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66 CORDON W. ALLPORT Y LEO J.

POSTMAN

LA PSICOLOGIA BASICA DEL RUMOR

GORDON Vf. ALLPORT y LEO J. POSTMAN

LOS RUMORES EN TIEMPO DE GUERRA

En 1942 el rumor pasó a ser un problema nacional de considerable urgencia. Su


primera manifestación peligrosa se hizo sentir muy pronto después del trauma
inicial de Pearl Harbour. Este acontecimiento traumático dislocó nuestros cauces
normales de comunicación al introducir una censura de noticias desconocida hasta
entonces y poco grata, aunque al mismo tiempo resultaba relativamente moderada,
y simultáneamente dislocó las vidas de millones de ciudadanos cuyo futuro pasó
de pronto a ser muy incierto.
Esta combinación de circunstancias creó un terreno abonado para la propaga­
ción de rumores. Sabemos ya que los rumores sebre un tema determinado circulan
en un grupo en, proporción a la importancia y ambigüedad de dicho tema para las
vidas de los individuos que son miembros de dicho grupo
El asunto de Pearl Harbour tenía una gran importancia y ambigüedad para casi
todos los ciudadanos. Era importante debido al peligro potencial que presentaba
para todos nosotros y también debido a su secuela, es decir, a la movilización que-

Tomado de Transactions of tre New York Academy of Sdenies, Senes II, 1945, V III,
61-81. Reproducido con la debida autorización de los autores y del editor.
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afectó la vida de todo el mundo. Y era ambiguo porque nadie parecía seguro de
la amplitud, razones y consecuencias deí ataque. Como las dos condiciones de
todo rumor —importancia y ambigüedad— alcanzaban un punto máximo, nos en­
frentamos con un flujo sin precedentes de lo que más tarde recibió el nombre de
«rumores de Pearl Harbour». Se dijo que nuestra flota había quedado «barrida»,
y que Washington no se atrevía a decir hasta qué punto habían sido grandes los
daños sufridos y que Hawai estaba ya en manos de los japoneses. Tan difundidos
y desmoralizadores eran esos bulos que el 23 de febrero de 1942 el presidente
Roosevelt dedicó toda una charla radiofónica a negar tan perniciosos rumores y a
confirmar el informe oficial sobre las pérdidas sufridas.
¿Esta garantía solemne dada por el comandante en jefe devolvió la confianza
al pueblo y eliminó los bulos basados en el temor y en el recelo? Casi por casualidad
tuvimos ocasión de conocer ciertos datos objetivos sobre esta cuestión. El 20 de fe­
brero, antes de hablar el presidente por la radio, preguntamos a unos doscientos es­
tudiantes á t .college si consideraban que nuestras pérdidas en Pearl Harbour eran
«mayores», «mucho mayores» o «no mayores» que las que se habían citado en el
informe oficial dé Knox. El 68 por ciento de los estudiantes habían creído los ru­
mores desmoralizadores de preferencia al informe oficial e insistieron en que las
pérdidas eran «mayores» o «mucho mayores» de lo que decía Washington. Y enton­
ces se produjo la charla del presidente. El 25 de febrero se hizo a un grupo equiva­
lente de estudiantes la misma pregunta. Entre los que no habían leído u oído la
diaria, la proporción de los que creían en el rumor seguía siendo de unas dos terce­
ras partes, aproximadamente. Pero entre los que habían oído la charla del presi­
dente el número de personas que creían en el rumor disminuyó en un 24 por ciento.
Es importante destacar que, a pesar de los esfuerzos denodados de la autoridad má­
xima por mitigar la ansiedad, el 44 por ciento, aproximadamente, de la población
estudiantil examinada se sentía demasiado profundamente afectada por el aconte­
cimiento y por los rumores consiguientes y por ello no podía~aceptar esa afirmación
tranquilizadora del presidente.
El año 1942 estuvo caracterizado por oleadas de rumores análogos inspirados
en el miedo. Se desorbitaban las pérdidas sufridas en la guerra marítima. Knapp
cita el caso de un barco carbonero que se hundió accidentalmente cerca del canal
del cabo Cod. Tan grande fue la ansiedad de la población de Nueva Inglaterra que
ése incidente se convirtió en un relato fantástico de un barco norteamericano tor­
pedeado en el que morían miles dé enfermeras que iban á bordo (1944).
Como ya hemos dicho, esos bulos incontrolados se dében a la gran importancia
del sujeto para el ciudadano medio y a la ambigüedad que tiene para él la situa­
ción objetiva. Esta ambigüedad puede derivarse de un fallo de la comunicación, o
de la falta total de noticias auténticas, lo cual suele ocurrir a veces en los países
que están en guerra o en los grupos aislados de soldados que no tienen fuentes
de noticias dignas de confianza. También puede deberse su ambigüedad al hecho
de conocer noticias que son contrapuestas y que no son más creíbles las unas que
las otras. También puede ocurrir (como en el caso de los bulos sobre Pearl Harbour)
que muchas personas no se fíen de la sinceridad de la administración y de la cen­
sura militar. Según fue progresando la guerra, se logró rápidamente un mayor
gradó de confianza en nuestro servicio de información y los rumores remitieron en
esa misma proporción.
Además dé los rumores de 1942, que persistieron hasta que empezó ya a verse
daro d horizonte de la victoria, existe un número mucho más grande todavía de
rumpres basados en la hostilidad cuyo téma se refiere siempre a los defectos, des-
lealtad o ineficacia de un grupo especial de cobeligerantes. Las víctimas más fre­
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cuentes de esos rumores fueron el Ejército, la Armada, la Administración, nuestros


aliados o los grupos minoritarios de los Estados Unidos. Se nos contó entonces
que el ejército derrochaba vacas enteras, quedos rusos engrasaban sus armas con
ía mantequilla que les habíamos prestado, que los negros estaban haciendo depó­
sitos secretos de picos de hielo para preparar la sublevación y que los judíos pro­
curaban emboscarse para no hacer el servicio militar e ir al frente.
Estos rumores basados en la hostilidad fueron los más frecuentes de todos. Un
análisis de mil rumores recogidos en todas partes del país en 1942 (Knapp, 1944)
pone de manifiesto que se podían clasificar bastante bien del modo siguiente:

Rumores basados en la hostilidad ......... =■ 66 %


Rumores basados en el miedo ... ... ........ = 25 %
Rumores basados en el deseo ... ... ... ... = 2%
Rumores no clasificabas ... ... ... ... ... = 7%

La proporción de rumores basados en el terror y en el deseo cambió muy pron­


to. Al irse acercando la victoria, especialmente en vísperas del día de la victoria
en Europa y sobre el Japón, el torbellino de rumores se referían casi por completo
a la cesación de las hostilidades, en lo cual se reflejaba un fenómeno gradiente
en punto al objetivo en virtud del cual en condiciones especiales el rumor acelera
la aparición del acontecimiento deseado. Pero durante toda la guerra y hasta el
momento presente, es probablemente cierto que casi todos los rumores tienen un
carácter más o menos difamatorio y expresan hostilidad para tal o cual grupo.
La principal razón de que circulen los bulos puede formularse como sigue:
Circulan porque cumplen la dobte función de explicar y de descargar las tensiones
emocionales que sienten los individuosx.
Los rumores sobre Pearl Harbour, por ejemplo, contribuyen a explicar a quien
los cuenta la razón por la cual siente uno tan gran ansiedad. ¿No estarían justifi­
cados sus temores si fuera verdad que nuestra flota de protección había quedado
«barrida* en Pearl-Harbour? Ha tenido que ocurrir algo grave para explicar su an­
siedad. Las familias privadas de sus hijos, maridos o padres proyectan vagamente
en alguien la privación que sufren. Pues bien, los judíos, de los que se decía que se
emboscaban para eludir el servicio militar, no estaban «evidentemente* cumplien­
do con su deber y esto explicaba que recayera una pesada carga sobre los «buenos
ciudadanos». Es cierto que esta acusación no duró mucho tiempo, debido, sin duda,
a la ineludible evidencia del gran número de judíos en las fuerzas armadas y de
su heroica conducta durante la guerra. Pero cuando volvió a producirse la escasez,
surgió de nuevo la tradicional víctima propiciatoria judía como cómoda explica­
ción de las privaciones que se sufrían. Sus actividades en el mercado negro «expli­
caban» nuestras irritantes experiencias cuando se trataba de perseguir fútilmente
una chuleta de cordero para la cena.
Echar la culpa a los demás verbalmente no es solamente un modo de explicar
las propias congojas «nocionales sino también al mismo tiempo un modo de desear-
1 E n esta b rev eíó rm n la so se tienen en cuenta los rum ores verdaderam ente poco
frecuentes que parecen cum plir la finalidad dé una “comunicación f á tic a s es decir, una
form a de conversación ociosa encam inada a facilitar e l intercam bió social. Cuando se
produce un silencio en la conversación, puede ocurrir qüe u n fodivJduo “lo rellene** con el
últim o chisme que le venga a la imaginación, sin sentirse m otivado a ello por las tensiones
m ás profundas que existen siempre en el caso de la inm ensa m ayoría dé los rum ores que
se propalan.
fin este estudio no podemos presentar u n análisis m ás completo de la razón porque la
gente cree en unos rum ores y no en otros. Bsta cuestión esta cuidadosam ente estudiada
en el libro de F. H. A llport y M. Lepkin: “W artim e rum ora oi waste and special prlvilege:
why some people believe them ”, / . abnorm. soc. psychol. 1945, 40, 3-36.
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garlas o de desahogarse. Todo el mundo conoce la reducción de tensión que se


logra después de haber «cantado las cuarenta» a otra persona. Carece de impor­
tancia que la víctima de esos improperios sea culpable o no. El hecho de decir la
verdad cara a cara a otra persona, o sencillamente, de comentarla cuando ella no
está presente, tiene la extraña propiedad de reducir temporalmente el odio que
se siente hacia esa persona o —y esto es todavía más notable— de reducir en odio
que se siente hacia cualquier persona o cosa. Cuando queremos desinflar una
cámara de aire que está muy rígida podemos o bien desatornillar la válvula de
escape o bien provocar un pinchazo. El primer caso corresponde al encauzamiento
de nuestra hostilidad contra japoneses que eran la causa de nuestros sufrimientos.
El hecho de provocar el pinchazo equivale a descargar la hostilidad sobre víctimas
inocentes o propiciatorias. En uno y otro caso, saldrá el aire y se logrará una sen­
sación de descanso. Al echar la culpa a los judíos, a los negros, a la administración,
a los militares, a los funcionarios o a los políticos, sentimos un cierto alivio y nos
desahogamos de los sentimientos acumulados de hostilidad, cualesquiera que pueda
ser su auténtica causa. Por muy extraño que parezca, también se logra cierto
desahogo gracias a los «bulos». Al decirle a mi vecino que el canal del cabo Cod
está atascado con cadáveres, proyecto fácilmente al mundo exterior mis propias
agobiantes ansiedades sobre mi hijo o mis amigos que están en el frente. Tras
compartir mi ansiedad con mi amigo al haberle contado relatos exagerados de
pérdidás ó atrocidades, ya no me siento tan solo ni tan desvalido. También los
demás se sentirán prevenidos «gracias a los bulos que yo propalo». Y por consi­
guiente yo me sentiré más tranquilo.

E l pla n tea m ien to e x pe r im e n t a l

Dejando ahora a un lado el marco social más amplio d d problema, nos pregun­
taremos .cuáles son los procesos del cerebro humano que explican las deformacio­
nes y exageraciones espectaculares que intervienen en el proceso de difusión dé
rumores y que acarrean tan graves daños a la concienda y a la información
públicas.
Como es muy difícil seguir con todo detalle la pista de un rumor en la vida
cotidiana, hemos intentado, mediante una técnica experimental, estudiar el mayor
número posible de fenómenos básicos en condidones de laboratorio rdativamente
bien controladas.
Nuestro método es muy sencillo. Se proyecta una diapositiva en la pantalla.
Normalmente/ se emplea un gráfico semi-draimático en el que hay un gran número
de detalles mutuamente relacionados. Seis o siete sujetos que no han visto esa
imagen esperan en la sala adyacente. Entonces entra uno de ellos y se le coloca
en un sitio desde el que no puede ver la pantalla. Una persona del auditorio (o el
propio experimentador) describe la imagen, dando unos veinte detalles de la mis­
ma. Entra entonces un segundo sujeto que se pone en pie junto al primero que le
ementa todo lo que sabe sobre la imagen. {Todos los sujetos han recibido la con­
signa de contar «lo más exactamente que puedan lo que han oído»). A continuación
ocupa su asiento el primer sujeto y entra un tercero que oye la historia contada
por el segundo. Cada uno de los sujetos que se van sucediendo oyen y repiten la
historia de ese mismo modo. Así pues, él auditorio puede comprobar la degenera-
ción del rumor comparando las versiones sucesivas con la imagen-estímulo que
permanece en la pantalla durante todo el experimento. Se ha empleado ese pro­
cedimiento con más de cuarenta grupos de sujetos, entre los cuales había estu­
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diantes de enseñanza superior, cadetes del ejército, miembros de organizaciones


colectivas, pacientes del hospital militar, miembros de una mesa redonda de maes­
tros, y funcionarios de policía que seguían un curso de formación profesional.
Además de esos sujetos adultos, se utilizaron niños de una escuela privada que
iban del cuarto al noveno grado. En algunos experimentos, además de los blancos
intervinieron sujetos negros, lo cual como tendremos ocasión de ver más adelante,
tuvo consecuencias muy importantes cuando las imágenes del test describían es­
cenas con un «aspecto racial».
Todos estos experimentos se produjeron ante un auditorio de 20 a 300 especta­
dores. Gracias al empleo de voluntarios, se puede eliminar él peligro de la timidez
que produce cualquier escenario público. Existió, sin embargo, una influencia so­
cial en todas las situaciones de auditorio. Se estudió la magnitud de esa influencia en
un grupo de control de experimentos cuando no había nadie presente en el cuarto
con la excepción del sujeto y del experimentador.

Fio. 1. Ejem plo del m aterial gráfico empleado en los experimentos. In fo r­


me term inal (últim o de una cadena de reproducciones) típico: «Es un
vagón del 'metro* de Nueva Y ork que va a P ortland Street. Hay una m ujer
judia y un negro que tiene u na navaja en la m ano. La m ujer lleva un
niño o un perro. El tre n va a Deyer Street, y no ocurre gran cosa**

Es necesario reconocer ante todo que en cinco aspectos esta situación experi­
mental no reproduce exactamente las condiciones de la difusión de rumores en la
vida real. 1) El efecto del auditorio es considerable y tiende a crear una sensa­
ción de cautela y a abreviar la descripción que se está dando. Cuando no existe tal
auditorio, los sujetos dan, por término medio, dos veces más detalles que cuan­
do existe el público. 2) El efecto de las instrucciones consiste en elevar al má­
ximo la exactitud y suscitar precaución o cautela. Normalmente, cuando se difunden
rumores no existe un experimentador crítico que pueda comprobar si se repite
exactamente y fidedignamente el relato. 3) No existe la oportunidad de que los su­
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jetos formulen preguntas a su informador. En el procedimiento normal de difusión


de bulos y rumores, el oyente puede hablar con quien le informa y si lo cree opor­
tuno, someterle a unas preguntas de «careo». 4) Él tiempo que transcurre desde
que se oye hasta que se cuenta la historia experimental es muy corto. En la situa­
ción normal de difusión de rumores resulta mucho mayor. 5) Y —y esto es lo
más importante de todo— las condiciones de motivación son totalmente diferentes.
En di experimento, el sujeto se afana por ser exacto. No es probable que en las
condiciones experimentales afloren a la superficie sus propios temores, odios y
deseos. En resumen, no es ese agente espontáneo de propagación de rumores que
es en la vida normal. Su interés en la difusión del rumor experimental no es ni per­
sonal ni tampoco está muy motivado.
Cabe destacar qué se pueden prever que todas esas condiciones, con la salvedad
de la tercera, realcen la exactitud del informe en la situación experimental y pro­
duzcan mucha menos deformación y proyección que en la difusión de rumores de
la vida real.
A pesar de que los experimentos no reproducen completamente las condiciones
normales de los rumores, seguimos pensando que en nuestros resultados están re­
presentados todos los cambios y distorsiones esenciales. Es posible que los rumo­
res «de interior» no sean tan vivos, tan emocionalmente entonados o tan extremos
como los rumores «de la calle» pero en ambos casos son demostrables íos mismos
fenómenos básicos.
Lo que ocurre en la vida real y también en los rumores de laboratorio es un
proceso complejo de distorsión en el que pueden advertirse claramente tres ten­
dencias mutuamente relacionadas.

L a « nivelación »

Al circular, el rumor tiende a abreviarse, a resultar más conciso, más fácilmente


inteligible y explicable. En las versiones sucesivas se emplean menos palabras y
menos detalles*
El número de detalles retenidos disminuye radicalmente al principio de la serie
dé reproducciones. Ese número sigue disminuyendo, más lentamente, durante todo
el experimento. En la figura 2 puede verse el porcentaje de detalles que se da inicial-
mente y que se conservan en cada reproducción sucesiva.
El número de puntos enumerados en la descripción de la pantalla constituye
el nivel d d 100 por 100 y todo porcentaje subsiguiente se calcula a partir de esa
base. La curva, basada en once experimentos, pone de manifiesto que un 60 por
100, más o menos, de los detalles quedaron diminados en el curso de cinco o seis
transmisiones de «boca en boca* aunque prácticamente no se produjo lapso alguno.
La curva se parece a la célebre curva de Ebbeinghaus de disminución de la reten­
tiva individual, aunque en sus experimentos él intervalo entre el aprendizaje ini­
cial-y las reproducciones sucesivas na fue tan breve como en las condiciones de
nuestros experimentos. Comparando la curvapresentecon la de Ebbinghaus, lle­
gamos a la conclusión de que la memoria social realiza tanta nivelación en unos po­
cos minutos como la que lleva a cabo la memoria individual en m as semanas.
La nivelación (en nuestros experimentos) no llega nunca hasta el punto de una
eliminación. La estilización de fci última parte de la curva constituye un resultado
de cierta importancia. Indica: 1) que es muy probable que una afirmación breve
y concisa sea reproducida fielmente; 2) que cuando el informe es breve y conciso,
el sujeto tiene muy pocos detalles entre los que elegir y se reducen las posibilidades
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de ulteriores distorsiones; 3) que el cometido resulta tan fácil que prácticamente


basta con aprenderse las cosas de memoria para conservar el recuerdo del material.
En todos los casos, los informes terminal y anteterminal son más similares que
cualesquiera otros informes precedentes.

&G. 2. Porcentaje de detalles dados inicial-


m ente que se recuerdan en cada reproducción
sucesiva

El hecho de confiar en la pura memoria resaltá probablemente más en -Jos ex­


perimentos -que en la difusión normal de rumores en los que no se tfata dé peiy
se g u irla e x a c titu d y en ios que el tiempo interfiere la retendón memorística y
también porque en la vida normal hay fuertes internes que impiden un recuerdo ai
pie de la letra. Existen, sin embargo, ciertas condiciones en lás que él hepho de
aprender las cosas de memoria desempeña un papel en la difusión normal de rumo­
res. Si al individuo no le mueve más deseo poderoso que el de entablar conversación,
quizás repita perezosamente lo que acaba de oír y en la misma forma en la que
io ha oído. Si el rumor ha llegado a ser tan breve y conciso, tan «esloganizado que
no hace falta esfuerzo alguno para retenerlo en la forma literal en que se ha oído,
entrará mi juego la pura memoria. Por ejemplo:

Los judíos son unos emboscados.


La CIO está controlada por los comunistas.
Los tusos están nacionalizando a su s mujeres.

Llegamos a la conclusión de que siempre que se transmite un material verbal


en un grupo de personas -—independientemente de que sea un rumor, una leyenda
o una historia— se producirá el cambio en el sentido de una mayor brevedad y
concisión. Ahora bien, la nivelación no es un fenómeno aleatorio. Nuestros archivos
ponen y otra vez de manifiesto que los puntos que tienen un interés parti­
cular para los sujetos, los hechos que confirman sus perspectivas y les ayudan a
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estructurar su relato son los últimos en ser nivelados y en desaparecer y a veces se


conservan hasta la reproducción final.

L a «acentuación »

Podemos definir la acentuación como la percepción, retención y descripción se­


lectivas de un número limitado de detalles tomados de un contexto más amplio.
La acentuación es inevitablemente la recíproca de la nivelación. No puede existir
la una sin la otra porque lo poco que queda de un rumor después de esa nivela­
ción es, por contraste, ineludiblemente reproducido.
Aunque en todos los casos se produce una acentuación, no siempre se hace hin*
capié en los mismos extremos. A veces un detalle trivial —como, por ejemplo, el
anuncio del metro— pasa a ser el centro de la atención y de la descripción. En torno
a él se estructura todo el rumor. Ahora bien, en la inmensa mayoría de los experi­
mentos, ese mismo detalle desaparece rápidamente y no vuelve a figurar después de
la primera reproducción.
Uno de los modos en los que parece determinarse la acentuación es a través
de la retención de palabras extrañas o que atraen la atención y que, tras aparecer
al principio de la serie, atraen la atención de todos los oyentes sucesivos y suelen
ser transmitidas con frecuencia de preferencia a otros detalles intrínsecamente más
importantes para ei relato. Puede ser un ejemplo de este efecto una serie de casos
en los que la afirmación: «hay un niño que está robando y un hombre que le amo­
nesta por dio* quedó transmitida durante toda la serie. La palabra poco común
«amonesta* atrajo la atención de cada oyente sucesivo, que la transmitió sin intro­
ducir cambio alguno.
La acentuación puede revestir también una forma numérica como ocurre en
los experimentos en los que se multiplican los puntos en los que se ha hecho hin­
capié en la descripción. Por ejemplo, en la descripción de una imagen en la que,
aparecía un negro, que suscitaba la atención por su tamaño y aspecto insólitos, ad­
vertimos que él número de negros que se describen pasa de 1 á «4* o a «varios».
Existe también una acentuación temporal que se manifiesta en la tendencia a
describir los acontecimientos como si hubieran ocurrido en el presente inmediato.
Lo que ocurre aquí y ahora tiene un máximo interés e importancia para quien lo
percibe. Es cierto que, en ía inmensa mayoría de los casos, la historia se inicia
siempre en presente pero aunque la descripción inicial se haga en pasado, se pro­
duce una inversión inmediata y la escena queda contempóraneizada por el oyente.
Es evidente que este efecto no puede producirse en los-rumores que se refieren es­
pecíficamente a un acontecimiento pasado (o futuro) supuesto. No podemos con-
temporaneizar el rumor de que-«el Queen Mary zarpó esta mañana (o zarpará
mañana) con 10.000 soldados a bordo*. Y sin embargo, no es infrecuente que au­
mente la acentuación de los relatos vinculándolos a las condiciones presentes. Por
ejemplo, la afirmación de que un señor X compró una gallina en el mercado negro
la semana pasada y pagó por ella un dólar cincuenta la libra puede (y normal­
mente es) ser relatado de la forma siguiente: «He oído decir que cobran un dólar
cincuenta por libra en di mercado negro». La gente se interesa más por el día de
hoy que por la semana pasada y, por consiguiente, surge la tentación de adaptar
(asimilar) el tiempo real a este factor siempre que esto resulta posible.
La acentuación se produce muchas veces cuando existe una clara implicación
de movimiento. El vuelo de los aeroplanos y el estallido de las bombas son dos he­
chos en los que se suele hacer hincapié en los relatos. Normalmente, se retiene y
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acentúa con frecuencia el tiesto que cae de una ventana en una imagen presentada
en ia pantalla. De hecho, el «motivo de la caída» puede extenderse a otros objetos
como por ejemplo el puro que está fumando un hombre en esa misma imagen. En
un rumor concreto se dice que está cayendo (igual que el tiesto) aunque en reali­
dad está firmemente sujeto entre los dientes de esa persona.
A veces se logra la acentuación adscribiendo un movimiento a unos objetos que
están en realidad fijos o inmóviles. A si por ejemplo, se suele decir que está en
movimiento el metro, que está claramente parado en una estación.
El tamaño relativo es también un determinante primario de la atención. Los
objetos que destacan por su tamaño tienden a ser retenidos y a ser acentuados.
El primer informador destaca su prominencia y cada uno de los siguientes recibe
una impresión de esa magnitud. A continuación, proceden a acentuar esa impre­
sión en su memoria. Y el negro corpulento se convierte en «cuatro negros» o incluso
en «la estatua gigantesca de un negro.»
Existen determinantes verbales de la atención además de los físicos. Así por
ejemplo, existe la acusada tendencia a que persistan los marchamos o calificativos,
especialmente si sirven para centrar el relato. Normalmente se suele introducir la
descripción de una imagen con cierta versión o afirmación: «se trata de una es­
cena de batalla» y este calificativo persiste durante toda la serie de reproducciones.
Otro relato suele empezar con la afirmación: «Es la descripción de un motín
racial».
Para explicar ese tipo de acentuación, hemos de aludir el deseo del sujeto de
lograr cierto esquema parcial y temporal para su relato. Esta orientación es esen­
cial en la vida normal y constituye una necesidad incluso cuando se trata simple
mente de un material imaginario.
Otro fáctor adicional que explica la retención preferencial de los calificados es
peciales y temporales es el efecto de primacía. Es muy probable que el elemento
que ocupe el primer lugar en la serie se recuerde mejor que los siguientes. Nor­
malmente, el «calificativo» que indica la procedencia y el lugar está al principio
de la descripción y por consiguiente se beneficia de ese efecto.
La acentuación se produce también en relación con símbolos familiares cono­
cidos. En una serie de relatos, una cruz y una iglesia constituyen los puntos más
frecuentemente mencionados aunque en la imagen original eran tan sólo detalles
relativamente de menor importancia. Esos símbolos tan conocidos «vehiculan» un
significado y son familiares para todo el mundo. El sujeto se siente seguro al descri­
birlos porque tiene» una concreción conocida y acostumbrada de la que carecen
otros detalles de la imagen. La retención de los símbolos familiares favorece el
proceso de convencionalización que es un aspecto tan importante de los rumores.
En dos de nuestras imágenes hay una porra, símbolo de la autoridad de la policía
y una navaja, símbolo estereotipado de la violencia negra. Estos símbolos se con­
servan y acentúan en todos los casos.
Las explicaciones añadidas por el informador a la descripción que le transmi­
ten constituyen una forma final de acentuación. Representa la tendencia a poner
una «empalizada» a «adornar» un relato que si no quedaría incompleto. Pone de
manifiesto el «afán de encontrar un significado» que normalmente acosa al suje­
to que se encuentra en una situación no estructurada. Esa necesidad de acentuación
mediante una explicación resulta especialmente fuerte cuando el relato h a queda­
do gravemente deformado y la descripción contiene extremos inverosímiles e in­
compatibles. En un ejemplo concreto, un sujeto que había recibido una descripción
bastante confusa de la escena del metro (Fig. 1) dedujo que había debido de produ­
cirse «un accidente». Esta explicación resultó bastante plausible a los oyentes suce­
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sivos y por ello no solamente fue aceptada por ellos sino además acentuada en su
descripción.
En los rumores de la vida normal, la acentuación a través de una introducción
de explicaciones especiales es muy ostensible. Y de hecho, como ya hemos dicho,
una de las principales funciones de un rumor consiste en explicar las tensiones
personales. El hecho de aceptar los bulos sobre los despilfarros del Ejército o los
privilegios especiales de los funcionarios podría «explicar» la escasez de alimentos
y las incomodidades en general. Y por ello, estas historias tienen gran aceptación.
Esta es quizá la ocasión para estudiar la tesis tan popular de que los rumores
tienden a crecer como bolas de nieve, y a resultar muy prolijos y complejos. En
realidad, el rumor tiende hacia la brevedad, ya sea en el laboratorio o en la vida
real. La exageración que pueda producirse es casi siempre una acentuación de una
característica inherente a la situación-estímulo original. Esta deformación provocada
por acentuación tiene por supuesto un enorme alcance; pero no nos parece que
se requiera la categoría de «prolijidad» o «complejificación» para explicar los cam­
bios que observamos.

L a a sim ila c ió n

Es evidente que tanto la nivelación como la acentuación son procesos selecti­


vos. Ahora bien, ¿qué es lo que lleva a eliminar unos detalles y a hacer hincapié
en otros, y cómo explicar todas las transposiciones, importaciones y demás falsi­
ficaciones que caracterizan el desarrollo de los rumores? Habremos de encontrar
la respuesta a esta pregunta en el proceso de asimilación, que se refiere a la po­
derosa fuerza atractiva que ejercen en el rumor los hábitos, los intereses y los sen­
timientos que existen en el espíritu del oyente.

La asimilación al tema principal


Suele ocurrir por lo general que unos extremos resultan acentuados o nivelados
con objeto de acoplarlos ai motivo principal del relato y pasan a ser coherentes
con ese motivo de modo tal que el relato consiguiente resulte más coherente,
plausible y bien perfilado. Así, por ejemplo, en el caso de una serie de rumores,
en todos los informes se conservaba y destacaba el tema bélico. En ciertos expe­
rimentos en los que se emplea la misma imagen, se introduce un capellán o se
dice que ciertas personas están muertas; la ambulancia se convierte en un puesto
de la Cruz Roja; los escombros se multiplican al infinito en el relato; y se exa­
gera la importancia de la devastación. Aunque todos estos informes son falsos, se
ciñen al tema principal, a saber, un incidente bélico. Si de hecho existieran en la
imagen esos detalles, producirían una Gestalt «mejor». Los objetos totalmente ex­
traños al tema no se introducen nunca: no hay pasteles de manzana ni mandarinas
ni jugadores de baloncesto. Además de las importaciones, descubrimos otras fal­
sificaciones que explican la necesidad de apoyar el tema principal. La imagen ori­
ginal muestra que el camión de la Cruz Roja está cargado con explosivos pero
normalmente se suele decir que lleva medicamentos, lo cual, es, por supuesto, como
«deberían» ser las cosas.
En esa misma imagen, se describe casi siempre al negro como soldado, aun­
que su traje pueda significar que es un guerrillero de paisano. Resulta una confi­
guración «superior» incluir un soldado en el campo de batalla que considerar que
hay un paisano entre soldados.
76 GORDON W. ÁLLPORT Y LEO J. POSTMAN

(Jna buena continuación

Otras falsificaciones se deben al intento de completar las imágenes incompletas


o de rellenar las lagunas que existen en el campo-estímulo. Se persigue, también
en este caso, lograr que el tono resultante sea más coherente y significativo. Así
por ejemplo el rotulo «Loew's Pa...» situado sobre un cine se lee o reproduce en
todos los casos como «Loew's Palace» y Gene Antry pasa a ser Gene Autry. El
rótulo «Lucky Rakes» se convierte siempre en «Lucky Strikes».
Todos estos casos y otros muchos análogos son ejemplos de lo que se ha lia
mado, en términos de Gestáltj «cierres». Son simplemente falsificaciones de la
percepción y del recuerdo pero están suscitadas por el afán de producir unas confi
guraciones mentales más coherentes y consistentes. Todos los detalles se asimilan
al tema principal y se busca una «buena continuación» con objeto de perfilar el
significado cuando no existe o cuando está incompleto.

Asimilación por condensación


En ciertos casos parece como si la memoria intentara cargarse lo menos po­
sible. Por ejemplo, en vez de recordar dos puntos, resulta más económico fundirlos
en uno sólo. En vez de una serie de rótulos de metro, cada uno de los cuales tiene
sus propias características, a veces se sude aludir a «un tablón de anuncios» o a
«un montón de anundos» (figura 1). En otra imagen, resulta más cómodo aludir
a «todo tipo de frutas» en vez de enumerar los distintos artículos que hay en el
carrito del vendedor. También se pueden describir los ocupantes del autocar con
una expresión tan resumida como la siguiente: «Varios personajes están sentados
y de pie en el autocar». Con ello pierden su individualidad.

Asimilación a las perspectivas que se tienen


Del mismo modo que se cambian o importan los detalles con objeto de confir­
mar el tema simplificado que tiene presente el oyente, así también muchos tomas
revisten una forma que confirma los hábitos mentales de la gente. Las cosas se
recuerdan y perciben del modo en que normalmente existen en la realidad. Así por
ejemplo, en una de las imágenes-estímulo se sitúa el drugstore ©a medio de una
manzana de casas; pero, en el relato, pasa a la esquina de las dos calles y se con­
vierte en el típico «drugstore de la esquina». Se dice que la ambulancia de la
Cruz Roja lleva medicamentos en vez de explosivos porque «debería» llevar medi­
camentos. Los kilómetros de los mojones de la carretera se convierten en millas
porque los norteamericanos están acostumbrados a que las distancias vengan in­
dicada en millas.
La más espectacular de todas nuestras distorsiones asimilativas es la obser­
vación de que, en más de la mitad de sus experimentos, la navaja pasa (en los re­
latos) de la mano del hombre blanco a la del negro (figura 1). Este resultado es
un claro ejemplo de asimilación a las perspectivas estereotipadas. «Se supone»
que los negros suden llevar navajas pero los blancos en cambio no.

Asimilación a los hábitos lingüísticos


La expectación consiste simplemente en adaptar el material percibido y recor­
dado a unos «clichés» verbales preexistentes que ejercen una poderosa influencia
en la convencionalización de los rumores. Las palabras suscitan a veces imágenes
LA PSICOLOGIA BASICA DEL RUMOR 77

familiares muy fuertes en la mente del oyente y fijan para él las categorías según
las cuales debe pensar y conceptuar ese acontecimiento y el valor que debe adscri­
birle. Un «cuco» con un traje de tratante tiene mucho más significado e impacto
que palabras más objetivas tales como, por ejemplo: «un negro con pantalones
bombachos y un sombrero de ala ancha, etc.» (figura i); Los rumores se expresan
normalmente en estereotipos verbales que implican un prejuicio como, por ejemr
pío: «emboscado», «espía japonés», «pez gordo», «sueco atontolinado»; «intelec­
tual de pelo largo», etc, etc.

U na a sim il a c ió n más fu er t e m e n t e motivada

Aunque las condiciones de nuestro experimento no dejan campo libre a las


tendencias emocionales intrínsecas al cotilleo, a los rumores y a la muimuradón,
esas tendencias son tan insistentes que salen a la superficie incluso en condiciones
de laboratorio.

Asimilación al interés
Ocurre a veces que una imagen en la que se ven unos trajes de mujer, y que
constituyen un detalle trivial en la escena original se convierte en los relatos su­
cesivos, en una descripción que versa exclusivamente sobre trajes. Esta acentúa-
cióh se produce cuando el rumor es contado por grupos de mujeres pero nunca
cuando son hombres quienes hacen el relato.
Se utilizó una imagen sobre la policía empleando como sujetos a un grupo de
funcionarios del cuerpo. Toda la reproducción centró en tomo al policía (con el
cual indudablemente los sujetos sintieron gran simpatía e «identificación»). Por otra
parte, la porra, símbolo de su poder, queda grandemente acentuada y se convierte
en el principal objeto de la controversia. En su conjunto, el relato tiene un carácter
de protección del policía y es parcial a este respecto.

Asimilación al prejuicio
Aunque en una situación experimental es muy difícil obtener distorsiones que
se deban al odio; contamos, sin embargo, en nuestro material con ciertas oportu­
nidades de descubrir el complejo hostil de las actitudes raciales.
Ya hemos aludido a la imagen en la que había un hombre blanco que lleva en
la manó una navaja mientras discute con un negro. En más de la mitad de los ex­
perimentos realizados con esa imagen, en el relato final se decía que quien tenía la
navaja en la mano era el negro (y no el blanco) y varias veces se le describía como
persona que «la agita en el aire» o que «amenaza con ella» al hombre blanco (Fi­
gura 1).
No podemos decir de un modo concluyente que esa siniestra distorsión refleje
odio y temor hacia los negros. En algunos casos, esas emociones más profundas
pueden constituir el factor asimilativo operante. Y sin embargo, la distorsión pue­
de producirse incluso en sujetos que no tienen un prejuicio contra los negros. Es
un estereotipo cultural inconsciente que el negro tiene un carácter muy fuerte y
que es muy aficionado a emplear las navajas como arma. Aunque sea un rumor
malévolo, puede reflejar principalmente una asimilación del relato a los «Clichés»
verbales y a las perspectivas convencionales. En este caso, puede ocurrir que la
distorsión no implique una asimilación a la hostilidad. Por supuesto, gran parte
78 GORDON W. ALLPORT Y LEO J. POSTMAN

de los llamados prejuicios consisten simplemente en adaptarse a los modos popu­


lares predominantes aceptando las creencias vigentes sobre un grupo exterior.
Independientemente de que sea cierto que ese cambio de la posición de la na­
vaja refleje un odio y un temor profundos por parte de los sujetos blancos, es in­
dudable que los relatos de sujetos negros reflejan un tipo motivado de distorsión.
Como les interesa como miembros de esa raza reducir la caricatura racial, los
sujetos negros eluden casi en todos los casos mencionar el color de la piel. Uno
de ellos, tras oír un rumor que contenía la expresión «un negro que lleva un traje
de tratante» lo describió de la manera siguiente: «hay un hombre que lleva un
traje de tratante, y que puede ser un negro».
En el caso de una imagen concreta, un sujeto negro dijo que el negro que es­
taba situado en el centro de la imagen «estaba siendo maltratado». Aunque esta
interpretación puede ser correcta, es también posible que se trate de un hombre
pendenciero que está a puntó de ser detenido por. el policía. Es muy probable que
los negros y los blancos perciban, recuerden, interpreten esa situación concreta de
modos distintos.
Así pues, incluso en condiciones de laboratorio, advertimos que se da una asi­
milación en función de las predisposiciones emocionales arraigadas. Nuestros ru­
mores, al igual que los rumores de la vida cotidiana, tienden a ajustarse y a con­
firmar los intereses en punto a ocupación, la pertenencia a una clase, a una raza
o los prejuicios personales del informador.

E l p r o c e so de integración

La nivelación, la acentuación y la asimilación no son mecanismos independien­


tes. Funcionan simultáneamente y reflejan un proceso subjetivizador singular que
trae consigo el autismo y la falsificación que son tan características del rumor. Si
intentáramos resumir en pocas palabras lo que ocurre podríamos decir lo si­
guiente:
Siempre que un campo-estímulo tiene una importancia potencial para un indi­
viduo pero es al mismo tiempo poco claro o se presta a interpretaciones divergentes,
se desencadena un proceso subjetivo de estructuración. Aunque el proceso es com­
plejo (por el hecho de implicar una nivelación, una acentuación y una asimilación) se
puede caracterizar su índole esencial como un esfuerzo por reducir el estimulo a
una estructura simple y significativa que tenga una significación adaptativa para
el individuo en términos a sus propios intereses y experiencias. El proceso se inicia
en el momento en el que se percíbe la situación ambigua pero los efectos son ma­
yores si entra en juego la memoria. Cuanto más tiempo haya transcurrido después
de haber sido percibido el estímulo, tantas más probabilidades hay de que resulte
mayor el triple cambio. Asimismo, cuantas más personas estén implicadas en un
relato social tantas más probabilidades hay de que sea mayor el cambio hasta
que el rumor llegue a tener una brevedad aforística y sea repetido de memoria.
Este triple proceso resulta ser una característica no solamente del rumor sino
también de la función individual del recuerdo. Ha quedádo desvelado y descrito
en los experimentos sobre retentiva individual llevados a cabo por Wulf. Gibson,
Allport * y en los experimentos sobre la memoria, de Bartlett, llevados a cabo con
individuos y con grupos (1932).
Ahora bien, hasta el momento no se ha llegado a ningún acuerdo sobre la ter­
* Muy bien resum idos en K. K oííka: Principies of Gestalt psychology (New York:
H arcourt, Braco Se W arld, 1935).
LA PSICOLOGIA BASICA DEL RUMOR 79

minología que procede utilizar exactamente ni tampoco sobre la adecuación de las


tres funciones que describimos. Estimamos que nuestra conceptualización del
desarrollo triple del cambio y decadencia basta para explicar, no solamente nues­
tras conclusiones experimentales sino también los experimentos llevados a cabo por
otras personas en este sector, y también, por último, las deformaciones que experi­
mentan los rumores en la vida real.
A falta de una designación mejor, describimos el cambio triple con el nombre
de proceso de integración. Lo que parece producirse en todos nuestros experimen­
tos y en todos los estudios afines en que el sujeto advierte que el mundo-estímulo
resulta demasiado difícil de aprehender y conservar en su carácter objetivo. Para
su propio uso personal, tiene que refundirlo a fin de que se ajuste no solamente
a su ámbito de comprensión y de retención sino también a sus propias necesida­
des e intereses personales. Lo exterior pasa a ser interior, y lo objetivo subjetivo. Al
contar un rumor, el núcleo central de la información objetiva que ha recibido pasa
a quedar tan incorporado a su propia vida mental dinámica que el producto es prin­
cipalmente un producto de proyección. Proyecta en el rumor los defectos de su
proceso de retención y también su propio esfuerzo por engendrar un significado en
un campo ambiguo, y el producto pone de manifiesto gran parte de sus necesida­
des emocionales, y más concretamente, sus ansiedades, sus odios y sus deseos.
Cuando en este proceso de integración entran en juego varios agentes de difu­
sión de rumores, el resultado neto de la reprodución reflejará el mínimo común
denominador del interés cultural, del ámbito del recuerdo y del prejuicio y sen­
timiento de grupo.
Cabe preguntarse si los rumores deben ser siempre falsos. Nosotros contestamos
que, prácticamente en todos los casos, el proceso de incorporación es tan amplio
que no debe adscribirse ninguna credibilidad al producto. Si resulta que un infor­
me es fidedigno, normalmente descubrimos que de un modo o de otro ha habido
unas normas seguras de evidencia a las que se han referido los sujetos sucesivos
a efectos de validación de su relato. Quizá el periódico matutino o la radio hayan
controlado el rumor, pero cuando existen esas normas seguras de comprobación,
cabe poner en duda la procedencia de calificar esos relatos de rumores.
Existen, por supuesto casos límites en los que no podríamos decir si una afir­
mación dada debe o no calificarse de rumor. Pero, si definimos el rumor (y es lo
que nosotros proponemos) como una proposición para la creencia de una referen­
cia tópica sin que haya unas normas seguras de evidencia, de los hechos que hemos
presentado se desprende que el rumor sufrirá una disformadón tan grave a través
del proceso de incorporación que en ninguna circunstancia será un guía válido para
la creencia o la conducta

R eferencias
Bartlktt, F. C.: Remembering. Cambridge, K napp, R. H .: “A psychology oí rum or”,
England: Cambridge University Press, Pub. Opin. Quart., 1944, 8, 22-37.
1932.

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