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Jesus Velazquez
Español 301
9 de Mayo, 2021
Danza Macabra
Estaba sentado en el bar del Catalyst Nightclub. Los participantes eran hombres y
mujeres de diferentes etnias y formas corporales: en su mayoría latinos, con una pizca de
blanco y negro. Todos tenían 21 años o más porque era un evento exclusivo para personas de
esas edades, aún así, la mayoría parecía tener menos de 35 años. La ropa de los congregados
era muy diferente; los hombres vestían camisas de manga larga y manga corta con rostros de
algunos personajes rebeldes icónicos de la historia como el Che Guevara; otros cargaban con
símbolos famosos como la estrella de la anarquía u otras bandas de rock famosas. Hubo
algunas excepciones, algunos usaban suéteres, lo que los hacía parecer más amigables que el
resto. Todos los hombres usaban pantalon de mezclilla y muy ajustados, a menudo negros,
con tenis o botas regulares. En las mujeres, noté más variedad en los diseños de camisetas
con personajes de dibujos animados clásicos, íconos feministas como Frida Kahlo e íconos de
la moda como Marilyn Monroe. La mayoría de las mujeres usaban jeans, con alguna otra
excepción de aquellas más intrépidas que usaban faldas cortas y botas. Los colores que
predominaban en la ropa tanto de hombres como de mujeres eran el rojo, el negro y el gris.
Con la ayuda de las máquinas de humo artificial, el ambiente era oscuro y nublado.
gótico. Por un momento, los pentagramas de la música thrash me hicieron olvidar esa aura
superflua. Los músicos empezaron a tocar y la gente de la barra fueron obligadas a parar sus
conversaciones por completo; volvieron sus rostros hacia el ritual casi satánico y perverso
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que estaba a punto de iniciar. Todos lo sintieron, ese mosh pit enérgico que estaba a punto de
abrir la puerta ocular infernal. En un abrir y cerrar de ojos, la gente comenzó a mover sus
lo odiado por un dios ajeno a la causa. Ahora, los hombres y mujeres se transformaron y, las
hordas de horror y demonios que formaban el mosh pit se separaron en dos secciones; los que
estaban frente al escenario, y los que habían creado un círculo concéntrico de cuerpos
enfermizos, al fondo del lugar. Los que estaban frente al escenario estaban completamente
inmóviles desde la parte inferior de sus cuerpos; una vez que encontraron una postura
cómoda, mantuvieron los pies separados a la altura de los hombros y las rodillas ligeramente
dobladas. La mayoría de ellos estaban agitando la cabeza, echando la cabeza hacia atrás y
hacia delante, y llevando el pecho hacia el frente. Cuando bajaron la cabeza, sus cuerpos
amorfos volvieron a levantarse y los cuellos rodaron hacia atrás con la cabeza en alto y los
ojos cerrados. El miasma de seres moribundos y demonios sacrílegos se podía oler desde la
barra en la que me encontraba. Sus cuerpos comenzaron a ser sazonados por el sudor
mientras recreaban los movimientos de un péndulo inteligible y, al igual que la historia del
Flautista de Hamelín, todas las cabezas se encontraban bajo la influencia rítmica y sádica del
estaba volviendo partícipe de la música, y sin poder rechazar esos sonidos que me penetraban
hasta la médula ósea, mi zapato golpeó el piso pegajoso al ritmo de los tambores. Dulce
Cupido, apura este triste nepente y olvida que alguna vez te dije que me hirieras con tu
flecha de plomo.
Los otros que habían formado un círculo comenzaron a caminar muy rápido. ¡Dios
mío! Las mujeres y los hombres formaron un tornado demoníaco similar a los círculos
todos los que corrían en ese círculo infinito, se tiraban, se golpeaban, pateaban y abrazaban el
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aire. Era un baile corporal de contacto completo, espeluznante y blasfemo, que no tenía
la tierra. Solo había una ley y esa ley se regía por un caos total. Pude ver un demonio
femenino que culminó en el suelo debido a una patada en la espalda. Pero incluso entre los
hordas levantando a la mujer demonio del suelo, y otros cuatro demonios rodeándola para
detener cualquier peligro que pudiera agrandar el asunto. Una vez la mujer estuvo a salvo de
ser aplastada, se reintegró a ese sábbat negro. Fueron condenados, poseídos por una fuerza
superior al entendimiento humano, los que llevaron a cabo el aquelarre lleno de una energía
salvaje, fuerte y pesada; una danza explosiva que no era adecuada para los débiles de espíritu.
Fue entonces cuando me di cuenta de que ya no era solo mi pie el que seguía los malévolos
compases producidos por la banda traída del mismo infierno, sino que era mi cabeza la que se
balanceaba lentamente de arriba a abajo. Mi espíritu estaba ansioso por la idea obscena de
unirme a ellos. Cuanta verdad en las palabras de Borges: “Que el cielo exista, aunque mi
Cuando la canción estaba a punto de terminar, todos empezaron a salir del trance en el
que habían estado revolcando; empezaron a convertirse de nuevo en humanos. Algunos de los
que estaban haciendo headbanging, abrieron lentamente los ojos, otros levantaron el puño en
el aire y otros perpetraron un signo muy conocido de todos los rockeros, el gesto de las
manos que imitan los cuernos, la llave al averno; un gesto que se le atribuye a uno de los más
grandes cantantes de todos los tiempos, Ronnie James Dio. Los que estaban en el mosh pit
también dejaron de bailar, tomaron un respiro después de casi 6 minutos dando vueltas y
golpeándose los unos a los otros con pasos anormales y sin sentido. Se miraron
preguntándose cuál sería la próxima canción del repertorio de la banda de rock. Parecían
preocupados por saber si su sacrificio de sangre, sudor y energía había sido comida suficiente
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para ese ángel caído. Todas las luces se apagaron, y el escenario se inundó de una profunda
oscuridad que consumía todo a su paso. Seis segundos después, el baterista marcó el
comienzo de un nuevo elogio diabólico. Todo empezó de nuevo, pero esta vez yo iba a ser
uno de ellos. Caminé directamente hacia donde estaba el mosh pit, tratando de entender qué
era esa entidad oscura que me estaba obligando a participar en aquella misa negra. Mi
corazón latía cada vez más rápido a cada segundo que pasaba, mis piernas temblaban con
cada paso que daba, y mi piel cambiaba su pigmentación a un color rojizo debido al reflejo de
las luces que estaban sobre mí. ¿Piel de demonio? Puede que mi cuerpo temblara de miedo.
Yo, no. ¿Quién de ustedes me acompañará por los senderos del inframundo, Vergilio, o,