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Las 

invasiones germánicas en la península ibérica (o invasiones bárbaras) surgen en el siglo V,


en el contexto de las grandes migraciones (conocidas como invasiones bárbaras) que alteraron la
distribución de los pueblos en Europa y precipitaron el final del Imperio romano de Occidente.
La península ibérica, en particular, sufrió la ruptura de la organización política y administrativa que
el Imperio romano había adoptado, en las distintas provincias en que se dividía
administrativamente Hispania. En 411 llegaron varias oleadas de pueblos germánicos,
denominados vándalos y suevos, además de los alanos (étnicamente iranios), que habían sido
violentamente desposeídos de sus tierras por las invasiones hunas y que, después de esa
expulsión, habían vagado por Europa hacia occidente en busca de nuevas tierras donde instalarse.
Los alanos eran oriundos de la región del Cáucaso, los vándalos eran de origen escandinavo; los
suevos, también germánicos, estaban emparentados con los anglos y los sajones que en ese tiempo
se instalaron en Inglaterra.
Aunque los romanos reconocieron los hechos, llegando a acuerdos para el asentamiento de estos
pueblos en distintas zonas de Hispania, los suevos fueron los únicos que alcanzaron una mayor
estabilidad y se organizaron políticamente. Según Orosio, presbítero de Braga, «rápidamente
cambiaron la espada por el arado y se hicieron amigos». Crearon un reino que abarcaba Galicia y la
zona norte del actual Portugal, con capital en Braga. El reino se expandió luego hacia el sur
del Duero.
Los visigodos, pueblo también germánico que había llegado a un foedus (alianza o federación) con
el Imperio, concertaron con éste acabar con los invasores y reincorporar Hispania a la autoridad
romana, aunque más bien actuaron como autoridad sustitutiva de la romana e independiente en la
práctica, con una mayor intensidad de ocupación en la zona central de la península ibérica, a donde
los visigodos arrianos habrían llegado, expulsados de la Narbonense, por la presión de los francos
católicos.
Estos grupos de bárbaros no parecen haber sido numerosos; aunque pudieron someter a las
provincias romanas, carentes de autoridad y orden, con gran rapidez y, después de instalados, no
encontraron grandes resistencias por parte de las poblaciones, hecho que se relaciona con la caída
del Imperio romano de Occidente. Un desastre económico terminaría con las clases medias de las
ciudades y agravaría las condiciones de los campesinos. El fin de las conquistas propias del periodo
del Alto Imperio había dificultado la obtención de esclavos desde la crisis del siglo siglo III, y era en
estos en los que se asentaba la economía romana. De esta forma, ya había comenzado el proceso
de feudalización, que convertía a las clases altas en una aristocracia prefeudal y a las bajas, tanto si
provenían de esclavos como si provenían de hombres libres sometidos a colonato, en una nueva
clase precedente de los siervos feudales, en una situación de semiesclavitud.
Con las invasiones terminaron todos los sistemas organizativos estatales aunque se mantuvo la
organización eclesiástica. La mayor parte de la población hispanorromana era cristiana

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