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Gobierno Provisional de la Segunda República Española

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Bandera de la Segunda República Española


El Gobierno Provisional de la Segunda República Española fue el gobierno que
ostentó el poder político en España desde la caída de la Monarquía de Alfonso XIII
y la proclamación de la República el 14 de abril de 1931 hasta la aprobación de la
Constitución de 1931 el 9 de diciembre y la formación del primer gobierno ordinario
el 15 de diciembre. Hasta el 15 de octubre de 1931 el gobierno provisional estuvo
presidido por Niceto Alcalá-Zamora, y tras la dimisión de este a causa de la
redacción que se había dado al artículo 26 de la Constitución que trataba la
cuestión religiosa, le sucedió Manuel Azaña al frente del gobierno.

Índice
1 El “Comité Revolucionario” se convierte en Gobierno Provisional de la segunda
República
2 El gobierno de “plenos poderes” y el Orden Público
3 El primer problema: Cataluña
4 El País vasconavarro y el Estatuto de Estella
5 La política religiosa inicial del Gobierno Provisional y la respuesta
católica
5.1 La Quema de conventos de mayo
5.2 La tensión entre la República y la Iglesia Católica
5.2.1 El "caso Segura"
5.2.2 El "caso Echeguren"
6 La reforma militar de Azaña
6.1 El rechazo de la derecha y de una parte del Ejército
6.2 El mantenimiento de la jurisdicción militar en el orden público
7 Los decretos agrarios del Gobierno Provisional
7.1 La oposición de los propietarios
8 La reforma socio-laboral de Largo Caballero
8.1 La oposición de la CNT
8.2 La oposición de los patronos
9 Referencias
10 Bibliografía
11 Enlaces externos
El “Comité Revolucionario” se convierte en Gobierno Provisional de la segunda
República

Portada del 13 de abril de 1931.


La primera autoridad de la Monarquía de Alfonso XIII en reconocer como nuevo
gobierno al “comité revolucionario” republicano-socialista que se había formado en
octubre de 1930 tras la adhesión del PSOE al Pacto de San Sebastián acordado por
todos los partidos republicanos, es el general Sanjurjo, director de la Guardia
Civil, que a primeras horas de la mañana del 14 de abril de 1931 se dirige a la
casa de Miguel Maura donde se encuentran reunidos los miembros del comité
revolucionario que no estaban exiliados en Francia, ni escondidos: Niceto Alcalá-
Zamora, Francisco Largo Caballero, Fernando de los Ríos, Santiago Casares Quiroga,
y Álvaro de Albornoz. Nada más entrar en la casa el general Sanjurjo se cuadra ante
Maura y le dice: “A las órdenes de usted señor ministro". Inmediatamente avisan a
Manuel Azaña y a Alejandro Lerroux, que se hallaban escondidos en Madrid desde
hacía meses, para que acudan a casa de Maura (los cuatro miembros del comité que se
hallaban en Francia, Diego Martínez Barrio, Indalecio Prieto, Marcelino Domingo y
Nicolau d'Olwer, iniciarán enseguida su vuelta).1

Niceto Alcalá-Zamora, primer presidente del Gobierno Provisional


Conforme van llegando las noticias de la proclamación de la República en diversas
ciudades y cuando por la tarde una muchedumbre se concentra en Madrid en la Puerta
del Sol donde se encuentra la sede del Ministerio de la Gobernación, los miembros
del comité revolucionario se dirigen allí y cuando llegan Miguel Maura llama al
portalón del Ministerio y grita: "Señores, paso al Gobierno de la República'". Los
guardias civiles de la entrada se cuadran y presentan armas. A continuación el
comité revolucionario se constituye en "Gobierno Provisional" de la República y
designa a Niceto Alcalá-Zamora como su presidente. Eran las ocho de la tarde del 14
de abril. A esa misma hora el rey se despedía de los nobles y grandes de España que
habían acudido al Palacio de Oriente y abandonaba Madrid en coche en dirección a
Cartagena, donde hacia las cuatro de la madrugada embarcaba en el crucero Príncipe
de Asturias rumbo a Marsella.1

Tras proclamar la República el 14 de abril de 1931, el comité revolucionario


republicano-socialista constituido en Comité Político de la República firma un
decreto que será publicado al día siguiente en el diario oficial, la Gaceta de
Madrid, en el que comunica que ha tomado el Poder adoptando el título de Gobierno
Provisional de la República, y a continuación en otro decreto nombra a Niceto
Alcalá-Zamora como presidente del Gobierno Provisional, que asumirá además las
funciones de Jefe del Estado (función ejercida hasta el 14 de abril por el rey
Alfonso XIII). En el preámbulo de este último decreto se dice: El Gobierno
provisional de la República ha tomado el Poder sin tramitaciones y sin resistencia
ni oposición protocolaria alguna; es el pueblo quien le ha elevado a la posición en
que se halla, y es él quien en toda España le rinde acatamiento e inviste de
autoridad. A continuación Alcalá-Zamora nombra ministros del Gobierno Provisional a
los miembros del comité revolucionario.2 Un decreto publicado el 28 de abril en la
Gaceta de Madrid adoptaba como bandera nacional la tricolor.3

El gobierno de “plenos poderes” y el Orden Público


Artículos principales: Estatuto jurídico del Gobierno Provisional y Ley de Defensa
de la República.

Miembros del gobierno provisional de la Segunda República; de izquierda a derecha:


Álvaro Albornoz, Niceto Alcalá-Zamora, Miguel Maura, Francisco Largo Caballero,
Fernando de los Ríos y Alejandro Lerroux.
El mismo día 15 de abril la Gaceta de Madrid también publica otro decreto fijando
el Estatuto jurídico del Gobierno Provisional que fue la norma legal superior por
la que se rigió el Gobierno Provisional hasta la aprobación por las Cortes
Constituyentes de la nueva Constitución de la República, el 9 de diciembre de
1931.4 El Estatuto consta de cinco artículos precedidos por un preámbulo en el que
el Gobierno Provisional se establece como “Gobierno de plenos poderes”, aunque en
el artículo 1º se dice que el Gobierno Provisional “someterá su actuación colegiada
e individual al discernimiento y sanción de las Cortes Constituyentes –órgano
supremo y directo de la voluntad nacional-, llegada la hora de declinar ante ella
sus poderes”. En el artículo 2º se anuncia que el propósito del Gobierno
Provisional de “someter a juicio de responsabilidad los actos de gestión y
autoridad pendientes de examen al ser disuelto el Parlamento en 1923 [en referencia
al proceso abierto entonces para depurar las responsabilidades por el Desastre de
Annual], así como los ulteriores [en referencia a lo hecho durante la Dictadura de
Primo de Rivera]”. En el artículo 3º se reconoce la “libertad de creencias y
cultos” y en el 4º la “la libertad individual” y los “derechos ciudadanos”,
incluyendo en ellos los correspondientes a la “personalidad sindical y corporativa,
base del nuevo derecho social”. Sin embargo, en el artículo 6º se dice que el
Gobierno Provisional, “en virtud de las razones que justifican la plenitud de su
poder”, podrá suspender (“someter a un régimen de fiscalización gubernativa”, se
dice literalmente) temporalmente los derechos ciudadanos reconocidos en el artículo
4º, “de cuyo uso dará asimismo cuenta circunstanciada a las Cortes Constituyentes”,
justificándolo con el argumento de que el Gobierno Provisional “incurriría en
verdadero delito si abandonase la República naciente a quienes desde fuertes
posiciones seculares y prevalidos de sus medios, pueden dificultar su
consolidación”.

Miguel Maura, ministro de la Gobernación del Gobierno Provisional


Los más polémico del “Estatuto Jurídico” es la contradicción que se observa en la
cuestión de las libertades y los derechos ciudadanos, pues su reconocimiento va
acompañado de la posibilidad de su suspensión por parte del gobierno, sin
intervención judicial, “si la salud de la República, a juicio del Gobierno, lo
reclama”4 Así pues, “el gobierno republicano no va a establecer un régimen de
libertad general como lo prueba el estudio de las vicisitudes del derecho de
reunión a las diferentes opciones políticas... Los grupos conservadores de signo
monárquico y sectores de la izquierda, tales como anarquistas y comunistas, van a
tener serios obstáculos para ejercerlo”.5 Se tolerarán, y no siempre, sus reuniones
en locales cerrados pero se les prohibirá sus ejercicio en lugares públicos. Por
ejemplo, una manifestación que se formó a la salida de una reunión que el Partido
Comunista de España celebró el 1 de mayo en San Sebastián fue disuelta
contundentemente por la fuerza pública, produciéndose numerosos heridos.6

Más significativo aún de cómo iba a abordar el nuevo Gobierno el orden público y la
libertad de prensa fue todo lo que ocurrió en torno a los sucesos que se produjeron
en San Sebastián el 28 de mayo. Aquel día unos huelguistas de Pasajes que se
dirigían a San Sebastián fueron bloqueados por la Guardia Civil en el puente de
Miracruz. Ante la negativa de aquellos a disolverse, los guardias civiles
comenzaron a disparar ocasionado la muerte a ocho personas y más de cincuenta
heridos. Ante la magnitud del hecho el ministro de la Gobernación, Miguel Maura,
reunió a todos los directores de periódicos para recordarles “que se hallaban
frente a un ministro que disponía de plenos poderes en materia de orden público”
(dos semanas antes ya había decretado la suspensión temporal del diario monárquico
ABC y del diario católico El Debate, a raíz de los hechos conocidos como la “quema
de conventos”) y a continuación les rogó que
diesen a conocer [la noticia de lo sucedido en San Sebastián] con escrupulosidad y
veracidad, porque interesaba que España supiese que había un Gobierno en su sitio,
con el cual no se jugaba. Ahora bien [relata Miguel Maura en su libro “Así cayó
Alfonso XIII”]: el diario que utilice la noticia para su campaña política, o
intente envenenar el ambiente con ella, será suspendido, y suspendido quedará
mientras yo esté en este Ministerio. Se dieron por enterados y abandonaron mi
despacho… Salvo ‘La Voz’, que en su última página daba escuetamente la noticia sin
el menor comentario, los demás diarios nada publicaron del suceso.7
Esta política contradictoria de la República respecto del orden público culminó con
la aprobación por las Cortes Constituyentes de la Ley de Defensa de la República de
21 de octubre de 1931 que dotó al Gobierno Provisional de un instrumento de
excepción al margen de los tribunales de justicia para actuar contra los que
cometieran “actos de agresión contra la República”, constituyéndose, incluso
después de la aprobación de la Constitución de 1931, en “la norma fundamental en la
configuración del régimen jurídico de las libertades públicas durante casi dos años
de régimen republicano” en que estuvo vigente (hasta agosto de 1933).8

El primer problema: Cataluña


El problema más inmediato que tuvo que afrontar el Gobierno Provisional fue la
proclamación de la “República Catalana” hecha por Francesc Macià en Barcelona el
mismo día 14 de abril. Tres días después tres ministros del Gobierno Provisional
(los catalanes Marcelino Domingo y Lluis Nicolau d'Olwer, más Fernando de los Ríos)
se entrevistaban en Barcelona con Francesc Macià alcanzando un acuerdo por el que
Esquerra Republicana de Cataluña renunciaba a la “República Catalana” a cambio del
compromiso del Gobierno Provisional de que presentaría en las futuras Cortes
Constituyentes el Estatuto de Autonomía que decidiera Cataluña, previamente
“aprobado por la Asamblea de Ayuntamientos catalanes”, y del reconocimiento del
gobierno catalán que dejaría de llamarse Consejo de Gobierno de la República
Catalana para tomar el nombre Gobierno de la Generalidad de Cataluña recuperando
así “el nombre de gloriosa tradición” de la centenaria institución del Principado
que fue abolida por Felipe V en los decretos de Nueva Planta de 1714. La nueva
Generalidad asumiría las funciones de las cuatro diputaciones catalanas y sería la
encargada de organizar una Asamblea con representantes de los Ayuntamientos hasta
que no fuera elegida por sufragio universal.9

Casi todos los partidos políticos catalanes aceptaron el acuerdo, excepto Estat
Català, que acusó a Macià —su antiguo líder— de traidor, y el Bloc Obrer i
Camperol, un grupúsculo comunista recién creado, que afirmó que el Gobierno
Provisional de Madrid había «aplastado la República Catalana, cuya proclamación fue
el acto revolucionario más trascendental llevado a cabo el día 14».10

El día 26 de abril el presidente del Gobierno Provisional Niceto Alcalá-Zamora fue


aclamado en el viaje que realizó a Barcelona. Tres días después el gobierno
provisional aprobaba un decreto que establecía la legalidad del uso catalán en los
parvularios y en las escuelas primarias, que fue acogido con entusiasmo.10 Sin
embargo a los pocos días se produjo el primer conflicto entre la Generalidad y el
Gobierno Provisional cuando el Ministerio de la Gobernación consideró una invasión
de sus competencias el decreto publicado el 3 de mayo en el primer número del
“Butlletí de la Generalitat de Cataluña” en el que se reorganizaban las
instituciones de la Generalidad y se nombraban unos comisarios de la misma en
Gerona, Lérida y Tarragona. Un delegado de la Generalidad tuvo que viajar a Madrid
para delimitar las competencias entre la Generalidad y el gobierno central.11

El proyecto de estatuto para Cataluña, llamado Estatuto de Nuria fue refrendado el


3 de agosto por el pueblo de Cataluña por una abrumadora mayoría (en la provincia
de Barcelona, por ejemplo, 175.000 personas votaron a favor y solo 2.127 en
contra)12 y fue presentado a las Cortes Constituyentes por el presidente de la
Generalidad Francesc Macià. Pero el Estatuto respondía a un modelo federal de
Estado y rebasaba en cuanto a denominación y en cuanto a competencias a lo que se
había aprobado en la Constitución de 1931 (ya que el "Estado integral" respondía a
una concepción unitaria, no federal), aunque condicionó los debates parlamentarios
del “Estado integral” que finalmente se aprobó.13

El País vasconavarro y el Estatuto de Estella


En el caso del País vasconavarro, el proceso para conseguir un Estatuto de
Autonomía se inició casi al mismo tiempo que el de Cataluña. La primera propuesta
fue iniciativa de los alcaldes del Partido Nacionalista Vasco que a principios de
mayo encargaron a la Sociedad de Estudios Vascos (SEV) la redacción de un
anteproyecto de Estatuto General del Estado Vasco (o Euskadi), que incluiría
Vizcaya, Álava, Guipúzcoa y Navarra. El resultado fue un intento de síntesis entre
el foralismo tradicional y la estructura de los modernos estados federales que no
contentó a nadie. Mes y medio después, una asamblea de los ayuntamientos
vasconavarros reunidos en Estella el 14 de junio aprobaron un Estatuto más
conservador y nacionalista que el de la SEV y que se basaba en el restablecimiento
de los fueros vascos abolidos por la ley de 1839, junto con la Ley de Amejoramiento
del Fuero de 1841.14

El Estatuto de Estella fue presentado el 22 de septiembre de 1931 a las Cortes


Constituyentes por una delegación de alcaldes pero no fue tomado en consideración
porque el proyecto se situaba claramente al margen de Constitución que se estaba
aprobando, entre otras cosas, por su concepción federalista y por la declaración de
confesionalidad del "Estado vasco" (que podría negociar por ello un Concordato
particular con la Santa Sede), además de que no reconocía derechos políticos plenos
a los inmigrantes españoles con menos de diez años de residencia en Euskadi.15

La política religiosa inicial del Gobierno Provisional y la respuesta católica


Artículo principal: Cuestión religiosa en la Segunda República Española
Con la proclamación de la Segunda República Española, el nuevo orden constitucional
debía amparar la libertad de cultos y desarrollar un proceso de secularización que
permitiera superar la tradicional identificación entre el Estado y la Iglesia
católica, uno de los elementos clave de legitimación de la monarquía. "Los
republicanos anunciaron su determinación de crear un sistema de escuelas laicas,
introducir el divorcio, secularizar los cementerios y los hospitales y reducir en
gran medida, si no eliminar, el número de órdenes religiosas establecidas en
España".16

Sin embargo, las primeras decisiones del Gobierno Provisional sobre la


secularización del Estado fueron muy moderadas, en sintonía con la decisión de
poner a su frente al católico liberal Niceto Alcalá Zamora y nombrar en la cartera
clave de Gobernación, a su compañero de la Derecha Liberal Republicana, el también
católico Miguel Maura. En el artículo 3º del Estatuto jurídico del Gobierno
Provisional, promulgado el mismo día 14 de abril de 1931, y hecho público al día
siguiente en el diario oficial, la Gaceta de Madrid, se proclamó la libertad de
cultos:
El Gobierno provisional hace pública su decisión de respetar de manera plena la
conciencia individual mediante la libertad de creencias y cultos, sin que el
Estado, en momento alguno, pueda pedir al ciudadano revelación de sus convicciones
religiosas.17
En aplicación de esta declaración en las tres semanas siguientes el Gobierno aprobó
algunas medidas secularizadoras poco importantes, pero significativas, como la
“disolución de las órdenes militares, supresión de la obligatoriedad de asistencia
a actos religiosos en cárceles y cuarteles [22 de abril y 19 de abril,
respectivamente], prohibición de participación oficial en actos religiosos
[Circular del Ministro de la Gobernación del 17 de abril], fin de las exenciones
tributarias a la Iglesia, privación de sus derechos a la Confederación Nacional
Católico-Agraria, etc. Entre todas, quizá la medida más destacada fue el decreto de
6 de mayo declarando voluntaria la enseñanza religiosa”.18 Por un decreto de 5 de
mayo se privó a la Iglesia Católica su representación en los Consejos de
Instrucción Pública, con lo que la jerarquía católica ya no pudo intervenir en la
elaboración de los planes de estudios, un derecho del que venía disfrutando desde
hacía mucho tiempo.19 Además se prohibió la asistencia a actos religiosos de los
militares no siendo a título personal y se suspendieron las festividades de los
Patronos de Armas y Cuerpos del Ejército. Por último se modificó la ley electoral
de 1907 para que los sacerdotes pudieran presentarse como candidatos en las
elecciones.20

Al mismo tiempo el Gobierno Provisional inició los contactos con el nuncio Federico
Tedeschini para asegurarle que el Gobierno hasta que no se aprobara la nueva
Constitución respetaría el Concordato de 1851 y a cambio la Iglesia debía dar
muestras de que acataba el nuevo régimen. Así el día 24 de abril el nuncio envió un
telegrama a todos los obispos en el que les transmitía el «deseo de la Santa Sede»
de que «recomend[asen] a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles de su[s]
diócesis que respet[ase]n los poderes constituidos y obede[ciese]n a ellos para el
mantenimiento del orden y para el bien común».21 Junto al nuncio, el otro miembro
de la jerarquía eclesiástica que encarnó esta actitud conciliadora hacia la
República fue el cardenal arzobispo de Tarragona Francisco Vidal y Barraquer, que
ya había realizado algunos gestos de deferencia hacia las nuevas autoridades como
su visita al presidente de la Generalidad de Cataluña Francesc Macià, el día 18 de
abril, o como el envío el día 22 de una carta de saludo y felicitación al Gobierno
provisional de la República por parte de la conferencia de obispos catalanes.22
Otro prelado que estaba en la misma línea era el cardenal arzobispo de Sevilla,
Eustaquio Ilundáin y Esteban, y el diario católico que la apoyaba era El Debate,
dirigido por Ángel Herrera, fundador de la Asociación Católica Nacional de
Propagandistas, que al día siguiente de la proclamación de la República había
manifestado en el editorial publicado en primera página, aunque acompañado de un
retrato y de un “homenaje al Rey Alfonso XIII”: “La República es la forma de
gobierno ‘de hecho’ en nuestro país. En consecuencia, nuestro deber es acatarla.
(…) Y no le acataremos pasivamente… le acataremos de un modo leal, activo, poniendo
cuanto podamos para ayudarle en su cometido”.23

Sin embargo un sector numeroso del episcopado estaba compuesto por obispos
integristas (muchos de ellos nombrados durante la Dictadura de Primo de Rivera) que
no estaban dispuestos a transigir con la República a la que consideraban una
desgracia. La cabeza visible de ese grupo era el Cardenal Primado y arzobispo de
Toledo, Pedro Segura, que ya se había manifestado claramente contrario a la
República antes y durante la campaña de las elecciones municipales del 12 de abril
de 1931, afirmando que la República era obra de los “enemigos de la Iglesia y el
orden social”, por lo que estaba justificado la formación de un “compacto frente
unido” en defensa de la Monarquía y de la Iglesia Católica.24 Ya en su primera
intervención desde el púlpito después del 14 de abril se refirió a la República
como un castigo divino,25 lo que levantó las iras de la prensa republicana,
señalándolo como el símbolo del clericalismo monárquico, y provocó el envío de una
nota de protesta del gobierno a la nunciatura. Pero el pronunciamiento de mayor
trascendencia del Cardenal Segura se produjo el día 1 de mayo cuando hizo pública
una pastoral en la que, tras abordar la situación española en un tono
catastrofista, hacía un agradecido elogio de la monarquía y del destronado monarca
Alfonso XIII, “quien, a lo largo de su reinado, supo conservar la antigua tradición
de fe y piedad de sus mayores”.2627 La prensa republicana interpretó la pastoral
como una incitación a los fieles a unirse para salvar los derechos amenazados de la
iglesia y los partidos y organizaciones de izquierda la consideraron una
declaración de guerra, incrementando el sentimiento anticlerical de muchos
ciudadanos.28 El Gobierno Provisional presentó una nota de "serena y enérgica"
protesta al Nuncio Federico Tedeschini por lo que consideraba una intervención en
política del Cardenal Primado, "cuando no hostilidad al régimen republicano", y
pidió que fuera apartado de su cargo. La prensa, por su lado, arreciaba en su
campaña contra Segura.29

La Quema de conventos de mayo


Artículo principal: Quema de conventos de 1931 en España
En la mañana del domingo 10 de mayo de 1931 se inauguraba en la calle Alcalá de
Madrid el Círculo Monárquico Independiente, fundado por el director del diario
monárquico ABC, Juan Ignacio Luca de Tena, que acababa de regresar de Londres donde
se había entrevistado con el exrey Alfonso XIII con el objetivo de formar un comité
electoral del que surgiera una candidatura monárquica para presentarla en las
elecciones a Cortes Constituyentes que se iban a celebrar al mes siguiente. Durante
el acto, los monárquicos provocaron a los viandantes haciendo sonar la "Marcha
Real" en un gramófono y lanzando pasquines de El Murciélago en el que se llamaba a
"hacer la vida imposible a esta caricatura de República".30

En la calle dos nuevos invitados que acababan de llegar, al parecer, sostuvieron


una discusión política con el taxista que los había traído que era republicano, a
la que se unieron varios transeúntes. La discusión se convirtió en un altercado y
ardieron tres coches aparcados frente al Círculo, cuyos dirigentes pidieron la
protección de la fuerza pública. En seguida corrió el rumor por la ciudad de que un
taxista republicano había sido asesinado por unos monárquicos, y una multitud se
congregó ante la sede del diario ABC en la calle Serrano, donde tuvo que intervenir
la Guardia Civil, que disparó contra los que intentaban asaltar y quemar el
edificio causando varios heridos y dos muertos, uno de ellos un niño.31

Una manifestación se dirigió entonces a la sede de la Dirección General de


Seguridad donde exigieron la dimisión del ministro de la Gobernación Miguel Maura
(que había acudido personalmente a la sede del Círculo Monárquico para calmar los
ánimos y donde había sido recibido por los republicanos al grito de ¡Maura, no!,
rememorando el rechazo a la actuación de su padre, Antonio Maura, durante la Semana
Trágica de 1909). Al mismo tiempo grupos de exaltados quemaban un quiosco del
diario católico El Debate, apedreaban el casino militar y rompían los escaparates
de una librería católica. Además a las ocho de la tarde algunas armerías eran
asaltadas y se producían disparos contra una unidad montada de la Guardia Civil.
Hacia la medianoche un exaltado disparó contra la multitud congregada en la Puerta
del Sol hiriendo a una persona y luego fue linchado.32Esa misma noche el ministro
de la Gobernación Miguel Maura quiso desplegar a la Guardia Civil pero sus
compañeros de gobierno, encabezados por el Presidente Niceto Alcalá Zamora y por el
ministro de la Guerra Manuel Azaña, se opusieron, reacios a emplear a las fuerzas
de orden público contra el "pueblo" y restando importancia a los hechos.33 Maura
también usó como argumento que había recibido una información de un capitán del
ejército de que algunos jóvenes del Ateneo de Madrid estaban preparándose para
quemas edificios religiosos al día siguiente, a lo que Manuel Azaña le contestó,
según cuenta Maura en sus memorias, que eran «tonterías» y añadió, que, en caso de
ser cierto lo que se preparaba, sería una muestra de «justicia inmanente».34

Cuando el gobierno estaba reunido a primeras horas de la mañana del lunes 11 de


mayo le llegó la noticia de que la Casa de Profesa de los jesuitas estaba ardiendo.
El ministro de la Gobernación Miguel Maura de nuevo intentó sacar a la calle a la
Guardia Civil para restablecer el orden pero al igual que la noche anterior se
encontró con la oposición del resto del gabinete y especialmente de Manuel Azaña,
quien, según Maura, llegó a manifestar que todos los conventos de Madrid no valen
la vida de un republicano y amenazó con dimitir si hay un solo herido en Madrid por
esa estupidez. A otro ministro, según Maura, le hizo gracia que fuesen los jesuitas
los primeros en pagar «tributo» al «pueblo soberano». El que presentó su dimisión -
que luego retiraría- fue Maura que abandonó la sede de la Presidencia del
Gobierno.35 La inacción del gobierno permitió que los sublevados quemaran más de
una decena de edificios religiosos. Por la tarde, por fin, el Gobierno declaró el
estado de guerra en Madrid y a medida que las tropas fueron ocupando la capital,
los incendios cesaron. Al día siguiente, martes 12 de mayo, mientras Madrid
recuperaba la calma, la quema de conventos y de otros edificios religiosos se
extendía a otras poblaciones del este y el sur peninsular (los sucesos más graves
se produjeron en Málaga). Por el contrario, allí donde los gobernadores civiles y
los alcaldes actuaron con contundencia no hubo incendios.36

No se sabe con absoluta certeza quién quemó los alrededor de cien edificios
religiosos que ardieron total o parcialmente aquellos días (además de la
destrucción de objetos del patrimonio artístico y litúrgico y la profanación de
algunos cementerios de conventos), y durante los cuales murieron varias personas y
otras resultaron heridas,37 pero la hipótesis más admitida es que los incendiarios
fueron elementos de extrema izquierda republicana y anarquista que pretendían
presionar al Gobierno Provisional para que llevara a cabo la «revolución» que
significaba ante todo arrancar de cuajo el «clericalismo».38 Sin embargo lo que sí
que está clara fue la irresponsabilidad del gobierno en el manejo de la situación,
que solo se explica, además de por una difusa simpatía que pudieran sentir algunos
ministros por los alborotadores, por “una mezcla de perplejidad, error de cálculo,
debilidad y miedo a la impopularidad derivada del empleo de la fuerza contra el
pueblo”,.39 En esta misma línea explicativa se manifiesta el historiador Gabriel
Jackson que señala que la "mayoría de los ministros" no quería que "el nuevo
régimen comenzara su existencia disparando contra españoles" convencidos de que
"las masas odiarían a un Gobierno que recurriera a la guardia civil ante las
primeras señales de un motín".40 El propio presidente Niceto Alcalá Zamora en una
alocución radiada el mismo día 11 justificó implícitamente la actitud del gobierno
diciendo que se había evitado un baño de sangre. También el Papa Pío XI el 17 de
mayo se referiría a la “gravísima” responsabilidad de los que no habían “impedido
oportunamente” que los sucesos se produjeran.37

La izquierda republicana y los socialistas hablaron de la existencia de una


conspiración monárquica y clerical e interpretaron los hechos como un “aviso para
el Gobierno Provisional” sobre la política moderada que había llevado hasta esos
momentos. El pueblo “dotado de fino instinto”, aseguró El Socialista, se había
adelantado al Gobierno en la defensa del régimen. El órgano cenetista Solidaridad
Obrera fue el que más insistió en la intervención popular en los hechos y en
relacionarlos con un movimiento justiciero frente al «afeminamiento político» del
Gobierno, que «ha[bía] dejado de ser un Gobierno revolucionario para convertirse en
uno de los tantos Gobiernos liberales de la monarquía».39 Las logias masónicas
también expresaron al gobierno su descontento por su contemporización con los
elementos conservadores, clericales y monárquicos. Entre los que apoyaban al
gobierno Provisional los únicos que claramente condenaron lo sucedido y se
opusieron a la interpretación que estaban haciendo de los sucesos la izquierda
republicana y los socialistas fueron los intelectuales de la Agrupación al Servicio
de la República que criticaron duramente que se considerara una expresión de la
democracia los actos vandálicos de una “multitud caótica e informe” y ponían en
duda que incendiar edificios religiosos fuera una demostración de “verdadero celo
republicano”.41

La tensión entre la República y la Iglesia Católica


El gobierno se sumó a la interpretación de la izquierda republicana y de los
socialistas y por eso ordenó la suspensión de la publicación del diario católico El
Debate y del monárquico ABC, así como la detención de varios significados
monárquicos (que semanas después serían absueltos por los tribunales, lo que
provocó una dura reacción de la prensa de izquierdas que lo consideró una nueva y
vergonzosa maniobra monárquica).42 El gobierno llegó a acordar incluso la expulsión
de los jesuitas aunque finalmente no se consumó.43 Y en ese contexto se produjo la
expulsión de España el 17 de mayo del obispo integrista de Vitoria Mateo Múgica,
por negarse a suspender el viaje pastoral que tenía previsto realizar a Bilbao
donde el gobierno temía que con motivo de su visita se produjeran incidentes entre
los carlistas y los nacionalistas vascos que compartían su oposición a la República
y su defensa del clericalismo, y los republicanos y los socialistas
anticlericales.44

El Gobierno Provisional aprobó también algunas medidas dirigidas a asegurar la


separación de la Iglesia y el Estado sin esperar a la reunión de las Cortes
Constituyentes. El 13 de mayo una circular de la Dirección General de Enseñanza
Primaria concretaba el decreto de 6 de mayo que había declarado voluntaria la
enseñanza religiosa. En ella, además de establecer que sería necesaria una
manifestación expresa de los padres en la matrícula indicando que deseaban
recibirla, se ordenaba la retirada de crucifijos de las aulas donde hubiese alumnos
que no recibieran enseñanza religiosa. El 21 de mayo un decreto declaraba
obligatorio el título de maestro para ejercer la enseñanza, lo que afectaba
especialmente a los colegios religiosos ya que los frailes y monjas que impartían
las clases carecían del mismo. El 22 de mayo otro decreto reconocía la libertad de
cultos y la libertad de conciencia en la escuela y otra disposición prohibía a los
religiosos “enajenar inmuebles y objetos artísticos, arqueológicos o históricos”
sin permiso de la administración.45

El "caso Segura"

Cardenal Pedro Segura


La Iglesia Católica, que en general había reaccionado con moderación a los
incendios de mayo, criticó todas estas medias laicistas, especialmente la retirada
de los crucifijos de las aulas donde hubiera alumnos que no querían recibir
enseñanza religiosa, y sobre todo el decreto de 22 de mayo que provocó incluso la
protesta del Nuncio asegurando que no era legal legislar sobre libertad de cultos o
enseñanza religiosa en las escuelas sin tener en cuenta el Concordato de 1851.45 El
30 de mayo la Santa Sede negó el placet al recién nombrado embajador de España,
Luis de Zulueta.46 La reacción más radical partió de nuevo del cardenal Segura que
el 3 de junio en Roma, donde se encontraba desde el 12 de mayo, hizo pública una
pastoral en la que se recogía “la penosísima impresión que les había producido
ciertas disposiciones gubernativas” a los obispos y todos los agravios que a su
juicio había padecido la Iglesia hasta esos momentos, incluido el último decreto,
del que no aceptaban que la enseñanza religiosa desapareciera de la escuela
pública, poniendo de manifiesto el antiliberalismo que la Iglesia católica seguía
manteniendo.47 La pastoral del cardenal Segura de nuevo desató las iras de la
prensa republicana y socialista que la calificó de “intromisión intolerable”. El
Gobierno Provisional expresó a la Santa Sede su deseo de que el cardenal no
retornase a España y que fuese destituido de la sede de Toledo. En estas
circunstancias el cardenal Segura volvió inesperadamente a España el 11 de junio y
fue detenido tres días después por orden del gobierno en Guadalajara, y el día 15
fue expulsado del país. De este hecho quedó una famosa foto que dio la vuelta al
mundo con el cardenal abandonando el convento de los paúles de Guadalajara rodeado
de policías y guardias civiles, que se presentó como "prueba" de la "persecución"
que estaba padeciendo la Iglesia Católica en España.48 El Cardenal Segura no
volvería a España hasta después de iniciada la guerra civil44 Al día siguiente se
celebró en la plaza de toros de Pamplona un gran mitin católico para protestar
contra la expulsión del cardenal.49

El "caso Echeguren"
Dos meses después, y en pleno debate en las Cortes Constituyentes recién abiertas
sobre la nueva Constitución en el que la “cuestión religiosa” estaba siendo la más
polémica, se producía un nuevo incidente que enturbió aún más las relaciones de la
República y la Iglesia Católica y en el que el Cardenal Segura volvía a ser
protagonista. El día 17 de agosto entre la documentación incautada al vicario de
Vitoria, Justo Echeguren, que había sido detenido tres días antes en la frontera
hispano francesa por la policía, se encontraron unas instrucciones del Cardenal
Segura a todas las diócesis en las que se facultaba a los obispos a vender bienes
eclesiásticos en caso de necesidad. "Pero lo más grave era que, a tal circular,
acompañaba un dictamen del abogado Rafael Martín Lázaro, firmado en fecha tan
temprana como el 8 de mayo, que aconsejaba la transferencia por parte de la Iglesia
de sus bienes inmuebles a seglares y la colocación de bienes muebles en títulos de
deuda extranjeros, es decir, invitaba a la fuga de capitales", todo ello para
eludir una posible expropiación por parte del Estado.50 La respuesta inmediata del
Gobierno Provisional, después de descartar la ruptura de las relaciones
diplomáticas con la Santa Sede, fue la publicación el 20 de agosto de un decreto en
el que se suspendían las facultades de venta y enajenación de los bienes y derechos
de todo tipo de la Iglesia Católica y de las órdenes religiosas. En el preámbulo se
intentó suavizar la medida haciendo referencia a “los esfuerzos notorios que
ha[bían] realizado elementos destacados de la Iglesia española” para mantener su
lealtad al nuevo régimen, aludiendo así al sector conciliador encabezado por el
cardenal Francisco Vidal y Barraquer y el Nuncio frente al intransigente sector
integrista encabezado por el cardenal Segura. Por otro lado, el decreto fue
acompañado por la suspensión de una decena de periódicos católicos del País Vasco y
de Navarra que se habían significado por sus proclamas antirrepublicanas y que
fueron acusados por el gobierno de hacer llamamientos a la rebelión armada contra
la República.51

La reforma militar de Azaña


Artículo principal: Reforma militar de Manuel Azaña
Manuel Azaña, Ministro de la Guerra, quería un ejército más moderno y eficaz, más
republicano también. Por eso uno de sus primeros decretos, de 22 de abril, obligó a
los jefes y oficiales a prometer fidelidad a la República, con la fórmula: prometo
por mi honor servir bien y fielmente a la República, obedecer sus leyes y
defenderla con las armas”.52Para reducir el excesivo número de oficiales (el
objetivo era conseguir un ejército peninsular de 105.000 soldados con 7.600
oficiales y el contingente de África estaría formado por 42.000 soldados y 1700
oficiales),53 el Gobierno Provisional a propuesta de Azaña aprobó el 25 de abril de
1931 un decreto de retiros extraordinarios en el que se ofrecía a los oficiales del
Ejército que así lo solicitaran la posibilidad de apartarse voluntariamente del
servicio activo con la totalidad del sueldo (pasando a la segunda reserva -
prácticamente el retiro-). Si no se alcanzaba el número de retiros necesarios, el
ministro se reservaba el derecho a destituir, sin beneficio alguno, a cuantos
oficiales estimase oportuno. Casi 9.000 mandos (entre ellos 84 generales) se
acogieron a la medida, aproximadamente un 40 % de la oficialidad (el mayor
porcentaje de abandonos se produjo en los grados superiores), y gracias a esto
Azaña pudo acometer a continuación la reorganización del Ejército.54 Algunos
historiadores señalan que políticamente fue una medida discutible porque no
contribuyó a hacer un ejército más republicano, ya que una parte del sector más
liberal de oficiales dejó en ese momento el servicio activo.55

Por un decreto de 25 de mayo de 1931 se reorganizó el ejército de la península. Se


rebajó el número de divisiones de 16 a 8; las capitanías generales creadas por
Felipe V a principios del siglo XVIII fueron suprimidas (y con ellas las regiones
militares, divisiones administrativas de la Monarquía)56 Asimismo, en consonancia
con la definición aconfesional del Estado, se suprimió el Cuerpo Eclesiástico del
Ejército constituido por los capellanes castrenses.57

Otra de las cuestiones que abordó Azaña fue el conflictivo tema de los ascensos,
promulgando unos Decretos de mayo y junio por el que se anulaban gran parte de los
producidos durante la Dictadura por "méritos de guerra", lo que supuso que unos 300
militares perdieran unos o dos grados, y que otros sufrieran un fuerte retroceso en
el escalafón, como en el caso del general Francisco Franco.58

Azaña también decretó el 1 de julio de 1931 el cierre de la Academia General


Militar (sita en Zaragoza y que fue clausurada el 14 de julio, el mismo día en que
se abrieron las Cortes Constituyentes), y que dirigía el general Franco. Sus
alumnos fueron repartidos entre las academias de las armas respectivas (Toledo:
Infantería, Caballería e Intendencia; Segovia: Artillería e Ingenieros; Madrid:
Sanidad Militar).59

En cuanto al servicio militar obligatorio este se redujo a 12 meses (cuatro semanas


para los bachilleres y universitarios), pero mantuvo la redención en metálico del
servicio militar, aunque solo podía aplicarse a partir de los seis meses de
permanecer en filas.60

El rechazo de la derecha y de una parte del Ejército


La Reforma militar de Azaña fue duramente combatida por un sector de la
oficialidad, por los medios políticos conservadores y por los órganos de expresión
militares La Correspondencia militar y Ejército y Armada. A Manuel Azaña se le
acusó de que querer “triturar” al Ejército. La frase la sacaron de un discurso
pronunciado por Azaña el 7 de junio en Valencia en el que, refiriéndose al control
municipal por parte de los caciques, dijo que “si alguna vez tengo participación en
ese género de asuntos, he de triturar, he de arrancar esta organización con la
misma energía, con la misma resolución, sin perder la serenidad, que he puesto en
deshacer otras cosas no menos amenazadoras para la República”. No nombró al
Ejército, pero daba igual.61 Una de las reformas que más criticaron algunos
oficiales fue la clausura de la Academia General de Zaragoza; una decisión que
interpretaron como un golpe al espíritu de cuerpo del Ejército, puesto que era la
única institución en la que los oficiales de las distintas armas se formaban
juntos.62

Una muestra del disgusto de una parte de los militares con la “Ley Azaña” y con las
críticas contra las actuaciones del ejército y la guardia civil en materia de orden
público fueron los incidentes que se produjeron con motivo de una revista militar
de la guarnición de Madrid que tuvo lugar en Carabanchel. Cuando en el cierre del
acto el general Villegas, que era el jefe de la I División Orgánica, gritó “¡Viva
España!” el coronel Julio Mangada gritó a continuación, lo que era un acto de
insubordinación, “¡Viva la República!”. Por eso fue arrestado y sometido a consejo
de guerra, pero el gobierno a su vez destituyó al general Villegas y aceptó la
dimisión del general Goded, Jefe del Estado Mayor, también presente en el acto y
que estaba en desacuerdo con la decisión (fue sustituido por el general Masquelet).
En todo el incidente no hubo más que palabras, pero el “¡Viva España!” ya
simbolizaba una clase de lealtades y el “¡Viva la República!” otra (los generales
Goded y Villegas figuraron entre los que se sublevaron en julio de 1936 y el
coronel Mangada luchó por la República, al igual que el general Masquelet).63

El mantenimiento de la jurisdicción militar en el orden público


Además de modernizar unas Fuerzas Armadas obsoletas Azaña pretendía “civilizar” la
vida política poniendo fin al intervencionismo militar devolviendo a los militares
a los cuarteles, uno de cuyos hitos fundamentales había sido la "Ley de
Jurisdicciones" de 1906 (que durante la Monarquía había puesto bajo la jurisdicción
militar a los civiles acusados de delitos contra la Patria o el Ejército), y que se
había hecho omnipresente tras el triunfo del golpe de Estado del general Primo de
Rivera en 1923. Este segundo objetivo comenzó con la derogación de "Ley de
Jurisdicciones", que fue la primera decisión que tomó Azaña, solo tres días después
de haber tomado posesión de su cargo como ministro de la Guerra.58

Sin embargo la derogación de la “Ley de Jurisdicciones”, que el presidente Niceto


Alcalá Zamora calificó de “ley ominosa, que nadie se atrevió a retocar y que
nosotros derogamos de una plumada y por completo” (aunque él en 1906 siendo
diputado monárquico liberal la apoyó) y que el decreto de anulación llamaba “cuerpo
extraño y perturbador”, no supuso en absoluto que en la República se dejara de
utilizar la jurisdicción militar para el mantenimiento del Orden Público sin
necesidad de recurrir a la suspensión de las garantías constitucionales o declarar
el estado de excepción, y por tanto la jurisdicción militar continuó aplicándose a
individuos civiles con motivos de orden público, como había sucedido durante la
Monarquía de la Restauración y durante la Dictadura de Primo de Rivera.64

Así pues, “los gobiernos republicano-socialistas del primer bienio siguieron


otorgando a los militares importantes atribuciones sobre el orden público y un
rígido control sobre la sociedad”. El poder militar siguió ocupando una buena parte
de los órganos de la administración del Estado relacionada con el orden público,
desde las jefaturas de policía, Guardia Civil y Guardia de Asalto hasta la
Dirección General de Seguridad. Muchos de los generales que protagonizaron la
rebelión de julio de 1936 había tenido responsabilidades en la administración
policial y en el mantenimiento del orden público: Sanjurjo, Mola, Cabanellas,
Queipo de Llano, Muñoz Grandes o Franco.65

El Decreto de 11 de mayo de 1931, que delimitaba el ámbito de la jurisdicción


militar, mantenía que esa jurisdicción seguiría conociendo «sobre los delitos
militares», tal como se definían en el antiguo Código de Justicia Militar. Dado que
el Gobierno Provisional, y todos los gobiernos de izquierdas y de derechas que le
siguieron, mantuvieron una administración de orden público militarizada, entre
otras cosas, porque no se cambió el carácter militar de la Guardia Civil, la fuerza
principal de orden público, aquello significaba que la justicia ordinaria no era
competente sobre sus actuaciones y además juzgaba a los civiles que las criticaran
o se resistieran a ellas.66

Que la coalición republicano-socialista era consciente de la opción que estaba


tomando lo demuestra que en el mismo decreto promulgado por un gobierno que se
había autodefinido como de “plenos poderes” (según el Estatuto jurídico del
Gobierno Provisional que había promulgado al día siguiente de tomar el poder) se
creó la Sala Sexta de justicia militar en el Tribunal Supremo (que asumía las
competencias del Consejo Supremo de Guerra y Marina, que quedaba suprimido)
integrada por cuatro magistrados militares y solo dos civiles. Dada la mayoría de
militares esta Sala del Tribunal Supremo resolvió los conflictos de competencias
entre la jurisdicción ordinaria y la militar mayoritariamente a favor de esta
última (hasta julio de 1934 fue la sala competente para resolver estos conflictos,
pasando a partir de entonces a la Saga Segunda, de lo Penal, compuesta por
magistrados de la carrera judicial).67 Por ejemplo el párrafo primero del caso
séptimo del artículo 7.° del Código de Justicia militar quedó así:68

Artículo 7.°: Por razón de delito, la jurisdicción de Guerra conoce de las causas
que contra cualquier persona se instruyan por... 7.° Los de atentado y desacato a
las autoridades militares y los de injuria y calumnia a éstas y a las corporaciones
o colectividades del Ejército, cualquiera que sea el medio para cometer el delito,
siempre que éste se refiera al ejercicio de destino o mando militar, tienda a
menoscabar su prestigio o a relajar los vínculos de disciplina y subordinación en
los organismos armados
Un auto de la Sala Sexta del 2 de octubre de 1931 establece que: «Corresponde
conocer a la Jurisdicción de Guerra» en el supuesto de «insulto a Fuerza Armada»
cometido por paisano. Otro auto de 1 de diciembre de 1931 dice que «para conocer de
las ofensas dirigidas en su presencia a un guardia civil, vistiendo uniforme y
prestando servicio propio, es competente la Jurisdicción de Guerra, por tratarse de
un delito militar», con arreglo a los artículos 7, párrafo cuarto, y 256 del Código
de Justicia Militar. También se pronuncian a favor de la competencia de los
Consejos de Guerra en detrimento de los Tribunales Ordinarios, los autos de 27 de
octubre y 11 de noviembre de 1931 en que se dilucidan los supuestos de «agresión a
Fuerza Armada y muerte producida al repelerla».69

Fue el propio Gobierno quien en todo momento instigó con firmeza para que el
conocimiento de ciertas acciones de orden público presuntamente delictivas se
remitiesen a la jurisdicción militar. Así, el telegrama oficial del Ministerio de
la Gobernación de 31 de octubre de 1931, ordenaba a un delegado gubernativo que
como en el «mitin sindical» se aludió a la Guardia Civil y «como las frases
pronunciadas por el orador a que alude constituyen un insulto a la Fuerza Armada,
procede ponerlo a disposición de la jurisdicción correspondiente».70

Así pues, como en la Restauración y en la Dictadura de Primo de Rivera,71


se favorece la irresponsabilidad de los miembros de los cuerpos policiales
militarizados al ser en el proceso juez y parte y quedar incontroladas las
extralimitaciones que los policías cometan en sus intervenciones de orden público…
que se sucedían con demasiada frecuencia (…) Ello implicaba seguir poniendo al
Ejército en el centro de los conflictos políticos y sociales de orden interno. (…)
[Así pues] la reforma quedó en un tímido intento en el que tan sólo se atisba un
ademán de separación entre mando y jerarquía militar de los órganos de la
jurisdicción militar. Ahora bien, ni la cesación de los capitanes generales como
autoridad judicial militar, ni la supresión del Consejo Supremo de Guerra y Marina,
ni la dependencia de los fiscales militares de la Fiscalía General (Ordinaria),
modifican el sistema de garantías que debe reportar todo órgano judicial, como
tampoco pueden considerarse órganos verdaderamente judiciales. Los consejos de
guerra, su composición, así como el procedimiento, quedan intactos. Todo ello
tampoco resta poder a los militares sobre el elemento civil y sobre sus actuaciones
políticas y sociales de orden interno, manteniendo por tanto al Ejército en el
papel de árbitro superior de esas contiendas interna
Los decretos agrarios del Gobierno Provisional
Unos de los problemas más urgentes que tuvo que resolver el Gobierno Provisional en
la primavera de 1931 fue la grave situación que estaban padeciendo los jornaleros,
sobre todo en Andalucía y Extremadura, donde el invierno anterior se habían
superado los 100.000 parados y los abusos en la contratación y los bajos salarios
los mantenían en la miseria.72 En el artículo 5º del Estatuto jurídico del Gobierno
Provisional se reconocía el derecho de propiedad, pero con la salvedad de que “el
derecho agrario debe responder a la función social de la tierra” como repuesta “al
abandono absoluto en que ha vivido la inmensa masa campesina española, al
desinterés de que ha sido objeto la economía agraria del país, y a la incongruencia
del derecho que la ordena con los principios que inspiran y deben inspirar las
legislaciones actuales”.73

Así pues para aliviar la situación de los jornaleros de la mitad sur de España, el
Gobierno Provisional aprobó a propuesta del ministro de Trabajo, Largo Caballero,
siete "decretos agrarios" que tuvieron un enorme impacto:72

Decreto de Términos Municipales, de 20 de abril de 1931, "para el remedio de la


crisis de trabajo y ocupación de los obreros que se hallan en paro forzoso". Cuyo
artículo 1° decía: "En todos los trabajos agrícolas, los patronos vendrán obligados
a emplear preferentemente a los braceros que sean vecinos del Municipio en que
aquellos hayan de realizarse". El decreto, muy combatido por los propietarios,
permitía, pues, a los sindicatos un mejor control del mercado de trabajo (al
impedir la contratación de jornaleros forasteros), pero su aplicación fue muy
complicada y provocó agravios comparativos entre zonas de mayor o menor paro
agrícola.74
Decreto de los "desahucios” (o de prórroga de los arrendamientos rústicos), de 29
de abril, por el que se prohibía la expulsión de la tierra de los arrendatarios
cuya renta (la cantidad que pagaban al propietario anualmente por el uso de la
tierra) no excediera las 1.500 pesetas. Posteriormente otro Decreto autorizó la
revisión de las rentas abusivas.
Decreto de Jurados Mixtos, de 7 de mayo, "relativo a la organización de entidades
democráticas de los diversos elementos agrarios... para la regulación de sus
intereses comunes". El Decreto establecía tres tipos, pero los de mayor incidencia
fueron los Jurados mixtos de trabajo rural, designados por las entidades patronales
y obreras para regular las condiciones del trabajo agrario (6 patronos, 6 obreros y
1 secretario nombrado por el Ministerio de Trabajo). Estos Jurados fueron los que
determinaron los salarios de la campaña agrícola, logrando subidas sustanciales en
los jornales, que de 3’5 pesetas pasaron a superar las 5 pesetas diarias. La ley de
27 de noviembre de 1931, integró los Jurados Mixtos agrarios en el sistema general,
como órganos de mediación laboral y de negociación de los convenios colectivos.
Decreto de Laboreo forzoso, de 7 de mayo, que se dictó para evitar que los
propietarios agrícolas, atemorizados por la situación en el campo, o que
simplemente quisieran boicotear al nuevo régimen republicano, abandonasen el
cultivo de sus tierras conforme a los "usos y costumbres" locales (lo cual dejaba
un amplio margen discrecional a la interpretación, de cuyo cumplimiento se
encargaban unas comisiones municipales de patronos y obreros). Si eso sucedía sus
tierras podrían ser entregadas a los campesinos para su cultivo directo.
Decreto de Asociaciones de Obreros Agrícolas, de 20 de mayo, que permitía a éstas
arrendar colectivamente las fincas cuyos dueños no las cultivasen directamente,
"con la doble finalidad de remediar los paros periódicas en el trabajo de los obre
ros del campo y evitar el parasitismo de los intermediarios con el intolerable e
inmoral sistema de subarriendos, satisfaciendo, sobre todo y ante todo, el ansia de
tierra que siente la población rural".
Decreto de 17 de junio de implantación en el medio agrario del Seguro de Accidentes
de Trabajo que ya existía en la industria.75
Decreto de establecimiento de la jornada de 8 horas para los jornaleros, de 1 de
julio, lo que suponía que el resto de las horas que se trabajasen en el día se
deberían pagar con un salario superior. Se ponía así fin a las jornadas "de sol a
sol" que habían predominado en el campo español hasta entonces y por las que se
cobraba un solo jornal. El Artículo 24 de este Decreto decía:
Art. 24. Para las faenas de sementera y recolección, para el acarreo de las
simientes y de las mieses, en las épocas respectivas de aquéllas, y para los
trabajos de lucha contra las plagas del campo, ante la dificultad de emplear mayor
número de brazos, los organismos paritarios podrán acordar la ampliación de la
jornada legal hasta el máximo de 12 horas. Las horas de exceso sobre la jornada de
8 horas se considerarán como extraordinarias y se pagarán como tales
La oposición de los propietarios
La aplicación de los decretos agrarios de Largo Caballero encontró la viva
oposición de los propietarios que se apoyaron en los ayuntamientos en su mayoría
monárquicos y en el recurso a la Guardia Civil para enfrentarse a los
representantes y cuadros de la Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra
(FNTT) de UGT y las Casas del Pueblo socialistas, que funcionaban a modo de
cuarteles generales de los obreros sindicados de las distintas localidades. Así “en
los pueblos y aldeas, inevitablemente, las primeras semanas de la República
provocaron un cierto ambiente de guerra de clases”.16

Esta mayor oposición de los patronos en el campo, donde los enfrentamientos


alcanzaron cotas mucho mayores de violencia que en las ciudades, se explica, según
el historiador Santos Juliá, porque
las organizaciones patronales de las ciudades estaban acostumbradas a negociar con
los trabajadores... [pero] en los campos, los propietarios disponían de toda la
fuerza que se derivaba de la falta de organización de los jornaleros, de un exceso
de mano de obra y del control de los ayuntamientos y la presencia de la Guardia
Civil. El solo hecho de la instauración de la República subvirtió esa situación.
Los propietarios o sus representantes perdieron el control de los ayuntamientos,
regidos por unos republicanos que ante las reivindicaciones de los jornaleros no
podía actuar como las antiguas autoridades. (...) El establecimiento de salarios
legales y de jornada máxima, la necesidad de acudir a las bolsas de trabajo, la
imposibilidad de envilecer los salarios contratando a trabajadores de otros
términos municipales, la obligación de dar trabajo en períodos de paro estacional,
la autoridad de los jurados mixtos para resolver los conflictos trastocaron por
completo las relaciones de clase en la agricultura".76
La consecuencia de todo esto fue el reforzamiento de las organizaciones agrarias: a
la antigua Confederación Nacional Católico-Agraria, se sumó en 1931 la Agrupación
de Propietarios de Fincas Rústicas.

La reforma socio-laboral de Largo Caballero

Francisco Largo Caballero


El proyecto del ministro de Trabajo, el socialista Francisco Largo Caballero, líder
de la UGT consistía en crear un marco legal que reglamentara las relaciones
laborales y afianzara el poder de los sindicatos, especialmente de la UGT, en la
negociación de los contratos de trabajo y en la vigilancia de su cumplimiento. Su
fin último respondía al proyecto socialdemócrata que pretendía "otorgar a los
trabajadores, a través de sus sindicatos, la posibilidad de aumentar paulatinamente
su control sobre las empresas y, en definitiva, sobre el conjunto del sistema
económico y de relaciones de clase. Con ello se avanzaría hacia el logro de una
sociedad socialista, pero gradualmente. En resumen se trataba de un proyecto que,
coherente con la inspiración marxista del socialismo español, no renunciaba a la
transformación revolucionaria de la sociedad, pero que pretendía alcanzarla por
cauces fundamentalmente reformistas. El modelo sindical capaz de obtener tal
resultado no podía ser otro que el que encarnaba la Unión General de
Trabajadores”.77

Las dos piezas básicas del proyecto fueron la Ley de Contratos de Trabajo y la de
Jurados Mixtos (una tercera, la de Intervención Obrera en la gestión de la
Industria, que estaba destinada a ser la pieza fundamental, no llegó a
promulgarse), leyes aprobadas bajo la presidencia de Manuel Azaña:

Ley de Contratos de Trabajo, de 21 de noviembre de 1931, por la que se regulaban


los convenios colectivos (negociados por los representantes de las patronales y de
los sindicatos por períodos mínimos de dos años y que obligaban a ambas partes) y
dictaminaba las condiciones de suspensión y rescisión de los contratos. Además
establecía por primera vez el derecho a vacaciones pagadas (7 días al año) y
protegía el derecho de huelga que, bajo ciertas condiciones, no podía ser causa de
despido.78
Ley de Jurados Mixtos, de 27 de noviembre de 1931, que extendía el sistema de
jurados mixtos (aprobado en mayo para el sector agrario) a la industria y a los
servicios. En el fondo se trataba de una reforma de la organización corporativa de
la Dictadura de Primo de Rivera, en la que se ampliaban las atribuciones de los
comités paritarios (en los que había participado la UGT en representación de los
trabajadores). Su composición era la misma, representantes de los empresarios
elegidos por las asociaciones patronales y representantes de los trabajadores
representados por los sindicatos obreros, más un funcionario del Ministerio de
Trabajo que era quien presidía el jurado mixto. Su misión también: mediar en los
conflictos laborales estableciendo un dictamen conciliatorio en cada caso, que si
era rechazado por una de las partes el Jurado lo podía remitir al Consejo Superior
de Trabajo, que era la última instancia mediadora.78
El Ministerio de Trabajo de Largo Caballero también dio un considerable impulso a
los seguros sociales, al ampliar el Seguro obligatorio de Retiro Obrero de tres
millones y medio de trabajadores a cinco millones y medio. Asimismo, un Decreto de
26 de mayo de 1931 estableció el Seguro de Maternidad.78

La oposición de la CNT
Los socialistas esperaban que todas las medidas que habían aprobado, especialmente
los mecanismo de control y arbitraje de los conflictos laborales, redujeran el
número de huelgas y se alcanzara una cierta paz social, pero la paz social no se
produjo a causa de la incidencia de la recesión económica, y sobre todo por la
negativa de la CNT a utilizar los mecanismos oficiales de conciliación, que
identificaban con el corporativismo de la Dictadura de Primo de Rivera, lo que se
tradujo en una manifiesta tendencia a convocar huelgas "políticas".79

Lo que había puesto en marcha Largo Caballero desde el Ministerior de Trabajo era
una especie de sistema corporativo obrero en el que las posiciones de la UGT en la
negociación y en el control de los contratos de trabajo salían considerablemente
reforzadas. Eso le daba al sindicato socialista un cierto control de la oferta de
trabajo, un bien escaso en un momento de depresión económica. Por eso la CNT se
opuso radicalmente a la ley de contratos de trabajo y a los jurados mixtos y se
lanzó a la acción directa para conseguir por otros medios el monopolio de la
negociación laboral.80

La oposición de los patronos


Los empresarios también se opusieron a las reformas sociolaborales de Largo
Caballero porque estaban acostumbrados a imponer su ley, y no estaban dispuestos a
aceptar las decisiones de los Jurados Mixtos cuando beneficiaban a los
trabajadores. Aunque al principio los patronos de la industria y el comercio habían
aceptado con resignación los jurados mixtos y no habían tenido más remedio que
reconocer los aumentos salariales y las mejoras de las condiciones laborales que
los jurados acababan imponiendo, pronto comenzaron a movilizarse.81

Referencias
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Aventura de la Historia (90). ISSN 1579-427X.
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De la Granja, Beramendi y Anguera, 2001, p. 125.
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De la Cueva Merino, Julio (1998). «El anticlericalismo en la Segunda República y
la Guerra Civil». En Emilio La Parra López y Manuel Suárez Cortina, ed. El
anticlericalismo español contemporáneo. Madrid: Biblioteca Nueva. p. 215.
De la Cueva Merino, Julio (1998). Ibid. pp. 224-225.
Juliá, 2009, p. 31.
Álvarez Tardío, Manuel (2002). Anticlericalismo y libertad de conciencia. Política
y religión en la Segunda República Española. Madrid: Centro de Estudios Políticos y
Constitucionales. p. 87. ISBN 84-259-1202-4.
De la Cueva Merino, Julio (1998). Ibid. p. 215.
De la Cueva Merino, Julio (1998). Ibid. p. 216. «Ambos sabían que la instalación
en el poder de los republicanos significaba que éstos, antes o después, habrían de
llevar a cabo la política anticlerical que siempre habían propugnado. Ambos
confiaban en la prudencia, la deferencia y la negociación, más que en el
enfrentamiento, para reducir al mínimo los efectos de esa política».
Álvarez Tardío, Manuel (2002). Ibid. pp. 93-94.
Álvarez Tardío, Manuel (2002). Ibid. p. 79.
De la Cueva Merino, Julio (1998). Ibid. p. 215. «Lo que dijo el cardenal en la
primera «sabatina» de la catedral de Toledo tras el 14 de abril no está del todo
claro. La prensa republicana lo acusaba de haberse despachado en términos como
éstos: «Que la ira de Dios caiga sobre España si la República persevera.» Los
periódicos católicos -y algún otro como Ahora- negaron la verdad de estas
acusaciones, si bien parece que Segura se refirió a las circunstancias españolas
del momento como un castigo divino».
Casanova, Julián (2007). República y guerra civil. Historia de España, vol. 8.
Barcelona: Crítica-Marcial Pons. p. 23. ISBN 978-84-8432-878-0.
Jackson, 1976. En la carta Segura se refería repetidamente a las graves
conmociones y amenazas de anarquía a que España se veía expuesta. Aunque la Iglesia
no se preocupaba de formas de régimen, deseaba expresar la gratitud de la Iglesia a
S.M., por haber consagrado España al Sagrado Corazón de Jesús y por haber
preservado las tradiciones de piedad de sus antepasados. Apeló a las mujeres de
España para que organizaran una cruzada de oraciones y sacrificios para defender la
Iglesia contra los muchos ataques a sus derechos. Recordó el ejemplo de Baviera en
1919, cuando la población católica salvó al país de una breve ocupación
bolchevique, sugiriendo, por tanto, por su analogía, que el Gobierno provisional
era de la misma categoría que el régimen comunista de la breve revolución bávara
Álvarez Tardío, Manuel (2002). Anticlericalismo y libertad de conciencia. Política
y religión en la Segunda República Española. Madrid: Centro de Estudios Políticos y
Constitucionales. pp. 97-98. ISBN 84-259-1202-4. «Desde finales de abril [los
socialistas y la izquierda republicana más extrema] exigieron al Gobierno la
suspensión del Primado, por considerar sus pastorales como una actividad política
intolerable. No se dijo nada sobre el comportamiento de otros prelados. (Se
explicaría así que gran parte de la opinión pública pensara que la iglesia en
bloque estaba conspirando contra la República)».
Álvarez Tardío, Manuel (2002). Ibid. p. 97.
González Calleja, Eduardo (2011). Contrarrevolucionarios. Radicalización violenta
de las derechas durante la Segunda República. Alianza Editorial= Madrid. pp. 28-30.
ISBN 978-84-206-6455-2.
Álvarez Tardío, Manuel (2002). Ibid. pp. 100-101.
González Calleja, Eduardo (2011). Ibid. Alianza Editorial= Madrid. pp. 30-31.
Álvarez Tardío, Manuel (2002). Ibid. p. 102.
De la Cueva Merino, Julio (1998). «El anticlericalismo en la Segunda República y
la Guerra Civil». En Emilio La Parra López y Manuel Suárez Cortina (Eds.), ed. El
anticlericalismo español contemporáneo. Biblioteca Nueva. p. 221.
De la Cueva Merino, Julio (1998). Ibid. pp. 219-221.
Álvarez Tardío, Manuel (2002). Ibid. p. 104.
Álvarez Tardío, Manuel (2002). Ibid. pp. 105-106.
De la Cueva Merino, Julio (1998). Ibid. p. 220. «El incendio de edificios
religiosos era una manera simbólica y expeditiva de hacer efectiva la anhelada
destrucción del poder clerical, que por medios políticos no llegaba, y de así
avanzar, mediante el fuego purificador, hacia la regeneración de España. Bastó la
provocación monárquica y el ambiente creado en torno a Segura y otros clérigos
refractarios para que saltase la chispa y se produjese la acción de los exasperados
revolucionarios».
De la Cueva Merino, Julio (1998). Ibid. p. 220.
Jackson, 1976, p. 51. "Los socialistas, especialmente, consideraban a la guardia
civil como enemiga de la clase trabajadora, un enemigo peor, bien considerado, que
la propia Monarquía. Los liberales opinaban que el pueblo español, aun en sus actos
más deplorables, había sido más v´citima que verdugo. La República debía dirigir al
pueblo tan sólo por la persuasión"
Álvarez Tardío, Manuel (2002). Ibid. pp. 108-109.
Álvarez Tardío, Manuel (2002). Ibid. p. 103.
De la Cueva Merino, Julio (1998). Ibid. p. 221.
De la Cueva Merino, Julio (1998). Ibid. p. 224.
Álvarez Tardío, Manuel (2002). Ibid. p. 115.
Jackson, 1976, p. 52.
Álvarez Tardío, Manuel (2002). Ibid. p. 116. «Los obispos se habían reunido el 9
de mayo en Madrid para tomar una decisión sobre la política a seguir si el Gobierno
aprobaba por decreto las medidas de secularización que reclamaba la izquierda. La
conferencia de metropolitanos aprobó dos textos, uno dirigido a los fieles que
debería ser publicado en el boletín de Toledo y otro que era una protesta al
Gobierno por los agravios cometidos hasta entonces contra la Iglesia. A diferencia
de Segura, Vida y Barraquer no deseaba que el segundo se hiciera público -por
razones de oportunidad pero también de fondo-. Convenció a sus compañeros y logró
que pasara todo el complicado mes de mayo sin que se publicara ninguno de los dos.
Pero al final Segura, que estaba en el extranjero desde el 11 de mayo, decidió
publicar el segundo por su cuenta y riesgo. Lo hizo además fechándolo en Roma, de
tal forma que, como temía Vidal, aquel documento acabó siendo interpretado por los
republicanos como la oposición del Vaticano a la política del Gobierno
Provisional».
Casanova, Julián (2007). República y Guerra Civil. Vol. 8 de la Historia de
España, dirigida por Josep Fontana y Ramón Villares. Barcelona: Crítica/Marcial
Pons. p. 24. ISBN 978-84-8432-878-0.
Jackson, 1976.
De la Cueva Merino, Julio (1998). Ibid. p. 225.
Álvarez Tardío, Manuel (2002). Ibid. pp. 143-145.
Casanova, Julián (2007). República y Guerra Civil. Vol. 8 de la Historia de
España, dirigida por Josep Fontana y Ramón Villares. Barcelona: Crítica/Marcial
Pons. p. 40. ISBN 978-84-8432-878-0.
Jackson, 1976, p. 53.
Gil Pecharromán, 1997, p. 44.
Casanova, Julián (2007). Ibid. pp. 40-43.
Jackson, 1976, p. 53. [La supresión de las capitanías generales era] “una reforma
tanto militar como política, ya que los capitanes generales eran una institución
que databa de los tiempos coloniales y que permitía la subordinación de la
autoridad civil en momentos de tensión o desórdenes”
Gil Pecharromán, 1997, p. 44-45.
Gil Pecharromán, 1997, p. 45.
Cardona, Gabriel (2003). «El joven Franco. Cómo se forja un dictador». Clío (16).
ISSN 1579-3532.
Gil Pecharromán, 1997, p. 46.
Casanova, Julián (2007). Ibid.
Jackson, 1976, p. 53; 77. "En su opinión, el requisito de los estudios
universitarios era una tentativa de diluir el espíritu militar de una nueva
generación de oficiales… En realidad el Gobierno se proponía quebrantar las
antiguas barreras de casta y la mutua ignorancia, poniendo a los futuros oficiales
en contacto, durante una parte de su educación, con los futuros miembros de las
profesionales liberales"
Gil Pecharromán, 1997, p. 80-81.
Ballbé, 1983, p. 347-348.
Casanova, Julián (2007). Ibid. p. 42.
Ballbé, 1983, p. 348.
Ballbé, 1983, p. 348-349.
Ballbé, 1983, p. 350.
Ballbé, 1983, p. 349-350.
Ballbé, 1983, p. 351.
Ballbé, 1983, p. 351-352.
Gil Pecharromán, 1997, p. 52.
Juliá y 2009, p30; 140-141.
Juliá, Santos (1999). Un siglo de España. Política y sociedad. Madrid: Marcial
Pons. p. 85. ISBN 84-9537903-1. «Los jornaleros de municipios con escaso trabajo
que acostumbraban a trasladarse para labores de siega, a pesar de cobrar menos, se
encontraron imposibilitados de recurrir a su tradicional medio de trabajo por
efecto de la Ley de Términos Municipales...»
Jackson, 1976, p. 46.
Juliá, Santos (1999). Ibid. pp. 92-93.
Gil Pecharromán, 1997, p. 48-49.
Gil Pecharromán, 1997, p. 50.
Gil Pecharromán, 1997, p. 50-51.
Casanova, Julián (2007). Ibid. pp. 46-47.
Jackson, 1976, p. 107.
Bibliografía
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y religión en la Segunda República Española. Madrid: Centro de Estudios Políticos y
Constitucionales. ISBN 84-259-1202-4.
Ballbé, Manuel (1983). Orden público y militarismo en la España constitucional
(1812-1983). Madrid: Alianza Editorial. p. 318. ISBN 84-206-2378-4.
Casanova, Julián (2007). República y Guerra Civil. Vol. 8 de la Historia de España,
dirigida por Josep Fontana y Ramón Villares. Barcelona: Crítica/Marcial Pons. ISBN
978-84-8432-878-0.
De la Cueva Merino, Julio (1998). «El anticlericalismo en la Segunda República y la
Guerra Civil». En Emilio La Parra López y Manuel Suárez Cortina, ed. El
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De la Granja, José Luis; Beramendi, Justo; Anguera, Pere (2001). La España de los
nacionalismos y las autonomías. Madrid: Síntesis. p. 125. ISBN 84-7738-918-7.
Gil Pecharromán, Julio (1997). La Segunda República. Esperanzas y frustraciones.
Madrid: Historia 16. ISBN 84-7679-319-7.
Jackson, Gabriel (1976) [1965]. La República Española y la Guerra Civil, 1931-1939
[The Spanish Republic and the Civil War, 1931-1939.] (2ª edición). Barcelona:
Crítica. ISBN 84-7423-006-3.
Juliá, Santos (1999). Un siglo de España. Política y sociedad. Madrid: Marcial
Pons. ISBN 84-9537903-1.
Juliá, Santos (2009). La Constitución de 1931. Madrid: Iustel. ISBN 978-84-9890-
083-5.
Enlaces externos
Especial del diario "Público" sobre la II República Española en su 80 aniversario.

Predecesor:
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Periodos de la Historia de España
Gobierno Provisional de la Segunda República Española Sucesor:
Primer bienio de la Segunda República Española
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