Paralelamente a lo dicho sobre lo esencial y lo secundario en la Escritura,
podernos referirnos al hecho innegable de que no todas las partes de la Biblia presentan idéntica diafanidad. Tanto los eventos más sobresalientes en la historia de la salvación corno las verdades básicas relativas a Dios y a su obra redentora aparecen en la revelación con claridad, aunque no con simplicidad y a pesar de que exijan --corno vimos en el capítulo anterior- una exégesis esmerada de los textos. En el estudio de la Escritura llegarnos a ver con transparencia los atributos de Dios que presiden las obras de Dios, así corno los principios morales y religiosos que deben regir la conducta humana. Resulta claro el significado de la muerte de Cristo y la salvación del pecador por la gracia de Dios en virtud de la obra expiatoria consumada en el Calvario y mediante la fe. Claro es asimismo lo que concierne a la naturaleza y misión de la Iglesia, asistida por el Espíritu Santo, o lo relativo a la segunda venida de Cristo en majestad gloriosa. Podríamos citar otros puntos importantes igualmente caracterizados por la perspicuidad con que aparecen ante nosotros. El material bíblico sobre el que descansan es tan abundante e iluminador que, a pesar de las dificultades naturales para comprender algunos de ellos, resultan realmente diáfanos. Cualquier oscuridad procederá no del testimonio de la Escritura, sino de prejuicios filosóficos. Pero no puede decirse lo mismo de todo el contenido de la Biblia. El principio de 01. 29:29 (e Las cosas secretas pertenecen a Yahvéh nuestro Dios, más las reveladas son para nosotros») no zanja de modo simplista todos los problemas epistemológicos. No sitúa automáticamente todas las cuestiones relativas a conocimiento en dos zonas: la secreta, reservada exclusivamente a Dios, y la de la revelación, en la que todo se nos muestra con claridad radiante. En esta segunda zona hay puntos menos iluminados que otros; están envueltos en la penumbra y en ella permanecerán. Mencionamos unos pocos ejemplos en forma de preguntas: ¿Cómo se produjo la caída de Satanás y sus huestes? ¿En qué consistió el «descenso de Cristo a los infiernos»? ¿Existe una distinción esencial entre alma y espíritu? ¿Cómo armonizar las limitaciones de la encarnación de Cristo con la conservación de sus atributos divinos? ¿Es posible ordenar la escatología en sus detalles de modo que podamos llegar a determinar minuciosamente todos los hechos relacionados con la parusía del Señor? Obsérvese que ninguno de los puntos más o menos oscuros de la revelación bíblica es fundamental. Y aunque el estudiante de la Biblia hará bien en esforzarse por tener la mayor luz posible sobre todos los textos difíciles, obrará mejor si a lo largo de su investigación y aun al final de ella mantiene una sana reserva en cuanto a sus conclusiones, una reserva emparejada con el respeto a las opiniones diferentes de otros cristianos igualmente amantes de la Palabra de Dios. Un reconocimiento sincero de la realidad respecto a los problemas planteados en las regiones sombrías de la revelación libraría a la Iglesia cristiana de controversias tan acaloradas como estériles, en las que suele primar el prejuicio teológico por encima de una exégesis objetiva e imparcial. La teología tiene un lugar en la interpretación bíblica, pero como veremos más adelante un abuso en la sistematización teológica puede bloquear fatalmente el camino hermenéutico. El exegeta no tiene por qué divorciarse del teólogo, pero tampoco debe hacerse su esclavo. Donde halle claridad, dará gracias a Dios por la luz. Pero cuando llegue a lugares oscuros, se guardará de encender su propia linterna a fin de iluminar lo que Dios, en su soberanía sabia, decidió dejar en la nebulosidad. Aun el más erudito en cuestiones bíblicas reconocerá que la Escritura no nos ha sido dada para tratarla como si fuese un gigantesco crucigrama en el que aun los detalles más insignificantes encajarán perfectamente en una solución a la medida de nuestra curiosidad. Es cierto, del todo cierto, que el conjunto de la Escritura muestra en la interrelación de todas sus partes una coherencia, una unidad y una fuerza comunicativa del mensaje de Dios realmente maravillosas. Pero no es menos cierto que respecto a determinadas cuestiones secundarias presenta algunos cabos sin atar. A este hecho no siempre se conforma el teólogo, tan dado a ligarlo todo sólidamente en su afán sistematizador. El intérprete de la Biblia ha de recordar a menudo, y con humildad, que sólo «en parte conocemos y en parte profetizamos» (l Co. 13:9). La vastedad del tema de la Escritura nos impide entrar en otras consideraciones acerca del mismo; pero lo expuesto puede ayudarnos a entender la especial naturaleza de la Biblia, requisito preliminar e indispensable para su interpretación.