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I ENCUENTRO INTERNACIONAL DE EDUCACIÓN

Espacios de investigación y divulgación.


29, 30 y 31 de octubre de 2014
NEES - Facultad de Ciencias Humanas – UNCPBA
Tandil – Argentina
EJE IV. Mesa 2. Formatos escolares y nuevas experiencias educativas.

Prácticas orales en la ruralidad, una forma de rescatar el saber campesino para


construir identidad

Gómez Diana
dianism616@hotmail.com
Sánchez Yuli
yulifsa@gmail.com
Universidad de Antioquia- (Colombia)
“La escuela es un lugar donde converge lo diverso enriqueciendo el conocimiento
que de ello surge, convirtiéndola en un espacio de resistencia, al rescatar los saberes
tradicionales, la identidad, el reconocimiento de los hombres del común, sus
historias y los roles que desempeñan socialmente, destacándolos como sujetos
históricos” (Daza y Castro, 2003, p 30).

Aun recordamos nuestro tiempo de colegio, en el principio del año escolar teníamos
que participar en las diferentes actividades de presentación, en ellas usualmente se nos
preguntaba por el nombre y lugar de residencia; lo primero era algo fácil de expresar, lo
segundo no, ¿cómo querer decir el lugar de procedencia, cuando esto nos acarrearía las
burlas y el menosprecio de nuestros compañeros? A lo anterior le sumábamos las palabras
que algunos docentes referían en torno al campo, diciendo: “Que para ser alguien en la vida
había que estudiar, sino no tendría más opción que irse a arrancar papas”. Ser campesino
era estar condenado a una especie de castigo.

Estas palabras nos perturbaban y nos llevaban a pensar que las personas que
realizaban esta labor no eran nadie en la vida, puesto que no habíamos escuchado a alguien
que resaltara alguna característica campesina que no fuera su vocación agraria. Por eso al
llegar al octavo semestre de la carrera, decidimos realizar nuestra intervención pedagógica
en las instituciones rurales de las cuales somos egresadas, pensando en la necesidad de
indagar qué conocimientos tenían los estudiantes y sus familias acerca del contexto que
habitaban. Nos decidimos a hacerlo mediante la delimitación de las prácticas orales, ya que
era el medio más factible para reconocer y recuperar la memoria colectiva que tal vez haría
evidente la diversidad en los saberes de los campesinos.

En el transcurrir de nuestra experiencia pedagógica, observamos que tanto los


estudiantes como muchas personas de la comunidad, disfrutaban conversar con sus
congéneres, había en ellos voluntad y ganas de narrar la historia de sus veredas, la cual les
permitió reconocerse a sí mismos en relación con los otros. Crear espacios para relatar,
para contar y escuchar las historias, generaba en nosotras un interés del que partió nuestro
tema de investigación ¿Cómo en la ruralidad se dan prácticas orales vinculadas a un saber
campesino que dialoga con los distintos conocimientos de los estudiantes, del grado cuarto
del Centro Educativo Rural Samaria y del grado quinto, del Centro Educativo Rural
Comandante Ignacio Gallo, en el municipio de El Carmen de Viboral?

Para desarrollar una propuesta que tuviese como soporte conceptual las prácticas
orales, considerábamos iniciar el proceso desde el contexto escolar, de tal manera que les
permitiéramos a los estudiantes expresarse y participar en relación con sus propias
experiencias e indagaciones. En este sentido, este concepto no podía ser menos importante
que otras prácticas socioculturales relacionadas con el área de lenguaje, (lectura y escritura
por ejemplo). Aunado a lo anterior, aunque se desarrollara la propuesta al interior del aula,
resultaba necesario concederle un papel fundamental a los núcleos familiares de los
estudiantes puesto que desde ese primer ente formativo, los niños inician la construcción de
sus formas discursivas, articulan algunos procesos de identificación de referentes y
empiezan a reconocer su propia “voz”. Es así como personas de la misma comunidad
asistían al salón de clase con la “excusa” de ser entrevistados por los estudiantes, un
espacio que se caracterizaba como mecanismo dialógico en el que se compartían saberes
los adultos y niños con relación a la vereda. Existía pues una apuesta por reconocer la
oralidad desde las conversaciones cotidianas, desde las formas de reconstrucción la historia
veredal por parte de sus propios habitantes.

Desde esta perspectiva, hablar de oralidad en el contexto rural, es reconocer que se


instituye como una práctica sociocultural, como se dijo anteriormente. Parafraseando a
Chartier y Rockwell (1994 y 1995) dichas prácticas están unidas a la tradición de los
grupos sociales de donde emergen y a la forma como históricamente se han relacionado con
el contexto. Por otra parte, la oralidad adquiere diversos matices dadas las formas como se
emplea en los ámbitos familiar, educativo, político; estos factores entonces, influyen en la
estructura de los discursos y en su “reproducción, recepción y circulación” (p. 6).

La práctica oral en el aula se debe fortalecer en tanto es una de las vías principales
para comunicarnos dentro de la sociedad y por ello no debe comprenderse como un acto
meramente espontáneo. Para hacer un buen trabajo en torno a la oralidad, se deben
implementar algunas metodologías de trabajo, de tal manera que el maestro le permita al
estudiante apropiarse de un discurso.
La consolidación de una voz argumentativa en los estudiantes, se puede
promover desde el aula, siempre y cuando se muestre que hablar también requiere de una
formación que permite participar en el ejercicio de interacción, en este caso los niños se
reconocen ante el otro desde sus discursos. Con respecto a lo anterior, Pérez Abril señala
que “…ese es el espacio privilegiado para construir los vínculos iniciales con la lengua,
pero también para construir los primeros modos de reconocimiento del otro y la inserción
en las prácticas discursiva primarias” (2007, p 3).

Ahora, ¿cómo podríamos vincular estas prácticas orales para reconocer los saberes
campesinos? No bastaba con presumir que a través de los relatos habían formas propias de
articular el discurso en el contexto rural, era prudente pensar bajo qué perspectiva se podía
considerar ese saber que poseen las comunidades en el campo. El saber campesino se puede
enunciar mediante las prácticas orales, este conocimiento, según nuestras lecturas de
Núñez, es una experiencia que pertenece culturalmente a las personas de las bases sociales,
donde también habita una ideología ancestral. Nosotras relacionamos este conocimiento
empírico con las historias y con las rutinas que se vivían diariamente. Anteriormente por
ejemplo, mientras los campesinos realizaban sus labores cotidianas: como sembrar
alimentos, coger maíz, escoger fríjol, conversaban entre sí, siendo este el medio más
efectivo y el más utilizado para comunicarse, para crear a partir del diálogo un espacio de
socialización; así, desde sus experiencias, contaban historias que ponían en evidencia el
saber primordial de su cultura y las tradiciones de la sociedad a la cual pertenecían.

Advertimos entonces que la mayoría de las personas, aún sin haber sido
escolarizadas, hacían de sus prácticas orales un proceso consciente y sabían expresar a
través de sus palabras, conocimientos propios de su lugar y espacio vital, estas mismas
narraciones eran emitidas de generación en generación construyendo una particular
memoria colectiva. Así, el campesino ha sido un poseedor de saber que tiene mucho que
aportar desde sus vivencias, dado que dentro de su mundo hay una diversidad de saberes,
tradiciones, acciones e intenciones. Por esta razón decidimos propiciar momentos donde los
estudiantes tuvieran la oportunidad de interactuar, conversar con otros miembros de la
comunidad.
Para muchos de ellos ha sido asombroso reconocer la evolución que ha tenido la
vereda, luego de estas entrevistas en las aulas de clase, han surgido espacios de
conversación donde se escuchaban comentarios por parte de los estudiantes como: “La vida
anteriormente era muy dura” o “Yo no sabía que antes no habían carreteras y que la gente
tenía que caminar a través de desechos”. Algunas anécdotas ajenas al presente de los
estudiantes les resultaban llamativas, por ejemplo, escuchar lo que ocurrió cuando las
personas vieron por primera vez llegar un carro a la vereda. No obstante, estos diálogos no
han sido las únicas estrategias empleadas; la construcción de autobiografías y su respectiva
socialización; la recuperación de cuentos que llevan en su memoria; la creación colectiva
de nuevas versiones a través de la grabación de audios; el intercambio de cartas entre
ambos grupos intervenidos y su encuentro en la Biblioteca del municipio para reconocerse
entre sí, son otros espacios en donde se ha pretendido fortalecer la oralidad en el marco de
sus conocimientos tradicionales, de sus cotidianidades.

Nosotras como habitantes de estos sectores, nos hemos vinculado con este proceso, y
de la misma manera que los estudiantes, nos hemos sentido atraídas y sorprendidas al
escuchar características del pasado de la vereda que no conocíamos. Estas experiencias nos
han dejado la sensación de que aún podemos conocer con mayor profundidad el pasado de
nuestros lugares de origen. Justamente, podríamos decir algo que hemos comprobado,
desde nuestra experiencia pedagógica, que para cautivar el interés de una persona,
especialmente de un niño, relatar es una buena estrategia, contar una anécdota, una
experiencia o hablar sobre sí mismo genera en los otros un interés, tal vez se deba a esa
capacidad de las personas de verbalizar su mundo y hacer de su vida una historia que
seduce a quien tenga la disposición para escucharla, pues en esa “voz” del otro, muchas
veces nos reconocemos o nos reencontramos con lo que somos y lo que fuimos, esta es una
forma de construir identidad. En este sentido podríamos decir que los estudiantes han
escuchado nuestros relatos de cuando éramos niñas y asistíamos a la escuela y muchos de
ellos se han motivado a contar los suyos.

Vale la pena concluir que a través de este camino reconocemos que siguen existiendo
retos fundamentales a resolver: ¿cómo legitimar los saberes de los campesinos, más allá de
la agricultura? ¿Cómo concederle un lugar a las prácticas orales dentro del currículo escolar
de nuestras instituciones rurales? ¿De qué manera las formas literarias cuyo soporte es la
voz del narrador pueden ser igualmente importantes para el área de lengua castellana?
¿Cómo reconocer elementos propios de la identidad en relatos que trascienden en el
tiempo? Habrá que leer más allá de la materialidad de los textos:

“(…) y los que no saben leer la naturaleza, los que no saben leer el mensaje del
viento, los que no saben leer la luna para la siembra y la cosecha, los que no saben
leer las nubes, los que no saben leer el canto de los pájaros que anuncian visita, que
anuncian la vida y la muerte, los que no saben leer el agua, los que no saben lo que
yo sé, lo que mi abuelo me enseñó ¿entonces ellos qué son? (Jamioy Juagibioy,
2013, p 95-96).

Bibliografía

Daza, P. y Castro. (2003). Tú eres yo, nosotros somos ustedes y para recobrar
nuestra identidad nos necesitamos mutuamente. Nodos y nudos, 2 (14), 30.

Hugo Jamioy Juagibioy, “entre la antigua y la nueva palabra, nuestros mundos”


tomado de “Leer para comprender, escribir para transformar”, 1ra. Ed. Bogotá: Ministerio
de Educación Nacional (2013): 95-100.

Lamus, A. (2008). Los y las estudiantes como protagonistas del aula, una propuesta
para hacer de la oralidad un proceso consiente (tesis de pregrado) Universidad de
Antioquia, Medellín, Colombia.

Núñez, Jesús. Los saberes campesinos: Implicaciones para una educación rural.
Investigación y Postgrado, Caracas, v. 19, n. 2, jul. 2004. Recuperado el 28 nov. 2013
de <http://www.scielo.org.ve/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1316-
00872004000200003&lng=es&nrm=iso>.

Pérez, A. (2007). Lenguaje, ciudadanía y democracia: ¿qué le corresponde hacer la


escuela? Conferencia presentada en el marco de la primera cohorte de las líneas de
investigación Comunicación y Educación de la Maestría en Educación.
Restrepo, l. (2013) .Niños y familias del contexto educativo rural: una experiencia
desde la adquisición de la lengua escrita (tesis de pregrado) universidad de Antioquia,
Medellín, Colombia.

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