cartel del homenaje efectuado


en diciembre de 2010.

10
un Pequeño hoMenaje
a Modo de Prólogo

Eduardo Corona Martínez*
Joaquín Arroyo Cabrales**

INTRODUCCIÓN

A lo largo de sus casi 15 años de existencia nos hemos propuesto


que el Seminario Relaciones Hombre-Fauna sea tanto un foro para
exponer una diversidad de preguntas, hipótesis y estrategias de inves-
tigación acerca de las interacciones que los humanos han establecido
con la fauna, como también un lugar para reconocer a los antecesores
académicos, quienes han ejercido una influencia en este quehacer.
Así, por ejemplo, se efectuó un simposio en honor al maestro Ticul
Álvarez, fundador del ahora Laboratorio de Arqueozoología, o bien,
nos sumamos de forma modesta a las celebraciones de la publicación
de la teoría evolutiva de Carlos Darwin, en 2009. Sabemos que en la
actualidad estos actos son una subversión, porque el incesante flujo
de información, las restricciones de tiempo, las cada vez mayores exi-
gencias administrativas, nos empujan hacia delante y nos impiden,
en términos prácticos, el ejercicio de las memorias académicas de cor-
to y largo plazo.
Sin embargo, en este transcurso, también hemos descubierto que,
tal vez, ni dedicando cada año un evento o un ciclo de conferencias
podríamos amortizar nuestra deuda académica con los personajes que

* Centro inah Morelos y Seminario Relaciones Hombre-Fauna.


** Laboratorio de Arqueozoología, Subdirección de Laboratorios y Apoyo Académico,
inah y Seminario Relaciones Hombre-Fauna.

11
eduardo corona M. y joaquín arroyo c.

se han dedicado a los temas que aborda el seminario. Por ello, deci-
dimos que, a pesar de ir en “contraflujo”, esa parte del seminario no
se podía perder. Curiosamente, no tuvimos ninguna duda en acordar
que el siguiente personaje era alguien en el que siempre encontramos
apoyo para el desarrollo de nuestras actividades de investigación, sea
como académico o como funcionario, además de que podíamos cele-
brarlo y compartirlo con él. Él era el “Inge” Joaquín García-Bárcena.
A partir de ese acuerdo, tampoco la temática fue problema. El
tema de la “prehistoria” es de sumo interdisciplinario y una tradición
académica en el inah, donde el ingeniero participaba activamente. A
partir de la convocatoria, también nos percatamos de que varios cole-
gas y amigos se estaban apuntando para participar, sea como ponentes
o asistentes. Así fue como, los días 4 y 5 de diciembre de 2008, nos
reunimos cerca de 100 personas (lo que, por la temática, fue todo un
acontecimiento) en el auditorio del Museo Nacional de las Culturas,
para tratar de establecer el estado actual hasta ese entonces de las
investigaciones sobre el tema.
El ingeniero presidió todo el simposio, participó activamente en las
sesiones, interactuó en los recesos con los asistentes y, sobre todo, esta-
mos convencidos de que disfrutó el evento. No hubo medallas, diplo-
mas ni discursos retóricos; sí hubo recuerdos, anécdotas, evaluaciones
críticas y autocríticas a las tareas de investigación y, sobre todo, resul-
tados, avances, localidades, técnicas nuevas y otras no tan nuevas, lo
que nos dejó la sensación de que el tema de la “prehistoria” está vivo y
desarrollándose. De eso trata este libro. Desafortunadamente, el “Inge”
ya no pudo ver esta parte del trabajo terminado. Pero si queremos que
haya memoria, debemos producirla; por eso, continuamos la edición.
Sólo por eso.

SOBRE ESTE VOLUMEN

Los textos aquí compilados y editados intentan ofrecer una panorá-


mica global sobre lo que se ha hecho en el tema de prehistoria en
México en la última década. Si bien buscamos recoger un texto con

12
un Pequeño hoMenaje

rigor académico, no quisimos dejar de lado los acercamientos o aque-


llas partes de los trabajos que dan un tinte más personal, que dialogan
con el homenajeado, porque así fue el simposio: un diálogo continuo
entre los presentes. A continuación, sin proponernos hacer un re-
sumen de cada texto, mostraremos en líneas generales las temáticas
abordadas.
Lo primero es la completa semblanza que hace el arqueólogo Luis
Alberto López Wario acerca del ingeniero Joaquín García-Bárcena
González, donde su amigo y profesor se convirtió en su objeto de in-
vestigación: rastreando archivos familiares e institucionales, entre-
vistando a personas cercanas, estableciendo las raíces y el desarrollo
del “Inge” como investigador, profesor y funcionario. Es un texto que
nos deja ver los entretelones de un personaje que se hizo emblemático
a lo largo de los años dentro y fuera del inah, a lo que se adiciona la
compilación de la obra de García-Bárcena.
La maestra Lorena Mirambell, investigadora del antiguo Departa-
mento de Prehistoria y actual Subdirección de Laboratorios y Apoyo
Académico, nos ofrece una perspectiva de corte teórico acerca de
las cadenas operativas en el trabajo lítico por parte de las sociedades
de cazadores-recolectores, aspecto que deja de lado el componente
tradicional y netamente tipológico, para dar paso a una comprensión
de la tecnología de elaboración, al entender los pasos operativos en
la producción de un objeto de piedra pulido y tallado. Al aplicar este
enfoque, se nos ofrece la oportunidad de establecer de mejor mane-
ra la evolución cultural de las poblaciones de cazadores-recolectores,
donde las evidencias son escasas, por el tipo de economía que desa-
rrollaban, dada su movilidad.
En términos geográficos, los demás textos cubren entidades o re-
giones clave para el conocimiento de los primeros pobladores, como
son Chiapas, Oaxaca, Coahuila, la península de Baja California y la
cuenca de México. En el caso de Chiapas, la arqueóloga Diana San-
tamaría nos hace un recuento sobre los trabajos de investigación que
García-Bárcena dirigió durante diez años en los sitios de Santa Marta
y la Cueva de Los Grifos; nos da una visión de lo que pensaba, lo que
se quedó en el tintero y lo que se logró en esos trabajos, que a la fecha

13
eduardo corona M. y joaquín arroyo c.

siguen siendo una referencia clave para la comprensión de las ocupa-


ciones tempranas en ámbitos tropicales, como lo muestra también el
trabajo del doctor Guillermo Acosta, quien, tomando como punto de
partida aquellas excavaciones, y con la aplicación de nuevas técnicas
y presentando nuevas preguntas, nos ofrece como resultado un mode-
lo que sugiere la movilidad reducida de los pobladores, el uso de los
recursos locales y la siembra horticultural, que propaga las especies
silvestres y semidomesticadas. Nos muestra cómo en los estratos del
Pleistoceno tardío se encuentran registros de cacao, tomate, nanche,
higo y maíz; de este último destaca que su nuevo registro contribuye a
la idea de que este cultivo es uno de los más tempranos en el sureste
de México.
Oaxaca es otra área geográfica que había despertado el interés en
los estudios de las poblaciones precerámicas, como se había observado
en los trabajos dirigidos por el profesor José Luis Lorenzo y los del doc-
tor Kent V. Flannery hace ya más de 40 años. Sin embargo, el doctor
Marcus Winter llama nuestra atención sobre los sitios recién descu-
biertos en Mitla e Ixtepec, cuyas excavaciones él dirigió. Entre lo más
destacado se encuentran las nuevas evidencias que asocian las herra-
mientas líticas con los huesos de mastodonte, en lo que se presume
fue un matadero. Además, los hallazgos comprenden más materiales
líticos, huellas de actividad y de asentamiento. Destaca la localidad
de Ixtepec, al ser la primera que se reporta en el istmo oaxaqueño.
Hacia el norte de México, en la región lagunera, la arqueóloga Le-
ticia González Arratia, reconocida investigadora del inah, nos mues-
tra el proceso de rescate de bultos mortuorios de infantes, donde se
observan elementos rituales, mismos que interpreta con base en un
modelo de observación distinto al tradicional, aplicando el concepto
de rito de paso para aproximarse a leer los artefactos arqueológicos
desde esta propuesta antropológica.
El trabajo de los arqueólogos Harumi Fujita y Antonio Porcayo nos
hace una síntesis de la actividad que han desplegado en la península
de Baja California, misma que se ha hecho más intensa a partir del
presente milenio, donde hay varias localidades que se ubican en la
franja cronológica de la transición al Pleistoceno tardío y Holoceno,

14
un Pequeño hoMenaje

varias de ellas fechadas con radiocarbono. También nos da cuenta


tanto de la diversidad de evidencias como de los asentamientos, que,
junto a la aplicación de las modernas técnicas, permiten discutir con
bases firmes tanto rutas de poblamiento como patrones de subsisten-
cia de los primeros pobladores de esta región.
La cuenca de México es otra de las regiones que desde el siglo xix
ofrecen una gran cantidad de registros del Pleistoceno tardío en ade-
lante, sea por los estudios dirigidos o por los descubrimientos fortuitos
debido al continuo crecimiento urbano. En el caso de los pobladores
tempranos, se conocía la existencia de diversos ejemplares, como los
del Peñón de los Baños, Tepexpan y Tlapacoya, entre otros; pero en
muchos casos se desconocía la antigüedad precisa de ellos. En la últi-
ma década, la aplicación de las modernas técnicas de datación permi-
tió despejar varias de estas incógnitas y dejar en claro que en la cuenca
se tiene uno de los registros más antiguos del continente, como lo
muestra el trabajo de los antropólogos físicos José Concepción Jimé-
nez López, Gloria Martínez Sosa y Rocío Hernández Flores. Por su
parte, el doctor Eduardo Corona Martínez hace un recuento de la fau-
na en los contextos prehistóricos en dos vías: por un lado, desde una
perspectiva cronológica muestra cómo se desarrollaron las investiga-
ciones sobre la fauna, particularmente la pleistocénica y su asociación
con el hombre antiguo; por otro lado, sintetiza el conocimiento que
se ha alcanzado en torno a los vertebrados terrestres (anfibios, reptiles,
aves y mamíferos), dejando en claro que los procesos de extinción y
extirpación de estos grupos muy probablemente fueron provocados
por los drásticos cambios ambientales, mientras que el papel de los
primeros pobladores en este aspecto no fue esencial, al menos en el
área de la cuenca de México.
Un elemento central en el desarrollo del conocimiento de las lo-
calidades prehistóricas en México es la investigación paleobotánica.
Es así como los biólogos Fernando Sánchez, Ma. Susana Xelhuantzi
y José Luis Alvarado discuten un problema toral de esta disciplina en
México, y que se hace extensivo a diversas áreas de la investigación
en el área de Prehistoria: la falta de personal, las dificultades para el
financiamiento de la investigación, entre otros, ralentizan el desarro-

15
eduardo corona M. y joaquín arroyo c.

llo de la disciplina, cuando —como indican en su texto— ésta ha


aportado elementos clave para la interpretación paleoambiental de
diversas localidades precerámicas en el país.

A MODO DE CONCLUSIÓN

Los textos aquí reunidos nos muestran que la tradición académica


de estudiar sitios prehistóricos, también denominados precerámicos
o de cazadores-recolectores, se mantiene y que ahora ha incorporado
nuevas técnicas y enfoques, que se busca dejar atrás las tradicionales
deficiencias de las localidades, con un registro estratigráfico ausente
o incompleto, sin dataciones y, sobre todo, sin el concurso interdis-
ciplinario.
Se observa que la investigación de localidades con pobladores
tempranos y de los paleoambientes asociados sigue vigente con nue-
vos enfoques. Hoy, las técnicas arqueométricas y químicas, en parti-
cular los estudios de adn antiguo y de isótopos estables, así como el
fortalecimiento de las colecciones científicas, se han convertido en
necesidades inaplazables.
En tal sentido, son varios los retos que tenemos, tanto los investi-
gadores como el inah, para proceder a renovar nuestros procedimien-
tos de investigación y seguir contestando las preguntas pendientes en
esta área de estudio. Consideramos que eso sería el mejor homenaje a
nuestros antecesores académicos, como es el caso del ingeniero Joa-
quín García-Bárcena.

16
Buscando al ingeniero
intento de seMBlanza
del ingeniero y arqueólogo

joaquín garcía-Bárcena gonzález



Luis Alberto López Wario*

Hay días que ni siquiera son oscuros, días


en que pierdo el rastro de mi pena y resuelvo
todo con una rabia hecha para otra ocasión,
digamos, por ejemplo, para noches de insomnio.
Mario Benedetti, Balada del mal genio.

En la última ocasión que tuve de saludar al ingeniero Joaquín García-


Bárcena González, su esposa Mirenchu y sus hijos Joaquín y José María
nos abrieron las puertas de su casa y nos mostraron a Pedro Francisco
Sánchez Nava y a mí, plenos de orgullo, una placa que le entregaron a
don Joaquín en reconocimiento a sus labores y en agradecimiento por
su desempeño como gerente en la fábrica de calzado gBh. Si entiendo
bien, lo que más los enorgullece es que el reconocimiento fue entre-
gado por los trabajadores. En ese tenor quiero resaltar el homenaje en
vida que en diciembre de 2008 le organizaron sus amigos, compañe-
ros, colaboradores y alumnos, encabezados por mis estimados Joaquín
Arroyo Cabrales y Eduardo Corona Martínez; con el deseo de que el
tributo que hoy se le rinde se encamine en esa perspectiva.
Como la vez anterior, cuando me invitaron a participar, acepté sin
dudarlo y reflexioné en torno a varios factores. Pensé que al contar
con la amable venia de Joaquín Arroyo Cabrales y Eduardo Coro-
na Martínez, y dada la cercanía en el tiempo de este homenaje con
el anterior, que la información fundamental de su trayectoria siguió
actualizada, que su familia y varios más aquí reunidos no escucharon

* Dirección de Estudios Arqueológicos, inah.

17
luis alBerto lóPez Wario

mi participación de aquel entonces; pero principalmente porque en


aquella ocasión conté con la oportunidad y tuve el gozo de que el
propio ingeniero escuchara mis palabras, debería presentar estas lí-
neas que se desprenden de aquellas que merecieron que don Joaquín
García-Bárcena, fiel a su estilo parco pero cargado de cariño y agrade-
cimiento, me dijera: “lo volviste muy romántico”.
Vayan, pues, de nuevo mis palabras al ingeniero, con todo el res-
peto que siempre me mereció, en lo que valga con mi reconocimiento
por sus diarias y enormes aportaciones, además del profundo agradeci-
miento por su apoyo permanente, por su tolerancia a mis constantes
necedades y por su aprecio, el que de continuo puso de manifiesto con
su reservado estilo. Por todo ello digo así:
A la fecha ignoro si tenían fundamentos los cargos criminales, al
menos en los demás miembros del grupo, pero lo cierto es que esa
tarde fría en que estuvimos presos se me dio la oportunidad de plati-
car y conocer un poco más a quien bajo esas circunstancias decidí que
sería mi director de tesis profesional, según recuerdo en los fragmen-
tos de esta historia, traída desde algún lugar de las imponentes brumas
de los altos chiapanecos y de las propias de mi inevitable desmemoria.
Horas antes, mientras caminábamos de regreso, las nubes oscuras
ya pardeaban el horizonte y habíamos podido mirar allá atrás, ya en
la lejanía, la sierra en que se localizan varios sitios arqueológicos que
serían explorados por la ya fallecida arqueóloga María del Rayo Mena
Gutiérrez, y que habían sido registrados hacía pocos años por el inge-
niero Joaquín García-Bárcena González y la querida maestra Diana
Santamaría Estévez.
Unos gruesos nubarrones anunciaban tormenta, pero la carencia de
relámpagos nos hacía dudar sobre la posible lluvia y, en contraparte,
pequeños destellos brillaban y graves sonidos retumbaban en las altu-
ras. Al fin pudimos distinguir los sonidos. No, no eran truenos de tem-
poral, eran cuetes, los cuales con seguridad anunciaban fiesta, según
comentaban el ingeniero, Mirenchu, Diana, Pedro Guci y Rayo Mena.
Yo caminaba muy contento, tanto por la visita a esos míticos lu-
gares arqueológicos, lo que en realidad me significó una extensión
del curso, como porque iba al lado nada más ni nada menos que del

18
Buscando al ingeniero

Santa Marta
La Cotorra
Los Grifos

Cuevas de Santa Marta, La Cotorra y Los Grifos.

Figura 1. Abrigos estudiados en Chiapas.

“mero mero” presidente del Consejo de Arqueología y en un breve


futuro director de Monumentos Prehispánicos, lo que, traducido a los
neófitos de la vida institucional antropológica, era la cúspide de la
arqueología en México, y para un estudiante de sexto semestre en ar-
queología de la Escuela Nacional de Antropología e Historia signifi-
caba algo parecido a tener la posibilidad de emitir un leve silbido al
lado de Pavarotti en un concierto.
Me sentía muy distinguido, pues la práctica de campo de técnicas
de excavación había concluido fructíferamente hacía varios días, mis
compañeros habían ya partido del embrujado campamento (lo cual…
es otra historia), y me había quedado a invitación de mi profesor para
concluir las excavaciones y “cerrar proyecto”.
Los estallidos de pólvora continuaban en el cielo y, a lo lejos,
ya cerca del pueblo, miramos de pronto a algunas personas que se
aproximaban, en curiosa disposición en forma de abanico. No lo co-
menté, pero me aseguraba en mis adentros que era tal la importancia
del ingeniero que se había integrado un comité de bienvenida para
recibirlo en la cabecera municipal y, fíjense, yo al lado de él.

19
luis alBerto lóPez Wario

En pocos minutos nos encontramos cercados por un grupo de po-


bladores, unos portando machetes, otros más con escopetas, junto
con el más agresivo de todos, el personaje que tiraba cuetes; sin em-
bargo, todos nos miraban y hablaban por igual: con mucha dureza.
¡Vaya comité de bienvenida!
Los lugareños fueron saludados muy tranquilamente por el inge-
niero y su respuesta fue señalarnos como miembros del grupo de roba-
niños que asolaba la región desde días atrás, con la siniestra intención
de taponar con las cabezas de los infantes en lúgubre rito y discutible
procedimiento las fugas de combustible de los pozos petroleros como
el caso no muy lejano en tiempo y espacio del pozo Ixtoc. Cabe des-
tacar que a partir de ese momento quedó de manifiesto mi solidaridad
absoluta con los miembros de la peligrosa y nefanda banda delictiva,
pues, a diferencia de ellos, yo no fui identificado, como sí lo fue el
resto del grupo, y a pesar de eso, compartí su destino.
Conducidos a la cabecera municipal, nos introdujeron en la pri-
sión, y, en ausencia del presidente municipal, decidieron recluirnos,
para colmo de males, en espacios separados: maleantes hombres por un
lado y las peligrosas y perversas mujeres en otro. Mi desazón, por de-
cirlo en forma decente, en esos momentos ya era enorme: ¿y ahora
qué hacemos? Veía mi futuro semejante al de los trabajadores de la
Universidad Autónoma de Puebla en septiembre de 1968 en San Mi-
guel Canoa, según me había enterado por la película de Felipe Cazals,
y también me veía sacrificado en mi inocencia (porque quién sabe si
los demás lo fueran) sin haber concluido la carrera de arqueología, sin
la calificación del curso de técnicas de excavación y lejos de casa, con
hambre y frío, y muchas carencias más que me guardo entre pudor y
desmemoria.
Sentado en el suelo, con su espalda recargada en la pared, “el inge-
niero” (porque él era el ingeniero, con mayúscula), fumaba uno tras
otro sus infaltables Comander. Y mientras yo temblaba de desazones y
frío, él platicaba sobre excavaciones, sitios arqueológicos, la prehisto-
ria, colegas, y otro cigarro, y más arqueólogos poblaban, convocados
por el ingeniero, la que recuerdo enorme, fría, maloliente y oscura
celda municipal, de la que no nos rescataban ni sus reconocidas artes

20
Buscando al ingeniero

en el dominio de lenguas extranjeras como inglés, italiano, francés


y alemán. No; ante tan alta sapiencia políglota, nuestros guardianes
sólo reconocían su propio código de comunicación: la inexistencia
de nosotros.
A fuerza de honestidad, debo confesar que debido a mi nerviosis-
mo innato y en esos momentos profundo, poco aprendí en esa reclu-
sión de los aspectos técnicos y científicos arqueológicos que Joaquín
García-Bárcena González transmitió, pero conservo intacta la imagen
ecuánime del presidente del Consejo de Arqueología, a la vez que pro-
fesor de la enah, e ingeniero químico nada más y nada menos que
por el Mit, y muchas otras prendas personales, académicas, labora-
les, amistosas e institucionales que había adquirido hasta entonces, y
todo ello que sin embargo no le evitaba ni nos evitaba a los demás la
prisión.
A las tantas horas (en realidad, quizás fueron sólo un par), se pre-
sentó ante las rejas un sonriente señor que recuerdo como escapado
de las obras de Eduardo del Río, “Rius”: bajito, moreno, flacucho y
con chamarra de piel, con gran reloj dorado en su muñeca izquierda,
quien entre risotadas celebraba nuestro encierro. Minutos más ade-
lante, Pedro Guci (quien lamentablemente también falleciera poco
tiempo después) me aclaró que ese individuo era el presidente mu-
nicipal, quien al ser informado del caso se salió de una reunión en
la que estaba disfrutando de diversos licores locales y nacionales, lo
cual permitía entender el porqué de su estado borroso durante nuestra
excarcelación.
Como dicen los periodistas, el presidente municipal giró sus altas
instrucciones, por lo que al cabo de unos minutos “los delincuentes”
ya estábamos en la calle, sin siquiera mediar disculpas, y nos fuimos a
comer para celebrar nuestra reciente liberación, la que cabe señalar
que se dio no por falta de méritos, los que en realidad nunca fueron
investigados, sino porque el presidente municipal, ese sonriente, ba-
jito, delgado, enchamarrado y semialcoholizado personaje, conocía y
apreciaba al ingeniero, por lo cual nos invitó a comer en un lugar más
o menos decente, a su decir, pero en mesa separada para el ingeniero,
Mirenchu y Diana de la que estuvimos Pedro, Rayo y yo. Hay escalas

21
luis alBerto lóPez Wario

Figura 2. García-
Bárcena
en trabajo de
campo. Proyecto
Fogótico, 1981.
Foto: Jorge
Alberto Quiroz.

sociales y diferentes orígenes de sangre y recordé, en ese entonces,


lo aprendido en mis recientes cursos de materialismo histórico de la
enah, y que la lucha de clases, y que la igualdad de los seres humanos,
y que si la Constitución política que nos rige a todos por igual, mien-
tras sopeaba de mi plato y veía la opípara mesa del ingeniero, quien
por su parte estaba igual de tranquilo que durante nuestro encierro, lo
mismo que durante sus reuniones en el órgano máximo de la arqueo-
logía nacional y que incluso en las excavaciones en el río Fogóti-
co, Chiapas, proyecto en el cual se desarrolló nuestra práctica de la
materia Técnicas de investigación arqueológica III, en aquel ya leja-
no inicio de la década de los años ochenta del siglo pasado.
Así, a lo largo de los años y poco a poco, fui descubriendo las
diversas facetas del ingeniero y arqueólogo Joaquín García-Bárcena
González, quien naciera en la ciudad de México el jueves 2 de enero
de 1935 en el Hospital Francés, y quien 75 años más tarde, en su do-
micilio, rodeado de sus inmensos cariños, satisfecho y reconocido,
pleno de afectos e inmerso en su eterna sobriedad, prosiguiera su
andar en otros planos el sábado 25 de septiembre de 2010, cortando
la injusta dolencia y con ello cerrando un periodo cambiante y pleno
de resultados en la arqueología nacional. Poder decir con el inolvida-

22
Buscando al ingeniero

ble poeta español Miguel Hernández: “¡Qué sencilla es la muerte: qué


sencilla, / pero qué injustamente arrebatada!/ No sabe andar despa-
cio, y acuchilla / cuando menos se espera su turbia cuchillada”.
Y saber que bárcena, según la Real Academia Española, significati-
vamente indica a un lugar llano próximo a un río, el cual lo inunda
fértilmente en todo o en parte, con cierta frecuencia, y que las inicia-
les gBh ya no identifican la empresa García-Bárcena Hermanos, sino
una banda británica de hardcore punk, en lo que entiendo sería la
antípoda existencial del ingeniero, cuyos propios orígenes se remon-
tan, precisamente, a una zona española que surca el río de nombre
“Silencioso”, inmerso en un fluir tan propio del ingeniero, con la ilu-
sión de que sea cierto que “Las cosas no se nublan más en tu cora-
zón; / tu corazón ya tiene la dirección del río”, como nos dice Miguel
Hernández. Y por ello, sólo por ello, tuve que aprender que la hermo-
sa España cuenta con 17 regiones, y que Cantabria es una de ellas, la
que se encuentra entre Asturias y el País Vasco, al norte de España,
por lo que sus playas son mojadas por el océano Atlántico, el que es
conocido en esta zona como mar Cantábrico.
Y en su búsqueda insistir en que Cantabria es una comunidad au-
tónoma de España, que una de sus regiones es la llamada Asón-Agüe-
ra por los ríos que la cruzan, y que es la más cercana al País Vasco. Así,
decir que dentro del valle del Asón se encuentra Rasines, comarca de
43 km2, cuya superficie es equiparable a la de la delegación política
capitalina Miguel Hidalgo, y que se caracteriza por sus macizos cali-
zos, bosques de hayas, robles y encinos, así como por sus caseríos dis-
persos, comarca que en conjunto contaba para el año 2008 con casi
1 100 habitantes, cifra un tanto distante de los aproximadamente 355
mil con los que contaba en el mismo año la mencionada demarcación
capitalina, en la que “el ingeniero” vivió durante largos periodos de
su vida.
Y resulta que Rasines cuenta con 14 localidades, cuyos nombres
nos hablan de tradiciones, nos cuentan de aquellos tiempos en que
las cosas se nombraban por sus cualidades, como es el caso de Casa-
vieja, Cereceda, El Cerro, La Edilia, Fresno, Helguera, Lombera, Ojé-
bar, Rosillo, Santa Cruz, Torcellano, La Vega, Villaparte y la propia

23
luis alBerto lóPez Wario

Rasines, denominaciones que nos hacen pensar en territorios fan-


tásticos, como los mencionados en libros de aventuras como el de
Amadís de Gaula.
Y entrar en la vida de Joaquín, sabiendo que tanto sus abuelos
paternos y maternos como su padres fueron nativos de ese para mí
lejano, bucólico y verde Rasines, en Santander, España; y que su pa-
dre, Joaquín García-Bárcena, se dedicó a la industria, y que Soledad
González Escudero, su madre, quien falleció en la ciudad de México
el 16 de octubre de 1998, se dedicaba a las más rudas artes del hogar,
y ambos, él a sus jóvenes 52 años y ella a sus aún más jóvenes 32,
tuvieron un hijo que recibió por nombre el del propio padre, quien a
su vez lo heredó de la abuela paterna: Joaquina, quien se apellidaba
Bárcena; y saber que Nicanor García fue su abuelo paterno, mientras
que los maternos fueron Eduardo González y Rosa Escudero.
Conocer que años después ese niño tendría sus primeras incursio-
nes y jugaría en áreas de lo que ahora es conocido como parque Plan
Sexenal, muy cerca de las siempre peligrosas vías del tren, pues su
casa infantil estaba ubicada en la calzada México-Tacuba, mientras
que a los 18 años vivía a espaldas de ese predio, en la calle Mar Me-
diterráneo; que se trata de una época que ya se nos fue, y que era otra
ciudad, otra vida, mientras que el ya joven Joaquín estaba registrado
en el Servicio Militar Nacional como estudiante de preparatoria, la
que cursó en el mismo colegio de su primaria y secundaria: el recono-
cido Colegio Tepeyac.
Años más tarde, exactamente el lunes 13 de junio de 1958, a sus 23
años, ese joven Joaquín obtuvo el título de ingeniero químico graduado
con honores por el Instituto Tecnológico de Massachusetts de Cam-
bridge, por lo que a partir de ahí fue conocido como “el ingeniero”, y
aventurándose de un solo golpe a varios cambios de su vida, se casó con
la psicóloga Miren (Mirenchu) Larraitz Isaurrieta de Juan, con quien
tuvo dos hijos, de nombres Joaquín y José María, nacidos el lunes 13 de
enero y el viernes 31 de diciembre del mismo 1963, respectivamente.
Pero el serio y formal ingeniero, además de las responsabilida-
des relativas a su nueva situación personal y a las de su formación
profesional, desde tiempo atrás mantenía intereses manifiestos so-

24
Buscando al ingeniero

Figura 3. Diferentes épocas del ingeniero, de izquierda derecha: 1953, durante su


servicio militar; 1965, en su ingreso a la enah; 1973, y en su título de arqueólogo.
Imágenes de los archivos de la slaa y de la enah.

bre el conocimiento de los procesos históricos en la humanidad,


principalmente los relativos a las grandes profundidades temporales,
los que le condujeron, como nos dice el inmortal Manuel Acuña, a
“Que al fin de esta existencia transitoria, / a la que tanto nuestro afán
se adhiere, / la materia, inmortal como la gloria, / cambia de formas,
pero nunca muere”.
Por ello, tras inscribirse en 1965 en la Escuela Nacional de Antro-
pología e Historia, la que estrenaba nueva sede en el en ese enton-
ces recién inaugurado Museo Nacional de Antropología (donde se
mantiene también impasible el Tláloc), el viernes 30 de noviembre
de 1973 obtuvo el grado de maestro en ciencias antropológicas, reci-
biendo el reconocimiento cum laude.
Cuando ingresó a la enah, se incrementó el plan de estudios a cin-
co años para obtención de grado de maestría, currícula con la que se
hizo énfasis a los aspectos técnicos informativos de la arqueología en
México en detrimento, según la propia visión del ingeniero, de la his-
toria de la arqueología y de los estudios etnográficos de México, carac-
terísticas formativas que él compensó en su actividad y formación
extraescolar diaria. Ante ello, llegó a sugerir que se debería establecer
un balance entre teoría, técnica e información, y los aspectos relativos
a la historia en los anuarios de la carrera de arqueología en la enah.

25
luis alBerto lóPez Wario

Como dato significativo, cabe señalar que los sinodales para su


examen profesional en arqueología fueron nada más ni nada menos
que, con los grados académicos de ese entonces, como presidente del
jurado, el maestro José Luis Lorenzo; primer vocal, el maestro Arturo
Romano Pacheco; segundo vocal, el maestro Jaime Litvak King; ter-
cer vocal, el maestro Carlos Vélez Ocón; y como secretario de actas,
el maestro William Swazey; siendo sus certificados escolares firmados
por la doctora Silvia Gómez Tagle y, posteriormente, por el maestro
Javier Romero, ya entonces director de la enah, quienes señalaron
que de las 44 materias cursadas por el ingeniero obtuvo un sobresa-
liente y poco común promedio general de aprovechamiento de 9.7.
No es mi intención hacer una glosa de todas sus reconocidas y
grandes aportaciones. Me limitaré a subrayar algunos temas en los
que considero que centró sus mayores contribuciones académicas a la
arqueología nacional. Sobre su vasta labor profesional ya se ha divul-
gado durante este mismo homenaje.
A lo largo y ancho de su trayectoria académica, los temas en los
que volcó sus principales esfuerzos consistieron en la aplicación de las
ciencias químicas, físicas y naturales a la arqueología; las investigacio-
nes sobre las poblaciones nómadas, en concreto las de temporalidad
prehistórica; el fechamiento arqueológico; el desarrollo, la definición
y la aplicación de conceptos como patrimonio cultural, en particular el
paleontológico y el arqueológico; la técnica arqueológica, la normati-
vidad patrimonial; y, finalmente, la historia de la arqueología, inmer-
so en un proceso de autocrítica y transformación que lo llevó a que
entendiera la arqueología bajo una “nueva perspectiva [la que] radicó
en que me interesé más en conocer cómo se obtenía la información,
cómo se podía interpretar, y en poseer una posición más crítica”.*
Uno de los temas académicos en los que obtuvo mayor reconoci-
miento es aquel referido a la resolución del complejo problema de la
ubicación temporal de los grupos humanos a partir de los fechamien-
tos precisos de materiales arqueológicos. Por ello, y en la línea de sus
notables congruencias, sobresale su tesis dirigida por el maestro José

* López Wario, Luis Alberto (ed.), 2010, Arqueólogos a través del espejo, México, inah.

26
Buscando al ingeniero

Luis Lorenzo, denominada tanto como documento escolar como edi-


torial (1973 y 1974, respectivamente) Fechamiento por hidratación de
la obsidiana. La constante de hidratación en función de la composición del
vidrio y de la temperatura* investigación basada en el análisis de fuen-
tes documentales y materiales en laboratorio. Estos materiales fueron
producto de exploraciones en la cueva de la Nopalera, Tepeapulco,
en el estado de Hidalgo.
En esa investigación resaltó el valor de los aspectos espaciales y
temporales en todas las comunidades humanas y señaló que los res-
tos materiales se constituyen como la única fuente para estudiar y
entender a grupos humanos del pasado, pues estos objetos permiten
determinar aspectos económicos y tecnológicos, en tanto reflejan lo
que él entendió como “el acontecer cotidiano colectivo”.
De manera acertada, señaló que la determinación temporal es más
compleja que la espacial, por lo que se requieren técnicas confiables
y de alta precisión, así como no destructivas y de bajo costo. Una de
esas técnicas sería la aplicable a la obsidiana, la que, al ser utilizada
para producir artefactos, empieza a generar una serie de capas en fun-
ción de las condiciones ambientales de presión y temperatura, por
un proceso de adsorción-difusión-hidratación, lo que al medirse bajo
ecuaciones precisas permite establecer rangos confiables de fecha-
miento de producción del artefacto, al establecer una relación entre
el grosor de la capa de hidratación y el tiempo transcurrido. Gracias a
su estudio, se plantearon importantes propuestas y estrategias que han
permitido reforzar el discurso y precisar las técnicas de fechamiento
arqueológico y para la definición de paleotemperaturas.
Entre otros aspectos técnicos y metodológicos específicos, señaló
que la constante de hidratación está en función de la temperatura
efectiva de hidratación y de la composición de la obsidiana, por lo
que se requiere definir esa constante, sin olvidar que el grosor de la
capa está sujeta a erosiones mecánicas y químicas, subrayando que

* García-Bárcena, Joaquín, 1974, Fechamiento por hidratación de la obsidiana. La constante


hidratación en función de la composición del vidrio y la temperatura, México, Departamento
de prehistoria, inah.

27
luis alBerto lóPez Wario

este último factor en estricto no afecta, pues deberían transcurrir 100


mil años para que se perdiera la capa.
Como resultado de su análisis, encontró que hay diferencias sig-
nificativas para el establecimiento de fechas en función del color de
la obsidiana, derivado de su composición, así como otras variaciones
en la constante de hidratación a partir de la distancia a una fuente
calórica y del grado de exposición a la intemperie. Finalizó su estudio
proponiendo que el análisis por hidratación de obsidiana es una téc-
nica confiable, precisa, de baja destructividad y de un costo superior
al estimado al iniciar su investigación, pero significativamente mu-
cho menor al reportado para otras técnicas de fechamiento, máxime
que permite a su vez la determinación de paleotemperaturas.
En esa línea de pensamiento, sus reflexiones sobre la arqueología
en México le permitieron caracterizar esta actividad como el estudio
de la historia humana a través de restos materiales, en su muy amplia
variedad y dispersión, por lo que entendía a plenitud que el inah,
además de investigar, protege, conserva y difunde el patrimonio ar-
queológico e histórico nacional, lo que se convirtió en su práctica
cotidiana. En concreto refirió:

El propósito principal de la arqueología radica básicamente en determinar


los cambios que ocurren en el tiempo en las culturas y las sociedades hu-
manas, así como tratar no tanto los factores que originan los cambios, sino
fundamentalmente identificar aquellos agentes con los que se relacionan
dichas transformaciones (García-Bárcena, 1974: 65-66).

Por ello, asumía que la arqueología y la antropología tenían pro-


fundas relaciones, principalmente en los campos de etnología, lin-
güística y antropología física, pues éstas le proporcionan “ayuda en
términos de bases comparativas como información de otras épocas
que ya posee el arqueólogo” (García-Bárcena, 1974: 83), encamina-
das a precisar las distribuciones culturales y humanas antiguas.
Sin embargo, comprendía la historia como la disciplina más rela-
cionada con la arqueología, pues sabía que “el problema central de
la arqueología son los cambios culturales que han ocurrido a lo largo

28
Buscando al ingeniero

del tiempo, enfoque que la aproxima a la historia” (García-Bárcena,


1974: 94), sin soslayar que “una diferencia fundamental entre arqueo-
logía e historia radica en que la fuente de información para esta última
son los documentos escritos, la historia actual e, incluso, entrevistas
y documentación oral” (García-Bárcena, 1974: 94), en una marcada
distancia con los materiales de trabajo de la arqueología.
Uno de los aspectos académicos y organizativos que señaló con
mayor intensidad es la necesidad de establecer prioridades en los te-
mas y las actividades arqueológicas que desarrolla el inah, de las cua-
les destacó el registro y salvamento como labores fundamentales.
Entendió la protección del patrimonio como confluencia de ele-
mentos de tipo académico, técnico y legal, por lo que señaló que el
salvamento arqueológico es igual que cualquier otra investigación,
con la especificidad de que se encuentra sujeta durante su etapa de
campo a tiempos y espacios no determinados por el investigador. En-
tendía de manera muy clara que:

con el salvamento se trata de dar una alternativa que haga posibles las obras
nuevas, las que son de diferentes tipos, pero recuperando en primera ins-
tancia los materiales y la información que pudieran ser afectados por dichas
obras. Por ello, considero que la necesidad de realizar salvamentos va a con-
tinuar, en tanto el aumento de población, la complejidad económica del país
y otra serie de factores de este tipo obligan a que se incremente la cantidad
de obras necesarias (García-Bárcena, 1974: 133-134).

Con esa visión de respeto, señaló que en la arqueología nacional,


en términos académicos:

sí debería tener prioridad el estudio de regiones que han sido poco estudiadas,
con el objetivo inicial de, al menos, contar con el conocimiento básico de
ellas y que obtengan niveles de información que permitan la comparación con
la obtenida en el resto del país y una integración mediana de toda la infor-
mación de lo que se ha recuperado y estudiado (García-Bárcena, 1974: 102).

No soslayó la compleja situación laboral y estructural del inah, así


como tampoco la riqueza del incremento de la relación entre investi-

29
luis alBerto lóPez Wario

gación, docencia y difusión, esta última dirigida tanto a especialistas


como a no especialistas. Por ello estableció que se requerían al menos
2 500 arqueólogos en México para poder satisfacer las necesidades de
este campo de conocimientos.
En congruencia con esa concepción, tenía un pensamiento avanza-
do y preciso sobre la participación de arqueólogos no contratados por el
inah en labores de investigación y protección del patrimonio arqueo-
lógico. Sostenía que. “Esta situación tiene muchas complicaciones; y
esto fundamentalmente depende de los aspectos legales del patrimonio
arqueológico” (García-Bárcena, 1974: 117). Toda vez que no existen
impedimentos para que en términos académicos particulares y asocia-
ciones en arqueología en México, se involucran en este campo, con-
sidero que, dependiendo de los cambios que se presenten, la presencia
del Estado en el ámbito arqueológico continuará con su misma impor-
tancia. Empero, esto obliga a diferenciar el tipo de intervenciones de
las que se hable” (García-Bárcena, 1974: 118), sin olvidar el énfasis
en que “a pesar de que ocurriera la intervención de grupos particulares
en labores arqueológicas, deberá mantenerse supervisión por parte del
Estado mexicano de una manera directa” (García-Bárcena, 1974: 119).
Por ello, contaba con una visión muy definida del futuro de la ar-
queología, la que le permitía precisar que:

En términos de México va a ser un campo de estudio y de divulgación muy


importante, y todo indica que esta tendencia continuará. De hecho, si lo
vemos ya a nivel mundial, hay más regiones del mundo que entran a estas
posiciones de conocer más sobre su pasado, y de hecho lo usan como un ar-
gumento para reafirmar su posición internacional” (García-Bárcena, 1974:
169). Lo que obliga a los arqueólogos a:
Mantenernos actualizados en las nuevas técnicas que aparecen y en todo
lo que se va obteniendo e investigando en los estudios arqueológicos en
nuestro país, con el objetivo de que no simplemente exista actividad arqueo-
lógica, sino que ésta tenga resultados de investigación importantes, que nos
permitan sobre todo niveles de generalización mayores de los que tenemos,
principalmente para ciertas regiones. Éste sería un aspecto y uno más radica
en que los que algo hemos aprendido a lo largo del tiempo tendríamos que
tratar de hacérselos llegar a los que están empezando ahora en este campo
(García-Bárcena, 1974: 170).

30
Buscando al ingeniero

Esto obliga a no olvidar que en México:

para la gente lo arqueológico no sea sólo una información de lo que ocu-


rrió hace mucho tiempo, lo que puede verse con ojos de curiosidad, sino
que está ligado a la idea de una nacionalidad, de una unidad nacional, de
independencia, de muchos otros conceptos, y esto genera que en México
la posición de la Arqueología sea mucho más central que en otros países
(García-Bárcena, 1974: 146-147).

Un campo de estudio en el que se le puede considerar impulsor


dentro del inah es el patrimonio paleontológico. Comprendía la pa-
leontología como estudio de los restos fósiles de seres vivos ya sea a
través de ejemplares completos o sólo partes de ellos, incluso con las
huellas conservadas o los compuestos orgánicos; y que tales restos y
sus relaciones espaciales y temporales constituyen el patrimonio pa-
leontológico, el cual presenta muy amplia distribución en el país y es
de gran profundidad histórica.
Sin olvidar las características patrimonialistas imperantes en la
nación mexicana, afirmó que la definición y protección jurídica del
patrimonio paleontológico en México se da a partir de 1986, equipa-
rándolo con el arqueológico. Así, subrayó las diferencias entre ambos
patrimonios a partir de aspectos tales como distribuciones tempora-
les y espaciales, la posibilidad de propiedad sobre los bienes, su valor
económico, la unicidad del monumento; todo lo cual se aúna a la
limitada experiencia del inah con ese patrimonio.
Señaló que estos restos, por encontrarse en rocas sedimentarias,
tienen una muy amplia distribución en el país y su profundidad histó-
rica es de alrededor de la friolera de 600 millones de años.
Así, entendió que la paleontología es ciencia a partir de la segunda
mitad del siglo xviii y está ligada de forma permanente a la geolo-
gía. Clasifica los fósiles y estudia su distribución en el tiempo y en
el espacio, y las condiciones ambientales, es decir, sus contextos y
asociaciones.
Congruente con su línea de actuación académica e institucional,
sugirió que se debía establecer un organismo especializado para hacer-
se cargo del patrimonio paleontológico, con el objetivo de estudiarlo

31
luis alBerto lóPez Wario

y protegerlo, para lo que debería contar con infraestructura, recursos y


personal propios; crear un consejo consultivo académico, que entre
otras labores se dedique a analizar las diferencias entre patrimonios
paleontológico y arqueológico y retome los problemas relativos a la
definición y el establecimiento de las zonas paleontológicas que pue-
den ser protegidas. Un merecido reconocimiento a su trayectoria y vi-
sión profesional consistiría en fortalecer la investigación, salvaguarda
y difusión de ese patrimonio paleontológico al que tanto esfuerzo
dedicó.
Agregar que sus labores fueron tan diversas que basta revisar la lis-
ta de las sociedades académicas de las cuales fue miembro distinguido:
American Association for the Advancement of Science, American
Chemical Society, American Institute of Chemical Engineers, nada
más ni nada menos que de la Society of Sigma XI, de la New York
Academy on Science, Mit Club de México, Colegio Mexicano de
Antropólogos y del Instituto Panamericano de Geografía e Historia.
Asociado a ello, aplicó sus esfuerzos en varios cargos honorarios,
tales como presidente, de 1976 a 1978, del Colegio Mexicano de An-
tropólogos; secretario del Consejo de Investigación del inah, de 1977
a 1978; presidente del Consejo Nacional de Paleontología, de 1994 a
la fecha de su deceso; vocal del Consejo de Arqueología del inah, de
1978 a 1980; y, de 2005 hasta el final de su vida, presidente del mis-
mo órgano académico de consulta, de 1981 a 1988 y de 1995 a 2005.
Debe hacerse notar que el Consejo de Arqueología del inah fue
fundado en 1970 y en 41 años ha contado con 12 titulares; el ingenie-
ro García-Bárcena lo fue durante dos periodos que suman 19 años de
este proceso. También fue miembro de la Union Internationale des
Sciences Prehistoriques et Protohistoriques de la unesco, instancia
de la cual fue presidente de 1981 a 1982, y responsable de acciones
institucionales durante el doloroso e infausto terremoto de 1985.
Asimismo, fue secretario técnico de la Comisión Interna de Admi-
nistración y Programación ante el Comité de Evaluación del inah, en
1983; fue secretario de la Comisión Dictaminadora de Publicaciones
del inah, de 1983 a 1988; vocal del Seminario Permanente de Estu-
dios México-Guatemala en diversos periodos (1986 a 1990, 1992 y

32
Buscando al ingeniero

Figura 4. Durante su colaboración en la misión rusa de rescate de pecios en aguas


mexicanas.

1994), y copresidente del mismo, en 1991 y 1995; vocal de la Comi-


sión Dictaminadora del Instituto de Investigaciones Antropológicas
de la unaM, en los periodos de 1985 a 1988, 1993 y 1996; represen-
tante del Comité Técnico del Fideicomiso Ruinas, entre 1989 y 1997;
así como coeditor de la revista Arqueología, de 1991 a 2001; además
de vocal fundador de la dirección científica de la revista Arqueología
Mexicana, en 1993, cargo que mantuvo hasta su fallecimiento.
En más puestos honoríficos académicos, se encuentra que fun-
gió como secretario general del décimo tercer congreso de la Union
internationale des sciences antropologiques et ethnologiques de la
unesco, efectuado en los años 1992 y 1993; y vocal de la Comisión
Intersecretarial de Investigación Oceanográfica en los mismos años,
además de representante operativo del Fideicomiso para el Rescate
de Pecios, formado por varias instancias oficiales gubernamentales y
académicas, entre 1993 y 2001.
Además de todas sus labores, logros, aportaciones y membresías,
recibió en el 2005 el premio maestro Rafael Ramírez, que otorga la

33
luis alBerto lóPez Wario

Secretaría de Educación Pública por 35 años de servicio público. Se


ha mencionado también que de manera lamentable fue víctima de un
accidente vial en 1983, pero este hecho no logró inmovilizarlo, como
recuerdan muchos testigos.
Destaca que sus labores de investigador iniciaron como asistente
en el proyecto en Tlapacoya, Estado de México, para el Departamento
de Prehistoria en 1969, bajo la responsabilidad de su titular, el maes-
tro José Luis Lorenzo, y continuaron en 1971 también como asistente
en el Proyecto Teotenango, Estado de México, para la Dirección de
Turismo del gobierno del estado, bajo la responsabilidad del maestro
Román Piña Chan.
Como responsable de las investigaciones, en los años de 1973 y 1974
dirigió el Proyecto Fuentes de Obsidiana de la Sierra de las Navajas,
Hidalgo; entre 1974 y 1977 fungió como titular en el Proyecto Cuevas
Secas, de Santa Marta y Los Grifos, Ocozocuautla, Chiapas; y de 1977
a 1985 hizo lo propio en el Proyecto Altos de Chiapas, Valles de Teo-
pisca y Aguacatenango, en los tres casos para el ya extinto Departa-
mento de Prehistoria. En el mismo tenor, estuvo a cargo, entre 1993
y 1994, del Proyecto Reconocimiento de Arqueología Subacuática en
la Sonda de Campeche para el Fideicomiso para el Rescate de Pecios.
Dentro de su infatigable labor de dirección de actividades acadé-
micas en el inah, se encuentra que fungió como jefe de la Sección
de Laboratorios del Departamento de Prehistoria del inah de 1973 a
1981-1982, mientras que, de manera en parte simultánea, se desempe-
ñaba como titular del mismo departamento en el periodo de 1978 a
1981-1982, a partir de ese momento y hasta 1988 fue director de Mo-
numentos Prehispánicos; secretario técnico del inah de 1989 a 1992;
y subdirector de Servicios Académicos, de 1992 a 1995. Incluso ocupó
la responsabilidad de director general del mismo instituto, como en-
cargado de despacho en varios periodos entre 1985 y 2000. A partir
de 1995 y hasta su fallecimiento se desempeñó como subdirector de
Paleontología del inah.
La formación de alumnos fue también campo de su interés: impar-
tió cursos de historia en la Universidad Anáhuac y, en la Escuela Na-
cional de Antropología e Historia, entre 1978 y 1982, estuvo al frente

34
Buscando al ingeniero

de múltiples cursos de Métodos y técnicas I, II, III y IV, así como de


seminarios de fechamiento arqueológico y de tesis, de historia de Mé-
xico y prehistoria de América.
También impartió cursos de Delitos contra el patrimonio arqueo-
lógico en el Instituto de la Policía Judicial Federal, de Administra-
ción y control del patrimonio del Estado en el Instituto Nacional de
Administración Pública, sobre Cultura y relaciones internacionales
en el Instituto Matías Romero de Estudios Diplomáticos de la Secre-
taría de Relaciones Exteriores, y de Historia, cultura y derecho para
la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Por si fuera poco lo dicho hasta aquí, fue perito arqueólogo, direc-
tor de varias tesis y sinodal en muchas más, tanto de alumnos de la
enah como del iPn, aval de proyectos, ponente en mesas redondas de
la Sociedad Mexicana de Antropología y jurado de premios anuales
del inah.
Por todo ello no es de extrañar que su labor editorial haya generado
una reconocida y envidiable cifra cercana al centenar de textos, entre
libros, ensayos, artículos y notas, en sus casi 40 años de investigador
del inah (véase Producción académica a continuación de este texto).
En apretada síntesis, resalta que a pesar de que dedicó varios textos a
desarrollar en términos geográficos temas relacionados con alguna zo-
na arqueológica o región en particular, como sería el caso de los 29 ar-
tículos o libros relativos a Veracruz, Baja California, a las entidades del
Altiplano Central y principalmente a sus investigaciones en el estado
de Chiapas (14 textos en total para este estado), sus esfuerzos edito-
riales se enfocaron a presentar información y balances generales sobre
la arqueología, en 45 casos, y sobre el desarrollo histórico en México
a través de la arqueología, en 23 textos. Si se hace un análisis mera-
mente cuantitativo de su producción editorial, amén de la que impul-
só como editor de revistas y textos, sobresalen los textos en los que
abordó sus temas preferidos, como las reflexiones generales sobre el
quehacer arqueológico, en 20 textos; la prehistoria, en 18 ocasiones;
y el fechamiento, en 12 casos; e incluso estudios sobre la lítica, con
10 textos. Es decir que, a pesar del amplio y diverso dominio temático
y de los amplios conocimientos que poseía el ingeniero García-Bár-

35
luis alBerto lóPez Wario

cena, su perspectiva de su actividad y sus intereses estuvieron clara-


mente definidos. Viajero incansable, además de haber recorrido gran
parte del territorio nacional, en su pasaporte se plasmaron sellos ae-
roportuarios de, por nombrar algunos lugares, España, Estados Unidos
(país en el que estuvo en lugares tales como, evidentemente, Massa-
chusetts, pero también Phoenix, Denver, San Diego, Washington y
Utah, entre otros), Finlandia, Linz (en Austria), Guatemala, Repú-
blica del Salvador y Perú, en concreto en las ciudades de Lima y Cuz-
co, entre otros más. En esos viajes asistió como la representación del
inah a muchos eventos: inauguración de exposiciones sobre México,
reuniones sobre arqueología americana, encuentros académicos di-
versos, en particular sobre tráfico de bienes arqueológicos; o bien para
participar en varios procesos de repatriaciones de patrimonio arqueo-
lógico y presentaciones de libros. Incluso, dentro de estas travesías
contamos sus periplos en un submarino ruso en la búsqueda de pecios,
entre otros.
Sin embargo, sus labores académicas y de dirección institucional
no impidieron que desempeñara diversos puestos de dirección empre-
sarial, algunos de manera simultánea con los institucionales, pues fue
gerente general de gBh Fábrica de Calzado s. a. de C. V., entre 1958
y 1971, y presidente de su Consejo de Administración de 1971 a 1973.
De la misma manera, fue gerente general de García-Bárcena y Com-
pañía, S. A., de 1958 a 1971, además de socio de dicha empresa; y pre-
sidente del Consejo de Administración de Calzados César, S. A., entre
1960 y 1974, así como de Perfumería Parera, S. A., de 1969 a 1979.
Ante este vasto panorama, en diciembre de 2008 me pregunté:
“¿cómo descubrir al ingeniero?”; y aclaro que lo intenté a partir de
una intensa búsqueda con las herramientas que él me enseñó en sus
cursos y en su práctica diaria, lo que me permitió ir paulatinamente
registrando sus diversas, superpuestas y en ocasiones contemporáneas
facetas, pues mostró la valiosa cara del maestro; el que con sus actos
enseña. Por ello, puedo reconocer, junto con el poeta Andrés Eloy
Blanco, que el ingeniero dijo con sus acciones: “Quiero que me culti-
ves, hijo mío, / en tu modo de estar con el recuerdo, / no para recordar
lo que yo hice, / sino para ir haciendo”.

36
Buscando al ingeniero

Encontrar así las caras del dedicado maestro, del acucioso investi-
gador, del incansable funcionario, del reconocido ingeniero, del em-
prendedor y homenajeado industrial, del gran estudioso, del creador
de una impresionante biblioteca personal de muy variados temas y
que literalmente saturó los rincones de su casa, pues fue voraz lector
de todo tipo de libros pero en especial de los que se constituyeron en
su pasión: los de ciencia ficción; del ser humano creador de sus espa-
cios plenos de cariños íntimos que conocí tardíamente, del pilar de la
prehistoria y de la arqueología nacional, del miembro de asociacio-
nes, del poseedor de una memoria y conocimientos enormes de todo
tipo y que en concreto llegó a ser uno de los que mejor conocía a su
querido y casi siempre luminoso inah y sus ocasiones oscuras entra-
ñas; del hijo y padre de familia, del colega e, incluso, de mi compa-
ñero de prisión, aunque por un rato nada más, pero al fin de cuentas
significativo, pues con ello se pudo detener, por ese lapso al menos, el
infatigable andar mas no el pensamiento de un hombre diverso pero
nunca disperso, del buscador de historias que nunca tuvo en la mira
pasar a ella, del hombre silente que cuando hablaba exponía una vi-
sión fundada, alejado de las estridencias características de tantos que
gritan por nada y para decir nada.
Hablo del hombre de opciones, del ingeniero, hombre y arqueó-
logo honesto, que buscó denodadamente evitar los conflictos, estu-
dioso de la diversidad humana, la que es palpable desde los tiempos
prehistóricos y, afín a ello, siempre respetuoso de los que pensaban y
actuaban diferente de sus concepciones, ser lejano y ajeno a las impo-
siciones; hablo de Joaquín, pues, ese señor que fue fiel a sus raíces en
la añeja Rasines, y que ahora ya cruza satisfecho el llano, siguiendo el
curso del río Silencioso, perseverante en su búsqueda de las respuestas
a sus preguntas iniciales de y sobre los hombres antiguos, de aquellos
que nos han legado su sabiduría, de gente como él.
Aún con dolor, puedo pedir, junto con Mario Benedetti: “Que la
muerte pierda su asquerosa puntualidad, / que cuando el corazón se salga
del pecho / pueda encontrar el camino de regreso. / Que la muerte pierda
su asquerosa / y brutal puntualidad, / pero si llega puntual no nos agarre
/ muertos de vergüenza, / que el aire vuelva a ser respirable y de todos”.

37
luis alBerto lóPez Wario

Figura 5. García-Bárcena en su oficina, 2008. Foto: Luis Alberto López Wario.

Así, ahora reconocer honor y brindar, con mucha justicia y sin esca-
timar las muestras de afecto y reconocimiento a quien con su práctica
diaria mostró la necesidad y los beneficios de la congruencia, la sensa-
tez, el respeto y el conocimiento compartido; celebrar al “Ingeniero”,
es decir, al profesional y al hombre Joaquín García-Bárcena González.
No lo dude, don Joaquín. Camine pronto y ligero de equipaje, car-
gado de sonrisas y agradecimientos, satisfecho de sus dichos pero más de
sus hechos, pues muy cierto es que: “Fatiga tanto andar sobre la arena /
descorazonadora de un desierto, / tanto vivir en la ciudad de un puerto
/ si el corazón de barcos no se llena”, como nos indica el enorme y ya
centenario poeta español Miguel Hernández. Sólo le pido que se asome
usted en derredor, y advertirá su puerto lleno de navíos, barcazas y lan-
chones, todos pletóricos de reconocimientos, cariños y agradecimientos.
Buen viaje a un hombre sabio, sobrio, justo y hacedor. Me despido,
por lo pronto, con palabras tomadas del poeta uruguayo Mario Be-
nedetti, quien ante la infame e infamante muerte de Soledad Barret
Viedma dijo: “Desde ahora la nostalgia será / un viento fiel que hará

38
Buscando al ingeniero

flamear tu muerte / para que así aparezcan ejemplares y nítidas / las


franjas de tu vida”.
Gracias, muchas gracias, don Joaquín, mi querido maestro.

PRODUCCIÓN ACADÉMICA
DEL INGENIERO JOAQUÍN GARCÍA-BÁRCENA

Estos títulos se obtuvieron a partir de los siguientes fondos: Biblio-


teca José Luis Lorenzo Bautista, Subdirección de Laboratorios y
Apoyos Académicos (inah: BjllB); Biblioteca Juan Comas, Instituto
de Investigaciones Antropológicas (unaM: Bjc); Biblioteca Arqueó-
logo Ángel García Cook, Dirección de Salvamento Arqueológico
(Baagc); Biblioteca del Museo Nacional de Antropología, Eusebio
Dávalos Hurtado (Bna), y Revista Arqueología Mexicana (aM):

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la arqueología mexicana en honor al Dr. Ignacio Bernal, México, iia-
unaM, Bjc.
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Marcha, México, Chiapas, Secretaría de Educación y Cultura del
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mento en su exactitud a través de la determinación directa de la
temperatura efectiva de hidratación”, Notas Antropológicas, Méxi-
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Con Carlos Chambon Álvarez, Informe sobre los resultados de la expe-
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Chiapas
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Como aval de Rosalba Nieto Calleja, Humberto Schiavon Signoret
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Como aval de Rosalba Nieto Calleja y Humberto Schiavon Signoret,
Informe de la cuarta temporada de campo del Proyecto Arqueológico
Palenque, septiembre de 1989 (atcna 6-11).

46
Buscando al ingeniero

Como aval de Rosalba Nieto Calleja y Humberto Schiavon Signoret,


Informe de la quinta temporada de campo del Proyecto Palenque, 1989
(atcna 6-12).
Como aval de Rosalba Nieto Calleja y Humberto Schiavon Signoret,
Informe de la sexta temporada de campo del Proyecto Arqueológico Pa-
lenque, noviembre de 1989 (atcna 6-13).
El Precerámico de Aguacatenango, Chis. (atcna 6-34).
Con Diana Santamaría, Ticul Álvarez, Manuel Reyes y Fernando
Sánchez, Informe excavaciones en el Abrigo de Santa Marta, Chis.,
1974 (atcna 6-80).
Con Diana Santamaría, Proyecto Altos de Chiapas. Sección Teopisca-
Aguacatenango. Informe 1984. Proyecto 1985. 1982. Informe Pro-
yecto Altos de Chiapas. Valle de San Cristóbal. Sexta temporada de
campo noviembre-diciembre 1981 (atcna 6-84).
Con Diana Santamaría y Óscar J. Polaco Ramos, Informe sobre los res-
tos de mega-fauna del municipio de Villa Corzo, Chis. (atcna 6-85).
Con María Rosa Avilez, Marcela Frangipane, Leticia González, Linda
Manzanilla y Felipe Bate, Informe de la Primera Temporada de Ex-
cavaciones en el Abrigo de Santa Marta, Ocozocoautla, Chis., agosto
1974 (atcna 6-114).
Informe. Proyecto Altos Chiapas, Sección Teopisca-Aguacatenango. In-
forme 1981 (atcna 6-130).
Proyecto Altos de Chiapas. Sección Teopisca-Aguacatenango. Informe
1981 (atcna 6-131).
Informe de trabajo. Investigación en la zona arqueológica de Aguacate-
nango, Chis., 1977 (atcna 6-145).
Con la arqueóloga Diana Santamaría, Informe. Puntas de proyectil,
cuchillos y otras herramientas sencillas de Los Grifos, Chiapas (atcna
6-156).
Con la arqueóloga Diana Santamaría, Informe sobre los restos de mega-
fauna de Francisco R. Serrano, Municipio de Ixtapa, Chis., 8 de abril
de 1982 (atcna 6-157).
Con la arqueóloga Diana Santamaría y el biólogo Óscar Polaco Ra-
mos, Informe sobre los restos de megafauna del municipio de Villa Cor-
zo, Chis. (atcna 6-157).

47
luis alBerto lóPez Wario

Con la arqueóloga Diana Santamaría, Informe. Raederas y raspadores


de Los Grifos en Ocozocoautla, Chis. (atcna 6-158).
Con los arqueólogos Diana Santamaría y Gonzalo López Cervantes,
Informe. Proyecto: Cuevas Secas, sitio sa1, agosto 1976 (atcna
6-222).
Distrito Federal
Lítica del rescate del Banco de Comercio, inah (1979), Bagc.
Guerrero:
Informe: Técnica de investigación arqueológica 1, prácticas de campo en
Teopantecuanitlán 1984 (atcna 11-40).
Hidalgo
Informe: Estudio técnico del códice en estilo maya de la Malinche, Tula,
Hgo. (atcna 12-58).
Estado de México
Tesis de Regina de los Ángeles Montaño Perches, El origen de la ciu-
dad en el Altiplano Central Mexicano, El caso de Teotihuacán, recons-
trucción procesal, 1996 (atcna 14-242).
Restos de Equus Sp. de la Colonia Los Cuartos, Mpio. de Naucalpan de
Juárez, Edo. de México, 1979 (atcna 14-66).
Varios
Técnicas de fechamiento que se fundamentan en reacciones de isótopos
radiactivos, 1980 (atcna 33-60).
Con Linda Manzanilla, Leopoldo Valiñas C., Claudio Lomnitz A. y
Lourdes Arizpe, Prehistoria, sedentarización y domesticación de plan-
tas, breviario antropológico de México, sugerimientos de los centros
urbanos en Mesoamérica. Las lenguas indígenas mexicanas: entre la
comunidad y la nación, antropología de la nacionalidad mexicana. Una
sociedad en movimiento (atcna 33-69).
Con Carlos Chambon Álvarez, Report, On the scientific results of ocea-
nographic investigations provided in the expedition “Mexico-93” in Gol-
fo de Mexico (Expedición Rusa), 1993 (atcna 33-137).
Con Carlos Chambon Álvarez, Report, On the expedition “Mexico-93”
to Golfo de Mexico, January 20- April 20 of 1993 (Expedición Rusa),
1993 (atcna 33-138).

48
los sitios PreceráMicos de chiaPas:
1974-1984

Diana Santamaría Estévez*

Antes que nada quiero expresar mis disculpas, pues escribí este artícu-
lo casi de memoria, y la memoria muchas veces falla, sobre todo cuan-
do se habla a 30 años de distancia. Es posible, por lo mismo, que este
texto contenga omisiones o errores tanto mínimos como descomu-
nales.
La memoria tampoco me ha ayudado en el caso de los sitios de
Aguacatenango y Teopisca, donde casi no participé en los trabajos
y que conozco, por así decirlo, de segunda mano. El trato superficial
que les doy no corresponde a su importancia, es el reflejo del poco
conocimiento físico que tuve de ellos.
En noviembre de 1974, el Departamento de Prehistoria del inah
envió a una “bola de desconocidos”, como diría después Richard S.
MacNeish, a excavar la cueva de Santa Marta, en Ocozocoautla,
Chiapas. Joaquín García-Bárcena era uno de estos “desconocidos” y el
director de la excavación. Al igual que los demás, Joaquín nunca había
estado en Chiapas, no conocía mayormente a los demás participantes
en esa primera temporada, y dudo que supiera que estaba iniciando
una nueva etapa de la investigación precerámica en Chiapas.
Las cuatro temporadas de campo en Santa Marta se desarrolla-
ron de 1974 a 1976. Para la segunda temporada ya era evidente que
la “roca madre” a la que llegó MacNeish en 1959, era más bien un
enorme bloque de caliza desprendido del techo del abrigo. Debajo de

* Arqueóloga.

49
diana santaMaría estévez

Figura 1. García-Bárcena en trabajo del Proyecto Fogótico, Chiapas, 1981.


Foto: Archivo López Wario.

esta roca se encontraron estratos con evidencias más antiguas, que


extienden la secuencia de ocupación del sitio hasta 9 300 años a. P.
En 1976 se publicó un informe sobre las dos temporadas de excava-
ción efectuadas en 1974 (García-Bárcena et al., 1976) en el que se descri-
ben la lítica y cerámica encontradas, las herramientas de hueso, concha
y madera, y los restos de fauna, así como la geomorfología de la región.
A principios de la década de 1980 salió la publicación final sobre la es-
tratigrafía, la cronología y la cerámica de Santa Marta (García-Bárcena
y Santamaría, 1982); sin embargo, está pendiente la publicación del
análisis de la lítica que se obtuvo en las temporadas de 1975 y 1976, en
particular los conjuntos líticos de las ocupaciones más tempranas.
Fuera de un número reducido de piezas de obsidiana, cuarzo y otras
rocas, casi toda la lítica encontrada en Santa Marta es de pedernal.
No obstante, en las ocupaciones más tempranas de la cueva aparecen
herramientas de arenisca que se caracterizan por ser planas y de gran

50
los sitios PreceráMicos de chiaPas: 1974-1984

tamaño. Estos conjuntos líticos de arenisca no se parecen a los de las


ocupaciones precerámicas posteriores de la cueva y son muy diferen-
tes a los de otras regiones de Mesoamérica. Su estudio contribuiría,
a más de 30 años de su descubrimiento, al conocimiento de un tipo
hasta ahora completamente diferente de herramientas líticas.
En un recorrido casual del área vecina a Santa Marta se localizó,
a unos 300 m de distancia, el abrigo de Los Grifos. Los Grifos tienen
una superficie que corresponde a la décima parte de Santa Marta, y
depósitos con apenas 1.50 m de profundidad comparados con los 9 m
de Santa Marta. Sin embargo, así como en Santa Marta se debía sacar
mucha tierra para encontrar una lasca, la cantidad de lítica en Los
Grifos era abrumadora: pisos de ocupación con hasta 100 o más he-
rramientas por metro cuadrado y cuatro o cinco veces más de desecho
de talla. En vista de esto, Joaquín instituyó un nuevo sistema de ex-
cavación y registro que se utilizó en las dos últimas temporadas de
excavación en Los Grifos y en todas las excavaciones posteriores rea-
lizadas por el Departamento de Prehistoria en Chiapas.
Hasta entonces, la excavación de los sitios precerámicos en Mé-
xico se efectuaba asignando a cada uno de los arqueólogos uno o más
cuadros de un metro cuadrado, que cada quien excavaba por sí solo
llevando el registro, también individual, de materiales y capas, en
unos cuadernillos cuadriculados diseñados para registrar cada cuadro
por separado. Al final de la temporada, el encargado del proyecto se
enfrentaba a la tarea de compaginar la información distribuida en un
sinnúmero de estos cuadernillos para obtener una visión integral de
cada capa excavada. A menudo este sistema de trabajo también daba
lugar a que los contactos registrados por un arqueólogo no coincidie-
ran con los de otro, ya sea porque uno no encontró el contacto que el
otro sí ubicó o por errores de medición.
A partir de la segunda temporada de excavación en Los Grifos ya
no se asignaron cuadros específicos a cada arqueólogo. A medida que
uno terminaba de excavar un cuadrante se ponía a excavar el siguien-
te cuadrante más idóneo por su cercanía al contacto o piso que todos
los demás arqueólogos estaban excavando. Mediante este esquema,
cada estrato se sacaba por entero antes de proceder al registro del piso

51
diana santaMaría estévez

o contacto subyacente. También se modificó el registro de los pisos y


de los materiales que se hallaban sobre ellos. Antes, cada arqueólogo
usaba un nivel de hilo y metros plegables de madera o enrollables de
aluminio para medir las tres dimensiones que determinaban la ubica-
ción de los objetos y la profundidad de la superficie excavada, ano-
tándolas en el cuadernillo. Ahora, había un único cuaderno más
grande de hojas cuadriculadas en el que, para cada capa, se marcaba
un diagrama del área de excavación en una escala de 1:10. Sobre este
diagrama se dibujaban las piedras, raíces, madrigueras y demás cir-
cunstancias que afectaban el contacto; además, se trazaba el límite de
extensión de la capa cuando ésta no llegaba a cubrir toda el área de ex-
cavación. La ubicación de los artefactos sobre el contacto se marcaba
en el diagrama mediante puntos, asignando a cada punto un número
consecutivo. Tampoco era necesario medir las tres dimensiones de
ubicación de los objetos: un marco de aluminio de 1 m2 con una cua-
drícula de hilos cada 10 cm permitía trazar rápidamente su ubicación
en el plano horizontal. A decir verdad estos marcos ya existían, pero
eran de madera con hilos de alambre, pesados, y rara vez podían co-
locarse en cuadros con muchas piedras. En el plano vertical, cuando
se topografiaba el contacto, también se hacía con uno o más puntos
que determinasen la profundidad de raíces, rocas, etc., mientras que
la de los artefactos estaba dada por la topografía de los contactos y no
requería medirse.
Estos cambios permitieron eliminar los hilos de la cuadrícula que
tanto molestaban para moverse dentro del área de excavación. Los
cuadros estaban marcados por una sola pija que se introducía en los
estratos en el punto central del cuadro. Los niveles de hilo y su es-
curridiza burbuja, los metros de madera que nunca quedaban dere-
chos, los de aluminio que se pandeaban, los puntos de nivel que se
movieron porque alguien tropezó, todo esto quedó superado.
En la misma hoja del cuaderno se hacían dos diagramas adiciona-
les más chicos: uno a escala 1:25, en el que se anotaban las medidas
del contacto o piso topografiadas cada 50 cm con teodolito y estadal;
y otro a escala 1:50, en el que se marcaban los límites de extensión
de la capa, achurando la zona que cubrió la capa dentro del área de

52
los sitios PreceráMicos de chiaPas: 1974-1984

excavación. Por más sencillos que parezcan, estos cambios aceleraban


el registro de materiales y contactos de manera notable. Dos personas
bastaban para medir la profundidad de las capas. Tres personas logra-
ban registrar los artefactos rápidamente: la primera los ubicaba en el
diagrama 1:10, asignaba a cada uno un número y describía el artefacto
y material del que estaba hecho en una lista sobre la hoja adyacente.
La segunda hacía las etiquetas, y la tercera colocaba cada artefacto en
una bolsa junto con su etiqueta.
El diagrama 1:50 se utilizaba para determinar el contacto sobre el
cual se hallaron los artefactos. Esto fue muy importante en Los Grifos,
donde las capas más antiguas se erosionaron parcialmente y quedaron
expuestas mientras las depresiones formadas en ellas por la erosión se
rellenaban con materiales más recientes. El diagrama 1:25 permitía
obtener con rapidez la topografía de los estratos, sin tener que bus-
carla entre los demás números y anotaciones que pudiese contener el
diagrama 1:10. Por la noche, a partir de esta topografía se dibujaban
los cortes de excavación, normalmente uno por cada pared del área
excavada, añadiendo uno o más al interior de ella de forma que todos
los estratos excavados fueran representados en por lo menos un corte.
Cada noche, los cortes permitían verificar que no existiesen errores
en la topografía de los contactos de ese día y hacían innecesario dibu-
jar los perfiles al término de la excavación.
La hoja con los diagramas también incluía una descripción de la
capa, que se hacía al momento de excavarla. Esto también fue muy
necesario en Los Grifos, donde en un solo día se podían excavar has-
ta 12 o 15 estratos distintos. En consecuencia, el diario de campo se
abrevió para contener un resumen muy corto de la excavación ese día
y alguna otra circunstancia digna de mención que no formara parte
de los datos ya anotados en el cuaderno.
A mediados de la tercera temporada se hizo evidente la necesidad
de un diagrama de flujo que mostrara el orden de deposición de to-
dos los estratos excavados. Este diagrama se actualizaba cada noche
a partir de los datos del cuaderno y de los cortes de excavación. En
realidad era la secuencia estratigráfica del sitio para esa temporada y
mostraba la cronología relativa de los estratos.

53
diana santaMaría estévez

Este nuevo sistema de trabajo se perfeccionó en el transcurso de


las dos últimas temporadas de Los Grifos. Joaquín lo inició todo con
el nuevo cuaderno marcado con el diagrama 1:10 y el marco teóri-
co de aluminio, lo demás se fue implementando a medida que las
circunstancias lo exigían. Ningún cambio por sí solo fue muy tras-
cendental ni se descubrió el hilo negro, pero el conjunto de las mo-
dificaciones simplificaron en gran medida el trabajo. Es posible que
ahora, después de 30 años de impartirse en los cursos de métodos y
técnicas de excavación de la enah, este sistema no parezca revolucio-
nario; sin embargo, en ese tiempo fue una maquinita de excavación y
registro tan eficiente que reducía el tiempo de excavación, facilitaba
la determinación de los contactos, simplificaba la interpretación de
los hallazgos tanto en el campo como en el laboratorio, proporcio-
naba datos más precisos y permitía identificar a tiempo los errores de
excavación para corregirlos. Años después fue evidente que con este
sistema los alumnos también aprendían a identificar más rápidamente
los contactos y les era más fácil comprender el trabajo efectuado.
Mediante este sistema de trabajo se excavó en Los Grifos la discor-
dancia erosional que separa las ocupaciones más recientes con cerá-
mica, comprendidas entre el año 3 000 a. P. y el Posclásico, de las
ocupaciones precerámicas, fechadas entre los años 9 700 y 8 800 a. P.
En los estratos precerámicos se encontraron puntas de proyectil que
pertenecen a dos tradiciones muy diferentes: la Clovis (García-Bárce-
na, 1979) y la Paiján/cola de pescado (Santamaría, 1981); la primera
originaria de América del Norte y la segunda de América del Sur.
De Los Grifos se han publicado todas las herramientas sencillas,
llamadas así porque cada una tiene un solo borde de trabajo (Santama-
ría y García-Bárcena, 1984a, 1984b, 1989). No obstante, la mayoría
de las herramientas encontradas son múltiples, es decir, tienen dos,
tres y hasta siete bordes de trabajo distintos. Son el equivalente lítico
de las navajas suizas actuales y no han sido analizadas. Su estudio
ofrecería una visión más completa de los conjuntos líticos tempranos
de Chiapas, así como la posibilidad de compararlos con la lítica de la
gruta de Loltún, en Yucatán, morfológicamente muy similar a la de
Los Grifos. En Los Grifos también se encontraron algunas herramien-

54
los sitios PreceráMicos de chiaPas: 1974-1984

tas de arenisca, similares a las de Santa Marta, que tampoco han sido
estudiadas.
A partir de 1978, la atención del Departamento de Prehistoria en
Chiapas se centró en la región de los Altos. El proyecto se dividió en dos
secciones: una en el valle de San Cristóbal y otra en los valles vecinos
de Aguacatenango y Teopisca. Joaquín dirigió los recorridos de super-
ficie y las excavaciones en los dos últimos valles, y participó en casi
todas las temporadas de excavación en los sitios de San Cristóbal. En
el trabajo de campo en los Altos de Chiapas participaron alumnos de la
enah que hicieron sus prácticas de excavación aplicando ya el nuevo
sistema de excavación y registro desarrollado en Los Grifos.
Los sitios de Aguacatenango y Corral de Piedra se localizaron en
recorridos que se hicieron durante los fines de semana mientras se
estaba excavando Los Grifos. En Aguacatenango se encontraron si-
tios acerámicos y precerámicos en las terrazas lacustres del valle, que
fueron objeto de excavación (Aguacatenango II) en 1978 y recolec-
ción (Aguacatenango I) en 1979. De este último, se publicó una tesis
de licenciatura acerca de talleres líticos expuestos en superficies de
erosión (Guevara Sánchez, 1981) y fechados por cronología relativa
entre los años 6500 y 2250 a. P. La publicación sobre Aguacatenan-
go II (García-Bárcena, 1982) describe, además de talleres de fecha
y características similares a los de Aguacatenango I, campamentos
más antiguos, con hogares ubicados a orillas del antiguo lago. Estos
últimos subyacen a depósitos lacustres con restos de mamut y caballo,
por lo que se les considera anteriores a 10 000 años a. P. La lítica es
de pedernal, toba silicificada y jaspe, “poco elaborada”, respecto a la
cual Joaquín dice que las herramientas son pequeñas y con un míni-
mo de modificaciones. Los conjuntos líticos más recientes son menos
toscos que los más antiguos, aunque mantienen la misma morfología
y características generales. Aguacatenango II es el único sitio de ocu-
pación humana en Chiapas que contiene restos de mamut y caballo, y
también es el único en que la megafauna es más reciente que algunas
de las herramientas líticas encontradas.
De forma paralela a los trabajos realizados en Aguacatenango en
1978 y 1979, pero en el valle de San Cristóbal, se excavó la cueva de

55
diana santaMaría estévez

Corral de Piedra, un sitio pequeño de estratigrafía poco profunda y


con estratos cerámicos inmediatamente anteriores y posteriores a la
Conquista. Los niveles prehispánicos contienen cerámica y lítica de
pedernal, así como obsidiana del centro de México y de Guatemala.
Una capa con mucho carbón, depositada dos o tres años después de la
Conquista, separa estos niveles de los estratos coloniales que contie-
nen zanahoria, conejo europeo, y la misma cerámica y lítica de peder-
nal. La obsidiana del centro de México ya no se presenta, pero la de
Guatemala sigue apareciendo. Los materiales de Corral de Piedra no
han sido estudiados; sin embargo, su análisis aportaría información va-
liosa acerca de los intercambios comerciales entre los Altos de Chia-
pas y Guatemala y el centro de México justo antes y después de la
Conquista, así como acerca del uso continuado de la obsidiana y la ce-
rámica no vidriada a principios de la época colonial.
Una vez concluidos los estudios en Aguacatenango, Joaquín tra-
bajó de 1980 a 1982 en el valle de Teopisca, primero haciendo reco-
nocimientos de superficie, en los que se localizaron alrededor de 15
sitios acerámicos en dos terrazas lacustres de la parte sur del valle; des-
pués, excavando algunos de ellos. Estos sitios quedaron expuestos en
superficies de erosión de las terrazas; se trata de campamentos tempo-
rales con hogares fechados entre 4300 y 800 años a. P., aunque algu-
nos son más tempranos, ya que en uno de ellos se encontró una punta
Clovis similar a la de Los Grifos. Contienen lítica muy abundante
de pedernal y jaspe, morfológicamente similar a los conjuntos de los
estratos más recientes de Aguacatenango II, pero las herramientas
no son tan formalizadas. Estos materiales no han sido analizados. Su
estudio complementaría el de los conjuntos líticos de Aguacatenango
y podría aportar fechas más precisas para los sitios de Teopisca.
Las temporadas de trabajo en Teopisca coincidieron parcialmente
con las excavaciones realizadas en las terrazas del río Fogótico entre
1979 y 1983 en el valle de San Cristóbal. Joaquín y sus alumnos parti-
ciparon en la mayoría de las temporadas de campo del Fogótico, un si-
tio abierto de terrazas de río con estratos fechados entre 8 600 y 6 400
años a. P., así como de fecha posterior desconocida. Se encontraron
herramientas y desecho de talla de pedernal y de jaspe. Parte del ma-

56
los sitios PreceráMicos de chiaPas: 1974-1984

Figura 2.
García-Bárcena
en trabajos
del Proyecto
Fogótico, Chiapas,
1981. Foto:
Archivo López
Wario.

terial está rodado y es de fabricación anterior a la deposición de los


estratos en que se encuentra. El resto no tiene señales de acarreo y es
de suponer que se depositó al mismo tiempo que los estratos en que
fue hallado. La lítica es un poco más elaborada que la de Aguacate-
nango y Teopisca, pero tiene cierta semejanza general con la de estos
valles. Los materiales del Fogótico no han sido analizados, su estudio
permitiría hacer una comparación y establecer si las diferencias con
los conjuntos líticos de Aguacatenango y Teopisca se deben a factores
cronológicos, culturales o de otro tipo.

57
diana santaMaría estévez

Además de las temporadas de campo relacionadas con el Proyec-


to de los Altos, Joaquín también debió atender, durante los fines de
semana, tres denuncias que surgieron en el estado de Chiapas. La pri-
mera, en 1980, fue el saqueo de un centro ceremonial en la Selva del
Ocote, cercano a Santa Marta (García-Bárcena y Santamaría, 1986).
Las otras dos, en diferentes momentos de 1982, fueron los hallazgos
de restos de mastodonte en Francisco R. Serrano, cerca de Ixtapa, y de
megaterio en Villa Corzo, en la Depresión Central (Santamaría et al.,
1983).
Durante la última temporada del proyecto en los Altos de Chiapas,
en 1984, se excavó la cueva de El Manantial, ubicada en las laderas
del valle de Teopisca. Los depósitos están protegidos por una enorme
roca de piedra caliza, desprendida de los cerros que circundan al valle.
Este refugio atrajo a los antiguos pobladores y resguardó muy bien los
artefactos que dejaron, ya que la cerámica está bien conservada, sin la
erosión que en otros sitios generan los suelos de arcilla típicos de los
Altos. Todos los estratos excavados fueron cerámicos, pero es eviden-
te que existen más niveles sin excavar. Los materiales de la cueva de
El Manantial son escasos y no están publicados, por lo que valdría la
pena continuar la excavación de los niveles inferiores, que podrían
contener, además de restos precerámicos, evidencias perecederas de
ocupación humana bien conservadas.
La cueva de El Manantial fue el último sitio que excavó Joaquín,
pues a partir de 1985 se dedicó de lleno a los diversos cargos adminis-
trativos que ocupó en el inah. En cuanto a los sitios de Chiapas,
pues… así como MacNeish nos llamó una “bola de desconocidos”
a los arqueólogos, hasta 2008 los sitios precerámicos de Chiapas
seguían siendo una “bola de desconocidos”. Estos sitios representan
etapas tempranas de la ocupación humana en Mesoamérica, contie-
nen evidencias valiosas y en algunos casos únicas, sus secuencias es-
tratigráficas por lo general están bien fechadas y muchos tienen dos o
más publicaciones. Sin embargo, han sido cuidadosamente borrados
del mapa y no están representados en el único repositorio de la eta-
pa precerámica de Mesoamérica, la Sala de los Orígenes del Museo
Nacional, a la que por cierto se le debería cambiar el nombre para

58
los sitios PreceráMicos de chiaPas: 1974-1984

reflejar los casi 20 000 años de omisión histórica que su nombre actual
representa. A los alumnos interesados en la etapa precerámica (¿toda-
vía los hay o seguimos en la época de los megaproyectos absurdos?),
los invito a estudiar los materiales de estos sitios. A quienes digan
que no vale la pena estudiar un sitio excavado por otros, les digo que
lo mismo podría haber dicho Joaquín cuando fue por primera vez a
Santa Marta en 1974, y miren: 10 años, siete sitios… todo un prece-
rámico.

agradeciMientos
Muchísimas gracias al señor José Luis Ramírez del Archivo Técnico del
inah, quien ayudó a recobrar un poco la memoria de estos años; al ar-
queólogo Luis Alberto López Wario de Salvamento Arqueológico, por
su lectura crítica y sus sugerencias que mejoraron mucho el texto; así
como al biólogo Óscar Polaco de Servicios Académicos, por su apoyo
de siempre y su ayuda con la lectura de esta narrativa. Son míos los
errores y las omisiones; la mayoría se refieren a la falta de citas de los co-
legas cuyos estudios zoológicos, botánicos y geológicos complementan
el conocimiento de los sitios excavados por los arqueólogos.

REFERENCIAS CITADAS

garcía-Bárcena, Joaquín, 1979, Una punta acanalada de la cueva de


Los Grifos, Ocozocoautla, Chiapas, Cuadernos de Trabajo del De-
partamento de Prehistoria, 17, México, inah.
, 1982, El precerámico de Aguacatenango, Chiapas, México, Co-
lección Científica, 110, México, inah.
y Diana Santamaría, 1982, La cueva de Santa Marta, Oco-
zocoautla, Chiapas. Estratigrafía, cronología y cerámica, Colección
Científica, 111, México, inah.
, 1986, “El Cafetal, Ocozocoautla, Chiapas”, en Joaquín Gar-
cía-Bárcena, Roberto García Moll, Daniel Juárez Cossío, Diana
Santamaría y Ricardo Velázquez Valadez (eds.), Tres sitios arqueoló-
gicos en Chiapas: El Palma, Agua Escondida y El Cafetal, Cuadernos

59
diana santaMaría estévez

Figura 3.
García-Bárcena
en trabajos
del Proyecto
Fogótico, Chiapas,
1981. Foto:
Archivo López
Wario.

de Trabajo del Departamento de Monumentos Prehispánicos, 2,


México, inah, pp. 41-57.
, Diana Santamaría, Ticul Álvarez, Manuel Reyes y Fernando
Sánchez Martínez, 1976, Excavaciones en el abrigo de Santa Marta,
Chis. (1974), Informes del Departamento de Prehistoria, 1, Méxi-
co, inah.
guevara sánchez, Arturo, 1981, Los talleres líticos de Aguacatenan-
go, Chis., Colección Científica, 95, inah.
santaMaría, Diana, 1981, “Preceramic Occupations at Los Grifos
Rock Shelter, Ocozocoautla, Chiapas, México”, Actas del X Con-

60
los sitios PreceráMicos de chiaPas: 1974-1984

greso de la Unión Internacional de Ciencias Prehistóricas y Protohistó-


ricas (18-24 de octubre 1981), Miscelánea, México, pp. 63-83.
y Joaquín García-Bárcena, 1984a, Raederas y raspadores de
Los Grifos, Cuadernos de Trabajo del Departamento de Prehistoria,
28, México, inah.
, 1984b, Raspadores verticales de la Cueva de Los Grifos, Cua-
dernos de Trabajo del Departamento de Prehistoria, 22, México,
inah.
, 1989, Cuchillos, perforadores, puntas de proyectil y otras herra-
mientas sencillas de Los Grifos, Cuadernos de Trabajo del Departa-
mento de Prehistoria, 40, México, inah.
, Óscar J. Polaco y Joaquín García-Bárcena, 1983, “Informe
de los restos de megafauna del municipio de Villa Corzo, Chiapas”,
En Marcha 1(2-3), Tuxtla Gutiérrez, pp. 4-9.

61
la cadena oPerativa
y la industria lítica arqueológica

Lorena Mirambell*

INTRODUCCIÓN

Desde el siglo xix la industria lítica ha sustentado las investigaciones


prehistóricas y arqueológicas, y desde aquel entonces se han efectua-
do estudios sistemáticos y comparativos: clasificaciones de los restos
de cultura humana manufacturados empleando material lítico como
materia prima, los que dan testimonio de las actividades realizadas.
Así, el primer desarrollo de la Prehistoria y de la arqueología estuvo
fundamentado en el estudio de los vestigios de estos materiales.
El material lítico es una de las mayores fuentes de conocimien-
to por su conservación y continuo uso, y por las huellas dejadas en
los artefactos. Es parte de un proceso productivo en relación con las
estrategias económicas y con las tradiciones tecnológicas en las que
están inmersos.
Desde el siglo xix y prácticamente la primera mitad del siglo xx
entre los distintos tipos de análisis realizados a estos materiales estuvo
básicamente el tipológico: la inclusión de los artefactos líticos en una
lista tipológica, ya que se asume que es el mejor medio para establecer
comparaciones entre distintos conjuntos industriales y, de este modo,
encuadrar el apartado lítico en uno más general; aunque a fines del
xix se realizaron algunos trabajos experimentales de talla, como los
de Sir John Evans (1872). Pero es a partir de la segunda mitad del

* Subdirección de Laboratorios y Apoyo Académico, inah.

63
lorena MiraMBell

siglo xx cuando surge otro enfoque, el tecnológico, que ha buscado


el cómo se trabajó y las implicaciones culturales deducibles de una
actividad como la talla de material lítico (Mora et al., 1992).
La preocupación fundamental de las iniciativas pioneras fue ob-
tener una secuencia cultural evolutiva única y los artefactos líticos
la evidenciaban, y su descripción y ordenamiento fueron el principal
objetivo del prehistoriador y el arqueólogo.

las cadenas oPerativas líticas


Fue hacia 1950 cuando empezó a observarse en Europa el desarro-
llo de un nuevo enfoque, el tecnológico, concretamente en Francia
y posteriormente en los Estados Unidos de Norteamérica, como la
aproximación cultural y tecnológica de François Bordes y de Don
Crabtree, y la corriente paleoetnológica de André Leroi-Gourhan,
cuyos trabajos etnológicos influyeron en su preocupación por la tec-
nología en la Prehistoria.
Fue François Bordes el creador del método tipológico-estadístico,
el que en su momento fue la culminación lógica de las corrientes an-
teriores. Esta aproximación introdujo la necesidad de trabajar a través
de grupos interdisciplinarios y de crear marcos cronoestratigráficos
previos a las secuencias industriales. La base del método Bordes resi-
día en la clasificación tipológica de las industrias a través de criterios
morfológicos, funcionales y tecnológicos interpretándose a través de
sus índices de aparición (De la Peña, 2007).
Pero, sin lugar a duda, fue André Leroi-Gourhan quien introdujo
un innovador cambio en los estudios de la Prehistoria a través de sus
clases en el College de France entre 1952 y 1954 y con su obra Le geste
et la parole (1964), al introducir un concepto proveniente de la et-
nología: la denominada “cadena operativa”, que viene a ser el orden
en el que se ha realizado un proyecto técnico desde su estado inicial,
desde la obtención de la materia prima, hasta el producto acabado,
su uso y desecho.
La definición de técnica en la obra citada (1964) aporta claramente
el concepto cadena operativa: “la técnica es a la vez acción y artefac-
to, organizado en cadena por una verdadera sintaxis que da a las series

64
la cadena oPerativa y la industria lítica arqueológica

operativas a la vez su fijación y su flexibilidad”. El análisis tecnológico


por el método de “cadenas operativas” juega un papel importante en
la puesta en evidencia de comportamientos económicos al igual que
de la adquisición y distribución espacial de la materia prima en los
sistemas de producción de los materiales líticos (Geneste, 1992).
El concepto cadena operativa procede en origen de Marcel Mauss,
quien en su Manual de etnografía (1947) estima necesario estudiar los
diferentes momentos de fabricación de un objeto, desde el material
en bruto, hasta terminado. Años más tarde, Marcel Maget, alumno de
Mauss, en su “Guía de estudio directo de comportamientos culturales”
(1953), propone el concepto cadena de fabricación o de operación.
Estimó conveniente estudiar las actividades en diferentes niveles y
fraccionarlas en fases, en una acción elemental definida como un solo
acto continuo, es decir, en su acción normal salvo accidente o inte-
rrupción del proceso, según el tipo de materia prima empleado.
Por tanto, existe una relación entre el proceso tecnológico y la ma-
teria prima, la intencionalidad del artesano en la que se deben incluir
su tradición cultural y condicionamiento ambiental y la funcionali-
dad del artefacto manufacturado. Los artefactos en sentido amplio
finalizan las acciones de talla y están privilegiados por los estudios
tipológicos, pero dependen estrechamente de las materias primas y
de la tecnología.
La manufactura de artefactos comprende tanto instrumentos de
trabajo como la elaboración de objetos ornamentales y rituales, sien-
do los más estudiados los de trabajo aplicados a cortar, perforar, raspar,
raer, etc.; a las maneras, a las acciones de conocer de antemano los
pasos requeridos para la manufactura de un objeto lítico.
Por proceso tecnológico no sólo entendemos el proceso mecáni-
co de manufactura del artefacto, sino el conjunto de conocimientos
propios de cada trabajo. La reconstrucción de esa parte de la “cadena
operativa” se realiza con base en los distintos elementos de la técnica:
núcleo, desechos de talla, artefactos en proceso y terminados que se
encuentran en un sitio arqueológico, los que tienen distinta inciden-
cia según el tipo de material. Esto ha llevado a diferenciar un modelo
de “cadena operativa” para cada uno de los tipos de materia prima.

65
lorena MiraMBell

Para Leroi-Gourhan, quien consolida el concepto cadena operati-


va en la investigación prehistórica, el comportamiento operativo se
puede descomponer en tres fases:
1. Los actos automáticos directamente relacionados con la natu-
raleza biológica.
2. El comportamiento adquirido por la experiencia y la educación
inscrito en el comportamiento de acciones y el lenguaje.
3. El denominado comportamiento “lúdico”, en el que el lenguaje
podía intervenir de manera preponderante y a través del cual se crea-
ban nuevas soluciones operatorias.
El que interesa es el segundo, ya que hace referencia a las prácti-
cas elementales, a los programas vitales del individuo y a sus hábitos
corporales, entre otros.
Según Leroi-Gourhan, el concepto cadena operativa sirve para or-
denar cronológica y espacialmente los diferentes momentos de una
acción técnica, que a su vez puede subdividirse en secuencias, en fases
sucesivas, aun si la evidencia material falta. Esta idea es importan-
te porque aun las ausencias pueden tomarse como dato positivo por
considerar la totalidad de la actividad implícita en la elaboración y
utilización de los artefactos.
Es a partir de la década de 1980 cuando es habitual encontrar el
término cadena operativa en trabajos relacionados con el estudio de
los materiales líticos arqueológicos y explica una forma de trabajar y
entender los procesos que conforman desde la selección de la materia
prima hasta su transformación en artefactos, su uso, su distribución y
su desecho. A veces se utiliza como una moda más pero en otras es
explicativa de una forma de trabajar y entender todos los procesos
(Mora Torcal, 1992).
Lo esencial de la metodología de análisis de material lítico está
fundado en la tecnología que va desde la explotación de la materia
prima, pasando por su transformación en tiempo y espacio, hasta el
desecho, es decir, la producción y el consumo de las distintas formas
de artefactos hasta su final. El estudio tecnológico supone transformar
el material lítico en bruto en actividades y a partir de la evaluación de
éstas en comportamientos (Inizan et al., 1995).

66
la cadena oPerativa y la industria lítica arqueológica

La puesta en obra de un proceso de observación y análisis conduce


a conformar grupos de materiales comparables tendientes a unificar
las modalidades de aplicación tecnológica, en particular a investigar
sobre los criterios en que puede fundarse el descortezamiento en se-
cuencias y operaciones. Los objetos líticos son parte de un proceso
productivo que está en relación con las estrategias económicas de las
comunidades y sus tradiciones tecnológicas, sociales y culturales.
La reconstrucción del proceso de manufactura de un artefacto lí-
tico supone su minuciosa observación y análisis a fin de interpretar
cómo se organizaron las operaciones técnicas, con todas las impli-
caciones deducibles de ello (Karlin, 1992). Concretamente, se trata
de una sucesión de actos, de acciones que permiten un estudio en
secuencias arbitrarias, para la comprensión del proceso: adquisición,
transformación, utilización y desecho.
Cada una de estas secuencias puede ser analizada desde varios aspec-
tos, por ejemplo: la adquisición supone la selección de la materia pri-
ma, sus condiciones y características, y la manera en que se transporta
al lugar de habitación o taller. La transformación incluye los procesos
de talla, las técnicas de manufactura del artefacto, el método, la ges-
tión de los instrumentos obtenidos. La distinción entre técnica y mé-
todo la realizó Jacques Tixier: la técnica hace referencia a los métodos
físicos de ejecución en el proceso de talla: percusión directa, indirecta,
presión, etc., y el método, al desarrollo más o menos sistematizado o
razonado seguido en el proceso de talla para alcanzar un objetivo. La
utilización incluye cómo y para qué se usaron hasta el desecho.
El análisis de los materiales a través de la “cadena operativa” su-
pone encontrar el objetivo final que movió todas las acciones, las
secuencias, es decir, las intenciones. Cada análisis debe encontrar la
intención subyacente, todas están subordinadas y son predeterminan-
tes del objeto final. Hay que caracterizar y describir el conjunto de
material lítico y responder a la pregunta de cómo se realizó el proceso
técnico para abordar a continuación el porqué. No se trata de realizar
una descripción del conjunto de actos, sino de su comprensión.
Desde una perspectiva tecnológica, todos los objetos líticos son
producto de un proceso técnico, en el que las partes son interdepen-

67
lorena MiraMBell

dientes, por lo que es necesario descifrar cada uno de los elementos


para comprenderlos. Es importante determinar cuál fue la circulación
de materias primas, ya que ésta parece indisociable del aprovisiona-
miento; se trata de la distribución espacial de la producción sobre el
ámbito del consumo.
La zona de explotación o de abastecimiento de materia prima pue-
de estar próxima al sitio de ocupación (de 0 a 5 km), intermedia (de
5 a 20 km) o lejana (más de 20 km), y la adquisición de recursos
puede ser por recolección de guijarros, placas, fragmentos, desperdi-
cios naturales, o por actividades organizadas de explotación. La dis-
ponibilidad de materias primas está directamente relacionada con la
estructura geológica y litológica de una región.
Sobre la base de la materia prima, la constitución petrográfica de
un conjunto puede dividirse en subconjuntos, individualizados por el
tipo de material utilizado, y para ello hay que determinar las localida-
des proveedoras y relacionarlas unas con otras y situarlas cronológi-
camente. Esto es importante para establecer la sucesión temporal de
introducción de materias primas provenientes de distintas localida-
des. El aprovisionamiento no debe estar disociado de un acercamien-
to global de sistemas técnicos, como los de subsistencia y los rasgos
culturales de las sociedades que los generan; todo debe estar integrado
(Geneste, 1992).
El análisis de materia prima se inicia con la identificación del es-
tado de la superficie, continuando con la determinación del tipo, el
reconocimiento de los tipos de soporte realizados, el de las técnicas de
talla y, finalmente, la clasificación tecnológica del objeto en función
de su situación dentro de la “cadena operativa”.
El análisis tecnológico al registrar y agrupar las acciones realizadas
pone en evidencia dos elementos: los conocimientos y el saber hacer,
que pueden también ser objetos de análisis. Los conocimientos hacen
referencia a las representaciones mentales, a las formas de acción que
se pueden adquirir con la observación y transmisión oral, y el saber
hacer es la capacidad de ejecutar todos los conocimientos.
Así, el análisis tecnológico por el método de “cadenas operativas”
desempeña un papel importante al evidenciar los comportamientos

68
la cadena oPerativa y la industria lítica arqueológica

económicos, al igual que la adquisición y distribución espacial de las


materias primas en los sistemas de producción. Existe una relación
entre el proceso tecnológico: desde la materia prima, su naturaleza,
calidad, formas de presentación, disponibilidad y costo de explota-
ción, hasta la intencionalidad del artesano, que incluye su tradición
tecnológica y cultural, los condicionamientos y la funcionalidad del
artefacto manufacturado.
Otro instrumento metodológico en los estudios de tecnología lítica
es la talla experimental y debe ser una verdadera aproximación cien-
tífica para mejor comprender la industria lítica arqueológica. Entre
los objetivos tenemos que contribuye a conocer el registro en forma
más real, permite conocer las posibles contingencias presentadas por
las materias primas y facilita la comprensión de la lectura tecnológica.
En cuanto a la experimentación tecnológica, expertos como Fran-
çois Bordes, Jacques Tixier y Donald Crabtree, al igual que muchos de
sus alumnos y sucesores, han efectuado experimentos que han llevado
a modificar en parte la definición de las viejas secuencias cronocul-
turales clásicas. Uno de sus objetivos ha sido conocer los comporta-
mientos técnicos en el pasado a partir de fases tecnológicas. La talla
experimental como instrumento metodológico nos lleva a una ver-
dadera aproximación científica para comprender mejor la industria
lítica y algunos de los objetivos del desarrollo de esta metodología
contribuyen al registro en forma más realista (De la Peña, 2007).
Otra de las propuestas es el análisis tecnofuncional, que estudia los
aspectos técnicos de la transformación del material lítico para otor-
garle un aspecto funcional. Se puede saber si los artefactos que morfo-
lógicamente son diferentes se emplearon en actividades idénticas por
la semejanza de sus “unidades tecnofuncionales”. Así, una raedera o
un raspador pueden haber sido usados para raspar, raer y hasta para
cortar. Una propuesta más de los análisis tecnofuncionales pretende
buscar aspectos técnicos en la transformación del instrumental lítico
para darle un carácter funcional.
Otros estudios que están desarrollándose son los que se pueden de-
nominar de “tafonomía lítica”, ya que estos materiales representan un
papel importante en la comprensión de la formación de un yacimiento.

69
lorena MiraMBell

Sin duda, uno de los estudios más difíciles de interpretar dentro


de la tecnología lítica es el significado de su variabilidad. La perspec-
tiva tecnológica parte de que la industria lítica se inscribe en los co-
nocimientos tradicionales de un grupo, conocimientos transmitidos
generacionalmente, los que pueden dar los mejores indicios sobre las
culturas bajo estudio y de las influencias recibidas y en definitiva por
la tecnología empleada (Bordes y Sonneville-Bordes, 1970).
Entre los principales métodos que contribuyen a la comprensión
de la tecnología de una cultura determinada tenemos los “remonta-
jes” de piezas líticas, es decir, reunir los distintos fragmentos tallados a
partir de un núcleo en el orden en el que fueron extraídos. Hay tam-
bién “remontajes” que se pueden calificar como de segundo orden,
donde las piezas no encajan exactamente, pero por sus características
se pueden relacionar con un mismo bloque (Bordes, 2000).
En esta tarea también pueden ayudar los “esquemas diacríticos”
(Dauvois, 1976), que son esquemas gráficos que reconstruyen las ex-
tracciones efectuadas para la manufactura de un artefacto lítico. Sólo
dan cuenta de una pequeña parte de una “cadena operativa”, pero
ayudan a reconstruirla. Así, se han descrito variados aspectos, como
la topografía de una pieza, la presencia de estrías y rebabas en los
bordes y en los negativos, y otras más que permiten efectuar lecturas
analíticas (Baena y Cuartero, 2006).
A través de los estudios tecnológicos se reconstruyen los procesos
técnicos, pero no olvidemos que se emplearon variadas materias pri-
mas, campos aún muy poco explorados y que deben entrar dentro de
los estudios tecnológicos en general, y de las “cadenas operativas” en
especial.
Actualmente, el concepto cadena operativa se desarrolla principal-
mente en dos centros de investigación en Francia, uno encabezado por
B. Creswell y su unidad de trabajo “Técnicas y cultura”, y el otro por H.
Balfet y su grupo “Tecnología comparada: materiales y maneras”. Lo
que nos sugiere que actualmente la riqueza de un concepto como el de
cadena operativa permite una profunda exploración teórica.
Desde 1976, B. Creswell y su equipo publican las revista Técnicas y
cultura, donde definen toda actividad técnica como la transformación

70
la cadena oPerativa y la industria lítica arqueológica

de la materia prima en un producto. Por su parte, H. Balfet retoma


esta definición y precisa la transformación de la materia prima de un
estado A hacia un estado A + x, que es el producto y donde x cubre
una realidad rica y compleja, considerando que una operación téc-
nica elemental es la acción y el artefacto, pero también el actor, el
artesano que efectúa los procesos técnicos.
En el nivel de hechos se trata del conjunto de operaciones que un
grupo humano organiza y efectúa según los medios de que dispone,
especialmente el saber técnico que posee, en vista de un resultado: la
satisfacción de un deseo socialmente reconocido. La “cadena operati-
va” es, por tanto, el ordenamiento en la óptica de un proyecto técni-
co de fases en serie, del camino técnico seguido por un artesano sobre
un material o más, generalmente un objeto de trabajo del estado de
materia prima al objeto terminado y su función.
Balfet concluye que en un nivel empírico la “cadena operativa”
puede ser definida como un conjunto de operaciones agrupadas o no
en secuencias, que convergen en un objetivo (principio de unidad),
mientras que en un nivel estructural se define como una combinación
de factores técnicos según una fórmula de concretización y conver-
gencia, en un esquema técnico.
Estudiar la “cadena operativa” por los prehistoriadores y arqueó-
logos consiste en establecer cómo los humanos organizaban las ope-
raciones técnicas, es decir, las combinaciones en uno u otro orden,
determinadas según la naturaleza de las causalidades ejecutadas por el
juego de limitación de acciones (Karlin, 1992). Para un análisis de la
“cadena operativa” en prehistoria se ha elegido como base de trabajo
el proceso técnico presentado por Pierre Lemonnier (1983), que con-
siste en: “Tres órdenes de fenómenos que se ofrecen para el análisis
de objetos, que son los medios de acción sobre la materia y sin pre-
juzgar su dimensión u origen natural”. Estos procesos descompuestos
en “cadenas operativas” reagrupan secuencias de acciones, de cono-
cimientos, expresados o no por los artesanos. Desde esta perspectiva,
las técnicas presentan, a primera vista, tres niveles de interacción que
le confieren un carácter de sistema:
a) Entre los elementos que intervienen en una técnica dada.

71
lorena MiraMBell

b) Entre las diversas técnicas desarrolladas por una sociedad deter-


minada, donde el conjunto constituye su sistema propiamente dicho.
c) Entre este sistema técnico y los otros componentes de la orga-
nización social.
Todo artefacto lítico será analizado como parte activa de una “ca-
dena operativa” de fabricación y consumo, como el resultado de una
serie de acciones técnicas. Todos los artefactos, además de su estricta
morfología, presentan caracteres en relación con su lugar en la cade-
na operativa: lasca de preparación utilizada en bruto como producto
de lasqueo o secundariamente arreglada como soporte laminar de un
lasqueo relativamente estandarizado.
Estudiar los desechos de talla en bruto, sean grandes o pequeños, es
de importancia, pues atestiguan las diferentes secuencias de la “cade-
na operativa” a través de la cual han sido desprendidos; presentan un
modo de fabricación y, por ejemplo, tenemos las lascas corticales, que
corresponden a menudo al descortezamiento de bloques o a las prime-
ras fases de una puesta en forma y las pequeñas navajas para la manu-
factura de una navajilla de dorso que dan un desecho característico.
El lasqueo a nivel de reducción se presenta como la acción téc-
nica, como la acción más elemental, y los primeros lasqueos de la
“cadena operativa” son generalmente identificados sin confusión: son
las grandes etapas lógicas de la acción técnica. A continuación, tene-
mos el nivel considerado el más significativo: la operación, es decir,
la unidad más pequeña de acción sobre la materia prima, obtenida a
veces por una sola acción o por un encadenamiento de acciones. Las
operaciones pueden agruparse en secuencias.
La “cadena operativa” es lineal y conduce a la fabricación de un tipo
de producto: un núcleo de pedernal o de otra materia prima permite
al artesano producir tanto lascas como navajas y, en consecuencia,
artefactos diversos. La suma de secuencias y las secuencias mismas, las
operaciones como las acciones para transformar la materia prima en
un artefacto, pueden ser diferentes de una “cadena operativa” a otra.
Cada cadena tiene una longitud variable y la diferencia puede deber-
se a momentos realizados en otro lugar y no en el sitio en proceso de
excavación, a operaciones faltantes por no encontrarlas o porque no

72
la cadena oPerativa y la industria lítica arqueológica

fueron realizadas. Varias técnicas operativas se combinan como eta-


pas distintas de una actividad técnica.
Así, el término proceso técnico es una yuxtaposición de cadenas
operativas que responden a objetivos semejantes y pueden traducirse
en un esquema técnico modelo. Se ha propuesto el término “cami-
no técnico” para la suma articulada de “cadenas operativas”. Varias
“cadenas operativas” pueden converger en un objeto y diferentes ma-
teriales contribuir a la fabricación de un artefacto compuesto; pero
también puede ser a la inversa, pueden ser divergentes. Se pueden
distinguir “cadenas operativas” de base y cadenas de mantenimiento
o reavivación.
El arqueólogo deberá deducir con base en sus observaciones y en
las metodologías susceptibles el máximo de significación, el retoque
de un artefacto, observando hasta la esquirla más pequeña; todo debe
ser parte de un análisis tecnológico.
Finalmente, se considera de importancia describir los aspectos de
una cadena operativa. Toda lectura será estéril si no es seguida de una
descripción. Para ello se precisa un vocabulario en el que queden su-
primidas las ambigüedades; tratando de evitar confusiones, hay que
reducir los sinónimos, usar un solo término para cada acción.
De igual importancia son las representaciones gráficas. Una es-
critura tecnológica, los esquemas y los dibujos no deben ser simples
reproducciones, sino el texto que pueda reemplazar con símbolos una
terminología. Un buen dibujo representa ventajosamente las descrip-
ciones más fluidas.
Como escribió A. G. Haudricourt (1964): en un objeto es claro el
punto de vista humano de fabricación y de utilización, y si la tecno-
logía debe ser una ciencia, entonces es una ciencia de las actividades
humanas.

conclusiones
El estudio de la piedra tallada y pulida conlleva la memoria de una tec-
nología, el conjunto de técnicas que forman las industrias y los oficios.
Técnicas, industrias y oficios conforman el sistema técnico de una
sociedad. La producción de artefactos líticos implicó conseguir instru-

73
lorena MiraMBell

mentos de trabajo, ornamentales y rituales, y para ello se emplearon


todas las técnicas por ellos conocidas y manejadas (Mauss, 1947).
Poniendo en evidencia la lógica interna de una actividad, un arte-
facto presenta una “cadena operativa”, un encadenamiento de accio-
nes que constituyen un proceso técnico. La “cadena operativa” es, por
tanto, un ordenamiento en la óptica de un proyecto técnico de fases
en serie que se sigue para un material o un objeto, desde el estado de
materia prima hasta el producto terminado, usado y desechado (Karlin,
1992).
Como hemos visto, la “cadena operativa” está conformada por di-
versas técnicas y métodos, y resulta un magnífico instrumento meto-
dológico, a la vez complejo, que debe ser manejado en equipo, desde
un punto de vista multidisciplinario.

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la cadena oPerativa y la industria lítica arqueológica

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75
lorena MiraMBell

Fachada del edificio Mayorazgo de Guerrero (Moneda 16, Col. Centro,


México, D. F.). Sede actual de la Subdirección de Paleontología
y de la Subdirección de Laboratorios y Apoyo Académico, anteriormente
sede del Departamento de Prehistoria y de la enah, entre otras.
Foto: Archivo López Wario.

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la cadena oPerativa y la industria lítica arqueológica

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77
un Modelo de oBservación del ritual
Mortuorio entre los cazadores-
recolectores del desierto del norte
de México y la aPlicación
del concePto rito de Paso

Leticia González Arratia*

INTRODUCCIÓN

El contexto mortuorio mejor ejemplificado y también el mejor pre-


servado en el desierto proviene de espacios cubiertos, como cuevas,
abrigos y nichos. En un territorio donde habitaron en la época
prehispánica grupos de cazadores-recolectores hasta la llegada de los
españoles, la disposición de los cadáveres en las formaciones antes
mencionadas se realizó de una de las siguientes maneras: enterrán-
dolos, cubriéndolos con piedras o dejándolos sobre el suelo sin cubrir
pero cerrando con piedras la entrada al recinto.
En todos los casos conocidos, los cadáveres estaban flexionados
y envueltos en petate, piel, manto tejido, etc., o sea, ocultando el
cuerpo. Por el clima seco, se han preservado los artefactos elaborados
en materiales orgánicos que los acompañaban, como petates, collares,
canastos, sandalias, objetos de madera y otras piezas, además de los
artefactos de piedra cuando éstos fueron incluidos.

los entierros de infantes analizados


Al respecto, me interesa destacar tres entierros de infantes prove-
nientes de la región de Cuatro Ciénegas, Coahuila. Dos de ellos son
producto del saqueo y uno, de excavación arqueológica, cuyos resul-
tados nunca han sido publicados. Esta última la realizó en 1941 el

* Centro inah Coahuila.

79
leticia gonzález arratia

arqueólogo norteamericano Walter W. Taylor en un abrigo rocoso a


35 km al occidente del poblado de Cuatro Ciénegas, donde encontró
un bulto mortuorio (en adelante bulto 1). Sin embargo, debido a la
abundante cantidad de material tallado de piedra y otros artefactos
de material orgánico excavado que no parecía asociado con el bulto,
Taylor consideró que se trataba de una cueva habitacional con la in-
trusión de un entierro (Taylor, 1966, 1988).
Los otros dos bultos mortuorios fueron saqueados. Uno de ellos,
actualmente se encuentra en exhibición en la Casa de la Cultura de
Cuatro Ciénegas, Coahuila, y se le conoce como “El Jorita” (al que
me referiré más adelante como bulto 2). Saqueadores locales lo extra-
jeron de un abrigo en la pared del cañón que a lo largo de los milenios
excavó un arroyo que baja de la ladera sur de la Sierra de la Madera
en el municipio de Cuatro Ciénegas, aproximadamente a 42 km al
occidente de la cabecera municipal.
Por contar con suficientes datos como para identificar el sitio del
que fue extraído, decidí iniciar una investigación sobre el mismo e
incluirlo en el Proyecto Arqueológico Cuatro Ciénegas: una aproxi-
mación a contextos alterados, bajo mi dirección. Se realizó una exca-
vación arqueológica controlada, con la finalidad de contextualizarlo
e iniciar la comparación con el bulto 1, pues se encuentran muy cer-
ca un abrigo del otro —aproximadamente a 7 km de distancia—.
Se resalta que dada la intensidad del saqueo en esta región, es raro
encontrar este tipo de contexto arqueológico intacto, por lo que la
exploración de contextos alterados se presenta como una necesidad.
A partir del análisis de los materiales arqueológicos y los ecodatos
recuperados de la excavación, no queda duda de que el abrigo estuvo
destinado únicamente a los restos mortuorios y los materiales asocia-
dos con el mismo. Del último bulto mortuorio (bulto 3) lo único que
se conoce es que se obtuvo en algún punto al oriente del municipio
de Cuatro Ciénegas.
Encuentro ciertos paralelismos entre la manera en que se trató a
los tres cuerpos y cómo se los depositó en su morada final, lo que me
permite postular la existencia de una sistematización en la disposi-
ción de los cadáveres de infantes por parte de las poblaciones prehis-

80
un Modelo de oBservación del ritual Mortuorio

pánicas de la región y, por ende, de la presencia de una tradición en el


desierto relacionada con el tratamiento de los niños muertos.

Descripción del bulto 1


En 1941, Walter Taylor excavó la Cueva del Burro Gordo, ubica-
da en el área general de Cuatro Ciénegas, y encontró un entierro.
Para efecto de su proyecto lo denominó cM-24. De acuerdo con un
dibujo, algunas fotos que se tomaron en el momento de la excavación
del bulto mortuorio y su descripción de campo inédita, documentos
que he consultado en los National Anthropological Archives de la
Smithsonian Institution (González Arratia, 2007), el bulto y los ob-
jetos asociados son los siguientes:
1) Un canasto en posición natural colocado sobre el bulto mortuo-
rio que contenía en su interior algunas piedras, cuya función inferida
por el arqueólogo sería mantener en su posición el bulto.
2) Bajo la canasta, el bulto mortuorio envuelto en una piel y atado
con cordones de fibra.
3) Bajo el bulto, un tejido de petate doblado en varias partes.
4) No visible en la fotografía pero observado y registrado por los
arqueólogos, una especie de nido de paja-cama; debajo, el petate.
Al abrir el bulto se encontró el siguiente material asociado:
a) Restos óseos de un infante flexionado, de aproximadamente seis
meses de edad.
b) Un largo collar de cuentas de hueso enrollado en torno a sus
hombros.
c) Tiras angostas de piel de animal sueltas pero asociadas con cuer-
po, de 15 a 25 cm de largo por 5 a 10 cm de ancho; mostraban per-
foraciones en parte de su perímetro. En su momento se les identificó
como de puma o león de montaña. Algunas tiras traen pegadas uñas
del animal (González Arratia, 2007).
d) Una pequeña estructura de madera reposando en uno de los doble-
ces del envoltorio de piel, construida a semejanza de las cunas grandes,
por lo que parecería como una especie de miniatura (Taylor, 1966: 72).
e) Pequeñas secciones de pezuña de venado, unidas por un cordón
de fibra, sin colocación específica en el cuerpo pero asociadas con éste.

81
leticia gonzález arratia

f) Un ovillo de cordón amarillo.


g) Fragmentos proximales de dos flechas (González Arratia, 2007).
Se cuenta con una fecha de radiocarbono, por espectroscopia de
aceleración magnética, o aMs, obtenida directamente de una de las
tiras de piel asociada con el cadáver del infante, que proporcionó una
antigüedad de 1260 d. C. (Beta Analytic Inc., 1999). Por el hecho
de que este bulto mortuorio se excavó de manera controlada, conside-
ro que tiene el potencial para proporcionar los datos más fidedignos
relacionados con varios aspectos de las prácticas mortuorias, así como
de una cronología confiable. Pero al mismo tiempo es necesario com-
pararlo con los otros dos bultos mortuorios para plantear la presencia
de una tradición establecida en este tipo de tratamiento del cadáver de
los infantes y no como un hecho aislado.

Descripción del bulto 2


Se trata “…de un bulto mortuorio, bien conservado…” (Mansilla y
Malvido, 2002), como arriba se mencionó, producto de un saqueo del
sitio arqueológico actualmente registrado para el Proyecto Arqueoló-
gico Cuatro Ciénegas del Centro inah Coahuila, con la clave Pa4C21.
Tanto el esqueleto como los materiales asociados con éste, y las
características del sitio de donde se le extrajo, se están estudiando.
El primero por parte de la doctora Josefina Mansilla y el maestro Ilán
Leboreira, de la Dirección de Antropología Física del inah. Los mate-
riales asociados con el bulto directamente, así como los obtenidos por
medio de excavación controlada efectuada por el Proyecto arqueoló-
gico Cuatro Ciénegas: una aproximación a contextos alterados se han
estudiado por la autora.
Como más arriba se mencionó, este bulto se compone de los restos
esqueléticos flexionados de un infante, cuya posición “es de decúbito
lateral izquierdo […] que conserva cuero cabelludo y cabellos de color
oscuro. Los huesos craneales se encuentran desarticulados y denotan
un proceso de deterioro. Del tórax se perciben algunas costillas, el
húmero y el omóplato izquierdos” (Mansilla y Malvido, 2002). Se le
envolvió con una piel que, se asegura localmente, es de venado. Parte
de la misma aún muestra pelo y parte no. Para mantener la piel en su

82
un Modelo de oBservación del ritual Mortuorio

lugar se le amarró con un cordón de color crema, compuesto de 12


hilos, con el cual se le dio seis vueltas al amarre.
En torno a los hombros del infante y dentro de la piel, aparece un
largo collar compuesto de semillas perforadas a la mitad, secciones de
hueso largo de animal y pequeños caracolitos también perforados. El
pequeño bulto a su vez fue colocado entre los pliegues de otro petate
de tejido en cuadros, también denominado checker, y doblado, por su
parte, en cuatro.
La presencia de grupos de tallos de gramínea o “zacate” seco ad-
heridos en varias partes de los aditamentos externos al bulto permite
elucubrar que probablemente el cadáver del infante haya sido coloca-
do en un recipiente o especie de “nido”, que es como Taylor llama a
los pequeños depósitos de paja seca colocados intencionalmente en el
piso, para formar una especie de receptáculo o colchón. El testimonio
de una de las personas que lo retiraron de su lugar indica que sí existía
este “nido” de paja pero que no lo retiraron.
Como parte del estudio que están desarrollando Mansilla y Lebo-
reira se tomaron rayos X, y al parecer no hay ningún otro aditamento
en su interior. En la excavación del abrigo del que procede, que se
realizó posteriormente al saqueo, se encontraron puntas de proyec-
til que permiten tener una idea aproximada de la temporalidad en
que se ocupó este abrigo. Se trata de puntas Toyah y Perdiz, diagnós-
ticas de épocas tardías con una antigüedad máxima de 1200 d. C.,
cuya fabricación y utilización continúa hasta el momento mismo de
la conquista española. También se fechó carbón asociado con éstas,
proporcionando una antigüedad de 1060 d. C.

Descripción del bulto 3


Se trata de un fardo mortuorio también producto del saqueo de un
abrigo del área de Cuatro Ciénegas. De acuerdo con los datos dispo-
nibles, el presunto saqueador lo entregó al Centro inah Nuevo León,
donde informó que el bulto lo había encontrado en un abrigo del
mencionado municipio, sin mayores datos de localización. Para llevar
un control le he asignado la clave del Proyecto arqueológico Cuatro
Ciénegas y el número 50 (Pa4C50).

83
leticia gonzález arratia

El ejemplar se incluye en el presente trabajo porque se trata, al


igual que los otros, del cadáver flexionado de un infante y colocado
“en posición de decúbito lateral derecho”, envuelto en piel de ani-
mal, posiblemente venado, y acomodado dentro de un petate doblado
en tejido tipo “cuadro”. Se calcula que su “edad biológica al momento
de la muerte” podría fluctuar entre el nacimiento y los seis meses de
vida” (Mansilla y Malvido, 2002). Carece de cráneo. Una hipótesis
de esta ausencia, según Mansilla y Malvido, sería que el saqueador
lo hubiera cortado junto con sus correspondientes secciones de piel
y de petate que también faltan del envoltorio (Mansilla y Malvido,
2002).

un Modelo de oBservación
Desde 1999 me he interesado en sistematizar y formalizar la obser-
vación y descripción de los restos óseos humanos y materiales ar-
queológicos asociados, provenientes de los diferentes hallazgos de
inhumaciones realizados y reportados en Coahuila (González Arratia,
1999; 2002; 2004). La intención sería derivar de estos datos un nue-
vo conocimiento, objetivo primordial de la investigación científica
(Bunge, 1980), aplicando un enfoque diferente al tradicional repre-
sentado por los estudios de Taylor (1966) y los de Aveleyra y colabo-
radores (1956).
Los artefactos y elementos empíricos que genera la práctica ar-
queológica aparecen en una primera instancia como inconexos y el
objetivo de esta investigación es utilizarlos para generar “…un siste-
ma de ideas conectadas lógicamente” (Bunge, 1980: 26).
Una manera de mostrar esta lógica sería la creación de un mo-
delo de observación. En el presente caso, el modelo se compone de
categorías generales basadas en la manera en que históricamente las
sociedades humanas, incluso la moderna, se aproxima al fenómeno
de lidiar con el cadáver de un miembro de la comunidad. De estas
categorías generales se construyen categorías menores, cada vez más
específicas, hasta llegar al dato arqueológico particular de las socie-
dades prehispánicas y grupos de edad y género que la componen. La
finalidad sería interpretar en términos de un complejo religioso tanto

84
un Modelo de oBservación del ritual Mortuorio

los sitios mortuorios que aparecen en la región cercanos unos a otros


como otro tipo de contexto arqueológico de orden ceremonial, como
las pictografías y los petrograbados.
Tomando como punto de partida la propuesta de considerar las
actividades realizadas por los vivos en torno al fenómeno de la muer-
te como inscritas dentro del concepto de rito de paso (Van Gennep,
1960: 1), enfocaré la evidencia arqueológica que arriba he desglosado
para desarrollar esta perspectiva.
Para el caso, propongo un modelo de actividades llevadas a cabo
por la sociedad viva teniendo como eje central el cadáver y que de-
berían dar cuenta de los diferentes momentos de que consta el rito de
paso. A estas observaciones es importante agregar los datos derivados
del estudio de los restos óseos humanos por parte de los antropólo-
gos físicos sobre las características del individuo muerto, como edad,
sexo, causas de fallecimiento, todas las cuales pueden proporcionar
claves sobre la selección del tipo de artefactos y elementos que acom-
pañan al cadáver en una especie de ofrenda (cuadro 1).

cuadro 1
MODELO PARA LA OBSERVACIÓN DEL RITUAL MORTUORIO
A PARTIR DE LOS MATERIALES ARQUEOLÓGICOS
Y DE LOS RESTOS ÓSEOS HUMANOS

1. Características físicas del difunto


– Sexo
– Edad
Motivo de fallecimiento
2. Preparación del cadáver
– Posición del cadáver
– Mortaja
– Aditamentos extra
3. Traslado del cadáver al lugar donde iniciará su viaje hacia el mundo de los muertos
4. Características de disposición o colocación del cadáver
– Receptáculo natural (tumba)
– Orientación del cuerpo
– Soporte móvil y agregado
– Técnica de aislamiento del cadáver

Nota: las categorías más generales de observación se sintetizan en los puntos del 1 al 4, así como
las categorías particulares en las que se subdividen.

85
leticia gonzález arratia

cuadro 2
DISTRIBUCIÓN DE LOS DIFERENTES ELEMENTOS Y ARTEFACTOS
ASOCIADOS CON LOS BULTOS MORTUORIOS DE INFANTE ANALIZADOS,
DE ACUERDO CON LAS CATEGORÍAS GENERALES Y PARTICULARES
ESTABLECIDAS EN LA TABLA 1
Categorías generales Categorías Subdivisión Bulto 1 Bulto 2 Bulto 3 Material
particulares arqueológico
Características Restos óseos
Edad Infante x x x
físicas del difunto humanos
Restos óseos
Posición Flexionada x x x
humanos
Envoltura externa Piel posiblemente
x x x
Preparación del cadáver de venado
del cadáver Adornos x x Collares
Mortaja Miniaturas x Cunita
Fragmentos de
Otras partes de x
piel de animal
animal
x Pezuñas
Traslado del cadáver No existen datos
Receptáculo
natural del Abrigo x x x
cadáver (tumba)
Soporte móvil Externo al x x x Petate
Disposición
y agregado cadáver x x Nido de zacate
del cadáver
Aditamentos Externo al Canasto
en su morada final x
extra cadáver
Técnica de
aislamiento Entierro x x
del cadáver

Nota: se relaciona cada categoría con elementos y artefactos arqueológicos.

Apliqué este modelo a los materiales al interior y exterior de los


bultos mortuorios 1, 2 y 3, ordenándolos en una misma tabla para en-
contrar coincidencias y resaltar las diferencias, como puede verse en
el cuadro 2, particularmente relacionada con la presencia y posición
de los diferentes objetos y elementos arqueológicos.

el ritual
El conjunto de las actividades sistemáticas y repetidas, realizadas en
los momentos definitorios de la vida social e individual de los grupos

86
un Modelo de oBservación del ritual Mortuorio

humanos, se ha conceptualizado como ritual. En el caso de las socie-


dades prehispánicas —y de hecho en toda sociedad precapitalista—
el ritual formó parte intrínseca de una religión que lo sustenta. Se
trata de “un conjunto de prácticas especiales” (Bell, 1992: ix) moti-
vadas por una interpretación intelectual de la realidad que lo inspira.
Si bien surge de la experiencia social de la comunidad (Bell, 1992: 7),
todo ritual se diferencia de las prácticas cotidianas de subsistencia de
la sociedad humana y forma parte de un pensamiento religioso.
La religión, a su vez, citando a Durkheim (2003: 38), “es una rea-
lidad eminentemente social. Las representaciones religiosas son re-
presentaciones colectivas que expresan realidades colectivas”. Esto
significa que “son el producto de una inmensa cooperación que se ex-
tiende no sólo en el espacio sino también en el tiempo” (Durkheim,
2003: 48).
Así pues, aunque queda fuera de los objetivos del presente escrito,
es necesario señalar que al trabajar la práctica mortuoria como ritual
y éste como parte de una religión, se deberá pensar en las implica-
ciones de índole temporal de profundidad histórica, y de relaciones
sociales que se requirieron para establecerlas.
Por lo que respecta al tema que aquí trato, un ejercicio de inter-
pretación se aboca a establecer la presencia de un ritual manifestado
a través de la sistematización de las prácticas mortuorias, en el cual se
conjuga tanto el concepto como la acción. Esta última implica el tra-
tamiento del cadáver y la manera de disponer de él en el espacio asig-
nado para los individuos muertos. Pero también incluye actividades
que no son detectables o no cuentan con un correlato arqueológico,
como danzas, oraciones, cantos, duelo.
Sin embargo, debido a que los factores de análisis en arqueología
se concentran en su mayor parte en los objetos en sí, y en su espacio
de deposición, he privilegiado la búsqueda de la lógica que siguie-
ron los antiguos habitantes del desierto para disponer del cuerpo en
sí comenzando por la posición del cadáver, la mortaja y el tipo de
objetos que lo acompañan, así como el tipo de espacio seleccionado
para aislar el cadáver, para postular la presencia de un ritual en torno
a la muerte y que la antropología ha reconocido como el culto a los

87
leticia gonzález arratia

antepasados o culto a los muertos, presente en prácticamente toda


sociedad humana de tipo tribal o estatal precapitalista.
Como señalé en un principio, el fenómeno de la muerte da lugar
a lo que Van Gennep denomina “ritos de paso” (Van Gennep, 1960:
146), que son las etapas por las que debe pasar tanto la sociedad viva
como los muertos. Una parte de estos ritos está dedicada a lograr “la
incorporación de los difuntos en el mundo de los muertos”. El mismo
autor los divide en ritos de “separación”, de “transición” y de “incor-
poración” (Van Gennep, 1960: 146).
Si bien no es posible realizar una correlación directa entre el obje-
to material y el concepto, me parece importante intentar una lectura
aproximada de los artefactos arqueológicos desde la perspectiva de
esta propuesta antropológica. Por lo que respecta al análisis del mate-
rial arqueológico, mi intención es encontrar un orden hipotético en
la organización de éste, de tal manera que se acerque en lo posible a la
forma en que se llevaron a cabo las prácticas funerarias, así como
subrayar la reiteración de éstas en los casos aquí tratados. Para este
efecto, reagrupé los restos óseos, artefactos y elementos presentes en
la tabla 2, siguiendo “el modelo general de observación para el hecho
mortuorio” y los diferentes momentos que lo componen.
El modelo permite ordenar los datos de acuerdo con las actividades
que se realizaron en torno al cadáver; reconocer los datos recurren-
tes que permiten reconocer la presencia del ritual y el momento repre-
sentado del mismo. En arqueología, los datos que sobreviven general-
mente son el tipo de espacio designado para que descanse el cuerpo del
muerto; la forma de disposición de este último; el tratamiento dado al
cuerpo; los objetos asociados, y el esqueleto humano, total o parcial.
En el caso de los infantes muertos, y dadas las características de los
ejemplos que aquí incluyo, los datos que se han logrado rescatar los dis-
tribuyo en tres categorías generales: 1) las características físicas del
difunto, 2) la preparación del cadáver y 3) la disposición del cadáver.
En el primer caso, incluiría la edad y el estado de salud; en el segundo
caso, la posición del cuerpo y la mortaja; y en el tercer caso, las carac-
terísticas de la tumba, los objetos y los elementos externos al bulto, y
la técnica para aislar el cadáver.

88
un Modelo de oBservación del ritual Mortuorio

Como es posible observar en la tabla 2, los bultos mortuorios 1


(cM24), 2 (El Jorita) y 3 (Pa4C50) coinciden en cinco de las catego-
rías específicas, como son edad: infante; posición: flexionada; morta-
ja: envoltura externa, piel; receptáculo natural del cadáver: abrigo, y
soporte móvil: petate.
Dos de los bultos mortuorios, el bulto 1 (cM24) y el bulto 2 (El
Jorita), coinciden además en las siguientes variables: mortaja (tipo de
adorno: collar), el soporte móvil y agregado: nido de paja, y la técnica
de aislamiento del cadáver: entierro.
Al introducirse los objetos e incluso la posición del cuerpo, como
parte del ritual, transforman su significado de uno utilitario a uno
simbólico, de tal manera que se constituyen en claves que indican el
status del infante muerto en el mundo de los vivos para que sean iden-
tificados por los ancestros que moran en el otro mundo, así como otros
datos relacionados con las creencias respecto al mundo sobrenatural
que representa la muerte. Teniendo como punto de partida común el
hecho de que en los tres casos los restos óseos representan a un infan-
te, y que la mortaja (el envoltorio final) de los tres bultos es una piel
de animal, estos datos estarían indicando su pertenencia a una tra-
dición mortuoria en un momento histórico definido en el centro de
Coahuila, ubicado entre el siglo xi y xiii d. C. y que en otra región,
como es el suroeste de Coahuila, coincide en cuanto a temporalidad,
pero se distingue cualitativamente de la tradición mortuoria de los
mantos tejidos en telar, típicos de la cueva de la Candelaria, Coahuila
(González Arratia, 2000: 49, 51; y en prensa).
Lo que aparece como una constante en ambos casos, que trascien-
de la edad y posiblemente el sexo, es la posición flexionada típica de
todos los casos de cadáveres reportados. Su hallazgo en abrigos, cue-
vas o nichos en el suroeste y centro de Coahuila, así como la presen-
cia del petate, sea tanto la envoltura final o como el elemento bajo el
bulto mortuorio, que separa a éste del suelo, también se repite. Este
hecho parecería señalar un enfoque fundamental en la cosmogonía
de un amplio grupo de cazadores-recolectores que siempre selecciona-
ron la flexión sobre la posición extendida del cadáver, para su dispo-
sición en cuevas, abrigos y nichos, cuyos vestigios se localizan en un

89
leticia gonzález arratia

amplio rango del desierto norteño. Debe destacarse que la disposición


en forma extendida se ha reportado en Coahuila sólo en sitios al aire
libre, que se han interpretado como habitados también por cazadores-
recolectores, lo que nos podría revelar diferentes tradiciones y tempo-
ralidades (González Arratia, en prensa).
Todo esto me lleva a postular que en el centro de Coahuila y, más
específicamente, en el área de Cuatro Ciénegas, la combinación de
la posición flexionada, las características del cementerio y la forma
de disposición del cadáver por medio del enterramiento subrayan el
corte abrupto que representa la muerte en la biografía del individuo, y
que implica el tránsito del mundo de los vivos al de los muertos. Esto
se subraya por el hecho de que, por una parte, se cambian, y hasta se
ocultan, las características del difunto por medio de la mortaja, que
cubre la totalidad del cuerpo; mientras que, por otra, se le aleja de la
comunidad de los vivos, trasladándolo a otra ubicación, por ejemplo,
a una cueva o un abrigo, lo que podría interpretarse como actividades
que estarían dando cuenta de un “rito de separación”.
Al mismo tiempo, la posición flexionada podría ser una alegoría
de la posición fetal previa al nacimiento en el vientre de la madre.
El utilizar incluso amarres para lograr que el cadáver muestre esta
posición podría estar indicando una norma que sería la “obligación
del espíritu de regresar a un lugar semejante al del punto de partida
de la historia del individuo”. Es decir, al vientre materno, en este
caso simbolizado por alguna oquedad natural, como abrigos, cuevas o
nichos, que a su vez constituyen la entrada hacia el agua subterránea
que conduce a la región que habitan los muertos, y por tanto, los an-
tepasados (González Arratia, 2000: 62).
Por otra parte, podría postularse que la posición del cadáver, así
como el sitio de deposición, responde a la metáfora de un viaje, lo
que podría reinterpretarse como un “rito de transición”. Es durante
el viaje que el fallecido va asumiendo su nueva condición, al alejarse
del mundo de los vivos y acercarse al de los muertos, un universo
desconocido y sobrenatural. El mundo de los muertos es también un
espacio social que refleja las condiciones del mundo de los vivos y el
muerto debe integrarse al mismo en el lugar social que debe ocupar,

90
un Modelo de oBservación del ritual Mortuorio

para lo cual la mortaja misma y otros objetos señalarían la posición


que le corresponde. Es decir, se trata de lograr la “incorporación” (“ri-
to de incorporación”) del viajero a la sociedad de los antepasados.
Si bien no se han realizado estudios para determinar el sexo de
los infantes aquí examinados, es posible que el material arqueológico
asociado proporcione claves al respecto. La selección de la piel de un
animal emblemático para los cazadores, como el venado (Odocoileus
sp.) y el puma, o león de montaña (Puma concolor), para envolver a
cada uno de los tres cadáveres de infantes, parecería indicar que se
trata de individuos del sexo masculino.
El caso del bulto 1, que es del que se cuenta con mayor informa-
ción, acumula además otros objetos manufacturados con diferentes
partes de animales, como son los huesos del collar, pertenecientes a
un animal no identificado; los fragmentos de pezuñas de venado ata-
dos en una cuerda; las tiras de piel de puma o león de montaña.
Resumiendo, la presencia de huesos, pezuñas y piel de anima-
les, por una parte, y los fragmentos de la anteasta de flecha parecen
proporcionar datos relacionados con el sexo, muy posiblemente mas-
culino, por las connotaciones con la cacería que tienen, en el caso
del bulto 1.
También podrían ser parte de un mensaje codificado para identi-
ficar la posición social que deberá detentar el infante al alcanzar la
sociedad de los muertos. Podría postularse de manera tentativa que
se añadieron al cuerpo suficientes elementos para facilitar lo que Van
Gennep establece como la incorporación (rito de incorporación) a la
nueva condición del difunto.
Para finalizar, los datos parecen indicar que el ritual está enfocado
a establecer un respeto y un lugar en torno a los niños varones, ¿pero
esto es válido para todos, o únicamente para algunos en particular?
De momento se carece de datos para contestar esta pregunta por el
problema de que es difícil identificar el sexo en los cadáveres de in-
fantes.
Aunque representen una pequeña muestra, estos tres bultos mor-
tuorios, y la repetición de algunas de sus características, permiten
tener una primera idea respecto al tipo de objetos, posición y espa-

91
leticia gonzález arratia

cio que los antiguos pobladores prehispánicos relacionaban con el


fenómeno del momento inmediato posterior a la muerte física de los
infantes y una preocupación por el futuro de los mismos.
De la combinación de cadáver, posición, mortaja, cementerio y
tipo de disposición que ofrece el material arqueológico y su coloca-
ción pudiera presumirse que representa de manera incompleta “las
características de la sociedad y el estado de la conciencia colectiva,
la cual determina tanto el tratamiento del cadáver como la supuesta
condición del alma” (Bloch y Parry, 1982: 4). Todo esto a su vez pro-
ducto de un sistema social específico y estrechamente vinculado con
un momento histórico determinado (Palerm, 1977: 14).

agradeciMientos
En la excavación del bulto 2, efectuada por el Proyecto arqueológi-
co Cuatro Ciénegas: una aproximación a contextos alterados, parti-
ciparon en diferentes temporadas la arqueóloga Ma. Rosa Avilés, la
doctora Josefina Mansilla, el maestro Iván Leboreira, P. A. Elvira
Ochoa, Yuri de la Rosa, y la autora.

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94
PoBlaMiento de la Península
de Baja california

Harumi Fujita*
Antonio Porcayo Michelini**

INTRODUCCIÓN

La península de Baja California es un territorio alargado de aproxi-


madamente 1 280 km y estrecho con máxima de 230 km y con míni-
mo de 43 km, a la altura de la bahía de La Paz, con áreas montañosas
y dos mares contrastantes: el océano Pacífico y el golfo de California,
situación geográfica única en el mundo (figura 1). Los primeros habi-
tantes de la península de Baja California eran cazadores, pescadores
y recolectores, nómadas y seminómadas, que aprovecharon los dis-
tintos y diversos recursos que existían para subsistir todo el año cam-
biando de lugares en búsqueda de alimentos.
Los grandes cambios que se dieron en su forma de vida fueron
influidos en buena medida por factores climáticos que comenzaron a
finales del Pleistoceno y principios del Holoceno, hace alrededor de
11 000 a 10 000 años, con el aumento de la temperatura, la extinción
de la megafauna y la elevación del nivel del mar, que cubrió extensas
regiones costeras. Estas transformaciones del medio ambiente deter-
minaron su hábitat específico, modo de vida y cultura a lo largo de la
prehistoria.

* Centro inah Baja California Sur.


** Centro inah Baja California.

95
haruMi fujita y antonio Porcayo Michelini

MEXICALI
TIJUANA Cerro Pinto ESTADOS UNIDOS
Laguna Salada
Zaragoza

ENSENADA

Abrigo de los
Escorpiones

Laguna Diablo

Abrigo Paredón

Laguna
Chapala
MÉXICO

Isla
de Cedros G
O
LF
El Palmarito
O
Cueva Pintada
DE
Sierra de
CA
San Francisco
SAN
LI
FO
IGNACIO
RN
IA

OCÉANO PACÍFICO

Espíritu Santo
El Pulguero
Tecolote
Costa Baja
LA PAZ

0 200
km

Figura 1. Sitios arqueológicos paleoindígenas y paleocosteros de la península de


Baja California. Fuente: Karen Calvario Zavala y Omar López Hernández.

96
PoBlaMiento de la Península de Baja california

Periodización del PoBlaMiento de la Península


En la arqueología de Baja California existen varias periodizaciones
para entender los momentos más representativos de la evolución cul-
tural de sus antiguos pobladores. La más aceptada es aquella que ha
dividido en tres grandes periodos el desarrollo cultural, retomando
los principales cambios climáticos que se han venido dando desde el
término de la última glaciación, y que son el Holoceno temprano,
medio y tardío, conocidos también como Paleoindígena, Arcaico y
Prehistórico tardío (Fagan, 2003). Sin embargo, en los últimos años
también se conocen los “paleocosteros”, contemporáneos al periodo
Paleoindígena, en las islas Channel en California.
El clima en el Holoceno temprano o pluvial habría sido frío y hú-
medo hace 11 000-7 500 años. En el Holoceno medio o Altitermal,
muy árido y más cálido hace 7 500-4 000 años; y semejante al actual
hace 4 000 años, en el Holoceno tardío, con cambios climáticos os-
cilantes e impredecibles entre cálidos, como, por ejemplo, durante
la “anomalía climática medieval”, alrededor de 800-1 300 d. C., y a
veces demasiado fríos, como la pequeña glaciación que sucedió alre-
dedor del 1 300-1 850 d. C. (Don Laylander: comunicación personal,
2007; y Fagan, 2003: 336).

hiPótesis del PoBlaMiento de la Península


Básicamente, existen tres hipótesis sobre el poblamiento temprano de la
península. La más aceptada hasta el momento es el ingreso por el norte
de la península, tanto por vía terrestre como por la marítima. Las pocas
evidencias tempranas de presencia humana en la península muestran que
hay dos tipos de migración, de acuerdo con la búsqueda de recursos para
la subsistencia. La primera es la migración orientada a la búsqueda de
recursos terrestres y, por tanto, la actividad de subsistencia era la caza
de animales y la recolección de plantas (Massey, 1955). La segunda es la
migración orientada en la búsqueda de recursos marinos, cuyas princi-
pales actividades de subsistencia comprendían la pesca y la recolección
de moluscos, crustáceos y erizos, así como la caza o captura de fauna
marina, como lobo marino, foca, tortuga marina, entre otros; comple-
mentado con la caza de animales terrestres y la recolección de plantas.

97
haruMi fujita y antonio Porcayo Michelini

A lo largo de la península de Baja California, las fechas radiocar-


bónicas más antiguas en varios sitios tanto costeros como interiores
oscilan entre los 11 000 y 10 000 a. P., donde se han ubicado dos tradi-
ciones: paleoindígenas y paleocosteras, que fueron contemporáneas;
ambas pudieron haber llegado desde el norte de la península, tanto de
la costa como del interior de los Estados Unidos de América.
La otra hipótesis sobre el poblamiento de la península en la re-
gión del Cabo se basa en el estudio de antropología física, y estable-
ce que los cráneos hiper-dolicocéfalos hallados en la región tienen
más similitudes con los ejemplares de Melanesia y Australia que con
los de la mayoría de los nativos americanos, por lo que los primeros
investigadores europeos (Rivet, 1909; Ten Kate, 1884), así como el
reciente trabajo de Rolando González-José y colaboradores (2003),
concluyeron que la migración ocurrió desde el Pacífico sur, denomi-
nada como la migración “transpacífico sur”. Sin embargo, Laylander
(2006) propone que los ejemplares de la región del Cabo comparten
el ancestro común con otros nativos americanos, pero que se diversi-
ficaron como resultado de aislamiento y operación de factores gené-
ticos aleatorios.
En 1984, el norteamericano Mokoto Kowta (1984) postuló el con-
tacto con la costa de Sonora a través de las islas Tiburón, San Este-
ban y Ángel de la Guarda, mostrando algunas similitudes entre los
materiales culturales de Baja California y el macizo continental para
antes de 2000 a. C. Posteriormente, Tom Bowen (2000) y John Foster
(1984) reportaron evidencias de la cultura seri en estas islas, así como
en la playa de la bahía de Los Ángeles, sugiriendo la posibilidad de
contacto con el continente americano, posiblemente en el periodo
histórico temprano. Hasta el momento no se han encontrado eviden-
cias tempranas de este contacto en la costa de Sonora.
En las localidades que se discuten a continuación las fechas cali-
bradas están basadas en el programa de calibración de Struiver y Rei-
mer (1993) y Reimer et al. (2009), proporcionadas por la ingeniera
química Magdalena de los Ríos de la Subdirección de Laboratorios y
Apoyo Académico del inah, con excepción de las muestras procesa-
das en el laboratorio Beta Analytic.

98
PoBlaMiento de la Península de Baja california

localidades con signos de PoBlaMiento en el Pleistoceno


final-holoceno teMPrano
Hasta el momento se han reportado cinco áreas con fechas radiocar-
bónicas entre 11 000 y 9 000 años: isla de Cedros, Abrigo Paredón-
laguna Chapala, Abrigo de los Escorpiones, Sierra de San Francisco e
isla Espíritu Santo (Des Lauriers, 2005; Fujita, 2008; Gruhn y Bryan,
2008; Gutiérrez y Hyland, 2002). Además, por sus industrias líticas,
hay sitios considerados como del periodo Paleoindígena en los sitios
Cerro Pinto e Ignacio Zaragoza (Eckhardt y Porcayo, 2008; Porcayo,
2006a). Estos resultados indican que la primera oleada de migración
a la península ocurrió en un tiempo corto al término de las glaciacio-
nes, y abarcó hasta el sur de la península, tanto en la zona montañosa
como en la costera, aprovechando los recursos terrestres y marinos en
busca de mejores asentamientos. Esto significa que, para poblar una
península alargada y estrecha, es probable que hayan ingresado tan-
to los clásicos paleoindígenas como los denominados paleocosteros
(Erlandson et al., 2007) en forma casi paralela. Es probable que los
paleocosteros hayan llegado hasta la región del Cabo y se asentaran
en la isla Espíritu Santo (Fujita, 2006; 2008).
El periodo de la transición entre el Pleistoceno final y el Holoceno
temprano (periodos Paleoindígena y Paleocostero), hace alrededor de
11 000-8 000 años, fue un momento de grandes cambios climáticos en
Norteamérica. Los ajustes en la temperatura y precipitación pluvial
afectaron enormemente la distribución del agua, la flora y la fauna,
y de los humanos que dependían directamente de éstos. Como ya se
mencionó, este periodo geológico se caracterizó principalmente por
temperaturas templadas, contracción de glaciares, aumento en el ni-
vel del mar y evaporación paulatina de los lagos pluviales conforme
se fue incrementando la temperatura (Fagan, 2003).
Muchos de los lagos ahora secos de Baja California en ese mo-
mento tenían sus cuencas llenas de forma permanente, como laguna
Chapala (Davis, 2003), y Salada y Diablo (Ortega Esquinca, 1991),
sólo por mencionar algunas que existieron a lo largo de la penín-
sula. Asimismo, gran cantidad de arroyos que nacían en las sierras
tenían abundante agua todo el año, y también había grandes zonas

99
haruMi fujita y antonio Porcayo Michelini

pantanosas que, en conjunto, hacían propicia la vida humana en este


territorio.

asentaMientos orientados al interior de la Península


Uno de los patrones de asentamiento del Holoceno temprano nos
muestra que los pobladores de la Baja California septentrional tenían
una clara tendencia a emplazar sus campamentos en las orillas de los
lagos pluviales, o en las márgenes de antiguos canales o arroyos. Para
la subsistencia, dependían de la cacería de varios mamíferos terrestres
y de la recolección de productos vegetales. Eran prácticamente ine-
xistentes los artefactos de molienda como metates o morteros, por
lo que es evidente una ausencia de semillas duras en la dieta (Porca-
yo, 2006a, 2007a y 2008). Tenía una refinada industria lítica tallada,
donde predominaban los cuchillos y las puntas con formas foliáceas.
Además, en estos sitios siempre se encuentra una serie de artefactos
similares entre casi todos los asentamientos conocidos hasta ahora:
crescénticos, raspadores de domo, ovalados, alargados y planos, taja-
dores, percutores, gran variedad de tipos de núcleos, perforadores y
lascas retocadas. A continuación se describen brevemente los sitios
de este apartado.

Laguna Chapala-Abrigo Paredón


El sitio denominado “Abrigo Paredón” está situado en el lado oriente
de la laguna Chapala, ubicada aproximadamente a 200 km al noroes-
te de Guerrero Negro y atraviesa la carretera peninsular. El frente
del abrigo está orientado al norte. El primer trabajo geológico y ar-
queológico en el área de la laguna Chapala fue realizado por Brigham
Arnold (1957), quien encontró instrumentos líticos en contextos
geomorfológicos del Pleistoceno.
Posteriormente, Gruhn y Bryan (2008) llevaron a cabo dos tem-
poradas de campo, en 1997 y 1999. En las excavaciones del sitio se
encontraron abundantes desechos de lasqueo y numerosos artefactos
líticos, muy poca cantidad de concha, fragmentos de hueso animal
(en los que predominan los de liebre) y carbón, del que se dataron
cinco muestras por medio del método de espectrometría de acelera-

100
PoBlaMiento de la Península de Baja california

ción de masa (aMs). La más antigua pertenece al Holoceno temprano


de 9 070 ± 60 a. P. (Gruhn y Bryan, 2008: 127). La fecha calibrada
en dos sigmas corresponde al periodo de 10 054 a 10 044 cal. a. P. y
9 986 a 9 961 cal. a. P., basada en Reimer et al. (2009). Es importante
mencionar que, en el sitio, al igual que en Ignacio Zaragoza, existen
fechamientos que nos hablan de una ocupación más tardía, separada
de la más temprana por miles de años, en la que el sitio no fue ocupa-
do (Gruhn y Bryan, 2008).
El Abrigo Paredón pudo haber sido usado como un gran taller para
la reducción de largas preformas de bifacial que habían comenzado a
ser fabricadas en los sitios de cantera de felsita cercanos a la cuenca
de la laguna Chapala, para convertirlas en preformas más pequeñas
y más delgadas y, por último, en puntas de proyectil y cuchillos. Evi-
dentemente, las puntas foliadas pequeñas y delgadas, las de formas de
“hoja de sauce” o ligeramente ovoide fueron un tipo deseado de pun-
tas de proyectil para los ocupantes del abrigo (Gruhn y Bryan, 2008:
128). Este tipo de puntas y demás artefactos son muy semejantes en
cuanto a técnica de manufactura y forma a los encontrados más al
norte de la península y al sur de California, donde se les denomina en
su conjunto como “industria lítica San Dieguito”.

Ignacio Zaragoza
Durante los trabajos arqueológicos hechos en superficie y excavación
por Antonio Porcayo en el ejido Ignacio Zaragoza en dos temporadas
entre 2004 y 2005 se identificaron dos etapas ocupacionales: la pri-
mera fechada por medio de tipología comparada de la industria lítica
con el sitio modelo conocido como Harris o sd-149, fechado por ra-
diocarbono entre 8 000 a 11 000 a. P. (Warren y True, 2006). El sitio
Harris, ubicado en las márgenes del río San Dieguito, en el condado
de San Diego en California, fue investigado y dado a conocer por
Malcom Rogers (1939) entre 1938 y 1939, y posteriormente en 1958,
por Claude N. Warren, quien ha venido precisando desde entonces,
entre otras cosas, su cronología (Warren y True, 2006).
El sitio Zaragoza también tiene una segunda etapa ocupacional, se-
parada por milenios de abandono y evidenciada por una industria lítica

101
haruMi fujita y antonio Porcayo Michelini

muy distinta a la de San Dieguito, perteneciente al periodo prehistó-


rico tardío, con fechado de radiocarbono entre el 300 y el 1 000 d. C.
(Porcayo, 2006a, 2006b, 2007c). En la parte norte de la península, la
industria lítica desde el Arcaico es más bien expeditiva. Sin embargo,
la diferencia principal entre las industrias líticas paleoindígenas y las
de las zonas costeras, tanto contemporáneas como posteriores, radica
en el hecho de que, en esta última, la lítica tallada, salvo en el caso de
las puntas de proyectil, no es tan sofisticada, variada ni selectiva en la
materia prima a utilizarse como la que corresponde a la tradición de
San Dieguito. En esta última, cabe hacer notar, se encuentra ausente
el uso de artefactos de molienda, la lítica pulida y la cerámica.
La ahora cuenca seca, tierra adentro donde está ubicado el sitio ar-
queológico Ignacio Zaragoza, se formó con suelos de aluvión durante
el Cuaternario, y sus primeros pobladores se asentaron hace alrede-
dor de 8 000 años en un afloramiento de granito, rodeado casi en su
totalidad por agua, lo que lo hacía parecer una isla, ya que lo más
seguro es que estuviera inundado casi todo el año, debido a que las
circunstancias climáticas eran muy distintas a las actuales: las lluvias
eran más abundantes durante el Holoceno temprano o pluvial. En
los alrededores, la cuenca seca está rodeada por formaciones de rocas
metamórficas, entre las que sobresale el esquisto, y hay también aflo-
ramientos de rocas metavolcánicas, de donde se abastecían de la ma-
teria prima, conocida como felsita.
En Zaragoza nuevamente, y al igual que en la ocupación más tem-
prana del Abrigo Paredón antes descrita, las herramientas de felsita
se empezaron a manufacturar desde la cantera. En ella se obtenían
los núcleos que después se transportaban al campamento, para ahí
elaborar y terminar los artefactos, entre los que se encuentran esfe-
ras, excéntricos, puntas de proyectil, cuchillos, buriles, perforadores,
raspadores, tajadores, herramientas multiuso, percutores; siendo los
más abundantes, como en todo sitio perteneciente a la “industria lí-
tica San Dieguito”, las puntas de proyectil y los cuchillos con formas
foliáceas, así como los raspadores.
Entre todos estos tipos de artefactos se encontraron en total 52 va-
riantes o formas distintas entre sí. Éste es un número considerable que

102
PoBlaMiento de la Península de Baja california

evidencia el alto grado de especialización en las actividades de caza


y procesamiento de alimentos de los grupos San Dieguito (figura 2).
De estas 52 variantes, 20 son únicas del sitio Zaragoza, y entre éstas se
encuentran: puntas de proyectil triangulares aserradas, puntas de pro-
yectil triangulares, puntas de proyectil foliáceas con base redondeada,
alargadas, aserradas, cuchillos triangulares, cuchillos con márgenes
paralelos y base redondeada, raspadores de domo alargados (figura 3)
y multiusos, entre otros (Porcayo, 2006a). Es importante mencionar
que una de las principales características de la industria lítica de los
grupos San Dieguito es que para cada forma de artefacto tenían arque-
tipos, lo que les permitía usarlos como modelo y asemejar la manufac-
tura cada vez que los elaboraban (Porcayo, 2007b). La innovación y
apego a nuevas formas de artefactos para un trabajo que ellos mismos
iban haciendo más complejo y especializado también es una de las
principales características de los San Dieguito.
A partir de lo anterior se deduce que en el sitio Ignacio Zaragoza se
manifiesta una alta especialización en las actividades de caza y proce-
samiento de animales y vegetales, evidenciada por la repetición siste-
mática en la elaboración, la variedad en las formas y el uso específico
de sus herramientas, que nos sugiere una manera de pensar o una con-
ducta que no se ve reflejada en las industrias líticas contemporáneas
costeras ni posteriores en la parte norte de la península de Baja Cali-
fornia. Esta especialización también nos sugiere que dicha conducta
surgió de “convenios” establecidos y aceptados por un grupo, en el
que cada individuo tenía que respetar o apegarse lo más posible a los
arquetipos, reproduciendo indirectamente, por medio de las herra-
mientas, su particular modo de producción y subsistencia.

Cerro Pinto
Este monumental sitio, que comprende cantera, taller y campamento,
se encuentra tierra adentro de la península, muy cerca de la estriba-
ción nororiental de la escarpada Sierra Juárez, cerca de la confluencia
de los arroyos secos Pinto y de Agua Grande (figura 4). En términos
generales, esta zona está cubierta por material eólico y áreas compac-
tas, las cuales han sido superimpuestas sobre terrazas con sedimen-

103
haruMi fujita y antonio Porcayo Michelini

ARTEFACTOS SAN DIEGUITO DEL SITIO IGNACIO ZARAGOZA


MUNICIPIO DE ENSENADA-BAJA CALIFORNIA
Arqlgo. Antonio Porcayo Michelini-Centro inah Baja California
junio 2007

PUNTAS DE PROYECTIL CUCHILLOS

CUCHILLOS CON PUNTA REDONDEADA CUCHILLOS CON MÁRGENES REDONDEADOS

CUCHILLOS PERFORADORES ALARGADOS RASPADORES

PERCUTOR DE NÚCLEO

Los artefactos tienen una antigüedad de 9 000 años Dibujos de Marion Vomend Teuscher

Figura 2. Lítica del sitio Ignacio Zaragoza. Fuente: Antonio Porcayo con dibujos de
Marian Vomend Teuscher.

104
PoBlaMiento de la Península de Baja california

Figura 3. Raspador de domo encontrado en Ignacio


Zaragoza. Fuente: Antonio Porcayo.

tos lacustres y cubiertos por depósitos aluviales de conglomerados,


piedras areniscas y arcillas cienosas. Este paisaje forma el perímetro
norte de la cuenca de la laguna Macuata o Salada, localizada al mar-
gen occidental de la región del bajo delta del río Colorado y valle
Imperial.

Figura 4. Vista general del sitio Cerro Pinto. Foto: Antonio Porcayo.

105
haruMi fujita y antonio Porcayo Michelini

Figura 5. Punta de proyectil


triangular encontrada en Cerro
Pinto. Fuente: Antonio Porcayo.

El sitio ha sido estudiado por Antonio Porcayo y William Ec-


khardt desde el año 2006 (Porcayo, 2007b, 2008; Eckhardt y Porca-
yo, 2008), quienes trabajaron hasta el momento tres temporadas de
campo consistentes en el registro de talleres líticos, zonas de extrac-
ción y círculos para dormir; además se ha hecho la recolección siste-
mática de materiales líticos de superficie manufacturados en la roca
semipreciosa conocida como ágata, la cual es abundante en el cerro.
La cronología de Cerro Pinto, en primera instancia, lo ubica con una
antigüedad de 11 000 a 8 000 años, por el tipo de herramientas líticas
ahí presentes (figura 5) y por su localización en medio del desierto
de Mexicali, que, al menos desde el Holoceno medio, hace alrededor de
7 000 años, se considera que dejó de ser un lugar adecuado para habi-
tar, pues está lejos de los actuales depósitos naturales de agua, y los que
se observan, en realidad, son cauces de ríos secos y arroyos fósiles,
que pertenecen seguramente a finales del Pleistoceno o principios del
Holoceno.
Los artefactos líticos de Cerro Pinto presentan características que
lo ubican dentro de la industria lítica San Dieguito (Porcayo, 2007c),
y es probable que en este sitio, al igual que otros del ahora desierto
de Mexicali y que su “hermano geológico gemelo”, ubicado en el va-
lle Imperial conocido como Rainbow Rock Quarry (Pignolo, 1995),

106
PoBlaMiento de la Península de Baja california

se experimentaran y diseñaran los arquetipos de artefactos que des-


pués serán repetidos sistemáticamente en los sitios San Dieguito pos-
teriores, como Zaragoza y Harris. Por esta razón, y por estar ubicado
en medio del ahora desierto, se ha sugerido, a manera de hipótesis,
que incluso es anterior al sitio Ignacio Zaragoza. Entre algunos de los
patrones interesantes exhibidos en los tipos de artefactos de piedra
tallados que son dignos de enumerar a este respecto tenemos que:
1) La materia prima se selecciona según a su forma y uso previstos.
2) Las herramientas bifaciales (cuchillos y puntas) encontradas
aquí no están completas: los presentes en el sitio son los elementos
quebrados o rechazados durante su manufactura.
3) Estos bifaciales son evidencia de una reducción sistemática: o
sea una serie continua que se desarrolla a través de etapas de produc-
ción sucesivas para lograr una forma completa.
4) Las formas de los artefactos monofaciales (raspadores, tajado-
res, lascas modificadas) son altamente variables: muchos aparecen
completos y asociados con los círculos para dormir, por lo que se de-
duce que su uso estuvo relacionado con cierta actividad en el cam-
pamento.
5) La técnica de manufactura de las herramientas es el tallado por
percusión directa con percutores duros para las primeras etapas de
producción. Mientras tanto, algunos cuchillos y raspadores bifaciales
y monofaciales de las últimas etapas fueron manufacturados por me-
dio de presión.
6) Por lo anterior, se deduce preliminarmente que existe el patrón
de la industria lítica San Dieguito (Porcayo, 2007c), aunque muy in-
cipiente o poco desarrollada, afirmación basada en la evidencia de la
técnica bien controlada de la percusión y presión en algunas lascas,
así como la preferencia para la selección de roca de grano fino, como
el ágata.

Sierra de San Francisco


En los últimos 25 años, las investigaciones realizadas en la Sierra
de San Francisco bajo la dirección de Baudelina García Uranga y a
partir de 1991 por María de la Luz Gutiérrez abarcaron numerosos

107
haruMi fujita y antonio Porcayo Michelini

temas. De ellos se destaca el registro de 624 sitios, incluyendo 183


sitios pictográficos y petroglíficos; además de fechamientos en algu-
nos sitios que comprenden tanto numerosas muestras derivadas de
las excavaciones, así como muestras de pinturas. Entre los resultados
importantes hay el hallazgo de dos puntas acanaladas tipo Clovis, el
descubrimiento de yacimientos de obsidiana y pigmentos, y el fecha-
miento de una muestra de carbón con resultado de 10 860 ± 90 a. P.,
cuya fecha calibrada en dos sigmas corresponde a 12 888 a 12 611 cal.
a. P., procedente de la Cueva Pintada (Gutiérrez y Hyland, 2002); así
como una muestra de pigmento de la pintura procedente del sito El
Palmarito, fechada como anterior a 9 000 años a. P. (Gutiérrez, 2008).
El hallazgo de fauna pleistocénica en el área de San Ignacio también
refuerza la presencia de asentamientos paleoindígenas en el interior
de la península.

asentaMientos con orientación MarítiMa


en la Península
En la costa se encuentra otro tipo de patrón de asentamiento, corres-
pondiente a la transición del Pleistoceno final-Holoceno temprano,
particularmente en la isla de Cedros y el Abrigo de los Escorpiones,
en la costa del océano Pacífico; así como en la isla Espíritu Santo, El
Pulguero y la Costa Baja, en el lado sur del golfo de California. Apro-
vechando la riqueza de los recursos marinos, los pobladores habitaron
en la parte alta de los cerros de baja altura, mesetas y cuevas o abrigos
rocosos de la zona costera. Al parecer, las islas de Cedros y Espíritu
Santo estaban conectadas con la península en este periodo temprano,
debido a que el nivel del mar era más bajo que en la actualidad. A
continuación, la descriptiva por sitios.

Abrigo de los Escorpiones


Las investigaciones arqueológicas realizadas entre 2000 y 2004 en el
Abrigo de los Escorpiones, localizado aproximadamente a 6 km al
sur de Eréndira, Baja California, revelan la presencia de ocupación
humana al menos desde el Holoceno temprano (Bryan y Gruhn,
2005). Aunque existe una fecha radiocarbónica de 10 120 ± 40 a. P.

108
PoBlaMiento de la Península de Baja california

con una fecha calibrada de 11 982 a 11 601 a. P., procedente de un


estrato de gravas, los investigadores no consideran que en esta fecha
había ocupación. Las evidencias consisten en lítica tallada, cantos
utilizados como piedras de molienda y percutores, así como restos de
moluscos y fauna de vertebrados, principalmente lobo marino, aun-
que hay algunos restos de peces, aves, focas, ballenas y artiodáctilos.
También se encontraron restos de animales pleistocénicos, como el
extinto antílope de cuatro cuernos y una muela de caballo antiguo.
La presencia de estos restos en el abrigo puede ser tanto natural como
resultado de la caza y el consumo. Aunque el análisis de fauna todavía
está en proceso, es evidente que es un asentamiento con una orienta-
ción marítima desde el Holoceno temprano.

Isla de Cedros
Las dataciones de radiocarbono obtenidas en las investigaciones ar-
queológicas realizadas en la isla de Cedros desde 2000 por Matthew
des Lauriers (2005) revelan la presencia de ocupación humana desde
10 745 ± 25 a. P. con una fecha calibrada de 12 731 a 12 569 a. P. Las
evidencias de los sitios costeros excavados consisten en restos de mo-
luscos y restos óseos de fauna (tanto marina: pez, tortuga marina, lobo
marino y foca fina; como terrestre: conejo); además de lítica tallada,
como puntas de proyectil, cuchillo y raspador, característica de la pre-
sencia de paleocosteros. También se registra el hallazgo de dos puntas
Clovis en la superficie de dos sitios; sin embargo, Des Lauriers opina
que estas puntas no tienen contexto de paleoindígena, considerando
los patrones observables de asentamiento, tecnología y subsistencia.
Como explicación alterna, existe la posibilidad de considerar una mi-
gración paleoindígena, ya que, al parecer, la isla estuvo conectada
con la península en el Pleistoceno final.

Isla Espíritu Santo


Las investigaciones arqueológicas realizadas en la isla Espíritu Santo
entre 1994 y 2007 por Harumi Fujita (1995, 1998, 2008) revelan la
presencia de ocupación humana en forma continua desde el Pleisto-
ceno final hasta el siglo xviii (figura 6).

109
haruMi fujita y antonio Porcayo Michelini

Isla la Partida

Isla Espíritu Santo

J69E
J69 B, F, G J69D
J65
J94A
J57

J30

Figura 6. Sitios J17 Covacha J18


arqueológicos con evidencia Babisuri
de ocupación anterior
a 8 000 años a. P. en la isla
Espíritu Santo.
Fuente: Harumi Fujita.

Los sitios más antiguos se localizan en el abrigo rocoso conocido


como J-17 Covacha Babisuri (figura 7), situado en el lado suroeste de
la isla, y el sitio J-69E sobre la mesa La Ballena 3 (figura 8), en la parte
central y el lado occidental de esta isla.
Las evidencias tempranas de la Covacha Babisuri muestran la sub-
sistencia orientada a la recolección de moluscos y erizos complementa-
da por pesca, captura y caza de animales marinos (tortuga marina, lobo
marino, cetáceos) y terrestres (venado, conejo, liebre, ratón y aves),
así como recolección de plantas (Guía, 2008; Noah, 2002; Porcasi,
2002 y 2004). La fecha de radiocarbono de la muestra de caracol Turbo
fluctuosus encontrada sobre la roca madre y resultado de consumo es
de 10 970 ± 60 a. P. con una fecha calibrada entre 11 930 y 11 230 cal.
a. P. (Beta-236259). Esta orientación marítima en la etapa temprana
se conoce en las islas Channel de California como “periodo Paleocos-
tero” (Erlandson et al., 2007: 57). En Baja California, hasta el mo-

110
PoBlaMiento de la Península de Baja california

Figura 7. Vista general del alrededor de la Covacha Babisuri. Foto: Harumi Fujita.

Figura 8. Vista general de J69E La Ballena 3. Foto: Loren Davis y Harumi Fujita.

111
haruMi fujita y antonio Porcayo Michelini

Figura 9. Concha antigua y lítica de la capa inferior de la Covacha Babisuri. Foto:


Harumi Fujita.

mento esta tradición se conoce en la isla de Cedros, en la isla Espíritu


Santo y, recientemente, en El Pulguero (Fujita, 2009a). La industria
lítica en la Covacha Babisuri comprende tanto lítica tallada (puntas
de proyectil con predominancia de tipo foliácea, raspadores, raederas y
lascas con retoques y huella de uso) como lítica pulida (pulidores, per-
foradores y piedras pulidas), además de piedras de molienda (metates,
manos y mano/percutores), principalmente de basalto y riolita. Un
hallazgo muy particular en la etapa temprana en este sitio es el de con-
chas cuyas dataciones radiocarbónicas en 20 muestras se ubican entre
35 550 y más de 47 500 años a. P. Al parecer, éstas fueron utilizadas
como herramientas para curtido de piel, extracción de fibras de agave
y descamación de peces, además de algunas conchas grandes aprove-
chadas como recipientes (figura 9). También de este periodo temprano
se encuentran evidencias del uso de coral como pulidor y perforador,
así como la elaboración y el uso de anzuelos de concha de madreperla,
material que también se usó para manufacturar ornamentos, al igual
que el caracol (Olivella sp.) y también de perla (figura 10).

112
PoBlaMiento de la Península de Baja california

Figura 10. Proceso de excavación en la Covacha Babisuri en 2005.


Foto: Eduardo Pérez Zamora y Harumi Fujita.

En el campamento al aire libre del J-69E La Ballena 3 hay disper-


sión de lítica tallada, metates y restos de moluscos. Entre estos ma-
teriales se encontraron unas puntas de proyectil en forma de hoja.
También se hallaron algunos restos óseos humanos. Una muestra de
concha fue fechada en 11 284 ± 121 a. P. con una fecha calibrada
de 12 763 a 12 171 a. P. (inah-1770). Sin embargo, otros fechamien-
tos de varias muestras de concha colectadas en superficie varían entre
11 284 ± 121 y 6 610 ± 75 a. P. con una fecha calibrada de 7 027 a
6 632 a. P. (inah-2291), lo que sugiere que en un periodo de cerca de
5 000 años hubo varias ocupaciones temporales (Fujita, 2009b). Lo-
ren Davis también excavó este campamento habitacional entre 2004
y 2006, y se está a la espera de conocer sus resultados.
La primera ocupación en la cueva (J-65 El Gallo II-2) al fondo
noreste de la bahía El Gallo II se calcula entre 10 000 y 9 000 a. P. Los
asentamientos continuaron durante este periodo sobre la meseta de
El Gallo III y La Ballena 3 (J-94A, J-69 F y G). En dichos sitios, la

113
haruMi fujita y antonio Porcayo Michelini

evidencia consiste en restos, tanto dispersos como en concentracio-


nes, de diversos materiales: moluscos de fácil recolección, desechos y
herramientas líticas talladas; además de piedras de molienda, como
metates y manos o mano/percutores. Además, en la cueva J-65 se
encontraron varias representaciones pictográficas abstractas cuya an-
tigüedad es desconocida.
Entre los 9 000 y 8 000 a. P. se incrementaron los asentamientos en
otras cuevas, como J-18 La Dispensa I-2, J-30 San Gabriel 10 y J-57
El Gallo I-8; además de que continuaron los asentamientos sobre me-
seta (J-69 La Ballena 3 B, D y E). En la Covacha Babisuri, la eviden-
cia más temprana de pesca fue comprobada por fechamiento de una
vértebra, que corresponde a este periodo, así como de una preforma
de ornamento o anzuelo de madreperla fechada para este momento.
Además, hay evidencias de aprovechamiento de fauna marina, como
tortuga marina, lobo marino, tiburón y delfín; así como de mamífero
terrestre, entre los que predominan liebre y ratón (Fujita, 2008; Guía,
2008).

El Pulguero
El sitio A-16 El Pulguero Suroeste se localiza a aproximadamente 25
km al noreste de la ciudad de La Paz, al oeste de la playa de Tecolote,
frente a la isla Espíritu Santo, Baja California Sur, y es un área inmen-
sa donde se encuentran canteras y talleres líticos de riolita con una
superficie aproximada de 1.2 km2 (figura 11). Una porción de este
sitio fue previamente identificada y trabajada en la década de 1980
(García-Uranga y Mora, 1981) y el registro casi total del sitio se com-
pletó en 1997 (Fujita, 1998; Fujita y Poyatos, 2007).
En 2008 se llevó a cabo el salvamento arqueológico en la parte
oeste de este sitio con el fin de registrar la mayoría de las canteras y los
talleres líticos de riolita, así como la recolección general de las herra-
mientas, principalmente las preformas de bifacial grande de riolita. En
forma paralela, se realizó la prospección del terreno privado de aproxi-
madamente 95 ha, planeado para un campo de golf y la construcción
de residencias para identificar y registrar los sitios arqueológicos. Una
serie de investigaciones y resultados de fechamiento de algunas mues-

114
PoBlaMiento de la Península de Baja california

Figura 11. Vista general del sitio Al6 El Pulguero Suroeste. Foto: Harumi Fujita.

tras reveló que las evidencias de las actividades intensivas de produc-


ción de bifaciales grandes del periodo tardío cubren las evidencias de
campamentos habitacionales del periodo temprano en la parte alta
de cerros. Las tres muestras de concha recolectadas de la parte alta del
cerro fueron fechadas en 9 470 ± 60 a. P. con fecha calibrada de 9 880
a 9 460 a. P. (Beta-251150), 9 330 ± 60 a. P. con fecha calibrada de
9 620 a 9 310 a. P. (Beta-251151) y 9 000 ± 60 a. P. con fecha calibrada
de 9 320 a 8 930 a. P. (Beta-251153); además de que otra muestra de
concha, procedente de un cerro cercano y con una menor altitud, fue
fechada en 8 450 ± 50 a. P. con fecha calibrada de 8 520 a 8 300 a. P.
(Beta-251152). En estos lugares se encontraron restos de moluscos,
desechos e instrumentos líticos tallados y piedras de molienda. Es ló-
gico pensar que existen similitudes, tanto en el material como en el
patrón de asentamiento, entre los sitios de la isla Espíritu Santo y los
sitios tempranos en El Pulguero, ya que, hasta aproximadamente 8 000
años a. P., la isla Espíritu Santo estaba conectada con la península,
precisamente con el área de El Pulguero y Tecolote (Fujita, 2009a).

115
haruMi fujita y antonio Porcayo Michelini

Costa Baja
Tres cuevas localizadas en el desarrollo turístico “Costa Baja” aproxi-
madamente a 6 km al noreste de La Paz, registrados en 2000 (Fujita,
2003), fueron excavadas en 2005 durante el rescate arqueológico. En
dos de ellas, catalogadas como A-110 Cañada de Caimancito 2 y A-111
Cañada de Caimancito 3, se obtuvieron fechas de muestras de concha
anteriores a 8 000 años a. P., tomadas del nivel inferior y medio de la
excavación.
En el caso del sitio A-110, la muestra de concha datada proviene
del último nivel de la primera capa, por lo que es evidente que en la
capa II existió una ocupación más temprana, cuya evidencia se basa
exclusivamente en la lítica tallada (lascas, núcleos y un raspador); es
de notarse la ausencia de restos de moluscos y piedras de molienda.
Por su parte, en el sitio A-111 la muestra de concha fechada pro-
viene del último nivel de la unidad de excavación y las evidencias
del periodo temprano consisten en restos de moluscos y lítica, tanto
tallada como piedras de molienda (Carlos Mandujano y Sandra Eli-
zalde, comunicación personal, 2005). Estas dos cuevas fueron ocupa-
das en forma continua hasta la época de contacto, de acuerdo con los
resultados de fechamiento de varias muestras.
En los sitios de Baja California hasta ahora estudiados no se han
encontrado entierros o restos óseos humanos correspondientes a este
periodo temprano que nos puedan informar sobre cómo eran estas
poblaciones y sus rituales funerarios.

conclusiones
Las investigaciones arqueológicas realizadas hasta el momento en
la península de Baja California son menos numerosas que en otras
áreas, tanto de Mesoamérica como de California. Sin embargo, a par-
tir del año 2000 se han incrementado los trabajos arqueológicos en
el área, por lo que se han visto avances en los estudios destinados
a determinar la antigüedad de la primera ocupación y las rutas de
poblamiento, en la estimación de patrones de subsistencia y en la
diversificación de los análisis de artefactos usados por los primeros
pobladores de la península, tanto los de origen lítico como orgáni-

116
PoBlaMiento de la Península de Baja california

co, de concha, hueso y coral. En forma ocasional, se han efectuado


estudios de adn y también de paleodietas por medio de análisis bio-
químicos.
Se ha revelado en tres sitios, tanto de la zona costera (isla de Ce-
dros e isla Espíritu Santo) como de la parte interior (Sierra de San
Francisco), que la prehistoria de Baja California inició hace alrededor
de 11 000 años, comprobados por las excavaciones estratigráficas y
los fechamientos de radiocarbono. En ellos hubo presencia contem-
poránea tanto de las tradiciones paleoindígenas como paleocosteras,
lo que sugiere que el poblamiento se efectuó tanto por la ruta costera
como por la terrestre. Por otra parte, se considera que los sitios Igna-
cio Zaragoza y Cerro Pinto corresponden al Holoceno temprano por
la industria lítica conocida como San Dieguito, que proviene princi-
palmente de California. Los indígenas del periodo temprano tenían
dominio de la naturaleza del mar y la tierra de la peculiar península,
larga y estrecha, y la aprovechaban de acuerdo con las estaciones del
año. Su modo de vida era nómada y seminómada.

agradeciMientos
Queremos agradecer a la arqueóloga Julia Bendímez Patterson por su
apoyo a los proyectos arqueológicos de Baja California. Harumi Fujita
quiere agradecer al ingeniero Joaquín García-Bárcena y al arqueólogo
Jesús Mora Echeverría por su interés y apoyo académico para llevar
a cabo el proyecto “El poblamiento de América visto desde la isla
Espíritu Santo, B. C. S.”. Queremos dar el reconocimiento a Karen
Calvario Zavala y a Omar López Hernández por realizar el mapa de
la península.

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122
la Prehistoria en oaxaca
avances recientes

Marcus Winter*

Desde el recorrido hecho hace 50 años por José Luis Lorenzo y Miguel
Messmacher (1963), y las investigaciones, en los años sesenta, de
Kent V. Flannery (1986) y sus colaboradores, sabemos de la presencia
de sitios prehistóricos, también denominados precerámicos o de la
Etapa Lítica, cerca de Mitla, en el extremo este del valle de Oaxaca.
Sin embargo, con la excepción de unos hallazgos misceláneos, duran-
te los últimos 40 años el periodo prehistórico en Oaxaca ha recibido
poca atención. La situación cambió en 2005 y 2006 cuando trabaja-
mos varios sitios tempranos al este de Mitla como parte del Proyecto
Salvamento Arqueológico Carretera Oaxaca-Istmo (sacoi) y un sitio
en el Istmo en el Proyecto Exploraciones Arqueológicas en Barrio
Tepalcate, Ixtepec, Oaxaca (figura 1).

sitios PaleoaMericanos

A 6 km al este del centro de Mitla, en el pueblo de San José del Paso,


se excavó un posible matadero paleoamericano conformado por hue-
sos de mastodonte y dos artefactos líticos (López Zárate y Martínez
López, 2007). Los huesos estaban en un área de 80 m², desde la super-
ficie hasta 30 cm de profundidad, en una matriz de limo-arcilla duro;
algunos parecían estar en posición anatómica. Los artefactos eran un

* Centro inah Oaxaca.

123
Marcus Winter

Valle de Nochixtlán

Valle de Tlacolula

Figura 1. Mapa de
Barrio Tepalcate
Oaxaca con la ubicación
de sitios tempranos.
Fuente: Cira Martínez
López, Gonzalo Sánchez
Santiago y Pablo Mateos.

tajador/raspador denticulado, hecho sobre una lasca grande y gruesa,


y un núcleo con una orilla denticulada, posiblemente utilizada como
raspador. Ambos son de sílex local, común en el área de Mitla, de
textura homogénea y fina (figuras 2 y 3).

Figura 2. Huesos de mastodonte excavados en el sitio sjP-1. Foto: Marcus Winter.

124
la Prehistoria en oaxaca: avances recientes

Figura 3. Dos
implementos
encontrados con
los huesos de
mastodonte.
0 5 Fuente: David
cm Hilbert.

La asociación espacial de los artefactos y los huesos fue clara; no


aparecieron otros artefactos en el área inmediata que pudieran indi-
car mezcla de materiales de una ocupación más tardía. No obstante,
la asociación temporal de los artefactos con los huesos es cuestionable
simplemente porque los materiales no se encontraron en contexto
sellado. Previa a la exploración del sitio sjP-1, la evidencia de los
paleoamericanos en Oaxaca era una punta acanalada hallada en la
superficie en el municipio de San Juan Guelavía, en el valle de Tlaco-
lula (Finsten et al., 1989: figura 2.3), y posiblemente los restos quema-
dos (sin artefactos) de fauna pleistocénica en cueva Blanca (Flannery,
1983: 27).
En 2006, el arqueólogo Richard Orlandini encontró en la super-
ficie de un sitio al oeste de Mitla la base de una punta de proyectil
acanalada, además de bifaces rotos durante manufactura y unas lascas
de adelgazamiento. El sitio Orlandini está sobre la planicie del pie de
monte adyacente a un arroyo tributario 1.5 km al norte del río Mitla.
Los artefactos fueron expuestos por la erosión de un arroyito que cor-
ta la capa de unos 30-60 cm de tierra arenosa encima de una base de
toba volcánica (figura 4). El terreno ha sido arado y aún no está claro
si los artefactos están in situ. El sitio puede representar una estación
de lasqueo o tal vez un campamento más completo.
En 2007, durante una visita al sitio, se encontró en la superficie la
base de otra punta acanalada. Estaba a unos metros al oeste del sitio
Orlandini en la arena despostada al lado izquierdo del afluente del

125
Marcus Winter

Figura 4. Sitio Orlandini al oeste de Mitla. Foto: Marcus Winter.

río Mitla. Esta pieza, de sílex blanco fuertemente patinada, probable-


mente fue movida y redepositada por las aguas de un arroyo temporal
y sugiere la presencia de otro sitio temprano más arriba sobre el arro-
yo (figura 5).
Las tres puntas acanaladas de Oaxaca (la punta de Guelavía y los
dos fragmentos reportados aquí) parecen ser de tipo paleoamericano,
tal vez mejor descritos como variantes de puntas Clovis.

Figura 5. Fragmentos basales de puntas


0 5
acanaladas del sitio Orlandini.
cm
Fuente: David Hilbert.

126
la Prehistoria en oaxaca: avances recientes
a Oaxaca Santa Ana
del Valle
Díaz Ordaz

Cueva Blanca a Ayutla


Guilá Naquitz
Mrg-6
sjP-1
San Juan Sitio Orlandini
Tlacolula Guhdz
Guelavia Gheo Shih Bedkol
San José
del Paso San Lorenzo
Mitla
Albarradas
0 10

km
Matatlán

al Istmo

Figura 6. Mapa del área de Mitla con sitios tempranos.


Fuente: Cira Martínez López, Gonzalo Sánchez Santiago y Pablo Mateos.

dos sitios arcaicos en el área de Mitla


En 2006 se exploró un sitio abierto, Guhdz Bedkol, y un abrigo, Mrg-
6, ambos aproximadamente 3 km al este del centro del municipio de
Mitla. Los dos sitios iban a ser afectados por la construcción de la
nueva carretera Oaxaca-Istmo (figura 6). Un gran talud de relleno
construido para apoyar la carretera ya marca el lado este de Guhdz
Bedkol. Unos 200 m más al norte la carretera en la cual se encuentra
Mrg-6 pasa arriba del paredón; el abrigo fue afectado por la dinamita
usada para aflojar la piedra arriba del paredón y por el escombro tira-
do hacia el cañón por la maquinaria pesada.

Guhdz Bedkol
Éste es un sitio abierto sobre una loma baja al lado izquierdo del río
Grande. La vista desde el sitio domina el valle de Mitla al oeste y la
salida del río Grande de su cañada estrecha al norte (figura 7). La
superficie de la loma, que tiene cerca de 9 ha de extensión, presenta
áreas erosionadas por escurrimientos de agua, exponiendo artefactos
fechados para el Arcaico y más tardíos. La concentración más densa
de material lítico arcaico apareció en una ligera planicie en la parte
norte-central del sitio denominado área G. Aquí se abrió un área ho-
rizontal de 575 m2 (Martínez López y Reyes González, 2007).

127
Marcus Winter

Figura 7. Vista hacia el este desde la nueva carretera con la excavación de Guhdz
Bedkol en la planicie abajo. Foto: Marcus Winter.

Se reconocieron dos superficies en la excavación debajo de la su-


perficie actual del terreno. La superficie 1 era el fondo de la zona ara-
da. La superficie 2, con un espesor de 0 a 10 cm y colocada debajo de
la superficie 1, posiblemente corresponde a una superficie de ocupa-
ción arcaica, con alineamientos de piedra y varias concentraciones
de artefactos sin presencia de cerámica. Debajo de ella está la roca de
toba volcánica de color blanco-gris. Se encontraron dos alinea-
mientos aproximadamente paralelos que posiblemente formaban una
estructura rectangular de 18 m de largo por 10 m de ancho. El ali-
neamiento G4, compuesto por seis piedras, posiblemente formaba un
límite lateral. Otro alineamiento, de solamente 2.70 m de largo, posi-
blemente pertenezca a otra estructura. Los principales alineamientos
(G1 y G2) fueron construidos perpendiculares a la pendiente de la
loma; pudieron haber sido el límite de una plataforma o las bases
de paredes de palitos. En el espacio entre los dos alineamientos y en

128
la Prehistoria en oaxaca: avances recientes

Figura 8. Una porción de Guhdz Bedkol mostrando alineamientos de piedra. Foto:


Marcus Winter.

las áreas fuera de ellos se encontraron manchas de ceniza y concen-


traciones de materiales y artefactos, lo que indica posibles áreas de
actividad (figura 8).
Dentro de la posible estructura se encontraron dos posibles huellas
de postes, en el centro del espacio, de forma aproximadamente circu-
lar de 16-20 cm de diámetro pero solamente de 3 cm de profundidad
en la superficie 2, y un área de ceniza compactada sobre la superficie
2 en la esquina noroeste. Al exterior aparecieron concentraciones de
desecho con artefactos. El elemento G1 tuvo muchas lascas en una
matriz de ceniza. El elemento G9 consistió en una concentración de
lascas y dos manos de metate descartadas en una depresión en la orilla
suroeste del área (figura 9).
La lítica tallada de Guhdz Bedkol incluye sílex local de varios
colores y texturas, y riolita local color rojo oscuro a morado. Hay
abundante evidencia de preparación de implementos: lascas miscelá-
neas, lascas de adelgazamiento, preformas y bifaces rotos. Con base en

129
Marcus Winter

Elemento G1

Muro G4
Muro G2

Elemento G4

Muro G1

Elemento G6
Elemento G7
Muro G3 Gala G5

Elemento G8
Elemento G9
Gala G6 Elemento G5

0 5
m

Figura 9. Guhdz Bedkol; planta de la porción central del área G.


Fuente: Cira Martínez López, Gonzalo Sánchez Santiago y Pablo Mateos.

las pocas puntas de proyectil encontradas en la superficie, fechamos el


sitio tentativamente entre 6000-4000 años a. C. (figura 10).

Abrigo rocoso mrg-6


El abrigo rocoso Mrg-6 es parte de una grieta de unos 80 m de largo
en el paredón de toba volcánica 35 m arriba del cauce del río Grande
que alimenta el río Mitla. Se localiza a unos 1 770 m sobre el nivel del
mar y a unos 35 m arriba del cauce del río justo antes de que el cañón
del río abra hacia el extremo este del valle de Oaxaca. La sección
sur del abrigo, Mrg-7, tenía unos fragmentos de cerámica postclásica

130
la Prehistoria en oaxaca: avances recientes

Figura 10. Mrg-6; excavación en proceso. Foto: Marcus Winter.

en la superficie y quedó casi inaccesible al estudio por los grandes


bloques de piedra caídas del techo durante la construcción de la ca-
rretera. La ocupación arcaica apareció en el extremo norte, Mrg-6,
que midió unos 15 m de largo y alcanzó 60 cm de profundidad.
La ocupación arcaica consistió en un apisonado de unos 10 m de
largo con elementos y artefactos que permitieron la definición de dos
áreas principales de actividad (Baudouin y Markens, 2007). La pri-
mera consistió en un fogón de 60 cm de diámetro empotrado en la
superficie ocupacional y forrado en su fondo con trozos planos de pie-
dra de toba volcánica. A su alrededor se encontraron aproximada-
mente 15 piedras de molienda: metates y manos de metate. Algunos
fueron guardados con cuidado en dos pozos no muy profundados a los
lados del fogón (figura 11). Cuatro apisonados delgados, compacta-
dos y sobrepuestos se extendieron de 2 a 3 m en todas direcciones y
probablemente representan distintas ocupaciones. La presencia del
fogón aquí y las piedras de molienda sugiere que el área servía para la

131
Marcus Winter

Figura 11. Mrg-6; artefactos de molienda in situ. Foto: David Hilbert.

preparación y el consumo de alimentos. También esta área contenía


mucho desecho lítico y una punta de proyectil rota.
La segunda área, 4 m al sur del fogón, estaba cubierta por una capa
delgada de carbón y ceniza, y los afloramientos de roca en el piso es-
taban quemados. Encima y cerca de la mancha de carbón y ceniza se
registró evidencia de la talla de lítica: unas pocas lascas primarias con
corteza, núcleos y preformas de puntas de proyectil. Hubo miles de
lascas de talla descartadas y arrimadas al fondo del abrigo. Fechamos
la ocupación tardía provisionalmente hacia la fase Blanca, 3300-2800
a. C., con base en la presencia de puntas de proyectil tipo San Nico-
lás, Hidalgo y La Mina (Flannery, 1983: tabla 2.2) (figura 12), aunque
los análisis de muestras de carbón dieron fechas más tempranas.
Las superficies ocupacionales indican que el sitio fue sede de acti-
vidades domésticas de un pequeño grupo, posiblemente una familia,
que tallaba implementos de piedra lasqueada y preparaba y consumía
alimentos vegetales. Hubo pocos huesos de animales cazados y mu-

132
la Prehistoria en oaxaca: avances recientes

Figura 12. Mrg-6; puntas


de proyectil. Fuente: David Hilbert.

chos huesos de roedores posiblemente no contemporáneos con la


ocupación arcaica. La ocupación del abrigo aparentemente fue tem-
poral y repetitiva.

un sitio arcaico en el istMo


El otro sitio de relevancia aquí es Barrio Tepalcate, al lado derecho
del río Los Perros en las afueras de Ciudad Ixtepec, en el istmo de Te-
huantepec. En 2005 se realizó un proyecto de salvamento arqueológi-
co, ya que el sitio preclásico estaba siendo destruido por ladrilleros.

133
Marcus Winter

Figura 13. Puntas tipo Xaagá


de Barrio Tepalcate (izquierda)
y Xaagá. Fuente: David Hilbert.

Entre los materiales recolectados sobre las orillas de los cortes en-
contramos una punta de proyectil arcaica y otros posibles artefactos
precerámicos, un núcleo de sílex ya preparado y una preforma bifa-
cial. La punta, del tipo que hemos designado Xaagá, es de sílex gris
con cristales de cuarzo, similar a la materia prima encontrada en
Mitla. Este sitio por primera vez documenta la presencia de grupos
arcaicos en la región del Istmo sur. Probablemente se trata de un cam-
pamento temporal, o tal vez simplemente de una estación de trabajo
lítico (figura 13).

coMentarios generales

Concentración de sitios
El hallazgo de las puntas acanaladas y el posible matadero de masto-
dontes corroboran la presencia de los paleoamericanos en Oaxaca, y
los sitios arcaicos enriquecen la variabilidad documentada en trabajos
previos. La concentración de sitios tempranos en el área de Mitla es
hasta ahora única en Oaxaca. El subvalle de Mitla parece haber sido
un área nuclear durante la Etapa Lítica, análoga para los cazadores-re-
colectores a las áreas nucleares postuladas hace años por Eric Wolf y
Ángel Palerm (1957) para los periodos más tardíos en Mesoamérica.
Son áreas de concentraciones inusuales de recursos, de innovaciones
y de desarrollos precoces.

134
la Prehistoria en oaxaca: avances recientes

Uno podía pensar que los factores especiales en Mitla eran los nu-
merosos abrigos rocosos para alojamiento conveniente, una abundan-
cia de plantas y animales comestibles y la disponibilidad común del
sílex. Sin embargo, existen otras áreas de Oaxaca con muchos abrigos
pero que carecen de ocupaciones arcaicas; hay otros sectores del valle
de Oaxaca que presentaban condiciones ambientales similares pero
que no cuentan con sitios prehistóricos; y hay otros yacimientos de
sílex en Oaxaca pero hasta ahora no se han localizado concentracio-
nes de sitios tempranos asociados. La combinación de los factores
mencionados (abrigos, ambiente, sílex), tal vez junto con la presen-
cia de agua y la ubicación cercana a la intersección entre regiones
geográficas —el valle de Oaxaca, la Sierra Mixe y la salida hacia el
Istmo— explican la concentración de sitios.

El sílex
Único en Mitla es el sílex abundante, de buena calidad y de fácil
acceso. Ocurre en vetas de espesor variable en la toba volcánica
(“cantera”) que forman las montañas al norte del pueblo. Puede ser
extraído directamente de las vetas y aparece también en la superficie
del terreno y en los cauces del río Grande y de los arroyos como nódu-
los tabulares ya removidos de la toba por procesos naturales. Durante
unos 8 000 años, desde el periodo Paleoamericano hasta finales del
Arcaico, grupos de cazadores-recolectores explotaron estos yacimien-
tos; la producción de implementos es el denominador común entre
los sitios.
Un reto es realizar estudios para detectar cambios a través del
tiempo en la selección de materia prima, así como en la morfología,
las técnicas de la producción y la función de los implementos. Los
cambios en las puntas de proyectil son obvios; en lascas grandes y
anchas con plataformas facetadas se refleja una técnica de adelga-
zamiento bifacial con percutor blando, no documentada en periodos
más tardíos en Oaxaca. Tanto las puntas como los bifacies grandes,
ambos rotos en proceso de manufactura, son comunes, aunque pre-
viamente han sido identificados como implementos terminados
(figura 14).

135
Marcus Winter

0 5
Figura 14. Lascas de adelgazamiento bifacial
m
(arriba) y bifaces rotas en manufactura.
Fuente: David Hilbert.

0 5

Cronología
Una secuencia cronológica para la Etapa Lítica en Oaxaca ha sido pro-
puesta por Flannery (1983: cuadro 2.2) con base en los resultados de
sus exploraciones en los sitios de Cueva Blanca, Guilá Naquitz, Mar-
tínez Rockshelter y Gheo Shih. Flannery define cuatro fases, tomando
en cuenta especialmente las fechas de radiocarbono y las puntas de
proyectil como artefactos diagnósticos. Los datos reportados en el pre-
sente estudio ayudan a enriquecer la secuencia (figura 15).
Las puntas acanaladas y el sitio sjP-1 con el mastodonte se pue-
den asociar como materiales de un periodo paleoamericano, mientras
que la zona F de Cueva Blanca, reportada por Flannery, posiblemente
corresponda a una época todavía más temprana. En el abrigo Mrg-6
se encontró una punta de forma de hoja (figura 12, superior izquier-
do) del tipo Lerma definido por MacNeish et al. (1967) y que posi-
blemente corresponda al periodo Paleoamericano. El sitio de Guhdz

136
la Prehistoria en oaxaca: avances recientes

cuadro 1
CRONOLOGÍA DE LA ETAPA LÍTICA EN OAXACA
Años a. C. Fase Sitios
(Periodo Preclásico)
1 600
Martínez Yuzanú (Valle de Nochixtlán); Martínez Rockshelter
2 800
Blanca Cueva Blanca C-D; San Felipe del Agua* (valle de Oax.);
Yucuñudahui* y Jaltepec* (valle de Nochixtlán)
3 300
4 000
Jícaras Gheo Shih; San Felipe del Agua*
5 000
5 430
(sin nombre) Mrg-6 apisonados 2-4
6 200
6 700
Naquitz Guilá Naquitz B-E
Cueva Blanca E
8 900
(Periodo Paleoamericano) sjP-1
Orlandini
9 500
Pleistoceno tardío Cueva Blanca F

Fuente: Basado en Flannery (1983: cuadro 2.2) con datos agregados de hallazgos
aislados de superficie (*) y de los proyectos recientes.

Bedkol tuvo una punta tipo Jícaras y es posible que el sitio fuera
ocupado al mismo tiempo que Gheo Shih, donde también aparecie-
ron puntas de tal tipo. La posición temporal de las puntas tipos Xaagá
no ha sido determinada; posiblemente correspondan a la fase Jícaras o
un poco antes por su forma alargada y relativamente gruesa. Muestras
de carbón tomadas de los apisonados inferiores en el Mrg- 6 dieron
tres fechas que van de 5430-6200 años a. C. Los detalles de los con-
textos y de los artefactos asociados serán presentados en un estudio
futuro. Mientras, cabe notar que las fechas sugieren una ocupación
entre las fases Naquitz y Jícaras, como señalo en el cuadro cronológi-
co (figura 15).

La domesticación de plantas
El abrigo Guilá Naquitz, explorado por Flannery, es un sitio clave por
haber proporcionado evidencia temprana de plantas domesticadas: el
bule y la calabaza en 8000 a. C. y el maíz en 4300 a. C. La importan-
cia de las plantas en los sitios de Mitla está reforzada por los datos de
Mrg-6: hay una notable ausencia de huesos de animales cazados de ta-

137
Marcus Winter

maño grande y mediano, en contraste con los dos escondrijos con


piedras de molienda, es decir, enterradas y conservadas para un futuro
regreso de los usuarios del abrigo, así como por las lascas con pulimen-
to, posiblemente utilizados para procesar maguey u otras plantas. Es
posible que las plantas o sus semillas fuesen traídas a Mitla, sembradas
y dejadas, mientras que la gente hacía otras actividades y regresaba
más tarde para la cosecha o para cuidar las plantas y sus semillas y
frutas, en sus últimas etapas, de los insectos y los animales. Notable
es la ausencia de hornos para procesar maguey y pozos para almace-
namiento.

Formación y distribución de grupos


¿Qué implicaciones tienen los datos prehistóricos para la formación
de grupos étnicos y lingüísticos en Oaxaca? Las lenguas indígenas de
Oaxaca se dividen principalmente en dos familias: la otomangue y
la mixe-zoque. La distribución conocida de puntas tipo Xaagá en
el valle de Oaxaca y Puebla comprende una reportada del valle de
Tehuacán (MacNeish et al., 1967), una de la cueva del Texcal (Gar-
cía Moll, 1977) y, en el Istmo, la que procede de Barrio Tepalcate.
Estos datos pueden sugerir que hacia el 5000 a. C. aún no existía
una división geográfica entre los grupos que habitaban el sureste de
México. En cambio, cerca del 3000 a. C., la distribución de pun-
tas tipo Coxcatlán presentes en la cueva del Texcal, sitios del valle
de Tehuacán, la Mixteca Alta y el valle de Oaxaca podría indicar
una presencia de un grupo proto-otomangue en los altos de Puebla y
Oaxaca. No obstante, la escasez de sitios del Arcaico y de artefactos
diagnósticos hace difícil definir posibles patrones de etnicidad para
este periodo.

Las construcciones
Finalmente, Gudhz Bedkol es especialmente interesante porque ofre-
ce datos para una reevaluación de los dos muros encontrados hace
años en Gheo Shih, los cuales han sido interpretados como límites
de una pista de baile o de una cancha de juego de pelota (figura 16).
Los pares de alineamientos de piedra en los dos sitios, Guhdz Bedkol y

138
la Prehistoria en oaxaca: avances recientes

Figura 15. Sitio Gheo Shih con alineamientos de piedra. Foto: David Hilbert.

Gheo Shih, son similares y posiblemente contemporáneos. Están po-


sicionados en manera similar en sus respectivas lomas (perpendicular
a la bajada) pero no muestran la misma orientación. En ambos casos
son de unos 20 m de largo y están separados por unos 7-10 m.
Los sitios están en extremos opuestos, este y oeste, del pequeño va-
lle de Mitla, ambos situados donde se cierra el valle. Tal vez fueron
construidos por grupos relacionados y probablemente con una función
comunitaria, aunque no hemos determinado si eran precisamente con-
temporáneas. Finalmente, los proyectos recientes proporcionan nuevos
datos. Esperamos que los estudios en proceso enriquezcan los conoci-
mientos del periodo prehistórico.

agradeciMientos
Este escrito es una versión modificada de la ponencia del mismo títu-
lo presentada en el Simposio “Perspectivas de los Estudios de Prehistoria
en México. Un Homenaje a la Trayectoria del Ing. Joaquín García-Bár-

139
Marcus Winter

cena”, llevado a cabo los días 4 y 5 diciembre de 2008 en el Museo


Nacional de las Culturas de la ciudad de México. Agradezco la invi-
tación extendida por el doctor Joaquín Arroyo Cabrales y el doctor
Eduardo Corona Martínez para participar en el simposio.
Quiero reconocer el trabajo de mis colegas y ayudantes, quienes
realizaron las exploraciones, registraron los datos y proporcionaron
una gran parte de la información presentada en este escrito: Cira
Martínez López, Robert Markens, Harry Baudouin, José Leonardo
López Zárate, Liliana Carla Reyes González y Marisol Yadira Cortés
Vilchis. También agradezco la ayuda en el análisis de artefactos y la
preparación del escrito. Cira Martínez López leyó y corrigió una ver-
sión del manuscrito. David Hilbert tomó las fotos de los artefactos.
Cira Martínez López, Gonzalo Sánchez Santiago y Pablo Mateos me
ayudaron con la preparación de las figuras.
Finalmente, aprovecho esta oportunidad para reconocer y agra-
decer al ingeniero Joaquín García-Bárcena el apoyo brindado para la
realización de varios proyectos arqueológicos en Oaxaca, incluyendo
los dos que proporcionaron los nuevos datos descritos aquí sobre la
Prehistoria en Oaxaca.

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141
nuevos estudios soBre las sociedades
PreceráMicas de chiaPas

Guillermo Acosta Ochoa*

los Pioneros de la “Prehistoria” de chiaPas


Las diversas sociedades precolombinas que habitaron el actual terri-
torio chiapaneco lo hacen, posiblemente, uno de los más investigados
en la arqueología mexicana. Aunque su importancia es reconocida
para el desarrollo de las primeras sociedades aldeanas en la América
Media (Clark y Blake, 2000), se conoce poco sobre las sociedades
precedentes, las cuales, sin duda, debieron tener un papel preponde-
rante en la formación de los desarrollos subsecuentes, llámense olme-
cas, zoques, mayas o chiapanecas.
Con autores como Philip Drucker (1948) se dio inicio a este tipo
de estudios, con el recorrido y la excavación de sitios concheros de la
costa de Chiapas, los cuales dieron cuenta de las primeras ocupacio-
nes precerámicas en el estado. A estos trabajos les siguieron los de Lo-
renzo (1955) y Voorhies (1976), interesados en el llamado “Arcaico”
y el desarrollo de las primeras comunidades sedentarias.
El estudio pionero de Richard MacNeish (MacNeish y Peterson,
1962) inicia con base en las investigaciones de Frederick Peterson, de
la Fundación Arqueológica Nuevo Mundo, quien localizó niveles
precerámicos en sus excavaciones para ubicar la cerámica más tem-
prana en Santa Marta. En esta época, el interés de MacNeish era
localizar restos de los primeros cultivos mesoamericanos (MacNeish,
1961). No obstante, MacNeish no le dio mayor importancia a Santa

* Instituto de Investigaciones Antropológicas, unaM.

143
guillerMo acosta ochoa

Marta para este tema, pues consideró que el periodo de su interés


estaba poco representado en el sitio.
Es, sin embargo, con el inicio de los estudios del extinto Depar-
tamento de Prehistoria del inah, y en particular los trabajos encabe-
zados por Joaquín García-Bárcena, que se inicia un periodo intenso
de investigación en distintas regiones de Chiapas, de las cuales sólo
mencionaré una síntesis por cuestión de espacio.
En 1978 inició el Proyecto Altos de Chiapas, centrado en las áreas
de Teopisca-Aguacatenango y el valle de San Cristóbal. En las te-
rrazas lacustres de Aguacatenango se localizaron diversos materiales
líticos, incluidas puntas Lerma, Abasolo y Garyto (Guevara, 1981;
García-Bárcena, 1982). En Teopisca se localizaron 13 sitios con ocu-
paciones sin cerámica, cinco de ellos anteriores a 5000 a. P., y se
excavaron dos (Teopisca I y X), y aunque los resultados no han sido
publicados in extenso, diversas tesis de grado se realizaron como re-
sultado de las investigaciones (García-Bárcena y Santamaría, 1982:
152-154).
En el valle de San Cristóbal fueron localizados 25 sitios arqueo-
lógicos, la mayor parte de ellos concentraciones de lítica y cerámica.
Entre 1978 y 1979 se excavó la cueva 1 de Corral de Piedra, pero las
ocupaciones abarcaban sólo periodos cerámicos. Fogótico, un sitio
abierto localizado en las terrazas fluviales del río del mismo nombre,
es el sitio con mejor secuencia estudiada en San Cristóbal y compren-
de diversos periodos de ocupación, el más temprano de ellos anterior
a 8000 a. P. (García-Bárcena y Santamaría, 1982: 160-163). Fue,
sin embargo, en el área de Ocozocoautla donde se llevaron a cabo
las excavaciones de los estudios más conocidos, entre 1974 y 1977
(García-Bárcena y Santamaría, 1982; Santamaría y García-Bárcena,
1984a, 1984b, 1989), principalmente en las cuevas de Santa Marta
y Los Grifos. Estas investigaciones tuvieron como finalidad ubicar
sitios prehistóricos y ocupaciones anteriores a las investigadas por
MacNeish y Peterson en Santa Marta y conocer las características
tecnológicas y económicas de las poblaciones precerámicas del área
(García-Bárcena y Santamaría, 1982: 7). En este proceso se excava-
ron tres sitios, uno de ellos abierto (sa-1) y dos cuevas: Santa Marta

144
nuevos estudios soBre las sociedades PreceráMicas de chiaPas

y Los Grifos. Ambas cuevas se hallan prácticamente adyacentes, se-


paradas por una corriente sobre la base del acantilado que forma la
meseta de Ocuilapa.
El sitio sa-1 proporcionó información escasa sobre la ocupación
precerámica de la región, sin embargo, tanto Santa Marta como Los
Grifos proporcionaron evidencias relevantes en el estudio de las so-
ciedades recolectoras a finales del Pleistoceno. La cueva de Santa
Marta fue excavada entre 1974-1976, con el fin de incrementar los
datos y localizar ocupaciones anteriores a las identificadas con los tra-
bajos de MacNeish y Peterson (García-Bárcena et al., 1979). Allí se
excavaron un total de 58 m2 en tres unidades de excavación (Pozo
A-11, Cala A/B y Cala HH/KK), identificando 21 estratos con 11
fases u ocupaciones importantes, desde el 9330 ± 290 a. P. y hasta el
periodo colonial (García-Bárcena y Santamaría, 1982: 38-40).
En la Cueva de Los Grifos fue excavada entre 1976 y 1977 un área
de 22 m2. Las ocupaciones identificadas formaron dos series, separadas
por una discordancia erosional de varios milenios. Las ocupaciones
más tardías fueron fechadas para el Clásico medio y el Posclásico,
mientras que las ocupaciones más tempranas aparecen en diez uni-
dades estratigráficas (14 a 23) con fechas de radiocarbono entre 8930
± 150 y 9540 ± 150 a. P. (Santamaría y García-Bárcena, 1984a: 7-20;
García-Bárcena y Santamaría, 1982: 15-17.

los Modelos de PoBlaMiento


y las alternativas de investigación
El presente ensayo intentará retomar algunas de las ideas origina-
les del ingeniero García-Bárcena, y las evaluará a la luz de nuestras
propias investigaciones, las cuales, más que negar las conclusiones a
las que llegó el ingeniero García-Bárcena y su equipo de trabajo, las
complementan. En tanto, algunas de sus propuestas iniciales han ser-
vido como hipótesis guía que nos han permitido plantear alternativas
explicativas a la estructura económica de los primeros pobladores del
sureste mexicano, y hacen revalorar el trabajo de uno de los pione-
ros de la prehistoria de Chiapas. Estas dos ideas originales son: a) la
vinculación de las puntas acanaladas del sur de México con aquellas

145
guillerMo acosta ochoa

localizadas en América Central y Sudamérica, lo que indica dos pro-


bables procedencias, y b) la posibilidad de que una población basa-
da en materiales expeditivos y una subsistencia de amplio espectro
coexista para la transición Pleistoceno-Holoceno en Chiapas, junto
a los típicos cazadores de puntas acanaladas.
Para ello, tendré que exponer, con base en nuestras investigacio-
nes, las alternativas explicativas para los anteriores fenómenos, lo que
me permitirá esbozar un modelo mejor definido para el poblamiento
de las regiones tropicales de la América Media.
Si comparamos los intereses que guiaban las investigaciones sobre
las sociedades precerámicas hace treinta años, en realidad podemos
ver que la agenda ha cambiado poco en una gran parte de los colegas
interesados en la “Etapa Lítica”. Los temas centrales siguen siendo
el poblamiento inicial y el “origen” de la agricultura, lo cual se com-
prende, pues son momentos coyunturales del desarrollo histórico en
el Nuevo Mundo. No obstante, las metodologías específicas tampoco
parecen haber cambiado mucho a pesar de los avances técnicos de
nuestra disciplina en las últimas tres décadas, pero particularmente
se han observado escasas contribuciones a nivel teórico a pesar del
amplio desarrollo de la teoría sobre cazadores-recolectores (Bettinger,
1987; Panter-Brick et al., 2001; Bate y Terrazas, 2006).
Una precisión conceptual debe señalarse: estoy de acuerdo con
Felipe Bate y Alejandro Terrazas (2006) cuando mencionan que el
término Prehistoria es prehistórico en sí mismo, y su uso es más del or-
den utilitario que con algún significado teórico preciso. En el texto se
usa el entrecomillado para denotar este carácter utilitario, refiriendo
de manera general a las sociedades con ausencia de cerámica (“prece-
rámicas”) anteriores al 1800 años a. P.
En el cuadro 1 se presenta un cuadro comparativo que intenta
exponer las diferentes alternativas del estudio de la “prehistoria” en
nuestro país, aunque esto podría hacerse extensivo hacia otros perio-
dos y a nuestros vecinos al norte y sur del continente. La columna
izquierda del cuadro 1 expone la manera “tradicional” en que se ha
abordado el estudio de las sociedades precerámicas, mientras que la
derecha muestra las alternativas metodológicas, las cuales son, más

146
nuevos estudios soBre las sociedades PreceráMicas de chiaPas

cuadro 1
ALTERNATIVAS A LOS ESTUDIOS DE CAZADORES-RECOLECTORES
Estudios de sitio Estudios regionales, con el fin de evaluar la variabilidad de
sitios y componentes de las ocupaciones precerámicas de
un área.
Excavaciones intensivas Excavaciones extensivas mediante el análisis detallado de
(calas, pozos) áreas de actividad.
Estudio de restos macrobotánicos Recuperación sistemática de microfósiles, con el fin
(cribado o flotación) de complementar la escasa conservación de los restos
macrobotánicos en las regiones tropicales (polen, almidón,
fitolitos, antracología).
Tipología morfológica, análisis Tipología basada en aspectos tecnológicos.
de huellas de uso Análisis de residuos de las áreas funcionales.
Fechamiento relativo, 14C estándar Fechamiento 14C-aMs, paleomagnetismo.
Una teorización más clara y menos implícita en la reconstrucción de la economía, organización
social.

que opciones, estudios complementarios necesarios para evaluar la


dificultad a nivel temporal y de escala que presentan los sitios de más
de 4 000 años de antigüedad.
Debe destacarse que los trabajos de “prehistoria” o de sociedades
de cazadores-recolectores, en particular las del centro y norte del país,
siguen teniendo un marcado énfasis en la tipología lítica, pero menor
en la definición cronométrica de estos materiales. Este interés centra-
do más en el objeto y menos en el contexto parece favorecer poco al
desarrollo de nuevos modelos y propuestas de desarrollo regional, li-
mitándose en muchas ocasiones a ubicar en grandes cajones clasifica-
torios ya preestablecidos la secuencia de un sitio o una región. Ante
esto, pareciera que la arqueología de cazadores-recolectores en Méxi-
co es ignorante del desarrollo no sólo teórico, sino también metodo-
lógico que se ha observado para el Viejo Mundo, aun con el auge en
México de los laboratorios institucionales.
Dado que el buen juez empieza por su propia casa, en el presente
ensayo intentaré exponer de manera breve y concisa la aplicación de
algunas alternativas metodológicas y explicativas que nuestro pro-
yecto de investigación ha llevado a cabo en la Depresión Central de
Chiapas.

147
guillerMo acosta ochoa

Nuestro estudio regional, ubicado el noroeste de la Depresión


Central de Chiapas, incluyó una temporada para registro sistemático
de sitios durante la temporada 2004 (Acosta, 2005; Acosta y Bate,
2006). Los resultados indicaron una amplia presencia de cavidades
naturales con materiales arqueológicos que incluían cuevas con de-
pósitos masivos de cerámica, pintura rupestre y abrigos y cuevas secas
con posibilidad de ocupación precerámica, además de talleres y yaci-
mientos líticos en superficie (Acosta y Méndez, 2006; Acosta, 2007;
Acosta 2008, II). La presencia de dos yacimientos de pedernal en el
área, a menos de 2 km de Santa Marta y Los Grifos, indica que esta
zona fue atractiva para los cazadores del Pleistoceno por los recursos
minerales, así como por una amplia riqueza vegetal y faunística aso-
ciada con un diverso mosaico biológico presente hace 10 000 años,
que es una época más fresca y húmeda que la actual.
Entre 2005 y 2008 nuestro proyecto de investigación ha excavado
de manera sistemática tres abrigos o cuevas con ocupación precerá-
mica; dos de ellas ya estudiadas previamente, como Santa Marta y Los
Grifos (MacNeish y Peterson, 1962; García-Bárcena et al., 1979; Gar-
cía-Bárcena y Santamaría, 1982, 1984; Santamaría y García-Bárcena,
1984a, 1984b y 1989). Una tercera, La Encañada, sólo fue sondeada
de manera inicial y los resultados indicaron tres ocupaciones prece-
rámicas, la más temprana posiblemente asociada con la transición
Pleistoceno-Holoceno de acuerdo con los resultados sedimentarios y
palinológicos, así como materiales líticos que se asemejan a los de Los
Grifos (Acosta, 2008, I: 112-116). Empero, aún se está a la espera de
los resultados de radiocarbono de La Encañada para definir mejor su
posición cronológica.
De las dos restantes, nuestras excavaciones intentan recuperar
datos no reportados previamente, como nuevos fechamientos de las
ocupaciones iniciales y, en particular, datos paleoetnobotánicos y
arqueozoológicos que permitan complementar la información lítica
disponible para el periodo de la transición Pleistoceno-Holoceno. Es
en estos dos sitios que centraremos nuestra atención para evaluar los
modelos sobre colonización y estrategias de subsistencia para este pe-
riodo.

148
nuevos estudios soBre las sociedades PreceráMicas de chiaPas

Cuevas
Los Grifos
Santa Marta

Sistema en coordenadas
utM Datum: Nad 1927.

0 125 250 500 Digitalización: G. Acosta y E. Méndez


metros

Figura 1. Ortofoto y curvas de nivel del sur de la meseta de Ocuilapa, donde se


localizan Santa Marta y Los Grifos.

santa Marta y los grifos:


sitios ejeMPlares en el estudio de los PriMeros PoBladores
de chiaPas
En este momento, los sitios de Santa Marta y Los Grifos no son sólo
los más famosos de la “prehistoria” de Chiapas, sino también los me-
jor investigados. La cercanía entre ambos sitios, localizados sobre la
base del acantilado que forma la meseta de Ocuilapa, a escasos 150 m
de distancia entre sí, aunado a que ambos presentan una ocupación
desde al menos inicios del Holoceno, los convierten en un caso par-
ticular para comparar materiales y fechas de este periodo (figura 1).

149
guillerMo acosta ochoa

Uno de nuestros intereses particulares al reexcavar estos sitios era


obtener datos sobre la paleosubsistencia de los primeros pobladores
en la región. También era un objetivo del proyecto evaluar la varia-
bilidad cultural presente hacia fines del Pleistoceno, pues cabía la po-
sibilidad de que ambos sitios hubiesen sido ocupados por dos grupos
no sólo con una estrategia distinta de subsistencia, sino también con
materiales culturales diferenciados entre sí: puntas acanaladas para las
ocupaciones iniciales de Los Grifos y materiales poco especializados y
con piedras de molienda para la fase inicial de Santa Marta (Acosta,
2005). Esta posibilidad, no obstante, ya había sido advertida por Joa-
quín García-Bárcena, quien sugiere la posibilidad de distinguir dos
posibles poblaciones conforme a sus características tecno-económicas:

Sólo futuros estudios permitirán aclarar si las diferencias entre las poblacio-
nes representadas en la fase I de Santa Marta, y aquellas que entre su instru-
mental tenían puntas de proyectil del grupo Clovis y/o “colas de pescado” se
reducen únicamente a la tecnología de manufactura de ciertos artefactos, o
si para estas fechas tenemos grupos humanos más o menos especializados en
la caza, y otros con economía mixta de caza-recolección, que comienzan ya
a emplear instrumentos de molienda (García-Bárcena, 1982: 71).

Esta misma posibilidad fue el motivo central para orientar las ex-
cavaciones en Santa Marta en la búsqueda de datos que permitieran
evaluar aspectos como paleoetnobotánica (polen, granos de almidón,
macrorrestos), arqueozoológica, áreas de actividad (análisis químicos
y distribución espacial de artefactos), análisis tecnológico y de huellas
de uso de los artefactos, entre otros (Acosta, 2008; Acosta et al.,
2008; Eudave, 2008; Pérez, 2009). Un aspecto interesante de los nue-
vos estudios eran las fechas asociadas a las ocupaciones tempranas
en el sitio, en particular las de las capas XVI y XVII. Éstas ubicaron
claramente a Santa Marta entre los sitios del Pleistoceno tardío del
Nuevo Mundo. Con la finalidad de comparar nuestros resultados con
los fechamientos previos, hemos realizado la calibración de las fechas
de Santa Marta junto con los fechamientos de McNeish y Peterson
(1962), Santamaría y García-Bárcena (1989) y Acosta (2008), ade-
más de seis nuevos fechamientos por espectrometría de aceleración

150
nuevos estudios soBre las sociedades PreceráMicas de chiaPas

de masas (aMs, por sus siglas en inglés), inéditos hasta el presente


ensayo.
La tabla 2 resume los resultados de la calibración, donde saltan a la
vista algunas conclusiones preliminares. La primera: que Santa Marta
es, hasta el momento, el sitio con la mejor secuencia cronométrica
para el sureste de México, ya que abarca desde el doceavo milenio
antes del presente en fechas calibradas hasta el siglo xix. Otro rasgo a
destacar es la necesidad de calibrar las fechas y que éstas sean procesa-
das sobre muestras singulares, preferentemente semillas o empleando
aMs, con la finalidad de que el nivel de error (sigma) disminuya y se
ubique en un rango menor a ± 100 años. Esto es importante para fe-
chas cercanas a la transición Pleistoceno-Holoceno (ca. 10 000 a. P.)
pues éste es un periodo de gran variación en el carbono atmosférico
disponible, lo cual puede hacer que dos fechas separadas por 400 años
(10 050 y 10 440 a. P.) tengan en realidad un promedio de casi 800
años de diferencia. Es por ello que al hacer la calibración de aquellas
fechas anteriores a nuestro estudio, con sigmas de entre 300 y 400
años, se facilita la comparación con los fechamientos actuales, con
sigmas de 50 a 90 años, y con ello se define mejor una secuencia,
para acotar los mínimos y los máximos de los periodos de ocupación
(figura 2).
Otro punto a destacar es que cuatro de las fechas obtenidas por
nuestro estudio anteceden a las fechas más tempranas para Los Grifos
en al menos un milenio. Este aspecto es importante, pues anterior-
mente se consideraban ambos sitios prácticamente contemporáneos,
y se destacaba la presencia de dos puntas acanaladas (Clovis y “cola
de pescado”), las cuales son consideradas aún, por algunos autores,
los materiales característicos de los primeros colonizadores de la zona
centroamericana (Morrow y Morrow, 1999; Ranere y Cooke, 1991;
Ranere, 2006). En cambio, los materiales líticos de Santa Marta des-
tacan por ser expeditivos, esencialmente lascas con retoque marginal
o bien empleadas como filo vivo, siendo los materiales más diagnósti-
cos raspadores cóncavos (spokeshave) y otros empleados predominan-
temente para el trabajo de fibras vegetales, como sugiere el estudio de
las huellas de uso y micro residuos (Pérez, 2009).

151
guillerMo acosta ochoa

Beta-233470 AMS 10460±50BP

UNAM-07-22 10055±90BP

Beta-233476 AMS 9950±60BP

Beta-233475 AMS 9800±50BP

I-9260 9330±290BP

I-9259 9280±290BP

I-8955 8785±425BP

Beta-233470 AMS 8740±50BP

M-980 8730±400BP

UNAM-07-24 7875±175BP

Beta-233473 AMS 7710±50BP

UNAM-07-26 7530±70BP

M-979 7320±300BP

UNAM-07-25 6925±70BP

I-8954 6910±31BP

UNAM-07-27 6800±97BP

I-8618 6360±160BP

I-8953 6325±125BP

I-8620 6310±130BP

UNAM-07-28 5740±65BP

M-978 3270±300BP

I-8619 1950±100BP

M-977 1870±200BP

UNAM-07-29 1100±70BP

Beta-233472 AMS 110±40BP

15 000CalBP 10 000CalBP 5 000CalBP 0CalBP


Fecha calibrada
Datos atmosféricos de Reimer et al. (2004); OxCal v3.10 Bronk Ramsey (2005); cub r:5 sd:12 prob usp[chron].

Figura 2. Fechas calibradas para Santa Marta (MacNeish y Peterson, 1962; García-
Bárcena y Santamaría, 1989; Acosta, 2008, y Acosta, presente estudio).

Por otro lado, entre los materiales de Los Grifos se localizan instru-
mentos típicamente asociados con puntas acanaladas en otros sitios
centroamericanos como raspadores aquillados (o “parabólicos”), ras-
padores con espuelas laterales, buriles y láminas con dorso rebajado.
Un solo artefacto de este tipo, un fragmento de raspador “parabólico”,
se localiza en el nivel con fecha 9 800 a. P. (no calibrada) en Santa
Marta, mientras que en los niveles anteriores (ca. 9 800-10 500 a. P.)
este tipo de materiales está ausente, lo cual parece confirmar el arribo

152
nuevos estudios soBre las sociedades PreceráMicas de chiaPas

a la zona de grupos (o tecnologías) asociados a cazadores de puntas


acanaladas hacia el límite del Pleistoceno, cuando ya existían grupos
en el área. Estas fechas, en todo caso, parecen estar de acuerdo con
las obtenidas para otros sitios con puntas acanaladas, desde el sureste
de México hasta el Inga, en Ecuador, y parecen concentrarse hacia
inicios del Holoceno (figura 3). Los sitios con fechas anteriores al
10 000, como Piedra del Coyote y Los Tapiales, presentan muchos
problemas, ya sea con las fechas mismas o con la procedencia estra-
tigráfica de los materiales. En el caso del primero, los materiales no
son diagnósticos y con sigmas muy amplios, y para Los Tapiales no se
especifica la procedencia de la base de punta acanalada que localizan
los autores (Gruhn, Bryan y Nance, 1977), aunque asumen que la
fecha 10 710±170 puede ser la correcta, no obstante que el sitio tenga
otras tres fechas claramente asociadas con el Holoceno temprano.
Algo para destacarse es que las puntas acanaladas desde el sur de
México hasta el norte de Sudamérica presentan rasgos particulares
si son comparadas con las más típicas Clovis de Norteamérica o cola
de pescado del cono sur. Las puntas Clovis de las regiones tropicales de
América se distinguen notablemente de aquellas de regiones más tem-
pladas hacia el norte, presentando dimensiones generalmente reduci-
das y ligeras concavidades laterales (Bray, 1978; Snarskis, 1979; San-
tamaría y García-Bárcena, 1989) y han sido recuperadas en sitios de
Centroamérica como Belice (Kelly, 1982; Lohse et al., 2006), los altos
de Guatemala (Coe, 1960; Brown, 1980), Honduras (Bullen y Plow-
den, 1968) y Costa Rica (Snarskis, 1977, 1979; Pearson, 2004). Otros
sitios con puntas que pueden caer claramente en este grupo se localizan
en regiones tan al sur como El Cayude, Venezuela (Szabadics, 1997),
mientras que hacia el norte se han recuperado en Chapala, Jalisco y la
Sierra Gorda de Querétaro (Lorenzo, 1964; Martz et al., 2000).
Se puede observar que algunas de estas puntas parecen constituir
una variante, como aquellas que se estrechan marcadamente hacia su
base, las cuales han sido denominadas “Clovis de cintura” por Ranere
y Cooke (1991), y parecen ser un tipo intermedio entre las Clovis más
“tradicionales” y las puntas cola de pescado. Estas últimas, en cambio,
destacan de otras puntas acanaladas por presentar claramente un pe-

153
Sitios con puntas acanaladas
Cueva Los Vampiros

154
Beta-5101 8560±650BP
Piedra del Coyote
Tx-1632 10650±1350BP
Tx-1634 10020±260BP
?
Tx-1635 9430±120BP
Tx-1633 5320±90BP
Los Tapiales
guillerMo acosta ochoa

GaK-4889 11170±200BP
Tx-1631 10710±170BP
GaK-4890 9860±185BP
Tx-1630 8810±110BP
Figura 3. Fechas
Birm-703 7960±160BP
GaK-4888 7820±140BP
calibradas
GaK-2769 7550±150BP
asociadas
GaK-4887 7150±130BP a puntas
GaK-4886 4790±100BP acanaladas
El Inga entre el sureste
R-1070 9030±144BP de México y
R-1073 7928±132BP Ecuador (Pearson
Los Grifos y Cooke, 2002;
I-10762 9540±150BP Gruhn, Bryan
I-10761 9460±150BP
y Nance,
I-10760 8930±150BP
1977; Mayer-
20 000CalBC 15 000CalBC 10 000CalBC 5 000CalBC Oakes, 1986;
Fecha calibrada Santamaría,
Datos atmosféricos de Reimer et al. (2004); OxCal v3.10 Bronk Ramsey (2005); cub r:5 sd:12 prob usp[chron].
1981).
nuevos estudios soBre las sociedades PreceráMicas de chiaPas

dúnculo y hombros en una silueta que recuerda precisamente su nom-


bre. Las puntas cola de pescado de América Central son similares en
dimensiones a sus homónimas de Sudamérica, pero con el pedúnculo
recto en lugar de dos pequeñas “orejas” (Cooke, 1998).
Algunos autores han considerado que las similitudes entre las pun-
tas Clovis y cola de pescado son un rasgo diagnóstico de su vínculo
genético (Morrow y Morrow, 1999), no obstante el análisis más deta-
llado de estos artefactos a nivel tecnológico muestra diferencias im-
portantes que indican desarrollos independientes más que un origen
común (Bird, 1969; Politis, 1991; Pearson, 2004). Por ejemplo, las
puntas Clovis son manufacturadas con base en nódulos de láminas
o lascas grandes (Bradley, 1993), las cuales son reducidas mediante
percusión y posteriormente retocadas mediante presión, donde las
extracciones suelen cubrir de borde a borde, ocasionalmente sobre-
pasadas (Ranere y Cooke, 1991). Mientras tanto, las puntas cola de
pescado son manufacturadas mediante macrolascas cuyo espesor no
fue mayor a las puntas ya terminadas (Bird, 1969), las cuales tienden
a ser más anchas en su extremo distal y se traslapan al centro de la
misma (Ranere y Cooke, 1991: 239).
La particularidad del abrigo Los Grifos es la coexistencia, en el mis-
mo contexto, de una punta Clovis junto a dos fragmentos de cola de
pescado, lo cual parece relacionarlas. Aquí es donde se tendría que con-
siderar el planteamiento del ingeniero García-Bárcena, quien considera
el sureste de México el área donde se habrían encontrado ambas tradi-
ciones tecnológicas: la Clovis de América del Norte y la cola de pescado
de Sudamérica (Santamaría y García-Bárcena, 1989: 101) (figura 4).
Entre el 2007 y el 2009, se llevaron a cabo excavaciones en el abri-
go Los Grifos, con el fin de obtener mayores datos sobre su cronología,
subsistencia y tecnología lítica (Acosta, 2009). Aunque el estudio de
los materiales aún está en proceso y estamos en espera para evaluar la
posición de Los Grifos como un sitio Clovis-cola de pescado en el su-
reste de México, durante nuestro estudio no fueron recuperadas nue-
vas puntas. No obstante, se observa la aparición de otros materiales
que suelen asociarse con los sitios típicamente Clovis, como buriles,
raspadores terminales y láminas de dorso rebajado.

155
guillerMo acosta ochoa

Figura 4. Puntas
cola de pescado
(izquierda) y
Clovis (derecha)
de Los Grifos,
Chiapas. 0 5 cm

Asimismo, la relación directa entre puntas acanaladas y caza de


fauna pleistocena parece estar asociada en Los Grifos, pues fueron
recuperados un incisivo y un molar de caballo extinto (Equus sp.),
lo que guarda semejanzas con los sitios Clovis de las grandes llanu-
ras de Norteamérica asociados con fauna extinta, aunque no caballo
(Haynes, 2002); o los sitios con puntas cola de pescado de Argentina
y Chile, asociados con caballo, gliptodonte y milodontes, además del
guanaco (Borrero et al., 1998).
Las anteriores particularidades de las puntas acanaladas del sur de
México y Centroamérica parecen indicar la llegada de sociedades o
tecnologías hacia el límite Pleistoceno-Holoceno sobre la base de po-
blaciones ya establecidas, como la que se observa en Santa Marta. No
obstante, las diferencias ya citadas entre Clovis y cola de pescado,
aunadas a las diferencias cronológicas, que van de cinco siglos a un
milenio, que las hace más tardías a sus similares del norte y sur del
continente, parecen darle la razón al ingeniero García-Bárcena,
quien ya había sugerido que la América Media podría ser el lugar de
encuentro de dos tradiciones tecnológicas:

La información acerca de la distribución temporal de las puntas “cola de


pescado” es, como habíamos visto, limitada, pero las fechas más tempranas,
del extremo austral de Sudamérica, son de unos 11 000 años a. P., mientras
que en el límite boreal de distribución, en Chiapas, son dos milenios más
tardías. Por otra parte, puntas Clovis aparecen en Estados Unidos al mis-
mo tiempo que se encuentran las “colas de pescado” más tempranas en el
estrecho de Magallanes, lo que indica que los orígenes de unas y otras son
independientes y que el uso de las puntas “cola de pescado” debe haberse

156
nuevos estudios soBre las sociedades PreceráMicas de chiaPas

extendido hacia el norte de modo semejante al que se proponía para la di-


fusión de las puntas acanaladas hacia el sur (García-Bárcena, 1982: 70-71).

Al respecto, otros autores, como Mayer-Oakes (1986), llegaron a


conclusiones similares al excavar los sitios cola de pescado de El Inga,
en Ecuador, cuyas fechas más tempranas se remontan a 9 000 a. P., por
lo que sugiere que las puntas cola de pescado de la región de Ilaló se
difundieron desde el cono sur, mientras que la técnica de acanaladura
llegaría de Norteamérica.

alternativas exPlicativas: el Modelo de Movilidad


reducida y el desarrollo de la horticultura
La cueva de Santa Marta plantea, entonces, una cuestión interesante
sobre la aparición inicial de grupos con tecnología expeditiva y amplio
espectro de subsistencia en el actual territorio chiapaneco. Las fechas
más tempranas de Santa Marta ubican claramente a estos grupos hu-
manos hacia el 12 500 a. P. en fechas calibradas, muy probablemente
al inicio del periodo conocido como Younger Dryas, caracterizado en
otros sitios de Norteamérica como un periodo marcadamente frío y
seco (Morrow y Fiedel, 2006: 36). No obstante, Santa Marta sugiere
si bien un periodo más fresco, también más húmedo (Acosta, 2008),
donde los macrorrestos botánicos y el polen atestiguan un variado
mosaico vegetacional posiblemente dominado por sabana, alternada
de bosque mesófilo, perennifolio y caducifolio. Este mosaico era am-
pliamente explotado por los pobladores iniciales de Chiapas, quienes
poseían un profundo conocimiento sobre plantas y animales neotro-
picales, por lo que sería de esperarse que tuvieran varias generacio-
nes experimentando y desarrollando un sistema cultural “adaptado” a
este entorno cambiante.
Los resultados paleoetnobotánicos de Santa Marta (Acosta, 2008)
denotan la presencia de materiales de molienda con trazas de micro-
fósiles (granos de almidón) de Zea en niveles fechados en ca. 9 800
a. P. en Santa Marta (figura 4), mientras que desde los niveles del
Pleistoceno (entre 10 460 ± 50 y 10 050 ± 90 a. P.) está presente en el
registro sedimentario polen de Zea (suponemos un teosinte alóctono)

157
guillerMo acosta ochoa

Figura 5. Polen de
Zapotaceae
(ca. 8 800 a. P.)
y Zea mays (10 050
± 90 a. P.) de
Santa Marta.

y cacao (Theobroma sp.), además de semillas de tomate (Physalis sp.),


nanche (Byrsonima crassifolia) e higo (Ficus cooki ; figura 5). El análisis
de polen asociado con el estudio de los macro restos botánicos indica
que, junto con especies de entornos alterados, se localizan especies
de bosques diversos, como bosque de niebla (Alnus), bosque tropical
(Theobroma) y bosque deciduo (Ficus, Byrsonima), por lo que se po-
dría interpretar una alteración de áreas específicas de los bosques tro-
picales para la conformación de agrilocalidades en las que se pudieron
propagar especies silvestres y semidomesticadas (horticultura), un pro-
ceso que ya ha sido sugerido para otras áreas tropicales de Colombia
(Gnecco y Aceituno, 2004; Gnecco, 2006) y Ecuador (Piperno et al.,
2000). La aparición de una especie introducida como es el polen de
Zea refuerza la idea de que el cultivo aparece de manera temprana en
el sureste de México (figura 5).
Los materiales líticos localizados en los niveles pleistocenos de
Santa Marta son prácticamente en su totalidad manufacturados con
materias locales (pedernal, lutita y cuarcita) obtenidos de la cueva
misma, del arroyo adyacente a la cueva y de los yacimientos de pe-
dernal, a casi 1 km del sitio. Lo anterior, aunado a las características
de los materiales botánicos, sugiere un patrón de movilidad reducida
(Gnecco y Aceituno, 2004). Este patrón no es, de hecho, atípico. Si
comparamos las fechas y los materiales de sitios con características
similares, podemos observar que en diversas localidades de Centroa-
mérica y el norte de Sudamérica, particularmente en Panamá y Chia-
pas, se observa que hacia mediados del onceavo milenio antes de
nuestra era en fechas calibradas aparecen ya artefactos de molienda
y microrrestos de cultígenos (como se sintetiza en la figura 6). Es-

158
Las Vegas
Figura 6.
ND1 10840±410BP
Fechas y
ND2 10300±240BP
materiales
ND3 10100±130BP asociados con
ND5 9740±60BP los sitios con
ND4 9550±120BP horticultura
ND6 9080±60BP
temprana:
Las Vegas,
San Isidro
Ecuador
B-65878 10050±100BP
(Stothert,
B-65875 10030±60BP 1985, 1988);
B-65877 9530±100BP San Isidro,
Aguadulce Rockshelter Colombia
NZA-9262 10529±184BP
(Gnecco y
Mora, 1997;
NZA-10930 10725±80BP
Gnecco,
Santa Marta XVII-XV
2000);
Beta-233470 AMS 10460±50BP Aguadulce,
UNAM-07-22 10055±90BP Panamá
Beta-233476 AMS 9950±60BP (Piperno et
Beta-233475 AMS 9800±50BP
al., 2000); y
Santa Marta,
I-9260 9330±290BP
Chiapas
16 000CalBC 14 000CalBC 12 000CalBC 10 000CalBC 8 000CalBC 6 000CalBC (Acosta, 2008;

159
Fecha calibrada y presente
Datos atmosféricos de Reimer et al. (2004); OxCal v3.10 Bronk Ramsey (2005); cub r:5 sd:12 prob usp[chron].
nuevos estudios soBre las sociedades PreceráMicas de chiaPas

estudio).
guillerMo acosta ochoa

tos materiales, localizados en sitios diversos, como Las Vegas, Ecua-


dor (Stothert, 1985, 1998); San Isidro, Colombia (Gnecco, 2000);
Aguadulce, Panamá (Piperno et al., 2000), y Santa Marta, Chiapas
(Acosta, 2008), comparten rasgos, entre ellos una disminución de la
movilidad —en comparación con los altamente móviles cazadores de
puntas acanaladas—, un espectro amplio de subsistencia y el empleo
de una lítica expeditiva que incluye piedras de molienda.
Tales aspectos nos obligan a reconsiderar el papel que los cazadores
de las regiones tropicales de América desempeñaron en el desarrollo de
algunos de los cultivos americanos más importantes que proceden
de plantas silvestres cuya fitogeografía es de tierras bajas tropicales, co-
mo el maíz, el cacao y la mandioca. Entonces, tendrían que buscarse sus
centros de domesticación en las áreas tropicales de México, Centro-
américa y Brasil (Piperno y Pearsall, 1998). Vale recordar que algunas
de las hipótesis sobre la domesticación de plantas en el Neotrópico ya
habían sido concebidas inicialmente por el geógrafo Carl Sauer (1952)
y posteriormente por el antropólogo Donald Lathrap (1970), quienes
describieron los bosques tropicales como una de las regiones de domes-
ticación y origen de la agricultura en el Nuevo Mundo.

coMentarios finales: joaquín garcía-Bárcena


y la Prehistoria de chiaPas
Como se ha visto, la ciencia es un camino interminable, donde nue-
vas propuestas sustituyen parcialmente a las precedentes. Este proce-
so, necesario para establecer un conocimiento falible, perfectible y
potencialmente falsable, suele ser injusto con las hipótesis expuestas
por aquellos que nos antecedieron. La historia de nuestra discipli-
na suele ser implacable con conocimientos “erróneos” o “pasados de
moda”, y en muchas ocasiones no nos permite dar precisamente la
dimensión histórica al conocimiento científico previo. Consideremos
que nuestras propias hipótesis tendrán que ser cuestionadas de mane-
ra rigurosa en un futuro próximo, pues es la única manera de mejorar
el conocimiento sobre el pasado prehispánico.
En este trabajo no queda, entonces, más que hacer un homenaje
al ingeniero Joaquín García-Bárcena de la manera más académica-

160
nuevos estudios soBre las sociedades PreceráMicas de chiaPas

mente agradecida: reconocer el importante papel que ha desempe-


ñado en el conocimiento de las sociedades precerámicas de Chiapas.
Sus propuestas, por otro lado, son hipótesis que han guiado nuestro
propio trabajo y estimulado el desarrollo de alternativas a las interro-
gantes generadas por sus trabajos pioneros. Esto no significa, por su-
puesto, que nuestro trabajo haya resuelto las incógnitas del todo. Por
cada respuesta probable se generan muchas nuevas cuestiones sobre
el poblamiento inicial del sureste mexicano, como cuáles son los an-
tecedentes inmediatos del grupo que habitó Santa Marta hace 12 500
años, cuánto tiempo tenían ya estos grupos en las regiones tropicales
antes de la llegada de los grupos Clovis —lo Clovis corresponde al
ingreso de nuevas poblaciones a la región centroamericana—, o si fue
simplemente una innovación tecnológica adoptada por estos pobla-
dores iniciales.
Y a éstas se podrían agregar muchas otras. Sólo queda, entonces,
agradecer al ingeniero el permitir seguir sus pasos, y añadir algunos
más en la investigación de los primeros pobladores del actual territo-
rio chiapaneco.

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167
PriMeras evidencias huManas
en la cuenca de México

José Concepción Jiménez López*
Gloria Martínez Sosa*
Rocío Hernández Flores*

INTRODUCCIÓN

En este trabajo se da a conocer la colección de esqueletos humanos


del periodo precerámico que se ha localizado en la cuenca de México,
así como los resultados de la antigüedad de siete de ellos, obtenida a
través del carbono 14. Esta muestra se encuentra bajo el resguardo de
la Dirección de Antropología Física del Instituto Nacional de Antro-
pología e Historia.
Esta colección inicia su formación a partir del año de 1844 por
científicos mexicanos, con el hallazgo de un fósil humano denomina-
do Hombre del Peñón I (Bárcena y del Castillo, 1886). De esa fecha
a la actualidad se tienen 42 evidencias humanas de ese periodo y 20
de ellas fueron localizadas en la cuenca de México.
Las investigaciones sobre estos esqueletos han sido lentas, sobre
todo en relación con estudios bioquímicos (fechamientos, recupera-
ción del adn, isótopos estables, etc.), debido a las condiciones de
conservación que presentan, como la mineralización; y a la acción
de sustancias químicas que se emplearon en su preservación. Los es-
queletos humanos son evidencias tangibles; a través de ellos se puede
conocer una serie de indicadores, como la variabilidad biológica, la
edad, el sexo, patologías, marcadores genéticos, alimentación, paren-

* Dirección de Antropología Física, inah.


** Todas las figuras son de José Concepción Jiménez López.

169
j. c. jiMénez, g. Martínez y r. hernández

tesco, migración, antigüedad cronológica y movilidad poblacional,


por mencionar algunos. Conocer cada uno de estos factores brinda un
conocimiento específico de estos grupos y contribuye a la historia del
poblamiento temprano de América.
Cuando los primeros grupos humanos ingresaron al Continente
Americano tenían todas las características anatómico-fisiológicas
propias del Homo sapiens sapiens. De acuerdo con los resultados de
diversas disciplinas, como la lingüística, la genética y la antropo-
logía física, la población americana actual comparte características
morfológicas y genéticas con la asiática. Con base en estos datos se
afirma que los ancestros americanos tuvieron su origen en el noroeste
de Asia (Dixon, 1999).
Una de las interrogantes que hoy día está en la mesa de los debates
es la de las rutas migratorias de los primeros grupos humanos al ingresar
en el Continente Americano. Una de ellas, que aún se debate, es la re-
lativa al puente que se formó por la disminución de las aguas marinas,
conocido como el Estrecho de Bering, originado por causas ambien-
tales durante la última glaciación, que aconteció aproximadamente
del 57 000 al 11 000. El nivel del mar descendió unos 120 metros, lo
que formó dicho puente, que alcanzó su máxima extensión hace unos
20 000 años (Carbonell, 2005). Con esta información se puede inferir
que existían condiciones para que los grupos humanos y animales cru-
zaran de Asia al Continente Americano, o bien salieran algunas espe-
cies. Al estar el hombre en el nuevo continente, tuvo que enfrentarse
a un clima posiblemente variado, a una fauna y a una vegetación muy
diversa, lo que le permitió enriquecer su alimentación, que detonó un
desarrollo poblacional hecho que en poco tiempo pobló el continente.
Uno de los múltiples problemas a los que se enfrentó el hombre fue el
de explorar diferentes rutas hacia lugares que les permitieran un desa-
rrollo físico y social adecuado. Uno de ellos fue la cuenca de México.
Para llegar a la cuenca de México vemos tres vías: una de ellas se-
ría por las costas del océano Pacífico, hasta llegar al río Lerma Santia-
go, de donde posiblemente se desviaron siguiendo su cauce, pasando
por el valle de Toluca, y de este lugar hasta la cuenca de México. La
segunda vía que planteamos es por el centro del territorio, transi-

170
Lago de
Zumpango Xaltocan
Tultepec Lago de
Xaltocan
Tepexpan

Lago
de Texcoco
Peñón Texcoco
Balderas de los Baños
México Chimalhuacan
Chicoloapan

Aztahuacan
Peñón del Xico
Lago de Marquez
Xochimilco
Lago de
Chalco

171
Figura 1. Ubicación de la cuenca de México.
PriMeras evidencias huManas en la cuenca de México
j. c. jiMénez, g. Martínez y r. hernández

Estados Unidos

Golfo de México

Océano Pacífico

Figura 2.
Rutas
probables del
poblamiento Cuenca de México
de México.

tando por lo que actualmente comprende los estados de Chihuahua,


Coahuila, Durango, Zacatecas, San Luis Potosí, Querétaro y el Estado
de México, hasta llegar a la cuenca. La tercera de ellas es una ruta por
el estado de Nuevo León y Tamaulipas, pasando por San Luis Potosí,
Querétaro, Estado de México e Hidalgo, hasta llegar a la cuenca de
México.
Esta última es la ruta que consideramos más probable, ya que se
tienen evidencias humanas desde Alaska, formando un corredor que
cruza todo el territorio estadounidense. Algunos de estos sitios son
Bonfire Shelter, Levi, Horn Shelter, Aubrey, Kimmswick y Gault,
donde se han localizado puntas Folsom y Clovis que han dado fecha-
mientos de 11 000 a 10 500 años a. P. (Dixon, 1999). Esto sugiere que
los hombres continuaron desplazándose hacia territorio mexicano
por los estados de Nuevo León y Tamaulipas, donde se han reportado
esqueletos humanos y evidencias culturales como pinturas rupestres
con antigüedades que oscilan entre 10 000 y 6 000 años (Serrano y
Valadés). De ahí, continuaron su descenso por San Luis Potosí, don-
de se ha reportado el hallazgo de un fogón, en el rancho la Amapola,
con una antigüedad de 30 000 años a. P. (Mirambell, 1978). Mientras
que en el Estado de México fue localizado, en Tequixquiac, un hueso

172
PriMeras evidencias huManas en la cuenca de México

sacro de camélido fósil con huellas de trabajo humano. Es probable


que estos grupos continuaran por el lago de Zumpango, que se co-
nectaba con el lago de Xaltocan hasta llegar al lago de Texcoco, que
formaba parte de la cuenca de México. Sin embargo, para consolidar
esta hipotética ruta se requiere más investigación en cada uno de los
estados mencionados.

Material y Métodos
En este trabajo se presenta una muestra de 20 esqueletos humanos, de
ambos sexos y de edades diferentes, todos ellos ubicados cronológica-
mente en el periodo precerámico y procedentes de la cuenca de Mé-
xico. Éstos forman parte de la colección osteológica de la Dirección
de Antropología Física del inah.
Para determinar la edad y el sexo se utilizó el método propuesto
por Lovejoy (1984) y las modificaciones de Lovejoy et al.(1985), así
como de Loth y Henneberg (1996). Las dataciones radiocarbónicas
fueron llevadas a cabo en el año 2000 a través del método de espec-
troscopia de aceleración magnética (aMs, por sus siglas en inglés) en
el Research Laboratory for Archaeology and History de la Universi-
dad de Oxford, Inglaterra.

hallazgos

Peñón I
El primer hallazgo sobre la presencia del hombre en la cuenca fue el
esqueleto localizado en la colonia Peñón de los Baños, en la ciudad de
México en 1844 por Mariano Bárcena y Antonio del Castillo, quienes
anunciaron haber encontrado accidentalmente un esqueleto humano,
el cual estaba empotrado en la toba caliza. Pertenece a un individuo
adulto de sexo masculino. Al respecto de su antigüedad, generó contro-
versia si era antiguo o no (Bárcena, 1885; Bárcena y Del Castillo, 1886).

Peñón II
En el mes de junio de 1957, trabajadores del Departamento del Dis-
trito Federal, al realizar una obra descubrieron fragmentos de un crá-

173
j. c. jiMénez, g. Martínez y r. hernández

Figura 3. Vista del Hombre del Peñón I


descubierto en 1844.

neo humano en las calles de Morelos y Nayarit, en la colonia Peñón


de los Baños, Distrito Federal. Los restos óseos fueron entregados al
inah, dos años después, 1959, cuando ya se había terminado la obra.
Esto impidió realizar trabajos arqueológicos que permitieran verificar
si estos restos óseos se encontraban en este lugar y si existían ele-
mentos que pudieran enriquecer la información sobre este espécimen
humano. Entre los pocos datos recuperados se sabe que se encontró
dentro de una capa de travertino a una profundidad de 3 m (Romano,
1974). Su estudio de fechamiento y morfología está en proceso.

Peñón III
Uno de los hallazgos relevantes ocurrió en 1959, cuando, entre las
calles de Emiliano Zapata y Bolívar, en la colonia Peñón de los Ba-
ños, Distrito Federal, se cavó un pozo para extraer agua. De acuerdo
con las características geológicas del suelo, pertenece a una capa de
sedimento travertino, donde se localizó a una profundidad de 2 m.
El esqueleto está casi completo y pertenece a un individuo adulto
joven de sexo femenino. A este espécimen se le han aplicado dos
fechamientos en tiempos diferentes. El primero se realizó a través de

Figura 4. Hombre del Peñón II.

174
PriMeras evidencias huManas en la cuenca de México

Figura 5. Mujer del Peñón III.

un estudio de tefrocronología y permitió ubicarlo en la fase final del


Pleistoceno superior, con una antigüedad de 7 000 a 5 000 años a. C.
(Romano, 1974). El segundo fechamiento se realizó en el año 2000:
se tomó una muestra de hueso del húmero y se obtuvo una antigüedad
de 12 700 + 75 años a. P.

Peñón IV
En noviembre de 1962, nuevamente en el área correspondiente al
Peñón de los Baños, Distrito Federal, se reportó el hallazgo de un
cráneo humano, que pertenece a un individuo adulto joven de sexo
masculino. Una de sus características particulares es que se encuentra
embebido en la roca. De este espécimen no se tiene fechamiento has-
ta el momento y se encuentra en proceso de estudio.

Figura 6. Hombre del Peñón IV.

175
j. c. jiMénez, g. Martínez y r. hernández

Peñón de los Baños, sin fecha


Este espécimen sólo presenta el cráneo; es de edad adulta y de sexo
masculino. Se desconoce el sitio exacto de su hallazgo y no se tienen
datos sobre su antigüedad.

Xico
En 1893, se reportó en esta localidad del Estado de México la apari-
ción de una mandíbula de un individuo infantil. Fue encontrada muy
cerca de un cráneo de équido fósil, atribuido a una edad pleistocénica.
A este espécimen se le realizó por primera vez un fechamiento me-
diante la cuantificación del flúor (Arellano, 1946). Es importante
mencionar que, tanto de la mandíbula como del cráneo de caballo,
hoy día se desconoce en qué institución pública o privada se encuen-
tran.

Tepexpan
Transcurría el año de 1945 cuando se elaboró por vez primera un pro-
yecto arqueológico con el objetivo de buscar evidencias de los prime-
ros grupos humanos que habitaron la cuenca de México, a través de
una serie de excavaciones en las llanuras de Tepexpan, en el Estado
de México. Estos trabajos dieron como resultado el hallazgo de un
esqueleto humano casi completo, al cual se le denominó Hombre de
Tepexpan. Se trata de un individuo adulto de sexo masculino y fue
localizado en las capas de limos lacustres. En un inicio se le calculó
una antigüedad de entre 11 000 y 12 000 años (Terra et al., 1949),

Figura 7. Ejemplar de Xico, mandíbula


de un individuo infantil.

176
PriMeras evidencias huManas en la cuenca de México

Figura 8. Hombre de Tepexpan.

lo que generó polémica. Posteriormente se presentaron nuevos fe-


chamientos a través de distintos métodos, como carbono 14, nitró-
geno, flúor y el geológico. Sin embargo, los resultados han arrojado
distintas fechas, desde los 11 000 hasta los 2 000 años, lo que genera
muchas dudas en relación con su antigüedad. En el último estudio
efectuado, el laboratorio indicó que había problemas con la datación
por aMs debido a que el hueso analizado estaba muy contaminado por
sustancias químicas. Se realizó una nueva toma de muestras, que se
analizaron por el método de uranio, donde se obtuvo una antigüedad
de 6 000 años a. P., dato presentado en el III Simposio Internacional El
Hombre en América (González et al., 2006).
Otro de los aspectos que ha llamado la atención en torno a este
esqueleto es el sexo del espécimen. Hay quienes coinciden en que se
trata de un individuo de sexo masculino (De Terra, Romero y Stewart,
1949), mientras que otros, en cambio, lo consideran femenino (Ge-
novés, 1960). Sin embargo, de acuerdo con el análisis morfoscópico
que nosotros realizamos, consideramos que efectivamente se trata de
un individuo de sexo masculino.

Diente humano Tepexpan


Entre los estudios posteriores que atrajo la localidad se encuentra el ha-
llazgo, en 1961, de una osamenta de mamut, que se encontró a 400 m
del actual Museo de Prehistoria. A una profundidad de 2.13 m y en
asociación directa con la osamenta, se localizó, entre las vértebras

177
j. c. jiMénez, g. Martínez y r. hernández

Figura 9. Diente humano de Tepexpan.

lumbares y cubierta por el ilíaco derecho del animal, una pieza den-
taria humana, que corresponde a un canino superior izquierdo, con
un desgaste casi total de la corona, además de presentar un proceso
intenso de mineralización. A esta pieza se le asignó por asociación
una antigüedad de entre 10 000 y 7 000 años a. C.

Santa María Aztahuacán


El hallazgo ocurrió en 1953, en el poblado de Santa María Aztahua-
cán, al sureste de la ciudad de México. En esta zona se encontraba un
manantial del que desde hacía muchos años los lugareños extraían
agua para uso doméstico. Posteriormente fue abandonado totalmente
y con el tiempo se azolvó. En este lugar se localizaron tres esqueletos
cuando se realizaron trabajos para la reconstrucción de dicho manan-
tial, en el borde sur del brocal. Fue necesario recortar y ampliar las
paredes naturales que rodeaban la boca del manantial, y se notó que
en una de las paredes asomaban huesos humanos en dos lugares, a
una distancia de 1.75 m uno del otro, mismos que se marcaron como
sitios 1 y 2.

Figura 10.
Ejemplares de Santa
María Aztahuacán.

178
PriMeras evidencias huManas en la cuenca de México

En el primero de ellos se localizaron dos individuos adultos, en po-


sición decúbito lateral derecho, ligeramente superpuestos. A estos
individuos les faltaban las extremidades inferiores y los huesos de la
pelvis. La orientación anatómica de estos esqueletos fue de oeste a
este y la profundidad a que se localizaron fue de 1.30 m. En el segundo
sitio se hallaron huesos humanos sin relación anatómica, que corres-
ponden a un individuo adulto.
Por tanto, de este sitio se recuperaron tres individuos adultos, dos
masculinos y uno femenino, que presentan un proceso de minerali-
zación muy avanzado. Por diversos estudios de flúor, hidratación de
obsidiana y radiocarbónico de materiales asociados, se les asignó un
rango de antigüedad de 9 000 a 5 000 años a. P. (Romano, 1955).

San Vicente Chicoloapan


El año de 1955, en el barrio de Huixtoco, del pueblo de San Vicen-
te Chicoloapan de Juárez, Estado de México, campesinos del lugar
cavaron un pozo para obtener agua. Durante los trabajos localizaron
un esqueleto humano, del cual sólo se recuperó la calota, algunas pie-
zas dentarias y fragmentos de huesos. Estas piezas corresponden a un
adulto de sexo masculino. El resultado del estudio de radiocarbono
dio una antigüedad de 4 500 ± 50 años a. P. (González et al., 2006).

Tlapacoya
A finales del año de 1965 y principios de 1973 se llevó a cabo una
serie de excavaciones arqueológicas alrededor del cerro de Tlapacoya.
Éste se localiza a 35 km al sureste de la ciudad de México y pertenece

Figura 11. Ejemplar San Vicente Chicoloapan.

179
j. c. jiMénez, g. Martínez y r. hernández
I) II)

Figura 12.
Ejemplares
humanos de
Tlapacoya.

al municipio de Ixtapaluca, Estado de México (Mirambell y Lorenzo,


1986).
Este proyecto se desarrolló con motivo de la construcción de la au-
topista México-Puebla, que pasa bordeando el cerro de Tlapacoya por
el lado sur. La parte inferior de sus laderas están en contacto con la pla-
nicie lacustre formada por taludes rocosos, aluviales y pluviales, la cual
fue tomada como banco de grava para la construcción de la carretera
(Mirambell, 1986).
En 1968 se encontró un cráneo en los escombros que removió la
maquinaria empleada para la construcción de la carretera. Este es-
pécimen pertenece a un individuo adulto de sexo masculino y fue
marcado como el Hombre de Tlapacoya I. Los arqueólogos del pro-
yecto le asignan una antigüedad de 24 000 años. Posteriormente le
asignaron otras fechas, que fueron de 9 920 a 7 900 años (Mirambell
y Lorenzo, 1986). Este espécimen fue fechado nuevamente en el año
2000, con un resultado de 10 500 a. P. (González et al., 2006).
Siete años después, en 1975, fue localizado un segundo cráneo hu-
mano, al que se denominó Hombre de Tlapacoya II. Pertenece a un
individuo adulto de sexo masculino. Su antigüedad fue calculada en
9 000 años a. P. (Mirambell, 1978).

Nezahualcóyotl
En 1967 entregaron al Departamento de Antropología Física dos es-
queletos humanos. De acuerdo con la versión de la persona que los
llevó, fueron localizados en la colonia El Arenal, Estado de Méxi-
co. Ambos esqueletos están incompletos, corresponden a individuos

180
PriMeras evidencias huManas en la cuenca de México

Figura 13. Hombre de Nezahualcóyotl.

adultos de sexo masculino y presentan un proceso muy avanzado de


mineralización. Hasta la fecha no se conoce su antigüedad y están en
proceso de estudio para precisar su datación.

Metro Balderas
En el año de 1968, durante las excavaciones para abrir los brocales de
la Línea 1 del Sistema de Transporte Colectivo Metro, se localizó en
la calle de Balderas, entre las avenidas Independencia y Juárez, a una
profundidad de 3.10 m, un cráneo incompleto con mandíbula. Éste
pertenece a un individuo de sexo masculino, con una edad entre 35
y 40 años. De acuerdo con su posición estratigráfica se le asignó una
antigüedad de 7 000 a 9 000 años (Romano, 1974).
Con el nuevo estudio de radiocarbónico no fue posible tener un
resultado positivo, debido a las condiciones de mineralización que
presenta. A causa de esto, se tomó una muestra de la tierra impregna-

Figura 14. Hombre del Metro Balderas.

181
j. c. jiMénez, g. Martínez y r. hernández

da en el endocráneo, que resultó ser una tefra producto de las cenizas


del volcán de Toluca. Ésta se dató, lo que dio un resultado de 10 500
años (González et al., 2006).

Chimalhuacán
En la colonia El Embarcadero del municipio de Chimalhuacán, Es-
tado de México, se cavó en 1984 un pozo para construir una letrina.
Ahí se localizó un esqueleto humano completo de un individuo adul-
to de sexo masculino que fue entregado a investigadores del inah. A
este espécimen se le calculó una antigüedad de 33 000 años. Esto lo
convirtió en el hombre más antiguo y, con ello, produjo una contro-
versia sobre el tema.
En el nuevo estudio del año 2000 se dataron muestras de hueso y
de la tierra que se encontró en el cráneo. Del primero no se obtuvo
resultado alguno, debido a que está muy mineralizado y no conserva
el colágeno necesario. Sin embargo, de la tierra se obtuvo un resulta-
do de 10 500 años (González et al., 2006).

Texcoco
Uno de los hallazgos más recientes es el esqueleto humano que fue
excavado en marzo de 2000 en un predio del ejido de San Felipe
Santa Cruz, municipio de Texcoco, Estado de México. Pertenece a
un individuo adulto de sexo masculino y se encuentra casi completo.
Se menciona que fue localizado en niveles precerámicos (Luis Mo-

Figura 15. Hombre de Chimalhuacán.

182
PriMeras evidencias huManas en la cuenca de México

Figura 16. Hombre de Texcoco.

rett, comunicación personal, 2000), por lo que se le ubica como uno


de los primeros hombres que llegaron a este lugar. No se ha podido
fechar directamente, debido al avanzado proceso de mineralización
del hueso, por lo que no se tiene hasta el momento un dato directo
sobre su antigüedad.

Peñón del Marqués


El cerro Peñón del Marqués se encuentra en la delegación de Iztapala-
pa, Distrito Federal. En este sitio fueron localizados accidentalmente
tres esqueletos humanos. Se desconoce la fecha de su localización y
entrega a la Dirección de Antropología Física. El esqueleto l corres-
ponde a un individuo adulto de sexo masculino y está casi completo.
El esqueleto 2 se compone de un maxilar con su mandíbula; pertenece
a un individuo adulto de sexo masculino. El esqueleto 3 es de un in-
dividuo adulto joven de sexo femenino y sólo conserva fragmentos
de ilíaco y fémur. Estos esqueletos presentan un proceso avanzado de
mineralización y rasgos anatómicos muy parecidos a los esqueletos de
los otros sitios que se ubican como precerámicos. Sin embargo, nue-
vos estudios serán necesarios para conocer su cronología.

coMentarios
Con esta muestra esquelética como punto de partida se puede propo-
ner una reconstrucción general de la historia poblacional de la cuen-
ca de México dividida en cuatro grandes etapas cronológicas:

183
j. c. jiMénez, g. Martínez y r. hernández

1) La primera y más antigua ocupa un periodo que va de los 13 000


a los 4 500 años a. P. Esto se puede sustentar con la antigüedad que se
tiene de los esqueletos humanos de esta colección.
2) Las condiciones medioambientales fueron variando a causa del
asentamiento de las primeras aldeas y el desarrollo de la agricultura,
como se ha observado en diversos sitios de la cuenca, lo que permitió
y motivó que algunos grupos humanos, hace 3 000 años, aproxima-
damente, iniciaran un proceso de socialización que les permitió de-
sarrollar lo que fueron las grandes civilizaciones mesoamericanas en
la cuenca de México: los sitios de Tlatilco, Teotihuacan, Tlatelolco
y Tenochtitlan, entre otras. Esta etapa la podemos considerar como
el segundo momento importante de asentamientos humanos en la
cuenca de México.
3) Siglos más tarde, con la conquista española, se marca un perio-
do más en la historia de esta área geográfica. A partir de esta época
se inicia una serie de alteraciones ecológicas con mayor repercusión
en la cuenca de México; debido al crecimiento de la mancha urbana,
se empiezan a explotar de manera drástica los recursos naturales que
ofrecía el lugar. Uno de los cambios notables fue la disecación de los
lagos y la contaminación de los canales por donde corría agua limpia
y que, posteriormente, fueron convertidos en drenaje de aguas negras.
Otro de los factores fue la tala inmoderada de árboles de los bosques
que rodeaban esta área, que fue utilizada para la construcción de los
grandes edificios coloniales.
4) En las últimas décadas el fenómeno de la mancha urbana se ha
vuelto irreparable, ya que en tiempos actuales año con año se ha ido
extendiendo sin planeación alguna. En un tiempo de 500 años, la
cuenca de México se ha cubierto casi en su totalidad, incluyendo
la falda de los cerros que forman las sierras, por lo que hoy en día
podemos decir que este lugar no es sustentable para una calidad de
vida de la población humana.
Esta gran concentración poblacional en la cuenca de México ha
provocado la sobreexplotación de los suelos, con la construcción de
casas, edificios, pozos, drenajes, vías de comunicación subterráneas,
etc. Esta intensa labor urbanística ha provocado un doble efecto en

184
PriMeras evidencias huManas en la cuenca de México

la investigación prehistórica y, en general, arqueológica de la cuenca.


Por un lado, permite que de manera fortuita se tengan hallazgos de
esqueletos en diferentes puntos de la región. Sin embargo, de igual
forma y en sentido negativo, este fenómeno urbanístico ha cubierto
gran parte de las evidencias que dejaron los primeros grupos que lle-
garon a esta región. Aspectos que han complicado la recuperación
de más evidencias esqueléticas y culturales de estos primeros grupos
humanos del lugar, mismas que enriquecerían el estudio de la prehis-
toria de México.

dedicatoria
Este trabajo fue elaborado para el homenaje que se rindió al ingeniero
Joaquín García-Bárcena. El ingeniero llevó a cabo diversas activi-
dades dentro de su profesión. Una de ellas fue dedicar un espacio al
estudio de la prehistoria en México, como el trabajo que realizó en
la Cueva de Los Grifos, Chiapas, donde localizó una pieza dentaria
humana con una antigüedad de 7 000 años, lo cual es un indicador
de que en esos lugares se tiene la presencia de los primeros grupos
humanos en México.

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186
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York.

187
el futuro de la arqueoBotánica
en México

Fernando Sánchez Martínez*
Ma. Susana Xelhuantzi López
José Luis Alvarado**

Para hablar del futuro de esta disciplina, que las tres personas respon-
sables de este ensayo llevamos más de un cuarto de siglo practicando
y ejerciendo, estimamos conveniente remitirnos primero al pasado.
Y es precisamente como, respetando ese ayer, decidimos que el
primer autor de este escrito y también el que tuviera el privilegio de
tomar la palabra en este homenaje al ingeniero Joaquín García-Bár-
cena debía ser uno de los arqueobotánicos con más años de trabajo y
experiencia en el inah, quien, por lo mismo, ha convivido, participa-
do e incluso entablado amistad con el homenajeado. Nos referimos al
biólogo Fernando Sánchez Martínez.
Gracias a Susana Xelhuantzi y a José Luis Alvarado por esta defe-
rencia. Ciertamente es un privilegio participar en este homenaje que
se le tributa al “Inge”, como le llamamos coloquialmente.
Conocí a Joaquín, al igual que muchos de los aquí presentes, en
el edificio del Mayorazgo de Guerrero, edificación colonial que al-
bergara en algún momento a la Escuela Nacional de Antropología e
Historia y que, a partir de 1961, fuera la sede del Departamento de
Prehistoria, centro de trabajo fundado por Pablo Martínez del Río a
raíz de los hallazgos de restos óseos humanos en Tepexpan, Estado de
México (Montúfar, 1995).

* Centro inah Morelos.


** Subdirección de Laboratorios y Apoyo Académico, inah.

189
f. sánchez, M. s. xelhuantzi y j. l. alvarado

Trece años más tarde, el visionario arqueólogo José Luis Lorenzo


Bautista consolidó de manera formal y definitiva la fundación del La-
boratorio de Paleobotánica, mismo que tuvo su simiente en los estu-
dios polínicos realizados por Mónica Bopp Oeste a finales de la década
de 1950. El primer investigador adscrito formalmente al laboratorio
fue Lauro González Quintero. Posteriormente llegaron Rebeca Cas-
tañeda y Judith Espinosa Garduño. Yo me incorporé en noviembre de
1968. En ese entonces, el trabajo se enfocaba casi exclusivamente a
las reconstrucciones climáticas a partir de los análisis polínicos.
En el edificio de Moneda, muchas veces Joaquín y yo platicamos
de lo que hacíamos y de lo que se podría hacer para que nuestro tra-
bajo se tomara un poco más en cuenta. Y creo que parte de esas re-
flexiones se vierten en el presente escrito.
Poco a poco, el espectro de los estudios se fue ampliando al igual
que los investigadores adscritos al laboratorio. Así, se incursionó en
el análisis de semillas, maderas, fibras y textiles, y se incorporaron a la
planta laboral los biólogos Macrina Fuentes Mata, Aurora Montúfar
López, Carlos Álvarez del Castillo, Susana Xelhuantzi López, Cecilia
Martínez López y, finalmente, en 1989, José Luis Alvarado. Para el
inicio de la década de 1990 sólo Aurora, Susana, José Luis y yo con-
tinuábamos trabajando en el laboratorio. Con excepción de Rebeca
Castañeda, Judith Espinosa y Cecilia Martínez, quienes se retiraron
del inah, los demás biólogos continúan ejerciendo actividades de
filiación arqueoetnobotánica en otros centros de trabajo del inah,
incluyéndome a mí, que, después de más de 35 años de venir cotidia-
namente de Cuernavaca al Distrito Federal, decidí que ya era tiempo
de sosegarme un poco. A finales de la década de los ochenta ocurrió
en la dependencia un cambio administrativo importante al desapare-
cer el Departamento de Prehistoria.
El nuevo centro de trabajo se configuró como una unidad inde-
pendiente, llamada primero Subdirección de Servicios Académicos
y, posteriormente, Subdirección de Laboratorios y Apoyo Académico.
Finalmente, se incorporó a la Dirección de Estudios Arqueológicos.
Por otra parte, en la unaM, en el año de 1973, se creó el Instituto
de Investigaciones Antropológicas, dependencia que en 1976 fundó

190
el futuro de la arqueoBotánica en México

un laboratorio análogo al del inah, denominado Laboratorio de Pa-


leoetnobotánica y Paleoambiente, donde actualmente laboran tres
investigadores de base y un número fluctuante de alumnos y tesistas
de licenciatura, maestría y doctorado.
Con esta breve secuencia histórica queremos hacer notar que el
quehacer arqueobotánico en México es una actividad de unos cuan-
tos privilegiados que no rebasamos en número el de los dedos de las
manos. Para ubicarnos en la materia, es conveniente recordar que la
arqueobotánica es la disciplina que se encarga de estudiar los restos
vegetales recuperados en los contextos arqueológicos, tanto para ob-
tener datos paleoambientales como antrópicos. En esta última par-
te, permite establecer las relaciones existentes entre el hombre y las
plantas que fueron utilizadas por diferentes sociedades, ya sea para
consumo alimenticio, en el vestido, la medicina y los rituales, o bien
en la elaboración de utensilios e implementos.
En otras palabras, la arqueobotánica, también definida como ar-
queología de las plantas, tiene como propósito la recuperación e iden-
tificación taxonómica, así como la conservación de los restos vegetales
encontrados en contextos arqueológicos. Estos restos se pueden cla-
sificar en micro y macrorrestos. Dentro de los microrrestos se cuenta
a fitolitos, diatomeas, polen y esporas. Por su parte, los macrorrestos
están representados por semillas, hojas, ramas, espigas (carpología), y
la parte leñosa de las plantas no carbonizada (xilología), cuando los
restos leñosos están carbonizados (antracología).
Pero, en la medida en que toda ciencia pretende ser objetiva y
precisa en su campo de conocimiento, el objeto de estudio de la ar-
queología de las plantas o arqueobotánica requiere salir de los lími-
tes que imponen la determinación técnica y la interpretación de los
resultados, con la finalidad de conseguir nuevas observaciones rela-
tivas a la economía y a la ecología de las comunidades humanas de
los yacimientos estudiados (Buxó, 1997). Por otra parte, Ford (1978)
plantea que, en un estudio arqueobotánico, se deben tener en cuenta
las relaciones existentes entre el hombre y las plantas que fueron uti-
lizadas por diferentes sociedades para consumo alimenticio, vestido
y medicina, o bien en la elaboración de utensilios e instrumentos,

191
f. sánchez, M. s. xelhuantzi y j. l. alvarado

ya que la arqueobotánica es un punto de confluencia entre aquella


parte de la arqueología que busca entender la relación con su medio
para explicar con mayor fundamento la dinámica de las sociedades
del pasado y aquella parte de la botánica que se interesa en investigar
la relación entre el hombre y las plantas, vínculo interactivo y cuyos
efectos se observan en ambos agentes (Morett et al., 1994).
La diferencia que existe entre los datos que se pueden obtener en
sociedades actuales y los que son obtenidos y estudiados en depósi-
tos arqueológicos es muy contrastante. Por ello se hacen necesarias
técnicas de excavación bien diseñadas, con la finalidad de conseguir
nuevas observaciones relativas a la economía y a la ecología de las
comunidades humanas, representadas por las evidencias que de ellas
se conservan.
Así, el estudio de los restos vegetales será más aprovechable y fértil
si se inserta plenamente desde el inicio de un proyecto de investiga-
ción arqueológica, con objetivos claros y precisos. En este sentido, el
botánico y el arqueólogo deben, conjuntamente, elaborar los linea-
mientos para la elección de los métodos y lugares de muestreo (Buxó,
1997).
La normalización de estos métodos de muestreo sería indispensable
en el marco de la arqueología, porque permite utilizar mejor los datos
de los restos vegetales para el estudio de las comunidades agrícolas del
pasado y abordar, principalmente, dos aspectos interesantes:
1) Comprobar la potencialidad del yacimiento examinado en cuan-
to al estudio de los restos vegetales.
2) El desarrollo de una colaboración fluida entre especialistas y ar-
queólogos con la finalidad de que los métodos aplicados por unos y
otros ayuden a resolver los problemas específicos.
Uno de los intereses más evidentes del muestreo sistemático de
semillas y frutos es ofrecer una idea de la utilización de los recursos
vegetales; otro es la aportación de elementos de información cua-
litativos que pueden ser útiles para los estudios paleoecológicos. El
hallazgo de un solo elemento vegetal no es suficiente para caracterizar
la alimentación de una comunidad o su agricultura. Si la presencia de
una especie es regular en un contexto cultural, esta constancia permi-

192
el futuro de la arqueoBotánica en México

tirá precisar la función y el papel de esa especie. Una aproximación


interdisciplinaria (botánica, tecnológica, etnológica, etc.), íntima-
mente asociada a los estudios de restos vegetales, permitirá conseguir
un acercamiento más preciso a las prácticas agrícolas (la preparación
del campo, la irrigación, las herramientas), a la productividad y al
tipo de alimentación.
Estos criterios específicos, definidos por los estudios de las semillas
y los frutos arqueológicos, abren la vía a un primer análisis de las re-
laciones entre el ser humano y el medio natural, y explican las acti-
vidades económicas de las sociedades humanas, en particular las de
recolección, domesticación y, más tarde, de la explotación racional
de las plantas.
La interpretación de los datos arqueobotánicos necesita tener en
cuenta, entre otras cosas, la información relacionada con el compor-
tamiento ecológico de las especies y con la composición y dinámica
de las poblaciones vegetales.

recoPilación de inforMación
Está constituida por diferentes fases, donde intervienen diferentes es-
pecialistas.
Fase de gabinete. Reunir las publicaciones sobre una región, estudios
botánicos y zoológicos. El grupo de personas que tienen la finalidad
de ejecutar el proyecto tienen el material a su alcance.
El conocimiento del uso de las plantas en sus etapas prehispánicas
proviene de la arqueología y de las crónicas del siglo xvi. El dato
arqueológico es bastante firme, ya que es un dato directo, aunque esca-
so, debido a lo deleznable de los materiales orgánicos. El dato etnohis-
tórico, abundante, está circunscrito a la época del contacto y, cuanto
más se va alejando hacia atrás, es menos verídico. La información re-
cabada en el campo y a través de varios informantes, para rectificarla
o ratificarla, es también importante, ya que se aprovecha el conoci-
miento empírico de la gente que trabaja en el proyecto de campo.
Consulta de colecciones comparativas. Serán de fundamental importan-
cia para cuando llegue el momento de analizar los materiales, producto
de las excavaciones.

193
f. sánchez, M. s. xelhuantzi y j. l. alvarado

Trabajo de laboratorio. Los análisis de macrorrestos son los estudios más


solicitados. Se pueden separar inicialmente estos materiales a simple
vista o con un microscopio de bajos aumentos, con lo que se obtendría
carbón, madera húmeda, semillas de plantas comestibles y silvestres.
Existen tres caminos para recuperar estos macrorrestos: a) Colecta
de material in situ, durante la excavación. Sirve para precisar el uso de
áreas (por ejemplo: de un hogar, un granero) y obtener materiales para
fechamiento y análisis de la asociación de restos vegetales con artefac-
tos no botánicos. En esta etapa quedan materiales enmascarados por los
sedimentos, por lo que hay que ser cuidadosos al separarlos. b) Por tami-
zado. El tamizado permite recuperar restos pequeños y también es útil
cuando el método de flotación es inapropiado. Por ejemplo: cuando el
material de interés está húmedo o muy seco se presenta un dilema: cómo
eliminar los sedimentos sin pérdida o daño de los materiales botánicos.
c) Por flotación. La flotación requiere la inversión de menor tiempo de
trabajo. Se puede utilizar cloruro de zinc (ZnCl2), detergente o bicarbo-
nato de sodio, entre otros tensodepresores.
Las condiciones necesarias para la conservación de vegetales de-
penden de varios factores. El primero engloba los factores naturales
de orden biológico y fisicoquímico que se pueden conservar por car-
bonización o por el simple contacto con el fuego. Si esta condición
no existe, se pueden conservar en condiciones anaeróbicas de medios
saturados de agua y en condiciones excepcionales, como la aridez
(cuevas secas) o en el rigor del hielo.
Otra forma de conservación es a partir de la mineralización, que
deja a la semilla, hoja o tallo como una réplica exacta. O bien, en
forma de improntas, cuando se elabora una pieza de arcilla.
Asi mismo, existen factores antrópicos que consisten en la pre-
paración de alimentos (torrefacción), en la limpieza de las áreas de
almacenamiento o en la práctica de operaciones agrícolas.

ticuMán: un Proyecto interdisciPlinario


e interinstitucional
El proyecto arqueobotánico Ticumán, realizado en cuevas secas del
estado de Morelos y en el que participaron arqueólogos, botánicos,

194
el futuro de la arqueoBotánica en México

geomorfólogos, antropólogos físicos y restauradores es un ejemplo de


los trabajos que se han llevado a cabo en años recientes y donde la
colaboración entre los diferentes especialistas ha llevado a la conjun-
ción de un proyecto que ha ofrecido resultados satisfactorios (Morett
et al., 1994, 1999; Sánchez-Martínez et al., 1998).
Las cuevas o covachas de regiones secas son los sitios en los que
se han encontrado las evidencias de vegetales que prueban su cultivo
y en las regiones en que se encuentran se centran los orígenes de la
agricultura. Estos hallazgos, conservados gracias a las condiciones de
esos contextos secos, no pueden excluir la existencia de muchos otros
lugares sin esas condiciones para conservar restos que debieron estar
habitados por gente del mismo nivel de desarrollo que el de aquellos
cuyas evidencias de ocupación encontramos en cuevas secas.
Este proyecto, iniciado de manera fortuita en el año de 1992, ha
permitido la obtención de una amplia información, a través de la
recuperación de una gran cantidad de materiales vegetales, con una
extensa variedad y en excelente estado de conservación, que ofrece
condiciones inmejorables para investigar la relación entre las comu-
nidades humanas y su medio y así explicar con mayor fundamento la
dinámica de las sociedades pretéritas (Sánchez-Martínez et al., 1993).
Por otra parte, se han localizado varios asentamientos humanos en
las riberas del río Yautepec, así como obras de hidráulica que nos per-
mitirán integrar varios aspectos para el conocimiento de la historia de
la región oriente del estado de Morelos. Entre los materiales recupera-
dos destacan una gran cantidad de elementos de cultivo (maíz, frijol,
chile, calabaza), así como material de recolección (aguacate, ciruela,
chupandilla, mezquite, por mencionar algunos). También se encon-
traron numerosos restos de textiles, de cordelería y cestería.
Hasta ahora, son pocas las oportunidades que, como laboratorio
de botánica, se han tenido de participar de manera conjunta con los
arqueólogos en sus proyectos. Por tanto, no se tiene la oportunidad
de contar con materiales de comparación de algunos sitios de la repú-
blica donde se realizan investigaciones arqueológicas, lo que viene a
actuar como un factor limitante en los resultados (informes) que se
entregan. Aquí se pueden también aprovechar los conocimientos de

195
f. sánchez, M. s. xelhuantzi y j. l. alvarado

los colaboradores de la región para obtener información sobre el ori-


gen, aproximado, de los vegetales recuperados. Hablando de las regio-
nes del norte del país se tiene muy poca información sobre el entorno
de los sitios que se están trabajando. Lo negativo de recibir muestras
tomadas por los arqueólogos, donde no hay suficiente información
complementaria, es que pasan a formar parte de una lista de nombres
científicos o de un apéndice que generalmente no dice nada. Siempre
será necesario tener un conocimiento del entorno del sitio que se está
trabajando, de manera que se puedan discernir los cambios que se han
presentado, si es que los hay.
Otro punto que en ocasiones causa problemas en el análisis de las
muestras es que el muestreo llevado en las excavaciones arqueológicas
no es el apropiado. En este sentido, es importante recalcar que los espe-
cialistas no son técnicos, sino que tienen el conocimiento y la experien-
cia necesarios para decidir si una muestra puede ser útil o no, y así evitar
el tratamiento innecesario de algunas de ellas. Los materiales recupera-
dos en áreas con perturbaciones (galerías de roedores, áreas de labrado o
zonas de redeposición, de agujeros de saqueo) deben desecharse.
Los estudios de contenidos de vasijas o de sedimentos relacionados
con entierros deben discutirse, ya que, la mayoría de las veces, los
sedimentos han sido removidos. En otras ocasiones, al solicitar un
estudio botánico, no se especifican claramente los objetivos que se
persiguen en relación con la arqueología. Estamos conscientes de que
no somos arqueólogos, pero el trabajo conjunto permitirá que haya
comunicación entre los participantes de un proyecto de excavación,
ya que, como especialistas en disciplinas paleoambientales, debemos
dejar de ser “especialistas de consulta” y autores de apéndices, para
participar en el diseño de las intervenciones arqueológicas (excava-
ciones, prospecciones, sondeos). Pero para ello debemos modificar las
actitudes marcadas por nuestra preparación profesional e incorporar a
ellas la lógica del razonamiento arqueológico y viceversa.

hacia dónde va la arqueoBotánica Mexicana


Después de lo referido anteriormente es innegable e irrefutable la
importancia y trascendencia que tiene el quehacer arqueobotánico.

196
el futuro de la arqueoBotánica en México

Por ello, es lamentable que el futuro de la disciplina en México sea


incierto y poco halagüeño. Como referimos líneas atrás, el número
de especialistas que nos dedicamos a esta actividad de manera formal
apenas alcanza la docena y la mayoría somos personas mayores de 50
años.
Si bien es cierto que, como parte de nuestro compromiso social y
nuestra responsabilidad profesional, dedicamos tiempo a la formación
de estudiantes y a la capacitación de personal en la materia, y a pesar de
que algunos de ellos muestran aptitudes y cualidades sobresalientes, las
restricciones administrativo-presupuestales, tanto en el inah como en
otras instituciones académicas, limitan e imposibilitan que el esfuerzo
reditúe y culmine en su incorporación a la planta laboral y productiva
de manera definitiva.
Pláticas como éstas, además de mostrar las bondades de nuestra
especialidad, pretenden sensibilizar a los responsables de la toma de
decisiones en materias hacendarias y administrativas para que se im-
plementen y faculten los cambios que permitan la contratación de
personal. De no ocurrir esto, creemos que en poco tiempo la arqueo-
botánica en México pasará a ser parte de la historia.

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197
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Figura 1. García-Bárcena en campamento, Proyecto Fogótico.


Foto: Archivo López Wario.

198
algunas consideraciones soBre las
relaciones entre el hoMBre y la fauna
en los estudios de Prehistoria en México

Eduardo Corona Martínez*

La investigación sobre paleoambientes con indicios de presencia hu-


mana comprende en términos cronológicos, para el caso de México,
el periodo de la transición que va del Pleistoceno tardío al Holoceno,
que inicia alrededor de los 35 000 años, aun cuando la gran mayoría
de los hallazgos se ubican en una franja cronológica alrededor de los
10 000 y hasta los 4 000 años a. P. Es en este último límite donde
se detecta la presencia de poblaciones humanas con una incipien-
te economía agrícola, que completan su dieta con la fauna obtenida
mediante cacería, misma que también puede ser aprovechada como
materia prima (García-Bárcena, 2007; McClung et al., 2000).
La posibilidad de conocer las formas de vida de estas primeras po-
blaciones humanas en el actual territorio de México, las relaciones
que mantenían con la fauna, tanto extinta como actual, así como
los paleoambientes que sirvieron de escenario a estas actividades se
estudian en la prehistoria a partir de la confluencia de varios enfoques
interdisciplinarios que reúnen a la paleobiología y la arqueología.
La prehistoria, por tanto, estudia a las poblaciones humanas no
sedentarias, mismas que también se denominan poblaciones precerá-
micas o sociedades de cazadores-recolectores. Más allá de los térmi-
nos, lo cierto es que en este tipo de estudios cobra particular interés
la recuperación y el análisis de materiales de origen biológico, tales

* Centro inah Morelos.

199
eduardo corona Martínez

como restos animales, por ejemplo: hueso, piel y concha; o bien, res-
tos vegetales, como polen y semillas. Su análisis aporta información
clave para la reconstrucción del medio ambiente, así como de las
prácticas de subsistencia desarrolladas por estos colectivos sociales
(Fiedel, 1996), toda vez que en ocasiones son las únicas evidencias
físicas de estas sociedades.
El presente escrito ofrece una panorámica sobre el desarrollo de las
investigaciones efectuadas sobre la fauna y los contextos prehistóri-
cos de la cuenca de México, toda vez que ésta es una de las principales
líneas de investigación ejercidas por el ingeniero Joaquín García-Bár-
cena, a quien se le rinde homenaje en este volumen.

notas históricas soBre los estudios en la cuenca de México


El estudio de estos contextos y de las manifestaciones culturales de
las sociedades antiguas cuenta con lejanos y aislados antecedentes
desde la época colonial. En las líneas siguientes sólo se mencionará
un breve contexto de este trayecto, puesto que es un tema que ya he
abordado previamente.
Dado que el proceso de conquista entrañó un reconocimiento e
inventario de los recursos naturales con el fin de explotarlos, en las
principales crónicas de esa época se encuentra información acerca de
las relaciones que mantenían las antiguas culturas mexicanas con la
fauna, como son las escritas por Francisco Hernández, fray Bernardi-
no de Sahagún, Hernán Cortés, Bernal Díaz del Castillo, Jerónimo
de Mendieta, José Torrubia, Antonio Pineda y Antonio de Herrera,
entre otros (Corona Martínez, 2002; Corona Martínez et al., 2008).
En particular, las obras de los dos primeros autores hacen referen-
cia a los usos alimentarios, medicinales y de ornato que se les dieron a
los recursos naturales, lo mismo que a los organismos vinculados con
los ambientes domésticos. En esos documentos también se llegan a
encontrar datos sobre los restos de megafauna y la forma en que se in-
terpretaban. En particular, los antiguos mexicanos pensaban que los
restos de estos organismos habían pertenecido a gigantes que habían
poblado la tierra, a los que denominaban quinametzin. Por su parte,
los conquistadores, clérigos y científicos que visitaron la Nueva Espa-

200
algunas consideraciones

ña los interpretaban a partir de un componente de su conocimiento


naturalista llamado gigantología, el cual se alimentaba tanto de las le-
yendas y tradiciones de los pueblos europeos como del conocimiento
generado por Aristóteles y Plinio, quienes atribuían los restos fósiles
de grandes vertebrados a gigantes que habían existido antes del dilu-
vio (Corona M., 2002).
Son varios los testimonios que se recogen y también son diversos
los restos que se rescatan y son enviados a España. La compilación
de las breves noticias que se dan en las crónicas de los siglos xvi y
xvii nos permiten ubicar las regiones donde se documentó la pre-
sencia de huesos atribuidos a gigantes (Arroyo Cabrales et al., 2003;
Corona Martínez, 2002), mismos que seguramente pertenecieron a
megafauna extinta, como mamutes, mastodontes, gonfoterios y eden-
tados (mapa 1). De este mapa, destaca el reporte de la península de
Yucatán, ya que de esa zona prácticamente hasta hace algunos años
no se conocían restos de megafauna. Destaca también la región que
comprende el Estado de México y el Distrito Federal, donde se ubica
la cuenca de México, ya que, debido a su crecimiento urbano desde
aquellos siglos, es donde más reportes se encuentran. Las demás regio-
nes son, en términos muy generales, congruentes con el registro fósil
de vertebrados que se tiene en México (Arroyo Cabrales et al., 2002).
La última década del siglo xviii se caracteriza por varios eventos
que indican el desarrollo de una intensa actividad científica, donde se
hallan puntos clave para la comprensión de los orígenes de la paleon-
tología, la arqueología, las ciencias naturales y, en particular, para el
estudio de las relaciones entre el hombre y la fauna.
Uno de ellos fue el hallazgo de una ofrenda prehispánica con restos
animales en 1790, que fue la primera en ser estudiada con cierto detalle
por naturalistas radicados en la capital novohispana, como Antonio de
León y Gama y Antonio Pineda (Corona Martínez, 2002, 2008; Coro-
na Martínez et al., 2008; León y Gama, 1990; Maldonado Polo, 1999).
Otro evento científico fue la excavación en las inmediaciones de la
actual Basílica de Guadalupe (Distrito Federal), dirigida por Antonio
Pineda, miembro de una expedición científica enviada por la Corona
española. Se recuperan restos que identifica como de un proboscídeo.

201
eduardo corona Martínez

Mapa 1. Mapa con la división actual de México, mostrando los hallazgos


de probable megafauna registrados en las crónicas novohispanas
(datos modificados de Corona Martínez, 2002).

Además, se destaca la inauguración del primer gabinete de historia


natural con bases teóricas modernas, ya que disponía el arreglo de
los organismos con base en el sistema de Carlos Linneo, y que en el
caso de los fósiles los mostraba como restos de organismos antiguos,
alejándose de la tradicional concepción que los denominaba sólo “ca-
prichos de la naturaleza”. La efervescencia que se generaba en torno
a este tipo de hallazgos se dejaba notar también en las publicaciones
cultas de la época, como la Gaceta de México, donde varias notas die-
ron testimonio de las actividades científicas mencionadas.
En las décadas siguientes estas acciones fueron acompañadas de
los primeros intentos por crear otras instituciones científicas loca-
les, como el mencionado gabinete. Sin embargo, la mayoría de estos
esfuerzos fueron efímeros debido a los efectos de fenómenos extracien-
tíficos, principalmente políticos y económicos, como las crisis econó-
micas y las emigraciones de algunos académicos vinculadas con esos

202
algunas consideraciones

esfuerzos, hasta llegar a la lucha por la independencia, aspectos que


limitaron su desarrollo e impidieron la consolidación de esas institu-
ciones. Hacia 1821, con el final de las luchas de independencia y con
la apertura de fronteras, varios geógrafos y naturalistas extranjeros vi-
sitaron el país, dando nuevos aires a la investigación y entablando re-
laciones con la comunidad científica local. En este contexto, la visita
más conocida es la que efectuó Alejandro de Humboldt (Maldonado
Koerdell, 1952).
Estos hechos apuntalaron nuevamente la creación de diversas ins-
tituciones científicas locales, iniciando con el Museo Nacional, que
se fundó en 1825, aun cuando tiene un carácter nominal, mientras
que el resto de las instituciones científicas criollas vieran ralentizadas
sus actividades y varias de ellas desaparecieran, por lo que gran parte
de las investigaciones científicas son producto de esfuerzos individua-
les (Gortari, 1980; Guevara Fefer, 2002; Trabulse, 1983).
Es con la fundación del Museo Nacional de México, en la década
de 1860, que se crea una de las principales instituciones naturalistas,
y en ese marco se generan investigaciones novedosas para compren-
der las relaciones entre el hombre y la fauna. Entre los miembros de
estas instituciones destacan Mariano Bárcena, Alfonso Herrera, José
Ramírez, Alfredo y Eugenio Dugès, quienes integraron en sus estudios
sobre la naturaleza de México la información obtenida de las crónicas
históricas de la Colonia, principalmente en lo que se refiere a las de-
nominaciones indígenas y a la descripción de sus aprovechamientos
por las culturas antiguas (Corona M. et al., 2008; Cuevas Cardona y
Ledesma Mateos, 2006; Guevara Fefer, 2002).
Esta época es altamente significativa para los estudios de Prehis-
toria, debido a dos descubrimientos que son todavía emblemáticos
de esta disciplina. Por un lado, el hallazgo en Tequixquiac, Estado de
México, de una localidad con faunas del Pleistoceno tardío bien con-
servadas y con gran diversidad, representada principalmente por pro-
boscídeos, camélidos, caballos y edentados.
El segundo descubrimiento, realizado en 1882, se convirtió en el
catalizador del interés de los naturalistas. Fue el de la pieza conocida
como el sacro de Tequixquiac, que pertenece a un camélido y presenta

203
eduardo corona Martínez

una serie de modificaciones atribuidas al hombre antiguo que la hacen


ver como la representación de una cabeza animal. Esta pieza, descri-
ta por Bárcena (1882), se convirtió en una evidencia irrefutable del
uso de la fauna por parte de los primeros pobladores de la cuenca de
México. Con lo cual también se puede considerar que esos hallazgos
constituyen el origen moderno de la investigación arqueozoológica y
de prehistoria en México.
Estudios posteriores han puesto a debate el que esas modificaciones
sean de origen cultural, o bien que las técnicas aplicadas sean prehis-
tóricas. Hasta la fecha, no hay un estudio definitivo al respecto, pero
la pieza no ha perdido su atractivo, aunque de manera desafortunada
hace algunos años se retiró sin explicación alguna de la sala donde se
exhibía en el Museo Nacional de Antropología. El Peñón de los Ba-
ños es otra localidad prehistórica de importancia en México durante
el siglo xix, donde se descubrieron restos humanos atribuidos al Pleis-
toceno tardío, por lo que se consideraron una evidencia directa del
poblamiento temprano de América. Sin embargo, este hallazgo pro-
vocó un fuerte debate sobre su verdadera antigüedad (Bárcena, 1885;
Bárcena y Del Castillo, 1886; Newberry, 1886). La mayor intensidad
en la discusión se alcanzó en la XI Reunión del Congreso Internacional
de Americanistas, efectuado en 1895 en la Ciudad de México, donde se
abordó el tema del origen del hombre americano con las ponencias de
José Ramírez, José Sánchez y Mariano Bárcena, quienes rechazaban
las tesis que asociaban a los primeros pobladores con razas inferiores.
Para ello, basaron su argumentación tanto en la teoría evolucionista
vigente, donde destacaban autores como Darwin, Lamarck y Heckel,
como en los datos paleontológicos, en particular una síntesis de los
sitios antes mencionados, así como de una localidad en Jalisco que el
mismo Bárcena había estudiado (Argueta y Corona Martínez, 2011;
Congreso Internacional de Americanistas, 1968).
En los albores del siglo xx destacaron en este campo los trabajos de
Enrique Díaz Lozano, quien exploró las interacciones entre los prime-
ros habitantes y la fauna extinta, además de que efectuó investigacio-
nes pioneras en la histórica localidad de Tepexpan, donde también se
hallaron evidencias de ocupaciones humanas a fines del Pleistoceno.

204
algunas consideraciones

el inah y los estudios de localidades teMPranas


Si bien el inah en la actualidad no es la única institución que se dedi-
ca a los estudios de localidades con indicios de poblamiento tempra-
no, lo cierto es que desde 1952 se generó un nuevo impulso para este
tipo de estudios con la fundación del Departamento de Prehistoria.
Con la creación de esta unidad se logró atender una idea pionera en
América Latina: establecer laboratorios para estudios paleoambien-
tales que comprendieran disciplinas como paleozoología, paleobotá-
nica, química de suelos, geología y dataciones, lo que constituyó una
novedosa contribución a la investigación arqueológica y paleobioló-
gica (Corona M., 2008; Lorenzo, 1991).
Fue así que, en 1963, se inauguró el Laboratorio de Paleozoología,
cuyos trabajos de investigación iniciaron inmediatamente, debido a
que ya se tenía una gran cantidad de restos óseos procedentes de con-
textos prehistóricos (Álvarez, 1965; 1967). Es decir, se comenzó es-
tudiando sitios donde se observaba la presencia de fauna extinta con
rastros de pobladores tempranos en México; posteriormente se fueron
incorporando los análisis de restos faunísticos de sitios con ocupación
prehispánica en Mesoamérica.
Es importante destacar que estas investigaciones han permitido esta-
blecer una cronología de los estudios de prehistoria en México, la cual
comprende dos grandes etapas: la primera, que se ubica en la transición
del Pleistoceno tardío al Holoceno, es decir, entre los 35 000 y los 4 000
años antes del presente, en tanto pueden encontrarse los hallazgos de
los primeros pobladores del territorio, lo que en términos de cronolo-
gía cultural se denomina “Etapa Lítica”. Este periodo está dominado
principalmente por faunas extintas y poblaciones reducidas de caza-
dores-recolectores, tanto en el Altiplano como en la cuenca de Méxi-
co (García-Bárcena, 2007). La siguiente etapa significativa comienza
con la definición de las primeras sociedades sedentarias, cuyo sustento
dependía de una economía de tipo agrícola, hasta llegar a sociedades
complejas y jerarquizadas con un máximo control del territorio.
Al menos en la etapa que duró el Departamento de Prehistoria, ya
que en la década de los ochenta se convirtió en la Subdirección de La-
boratorios y Apoyo Académico, se promovieron este tipo de estudios en

205
eduardo corona Martínez

cuadro 1
CRONOLOGÍA COMPARADA DE LA ETAPA LÍTICA
EN LA CUENCA DE MÉXICO
Miles de Cronología Etapa
Época Periodo Sitios prehistóricos cuenca de México
años a. P. cultural cultural

Holoceno
Preclásico Sociedades agrícolas

5
Tlapacoya IV, XVIII, Tepexpan,
Proto- Chicoloapan, Zohapilco
neolítico
Santa Isabel Iztapa I (*), San Bartolo
Atepehuacan, Texcoco, Santa Lucía (*),
Cenolítico

Los Reyes Acozac, Los Reyes la Paz (*),


10 Chimalhuacán (*), Tepexpan Tocuila
(*), Villa de Guadalupe (*), Gertrudis
Cuaternario

Sánchez

15
Lítica

Santa Lucía (*), Tlapacoya I, II, VIII;


Peñón de los Baños (*), Tequixquiac (*)
Pleistoceno tardío
Arqueolítico

20

30

Se indican las localidades con evidencias de presencia humana antigua y hueso


animal. (*) (datos modificados de García-Bárcena, 2007).

por lo menos 20 localidades, la mayoría de ellas localizadas en la cuenca


de México. Durante estas investigaciones se encontraron herramientas
líticas (puntas de flecha, hachas) y algunas evidencias, aunque a veces
controversiales, del aprovechamiento de megafauna (cuadro 1), tales
como marcas de destazamiento y elaboración de artefactos con hueso.

206
algunas consideraciones

el registro de los verteBrados terrestres Pleistocénicos


en la cuenca de México
Un elemento que ha estado ausente, desde una perspectiva autocrí-
tica, es la elaboración de un estado del conocimiento de regiones
específicas, como es el caso de la cuenca de México, donde se integre
la información paleoambiental, los registros de fauna y la presencia
humana. Como una primera aproximación a esta tarea, se presenta
una breve síntesis sobre el paleoambiente y los vertebrados terrestres
de esta área.
En el Estado de México y el Distrito Federal, donde se ubica la
cuenca, se han registrado 215 localidades del Cuaternario (Arroyo
Cabrales et al., 2002), aunque la proporción de restos humanos prece-
rámicos no rebasa 11 localidades (véase Jimenéz López et al., en este
volumen). Mientras que en aquellas donde se encuentran restos de
hueso animal modificado, principalmente de mamut (Mammuthus sp.)
tampoco existe una síntesis reciente, por lo que algunos autores afir-
man la existencia de 15 localidades, como son: Tequixquiac, Chimal-
huacán, Los Reyes La Paz, Atenco, San Bartolo Atepehuacan, Santa
Isabel Iztapan I y II, Los Reyes Acozac, Tlapacoya, Santa Lucía, San-
ta Marta Acatitla, Tepexpan, Tepexpan Hospital, Gertrudis Sánchez,
Tocuila y Villa de Guadalupe (Aveleyra, 1950; García Cook, comuni-
cación personal), en tanto que otros lo restringen a nueve e incluso se
afirma que en sólo tres de ellas (Santa Isabel Iztapa, Tocuila y Villa de
Guadalupe) existen evidencias claras de que el hueso modificado es
producto de la actividad humana (Arroyo Cabrales et al., 2006). Sin
embargo, no se consideran los artefactos hallados en Chimalhuacán
y Los Reyes La Paz (García Cook, 1968; 1975). Lo cierto es que este
debate debe ser profundizado y sistematizado, por lo que una tarea
urgente en la agenda de los estudios de prehistoria es obtener un catá-
logo crítico con las localidades y los ejemplares de artefactos en hueso
tanto de esta región como del resto del país.
En cuanto a la fauna, son cuatro las localidades más diversas, en
tanto se han recuperado restos de todos los vertebrados terrestres (an-
fibios, reptiles, aves y mamíferos), mientras que en cinco sólo se co-
nocen restos de aves y mamíferos (cuadro 2). Todas estas localidades

207
eduardo corona Martínez

cuadro 2
LOCALIDADES PLEISTOCÉNICAS DE LA CUENCA DE MÉXICO
CON MAYOR DIVERSIDAD DE VERTEBRADOS TERRESTRES, POR CLASES
Registro
Localidades Herpetozoarios Aves Mamíferos Humanos
Zumpango x x x
Tequixquiac x x x
Tlapacoya x x x x
Tocuila x x x
Gertrudis Sánchez x x
Peñón de los Baños x x x
Lago Texcoco x x
Tepexpan x x x
Chimalhuacán x x x
Nota: Con sombra gris las localidades más diversas. En la columna “humanos” se indica la presencia
de ejemplares precerámicos, asociados o no con la fauna.

se ubican cronológicamente, sea por los fechamientos radiocarbóni-


cos o por asociación faunística, en el Pleistoceno tardío, es decir, en
los últimos 35 000 años.
Una lista preliminar de la fauna que se registra en las localidades
de la cuenca de México para el Pleistoceno tardío con base en diver-
sas fuentes (Corona M., 2006, 2010; Chávez Galván, 2008; Johnson
et al., 2006; Tovar Liceaga, 2005) arroja una cantidad de 71 taxones
de vertebrados terrestres, identificados hasta género y especie, de los
cuales ocho son de herpetofauna; 32, de aves, y 31, de mamíferos
(cuadro 3). Con estos últimos existe en el registro un fuerte sesgo ha-
cia la recuperación de megafauna, muy probablemente por la facilidad
de observación, recuperación e interés que despierta en el público.
En cuanto a los anfibios y reptiles, la mayoría de ellos se encuen-
tra de manera frecuente en los cuerpos de agua. Ahí destacan los
registros de sapos (Bufo sp.) y ranas (Rana sp.), los que deben ser
analizados con mayor detalle, ya que en los últimos años han sufri-
do drásticas modificaciones en su taxonomía y nomenclatura, y, por
tanto, en su interpretación evolutiva; por ello, estos registros deben
considerarse provisionales. También destaca el registro de los ajolotes
(Ambystoma sp.), con lo que se confirma que este grupo emblemático
habitaba la cuenca de México desde el Pleistoceno tardío. Mientras

208
algunas consideraciones

cuadro 3
REGISTRO DE VERTEBRADOS TERRESTRES PLEISTOCÉNICOS
EN LA CUENCA DE MÉXICO
Registro de vertebrados terrestres en la cuenca de méxico
Clase Nombre Taxón válido Estado
Sapo Bufo sp. ?
Amphibia Rana Rana sp. ?
Ajolote Ambystoma sp
Lagartija espinosa Sceloporus jarrovii
Cascabel llanera Crotalus scutulatus
Reptiles Culebra Thamnophis sp.
Tortuga Kinosternon sp.
Tortuga pequeña Testudo sp. Extirpado
Ganso canadiense Branta canadensis Extirpado
Pato pinto Anas strepera
Cerceta café Anas cyanoptera
Pato golondrino Anas acuta
Pato de collar Anas platyrhynchos
Pato cabeza roja Aythia americana
Pato piquianillado Aythia collaris
Pato boludo Aythia affinis
Gavia común Gavia cf. immer Extirpado
Zambullidor Podiceps podiceps
Zambullidor Podiceps parvus
Zambullidor orejudo Podiceps nigricollis
Zambullidor occidental Aechmophorus occidentalis
Pelícano blanco Pelecanus erythrorhynchus
Cormorán bicrestado Phalacrocorax auritus Extirpado
Garza blanca Ardea alba
Aves
Garcita blanca Egretta thula
Garza nocturna Nycticorax nycticorax
Cigüeña Cicionia cf. maltha Extinto
Águila Breagyps clarkii Extinto
Flamenco Phoenicopterus ruber Extirpado
Águila real Aquila chrysäetos Extirpado
Águila Spizäetus grinnelli Extinto
Caracara Caracara cheriway
Halcón Falco sp.
Halcón pradeño Falco mexicanus
Gallareta americana Fulica americana
Grulla americana Grus canadensis Extirpado
Avoceta Recurvirostra americana
Lechuza Tyto alba
Cuervo común Corvus corax
Cuitlacoche Toxostoma ocellatum
Mamut Mammuthus columbi Extinto
Mastodonte Mamut americanum Extinto
Mammalia Gonfoterio Cuvieronius sp. Extinto
Gliptodonte Glyptotherium sp. Extinto
Perezoso gigante Paramylodon sp. Extinto

209
eduardo corona Martínez

ciadro 3 (continuación)
REGISTRO DE VERTEBRADOS TERRESTRES PLEISTOCÉNICOS
EN LA CUENCA DE MÉXICO
Registro de vertebrados terrestres en la Cuenca de México
Clase Nombre Taxón válido Estado
Conejos Sylvilagus sp.
Vampiro extinto Desmodus stocki Extinto
Murciélago espectro Mormoops sp.
León pleistocénico Panthera atrox Extinto
Tigre dientes de sable Smilodon fatalis Extinto
Lobo pleistocénico Canis dirus Extinto
Lobo Canis lupus
Coyote Canis latrans
Zorro gris Urocyon cinereoargentus
Zorro rojo Vulpes vulpes
Oso cara corta Arctodus sp. Extinto
Oso Ursus sp. Extirpado
Zorrilo Mephitis sp.
Mammalia
Tejón Taxidea taxus
Caballo Equus spp. Extinto
Camello Camelops hesternus Extinto
Llama Hemiauchenia macrocephala Extinto
Venado pleistocénico Odocoileus halli Extinto
Venado cola blanca Odocoileus virginianus
Antílope Capromeryx sp. Extinto
Antílope Tetrameryx sp. Extinto
Antílope Stockoceros sp. Extinto
Bisonte Bison sp. Extirpado
Tuzas Cratogeomys spp.
Topillo Pitymis sp.
Topillo Microtus sp.
Nota: Se indica hasta el taxón válido alcanzado, la columna “Estado” se refiere al estado de con-
servación.
Fuente: Elaborado con datos tomados de Corona Martínez, 2006; 2010; Chávez Galván, 2008;
Johnson et al., 2006; Tovar Liceaga, 2005.

que de las tortugas se tiene el registro de la casquito (Kinosternon sp.),


la cual tiene una amplia distribución en el país y es común su hallaz-
go incluso en el registro arqueológico mesoamericano. Por su parte,
los registros de la tortuga del género Testudo sp. son interesantes, ya
que este taxón se considera extirpado para México, por lo que no
puede descartarse la necesidad de reestudiar el material para precisar
su identificación. También se cuenta con el registro de la culebra de
agua (Thamnophis sp.), género de amplia distribución actual en el país
y común en las aguas de la cuenca de México.

210
algunas consideraciones

En cuanto a los herpetozoarios terrestres, se cuenta tanto con


lagartija espinosa (Sceloporus jarrovii), común en el altiplano de Mé-
xico, como con cascabel llanera (Crotalus scutulatus), de amplia dis-
tribución en el país.
De las aves, destaca que los grupos de paseriformes y troquílidos,
considerados los más diversos en la actualidad, se encuentran subre-
presentados en el paleorregistro. Éste comprende 32 taxones válidos,
que se pueden dividir en otros grupos: 22 que son acuáticos; y de los
terrestres, ocho son rapaces y dos paseriformes, la mayoría de los cua-
les se registran actualmente en la región.
Entre las aves acuáticas se encuentran patos de los géneros Anas
y Aythia, además de zambullidores y vadeadoras, como garzas, galla-
retas, pelícanos y avocetas. Se registran aves que se consideran ex-
tintas, como el zambullidor (Podiceps parvus) y la cigüeña (Ciconia
maltha), mientras que otras se consideran extirpadas de la región: el
ganso canadiense (Branta canadensis), la grulla americana (Grus ca-
nadensis), el flamenco rosado (Phoenicopterus ruber), la gavia común
(Gavia immer) y el cormorán bicrestado (Phalacrocorax auritus).
Las terrestres se pueden dividir en las predadoras diurnas recientes,
como el águila real (Aquila chrysäetos), extirpada de la cuenca y cuyo
rango de distribución actual se encuentra hacia el norte del altipla-
no de México. Los halcones, donde se han identificado unos hasta el
nivel de género (Falco sp.), el pradeño (Falco mexicanus) y el caracara
(Caracara cheriway) se encuentran actualmente en la región aunque
con poblaciones muy disminuidas, debido a la presión urbana. Ade-
más, se han identificado dos águilas extintas: Spizäetus grinnelli y Brea-
gyps clarkii. En tanto que de las predadoras nocturnas se encuentra la
lechuza común (Tyto alba), que es de amplia distribución. Finalmen-
te, de las paseriformes se encuentra el cuervo común (Corvus corax),
también de distribución amplia, así como el cuitlacoche (Toxostoma
cf. T. ocellatum) que es una ave residente del centro de México.
En el caso de los mamíferos, todos son terrestres y se pueden agru-
par por su dieta en herbívoros, carnívoros y (en cinco casos) de dieta
diversa. De los primeros destacan los de talla grande y mediana, como
los proboscídeos (Mammuthus columbi, Mamut americanum y Cuviero-

211
eduardo corona Martínez

nius sp.), el gliptodonte (Glyptotherium sp.), el perezoso gigante (Para-


mylodon sp.), el camello (Camelops hesternus), la llama (Hemiauchenia
macrocephala), el venado pleistocénico (Odocoileus halli), el venado
cola blanca (Odocoileus virginianus) y varios antílopes (Capromeryx
sp., Tetrameryx sp., Stockoceros sp.), además del bisonte (Bison sp) y el
caballo (Equus sp.).
En cuanto a los carnívoros, destacan el oso de cara corta (Arctodus
sp.), el oso común (Ursus sp.), el león pleistocénico (Panthera atrox),
el tigre dientes de sable (Smilodon fatalis), los lobos (Canis dirus y
Canis lupus), el coyote (Canis latrans), los zorros (Urocyon cinereoar-
gentus y Vulpes vulpes), el zorrillo (Mephitis sp.) y el tejón (Taxidea
taxus). Entre los mamíferos de talla pequeña es notorio el registro
de un vampiro extinto (Desmodus stocki), registrado en Tlapacoya
(Álvarez, 1972). El resto de este agrupamiento son roedores, que se
encuentran entre la fauna actual de la cuenca.
De varios de los registros que aquí se encuentran asignados hasta el
nivel de género se necesita detallar su análisis para asignarlos a alguna
de las varias especies que han sido descritas para el Pleistoceno, y así
tener una mejor panorámica de la diversidad biológica que existía en
esta región.

algunas consideraciones PaleoaMBientales


Mediante un análisis de las aves registradas para el Pleistoceno tardío
(Corona M., 2010) se sugiere la presencia de, al menos, tres paleoco-
munidades en la cuenca de México, cada una asociado con un área
distinta de la misma. Por un lado, el lago de Texcoco, con aguas sa-
linas que podían ser profundas o superficiales; por otro, la región de
Tlapacoya, con predominio dulceacuícola y de humedales superficia-
les, asociados con espacios terrestres abiertos; mientras que la tercera
es la de la zona de Tequixquiac, con predominio dulceacuícola y de
humedales profundos, asociados con bosques abiertos. Esta última es
la más diferente en cuanto a contenido taxonómico.
Por tanto, los cuerpos de agua de la cuenca se pueden diferenciar
por su contenido de salinidad y la profundidad que alcanzan. A favor
de esta idea se tienen los datos que muestran los cambios en los ni-

212
algunas consideraciones

cuadro 4
SÍNTESIS DE CAMBIOS AMBIENTALES
REGISTRADOS EN LA CUENCA DE MÉXICO
DURANTE LA TRANSICIÓN DEL PLEISTOCENO AL HOLOCENO
Miles de años Características ambientales

5 Primeras evidencias de la agricultura


6a5 Se agudiza clima seco y cálido, con periodo intenso de sequía
14 a 10 Fin periodo húmedo, actividad volcánica
23 a 22 Intensa actividad volcánica, cambios en los niveles de los lagos
34 a 23 Clima frío con humedad variable

Fuente: Tomado de Corona Martínez, 2010, elaborado con datos de Lozano-Gracia y Ortega Gue-
rrero (1998) y Metcalfe et al. (2000).

veles de los lagos y, en el caso del lago de Chalco, su transformación


de un sistema salino a uno dulceacuícola (Lozano-García y Ortega
Guerrero, 1998; Metcalfe et al., 2000).
Por otro lado, los resultados de análisis polínicos y de diatomeas,
en el caso de la cuenca, indican que esta región fue un sistema muy
dinámico y sugieren una transformación intensiva de las condiciones
ecológicas por un efecto combinado entre los cambios ambientales
que derivan de las glaciaciones, así como de los cambios de hábitat a
una escala más local derivados de la intensa actividad volcánica que
se observa entre los 23 y 22 000 años, y que se repite entre los 14 y
10 000 años (cuadro 4).

PoBladores teMPranos y extinciones de fauna


en la cuenca de México
Un tema que siempre ha estado en discusión es el de la influencia
de los grupos humanos en la extinción de diversos grupos animales.
Como se puede ver en el cuadro 3, se reconocen extintas tres aves
(una acuática y dos rapaces) y 17 mamíferos, de los cuales 12 son
herbívoros, cuatro carnívoros y uno de otra dieta (presumiblemente
hematófago); mientras que extirpados, es decir, extintos localmente,
son un reptil, seis aves (cinco acuáticas y una rapaz) y dos mamíferos
carnívoros. Es decir, los mamíferos herbívoros fueron los más afecta-

213
eduardo corona Martínez

dos con la extinción, mientras que las aves acuáticas lo fueron con las
extirpaciones.
Hasta el momento sólo se ha usado el registro de las aves para pro-
bar diversas hipótesis sobre el posible consumo de este grupo por parte
de los primeros pobladores, ya que en ninguna de las localidades estu-
diadas se han encontrado ejemplares con evidencia directa de apro-
vechamiento, tales como marcas de destazamiento o similares. Frente
a ello, se elaboraron dos análisis alternos, uno donde se consideró que
las aves, por su tamaño o por su peso, fuesen especies objetivo para la
cacería; y el otro, donde se contempló que la diversidad de aves en las
localidades con presencia humana fuese menor, por efecto de la se-
lección de cacería, respecto de aquellos sitios considerados depósitos
naturales. Ambas hipótesis fueron refutadas en los análisis efectuados,
con lo cual la evidencia disponible nos indica que no fue el hombre
el principal agente responsable de estos procesos de extinción local y
global (Corona M., 2010).
En el caso de los mamíferos, si bien no se tiene una analítica tan
desarrollada, las evidencias son escasas, ya que, como hemos seña-
lado antes, sólo en algunas localidades se considera que hay eviden-
cias de un posible aprovechamiento en huesos de proboscídeos, y
varias de ellas todavía deben discutirse mediante un análisis com-
parativo.

algunas PersPectivas
A pesar de la actividad desplegada hasta ahora, los datos sobre loca-
lidades prehistóricas en México se encuentran poco sistematizados,
amén de que muchos de los hallazgos se han generado a partir de
descubrimientos fortuitos, como consecuencia del crecimiento urba-
no que experimentan las ciudades del país, los que en algunos casos
generaron proyectos de investigación de largo plazo. Sin embargo, las
evidencias principales de la presencia de estos primeros habitantes
suelen ser restos de hogares, materiales líticos y huesos de animales
con modificaciones culturales. En muy pocos casos en éstos se ha en-
contrado una asociación directa con restos humanos (Acosta Ochoa,
2007; Arroyo Cabrales et al., 2006; Aveleyra, 1967).

214
algunas consideraciones

En años recientes se ha generado un nuevo interés por la temática


del poblamiento de América, como lo demuestra la realización de
cuatro simposios internacionales organizados por el Instituto Nacio-
nal de Antropología e Historia entre 2002 y 2010, con la temática
del hombre temprano y el poblamiento de América, de la que han
derivado dos publicaciones recientes (Jiménez López et al., 2006a,
2006b), donde se da cuenta de, al menos, tres nuevas localidades de
importancia en Yucatán, Sonora y Baja California, así como el rees-
tudio de varias localidades tradicionales, como son Tepexpan y el Pe-
ñón de los Baños.
Como se observó en el apartado anterior, son varios los retos por
superar en los estudios sobre prehistoria de México, y en particular
los relativos a las relaciones entre los primeros pobladores de Méxi-
co y la fauna, ya que aún tenemos una panorámica incompleta que
comprende localidades con problemas de datación, con evidencias
controversiales, con escasos restos humanos en contexto, pero, sobre
todo, la falta de nuevas localidades de estudio (Acosta Ochoa, 2007;
Bate y Terrazas, 2006; Corona Martínez, 2008; Fought, 2008).
Frente a ello se encuentra también la necesidad de incorporar
nuevas técnicas de análisis para estudiar los materiales encontrados,
ya que varias de ellas han permitido superar algunas de estas con-
troversias. Con las nuevas técnicas de datación aplicadas a restos
humanos de la cuenca de México se ha podido determinar que el
denominado cráneo Peñón III se encuentra entre los más antiguos
de América (González et al., 2006; Pompa, 2006). Otro esfuerzo lo
constituyen las propuestas de reconstrucción paleoambiental de la
cuenca de México a partir del registro faunístico (Corona M., 2006,
2010; Johnson et al., 2006; Puccarelli et al., 2006). La aplicación de
técnicas como el adn antiguo puede ser potencialmente importante,
pero su nivel de desarrollo en México se encuentra limitado. Posible-
mente en el futuro inmediato se puedan refinar las técnicas para ob-
tener resultados fiables sobre el origen de las poblaciones americanas.
Sin embargo, las acciones que se han desarrollado en los últimos años
permiten sugerir que el futuro de este tipo de estudios sigue siendo
promisorio.

215
eduardo corona Martínez

BIBLIOGRAFÍA

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Perspectivas de los estudios de prehistoria en México.
Un homenaje a la trayectoria
del ingeniero Joaquín García-Bárcena
se terminó de imprimir en junio de 2014
en los talleres gráficos del Instituto Nacional
de Antropología e Historia.
Producción: Dirección de Publicaciones
de la Coordinación Nacional de Difusión.

COLECCIÓN
ARQUEOLOGÍA
SERIE LOGOS

Los textos aquí editados surgieron como parte de un sim-


posio que se organizó con dos intenciones, por un lado
ofrecer una panorámica global sobre lo que se ha hecho en
las últimas décadas sobre el tema de prehistoria en México.
La segunda, y no menos importante, era ofrecer un home-
naje al amigo, profesor, colega y sobre todo al académico:
“El Inge” Joaquín García Bárcena, que además era profundo
conocedor y referencia clave en este tema.
Si bien se recogen textos con rigor académico, tampoco
quisimos dejar de lado los acercamientos o aquellas partes
de los textos que daban un tinte más personal, que dialogan
con el homenajeado, porque así fue el simposio, un diálogo
continuo y amistoso entre todos los presentes.
En el libro se registran nuevas localidades y el reestudio
de otras que nos dan nuevos datos sobre los pobladores
tempranos y los paleoambientes asociados, a ello se añade
la aplicación de nuevas técnicas y enfoques: como las de
ADN antiguo, los isotopos estables, las dataciones radiomé-
tricas y los estudios de fauna, que al combinarse con las, no
menos efectivas, practicas arqueológicas tradicionales, in-
tegran una perspectiva interdisciplinaria que ofrece mayo-
res potenciales de explicación científica a estos procesos.
Este libro, y una serie de eventos recientes, muestran
que la prehistoria, como una de las tradiciones académicas
más antiguas de la antropología mexicana, sigue vigente,
se mantiene viva y actual.

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