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CRISTINA PERI ROSSI LA REBELION DE LOS NINOS Seix Barral x Biblioteca Breve EL LABERINTO El nifio estaba subido al Arbol, Desde alli, otea- ba el horizonte. El la miré y sintié que no tenia nada que decirle, —Diez por diez, cien. Diez por cien, mil. Diez por mil, diez mil —canturred el nifio, desde arriba del rbol—. Papa, ¢por qué nuestro sistema de numera- cién es decimal? —pregunté en seguida, mientras in- tentaba divisar la linea del horizonte. Habfa ofdo decir que el horizonte era una linea. —Probablemente porque tenemos diez dedos en. las manos —contesté él, distraidamente—. Si tuvié- ramos doce, el sistema serfa duodecimal. ‘Nada distinto al tedio y a la pesadumbre. Al te- dio, a la pesadumbre. Sacé un cigarrillo del paquete, y lo encendié sin prisa. Hizo un gesto hacia ella, que no acept6. Siem- pre olvidaba que ella no fumaba. No tenia vicios. Tampoco le habia regalado nunca un libro de mate- maticas. Pensé en mujeres que podrian haberlo he- cho. Esas, no las conocfa, no las habia visto nunca pasar, y si las habia, él no las supo encontrar. —Y si no tuvigramos ojos para mirar, qué usa- riamos? —pregunté el nifio. A veces los ojos no ser- vian: ahora no alcanzaban a divisar esa recta que lamaban horizonte, —El tacto —respondié el padre—. 0 el olfato, 0 el paladar —agreg6—. 0 quiz el calculo. El céleulo de posibilidades. 15 —El te admira —murmurd ins ella, en vo; y Ce Toone. me ustaria... No quisiera que nance,” un Iaberin gig) 2808; Lewis Carroll habia dibujacdo 2 into. El problema consistia en hallar el ca, diluiria, desapareceria stibitamente, menzar a vivir sin padre i un camino . ae y habria que co- juiza sin madre, quizé si que condujera del rombo central ils Ella también 1o habia I admirado. Sintis i Gp? sechaco hacia esa idea. gPor quéne tenn, ido quererlo sin admirarlo? cs < AO Munea... —comenzé ir—. B¢ en la admiracion, eee 0 era eso lo i i cine peng C80 2 ate queria, No habia querido de. £1 te admira —recal estoy Higa SFecales clla, con rencor—, No chan ganna el final de Ia frase, Los nifos lo escu- i todo, Al dejar de serlo, se va adquiriente ie Pacidad de ofr s6lo fra pesca prs : wgmentos, y a veces se pued, ignorar una f i mayor ere ‘Tase entera, una vida entera, sin mayor Sélo habia amado a hor i f D mbres a quienes pudo ad- Bigs Admirar hasta la decepcion. El anteres hate, arges sco, Fue muy fécil ajudarla a decenea + ella se dejaba levar i ‘ Suavidad, hasta con delete. Ya) sheypentente con Nunca con- era un hombre chiquit. pales apoyando el brazo derecho sobre Is Ese it 70 del jardin, pintada de blanco, No se habia 16 quitado la gabardina, y de ve en cuando la otra mano se deslizaba por el borde azul, como si quisie- ra comprobar que todo estaba en orden, que los bo- tones seguian en su lugar, que nadie vefa para aden- tro, que su cuerpo estaba protegido, El arbol era un naranjo. Un naranjo de hojas pequefias y muy ver- des que tenfan un sabor amargo. El las habia pro- bado un par de veces. Cuando vinieron a vivir a esa casa (de eso hacia much{simo tiempo, por lo menos como un afio), él se sintié muy contento porque la asa tenia jardin, y en el jardin habia algunos arbo- Ies, Arboles a los cuales uno se podia trepar y desde ii mirar el mundo como desde un barco, Se vefan los contornos de las casas mas distantes, se vefan las hamacas de hierro en los jardines vacios, donde a veces se balanceaban nifias, se vefan cuerdas de ropa secdndose al sol y muy a lo lejos, perdido entre ca- Iles recortadas, un pedazo de mar, tan quieto y tan gris que parecia un cuadro. El no supo al principio que eso era el mar, pero su padre se lo indicd. Le dijo: «Aquello que ves a lo lejos, muy lejos, aquel cuadradito gris es el mar.» Y él lanzé un abhhhh muy largo, un ahhhhh de placer, estoy vivo, la casa tiene un jardin, en el jardin hay arboles, a lo lejos Veo el mar y el mar es quieto y gris, parecido a un cuadro. A un cuadro que vio en una exposicién. Su padre lo llevé a la galeria, pagd dos entradas y le ¢ompré un catélogo. El estaba contento y emocio- nado, como cada vez que salia de paseo con su pa- dre. Como cada vez que él le explicaba algo. No siempre entendia las palabras, no siempre estaba se- guro de comprender el significado de su pensamien- 0, pero le parecia muy importante que él le hablara y le agradecia —le agradecta tanto— que para ha- erlo, no simplificara su lenguaje, no intentara hacer Jas cosas més sencillas solo para que él pudiera com- prenderlas. Una emocién parecida a la que experi- 7 frantaba al entrar a una iglesia, aunque su padre le habia dicho que por ahora no eran catélicos’ que ya e Nerta més adelante, que ése era un problema my complejo y que ya tendria tiempo de decidir en el futuro, ePor qué de un dia a otro las ninas habia dejado de venir a su casa? Una emocién muy gram de, cuando él le hablaba, algo miento, y elevaba los ojos para Padre tuviera la mirada tranguila y distante, como si Gp realidad hablara con el agua del rio y con las pie. dras, Tanta emocién que casi no podia resistir, por- due le parecia que su padre le hablaba de otras’ on, sas. Nunca estaba seguro acerca de hablaba de esto o de lo otro. Pero le gustaba mucho escucharlo, tanto como treparse a los arboles, comer naranjas y jugar con las nifias. Pero eran cosas dife. Tentes, sin embargo. Comer naranjas se acababa; era satisfactorio, pero se cumplia y basta. Alo sumo, le @uedaba en las manos y en las ropas un olor acide ¥ fuerte, que se distinguia desde lejos. Jugar con ke nidas era muy emocionante, lo excitaba mucho, pero a Neces también era dificultoso, incomprensible es, Pecialmente si las nifias tenian mal cardcter o se fan tidiaban. En cambio, la conversacién de su padre no terminaba, aunque él se hubiera callado. Y nunc Producia disgusto. Las palabras quedaban suspendi, das, permanecian, y él sentia que participaba de una €osa, de una cosa que estaba més alla de él, que flo. taba, En la galeria, él se sintis regocijado; primero echo a correr entre los cuadros, sin mirarlos, Ere tal su alegria que resbalaba por el parquet de la sala como sobre una pista. La excitacién no lo dejaba Parar, no le permitia detenerse. Su padre lo miro sonriendo, dejandolo correr, dejéndolo deslizarse. Por las ventanas entraba una luz difsa, la luz de on Parque contiguo leno de arboles, con senderos por donde padres y madres caminaban con sus hijos; hn 18 mirarlo, aunque su lgunas hojas caidas no recogidas todavia, y él oe tana muy rubia de cabellos largos que nia ido celeste. pe: IN ita io peso medio ioc a Be ri por au marie ycaminat 2 5A ff dignidad, Su dignidad Jo excite le hizo mally bien al mismo tiempo. Llevaba puestos unos zapatos Besros ave se abrochaban a un costado con un pe Buieto botsn, encima de Tos caleetines blancos, cor tos, que apenas llegaban al tobillo. Apreté la nariz, contra el vidrio para mirar mejor. ¢Por qué se Me Imcjor si uno apretaba la naviz ae al vidrio? El © se aproximé caminando_tranquilamente. reas tanto la nariz contra el vido que la natiz se achataba y de pronto el vidrio se nublaba y él de- sesperadamente Io limpiaba con los codos, porque tenia un pulléver de lana que servia muy bien para r vidrios, 4 sus espaldas y echando los ojos a mirar por el sen- dero de dlamos contiguo a la galeria. En seguida vio a la nifa que caminaba con su madre, de langos ca- bellos rubios, y él también se la puso a mirar, len- te e a Deco caver = coments el nifo en Alia vor, pretando cada vez més Ia nariz conta el vidrio—. ¢Qué son esos arboles de alrededor? —Son élamos —dijo el padre. Ambos miraron. Bsque las dos caminaban, munca se slejaban mus ho de su campo de visién, de modo que ela dian observar perfectamente los cabellos ru Hos que Biss 2 sos laos de la cara, el estidito celeste, filmidonado, los zapatos negros con un pequefio bo- 16n al costado y los calcetines blancos que apenas ian los tobillos. ators ia mujer y la nifia se habfan acercado a un @stanque, en medio del sendero, y miraban el fondo, 19 (onde seguramente pececitos rojos y azules nada- an, sorbiendo apenas el agua, cortiendo veloccs guando Ja superficie se agitaba. Sobre el ectangue wian caido algunas hojas de los arboles proximos —Ahora ella esta mirando el agua del estangue =proclamé el nifio, OG —Los zapatos —murmuré el el padre~, gHas visto los zapatos? Son negros ¥y tienen un pequetio boton al costado. A veces, debe tardar muche Pequeiio que sea, en un ojal asl. Pero ella on ont Pacienta nunca. Creo que no conoce la impacienciy, ierde jamés su dignidad. Cae —Creo que ella tambié s dan en el agua —aseguré elnino, Ps OME —Fijate qué hermoso sto de su ma dijo el padke. La nina habia asjoae Meee He mano con indolencia sobre el borde del estanque Le iano tenia cinco dedos, como todas las enane pero staba seguro de que era Ia mano mas bella’ del No supo bien eémo, pero al rai $ sentados alrededor de las mesas del periue moves do refrescos y conversando. Su padre siempre se las ingeniaba para que él pudiera acerearse a las wine. ¥ aunque jamés hablaban del asunto, él se lo ngs decia interiormente. Admiraba a su padre por sco. Porque de una manera muy natural, y sin que tucie Fa que pedirselo, provocaba el encuentro con Ine nifias, sin forzar la situacién, como si estar juntos alrededor de la mesa de hierro blanca bebiende re frescos y conversando fuera la tinica calminacion posible de esa bella tarde, de los cuadros vistos la galeria, de la sucesion de alamos y de los peces de colores que nadaban en el fondo del estanque. Se la quedo mirando, extasiado, su corazon pal taba aceleradamente y al principio no supo que ae 20 cirle. Su padre habia quedado en diagonal con la nifia, al lado de la madre, de modo que la miraba oblicuamente. Los refrescos estaban sobre la mesa, ¥ su padre balanceaba indolentemente un cigarrillo en el extremo de una de sus manos. —Es un lugar realmente muy agradable —dijo la mujer, abarcando con su mirada la galeria, el par que, el estanque, la hilera de dlamos, seguramente la luz difusa de la tarde, seguramente las ventanas y Jos peces que en el fondo del estanque nadaban en direcciones opuestas. Las piernas de la nifia no Ile gaban al suelo (las suyas, tampoco), de modo que @olgaban, como las hojas de los dlamos, sin caer. £1 la miraba con disimulo, ruborizandose a ve- es, sin poder decir palabra. Tan sumido en su an- gustioso mutismo que el refresco se calentaba en sus manos sin que se lo levara a los labios. El padre tampoco hablaba. El sabia que el padre no hablaba, i pesar de la serie de frases amables y convenciona- Jes que pronunciaba con delicadeza, como si se tra: fara de una artesanfa, Era extremadamente habil para conversar con intrascendencia, haciendo que todo el mundo se sintiera bien, pero quién sabe dén- de estaba en realidad su conversacién. La diagonal era una buena linea de observacion Petras de sus lentes de sol, la nifia y el parque ad- quirian unos deliciosos tonos sepias. ¢Por qué no lo fuxiliaba? ¢Por qué no vena en su ayuda? ¢Por qué Jo abandonaba allf, en esa muda contemplacién, por qué no lo mandaba a jugar o a correr, por qué de lina manera autoritaria no lo obligaba a beber su Yefresco y a juntar distintas clases de hojas? La nifia tenfa en los Iébulos unos pequefitsimos aros de oro. No eran completamente redondos, y la linea que se quebraba parecfa una interrogacién. —Doy clases de inglés. Si, clases de inglés. No es | trabajo més seductor del mundo —decia su pa- a dre suavemente—, er a oie Pero es el tinico que he encon- jer, mi ni i i amet la nifia sorbia su refresco educadamen- cath ra oes eer a saber nunca si estaba ida, la, si disfrutaba i i recorria las plantas, si des eee que queria lorar, Por qué no le d: bor gu po ee abe 70 ab épor qué su padre no | una orden, aaa ea oe decian, si decian algo, no podia lanera de ser a través de esos ojos fri Y serenos. Entonces se le ocurrié la ides selead ocurrié I; entonces se le ocurrié decir: ian ee —Papé, quiero ir a casa. Eché una tltima mirada, Lentamente sacé su billetera eae case ¥ pagé los refrescos, No era la primera nifia eee que iba a su casa, ya habfan ¥ Ja cosa alli era diferente. Ellas venian 2 le visita, como si fueran a una fiesta, y él se sentia iis duefio de Ia situacién; habia objetos, habia juebles, cosas conocidas que lo hacian sentirse més eguro, menos solo, Entonces, todo cambiaba; se po- dia jugar con las nifias, conversar con ellas, escar- par la tierra y fabricar caleidoscopios. Y aunque él fe mostraba generoso y espléndido, compartiendo jodos los objetos, ensefiéndoles sus conocimientos ‘obre plantas, insectos, mariposas, estrellas o estam- illas, bien se veia que él hacia todo eso porque que- via, podia mostrarse generoso y espléndido porque taba en su casa y eran sus cosas, lo cual le daba tesa sensacién de comodidad y de placer, de poder y de dominio, No iba a usar el poder, seguramente, ‘para esclavizar a las nifias. Con un gesto delicado = tocandolas suavemente a la altura de los hombros, sin oprimirlas, sintiendo que los cabellos negros 0 dorados rozaban las yemas de sus dedos— les mos- traba las figuras que los liquidos de colores forma- ban en el espejo del caleidoscopio, o el dibujo azula- do de las alas de una mariposa. —Qué es lo que siento? —le habia preguntado luna vez. al padre. Queria saber qué le inspiraban las lifias. El padre estaba de pie, frente a la ventana, jrando un caleidoscopio. Le gustaba descubrir ima- nes, figuras, y no parecia cansarse nunca de ese iretenimiento, Le habfa explicado que las combi- iciones posibles eran infinitas, y que jamés se re- yetian. «¢Cémo sabes ti que una figura no se ha spetido nunca?», le pregunté él, desconfiado. «Es ia ley», contest6 el padre. «No estoy muy seguro que alguien la haya comprobado», dijo el nifio, co convencido. «Podria repetirse una sin que nos i¢ramos cuenta», concluyé. Si imprimia un pequefio iro al cilindro, si sus dedos movian el estuche, esa (ta rosa encarnada sumergida en un lago de hie- desaparecia, subitamente desaparecerfa, no podria 2B verla nunca mas En el caleidoscopi wal Reus el padre, PUM decidir cusnto tiempo dura —dijo —Nunea sabré si la - Proxima figura seré me; Gio lies perv €l, muy concentrado, cerrande oy raves dePerondando mucho la vision del otro, —Ese serd tu problema —contests contest6 el pad Creo que lo que sientes es eoncupiscencia dijo, —¢Concupiscencia es saber que no tocatlas, avanzar un poco el dedo Golan Peetaeapa) Sobre el hombro, recorrer la costars det Wado (tienen los vestidos llenos de costuras, rats yas Apsturas sobresalen un poco) y de iprotichene pat un hilo, un hilo que cuelga de la tel ha deslizado di 2: Papé, Miiloede ha desizado il bombo Papa, a veces los hilos de hacen el vestido: sélo ses no lo ven, no lo ven porau ¥ No estén atentas, estan mirando la |; Vo que tengo en la pared del cuarto o esta Poquito y nadie lo verd, nadie sabr: do del hilo de su vestido blanco y mi, yo siento que él me lleva, me cond, e va, luce a al Parte que no esté afuera, sino adentro de mi fi ce fuera un nifio 7 murmuré el hombre tratan- © de resistir la mirada de la mujer—, si yo fucrs 24 nifio, gentiendes?, nadie lo notaria, nadie se daria nta. El jardin estaba un poco frfo y ella no lo habia Witado a entrar a Ja casa, Aunque su hijo estaba i, encima del arbol, ella no lo habia invitado a en- mar a la casa, —Mamé —grité el nifio desde arriba del arbol— Je parece que hay una naranja madura, Creo que estara dulce. Me parece que estan madurando sde ayer —dijo, y se trepé un poco més, para al- inzarla, Las nifias habfan dejado de venir. De pronto, de in dia para otro (como maduran las naranjas), las iifas habian dejado de venir. No supo por qué. ¢Ha- sido, quiz4, lo que su padre Ilamé concupiscen- Ja? zAcaso ellas lo habian notado y él tenia que ivergonzarse? —Si yo tuviera su edad —continué el hombre, ha- llando bajo y haciendo un esfuerzo extraordina- lo—; si me trepara a los arboles y arrancara naran- jas verdes con las manos. El cigarrillo se habia consumido, pero él no in- 16 apagarlo. Un bloque de ceniza, muy gris y muy lida, se sostenfa en el extremo, y uno sabia que jando cayera, no caeria por partes, se desmorona- entera, dejando la colilla desguarnecida, sola, in- iz. Ningtin buen fumador puede soportar bien la ida de un bloque de ceniza. —El te admira —insistié la mujer, con voz cris: ida, tensa—. El te admira y no quiero que nunca..., jue jams. La vida se habia desordenado. La vida se habia sordenado mucho. Sin las nifias, los objetos pare- inglés, y eso se ve que lo ponfa muy triste, ya no hablaba con él y no respondia a sus pregum, tas. Por el cielo, vio que el sol se estaba poniendo, Vio que el sol empezaba a irse, y arrastraba, en su fuga, muchos colores que le gustaban, muchas na. Tanjas que oscurecfan, muchas cosas que ya no s. veian, No quiero que se vaya —grité desde el arbol, Ambos levantaron Ia cabeza, como tocados por una claridad. Lo miraron al unisono y él se sorprem. di6, pero no perdié tiempo, contests ala mirads con otra lena de fuerza y de decision, como para impre. sionatlos. ¢Qué habia dicho? Fuera lo que fuera, ha. bia causado efecto, No quiero que se vaya —repitis, sabiendo que esta frase ejercfa un extrafio poder. En el desorden venfan frases como ésta, en el desorden de pronto apatecfan islas encantadas descubiertas al azar, y uno se instalaba en ellas precariamente, pero tratan. do de reconstruir el mundo. No queria que el sol se fuera y parecia que en ese deseo cabian muchas co. Sas: la ausencia de las nifias, el suibito alejamiento de Papa, la tristeza de la madre. Ellas se fueron de un dia para otro, sin explicaciones, ya no venian mas @ mirar su coleccién de hojas fusiformes, ni sus cara, Colas de mar, ni sus liminas de trenes antiguos. Ya no se llevaban, de regalo, vidrios de colores para ar. mar caleidoscopios, ni conchas de moluscos Ya no les podia ensefar a pintar y a dibujar con la punta de un alfiler en el interior de las almejas. Hay psiquiatras para eso —dijo la mujer, que habia dejado de mirar al nifto y estaba a punto de estremecerse de frfo, en medio del relente. Oscure. ofa y la quictud de la casa, con las luces apagadas, la casa enhiesta, erguida entre los naranjos y los fru. tales, producfa cierta sensacin de melancolia No quiero que se vaya —volvié a gritar el nifio, porque 26 i imi itra la hui- mmo si esgrimiera un arma. Un arma cont del sol, a ausencia de las nifias, la ef antenna Ta desaparicén de las Aguras en el caleldoaen: io, contra los vidrios que deformaban la realidad, mntra la irrupcién vertiginosa de la noche y Ia casa u e v sf —aifo el hombre poniéndose de ple Hag iquiatras y leyes. on Be lise cl Gorde de la gabardina, verifies cee aa jen abrochada. Hizo un gesto vago con la mano, una pecie de saludo, y sin mirar a la mujer, tom6. el imino que conducla a la calle, més alld de la valla Bi pronto la frase, la mina fraso/ habla pee Por qué la ultima vez que la dijo no fue eas ere cue Gaps wba no se habfan letenido y lo hablan mirado? Por qué la oyeron fimo algo natural, como si no existiera, como st no if te ferido no hacerlo, por es0, aceler6 el paso. —No quiero que te vayas —grité el nifio, angus- Bese gesto vago de saludo, un gesto que mas Ite una despedida, era una fuga, Una fuga precipi- Wa de los canteros, de los Arboles con naranjas des de hojas muy amargas, una fuga de la mujer ya no sabia adénde estaba, de los caleidoscopios colores y del recuerdo de las nifias que tienen ves- i eletesy cellos rubion. iba del arbol, nada se veia. : esis Lae nanan cad bolas scdt6y ee s. ilo sumido en la oscuridad del rbol. La casa, Bcc nodio de le noche, tiandio, aaa ite las manos en el bolsillo. Enredado en el papel paquete, venia un hilo blanco de vestido.

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