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Bajo las toneladas de piedra y ceniza expulsadas por el volcán de Cumbre Vieja comienza a
distinguirse estos días el alcance de la tragedia económica que amenaza a los habitantes de la
pequeña isla canaria de La Palma. Desde el domingo 19 de septiembre, a las 15.12, el mundo
asiste por televisión a un espectáculo geológico asombroso, pero los 84.000 habitantes de La
Palma viven el horror de ver desaparecer con el paso de las horas la vida que conocieron. En
cinco días, 5.900 personas han sido evacuadas y hasta 400 familias han perdido sus casas,
pulverizadas bajo la lava del volcán, que ha cubierto ya 190 hectáreas.
El presidente del Gobierno hizo de su presencia en La Palma una prioridad desde el primer
día de la crisis, acortando su viaje a la ONU. Es positivo que los habitantes de un territorio de
España que raramente aparecerá en una agenda oficial se sientan arropados por las máximas
autoridades del país. Sánchez anunció ayer un plan de recuperación que implicará al
Gobierno de Canarias y el Cabildo de La Palma. El presidente pidió “paciencia” en este
proceso, que será “largo”. Tiene sentido que lo sea, mientras no sea insuficiente. Sánchez
prometió utilizar “todas las herramientas del Estado” para reconstruir viviendas, escuelas y
negocios. El Gobierno parece ser consciente de que se trata de una situación excepcional que
requiere en consecuencia medidas excepcionales. Nadie entendería otra cosa. La
vicepresidenta Nadia Calviño ha pedido a la banca que ponga a disposición de los
desalojados viviendas vacías. Varios bancos han anunciado sus propios programas para
adelantar créditos y ayudas a los afectados. Se ha activado el Consorcio de Compensación de
Seguros para evaluar los daños. Es de esperar que se extienda a este plan de recuperación la
reconfortante exhibición de consenso político sobre la necesidad de hacerse la foto junto al
volcán.
La emergencia pasará, pero persistirán las consecuencias para muchas familias que no
regresarán a la vida que tuvieron. Es el momento de que todas las administraciones piensen
en el día después, cuando se enfríe la lava, cuando se apague el volcán y desaparezcan las
imágenes hipnóticas de los telediarios.
El País, 25/09/2021.