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él...

Nació muerto, pero le dio por llorar.


Y este quejumbroso llanto inicial no sería otra cosa que el preludio de una vida.
De niño fue feliz, pero tuvo la desgracia de no enterarse.
En el futuro intentaría emular sin éxito lo que era la dicha, pero no lograría recordarla, hasta el
punto de pensar si fue sueño o alucinación pasajera.
Cobró conciencia de golpe, una tarde, cuando regresaba de aquel sitio donde siempre iba y ninguno
le conocía.
Devoró libros esperanzado en el hecho de que la ficción existe. Pero la realidad lo superó, a veces
con creces. Y aquí el que no corre, vuela, y tonto es el último y en esta vida has de saber llorar.
Nunca dijo "te quiero" porque nadie se lo preguntó.
Tenía la mirada perdida, pero no era cierto. Ocurría que miraba lejos, bien lejos. Tanto, que lo que
viera poco pudiera importarle. Y andaba como zigzagueando, porque para él las líneas rectas no
existen y no hay que molestarse en aproximarse a ellas.

Me lo encontré, y nos estrechamos en un abrazo.


Llevaba las manos rudimentariamente vendadas. Algo de agarrarse a clavos ardiendo me contó…, o
intuí…
Seguía igual de callado, acechando cualquier sílaba oída con intenciones de aprender lo que a esas
alturas no había aprendido.
Pero sonreía. Esta vez sonreía. No tuve el arrojo de preguntar. Tampoco él me hubiera contestado...
Alimentó leyendas y no sin motivo.
Desapareció e insultantemente todo volvió a ser como si él hubiera nacido muerto...

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