Está en la página 1de 4

Sueño eléctrico

Me pareció verlo a lo lejos sentado en la banca interna del parque.


Cabello semi corto, desordenado, grueso, seco y sin peinar. Mirada
caída, lentes delgados, piel afectada por el ambiente y una ropa
descuidada y mal cuidada. Era Carlos. Hace mucho tiempo no lo
veía. Habían pasado casi dos años desde aquel encuentro en el
funeral de su padre. Después de ese día no volvimos a hablar. Me
había ido de la ciudad para huir de los fantasmas y él se había
internado en la clínica para sobrellevar el duelo por la muerte de su
padre, la lejanía de su madre y el misterio casi insignificante que
era su hermanastra.

Notó mi mirada y de forma esquiva miró de reojo para simular una


invitación evasiva que seguí. Sus zapatos, camisa y barba estaban
descuidados. Su rostro había cambiado. Quizá era la barba. Me
conmovió su incomodidad. Típica de alguien que no sabía procesar
la compañía.

Sin cortesía alguna me dijo, —No quiero hablar con nadie del
pasado. En realidad, no quiero hablar con nadie. A medida que el
tiempo pasa, resta el número de personas con las que me entiendo.
Por favor no se acerque si vendrá a saber de mi vida y luego se irá.
Ahórreme la molestia, el desgaste y la tristeza. —Lo miré y asentí
con la cabeza.

—No me interesa ser amable con usted. En verdad no recuerdo


muy bien que es. —Pude notar un leve temblor en sus manos.
—Si fue amigo de mi padre déjelo seguir sin memoria. Si sabe algo
malo de mi madre no lo diga y si mi hermana ha aparecido por
favor no le diga donde estoy. —Seguí guardando silencio.

—No quiero hablar, pero a la vez pareciera lo necesitara hacer


después de salir desecho, estupidizado y perdido de la noche
anterior. El insomnio me agota. Ya no tengo recuerdos ni
presentimientos. No sé quien soy. Los días me parecen inútiles.
Salgo a esta hora para poder intentar dormir. El nacimiento de la
luz me da la ilusión de que algún sueño podré encontrar en el día.
—Lo miré a los ojos. Tenía los tenía rojos, hinchados y rotos.

—No me interesa saber de su vida. Si le fue bien con su trabajo, si


tiene hijos, familia, esposa o tiene innumerables problemas. No me
interesa. No me importa su lucidez en forma de consejos. Déselos a
sus hijos que son los únicos obligados por más de diez y seis años a
escucharlo. —Sentía tristeza por él y en parte por mí. A pesar de
tener un trabajo, una casa y uno que otro momento de afecto sentía
que en unos años llegaría a pensar con la lucidez terminal de él.

—Mire. Usted podría acabar conmigo en este mismo momento y lo


agradecería. Si no se lo digo al morir sepa usted que estaría
agradecido. Me siento en libertad. En la que otorga la certeza de la
muerte. Mis días no tienen sabor porque vengo siendo preso de la
obligación de tener un sentido. Soy tan común como usted, un
religioso, un filósofo o un amante rechazado. —No tenía nada
mejor o peor que decirle. No quería dejarlo solo. Quizá yo sería la
última o primera persona que vería.
—Podría parecerle un ser pusilánime. Débil, mimado y prepotente.
Me da igual. Soy más pequeño que usted y otras personas. Mi
debilidad sobrepasa el entendimiento. Ella me hace comprender
que nadie puede conservar su soledad si no sabe hacerse totalmente
insoportable. —Sus manos temblaban más. Le ardían los ojos y su
posición corporal me decía en silencio que no se me ocurriera
tocarlo para un abrazo cortés.

—No puedo más. Quien quiera que usted sea. Apiádese de mí. No
puedo conmigo. ¿Cómo puede cargar con usted mismo y con otros?
Acompáñeme a mi casa. Arrópeme por favor. Ya me dio calor. —
En silencio asentí y lo seguí. Sus pasos eran rápidos. Le seguí el
ritmo. Una fachada roja, escaleras empinadas, y muebles repartidos
de forma desordenada. Su cuarto parecía lleno de sueños. Fotos por
doquier. Libros en el suelo. Arvo Part sonando a volumen
moderado. Platos debajo de su cama y pastillas que parecía tomar
con regularidad.

—¿Quiere acostarse conmigo? Finja que es alguien que me quiere


de toda la vida. —Había pasado una hora desde que comencé a
hablar con él. Hoy al parecer no iría al trabajo y a ningún otro día.
Me recosté a su lado, lo rodeé, le acaricié el cabello y me junté a su
espalda como si hubiera sido el hermano/amante/amigo
desconocido que nunca tuve o el padre que nunca tuve.

Una vez sentí su respiración fuerte junto a un ronquido suave me


levanté, abrí la puerta y traté de salir sin ruido. Fui a mi casa, me
sumergí en la bañera tibia para acariciar un poco mi piel. Luego
comencé a usar el secador para darle a mi cabello un viento cálido
y simple que apaciguara el día. Me sentí somnoliento, al parecer
mis venas rotas y sangrantes empezaron a arrullarme. Y cómo si
fuera una almohada tomé el secador y me dispuse a dormir un
sueño eléctrico del que no despertaría jamás.

También podría gustarte