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TEATRO ANTERIOR A 1939. TENDENCIAS, AUTORES Y OBRAS PRINCIPALES.

A finales del siglo XIX las obras más representadas eran las llamadas de “alta comedia” de Echegaray y sus
seguidores. Se trata de melodramas que buscaban la emoción del espectador mediante los abundantes golpes
de efecto y la truculencia de las escenas. Los gustos del público, poco depurados, y el escaso interés de los
empresarios teatrales, impedían cualquier intento renovador del panorama teatral.
En el primer tercio del siglo pervivieron de la Restauración la comedia burguesa (alta comedia y drama rural).
El sainete, de ambiente madrileño o andaluz, evoluciona hacia otras formas como la tragedia grotesca. El
espíritu modernista condenó el teatro realista y cultivó un teatro poético y simbólico, que presentaba una
visión idealizada de la historia y utilizaba el verso como vehículo principal del lenguaje dramático. Los intentos
renovadores más serios vinieron de los hombres del 98 (Unamuno, Azorín y Valle-Inclán) en principio, y en los
años treinta de los poetas de la generación del 27 (García Lorca y Alberti). Pocas de estas obras pudieron ser
representadas.
El teatro comercial. La comedia burguesa o alta comedia, el teatro poético y el teatro cómico.
Dentro del teatro comercial, que llenaba las salas, cabe distinguir tres tendencias:
1. La comedia burguesa. Su máximo representante es Jacinto Benavente (1866-1954). Su teatro desvela
con ironía los vicios y miserias de la alta burguesía española: materialismo, egoísmo, frivolidad,
cinismo. Pese a todo, en sus obras no hay rechazo de la burguesía como estamento social, sino humor
y suave ironía; el amor aparece como el motor que resuelve todos los conflictos. Su obra cumbre es
Los intereses creados.
2. El teatro poético. Aparece como reacción al teatro realista triunfante y está en conexión con el
Modernismo. El de mayor éxito es el teatro histórico en verso, que tiende hacia la sonoridad. Su mayor
representante es Eduardo Marquina con la obra Hijas del Cid.
3. El teatro cómico. Es el género que más complacía al público a principios de siglo. Buscaba la risa del
público. Los más representados fueron Carlos Arniches y Pedro Muñoz Seca. Carlos Arniches fue el
más famoso autor de sainetes de su tiempo. Estas piezas están ambientadas en un Madrid castizo,
lleno de personajes procaces, ingeniosos y vulgares, que emplean un lenguaje en el que se mezclan
madrileñismos, juegos de palabras, dobles sentidos y toda suerte de recursos humorísticos. A partir
de La señorita de Trévelez, evolucionó hacia la “tragedia grotesca”, en la que lo cómico se mezcla con
lo trágico para criticar la hipocresía social. Pedro Muñoz Seca fue el creador del astracán, género que
solo busco provocar la risa con situaciones disparatadas. Su mejor “astracanada” fue La venganza de
don Mendo, burla de las convenciones del teatro cómico.
El teatro renovador
Junto a este teatro comercial, existió un teatro inspirado por las corrientes innovadoras europeas, que no solía
llegar a la representación. Entre los escritores que experimentaron con el lenguaje dramático, sobresalen
Ramón María del Valle-Inclán y Federico García Lorca, si bien hubo otros autores que formularon también
propuestas arriesgadas.
Entre los autores que utilizaron el teatro como vehículo para difundir sus ideas destacan Unamuno (Fedra) y
Jacinto Grau (El señor de Pigmalión).
El teatro de Valle-Inclán constituye una de las aportaciones más sólidas, innovadoras y geniales al teatro
europeo contemporáneo. Tras sus inicios en un teatro poético modernista, crea las obras del ciclo mítico
(Comedias bárbaras: Águila de blasón, Romance de lobos y Cara de plata. Los personajes se mueven por las
fuerzas del mal en una Galicia mítica) y las del cielo de las farsas (Farsa y licencia de la reina castiza, donde
caricaturiza implacablemente la corte de Isabel II), para terminar en la creación del teatro del esperpento. El
esperpento, que aparece como tal en 1920 con Luces de bohemia, supone una visión comprometida,
distorsionada, grotesca y sarcástica de la sociedad española contemporánea. Valle-Inclán se inspiró en
múltiples fuentes para dar forma al esperpento: en los movimientos rígidos y exagerados de los títeres de
guiñol, en la deformidad figurativa de la corriente expresionista, en la sátira violenta literaria -Quevedo- y
plástica -Goya-, en el primer cine mudo, en el caricaturismo de la prensa y en los aspectos distorsionados del
habla y los tipos populares del teatro cómico en boga. Pertenecen en este ciclo tres piezas breves reunidas
con el nombre de Martes de carnaval: Los cuernos de don Friolera, Las galas del difunto y La hija del capitán.
El teatro de Federico García Lorca es esencialmente poético. El lenguaje de los personajes está lleno de
imágenes y deliberadamente alejado del habla cotidiana y coloquial. La ambientación de muchas escenas es
simbólica. Son frecuentes los soliloquios líricos y la presencia de canciones. Los temas lorquianos giran en
torno al conflicto surgido por la contradicción entre la libertad y voluntad individual y el peso de las tradiciones
y normas sociales. El resultado es siempre la frustración personal, que recae en la mujer, protagonista de la
mayoría de sus obras.
El teatro de Lorca puede dividirse en tres grupos:
1. Teatro menor: las farsas. Títeres de cachiporra y Retablillo de don Cristóbal. Se mezclan tonos
grotescos y lúdicos cercanos al teatro de Valle.
2. Teatro de ensayo: en pleno apogeo vanguardista, escribe un teatro surrealista, en el que se funde el
plano de la realidad y el subconsciente: El público.
3. Teatro mayor: Se inicia con Mariana Pineda y culmina con sus tres tragedias rurales: Bodas de sangre,
Yerma y La casa de Bernarda Alba.

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