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Tendencias Científicas

La dimensión humana de la ciencia. La dimensión científica de lo humano

Cerebros artificiales.

Japón proyecta cerebros artificiales y curar todas las enfermedades mentales en los
próximos 20 años.
La neurobiología se ha convertido en la nueva frontera del conocimiento. Japón trabaja
en un proyecto que entenderá completamente al cerebro, lo habrá hecho inmortal y le
habrá creado un soporte rígido alternativo donde pueda expresarse y existir. El
Instituto del Cerebro Riken desarrolla tres programas que pretenden entender,
proteger y fabricar cerebros artificiales. En 20 años espera entender los mecanismos
de la conciencia, controlar el proceso de envejecimiento, desarrollar tejido artificial
(nervioso y muscular) y curar todas las enfermedades psiquiátricas y neurológicas. Por
último, habrá desarrollado robots capaces de incorporar la vida (intelectual) humana.
Toda una proeza que, de conseguirse, cambiará la identidad de la especie.
Por Mariano Sigman.

Cada tanto sucede que alguna carta prescribe la historia. Shotoku Taishi, uno de los
más prósperos y celebrados gobernantes del Japón, envió una serie de cartas al
emperador del Sol Poniente firmadas por el hijo del emperador de la tierra del Sol
Naciente. En plena explosión budista, Japón formalizaba por primera vez en una carta
su intención de estar a la par de sus vecinos chinos. El sol naciente se convirtió en
viento siete siglos después cuando, tras ignorar los japoneses una intimidatoria carta
de Kublai Khan, la gigantesca flota Mongolia se estrelló dos veces contra un tifón. El
viento sagrado, o kamikaze sería un emblema de la grandeza nipona hasta la segunda
guerra mundial. Para entonces, otra célebre carta que esta vez Albert Einstein, el genio
de los pelos despeinados hacía llegar a Roosvelt advertía que: se podría establecer una
cadena nuclear en una importante masa de uranio por la cual vastas cantidades de
energía y nuevos elementos similares al radio podían ser generados. Esta vez la
tormenta no fue de los dioses sino más bien del diablo, los kamikazes que se
estrellaban contra la armada estadounidense ya no eran de viento sino de carne y
Japón quedó sumergido en vientos nucleares y bajo el control de los Estados Unidos. El
sol naciente tenía que volver a nacer, y si Taishi en el siglo VI fuera célebre por
haberse puesto a la par con el imperio Chino, Japón empieza, sobre el nuevo milenio,
un lento proceso con intención de ponerse a la par de Occidente. Ya no se trata de
inundar las islas de templos Budistas, sino del nuevo templo de occidente: la rueda de
la ciencia y la tecnología. La ciencia después de la guerra Convertida la guerra mundial
en guerra fría, la física de partículas empezaba a envejecer pese a seguir ocupando el
centro de la pesquisa por la latente posibilidad de convertir núcleos en bombas, Al
mismo tiempo, una nueva ciencia empezaba a emerger. Hundida Alemania y mientras
los soviéticos seguían negando la biología moderna, Inglaterra y Francia, a la cabeza
de Europa occidental, gestaban las dos décadas doradas de la biología molecular. Pero
los héroes de la genética empezaban a aburrirse de sus propios logros y en 1963
Sydney Brenner, quien junto a Francis Crick descubriera el código genético, le envió
una carta a Max Perutz que resume mejor que ningún otro escrito la ciencia de las
décadas que les seguirían, es decir, los últimos 40 años. Brenner y Crick trabajaban en
el célebre Laboratorio de Biología Molecular en Cambridge dirigido por Max Perutz,
pionero de la cristalografía que permitiera al mismo Crick predecir la estructura del
ADN, o como él y Watson lo llamaron, el secreto de la vida. En su carta, Brenner decía
esencialmente que estaban aburridos, que la biología molecular estaba obsoleta y que
sólo faltaba llenar los detalles, tarea de la cual se encargarían los estadounidenses.
Nuevo camino proponía, además, como problemas fundamentales, el estudio del
desarrollo y la neurociencia: Hoy todos están de acuerdo en que casi todos los
problemas “clásicos” de la biología molecular han sido ya resueltos o serán resueltos
en la próxima década. El ingreso de un número importante de americanos y de otros
bioquímicos al campo, asegura que los detalles de la replic ación y la transcripción
serán dilucidados. Dado esto, hace tiempo que siento que el futuro de la biología
molecular está en la extensión de la investigación a otros campos de la biología,
notablemente al desarrollo y al sistema nervioso. Los problemas clásicos de la biología
molecular habían sido resueltos en Europa: Monod y Jacob en Francia, y Watson, Crick
y Brenner en Inglaterra. La biología molecular estaba pronta para ser industrializada y
los europeos querían lanzarse a la conquista de nuevas fronteras. El patrón establecido
y consolidado en los últimos 40 años (una réplica de la historia de griegos y romanos)
ya estaba claro para Brenner: Europa concentrada en la gesta de las grandes ideas y
EE.UU. en materializarlas en tecnología. Un buen ejemplo es el del desarrollo de los
anticuerpos monoclonales por el argentino Cesar Milstein y el alemán Georges Kohler
en 1975, 12 años después de la carta de Brenner y en el mismo laboratorio. La oficina
de patentes de Cambridge no los consideró de interés para tramitar una patente.
Estados Unidos no perdió la oportunidad y se adelantó varios años a los ingleses en la
gestión de patentes referidas al uso de monoclonales, fundamentales en el futuro
desarrollo de la biotecnología. En el otro extremo de la cuerda O la más célebre
historia del desarrollo de la computación cuyos cimientos teóricos fueron establecidos
por el inglés Alan Turing, el Húngaro John Von Neumann y el Alemán Kurt Godel. Los
tres fueron importados por los Estados Unidos, donde se fabricó la primera
computadora. También estaba claro para Brenner cuál era la nueva frontera del
conocimiento: el desarrollo y el sistema nervioso son hoy, 40 años después del día en
que se escribió la carta, los dos grandes problemas de la ciencia de la vida. Si ya desde
entonces Europa generaba los cimientos teóricos y Estados Unidos apoyaba
fuertemente la ciencia con particular interés en la generación de tecnologías, Japón
empezaba a situarse en el otro extremo de la cuerda. Lograba un importante
desarrollo tecnológico con una muy baja producción de ideas significativas en el campo
de la ciencia. Los escasos 5 premios Nóbel de ciencias (contra 191 de EE.UU. o 152
entre Inglaterra, Alemania y Francia) obtenidos por Japón dan cuenta de este hecho. El
ejemplo japonés de ingresar al primer mundo y acceder a la tecnología sin generar
ciencias básicas (o para hacerlo recién después de haber logrado cierto grado de
desarrollo) fue imitado en una situación geopolítica muy distinta por España. La
conquista de la nueva ciencia de hoy, la biología molecular está completamente
industrializada y los fantasmas que genera son por su industrialización y no por su
novedad conceptual. Un debate mediático explotó después de que Ian Wilmut, en
Escocia, clonara a la oveja Dolly. Sin embargo, la clonación no es una noticia nueva
para la ciencia: hace medio siglo, John Gurdon (que por cierto, ahora está en
Cambridge) clonaba sapos con la misma técnica con la cual Wilmut clonó a Dolly y con
la que hoy se clona a vacas, ovejas, cabras, ratones y con la que pronto, tal vez, se
clonen humanos. No es extraño que la clonación, resultado de la invest igación en
embriología, o ciencia del desarrollo esté dentro de una de las dos columnas
vertebrales para la frontera de la ciencia que predijo Brenner. A diferencia de los años
60, Japón ha sumado un considerable esfuerzo a la investigación en el campo de la
clonación y se ha puesto a la cabeza en un rubro donde la maestría en la técnica es
más importante que las ideas. Los japoneses han clonado terneros (9), ratones (10)
(en un grupo instalado en Hawai que recientemente fue importado a Nueva York) y por
primera vez clonaron un toro clonado... El clon de un clon para empezar a entender
como se envejece cuando uno ha nacido de células de un organismo viejo (NYT). Vieja
clonación Pero la ciencia de la clonación es ciencia vieja. El campo de la ciencia que
hoy promete la revolución más importante es el de la neurobiología, el estudio de los
procesos mentales, de la conciencia, de la memoria, de las ideas y los sueños. Sin
miedo a pecar de obsecuente, vale la pena señalar que el principal escollo de la
neurobiolo gía de hoy estaba escrito en la carta de Brenner. Me parece... que uno de
los problemas serios es la inhabilidad de definir pasos unitarios para un proceso dado.
La biología molecular fue exitosa en el análisis de los mecanismos genéticos en parte
porque los genetistas han generado la idea de un-gen una-enzima, y las expresiones
aparentemente compiladas de los genes en términos de color de ojo, longitud de las
alas etcétera pueden ser reducidas a unidades simples que pueden ser sencillamente
analizadas. La falta de definición de un objeto que sea la unidad de un pensamiento
sigue siendo hoy lo que impide el gran salto de la neurobiología. Pero este gran paso
puede no estar lejos. Pese a que la reciente década cerebro no cumplió con sus
promesas de entender a l mente humana, la neurociencia ha quedado en un estado
sumamente prolífero, no en cuanto a ideas, sino en cuanto a datos y tecnologías.

El esfuerzo japonés La neurobiología está hoy donde estaba la biología molecular a


fines de la primera mitad del siglo XIX, o la física a comienzos de siglo XX, tratando de
encontrar las unidades fundamentales que permitan dar el gran salto. Es decir, la
neurobiología está hoy en un estadio de investigación básica. Y la novedad geográfica
en este caso es que Japón se ha lanzado a la carrera con un programa
extremadamente ambicioso y dispuesto a romper con todos los métodos que habían
restringido al sistema académico Japonés durante el último siglo. El esfuerzo nipón
tiene nombre propio, se llama Instituto del Cerebro de Riken y nació con la revolución
rusa, en 1917, como un instituto privado y desde mitad de siglo, su financiación es a la
vez pública y privada. Según su presidente, Shun- ichi Kobayashi, la principal
característica del instituto es tener un objetivo, una razón, para investigar y para guiar
la investigación y sostener permanentemente una tremenda ambición: De la misma
manera que un hombre sin aspiraciones en la vida es como un barco a la deriva, un
programa de investigación sin grandes objetivos será absorbido por el viento y las olas
del rápido progreso de la ciencia. Sol naciente de la neurobiología El Instituto se
encuentra en Wako, a media hora de tren de Tokio y es, paradójicamente, vecino de
una base norteamericana. Un edificio imponente, de estética cruda, levantado en
tiempo record, y un gemelo que nacerá pronto son la sede de los laboratorios del
Instituto del Cerebro que apareció hace 3 años, en pleno fervor de la neurociencia a
sumarse a la carrera. El Riken, el sol naciente de la neurobiología, nace con un
manifiesto que tiene tres puntos centrales, con tres objetivos de vida: entender el
cerebro, proteger el cerebro y crear el cerebro. Para eso crearon el ambiente
adecuado, que incluía: asociarse casi inmediatamente con el M.I.T para tirar lazos al
mundo, desarrollar un centro de tecnología que trabajase junto a los grupos de
investigación para generar tecnologías necesarias para la pesquisa y para absorber las
tecnologías producidas en los laboratorios, y crear finalmente un centro de información
para manejar la creciente producción de datos que se está generando. Para cada uno
de sus objetivos de vida, entender, proteger y crear el cerebro, el Riken tiene su
expectativa de desarrollo para los próximos 5, 10, 15 y 20 años. En la aventura de
entender el cerebro, los japoneses esperan en cinco años, entre otras cosas, entender
los mecanismos de memoria y aprendizaje y descubrir la representación del lenguaje.
En 10 años esperan entender los mecanismos que producen sensaciones, emociones y
distintos comportamientos. Entender los ritmos biológicos y la percepción del tiempo y
c ómo se codifican las palabras que forman el lenguaje. Cinco años más tarde el
programa pretende haber descifrado los mecanismos de atención y pensamientos y la
adquisición del lenguaje. Finalmente, en 20 años (que no son nada) esperan entender
los mecanismos de la conciencia, social e individual.
Proteger el cerebro
El proyecto de protección del cerebro también avanza, en las ambiciones del Riken, a
pasos agigantados. En 5 años deberían conocerse los genes que participan del
desarrollo del cerebro y los mecanismos de las enfermedades psiquiátricas. En 10 años
esperan saber como regular el desarrollo normal del cerebro de un animal, controlar el
envejecimiento de neuronas en cultivos y ser capaces de realizar transplantes de tejido
nervioso. En 15 años, los métodos para garantizar un desarrollo normal ya deberían
ser incorporados a humanos, el envejecimiento neuronal debería ser controlado en el
cerebro de animales y debería haberse desarrollado terapia génica para tratar
enfermedades psiquiátricas y neurológicas. En 20 años, debería controlarse el proceso
de envejecimiento en humanos, desarrollar tejido artificial (nervioso y muscular) y
solucionar todas las enfermedades psiquiátricas y neurológicas.

Fabricando cerebros
El último rubro, fabricando cerebros, es tal vez el más impresionante. Los cinco
primeros años deberían bastar para desarrollar chips que sean capaces de reconocer
objetos y sistemas de memoria que repliquen el funcio namiento del cerebro. En 10
años, deberían haberse desarrollado arquitecturas capaces de pensar (nótese que esto
es antes de entender el pensamiento), máquinas que recuerden sin necesidad de que
nadie las organice e integrar el pensamiento intuitivo y el razonamiento lógico. En 15
años, se desarrollarían computadoras equipadas con habilidades intelectuales,
emocionales y de deseo. En 20 años, se habrían desarrollado supercomputadoras que
estableciesen redes amigables con la sociedad. Es decir, se habría generado una
relación simbiótica entre humanos y computadoras. También se habrán desarrollado
robots capaces de incorporar la vida (intelectual) humana.

Desafío internacional
Dicen que si los latinoamericanos tuviésemos la metodología de los estadounidenses,
la eficiencia de los alemanes y la paciencia de los chinos, entonces, seríamos
japoneses. Con tremenda conjunción de atributos, tal vez podríamos imaginar el
mundo dentro de veinte años, y nuestra perspectiva de ciencia sería vista en muchos
sitios como ciencia ficción. Si se cumplen los objetivos del Riken, si creemos que su
carta de intención prescribirá la historia, en 20 años habremos entendido el cerebro (y
la mente), lo habremos hecho inmortal y le habremos creado un soporte rígido
alternativo donde pueda expresarse y existir. O más bien, considerando que la primera
persona del plural sea tal vez un abuso para referirse a la humanidad, los Japoneses lo
habrán hecho. Si no fuese porque los responsables del proyecto se han metido en un
rubro, el de la información y la electrónica, en el que los pilares de la tecnología los
levantan por encima del resto, porque los robots de Kawato bailan con exquisita
humanidad las danzas folclóricas de Okinawa o el Rock and Roll y fundamentalmente
porque los que firma n son japoneses, uno no prestaría mucha más atención al panfleto
que a un (hoy mal) cuento de ciencia ficción. No mucha más atención que a la
posibilidad de viajar en algo más de una hora al mismo Japón desde un pequeño
pueblo del norte argentino, saliendo de la estratosfera como sugiriera por ejemplo un
presidente argentino. Ciertamente, por su historia, los japoneses no son tan confiables
en el desarrollo y producción de ciencia como lo son con la tecnología. Pero el
panorama que la gente del Riken imagina en 20 años, puede no estar muy lejos e
implica cambios que van mucho más allá de los genomas, de Internet y de las
clonaciones y que constituyen el mayor asalto posible a la identidad.

Mariano Sigman es investigador en neurociencias de la Universidad Rockefeller de


Nueva York. Este artículo fue publicado originalmente en Le Monde Diplomatique y ha
dado la vuelta al mundo traducido a varios idiomas. Esta es una versión inédita cedida
por el autor a Tendencias Científicas.

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