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Instalaciones Romanas para Espectaculos de Entrenimiento
Instalaciones Romanas para Espectaculos de Entrenimiento
entrenamiento
En la antigua Roma se inauguraría una nueva etapa en la relación entre ciudad y deporte.
Aunque los Juegos Panhelénicos se continuaron celebrando cuando Grecia fue anexionada
al Imperio Romano, el espíritu pragmático de los conquistadores quedaba bastante
alejado de la excelencia perseguida por la Hélade. Las ceremonias atléticas y el
virtuoso agón griego no eran del gusto del pueblo latino. La diversión y el entretenimiento
superaron a la búsqueda de la perfección.
Los ideales de excelsitud se resintieron y la educación física quedaría relegada ante otros
intereses alejados de los valores griegos. Pero los romanos supieron extraer algo muy
atractivo de aquellas reuniones helenas: su capacidad para generar espectáculo. No
obstante, habría que dotarlas de algo más de “mordiente”. Las competiciones que se
mantuvieron fueron las más grandiosas y teatrales, es decir, las carreras de velocidad
asistida en las que aurigas experimentados conducían sus cuadrigas a toda velocidad
levantando pasiones (algo en lo que sí coincidieron con los helenos). Además, se
inventaron toda una serie de actividades que, si bien tenían poco de edificantes,
generaban un entusiasmo sin límites: combates entre gladiadores, luchas de fieras o
naumaquias (simulaciones de batallas navales). No obstante, los romanos no olvidarían los
Juegos Panhelénicos en los que los griegos tuvieron que admitirlos por obligación (incluso
existe una anécdota con el emperador Nerón como participante). Esto hizo que los
estadios no murieran del todo hasta que el emperador romano Teodosio I abolió los
Juegos en el año 394.
Para dar cabida a ese cambio de rumbo, los romanos crearon sus prototipos
arquitectónicos: los anfiteatros y los circos, edificaciones monumentales que influirían
notablemente en la estructura urbana de las principales ciudades del imperio, en las que
se celebraban esos eventos tan populares. La trascendencia y versatilidad tanto del circo,
que era una evolución directa del hipódromo griego, como del anfiteatro, que tuvo una
génesis muy particular a partir de los teatros, los llevaría a convertirse en modelos
referenciales para los escenarios deportivos modernos. Pero estos escenarios principales
no fueron los únicos en albergar actividades físicas, porque siguieron desarrollándose
los gimnasios y además apareció una nueva tipología que causó furor entre los romanos,
las termas, lugares vinculados al agua y al baño que desarrollarían unas prácticas
complejas, cercanas al mundo social y del placer, que también tendrían una gran repercEn
Los ideales de excelsitud se resintieron y la educación física quedaría relegada ante otros
intereses alejados de los valores griegos. Pero los romanos supieron extraer algo muy
atractivo de aquellas reuniones helenas: su capacidad para generar espectáculo. No
obstante, habría que dotarlas de algo más de “mordiente”. Las competiciones que se
mantuvieron fueron las más grandiosas y teatrales, es decir, las carreras de velocidad
asistida en las que aurigas experimentados conducían sus cuadrigas a toda velocidad
levantando pasiones (algo en lo que sí coincidieron con los helenos). Además, se
inventaron toda una serie de actividades que, si bien tenían poco de edificantes,
generaban un entusiasmo sin límites: combates entre gladiadores, luchas de fieras o
naumaquias (simulaciones de batallas navales). No obstante, los romanos no olvidarían los
Juegos Panhelénicos en los que los griegos tuvieron que admitirlos por obligación (incluso
existe una anécdota con el emperador Nerón como participante). Esto hizo que los
estadios no murieran del todo hasta que el emperador romano Teodosio I abolió los
Juegos en el año 394.
Para dar cabida a ese cambio de rumbo, los romanos crearon sus prototipos
arquitectónicos: los anfiteatros y los circos, edificaciones monumentales que influirían
notablemente en la estructura urbana de las principales ciudades del imperio, en las que
se celebraban esos eventos tan populares. La trascendencia y versatilidad tanto del circo,
que era una evolución directa del hipódromo griego, como del anfiteatro, que tuvo una
génesis muy particular a partir de los teatros, los llevaría a convertirse en modelos
referenciales para los escenarios deportivos modernos. Pero estos escenarios principales
no fueron los únicos en albergar actividades físicas, porque siguieron desarrollándose
los gimnasios y además apareció una nueva tipología que causó furor entre los romanos,
las termas, lugares vinculados al agua y al baño que desarrollarían unas prácticas
complejas, cercanas al mundo social y del placer, que también tendrían una gran
repercusión futura.
Desde luego que los griegos no inventaron las carreras de caballos. Otros muchos pueblos
celebraban ese tipo de competición. De hecho, los antiguos romanos ya las realizaban en
la capital, en el valle situado entre los montes Aventino y Palatino. Precisamente ese lugar
sería el escogido para levantar el Circo Máximo, la más famosa construcción de este tipo
que se especula con que fue comenzada ya en la monarquía, en tiempos de Tarquinio el
viejo. Aquella pista inicial iría adquiriendo forma con el paso de los siglos, hasta que en
tiempos del emperador Augusto era ya la impresionante construcción que impactaba a
propios y extraños.
El Circo Máximo de Roma era imponente con sus 640 metros de longitud. Su arena
alcanzaba los 595 metros de longitud, contando con una anchura entre 85 y 87 metros. Su
aforo llegaba hasta los 150.000 espectadores. Además de este, la capital del imperio tuvo
otros circos: destacaron el circo Flaminio (construido hacia el año 220 a.C.), el de Calígula,
el de Domiciano, el Variano, o el de Magencio.
La atracción favorita eran las carreras de cuadrigas, que eran organizadas por empresarios
privados que recibían el nombre de factio. Hubo cuatro factio (facciones) en Roma que se
identificaban por un color (azul, verde, rojo y blanco). Cada facción era como un “equipo”,
con sus aurigas y sus partidarios entre el público. Las agrupaciones de seguidores de cada
facción formaron algo parecido a partidos populares (partes populi) con gran rivalidad,
incluso fuera de los recintos de carreras (algo que fue especialmente intenso en
Constantinopla, donde los azules y verdes absorbieron a los otros dos, y trasladaron su
antagonismo también a lo social y político: los azules eran la clase alta y los verdes, la
popular). Con esto, la pasión y el espectáculo estaba servido.
De todas formas, los romanos no abandonaron el ritual y el boato con el que los griegos
acompañaban sus ceremonias, aunque adaptándolo a sus propios fines, con procesiones
fastuosas al inicio a los juegos. Particularmente, la pompa, era un desfile con el que se
iniciaba cada evento y en el que participaban no solo los aurigas competidores sino
Resulta curioso, y muy revelador, que Roma, que tuvo varios circos, solo tuviera un
estadio, el de Domiciano (cuyo lugar ocupa hoy la Piazza Navona). Como los estadios
helenos tenía un extremo circular y otro recto, aunque sus dimensiones superaron a sus
precedentes griegos (era una vez y media más largo que el estadio de Olimpia, con 275
metros de longitud y 106 de anchura, con un aforo estimado de unos 30.000
espectadores). Su presencia en la trama actual de la Roma antigua, reconvertido en la
famosa y visitada plaza testimonia la importancia que tuvo. Este estadio también fue
conocido como Circus agonalis, debido a que allí se celebraban “agones”, las pruebas
atléticas creadas por los helenos. Se cree que del término “in agone” se pasaría a navone y
finalmente a navona.
Los griegos inventaron el teatro creando, no solo un género literario, sino también un
lugar específico para su representación. Los romanos continuaron la tradición con
importantes autores, aunque introdujeron matices diferenciales en la construcción de los
edificios teatrales. Por eso, los teatros griegos y romanos presentan diferencias (una de las
más sustanciales fue que los edificios griegos se apoyaban en laderas de las colinas para
generar la pendiente del graderío mientras que los edificios romanos independizaron la
construcción de la topografía).
Pero esos contrastes entre teatros griegos y romanos son pequeños matices si los
comparamos con los anfiteatros que son realmente un tipo de edificio muy diferentes. En
el teatro, el público se enfocaba hacia la escena donde se desarrollaba la acción. Además,
los espectadores enmudecían, reinando el silencio para poder escuchar las declamaciones
de los actores. El anfiteatro es otra cosa. Primero, formalmente, porque tal como indica su
prefijo “anfi” (que significa “doble”) es un “teatro duplicado”, o sea que lo que era un
“semicírculo” se transformó en un “circulo” completo (o en un óvalo). Así, un anfiteatro
era, en esencia, una arena perimetrada por un graderío elevado (la cávea). Este gesto
arquitectónico ofrece una significación fundamental para entender el concepto de
espectáculo. La función no es focalizada, sino que se produce en el centro de los
espectadores. La segunda diferencia es sonora. El silencio teatral da paso a la intensidad
del griterío, porque lo que sucede en la arena no requiere atención de escucha sino
solamente de visión. Es más, el rugiente sonido también forma parte del atractivo del
propio espectáculo.
Parece que el primer anfiteatro debió ser de madera, levantado hacia el año 29 a.C. en la
parte meridional del Campo de Marte romano. Hubo alguna otra construcción de este tipo
hasta que, en el año 80, en tiempos del emperador Tito, se inauguró junto al Foro romano
el espectacular Anfiteatro Flavio (conocido como Coliseo por contar con una estatua
gigantesca, el Coloso de Nerón, de unos treinta metros de altura que desaparecería). Su
aforo era de unos 65.000 espectadores. Sus dimensiones fueron descomunales para la
época: un óvalo exterior de 189 metros de largo por 156 de ancho y 57 metros de altura
en su fachada, con un ovalo interior (la arena) de 75 por 44 metros.
Tras una accidentada vida, el edificio lograría vencer al tiempo y llegar hasta nosotros,
aunque fuera de forma incompleta. En la actualidad se ha convertido en el principal icono
de Roma y uno de sus grandes atractivos turísticos.
Siguiendo ese modelo, las principales ciudades del imperio construyeron sus propios
anfiteatros. Algunos de ellos son ruinas visitables, pero otros siguen cumpliendo su
función (como los anfiteatros de Arlés o Nimes, en el sureste francés, donde todavía se
celebran espectáculos muy variados, incluidas corridas de toros). Los anfiteatros tendrían
una influencia decisiva en la definición de los estadios modernos.
Estos establecimientos abundaron no solo en Roma sino en casi todas las ciudades del
imperio. Las Termas Estabianas en Pompeya, del siglo IV a.C., son un buen ejemplo de los
inicios de una tipología que fijaría su modelo definitivo hacia el año 109, con las Termas de
Trajano. Antes de estas, en la superpoblada Roma se habían construido cientos de Balnea,
que eran baños privados de pago, pero solo tres Thermae, instalaciones públicas,
gratuitas, de las cuales dos estuvieron ubicadas en el Campo de Marte (las Termas de
Agripa, inauguradas hacia el año 12 a.C. y las de Nerón, hacia el año 62), mientras que la
tercera se levantó en el Esquilino, concretamente en la colina Oppio (las Termas de Tito).
Las Termas de Tito iniciaron la serie de grandes termas imperiales. Construidas hacia el
año 80, incrementaron las dimensiones habituales hasta ocupar un rectángulo de 125 por
120 metros.
Con las Termas de Trajano, su arquitecto, Apolodoro de Damasco, fijó el modelo para el
futuro, proponiendo un organigrama funcional concreto y una disposición determinada de
los diferentes espacios. Las nuevas termas eran casi tres veces mayores que las de Tito,
desarrollándose en una extensa plataforma plana artificial. Apolodoro planteó un gran
recinto en cuyo interior se levantaba el edificio termal propiamente dicho, de
aproximadamente 339 por 315 metros. El edificio organizaba sus instalaciones siguiendo
dos ejes perpendiculares que se cruzaban en una gran sal central.
Entre los años 212 y 217 se levantaron las Termas de Caracalla, un nuevo hito en la
edificación termal. Estas termas, mayores que las anteriores presentaban el edificio
interior exento, en el centro del recinto (las de Trajano lo tenían adosado a uno de los
bordes exteriores)
Con la desaparición del Imperio el mundo termal sufrió un declive, aunque se mantuvo
presente en los baños árabes. En cualquier caso, se convertirían en una referencia para los
actuales centros acuáticos.
Hay que tener en cuenta el tamaño, particularmente de los gigantescos circos, así como
las necesidades de amplios espacios en su entorno para recibir un gran número de
espectadores (de la propia ciudad y de las del entorno). Estos edificios se convertirían en
focos perspectivos del viario facilitando la legibilidad urbana, así como en iconos
identitarios y simbólicos de las ciudades que contaban con ellos. No obstante, esto
sucedió solamente en las más urbes más importantes del imperio, por lo que
su repercusión sería relativa.
En cualquier caso, el crecimiento de las ciudades acabaría por integrar esas enormes
construcciones que habían nacido exentas en las “periferias”. Las remodelaciones urbanas
de los siglos siguientes ofrecen, respecto a ellas, casos de todo tipo, desde ausencias,
“Panem et circenses” (Pan y circo) fue una máxima política acuñada durante el Imperio
romano que describía la táctica seguida desde el poder para controlar a las masas. La frase
se refería a que proveer de alimento y de entretenimiento era la solución para apaciguar a
la ciudadanía y evitar sublevaciones. Y no solo eso, sino que, además, se convertiría en
una maniobra para conseguir el seguidismo de los ciudadanos que podía resultar
trascendental para inclinar la balanza en las luchas intestinas de poder tan habituales en la
antigua Roma. Por no hablar de la popularidad y reconocimiento que la convocatoria de
espléndidos festejos proporcionaba a los líderes (cuestiones muy apreciadas por sus
elevados egos). Por todo eso, facilitar la nutrición y, muy especialmente, procurar la
diversión (porque podía llegar a mitigar temporalmente el hambre), se convirtió en un
objetivo fundamental de los gobernantes romanos (esta práctica tuvo éxito y sigue
intentándose, mutatis mutandi, en los tiempos actuales).
Ahora bien, la proposición de espectáculos y festejos tenía (y tiene) una gran complejidad
que abarcaba desde la propia configuración del hecho en sí, que debía resultar atractivo
(los romanos fueron entusiastas de la velocidad y de los combates, principalmente) y
necesitaba contar con “especialistas” adecuados para llevarlos a cabo (jinetes,
gladiadores, aurigas, etc.); hasta aspectos no menos importantes como son la
organización interna, la financiación y, por supuesto, la disposición de recintos adecuados
para ello. Respecto a este último tema, el de la construcción de lugares específicos para
los diferentes eventos, ya hemos comprobado como los romanos propusieron
innovadores edificios que se adaptaron para permitir esa noción de espectáculo de masas
que se alejaba de la práctica más selecta y elitista de las celebraciones griegas.
En Roma, la política, la fiesta y el espectáculo estaban muy imbricados. Buena parte de los
acontecimientos que se celebraban eran la trasposición de rituales festivos (muchos de
ellos relacionados con las antiguas prácticas físicas). Así, los romanos introdujeron el gran
espectáculo como un segundo ingrediente que se incorporaría al futuro deporte.
Aquellos eventos multitudinarios del Imperio Romano serían el germen del deporte de
masas de nuestro tiempo. Esta segunda clave resultará fundamental, ya que no se puede
entender el deporte actual sin su “cara B”, es decir, sin la existencia de un público que
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