Está en la página 1de 2

El Zonda

Bernardo Córsico

Según cuenta el folclore y la sabiduría popular, el viento zonda nunca viene solo,
trae con su inusual calidez una perturbación del espíritu que puede desembocar en
soñolencia, malestar y la predisposición a percibir sensaciones que de otra forma
podrían ser pasadas por alto. Quizás, también sea necesario un tipo especial de carácter
para dar cuenta de lo que el zonda trae de fantástico; por ejemplo: un personaje
romántico, proclive a las visiones.

En 1839, cuando Sarmiento tenía veintiocho años fundó un semanario en su


provincia natal al que nombró como aquel viento que promete tempestades. Salía todos
los jueves, aunque decir todos es mucho: sólo alcanzó los seis números - “en San Juan
nunca han durado los diarios: son una planta exótica que brota y apenas desaparece de
nuestro suelo: el clima les es fatal” decían las malas lenguas que terminaron teniendo
razón -. Pero su nombre quedaría asociado a aquel baño con el que inicia Civilización y
barbarie, transfigurando un proyecto fallido en la escena inaugural de la literatura
argentina.

Sin embargo, antes que aquella famosa escena en los baños del Zonda y de “a
los hombres se los degüella, a las ideas no”, existió el semanario. En el primer número
se explican las razones de este nombre: fue propuesto involuntariamente por un peón
que traía un caballo. Los editores comienzan a dar definiciones de lo que es el Zonda,
hasta que el último sentencia: “el periódico con este nombre será pacífico, turbulento,
abrasador, refrigerante, impetuoso, tranquilo, alegre, agreste, social fastidioso, variado,
monótono, divertido, pesado, saludable, dañoso, es decir, bueno, malo, como lo pide el
marchante”. Todas estas definiciones parecen proféticas a la luz de lo que luego será la
obra escrita de Sarmiento.

Hay algo del orden de las visiones en Sarmiento. En el último número, aparece
en El Zonda un cuento fantástico llamado “La pirámide”. Comienza en una noche que
sopla, justamente, el viento zonda, esta vez no para apaciguar sino para perturbar el
estado del protagonista. Sale a deambular por la ciudad asediado por pensamientos
perturbadores y confusos. Cuando llega a la pirámide erigida como monumento que
conmemoraba la toma de Montevideo por las fuerzas revolucionarias, al joven se le
aparece el fantasma español de su padre. El padre lo maldice por haberle causado tantos
sufrimientos por liberar un país que no es lo que prometía ser; los grandes proyectos de
la nación incipiente se han visto truncados, los héroes de la independencia han muerto, y
lo que prometía florecer se ha marchitado. El personaje finalmente regresa a su casa
“abstraído y pensativo, y maldice a su padre, resuelve un proyecto y lo aplaude; y
cuenta con los dedos los males que van a sobrevenirle y se ríe de ellos, y se propone de
nuevo atacar los vicios, y este era el proyecto que resolvía”. Si este personaje se llamara
Sarmiento, ¿cuál sería el proyecto que resuelve? Sin duda la escritura del Facundo,
texto en el que reaparecen tanto el baño del zonda como espacio literario y la
convocación al fantasma, esta vez, la sombra terrible de Facundo.

En el Museo Histórico Sarmiento está la primera página del cuarto número del
Zonda. Está protegido por un plexiglás junto con unos anteojos sin montura. La hoja es
amarillenta, y como cualquier texto protegido, da la sensación de ser algo prohibido. Un
texto de tales características siempre tiene algo de Necronomicón, así que le pregunte al
chico que me tomó los datos al entrar si Sarmiento creía en alguna clase de esoterismo.
Me contó que Sarmiento, al ser masón, creía en alguna forma de esoterismo, así que nos
quedamos charlando sobre neoplatonismo y lecturas recomendadas. Al ver esa hoja del
Zonda y recordar el cuento de la pirámide y la invocación a la sombra terrible de
Facundo, pensé que Sarmiento efectivamente creía en la magia, al menos en un sentido
muy particular: la de crear por medio de la palabra; incidir en la realidad con el uso de
las palabras es la clase más antigua de magia. Como aquel personaje, Sarmiento pudo
ver o sentir ese ímpetu del zonda y desatar así la tempestad de su escritura.

Justo antes de salir del museo, mientras miraba un ejemplar de Recuerdos de


provincia, me pareció ver en el vidrio una sombra reflejada detrás mío. Cuando miré no
había nadie. El museo estaba completamente vacío. Después, caminando por la plaza
Manuel Belgrano pensé que sería la mujer de seguridad que no había dejado de mirarme
de reojo durante todo el recorrido.

También podría gustarte