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Es a partir de acá que nace una incertidumbre por las dinámicas sociales que
operan actualmente, unas dinámicas que en su composición y estructura manejan
polos y clases que de cierta manera coexisten y se sostienen mutuamente,
anulando cualquier sentido dicotómico, como si de un pacto se tratase. La
aceptación de una cultura y una identidad nos conlleva a ignorar el trasfondo
estructural de nuestro contexto colectivo, asumiendo posturas de lleno en cara a la
sociedad en la que nos suscribimos; nada de quejas nada de dudas, ante un sistema
de interrelaciones que ha determinado los parámetros para medir nuestra identidad.
¿Pero, dónde nacen las ideas colectivas que nos aterrizan a la aceptación de
nuestras dinámicas sociales actuales?
Una respuesta rápida sería una ideología que influencia de manera constante en
nuestra práctica, que a su vez definen parámetros de significación en nuestro
contexto; aquello que de manera fugaz tomamos como nuestro por haber nacido
allí, sería por ende “natural”.
¿Pero cómo pasamos de una ideología a una práctica y además a una práctica
aceptada por el colectivo? ¿cuándo se volvió normal?
Estaremos hablando entonces de una aceptación, una aceptación de nuestras
condiciones sociales que nos atan a una identidad externa a nosotros, pero interna
a una cultura predeterminada. Una aceptación que nombramos como “nuestra
realidad”, donde aceptamos nuestra cultura como “nuestra” y sus mecanismos de
producción como “realidad”. Y es que la cultura como dinámica social nos muestra
que su estructura por clases es natural, una producción de significados que atienden
deseos y motivos externos, una clasificación de clases, genero, raza que tomamos
por orden correcto y asumimos por aceptación algo de lo que no sabemos y ahora
opera en todo lo que somos, una hegemonía.
Entonces nuestra pregunta inicial cambia. ¿dónde nace la hegemonía que nos
aterriza a la aceptación de nuestra cultura actual? Y ¿Por qué la aceptamos de
forma inconsciente?
Para esto tenemos que retomar una concepción de ideología y deseo.
Ideología, “conjunto de esquemas de interpretación que operan en un segundo
plano en los procesos de comunicación, imponiendo formas de percepción y
concepción del mundo que son relevantes para la distribución del poder y prestigio
de una sociedad… no son meros instrumentos… sólo se difunden y persisten en
circulación en la medida en que sus efectos refuerzan posiciones ventajosas en la
sociedad.” (Altamirano, 2002, pág. 138).
Deseo, como humanos estamos condenados a una motivación abstracta que nos
incita a tomar postura de lo que creemos ser y creemos querer, el deseo que opera
en nosotros, es una petición constante de gozo y placer enfocadas a definir nuestra
identidad.
Pero tomando el parámetro de transversalidad, al poner en juego ideología y deseo,
obtenemos idealización e idealizar nos conlleva a aterrizar imaginarios en actos y
hechos y al idealizar imaginarios creamos nuestro proyecto de vida, y allí obtenemos
una utopía, una representación imaginativa de las idealizaciones impulsadas por el
deseo y la incertidumbre del ser pensante.
Pues la idealización se va a convertir entonces en una técnica de la utopía, que nos
permite acercar más a la realidad, la utopía que opera en nosotros por orden del
deseo. Y el afán y de juntar utopía y realidad, se nos cae encima la condición
innegable de toda utopía, la imposibilidad, y la única salida posible para que llegue
a convertirse en hecho y realidad, recae en la utopía como una tecnología que
configura de manera transversal e inconsciente en mecanismo de la ideología,
cerrando un ciclo donde la ideología no crean las utopías ni, al contrario, las dos
nacen y se sustentan entre sí como los extremos de un puente colgante.
La cultura y la hegemonía establecen también su papel transversal, como limitación
de las nuevas utopías operantes, pues en su orden estructural las clases de minoría
se encuentran en oposición a su polo hegemónico, y mediante una preservación
ideológica hegemónica se pueda tergiversar una ideología de la minoría pasando a
ser simple utopía. Pero hay algo más, esta hegemonía en realidad pudo ser una
utopía en su pasado, una utopía que impulso la formación de una necesidad que le
permitiera su producción y su garantía de prevalencia, y en la transición de utopía
a realización y materialidad, se generó una incertidumbre de no alcanzar la exacta
idealización o incluso de llegarla a perderse, dentro de su contexto hegemónico
pasado. Formando una condición de ciclo entre los polos de la cultura.