Está en la página 1de 13

Capitalismo, Demografía y Familia

Luis Alonso Ramos Franco

Máster en Gobierno y Cultura de las Organizaciones

Universidad de Navarra
2

Índice

Introducción ................................................................................................................... 3

Frente al socialismo, ¡capitalismo! Una orientación eclesial......................................... 3

¿Está justificada la opción por el capitalismo económico? ........................................... 5

El sentido del crecimiento demográfico humano........................................................... 8

Conclusión ................................................................................................................... 13
3

Introducción

¿Tiene la familia un rol protagónico en la economía del siglo XXI? ¿Es el capitalismo

es capaz de hacer justicia a la sociabilidad de la naturaleza humana? En ninguna otra época de

la historia se ha podido disfrutar de tanto bienestar material ni de tanto orden y predictibilidad

social como en esta. El paradigma económico prácticamente hegemónico del capitalismo, en

el que se desenvuelven las principales dinámicas mercantiles de nuestra época, ha traído sin

duda alguna notorios beneficios y avances, útiles para la configuración de estilos de vida más

civilizados, agradables, seguros y longevos. Una gran disponibilidad de bienes y servicios es

compartida hoy por buena parte de la población mundial gracias al proceso de globalización.

Sin embargo, el bienestar material no implica necesariamente un desarrollo personal. Es más,

es posible que aquello de lo que se vale el ser humano para alcanzar su plenitud sea más bien

de orden espiritual. En este ensayo presentaré algunas ideas que yacen al origen del paradigma

del capitalismo, sus supuestos antropológicos y algunos datos demográficos que podrían

sugerir que la economía necesita replantear la visión que tiene de la persona humana, de su

desarrollo y de lo que realmente podría constituir la fuente de la riqueza en la sociedad.

Frente al socialismo, ¡capitalismo! Una orientación eclesial

En 1881 el entonces papa León XIII publicó la carta encíclica Rerum Novarum para dar

a conocer el pensamiento de la Iglesia Católica frente a la cuestión social, es decir, las

preocupantes condiciones de trabajo y las lamentables consecuencias en la vida familiar y

personal de los obreros, producto del mal manejo en el establecimiento de un nuevo paradigma

en la configuración de la economía moderna: la Revolución Industrial. Era ya un asunto de

suma urgencia el salir al encuentro del problema de la usura, condenada anteriormente por la

Iglesia, y que aparecía bajo una nueva modalidad en manos de los ricos y avaros; sumándole

el hecho de que las relaciones comerciales de cualquier índole habían sido monopolizadas por
4

el poder de unos pocos opulentos y adinerados que cernían sobre una muchedumbre infinita de

proletarios un nuevo yugo de esclavitud.1

A pesar de estas duras formas de denunciar una corrupta inculturación del sistema

capitalista, el papa no dejó de lado la necesaria crítica que convenía hacer también al socialismo

revolucionario. Este se erguía como contraparte cautivando a las voluntades del proletariado

con la promesa mesiánica de instaurar la igualdad y la justicia a fuer de abolir injusta y

violentamente la propiedad privada de los bienes y ceder su administración a las personas que

rigen el municipio o gobiernan la nación.2 Eso no solo terminaba por perjudicar a la misma

clase obrera, sino que, además, distorsionaba la misión de la república y agitaba a las

naciones.3

Cien años después, el papa Juan Pablo II publicaría la carta encíclica Centesimus Annus

conmemorando los aportes de León XIII y, en general, todos los documentos de sus

predecesores que constituyeron el magisterio social. El papa buscaba hacer frente a hechos

históricos recientes y la correspondiente exigencia evangelizadora.4 1989 y los años siguientes

fueron testigos de una reconfiguración geopolítica e ideológica en el mundo, que no dejaba de

ser consecuencia de lo que ya venía previendo León XIII con respecto al socialismo real que

había llegado a encarnarse en el poderío de un Estado.5 El error fundamental que el papa le

atribuye a este enfoque es de naturaleza antropológica6, pues albergaría una concepción del ser

humano

como un simple elemento y una molécula del organismo social, de manera que el bien del

individuo se subordina al funcionamiento del mecanismo económico-social. Por otra parte,

1
León XIII, Rerum Novarum, 1.
2
León XIII, Rerum Novarum, 2.
3
Ibid., 2.
4
Juan Pablo II, Centesimus Annus, 3.
5
Ibid., 12.
6
Ibib., 13.
5

considera que este mismo bien puede ser alcanzado al margen de su opción autónoma, de su

responsabilidad asumida, única y exclusiva, ante el bien o el mal. El hombre queda reducido

así a una serie de relaciones sociales, desapareciendo el concepto de persona como sujeto

autónomo de decisión moral, que es quien edifica el orden social, mediante tal decisión.7

Resulta evidente que enajenar a la persona de la posibilidad de poseer bienes y decidir

responsablemente sobre su destino constituiría un grave atentado contra sus derechos

fundamentales; y que no merecen la pena los sacrificios que se tendrían que hacer en una

sociedad para avalar un sistema que se yerga contra la identidad personal sometiéndola

arbitrariamente al poder de una entidad abstracta, que en última instancia no es sino la máscara

bajo la cual se esconden aquellos que se hacen con el control de la propiedad bajo la excusa de

administrarla equitativamente. Lo que tal vez no resulta tan evidente es si optar por lo contrario,

el capitalismo, constituiría una auténtica reivindicación de la libertad e identidad personales y

el camino hacia el establecimiento de una distribución y administración más justa de los bienes

de consumo. Hoy en día, sin embargo, el capitalismo neoliberal impera legítimamente como el

paradigma que la gran mayoría de Estados ha adoptado para la regulación de su sistema

económico, y viene siendo galardonado como causa formal del mayor y más ampliamente

extendido estado de bienestar logrado a lo largo de toda la historia de la civilización.

¿Está justificada la opción por el capitalismo económico?

Juan Pablo II propone que sí es posible defender al capitalismo como un sistema

económico capaz de conducir hacia el progreso a los países más pobres, siempre y cuando se

lo comprenda como «un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de

la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con

7
Ibid.
6

los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía»8. No

obstante, agregará que si este es el caso, sería más apropiado denominarlo «economía de

empresa», «economía de mercado» o «economía libre». 9 En efecto, el ecónomo católico

Antonio Argandoña examinó exhaustivamente el modelo de economía de mercado

concluyendo que es un sistema legítimo y eficaz en la medida en que se sustente en la ética y

no se fundamente independientemente de la ética religiosa10. Esto viene a ser justificado por

una antropología filosófica iluminada por los datos de la revelación.

La concepción del capitalismo que la Iglesia sí rechaza es aquella que se define como

«un sistema en el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido

contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como

una particular dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso».11 Se ve, en efecto, que

el meollo del problema radica en qué tanto se puede respetar y promover una libertad entendida

como integral y que aúne ética y religión. En definitiva, se trata de una concepción del ser

humano que recorta las exigencias de su libertad natural, y principalmente su constitución

como persona.

La Dra. Lázaro llevó a cabo un análisis filosófico sobre los planteamientos de Adam

Smith en la formulación original del capitalismo, defendiendo la tesis de que aquello que lo

justifica es una antropología muy específica.12 En su investigación encontró que Smith habría

bebido de las fuentes intelectuales del Protestantismo. Este fenómeno, que comenzó como una

reinterpretación bíblica para extenderse a la reconfiguración de la disciplina sacramental que

la Iglesia defiende, terminó por constituir una cosmovisión en Europa profundamente negativa

8
Juan Pablo II, Centesimus Annus, 42.
9
Ibid.
10
Argandoña, La economía de mercado a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia, 466-467.
11
Juan Pablo II, Centesimus Annus, 42.
12
Lázaro, La sociedad comercial en Adam Smith. Método, moral, religión.
7

sobre las potencialidades humanas. En suma, se predicaba una naturaleza humana cerrada sobre

sí misma incapaz de corregir sus tendencias egoístas. Si bien al inicio esto constituía una visión

religiosa sobre la caída del pecado original, luego pasó a configurar una visión sobre la sociedad,

y con ello, una propuesta económica.

Aquello que marcó profundamente el paradigma económico en gestación (s. XVI -

XVIII) fue la solución que de esa visión antropológica se derivaba necesariamente para la

sociedad. Es decir, si las personas humanas se deben comportar esencialmente como seres

egoístas, y lo que prima es el interés propio, el único modo de mantener un mínimo de paz en

la convivencia sería por medio de acuerdos protegidos por la sanción legal. Esto venía dándose

en un contexto en el que surgía un nuevo modelo de gobierno, el Estado de Derecho moderno.

Por otro lado, el pesimismo generado por las Guerras de Religión en Europa, así como el

extraordinario florecer del comercio, con lo que ello significó para la reconfiguración de las

relaciones laborales y la relación entre el poder económico y el poder político, prácticamente

pedía a gritos una solución que traje orden y estabilidad.13

La respuesta llegaría bajo la forma del contrato. Este logró establecer un nuevo

paradigma en las relaciones comerciales, y fue esencial en las nacientes estructuras bancarias

y prestatarias. El contrato estaba protegido por la justicia conmutativa, y entre ambas

proyectaban un camino de desarrollo para las civilizaciones basado en el progresivo aumento

del capital, posible gracias a la revalorización de la propiedad y los bienes de consumo. El

sujeto del contrato no es el ser humano, sino que se enfoca en los bienes y servicios que se

intercambian. La finalidad del contrato está en el cumplimiento de los acuerdos, así que el

inicio del contrato es un consenso sobre el valor del intercambio, que además está regulado por

la dinámica variable de una estructura abstracta, que es el mercado. No es el objeto o el servicio

13
Aurell, Genealogía de Occidente.
8

el que en sí mismo posee su valor. Cuando se cumplen los acuerdos estipulados el contrato

llega a su fin, y con ello se termina la relación. En otras palabras, el contrato crea un paradigma

de relaciones sociales y económicas donde se deja de lado el valor espiritual de los bienes y de

las personas que los intercambian, y no produce una comunidad, pues no es capaz de alimentar

un auténtico sentido de pertenencia.14

Por estas razones, el paradigma contractual, esencial al capitalismo, si bien ha

conseguido favorecer el orden y el cumplimiento legal de los acuerdos, también ha provocado

una aproximación a la realidad donde las personas se transforman en individuos, volcados

principalmente a la defensa del interés propio. No obstante, expongo a continuación algunas

evidencias que podrían sugerir datos antropológicos relevantes para replantear el tipo de

relación y el foco sobre el cual podría posarse la mirada de un nuevo paradigma económico.

El sentido del crecimiento demográfico humano

El gobierno de una polis presupone, inevitablemente, una idea (implícita o explícita)

sobre el ser humano. La asunción de este principio no es neutra. La comprensión de la persona

humana asume y genera siempre un lenguaje y un modo de vida propios, es decir, hace parte

esencial de la cultura de una sociedad específica. La razón de ello está en que, el ser humano,

que está siempre intencionado al conocimiento, vive según el modo como haya interiorizado

las preguntas fundamentales sobre su existencia. Dicho proceso tiene lugar en una

retroalimentación entre la dimensión afectiva, volitiva e intelectiva en la persona. Y este

proceso, a su vez, subsiste en una retroalimentación entre la vida individual y colectiva.

Ninguno de estos polos, por sí mismo, es capaz de dar razón completa del mundo de las

personas humanas. No obstante, lo que en ellos se descubra es relevante en la medida en que

14
Moreno, El don, fundamento de la vida económica y social.
9

se plantee en relación con el extremo opuesto. En otras palabras, la existencia individual tiene

dimensiones generalizables a la existencial colectiva, del mismo modo que la vida comunitaria

revela aspectos esenciales sobre la identidad individual.

¿Es posible que la evolución del crecimiento poblacional de la humanidad revele algún

dato significativo sobre la vida en sociedad y la naturaleza personal? Los datos recogidos por

Livi Baci15 (2012) muestran que el crecimiento demográfico del mundo desde el año 400 a. C.

hasta el 2000 d. C. tiene una tendencia positiva constante, salvo en la Crisis del Mundo Antiguo

en el Mediterráneo (200 a. C. al 600 d. C.) y en la Crisis Bajomedial de Eurasia (1340 al 1400

d. C.).

Figura 1. Crecimiento demográfico del mundo. 400 a.C. – 2000 d.C. (tomado de Moreno, 2022,
Histórica Económica Global, MGCO, UNAV)

15
Baci, Historia mínima de la población mundial.
10

En todo ese periodo la población mundial se ha multiplicado por 40. Piketty16 encontró

que la renta per cápita en el mundo comprendida entre 1700 y 2000 creció constantemente y

de manera prácticamente idéntica a la población mundial. Descubrió también que entre 1820 y

2020 la esperanza de vida de las personas al nacimiento y a un año de vida creció

constantemente y en paralelo a la taza de alfabetización en poblaciones mundiales. Estos

hallazgos sugieren algunas ideas.

Figura 2. Población y renta per cápita en el mundo (1700 – 2020) (tomado de Moreno, 2022, Histórica
Económica Global, MGCO, UNAV)

Al parecer, el natural desarrollo de la civilización humana no solo ha venido

acompañado espontáneamente por un aumento en la población, sino que además la forma de

su evolución es casi la misma. Si bien esta no es una evidencia de naturaleza causal, al menos

se puede decir que no existe evidencia histórica que sugiera mínimamente que la natural forma

16
Piketty, Capital e ideología.
11

con la que las sociedades se desarrollan implique o necesite una disminución significativa de

su demografía. El desarrollo de la civilización y el aumento de la población humana

históricamente han ido siempre de la mano.

No tendría tanta relevancia evidenciar este fenómeno si no fuera por el hecho de que

hoy en día estamos experimentando un fenómeno inverso, que en buena medida ha sido

justificado bajo la idea de que es necesaria una restricción del aumento poblacional si se quiere

mantener el estado de bienestar. Se llega incluso al extremo de poner la supervivencia humana

como razón última de medidas para el control demográfico, como el aborto y la eutanasia. Al

margen del hecho de que estas creencias no tienen soporte empírico significativo, los datos

parecen señalar una vez más una estrecha relación entre el crecimiento poblacional y el

desarrollo de las civilizaciones. Existen claros ejemplos que muestran como la disminución de

la fecundidad invierte la pirámide poblacional de un país, es decir, crece la proporción de

ancianos, disminuye la de los niños, y la edad media de los trabajadores aumenta. Esto trae una

serie de consecuencias económicas negativas. Una de las más evidentes es el impacto sobre la

protección social a los ciudadanos: se vuelve necesario transferir la renta de los jóvenes a los

adultos mayores (vivir a costa de la siguiente generación), y se empieza a sufrir la escasez de

mano de obra para sostener las demandas económicas de las generaciones futuras. Esto también

provoca que el horizonte temporal de una sociedad se reduzca, lo cual afecta la dinámica y las

motivaciones que justifican las inversiones económicas a muy largo plazo. La economía se

torna más cortoplacista. Además de ello se suman otras consecuencias, como el encarecimiento

de los salarios, el aumento del coste de adaptación a innovaciones tecnológicas y la amenaza

de paro con cada aumento de productividad. Es tan problemática la disminución demográfica

para un país que no se comprende cómo esta pueda resultar una medida saludable para la

comunidad cultural a largo plazo.


12

Dicho todo esto, es claro que hay más evidencia para sugerir que desarrollo y

crecimiento demográfico van juntos; y cuanto menos se puede decir que no hay razones

suficientes para suponer lo contrario. Es evidente que el crecimiento poblacional surge de la

unión hombre-mujer. Históricamente este ha sido el fundamento de la familia. Su ciclo natural

de vida inicia por la libre y comprometida elección de dos personas que se reconocen entre sí

como semejantes, complementarios y abiertos a la procreación. En su origen hay una mutua y

total donación de sí al otro que se institucionaliza. Me refiero a la concepción católica de la

relación conyugal, ya que incorpora el matrimonio natural y lo eleva a la realidad de sacramento.

Así, la familia inicia con una organización dialógica hombre-mujer, que podría ser, además, la

primera y más esencial división del trabajo en sociedad, incluso un arquetipo de ella. Más aún,

si bien hay un contrato en el matrimonio, este está contextualizado y gobernado por una

dinámica de libre autodonación. Esta se expresa en la donación de sí a los hijos y en la herencia,

que trasciende el límite temporal de los padres. Ellos dan a los hijos más de lo que los hijos les

dan a ellos, empezando por el hecho de que son los padres quienes les otorgan el bien más

preciado, la propia vida. La generosidad intergeneracional en la familia regula por naturaleza

la dimensión contractual. Y, por si fuera poco, un elemento más, propio de la experiencia

familiar, puede ser el hecho de que, en un contexto en el que las relaciones están constituidas

por vínculos de autodonación, procreación y reconocimiento identitario, el surgimiento en la

conciencia del sentido de propiedad y de pertenencia es siempre relacional, social. “Lo propio"

se experimenta como “lo nuestro”. Esto funda el origen más natural del sentido del bien común

y de la comunidad, tan necesario para el mantenimiento y desarrollo de una sociedad.


13

Conclusión

¿Qué significado económico y político se puede derivar de estos datos? La familia está

habituada a dar más de lo que ha recibido. Se mueve por una lógica de libertad, gratuidad y

generosidad. Por ello, una idea muy sugestiva y conclusiva es que la dinámica económica de

las familias puede ser por esencia más rica que la de las economías modernas, y por esa razón,

en la medida en que históricamente se ha amplificado su lógica al gobierno de una sociedad,

ésta ha tenido un desarrollo más estable y duradero. Esta idea podría poner bajo un

cuestionamiento crítico los supuestos actuales que justifican el modelo de ser humano como

individuo, la una sociedad mercantil como su contexto natural propio y el establecimiento de

relaciones contractuales como la única y mejor manera de mantener la paz y el progreso. Frente

a estos paradigmas se puede oponer la idea de persona como ser proveniente del don y dirigido

hacia la donación, una sociedad que crece al ritmo de intercambios intergeneracionales basados

en la generosidad y el establecimiento de relaciones de mutuo reconocimiento en un contexto

de gratitud. Estaría por verse cuánto de esto existe o sobrevive incluso hoy bajo paradigmas

económicos tan opuestos, y justificar por qué razón sería imposible extinguir su fuerza en la

medida en que sigan existiendo familias auténticas.

También podría gustarte