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La Constitución Nacional de 1853 estableció, en su art. 67 inc. 16 la facultad del gobierno federal
de “dictar planes de instrucción general”, mientras que en su art. 5º que era carga de las
provincias asegurar la educación primaria gratuita. Se trataba de lo que la doctrina llama
facultades concurrentes entre el Estado Federal y las provincias. 2 Todo esto, por otra parte,
significaba en ese estado de nuestra organización política y social, una carga excesivamente
pesada para las provincias. En efecto, la educación había sido hasta entonces prestada casi con
exclusividad por la Iglesia, con alguna marginal actividad del Estado, aunque exclusivamente en las
ciudades principales. Las provincias carecían de rentas suficientes para costear el gasto de la
educación, y tampoco existían suficientes personas formadas para la tarea docente. Luego de la
reunificación nacional, y a instancias de la Provincia de Buenos Aires que propuso la revisión de la
Constitución de 1853, de la que no había participado, la carga de las provincias se reformó en
1860, y se limitó a asegurar la educación primaria, eliminando la condición de gratuidad. Fue la
Provincia de Buenos Aires, sin embargo, la primera en incorporar a su constitución provincial la
gratuidad de la enseñanza en la Constitución de 1873. Durante mucho tiempo, vigente la
Constitución de 1853 el Estado Federal intervino de hecho en la gestión educativa a nivel primario
y secundario, inclusive mediante la ley Láinez, que le permitió crear y gestionar escuelas
nacionales en el territorio de las provincias, las que coexistían con las escuelas provinciales. 3
1
“La educación es uno de los derechos inalienables del hombre, pues a través de ella, busca su perfección.
Por eso, es un instrumento insustituible que le permite a la persona y a los pueblos conocer su identidad no
sólo a nivel individual, sino también como Nación…” Iturrez, Ricardo César, “Educación, un derecho de
todos” MDA Editorial, Buenos Aires, 2014, Pág. 15.
2
Frias, Pedro José, en AA.VV. Derecho Público Provincial, Ed. Depalma, Bs. Aires, 1985, Pág. 92 y ss.
3
Frías, Pedro José, Op. Cit. Pág. 93 y ss.
4
Egües, Carlos, “La Educación en el Derecho Público Provincial” en AA.VV. Derecho Público Provincial y
Municipal, Instituto Argentino de Estudios Constitucionales y Políticos, Dardo Pérez Guilhou, Director, Ed. La
Ley, Buenos Aires, 2004, T. II Pág. 88 y ss. Iturrez, Ricardo César, Op. Cit. Pág. 311 y ss.
Las provincias argentinas, en cumplimiento de la obligación constitucional establecida en el art. 5º
C.N. han reglado sus respectivas estructuras educativas, cada una de ellas conforme a sus
posibilidades y necesidades. En la mayoría de las provincias –doce- se afirma la principalidad del
Estado en la gestión educativa, con reconocimiento del derecho de las familias a participar en la
educación, y se pone el gobierno y administración a cargo de un ministerio de educación o
similares. En otras, como Entre Ríos (C.P. arts. 262 y 263), se sigue el modelo original de Buenos
Aires, que pone el gobierno del sistema educativo en un Consejo General de Educación, en Jujuy
(C.P. art. 68) establece un Organismo General de Coordinación, Planeamiento y Política Educativa,
con la participación de educadores; en La Rioja que prevé un Consejo Técnico Educativo, con la
representación de docentes y padres, y en Mendoza se sigue un modelo semejante al original de
Buenos Aires, con un Consejo General de Educación y un Director General de Escuelas. En
Misiones (C.P. art. 43) se pone el gobierno y administración del sistema educativo a cargo de un
Consejo General de Educación, presidido por un Director General de Educación; en Neuquén la
Constitución Provincial pone el gobierno del sistema educativo a cargo de un Consejo Provincial de
Educación, con participación de los docentes y de representantes políticos; en Santa Cruz, el
gobierno del sistema educativo está a cargo de un Consejo Provincial de Educación, con la
participación de docentes, los padres y el gobierno, en Santiago del Estero, el art. 73 de la C.P.
establece un Consejo General de Educación, cuyo presidente es designado por el Poder Ejecutivo. 5
5
Iturrez, Ricardo César, Op. Cit. Pág. 191 y ss.
cargo de un Director General de Cultura y Educación, elegido por el Poder Ejecutivo con acuerdo
del Senado (Art. 201 C.P.) Este funcionario que durará cuatro años en su cargo, pudiendo ser
reelecto, y con rango idéntico al de los ministros (arts. 201 y 147 C.P), y deberá tener las
condiciones para ser senador. (art. 76 C.P.) El Director General de Cultura y Educación, es
heredero del rancio cargo del Director General de Escuelas, pero a diferencia de éste que presidía
un cuerpo colegiado que era el que gobernaba el sistema educativo, se comporta ahora como un
ministro (de hecho así se lo llama y se lo trata en la práctica administrativa) y resuelve pos sí,
contando sólo con el asesoramiento del Consejo General de Cultura y Educación (Art. 201 C.P.)
cuerpo que formalmente preside el Director General y está integrado por diez miembros, seis
elegidos por el Poder Ejecutivo, y cuatro a propuesta de los docentes en ejercicio, todos con
acuerdo de la Cámara de Diputados (art. 73 inc. 1 C.P.) duran un año en su cargo. Esta duración,
insólita herencia de la Constitución de 1873 que increíblemente no fue eliminada en la reforma de
1994, torna casi impracticable la renovación del cuerpo, puesto que los trámites para ello,
incluyendo los acuerdos de la cámara demoran varios meses, y el dictado de los decretos otro
tanto, por lo cual en la práctica los consejeros permanecen inconstitucionalmente en su cargo
largamente vencido el año de su breve mandato. Para el caso de los supuestos representantes de
los docentes, el caso es todavía más escandaloso porque la “propuesta” que la constitución exige
debería surgir de elecciones que hace mucho tiempo no se realizan. La función del Consejo
General de Cultura y Educación es la de asesorar al Director General de Cultura y Educación. Este
asesoramiento no es vinculante, es decir que el Director General puede fundadamente apartarse
de los aconsejado por el Consejo General, pero es necesario, es decir que el Director General no
puede expedirse sin oír Consejo General.
Ni el Director General de Cultura y Educación ni los miembros del Consejo General de Cultura y
Educación están incluidos entre los funcionarios eventualmente sometidos a Juicio Político (Art. 73
inc. 2 C.P.) Por lo tanto la destitución de cualquiera de ellos está sometida al art. 146 in fine C.P.
es decir el retiro del acuerdo legislativo.6
El artículo 200, inc. 4 de la C. P. reconoce expresamente que “El servicio educativo podrá ser
prestado por otros sujetos, privados o públicos no estatales, dentro del sistema educativo
provincial y bajo control estatal.” Esto garantiza el principio de la libertad de enseñanza que
proviene del art. 14 de la Constitución Nacional. Estrada señalaba con agudeza que “Libertad de
enseñanza no existe, donde al lado de los establecimientos del estado no existan o puedan existir,
garantizados por la ley, establecimientos libres…” 7 De acuerdo con este principio, que es de
general aceptación en las provincias,8 se ha desarrollado un subsistema de educación pública de
gestión no oficial, a cargo tanto de entidades religiosas, como de organizaciones sociales, clubes,
sindicatos, etc. e inclusive cooperativas o simples emprendedores privados, que han formado un
conjunto de establecimientos donde se imparte educación, bajo la supervisión del Estado, ya sea
contando o no con subvenciones económicas estatales. En estos establecimientos rigen relaciones
laborales propias del derecho privado, pero la gestión técnica educativa es reconocida y
supervisada por el Estado, por lo que los títulos emitidos por estos establecimientos son válidos y
reciben el mismo reconocimiento que los emitidos por los establecimientos del subsistema estatal.
7
Estrada, José Manuel “Curso de Derecho Constitucional” Ed. Científica y Literaria Argentina, Buenos Aires,
1927, T. I Pág. 256.
8
Egües, Carlos, Op. Cit. Pág. 100.