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10 de septiembre de 2021

La mañana está algo fría, las nubes espesas y grisáceas inauguran el día mostrándose a
lo lejos acompañadas de una sueva pero helada brisa, yo parado al borde del andén solo
espero con ansias y un poco de desesperación el bus que va hacia la universidad, pues
tengo un examen en 15 minutos cuyo desenlace sinceramente no veo muy favorable pero
al que me someteré de todos modos; a pesar de lo que pueda pensarse la razón de esto
no es el entusiasmo por lo que estudio o el deber de cumplir con los deberes sino más
bien una simple continuación de una rutina que funge como mi única compañera.

Burrun-burrun, dejo atrás el paradero al subirme al bus y mientras este avanza me digo a
mí mismo – pareciese que el mundo jamás cambiara y a creo que los mismo ocurre
conmigo, pero bueno – al mirar por la ventana veo a más personas como yo, con roba
gruesa y abrigadora cada uno ensimismado y con paso rápido en busca de emoción, pero
a su vez un tanto cansados. Saco mi teléfono y veo las fotos de la noche anterior junto
con mis amigos de la universidad, el licor, las luces de la discoteca; nos vemos tan felices
y llenos de vida casi como si no quisiéramos que la emoción terminase, pero aun así dudo
¿ello era emoción?

Presiono el botón para bajar y al dar el dinero, el conductor grita -aprende a contar
estúpido- y su mirada de odio se posa en mi hasta que logro darle el pasaje completo, mi
amiga cerca de la entrada me saluda con un beso en la mejilla y preguntándome el cómo
estoy, -bien- respondo sin mucho ánimo, pero a su vez dejando de lado lo ocurrido en el
bus, ella para alegarme decide agarrar mi brazo y meter su mano en el bolsillo de mi
chaqueta junto a la mía, esto mientras vamos llegando al aula.

-Saquen una hoja- dice la maestra,

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