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fi Erna OST on en ; CS eet oS Siena TPC eR roy Peet ee los de la noche a a maiiana a la potestad dela barb Rares rar Lee PS ones ene cero eet Ue Bint) del estilo, a la deseripeién minueiosa del entome Poe Re at RON Ce eS ee como de la intimidad emocional de aquellos ROO Ones ee Cer rts T “-EJAS =RDES Teena Led RNAN VALDES TEJAS VERDES DIARIO DE UN CAMPO DE CONCENTRAGION EN CHILE TAURUS MEMORIAS © 201 Hern Vala 22, Air Chien de aoe ‘Ta Gor S900 ae (83) 8849069 Ime en Cle! Pine in Chie SFrrsacocenes PROLOGO ste libro fue escrito hace casi cuatro décadas, en Barce- ona, donde aterricé gracias a una misteriosa invitaci6n ob- tenida por mi amigo Manuel A. Garretén tras salir yo del ‘campo de concentracién de Tejas Verdes. En un cuarto sin vyentanas, en un piso de conspiradores antifranquistas prox mo a la catedral y, como decfa en el proiogo original, «al calor de la memoria», me senté frente ala méquina y me largué a escribir. Sin pensar en cualquier tipo de elabors ign literaria y sin otra pretensin que mostrar ala opinién piiblica la cara oculta la insimidad, por asf decir, de la brar talidad militar chilena, que meses después del golpe de Es- tado, pese a la abundante informacién periodistica, era casi ‘completamente ignorada en lo concerniente a Ta rutina de la tortura de los campos de concentraci6n. Asi, mientras los rruidos de la ciudad vibraban tras los muros, me sometia re- vivir la experiencia pasada, hora por hora, dia por dia, con horror y placer, el placer de decidir yo mismo el momento de mi liberacién del horror y entonees de bajar a tomar un buen café en Las Ramblas. Editar el libro que resulté de agquello en la Espaiia todavia franquista del 74 no fue tarea ficil, Prohibido inicialmente por ef Ministerio del Interior, la orden fue anulada como ‘graciosa represalia del ministro de Informaci6n y Turismo ‘cuando el gobierno militar chileno cancelé un contrato de ‘compra de camiones a Espaia en beneficio de una firma estadounidense. En pocas semanas el libro fue arrebatado por el pablico, que sin duda encontr6 en él, aparte de su contenido intrin- seco, alusiones implicitas alas experieneias de la dictadura cspatiola, y en Hispanoamérica, la revelacin de que Chile no era «diferentes, como habjan pretendido sus intelectua: les. En los meses siguientes fue traducido a la mayoria de los paises europeos. Fue el primer testimonio de st géne- ro y entiendo que el tinico no panfletario que expres6 tuna experiencia personal del s6rdido trasfondo de la dictadura militar. A juzgar por los comentarios de la prensa europea, 1 libro contribuyé a reforzar la conducta hospitalaria de algunos gobiernos hacia los refugiados, En aquellos tiempos, tra la puesta en escena en Chile de gobiernos de apariencia democratica, luego del fin de la dictadura, me sorprendi6 que e! libro no pudiera reeditar~ sc. Pronto se me hizo ver que el mio era un texto inconve- niente. Algunos intentos para reeditarlo encontraron fuer~ tes oposiciones. No de los militares, que por entonces eran ya indiferentes al poder de las palabras, sino de personeros influyentes de partidos de izquierda, Pues ocurria que el libro, més bien dicho el autor, no era miembro de ningwin partido, no pertenecia a ninguna insttucién; en sama, en ‘tanto que vietima era un intruso. Un extraiio, un aventure- +0 de la historia, un error de la dictadura, El relato, por lo tanto, no era representativo de las vietimas de la dictadura, encima de lo cual, el autor se permitia transmitir en él una concepcién critica de la conduceién politica de la Unidad Popular Ellibro fue reeditado solo en 1996, por la Editorial Lom, yello gracias «la insistencia de M.A. Garret6n, quien, junto .un grupo de colaboradores financiados por agencias inter nacionales, habia permanecido en el pais con la intencién de preservar vivo el campo de la reflexién y la investigacién sociolégica en esos tiempos de muerte cultural. La presente reedicidn de este texto corresponde, entien- do, a la necesidad de su conocimiento por una nueva ge- neraci6n, en una sociedad como la chilena, tan proclive a ‘olvidar su pasado; yo dirfa ms bien, deseosa de omitir su pa- sado, a menudo inemodo, como componente del presente y de ese futuro que obstinadamente se exige luminoso. Heawin Vauots Kass, enero de 2012 Tejas VERDES V NUESTRA MEMORIA COLECTIVA En.un magnifico libro escrito algunos afios atrésy cuarenta después de su prisién en el campo de Buchenwald, Jorge Sempriin nos recuerda la importancia fundamental en la historia de la humanidiad de los campos de concentracion: son la experiencia real y tangible de que el mal y la per- versi6n humana absolutos existen. Con la mediocridad y la hipocresia que nos caracterizan, en eacalas menores y sin el perfeccionamientoy la sofsticacién teenolégica de los de la ‘Alemania naz, pero no con menor brutalda ejercida sobre quienes los vivieron, Chile tiene su propia historia de estos ‘campos y su propio aporte a esta tragedia de la humanidad, aque hoy se tata de negae, minimizar, oWidar 0 justificar. La expresion del mal absoluto exists en este pais, fue creado ‘por seres humanos y no por fuerzas naturales, no como res- puesta a alguna necesidad “Tejas Verdes fue uno de los primeros campos de concen- tracién y puede ser definido como un campo de detencién, pero mas precisamente como campo de tortura. La tortra, yase ha dicho, no es un exceso, es una politica explicitamen- te definida que tiene uno o varios fines: se tata de inflgir sistematicamente un dato fisico 0 psiquico 0 ambos ala vic tima, ya sea para obtener alguna informacion o simplemen te para castigarla, destruyendo asf su dignidad, su psiquis, su integridad fisca, es decir para anularla como persona El establecimiento de un campo de concentracién cuyo fin es la tortura, no es entonces una necesidad de tna guerra real; ‘no es una locura ni alguna irresponsabilidad individual. Es ‘evidentemente, la responsabilidad de individuos concretos, que no podrian existir si no hubiera una institucién que los ampara. En el caso chileno esta institucién fueron las Fuerzas Armadas, y en el caso de Tejas Verdes, el Ejército. Sus autoridades, sus componentes individuales (soldados, oficiales y cviles comprometidos), son los responsables de Los primeros conocimientos difundidos sobre Tejas Ver. des, en forma muy fragmentaria y sigilosa, como campo ex- plicitamente organizado para la tortura, datan de la época fen que ocurren los acontecimientos narrados en el libro que presentamos, es decir verano de 1974, aunque se sabe que el ‘campo funcionaba deste antes, Fue a causa de Tejas Verdes que se dio a conocer el nombre de Manuel Contreras, quien fue luego el maximo jefe de la DINA y quien posteriormente se jact6 de haber cumplido érdenes, no sabemios cus vagas 0 ‘specificas, del general Pinochet. Tejas Verdes se transforms ‘en el simbolo de la represi6n y de los crimenes cometidos en aquel periodo de la dictadura, cnando apenas comenzaban ‘a consituirse las organizaciones de defensa de derechos hi ‘manos y cuando el paisatin se debatia entre la ignorancia la perplejidad frente ala brutalidad y fa violencia ejercida por el, Estado controlado por los militares. Recordemos que luego ddl golpe militar de 1973 se desat6 un vasto operativo de re presi6n dirigido bisicamente contra quienes habian partici pado en el gobierno de la Unidad Popular, pero que inclayé ‘también a quienes solidarizaban con ellos. Poco a poco este sistema represivo se fue organizando y coordinando, una de ccuyas expresiones principales fue la creacién de la DINA, de- pendiente de leyes secretas del general Pinachet. ‘Todo ello ocurre en medio de un pais en silencio, per plejo por un estilo de gobierno del que no se tenia ningiin antecedente y alin traumatizado por las luchas del perio- do 70-78, y por la violencia de los primeros dias del golpe militar. Hay sin duda un pais de triunfadores y un pais de perseguidos; un pais del temor, de la ignorancia real o pre- tendida, del silencio o la complicidad. Entre los aftos 1970 y 1973 me tocé dirigir en la Universi dad Catélica el Gentzo de Estudios de la Realidad Nacional, constituido por un grupo de cientificos sociales chilenos y cextranjeros de orientacién criticay de izquierda. En este tes- timonio se le menciona como Instituto X, dirigido por un tal Magus. El centro lleg6 a ser muy conocido por su rol en materia docente y por sus investigaciones, divulgadas por su revista, os Cuadernos dela Realidad Nacional, principal &r- gano del debate intelectual del periodo, cuyo editor fue el eseritor Hern Valdés. Hernan Valdés no era ni un intelectnal politico, ni un académico propiamente tal. Era estrictamente un eseritor de gran nivel, preocupado ademis de los temas nacionales. Gon otros colegas habia participado en debates y publica- ciones sobre el papel de la cultura en el proceso politico chileno, mostrandose siempre esoéptico y eritico respecto a los conceptos y formas con que el mundo politico abordaba dicha problemética, No era militante de partidos politicos, hombre de izquierdas si, pero sin definicién ideol6giga de alguna ortodoxia, tan contin en aquel entonces. Enel tiem- po en que trabajamos juntos aproveché de leer su novela Zoom, donde se aprecia una sensibilidad muy especial, que ‘yuelve a encontrarse en Tejas Verdes, respecto a la correspon- dencia entre la desintegracién individual y la del mundo que rodea a los personajes, temética que desarrollaré hasta clextremo en su novela posterior, A partir dl fin En aquel periodo yo estaba preocupado de reagrupar aquellos intelectuales y cientificos sociales expulsados de las universidades y de aprovechar nuestras capacidades para analizar lo que ocurtia, entender las razones del fracaso y denunciar los erfmenes cometidos y la represién desatada. Una de las oportunidades para ello fue la decision det Tii- bbunal Russell de dedicar su sesién de 1974 a la situacién chilena, para lo cual era necesario realizar un conjunto de Investigaciones e informes, Coordinando esta tarea le solici- té a Valdés tna vision testimonial de lo que ocurria en Chi- le en los primeros meses del golpe militar, sobre la dimen- sién psicosocial y cultural, Dicho texto nunca fue conocido en Chile, por lo que ninguna actividad de Valdés en este sentido pudo haber sido usada como pretexto, aunque en todo caso illegitimo, para su detencién. Su documento era de una enorme fuerza literaria y en é mosiraba el estado animico devastado de los sectores perseguidos, la carnava- lesca enforia de los vencedores, los rts militares Henando Ios espacios de la crénica social de los diaris, el espectéculo alucinante de la limpieza de las consignas en los muros y de las quemas de libros, el lenguaje inédito de «afirmativo y negativos, que remplazaban nuestras simples expresiones tradicionales; la orga consumista de los sectores privilegia- dos y agradecidos por el golpe militar la tristeza y escasez de los barrios pobres, Ia incertidumbre y terror en las vidas cotidianas. Mi intencién era publicarlo como anexo de este libro, pero con tanto escondite y traslado en aquellos tiem- pos terminé por extraviarl. Tova nocturnas y perdi contacto con Hernin, Recuerdo que en las trigicas y forzadas vacaciones de aquel verano nos pre- guntamos entre amigos muchas veces por él y Hegamos a Ia conclusién de que debia haberse largado a alguna playa. Varias veces pasé por delante de su casa, tocaba el timbre inttilmente y no logré percatarme de nada. Ya preocupados ppor su ausencia, solicitamos a abogados amigos que traba- Jaban en conexién con la Iglesia que averiguaran si alguna desgracia habfa ocurrido, porque ya se sabia de la masividad yarbitrariedad de las detenciones y desapariciones, Un dia de marzo de ese mismo afio, un colega sociélo- go del grupo de quienes habiamos sido expulsados de las luniversidades entré en mi oficina con el escueto recado: Encontraron a Valdés, Estuvo preso en Tejas Verdes, Esté a salvo en una embajada, Manda a decir que te vayas del pais ‘porque le obligaron a afirmar, mediante torturas, una serie de acusaciones contra ts, Esto iiltimo esté confirmado por clautor de este libro en su narracin del descabellado y bru: tal interrogatorio final. Desde ese momento hicimos todo 1o posible con amigos espafioles que atin vivian la dictadura franquista para que fuera acogido en Espaiia. Gracias ellos pudo llegar a Barcelona, donde escribié este libro, Luego estuvo en Inglaterra, Algunos ais después eseribié tna im- presionante novela, A partir det jin, uno de cayos temas es Ja destruccién de las relaciones humanas en medio de la crisis politica y el golpe militar: La escena en que desde una bafiera el personaje central escucha el tltimo discurso det Presidente Allende y se pregunta por el sentido de aquellas rmuertes heroicas que «nos quedan demasiado grandes» a Jos seres communes, es de antologta y de una poderosa fuerza literaria, El libro Tejas Verdes, Diario de un campo de concentracién en CChilenatra sin aspavientos ni dramatismos innecesarios, dia tras dia, el paso de su autor por el campo de concentracién, desde el momento de la inexplicable y absurda detencién fn su casa hasta el momento de su salida del campo, poco ms de un mes después. Es el testimonio de alguien que no quiere defender ninguna posicién politica ni se ufana de ningsin heroismo, por el contrario. Tampoco pretende presentarse el autor como la mayor de ls vitimas. El Diario es el testimonio de la perplejidad y vulnerabilidad de un ser humano comin y corriente sometido a la arbitrariedad, brutalidad y también ignorancia de quienes tienen todo el poder sobre su vida. Ni él ni sus captores pueden dar una explicacién de por qué esti detenido. Sin embargo, a lo largo del libro queda claro para todos, vitimas y victima- rios, que toda esta «irracionalidad» se enmarca dentro de ‘una racionalidad global, aunque nadie pueda definirla con exactitud Se trata del primer testimonio de un campo de concen: tracién en Chile publicado como libro y escrito inmedia- tamente después de la experiencia del campo, En este tes- timonio hay descripciones memorables del clima interno del campo de concentracién, de sa organizacién y forma de funcionamienco, de la mentalidad militar en sus dstintasje- rarquias y dela sensacién de impunidad de sus miembros, y , fuimos dejando de tomar precat- ciones. Muchos pensamos que habiamos salido indermnes, que si tenfamos que inos era porque no teniamos e6mo ga ‘narnos la vida ni con quignes convivir, que la persecucion, las redadas, la tortura y el exterminio continuaban, pero de ‘un modo selectivo, muy selectivo. Pensibamos que no éra- ‘mos gente de peligro ~y en realidad directamente no To éra- mos~ y poco a poco volvimos a desocultar nuestros libros, volvimos a hablar sin muchas inhibiciones por teléfono, a reunirnos ya intentar lo que podiamos para denmunciar los crimenes y el caricter cada ver més orginicamente fascista del régimen, Mi estado de dnimo era vulnerable. En ls iltimas sema- nas no solo se habia extinguido ~con toda la conflictividad «que implica aqui el uso de esa palabra~el timo resto de mi cariio por Eva, sino que ademés estaba resentido con ella, por esa conduccién casi consciente del proceso de deterio- to de nuestras relaciones. Lo estoy ahora, y posiblemente con mayor razén; como si cl fracaso en cambiar nuestra so- ciedad se hubiera correspondido perfectamente, sincréni- camente, con el nuestro. La breve historia con Sara no con- dujo a nada, y porque no podia conducir a nada, me produjo una depresién peor que la que quise evitar al acercarme a ella Estaba solo, todos los vincuilos sentimentales estaban | rot0s, todo trabajo normal imposibilitado; salia y regresaba ecenas de veces tinicamente para consiatar el deterioro de ‘ee hermoso lugar que habia sido nuestra casa, para ver si ‘Eva se habia levado algo més, para ver si habria legado al- ‘guna carta, para esperar que alguien, algtin sobreviviente, © Ilamara por teléfono. Tenfa muy poco que defender cuando eguron, No es que piense en todo esto; soy incapar de reflexio- iar. Son visiones y sensaciones velocisimas que pasan por mi yse desvanecen, avasalladas por las siguientes. Soy inecapaz de deteneralguna, de pensar en ella. Todo intento de orden y de analisis de los actos que han formado mi vida litimos meses cede ante la fuerza de una sola obsesi6n: por ‘qué me han detenido, qué quieren de mi El frio ha comenzado a producirme wna sensacién de enfermedad, de fiebre y desamparo fisico. El culo me due- le atrozmente. No hay una sola posicién, eargando el peso hacia adelante o hacia atrés, con una asentadera o con la ‘tra, que no haya ensayadlo; siento toda esa regién ghitea ‘tamefacta, saturada de suftimiento, ysi por unos segundos logro levancarla algiin centimetro, apoyindome con los bor des de las palmas sobre el extremo de la silla, esto, mas que proporcionarme alivio, recruclece la sensibilidad. Y luego cstd la sensacién de peso en los hombros, de hundimiento de la espalda por una carga indefinible, El ruido del agua acrecienta los efectos del fro y de la humedad. Sin embar- 40, los otros roncan todavia. Hay alguno que permanezca despierto como yo, que ni siquiera he intentado abandonar- ‘me a algxin tipo de descanso? Nunca he podide dormir sino cen condiciones éptimas: silencio total, fin de toda actividad vecina, En cualquier viaje estoy condenado al insornnio. Mi conciencia desconfia de cualquier movimiento. Pueden ser las dos las cuatro de la madrugada. Curiosa- ‘mente, en ningtin momento he sentido hambre, ni siquiera 1 los he advertide la falta de comida. Solo una vez, hace una me- dia hora, reaparecié un guarda, para dejarnos nuevamente solos. Mis tentativas de movimientos, sobre todo para de- fenderme del frio y el cansancio, adquiezen cada ver ma- yor libertad. De pronto descubro que, refregindome la cara ‘contra el homibro, puedo desplazar el antifaz hacia arriba y, silo deseo, volverlo a su sitio O las amarras se han aflojado ‘mis orejas ofrecen menos resistencia. Con muchas precau: ciones, primero observo el piso, mis pies. Es extraio ver mis pies desntudos, después de tantas horas, como cortados, en tuna franja de luz. Parecen muy palidos, mortuorios. El piso es de cemento, Me aventuro progresivamente. Enfrente mio hay dos peldafios de concretoy, efectivamente, el comienzo dde una puerta de hierro, En el suelo, a mi lado derecho, no thay nada, no estin los pies de quien podsfa ser un guarda, Pero a la iquierda, en dos hileras hacia el fondo, estin los pies de los dems. Me cuesta ver los de mi propia hilera, pero trato de contarlos. La luz es mortecina y solo estoy mi- rando entre los pirpados. Aleanzo a contar al menos dic- ciséis pies. Viejos zapatos de trabajadores, ningiin modelo especial, algunas botas. Solo mi vecino de la izquierda ~nos separan no més de cincuenta centimetros- lleva unos zapa tos de reno, de caia. ;Cémo no habia advertido su presen- cia tan proxima? Un poco mas arriba el antifaz y mi visi ces casi completa: mis compatieros aparecen de cuerpo en- tero, el recinto muestra su miserable seereto. Lo que ms me impresiona es la naturaleza de los antifaces: son pedazos dde una materia plistica esponjosa, de medio centimetro de espesor, de color blanco brillante, cortados irregularmente ‘yque cubren generalmente las caras entre la nari, la frente ylhs orejas, ceniidos mediante cordeles de diversas clases. Es Ja pobreza, la precariedad de este recurso lo que me llama la atencién, lo que me recuerda el caracter también subde- sarrollado de nuestro fascismo, y, luego, un juego de nitios, ¥ que echabamos mano de cualquier cosa para vendarnos después buscarnos en dificiles escondites. Pero el aspecto eros me recuerda en realidad otra cosa: es la vision de alguna fotografia impresa con manchas de tintaen, algiin mal papel de algiin viejo periédico popular. Mis com- paieros parecen un grupo de fusilados. Solo les falta el dis- | €0 con el corazén. Cabellos revueltos, a veces entierrados, ropas arrugatdas, camisas salidas de los pantalones, cabezas caidas. Posiblemente es la luz, amatilla, distante, la que in- duce atin mas esta impresion, Los que duermen -los mis- ‘mos que roncan, tal ve2~ han inelinado las eabezas sobre un | reborde del muro y bajo el antifar solo muestran las bocas abiertas. Ningiin color sanguineo anima las pieles -Io que puede verse-, las manos atadas, as barbillas. Al fondo hay tuna puerta, posiblemente de fierro, clausurada, del ancho del calaboz0. Hay alguien acostado en el suelo, contra ella Es la Gniea persona que se halla en esta sisuaci6n: Todos los demas estin atados a sillas semejantes a la mfa, Sobre los rmuros, de color incierto, corren diversos tipos de eafierias descubiertas, en diferentes sentidos. No alcanzo a ver sino la mitad del cuerpo del que esta sentado a mi izquierda, sus pantalones blancos. Las ropas de los demés tienen aspecto Ge viejo, ese color indefinido entre el grisy el marrén de la ropa popular ¢Quiénes son? , «mi sargentos, «mi oficial», o lo que mierda sea. (Mi sangento ~se aventura el vcj. Mi soldado, huevén. =Mi soldado, estoy que m Quo portazo. Intentamos descubrir el exterior por las rendijas. Apenas aleanzamos a distinguir, alos lados, pega- das casia la nuestra, lo que parecen ser otras cabarias,y al frente una alta empalizada de tablones, y, mas alld, algo a la derecha, un cerro, Entre la empalizada y la cabaiia hay un patio de tierra. Al rato abren de nuevo y alguien trae un tae ‘ro para orinar'y nos distibuye pedazos de pan viejo. Antes de que salga, el anciano, con su voz respetuosa y cascada, vuelve a aventurarse: “Mi soldado, zuo serfa posible conseguirse alguna man: ta? Yo sufro de asma,y. EI portazo, El viejo continia para nosotros el relato de sus enfermedades, Mascamos el pan. Un manjar de esos de Ta infancia, delicioso, El viejo no para de hablar y mea, larga- ‘mente. Los eflusios del orin lienan la cabaita. Doy algunos ‘pasos, reconociendo mis mtisculos. Sensacién de torpeza, reviento, quisiera orinar ‘me siento como tina vieja maquina oxidada. Busco losinters- ticios més amplios de las tablas para respirar. Es totalmente de noche, Bl viejo propone que durmamos abrazados, sera Ta tinica manera de datnos algiin calor. Todos orinan, el ta- 10 se desborda, Buscamos el rincén con menos viento y nos apretamos unos contra otros. Quedo protegido por el «Gor- dos, un tipo simpatico, de unos teinta aos. Su gran vientre ‘me cubre los rifiones. Suspiro, un poco reconfortado por festa proximidad humana, por esta nueva y primitiva sensa- cidn de solidaridad, Pero el vig, el «Gordo» y algain otro ‘comienzan prontamente a roncar de un modo cavernario. | Estoy demasiado cansado y adolorido como para percibir alguna imagen de mi vida. Mis sensaciones estin embruteci- "das. BI terror continga ali, subyacente, listo para expandir- | se. El interrogatorio, los golpes, los disparos se reproducen [una y mil veces en mis ofdos. Trato de cambiar de postura, ese a que estamos encajados unos en otros. Sé que no po- ré dormir esta segunda noche. Solamente el fifo en mis, | pies desnudos lo impediria, Con los ojos cerrados, apretae fos, con las naiosatadas oclas entre las perma, con los ples buscando el worl calor dels otron con el etémago tontrado,tagando ena, dejo que ranscura, pao a paso, Ja noche, pasar: 14 pe Fenrero, Jueves Después de un cierto limite, més allé de las manifestacio a nes normalesy comunes, el if se expresa puramente como | olor, dolor 6seo, muy interior. Manuel, el campesino, me presta un delgado saco de harina (que siempre en Chile los ‘campesinos levan consigo, porque ademas de su uso intrin- | seco como saco lo usan a modo de falda o taparrabos en las faenas agricolas), y con él me envuelvo los pies, Es un mini ‘mo alivio, Pero el suefio es inalcanzable. El viento, laniebla | del comienzo del amanecer,transitan aqui dentro tan libre- mente como en el resto de la tierra, Afuera se oven voces, carrera, gritos agudos de aves. Abren stibitamente la puerta de una patada; gritan hacia lintetior: ~iAfuera todos, huevones, en tres tiempos! Y van dos, dos y medio. En cosa de tres segundos estamos todos en el exterior, zo sabemos cémo. Algunos recién comienzan a despertarse, después de haber saltado. Es completamente de noche toda. Via, cl cielo esta pleno de grandes estrellas, perfectamente separadas, nitidas y a ras de tierra hay grandes jirones de niebla, EL frfo es bestial. Tenemos un aspecto miserable. Por suptesto, nuestros antifaces 0 se han cafdo 0 estén comple- tamente desplarados, ~2¥ por qué tienen puestas esas huevis? Nos los quitamos del todo, Nos hacen formar, de frente [Nos cortan las amarras de las manos. “Aver, huevones, un paso adelante los que hayan hecho el servicio. "Nos miramos unos a otros. Solo uno de nosotros se ade Janta, Es un individuo pequeno y muy delgado, amarillento, pero de expresin vivaz. El soldado se queda mirandonos al resto, con tna repugnancia algo afectada, como ala thtima miseria humana. 2¥ ustedes, vagos de mierda, fueron ala escuela de gue rrilleros? Cada cual pone una cara desolada, de haber sido vietima_ de alguna fatalidad, las excusas recorren Ia fil: pies planos, miopis, problemas cardiacos, familiares. El soldado acari- cia el acero negro de su fs automatico y nos mira unos se- gundes, moviendo la cabeza, sin dejar terminar a ninguno, ‘Sino fuera por el fusly el caseo de acero, que lo cubre hasta las cejas,y las fuertes botas, no seria sino un tipico campe- sino chileno: mestizo, piel aceitunada, ojos pequeiios, gran- des dientes. No debe tener mas de veinte afios; juraria que conozco sus héroes: el Colo Colo, las teleseries mexicanas, los eémics. =;Numerarse! El que ha hecho el servicio, encaberando la hilera grita «uno» con tna excéntrica voz de macho, seca, cortante, eas ‘una detonacién, yl resto le imitamos o mejor posible, pese al suefo y la debilidad. El cielo ha comenzado a aclararse Aqui van a aprender a hacer una vida sana, huevones. Nada de farras, nada de drogas ni de whisky, nada de levan- tarse al mediodia, se es acabaron los tre afi... Quiénes no pueden hacer gimnasia? Levantan la mano el viejo y alguien més. Nos hace girara Ja derecha 0 ala izquierda, AL trote, mar. Y la fila se pone en movimiento por el patio de tierra, entre una hilera de cabaiias miserables y las altas empali- | radas de maderos. Al principio parece violento someter las | articulaciones anquilosadas y los muisculos tumefactos a ese ejercicio. Pero justamente esa violencia permite que el do- "lor se produzca de una sola vez. Lueyo, el monétono ritmo Uifisico, que va marcando el soldado con su vor, introduce ‘en un estado de liberacién fisca y de hipnosis. Los pasos se alargan, nuestra fila va formando uns elipsis en el patio, et tercer paso, al caer, debe hacer sonar la tierra, Imito lo que vahaciendo el que trota delante mio, apenas comprendo Io ue grita el soldado: Manos a la nuca.. lanzar las piernas adelante... pisando ‘con las puntas de los pis... un... dos. es, En es posicién puedo mirar la Via Lietea, cuya proxi ‘midad y profundidad en la atmésfera frfa, negro-azulada, hace posible la sensacién de viajar a una tremenda y siler

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