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El vínculo entre democracia y capitalismo tiene su origen en el liberalismo clásico, el cual defiende la

libertad del individuo como un valor político supremo. Asume que, mediante el ejercicio de elegir
dónde vivir, para quién trabajar, que comprar o quién gobernar, se brinda la oportunidad a los
individuos de perseguir una verdadera existencia humana.

Por eso, el liberalismo sirve de fundamento para establecer, por una parte, un régimen político
democrático basado en un Estado de derecho que respete las libertades individuales y, por otra,
un sistema económico capitalista basado en el respeto de la propiedad privada y la libertad de
vender o comprar, sin ningún tipo de intervención para lograr satisfacer necesidades y bienestar
materiales.

De ahí la importancia que tiene la libertad individual en el mundo occidental como un valor
fundamental, tanto en el ámbito económico como en el político.

Sin embargo, el vínculo ha generado un gran debate en la historia contemporánea reciente. Esto se
debe a que los procesos de democratización se asocian al crecimiento económico, apoyado
actualmente en el modelo capitalista neoliberal que se fundamenta en la autorregulación del
mercado y una participación mínima o nula del Estado.

Presuponiendo que el establecimiento de un régimen democrático, acompañado de ese modelo,


propicia el bienestar individual y, en consecuencia, el bienestar general de la sociedad.

Lamentablemente, la realidad demuestra que ese objetivo no se está cumpliendo. Los países de


América Latina que han llevado a cabo procesos de democratización y han implementado un modelo
de economía de mercado neoliberal, no lo han logrado. De hecho, cuando el PIB de los países
latinoamericanos disminuye, el apoyo de sus ciudadanos a la democracia también lo hace.

Esto demuestra que las políticas de corte neoliberal, fundamentadas por el Consenso de


Washington, no han sido efectivas para generar crecimiento económico sostenible y, menos, para
consolidar los procesos democráticos de esos países.

Cuando el PIB de los países latinoamericanos disminuye, el apoyo de sus ciudadanos a la


democracia también lo hace

Y uno se pregunta ¿Por qué? Para responder se debe tener en cuenta que el capitalismo
históricamente ha tenido como objetivo la acumulación de capital incesante. Esto ha propiciado que
el abuso, ambición o especulación de algunos agentes económicos provocara las crisis del
capitalismo.

Demostrando que éste no es capaz de autorregularse y, menos, de resolver sus propias crisis, como
fue el caso de la gran depresión de 1929, la crisis asiática de finales de los noventa, la de empresas
de internet en 2000 o la crisis financiera de 2008. Además, vemos que ha generado una injusta
distribución del ingreso y una fuerte concentración de la riqueza en países democráticos, como son
el caso de Estados Unidos o Gran Bretaña.

En ese sentido, podemos preguntar ¿Qué repercusiones tiene el capitalismo defendido por los
neoliberales en la democracia hoy en día? Para responder podemos observar a los países más
desarrollados económicamente y que son considerados importantes democracias, como las
europeas.

En ellas, comienza a verse un proceso de cuestionamiento o desconexión de los valores


democráticos, como la igualdad o la justicia, que se puede explicar por la fuerte concentración de la
riqueza y la enorme desigualdad económica que presentan. Esa situación está propiciando el
aumento de la presencia de los partidos de extrema derecha o populistas en esas naciones.

En los países más desarrollados económicamente comienza a verse un proceso de cuestionamiento


o desconexión de los valores democráticos

Es evidente que el capitalismo neoliberal está afectando la legitimidad de los regímenes


democráticos, ya que es incapaz de atenuar las desigualdades económicas generadas por el
mercado libre, provocando una desvinculación de lo político y minando la propia democracia.

De hecho, el neoliberalismo promueve una fuerte hiperindividualización que refuerza un


individualismo egoísta centrado en la acumulación incesante de riqueza personal. Eso presupone
una perversidad de la vida de todo ser humano que vive en sociedad, ya que esa acumulación se
convierte en una finalidad y la política termina siendo un medio para preservar ese objetivo.

Se da prioridad el interés individual y se supeditan los vínculos comunitarios o el interés público.


Vínculos que pueden promover la participación de los ciudadanos para establecer un modelo de
convivencia basado en el bienestar general y que permita tener un mejor sistema de salud o de
educación públicos, por ejemplo.

Teniendo en cuenta los argumentos anteriores, nos debemos preguntar ¿cuál es el papel que debe
jugar la democracia ante esta situación? Si tenemos en cuenta que la democracia supone el poder
del pueblo, es decir, los individuos son los garantes de la voluntad general.

Los miembros de la sociedad deberían llegar a un consenso sobre cómo debe funcionar el
capitalismo en una sociedad democrática y contribuir al bien común. No debemos olvidar que la
democracia, entendida como un sistema que promueve la participación ciudadana, requiere de un
sentido comunitario que supone preocuparse por lo público y por los demás, y no sólo en uno
mismo.

Por eso, se debe promover un modelo capitalista que se centre en la cooperación entre los agentes
económicos y sociales, pensando en el bien común y el bienestar general, tal como lo
plantea Christian Felber en su propuesta de la economía del bien común.

Él sugiere pasar de los valores de la competencia y el lucro a los de la cooperación y el bien común.
Es ahí donde la voluntad general puede jugar un papel central para compaginar el bienestar
individual con el bien común que elimine las desigualdades económicas y sociales.

Creo que es la única forma de que el vínculo entre democracia y capitalismo pueda continuar en el
tiempo. De lo contrario, tendríamos que pensar en un nuevo modelo económico que pueda
vincularse con los valores democráticos.

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