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ISABEL NAVAS OCAÑA

Las Memorias de Leonor López de Córdoba y el canon

1. Las Memorias y la historiografı́a del siglo XIX

Las Memorias de Leonor López de Córdoba las editó por primera vez José
Marı́a Montoto en 1875 y no habı́an transcurrido aún diez años de esta edición
cuando Feliciano Ramı́rez de Arellano, Marqués de la Fuensanta del Valle, las
incluyó en su Colección de documentos inéditos para la historia de España
(1883).
A Montoto las Memorias le interesan sobre todo porque contradicen algunos
sucesos relatados por Pedro López de Ayala en la Crónica del Rey Don Pedro,
como las condiciones de la rendición de Carmona, una vez asesinado Pedro I, o
la presencia de las hijas de Marı́a de Padilla en esta ciudad durante el asedio.
La versión diferente que de estos hechos dan las Memorias le parece a Montoto
una prueba contundente de que la crónica de López de Ayala es manifiesta-
mente contraria a Pedro I y, por añadidura, de que quizás todas las crueldades
atribuidas a este rey no sean ciertas:
Siempre tuve por muy parcial y por llena de inexactitudes a la Crónica del Rey D.
Pedro, que se supone escrita por D. Pedro López de Ayala. Ası́ me lo persuadieron la
recta razón, las reglas de crı́tica y lo poquı́simo que, siendo favorable a aquel Monarca,
no habı́a podido ser destruido, ni desfigurado por sus enemigos. Esta opinión, contraria
a la más generalmente recibida, se ha confirmado ahora con la lectura de un documento
manuscrito, cuyo contenido, a ser cierto, como creo, deja a la Crónica completamente
desautorizada (Montoto 1875: 209).

Y un poco más adelante añade:


Siendo, pues, el manuscrito cierto en todo cuanto no está en contradicción con la Cró-
nica, ¿por qué no lo ha de ser en lo que a ésta se opone? Espero la contestación de los
que de la Crónica han sacado todas las crueldades horribles del Rey D. Pedro, y de
los que, por si acaso los confeccionadores de aquel libro se habı́an quedado cortos,
añadieron de su cosecha cuanta odiosidad pudieron concitar contra el desgraciado Mo-
narca (Montoto 1875: 214).

Por tanto, lo que motivó esta primera edición de las Memorias fue un intento
de reivindicación de la maltratada figura de Pedro I, y en consecuencia, fue el
contenido histórico de la obra lo que concitó antes que nada la atención de la
crı́tica. De hecho, Joaquı́n Guichot parece recoger el guante lanzado por Mon-
toto, porque publica en 1878, sólo tres años después de la aparición de la edición
del sevillano en El Ateneo, el volumen titulado Don Pedro Primero de Castilla.

DOI 10.1515/iber.2009.006

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Ensayo de vindicación crı́tico-histórica de su reinado, en el que incluye una


selección de las Memorias y las compara, como ya hiciera Montoto, con la cró-
nica del Canciller de Ayala (Guichot 1878: 229Ð232 y 265Ð269).
En cuanto a la crı́tica contemporánea, quizás sea la tesis doctoral de Kat-
hleen Amanda Curry, leı́da en la Universidad de Georgetown en 1988, la que
más insista en el carácter apologético de las Memorias, en su constante, aunque
sutil, reivindicación del reinado de Pedro I, de la posición legitimista defendida
por Martı́n López de Córdoba, frente a los Trastámara. Y una prueba de ello
serı́a, según Curry, que Leonor prohijara precisamente a un judı́o, porque los
judı́os se habı́an alineado en su mayorı́a con la causa petrista1.
Montoto se habı́a basado en una copia del manuscrito original, conservada
en la Biblioteca Colombina, mientras que el Marqués de la Fuensanta del Valle
utilizó al parecer otra copia diferente, de 1733, perteneciente a la Biblioteca de
Teodomiro Ramı́rez de Arellano y que reza como trascripción del original, hoy
desaparecido, que se encontraba en el convento de San Pablo de Córdoba,
donde Leonor dispuso el enterramiento de su padre y el suyo propio (Ramı́rez
de Arellano 1883). Reinaldo Ayerbe-Chaux (1977Ð1978: 13Ð15) ha llamado la
atención sobre las “significativas” diferencias entre estas dos primeras edicio-
nes, diferencias que se refieren por ejemplo a la edad con la que Leonor con-
trajo matrimonio (siete años según la edición procedente de la Colombina y
diecisiete según Fuensanta del Valle).

2. Una lectura romántica de las Memorias

Apenas iniciado el siglo XX, Adolfo de Castro (1902) volvió a editar el docu-
mento en La España Moderna de acuerdo con el texto de la Colombina, como
estableció en su momento Peter Russell (1955: 163). Castro es el primero en
hacer una valoración de la obra desde una perspectiva literaria, una valoración
por cierto muy positiva. Los parámetros que utiliza para describir el contenido
y el estilo de las Memorias son tı́picamente románticos: sublimidad, sinceridad,
sentimiento, melancolı́a, conmoción, patetismo de algunas escenas, talento natu-

1
“Los judı́os habı́an sido petristas, disfrutando durante el reinado de Pedro I de la
protección del Trono. El Rey llamado el “Cruel” por los Trastámara, era el “Justi-
ciero” para las aljamas hebraicas. No fue por nada que el rabino Sem Tob le dedicó
sus Proverbios morales y que los enemigos de Pedro incluso circulaban rumores
de su supuesta paternidad judı́a. Una de las acusaciones de Enrique de Trastámara
que formaba parte de la propaganda contra su hermano como tirano y asesino
consistı́a en la imagen de Pedro como partidario de los infieles. En cambio, los
Trastámara se consideraban antisemitas, y con su ascenso al poder, aumentó la
persecución de la comunidad hebrea. La venganza de Enrique durante la guerra
fratricida se manifestaba frecuentemente en la forma de saqueos de las aljamas y
masacres de sus habitantes” (Curry 1988: 50).

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ral, religiosidad y sencillez estilı́stica propia, según Castro, de un “idioma im-


perfecto aún”:
Considero el escrito de esa dama digno de aprecio sumo. No puede hallarse mayor
sublimidad en más sencillo lenguaje. Es la sincera expresión de la verdad y del senti-
miento. Poseı́a Doña Leonor gran elocuencia, y lo ignoraba. ¡Qué viveza en unos pasa-
jes! ¡Cuánta melancolı́a en lo más! ¡Y qué pinturas tan conmovedoras y terribles!
El rápido coloquio entre su padre, yendo al suplicio, al encontrarse con el célebre
Beltrán Duguesclı́n, puede servir de modelo de concisión histórica. No sé con qué
comparar el cuadro patético de la muerte de sus hermanos presos y vejados tan cruel-
mente en las Atarazanas de Sevilla, de orden de Don Enrique II. ¿Y aquella descrip-
ción de los sufrimientos morales de Doña Leonor en casa de sus parientas en Córdoba?
La descripción de la muerte de su hijo, en medio de la peste, el sacrificio de ella por
gratitud a un antiguo y leal servidor de su padre y la escena del entierro de aquél,
iguala en grandeza al mejor pasaje épico de Grecia.
Aumenta a mis ojos el mérito del escrito ser todo obra de un talento natural y en un
idioma imperfecto aún. El alma apasionada de esa mujer, y el recuerdo de sucesos tan
tremendos, y aquellas avenidas y tempestades de tribulaciones, saben despertar el
interés en los ánimos de los lectores, que imaginan verlos en aquel instante. Está de
más decir que en la narración se admira a la dama española de ese tiempo, que inspi-
rada en su fe religiosa, templa sus intensı́simos dolores con los consuelos de su ilimi-
tada esperanza en Dios y con sus perseverantes ruegos (Castro 1902: 121Ð122).

Las Memorias de Leonor se benefician en este caso del medievalismo román-


tico. Desde ese medievalismo, que exalta el talento natural de los escritores
primitivos, su sencillez y sus intensos sentimientos, reciben las Memorias el
primer juicio literario, estético, favorable.

3. Las Memorias en el siglo XX

3.1. Los primeros exegetas de las Memorias


Pero quien señaları́a la importancia de las Memorias como “uno de los más
antiguos escritos femeninos en castellano” serı́a Manuel Serrano y Sanz en sus
Apuntes para una biblioteca de escritoras españolas (1903Ð1905: 2.16), y lo
secundarı́a años después Margarita Nelken (1930: 44), que repite textualmente
estas palabras. Por tanto, el hecho de que las escribiera una mujer suscitó
pronto el interés de la crı́tica del siglo XX. Ahora bien, ni Serrano ni Nelken
parecen reconocerles el valor literario que les otorgó Castro. Al contrario, insis-
ten sobre todo en su importancia como documento histórico que contradice en
algunos aspectos la crónica del Canciller de Ayala2. Nelken, sin embargo, pun-
2
Dice Serrano (1903Ð1905: 2.17): “Uno de los más antiguos escritos femeninos en
castellano es el llamado Testamento de Doña Leonor López de Córdoba, donde ésta
refirió la serie de inicuas persecuciones que sufrieron ella y su marido por haber
sido fieles en vida y muerte al Rey D. Pedro; relación que difiere en algunas cosas
de lo consignado por el Canciller Pero López de Ayala en su Crónica del Rey D.
Pedro (año XIX, cap. VII) y en la Crónica del Rey D. Juan I (año VI, caps. I y II)”.

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tualiza que “escrito sin pretensiones, pero con gran claridad de palabra y jus-
teza en las imágenes es uno de los monumentos más curiosos de nuestra litera-
tura femenina” (1930: 46). Y como tal monumento no ya de la literatura feme-
nina sino de la literatura medieval lo consideró Ramón Menéndez Pidal en su
Crestomatı́a del español medieval (1966: 531Ð534).
Pero serı́a sobre todo Alan D. Deyermond (1971: 275) quien más contribuirı́a
a la revalorización de la figura de Leonor López de Córdoba al incluirla en su
Historia de la literatura española. La Edad Media como la primera represen-
tante del género autobiográfico en Castilla. Reinaldo Ayerbe-Chaux no duda en
considerar el atrevimiento o la “indiscreción” de Deyermond, que no fue muy
bien acogida por algunos3, como determinante para que las Memorias ingresa-
ran definitivamente en el canon de la literatura española. Y efectivamente, ası́
debió de ser, porque desde entonces las Memorias han provocado una creciente
e intensa actividad crı́tica, sobre todo por parte del hispanismo extranjero, aus-
piciada además en las últimas décadas por el auge de la crı́tica feminista.
A la escueta pero trascendental alusión de Deyermond en su celebérrimo
manual sobre la literatura medieval española, de la que enseguida nos ocupare-
mos, le siguió el estudio de Randolph Pope sobre La autobiografı́a española
hasta Torres Villarroel (1974: 14Ð24), en cuyo primer capı́tulo figuraba Leonor
López de Córdoba. Apenas tres años después, Reinaldo Ayerbe-Chaux publi-
caba una edición contemporánea de las Memorias (1977Ð1978). Vinieron luego
los artı́culos de Arturo Firpo (1980 y 1981), Clara Estow (1982), el propio De-
yermond (1983) y Francisco López Estrada (1986), ası́ como la tesis doctoral
de Kathleen Amanda Curry (1988). En los ochenta se publican además dos
traducciones de las Memorias al inglés: una de Amy K. Kaminsky y Elaine
Dorough Johnson (1984)4, y otra de Kathleen Lacey (1986). Pero el interés por
Leonor se incrementa en la década de los noventa gracias a Ruth L. Ghassemi
(1989Ð1990), Milagros Rivera-Garretas (1990, 1994 y 1997), y Louise Mirrer
(1991), entre otros, ası́ como a una nueva traducción de las Memorias, en esta
ocasión al italiano, obra de Lia Vozzo Mendia (López de Córdoba 1992)5. Y en

Y Nelken (1930: 45) lo sigue: “El principal interés de este Testamento radica en su
carácter histórico: en él, doña Leonor relata las tremendas tribulaciones que ella y
su esposo, Ruy Gutiérrez de Finestrosa, sufrieron por parte de don Enrique el Bas-
tardo, por haber permanecido fieles al rey don Pedro después de su derrota; y este
relato, muy meticuloso, además de apartarse sensiblemente de la Crónica del rey
don Pedro, y de la Crónica del rey don Juan I por el canciller Pero López de Ayala,
es un “cuadro de costumbres” de insuperable valor”.
3
Ayerbe Chaux (1992: 17) menciona el caso de Antonio Antelo, quien en su reseña
del volumen de Deyermond califica de “curioso documento autobiográfico” las Me-
morias y sugiere que se podrı́a haber prescindido de ellas.
4
Amy Katz Kaminsky (1996: 19Ð32) revisarı́a esta traducción para incluirla en la
antologı́a Water Lilies. Flores del agua: An Anthology of Spanish Women Writers
from the Fifteenth through the Nineteenth Century.
5
Lia Vozzo Mendı́a (2002: 750Ð753) es autora además de la entrada correspondiente
a Leonor López de Córdoba en el Diccionario filológico de literatura medieval

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los últimos años no faltan sugerentes valoraciones crı́ticas, como la realizada


por Gregory S. Hutcheson (2001) desde la teorı́a queer, los artı́culos de Rivera
Garretas (2000, 2002, 2003), que contienen interesantes datos biográficos de
Leonor, el análisis comparado de Marı́a del Mar Cortés Timoner (2006)6 y el
esclarecedor trabajo de Marı́a Jesús Lacarra sobre el género y la recepción de
las Memorias (2007).
Esa escueta alusión de Deyermond a Leonor en su manual de 1971 incide
en algunos aspectos que ya habı́an sido señalados con anterioridad por Adolfo
de Castro y por Margarita Nelken. Deyermond también llama la atención sobre
la sencillez estilı́stica de las Memorias, pero si para el romántico Adolfo de
Castro esta sencillez era la máxima expresión lingüı́stica de un genio natural
en el origen del idioma y de la literatura española, a Deyermond, a la altura
del año 1971, en pleno auge de las corrientes formalistas y estructuralistas, el
estilo sencillo de Leonor le parece “desmañado a veces”, porque nada tiene que
ver con “la simplicidad que nace de una habilidad literaria y de una larga prác-
tica” (1971: 275). Reconoce, sin embargo, que probablemente por ese desaliño
los sentimientos de Leonor llegan más directamente al lector, siendo, en su
opinión, “la nota auténticamente personal” y el hecho de ser mujer su autora,
lo que le confiere un valor especial a las Memorias7. Quizás el interés de Deyer-
mond por la expresión de intensos sentimientos personales proceda del poso
romántico que subsiste, en mi opinión, en todo medievalista. No se olvide que
la Edad Media fue una invención de los románticos, auspiciada por las teorı́as
primitivistas ilustradas, y que en ella buscaron precisamente la más primitiva
y pasional manifestación de la subjetividad. En este sentido, la interpretación
de Deyermond enlaza con la de Castro.

3.2. La autorı́a de las Memorias. El escribano


En trabajos posteriores, Deyermond insistirá en algunas de estas cuestiones.
Por ejemplo, en “La voz personal en la prosa medieval hispánica” (1989: 162Ð
española: textos y transmisión, dirigido por Carlos Alvar y José Manuel Lucı́a Me-
gı́as.
6
Cortés Timoner pone en relación las Memorias de Leonor López de Córdoba con
las de Helene Kottanner (o Elena Quottaner), considerada la primera escritora de
la literatura en lengua alemana. Tanto Leonor como Helene fueron consejeras de
reinas regentes viudas, jugaron un importante papel en la polı́tica de sus respectivos
paı́ses durante el siglo XV, y dieron a la luz textos que difieren de la historia oficial
de las Crónicas, textos considerados como las primeras manifestaciones autobio-
gráficas de sus respectivas tradiciones literarias: la española y la alemana.
7
Dice Deyermond: “Su estilo es sencillo, desmañado a veces, aunque no se trata aquı́
de la simplicidad que nace de una habilidad literaria y de una larga práctica (. . .);
tal vez por este motivo nos llegan tan vivamente los eventos de la vida de doña
Leonor y las emociones que éstos hicieron surgir en ella. Su familia y la de su
marido se encontraban del partido vencido en la guerra de Trastámara, y uno de
los pasajes más conmovedores de la obra describe su encarcelamiento. (. . .) La nota
auténticamente personal, la descripción de un personaje que, aunque estaba bien
relacionado, permanecı́a oscuro sin embargo, y el hecho de que su autor sea una

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163) destaca dos episodios de la vida de Leonor que, en su opinión, parecen


“trasladarse a las Memorias con toda la autenticidad del momento Ðy tal vez
con autenticidad factual”: la muerte de la criada y la del hijo. Y en el artı́culo
“Spain’s First Women Writers” (1983), alude también al estilo un tanto descui-
dado y tosco de la obra8, aunque quizás lo más importante sea la versión que
ofrece del escribano al que supuestamente Leonor dicta sus Memorias, porque
esa versión fue luego contestada por un sector de la crı́tica feminista. Deyer-
mond (1983: 31) imagina al escribano esforzándose desesperadamente por tra-
ducir al lenguaje legal la verborrea incontenible de Leonor.
I have a clear vision of the unfortunate notary, trying desperately to sep everything
on a proper level of legal phraseology, being overwhelmed by Leonor López’s flood of
words, and realizing with a sigh that he had better reconcile himself to writing the
story just as she told it.

Esta apreciación la rebatió con ardor y perspicacia Louise Mirrer (1991). Mirrer
pensó que Deyermond estaba poniendo en duda la autorı́a femenina de la obra
y se embarcó en una apasionada defensa de la figura de Leonor López de Cór-
doba, como mujer culta, con la suficiente formación9 como para conocer el estilo
notarial, la fraseologı́a legal de la época, y utilizarla como estrategia para “auto-
rizar” su texto, “to ensure her work’s place in the public domain and in history”
(Mirrer 1991: 13). Además, según esta autora, que las Memorias describan un
mundo en el que los hombres brillan por su ausencia y que estén llenas de
tópicos asociados con el estilo femenino (visiones mı́sticas, expresiones de hu-
mildad, etc.), vendrı́a a refrendar la autorı́a de Leonor López de Córdoba y a
echar por tierra la intervención de un escribano10. Deyermond contestó a Mi-
mujer, hacen de esta obra una de las más notables de su tiempo” (Deyermond 1971:
275).
8
“She has a severely limited outlook, is self-centered (ruthlessly so when necessary),
garrolous, and inconsequential. Yet her story is moving despite that Ðor because of
it? She is as hurt and bewildered and defiant over family quarrels as over the horrors
of the Atarazanas prison. And it rings true. We cannot rely on López as an accurate
witness to factual detal, but she tells us about herself without any barriers of artifice
(although with an artist’s instinct for the telling phrase). When we red the Memo-
rias, we share in a life” (Deyermond 1983: 37).
9
“Leonor writes in her Memorias that she was admitted to the Orden de Guadalajara
after her release from prison. I believe that this “Orden” was the Order of Santa
Clara, whose famous convent in Guadalajara was intimately connected with Leo-
nor’s family. It would, of course, be helpful to establish the relationship of Leonor
to the Clarisas for, in supporting the view that Leonor was capable of composing
the work herself, it is important to show that she was an educated woman. Since
we know that monasteries and convents were centers not only of piety, but of
erudition and learning in the Middle Ages, we can suppose that with the Clarisas,
Leonor might have received some formal instruction” (Mirrer 1991: 10).
10
“Those who argue that Leonor’s work was actually componed by a male notary
have had to explain the fact the text quickly shifts from the language of law (i.e.
official, notarial phrases that conventionally open legal documents) to topics and
styles associated with female autorship (e.g. mystical visions, communings with
saints, and the “feminine” discourse of self-effacement). They do so by arguing that

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rrer en 1995, puntualizando que nadie, y mucho menos él, habı́a puesto en duda
la autorı́a de las Memorias, pero reconociendo que el planteamiento de Mirrer,
en lo que se refiere a las fórmulas legales y a la cultura de Leonor, es muy
“interesante” y “original” (Deyermond 1995: 42Ð43).
La cuestión del escribano y de su papel en las Memorias la habı́a tratado
Kathleen Amanda Curry (1988) poco tiempo antes que Mirrer no con un ánimo
tan polémico ni con hipótesis tan sugestivas pero con argumentos muy perspica-
ces. Curry acepta la existencia del escribano pero insiste una y otra vez en la
presencia constante de la voz personal de Leonor en el texto y en que el tal
escribano se limitarı́a a ser un mero transcriptor de lo que Leonor le fuera
dictando11. Para apoyar esta tesis, Curry, que llega incluso a hablar de la “sen-
sación de monólogo desenfrenado” (1988: 164), describe ampliamente los recur-
sos orales presentes en las Memorias: “estructuración atemporal” de los hechos
de acuerdo con el fluir de los recuerdos (1988: 163), “elementos formularios” y
“repetición de expresiones y palabras” (1988: 167), “tono conversacional” (1988:
168), “intensidad emocional y actitud participante” de Leonor (1988: 171), el
hecho de que se dirija directamente al público en varias ocasiones (1988: 172),
el “empleo de lugares comunes” (1988: 177), el “afán por retratar los estados
de ánimo externamente” y por tanto la “recreación visual de escenas” (1988:
174), y sobre todo la “recreación del diálogo”, como el que sostuvieron Martı́n
López de Córdoba y el caballero francés Du Guesclin (1988: 176)12, etc.
Una vez demostrada ası́ la autorı́a de Leonor, Curry se detiene en la explica-
ción de los valores formales de la obra, que son muchos en su opinión: la hábil
utilización de la “retórica piadosa”, de la hagiografı́a, para reivindicar el linaje
y la posición social, y ante todo para santificar la pretensión de obtener una

the notary was overwhelmed by Leonor’s verbal outpouring. This somewhat tor-
tuous argument becames unnecesary if we dispose of the view that the text was
partly authored by a notary. The mixture of official, legal language and “feminine”
discourse no longer needs to be explained by the hypothesis of two authors, and
can instead be explained by the hypothesis of a single, female author appealing of
two domains. These are the public, masculine arena, suffused with legal discourse,
and the private, feminine arena, characterized by self-effacement. (...) The Memo-
rias largely depicts a world of men’s absence. (. . .) Her description of life on her
own is structured around women’s spaces: a convent founded by her maternal
grandparents and resided in by her mother; the household of a wealthy aunt” (Mirrer
1991: 13Ð14).
11
“En las Memorias, en cambio, la voz particular de Leonor López es constante; no
se aparta nunca del contexto de su vida personal, ni de su interpretación egocén-
trica de los hechos. (. . .) Es de suponer que la participación de otro individuo en la
creación de la obra hubiera resultado en un tono más explicativo y analı́tico en
cuanto a los reveses de la Fortuna que sufrió Leonor López” (Curry 1988: 157).
12
Bárbara Hinger (2002Ð2003: 639) ha protagonizado no hace mucho una “aproxima-
ción lingüı́stica” a las Memorias, concretamente desde la lingüı́stica textual, y ha
apreciado una importante cantidad de “ı́ndices de comunicación oral” (por ejemplo,
el empleo frecuente de los verbos decir y oı́r) junto con “ı́ndices de comunicación
escrita”.

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casa (1988: 183), la “naturaleza eufémica” del discurso, apreciable en la denuncia


velada de los atropellos sufridos y en la “condenación disimulada del comporta-
miento” del rey Enrique II (1988: 185Ð187), y en consecuencia, “la sutileza
verbal” (1988: 191), etc.
Por tanto, si Mirrer funda la autorı́a de las Memorias en la cultura de Leo-
nor y en su presunto conocimiento del lenguaje notarial de la época, Curry
afianza esta autorı́a mediante el recuento de las caracterı́sticas orales de la obra
y contribuye en gran medida a la consideración de Leonor como una escritora
de mérito al detallar las cualidades formales de las Memorias13.
Por lo demás, la intervención del escribano en las Memorias la ha conside-
rado Aurora Lauzardo (1993) en relación con uno de los parámetros crı́ticos que
más fortuna han tenido en el feminismo hispánico: las “tretas del débil” de
Josefina Ludmer (1984). Según Lauzardo (1993: 5), Leonor recurre al escribano
para que éste autorice su discurso, que es el discurso de un débil, de una mujer,
de un “sujeto no autorizado”. La diferencia fundamental, por tanto, entre Mi-
rrer, Curry y Lauzardo es que para Mirrer el escribano no existió en realidad,
fue simplemente un recurso del que echa mano Leonor para conferirle a su
relato apariencia de autoridad y de verdad.
Últimamente Laura Calvo Valdivieso (2000) ha subrayado el carácter de
documento legal que tienen las Memorias y ha reivindicado para ellas el tı́tulo
de Escriptura, en el sentido jurı́dico del término, es decir, texto firmado delante
de testigos por quien lo otorga y validado por un escribano. Mary Elizabeth
Frieden (2001) sostiene, sin embargo, que se trata de una carta a la reina Cata-
lina, una carta que Leonor no puede dirigir abiertamente a la verdadera desti-
nataria porque, tras su caı́da en desgracia, se le ha prohibido el privilegio de la
correspondencia personal con la soberana, y en consecuencia, tiene que “camu-
flar” esta misiva bajo el estilo notarial14, un estilo que debı́a de conocer muy
bien, ya que, mientras duró su privanza, mantendrı́a trato frecuente con escri-

13
Randolph D. Pope ya habı́a señalado, antes que Curry, algunas de estas cualidades
formales: “la inteligente manipulación de los hechos”, sobre todo de los polı́ticos,
de los que Leonor hace una “exposición conciliadora y astuta” (1974: 22), su “capaci-
dad de observación” manifiesta en la minuciosidad con la que describe los eslabo-
nes de las cadenas que portaban su marido y su hermano en la prisión de las Atara-
zanas (1974: 23Ð24), la “sorprendente capacidad para hacer patentes estados del
alma” y para reproducir diálogos “en los que se puede observar la penetración sico-
lógica de Leonor” (1974: 24). Todo esto compensa, según Pope, “la falta de oficio”
y “la limitación del repertorio retórico” (repeticiones, exceso de conjunciones, fre-
cuente empleo de “dicho”, etc.) de las que adolecen las Memorias. Pope cree que
estos defectos se deben al carácter oral de la obra, al hecho de haber sido dictada.
Obsérvese la diferencia entre Pope y Curry. A Pope lo que hay de oral en la obra le
parece un defecto, mientras que a Curry le sirve para acreditar la autorı́a de Leonor
López de Córdoba.
14
“Denied the privilege of personal correspondece with Catalina, Leonor’s goal is to
compose a persuasive letter camouflaged as a more public and impersonal literary
form” (Frieden 2001: 197).

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Las Memorias de Leonor López de Córdoba y el canon 69

banos, notarios, etc.15 En consecuencia, las Memorias de Leonor López de Cór-


doba contienen, según Frieden, elementos propios del ars dictaminis y del ars
notaria, a los que habrı́a que añadir, dado el contenido religioso de la obra,
ciertos recursos propios del ars praedicandi16. También Marı́a Jesús Lacarra
ha señalado el parentesco de las Memorias con dos géneros: la carta de presen-
tación y el memorial17. Pero para Lacarra el “ingrediente hagiográfico” es qui-
zás el más importante porque sin él probablemente el documento se hubiera
perdido para siempre. Si Juan de Ribas, prior del convento de San Pablo de
Córdoba, no hubiera citado las Memorias en su biografı́a del hermano de Leo-
nor, el beato Álvaro de Córdoba, escrita en 1687, quizás hoy no tendrı́amos
noticias de ellas (Lacarra 2007: 739)18. Sea como fuere, este “documento nota-
rial”, esta “declaración oficial” de Leonor presenta un contenido “atı́pico entre
los modelos documentales”, a medio camino entre lo polı́tico, lo religioso y lo
privado, como ha señalado Nieves Baranda Leturio (2006: 99). Pues bien, la
“ambigüedad” y el carácter “fronterizo” de esta Escriptura, de estas Memorias
es precisamente, en opinión de Baranda Leturio, la nota distintiva de la escri-
tura femenina en la Edad Media.

3.3. El valor literario de las Memorias


El tono polémico, presente en la disertación de Mirrer, domina también el ar-
tı́culo de Ruth Lubenow Ghassemi (1989Ð1990), que pretende salir al paso de
las reticencias de Deyermond y Ayerbe-Chaux sobre la personalidad de Leonor

15
“In her favored position with Catalina, who relied upon her for advice, Leonor must
have had numerous dealings with secretaries, scribes, and accounts and become
quite familiar with the style of a variety of notarial documents” (Frieden 2001: 132).
16
“As to form, the memoirs of Leonor López de Córdoba evidence a broad selection
of elements drawn not only from the ars dictaminis but from the ars notaria and
the ars praedicandi as well” (Frieden 2001: 158).
17
“Leonor López de Córdoba dictó a un escribano público una breve “relación” de su
vida posiblemente con una finalidad práctica, similar a una “carta de presentación”
o a un “memorial”, aunque la falta de un destinatario expreso nos obliga a movernos
en el terreno de las hipótesis. Pero la obra ofrece una variada combinación de
ingredientes que establece una red de relaciones con otros códigos genéricos, como
el historiográfico o el hagiográfico, y se proyecta sobre los modelos de la moderna
autobiografı́a. Esto ha propiciado que cada época haya destacado unos rasgos, reali-
zando una lectura en función de sus horizontes de expectativas. Sus editores del
siglo XIX, historiadores y eruditos locales, lo consideraron un documento de primer
orden para conocer los últimos años de Pedro I y las desgracias de la nobleza
petrista, interés renovado por los medievalistas en los últimos años. Por el contra-
rio, los historiadores y teóricos de la literatura han visto en ella el primer testimonio
de la autobiografı́a en la Penı́nsula, especialmente sugerente por tratarse de una voz
femenina, lo que ha motivado numerosas interpretaciones desde la crı́tica feminista”
(Lacarra 2007: 739).
18
Hay edición facsı́mil de la Vida y milagros del B. Fray Álvaro de Córdoba de Juan
de Ribas, publicada por la Caja de Ahorros de Córdoba en 1987.

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70 Isabel Navas Ocaña

López de Córdoba, y refutar las dudas de Roberto Firpo sobre el carácter


literario de las Memorias.
Ya hemos visto antes cómo Deyermond acusa a Leonor de tener un punto
de vista muy limitado, excesivamente centrado en ella misma, de ser inconse-
cuente y hasta charlatana. Ayerbe-Chaux habı́a dejado entrever además que
Leonor hacı́a una apologı́a un tanto hipócrita de su persona, puesto que enmas-
caraba con el discurso hagiográfico, es decir, con constantes manifestaciones de
piedad, lo que no era sino la reivindicación de una posición social y económica
malograda, tanto por las consecuencias de la guerra civil entre Pedro I y Enri-
que de Trastámara como, más adelante, por la pérdida del favor de la reina
Catalina de Lancaster19. Por otra parte, Firpo (1980: 26) habı́a insistido en la
ausencia de “voluntad literaria” de las Memorias, en su condición de “escritura
vacilante”, que oscila entre la crónica y la autobiografı́a, entre la historia y la
literatura, y Deyermond (1983: 34) les habı́a objetado la falta de organización,
la carencia de unidad: “Purpose is clearly present in the Memorias, but organi-
zation is not”.
Ruth Lubenow Ghassemi (1989Ð1990: 22) opone a estas censuras los siguien-
tes argumentos. En primer lugar, las Memorias no son un texto vacilante. Al
contrario, Leonor “parece segura de sı́ mima y de su conducta, y hasta indica
que todo el mundo debe aprender de ella”, es decir, cree firmemente en los
valores didácticos de su obra. En cuanto a la organización de los hechos, sólo es
caótica en apariencia, puesto que gira en torno a tres acontecimientos luctuosos,
fundamentales en la vida de la protagonista: la muerte de su padre, de su her-
mano y de su hijo (1989Ð1990: 23). Y el caos probablemente sea un “recurso
deliberado”, una máscara de inocencia, de ingenuidad, que permitió a las Memo-
rias eludir la censura impuesta por la facción victoriosa de los Trastámara y
sobrevivir, llegar hasta nosotros (1989Ð1990: 31).
Antes que Ghassemi, otras crı́ticas feministas ya habı́an insistido en la orga-
nización estructural de las Memorias en torno al tema de la muerte, o al menos
en la relevancia que este tema tiene en la obra, aunque no lo habı́an hecho con
semejante contundencia ni con ánimo tan reivindicativo. Me refiero a Amy Katz
Kaminsky y Elaine Dorough Johnson, autoras de la primera traducción al inglés
de las Memorias (1984)20, y a Elizabeth Alvilda Petroff (1986), cuyo estudio
sobre Leonor precedı́a a la traducción, también al inglés, de Kathleen Lacey.
Además, la unidad estructural de las Memorias ha sido defendida después
con otros argumentos. Piedad Calderón (1995: 466), por ejemplo, sostiene que
el motivo de la traición, y no tanto el de la muerte, es el que relaciona las
distintas partes de la biografı́a de Leonor: si durante la infancia padece las

19
“Ası́, caı́da en desgracia y refugiada en anhelos escapistas de santidad, dicta doña
Leonor estas Memorias, recuerdos de sus penas, que a pesar de querer ser ejempla-
res y piadosas, son en realidad una defensa y vindicación del honor ofendido”
(Ayerbe-Chaux 1977Ð1978: 26).
20
“Doña Leonor’s autobiography is structured around three key events Ð the deaths
of her father, her brother, and her son” (Kaminsky/Johnson 1984: 70).

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Las Memorias de Leonor López de Córdoba y el canon 71

consecuencias de la perfidia de Enrique II, tras la liberación de la prisión sevi-


llana tiene que hacer frente a las insidias de sus primas, y ya en la madurez es
objeto de las intrigas de quien fue su protegida, Isabel de Torres.

3.4. Leonor, una mujer ejemplar


Por otra parte, al explicar la muerte del hijo, Ghassemi (1989Ð1990: 27Ð28)
reivindica la lealtad como principal caracterı́stica de la personalidad de Leonor.
Leonor “le debı́a al judı́o su lealtad de señora a criado” y “no lo podı́a abando-
nar”, ni tampoco “cuidar ella misma” porque “las señoras no se encerraban con
hombres, enfermos o no”, ası́ que “hizo lo que pudo” y finalmente arriesgó la
vida de su hijo mayor, es decir, “no por crueldad, sino por un inflexible idea-
lismo, esta mujer está dispuesta a sacrificarlo todo”. De esta forma, Ghassemi
pretende dejar libre de toda tacha la biografı́a de Leonor. Es la misma intención
que tiene Elizabeth Alvilda Petroff al considerar a Leonor la vı́ctima de una
tragedia. Petroff admite que Leonor debió de sentirse culpable por el falleci-
miento de sus criados y de su hijo, pero la magnitud de la desgracia que soportó
la convierte, a su juicio, en la atormentada superviviente de una especie de
holocausto21. A la condición de mujer culta y leal se le suma entonces la de
vı́ctima22.
La figura de esa “liviana e pobre mujer” de las Generaciones y semblanzas
de Fernán Pérez de Guzmán23 se agiganta ası́ en el transcurso del siglo XX
gracias a la crı́tica feminista, que se sirve en esta ocasión de argucias interpre-
tativas tradicionales para encumbrar a una escritora. Subrayar la bondad de
un autor, su honradez, sus cualidades humanas ha sido desde antaño, pero sobre
todo desde el auge del biografismo en el siglo XIX, un criterio de peso a la hora
de establecer el mérito literario de las obras literarias, y este criterio está
además en la base de tópicos tan relevantes en la cultura española como el de
las armas y las letras, que encarnan dos de los buques insignia del canon litera-
rio español: Garcilaso y Cervantes, los dos grandes escritores, los dos valientes

21
“Doña Leonor ends her narrative with her feelings of shame and guilt at these
deaths. Personally she seems to have experienced a crisis of faith, which the auto-
biography may have been an attempt to resolve. (...) Doña Leonor’s Memorias ex-
press the guilt of a survivor and illustrate the spiritual disorientation of someone
who has lived through a kind of holocaust” (Petroff 1986: 303).
22
Lo cierto es que como tal vı́ctima se presenta la propia Leonor desde el principio
al relatar las penalidades sin cuento que sufre no sólo en la prisión de las Atarazanas
sino también después, cuando está bajo la protección de su tı́a y es blanco de las
maldades de sus primas, y sobre todo cuando la culpan por la muerte de su hijo.
Asume en consecuencia el papel de una mártir. Ahora bien, mientras que Ayerbe-
Chaux ve en ello una hipócrita autodefensa encubierta por el discurso religioso, la
crı́tica feminista lo ha interpretado como una peculiar “feminización” del género
hagiográfico (Valero-Costa 2002: 36).
23
En la edición de las memorias preparada por Lia Vozzo en 1992 se incluyen los
fragmentos de las Generaciones y semblanzas de Fernán Pérez de Guzmán en los
que se habla de Leonor (López de Córdoba 1992: 86).

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72 Isabel Navas Ocaña

soldados. A la Leonor culta de Louise Mirrer, que maneja con soltura el dis-
curso dominante (las fórmulas legales) y lo mezcla hábilmente con aspectos
propios de la vida y del lenguaje femenino, le sigue ahora la Leonor honorable
y leal de Ghassemi, la Leonor vı́ctima de Petroff.

3.5. La datación de las Memorias


Pues bien, conforme se afianzaba la consideración de Leonor como una atribu-
lada madre que asiste impotente a la muerte de su primogénito, se iba asen-
tando también la idea de que Leonor debió de escribir las Memorias inmediata-
mente después de este acontecimiento y con el fin de superar su desdicha. Ası́
lo apunta Elizabeth Alvilda Petroff y terminan por sancionarlo como algo pro-
bable tanto Milagros Rivera Garretas24 como Reinaldo Ayerbe-Chaux (1992).
Reinaldo Ayerbe (1977Ð1978: 26) habı́a sostenido que la fecha de composi-
ción de las Memorias coincidirı́a con la pérdida del favor de la reina Catalina
de Lancaster, y de ahı́ su tono reivindicativo del linaje familiar y de la propia
persona de Leonor, mediante el recurso constante a la piedad25. La caı́da en
desgracia de Leonor con su tı́a Marı́a Carrillo por culpa de Teresa Venegas, no
es sino un eco, piensa Ayerbe, del destierro al que la condena la reina por
influencia de Inés de Torres (1977Ð1978: 31). A esta tesis se sumaron Kaminsky
y Johnson26, ası́ como Kathleen Amanda Curry y Lia Vozzo Mendı́a (1992). De
hecho, Curry y Vozzo sostienen que Leonor pretende demostrar su santidad
con el fin de contrarrestar las censuras de la corte y presionar a la reina Cata-
lina para que le permita volver a su lado27. Pero el propio Ayerbe se retractó
de su primigenia creencia y, en consonancia con las indicaciones de Kaminsky
y Johnson sobre “la prominencia del tema de la muerte” en las Memorias,
concluyó que éstas debieron de redactarse justo cuando Leonor regresa a Cór-
doba, tras el entierro de su hijo en Aguilar, y que fueron en realidad una especie
de “confesión” o de “examen privado de su vida”, que Leonor harı́a atenazada

24
“(...) me parece más probable que las dictara poco después de los acontecimientos
que narra, con el fin en parte de hacer pública su versión de los acontecimientos”
(Rivera Garretas 1990: 175).
25
Ver nota número 19. Rafael Ramı́rez Arellano (1921Ð1923: 126) fue de los primeros
en señalar que Leonor escribió su autobiografı́a “para conseguir el favor de la Reina
y por orden de ésta”.
26
“As Ayerbe points out, Doña Leonor’s falling into disfavor with the queen echoes
her estrangement from her aunt” (1984: 71).
27
Según Curry (1988: 106), “la defensa del nombre familiar y de su religiosidad, revela-
dora de la naturaleza apologista de la obra, le hace a uno sospechar que la censura
de Leonor López estaba ya difundida en la Corte cuando eligió componer las Memo-
rias. Y Lia Vozzo Mendı́a (1992: 21) apostilla: “Attraverso la narrazione dei milagros
operati in suo favore dalla Vergine Maria e da Gesù Cristo l’autrice sembra dunque
voler accreditare la tesi della sua “santità” e in questo modo esercitare una pressi-
one sulla regina per convincerla a riammetterla nella sua intimità”.

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Las Memorias de Leonor López de Córdoba y el canon 73

por un intenso sentimiento de culpa28. No se olvide que Deyermond ya habı́a


señalado en 1989 que el episodio de la muerte del hijo, por la autenticidad con
la que es relatado, parece trasladado a las Memorias casi inmediatamente des-
pués de haber ocurrido.
Partiendo de esta hipótesis de Ayerbe-Chaux, Marcelino V. Amasuno (1996)
ha fechado la redacción de las Memorias en el año 1396, de acuerdo con las
epidemias de peste documentadas en Andalucı́a en estas fechas29. Amasuno
(1996: 63) piensa que las Memorias tienen “unos destinatarios muy precisos:
los reyes castellanos, Enrique III, y sobre todo, la reina Ðentre damas anda el
juegoÐ Catalina de Lancaster, hija de la infanta Constanza y nieta del rey
Pedro I de Castilla”. Los reyes pasaron por Córdoba en 1396 para imponer una
serie de multas a la ciudad por los asaltos a la juderı́a. Amasuno aventura la
posibilidad de que Leonor aprovechara la ocasión para hacer una relación de
los sufrimientos padecidos por ella y por su marido a causa de la lealtad de
Martı́n López de Córdoba hacia el rey don Pedro, abuelo de Catalina. Y debió
de hacer esta relación antes de junio de 1396, porque hay un documento fechado
el 7 de junio de ese año en el que el rey Enrique III concede a Leonor una
tienda de jabón. Para Amasuno esta concesión serı́a algo ası́ como la respuesta
de los reyes a la exposición de Leonor. Carmen Juan Lovera ya habı́a dado
noticia en 1989 de la existencia de este documento y habı́a apuntado la posibili-
dad de que Leonor se entrevistara con la reina en 1396 durante su estancia en
Córdoba (1989: 262).

3.6. Las Memorias y la escritura femenina


3.6.1. El acento en lo privado
Lo cierto es que la intersección de lo público y lo privado, la concurrencia de los
detalles ı́ntimos de la biografı́a de Leonor con los grandes avatares históricos de
la época en que vivió, parece la nota distintiva de las Memorias (Suelzer 1993).
No obstante, los aspectos personales han sido últimamente los que más han
atraı́do a la crı́tica:
No tiene, pues, nada de extraño que Leonor López de Córdoba diera más importancia
a la muerte de su hermano en sus brazos, a la belleza de su rostro adolescente que

28
“Supongamos que Leonor no dictó las famosas Memorias a raı́z de su salida de la
corte sino años antes al regresar a Córdoba completamente agobiada por el dolor
de la muerte de su hijo. Supongamos que no hay un transcurso del tiempo entre el
último acontecimiento descrito y el acto de escribir. Entonces la prominencia del
tema de la muerte es mucho más explicable. Las Memorias, mejor que un docu-
mento más o menos público de defensa de su honor humillado, es posible que sean
una confesión y un examen privado de su vida que entrega Leonor al convento de
San Pablo. Ese recuento de sus penas y de la forma en que el cielo la ha ido ayu-
dando le dan consuelo y esperanza en la tragedia que la agobia” (Ayerbe-Chaux
1992: 19).
29
“No me cabe la menor duda de que en este segmento de la Relación se hace referen-
cia a la explosión pestı́fera que se produce entre 1396 y 1398” (Amasuno 1996: 55).

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74 Isabel Navas Ocaña

ella no ha olvidado al cabo de treinta años, o a la compra de la casa que, por ejemplo,
a la valentı́a que (quizá) exhibieron los caballeros de su padre durante la guerra con
el rey trastámara. También en este relato del siglo XV, pues, como en Millet o Lessing
siglos más tarde, el acento está en lo personal (con su gran dimensión polı́tica), en lo
cotidiano (que marca el tamaño de lo excepcional) y en lo privado (que hace posible la
existencia de lo público) (Rivera Garretas 1990: 178).

Digamos entonces que lo personal, lo privado de las Memorias, considerado un


elemento caracterı́stico de la escritura femenina de todos los tiempos por un
sector del feminismo, como evidencian estas palabras de Milagros Rivera Ga-
rretas, acaba imponiéndose durante el siglo XX al contenido histórico y polı́tico
que fue lo que interesó en el XIX a sus primeros editores30.

3.6.2. Un mundo de mujeres


Por otra parte, la idea de que las Memorias narran un mundo de mujeres,
señalada por Louise Mirrer, tiene su origen en los trabajos de Roberto Firpo
(1981) y de Kaminsky y Johnson (1984).
Firpo (1981: 244) dice que las Memorias son “une “chronique domestique”,
où les femmes joueront un rôle important”, crónica que refleja la situación de
las damas nobles en la Edad Media (su educación monástica, sus matrimonios
concertados por razones polı́ticas y económicas, etc.).
Kaminsky y Johnson no dudan en señalar que tras su salida de las Ataraza-
nas, Leonor vivió en una ginocracia, primero en el convento de las Clarisas,
luego en casa de su tı́a y finalmente en la corte, bajo la protección de Catalina
de Lancaster31. Para ellas esto es una muestra del importante grado de autono-
mı́a que lograron las damas nobles en la España del siglo XIV32. Las Memorias
adquieren ası́ una mayor trascendencia por convertirse en un texto representa-
tivo de la vida de las mujeres medievales.

30
Aun ası́ la doble consideración histórica y literaria de las Memorias ha persistido
en la crı́tica contemporánea. De hecho, Francisco López Estrada las califica como
“un precioso documento histórico” y al mismo tiempo como “una obra de condición
literaria” que podrı́a encuadrarse en la literatura confesional (1986: 23).
31
“Indeed, until she left the queen’s service (c. 1412), Leonor López de Córdoba lived
in what was essentially a gynocracy. For several years afters the release from the
Sevilla Arsenal, according to her autobiography, she resided in the convent founded
by her maternal grandparents in which her mother had been raised. More critically,
both of her principal protectors were women, as were her principal rivals for their
favors. In the case of her aunt, the rivals were female cousins; and according to
Ayerbe, it was another lady-in-waiting who ultimately turned Queen Catalina against
Doña Leonor. as the role of her aunt’s servants in the narrative indicates, even the
minor players in these domains ruled by women tended to be women” (Kaminsky/
Johnson 1984: 72).
32
“The autobiography of Leonor López de Córdoba highlights the considerable auto-
nomy of Spanish noblewomen of the fourteenth century. Doña Leonor herself held
title to property and her aunt was free to provide her niece with enough money to
buy land and build houses” (Kaminsky/Johnson 1984: 72)..

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Las Memorias de Leonor López de Córdoba y el canon 75

Pero no sólo Mirrer insistirı́a después en el protagonismo femenino de la


obra. También lo harán Carmen Marimón Llorca (1990)33, Encarnación Juárez
(1997)34 y Milagros Rivera Garretas (1990 y 1997), quien destaca además la
relevancia de la figura de la Virgen Marı́a35 y relaciona a Leonor por este hecho
con otra escritora de la época, Isabel de Villena, cuya Vita Christi es en reali-
dad, más que una biografı́a de Jesús, una reivindicación de Marı́a36. Frente a
las reticencias de Ayerbe-Chaux, Pope y Firpo que calificaron la religiosidad
de Leonor de mecánica, hipócrita e interesada37, Rivera Garretas ve en el parti-
33
“La primera parte de su vida estuvo marcada por la presencia masculina; su padre,
su marido, sus hermanos, sus cuñados, los caballeros, el alcaide, el secretario, el
suegro, los reyes, llena el cı́rculo más cercano alrededor de Leonor. Después de
salir de prisión sin embargo, el elemento femenino pasa a primer plano en su vida:
sus tı́as, sus primas, su madre, las infantas, la reina Catalina, Inés de Guzmán, su
hija, sus criadas, la Virgen, las religiosas, mujeres cercanas a ella que en un mo-
mento de su vida desempeñaron un papel importante” (Marimón Llorca 1990: 101Ð
102).
34
“Las verdaderas protagonistas de la autobiografı́a son mujeres: sus tı́as, sus primas
y la Virgen Marı́a, pero Leonor es el personaje central indiscutible. Su ambición, su
tenacidad y su fuerzan crean un personaje femenino único en la época” (Juárez
1997: 156Ð157).
35
“En torno a esta gran protagonista, la parte mayor y más significativa de los restan-
tes personajes está formada por mujeres. Mujeres cuya proyección divina es la
Virgen Marı́a, una figura fundamental en el mundo subjetivo y ritual de Leonor
López de Córdoba. Mujeres entre las que destacan la madre, las tı́as maternas Marı́a
Garcı́a Carrillo y Teresa Fernández Carrillo, personas clave en el proceso de recons-
trucción económica y polı́tica de Leonor López, sus primas las hijas de Gonzalo
Fernández de Córdoba y Marı́a Garcı́a y la cuñada de éstas Teresa Venegas (esposa
de Alfonso Fernández de Córdoba), cuya enemistad debió contribuir a mover a
Leonor a buscar fortuna en la corte, la reina Catalina de Lancaster, que le trata de
madre cuando mediaban entre ellas unos diez años, la hija Leonor Gutiérrez de
Hinestrosa, que heredarı́a el mayorazgo que la madre estableció. . .” (Rivera Garretas
1997: 103).
36
“(. . .) Leonor López de Córdoba desveló su identidad a través de la vinculación con
la Virgen. Una figura femenina que eclipsa del relato al marido y que desplaza el
recuerdo del padre; una figura que Isabel de Villena (1430Ð1490) reivindicarı́a abier-
tamente unos años después, atribuyéndole contenidos que no tenı́a en el sistema
tradicional de géneros. A Leonor López de Córdoba, la Virgen le refleja (ampliada)
la identidad que ella se está construyendo después de una infancia y adolescencia
durı́simas, y la Virgen sanciona unos proyectos y unas ambiciones que no cuadraban
con los contenidos que su sociedad atribuı́a a lo femenino. Pero, sobre todo, la
Virgen está al lado de Leonor López para ayudarle a resolver sus problemas domésti-
cos. (. . .) Es muy significativo que a Cristo no recurre más que en el momento en
que sus necesidades son de vida o de muerte, cuando la peste ha entrado en su
casa y, a su alrededor, la mayorı́a mueren. Al centro del texto está, en cambio, ese
sueño/visión en que la Virgen le revela que encontrará casa” (Rivera Garretas 1990:
177Ð178). Amy Suelzer (1993: 41) ha apuntado que las relaciones entre Leonor y la
Virgen reproducen el sistema feudal de servicio y galardón. Para todo lo relacionado
con el sueño o visión profética de Leonor ver el artı́culo de Jacques Joset (1995).
37
Ayerbe-Chaux (1977Ð1978: 26) dice que “a pesar de querer ser ejemplares y piado-
sas, son en realidad una defensa y vindicación del honor ofendido”. Pope (1974: 21)
habla de “la fe que pone en devociones mecánicas”, de “la certeza en la efectividad

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76 Isabel Navas Ocaña

cular vı́nculo que Leonor establece con la Virgen una expresión más del mar-
cado carácter femenino de las Memorias. Y Marta Walliser (1996: 176Ð178)
sostiene que Leonor “se apodera de los imaginarios femeninos canónicos para
componer su propia autorrepresentación”, y en concreto, en el episodio de la
muerte del hijo “se compara con la Virgen como Madre Doliente” y relaciona
su sufrimiento “con el que padeció la Virgen-Madre durante la pasión y muerte”
de Cristo38. Kathleen Amanda Curry (1988: 203) llama además la atención sobre
“la fe personalizada, divorciada de la jerarquı́a de la Iglesia” de Leonor, sobre
“su independencia de las figuras eclesiásticas y su empeño en formular sus
propios ritos espirituales”39.
Además, en conexión con esta idea del universo femenino de las Memorias
estarı́an las disquisiciones de Deborah S. Ellis (1981: 109Ð113) sobre la relevan-
cia de la imagen de la casa, imagen que Esther Gómez Sierra (1992: 116) consi-
dera una especie de sı́mbolo del refugio que ofrece el seno materno.
Y habrı́a en las Memorias, si hemos de creer a Clara Estow y a Gregory S.
Hutcheson, un universo femenino muy poco convencional, silenciado, no dicho:
el amor entre mujeres, la relación amorosa que pudo existir entre Leonor y la
reina Catalina. Clara Estow (1982) fue la primera en apuntar la posibilidad
de que la aversión que Fernán Pérez de Guzmán muestra hacia Leonor en
Generaciones y semblanzas se debiera a este hecho40. Y muchos años después,
Gregory S. Hutcheson (2001: 255), desde la teorı́a queer, concluirı́a que “only
by reading them in tandem with historical accounts of a later period at court
do we discover the ways in which López’s life, like Celestina’s, play itself out

de los números simbólicos y los sacrificios con que intenta torcerle la mano a la
Providencia” Y según Firpo (1980: 30), “su religiosidad aparece permanentemente
en función de sus necesidades prácticas, de su avidez”.
38
Pilar Valero-Costa (2002: 39Ð40) es de la misma opinión: “La autora se apropia de
la imagen de la “madre dolorosa”, cuyo corazón se representa traspasado de un
puñal, para referirse a sı́ misma cuando su hijo Juan Fernández muere de la pestilen-
cia”.
39
Frank A. Domı́nguez (2007: 30Ð44) ha subrayado la disonancia que se percibe en
las Memorias entre la justicia divina y la humana.
40
“The second, and more compelling reason for the severe aversion to Leonor can
only be explained by the fact that she and Catalina enjoyed a relationship that
defied accepted limits of convention (and possibly propriety) and that this situation
was intolerable” (Estow 1982: 37). Y Gregory S. Hutcheson (2001: 263) apostilló que
las reticencias hacia Leonor y Catalina en las crónicas evidencian “the invisibility
of female power, or rather, its discursive impossibility”. La traducción de las Memo-
rias al italiano, llevada a cabo por Lia Vozzo Mendia en 1992, incluye, como ya se
ha dicho, un bien documentado “Apéndice” en el que se recogen aquellos fragmen-
tos de la Crónica de Juan II de Alvar Garcı́a de Santa Marı́a y de Generaciones y
semblanzas de Fernán Pérez de Guzmán que se refieren a Leonor, ası́ como los
versos que Gómez Pérez Patiño le dedicó cuando acabó su privanza con la reina
(López de Córdoba 1992: 73Ð101). Estos versos aparecen en el Cancionero de
Baena (1966, III: 797Ð803). Se conserva además una carta del infante Fernando de
Antequera en la que acusa a Leonor de cohecho. Se ha ocupado de esta carta Do-
rothy Sherman Severin (1996: 633Ð644).

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Las Memorias de Leonor López de Córdoba y el canon 77

along Rich’s lesbian continuum and admits to the possibility of same-sex desire
between women”. Para refrendar esta idea del lesbian continuum Hutcheson
habla de la “female homosociality” de Leonor (2001: 262), cuyas relaciones
desde que sale de la prisión son femeninas casi en exclusiva (las monjas, su tı́a,
sus primas, la reina, etc.), y de la “matrifocal family” en torno a la poderosa
figura de Marı́a Garcı́a Carrillo en la que vivió Leonor durante años (2001: 258).
Con estos términos Ðlesbian continuum, female homosociality y matrifocal
familyÐ, Hutcheson traduce a la teorı́a queer ese predominio de lo femenino
en las Memorias, señalado por la crı́tica feminista desde muy pronto, desde el
temprano artı́culo de Kaminsky y Johnson (1984). Pues bien, como precisa-
mente lo que falta en ellas es el perı́odo en el que Leonor fue privada de la
reina, Hutcheson propone que leamos “just beyond text”, “beyond words”, que
nos centremos en los silencios, en lo no dicho, en los célebres “Sedgwick’s clo-
sets” (2001: 266)41, porque “Here is where Leonor López begins to speak of
desire: here is where she evokes untold spaces, whispers, secrets, and finally
tells in the fullest sense “the story of all her deeds”” (2001: 266).

3.6.3. La originalidad de Leonor López de Córdoba en la historia


de la escritura femenina
Pero además, una vez establecida la condición femenina de las Memorias, la
crı́tica feminista apreció enseguida en ellas un importante grado de singulari-
dad dentro del marco mismo de la escritura femenina, es decir, respecto a otras
autobiografı́as también escritas por mujeres. Como apunta Louise Mirrer, no
se trata en el caso de Leonor López de Córdoba de la autobiografı́a de una
monja que escribe por mandato de su confesor o por indicación divina para
relatar sus experiencias mı́sticas42 y que está constantemente pidiendo perdón

41
Hutcheson se refiere a la obra de Eve Kosofsky Sedgwick Epistemology of the
Closet (1990), un importante hito para la crı́tica lesbiana y la teorı́a queer.
42
“While Leonor’s Memorias share many features with the early autobiographies of
women written during the medieval period in Europe and in colonial New Spain, it
is in one respect quite different. Leonor was not, like Angela of Foligno, S. Brigitta
of Sweden, or Marı́a de San Joseph, a female religious. Her text tells chiefly of
material, not spiritual, achievement Ð the prestige of her lineage, the contents of
her dowry, her attainment of such wordly possessions as a home of her own. She
does write of answered prayers to the Virgin and of miracles Ð (...) Ð but the thrust
of her story is always her personal and material situation. Leonor is clearly no
mystic. Her intimacy with the Virgin and her visions lead neither to prophecy nor
to pilgrimage. She does not seek to eschew sexual intimacy with her husband in
favor of chastity, like Margery Kempe; nor, like Julian of Norwich, does she enter
the reclusive spaces of convent cell. And Leonor’s life story is not, like the women
autobiographers of seventeenth-century New Spain, a confession dictated to, or
elicited by, a priest. But precisely because Leonor is a secular woman autobiograp-
her, her life story is of great significance to the genre. For the Memorias gives
important testimony to women’s quest for autobiographical authority even within
the framework of their secular and private identities as wives, mothers, and daugh-
ters. Indeed, Leonor’s choice of the autobiographical mode may have been a conse-

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por tomar la pluma y aventurarse en una tarea que no es propia de su sexo,


como será muy frecuente a lo largo del siglo XVI y XVII, sino de una dama
noble, muy preocupada ante todo por sus asuntos económicos y familiares, que,
como ha señalado Aurora Lauzardo (1993: 12), “en ningún momento ofrece ex-
cusas por ser mujer, débil o ignorante a la hora de redactar sus memorias”43.
Esto le confiere a la obra de Leonor López de Córdoba una notable y rara
originalidad en la historia de la escritura femenina.

4. Conclusión

En definitiva, a lo largo del siglo XX la crı́tica ha sometido las Memorias de


Leonor López de Córdoba a un interesante proceso de lectura e interpretación,
que parte en primer lugar de la necesidad de demostrar la autorı́a femenina y
hacer frente a la controvertida figura del escribano, y continúa con la exaltación
de los valores humanos de Leonor (su lealtad, su condición de madre atribulada
por la pérdida del hijo, etc.) y con el énfasis, por tanto, en lo personal y en lo
privado, frente a la significación meramente histórica que en un principio se le
atribuyó a la obra, para concluir por fin con la consagración de las Memorias
como un discurso eminentemente femenino, reflejo de las condiciones de vida
de las damas nobles del siglo XIV y gobernado de principio a fin por relaciones
entre mujeres, relaciones tanto expresas, declaradas abiertamente, como omiti-
das por anticonvencionales, un discurso que además tiene la singularidad de no
pedir disculpas, de no recurrir a un mediador masculino que lo justifique. Pues
bien, gracias a este proceso de lectura, protagonizado en gran medida por la
crı́tica feminista, las Memorias de Leonor López de Córdoba han ingresado con
todos los honores en el canon de la literatura española.

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16).
43
Juan Félix Bellido (2006: 193Ð271) ha señalado como caracterı́sticas comunes a las
escritoras medievales, incluida Leonor López de Córdoba, el “miedo a escribir”, “la
pretendida humildad” y la “alteridad”. Es cierto que Leonor se refiere a sı́ misma
como “la más desventurada, desamparada y más maldita mujer del mundo”, pero
lo hace cuando relata la muerte de su hijo. En ningún caso está pidiendo disculpas
por escribir, ni está mostrándose deliberadamente ignorante y humilde, como suce-
derá con otras escritoras, como Teresa de Cartagena o la misma Santa Teresa.
Pienso que la tesis de Lauzardo se ajusta más al contenido de las Memorias. Leonor
no pide disculpas por escribir o mandar escribir la relación de los acontecimientos
más importantes de su vida. En cuanto a la alteridad, es una idea formulada por
Rivera Garretas, que efectivamente está presente en el discurso de Leonor: ella
construye su identidad recurriendo a otra, en este caso a la Virgen Marı́a.

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44
Se cita aquı́ por la traducción española de 1973.

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45
Se cita en este trabajo por la reedición de 1975.

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