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La muy caprichosa vida

tomó la redondez de la luna,


las suaves curvas de las olas,
la tierna adhesión de la enredadera,
el trémulo movimiento de las hojas,
la esbeltez de la palmera,
el tinte delicado de las flores
y las gotas del llanto de las nubes,
la inconstancia del viento
y la fidelidad del perro,
la timidez de la tórtola
y la vanidad del pavo real,
la suavidad de la pluma de cisne
y la dureza del diamante,
la dulzura de la paloma
y la fiereza del tigre,
el ardor del fuego,
la amorosa mirada del ciervo
y la alegría del rayo de sol;
para armarme un regalo,
y como a los buenos vinos
lo dejó estacionar unos años..., unos cuarenta y tres.

Así fue que cuando menos lo esperaba


apareció la vida y me golpeó con un beso...
Lo impensable e imposible, el pasado y el futuro,
confluyeron en ese mismo instante.
Y no fui ni fuiste,
sino fuimos para siempre.

Aunque separados miremos las estrellas y no me cobijes,


aunque no exista el “para siempre” porque solo vivimos una
pequeña parte,
yo sé que estuvimos y estamos bajo ese cielo,
en esa tarde, entre esos abrazos: los primeros.

Porque mi corazón agitado cuando escucha tu nombre


o los vaivenes en mi cabeza cuando juegas a entenderla,
son la prueba de que el paraíso existe
en nuestros ojos eclipsados de eternidad.

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