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Discurso de Isaac Bashevis Singer (1978)

La gente me pregunta a menudo por qué escribo en una lengua moribunda, y quiero explicarlo en
pocas palabras. Primero, me gusta escribir historias de fantasmas y nada se encaja mejor con un
fantasma que una lengua muerta. Cuanto más muerta es la lengua, más vivo es el fantasma. Los
fantasmas aman el idish y, hasta donde sé, todos lo dominan. En segundo lugar, creo en los
fantasmas como también creo en la resurrección. Estoy seguro de que, cuando llegue el Mesías,
millones de cadáveres que hablen yídish se levantarán de sus tumbas un día y su primera pregunta
será: “¿Hay algún nuevo libro en yídish para leer?”. Para ellos el yídish no estará muerto. Tercero:
por más de 2000 años el hebreo fue considerado una lengua muerta. De repente se volvió
extrañamente vivo. Lo que aconteció con el hebreo también puede ocurrir un día con el idish. Y
también tengo una cuarta razón para no renunciar al idish: el idish puede ser una lengua
moribunda, pero es la única que conozco bien. El idish es mi lengua materna y una madre nunca
está realmente muerta.

El yídish es el idioma de la diáspora, sin tierra, sin límites, que no depende de ningún gobierno. Es
una lengua donde no existen palabras que definan a las armas o a las estrategias de guerra. Fue
una lengua fortalecida por los judíos de los guetos y ellos son el verdadero pueblo del libro. El
gueto no fue solo el refugio de una minoría perseguida, sino un gran intento de paz, autodisciplina
y humanismo. En yídish se pueden hallar expresiones que reflejen el placer, el amor a la vida, las
esperanzas mesiánicas, la tolerancia, y una profunda valoración de la singularidad humana. En
yídish hay humor y valoración de cada día de la vida, de cada pequeño éxito, de cada encuentro de
amor, y sabe sobreponerse a las fuerzas de la destrucción.

Discurso de Isaac Bashevis Singer (1978)

La gente me pregunta a menudo por qué escribo en una lengua moribunda, y quiero explicarlo en
pocas palabras. Primero, me gusta escribir historias de fantasmas y nada se encaja mejor con un
fantasma que una lengua muerta. Cuanto más muerta es la lengua, más vivo es el fantasma. Los
fantasmas aman el idish y, hasta donde sé, todos lo dominan. En segundo lugar, creo en los
fantasmas como también creo en la resurrección. Estoy seguro de que, cuando llegue el Mesías,
millones de cadáveres que hablen yídish se levantarán de sus tumbas un día y su primera pregunta
será: “¿Hay algún nuevo libro en yídish para leer?”. Para ellos el yídish no estará muerto. Tercero:
por más de 2000 años el hebreo fue considerado una lengua muerta. De repente se volvió
extrañamente vivo. Lo que aconteció con el hebreo también puede ocurrir un día con el idish. Y
también tengo una cuarta razón para no renunciar al idish: el idish puede ser una lengua
moribunda, pero es la única que conozco bien. El idish es mi lengua materna y una madre nunca
está realmente muerta.

El yídish es el idioma de la diáspora, sin tierra, sin límites, que no depende de ningún gobierno. Es
una lengua donde no existen palabras que definan a las armas o a las estrategias de guerra. Fue
una lengua fortalecida por los judíos de los guetos y ellos son el verdadero pueblo del libro. El
gueto no fue solo el refugio de una minoría perseguida, sino un gran intento de paz, autodisciplina
y humanismo. En yídish se pueden hallar expresiones que reflejen el placer, el amor a la vida, las
esperanzas mesiánicas, la tolerancia, y una profunda valoración de la singularidad humana. En
yídish hay humor y valoración de cada día de la vida, de cada pequeño éxito, de cada encuentro de
amor, y sabe sobreponerse a las fuerzas de la destrucción.

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