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SINOPSIS
La oscuridad nunca trabaja sola...
—Estoy preocupada.
—Tú y literalmente todos los demás. —Serefin miró hacia arriba
desde donde estaba sentado. Habían cambiado sus caballos por lo
que sería el primero de muchos botes, lo mejor para evadir a los
asesinos, supuso, y sus piernas salieron disparadas mientras
cruzaban uno de los cientos de lagos de Tranavia. Kacper estaba
de pie junto a él, la angustia dibujada en las duras líneas de su
cuerpo. Como si estuviera listo para salir disparado. Los demás
estaban bajo cubierta; todavía era temprano, la luz de la mañana
todavía gris en el agua y llena de sombras. Solo el capitán del barco
y su tripulación esquelética estaban cerca.
Kacper suspiró y se sentó junto a Serefin, casi apoyándose en él
para protegerse del frío. Serefin le ofreció su petaca, sorprendido
cuando Kacper la aceptó. Eso no era una buena señal.
—¿Y si todo esto fuera una táctica para sacarte de Grazyk? ¿Y si
no tiene nada que ver con Żaneta? Y si…
—Kacper.
—Tu madre está hecha de acero, pero sus nervios no. Y, ¿y si...?
—Kacper.
—Vas a volver a ser pesimista, lo sé, —se quejó Kacper.
—No lo soy. Todas tus preocupaciones son válidas.
—Entonces, ¿por qué estamos aquí?
Porque Serefin estaba viendo cosas que no estaban allí, y tal vez él
si estaba lejos de toda esa magia, se detendrían. Porque Serefin
estaba perdiendo la cabeza y no tenía mejor opción ante él que
huir y esperar poder buscar a Żaneta y arreglar las cosas.
—Me estoy... rompiendo, —dijo él en voz muy baja. —Y tal vez
no sea nada, pero creo que algo me pasó cuando morí.
—Además de todas las polillas que muerden tu ropa, —dijo
Kacper con voz tensa.
—Además de eso.
—Y tu ojo.
—El ojo es definitivamente parte del problema.
E incluso mientras Serefin hablaba, todo cambió a su alrededor.
—Algo se está moviendo. Algo hambriento.
Esta vez fue peor. Todo su cuerpo se puso rígido cuando lo golpeó,
una visión que no era una visión porque era más real y estaba justo
frente a él. Él no estaba en este barco, ni siquiera en Tranavia.
Estaba en otro lugar, en algún lugar que no lo quería allí y lo
destruiría si tuviera la oportunidad. La sangre goteaba por la
corteza de los árboles tan maciza que él no podía ver a su
alrededor. El repentino chasquido de las ramitas fue ominoso, tan
lleno de una promesa de terror inminente que el corazón de
Serefin se estrelló contra su garganta.
Este lugar quería algo; su muerte, su vida, él no lo sabía.
Algo se escabulló entre los árboles, cerca del suelo, y Serefin solo
vio el destello de dientes chorreando sangre, demasiados para que
la boca de la criatura los pudiera contener.
—Cuanto más te acerques a mí, más fácil será. No puedes luchar contra
eso, chico, solo puedes someterte o dejarte llevar.
La visión se desvaneció y Serefin se quedó, respirando con
dificultad, en la cubierta del barco. Kacper lo había arrastrado
lejos del borde, sus dedos agarraron la chaqueta de Serefin con
tanta fuerza que pensó que la tela podría romperse.
—¿Están bien chicos? —llamó la capitána del barco.
—Estamos bien, —dijo Kacper, algo que Serefin no podía ubicar
en su voz. Era miedo.
—Serefin, —murmuró Kacper. Pasó sus fríos dedos por el cabello
de Serefin, su palma descansando contra el costado de la cara de
Serefin. —Casi te tiras por el costado. ¿Qué fue eso?
Serefin resistió el impulso de apoyarse en la mano de Kacper
mientras éste se apartaba y se ponía de pie. No tenía sentido que
Kacper se preocupara; no había nada que pudiera hacer para
ayudar.
—Eso, —dijo con voz quebradiza, —es porque tuve que irme.
Pero lo sacudió la idea de que lo contrario era cierto. ¿Y si cuanto
más se alejaba de su casa, más fuerte se volvía esta voz?
NADEZHDA LAPTEVA
PARIJAHAN SIROOSI
Había un número limitado de informes militares de Tranavia que
Parijahan podía soportar antes de querer incendiar todo el país ella
misma. Dejó a Rashid, que todavía estaba desconcertado por un
informe que Parijahan estaba bastante segura de que no
significaba nada y que Serefin no tenía la intención de traer con él.
Entró en la pequeña cocina para encontrar a un Malachiasz
significativamente más limpio hirviendo intensamente agua para
el té. Ella lo miró, la forma en que él se tensó al escuchar sus pasos
y se relajó de nuevo sin mirar.
—Parj.
—¿Estás tratando de sobornar para conseguir el perdón?
—Yo, —dijo Malachiasz con voz remilgada, —estoy tratando de
sobornarme para evitar que me corten la garganta o me rompan la
nariz. El perdón no es un factor y requiere remordimiento.
Parijahan se rió y se subió a la mesa. —Te ves miserable.
—Gracias, —respondió. —Eso es exactamente lo que quiero
escuchar en este momento, ya sabes todas las formas de hacerme
sentir mejor, Parj.
Él había encontrado frambuesas y manzanas marchitas en alguna
parte, y las estaba remojando en el té, pero Parijahan supuso que
él sabría exactamente dónde encontrar los ingredientes para una
bebida muy Tranaviana en esta pequeña granja Tranaviana.
La venganza personal de Parijahan contra su país no se parecía en
nada a la de Nadya y ella no se preocupaba particularmente por
los monstruos y la herejía, lo que sea que eso significara. Si
Malachiasz fuera un rico slavhka, sus sentimientos podrían ser
diferentes.
—Te extrañé, —dijo ella. —Ojalá me hubieras dicho la verdad
sobre lo que estabas planeando.
—No he tenido la capacidad de extrañar a nadie, —dijo él,
falsamente alegre.
Se quedó callada. Su tono arrogante no enmascaraba todo como
de costumbre. Las grietas se estaban mostrando. Ella sabía lo solo
que él estaba, pero no se había dado cuenta de lo asustado que
estaba también. Y ella deseaba, tanto, que las cosas no hubieran
terminado así porque, a pesar de todo lo que él era, ella quería
ayudarlo y ahora no estaba segura si ella podría. Sus
circunstancias estaban cambiando rápidamente y ella no sabía
cuánto tiempo le quedaba aquí. Pronto tendría que dejarlo atrás.
—Sin remordimientos, entonces, —dijo ella finalmente.
Él tamborileó con los dedos contra la mesa. —No sabía si
confiarías en mí o se lo dirías a ella, —dijo, su voz casi inaudible.
Parijahan abrió la boca para protestar, pero él levantó una mano.
—No me puedes culpar por eso cuando estoy muy consciente de
que te gustaría ver a todo mi país en llamas, —señaló.
Ella suspiró.
Un grupo de ojos, de colores inquietantes y chorreando sangre, se
abrieron en su mejilla. Él se apartó de la mesa antes de que pudiera
manchar algo de sangre. Pasaron unos segundos antes de que
desaparecieran y pudiera limpiarse. Ella hizo una mueca. Eso fue
repugnante.
Era obvio que habría ramificaciones de pesadilla por lo que él
había hecho, pero ella no esperaba esto. Pensó en la noche en la
que a él se le había escapado el control y le había admitido lo que
era; la forma en que le había temblado la voz, cómo ella había
pensado que él iba a llorar cuando ella tomó la revelación con un
encogimiento de hombros y le dijo que era su turno de preparar la
cena. No había esperado que él quisiera ser peor de lo que ya era.
Un error de juicio.
—Necesitamos hablar.
—¿Lo hacemos? —Inmediatamente se mostró cauteloso.
Casi se rió. —No sobre nada de esto. —No sabía por qué
Malachiasz era la persona cuya ayuda quería para tomar la
decisión que tenía ante ella: él había mentido, y ¿cómo iba a saber
ella si él iba a usar lo que tenía que decirle en su contra? Era
políticamente endeble y él era ambicioso, por decir lo mínimo.
Una inclinación de cabeza burlona de él. Sirvió el té en dos tazas
feas y deformes y le ofreció una.
—Sabes que soy exigente con el té.
—Si lo odias, haré que la misión de mi nueva vida sea traerte té
de Akola.
Ella arrugó la nariz. —Tú necesitas una nueva misión en la vida.
—No se te permite odiarlo por ese principio.
Ella no lo odió. Era mucho más dulce de lo que solía gustarle, pero
la dulzura no era empalagosa, era agradable.
—Supongo que puedes mantener tu estúpida búsqueda.
Él sonrió. Ella lo miró por encima del borde. Estaba descalzo, con
el cabello recogido al azar, difícilmente el monstruo incoherente
que Nadya insinuaba constantemente.
—¿De qué querías hablar?
Ella sacudió su cabeza. —Aquí no, en algún lugar que los demás
no puedan oír, más tarde. —No quería hablar de Akola con
Rashid al alcance del oído, mal como se sentía al ocultarle algo.
Él esperó a que ella continuara.
—Estoy en problemas.
—¿Y necesitas mi ayuda?
—Necesito un consejo. —Parijahan tomó otro sorbo. —Deberías
llevarle el té a Nadya. Ella probablemente no te golpeará.
Él le frunció el ceño, debatiendo si seguir presionando o esperar.
Pero él la conocía; entendía que ella se lo diría eventualmente.
Porque, aunque él había demostrado que no sentía lo mismo, ella
confiaba en él. Por terrible que fuera, la traición que había
cometido era algo que ella entendía, incluso si deseaba que lo
hubiera hecho de otra manera. Ella sabía lo mucho que él quería
cambiar las cosas, lo dispuesto que estaba a llegar a los extremos.
Él podría habérselo dicho, aunque solo fuera una parte. Entonces
no habría esta incomodidad entre ellos donde antes solo había
tranquilidad. Se habían chocado entre sí, literalmente, pero él
había encajado tan bien con la extraña banda Kalyazi que
Parijahan había reunido a su alrededor desde que huyó de Akola.
Echaba de menos a los que se habían ido, y ella siempre había sido
muy consciente de que él era el que se había quedado; el
Tranaviano, el Buitre Negro, el chico que quería demasiado y
sabía demasiado y era demasiado. Ella no quería perderlo como
había perdido a los gemelos y a la querida y dulce Lyuba. Pero ella
tampoco quería perder, bueno, todo por él, sus acciones
imprudentes y sus mentiras.
De modo que ella le concedería lo que él se negaba a concederle,
aunque pudiera terminar en un desastre. Francamente, no estaba
segura de cómo las cosas podían empeorar mucho más de lo que
ya estaban.
Él asintió rápidamente. Y, luciendo como si estuviera mirando
hacia el bloque del verdugo, llevó la taza de té a la otra habitación.
Parijahan no escuchó de inmediato ningún grito, por lo que
supuso que Nadya había decidido perdonarlo. Esta vez.
NADHEZHDA LAPTEVA
Kostya todavía no había regresado de la lluvia, y Nadya se sentó
en la mesa con un mapa abierto frente a ella, tratando de averiguar
cómo podrían llegar a Bolagvoy sin que les llevara medio año. Las
perspectivas no eran buenas.
Tendría dieciocho años cuando llegaran tan lejos en Kalyazin, ella pensó
con no poca angustia. El país era enorme y las montañas de
Valikhor estaban prácticamente en el lado opuesto, justo a lo largo
de la frontera con el Imperio Aecii con sus llanuras y señores de
los caballos.
Una taza de té recién hecho se deslizó sobre la mesa hacia ella.
Malachiasz se sentó frente a ella, sus movimientos lentos y
cuidadosos, como si tuviera un dolor significativo.
Un grupo de ojos se abrió en su mejilla. Él se estremeció, una
mano temblorosa voló inmediatamente para cubrir su rostro.
Nadya observó en silencio mientras él dejaba escapar un suspiro
largo y trémulo antes de bajar lentamente la mano. Los ojos se
habían ido.
—Bien, —dijo ella.
Él presionó sus dedos contra su mejilla, buscando. No se podía
ocultar lo que era. El escudo del ansioso adolescente fue
fracturado con demasiada facilidad por el monstruo fuera de su
control.
Dioses, ella quería enfurecerse, porque él se veía tan triste y ella no
sabía si era él jugando al humano para obtener la respuesta que él
quería.
Tomó un pequeño sorbo de té y encontró semillas de frambuesa
flotando en la parte superior. Estaba dulce y bueno. No quería
pensar en cómo Malachiasz era la única persona en la granja que
preparaba té así.
Él se había limpiado, su largo cabello negro secándose enredado
y salvaje alrededor de sus afilados rasgos. El agotamiento pintaba
sombras bajo sus ojos pálidos y huecos bajo sus pómulos. Los
rasgos de su rostro no cambiaron tan salvajemente como antes,
pero la descomposición se deslizaba por su mejilla mientras ella
miraba.
Él estaba callado, rascando la mesa con una uña mordida, pero
Nadya había echado de menos sus reflexivos silencios y eso
también la frustraba.
—Nadya, yo...
—Alguna vez…
Hablaron al mismo tiempo.
Nadya la fulminó con la mirada y continuó. —¿Alguna vez te
arrepentiste de lo que estabas haciendo? ¿Alguna vez te sentiste
mal por todas las mentiras?
Se aclaró la garganta pero no habló. Él asintió lentamente.
—No lo suficiente como para decirme la verdad.
—Tenía que hacer lo mejor para Tranavia, —él dijo con voz
ronca.
—Por supuesto.
—Yo…te lo agradezco. Por…
—Detente. Detente, Malachiasz. Si todo esto es un juego para ti,
no quiero ser parte de él.
—Sí, —dijo él bruscamente. —Porque no soy más que un
monstruo. Es lo que siempre seré. No importa lo mucho que reces,
no importa cuántas veces me estrangules para que parezca algo
humano. Apenas soy eso. Apenas lo sostenía antes y apenas lo
mantengo unido ahora.
Su mandíbula se apretó.
—Pero aparentemente, me necesitas, —él continuó.
Ella lo hacía.
Él suspiró. —Nunca quise hacerte daño.
—No importa. No importa lo que quisiste o no quisiste. Te
sentaste en tu trono y miraste mientras el rey casi me mata, no solo
a mí, sino a Serefin; ejecutaste un plan para destruir a mis dioses.
Hiciste todas esas cosas. Sucedieron. —Ella hizo una pausa y se
puso los nudillos en el puente de la nariz. —Entré en esas minas
por ti y no fue solo porque te necesito, sino que no puedo... no
puedo hacer esto. No ahora.
Él alzó una ceja, distante.
—Tienes razón, sin embargo, te necesito por lo que te has
convertido.
Él hizo una mueca.
—¿No es lo que esperabas?
—No.
—¿De verdad pensaste que sería por sentimientos?
Él le lanzó una mirada oscura, sus ojos parpadearon de negro a
azul pálido de nuevo con tanta rapidez que ella casi se lo perdió.
Un escalofrío de hielo recorrió su espalda. Qué rápido había
pasado de ser un chico tiritando bajo la lluvia a algo cruel.
—¿Uno de tus dioses no puede ayudarte?
Ella miró hacia abajo. Lejos de sus ojos pálidos que eran
demasiado capaces de ver una parte de ella que ella no creía que
nadie más viera. La chica que simplemente no sabía qué hacer.
Tal vez él era la razón por la que esa chica estaba allí, sus palabras
levantaron un océano de dudas dentro de ella. Y como él era
Malachiasz Czechowicz, no necesitaba que ella se lo explicara. Sus
ojos se abrieron, su expresión se quebró tristemente.
—Oh, —dijo él, gentilmente de una manera que ella no quería
porque no quería nada de él que pudiera hacerla perdonarlo.
—Detente, —dijo ella, porque estaba siendo atraída por este chico
terrible y torpe más allá de toda razón. Y ella tenía que luchar
contra eso. Ella no se atrevería a dejar que le mintiera de nuevo.
Él le dio una leve sonrisa salvaje. Cruzó sus manos tatuadas sobre
la mesa y se inclinó para inspeccionar el mapa.
—¿A dónde vamos?
—No te he dicho cuál es el plan.
—Lo harás. Estoy seguro de que es algo particularmente
desaconsejado que irá en contra de mi tierna sensibilidad...
—¿Tienes eso?
Él se tomó un momento de pensativa contemplación antes de
negar con la cabeza con nostalgia.
Se le escapó una risa. Y su corazón vaciló ante la forma en que su
sonrisa se transformó en una sonrisa genuina, más tranquila que
antes, su brillo anterior se atenuó. Sus dientes un poco más
afilados, la oscuridad aún más presente en sus bordes. Cada
pequeña faceta de él que estaba un poco fuera de lugar antes se
había vuelto completamente monstruosa.
Ella suspiró profundamente y señaló un punto en el mapa. Él lo
miró antes de levantarse y llegar al otro lado de la mesa. Se inclinó
sobre su silla. Ella no podía decir el rostro de él había palidecido
o si su tez era tan enfermiza en la tenue luz de la granja.
—Eso está al otro lado de Kalyazin, —dijo él. Un crujido en su
voz confirmó que sí, definitivamente estaba más pálido.
—Si.
Se frotó la mandíbula, perplejo, y preguntó distraídamente: —
¿Quién es el chico?
Ella le lanzó una larga mirada, sin saber si estaba hablando en
serio. Él levantó las cejas.
—Su nombre es Konstantin. Crecimos juntos en el monasterio.
—Ah, —dijo Malachiasz.
—Él ha estado en las Minas de Sal.
—Ah.
Él tiró de un trozo de hueso que estaba enhebrado en su cabello,
buscando ansiosamente algo que hacer con sus manos.
Nadya no podía imaginarse si el pequeño trozo de columna era de
un animal o algo... más grande. Decidió no pensar en eso. Ella se
apartó de él y él regresó a su asiento frente a ella. La tensión volvió
a atravesar la habitación mientras pasaba la relajación temporal
entre ellos.
—¿Has tomado en consideración que puedo negarme a cruzar
todo tu gélido país por alguna otra razón solo porque me lo
pediste?
—Ciertamente podrías, —respondió ella. —Y ese sería el final de
esto. —Y el fin de lo que sea que nosotros teníamos. Pero quizás eso sea
mejor. Se separarían aquí, ahora, y ella ya no tendría que llevarlo
a su propia destrucción. Él sobreviviría un poco más; ella también.
Ella no tendría que mentir así.
Él frunció el ceño.
—No te voy a atrapar aquí, Malachiasz.
Cada vez que ella decía su nombre había un segundo en el que sus
ojos parpadeaban y su cuerpo se estremecía, donde él se acercaba
un poco más a la apariencia de algo humano y ella lo tenía por un
poco más de tiempo antes de que él diera un paso atrás hacia el
monstruo.
Él tosió como si su pecho se estuviera hundiendo. Había sangre
en sus labios que rápidamente secó.
—A riesgo de sonar sospechosamente serio, —dijo él con cuidado,
con voz ronca, —me gustaría ayudar.
—Podrías cambiar de opinión cuando te diga para qué te necesito,
—murmuró ella bajo sobre el mapa. —Y tienes razón, es
sospechoso.
Cuando miró hacia arriba, él la estaba mirando. No, estudiándola,
como si quisiera recuperar los meses perdidos que habían pasado
separados. La sensación era ridícula. Apenas se conocían desde
hacía un año, menos, en verdad. Él había mentido sobre todo.
Cualquier cosa más de él era otro juego para volver a agradarle.
Excepto... ¿cuál sería el punto? Ella ya había hecho todo lo que él
quería que hiciera.
¿Y si estaba siendo honesto con ella?
Nadya se encontró con sus helados ojos pálidos. Esto iba a ser más
difícil de lo que pensaba.
CAPITULO 17
SEREFIN MELESKI
Svoyatovi Arkadiy Karandashov: Tsarevich de Kalyazin, unió
el este y el oeste. Se han realizado muchos milagros sobre su
tumba.
—Libro de los Santos de Vasiliev
SEREFIN MELESKI
Serefin solo duró unos segundos sin la tela atada sobre sus ojos. Él
había perdido el izquierdo por completo, y el derecho vacilaba
tanto que solo podía dar unos pocos pasos hacia Nadya sin querer
vomitar por los horrores que le arañaban la vista. Su cabeza latía
con un dolor casi cegador mientras se movía lentamente hacia
donde había caído el muro de magia.
—¿Crees que hemos desatado algo al hacer eso? —él preguntó
amablemente, mirando lo poco que podía ver a través de la fina
tela.
Nadya tragó saliva. —Ni siquiera pensé en eso, —susurró.
Malachiasz se había ido, lo que no era una gran sorpresa para
Serefin, pero Nadya había palidecido considerablemente. ¿De
verdad pensaba que él estaba lo suficientemente completo como
para ayudarlos?
—Él... —ella comenzó y se detuvo, su voz temblaba
peligrosamente. —Él era tan normal antes. No pensé...
Serefin puso una mano en su hombro con mucho cuidado, con
cuidado, ya que realmente él no podía ver dónde estaba, y apretó
suavemente. Ella se estiró y puso su mano sobre la de él.
—Tú también estás en mal estado, —ella dijo.
Él se encogió de hombros, sobre todo para enmascarar su puro
terror. Decididamente no estaba bien, pero ¿qué podía hacer él
realmente al respecto?
—Vas a dejar salir al resto, —siseó Velyos. —Déjame todo lo demás a
mí. Esos dos se destrozarán y terminarán nuestro trabajo por nosotros.
Te voy a expulsar.
—Disfrutaré mucho verte intentarlo. Ayúdame y tendrás la oportunidad
de matar a esa criatura.
¿Puede ser asesinada?
—Querido muchacho, cualquier cosa puede ser asesinada. Incluso los
dioses.
Él miró a Katya, cuyas facciones se habían mantenido suaves y
extrañamente despreocupadas.
No sería un viaje largo hasta el templo en la base de las montañas.
Nadya había calculado como máximo una semana. Pero podrían
pasar muchas cosas una vez que cruzaran la frontera manteniendo
a raya toda esa locura divina.
Kacper se acercó a Serefin y con cautela envolvió su brazo
alrededor de la cintura de Serefin.
—Necesitas ayuda, —él murmuró en su oído. Rozó su nariz
contra la mejilla de Serefin. —Déjame ayudar.
Se inclinó hacia Kacper y asintió con cansancio. —Ellos se están...
él se está apoderando de mí, —dijo él. Nadya se tensó al otro lado.
—Si empiezo a sonar extraño, o si... hago algo y está claro que
no... bueno, no soy yo, entonces... noquéenme. Es horrible cuando
estoy dormido, pero podría ser más fácil manejarme.
—Serefin... —murmuró Nadya.
—No hay nada que hacer, —dijo Serefin, falsamente alegre.—
¿Deberíamos irnos?
Nadya se colocó un mechón de cabello detrás de la oreja. No lo
había trenzado y le colgaba suelto sobre los hombros. Ella cogió
el libro de hechizos de Malachiasz de donde estaba tirado en el
suelo y lo miró antes de entregárselo a Parijahan. Rashid la
abrazó.
—Eso lo rompió, —la oyó decir Serefin. —Yo no lo hubiera
pedido si realmente hubiera pensado...
Rashid besó un lado de su cabeza. —Él ya estaba roto. Él quería
ayudar. Él nos dio eso.
Ella asintió con la cabeza, retrocedió y se secó rápidamente los
ojos. Se volvió hacia Serefin. —Vamos.
Kacper le tomó la mano. —Solo confía en mí, —murmuró
Kacper. —Llegaremos al otro lado de esto como lo hacemos con
todo lo demás.
Kacper empujó su frente contra la sien de Serefin y sus labios se
encontraron a un susurro de un beso. Serefin se inclinó hacia atrás
y se aseguró de que la venda de los ojos estuviera firmemente
atada contra su cabeza, y Kacper tiró de él hacia adelante.
CAPITULO 37
NADEZHDA LAPTEVA
Un cuchillo se tuerce en las entrañas del divino mientras él espera
y mira, él sabe que caerán, siempre caen, nada es eterno excepto
la oscuridad.
—El Volokhtaznikon
SEREFIN MELESKI
PARIJAHAN SIROOSI
SEREFIN MELESKI
Lo estaba devorando.
De alguna manera él había llegado al lugar donde estaba destinado
a estar; el tirón en su pecho se había calmado. Y cuando él
parpadeara, estaría en un bosque, sombrío y oscuro, y luego todo
se volvería borroso y los huesos quedarían esparcidos hasta donde
alcanzaba la vista.
Y entonces él se sentó porque estaba muy cansado. Había luchado
durante tanto tiempo. Él quería dormir. Seguramente estaría bien
si dormía. Nada le haría daño, lo necesitaban, lo necesitaban para
despertar a los que dormían.
Él se acostó.
Y el bosque, tenía hambre. Sabía lo que había entrado en él, sabía
que esos grandes poderes que habitaban dentro y alrededor y entre
y debajo de sus árboles tenían grandes planes para los pequeños
insectos que correteaban alrededor mientras miraba.
Serefin no sabía cómo podía sentir el bosque. Él cerró los ojos. No
se dio cuenta de que el musgo comenzó a crecer sobre su mano,
mientras las raíces de los árboles comenzaban a envolver sus
piernas y lo inmovilizaban cada vez más en la tierra blanda. De
repente pudo sentir el hambre de todo lo que le rodeaba. El
hambre empalagosa y desgarradora giraba hacia Malachiasz por
dentro y por fuera. Este dolor que se instaló en el centro de todo
ser que se llamaba a sí mismo un dios, que se llamaba a sí mismo
más viejo que la tierra misma, este deseo de ser necesitado y
querido y de hacer cuando estaban tan lejos y no podían hacer nada
más que sugerir y tallar y tener paciencia.
El musgo subió más por el brazo de Serefin.
Era esta hambre lo que empezó a comerse a Serefin por dentro.
No era natural para él; él no lo quería. Pero por un segundo,
entendió lo que era ser Nadya, alguien que aceptaba su lugar en
este ámbito de poder que era demasiado vasto para comprender.
Y él entendió lo que era ser Malachiasz, quien arañaba por más y
trataba de arreglar todas las piezas solo para verlas caer. Quien
luchaba para convertirse en algo mucho más allá de un mortal y
sabe que duele y sigue deseando, sigue alcanzando y sigue viendo
cómo todo cae al suelo, esperando que si tan solo llegara un poco
más lejos, todo estaría bien.
Él podía sentir a Kacper y su pánico y desconcierto y un amor
incansable por Serefin que él no podía comprender merecer. Y
Parijahan, la reina, ella se tranquilizó con la canción. Dándole la
espalda y tomando una decisión. Una nota discordante resonando
a través de él, dolorosa. La tsarevna que caminaba por el bosque
con una extraña calma que los demás no tenían. Quién sabía que
este lugar no la tocaría porque ella conocía el momento de su
propia muerte y no era este.
Él se hundió más.
¿No se suponía que él debía estar peleando contra algo?
Él era Serefin Meleski y la pelea era todo lo que él tenía porque el
bosque se estaba llevando todo lo demás: Velyos estaba tomando
y tomando, con sus dedos largos y pálidos y sus ojos insondables
parpadeando desde el cráneo de un ciervo. Mientras diseccionaba
a Serefin en partes utilizables y lo empujaba más y más hacia abajo
hasta que los árboles crecieron sobre él y él no era nada y todo y
esto estaba sucediendo de nuevo, ¿cómo estaba sucediendo esto de
nuevo?
Él estaba demasiado cansado para luchar. Él dejó que sucediera.
La clave era rendirse. No fue un acto dramático y radical,
despertar a quienes habían dormido durante miles de años. Todo
lo que hizo falta fue resignación. Todo lo que hizo falta fue un
chico diciendo que ya había tenido suficiente y dejar todo.
Dejar que el bosque lo destruya.
Él no sabía si lo volverían a juntar, al final, si había un final, si
algo terminaría alguna vez o si esto seguiría y seguiría y él
alimentaría este bosque por la eternidad.
—Eres profundamente melodramático, espero que lo sepas.
Un destello en su conciencia. Serefin todavía estaba medio
disperso, muchas partes dispares tiradas al viento, apenas quedaba
la forma de un chico.
—No se puede dormir con el cambio de edad, —dijo Velyos. —Dulce
como puede sonar. Levántate, rey de Tranavia, rey de oro, rey de sangre,
rey de polillas, hay mucho más por hacer.
Pero se habían dado los primeros pasos. El bosque se estremeció
cuando aquellos que había tenido a su alcance durante tanto, tanto
tiempo comenzaron a parpadear y despertar.
Allí estaba Velyos, finalmente arañándose su camino hacia el sol
después de siglos. Él se había despertado atado, consciente pero
atrapado. Y ahora era libre de vengarse de quienes lo habían
atado. El dios del inframundo y de los ríos y de los trucos.
Y Cvjetko, que había estado al lado de Velyos cuando llegaron al
último tramo de los tronos de Peloyin y Marzenya. Por sus
coronas hechas de tierra, hueso y sangre. Un dios de tres cabezas
y tres seres y tres elementos que no coexistían pero vivían en una
constante tormenta.
Zlatana, de los pantanos y la maleza y los monstruos que
habitaban en los rincones oscuros del mundo indómito. Tan
enojado por haber estado atrapado durante tanto tiempo por tan
poco.
Zvezdan, de la oscuridad de las aguas.
Ljubica, de lágrimas eternas. Lágrimas y duelo y angustia y
oscuridad, oscuridad, oscuridad.
Y... Chyrnog, el último y de un tipo de oscuridad muy diferente.
Serefin estaba desconcertado. Había más aquí de lo que pensaba.
—Cinco inferiores, en el gran alcance de las cosas. Nosotros que estamos
debajo de los que están arriba, o, en este caso, abajo, —dijo Velyos con
picardía. —Chyrnog es el más antiguo, el más viejo, ha estado durmiendo
más tiempo. Él es quien dará la vuelta a este mundo y lo renovará. Él es
quien te ayudará en la segunda parte de tu búsqueda, joven rey. Él te
devolverá tu corona.
Serefin sintió que algo horrible comenzaba a moverse.
Y, no por primera vez, se preguntó si, quizás, él había cometido
un terrible error.
Serefin se hundió.
CAPITULO 39
NADEZHDA LAPTEVA
Sería demasiado fácil pensar que estas circunstancias se han
malinterpretado a lo largo del tiempo. Que la magia es una
simple cuestión de conexión divina entre mortal y dios sería una
suposición arriesgada. ¿Y qué de Tasha Savrasova, que no fue
tocada por ninguno de los dioses —su forma se retorció en algo
parecido a los Buitres de Tranavia— y sin embargo ella tenía
divinidad en sus palmas? ¿Qué de ella?
—Las Cartas de Włodzimierz
SEREFIN MELESKI
Serefin apretó la daga de hueso con tanta fuerza que temió que la
empuñadura pudiera romperse. La escena le había dejado una
marca. Un monstruo de partes cambiantes y dientes afilados y
garras que destruyen el de hielo, nieve y muerte. Un dios hecho,
un dios asesinado.
Serefin solo tenía una última cosa que hacer antes de poder
dormir. Atrás quedaron todos los pensamientos de regresar a
Tranavia y reclamar su trono. Atrás quedaron los pensamientos
de salir de esta montaña. Si él se ocupaba del monstruo que tenía
delante, su hermano menor, podría dormir. Él podría dormir para
siempre.
Eso sonaba bien para Serefin, incluso agradable. Una polilla
revoloteó contra su hombro. Él se la quitó distraídamente. Ella
regresó con más urgencia.
Él la aplastó en su mano. No había tiempo para eso.
—Malachiasz, —llamó Serefin, y su voz sonó incorrecta en sus
oídos.
El monstruo se volvió y, lentamente, de mala gana, abandonó a la
clériga, que yacía jadeando y cubierta de sangre en la nieve.
—Vamos, —dijo Serefin, con voz más suave. —No sé si lo sabes
desde hace mucho tiempo, o si lo sabes en absoluto, o si se necesita
trascender mágicamente el tiempo y el espacio para desenterrar los
recuerdos que los Buitres encerraron, pero tenemos que hablar, tú
y yo .No vale la pena volverse contra ella. Bueno, tal vez lo sea,
ella es el enemigo, pero tú lo lamentarías.
Nadya dejó caer la cabeza hacia atrás en la nieve, cubriéndose el
rostro con las manos.
Malachiasz dio un paso más hacia Serefin. Retorciendo, agitando,
batiendo, dientes y extremidades y caos y locura hasta que se
calmó.
Tranquilo.
Estrechando, más lento y más suave, hasta que todo lo que estaba
frente a Serefin era un chico, más alto que él, más joven que él,
aterrorizado y confundido.
El chico de pie en el pasillo de Grazyk, las lágrimas corrían por
sus mejillas polvorientas cuando él comprendió exactamente lo
que significaba su poder. Serefin no había entendido, ese día, lo
que él había hecho. Obligar a Malachiasz a revelar su poder a ese
Buitre lo había condenado. Serefin lo había condenado. Y, tal vez,
los Buitres estaban donde pertenecía Malachiasz, pero si no
hubiera sido por él, Malachiasz aún podría haber sido
simplemente un chico noble criado en Grazyk. Malachiasz podría
haber sabido que eran hermanos mucho antes de esto.
El corazón de Serefin se apretó en su pecho. Él dio un paso más
cerca.
—Lo lograste, —continuó Serefin. —Ese gran disturbio contra tus
enemigos.
—No está terminado. Yo no he terminado, —dijo Malachiasz
desesperadamente. —Eso fue solo uno y hay tantos...
—¿Y qué pasa entonces?
Malachiasz parpadeó. Abrió y cerró la boca, lamiendo sus labios
agrietados y sangrantes.
—¿Qué pasa cuando derroques este imperio divino?
—Lo hago mejor, —dijo Malachiasz. —Hago que Tranavia sea
mejor.
—No puedes hacer eso, —respondió Serefin.
La forma en que Malachiasz lo miraba: dolor e ira y una profunda
tristeza. Él lo sabía.
—Ha pasado mucho tiempo, —dijo Serefin a la ligera. —Te
extrañe.
—No lo suficiente, —escupió Malachiasz, dando un paso atrás.
Se llevó las manos a las sienes. Sus rasgos todavía cambiaban, ojos
parpadeando abiertos, dientes arañando su piel donde no debería
haber dientes, solo para que sanara, pero esto no era nada como
esa monstruosa exhibición de divinidad. —¿No lo suficiente para
decírmelo?
—No lo sabía.
—Eres un mentiroso.
—Lo soy. —Serefin se encogió de hombros. —Un mentiroso. Un
asesino. Un borracho. Tú no eres mejor. Un mentiroso. Un
asesino. Un monstruo. Qué par hacemos. Los reyes de Tranavia,
un par de hermanos inútiles.
Malachiasz se estremeció como si lo hubiera golpeado. Serefin dio
un paso con cautela, finalmente llegando al otro chico.
Malachiasz se rasgaba ansiosamente las uñas, sus bordes
temblaban como si estuviera a segundos de convertirse en el
monstruo.
Malachiasz tragó saliva. Sus ojos pálidos estaban vidriosos por las
lágrimas. —Hermano, —murmuró.
Y fue el vacío roto y hueco en la voz de Malachiasz, las lágrimas
corriendo por sus mejillas manchadas de sangre, lo que hizo
pedazos lo que quedaba de Serefin. Él no era tan cruel como
pensaba. Serefin no podía hacer esto. El chico parado frente a él
no era solo un Buitre traidor que intentaba arruinar la vida de
Serefin. Él era más que eso. A Serefin le quedaba tan poca familia
que él no podía matar al hermano que nunca había conocido.
Malachiasz había hecho de su vida un infierno absoluto y eso era
una cosa, pero Serefin no podía compensarlo con otro asesinato.
Serefin dejó caer la mano de la daga de hueso en su cinturón.
—Sin duda soy la última persona de la que quisiste escuchar eso,
—dijo Serefin. —Y, honestamente, podría haberlo hecho mejor en
el área del hermano menor, pero...
Se sorprendió cuando Malachiasz lo abrazó de un tirón, sus
hombros temblaban por los sollozos. Serefin se quedó paralizado,
cautivo por lo mucho que había extrañado a Malachiasz y lo
mucho que lo detestaba y lo odiaba, pero no podía soportar verlo
tan destrozado. Él le devolvió el abrazo.
El mundo brilló, deformado cuando Serefin perdió el control de
su ojo izquierdo. Fue un sangrado lento, las sombras se deslizaron
en la esquina de su visión, y su mano envolvió la empuñadura de
la daga, sacándola de su funda.
No. Te he dado suficiente. Has tomado suficiente, pensó Serefin,
luchando, tratando de soltar la hoja, tratando de que Malachiasz
se alejara y viera lo que estaba a punto de suceder para que al
menos pudiera intentar detenerlo.
Pero él no tenía el control. Él era completamente incapaz de mirar,
de sentir, mientras su mano apretaba la daga con fuerza. Su otro
brazo abrazando a Malachiasz a cambio.
—Adiós, hermano, —susurró su boca al oído de Malachiasz.
Un desgarro cuando él se apartó de Malachiasz. La daga se clavó
en el pecho de Malachiasz. Malachiasz se puso rígido, su
exhalación de dolor. La sangre caliente que se derramaba sobre la
mano de Serefin.
Él dio un paso atrás. Él estaba llorando. Esto no era lo que él
quería, él no había querido matar a Malachiasz.
Fue vagamente consciente del grito de angustia de Nadya.
Él tenía que tomar el control. No podría terminar así. Él no viviría
así. ¿Cuál sería el maldito punto?
Cada vez que Velyos o Chyrnog le hablaban, cada vez que sucedía
algo extraño y divino, empezaba igual. Su ojo izquierdo le dolería
y comenzaría a sangrar, su visión se volvería borrosa. Su ojo
izquierdo era el problema.
No había ningún hechizo que lanzar, ninguna magia para romper
esta conexión. Los divinos eran demasiado fuertes y Serefin era
demasiado mortal. Una polilla aterrizó sobre su ojo izquierdo,
obligándolo a cerrarse. El ojo ansiaba ver y controlar a Serefin y
usarlo para más asesinatos, más ruina de este mundo para poder
deleitarse con el sufrimiento dejado a su paso.
Él necesitaba sacarlo.
Fue un impulso, una bestia irracional e incontrolable. Nadie le
estaba prestando atención. Nadie notó sus manos serpenteando
por su rostro. No se necesitaría mucho. Los ojos eran frágiles, y
este era más débil que la mayoría.
Esto lo terminaría.
Había un peligro muy real de desangrarse aquí. Y existía el peligro
igualmente real de que Nadya lo dejara aquí para pudrirse como
se merecía.
Pero él tenía que sacarlo.
Cortar el ojo, cortar lo divino. Era tan fácil. Tan sencillo. Si tan
solo lo hubiera hecho antes de llegar a este lugar infernal. Antes
de que sucediera lo peor.
El dolor era un amigo familiar para Serefin. ¿Qué era un poco más
de dolor?
Él dudó. Seguía dudando. Ese pequeño instinto humano que evita
que el cuerpo se dañe a sí mismo lo empujaba.
Pero él no tenía control sobre su ojo izquierdo.
Ya ni siquiera era suyo.
Y si no era suyo, ¿qué hacía en su cuerpo? Él tenía que sacarlo.
Tenía que expulsarlo.
Tenía que arrancarlo.
Y sus dedos estaban pinchando la cuenca del ojo y esa vocecita
punzante, ese pequeño y cuidadoso instinto, se quedó en silencio.
Se oscureció. Le dejó arañar, lo dejó sangrar, hacer palanca y
cavar hasta que algo cedió. Había tanta sangre, tanta sangre,
Serefin se mareó porque incluso el estallido de dolor no fue
suficiente para noquearlo. Él había sobrevivido demasiado. La
dolorosa agonía no era suficiente para apagarlo y finalmente
dejarlo dormir. Quizás él nunca dormiría. Quizás esta era su
condena. Sacarse el ojo y nunca dormir, nunca soñar, nunca
conocer otro momento de descanso. Él había sido tomado por
estos dioses, reclamado, y él nunca sería libre.
Algo se rompió.
Eso no había querido romperse. Cuerpos tan frágiles, tan
mortales, pero tan resistentes bajo presión. Ellos no querían
romperse. Pero se rompieron, se partieron, el trozo de carne que
mantenía su ojo clavado en la cuenca, que le dejaba ver, le hacía
sentir, se partió en dos.
Y, por primera vez en meses…silencio.
Serefin rompió la conexión con los dioses.
Su ojo izquierdo cayó al suelo, un caos de estrellas.
CAPITULO 43
NADEZHDA LAPTEVA
Codicioso, él es, Chyrnog, codicioso de darse un festín con todo lo
que desea. El poder de Alena descansa en el cielo y él anhela,
tiene hambre, y si lograra escapar, si rompiera los lazos que lo
atan, la devoraría.
—El Volokhtaznikon