Está en la página 1de 2

Taller LA LUZ MALA

El amoroso iceberg de Diego Puig

Hasta hace unos pocos años —hasta que nos fundió el macrismo, debería
decir— conduje un pequeño sello editorial junto a mi amigo Pablo Black:
Colección Mulita, así se llamaba el sello. El nombre, bastante remanido por
cierto, venía a cuento de que el tatú mulita es, como la literatura, un animal
inestable. A veces, en peligro de extinción; otras veces una plaga.
Como sea, lo mejor que tuvo Colección Mulita —al menos para
mí— fue que conocimos autorxs que en modo alguno hubiésemos
conocido/leído de no haber emprendido el camino editorial. Virginia
Feinmann, Matías Aldaz, María Lobo, Fabián Dorigo... Nombres que así
sueltos no dicen nada, para mí, que tuve la oportunidad de leerlos,
representan la parte compartida de la literatura. Se sabe: este es un oficio de
gente sola. Sin embargo, hay una compañía invisible. Una voz que retumba
como un vinilo que gira al revés y que, cosa maravillosa, habla nuestro
mismo idioma; un idioma hecho de lecturas, de alegrías reotorcidas, de
aventuras estáticas pero intensas... No me hice millonario como pretendía,
pero bueno, al menos me quedaron unos cuantos amigos.
Uno de los más entrañables es Diego Puig. No sólo el apellido lo une
a Manuel. Hay una cierta inclinación, un cariño por las expresiones
artísticas y culturales, digamos, más cuestionadas por, digamos otra vez, la
cultura ilustrada. Así como Manuel sabía relumbrar la irreverencia estética
de una telenovela, Diego sabe cómo enaltecer la ternura torpe de una red
social.
Diego Puig es tucumano y es joven —nació en 1984, es re joven—, y
lleva en Tucumán uno de los talleres de escritura más apasionados y
novedosos que me tocó presenciar. Una vez que lo vi en plena faena
hablaba de “la plasticidad del lenguaje”, algo así como la virtud del buen
narrador para apropiarse de cuanta herramienta esté a su alcance y estirar,
ampliar las formas de contar y de concebir el mundo. Como buen escritor
nacido en el interior, tiene una teoría muy elaborada y, hay que decirlo,
muy bien fundada, sobre los prejuicios con que Buenos Aires lee a las
provincias. Pero eso lo vemos otro día.
Además de Vírgenes infinitas —el libro de cuentos que publicamos
en Colección Mulita—, tiene una novela, Nadar sin luz, que mientras se
sumerge en las miserias y neones de una familia ricachona desliza, como si
tal cosa, toda su arrolladora virtud narrativa.
“Aniversario” es para mí su cuento más logrado: entre otras premisas
cumple a pie juntillas con la tan celebrada teoría del iceberg: lo que vemos
del iceberg, lo que viene hacia nosotros sobre el mar, es apenas su porción
más pequeña; lo importante es el monstruo de hielo que viene por debajo y
que impacta cuando ya es tarde, cuando lo tenemos encima y no hay
Taller LA LUZ MALA

escapatoria. Lo mismo ocurre con los cuentos: se supone que cada cuento
narra una historia, la que se nos ofrece, nítida y clara en el papel o en el
monitor. Pero por debajo de esa historia avanza otra, más profunda, más
compleja, que se abre espacio de a poco y cuya revelación nos deja
alelados, con las medias en la cabeza y el corazón en un puño.
Al parecer fue Hemingway el inventor del iceberg —dicen que,
borrachín como era, explicaba su teoría con el cubito de hielo que le ponía
al whisky—, pero nadie la expuso mejor que Ricardo Piglia en sus “Tesis
sobre el cuento” (https://www.apocatastasis.com/tesis-cuento-ricardo-piglia.php).
“Aniversario” nos hace creer que su tema no es otro que una familia
de gente acomodada que se esfuerza por adaptarse al hijo gay. La abuela
cumple años y el hijo llega con su novio, y el novio —un tipo fachero,
delicado y con buen tacto— se lleva y se gana la atención de la
concurrencia. El narrador, verán, narra en segunda persona —una apuesta
arriesgada desde el vamos, la segunda es la manera más taimada de
narrar—, en lo que quizás no sea más que una soberana declaración de
amor. No cualquiera, hoy en día, declara su amor. Su amor por el otro y por
los otros, su amor por la belleza, su amor por la palabra. Su amor, en
definitiva, por la literatura, la forma de vida más luminosa que tenemos a
mano.

También podría gustarte