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Adrian Goldsworthy
CÉSAR
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de
Traducción
Teresa Martín Lorenzo
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LIBRO CESAR 17/7/07 13:51 Página 11
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INTRODUCCIÓN
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La historia de Julio César posee un intenso dramatismo que ha fascinado
a generación tras generación: atrajo la atención de Shakespeare y Bernard
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Shaw, entre otros muchos novelistas y guionistas. César fue uno de los ge-
nerales más capaces de todos los tiempos y dejó relatos de sus propias
campañas cuya calidad literaria raramente —tal vez nunca— ha sido su-
perada. Al mismo tiempo fue un político y hombre de Estado que, más
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adelante, asumió el cargo supremo de la República romana y se convirtió
en un monarca de facto, aunque nunca llegó a adoptar el apelativo de rey.
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César no fue un dirigente cruel y mostró clemencia ante sus enemigos
derrotados. Sin embargo, acabó muriendo apulañado como resultado de
una conspiración liderada por dos hombres que habían sido indultados
por él y en la que también participaron algunos de sus propios partida-
rios. Más tarde, su hijo adoptivo, Octavio —nombre completo: Cayo Ju-
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manos, sólo Nerón, y tal vez Marco Antonio, disfrutan de una fama simi-
lar, y de otras naciones, probablemente sólo Alejandro Magno, los filóso-
fos griegos,Aníbal y, sobre todo, Cleopatra, están tan presentes en la con-
ciencia pública. Cleopatra fue amante de César y Marco Antonio uno de
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sus principales lugartenientes, de modo que ambos forman parte de su
historia.
César fue un gran hombre. Napoleón es sólo uno de los numerosos
generales famosos que admitieron haber aprendido mucho del estudio de
sus campañas.
En el plano político tuvo un enorme impacto en la historia de
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Roma y desempeñó un papel clave en la erradicación del sistema de go-
bierno republicano, que había perdurado cuatro siglos y medio. Aunque
era extremadamente inteligente y culto, también era un hombre de ac-
ción y es por esa faceta por la que se le recuerda. Sus talentos eran varia-
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dos y excepcionales, desde su habilidad como orador y escritor, pasando
por su capacidad como artífice de leyes y como político, hasta su talento
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como soldado y general. Con todo, fue principalmente su encanto lo que
tan a menudo cautivó a la multitud en Roma, a los legionarios en cam-
paña y a las muchas mujeres que sedujo. César cometió numerosos erro-
res, como comandante y como político, pero ¿qué ser humano no los co-
mete? Su mayor talento era recuperarse de los reveses, admitir, al menos
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mar que fue un buen hombre, o que las consecuencias de su carrera fue-
ron inequívocamente buenas. No fue ni un Hitler ni un Stalin, ni desde
luego un Genghis Khan y, sin embargo, una de las fuentes consultadas
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cuente que mostrara compasión ante los vencidos, por la razón eminen-
temente práctica de que quería que aceptaran la dominación romana y se
convirtieran en pacíficos contribuyentes de una nueva provincia. Su acti-
tud era de frío pragmatismo: elegía entre la clemencia o la atrocidad de-
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pendiendo de cuál pareciera ofrecerle mayor ventaja. Era un imperialista
activo y enérgico, pero, dicho esto, también es cierto que no fue él el
creador del imperialismo romano, sino únicamente uno de sus múltiples
agentes. Sus campañas no fueron más brutales que otras guerras romanas.
Mucho más controvertidas en la época fueron sus actividades en Roma y
su voluntad de librar una guerra civil cuando sus rivales políticos mostra-
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ron la determinación de acabar con su carrera. Sus sospechas estaban más
que fundadas, pero, aun así, cuando llevó su ejército desde su provincia a
Italia en enero del año 49 a.C., se convirtió en un rebelde. Las guerras ci-
viles que siguieron a su asesinato supusieron el golpe de gracia para la
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República romana, cuyo estado, en cualquier caso, posiblemente fuera
terminal a consecuencia de las propias acciones de César. La República
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cayó y fue reemplazada por el dominio de los emperadores, el primero de
los cuales fue su heredero.
Durante su dictadura, César disfrutó de poder supremo y, por lo ge-
neral, gobernó bien, introduciendo medidas sensatas y propias de un esta-
dista, así como beneficiosas para Roma.Anteriormente, la República ha-
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bía estado dominada por una limitada élite senatorial, cuyos miembros
con demasiada frecuencia abusaban de su posición para enriquecerse ex-
plotando tanto a los romanos más pobres como a los habitantes de las
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ponsable y marcadamente distinta a la de la aristocracia senatorial: sus me-
didas estaban diseñadas para beneficiar a una parte mucho más amplia de
la sociedad. Su régimen no era represivo e indultó y ascendió a muchos
antiguos enemigos. Roma, Italia y las provincias estuvieron mucho mejor
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bajo su mando de lo que habían estado por algún tiempo. Y, sin embar-
go, aunque gobernaba responsablemente, su gobierno también significó
de manera efectiva la desaparición de las elecciones libres y, por muy jus-
to que fuera su régimen, al final la monarquía acabó llevando hasta em-
peradores como Calígula y Nerón. Era la acaudalada élite romana la que
tendía a escribir la historia y el ascenso de César supuso una reducción
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del poder de esta clase: esa fue la razón de que muchas fuentes se mostra-
ran críticas respecto a su figura.
César no era un hombre moral; de hecho, desde muchos puntos de
vista, resulta amoral. Parece probado que su naturaleza era amable, gene-
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rosa y propensa a olvidar los resentimientos y a convertir a los enemigos
en amigos, pero también estaba dispuesto a ser totalmente despiadado. Era
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un mujeriego empedernido, infiel a sus esposas y numerosas amantes.
Cleopatra es, con diferencia, la más famosa de todas y es posible que el ro-
mance fuera auténtico por ambas partes, pero eso no le impidió a César
tener una aventura con otra reina poco después, o seguir persiguiendo a
las mujeres de la aristocracia romana.
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autoestima estaba justificada, porque era más inteligente y más capaz que
la gran mayoría de los senadores.Tal vez, como Napoleón, estaba tan fas-
cinado por su propio personaje que eso le ayudó a embelesar a otros.
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tipo de acto de increíble maldad».1 Hay algo de esta misma extraña mez-
cla en César, aunque quizá era menos extremo. Es chocante que, aunque
se supone que los académicos de hoy en día están preparados para exa-
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minar el pasado sin apasionamiento, es muy poco habitual encontrar un
viejo historiador que no tenga una firme opinión sobre César. En el pa-
sado algunos lo han admirado, incluso idolatrado, considerándolo un vi-
sionario que reconoció los graves problemas a los que se enfrentaba la
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República y supo cómo resolverlos. Otros son mucho más críticos y le
ven como un aristócrata más con ambiciones muy tradicionales que es-
caló hasta la cima sin importarle el coste para la ley y el precedente que
sentaría, pero que luego no sabía exactamente qué hacer con su poder.
Ese tipo de comentaristas tienden a enfatizar el oportunismo que carac-
terizó su llegada al poder. César ciertamente fue un oportunista, pero ese
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apelativo es sin duda aplicable a casi todos los políticos de éxito. Creía
con firmeza en el poder del azar en todos los asuntos humanos y sentía
que él era especialmente afortunado. En retrospectiva, sabemos que Octa-
vio —a quien en estos días se llama más a menudo Augusto— creó el sis-
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tema por el cual los emperadores gobernarían el Imperio romano duran-
te siglos. Hay un encarnizado debate sobre hasta qué punto los años del
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control de César sobre Roma comenzaron lo que Augusto logró com-
pletar, o bien fueron un falso inicio y sólo sirvieron de ejemplo de lo que
su hijo adoptivo debía evitar conscientemente para escapar al mismo des-
tino. Las opiniones siguen estando muy divididas y no es probable que
esto llegue a cambiar. La verdad, probablemente, se sitúe en algún punto
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pública. Ninguna podía entenderse por completo sin la otra y en este li-
bro ambas se cubrirán con igual detalle. Esta es una obra larga, pero no
puede aspirar a proporcionar un relato integral de la política romana en
Roma durante la vida de César, ni pretende acometer un análisis exhaus-
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tivo de las campañas en las Galias o de la guerra civil. La atención se cen-
tra siempre en César y la descripción de los sucesos en los que no parti-
cipó personalmente se ciñe a lo esencial. Muchos puntos polémicos son
tocados muy por encima, como, por ejemplo, los detalles de una ley o un
juicio concreto en Roma, o cuestiones topográficas u otras relacionadas
con las operaciones militares. Por muy interesantes que sean, esos puntos
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serían meras digresiones a menos que desempeñaran un papel importan-
te a la hora de comprender al personaje. Aquellos que se sientan atraídos
por esos temas podrán encontrar más información sobre ellos en la lista
de obras citadas en las notas que se presenta al final del libro. Igualmente,
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en la medida de lo posible, el texto principal evita mencionar de forma
directa a los muchos eruditos de renombre que han escrito sobre César,
de
así como debatir sus respectivas interpretaciones. Ese tipo de cuestiones
son una preocupación principal y esencial de un estudio académico, pero
resultan extremadamente tediosas para el lector general. De nuevo, las
obras relevantes son citadas en las notas al final del libro.
Por mucha que fuera su fama y pese al hecho de que vivió en las
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muerte por sus oficiales que cubren el resto de operaciones. Además,
contamos con las cartas, los discursos y las obras teóricas de Cicerón, que
nos facilitan infinidad de pormenores sobre este periodo. La correspon-
dencia de Cicerón, que incluye cartas que le escribieron muchos de los
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principales personajes de la República, se publicó a su muerte y contie-
ne varios mensajes breves del mismo César. Sabemos que se publicaron
todos los libros de la correspondencia entre Cicerón y él, así como otro
compuesto por mensajes intercambiados entre Cicerón y Pompeyo,
pero, desafortunamente, se han perdido. Lo mismo ha sucedido con otras
obras literarias y discursos publicados de César. Siempre es importante
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recordar que sólo una mínima parte del uno por ciento de la literatura
de la Antigüedad se ha conservado hasta hoy. Hay varias omisiones deli-
beradas de las cartas publicadas de Cicerón, en especial las cartas a su
amigo Ático de los primeros tres meses del año 44 a.C. Ático participó
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en la publicación de la correspondencia, pero eso no se produjo hasta
que Augusto se estableció como el dueño de Roma. Es más que proba-
de
ble que las cartas desaparecidas contuvieran algo que podría haber im-
plicado a Ático en la conspiración contra César, o, más probablemente,
sugerían o bien que estaba enterado de la existencia del complot o que
lo aprobaba, y fueron eliminadas de forma deliberada para protegerse.
Otra fuente casi contemporánea es Salustio, que escribió varias historias,
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denado más tarde por extorsión, pero fue perdonado por César. Más
favorable a César que Cicerón, Salustio escribió con el beneficio de la
visión retrospectiva y su opinión del dictador parece haber presentado
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La mayoría del resto de las fuentes son de una época muy posterior.
Tito Livio escribió durante el reinado de Augusto y, por esa razón, algu-
nos hechos habían permanecido vivos en la memoria, pero los libros que
cubren este periodo se han perdido y sólo disponemos de breves resúme-
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nes.Veleyo Paterculo escribió un poco más tarde y hay algún material útil
en su escasa narrativa de ese periodo. Sin embargo, gran parte de las fuen-
tes sobre César en las que nos basamos no fueron escritas hasta principios
del segundo siglo después de Cristo, más de ciento cincuenta años des-
pués del fallecimiento del dictador. El escritor griego Apiano redactó una
monumental historia de Roma, de la cual dos libros están dedicados a las
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guerras civiles y a los disturbios acaecidos entre los años 133 y 44 a.C.
Plutarco también era griego, pero sus obras más relevantes para nuestros
propósitos fueron sus Vidas paralelas, biografías que presentaban la vida de
una pareja compuesta por una famosa figura griega y una romana. César
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fue emparejado con Alejandro Magno como los dos generales de más
éxito de todos los tiempos. También destacan sus relatos de las vidas de
de
Mario, Sila, Craso, Pompeyo, Cicerón, Catón, Bruto y Marco Antonio.
Suetonio era un romano que escribió biografías de los doce primeros
emperadores, comenzando con César. Dión Casio era de origen griego,
pero era asimismo ciudadano romano y un senador activo en la vida pú-
blica a principios del siglo III d.C.: de su puño nos llega la narrativa con-
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dar que esos relatos fueron escritos mucho después y no siempre pode-
mos estar seguros de que comprendieron o reflejaron con exactitud las
actitudes del siglo I a.C. Hay notables lagunas en nuestras pruebas. Por
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medio de visiones en aparencia contradictorias.A lo largo del texto he in-
tentado reflejar de algún modo ese proceso.
Algunos aspectos de la vida interior de César permanecen secretos
para nosotros. Sería interesante y revelador saber más sobre sus relaciones
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personales y privadas con su familia, esposas, amantes y amigos. En el caso
de estos últimos, parece que durante gran parte de su vida y, sin duda, en
sus últimos años, no tuvo ningún amigo que fuera su igual en ningún
sentido, aunque es evidente que mantenía una estrecha y afectuosa rela-
ción con muchos de sus subordinados y ayudantes.Tampoco sabemos casi
nada de sus creencias religiosas. El ritual y la religión impregnaban todos
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y cada uno de los aspectos de la vida en el mundo romano. César fue uno
de los sacerdotes más importantes de Roma y celebraba o presidía rezos,
sacrificios y otros ritos de forma regular.También dio gran valor a la tra-
dición familiar que sostenía que su linaje descendía de la diosa Venus. Sin
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embargo, no sabemos en absoluto qué significaban estas cuestiones para
él. Muy rara vez dejaba de hacer algo debido a escrúpulos religiosos y es-
de
taba dispuesto a manipular la religión en su beneficio, pero eso no impli-
ca necesariamente que fuera un cínico absoluto y que no tuviera ningu-
na creencia. En última instancia, sencillamente no lo sabemos. Parte de la
fascinación inspirada por César se debe a que es difícil de definir y a que,
por ejemplo, sus planes para los últimos meses de su vida siguen siendo un
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misterio. En los cincuenta y seis años que vivió, fue una larga serie de co-
sas diferentes, entre ellas fugitivo, prisionero, político en alza, jefe de un
ejército, representante legal, rebelde, dictador —tal vez incluso un dios—,
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