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LA ILUSTEACION I B É R I C A 351

Convenidos en esto, cada cual se preparó pa- después de pacer había ido á situarse en una
LAS MINAS DEL REY SALOMÓN ra dormir. El capitán se despojó de su traje, depresión del terreno, donde los elefantes se
sacudiólo bien, guardó en un bolsillo el monóculo proponían, sin duda, descansar, agitando á in-
y la dentadura, envolviendo ésta cuidadosamen- tervalos sus enormes orejas.
H. R I D E HAGGARD te en un papel, y se echó. Sir Enrique y yo, no Hallándose á unas 200 varas de nosotros,
no teniendo que arreglar tantas cosas, nos en- arranqué un puñado de yerba y arrójelo al
volvimos en nuestras mantas y no tardamos en aire para reconocer mejor su dirección, pues
(CONTINÜAOIAN)
conciliar el sueño, tan necesario para los que yo sabía muy bien que si llegaban á olfatear-
Terminada la comida, comenzamos á fumar y viajan. nos desaparecerían sin darnos tiempo para dis-
á conversar sobre los incidentes del viaje. El Aun no habíamos dormido media hora cuan- parar un solo tiro. Al ver que el viento soplaba
Sr. Curtís y yo, tan desaliñados el uno como el do oímos un fuerte estruendo, seguido de una más bien de los elefantes á nosotros que no de
otro, ofrecíamos, á la luz de la luna en su lleno, serie de espantosos rugidos, que seguramente nosotros á ellos, avanzamos con el mayor sigilo
un singular contraste ron el capitán Grood, que, eran de un león, pues no podían confundirse con á favor de la espesura, y de este modo llegamos
sentado sobre una maleta de cuero, muy limpio, los de otra fiera. Todos nos pusimos en pie de á situarnos á 40 varas de los animales. Frente
aseado y bien vestido, parecía volver de algún un salto, y, mirando con atención hacia el agua, á nosotros había tres muy corpulentos, uno de
paseo en un país civilizado. Su traje era el más vimos una masa confusa, amarillenta y negra. ellos notable por sus enormes colmillos. Mur-
propio para creerlo así, pues llevaba
levita corta, sombrero de anchas alas
y polainas; su rostro estaba muy bien
afeitado, como siempre; y su dentadu-
ra postiza y el monóculo parecían es
tar en el más per-
fecto orden. Puedo
decir que el capitán
Good es el hombre
más limpio que he
visto en el desierto-
En cuanto á los
kafirs, sentados á
pocas varas de nos.
otros, fumaban en
sus rústicas pipas
de cuerno, y muy
p r o n t o los vimos
envolverse en sus
mantas p a r a dor-
mir. Umbopa esta-
ba un pocoseparado
de ellos, y observé
durante el viaje que
nunca se mezclaba
mucho con los otros
kafirs: con la barba
apoyada en la ma-
no, siempre parecía
estar sumido en pro-
fundas reflexiones. que p a r e c í a avanzar muré al oído de mis amigos que yo me encar-
De repente reso- h a c i a nosotros. Cada garía del que estaba en el centro. Sir Enrique
nó un mugido en cual empuñó su carabi- apuntó al de la izquierda, y el capitán Good al
l a s profundidades na y nos deslizamos fuera de la cabana. Ya de los colmillos grandes.
de la espesura que no se oían rugidos: todo estaba silencioso, y Fuego!—murmuré.
se extendía detrás la masa informe permanecía inmóvil. —¡Buml ¡Bum! [Bum!
de nosotros. Pensé He aquí lo que vimos: sobre la yerba ya- En el mismo instante disparamos los tres
que era un león, y cía un antílope de las arenas, la más hermosa rifles. El elefante de Sir Enrique rodó por tie-
todos escuchamos atentamente. Un momento especie de las que hay en África. Estaba muerto, rra, con el corazón atravesado de un balazo. El
después percibióse otro sonido extraño á unas y, atravesado en sus enormes y encorvados cuer- mío cayó de rodillas, y creí que iba á morir;
cien varas de nosotros, y entonces los kafirs co- nos, encontramos un magnífico león de negruzca pero en un momento se puso en pie y huyó
menzaron á murmurar: • Unkungunklovo, melena, también sin vida. Evidentemente el pasando cerca de mí, lo cual me permitió dis-
kungunklovo! (—¡Elefante, elefante!). antílope había bajado á beber, mientras su ene- pararle un segundo tiro que casi lo remató.
A los cinco minutos distinguimos con toda migo, hallándose en acecho de alguna presa, Corrí hacia él al punto, y de un tercer disparo
claridad varias sombras que se movían lenta- precipitóse sobre su víctima, con tan mala suerte le dejé inmóvil. Hecho esto, volvíme hacia el
mente desde el agua hacia la espesura, y enton- que los cuernos le atravesaron de parte á parte. capitán al oír que su elefante mugía de dolor
ces el capitán Good dio un salto, como si viera El león, incapaz para desprenderse, desgarró y y de rabia, y al acercarme vi á mi compañero
en perspectiva la matanza, creyendo, sin duda, mordió el cuello del antílope, que, atormentado muy excitado. Al recibir el proyectil, el elefan-
que era tan fácil matar un elefante como una por el dolor, arrastróse hasta quedar muerto. te había avanzado contra su agresor, que ape-
girafa; pero yo le cogí del brazo, haciéndole Cuando hubimos examinado los dos animales, nas tuvo tiempo de huir el bulto, haciendo otra
señas de que no se moviese. llamamos á los kafirs, que los condujeron hasta vez fuego aturdidamente en dirección á nuestro
—Es inútil,—le dije;—déjelos V. marcharse. cerca de la cabana; y, hecho esto, nos fuimos á campamento.
—Cualquiera creería que estamos en un pa- dormir para no despertar hasta el amanecer. En breves momentos discutimos sobre si se-
raíso de caza, y yo opino que deberíamos que- Al rayar el alba estábamos ya en pie, y, reco- ría mejor perseguir al elefante herido ó á la
darnos aquí uno ó dos días,—dijo Sir Enrique. gidas nuestras armas y llenos nuestros grandes manada, que se había puesto en fuga; y por
No dejaron de sorprenderme estas palabras garrafones de te frío, muy útil en tales expedi- último acordóse lo segundo; mas ya no esperaba
de mi compañero, pues siempre había manifes- ciones, emprendimos la marcha, no sin tomar an- yo ver otra vez á los elefantes. Fácil era seguir
tado deseos de acelerar la marcha todo lo posi- tes un refrigerio. Umbopa, Khiva y Ventvogel la pista, porque dejaban un rastro como el de las
ble, sobre todo desde que en Inyati supimos nos siguieron, y los otros kafirs se quedaron ruedas de un carruaje; pero no tanto el alcanzar-
que un inglés llamado Neville había vendido su para desollar el león y el antílope y descuarti- los; de modo que trascurrieron dos horas antes
carro allí para internarse en el país. zarlos después. de que los viéramos. Excepto un elefante, los
El capitán saltó de alegría al oir aquella pro- No tardamos en hallar la pista de los elefan- demás estaban reunidos, y, á juzgar por su agi-
posición, y, á decir verdad, á mí también me tes, y, examinadas las huellas por Ventvogel, tación y el movimiento de sus trompas para
agradó, pues para mí era un cargo de concien- éste reconoció que la manada se componía, por husmear el aire, reconocíase que temían el pe-
cia dejar escapar aquella magnífica manada de lo menos, de unos treinta individuos, los más de ligro. El elefante solitario hallábase á unas
elefantes sin probar fortuna. ellos de gran corpulencia; pero los colosos ha- 50 varas de la manada y á 60 de nosotros, y
—Está bien, señores, —contesté;—pues paré- bían andado mucho durante la noche, y eran ya evidentemente estaba de centinela. Temiendo
ceme que necesitamos un poco de recreo. Mas las nueve de la mañana cuando por los árboles que nos olfatease y que diera el grito de alarma
ahora vamos á descansar, porque será preciso tronchados y las hojas diseminadas comprendi- á los demás si tratábamos de acercarnos, sobre
ponernos en marcha al rayar el alba, á fin de mos que no debían estar lejos los gigantescos todo á causa de estar el terreno descubierto,
encontrar á los elefantes cuando estén disemi- animales. apuntamos los tres al mismo animal apenas di
nados en el punto donde pacen. Al poco tiempo dimos vista á la manada, que la orden. El elefante cayó muerto y todos los
:-¿.-.^"é52 LA ILUÍI'R^OION IBÉRICA

demás emprendieron precipitadamente la fuga; paisaje con sus rojizos rayos, y Sir Enrique y —¡Ah!—exclamó al fin.—[Ha muerto como
mas, por desgracia para ellos, 100 varas más yo contemplábamos con admiración aquel mag- un hombre!
alia había un hullah ó ciénaga de profundas nifico espectáculo, cuando de pronto resonó un
márgenes, muy semejante al en que el pr/ucipe grito de elefante y vimos al capitán y á Khiva CAPITULO V
imperial fué muerto en el Zulnland. Los ani- correr desatentados hacia nosotros, acosados de NUESTR.\ MAHCHA ]'0K EL JtESIERTO
males no pudieron avanzar allí sin dificultítd, y cerca por el coloso qué el capitán Good había
cuando llegamos vimos que luchaban en confu- herido antes. En el primer momento no nos Habíamos matado nueve elefantes, y necesi-
sión para llegar á la tiefra seca, dejando oir sus atrevimos á hacer fuego por temor de matar táronse dos días para extraer los colmillos, con-
gritos do desespei-ación. Aquella era para nos- á uno de los ntiestros; pero después sucedió ducirlos á la cabana y enterrarlos cuidadosa-
otros la mejor oportunidad, y, haciendo fuego una cosa terrible, y el capitán pudo perder su mente al pie de un corpulento árbol que se
tan aprisa como podíamos cargar, matamos cin- afición al traje civilizado. Si hubiera vestido divisaba en un espacio de varias millas á la
co de los pobres animales. Sin duda hubiéramos como nosotros en vez de llevar pantalón ajus- redonda. Aquello era una riqueza en marfil tal
como no había visto hasta entonces, pues
cada colmillo valía, por término medio, de
40 á 50 libras esterlinas. Los del elefante
grande pesaban 170 libras, según nuestros
cálculos.
Enterramos los restos mortales de Khi-
va en una profunda cavidad, juntamente
con su azagaya, para que pudiera defen-
derse en su viaje á un mundo mejor, segiin
las ideas de los indígenas; y al tercer día
emprendimos la marcha, con la esperanza
de poder regresar á recoger el marfil. Des-
pués de muchos incidentes y aventuras,
que no citaré aquí por falta de espacio, y
de franquear una inmensa distancia, llega-
mos por fin al kraal de Sitanda, cerca del
río Lukanga, verdadero punto de partida
de nuestra expedición.
Traducción de
ENKTQI'E DE V E R N E U I L
(Se continuará)

^^Q_,^-/^^feX»_,J?_,.^

El VINO de
P E P T O N A CATII_UON|
restahlece las fuerzas,
las digestiones, e> apetito.
. # Es el mejor ree.onsUluyentii de I
Í.1S personas debilitadas por \
la edad, el crecimlen'.o, las enfermedades

DEL E S T O I W I A G O
LANGUIDEZ, ANEMIA, etc.
Sn grandioso cxito ha dado origen A\
mnchiis imitaciones ^ debe, ptirs, Í'XJ;'-//'.';^ I
¡a ürm.i (;ATI¡>L()N.
3, Bonlevard Saint-Martin, Paris
y en las buesiís hrmasías
LA HABANA M e o f t i t A EN BAWQFI ON ?i'Ra8

dado fin á la manada si no hubiesen tenido tado y polainas, no habría estado expuesto á
tiempo para ponerse en salvo. Estábamos de-
masiado lendidoH para continuar la cacería, y
tal vez también algo cansados de matanza: ocho
perecer; pero desgraciadamente enrédesele una
de aquéllas en un zarzal y cayó de bruces á
corta distancia del elefante.
Pildoras Catárticas
elefantes eran una buena recompensa por nues- Los dos proferimos una exclamación, preci- DEL DR. AYER.
tro trabajo. pitándonos para salvarle; mas el desenlace fué
Después de haber descansado algún tiempo, muy distinto del que esperábamos. Khiva, el MEDALLA PlC OltO
y cuando ya los kafirs hubieron cortado el joven zulú, muy valeroso, al ver como caía su en la JBÍCÍJOSÍC/OÍÍ Univer-
corazón de dos de los elefantes para cenar, em- amo, lanzó su azagaya contra el elefante, y el sal lie Barcelona.
prendimos la vuelta hacia la cabana, tnuy satis- arma fué á clavarse en la trompa del animal.
fechos de nosotros mismos y con el propósito Lanzando un grito de dolor, el coloso cogió LA MEJOR
de enviar el día siguiente á los portadores á al pobre muchacho, sujetóle en tierra, y, colo-
recoger los colmillos. cándole sobre el pecho su enorme pata, arrollóle Medicina de Familia.
Poco después de haber pasado del sitio don- la trompa por mitad del cuerpo y le partió en Elmejorpnrg.'iiito vcpptal v úniciniiip iioinií.i.
de el cajjitán hirió á su elefante, encontramos (los. Curan positivaiiM'ntr todas las afoccioiirs del
estómago, del hii;ailo y los di'sarre^^los de vien-
una manada de antílopes; pero no les dimos Mudos de horror, hicimos fuego repetidas tre asi como taiiiliii'ii la ictcricii'. alaipirs liilio-
caza porque ya había suficiente carne. Los ani- veces contra el furioso animal, hasta que al fin sos. neuralgias, jaíiuci'.as y los (hdorcsdccaheza.
Tomadas ¡1 tiempo, eviíaii enfiTnitMla<lcs (|Uc on
males se alejai'on trotando, y después se detu- cayó sobre los restos de su víctima. mmduis casos producen la nuií'rte, Kvit.au siem-
vieron junto á un espeso matorral á 100 varas pre sufiimientos y íiastos á los (pie las toman
En cuanto al capitán, retorcíase las manos so- l.as luonieneías médicas las prescriben ron "raii
de nosotros. El capitán, que deseaba verlos de bre el cuerpo inanimado del valeroso joven que cMto. J.os incrédulos pueden consultar con su
docttir. ])e venta en todas las tarnuicias.
cerca, entregó fau arma á Umbopa, y seguido había dado su vida para salvarle; y hasta yo,
rREPAHADAS POR EL
de Khiva dirigióse á la espesura, mientras que curtido ya en análogas aventuras, sentí que se
nosotros nos sentábamos para esperarle, satis- me anudaba la garganta. Umbopa contemplaba DR. J. C. AYER í CA., LoweII, Mass., E. U. A.
fechos de poder descansar un poco. silencioso el corpulento elefante y los restos de K í ^ ^ Agfíutos G e n e r a l e s p a r a E s p a ñ a ,

Khiva. YII.AXOVA H E R 3 I A N O S y CA.. Barcelona.


El sol comenzaba á ponerse, iluminando el

L A CKAHIIIERESSE
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