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EL PONY Y EL ELEFANTE (FÁBULA PARA ECONOMISTAS)

Luis Javier Plata Rosas ( Ver todos sus artículos )

Hay una tensión fundamental, en humanos y otros animales, entre alcanzar recompensas disponibles en
el presente, y esperar pacientemente recompensas en el futuro. […] Si le preguntas a la gente, ¿qué
quieres en este instante, fruta o chocolate?, te dirá que “¡chocolate!”. Pero si preguntas, ¿qué quieres
en una semana? Te dirán que fruta.
—David Laibson,
economista conductual

Había una vez un


cerebro al que le
gustaba moverse
a la velocidad del
pensamiento. A
este cerebro le
gustaba soñar
que conducía un
carruaje tirado
por dos briosos
caballos cuarto
de milla, por lo
que no lo pensó
más y decidió
pasar de lo
imaginario a lo
real. Sin
embargo, en la
agencia de vehículos no quedaba más que un pequeño pony y un enorme elefante. Al cerebro no le
importó la idea de que tan dispar pareja lo condujera por los nada deterministas y sí muy errantes
caminos de su vida y, desde entonces, la dirección que toma depende de la tensión entre ambos animales
tan distintos. La mayoría de las veces el paquidermo arrastra al pony y al cerebro sin miramiento alguno,
pero en ocasiones el cerebro puede contener al elefante y conducir su carruaje en la dirección que señala
al obediente pony.

No son Esopo ni Augusto Monterroso los autores de la breve historia anterior, sino el autor de estas
líneas, basándose —plagiando, dirían algunos— en la corrección que los neuroeconomistas Colin
Camerer y George Loewenstein hacen a la metáfora platónica sobre la mente humana como un
conductor de un carruaje tirado por dos caballos: la emoción y la razón. Según Camerer y Loewenstein,
Platón tan sólo se equivocó al pensar que ambas bestias de tiro eran caballos pues, como vimos en
nuestra fábula, mientras que la emoción es un elefante —y, para colmo, debe ser uno africano, de mayor
tamaño que el asiático—, la razón es tan sólo un minúsculo pony.

La moraleja que podemos aprender es que nuestras decisiones económicas —qué porcentaje de nuestro
salario destinar a nuestros fondos para el retiro, comernos una hamburguesa pantagruélica o una
ensalada, dejar de fumar hoy mismo o mejor mañana, comprar la camisa con un cocodrilo bordado en
ella en lugar de un pato…— distan mucho de ser objetivas, desapasionadas, consecuencia de un
cuidadoso análisis de los costos y beneficios que cada una de ellas conlleva —todas éstas, características
que definían al Homo economicus en las teorías clásicas de la ciencia de la economía.

Que somos racionales y egoístas no basta para explicar la conducta económica de nosotros los humanos.
No digamos ya en casos tan trascendentes como fluctuaciones irracionales extremas de la bolsa de
valores de un país: ni siquiera al hablar del, hace algunos años, famoso “Reto Pepsi”, en el que se pedía a
la gente que adivinara de qué compañía era la bebida que se le ofrecía en un vaso con la etiqueta cubierta
—que identificaba al contenido del mismo como Coca o Pepsi—. En los anuncios publicitarios se
mostraba a personas sorprendidas al ver que la bebida ingerida (Pepsi) no era la que ellos suponían haber
disfrutado (Coca). En realidad, la gran mayoría de las veces la gente no puede diferenciar entre los
refrescos de cola más vendidos en el mundo —quien lo dude, puede hacer su propio experimento, de
tipo doble ciego, en casa con familiares y amigos como sujetos de prueba—. Si esto es cierto —y lo es—
, ¿por qué, entonces, la gente prefiere comprar una marca sobre la otra? Son los economistas
conductuales y, en particular, la neuroeconomía, quienes pueden proporcionar la explicación a este
comportamiento tan humano.

La economía conductual, cuyos fundamentos comenzaron a establecerse apenas el siglo pasado y que
representa una revolución en esta ciencia, se define como el estudio de cómo hace una elección la gente
en el mundo real, con base en la psicología y en la propia economía. En dos ocasiones el Premio Nobel
de Economía ha reconocido el trabajo de los psicólogos en esta área: en 1978 se le otorgó a Herbert
Simon y en 2002 a Daniel Kahneman.

Herbert Simon afirmó, en 1940, que el pensamiento racional no bastaba para explicar el cómo y el
porqué de nuestras decisiones. Daniel Kahneman y Amos Tversky añadieron, en 1981, que el contexto,
la forma en que las alternativas eran mostradas a las personas, influía de manera significativa en su
elección. Por ejemplo, si a la gente se le pedía que imaginara que en su país había estallado una epidemia
de una enfermedad contagiosa y mortal, y que se esperaba que fallecieran alrededor de 600 personas a
menos que se implementaran dos planes alternativos para combatirla. Si se escogía el plan A, 200
personas se salvarían. Con el plan B, había una probabilidad de un tercio de que 600 personas se
salvaran y una probabilidad de dos tercios de que nadie se salvara. Casi dos tercios de los encuestados
eligieron la opción A, sin darse cuenta de que en realidad ambas eran idénticas, aunque expresadas de
diferente manera. El dilema fue replanteado por Kahneman y Tversky como una elección entre el plan
C, con el que 400 personas morirían, y el plan D, con el que la probabilidad de que nadie muriera era de
un tercio, mientras que la probabilidad de que todos murieran era de dos tercios. Más de dos tercios de
los mismos encuestados escogieron en esta ocasión la opción D, aunque de nuevo ambas eran la misma.
Nunca hubo cuatro planes, sino únicamente uno expresado en términos de vidas salvadas (planes A y B)
y de vidas perdidas (planes C y D), pero la gente prefirió escoger lo que consideraba evitaría la pérdida
de vidas humanas, en lugar de aquello que ayudaría a salvar vidas humanas.

De regreso con nuestra socorrida fábula, los desacuerdos entre el elefante y el pony que todos llevamos
dentro son culpables de lo que se conoce como el problema de la “elección intemporal”. De acuerdo con
el economista David Laibson, tenemos una tendencia a devaluar nuestro futuro en beneficio del presente
y con ello actuamos de manera irracional. Es por ello que decidimos dejar de fumar, hacer ejercicio y
empezar a ahorrar… mañana.

¿Cómo explica la economía conductual qué pasa dentro de nuestra mente al momento de elegir una
bebida de cola en lugar de la otra? Gracias a las técnicas de imagen por resonancia magnética, los
neuroeconomistas pueden hacer mucho más que especular, a partir de teorías psicológicas diversas,
sobre la posible respuesta a esta incógnita: pueden mostrarle al mundo entero la actividad cerebral de
cada persona durante todo el Reto Pepsi. La idea de escanear nuestras cabezas mientras nos decidimos
entre Coca o Pepsi se le ocurrió al neuroeconomista Read Montague en el verano de 2003, con el
objetivo paralelo de mantener entretenida a su hija adolescente mientras trabajaba en su laboratorio.
Como habíamos mencionado al inicio de este artículo, cuando se ofrecen sin etiqueta alguna que las
identifique, la gente no muestra preferencia notable por ninguna de ellas y ni siquiera puede
distinguirlas. Sin embargo, una vez etiquetadas, trátese o no en verdad de Coca, la gente muestra una
preferencia marcada por esta marca.
De acuerdo con las imágenes obtenidas mediante resonancia magnética, en el primer caso (bebidas sin
etiquetar) la región del cerebro que se activa corresponde a la corteza prefrontal ventromedial,
involucrada en procesos afectivos —en este caso, una sensación de bienestar al ingerir azúcar—. Cuando
los voluntarios del experimento bebían refresco de cola etiquetado como Coca, también se activaban las
áreas correspondientes al hipocampo y a la parte media del cerebro, implicadas en las emociones,
mientras que ello no ocurría si la bebida estaba etiquetada como Pepsi. En conclusión, nuestras
emociones juegan un papel determinante cada vez que colocamos una botella de dos litros de color rojo,
mientras que despreciamos la azul en nuestro carro de compras.

Los avances en nanotecnología aún no permiten que cada uno de nosotros cuente con una máquina de
resonancia magnética que nos diga qué regiones de nuestro cerebro se encuentran activas cada vez que
nos enfrentamos a una decisión de naturaleza económica, como las vistas en este artículo. Sin embargo,
en muchas ocasiones es innecesario contar con artilugios así. Cuando nos atormentamos entre comprar a
18 meses sin intereses ese sistema de sonido envolvente, estereofónico y digital que, por si fuera poco,
es de la misma marca que nuestro televisor de alta definición, o dejar de comprar e intentar saldar los
pagos atrasados de nuestras tarjetas de crédito, seguramente la sonrisa de nuestro elefante interno se
extiende de oreja a oreja.

Luis Javier Plata Rosas. Maestro en ciencias en oceanografía física. Autor de Mariposas en el cerebro

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