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Un viernes 13 de octubre del año 1307, hace 700 años, el Gran Maestre Templario
Jacques de Molay y sus 138 compañeros eran detenidos y ajusticiados, dando comienzo
a una maldición que perdura
hoy en día y a una de las leyendas más fascinantes de nuestra época.
El gran maestre del Temple, Jacques de Molay, y 138 hermanos fueron detenidos por
orden del rey de Francia Felipe el Hermoso el viernes 13 de octubre de 1307, hace
exactamente 700 años
Pero los sucesivos procesos judiciales canónicos y civiles, como el llevado a cabo en
Chinon por una comisión papal de tres cardenales, no sirvieron para exonerar a los
caballeros, que dejaron en las paredes de su mazmorra unas inquietantes inscripciones,
conocidas como los "grafiti de Chinon", donde aparece buena parte de la simbología
templaria.
Los interrogatorios papales a los templarios en este castillo dieron como resultado su
absolución por Clemente, según consta en un documento hallado en 2002 en los
archivos secretos vaticanos. El pergamino papal, fechado en Chinon en 1308 y que se
puede consultar en la biblioteca vaticana, http://asv.vatican.va/es/doc/1308.htm, acogía
nuevamente a los templarios bajo el manto de la Iglesia.
Sin embargo, la absolución papal no convenció a Felipe el Hermoso, que consiguió en
1312 que el Concilio de Vienne decretara en la práctica la disolución de la orden.
En todos esos años se sucedieron los interrogatorios, las confesiones bajo tortura, las
retractaciones, los concilios y las bulas papales hasta que, finalmente, Molay y los suyos
terminaron encerrados en la
Casa del Temple, en París, dejados a la suerte de Felipe IV y de su valido Guillermo de
Nogaret.
Tras ser enjuiciados en Notre Dame por una nueva comisión papal y condenados a
cadena perpetua, Molay y Godofredo de Charnay, comendador de Normandía, se
retractaron de sus confesiones de
culpabilidad y, por ello, fueron conducidos a la hoguera, el 18 de marzo de 1314.
En la pira instalada en la isla de los judíos, en el Sena, mientras las llamas abrasaban su
piel, Molay lanzó su maldición a quienes les habían conducido al cadalso: no tardarían
más de un año en someterse al
Juicio Final.
Y así fue: el Papa de Aviñón murió un mes y dos días después de las ejecuciones,
Nogaret en mayo y Felipe IV cayó desplomado el 29 de noviembre cuando cazaba por
los bosques de Fontainebleau, a
sólo ocho meses de la muerte de Molay. Su dinastía, la de los Capeto, desaparecería
catorce años después. Decenas de templarios fueron ejecutados en Francia entre 1307
y 1314, pero la persecución, a pesar de los deseos franceses, fue menor en España,
Inglaterra, Italia o Alemania debido a la oposición de sus monarcas y a que fueron
rechazados los cargos.
Los innumerables bienes del Temple, eso sí, fueron confiscados en toda Europa y
entregados a la Orden del Hospital de San Juan por expresa orden del Papa, salvo en la
península ibérica, donde surgieron
nuevas órdenes militares que asumirían la herencia templaria, como las de Montesa y
los Caballeros de Cristo. En la desvencijada fortaleza de Chinon, llena de referencias a
Juana de Arco y Ricardo Corazón de León, el arquitecto jefe encargado de las obras,
Arnaud de Saint-Jouan (curiosamente apellidado San Juan, una de esas coincidencias
templarías que tanto fascinan), defiende el derecho a reconstruir el castillo frente a
quienes prefieren dejar las ruinas al desnudo.
Entre los andamios que cubren hoy el Donjon di Coudray (la Torre del Homenaje), los
templarios aguardan su absolución final, quizá el próximo 25 de octubre cuando el
Vaticano, según ha anunciado, haga
públicos todos los documentos de uno de los juicios más ignominiosos de la historia.
EFE