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La extracción de recursos naturales para el mercado mundial no es una situación que sea ajena a

América Latina. Aunque la extracción minera es una actividad muy antigua, es desde la década de
1990 que esta se profundiza en diversos países de centro y Sudamérica. Lo anterior responde a la
lógica de incrementar los productos y servicios que se insertan a un mercado global, siendo el
vehículo las empresas trasnacionales las encargadas de dicha tarea (Villamil, 2012). Algunos
organismos internacionales como el Banco Mundial financian proyectos mineros y se refieren a
ellos como un mecanismo de desarrollo económico (Alfie, 2015).

El discurso sobre lo que debe ser el desarrollo y quiénes son los autorizados para planearlo,
financiarlo y ejecutarlo es el resultado de los tiempos líquidos que comenzaron desde mediados
del siglo XX.

De acuerdo con Bauman (2007), la separación entre política y poder ha generado instituciones
estatales endebles. El poder recae en las empresas, las cuales son selectivas en los métodos y
lugares que utilizan para aplicar sus visiones de desarrollo. Sin embargo, la ausencia de un estado
no es una situación originada por procesos naturales. Por el contrario, es el resultado de procesos
geopolíticos avalados por los países. El boom minero de finales del siglo XX se corresponde con el
auge de los proyectos de la geopolítica neoliberal. Los nacionalismos de la década de 1970, que
expropiaban a las empresas mineras inglesas y estadounidenses las minas de los países periféricos,
no tienen cabina en la década de 1980. El papel del Fondo Monetario Internacional es establecer
las “recetas” que los países deben seguir para alcanzar el desarrollo económico y político que
caracteriza a los países primermundistas.

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