Está en la página 1de 2

Bernardo Kordon, "Buenos-Ayres, año 3536"

Relación atribuida al licenciado Centenera, hallada por tardía expedición


de socorros  entre los restos calcinados del fuerte Santa María de Buenos Ayres en el año de gracia de 3539.

                                                       De la tierra y su gente

  Es ésa una tierra pelada e interminable, cuya sola vista acongoja el alma y aprieta el corazón. Grupo de
alborotados salvajes que se dicen hinchas recorren esta llanura que en lengua nativa llaman pampa.
Posiblemente somos los primeros cristianos que ven, pero parecen guardarnos viejos y crecidos rencores.
  Poco tiempo tuve para investigar sobre la leyenda de que justamente aquí, donde hemos levantado el fuerte,
existió hace más de mil años la Ciudad del Dorado, una de las mayores que conoció la execrable época de la
Gran Explosión.
  He podido recoger algunos indicios de tal hecho. Por cierto labor plena de dificultades, puesto que estos
salvajes no se expresan en ningún idioma conocido. Lamento informar a Su Majestad que es infundada la
creencia de que en estas lejanas comarcas se habla el español u otro idioma cristiano. Al principio he tratado
infructuosamente de comunicarme con los salvajes que tomamos prisioneros. Son tan feroces que prefieren la
muerte a negociar vituallas, e inclusive se niegan a cambiar cualquier gesto con nosotros, a no ser para herir
nuestro pudor con toda clase de ademanes obscenos, única actividad en la que se muestran prodigiosamente
imaginativos. Y no es que le dediquen mayores esfuerzos a tales u otros ejercicios. Pues el simple frote de
dos dedos, o el círculo que forman uniendo el pulgar con el índice, les basta para expresar una procacidad tan
ofensiva que provoca el rubor de nuestra soldadesca más ruda.
  Un marinero de nuestra tripulación -genovés él y de bajísima ralea- dijo reconocer en el habla de los salvajes
muchos términos y dichos del puerto de Génova, pero esto sólo puede ser atribuido al delirio que provoca el
gran hambre que padecemos.
  Cierta vez, un prisionero -a quien torturábamos para que renegase de su apostasía- me mostró su lengua, y
alcanzó a pronunciar voces que me parecieron latinas, algo parecido a Joseph Gobellus, nombrando
seguramente al ancestral creador de ese extraño idioma. El hecho de que a continuación se le arrancase la
lengua -como escarmiento a su salvajismo- me impidió proseguir el interrogatorio de este prisionero. Pero
dedicándome a descifrar el habla de otros salvajes pude deducir que acostumbran a darse el título de che, del
mismo modo que nosotros los españoles decimos don, e inclusive parece que algunos che han pasado a la
mitología por el valor e inteligencia que demostraron en antiguas batallas.
  Al asimilar el difícil uso del che pude iniciar los primeros contactos con los salvajes, ya que dentro de su
pobreza idiomática, emplean esta voz para expresar muchos y distintos estados de ánimo. Pues con
diferentes entonaciones les sirve tanto para expresar la consideración más exquisita como el desprecio más
absoluto.

                                                          Sobre algunas voces

  En los pocos momentos que la guerra y la búsqueda de alimentos (raíces, ratas y gusanos) me lo
permitieron, organicé un rudimentario diccionario de voces aborígenes, de las que detallo algunas curiosas y
significativas.
Chantapufi: casta de guerreros gritones y muy cubiertos de plumas, pero absolutamente ineficaces para el
combate. Culpan a los chantapufis de la ruina de un próspero reino ya desaparecido, pero inexplicablemente
siguen capitaneando a las actuales tribus.
Tango: danza lasciva, tan triste como la naturaleza donde viven. Cuando las bandadas de hinchas no
alborotan la llanura es porque bailan el tango. Pues estos salvajes, al revés de todos los pueblos conocidos,
son bullangueros cuando no hacen nada, y en cambio se ven sumamente callados y contritos en sus
diversiones.
Berretín: término equivalente a pasión, pero con curiosas variantes. Pues cuando un salvaje dice
sentir berretín por una doncella salvaje, es señal segura que escogerá a otra compañera (por tener ésta más
fuerza para llevar las pesadas cargas, etc.). Del mismo modo cuando dicen que tienen berretín por el fútbol -
suerte de lucha que consiste en patear una piedra revestida de cuero- no significa que se dediquen a tal
juego, sino simplemente que pasan días enteros mirando cómo juegan los otros. Vale decir que al revés de lo
que ocurre con la pasión entre los españoles, el berretín paraliza la acción de estos salvajes.
Coche: esta voz no tiene nada de común con su homónima española, tratándose seguramente de un
derivado o compuesto de la autóctona raíz che, y parece nombrar a una maléfica deidad ya desaparecida,
pues estos salvajes tienen exagerados gestos de reverencia y de pánico cuando escuchan la voz coche. Esta
observación me permitió encaminar mis investigaciones y de reconstruir la leyenda de la desaparición de la
Ciudad del Dorado, suceso que confirma las irrebatibles verdades de los textos sagrados que explican la Gran
Explosión como el castigo divino a perniciosas idolatrías.

                                                      De cómo fue castigada la Ciudad del Dorado

  Los hombres de la Ciudad del Dorado comenzaron a reverenciar al Che coche porque montaban en el ídolo
y podían desplazarse de un lugar a otro con harta facilidad. Pero después de un tiempo, cuando ya todos los
habitantes de la Ciudad del Dorado se hicieron adeptos a esa idolatría, los llamados coches o checoches se
negaron a moverse por falta de ganas y de espacio. Además estos ídolos exigían cada día mayores sacrificios
de vidas humanas. Puede imaginar Su Majestad el desorden que debe provocar una religión que permite a
cada adepto la adquisición de uno o varios ídolos,  que para colmo se caracterizan por su fuerza destructiva y
su infinita crueldad. En las calles sólo se veía el aberrante espectáculo del ciudadano que no solo se
enorgullecía con toda impiedad de su becerro de oro, sino que también trataba de superar, molestar y aun
destruir al ídolo de su vecino, produciéndose innumerables riñas y muertes todos los días. De más decir que
esta sociedad no podía durar, y la Ciudad del Dorado fue aniquilada por la Invasión de las Ratas. Pues
cuando esta legendaria Ciudad tuvo unos 10 millones de habitantes, las autoridades o chantapufis resolvieron
edificar en los terrenos cercanos al Mar Dulce, justamente donde las ratas tenían instalada su antigua capital y
portentosa plaza fuerte.
  Las ratas de la Ciudad del Dorado ya sumaban unos 300 millones y fuertes en número pasaron al ataque
con gran estrategia. Dado el atiborramiento de ídolos que no permitieron transitar las tropas por la calle, la
lucha se produjo en sótanos y cloacas de la gran Ciudad, y por supuesto las ratas ganaron fácilmente esa
guerra. Felizmente se produjo entonces la Gran Explosión y la consiguiente Lluvia de Fuego, de modo que
desaparecidos idólatras y ratas podemos ahora volver a ganar para la Fe estas desoladas tierras americanas.
  Hay dos razones que me impiden extenderme en la relación de esta leyenda que pude conocer gracias a la
práctica de este bárbaro idioma. En primer término, debo señalar que celosos de nuestra labor civilizadora,
hemos ejecutado a todos los cautivos, privándome de la materia prima para proseguir mis estudios. La otra
razón es que los salvajes que quedaron vivos ya no se muestran pacíficos. Interrumpieron las negociaciones -
sistema por el cual los tomamos prisioneros- y en cambio, parecen resueltos a exterminarnos.
  Parece ser que nosotros mismos somos los culpables de esta nueva relación de fuerzas, pues al ajusticiar a
los jefes de los salvajes fuimos liquidando a la casta de los chantapufis que los dirigían y los mantenían
quietos. Sin esos chantapufis los salvajes resultan peligrosos en el combate. Han incendiado nuestros barcos
y ahora asaltan el Fuerte.

                                                      
Bernardo Kordon (Buenos Aires,  1915 -  Chile, 2002) .Publicó cuentos y colaboraciones en la revista Caras
y Caretas. Crea narraciones, donde prima la observación de la vida marginal, los pobres y los desclasados,
los ambientes suburbanos y el mundo de la picaresca ciudadana.

También podría gustarte