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Índice
1 El “Comité Revolucionario” se convierte en Gobierno Provisional de la segunda
República
2 El gobierno de “plenos poderes” y el Orden Público
3 El primer problema: Cataluña
4 El País vasconavarro y el Estatuto de Estella
5 La política religiosa inicial del Gobierno Provisional y la respuesta
católica
5.1 La Quema de conventos de mayo
5.2 La tensión entre la República y la Iglesia Católica
5.2.1 El "caso Segura"
5.2.2 El "caso Echeguren"
6 La reforma militar de Azaña
6.1 El rechazo de la derecha y de una parte del Ejército
6.2 El mantenimiento de la jurisdicción militar en el orden público
7 Los decretos agrarios del Gobierno Provisional
7.1 La oposición de los propietarios
8 La reforma socio-laboral de Largo Caballero
8.1 La oposición de la CNT
8.2 La oposición de los patronos
9 Referencias
10 Bibliografía
11 Enlaces externos
El “Comité Revolucionario” se convierte en Gobierno Provisional de la segunda
República
Más significativo aún de cómo iba a abordar el nuevo Gobierno el orden público y la
libertad de prensa fue todo lo que ocurrió en torno a los sucesos que se produjeron
en San Sebastián el 28 de mayo. Aquel día unos huelguistas de Pasajes que se
dirigían a San Sebastián fueron bloqueados por la Guardia Civil en el puente de
Miracruz. Ante la negativa de aquellos a disolverse, los guardias civiles
comenzaron a disparar ocasionado la muerte a ocho personas y más de cincuenta
heridos. Ante la magnitud del hecho el ministro de la Gobernación, Miguel Maura,
reunió a todos los directores de periódicos para recordarles “que se hallaban
frente a un ministro que disponía de plenos poderes en materia de orden público”
(dos semanas antes ya había decretado la suspensión temporal del diario monárquico
ABC y del diario católico El Debate, a raíz de los hechos conocidos como la “quema
de conventos”) y a continuación les rogó que
diesen a conocer [la noticia de lo sucedido en San Sebastián] con escrupulosidad y
veracidad, porque interesaba que España supiese que había un Gobierno en su sitio,
con el cual no se jugaba. Ahora bien [relata Miguel Maura en su libro “Así cayó
Alfonso XIII”]: el diario que utilice la noticia para su campaña política, o
intente envenenar el ambiente con ella, será suspendido, y suspendido quedará
mientras yo esté en este Ministerio. Se dieron por enterados y abandonaron mi
despacho… Salvo ‘La Voz’, que en su última página daba escuetamente la noticia sin
el menor comentario, los demás diarios nada publicaron del suceso.7
Esta política contradictoria de la República respecto del orden público culminó con
la aprobación por las Cortes Constituyentes de la Ley de Defensa de la República de
21 de octubre de 1931 que dotó al Gobierno Provisional de un instrumento de
excepción al margen de los tribunales de justicia para actuar contra los que
cometieran “actos de agresión contra la República”, constituyéndose, incluso
después de la aprobación de la Constitución de 1931, en “la norma fundamental en la
configuración del régimen jurídico de las libertades públicas durante casi dos años
de régimen republicano” en que estuvo vigente (hasta agosto de 1933).8
Casi todos los partidos políticos catalanes aceptaron el acuerdo, excepto Estat
Català, que acusó a Macià —su antiguo líder— de traidor, y el Bloc Obrer i
Camperol, un grupúsculo comunista recién creado, que afirmó que el Gobierno
Provisional de Madrid había «aplastado la República Catalana, cuya proclamación fue
el acto revolucionario más trascendental llevado a cabo el día 14».10
Al mismo tiempo el Gobierno Provisional inició los contactos con el nuncio Federico
Tedeschini para asegurarle que el Gobierno hasta que no se aprobara la nueva
Constitución respetaría el Concordato de 1851 y a cambio la Iglesia debía dar
muestras de que acataba el nuevo régimen. Así el día 24 de abril el nuncio envió un
telegrama a todos los obispos en el que les transmitía el «deseo de la Santa Sede»
de que «recomend[asen] a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles de su[s]
diócesis que respet[ase]n los poderes constituidos y obede[ciese]n a ellos para el
mantenimiento del orden y para el bien común».21 Junto al nuncio, el otro miembro
de la jerarquía eclesiástica que encarnó esta actitud conciliadora hacia la
República fue el cardenal arzobispo de Tarragona Francisco Vidal y Barraquer, que
ya había realizado algunos gestos de deferencia hacia las nuevas autoridades como
su visita al presidente de la Generalidad de Cataluña Francesc Macià, el día 18 de
abril, o como el envío el día 22 de una carta de saludo y felicitación al Gobierno
provisional de la República por parte de la conferencia de obispos catalanes.22
Otro prelado que estaba en la misma línea era el cardenal arzobispo de Sevilla,
Eustaquio Ilundáin y Esteban, y el diario católico que la apoyaba era El Debate,
dirigido por Ángel Herrera, fundador de la Asociación Católica Nacional de
Propagandistas, que al día siguiente de la proclamación de la República había
manifestado en el editorial publicado en primera página, aunque acompañado de un
retrato y de un “homenaje al Rey Alfonso XIII”: “La República es la forma de
gobierno ‘de hecho’ en nuestro país. En consecuencia, nuestro deber es acatarla.
(…) Y no le acataremos pasivamente… le acataremos de un modo leal, activo, poniendo
cuanto podamos para ayudarle en su cometido”.23
Sin embargo un sector numeroso del episcopado estaba compuesto por obispos
integristas (muchos de ellos nombrados durante la Dictadura de Primo de Rivera) que
no estaban dispuestos a transigir con la República a la que consideraban una
desgracia. La cabeza visible de ese grupo era el Cardenal Primado y arzobispo de
Toledo, Pedro Segura, que ya se había manifestado claramente contrario a la
República antes y durante la campaña de las elecciones municipales del 12 de abril
de 1931, afirmando que la República era obra de los “enemigos de la Iglesia y el
orden social”, por lo que estaba justificado la formación de un “compacto frente
unido” en defensa de la Monarquía y de la Iglesia Católica.24 Ya en su primera
intervención desde el púlpito después del 14 de abril se refirió a la República
como un castigo divino,25 lo que levantó las iras de la prensa republicana,
señalándolo como el símbolo del clericalismo monárquico, y provocó el envío de una
nota de protesta del gobierno a la nunciatura. Pero el pronunciamiento de mayor
trascendencia del Cardenal Segura se produjo el día 1 de mayo cuando hizo pública
una pastoral en la que, tras abordar la situación española en un tono
catastrofista, hacía un agradecido elogio de la monarquía y del destronado monarca
Alfonso XIII, “quien, a lo largo de su reinado, supo conservar la antigua tradición
de fe y piedad de sus mayores”.2627 La prensa republicana interpretó la pastoral
como una incitación a los fieles a unirse para salvar los derechos amenazados de la
iglesia y los partidos y organizaciones de izquierda la consideraron una
declaración de guerra, incrementando el sentimiento anticlerical de muchos
ciudadanos.28 El Gobierno Provisional presentó una nota de "serena y enérgica"
protesta al Nuncio Federico Tedeschini por lo que consideraba una intervención en
política del Cardenal Primado, "cuando no hostilidad al régimen republicano", y
pidió que fuera apartado de su cargo. La prensa, por su lado, arreciaba en su
campaña contra Segura.29
No se sabe con absoluta certeza quién quemó los alrededor de cien edificios
religiosos que ardieron total o parcialmente aquellos días (además de la
destrucción de objetos del patrimonio artístico y litúrgico y la profanación de
algunos cementerios de conventos), y durante los cuales murieron varias personas y
otras resultaron heridas,37 pero la hipótesis más admitida es que los incendiarios
fueron elementos de extrema izquierda republicana y anarquista que pretendían
presionar al Gobierno Provisional para que llevara a cabo la «revolución» que
significaba ante todo arrancar de cuajo el «clericalismo».38 Sin embargo lo que sí
que está clara fue la irresponsabilidad del gobierno en el manejo de la situación,
que solo se explica, además de por una difusa simpatía que pudieran sentir algunos
ministros por los alborotadores, por “una mezcla de perplejidad, error de cálculo,
debilidad y miedo a la impopularidad derivada del empleo de la fuerza contra el
pueblo”,.39 En esta misma línea explicativa se manifiesta el historiador Gabriel
Jackson que señala que la "mayoría de los ministros" no quería que "el nuevo
régimen comenzara su existencia disparando contra españoles" convencidos de que
"las masas odiarían a un Gobierno que recurriera a la guardia civil ante las
primeras señales de un motín".40 El propio presidente Niceto Alcalá Zamora en una
alocución radiada el mismo día 11 justificó implícitamente la actitud del gobierno
diciendo que se había evitado un baño de sangre. También el Papa Pío XI el 17 de
mayo se referiría a la “gravísima” responsabilidad de los que no habían “impedido
oportunamente” que los sucesos se produjeran.37
El "caso Segura"
El "caso Echeguren"
Dos meses después, y en pleno debate en las Cortes Constituyentes recién abiertas
sobre la nueva Constitución en el que la “cuestión religiosa” estaba siendo la más
polémica, se producía un nuevo incidente que enturbió aún más las relaciones de la
República y la Iglesia Católica y en el que el Cardenal Segura volvía a ser
protagonista. El día 17 de agosto entre la documentación incautada al vicario de
Vitoria, Justo Echeguren, que había sido detenido tres días antes en la frontera
hispano francesa por la policía, se encontraron unas instrucciones del Cardenal
Segura a todas las diócesis en las que se facultaba a los obispos a vender bienes
eclesiásticos en caso de necesidad. "Pero lo más grave era que, a tal circular,
acompañaba un dictamen del abogado Rafael Martín Lázaro, firmado en fecha tan
temprana como el 8 de mayo, que aconsejaba la transferencia por parte de la Iglesia
de sus bienes inmuebles a seglares y la colocación de bienes muebles en títulos de
deuda extranjeros, es decir, invitaba a la fuga de capitales", todo ello para
eludir una posible expropiación por parte del Estado.50 La respuesta inmediata del
Gobierno Provisional, después de descartar la ruptura de las relaciones
diplomáticas con la Santa Sede, fue la publicación el 20 de agosto de un decreto en
el que se suspendían las facultades de venta y enajenación de los bienes y derechos
de todo tipo de la Iglesia Católica y de las órdenes religiosas. En el preámbulo se
intentó suavizar la medida haciendo referencia a “los esfuerzos notorios que
ha[bían] realizado elementos destacados de la Iglesia española” para mantener su
lealtad al nuevo régimen, aludiendo así al sector conciliador encabezado por el
cardenal Francisco Vidal y Barraquer y el Nuncio frente al intransigente sector
integrista encabezado por el cardenal Segura. Por otro lado, el decreto fue
acompañado por la suspensión de una decena de periódicos católicos del País Vasco y
de Navarra que se habían significado por sus proclamas antirrepublicanas y que
fueron acusados por el gobierno de hacer llamamientos a la rebelión armada contra
la República.51
Otra de las cuestiones que abordó Azaña fue el conflictivo tema de los ascensos,
promulgando unos Decretos de mayo y junio por el que se anulaban gran parte de los
producidos durante la Dictadura por "méritos de guerra", lo que supuso que unos 300
militares perdieran unos o dos grados, y que otros sufrieran un fuerte retroceso en
el escalafón, como en el caso del general Francisco Franco.58
Una muestra del disgusto de una parte de los militares con la “Ley Azaña” y con las
críticas contra las actuaciones del ejército y la guardia civil en materia de orden
público fueron los incidentes que se produjeron con motivo de una revista militar
de la guarnición de Madrid que tuvo lugar en Carabanchel. Cuando en el cierre del
acto el general Villegas, que era el jefe de la I División Orgánica, gritó “¡Viva
España!” el coronel Julio Mangada gritó a continuación, lo que era un acto de
insubordinación, “¡Viva la República!”. Por eso fue arrestado y sometido a consejo
de guerra, pero el gobierno a su vez destituyó al general Villegas y aceptó la
dimisión del general Goded, Jefe del Estado Mayor, también presente en el acto y
que estaba en desacuerdo con la decisión (fue sustituido por el general Masquelet).
En todo el incidente no hubo más que palabras, pero el “¡Viva España!” ya
simbolizaba una clase de lealtades y el “¡Viva la República!” otra (los generales
Goded y Villegas figuraron entre los que se sublevaron en julio de 1936 y el
coronel Mangada luchó por la República, al igual que el general Masquelet).63
Artículo 7.°: Por razón de delito, la jurisdicción de Guerra conoce de las causas
que contra cualquier persona se instruyan por... 7.° Los de atentado y desacato a
las autoridades militares y los de injuria y calumnia a éstas y a las corporaciones
o colectividades del Ejército, cualquiera que sea el medio para cometer el delito,
siempre que éste se refiera al ejercicio de destino o mando militar, tienda a
menoscabar su prestigio o a relajar los vínculos de disciplina y subordinación en
los organismos armados
Un auto de la Sala Sexta del 2 de octubre de 1931 establece que: «Corresponde
conocer a la Jurisdicción de Guerra» en el supuesto de «insulto a Fuerza Armada»
cometido por paisano. Otro auto de 1 de diciembre de 1931 dice que «para conocer de
las ofensas dirigidas en su presencia a un guardia civil, vistiendo uniforme y
prestando servicio propio, es competente la Jurisdicción de Guerra, por tratarse de
un delito militar», con arreglo a los artículos 7, párrafo cuarto, y 256 del Código
de Justicia Militar. También se pronuncian a favor de la competencia de los
Consejos de Guerra en detrimento de los Tribunales Ordinarios, los autos de 27 de
octubre y 11 de noviembre de 1931 en que se dilucidan los supuestos de «agresión a
Fuerza Armada y muerte producida al repelerla».69
Fue el propio Gobierno quien en todo momento instigó con firmeza para que el
conocimiento de ciertas acciones de orden público presuntamente delictivas se
remitiesen a la jurisdicción militar. Así, el telegrama oficial del Ministerio de
la Gobernación de 31 de octubre de 1931, ordenaba a un delegado gubernativo que
como en el «mitin sindical» se aludió a la Guardia Civil y «como las frases
pronunciadas por el orador a que alude constituyen un insulto a la Fuerza Armada,
procede ponerlo a disposición de la jurisdicción correspondiente».70
Así pues para aliviar la situación de los jornaleros de la mitad sur de España, el
Gobierno Provisional aprobó a propuesta del ministro de Trabajo, Largo Caballero,
siete "decretos agrarios" que tuvieron un enorme impacto:72
Las dos piezas básicas del proyecto fueron la Ley de Contratos de Trabajo y la de
Jurados Mixtos (una tercera, la de Intervención Obrera en la gestión de la
Industria, que estaba destinada a ser la pieza fundamental, no llegó a
promulgarse), leyes aprobadas bajo la presidencia de Manuel Azaña:
La oposición de la CNT
Los socialistas esperaban que todas las medidas que habían aprobado, especialmente
los mecanismo de control y arbitraje de los conflictos laborales, redujeran el
número de huelgas y se alcanzara una cierta paz social, pero la paz social no se
produjo a causa de la incidencia de la recesión económica, y sobre todo por la
negativa de la CNT a utilizar los mecanismos oficiales de conciliación, que
identificaban con el corporativismo de la Dictadura de Primo de Rivera, lo que se
tradujo en una manifiesta tendencia a convocar huelgas "políticas".79
Lo que había puesto en marcha Largo Caballero desde el Ministerior de Trabajo era
una especie de sistema corporativo obrero en el que las posiciones de la UGT en la
negociación y en el control de los contratos de trabajo salían considerablemente
reforzadas. Eso le daba al sindicato socialista un cierto control de la oferta de
trabajo, un bien escaso en un momento de depresión económica. Por eso la CNT se
opuso radicalmente a la ley de contratos de trabajo y a los jurados mixtos y se
lanzó a la acción directa para conseguir por otros medios el monopolio de la
negociación laboral.80
Referencias
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De la Cueva Merino, Julio (1998). Ibid. p. 215.
De la Cueva Merino, Julio (1998). Ibid. p. 216. «Ambos sabían que la instalación
en el poder de los republicanos significaba que éstos, antes o después, habrían de
llevar a cabo la política anticlerical que siempre habían propugnado. Ambos
confiaban en la prudencia, la deferencia y la negociación, más que en el
enfrentamiento, para reducir al mínimo los efectos de esa política».
Álvarez Tardío, Manuel (2002). Ibid. pp. 93-94.
Álvarez Tardío, Manuel (2002). Ibid. p. 79.
De la Cueva Merino, Julio (1998). Ibid. p. 215. «Lo que dijo el cardenal en la
primera «sabatina» de la catedral de Toledo tras el 14 de abril no está del todo
claro. La prensa republicana lo acusaba de haberse despachado en términos como
éstos: «Que la ira de Dios caiga sobre España si la República persevera.» Los
periódicos católicos -y algún otro como Ahora- negaron la verdad de estas
acusaciones, si bien parece que Segura se refirió a las circunstancias españolas
del momento como un castigo divino».
Casanova, Julián (2007). República y guerra civil. Historia de España, vol. 8.
Barcelona: Crítica-Marcial Pons. p. 23. ISBN 978-84-8432-878-0.
Jackson, 1976. En la carta Segura se refería repetidamente a las graves
conmociones y amenazas de anarquía a que España se veía expuesta. Aunque la Iglesia
no se preocupaba de formas de régimen, deseaba expresar la gratitud de la Iglesia a
S.M., por haber consagrado España al Sagrado Corazón de Jesús y por haber
preservado las tradiciones de piedad de sus antepasados. Apeló a las mujeres de
España para que organizaran una cruzada de oraciones y sacrificios para defender la
Iglesia contra los muchos ataques a sus derechos. Recordó el ejemplo de Baviera en
1919, cuando la población católica salvó al país de una breve ocupación
bolchevique, sugiriendo, por tanto, por su analogía, que el Gobierno provisional
era de la misma categoría que el régimen comunista de la breve revolución bávara
Álvarez Tardío, Manuel (2002). Anticlericalismo y libertad de conciencia. Política
y religión en la Segunda República Española. Madrid: Centro de Estudios Políticos y
Constitucionales. pp. 97-98. ISBN 84-259-1202-4. «Desde finales de abril [los
socialistas y la izquierda republicana más extrema] exigieron al Gobierno la
suspensión del Primado, por considerar sus pastorales como una actividad política
intolerable. No se dijo nada sobre el comportamiento de otros prelados. (Se
explicaría así que gran parte de la opinión pública pensara que la iglesia en
bloque estaba conspirando contra la República)».
Álvarez Tardío, Manuel (2002). Ibid. p. 97.
González Calleja, Eduardo (2011). Contrarrevolucionarios. Radicalización violenta
de las derechas durante la Segunda República. Alianza Editorial= Madrid. pp. 28-30.
ISBN 978-84-206-6455-2.
Álvarez Tardío, Manuel (2002). Ibid. pp. 100-101.
González Calleja, Eduardo (2011). Ibid. Alianza Editorial= Madrid. pp. 30-31.
Álvarez Tardío, Manuel (2002). Ibid. p. 102.
De la Cueva Merino, Julio (1998). «El anticlericalismo en la Segunda República y
la Guerra Civil». En Emilio La Parra López y Manuel Suárez Cortina (Eds.), ed. El
anticlericalismo español contemporáneo. Biblioteca Nueva. p. 221.
De la Cueva Merino, Julio (1998). Ibid. pp. 219-221.
Álvarez Tardío, Manuel (2002). Ibid. p. 104.
Álvarez Tardío, Manuel (2002). Ibid. pp. 105-106.
De la Cueva Merino, Julio (1998). Ibid. p. 220. «El incendio de edificios
religiosos era una manera simbólica y expeditiva de hacer efectiva la anhelada
destrucción del poder clerical, que por medios políticos no llegaba, y de así
avanzar, mediante el fuego purificador, hacia la regeneración de España. Bastó la
provocación monárquica y el ambiente creado en torno a Segura y otros clérigos
refractarios para que saltase la chispa y se produjese la acción de los exasperados
revolucionarios».
De la Cueva Merino, Julio (1998). Ibid. p. 220.
Jackson, 1976, p. 51. "Los socialistas, especialmente, consideraban a la guardia
civil como enemiga de la clase trabajadora, un enemigo peor, bien considerado, que
la propia Monarquía. Los liberales opinaban que el pueblo español, aun en sus actos
más deplorables, había sido más v´citima que verdugo. La República debía dirigir al
pueblo tan sólo por la persuasión"
Álvarez Tardío, Manuel (2002). Ibid. pp. 108-109.
Álvarez Tardío, Manuel (2002). Ibid. p. 103.
De la Cueva Merino, Julio (1998). Ibid. p. 221.
De la Cueva Merino, Julio (1998). Ibid. p. 224.
Álvarez Tardío, Manuel (2002). Ibid. p. 115.
Jackson, 1976, p. 52.
Álvarez Tardío, Manuel (2002). Ibid. p. 116. «Los obispos se habían reunido el 9
de mayo en Madrid para tomar una decisión sobre la política a seguir si el Gobierno
aprobaba por decreto las medidas de secularización que reclamaba la izquierda. La
conferencia de metropolitanos aprobó dos textos, uno dirigido a los fieles que
debería ser publicado en el boletín de Toledo y otro que era una protesta al
Gobierno por los agravios cometidos hasta entonces contra la Iglesia. A diferencia
de Segura, Vida y Barraquer no deseaba que el segundo se hiciera público -por
razones de oportunidad pero también de fondo-. Convenció a sus compañeros y logró
que pasara todo el complicado mes de mayo sin que se publicara ninguno de los dos.
Pero al final Segura, que estaba en el extranjero desde el 11 de mayo, decidió
publicar el segundo por su cuenta y riesgo. Lo hizo además fechándolo en Roma, de
tal forma que, como temía Vidal, aquel documento acabó siendo interpretado por los
republicanos como la oposición del Vaticano a la política del Gobierno
Provisional».
Casanova, Julián (2007). República y Guerra Civil. Vol. 8 de la Historia de
España, dirigida por Josep Fontana y Ramón Villares. Barcelona: Crítica/Marcial
Pons. p. 24. ISBN 978-84-8432-878-0.
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Casanova, Julián (2007). República y Guerra Civil. Vol. 8 de la Historia de
España, dirigida por Josep Fontana y Ramón Villares. Barcelona: Crítica/Marcial
Pons. p. 40. ISBN 978-84-8432-878-0.
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Casanova, Julián (2007). Ibid. pp. 40-43.
Jackson, 1976, p. 53. [La supresión de las capitanías generales era] “una reforma
tanto militar como política, ya que los capitanes generales eran una institución
que databa de los tiempos coloniales y que permitía la subordinación de la
autoridad civil en momentos de tensión o desórdenes”
Gil Pecharromán, 1997, p. 44-45.
Gil Pecharromán, 1997, p. 45.
Cardona, Gabriel (2003). «El joven Franco. Cómo se forja un dictador». Clío (16).
ISSN 1579-3532.
Gil Pecharromán, 1997, p. 46.
Casanova, Julián (2007). Ibid.
Jackson, 1976, p. 53; 77. "En su opinión, el requisito de los estudios
universitarios era una tentativa de diluir el espíritu militar de una nueva
generación de oficiales… En realidad el Gobierno se proponía quebrantar las
antiguas barreras de casta y la mutua ignorancia, poniendo a los futuros oficiales
en contacto, durante una parte de su educación, con los futuros miembros de las
profesionales liberales"
Gil Pecharromán, 1997, p. 80-81.
Ballbé, 1983, p. 347-348.
Casanova, Julián (2007). Ibid. p. 42.
Ballbé, 1983, p. 348.
Ballbé, 1983, p. 348-349.
Ballbé, 1983, p. 350.
Ballbé, 1983, p. 349-350.
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Juliá y 2009, p30; 140-141.
Juliá, Santos (1999). Un siglo de España. Política y sociedad. Madrid: Marcial
Pons. p. 85. ISBN 84-9537903-1. «Los jornaleros de municipios con escaso trabajo
que acostumbraban a trasladarse para labores de siega, a pesar de cobrar menos, se
encontraron imposibilitados de recurrir a su tradicional medio de trabajo por
efecto de la Ley de Términos Municipales...»
Jackson, 1976, p. 46.
Juliá, Santos (1999). Ibid. pp. 92-93.
Gil Pecharromán, 1997, p. 48-49.
Gil Pecharromán, 1997, p. 50.
Gil Pecharromán, 1997, p. 50-51.
Casanova, Julián (2007). Ibid. pp. 46-47.
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dirigida por Josep Fontana y Ramón Villares. Barcelona: Crítica/Marcial Pons. ISBN
978-84-8432-878-0.
De la Cueva Merino, Julio (1998). «El anticlericalismo en la Segunda República y la
Guerra Civil». En Emilio La Parra López y Manuel Suárez Cortina, ed. El
anticlericalismo español contemporáneo. Madrid: Biblioteca Nueva. ISBN 84-7030-532-
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De la Granja, José Luis; Beramendi, Justo; Anguera, Pere (2001). La España de los
nacionalismos y las autonomías. Madrid: Síntesis. p. 125. ISBN 84-7738-918-7.
Gil Pecharromán, Julio (1997). La Segunda República. Esperanzas y frustraciones.
Madrid: Historia 16. ISBN 84-7679-319-7.
Jackson, Gabriel (1976) [1965]. La República Española y la Guerra Civil, 1931-1939
[The Spanish Republic and the Civil War, 1931-1939.] (2ª edición). Barcelona:
Crítica. ISBN 84-7423-006-3.
Juliá, Santos (1999). Un siglo de España. Política y sociedad. Madrid: Marcial
Pons. ISBN 84-9537903-1.
Juliá, Santos (2009). La Constitución de 1931. Madrid: Iustel. ISBN 978-84-9890-
083-5.
Enlaces externos
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