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Había una vez, en una colonia de hormigas, había una pequeña hormiguita
que era todo bondad. La hormiguita soñaba con ser la ayudante de la reina.
Ese era el sueño de la pequeña hormiguita desde que tenía memoria. Todo
lo que ella deseaba era demostrar su lealtad y ayudar a que su colonia
prosperara.
—Nunca podrás llegar a ser la ayudante, de la reina —le decían—. Eres una
hormiga demasiado pequeña, y que para tener ese cargo necesitas ser más
grande.
—Dicen que soy muy pequeña para ser ayudante, abuelita —dio la pequeña
hormiguita.
—Me presento aquí para ser su ayudante. No soy la más grande, ni la más
fuerte, pero puedo hacer muchas cosas.
—Eres la más pequeña de todas las hormigas que han venido a verme,
pero también la más decidida y, viendo tu tamaño, también la más
valiente. Te daré una oportunidad.
Las amigas
de la hormiguita se rieron de ella, y le dijeron que iba a hacer el ridículo.
Pero la hormiguita no se rindió.