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LA INFORMÁTICA Y EL VÍDEO, UNA SOLA CARNE

La informática y el vídeo han unido sus destinos. Se veía


venir. Han sido muchos años de flirteo. Pero no hay boda
formal: es una unión de hecho que todos conocíamos y que
aún hoy andamos disimulando.

El vídeo analógico, el que por dentro es pura electrónica, ha ido


cediendo terreno al vídeo digital, que lleva alma informática. La luz y
la sombra, el claroscuro de la imagen analógica, se ha convertido
en ceros y unos, en datos, en los pixels de la imagen digital.

Pero los nuevos equipos digitales siguen guardando las formas de


los equipos de antaño. Son ordenadores, pero están encerrados en
las cajas de siempre.

Los operadores del vídeo se resisten a manejar ordenadores, eso


es al menos lo que afirman los fabricantes de equipos. Nada de
usar el ratón o el joystick. Los técnicos de vídeo sólo admiten
trabajar con teclas y shuttles, se dice. Pero la realidad, sin embargo,
es que todos esos técnicos disfrutan en casa de un ordenador
personal y lo dominan como el profesional de la fábrica que los
hace de menos. Parece ser que el problema es otro.

El fabricante hace números cuando diseña su estrategia de


marketing. No se puede cobrar muy caro un ordenador personal,
porque todos sabemos lo que cuesta y nadie paga de buena gana
lo que el software vale. Los equipos con forma de equipos tienen a
su favor por el contrario una reconocida tradición de muy altos
costes y admiten mejor una etiqueta de precio elevado.

Pero es que además la mayoría de los compradores incide en la


misma línea de pensamiento. Se resisten a comprar meros
ordenadores, que entre paréntesis un amigo siempre te promete a
mejor precio. En cierta forma, sustituir un equipo por un ordenador
es como renunciar a una tradición, como claudicar y permitir la
entrada al extraño. Como perder el status adquirido como
profesionales del vídeo. Y más. Los prejuicios andan sueltos.

Una cámara digital no necesita para nada el tamaño de aquellas


cámaras analógicas que guardaban un gran tubo en su interior.
Pero nos ha quedado esa querencia por los equipos grandes, como
si se tratara de caballos. Una cámara digital de estudio que no
disimula su procesado de señal digital y por tanto es pequeña,
todavía es contemplada con sorna y escepticismo por muchos que
se consideran profesionales. Un técnico veterano me dijo una vez
refiriéndose a estas cámaras: “no tienen ningún problema, el
problema lo tienen los que las critican”.

Sabemos que es cuestión de tiempo que todo el mundo se haga a


la idea y deseche los prejuicios. En algún caso, como el de la
postproducción, se han adelantado los acontecimientos. La edición
lineal, la de toda la vida, fue siempre abiertamente informática, se
controlaba en un monitor, usábamos diskettes, etc., y ahora la
edición no lineal está en vías de convertirse en un fenómeno
popular. Pronto manejaremos alguno de sus paquetes informáticos
como si fuera el Word.

La magia de los ordenadores es que sirven para todo. Y se fabrican


por millones. Y evolucionan constantemente. Y cuestan nada y se
venden en un mercado muy competitivo, con muy poco margen. Si
lo que tenemos que hacer lo podemos hacer con un ordenador,
siempre nos saldrá mejor y mucho más económico.

Los ordenadores son polivalentes. Lo contrario de los equipos de


vídeo, que nacen con el objetivo marcado y la lección aprendida. El
ordenador está abierto y el equipo, cerrado. Uno es universal,
flexible, válido para muchos propósitos, mientras que el equipo es
unívoco, sirve para lo que sirve y punto. Pero esto es lo que quiere
el usuario, que le sirva a él para un determinado propósito.

El ordenador es más económico, pero el equipo es más fácil de


usar. Hasta ahora el equipo va ganando al ordenador por puntos.

El hardware del ordenador, el cacharro, está preparado para hacer


de todo, pero sin software no sabe hacer nada. Los sistemas
operativos van acotando las posibilidades del ordenador. Las
tarjetas van enriqueciéndolo en una determinada dirección.

Finalmente, el programador tendrá que hacer posible el trabajo de


los usuarios, instruirá al ordenador para que sepa desempeñar sus
tareas y resolver su problema.

La tendencia de muchos diseñadores es la de hacer programas


abiertos, que valgan para muchos en muchas circunstancias.
Copiaron la idea matriz del ordenador, la universalidad, cuando
tenían que haberse acercado a la concepción del equipo de un solo
uso. El programa debe centrarse en un tipo de usuario y en un
objetivo de trabajo, acotar las posibilidades, cortar las alas del
ordenador y convertirlo en un aparato sólo útil para una finalidad.

Tendrán que crearse en paralelo otros programas específicos para


otros objetivos, un programa para cada utilidad. Bienvenidos sean.
No podrán ser tan económicos, pero serán mucho más útiles, serán
mejor aceptados, serán accesibles para los usuarios no expertos.

Los ordenadores tienen mucho camino por delante hasta que logren
hacerse comprensibles por cualquiera. Tendrán que aprender de los
equipos de vídeo, que suelen ser más intuitivos, aunque a veces los
aparatos se hagan tan sofisticados que sólo los sepan manejar los
niños y los muy expertos.

La interfaz es la carcasa del equipo. Una buena interfaz despeja


prejuicios y acerca el ordenador a todos los usuarios.

Los ordenadores tienen que facilitarnos unos interfaces óptimos


para cada programa, inteligibles a primera vista, evidentes. Mejor
que el ratón, la pantalla táctil. Mejor que líneas de texto, las teclas
con leyenda y los iconos representativos.

La interfaz es más flexible que cualquier teclado o panel. Puede


variar en cada fase de la aplicación y adecuarse a lo necesario en
ese momento. Puede ser más pedagógico e instruir al usuario sobre
la marcha, por supuesto sin abusar como hacen otros.

La polivalencia de los ordenadores servirá para cubrir desde un solo


ordenador la múltiple operativa que ahora llevamos a cabo en varios
equipos. Un solo ordenador hará las veces de todo un sistema.

La fiabilidad de los ordenadores y sus sistemas operativos ha ido en


aumento. Un Pentium corriendo sobre Windows NT ofrece un nivel
muy aceptable de seguridad.

El futuro está con los que todavía llamamos ordenadores


personales, pero que son ya ordenadores profesionales y
empresariales. Pronto perderán el apellido y los conoceremos
simplemente como ordenadores.
La televisión del futuro, de mañana mismo, se resolverá con estos
ordenadores. Y con muchas tarjetas, que llevarán dentro. Y muchos
programas, uno para cada cometido.

El mismo ordenador servirá quizás para varias funciones, será


compartido por diversos usuarios a distintas horas del día o de la
noche. Pero cuando estemos trabajando en una tarea, aunque sea
compleja, parecerá que trabajamos con un solo equipo. La interfaz
será amigable, fácil e intuitiva.

La informática y el vídeo serán indistinguibles. Es una tendencia


universal, imparable, que superará cualquier barrera y prejuicio. No
es ciencia ficción. Algo de todo esto es ya una realidad hoy día.

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