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EQ: ¿Qué acciones demuestran que los latinos también pueden ser racistas?
1. Si muchos latinos se quejan de experimentar racismo, ¿por qué hay racismo por parte de ellos?
Explica.
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2. ¿Piensas que las personas de tez oscura son representadas en los medios de comunicación con la
misma frecuencia que las personas de tez clara? Explica.
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3. ¿Crees que el color de tu piel puede darte ciertos privilegios? Explica.
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Compañero 1:____________________________
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Compañero 2:____________________________
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Compañero 3:____________________________
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Como hija de refugiados cubanos, fui criada para oponerme a la opresión y defender la libertad. Pero cuando
el movimiento Black Lives Matter pasó rugiendo por el Sur de Florida, pidiéndonos que aboliéramos el
racismo sistémico y la brutalidad policial, me tomó por sorpresa. No me había dado cuenta de las sutiles
maneras en las que el racismo se desarrolla en Miami, mi ciudad natal, un lugar dominado por una mayoría
absoluta de latinos blancos. Somos una comunidad construida por personas que han huido del despotismo
en nuestros países de origen y, sin embargo, hemos ignorado las injusticias en los vecindarios negros que
están a unos pocos kilómetros de aquí. Y yo —educada, liberal, supuestamente informada— he sido tan
culpable como cualquiera.
Esto no debería suceder. Los latinos siempre hemos tenido una historia complicada con la raza: después de
todo, venimos en todos los tonos de melanina. Somos considerados “minorías” en la mayoría del territorio
estadounidense. Muchos de nosotros venimos de países enriquecidos por la esclavitud del pueblo africano.
Deberíamos entender el movimiento Black Lives Matter de manera profunda. Pero aquí en Miami, la acción
y la empatía están codificadas por colores y a pesar de la labor de una generación joven y comprometida de
latinos, me temo que este momento histórico nacional nos pasará de largo.
Luego están los latinos que se oponen abiertamente a los esfuerzos de Black Lives Matter. Miami es uno de
los pocos lugares donde regularmente se ven contraprotestas de “cubanos con Trump”. Muchos de los latinos
de estas manifestaciones —ya sean cubanos, venezolanos o colombianos— describen sus motivaciones como
un apoyo a la ley y el orden. Algunos podrían, de manera genuina, tener fines benignos, pero Roberto
Santiago, un especialista en relaciones públicas afro-puertorriqueño que ha pasado años en Miami, ve otra
cosa en proceso. “Nuestra gente tiene una negación del racismo”, dijo, lamentándose de que muchos latinos
piensen que su propio estatus de “minoría” los hace inmune a ser intolerantes. “Suelen pensar: ‘No somos
racistas, somos hispanos, así que ¿por qué te ofende esto?’”.
Sin embargo, desde mi propia experiencia, sé que los latinos de Miami no somos inmunes a ser racistas.
Durante mi crecimiento aquí, nunca tuve amigos negros; solo un puñado de estudiantes negros asistieron a
mi colegio privado. Pasar por un vecindario negro significaba pasarle el seguro a las puertas del auto y
mantenerse alertas durante el semáforo rojo. Incluso en mi familia amorosa y no tradicional, la idea de tener
un novio de raza negra era inconcebible: “Ni se te ocurra”.
Nunca pensé mucho en eso, y nunca me vi realmente como racista. Pero hace unos diez años regresé a mi
casa natal y comencé a convivir con mi propia complicidad cada vez que familiares, amigos, conocidos y
extraños caían de forma casual en el mismo lenguaje que había escuchado desde niña: “Ese trabajo es de
negro”, para referirse a labores sencillas y mundanas. “Eso es una negrada” para cuando algo se hacía de
forma mediocre o desordenada. “Está mejorando la raza”, cuando uno salía o se casaba con una persona
blanca, algo que suele escucharse entre latinos de piel más oscura. Año tras año, esas frases giraron a mi
alrededor, y yo permanecí impávida y en silencio, cómplice por cobardía. Pero hace poco, Isabel, mi hija de
21 años, me retó. “Eso no está bien”, me dijo. “¿Por qué no dices nada?”.
¿Que por qué? Porque esa rara burbuja de empoderamiento latino de Miami-Dade,
la cual incluye a multimillonarios latinos, un senador de los Estados Unidos, artistas, titanes de negocios,
jueces y celebridades, nos ha desensibilizado. Siendo una latina blanca en este lugar, nunca me consideré
una minoría. Hablaba español e inglés con plena libertad. Estaba orgullosa de mi cubanidad y de nuestro rol
en el moldeado de la Miami moderna. Si alguna persona no hispana se enfurecía por eso, pues podía irse.
Muchos así lo hicieron, y corrieron hacia el norte buscando condados que hablaran en inglés. No nos
importaba. Nosotros ahora éramos la norma.
Sin embargo, ese poder e influencia que nos ganamos con esfuerzo nos ha separado emocionalmente de
nuestra historia de origen. Nosotros los cubanos escapamos de Fidel Castro y abrazamos las libertades que
había destruido: el derecho a hablar y leer con libertad, de tener propiedades y negocios propios, de celebrar
elecciones legítimas y —en especial— de protestar contra el gobierno.
Ese trauma todavía persiste en nuestros cafecitos, baños en el mar y celebraciones de Nochebuena, porque,
si lo piensas, 1959 no fue hace tanto tiempo. Es lo suficientemente reciente como para que los latinos blancos
de Miami recuerden bien la opresión que nuestras propias familias superaron, y honren esa lucha
defendiendo hoy a nuestros vecinos de raza negra.