Está en la página 1de 95
Cuentos argentinos para jdvenes Antologia Escaneado con CamScanner a El cuento como género Un cuento es un texto literario, es decir ficcional y de intencionalidad estética, de cardcter narrativo, breve, en el que se narra una historia puntual. Suele estructurarse en tres partes: una introduccién (en la que se presentan los personajes, la ambientacién y un estado de situacién en equilibrio), un nudo (en el que se plantea el conflicto, el desequilibrio o problema) y un de- senlace (en el que se llega a una resolucién del conflicto y un regreso al equili- brio inicial, o a un nuevo estado de situacién). Tiene una cantidad limitada de personajes y en general est acotado, por su brevedad, en lo que se refiere al espacio y el tiempo representados. El cuento es uno de los géneros literarios mas antiguos. Nacidos en la ora- lidad y de autor colectivo, a partir de comunidades que narraban una y otra vez estas historias, resulta dificil sefalar un momento o lugar de origen. Estos relatos surgieron y perduraron largo tiempo en la oralidad. Cuando las civilizaciones se iniciaron en la escritura muchas de esas his- torias que habian circulado oralmente comenzaron a registrarse por escrito En el antiguo Egipto, en la India, en la Mesopotamia asidtica, en China surgen ejemplos de breves textos narrativos que podrian considerarse como antece- dentes del cuento literario. 6 | Antologia Escaneado con CamScanner is El cuento de autor El cuento de autor o cuento literario es el que surge directamente de la escritura de un autor fisico, en oposicidn al cuento tradicional 0 cuento popular, de autor anénimo, que surge en la oralidad. En castellano, el primer ejemplo de este tipo de cuentos es el Libro def Conde Lucanor, del Infante Don Juan Manuel, en el siglo xiv. En la modernidad, existen numerosos autores conocidos por su maestria en el género: Edgar Allan Poe, Guy de Maupassant, Antén Chéjov. Entre los argentinos del siglo xx deberfamos mencionar a Jorge Luis Bor- ges, Julio Cortézar, Silvina Ocampo; y mas recientemente, Hebe Uhart y Lilia- na Heker. En las dos primeras décadas del siglo xxl, podemos mencionar como destacadas cuentistas argentinas a Samanta Schweblin y a Mariana Enriquez. Cuentos argentinos para jovenes | 7 Escaneado con CamScanner i éExiste una literatura para jévenes? La literatura no se define por su destinatario, sino por las caracteristicas de su intencionalidad estética (deleitar al lector, generar belleza, entretener) y su cardcter ficcional (nunca es real, puede basarse o no en hechos reales, pero siempre es ficcién, recrea la realidad). Sin embargo resulta evidente que los jévenes eligen cierto tipo de litera- tura con la cual se identifican o sienten que responde mejor a sus intereses y expectativas. Esto tiene que ver con una busqueda, una necesidad de nom- brarse, de conocerse, de encontrarse que no es ajena al lector adulto, pero que seguramente se vive con mayor urgencia y entusiasmo en la juventud. En general, a la hora de seleccionar lecturas los jvenes eligen la narrati- va, con accién y peripecias. Se entusiasman con el realismo, especialmente un realismo cercano en el tiempo, el espacio o la edad de los protagonistas; pero también gustan de la fantasia a través de la ciencia ficcién y del fantasy, que les propone una alternativa a la realidad instaurada por el mundo adulto. El romance y la aventura suelen aparecer como los tépicos més visitados. Los autores de esta antologia se han dedicado al lector joven: han escrito cuentos y novelas para jévenes con gran éxito, pero sus obras trascienden la edad del lector y resultan tan atractivas para jévenes como para adultos. Porque en definitiva, la literatura convoca al ser humano més alla de su edad. 8 | Antologia Escaneado con CamScanner La sonrisa de Zhang de Liliana Bodoc Escaneado con CamScanner La autora Luana Bopoc nacié en 1958 en la provincia de Santa Fe. A los cinco aftos su familia se radicé en Mendoza. Alli estudié la Licenciatura en Letras en la Universidad Nacional de Cuyo y se desempefié como docente. Posteriormente se radicé en El Tra- piche, un pueblo de la provincia de San Luis. Recibié el Premio Barco de Vapor en el aiio 2007 y el Premio Destacado de ALUA en varias opor- tunidades. Fallecié en 2018. Entre sus obras para jovenes se destaca la Saga de los Confines, trilogia de género maravilloso conformada por Los dias def Venado, Los dias de fa Sombra y Los dias def fuego; y las novelas: EI espejo africano, Presagio de Carnaval, Ef rastro de fa canela, Ef perro del peregrino y Elisa, fa Rosa Ines- perada. 12 | Antologia Escaneado con CamScanner La sonrisa de Zhang Comienza este cuento en un lejano, de veras lejano pais. Un mapa misterioso como un tul. Un sitio que se pliega en abanico para resguardar su mejor dibujo de la vista de los curiosos. Hay alli sabios que piensan en verso. Hay garzas blancas y garzas negras. Zhang nacido y crecié en un campo de arroz. Y no fue co- nocido por su estatura, por su talento ni por su riqueza. Fue conocido por su sonrisa. Tlingr, algo asi. Triningl, 0 asi Parecido a eso o no tanto, porque es dificil escribir el so- nido de una sonrisa. Porque sonaba la sonrisa de Zhang; hacia un ruido ligero pero inconfundible. Tlingr Triningl La sonrisa de Zhang nacié y crecié en un campo de arroz pero, a diferencia de él, no se hizo vieja; sino algo peor. Ocurrié asi. Luego de muchos afios de ver atardecer juntos, en el arrozal, su amada esposa murié mientras tendia ropa. La sonrisa de Zhang | 13 Escaneado con CamScanner Poco tiempo después, el tinico hijo de Zhang pronuncié una palabra extrana. Dijo Argentina. Dijo, tuvo que repetir; explico y sefialé con el dedo. —Aqui, élo ves, padre? En la punta sur del mundo. Zhang movié la cabeza a un lado y a otro. —Yo me quedo en mi arrozal —respondio con rencor. El hijo de Zhang tomé del brazo a su joven mujer. La jo- ven mujer se abrigé el vientre. Y partieron. —También hay garzas plateadas —pens6 Zhang cuando el avion se perdia en el cielo. Y desde entonces, nunca mas sonrid. Ahora Zhang esta muy viejo. Viejo para estar solo y también para emprender un largo viaje. Zhang es viejo para casi todo, hasta para caminar por el campo de arroz. De nuevo, su hijo lo ha mandado a llamar. —Ven aqui, padre. Este es un buen lugar... No grande como nuestra nacion. Pero estan tus dos nietos, mi esposa y yo para cuidar de ti. Zhang acude a un sabio y le pregunta. Suspira el sabio, espera, deja pasar la Ultima ese, sor- be silencio y sacude la sombra de los dedos antes de responder. —No hay mejor hogar que un abrazo —dice. Entonces, el pobre Zhang saluda al arrozal con todas las 14 | Antologia Escaneado con CamScanner lagrimas que ha acumulado. Y sube al avion, seguro de que nunca mas volvera a ver los montes asombrosos de la China. Buen aterrizaje para un dia de invierno. Aeropuer- to internacional. jPobre Zhang! Los idiomas que no com- prendemos suelen sonar estridentes, amenazadores o enojados. Lo esperan su hijo y su nuera. Junto a ellos, un muchacho y una jovencita... Son sus nietos, pero Zhang no sabe como saludarlos. El viejo piensa que no van a gustarles los regalos que les tra- jo. ¥ tiene razon. El camino a la casa es penoso. Las preguntas, forzadas. Tal vez porque sus padres los obligan a hablar en can- tonés, sus nietos casi no le dirigen la palabra. Ensequida se ponen auriculares, y adiés abuelo con tus sabios, tus garzas blancas y negras, adids con tu arrozal... El viejo Zhang mira por la ventanilla para ocultar sus lagrimas. El pensaba que sus nietos iban a preguntarle sobre su pais, pero eso no ocurre. Pensaba que iban a preguntarle por su abuela, pero eso tampoco ocurre. Pensaba que iban a caminar juntos por esas calles nuevas... La sonrisa de Zhang | 15 Escaneado con CamScanner jQué equivocado estabas, viejo Zhang! Tu hijo y tu nuera estan al frente de un pequefio super- mercado de barrio, y no tienen tiempo para tu pena. Tus nietos rien y callan en espanol. éY ahora qué, viejo Zhang? Lejos de tus vecinos, de tu campo de arroz. Ahora el mar ya no tiene regreso. Zhang se sienta en un banco de madera, junto a la puer- ta del negocio de su hijo, a esperar que pase la gran garza de la muerte. Zhang vive silencioso y ajeno a lo que ocurre a su alrede- dor... La gente del barrio murmura: “Es un hombre antipati- co. Si no le gusta este pais, para qué vino, eh?” éPara qué vino? éPara qué vino? Zhang no puede explicarles de su dulce esposa, ni de sus atardeceres... Zhang no sabe como se cuenta una vida entera en espanol. En la parte delantera del pequeho supermercado, hay una verduleria. La hija de la mujer que vende verdura mira a Zhang fija- mente, escondida detras de una naranja. La pequena se lim- pia el jugo con el brazo y camina hasta el sitio donde esta sentado el viejo. —¢Qué te pasa? —le pregunta. —éPor qué lloras? —le pregunta. 16 | Antologia Escaneado con CamScanner —éCémo te llamas? —le pregunta. —Yo me llamo Mariana —le dice. —Yo tengo asi de afos —le muestra. Y sin esperar respuesta, se trepa a las rodillas del viejo y lo rodea con sus brazos flaquitos. Es un abrazo chiquito y verdadero como un hogar. Tlingr, algo asi. Triningl, 0 asi. Ahora, el pais del extremo sur, ya tiene una sonrisa sonora. La sonrisa de Zhang | 17 Escaneado con CamScanner Los cocineros de Mario Méndez Escaneado con CamScanner El autor Mario MENDEZ nacié en 1965, en Mar del Plata, provincia de Buenos Aires. Es docente, editor y autor de literatura para ni- fios y jévenes. Estudis cine y edicién. Co-fundador de la editorial Amauta de literatura infantil y juvenil y director de la coleccion Mar de papel de la editorial Crecer Creando. Fue distinguido en numerosas ocasiones por sus obras: en 1984, tercer premio del concurso de cuentos de la Universidad de Mar del Plata; en 1997, mencién en el concurso organizado por Amnistia Internacional; en 1998, premio Fantasia de Narrati- va; en 2011, Destacado de ALIJA a libro de cuentos; y en 2013, Gran premio ALUA por el libro en coautoria Quién soy. Relatos sobre identidad, nietos y reencuentros. Algunas de sus obras para jovenes son: Ef aprendiz, Cabo Fantasma, No- ches siniestras en Mar def Plata, Nicanor y fa funa y Sherlock en Buenos Aires. 20 | Antologia Escaneado con CamScanner Los cocineros A Martin le gustaba jugar a la Play, escuchar musica a todo volumen, visitar a su abuelo y ver series en la note- book, solo y en su pieza. Adernas, le gustaba la cocina: esa era su pasion secreta, la que solo compartia con su abuelo. Casi no tenia amigos, porque le costaba “socializar”, como decian sus padres, para su disgusto. Habia pasado ya un pri- mer trimestre en un colegio secundario afoso y tradicio- nal, totalmente diferente de su vieja escuela de barrio. Y en tres meses no habia consequido hacerse de ningin amigo, ni uno solo. Aunque no tenia demasiados problemas con las materias, el colegio no le gustaba. Como tampoco le gusta- ba que nadie le hablara en los recreos, que las chicas no lo registraran, que los profesores lo llamaran por el apellido y que su mama y su papa, todos los dias, le preguntaran como le habia ido, qué habia hecho, si habia “socializado”. jY que esperaran respuesta! A Martin lo Gnico que le gustaba del colegio era irse. Al mediodia, salvo los dias en que tenia gimnasia (que tampo- co le gustaba), se iba derecho a lo de su abuelo Osvaldo. El abuelo vivia cerca del colegio, y se les habia hecho cos- tumbre almorzar juntos, y muchas veces, las que mas dis- frutaba Martin, cocinar de a dos. Era en cierto modo una Los cocineros | 21 Escaneado con CamScanner recuperacion del tiempo perdido, porque desde que Os- valdo habia quedado viudo, un par de anos atras, se veian poco: al viejo tampoco le salia bien eso de la socializaci6n. A Elisa, la companera de Martin que todos los mediodias sin gimnasia caminaba para el mismo lado que él, pero por la vereda de enfrente, tampoco le gustaba demasiado so- cializar. Le costaba menos que a Martin, eso si: en los re- creos, desde su rincén en el patio o mientras caminaba sin rumbo, él la habia visto charlar con otras chicas. A Elisa también le gustaba la cocina y escuchar musica a todo volu- men, aunque Martin no podia saberlo, porque nunca habian hablado. A ella no le gustaba la Play, no tenia. No tenia abue- lo, claro, Martin tampoco lo sabia. Cierto dia, un miércoles en que no habia gimnasia, Martin abuela. Solo una madre, que trabajaba todo el dia. Eso, levanto la mirada del suelo (siempre caminaba asi, encor- vado y como si los cordones de los zapatos fueran lo mas interesante del mundo) justo cuando Elisa cruzaba la calle. Ella también caminaba sin prestar atencion, asi que no vio que un colectivo se le venia encima. En un instante paso de todo: Martin gritd, Elisa se asusto, salto hacia atras y se cay6 de espaldas; la mochila que llevaba en las manos también volé por el aire, el colectivero tocé bo- cina y larg6 un insulto, un par de seforas se sumaron al coro de gritos y Martin cruz6 a ver como estaba su compajfiera. Un par de minutos después pas6 algo mucho mas impor- tante. Martin se ofrecié a acompafiarla a la casa, ella le dijo 22 | Antologia Escaneado con CamScanner que no hacia falta. Conversaron. Gracias a la breve charla Martin se enteré de que ella iba a la verduleria, porque es- taba sola y su mama le habia avisado que no habia comida. Y él la invité a lo de su abuelo, sin pensarlo demasiado. Al ratito caminaban juntos. El no se miraba los cordones, Elisa sonreia. Cuando |legaron a la casa, un departamento al final de un largo pasillo, Martin abrié con su llave y silbé. A Elisa le gusto ese silbido que, él le explico, era una especie de contrasefa que tenian con su abuelo desde hacia mucho tiempo. —éQué hacés, Juanito? —saludé el abuelo, desde la coci- na. No sabia que su nieto venia con visita. —¢éJuanito? —pregunté ella. Martin se puso un poco colorado, pero decidio que Elisa no se burlaria. —Si, él es Petrono, y yo Juanito. Como dofia Petrona y Juanita, glas conocés? —jSi! Mi mama tiene el libro, todo estropeado. jA mi me encanta cocinar! Martin se quedo mirandola. Elisa era sorprendente. —éMe van a dejar cocinar con ustedes, un dia? —Es un privilegio muy importante, hay que ganarselo —intervino el abuelo, mientras salia de la cocina, con un repasador en las manos—. Menos mal que puse todos los fideos, si no, no alcanzaba, Juanito. Me tenés que avisar, si venis con visita. Los cocineros | 23 Escaneado con CamScanner Martin se encogié de hombros. Elisa se adelant6, se puso en puntas de pie y le dio un beso al viejo. Era petisita, flaca, muy morocha. Y el abuelo, tal como Martin, era muy alto. Y muy rubio, con pinta de inglés. —Elisa —dijo Elisa. —Osvaldo —dijo el abuelo, y le sonrié—. Espero que te guste el ajo. Fideos arnasados, caseros, al famoso pesto de Osvaldo Valle. —Me encanta —dijo ella—. Cuando mi mama cocina, le pone bastante ajo a todo. Pero Ultimamente cocino yo, hoy habia fideos, comprados nomas, pero yo les iba a hacer una salsa de verdeo. El viejo sonrié. Esa chica le gustaba. Martin puso la mesa y ella, que vio unos platos en la mesada, recién lavados, bus- c6 un repasador y se puso a secarlos. Abuelo y nieto se miraron. Elisa estaba encajando per- fectamente entre los dos. Y cuando elogié el pesto, y opind sobre la masa, al abuelo Osvaldo ya no le quedaron dudas. Después de los fideos hubo postre: budin de pan, con crema. Elisa se relamio. Le encantaba. —jEsta buenisimo, Osvaldo! —le dijo al viejo, tras la ulti- ma cucharada— Nunca habia comido un budin tan sabroso. Osvaldo se rio. Martin, a su lado, se habia puesto rojo. —éLo hiciste vos, Martin? gEn serio? Martin asintio. —Una receta secreta del abuelo —dijo luego—. En vez de con pan, se hace con medias lunas. 24 | Antologia Escaneado con CamScanner Tomaron un té y luego Martin y Elisa dejaron las tazas en la cocina. Ella se ofrecié a lavarlas, pero el abuelo se opuso. Ya lo haria él, cuando se levantara de la siesta. La tarde era larga, y no tenia nada que hacer, a lo sumo darle de comer al gato, cambiarle las piedritas, hacer alguna compra en el chino. Nada demasiado importante. —éY dénde esta el gato? —pregunté Elisa. —Por ahi —contestaron a la vez abuelo y nieto. Los dos estaban acostumbrados a que Chef, el gato negro del abue- lo, anduviera por donde quisiera, a veces sin aparecer por dos 0 tres dias. Pero a la larga, siempre volvia. Cuando el abuelo se retiré a su habitacion, para su infal- table siesta, Elisa dijo que se iba. Martin también agarr6é su mochila. La acompanaria hasta la casa, y después tomaria el subte que lo llevaba a la suya. Ella se nego: —Prefiero acompanarte yo hasta el subte, y después me voy a hacer las compras —le dijo. Caminaron algunas cuadras, en silencio. Cuando ya llega- ban a la boca del subte Elisa se estiro en puntas de pie para darle un beso a su nuevo amigo y se fue. El la vio partir y luego bajé a la estacion. Estaba contento: por primera vez desde que habia empezado la secundaria, estaba de veras contento. Al otro dia, otra vez en el subte, rumbo al colegio, Martin iba pensando en como seria la mafana ahora que Elisa era su amiga. éLo saludaria al llegar? gLo saludarian también las otras chicas, las que solian conversar con ella? Los cocineros | 25 Escaneado con CamScanner Sin embargo, al menos al principio, nada fue diferente a los dias anteriores. Martin entré al aula, esperé a que sona- ra el timbre, bajé al patio con sus companeros y asistié al izamiento de la bandera sin hablar con nadie, con la cabeza gacha, encorvado como si asi pudiera disimular su estatura. Elisa no estaba por ningun lado. Ya estaban volviendo a las aulas cuando sintié que le ti- roneaban del codo. Se dio vuelta. Ahi estaba ella, sonriente, pero algo acalorada. —jMedia falta! jPor dos minutos! Martin le sonrié. Iba a decirle que ella vivia a pocas cua- dras, pero prefirio callarse. De todas maneras, Elisa lo adivino. —Si, ya sé, vivo a cuatro cuadras, podria llegar a horario. Pero mi vieja vino a cualquier hora, estuvimos despiertas no sé hasta cuando, y me quedé dormida. Entraron al aula juntos. Una de las chicas que siempre conversaba con Elisa lo salud6, otra le hizo un gesto. Habia cambios, pequenos, pero notables. Después de dos horas de Matematica, aburridisimas, salieron al recreo. En el patio, Elisa se acercé a su rincén, y lo invité a caminar con ella. En un paquete traia unos bizcochos. —Los hice ayer, para convidarte —le dijo ella. Martin habria dicho que estaban buenisimos asi hubieran sido una mezcla de ajo y dulce de leche, pero no tuvo que mentir: estaban de veras muy ricos. 26 | Antologia Escaneado con CamScanner Ala salida, ese dia, no caminaron juntos. Martin tenia que quedarse a gimnasia. El profesor les dijo que jugarian al vo- ley. Martin no jugaba demasiado bien, pero con su altura hacia diferencia. Rematé6 varias veces, e hizo el punto del triunfo. Varios lo palmearon. Desde Elisa, la socializaci6n le estaba saliendo mucho mejor. Ya tenia ganas de que fuera el otro dia, y de probar las nuevas masitas que su amiga le habia prometido. Al dia siguiente, antes de ir a comer a lo del abuelo, Elisa le pidié a Martin que la acompanara a su casa. Habia dejado las masitas alli: a Ultimo momento pensé que era mejor no llevarlas al colegio. Martin se sorprendié: su amiga no vivia en una casa como las que él conocia. Vivia en una pension. Ella y su madre alquilaban una pieza diminuta, que tenia una cama cucheta, un ropero y un mueble donde guarda- ban las cosas de cocina. El bafio, la cocina y el comedor se compartian. Elisa noto la sorpresa de su amigo. —Siempre pasa cuando traigo a alguien. Todos miran con la boca abierta —dijo, sonriente. Martin se puso colorado. No queria parecer zonzo, ni avergonzarla. —Es normal, no te preocupes. Ninguno de mis amigos vive como nosotras, todos se sorprenden —dijo ella, al sa- lir—. Vamos, dale. El abuelo Osvaldo, que esta vez si estaba avisado, los esperaba con una carne mechada. El relleno, que tenia Los cocineros | 27 Escaneado con CamScanner salchichas, morrones y cebollas salteados y un toque de pa- prika era, segtn dijo, una nueva invencidén. Estaba rico, pero tanto Martin como Elisa se permitieron algunas criticas. Os- valdo fingid ofenderse, pero tomé nota mental de un par de cosas. En primer lugar, que no tenia que abusar de la paprika. Cuando estaban por terminar, aparecié Chef y se fue de- recho a las piernas de la invitada, que lo subié a upa y co- menzo a acariciarlo. El abuelo se rio. —Gato pulgoso, no tiene un pelo de tonto —dijo, galante. Luego fue a preparar el infaltable té, y Elisa sac de la mo- chila sus masitas caseras. —Es una receta peruana —dijo—. No sé si saben que los restoranes peruanos estan entre los mejores del mundo. Martin no tenia idea, el abuelo si. Durante un rato el vie- jo y su companera hablaron de cocina peruana, mientras @| veia pasar la conversacion de un lado al otro de la mesa como quien ve un partido de tenis. No podia intervenir, tenia que estar callado, también como en un court. En un momento le dieron ganas de gritar "jNo!” como si fuera un umpire y se rio solo de su ocurrencia. Elisa y su abuelo, que justo se habian callado, lo miraron raro. —éQué? —pregunto él, encogiéndose de hombros—. éTraigo el cuaderno? El cuaderno era el bien mas preciado del viejo. Ahi ano- taba las recetas que le interesaban. Las masitas de Elisa se sumarian a la lista. 28 | Antologia Escaneado con CamScanner Llegé el fin de semana sin mayores novedades. El sa- bado Martin fue a visitar a su mejor amigo, Nicolas, que era, en realidad, practicamente el Unico amigo que tenia. Nicolas estudiaba en una técnica, asi que solo se veian los fines de semana. Eran inseparables desde tercer grado, cuando Nico se mudo al barrio y entré al grado de Martin. Sin embargo, eran bastante distintos. A Nico le gustaba comprar ropa de marca, vestirse bien para salir, general- mente a shoppings o al Mac Donalds. De vez en cuando iba a las matinés y hasta habia tenido una novia, durante un par de meses. La Unica musica que escuchaba era la bai- lable que se oja en algunas emisoras que Martin detesta- ba y ademas era un excelente deportista, todo lo contrario de su amigo. No le gustaba cocinar, aunque si probar lo que Martin hacia. Se llevaban muy bien. Cuando no habla- ban, y podian pasar horas sin hacerlo, jugaban a la play. Y se entendian. Antes de volverse a su casa, Martin le cont6 que tenia una amiga. Nicolas quiso saber todo sobre ella, y Martin comprendié que sabia bastante poco. Que le gustaba la co- cina, que era simpatica, que tenia un leve acento extranjero. Que vivia con su madre en una pension (tuvo que explicarle a Nicolas c6mo era) y que al abuelo le habia caido muy bien: Nicolas le pregunto si le gustaba. Martin se qued6 pensando. No sabia. Pero si le decia que le gustaba como amiga, que hasta el momento era la mas pura verdad, su amigo lo iba a cargar. Los cocineros | 29 Escaneado con CamScanner El domingo paso aburrido, tanto que a Martin le dieron ga- nas de que llegara el lunes para ir al colegio. Le parecié muy raro, y no dijo nada en su casa, pero era asi. Sus padres ya no le preguntaban por la “socializacion”. El abuelo Osvaldo les ha- bia contado de las visitas de Elisa y los dos se cuidaban muy bien, porque lo conocian, de hacer comentarios chistosos, 0 con doble intencion. Martin no solia enojarse a los gritos, pero podia quedarse encerrado en la pieza, 0 dentro de si mismo, absolutamente callado, durante muchas, muchas horas. Para que la tarde pasara mas rapido, Martin hizo las ma- sas con lo que recordaba de la receta de Elisa. Le salieron tan buenas que tuvo que pelearse con la familia para que le dejaran una, que al otro dia pensaba llevarle a su amiga. Precisamente iba a regalarsela en el primer recreo del lunes, cuando la vio en la fila del kiosco. Se quedé atras, para sorprenderla, justo para ver como uno de los pibes del curso (¢Gimeénez, quizas? No se acordaba el apellido) la em- pujaba y le quitaba el lugar. Ella se quejé, le dijo algo, medio en puntas de pie. Martin llego justo para escuchar la respuesta del colado. —Tomatela, negra —le dijo, y le dio la espalda. Martin se irguié en toda su estatura. Era realmente muy alto, aunque no lo pareciera por la costumbre de andar en- corvado. Era ancho, ademas, porque desde chico era buen nadador, y ademas todos en su familia eran grandotes. Y era muy callado, y aunque pareciera que no se enojaba nun- ca, a veces si se enojaba. 30 | Antologia Escaneado con CamScanner Giménez (si, era Giménez, Axel Giménez, Martin lo re- cordé en ese momento) no se esperaba que el rubio calla- do que se sentaba al fondo le pusiera una mano en la nuca, lo agarrara de la camisa y lo levantara en el aire. Ni mucho menos que lo llevara asi cuatro pasos, hasta atras de la fila, y le dijera, sencillamente, con un tono que no aceptaba nin- guna respuesta, que se quedara ahi, al final, tranquilito. Y no respondié cuando Martin lo solté, lo miré a los ojos y le hablé por ultima vez, antes de volverse al lugar de la fila donde estaba su amiga. —La proxima vez que le digas algo a Elisa, me voy a eno- jar en serio. Por supuesto, la intervencién de Martin en la fila del kios- co fue comentada por todo el colegio. Y a la salida, para dis- gusto de los dos, fueron varios los que caminaron con ellos un par de cuadras. Antes de despedirse, él le pregunto si vendria a la casa del abuelo. Ella le dijo que no, su madre se habia despertado con fiebre, iria a acompanarla, a preparar el almuerzo, a co- mer con ella. Pero podia ir para la hora del té, si la invitaban. Martin sonrié. No hacia falta que contestara. Toda esa semana fue bastante rara. Elisa estaba preocu- pada, y se le notaba. La salud de su mama era bastante pre- caria, y también era precaria la economia familiar: la mama de Elisa trabajaba por horas, como empleada doméstica. No tenia sueldo fij ros que tenian eran muy pocos. El alquiler de la pension, i no trabajaba, no ganaba nada. Y los aho- Los cocineros | 31 Escaneado con CamScanner ademas, era carisimo. Tanto o mas que el alquiler de un departamento. —Se aprovechan —le explicé un dia a Martin después del colegio, en la puerta de la pensi6n—. Somos muchos los que no tenemos como alquilar, no tenemos sueldo en blanco, no tenemos garantia. Entonces nos cobran fortunas por lugares que no valen nada. Mi vieja y yo vivimos en algunas pensiones que eran mucho mas feas que esta, y que eran igual de caras. Martin se quedo callado. Le daba un poco de cosa, pero tenia que preguntar. —éY tu papa? Elisa se encogié de hombros. —La Ultima vez que lo vi tenia siete. Ni sé donde vive. Martin le puso una mano en el hombro. Elisa sonrié: —No te preocupes, siempre nos arreglamos. Ademas mi mama tiene muchas amigas: si hace falta plata, pide prestado. Martin otra vez callé. El no entendia nada de plata, sus papas le daban para la semana y jamas sabia si la economia familiar estaba bien, mal o mas o menos. En su casa, ese era tema de los adultos. Jamas se habia convertido en una pre- ocupacion suya, ni tampoco de su hermana menor. Pero su amiga sabia los precios de las comidas, de los alquileres, de los remedios. Ella era, en muchos sentidos, bastante mas grande que él. —éQué vas a ser cuando seas grande? —le pregunto Elisa de golpe, como para sacarlo de su silencio. 32 | Antologia Escaneado con CamScanner Martin sonrié. —No sé. {Cocinero? —Podria ser. Yo voy a ser abogada. Martin asintid. Si, seguro que seria una buena abogada. Aunque también podria ser una buena cocinera. —éVamos a lo del abuelo? —la invito—. Tengo ganas de hacer una receta nueva. —Hoy no, tengo que estar cerca, por si mi vieja me necesita. Martin se fue. Camino hasta lo de su abuelo, entro, sil- bo y comié rapido: un pescado de rio, en salsa verde. Estaba distraido, tanto que no pregunté nada sobre el plato nuevo. Al abuelo no se le paso por alto el detalle: cuando su nieto le dijo que se tenia que ir rapido, antes del té, supo muy bien adonde iba. La mama de Elisa tard6 una semana mas en recuperar- se, una semana que paso muy lenta, porque la chica faltaba al colegio o bien llegaba con ojeras, como de haberse pasa- do la noche en vela. Al fin, un buen dia la mujer se recupero, y pudo volver a su trabajo. Elisa le conto a Martin la buena nueva en el primer recreo, tomandolo de las dos manos. Es- taba feliz. —Hoy al mediodia festejamos con tu abuelo, ¢querés? jMandale un mensaje y avisale que yo les cocino! Martin también estaba contento. Y no le daba nada de vergiienza que su amiga lo tuviera agarrado de las manos, a la vista de todo el mundo. Los cocineros | 33 Escaneado con CamScanner Al mediodia, en la cocina que hasta ese momento era el reino de Petrono y Juanito, Elisa se tomé su tiempo. Per- mitié que tanto el abuelo como Martin le hicieran de ayu- dantes, pero ella tomo el timon. Hizo un pastel de choclo, fabuloso. Y para el postre, unos panqueques que tuvieron que ser de banana, a falta de platanos. Cuando terminaron con todo, el abuelo y su nieto aplau- dieron. Y después, mientras se calentaba el agua del té, fueron ellos los que lavaron y secaron, en homenaje a la cocinera. A la hora de la siesta el abuelo practicamente los echo. La comida habia estado exquisita, pero era tarde. —Ya me merezco mi descanso —les dijo sonriente—. Va- yan a la plaza, que esta lindo. En la puerta misma, casi sin darse cuenta, Elisa y Martin se tomaron de las manos. Asi atravesaron el largo pasillo de la casa y sin soltarse llegaron a la plaza. Y en una de las esquinas, debajo de un 4rbol, los co- cineros se dieron el beso que hacia tiempo los estaba esperando. 34 | Antologia Escaneado con CamScanner La casa en el bosque de Pablo De Santis Pablo De Santis c/o Schavelzon Graham Agencia Literaria www.schavelzongraham.com Escaneado con CamScanner El autor Pato De Santis nacié en 1963 en la ciudad de Buenos Aires. Es escritor, periodista y guionista de historietas. Estudié Letras en la Universidad de Buenos Aires y desde 2017 es miembro académico numerario de la Academia Argentina de Letras. Escri- be para nifios, jovenes y adultos. Recibié numerosos premios y distinciones por su obra, entre los que se destacan: en 1997, el Premio Plane- ta; en 2004, el Premio Konex de Platino; en 2007, el Premio Planeta Casa de América; en 2008, el Premio de la Academia Argentina de Letras; en 2012, el Premio Nacional de Cultura; en 2014, el Premio Konex Diploma al Mérito; y en numerosas oportunidades, Destacado de ALIJA. Algunos de sus libros para jévenes son: Desde ef ojo del pez, Trasnoche y la trilogia Ef inventor de juegos, El juego def laberinto y Ef juego de la nieve; y para adultos: Filosofia y Letras, La traduccién y El enigma de Paris. 36 | Antologia Escaneado con CamScanner La casa en el bosque Una mafiana una mujer salié a caminar sola por el bos- que. Llevaba un vestido verde con lunares rojos y unas za- patillas blancas. Siempre se perdia, pero ese dia se perdido mas que de costumbre. No se preocupo, porque tenia una botella de agua en la mochila, y un chaleco de lana, y la no- che estaba lejos. Poco después del mediodia encontré un claro rodeado de arboles altos. El sol dibujaba un circulo perfecto. Ape- nas pisé el claro un cansancio desconocido —como si hubie- ra entrado en un campo de flores narcoticas— la derrumbo. Fue como un lento tropiezo, porque tuvo tiempo de mirar una rama caida, unas flores blancas y una abeja que las visi- taba. También llego a notar que tenia sueltos los cordones de las zapatillas. Cuando desperto de su sueno sin suenos, creyd que es- taba en muchas partes a la vez. Las ciegas raices de los ar- boles la tocaban con sus dedos helados, mientras las tejas rojas se calentaban con el sol de la tarde. Una pared se des- cascaraba y una grieta la cruzaba con caligrafia temblorosa. El altillo: muebles cubiertos con sabanas y valijas rotas de las que colgaban etiquetas de lineas aéreas. En un instan- te ella habia conquistado una parcela del mundo. No tenia La casa en el bosque | 37 Escaneado con CamScanner labios, pero de algtin modo se dijo que ya no era una mujer, que era una casa, una casa en un bosque. Hubo algo de alarma, pero fue reemplazada enseguida por la certeza de que siempre habia querido ser eso: una casa en un lugar tranquilo. Habia vivido como si su vida fue- ran episodios sin relacién entre si, pero ahora estaba ente- ra y completa. Desde que era nifia habia aforado algo que no sabia qué era, un vago llamado que venia de lejos. Aho- ra lo sabia: lo que habia deseado era un plano que la organi- zara en el espacio y en el tiempo, disponiendo de cuartos y escaleras y rincones. Se acomodé a la nueva geometria: las paralelas que trazaban las tablas en el piso, los cuadros que colgaban torcidos, la ventanita redonda encima de la puerta. Temio la llegada de la noche, temio que la oscuridad y el silencio provocaran un solitario cataclismo. Pero cuando el sol se apago, se apagé el miedo. Comprendio que el si- lencio y la oscuridad eran las mentiras de la noche. La casa se confundia con los arboles que la rodeaban. Bajo las ta- blas del piso, escarabajos y lombrices recorrian improvisa- dos laberintos. Afuera se oia a unos grillos incansables, y a unos pajaros que se llamaban a lo lejos. Las estrellas y la luna se turnaban para iluminar el bosque segtin una agenda rigurosa. Pasaron los dias y empezé el frio. Los arboles, al prin- cipio timidos, terminaron de vaciar su cargamento de ho- jas sobre el tejado. Ella era la casa pero no tenia la memoria de la casa, y no sabia quiénes habian sido sus habitantes ni 38 | Antologi Escaneado con CamScanner si algun dia volverian. Una mafiana oy6 que alguien se acer- caba (los pasos aplastaban las hojas secas). Era un mendi- go de cara roja y manos como garras. El hombre se habia puesto encima toda la ropa que habia encontrado, como si fuera su propio equipaje. En la cumbre de la montafa, un sombrero gris. A ella nunca le habian gustado los mendigos y se asusto, como si fuera una mujer y no una casa. Cuan- do el hombre probé con la puerta y luego con los postigos, ella, que era también la puerta y era los postigos, no cedid. El hombre vio en lo alto una ventana abierta e hizo el in- tento de trepar por un cafo de cinc que servia para des- agotar el agua de los techos. Habia tomado demasiado vino como para acometer tales acrobacias y a la tercera caida se rindié. Protest6 contra la injusta vida que le daba una casa, pero no la llave. Mientras lo miraba irse entre los arboles ella sintio un ligero remordimiento. Hacia frio. El hombre, que ya no era joven, tal vez encontraria la muerte en un rin- cén del bosque. Pero eran tantas las cosas a las que habia que prestar atencion —un nido en el tejado, una rama a pun- to de romper un vidrio, el tic tac de un reloj de pared que habia vuelto a la vida— que el remordimiento poco duré. Con el verano vinieron una chica y dos chicos armados con gomeras; uno tenia una brujula de bronce que le habian traido los reyes magos. La brijula era la culpable de que es- tuvieran alli. Admiraron la casa unos segundos y la procla- maron como un territorio a conquistar; luego se pusieron a tirar piedras contra las tejas coloradas. Ganaria el primero La casa en el bosque | 39 Escaneado con CamScanner que le acertara a la chimenea. El reglamento del juego iba cambiando de acuerdo a los provisorios resultados, y al fi- nal se cansaron del juego y sus continuas reformas. Des- pués de dar una vuelta alrededor de la casa decidieron entrar por una ventana del fondo, que tenia el postigo roto. Los dos varones querian lucirse ante la Unica chica, y es- tudiaron el riesgo del asunto, hasta que uno dijo que seria el primero. Tiré de una hoja del postigo, que se abrio con un ruido de rama rota. Entonces ella, la casa, lo cerro con un golpe seco. El chico sacé la mano herida con un grito. Mien- tras se frotaba los dedos machucados les dijo a los otros: “Hay alguien adentro”. Los tres se preguntaron qué clase de persona podia vivir en una casa abandonada; y la imagen borrosa del terrible habitante los despidio de regreso al ho- gar. Por un rato se siguieron oyendo sus voces, como si no encontraran el camino para alejarse del todo de la casa. La brdjula quedo tirada junto a la ventana. Pasaron més dias, y las hojas cubrieron la brUjula, y pa- recié que no ibaa llegar nadie nunca mas. A veces escucha- ba voces que venian del bosque, caminantes que pasaban a cierta distancia. No queria mas visitas, pero le hubiera gus- tado escuchar sus conversaciones, saber cémo era ella mis- ma desde fuera. Las voces dejaron de oirse. Hubo una tormenta que arrancé unas tejas y derribé un arbol. Ella pens que esa tor- menta habia cerrado las puertas del bosque para siempre. Si queria conversar, debia aprender a hablar consigo misma; 40 | Antologia Escaneado con CamScanner podia partirse en dos para hacer mas Ilevadera la conversa- cién. La parte de abajo —la sala, con el hogar lleno de ceniza, la cocina— seria mas seria y formal. La parte de arriba —los dos dormitorios, el altillo— mas atrevida, mas intima. Pero no hubo necesidad de muchas conversaciones en- tre abajo y arriba, porque cuatro dias después de la tor- menta aparecio un nuevo visitante. Era joven. Al principio le parecié que era también un mendigo, con el jean gastado y la camisa azul y las botas de suela agujereada. Traia una mochila en la espalda y un bulto de forma rectangular en- vuelto en papel madera. Ella penso en dejarlo afuera pero el hombre hizo algo que no habian hecho el mendigo ni los nifios: golpeé la puerta. Le gust6 cémo sonaron esos sie- te golpes, leves y musicales, y decidio dejarlo entrar. Ape- nas el hombre puso la mano sobre el picaporte la puerta se abrié con un susurro de bienvenida. Ella pensé que él iba a explorar cuarto tras cuarto, y que se iba a aventurar por las escaleras. Estaba dispuesta a explicar- le todo aunque é! no pudiera oirla, como si fuera la guia de un museo, la minuciosa guia de si misma. Pero apenas el hom- bre entré, se sento a la mesa y empezé a comer un pedazo de pan que saco de su mochila. Tomo un trago de una botella de vino que llevaba con él. Después se acost6 a dormir en un rinc6n, en el suelo, sin preocuparse por ver si en la casa ha- bia una cama, como si fuera una caverna en la montana. A la manana el visitante abrié las ventanas y puso sobre la mesa una hoja de cartén. En una lata de té Ilevaba sus La casa en el bosque | 41 Escaneado con CamScanner pomos de colores y sus pinceles. Pinto una ciudad, con sus altos edificios, cada uno de un color diferente. Las nubes eran amarillas, rojas, verdes. No se detenia mas que unos segundos en decidir de qué color seria cada cosa; a veces pintaba de un color u otro seguin la pintura que habia queda- do en la paleta, para no desperdiciarla. La rutina se repitiéd durante varios dias: pintaba a la ma- fiana, para aprovechar la luz del sol, después paseaba por el bosque. A veces iba a la ciudad. Ella pensé que el hombre encontraria compafia, algun amigo o alguna mujer, pero siempre estaba solo. Cuando iba a la ciudad, llevaba un par de sus cuadros con él. Pero asi como salian, volvian a entrar, en sus mortajas de papel madera. Solo dos veces vendié al- guno y asi consiguié una botella de vino y algo de comida. Pronto dejé de intentar con los cuadros y probé con los pin- celes. No le qued6 mas que uno. Tampoco tenia dinero para comprar sus dleos, y sus pin- turas abandonaron el azul cobalto, el rojo de cadmio y el amarillo limon. Empezo a pintar con una tinta aguada en pa- peles que recogia en la calle. Los edificios de colores se vol- vieron siluetas de humo. Ella pensaba: “Me hubiera gustado que me hiciera un retrato. Una casa verde con lunares rojos. Se podria llamar La casa en el bosque. Pero ya es tarde. El gris no esta hecho para mi.” Ella queria hacerle saber que no estaba solo. Hacia cru- jir las tablas del piso o abria de pronto una ventana. Pero el pintor no le prestaba atencion a nada. Otro se hubiera 42 | Antologia Escaneado con CamScanner asustado, Otro habria dicho: “hay fantasmmas”. Es lo que hu- biera dicho yo, pensaba ella, si estuviera en una casa donde las cosas se mueven solas. Pero ahora sabia que los fantas- mas no existen, que si las escaleras crujen de noche y se abren solas las puertas 0 se apaga una vela, es porque la casa quiere conversar. El pintor estaba tan desesperado que no le quedaban fuerzas para asustarse por esos enigmas domésticos. Su desesperacion habia hecho un circulo de unos dos metros a su alrededor, un pais funebre del que era Unico habitante. El no la entendia a ella pero ella si lo entendia a él. Bas- taba ver un cuadro y otro y otro, y luego sus aguadas, en el orden en que habian sido pintados, para saber que iba hacia la muerte. Se estaba despidiendo de un mundo que habia perdido el color y ya estaba perdiendo la forma. Ella queria salvarlo. Probé con mensajes cada vez mas complicados. Tiré libros de los estantes, y procuré que to- dos cayeran abiertos en la pagina 17. Hizo volar de los ca- jones de una comoda unas cartas amarillas y tristisimas. Atrapo a una paloma negra en el cuarto de arriba, y espero que sus aleteos desesperados despertaran al pintor. Pero él no noté ni uno solo de todos los mensajes, o los atribuyé a la casualidad, las pesadillas y las corrientes de aire. Una manana lo vio partir rumbo a la ciudad con el ultimo pincel que le quedaba y temié no volver a verlo. Pero a la tar- de regreso sin su pincel y con un paquete. Ella pens6 que era comida, y se alegr6, porque el pintor ya era piel y huesos. La casa en el bosque | 43 Escaneado con CamScanner Pero lo que traia era una cuerda de algodon de color amari- Ilo. “Morira en mi interior”, se dijo ella, “va a pender de una viga y voy a estar obligada a sostenerlo mientras se asfixia. Puedo mover una ventana pero no una viga. Soy una casa y pronto seré una tumba”. Y entonces se sintio cansada de crujidos, golpes y paja- ros, todo su repertorio de mensajes fallidos. Queria volver a hablar. Antes, cuando era una mujer y duena de infini- tas palabras, todas le parecian pobres. Ahora hubiera dado todo a cambio de un idioma que constara de una sola pa- labra, aunque fuera minima, aunque pudiera pronunciarse solo una vez en la vida. El pintor hizo el nudo corredizo y luego, subido a la mesa, afirmé el cabo a la viga. Se puso la soga al cuello, ajustan- dose el nudo como si se tratara de una corbata. Vacilé unos segundos antes de saltar. A ella le gusto que vacilara, por- que si algo le parecia mas terrible que su muerte, era que se matara sin contemplar por un segundo las posibilidades infinitas de la vida. Busco en el fondo de si misma aquel idioma de una sola palabra; recorrio los rincones y los techos, el altillo y el so- tano, explora la chimenea, llena de ramitas y huesos de paloma. No queria dejar de ser una casa, no queria volver a pen- sar, a cada instante, si ir en una direccién o en otra, no queria volver a buscar lugares que eran siempre el sitio equivocado. Pero queria salvar al pintor. Ojala no le hubiera Escaneado con CamScanner abierto la puerta, penso. Ojala lo hubiera echado, como a los otros. A medida que se recorria a si misma se dio cuenta de que todo eso ya estaba en el pasado; que el paseo era una despedida. Habia encontrado el modo de decir. Y entonces, en el momento en que él se dejo caer de la mesa, ella pudo gritar “No”. Pero pudo gritar porque ya no era Una casa. La casa habia desaparecido. Le dolié que se fuera del todo, sin dejar siquiera una silla. En las mudan- zas la gente siempre se olvida alguna cosa, pero las casas, cuando se van, no dejan nada. Estaban los dos solos en el claro del bosque. El con la soga al cuello y ella con su vestido verde con lunares rojos y las zapatillas blancas. El desato el nudo de la soga y ella se ato los cordones de las zapatillas. El la miro como si la co- nociera desde siempre y ella lo miré como si fuera la pri- mera vez. Se internaron juntos en el bosque. Todavia siguen alli La casa en el bosque | 45 Escaneado con CamScanner Por eso te pido perdon Franco Vaccarini Escaneado con CamScanner El autor FRANCO VACCARINI nacié en 1963, en Lincoln, provincia de Buenos Aires. Trabajé como periodista un tiempo breve y como oficinista durante quince aos. Hoy se dedica exclusivamente a la literatura. En 1997, su libro de poemas E/ culto de fos puentes recibié la mencién de honor del Fondo Nacional de las Artes; en 2001 recibié la misma distincién en la categoria novela; y en el 2006 gand el premio Barco de Vapor. Algunas de sus novelas para jévenes son: Algo que domina ef mundo, La isla de fas mif vidas, Nunca estuve en fa guerra, Fiebre amarilfa, El misterio def Holandés errante y Otra forma de vida, También escribié para adultos: Maldito vacio y La editora. 48 | Antologia Escaneado con CamScanner Por eso te pido perd6én La arafa de cristal que coronaba el centro del salon co- medor le otorgaba al lugar un aire distinguido. Habia mesas con manteles blancos, paneras vacias y floreros oscuros, el patio interno con baldosones amarillos, un hombre flaco sentado en la barra. Entré con ganas de salir, ensayando el modo de articular una conversacion razonable y de conte- ner toda efusién emocional al encontrarme con la senorita Miriam y mis compaferos de la primaria. Me resultaba fan- tastico que ellos fueran reales y no simulacros, personajes de un cuento de hadas corregido por la memoria: mi infan- cia en el campo. Después de los abrazos, los gestos de sorpresa, las pal- madas, comprobé que yo estaba actuando de un modo aceptable; como un actor que recordara una obra ensayada hacia mucho tiempo, con uno que otro olvido de la letra, di- simulado por improvisaciones inspiradas. —Pensé que estarias mas gordo —me dijeron varios. Habian venido Nora Lavagnino, que ahora vive en Villa Crespo, en la Capital; el Cabezon Artuzo y Ramirez; Palacios, que era musico de bailantas; Cecilia y Walter Falabella; Adol- fito Masciulli y Graciela —la hermana—; Monica Poltrone; mi primo Alberto; Angelita Alburta y las mellizas huérfanas del Por eso te pido perdén | 49 Escaneado con CamScanner portugués De Paula, que murio en el cruce de vias de Pale- mon Huergo, arrollado por un bruto y viejo tren pampeano. No habia venido Amilcar. Amilcar Bastos. El maestro estaba igual que cuando nos llevaba en su Chevrolet azul a cazar liebres, los sabados, en la estancia Las Lidias. Con incredulidad, escuché que habia cumpli- do los setenta. Y tan igual que entonces: el pelo negro y los dientes hacia adentro, barnizados de amarillo por la nicotina del tabaco, aunque ya no fumaba. Mantenia la voz pausada, ceremoniosa, apenas audible. A la derecha del maestro se ubicé Cecilia, la principal promotora del encuentro. jLo bo- nita que habia sido Cecilia! Me di cuenta al ver las fotos en blanco y negro que trajo para mostrarnos. Cecilia con una minifalda y el ombligo al aire, como la protagonista de la serie Los afios felices. Por alli andaba yo, en el sube y baja: arriba el cielo y atras un monte de eucaliptos. Cecilia se caso a los dieciséis con un empleado de Molinos Chacabu- co. También trajo fotos de sus tres hijos adolescentes: eran el colmo de la felicidad esos chicos, todo risas, bucles do- rados, ojos claros, El mayor usaba barba candado, como los cantantes melédicos de moda El maestro conservaba la misma voz de entonces, cuan- do interrumpio el recreo para anunciarnos: —Ha muerto el presidente. El Nato Alvarez, que de tanto repetir de grado ya le cre- cia la barba, exclamé: —gPeron? 50] Escaneado con CamScanner Por entonces la muerte era algo que solo le pasaba a Pe- ron y al padre del maestro. Nunca olvidaré el encargo que me hizo mama en aquella ocasi6n. “En cuanto lo veas, lo sa- ludas y le decis”. Y en cuanto lo vi, lo salude y le dije, con una incomodidad y una timidez insuperable: —Le acompano en el sentimiento, maestro. El maestro acept6 mi acompafamiento con una mueca de tristeza, sosteniendo mi mano y mirandome a los ojos, con esa seriedad que tanto me intimidaba. Cecilia habia traido un album completo y yo miraba las fotos con avidez: —<éY esta quién es? —Dominga. —Dominga... jla renga! De pronto, mi memoria se inundé de Dominga; de los pa- sos asimétricos de Dominga en el patio; de la piel oscura y el pelo atado; y las polleras de gitana pobre. Dominga, que no vino a la cena porque Cecilia se olvido de invitarla. Era fa- cil olvidarse de Dominga, la invisible. He alli reunidas la flor y nata de las promociones de la Escuela Numero 39 Joaquin V. Gonzalez, a mitad de cami- no entre Chacabuco y Chivilcoy, a una legua de Palemon Por eso te pido perdén | 51 Escaneado con CamScanner Huergo, el pueblo de una sola calle y sin vereda de enfren- te, porque enfrente estan las vias del Ferrocarril Sarmiento y el Club Social con cancha de futbol. Todos habian perdido el acento algo brusco y contun- dente de la gente de campo. La mayoria vivia en Chacabuco y los que no se habian mudado, tenian aspecto de estancie- ros, con sus camperas de cuero, los modales urbanos, las sonrisas llenas de confianza en los trigales y los campos de pastura. Me dio pena escuchar a Walter repetir el latiguillo de un conductor televisivo. Antes se veia television cuando el viento soplaba a favor y no habia interferencias; la tele- vision era algo maravilloso, una maravilla en blanco y negro que solo raras veces se dejaba admirar. La mama de Huguito, en una fecha patria, mientras yo in- geria una taza de chocolate caliente, me dijo: —Pero, nene.., [Estas demasiado gordo! Y senti que lo que fuera estar asi, tan demasiado gordo, era indecoroso. La opinion de los demas comenzé a importarme, y ya nada me parecié mas devastador que la palabra “gordo”: Inicié mi etapa estoica: comia y después hacia flexiones. Mama fue al pueblo a comprarme pastillas Redoxén! porque en dos meses habia adelgazado seis kilos. 1 Los comprimidos efervescentes Redoxon son un complemento alimenticio que aporta vitamina C para reforzar las defensas del organismo 52 | Antologia Escaneado con CamScanner Un dia, el maestro le pregunto a mama, en voz baja —mientras yo lo miraba de reojo— si estaba enfermo. Otro dia vino a casa para hablar con los dos, con papa y mama. Los almuerzos y las cenas eran un calvario de enojos y an- gustias: yo me negaba a comer algo mas que dos bocados. La seforita Miriam estaba igual, pero con el pelo gris. Delgada como una lamina de papel tisu, las unas largas y cuidadas que se le doblaban en el pizarrén porque la tiza era muy corta: —iAy! “Ay” decia cuando se le quebraba una de esas unas largas y era el Unico gesto de fastidio que se permitia la senorita Miriam. Era buena, pero no con Amilcar. Con Amilcar Bastos nadie era bueno. El primer dia que fui a la escuela, mama me llevé en el sulky? y yo lloraba, pataleaba, imploraba. La seforita me re- cibid con una sonrisa y un guardapolvo impecable. Me pre- sento a los demas en voz alta, mientras mama me dijo que se iba un rato afuera. A los dos minutos le pedi permiso ala senorita para ir al bano, sali hecho un ventarron y compro- bé que mama se habia ido. Comencé a llamarla, desaforado. 2. Sulky (voz inglesa): coche ligero de dos ruedas, y tirado por un caballo. Por eso te pido perdon | 53 Escaneado con CamScanner La seforita vino a rescatarme y me convencié de volver al salon, pero con privilegios. Me puso un monton de lapices de colores en una mesa y me dejé dibujar un rato. Al final de la clase, ya era un alumno fanatico. Amilcar era el pato feo. Nada de cisne despistado, era un autentico pato feo, recogido del orfanato por una tia, con an- teojos de vidrios verdosos, labios desconsolados, ojos hu- medos, unas sucias, gesto perplejo de naufrago de la vida. Su mala conducta era involuntaria, resultado de una torpe- za sin limites. Las cuentas no le daban bien, y el abecedario le resultaba un jeroglifico; todo saber le suponia un misterio que lo sumia en la estupefaccion; la impotencia lo volvia ten- so; lloraba, a veces empujaba, mordia, daba puntapiés. Siempre se lo culpaba de alguna trapisonda. Un dia, al- gunos chicos lo acusaron de meterse en la boca un chi- cle ya masticado, que estaba tirado al lado de la bomba de agua. Denunciarlo ante la maestra y esperar el castigo con- secuente generaba una expectativa mayuscula. La sefori- ta Miriam recibia las denuncias con aplomo y muy pronto el escritorio estaba rodeado de testigos que confirmaban que Amilcar habia infringido la ley. Quién sabe qué correctivo habria que aplicar por masticar un chicle usado, con el agra- vante de que se encontraba en medio de un agua barrosa, al lado de la bomba. La senorita nos reunio en la sala, le informo al acusado, disgustada, que “otra vez, querido, te portaste mal”. Amil- car comenzo a llorar, sin dilaciones. La cosa prometia. A su 54 | Anto gia Escaneado con CamScanner

También podría gustarte