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Mitos y leyendas de nuestra América : LUCIA GEVERT Mitos: =o llustraciones de Andrés Julian y leyendas Mitos y leyendas 8 de nuestra América LUCIA GEVERT Los pueblos originarios de América supieron crear historias fantdsticas y hermosas para explicar el mundo que los rodeaba. Fueron historias que padres a hijos contaron en las noches junto al fuego durante muchas generaciones. Este libro reine un conjunto de catorce mitos y leyendas que han sido recopilados y vueltos a narrar para que los disfrutes leyendo. Asi comprobards que la imaginacidn de estos pueblos es tan fértil como la misma naturaleza americana. EDITORIAL 29] o & S 2 | 13] | La periodista y escritora Lucia Gevert ha permanecido desde siempre vinculada al mundo de la literatura. Cred la revista Colibri y dirigié la revista Mampato,una de las mas importantes publicaciones que ha habido en nuestro pais dirigidas al lector infantil y juvenil. Luego de ser co-fundadora del IBBY - Chile,fue su presidenta en dos perfodos,en 1973-1978 y luego en 1979-1995. Ha sido autora de varios libros, entre los que destacan: E/ puma (1969), El mundo de Amado (1991), Aventuras del Profesor Zavedruz (1993),donde postula una nueva forma de ensefiar ciencia a través de la literatura, y Lo cuenta el Cono Sur (1997), un conjunto de relatos recogidos de la mitologia sudamericana. Sus cuentos han aparecido publicados en diversas antologias y textos escolares: “El tatu y su capa de fiesta”, “El pato y el rio enfermo", “Acortando camino", “La puna’y “El camino de don Diego”. Recientemente, sus cuentos “Volar y volar”, “El pato y el rio enfermo” y “El gatito que no sabia ronronear’ le valieron su inclusi6n en la Lista de Honor del IBBY. EDITORIAL Mitos y leyendas de nuestra America Lucta Gevert Tlustraciones de Andrés Jullian EDITORIAL Coleccién La buena letra Direccién editorial: Gloria Paez Editores: Ismael Bermudez Jaime Ferrer Ilustraciones: Andrés Jullian Portada de coleccién: disefio i punto 1® forroktat @S Una marca registrada de MN Editorial Ltda. © 2005 MN Editorial Ltda. Condell 679 - of. 202, Providencia Teléfono: (562) 26110810 e-mail: cobranzas @ mneditorial.cl web: www.mneditorial.cl Primera edicion: 2005 Primera reimpresién: enero de 2007 Segunda reimpresién: enero de 2009 Tercera reimpresién: febrero de 2011 Cuarta reimpresiGn: abril de 2015 N° de inscripeién: 147.350 ISBN: 956-294-099-3 La presentacién y disposicién de la obra son propiedad del editor. Reservados todos los derechos para todos los paises. Ninguna parte de esta publicacion puede ser reproducida, almacenada o transmitida de ninguna forma, ni por ningun medio, sea este electrénico, fotocopia o cualquier otro, sin la previa autorizacion escrita por parte de los titulares de los derechos. Impreso por Salesianos Impresores $.A. INTRODUCCION Los mitos Seguin el Diccionario de la Real Academia Espafiola, “mito” significa “ficcién”, “alegorfa”; también explica fendmenos naturales relaciona- dos con mitos religiosos. Eso es todo. En realidad no es mucho lo que se puede comprender con esta escueta explicacién, por- que los mitos son més que una ficcién 0 una alegorfa. Por cierto, algunos mitos modernos se quedan solamente en eso, como podria ser aquello de que en Chile estan las mujeres mas bellas del mundo. Lo que en esta oportunidad nos interesa es su rafz religiosa, la que da origen a las religiones. Segtin el historiador holandés Johann Hui- zinga, “es en el mito y en el culto donde tienen su origen las grandes fuerzas impulsivas de la vi- 5 da cultural: derecho y orden, trafico, ganancia, artesanfa y arte, poesia, erudicién y ciencia”. Ademas agrega, “todo esto hunde sus raices en el terreno de la actividad lidica”. Como se puede apreciar, la Real Academia queda corta en su de- finicién, porque también es preciso subrayar que el mito no busca ganancias personales, es un “ac- to creador no utilitario”. En el fondo, el hom- bre frente a la naturaleza poderosa que envfa tempestades, rayos o terremotos, pero que también hace cantar los pajaros, salir y ponerse el sol, reacciona y despierta su capaci- dad creadora. Es probablemente un solo indivi- duo el que pone en accién esa, su capacidad creadora, segtin su psicologia, pero que al mismo tiempo representa la conciencia colectiva. Frente a acontecimientos para los cuales no encontré una explicacién racional, el hombre primitivo se entregé a un plano mds alld de su mente y su percepcién, dando asi origen a las religiones. Los dioses se enojaban frente a algu- nos actos humanos y era necesario hacerles ofren- das para mantenerlos agradados 0, por otra parte, agradecerles, también por medio de ofrendas y 6 sacrificios, su benevolencia en las cosechas abun- dantes, la buena salud y tantos motivos mas. Paulatinamente, el hombre comenzé sus primeros balbuceos y las lenguas fueron nacien- do. Con ellas, llegaron también las primeras creaciones espirituales que fueron formando lo que mis tarde llamarfamos las culturas, en cons- tante evolucidn. Se podré argiiir que antes exis- tian manifestaciones espirituales, como las pin- turas rupestres, algunas de extraordinaria calidad artistica, pero en ese estadio ya el hom- bre se podfa comunicar seguramente a través del lenguaje con sus semejantes y con ello, expresar ideas y creencias. Seguin el cientifico aleman Leo Frébenius, la comunicacién espiritual de los in- dividuos entre sf y con su medio ambiente es un largo proceso psfquico. Se necesita de seres con- vincentes capaces de transmitir su intuicién a los demas y que ésta sea aceptada. Si llega a sub- sistir su idea o sensacién y muchos de sus con- géneres la siguen, se transforma en un elemento vivo de su cultura, capaz de continuar en el tiempo. Hay muchos ejemplos de ello. Alguien debié concebir primero la idea de una peregri- Z nacidn a lo que consideré un lugar sagrado. Y arrastré a muchos tras de sf, hasta que en la ac- tualidad sabemos de enormes, multitudinarias y diferentes peregrinaciones. En cuanto a las ofrendas, las hay de varios tipos. En los paises asidticos cada dia a cada hora se hacen ofrendas a los dioses, casi siempre entregando comida y flores. Los aymaras no comienzan una fiesta sin ofrecer primero aguardiente a la madre tierra, a la Pachamama, en sefial de agradecimiento. ;Y los cultos cristianos? Hay los que ofrecen su do- lor como maxima expresién de entrega a Dios. Sabemos que han existido momentos his- toricos de dudas y las nuevas generaciones ya no quieren continuar con las viejas costumbres y creencias. En esas circunstancias cambia el culto, aunque no la esencia misma de la religién. El luto negro de occidente se transforma en blanco en el oriente y en rojo en algunas tribus africa- nas. El fondo es el mismo. Se desea expresar do- lor, sufrimiento, pena. Pero el modo de hacerlo va cambiando no solo de cultura en cultura, sino también en el tiempo. A veces las costumbres hunden sus rafces tan lejos, que ya su sentido se 8 olvida. Y cuando se llega al punto de la muerte, ésta se relaciona con la idea de Dios. Por cierto existen los agndsticos y los ateos, pero tales ex- cepciones no bastan para negar la norma. Existen ejemplos extrafios de culturas que recurren a los mitos no solo para explicar los fenémenos de la naturaleza, sino que también los sucesos. En este sentido el mito se transforma en una comunicacién, en un lenguaje. Por ejemplo, en Australia existen algunos aborigenes que desconocen la relacién entre un acto sexual y un embarazo. ;Por qué habria de haberla si algunas veces sf y otras no hay un nacimiento consiguiente? Entonces, las muchas preguntas que surgen son contestadas a través de un mito. En ciertas ocasiones pueden ser muy pocticos, como el del sereno de los aymaras, que pone la musica dentro de los instrumentos para que puedan ser tocados, pero para ello se debe cumplir un estricto ritual; o de orden y derecho como el del Trauco en Chiloé, que permite mantener una organizacién social aun cuando evidentemente ha habido una transgresién a las reglas de la comunidad. También hay otros, re- 2 lacionados con la ciencia natural, como el conocimiento transmitido por la diosa Caa- Tharé a los guaranfes para que sepan aprovechar la fuerza y la energfa que trae la yerba mate. Y as{ tanto més. Por todo lo dicho creo que es importante conservar los mitos. Ellos hunden sus rafces en lo mas profundo de sus culturas. Y en patses como los nuestros que no cuentan con muchos siglos de cristalizacién de las diferentes fuentes que los componen, son més importantes atin. Son lo que puede defender nuestra identidad de los embates y avatares de la aldea global. A decir verdad, creo que ya estdn sucediendo ciertos cambios en nuestra cultura chilena, es decir, en nuestro modo de ser. Un enorme cambio cultural nos ha cafdo encima y lo hemos aceptado. Los mitos antiguos quizd4s nos puedan ayudar a defender lo que somos. 10 LA FLOR MAGNIFICA Narracién basada en un mito amazénico. (Brasil) Cc omo tantas otras noches, la bella y joven Naid salié a escondidas de su choza cerca del gran rio Amazonas para mirar los rayos plateados de la luna con la esperanza de que esta se fijara en ella. Porque en su tribu el hechicero les habia explicado siempre, y todos asi lo crefan, que en realidad se trataba de un guerrero fuerte y poderoso que los miraba incesantemente desde el firmamento. De hecho, ya se habia casado con muchas jévenes hermosas que luego convirtié en estrellas. Eso le habfa sucedido, como todos sabfan, a Nacafra, la india mas linda de la hermana tribu de los maués. Y también a Jan, el fruto més codiciado de los arauques. Naid corrfa a pie pelado entre los Arboles y las lianas, sin miedo a los peligros que la acecha- ban. Conocfa a las serpientes venenosas, a las arafias peludas, a los horribles sapos y a los te- 11 midos jaguares que podrian hacerle dafio. Pero nada la intimidaba. Solo miraba al cielo, donde la luna y las estrellas brillaban como hipnotizan- dola. Cansada, volvia a acostarse en su hamaca, sin que nadie advirtiera su ausencia. Pero ya todos sus amigos se habfan dado cuenta de que estaba enamorada de la luna, porque uno tras otro fue despidiendo a los jdvenes valientes que la pretendian. No tenfa ojos para nadie y una gran melancolfa fue envolviéndola. Cuando se acercaba el tiempo de la luna Ilena y se aparecfa bajando desde el cielo el poderoso guerrero para casarse con una india, Naid se transformaba, llena de ilusién. Adornaba con flores su pelo oscuro y su risa se podia escuchar desde lejos. jCudn grande era luego su pena! Miraba hacia arriba y descubrfa otra estrella mirando. Y entonces, Naid lloraba. Una noche, como tantas otras, se puso to- dos los adornos que posefa. Collares de semillas de colores alrededor de su cuello y pulseras en los brazos. Se vefa hermosa y tadiante, pero na- die la vio cuando salié corriendo a la espesura. 12 13 Los rayos plateados de la luna le mostraban un camino hasta ese momento nunca antes recorti- do entre gruesos troncos, ramas y helechos. An- duvo mucho y, de pronto, no pudo ver mds la luna, porque los drboles tan altos de ese lugar hasta donde habfa llegado no dejaban pasar la luz. Todo era desconocido para Naid. Pero, sin miedo, continué su camino. Hasta que, de pronto, se sorprendié al en- contrarse junto a un lago. Sobre su superficie pulida brillaba placida e incitante la luna. Su felicidad fue indescriptible, pues no le cupo nin- guna duda de que su guerrero plateado habia ido a buscarla. Y plena de amor y pasion se lan- 26 al agua a abrazarse con su amado. Sin embargo, no era ese su destino. Sin poder impedirlo se hundié para siempre en las aguas profundas. Cuando la luna-guerrero vio el resultado de su desprecio, se arrepintié dolorosamente de no haberla querido hacer una brillante estrella del firmamento. Se quedé pensativo. Algo debia ha- cer. Decidié, entonces, transformarla en la mds bella flor del agua, que todas las noches abriera 14 los pétalos enormes y su luz de luna iluminara su corola rosada. Y asi nacié esa maravillosa planta acuatica que hoy conocemos como victoria regia, y se ha constituido la flor nacional del Brasil. EL ORO Y LAS AGUERRIDAS AMAZONAS Narracién basada en una leyenda de la selva amazénica (Venezuela, Guayanas, Brasil, Colombia) ._n siglo llevaban ya los conquistadores espafioles y portugueses recorriendo incansablemente las tierras del norte de América del Sur en busca de tesoros que pudieran Ilevarse de regreso a la peninsula ibérica. Su gran ambicién era encontrar otro reino como el de México o del Perti, donde obtuvieron una gran sala repleta de oro a cambio del rescate del Inca Atahualpa, a quien luego dieron una muerte tan despiadada como traidora. En sus correrfas por la selva amazénica, donde debieron padecer miiltiples penurias, em- pezando por soportar un clima agobiante al que no estaban acostumbrados, escuchaban de tan- 16 to en tanto historias sobre la existencia de tribus que eran riquisimas en este preciado metal, lo que les hacia abrir sus ojos y apetitos mercanti- les. A pesar de perder hombres, cabalgaduras y salud a causa de bichos, animalejos y enfermeda- des desconocidas para ellos, continuaban con la idea fija de regresar colmados de fama y fortuna a las tierras que los habian visto nacer. Un dia escucharon rumores de ciertos yacimientos como los que imaginaban y anhelaban, que estaban en direccién a Guayana. También oyeron hablar de sus habitantes, los achaguas, y hacia alld dirigieron sus pasos, sabiendo que deberian recorrer leguas y leguas atravesando por territorios inhéspitos que jamas habian sido transitados por otras personas que no fueran los naturales de la zona. Pero los conquistadores estaban dispuestos a no escatimar esfuerzos y sacrificios, porque sentfan que era el camino que tanto habian bus- cado. Debieron esperar que pasaran los meses de las grandes lluvias, cuando era imposible atrave- sar los inmensos y caudalosos rfos que todo lo inundaban. Mientras preparaban los aparejos 17 para hombres y cabalgaduras, ofan cada vez mds frecuentemente de boca de aborigenes amazéni- cos curiosas e inquietantes noticias de la zona. De este modo supieron que los achaguas anda- ban totalmente desnudos y dormian en hamacas hechas con fibras de ramas de cocoteros, que se rapaban la cabeza, tenfan alimentos, como el maiz y la tapioca, hacian un licor con jugo de pifia, comfan peces y sabfan cémo vivir y desen- volverse en los grandes pantanos. En otros luga- res, habian ofdo que los sacerdotes que acompa- fiaban a los conquistadores obligaban a vestirse a quienes no cubrian sus cuerpos, con lo cual sdlo conseguian que las ropas htimedas de algo- dén les provocaran fuertes gripes a las que no estaban acostumbrados y que muchas veces eran la causa de su muerte. En sus poblados, los achaguas construfan enormes cabafias de paja donde no entraban los temidos mosquitos con sus infecciones, Para suerte de los conquistadores, los achaguas se mostraron amistosos y junto a ellos pudieron permanecer hasta que se recuperaron de la exte- nuante travesia. Aprendieron a comer carnes ex- 18 trafias y a observar pdjaros de hermosisimo plu- maje, ademas de enfrentar mejor los naturales tips peligros de la zona, como los jaguares y otros animales que tenfan veneno hasta en sus puas. Pero lo més interesante, lo que disparé la imaginacién de los conquistadores, fueron las historias que hablaban de la existencia de las amazonas, unas mujeres blancas, altas y hermosas que sabian combatir como el mejor guerrero, Ellas embadurnaban sus flechas con veneno y para lanzarlas mejor, algunos decfan que se cortaban un pecho. Cuando querian aceptaban a un hombre y luego lo arrojaban de su choza. Las amazonas eran fornidas y valientes y todas las tribus que hablaban de ellas les tenian miedo, a pesar de nunca haberlas encontrado ni visto siquiera de lejos. Mientras mayor cantidad de historias sobre esas bravas mujeres ofan los conquistadores, més se multiplicaban sus ansias de encontrarlas y nuevos brios les nacian Para proseguir con su conquista. También los atrafa fuertemente el obtener sal para sazonar sus alimentos, por ser muy esca- sa en la selva. Por eso continuaron Viaje pa- 20 ra llegar a las tierras de los caciques Ahua y Acanare, lo més cerca que se habia llegado en la Conquista hasta el enorme tio Orinoco. Alli nuevamente oyeron hablar de las grandes riquezas en oro que tenian otras tribus, pero jams resultaron ser ciertas esas historias que los aborigenes les contaban con el propésito de alejarlos de sus tierras. En las margenes del Orinoco, los conquistadores no encontraron ni siquiera arenas dureas ni mucho menos minas con filones de oro como ellos esperaban. Asi fue como, luego de decenios de padecimientos y habiendo por fin comprendido que muchas de las historias que les contaban en la selva eran sdlo cuentos para engafiarlos, los conquistadores abandonaron sus ambiciosos suefios de riqueza. 22 EL DORADO Narracién basada en una leyenda de la zona ecuatorial (Colombia y Ecuador) ) ajando de los cerros y Hegando de “ lugares cercanos que rodean la oo en sabana bogotana, venian personas ataviadas con sus mejores prendas a la ceremonia que se llevarfa a efecto en la laguna de Guatavita. Era una ceremonia que muy pocas veces los indigenas tenfan la oportunidad de seal ciar. Solamente se vivia algo tan maravi si cuando un nuevo Sipd asumia como jefe de los muiscas. Entre exuberantes flores, hermosos te- jidos, preciosas joyas de oro, fabricadas aaa con el delicado sistema de “a la cera pendida sy marchando al son de cantos, acompafiados de tambores y flautas, los indfgenas se acercaban lo que més podian a las margenes de la laguna. Nadie querfa perderse detalles de la cere- monia sobre la cual venian escuchando fantasti- aS cas historias desde su infancia. Para la préxima ocasién deberfan esperar la muerte de su nuevo jefe. De pronto, rompiendo la algarabia, se pro- dujo un silencio que conmovié a todos los que aguardaban alli desde hacia largo rato. Habia lIle- gado el momento del inicio de la ceremonia para la cual se habfan preparado con tanto esmero, Una doble fila de sacerdotes engalanados con sus atavios y coronas de plumas que deno- taban su dignidad, junto a los principales de la tribu, hacfan espacio para que pasara entre ellos el personaje que era motivo del encuentro, el motivo de la festividad. E] joven Sipd se vefa palido y delgado tras las largas horas de ayuno a que habfa sido sometido para su purificacién. Llegado el solemne cortejo a la orilla de la lagu- na, los personajes principales abordaron una balsa que los esperaba primorosamente adorna- da con ramas y flores, y los remeros la conduje- ron lentamente hasta el medio de las aguas. Alli sucedié algo que los muiscas no podian creer, a pesar de que lo habfan ofdo tantas veces de labios de sus abuelos, 24 Los sacerdotes de mayor rango que acom- pafiaban al joven elegido le quitaron la capa de fino tejido que lo cubrfa y lo dejaron desnudo frente al lugar exacto donde aparecerfa el sol. Un fuerte murmullo de admiracién y asom- bro se dejé sentir en ese momento. , Entonces, con las manos untadas en miel y resina de arbol, los sacerdotes comenzaron a embadurnar de pies a cabeza el palido cuerpo del joven Sipa. Una vez concluida esa delicada tarea, procedieron a esparcirle polvo de oro has- ta cubrir completamente toda su piel. En ese preciso momento aparecié el astro rey con todo su esplendor sobre la linea del horizonte, de ma- nera que desde la orilla de la laguna los muiscas vieron a su nuevo jefe totalmente iluminado y reluciente con un precioso color dorado. Lo recibieron con grandes aclamaciones. Pero faltaba atin la parte de mayor trascen- dencia de la ceremonia. Asf, revestido de oro, el joven Sip debia sumergirse en las aguas de la laguna. En ese momento, todos spicnss deseaban expresar devocién a su divinidad debfan lanzar a las profundidades sus mejores joyas de oro, sus 25 esmeraldas y sus finos tejidos de algodén. La fiesta recién comenzaba para celebrar al nuevo Sipa. Los bailes, la musica y los juegos de competencias se extenderfan por tres dias. El sacrificio que demostraban con ello a su Dios Sol era enorme, porque eran un pueblo reconocido como expertos comerciantes que viajaban por todo el valle del rio Magdalena, hasta el Caribe; hacia el sur, hasta Quito, y por la regidn del este, hasta el Orinoco. En todos los lugares se encontraban también con otras tribus que labraban muy bien el oro empleando dife- rentes técnicas, pero los muiscas nunca cayeron en la tentacién de guardarlo de otro modo que no fuera como objetos de arte y como ofrenda a sus dioses. En el Museo del Oro de la Republica Co- lombiana, es posible observar en la actualidad una pequefia balsa de oro, preciosamente ilu- minada, que se destaca majestuosamente en su entorno forrado de terciopelo negro. Se cuenta que hace mucho tiempo esa balsa de oro fue llevada envuelta en unos viejos diarios por un pequefio labrador al pdrroco de la regién, 27 pues deseaba saber su valor para venderla. La bal- sa habfa permanecido por largos afios en poder de su abuelo, quien la habia recibido también de manos del suyo y la habfa guardado celosamente. Solo en ese momento hubo certeza de lo que se habfa transmitido oralmente por generaciones en la sabana bogotana. La ceremonia de la laguna de Guatavita era mds que una leyenda. Era verdad. Lo que si quedé en la penumbra de los tiempos fue la leyenda de El Dorado, la que dio origen a una constante y frenética btisqueda por parte de los codiciosos conquistadores espafioles de ese lugar mitico que se suponia Ileno de tesoros de gran valor. Recorrieron numerosas lagunas sagradas, como Guasca, Sicha, Tensacd e Ibagué, entre otras de hermosos nombres, pero nunca dieron con la que buscaban. La mayoria de los conquistadores se perdié en los pantanos de la selva Ilevados por su insaciable ambicién de riquezas. 28 LA YERBA MARAVILLOSA Narracién basada en un mito guarani-charrtia. (Brasil y Uruguay) f : Liscta ya mucho tiempo, no sabfa cudnto, que Jaguareté andaba vagando por la selva, alejéndose cada vez més de su tribu. Se habia encontrado con animales y flores desconocidos y comenzaba a sentir nostalgia y una especie de gran fatiga. Su fuerza y valentia estaban dando pasos a algo como aburrimiento y desgano. Vio un enorme ceibo y fue hacia él a sentarse y descansar bajo la sombra de sus ramas y sus hermosas flores rojas. Llevaba en sus manos unos sabrosos mamaos y Mangos para mitigar su cansancio y sed. Una vez mis, las imagenes de su gente y su choza se le vinieron a la mente, pero en esta opor- tunidad, con mayor nitidez. Sus recuerdos revivie- ron de nuevo la fogata, su tribu, la discusién. Se vio, de pronto, en un claro del bosque junto a todos los que estaban reunidos después 30 de una exitosa cacerfa. Entre ellos, también el yaleroso Piratina, luciendo con orgullo su collar adornado con los dientes de cien enemigos ven- idos por él. ae hizo el esfuerzo, no le fue posible ahora recordar el motivo por el cual comenzaron a discutir. Pero claramente fue percibiendo de nuevo el tono de la pelea que empezaron los dos, cada momento més fuerte y mas atrevido. Se vio, otra vez, tomando un garrote, lo ppmero que encontré, para darle con él un terrible mazazo en la cabeza. Cuando llegé a este punto de sus meee dos, como tantas veces anteriores, desperts de su ensuefio y de un salto quedé parado junto al tronco del Arbol. Su corazén agitado y su respi- racién entrecortada le decfan que atin tenfa muy frescos los acontecimientos, a pesar de las mu- chas, muchas lunas que ya habia andado en es- tos parajes desconocidos. No habia superado la situacién. ;Cémo podria hacerlo, si con ese acto habfa matado a su amigo? Vio, de nuevo, a Pi- ratna tendido en el suelo en un charco de san- gre y, de inmediato, él mismo rodeado de gue- 31 rreros furiosos que lo Ilevaron al poste de los condenados y alli lo amarraron. Sabfa que me- recfa la pena de muerte, pero era el padre del difunto quien debia pronunciarla. Segtin las leyes de la tribu, a él le correspondia dictar sen- tencia. Fue por eso que, rasgando el pesado y tenso silencio que habfa cafdo sobre la gente, se alzé la voz fuerte y poderosa del sabio Cuaruasti, el an- ciano padre de Piratina. Con ira contenida y as- pirando profundamente el aire, declaré: —No deseo la sangre ni la vida de Jagua- reté, porque creo que no fue él quien realmente mat6 a mi hijo. Pienso que fue Anhangé, el espiritu del mal. Todos se quedaron mudos. No podian creer lo que habfan ofdo. Una pausa larga se hizo sentir, sin que la rompieran ni siquiera las aves con su canto. Luego, el adolorido viejo continud: —Pido que Jaguareté sea expulsado de la tribu, que nunca més vuelva con nosotros, que se vaya, de inmediato, lo mds lejos que sus piernas puedan Ilevarlo. Serd desterrado para siempre. 32 33 Al ofr la sentencia, el asesino palidecid, Ha. bria preferido morir él también. Era peor el esta obligado a vivir solo, sin sus padres, ni hermanos, ni amigos, ni nunca poder volver a ver a su gente, Sin embargo, no cabia apelacién posible. La palabra del progenitor de su victima era obli gatoria. El padre de Piratina habia hablado yl que habia dicho se cumpliria. Y aqui estaba aho- ra Jaguareté, bajo el ceibo frondoso, después d haber vagado tanto por la selva desconocida. Se movié para continuar su camino incier to. Asi estuvo vagando por dfas y dias. Ahora habia Ilegado a un lugar lejano donde no vivi: mucha gente. Las pocas tribus que habfa encon- trado en su largo peregrinaje eran de personas amables y pacificas, pero nadie habfa demostra- do mas simpatia, pero tampoco lo recibieron, Eso lo decidié a instalarse, entonces, cerca de ellos. Con dificultad se construyé una choza, en- tre Arboles extrafios y arbustos desconocidos. Y se dispuso a vivir solo. Se preparaba su comida, cazaba algo o pescaba en el arroyo cercano. Ademés le gustaba tomar una exquisita be- bida que le habia ensefiado a preparar la diosa 34 Caa-Iharé, protectora de las plantas, rae . ha- bia apiadado de él. Se podia beber fria o cal a yse hacfa con una yerba maravillosa que devol via la fuerza y daba nuevas energias. Cuando la diosa se le habia presentado en suefios, como una we sidn celestial rodeada de luz, al principio se i moré en comprender lo que ella trataba de exp i- carle, pero con dulzura y paciencia le hizo entender finalmente que aquellas matas que cre- cfan ahi cerca servian para hacer una bebida ex- quisita y reconfortante. La diosa sie generosa. Y paso mucho tiempo... Un dia estaba sen- tado leno de remordimientos, lamentando una vez mas su destino, cuando vio aparecer un gru- po de indios desconocidos. Eran altos y fuertes, con aspecto fiero. Cuando hablaron les sak todo, pues eran de su misma tribu. Estaba ahora entre los suyos. Estos, muy asombrados al ver a este ermitafio solitario en medio de ninguna par- te, rodeado tnicamente de selva y cerca de un riachuelo, quisieron conocer su historia. Los invité, entonces, a sentarse en un circulo mientras les ofrecfa la exquisita bebida. Y comenzé a recordar. 35 —Muy avergonzado y arrepentido por haber matado a mi amigo Piratina y angustia- do con la sentencia del viejo Cuaruasu, anduve dias y dias sin rumbo alguno en medio de la selva. No sabia en qué direccidn me movia, por- que después de todo me daba igual donde llega- ra. Cierta vez estaba deprimido y fatigado, cuando al fin me vencié el cansancio y caf des- mayado en un lugar desconocido. Dormi pro- fundamente y creo que deseaba morir. Pero en suefios se me aparecié la diosa Caa-lharé, que cuida de las plantas, y me ensefié a preparar una bebida deliciosa con unas hojas de la selva. Es ésa que estén tomando ustedes ahora. {No es maravillosa? =Sivisi;.es estupenda. No la conociamos. —Bueno, gracias a ella pude continuar vi- viendo con nuevas fuerzas y energfas. Ustedes también se van a sentir mejor, me- nos cansados después de un momento. —Ya estamos sintiéndonos con més fuerza —dijeron algunos que se vefan mas resentidos por la larga jornada. Después de esto, los recién llegados se de- 37 dicaron a mirarlo de arriba abajo. Su asombro§ manos en alto se fueron alejando cee era enorme. Hasta que uno hablo: De vez en cuando algun. daba wate ta su ai é —Nosotros habfamos ofdo de tu caso, su-9} y ahi estaba Jaguareté ee, se has cedié hace muchos afios. Nadie imagina que tiff ltimo lazo con su pueblo, pero fe oul estés vivo. Todos creen all que la selva te co-} habia podido aes a beber la yerba ma nee mid. Era muy dificil que pudieras salir con vida El tiempo borré su recuerdo entre aq gentes a las que habia pertenecido, a — No quieres volver con nosotros ahora? costumbre de ees yerba mate que = Piratina y su padre estén muertos y no te pasard aprendieran, se quedé con ellos para siempre. nada. de ese castigo. Jaguareté los miré largamente, uno por uno, y finalmente expresé: —Creo que ya no podria vivir de otro mo- do. Aqui soy completamente libre y si necesito algo que yo mismo no me pueda procurar, se lo pido a mis amigos charrtias que son muy buenos conmigo. Siempre vienen a visitarme. Ellos tam- bién toman esta bebida, que Ilaman yerba mate, Les voy a conyidar a ustedes para que lleven y no se cansen demasiado al volver a la tribu. Mis pa- dres ya no deben de existir y mis hermanos esta- ran tan viejos como yo. A los que queden de mi familia los saludan en mi nombre. Se levantaron en silencio y agitando sus 38 NAIPI Y TAROBA Narracién basada en un mito guarani (Paraguay, Brasil y Argentina) [ _-n las apacibles orillas del ancho rfo Iguazu, los guaranfes-caingangues vivian confiados en su generosa naturaleza. Gracias a ella podfan so- brevivir sin problemas. Habia abundante caza y pesca y las cosechas de milo 0 mafz eran mds que suficientes. Los dias pasaban. Era necesario tallar la piedra para la punta de las flechas. Los mocetones se encargaban de esa tarea para hombres; entre ellos, Tarobé. Mientras tanto, las muchachas hilaban co- loridos y perfumados collares de flores para sus fiestas. Entre ellas estaba Naip(. La vida de los habitantes de la selva trans- curria sin grandes preocupaciones. Tupé, el rey de los dioses, los bendecia a todos con buenos frutos: bananos y cocos en los drboles y yuca en 40 la tierra para saciar el hambre; abundante _ para tomar y mucha caa o yerba mate, que les otorgaba salud y energfas. c Sin embargo, esta vida placida a veces se veia interrumpida bruscamente, porque quien verdaderamente gobernaba sobre los caingan- gues no era Tupa, sino su hijo Mboi, el gigan- tesco dios serpiente, que cada cierto tiempo exi- gfa ofrendas humanas para continuar en esa paz. Entonces la bonita Naipt, hija de Igobi, se Ilenaba de malos presentimientos y ane. Se escondfa entre los matorrales y grandes drboles para que nadie la encontrara y el dios.no se he ra en ella. Y cuando crefa que el peligro habia pasado, se iba a las orillas bajas y calmas del gran rio. Le agradaba mirarse en el espejo de a aguas. Era tanta su belleza, que ellas se detenfan un instante para que pudiera reflejarse mejor. Hasta Curupird, el poderoso sefior de los bosques y protector de los animales, se patsy no hacia oir su silbido estridente. Y el puerco es- pin que le servia de yehiculo lo hacfa detenerse. Y sucedi lo inevitable. Mboi, el dios serpiente-gobernador, se ha- Al 42 bia percatado de la belleza de Naipi y la exigid un dfa para ser entregada en su culto. Desde ese momento en adelante debfa vivir solo para él. Los mayores de la tierra aceptaron la peticién que los librarfa de males y enfermedades y les aseguraria la paz. Naipi serfa sacrificada. Pero nadie le pregunté a ella, ni menos a Taroba su enamorado, guerrero fuerte y valiente. La decisién general los hizo sufrir mucho, pero lucharfan en su contra. No permitirian que la muchacha sirviera de ofrenda al dios. Sin embargo, todos en la tribu se encon- traban ya trabajando arduamente, prepardndose para el gran dfa, Habfa que levantar un altar y vestirse adecuadamente, ademas de confeccio- nar las comidas y bebidas. Y llegé el momento de la consagracion. Los mejores asados de tattis 0 quirquinchos y de monos y aves, junto a jugos y trozos de sa- brosas frutas esperaban el comienzo de la cere- monia. Muchos tomaban ya del rico y embria- gador cauim y bailaban alegremente engalanados con sus trajes multicolores y plumas de guaca- 43 mayos en los cabellos. Los dedos largos y oscu- ros de los muisicos cainganges tocaban ritmos irresistibles en sus tambores. En medio de tanta algarabia, Tarob4 tomé de la mano a su amada Naip{ y corrieron hasta la canoa que tenfan escondida junto al rio. Con agilidad se subieron a ella y se dejaron arrastrar por la corriente tendidos en el fondo de la embarcacién. Cuando ya nadie los podfa ver, sacaron los remos para avanzar rapido y tomar distancia de su gente. ‘Todavia podfan escuchar la musica de los tambores. Pero, de pronto jay!, se detuvo. De inme- diato comprendieron que los habfan descubierto. En la tribu se miraban unos a otros, incrédu- los. No comprendian cémo podia suceder algo se- maejante: Naipi y Tarobé habian huido. Sobrevino un gran silencio, roto solo por los gritos encoleriza- dos de Mboi. Tanta y tan profunda fue su furia que no quiso saber més de los hombres y enroll4ndose con fuerza penetré en los abismos de la tierra. En sus entranas continus retorciéndose de rabia yla terra se movié junto con él. Asf fue que cambié el curso del rio Iguazt y nacieron las grandes cataratas. 44. EL ANACUA Narracién basada en un mito desaparecieron para siempre, Naipf se transformé centrales, fustigada afio tras mientras Tarobd La obse convertido, a su vez, inclinado sobre el abism guarani en una de las rocas (Paraguay; Argentina, Brasil y Uruguay) afio por la Corriente, tva desde la orilla en un drbol, ahora ya 0 hacia el rio para poder ebajo de ese Arbol se € una cueva, donde el tuel vigila para siempre L os guaranies del lado occidental del gran rfo Parana estaban temerosos. Hacia varios dias escuchaban ruidos extrafios provenientes de encuentra la entrada d, que P Monstruo vengativo ye a sus victimas. las numerosas lagunas bravas de la zona. Eran dificiles de describir. Eran algo asi como llantos lastimeros, gemidos, sonidos raros y también lenguas de fuego sobre la superficie encrespada. A nadie le cabfa duda que era la accién de los espiritus malignos, de seres fantdsticos que viven en el fondo barroso, a quienes se les habfan uni- do los monstruos escondidos en las salamancas de los brujos, cuevas profundas donde nadie se atrevia a entrar. Los atemorizados habitantes sdlo atinaban a sollozar mientras repetian “Acay, Acay”, que quiere decir algo asf como Gran Dios. Y resistfan valientemente los insdlitos sucesos. Pero cuando 47 los ruidos se fueron haciendo cada vez mds fuer- tes y con diferentes matices, cuando los brami dos, quejas y hasta alaridos casi los dejaban sor- dos, y cuando comenzé a salirse de madre el agua de las lagunas y aparecieron animalejos es- condidos y sabandijas, su terror los hizo empren- der la huida hacia la otra orilla del ancho rio. Algunos, escapando del maligno, del afia- cua, ese diablo pequefio que se puede convertir en lo que desee, hasta en un gorgojo destructor, de- cidieron irse a buscar refugio donde sus amigos, los guarayos, en lo més profundo de la selva. Atrds dejarfan por un tiempo su laguna Ibera donde habfan vivido desde siempre. Lo mismo hicieron los guaranfes que tenian sus hogares cerca de otras lagunas bravas da la zona. Todas estaban como malditas y sus aguas podridas se iban a los tantos tfos que después desembocaban en el Parana. Tenian sobradas razones para estar teme- rosos, Luego de varios dias de caminata por la sel- va tupida y htimeda y de haber cruzado en débil canoa las aguas torrentosas y oscuras del gran rio, llegaron finalmente donde sus amigos. Ellos ya 48 odo sobre lo que estaba pasando en la habian otra orilla ( le: semejante | h bia muchas lagunas bravas. Afortunadamente al estaban tranquilas, en especial la Yupacaray ae era tan grande y que ya los habia asustado mucho en otras ocasiones. Decian los antiguos que antes, antes, habia una isla al medio, pero que los ail bres que allf vivian se habfan portado tan mal, : habian entregado a tantas degradaciones, que € ua los hundié para siempre. Desde lejos vieron los visitantes una eee cie de bosque de ceibos, que para ellos es el ar- bol sagrado zuinand6. Corrieron hacia esa di- reccién, ya que era probable que encontraran a y sentian preocupacién porque algo gara a sus tierras. Por alli también sus amigos en ese lugar. Efectivamente, alli me ban sentados bajo su frondosa sombra, con cafia tacuara en sus manos. Con ella los guarayos in- ciensan sus tocais o lugares sagrados. Ese era un buen momento para hacerlo. Primero las Ilenan con hojas secas de tabaco al que luego le pren- den fuego. A los malos espiritus les desagrada ese olor tan fuerte y se arrancan lejos. Luego, cuando ya se ha consumido todo el interior 49 de la cafia y queda vacfa, la lavan y le echa adentro chicha de tacu, que son las vainas de algarrobo. También hacen con ellas una pasta alimenticia que les sirve durante varios dias que Ilaman patay. Ahora tenfan varios cacharrog de greda Ilenos, porque temian que viniera, malos tiempos, Las lagunas bravas de sus cerca nfas estaban también algo alteradas, pero toda. via no se producfan yerdaderas calamidades. Se sentaron en cuclillas a conversar sobre log} Ultimos acontecimientos, luego que hubiero. intercambiado los saludos. Poco a poco fue que- dando en claro que a todos los rondaban malos presagios. No estaban tranquilos, porque al fin al cabo a ambos lados del Parand existian esas ho« tribles lagunas bravas y si sucedia algo misterioso y terrible en unas, no hab{a por qué pensar que nada sucederfa en las otras, Largos silencios ha- cfan mds dificil comunicarse. El miedo los tenia como paralizados. Hasta que al fin alguien tuvo una feliz idea. No podfan quedarse alli mirdndose las caras y pensando en los horrores que podrfan caerles encima. Hab{fa que hacer algo, especial- mente ahora que tenfan visitas del otro lado. 50 Lo mejor era hacer un chiqui, una fiest, con aloja y ofrendas con cabezas de animales Pp quefios y hasta de puma, para conjurar los peli gros. La historia de la gran Yupacaray los pong nerviosos, porque todos sabfan que ademds teng tesoros en el fondo y alli se reunfan los duend brujas y demonios para sus concilidbulos. Se pusieron de acuerdo para hacerlo cua to antes. Habfa llegado el momento de un co tramaleficio y para ello, hacer un gran chiqi era lo apropiado. En lo posible también con ca bezas de guanaco, pero no de suris 0 avestruces porque ellas trafan mala suerte, Era Preciso pre parar todo cuidadosamente. Los jévenes toma ron cada uno dos flechas, una Para cazar y otra para rematar a la presa, y se pusieron e camino. Las mujeres decidieron recoger las vai nas de algarrobo, también Arbol sagrado, para | cual el chaman los ayudaba. Calcularon que cuando la luna estuvie Ilena tendrfan todo listo, incluidos los cazador de vuelta. Se concentraron cada uno en su tare de tal modo que asf, casi sin darse cuenta, olvi daron el miedo que los tenia semi paralizado 52 ontinuaron, pero ya no les Los extrafios ruidos c hicieron caso y siguieron en la ae chiqui que conjurarfa todas las cal - S. . La selva esta siempre llena de pe ee ati pos normales, de modo que los jévenes an cautelosos tras su cometido. Los ados de los guacamayos multico- preparacién del en tiem cazadores ib fi stempl i isa . Bees con su grueso — do cAscaras duras, 0 los chillidos de los . “ que se pasaban de un arbol a ae como bisa sobre sus copas, no los distrafan de su misién. Sabfan muy bien cémo evitar a las temidas ta- y a otros insectos venenosos donde po- 5 descalzos. Iban todos callados, uno interrumpir la vida selvatica. rantulas nfan sus pie tras otro, para n Un dfa el que iba primero se detuvo y levanté su brazo izquierdo. Todos dejaron de corter y se pu- sieron en alerta. Miraron en diferentes direccio- nes: unos hacia arriba, otros entremedio de las ramas y algunos hacia atrds. De pronto alguien lo vio. Alli, no muy lejos, se encontraba un puma acostado y durmiendo sobre un grueso tronco. Parecta satisfecho, quizds digeriendo su comida, 53 que debiéd ser abundante. No se habfa dado cuen. ta de la presencia de los hombres y del consi guiente peligro que corria. Haciéndose sefias, log cazadores lo rodearon. Cuando estuvicron a la distancia precisa, le dispararon sus flechas. En su angustia por hacer luego el chiqui salvador, se olvidaron de su ley: sdlo una flecha por animal, El feroz. puma cayé rodando al suelo, mientras el regocijo de los guarayos era enorme. Empezaron un gran griterfo. Pero ;qué era eso que comenza- baa salir de sus heridas? No era sangre, sino algo Oscuro y como pegajoso que nunca habian visto, Y, ademds, un olor nauseabundo se dispersé por todas partes. Callaron las manifestaciones de ale- gria y en silencio se miraron sin atinar a decir algo. Un pensamiento tremendo fue haciéndose lugar en la mente de algunos, pero todavia no se atrevian a decirlo en voz alta. Hasta que el mayor de todos se sobrepuso a lo que estaban viendo, que era nada menos cémo se achicaba cada vez més su presa, y cuando una potente luz como un relampago los enceguecié por un momento, dijo: —Este debié de haber sido el afiacud, el maligno disfrazado de puma. 54 Hasta que, al fin, traspasaron los ultimos Arboles que los separaban de su gente y vieron un cuadro que los asombré. Los abuelos, las mujeres y los nifios de la tribu bailaban festiva- mente. Algo bueno debfan de estar celebrando. Cuando los vieron llegar, salieron del ruedo pa- ra ir a saludarlos y a contarles que todo habfa vuelto a la normalidad, todo estaba como antes. ‘acer cosas terribles y Pp ba ante su solo nombre. : ansadas y algo atemorizadas de encontrar otra victima Las caras ¢: y alg éHabria pasado el peli vuelto a su normalidad? ; los cazadores los miraban de uno en uno sin lo- grar comprender cabalmente lo que estaba pa- sando. Hasta que se sentaron en el suelo y pidie- ron que les explicaran lo sucedido. EI chamén tomé la palabra: — Se acuerdan ustedes de que todos esta- bamos asustados con los quejidos, Ilantos y aguas alborotadas de las lagunas bravas? Ya no sabfa- mos qué hacer y, por eso, como tiltimo recurso salieron ustedes a cazar una ofrenda para celebrar Tecian tener alas, Rapid el chiqui. Ahora los vemos volver con las manos atrds los parajes conocid a sus chozas les parecié yor claridad, la muisica vacias. No sabemos qué les sucedid, pero no im- Porta, porque mientras tanto, hace unos pocos dias vimos una luz enceguecedora y luego vino algo como un trueno que rasgé el aire, Os y mientras se acercaban escuchar, cada vez con ma- 56 C7 Se detuvo un momento para respirar Pro: fundamente y luego continud: —Después de eso no sentimos més los ex. trafios ruidos de las lagunas, ni siquiera los de | otra orilla que llegaban hasta acd con su tremen do estrépito. Por eso, ahora estamos celebrand. el fin de las maldiciones. jQué bueno que uste des ya estén de vuelta! Estébamos preocupados éY no pudieron cazar nada en todos estos dfa: que estuvieron en la selva? Los cansados mocetones estaban boquiabier. tos sin poder creer lo que estaban escuchando, Después de tanto esfuerzo para terminar con e afiacud y por eso volver sin presas, los suyos pensa: ban que no habjan tenido éxito. Pidieron algo d chicha antes de comenzar a hablar y explicar | sucedido. Grande fue la alegria de todos, en esp cial de los guaranies del otro lado, porque ahor, podfan volver a su laguna de Iberd. Agradecieron la hospitalidad de sus amigo guarayos y antes de retornar les aseguraron qu ellos les responderian de igual modo, si llegara el momento. EL TATU Y SU CAPA DE FIESTA Narracién basada en un mito aymara (Argentina, Bolivia, Chile y Perti) L as gaviotas andinas se habian encargado de llevar la noticia hasta los ultimos rincones del altiplano. Volando de un punto a otro, incansa- bles, habfan comunicado a todos que, cuando la luna estuviera brillante y redonda, los animales y las aves estaban cordialmente invitados a una gran fiesta a orillas del lago. El Titicaca se ale- graba cada vez que esto sucedfa, pues sus ribe- ras, a menudo tristes, cobraban nueva vida con la algarabia y entusiasmo que sus vecinos po- nian en celebrar la ocasién de verse y comentar los ultimos acontecimientos. Cada cual se preparaba con esmero para esta oportunidad. Se acicalaban y limpiaban sus plumajes y sus pieles con los mejores aceites es- 59 peciales para que resplandecieran y luego fueran el centro de la admiracién. Era muy hermoso el espectaculo que entonces se producia y sentfan- se murmullos de aprobacién cuando algtin co- mensal hacfa su entrada al grupo, ataviado con prendas majestuosas y bien presentadas. Todo esto lo sabia también, por supuesto, Tatu, el quirquincho, quien ya habfa asistido a algunas de estas fastuosas fiestas que su querido amigo Titicaca gustaba de organizar. En esta oca- sidn deseaba ir mejor que nunca, pues reciente: mente habfa sido nombrado integrante muy prin cipal de la comunidad. Y comprendfa lo que est significaba... El era responsable y digno. Est debian de haber sido las cualidades que se tuvi ron en cuenta al otorgarle este titulo honorifi que tanto lo honraba. Ahora deseaba intimame! te deslumbrarlos a todos, y hacerlos sentir que se habfan equivocado en su elecci6n. Todavia faltaban muchos dias para el e cuentro junto al lago, pero cuando recibié la i vitacién se puso a tejer un manto nuevo, ele tisimo, para que nadie quedara sin advertir presencia espectacular. Era conocido como b 60 tejedor; y se concentré en hacer una trama fina, fina, a tal punto, que recordaba algunas maravi- Ilosas telarafias de esas que se suspenden en el aire, entre rama y rama de los arbustos, luciendo su tejido extraordinario. Ya Ilevaba bastante ade- Jantado, aunque el trabajo, a veces, se le hacia lento y penoso, cuando acerté a pasar cerca de su casa el zorro, que gustaba de meter siempre su nariz en lo que no le importaba. Al verlo agachado, trabajando, le preguntd con curiosidad: —; Qué haces? —wNo me distraigas, que estoy muy ocupa- do —le contesté inquieto el Tatu, pues el zorro le producia cierta desazén. —;Estds enojado? —insistié el visitante. —;Por qué habria de estarlo? —Entonces dime, ;qué estas haciendo con tanto afan? —No ves que estoy tejiendo una capa pa- ra ponérmela el dia de la fiesta en el lago? — Cémo! -sonrié el zorro irénicamente—. -gPiensas ir con eso esta noche cuando todavia no lo terminas? 61 El quirquincho levanté sus ojos algo mio- pes; de su trabajo, y con una mirada perdida y angustiada exclamé: —jDijiste hoy en la noche? —Por supuesto.... En un rato mds nos en- contramos todos bailando. {Qué fatalidad! ;Cémo pudo haber pasado tan rdpido el tiempo? Siempre le sucedfa lo mis- mo... Calculaba mal las horas... Al pobre Tatti se le fue el alma a los pies. Una gruesa ldgrima rodé por sus mejillas. Tanto prepararse para la ceremo- nia... El encuentro con sus amigos lo habfa ima- ginado distinto de lo que serfa ahora. ¢Tendrfa fuerzas y tiempo para terminar su manto tan her- moso e ilusionadamente comenzado? MS My “ oa El astuto zorro capté de inmediato su de- sesperacion, y sin decir mds se alejé riendo entre dientes. Sin buscarlo habfa encontrado el modo de inquietar a alguien... y eso le producia un extrafio placer. Tatti tendria que apurarse mucho Si querfa ir con vestido nuevo a la fiesta: ji, ji, ji. Y asf fue. Luego de recuperarse del sobre- salto y la mala noticia, sus manitas continuaron el trabajo moviéndose con rapidez y destreza, 63 pero debié recurrir a un truco para que le cun- diera. Tomé hilos gruesos y toscos que le hicie- PANN WNwR’ \\ ron avanzar més rapido. Pero, jay!, la belleza y finura iniciales del tejido se fueron perdiendo a AK WAY medida que avanzaba y quedaba al descubierto una urdimbre mas suelta. 4, UN \ \ Finalmente todo estuvo listo y Tatu se ale- \ \N \\ gtd de poder asistir a la fiesta. Entonces respiré hondo, y con un suspiro se alivio miré al cielo estirando sus extremidades para sacudirse e cansancio de tanto trabajo. jEn ese instante advirtio el engafio! jLa lu: na todavia no estaba Ilena! Lo miraba curios desde sus tres cuartos de creciente... Un primer pensamiento de célera contr el viejo zorro le cruzé su cabecita. Pero al mire su mano nuevamente bajo la luz brillante qu cafa también de las estrellas, se dio cuenta ¢ que, si bien no habfa quedado como él lo im ginara, de todos modos el resultado era de a téntica belleza y esplendor. No tendria para q deshacerlo. Quizds asi estaba mejor, mds suel y aireado en su parte final, lo cual le otorga un toque ex6tico y atractivo. 64 65 El zorro se asombraria cuando lo viera... Y ademas, no le guardaria rencor, porque habia sido su propia culpa creetle ey alguien que tenia fama de travieso y juguetdn. ad él no podia resistir la tentacién de andar burlai y siempre encontraba alguna victima. ~ el zorro le Pero esta vez todo salié bien: oS ‘i id habfa hecho un favor. Porque Tatti se lucid, ién con su efectivamente, y causé gran sensacion ¢ cuando llegé, al fin, el momento manto nuevo nte en la fiesta anual de su de aparecer triunfa amigo Titicaca. 66 EL EKKEKO Narracién basada en un mito aymara (Argentina, Bolivia, Chile y Peri) staban contentos los aymaras. Ya se acercaba el solsticio de verano, el Ra- ymi. Con entusiasmo se preparaban para las fies- tas del Ekkeko, el dios de la fortuna y la prospe- ridad. Ademds, los campos se habfan puesto amarillos, pues las campanitas silvestres estaban florecidas. Esa era sefial fija de buenas cosechas. Los artesanos trabajaban laboriosamente elaborando figuras de la divinidad, ya fueran de oro, plata, estafio, plomo o incluso greda. Lo principal era que cada persona que asistiera a la celebracién pudiera tener una para no defraudar- la. No todos tenfan con qué adquirirla, pero has- ta piedrecitas hermosas recogidas en el camino eran recibidas a cambio. Nadie se habria negado a ese trueque por temor a que el Ekkeko se 67 molestara. El era tan generoso que no podria comprenderlo. Cambiar una imagen del dios por unas pocas piedras, por muy lindas que fue- ran, se entendfa como un acto de sacrificio y en- trega, ya que, aunque pequefias, las imdgenes no eran faciles de hacer. Se lo representaba con los brazos abiertos llenos de frutas y verduras, con telas, lanas de colores, cacharros y tantas cosas que se necesitaban en un hogar. El mismo lleva- ba un chullo en la cabeza, un gorro multicolor que le tapaba y protegia las orejas del viento y del frio. Pero iba desnudo, con su gran barriga descubierta, pequefio, gordo y con las palmas de sus manos extendidas. Rasgos de bondad y dicha se advertfan siempre en su cara redonda. Los artesanos de diferentes puntos de la cordillera debian trabajar todo el afio si desea- ban llevar un buen cargamento de {dolos a la fiesta del Raymi. Siempre estaban ocupados, porque no habja una sola casa que no tuviera, al menos, un Ekkeko para asegurar la abundancia. También era bueno con las jévenes que pensa- ban conseguir marido. Ellas usaban hasta colla- res adornados con pequefias figuritas del dios o 68 se las enredaban entre su oscura cabellera, a me- nudo tomada en una linda trenza. El artesano llamado Macuri, como el héroe legendario, habfa trabajado mds que de costum- bre ese afio y esperaba tener una buena recom- pensa por su labor. Un dia que se encontraba en su taller, después de dar los ultimos retoques a sus piezas, se levanté con calma y estiré con fuerza sus brazos. Luego, con cuidado extremo fue lle- nando varias cestas con la figuras del Ekkeko. Grandes, pequefias, de plata, de estafio, las iba envolviendo con amor en hojas de mafz que ha- bia guardado expresamente desde la cosecha. Pe- ro hubo una que mantuvo un momento en sus manos antes de proseguir en su labor. La miré con gran emocién. La habia hecho con intimo carifio pensando que seria para la mujer de algtin poderoso. La imaginaba colgada a su collar en el pecho. Era toda de oro fino. No mas grande que su dedo pulgar, pero con una profusién de ollas, pilas, cucharas, frutas, vegetales, telas, todas he- chas del mismo noble metal, colgando de sus brazos. Le habia quedado realmente una joyita bellisima y él se sentfa muy orgulloso y satisfecho 69 de poder hacer algo asi con sus finas manos de artista. Con sus dedos largos y delgados la cubrié con tranquilidad y delicadeza Para protegerla del pesado camino que tenia por delante. Nada debia dafiarla. Lo mismo hizo con las otras imagenes, Si por algtin motivo se destruyeran antes de llegar al templo de Piedra, no tendrfa Paz por mucho tiempo. Querrfa decir que el Ekkeko no estaba Contento con él. Un estremecimiento le bajé por la espalda ante esta sola idea. Pero la deseché de inmediato. Prefirié pensar en la gran explanada donde se ubicaba una especie de puerta de Piedra ador- nada con importantes bajorrelieves, Frente aella habia otra muy grande del mismo material, pe- ro con una enorme apertura en el medio que indicaba el momento preciso del solsticio cuan- do los rayos solares pasaban en determinada di- teccién al otro lado. En ese instante se daba co- mienzo a las grandes fiestas, donde se bailaba, se bebia y se hacta comercio. Macuri sintié casi la musica y el barullo circundante, Un pequefio ruido lo desperté de su enso- flacién. Miré hacia fuera donde ya se veia el 70 ee amanecer y con sorpresa descubrié a su llamo preferido que se habfa salido del corral, como si intuyera que lo iban a necesitar €n otros menes- teres, diferentes a los de cada dia. Lo tomé y lo amarro a un tronco a la sombra. Luego entré a su taller a buscar las cestas con las imagenes del Ekkeko. Una a una fue poniéndolas sobre las ancas del paciente animal con la Precaucién de sujetarlas bien a los arneses. Entré a su casa para despedirse de su mu- jer y de sus hijas; también a buscar algo de co- met; y para llevar lo que seguramente ya le ha- bian preparado para el viaje, el que demoraria mas de un dfa hasta alcanzar el templo. Todos estaban contentos, porque sabfan que a la vuel- ta el padre podria traer bonitas mantas de vicu- fia, cacharros nuevos Para cocinar y otras cosas que ellos no producian en su terra. Macuri to- m6 su leche caliente y comié una mazamorra de quinoa antes de partir. Mientras lo hacia pensa- ba cuanto echaba de menos a sus hijos, que aho- ra trabajaban en otras tareas y no lo podfan acompafiar como antes, afio tras ano. Cuando terminé los miré a todos con una sonrisa en sus 71 labios y sin decir palabra salié a donde estaba amarrado su llamo. Se detuvo un momento y con los brazos en alto hizo un ademdn de des- pedida. Las mujeres se quedaron mirandolo mien- tras iban caminando lentamente hombre y ani- mal. Hasta que se perdieron en el camino. Con su mismo paso lento continuaron todo el dia, solamente interrumpido junto a una vertiente para tomar agua fresca. Desde el aire los vigila- ban dguilas y céndores, y en la tierra algunas lagartijas que tomaban el calor junto a las rocas. Antes de ponerse el sol, cuando el creptisculo enrojecia los cielos, el llamo se eché en el suelo como todos los de su especie a esa hora. Era la hora de descanso. Macuri le solté un poco las amarras y de entre las alforjas sacé unas papas cocidas para comer. Luego se tendié de espaldas sobre su manta para recuperarse del esfuerzo que, a su edad, ya lo estaba resistiendo a pesar de su robusta contextura. Quizas era uno de los ultimos viajes que harfa. Por lo menos no debfa hacerlos solo. Al- guien lo acompafaria la préxima vez, porque no 72 queria privarse del placer que sentta ir a las fies- tas del Ekkeko a cambiar su trabajo artistico por cosas que se necesitaran en su familia. Con este pensamiento tranquilizador se dispuso a dormir, pero antes buscé en el firmamento su faro que le indicaba el camino. Era su amigo “Kori-Kala” o piedra de oro, de la constelacién Orién, su gufa Antares. Lo encontré de inmediato. Alli estaba brillando para que hombres como él no se perdieran en esas serran{as. Macuri cerré sus ojos y durmié. Al dia siguiente desperté con su energia ha- bitual y ya al amanecer estaba nuevamente en camino, como era su costumbre. Iba observando cada detalle, cada yerba, cada piedra o mineral que aflorara a la superficie, cada vertiente o arro- yo que pudiera calmar su sed, cada ave o animal que pasara. En un momento iba distrafdo pen- sando en sus artesanfas, cuando un ruido lo hizo ponerse alerta. Se detuvo y alcanz6 a ver la cola de un zorro que se le habia atravesado por el la- do izquierdo. ;Qué pesar! Esto era una sefial in- equivoca de mala suerte. Tenia muchos casos para contar y verificar la verdad de esta creencia. 73 74 ;Habria sucedido algo malo en su casa? Si conti- nuaba su camino, jes posible que viniera una avalancha? jCuantas dudas lo mantenjan allf pa- rado! ;Qué hacer? ;Era preferible devolverse? Y su trabajo de todo el afio, se perderfa? Asf estuvo un buen rato indeciso. ;Caminar hacia adelante o hacia atrds? Pensé que siempre se debfa avanzar y no retroceder. Y como un rayo se le iluminé la mente. Si él iba con un carga- mento de Ekkekos, ;qué mal podria alcanzarlo? Estaba con el dios de la fortuna y la prosperidad al cual un zorro no podrfa vencer. Al invocarlo sintié, de inmediato, cémo sus dudas y zozobras se extinguian. Con calma retomé su tranco. No le sucedieron mayores percances en lo que restaba para llegar a la puerta de piedra. En la tarde, cuando sopla un fuerte viento, hizo su en- trada al recinto, y de inmediato se dio cuenta de que habia muchos principales entre la gente. Se sabia quiénes eran por la finura de sus ropas en telas de vicufia con adornos que solo estaban per- mitidos para las altas esferas, aparte de las joyas de oro y plata con que se alhajaban hombres y muje- res. Su corazén se alegré pensando en su Ek- 75 | i keko de oro amorosamente elaborado. Buscé con su mirada y recorrié el gentio hasta dar con la persona que podrfa adquirirlo. Parecfa un curaca o gobernador importante por el porte majestuoso con que se movia y esperaba que Ilegara el mo- mento preciso del Raymi. Se acercd cuidadosa- mente a él y, con gesto sumiso, sin decir palabra, le mostré la figurita del dios. Se ilumind el sem- blante del inca al ver tamafia hermosura y con un gesto pidid ver otras piezas. Escogié con cuidado unas que fueron de su gusto y a cambio le entregé un espléndido brazalete de oro que llevaba al bra- zo. Macuri quedé impactado con este intercam- bio y su primer pensamiento fue que sus Ekkekos lo habfan protegido de la mala suerte que podia haberle acarreado el zorro aparecido por la iz- quierda. Pero luego reaccioné y buscé alguien con quien hacer un trueque que le conviniera. No le fue facil, porque la joya era muy valiosa y pocos podfan darle algo equivalente a cambio. Final- mente decidié darse un lujo y como pensaba que posiblemente seria su ultimo viaje al Raymi, cambié el brazalete por mantas de vicufias para sus hijas y para su mujer. Los otros idolitos que 76 llevaba también pudo comercializarlos, pero esta vez por utiles para su casa. El stibito griterfo le indicéd que estaba comenzando el solsticio de verano. De inmediato sonaron las quenas, las zampofias, los charangos y otros instrumentos que alegraron la fiesta. Permanecié dos dfas mds celebrando y comentando las novedades de otros lugares, antes de emprender feliz el viaje de regreso. Cre LA MUSICA DE LAS MONTANAS Narracién basada en un mito aymara (Argentina, Bolivia, Chile y Pert) “acta varios dias que Chuky, el pastor de llamos y alpacas, trataba de convencer al yatiri, el sabio de su ayllu!, para que le ensefiara el ca- mino hacia la vertiente. Esa que canta al saltar el agua. El anciano sdlo se lo quedaba mirando largamente en silencio para después decirle que todavia no habia llegado el momento. Ya co- menzaba a impacientarse el joven, porque habia tallado un trozo de cafia con mucha dedicaci6n, para hacer una buena quena. Tenia la secreta intencién de sumarse a los muisicos para las proximas festividades. Pero primero debia saber tocar muy bien el instrumento. Y sin haber ido hasta el pozo de agua donde se encontraba el Sereno que le haria entrar todas sus melodias, no tenfa esperanzas de poder cumplir su suefio. 78 Su madre, la hacendosa Chullka, lo obser- yaba con atencién cuando volvia en las tardes con el rebafio, mientras ella tejfa una nueva iki- fia, una frazada de vivos colores para taparse en las noches frfas. Lo notaba preocupado. No le comentaba, como antes, las cosas que le habian sucedido en el dfa. Hasta que, venciendo su na- tural prudencia, una tarde pregunté: — Qué sucede, Chuky? —;Por qué? —Porque te encuentro distinto, como si estuvieras pensando siempre en otra cosa. — Te puedo ayudar? —No creo, porque estos son problemas de hombres. Una mujer no puede ir donde el Sereno. —jAh! Eso era. Quieres ir hasta el huihui- ri, el cerro sagrado, donde estd la vertiente, para que el Supaya te temple la quena —contest6 su madre. —El Sereno es el que la templa, el que une la musica con el agua que salta. —Bueno, pero el monte es el Supaya. —Si, pero también en otros lugares hay ju- 79 turis, agujeros con y sin agua, donde se puede encontrar el Sereno. —Y por qué no has ido? —Porque no sé dénde estan. —;Has hablado con el yatiri? —le aconsejé su madre. —Muchas veces, pero no me quiere decir. —Seguramente esta esperando el momento en que el agua cante mejor, para que el Sereno te ponga musica mas bonita en tu quena. —Espero que sea asi. Pasaron los dias, lentamente para la inquietud de Chuky. Los atardeceres se hacfan cada vez mds largos con sus hermosos colores. Cuando volvia con su rebafio ofa a lo lejos cémo algunos jévenes tocaban mds y mds a menudo sus zampofias y otros instrumentos. Hasta que no resistié mds y fue nuevamente donde el yatiri a preguntar por el camino. Esta vez su sorpresa y alegrfa fueron enor- mes. El anciano sabio lo hizo sentar a su lado en la tierra dura y con detalle fue describiendo el camino para encontrar el lugar preciso. Habfa Ilegado la hora. Partiria al dia siguiente, porque 80 era muy lejos y habia que subir altas montafias, to ese dfa. Sabfa que ese guiso le gustaba a su Ademas el yatiri dijo: hijo y, ademas, le daba fuerzas gracias a la qui- —Partirds al alba y andards durante todo noa cocida y a las papas chufio con que lo ha- el dfa. Es a medianoche, antes que las primeras cfa. Estas habia que dejarlas varios dias al frio y luces del amanecer se divisen sobre las altas a la helada de la noche y luego al calor del dia cumbres nevadas, cuando el Sereno entrega sus para que se deshidrataran y no se pudrieran. melodfas. El las sopla en el instrumento y asf te Las papas grandes, las chapas, las guardaban sé- asegura la calidad de la musica. lo para semilla. Chuky le agradecié vivamente y ya se iba Ella lo miraba con una sonrisa en sus la- cuando lo retuvo. Antes de despedirse le puso bios. Sabfa lo que la musica representaba para su una mano en el hombro y cerrando los ojos le hijo y comprendfa la agitacién que lo domina- dijo y lo hizo repetir: “Tahaki Mallku, Thaki ba. Todos en su ayllu, donde vivian diferentes Talla, suma irpitanta’, que significa “Sefior ca- familias emparentadas, hacian buenos instru- mino, sefiora camino, me vas a llevar bien”. mentos musicales y desde lejos los venfan a bus- Chuky no cabfa en sf de gozo. Corrié a su car para que tocaran en alguna fiesta. casa a pedirle a alguien de su familia que se Chuky se durmié temprano, pero tuvo hiciera cargo de los Ilamos y alpacas durante muchos suefios que lo hicieron estar inquieto dos dias. El volverfa muy cansado y tarde, segu- toda la noche. Vio por ejemplo, al chullumpi, el ramente, y ya no alcanzarfa a sacar el rebafio. pato que a veces, no siempre, se presenta en el Cuando hubo solucionado este problema, bus- agua donde estd el Sereno. gLe ayudarfa a tem- cé inquieto su chuspa o bolsa tejida por su ma- plar su quena? Su corazén latia fuertemente dre, entre sus escasas pertenencias, para poner cuando se senté de un salto sobre su camastro. adentro algunas semillas de maiz tostado y un Vio que el resto de su familia todavia dormfa. Se poco de pisara que habia preparado Chullka jus- levanté con sigilo, se puso su mejor manta y el 82 83 chullo? y salié al aire frio. Las ultimas y palidas estrellas lo miraron y parecieron invitarlo a ini- ciar su camino. ;Habfa legado la hora? Entré nuevamente en su casa y a tientas buscé su chuspa donde habia puesto el alimento para dos dias. La tomé con cuidado y abrigdndose bien, con la futura quena en sus manos, se alejé en direccién a la achachilla, la montafia donde es- taba la divinidad. ;Ah!, pero antes puso adentro tres huairuros, porotos rojos y negros para la suerte. Iba feliz y seguro de encontrar al dia si- guiente, antes de la madrugada, al Sereno. Co- menzé a subir la quebrada donde vivian para llegar a la meseta tan familiar, donde acostum- braba Ilevar su rebafio. Si le diera demasiado frio podrfa encender fuego con la llareta que habia en abundancia. Iba cabeza baja para no distraer- se del camino, hasta que un relincho de vicufia lo sacé de su ensimismamiento. Miré hacia el cielo y con alegrfa vio que los primeros resplandores dibujaban con nitidez y con hermosos reflejos rosados y amarillos las altas siluetas de las altas montafias. Mafana a esta hora ya habria estado 84 con el Sereno y tendrfa su quena bien templada y con todas las melodfas adentro, pensd. Su ins- piracién musical le transmitirfa calidad a sus in- terpretaciones y mucho éxito. De pronto, todo se iluminé. El sol habia salido del perfil montafioso. Casi en el mismo momento sintié cémo la naturaleza se ponfa en movimiento. Algunas parinas o flamencos rosa- dos pasaron volando, en gran cantidad y con sus gritos caracteristicos, por sobre su cabeza. Su canto le gusté mds que nunca. Se sentia acom- pafiado. Daban grandes vueltas a su alrededor, como buscando algo. Quizas seria la laguna que estaba més arriba, alld donde ellas anidaban. Se sent6 sobre una hermosa piedra verde y azul a descansar un momento y a observar el maravi- lloso espectaculo de los colores a esa hora. Un leve ruido lo hizo mirar a un lado y alcanz6 a ver la cola gorda y peluda de una vizcacha. A ellas les agrada vivir entre piedras. Y de eso habia mucho. Pero también paja brava y chachacoma para el mal de altura. Tendria que subir mucho todavia y no sabfa cémo irfa a reaccionar su organismo, ante tanto nerviosismo que llevaba adentro. De mo- 85 do que corté un pequefio ramito de sus hojas para echarlas a su boca, si fuera necesario. Se levanté para continuar su camino, pero esta vez iria a paso mds lento. Tenfa que guardar fuerzas, porque le quedaba todavia todo el dia por andar. ;Cudnto hab{fa subido? No lo sabia, pero su estémago le comenzo a avisar que era hora de comer algo. Sin detenerse sacé de su chuspa algunas semillas y se las eché a la boca. ;Qué bien le hicieron! Pero, zqué era ese ruido? No conocfa esos parajes, porque ya se habfa ale- jado bastante de su casa. Se detuvo a escuchar atento, hasta que se dio cuenta de que un reba- fio de vicufias hembras y dos machos en celo, estaban peleando. Ellas eran las causantes de tanto revuelo. El sol cafa vertical sobre la cabeza de Chuky y pensé que serfa mejor descansar un poco a la sombra de una enorme roca. El calor se estaba haciendo insoportable. Pero sabia que esa sensacién no duraria mucho, porque luego, cuando las sombras se fueran poniendo oblicuas, comenzarfa el frio nuevamente. Por suerte corria bastante viento y eso lo aliviaba algo. Se quedd 86 dormido y cuando desperté, no supo cuanto tiempo habia perdido. Comié répidamente un poco de su pisara y con renovadas fuerzas en- frenté la subida final. jEncontraria al Sereno? ;Le daria buena musica? ;Sabria comunicarse con él? Estas preguntas lo asaltaban cada vez mds a menudo. Ahora ya habfa comenzado a oscurecer y el sol con sus arreboles rojos se vefa espléndido en el horizonte. Se acercaba el momento supre- mo. Continué escalando sin desmayar. Ahora las nieves eternas estaban mas cerca. jHabia seguido bien las indicaciones del yatiri? ;O estaria en el camino equivocado? Miré al cielo y vio las primeras estrellas que pronto se converti- rian en infinitos ojos mirdndolo desde un pafio azul oscuro. Sintidé que lo acompafiaban y le ha- cfan guifios a lo lejos. Si; ellas le decfan que siguie- ra en su ruta, que llegaria donde el Sereno. Lleno de confianza prosiguid su ascenso. Observaba con cuidado dénde ponia los pies. Cualquier resbalén podria ser peligroso y no se distingufan bien los obstaculos. De pronto una gran claridad lo sorprendid. Parecia como si hubieran encendi- 87 do una l4mpara gigantesca. Levanté la cabeza y vio a su amiga luna recién terminando de asomar- se detrds de las montafias. Desde su cara redonda sintié que le sonrefa. Ahora, con esta iluminacién maravillosa podrfa apurar el tranco. Todavia le fal- taba un buen trecho y solo le quedaban unas po- cas horas de tiempo. Comprendié por qué el ya- tiri habia esperado tanto para permitirle emprender la subida. Necesitaba la luna Ilena pa- ra ver el camino. ;Qué ansiedad! ;Cémo podria encontrar al Sereno? :Y si todo este esfuerzo hu- biera sido en vano? Abrié los brazos y con un fuerte bostezo decidié no preocuparse mas y sélo continuar su cometido. Aspiré varias veces el aire cada vez mas delgado. La cabeza le comenzaba a doler. Quizds habfa andado demasiado r4pido en su deseo de no llegar atrasado. Los ruidos del dia ya se habfan apagado. Solamente el viento parecia no detenerse nunca. Unas nubes pasaron hacien- do sombra, pero Chuky casi no las advirtié y con- tinud subiendo, subiendo. ¢Cudntas horas hacfa que habfa dejado su casa alld en su ayllu? Todo le parecié muy lejano. Solo el presente contaba para él. Se detuvo 88 una vez mds para aquilatar la situacién. Segiin los datos del yatiri, ya debfa estar Ilegando a su destino. Desconcertado, miré a todos lados. Ni una sefia, nada, y ya se acercaba la aurora. 3Cémo saber? Se senté a esperar. Algo debia suceder. Aqui deberfa encontrarse con el Sereno. Y zese reflejo alld junto a unas rocas? Se acercé sigilosamente y al ver una vertiente, casi dio un grito de gozo. Habia llegado. Qué feliz se sentia. Tomé algo de agua, que mucha falta le hacia, y se instalé a esperar. En realidad no sabfa bien qué esperaba, pero el Sereno debfa de ser alguien con quien poder hablar, alguien con quien comunicarse para decirle el motivo de su visita. Y esperé con confianza. Recordé su didlogo con el yatiri cuando le explicé cémo llegar a estas alturas. No crefa haber cometido errores. Estaba seguro de haber Ilegado. Pero, zy el Sereno? ;Por qué no venia a poner musica a su quena? Algo de desazén lo comenzé a inquietar. Se paraba, miraba, se sentaba y esperaba... Hasta que las cumbres andinas volvieron a enrojecer y a brillar como oro con los rayos del sol que ya se acercaba. 89

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