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T. J.

KLUNE La Casa En
El Mar Cerúleo

1
T. J. KLUNE La Casa En
El Mar Cerúleo

ESTE LIBRO ESTA TRADUCIDO


POR LOS GRUPOS

SIN ÁNIMO DE LUCRO Y SIN


NINGUNA RETRIBUCIÓN
RECIBIDA POR ELLO.
ESTÁ HECHO CON CARIÑO DE
FANS PARA FANS DE HABLA NO
INGLESA
NO COMPARTIR EN REDES
SOCIALES

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El Mar Cerúleo

Traducción:
Klaus

Corrección:
Lelu

Maqueta:
Klaus

Formatos
Pedro

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Para aquellos que han estado conmigo desde el


principio:

miren lo que hemos hecho. Gracias.

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Sinopsis
Una isla mágica. Una tarea peligrosa. Un secreto
ardiente.

Linus Baker lleva una vida tranquila y solitaria. A los


cuarenta años, vive en una pequeña casa con un gato taimado
y sus viejos discos. Como trabajador social del Departamento
a cargo de la Juventud Mágica, pasa sus días supervisando el
bienestar de los niños en orfanatos autorizados por el gobierno.

Cuando Linus es inesperadamente convocado por la


Gerencia Extremadamente Superior, se le da una curiosa y
altamente clasificada asignación: viajar al Orfanato de la Isla
Marsyas, donde residen seis peligrosos niños: un gnomo, un
duende, un wyvern, una mancha verde no identificable, un
were-Pomerania, y el Anticristo. Linus debe dejar de lado sus
miedos y determinar si es probable que provoquen el fin de los
días.

Pero los niños no son el único secreto que guarda la isla.


Su cuidador es el encantador y enigmático Arthur Parnassus,
que hará cualquier cosa para mantener sus pupilos a salvo. A
medida que Arthur y Linus se acercan, los secretos que han
mantenido durante mucho tiempo se exponen, y Linus debe
tomar una decisión: destruir un hogar o ver el mundo arder.

Una historia encantadora, magistralmente contada, La


casa en el Mar Cerúleo trata de la profunda experiencia de
descubrir una familia improbable en un lugar inesperado y
darse cuenta que esa familia es la tuya.

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La Casa en el Mar
Cerúleo

TJ Klune

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Uno
—Oh, cariño —dijo Linus Baker, secándose el sudor de
la frente—. Esto es muy inusual.

Eso era un eufemismo. Observó maravillado cómo una


niña de once años llamada Daisy levitaba bloques de madera
muy por encima de su cabeza. Los bloques giraban en círculos
lentos y concéntricos. Daisy frunció el ceño en concentración
con la punta de su lengua sobresaliendo entre sus dientes.
Continuó durante un buen minuto antes que los bloques
bajaran lentamente al suelo. Su nivel de control era
asombroso.

—Ya veo —dijo Linus, garabateando furiosamente en su


bloc de papel. Estaban en la oficina de la maestra, una
habitación ordenada con una alfombra marrón cedida por el
gobierno y muebles viejos. Las paredes estaban revestidas con
terribles pinturas de lémures en varias poses. La maestra los
había mostrado con orgullo, diciéndole a Linus que la pintura
era su pasión, y que, si no se hubiera convertido en maestra
de este orfanato, habría estado viajando con un circo como
entrenadora de lémures o incluso habría abierto una galería
para compartir su obras de arte con el mundo. Linus creía que
el mundo estaba mejor si las pinturas permanecían en esta
habitación, pero se guardó el pensamiento para sí mismo. No
estaba allí para criticar el arte amateur—. ¿Y con qué
frecuencia tú… eh… ¿ya sabes? ¿Haces flotar las cosas?

La maestra del orfanato, una mujer rechoncha con


cabello rizado, dio un paso adelante.

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—Oh, no muy a menudo en absoluto —dijo rápidamente.
Ella se retorció las manos con los ojos yendo y viniendo—.
¿Quizás una o dos veces... al año?

Linus tosió.

—Al mes —corrigió la mujer—. Tonta de mí. No sé por


qué dije al año. Lapsus linguae. Sí, una o dos veces al mes. Ya
sabe cómo es. Cuanto mayores son los niños, más... hacen
esas cosas.

—¿Es eso cierto? —preguntó Linus a Daisy.

—Oh, sí —dijo Daisy—. Una o dos veces al mes, y nada


más. —Ella le sonrió beatíficamente y Linus se preguntó si
había recibido instrucciones sobre sus respuestas antes de su
llegada. No sería la primera vez que sucedía, y dudaba que
fuera la última.

—Por supuesto —dijo Linus. Esperaron mientras su


pluma seguía rasgando el papel. Podía sentir sus miradas
sobre él, pero mantuvo la atención en sus palabras. La
precisión exigía atención. No era más que minucioso, y su
visita a este orfanato en particular había sido esclarecedora,
por decir algo. Necesitaba anotar tantos detalles como pudiera
para completar su informe final una vez que regresara a la
oficina.

La maestra se ocupó de Daisy, echó hacia atrás su


rebelde cabello negro y lo sujetó con clips de plástico en forma
de mariposa. Daisy miraba tristemente sus bloques en el suelo
como si quisiera que levitaran una vez más, sus cejas pobladas
se contrajeron.

—¿Tienes control sobre eso? —preguntó Linus.

Antes que Daisy pudiera abrir la boca, la maestra dijo:

—Por supuesto que sí. Nunca permitiríamos que ella...

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Linus levantó la mano.

—Le agradecería, señora, si pudiera dejarme escuchar a


Daisy. Si bien no tengo dudas que tiene en mente sus mejores
intereses, creo que los niños como Daisy tienden a ser más...
directos.

La maestra trató hablar nuevamente hasta que Linus


arqueó una ceja. Ella suspiró y asintió, retrocediendo un paso
lejos de Daisy.

Después de garabatear una nota final, Linus tapó su


bolígrafo y lo colocó junto con el bloc de papel en su maletín.
Se levantó de su silla y se agachó ante Daisy, con las rodillas
gimiendo en señal de protesta.

Daisy se mordió el labio inferior con los ojos muy


abiertos.

—¿Daisy? ¿Tienes control sobre eso?

Ella asintió lentamente.

—Creo que sí. No he lastimado a nadie desde que me


trajeron aquí. —Su boca se torció—. No hasta Marcus. No me
gusta lastimar a la gente.

Casi podía creerle.

—Nadie ha dicho que quieras. Pero a veces, no siempre


podemos controlar los... regalos que nos dan. Y no es
necesariamente culpa de quienes tienen dichos regalos.

Eso no pareció hacerle sentir mejor.

—¿Entonces de quién es la culpa?

Linus parpadeó.

—Bueno, supongo que hay todo tipo de factores. La


investigación moderna sugiere que los estados emocionales

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extremos pueden desencadenar instancias como la tuya.
Tristeza. Ira. Incluso la felicidad. ¿Tal vez estabas tan feliz que
accidentalmente le arrojaste una silla a tu amigo Marcus? —
Era la razón por la que lo habían enviado aquí en primer lugar.
Marcus había ido al hospital para que le cuidaran la cola. Se
había doblado en un ángulo extraño, y el hospital lo había
informado directamente al Departamento a Cargo de la
Juventud Mágica como se les exigía. El informe desencadenó
una investigación, por lo que Linus había sido asignado a este
orfanato en particular.

—Sí —dijo Daisy—. Eso es exactamente. Marcus me hizo


tan feliz cuando robó mis lápices de colores que
accidentalmente le tiré una silla.

—Ya veo —dijo Linus—. ¿Te disculpaste?

Miró hacia abajo a sus bloques otra vez, arrastrando los


pies.

—Si. Y él dijo que no estaba enojado. Incluso me afiló los


lápices antes de devolverlos. Él es mejor en eso que yo.

—Qué cosa más reflexiva —dijo Linus. Pensó en


acercarse y darle una palmada en el hombro, pero no era
correcto—. Y sé que no quisiste hacerle daño, en realidad.
Quizás en el futuro, nos detendremos y pensaremos antes de
dejar que nuestras emociones nos superen. ¿Como suena eso?

Ella asintió furiosamente.

—Oh, sí. Prometo parar y pensar antes de tirar más


sillas con nada más que el poder de mi mente.

Linus suspiró.

—No creo que sea eso lo que yo...

Sonó una campana desde algún lugar profundo de la


vieja casa.

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—Galletas —respiró Daisy antes de correr hacia la
puerta.

—Solo una —le indicó la maestra—. ¡No quieres


estropear tu cena!

—¡No lo haré! —gritó Daisy antes de cerrar la puerta


detrás de ella. Linus podía escuchar el pequeño golpeteo de
sus pasos mientras corría por el pasillo hacia la cocina.

—Lo hará —murmuró la maestra, desplomándose en su


silla detrás de su escritorio—. Ella siempre lo hace.

—Creo que se lo ha ganado —dijo Linus.

Se pasó una mano por la cara antes de mirarlo con


cautela.

—Bueno, eso es todo, entonces. Ha entrevistado a todos


los niños. Ha inspeccionado la casa. Ha visto que a Marcus le
está yendo bien. Y aunque hubo el... incidente con la silla,
Daisy obviamente no entraña ningún peligro.

Él sabía que ella tenía razón. Marcus parecía más


interesado en que Linus firmara su cola en lugar de meter a
Daisy en problemas. Linus se había resistido, diciéndole que
no era apropiado. Marcus estaba decepcionado, pero se
recuperó casi de inmediato. Linus se maravilló, como a veces
lo hacía, de lo flexibles que eran frente a todo.

—Es suficiente.

—No creo que me diga lo que va a escribir en su informe.

Linus se erizó.

—Absolutamente no. Se le proporcionará una copia una


vez que lo haya archivado, como ya sabe. El contenido se
proporcionara en ese momento, y ni un minuto antes.

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—Por supuesto —dijo la maestra apresuradamente—.
No quise sugerir que...

—Me alegra que lo vea de esa manera —dijo Linus—. Y


sé que DICOMY ciertamente también lo apreciará. —Se ocupó
de su maletín, reorganizando el contenido hasta que estuvo
satisfecho. Lo cerró y puso las cerraduras en su lugar—.
Ahora, a menos que haya algo más, me despido y le pido...

—A los niños les gusta.

—Me gustan —dijo—. No haría lo que hago si no lo


hiciera.

—No siempre es así con otros como usted. —Se aclaró la


garganta—. O, más bien, otros trabajadores sociales.

Miró a la puerta con nostalgia. Había estado tan cerca


de escapar. Agarrando su maletín frente a él como un escudo,
se dio la vuelta. La maestra se levantó de su silla y rodeó el
escritorio. Dio un paso atrás, sobre todo por costumbre. Ella
no se acercó más, sino que se recostó contra su escritorio.

—Hemos tenido... otros —dijo.

—¿Los han tenido? Eso es de esperar, por supuesto,


pero...

—No ven a los niños —dijo—. No por lo que son, solo por
lo que son capaces de hacer.

—Deberían tener una oportunidad, como deberían


hacerlo todos los niños. ¿Qué esperanza tendrían de ser
adoptados si se les trata como algo a lo que se les debe temer?

La maestra resopló.

—Adoptados.

Él entrecerró los ojos.

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—¿Qué dije?

Ella sacudió su cabeza.

—No, perdóneme. Es refrescante, a su manera. Su


optimismo es contagioso.

—Soy brillante como un rayo de Sol —dijo Linus


llanamente—. Ahora, si no hay nada más que pueda
mostrarme…

—¿Cómo es que puede hacer lo que hace? —preguntó.


Ella palideció como si no pudiera creer lo que había dicho.

—No sé a qué se refiere.

—Trabajar para DICOMY.

El sudor goteaba por la parte posterior de su cuello


hasta el cuello de su camisa. Hacía muchísimo calor en la
oficina. Por primera vez en mucho tiempo, deseó estar afuera
bajo la lluvia.

—¿Y qué tiene de malo DICOMY?

Ella dudó.

—No quiero ofenderlo.

—Espero que no.

—Es solo que... —Se levantó de su escritorio, con los


brazos cruzados—. ¿No sé pregunta…?

—Nunca —dijo Linus rápidamente. Entonces—: ¿El


qué?

—¿Qué le sucede a un lugar como este después de


presentar el informe final? Lo que se hace con los niños.

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—A menos que me llamen para regresar, espero que
continúen viviendo como niños brillantes y felices hasta que se
conviertan en adultos brillantes y felices.

—Quienes todavía están regulados por el gobierno por


ser quienes son.

Linus se sintió acorralado. No estaba preparado para


esto.

—No trabajo para el Departamento a cargo de Adultos


Mágicos. Si tiene alguna inquietud al respecto, le sugiero que
se lo diga a DICOMA. Me concentro únicamente en el bienestar
de los niños, nada más.

La maestra sonrió con tristeza.

—Nunca se quedan como niños, señor Baker. Siempre


acaban creciendo.

—Y lo hacen usando las herramientas que gente como


usted les proporciona si crecen fuera del orfanato sin haber
sido adoptados. —Dio otro paso hacia la puerta—. Ahora, si
me disculpa, tengo que coger el autobús. Es un viaje bastante
largo a casa, y no lo quiero perder. Gracias por su hospitalidad.
Y nuevamente, una vez que se presente el informe, se le enviará
una copia para sus propios registros. Háganos saber si tiene
alguna pregunta.

—En realidad, tengo una...

—Envíela por escrito —dijo Linus, pasando a través de


la puerta—. La espero con ansias. —Cerró detrás de él, el
pestillo hizo clic en su lugar. Respiró hondo antes de exhalar
lentamente—. Ahora has ido y lo has hecho, viejo. Ella te
enviará cientos de preguntas.

—Todavía puedo escucharle —dijo la maestra a través


de la puerta.

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Linus se sobresaltó antes de apresurarse por el pasillo.

Estaba a punto de salir por la puerta principal cuando


se detuvo ante una brillante carcajada proveniente de la
cocina. Contra su mejor juicio, se dirigió de puntillas hacia el
sonido. Pasó junto a carteles clavados en las paredes, los
mismos mensajes que colgaban en todos los orfanatos
sancionados por DICOMY en los que había estado. Mostraban
niños sonrientes debajo de leyendas como NOSOTROS SOMOS
MÁS FELICES CUANDO ESCUCHAMOS A LOS ENCARGADOS y
UN NIÑO TRANQUILO ES UN NIÑO SALUDABLE y ¿QUIÉN
NECESITA MAGIA CUANDO TIENE SU IMAGINACIÓN?

Metió la cabeza en la puerta de la cocina.

Allí, sentado en una gran mesa de madera, había un


grupo de niños.

Había un niño con plumas azules que crecían de sus


brazos.

Había una chica que se reía como una bruja; sería


adecuado ver que lo que decía su archivo que era.

Había una niña mayor que podía cantar de manera tan


seductora que hacía que los barcos se estrellaran en la orilla.
Linus se había negado a creerlo cuando lo leyó en su informe.

Había un selkie1, un niño con una capa de piel


descansando sobre sus hombros.

Y Daisy y Marcus, por supuesto. Sentados uno al lado


del otro, Daisy exclamaba sobre su cola enyesada a través de
un bocado de galleta. Marcus le sonrió, su rostro era un campo

1
Selkie es una criatura mitológica proveniente del folclore feroés, islandés, irlandés y
escocés. Mitad humano mitad foca.

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de pecas oxidadas, la cola descansaba sobre la mesa. Linus
observó mientras le preguntaba si ella le haría otro dibujo en
su yeso con uno de sus lápices de colores. Ella estuvo de
acuerdo de inmediato.

—Una flor —dijo—. O un insecto con dientes afilados y


aguijón.

—Ooh —suspiró Marcus—. El bicho. Tienes que hacer el


bicho.

Linus los dejó estar, satisfechos con lo que había visto.

Se dirigió hacia la puerta una vez más. Suspiró cuando


se dio cuenta que había olvidado su paraguas una vez más.

—Por todos los…

Abrió la puerta y salió a la lluvia para comenzar el largo


viaje a casa.

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Dos

—¡Señor Baker!

Linus gimió para sí mismo. Hoy había ido muy bien. Un


poco. Había conseguido una mancha de aderezo de naranja en
su camisa de vestir blanca, de la rebosante ensalada que había
comprado en el supermercado, una mancha persistente que se
había agrandado más cuando intentó quitarla. Y la lluvia caía
con fuerza sobre el techo, sin signos de ceder pronto. Había
olvidado su paraguas en casa una vez más.

Pero aparte de eso, su día había ido bien.

Principalmente.

Los sonidos del chasquido en las teclas del ordenador se


detuvieron cuando la señora Jenkins se acercó. Era una mujer
severa, con el pelo recogido con tanta rectitud que se estiraba
hasta la mitad de la frente. Se preguntaba de vez en cuando si
ella habría sonreído alguna vez en su vida. Pensaba que no. La
señora Jenkins era una mujer adusta con la disposición de
una enorme serpiente.

También era su supervisora, y Linus Baker no se atrevía


a contradecirla.

Tiró nerviosamente del cuello de su camisa cuando la


señora Jenkins se acercó, abriéndose paso entre los
escritorios, con sus tacones golpeando el frío suelo de piedra.

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Su asistente, un sapo despreciable de hombre llamado
Gunther, la seguía de cerca, con un portapapeles y un lápiz
exageradamente largo que usaba para llevar la cuenta de
aquellos que parecían flojear en el trabajo. La lista se sumaría
al final del día, y los desméritos se agregarían a una cuenta
semanal en curso. Al final de la semana, aquellos con cinco o
más desméritos los agregarían a sus archivos personales.
Nadie quería eso.

Aquellos que pasaban junto a la señora Jenkins y


Gunther mantenían la cabeza baja, fingiendo trabajar, pero
Linus lo sabía bien; estaban escuchando lo mejor que podían
para descubrir qué había hecho mal y cuál sería su castigo.
Posiblemente se vería obligado a irse temprano y le pagarían
su sueldo. O tal vez tendría que quedarse más tarde de lo
normal y aún así tener su sueldo congelado. En el peor de los
casos, lo despedirían, su vida profesional habría terminado y
no volvería a recibir ningún pago por atrasarse.

No podía creer que solo fuera miércoles.

Y empeoró cuando se dio cuenta que en realidad era


martes.

No podía pensar en una sola cosa que hubiera hecho


fuera de servicio, a menos que hubiera regresado un minuto
tarde de su almuerzo asignado de quince minutos, o su último
informe hubiera sido insatisfactorio. Su mente se aceleró.
¿Había pasado demasiado tiempo tratando de quitar la
mancha de salsa? ¿O había cometido un error tipográfico en
su informe? Seguramente no. Estaba prístino, a diferencia de
su camisa.

Pero la señora Jenkins tenía una mirada retorcida en su


rostro, una que no era un buen augurio para Linus. Para una
habitación que siempre pensó que era gélida, ahora era
incómodamente cálida. A pesar que tenía corrientes de aire, el
clima miserable solo empeoraba las cosas, no hacía nada para
evitar que el sudor le cayera por la nuca. El brillo verde de la

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pantalla de su ordenador se sentía demasiado brillante, y
luchó por mantener su respiración lenta y uniforme. El médico
le había dicho en su último examen físico que su presión
arterial era demasiado alta y que tenía que evitar el estrés en
su vida.

La señora Jenkins era estresante.

Se guardó ese pensamiento para sí mismo.

Su pequeño escritorio de madera estaba casi en el centro


de la habitación: fila L, escritorio siete en una habitación
compuesta por veintiséis filas con catorce escritorios en cada
fila. Apenas había espacio entre los escritorios. ¿Una persona
flaca no tendría problemas para sobrevivir, pero una que
llevara unos kilos de más en el medio (siendo pocos la palabra
clave, por supuesto)? Si se les permitiera tener chucherías
personales en sus escritorios, probablemente terminaría en un
desastre para alguien como Linus. Pero viendo que eso iba en
contra de las reglas, en su mayoría terminaba chocando con
ellas con sus anchas caderas y disculpándose
apresuradamente por las miradas que recibía. Era una de las
razones por las que generalmente esperaba hasta que la
habitación estaba casi vacía antes de irse a pasar el día. Eso y
el hecho que recientemente había cumplido cuarenta años, y
todo lo que tenía para mostrar era una casa pequeña, un gato
crujiente que probablemente sobreviviría a todos, y una
cintura en constante expansión que su médico había pinchado
y aguijoneado con una cantidad extraña de regocijo mientras
se deleitaba con las maravillas de la dieta.

De ahí la ensalada empapada del economato.

Colgados por encima de ellos había carteles


terriblemente alegres que proclamaban: ESTÁS HACIENDO
UN BUEN TRABAJO y CUENTA POR CADA MINUTO DE TU
DÍA PORQUE UN MINUTO PERDIDO ES UN MINUTO
PERDIDO. Linus los odiaba tanto.

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Puso las manos planas sobre el escritorio para no
clavarse las uñas en las palmas. El señor Tremblay, que estaba
sentado en la fila L, escritorio seis, le sonrió sombríamente.
Era un hombre mucho más joven que parecía disfrutar su
trabajo.

—Ahora —murmuró a Linus.

La señora Jenkins llegó a su escritorio, su boca era una


delgada línea. Como era su costumbre, parecía haberse
aplicado el maquillaje bastante liberalmente en la oscuridad
sin el beneficio de un espejo. El intenso colorete en sus mejillas
era magenta, y su lápiz labial parecía sangre. Llevaba un traje
pantalón negro, cuyos botones estaban cerrados hasta debajo
de la barbilla. Estaba tan delgada como un sueño, hecha de
huesos afilados cubiertos de piel estirada demasiado fuerte.

Gunther, por otro lado, tenía la cara tan fresca como el


señor Tremblay. Se rumoreaba que era el hijo de alguien
importante, muy probablemente extremadamente superior.
Aunque Linus no hablaba mucho con sus compañeros de
trabajo, todavía escuchaba sus murmullos chismosos. Había
aprendido temprano en la vida que, si no hablaba, la gente a
menudo olvidaba que estaba allí o incluso que existía. Su
madre le había dicho una vez cuando era niño que se mezclaba
con la pintura de la pared, solo memorable cuando se le
recordaba que estaba allí.

—Señor Baker —dijo nuevamente Jenkins,


prácticamente gruñendo su nombre.

Gunther estaba a su lado, sonriéndole. No era una


sonrisa muy bonita. Sus dientes eran perfectamente blancos y
cuadrados, y tenía hoyuelos en la barbilla. Era guapo de una
manera escalofriante. La sonrisa debería haber sido
encantadora, pero no llegaba a sus ojos. Las únicas veces que
Linus podía decir que la sonrisa de Gunther era real era
cuando realizaba inspecciones sorpresa, cuando trazaba con

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un lápiz largo su portapapeles, marcando desmérito tras
desmérito. Quizás eso era todo.

Tal vez iba a conseguir su primer desmérito, algo que


milagrosamente pudo evitar desde la llegada de Gunther y su
sistema de puntos. Sabía que eran vigilados constantemente.
Había grandes cámaras colgando del techo que grababan todo.
Si alguien era sorprendido haciendo algo mal, las grandes
cajas de altavoces colocadas en las paredes cobraban vida y
lanzaban gritos de desméritos para la fila K, escritorio dos o
fila Z, escritorio trece.

Linus nunca había sido sorprendido administrando mal


su tiempo. Era demasiado listo para eso. Y demasiado
temeroso.

Quizás, sin embargo, no fuera lo suficientemente


inteligente o temeroso.

Iba a conseguir un desmérito.

O tal vez iba a conseguir cinco desméritos, y luego iría a


su archivo personal, una marca que mancillaría sus diecisiete
años de servicio en el Departamento. Tal vez habían visto la
mancha de salsa. Había una política estricta con respecto a la
vestimenta profesional. Se enumeraba con gran detalle en las
páginas 242–246 de las NORMAS Y REGULACIONES del
manual del empleado para el Departamento a Cargo de la
Juventud Mágica. Quizás alguien había visto la mancha y lo
había denunciado. Eso no sorprendería a Linus en lo más
mínimo. ¿Y no se había despedido a gente por cosas más
insignificantes?

Linus sabía que lo habían hecho.

—Señora Jenkins —dijo, su voz apenas por encima de


un susurro—. Es bueno verla hoy. —Era mentira. Nunca era
agradable ver a la señora Jenkins—. ¿Qué puedo hacer por
usted?

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La sonrisa de Gunther se ensanchó. Posiblemente
conseguiría diez desméritos, entonces. La salsa era naranja,
después de todo. No necesitaría un maletín marrón. Lo único
que le pertenecía era la ropa que llevaba puesta y la alfombrilla
del ratón, una imagen desvaída de una playa de arena blanca
y el mar más azul del mundo. En la parte superior estaba la
leyenda ¿NO DESEARIAS ESTAR AQUÍ?

Sí. A diario.

La señora Jenkins no parecía inclinada a responder al


saludo de Linus.

—¿Qué hizo? —exigió, con las cejas cerca de la línea del


cabello, lo que debería haber sido físicamente imposible.

Linus tragó saliva.

—Disculpe, pero no creo saber a qué se refiere.

—Me parece difícil de creer.

—Oh. ¿Lo siento?

Gunther marcó algo en su portapapeles. Probablemente


le estaba dando a Linus otro desmérito por las obvias manchas
de sudor debajo de sus brazos. No podía hacer nada al respecto
ahora.

La señora Jenkins no parecía aceptar su disculpa.

—Debe haber hecho algo. —Era muy insistente.

Quizás debería aclarar lo de la mancha de salsa. Sería


como arrancarse un vendaje. Es mejor hacerlo todo de una vez
en lugar de alargarlo.

—Sí. Bueno, ya ve, estoy tratando de comer más sano.


Una dieta, de algún tipo.

La señora Jenkins frunció el ceño.

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—¿Una dieta?

Linus asintió bruscamente.

—Órdenes del médico.

—Tiene un poco de peso de más, ¿verdad? —preguntó


Gunther, sonando demasiado satisfecho con la idea.

Linus se sonrojó.

—Supongo que sí.

Gunther hizo un ruido comprensivo.

—Me di cuenta. Pobrecito. Mejor tarde que nunca,


supongo. —Se golpeó su estómago plano con el borde del
portapapeles.

Gunther era odioso. Linus mantuvo ese pensamiento


para sí mismo.

—Qué maravilloso.

—Todavía tiene que responder a mi pregunta —espetó la


señora Jenkins— ¿Qué es lo que podría haber hecho?

También podría terminar de una vez.

—Un error. Torpe. Intentaba comer la ensalada, pero


aparentemente la col rizada tiene mente propia y se escapó de
mi...

—No tengo idea de lo que está parloteando —dijo


Jenkins, inclinándose hacia adelante y poniendo sus manos
sobre su escritorio. Tenía las uñas pintadas de negro y las
golpeó contra la madera. Sonaba como el traqueteo de los
huesos—. Deje de hablar.

—Sí, señora.

Ella lo miró fijamente.

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Su estómago se retorció bruscamente.

—Se le ha requerido —dijo lentamente—. Para que asista


a una reunión mañana por la mañana con la Gerencia
Extremadamente Superior.

No había esperado eso. En lo más mínimo. De hecho, de


todas las cosas que Bedelia Jenkins podría haber dicho en este
preciso momento, esa había sido la opción menos probable.

Él parpadeó.

—¿Me lo repite?

Se puso de pie, cruzando los brazos debajo de los senos


y agarrando los codos.

—He leído sus informes. Son marginalmente adecuados,


en el mejor de los casos. Así que imagine mi sorpresa cuando
recibí un memorando en el que decía que se convocaba a Linus
Baker.

Linus sintió frío. Nunca le habían pedido que se reuniera


con la Gerencia Extremadamente Superior en toda su carrera.
La única vez que había visto a la Gerencia Extremadamente
Superior fue durante las vacaciones cuando estaba
almorzando y la Gerencia Extremadamente Superior se puso
en una fila al frente de la sala, repartiendo jamón seco y
patatas grumosas en bandejas de aluminio, sonriendo a cada
uno de sus subordinados, diciéndoles que se habían ganado
esta excelente comida por todo su arduo trabajo. Por supuesto,
tuvieron que comérselo en sus escritorios porque su pausa
para el almuerzo de quince minutos se había agotado haciendo
cola, pero, aún así.

Era septiembre, todavía faltaban meses para las


vacaciones.

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Ahora, según la señora Jenkins, lo querían
personalmente. Nunca había oído hablar de eso antes. No
podría significar nada bueno.

La señora Jenkins parecía estar esperando una


respuesta. No sabía qué decir, por lo que dijo:

—Tal vez haya habido un error.

—Un error —repitió la Señora Jenkins—. Un error.

—¿Sí?

—La Gerencia Extremadamente Superior no comete


errores —dijo Gunther.

Tenía razón en eso, sí.

—Entonces, no lo sé.

La señora Jenkins no estaba contenta con su respuesta.


Entonces Linus se dio cuenta que no sabía más de lo que le
estaba diciendo, y por razones que no quería explorar, la idea
misma le provocaba una pequeña y desagradable emoción. Por
supuesto, estaba teñido de un terror inimaginable, pero no
obstante estaba allí. No sabía qué tipo de persona le hacía eso.

—Oh, Linus —le había dicho su madre una vez—. Nunca


es educado deleitarse con el sufrimiento de los demás. Qué cosa
tan terrible para hacer.

Nunca se permitió deleitarse.

—No lo sabe —dijo Jenkins, sonando como si se


estuviera preparando para atacar—. ¿Quizá presentó una
queja de algún tipo? ¿Quizá no aprecia mi técnica de
supervisión y pensó que podría ir por encima de mi cabeza?
¿Es eso, señor Baker?

—No, señora.

—¿Le gusta mi técnica de supervisión?

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Absolutamente no.

—Sí.

Gunther pasó su lápiz a lo largo de su portapapeles.

—¿Qué es exactamente lo que le gusta de mi técnica de


supervisión? —preguntó Jenkins.

Adivínalo. A Linus no le gustaba mentir sobre nada.


Incluso las pequeñas mentiras piadosas hacían que le doliera
la cabeza. Y una vez que uno comenzaba a mentir, se hacía
más fácil de hacer y después de hacerlo una y otra vez tenías
que seguir cientos de mentiras. Era más fácil ser honesto.

Pero luego llegaban momentos de gran necesidad, como


este. Y no era como si tuviera que mentir, no completamente.
Una verdad podría ser retorcida y aún parecerse a la verdad.

—Es muy autoritaria.

Sus cejas se alzaron hasta la línea del cabello.

—Lo soy, ¿no?

—Bastante.

Levantó una mano y chasqueó los dedos. Gunther


revolvió algunos de los papeles en su portapapeles antes de
entregarle una página de color crema. Lo sostuvo entre dos
dedos como si la idea que tocara cualquier otra parte de ella le
pudiera causar una infección abrasadora.

—Mañana a las nueve en punto, señor Baker. Que Dios


le ayude si llega tarde. Por supuesto, recuperará el tiempo
perdido después. El fin de semana, si es necesario. No tiene
programado estar en el campo durante al menos otra semana.

—Por supuesto. —Linus estuvo de acuerdo


rápidamente.

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T. J. KLUNE La Casa En
El Mar Cerúleo
Se inclinó hacia adelante nuevamente, bajando la voz
hasta que apenas fue un susurro.

—Y si descubro que se ha quejado de mí, haré de su vida


un infierno. ¿Me comprende, señor Baker?

Lo hacía.

—Sí, señora.

Ella dejó caer el papel sobre su escritorio que se agitó en


una esquina, casi cayendo al suelo. No se atrevió a extender la
mano y agarrarlo, no mientras ella todavía estuviera de pie
frente a él.

Luego se dio la vuelta, gritando que sería mejor que


todos siguieran trabajando si sabían lo que era bueno para
ellos.

Inmediatamente, el sonido de los teclados retumbó.

Gunther todavía estaba de pie cerca de su escritorio,


mirándolo extrañamente.

Linus se removió en su silla.

—No sé por qué preguntarían por ti —dijo finalmente


Gunther, poniendo de nuevo esa terrible sonrisa—.
Seguramente hay personas más... adecuadas. ¿Y señor Baker?

—¿Sí?

—Tiene una mancha en su camisa. Eso es inaceptable.


Un desmérito. Espero que no vuelva a suceder. —Luego se
volvió y siguió a la señora Jenkins entre las filas.

Linus contuvo el aliento hasta que llegaron a la fila B


antes de exhalar explosivamente. Tendría que lavarse la
camisa tan pronto como llegara a casa si tenía alguna
esperanza de quitarse las manchas de sudor. Se pasó una

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T. J. KLUNE La Casa En
El Mar Cerúleo
mano por la cara, sin saber cómo se sentía. Molesto, eso era
seguro. Y muy probablemente asustado.

En el escritorio junto a él, el señor Tremblay ni siquiera


estaba tratando de ocultar el hecho que estaba estirando el
cuello para ver lo que estaba escrito en la página que había
dejado la señora Jenkins. Linus la arrebató, con cuidado de no
arrugar los bordes.

—Te tienes que ir, ¿verdad? —preguntó el señor


Tremblay, sonando demasiado alegre ante la perspectiva—. Me
pregunto quién será mi nuevo vecino de escritorio.

Linus lo ignoró.

El brillo verde de la pantalla de su ordenador iluminó la


hoja, haciendo que la gruesa caligrafía de las palabras fuera
mucho más siniestra. Se leía:

MEMORANDUM DE LA GERENCIA EXTREMADAMENTE SUPERIOR


DEL DEPARTAMENTO A CARGO DE LA JUVENTUD MAGICA

CC: BEDELIA JENKINS

EL SEÑOR LINUS BAKER ASISTIRÁ A LAS OFICINAS DE LA GERENCIA


EXTREMADAMENTE SUPERIOR A LAS NUEVE A.M. EL MIÉRCOLES 6
DE SEPTIEMBRE.

SOLO.

Y eso era todo.

—Oh, querido —susurró Linus.

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T. J. KLUNE La Casa En
El Mar Cerúleo
Esa tarde, cuando el reloj dio las cinco, las personas
alrededor de Linus comenzaron a apagar sus ordenadores y
ponerse sus abrigos. Charlaron mientras salían de la sala. Ni
una sola persona le dio las buenas noches. Como mucho, la
mayoría le miraban mientras se iban. Aquellos que habían
estado demasiado lejos para escuchar lo que había dicho la
señora Jenkins probablemente se informaron con susurros
especulativos alrededor del enfriador de agua. Los rumores
probablemente estaban distorsionados y completamente
inexactos, pero como Linus no sabía por qué había sido
convocado, no podía discutir lo que se decía.

Esperó hasta las cinco y media antes de terminar su día


también. La sala estaba casi vacía para entonces, aunque
todavía podía ver la luz encendida de la oficina al otro extremo.
Estaba agradecido de no tener que pasar por allí cuando se
fue. No creía que pudiera manejar otro cara a cara con ella hoy.

Una vez que la pantalla de su ordenador se puso oscura,


se puso de pie y levantó su abrigo del respaldo de su silla. Se
lo puso, gimiendo cuando recordó que había dejado su
paraguas en casa. Por el sonido, la lluvia aún no había cesado.
Si se apresuraba, aún podría llegar al autobús.

Solo se tropezó con seis escritorios en cuatro filas


diferentes al salir. Pero se aseguró de ponerlos de nuevo en su
lugar.

Tendría que tomar otra ensalada esta noche. Sin


aderezo.

Perdió el autobús.

Vio sus luces traseras bajo la lluvia mientras retumbaba


calle abajo, el anuncio en la parte posterior era una mujer

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T. J. KLUNE La Casa En
El Mar Cerúleo
sonriente que decía ¡SI VES ALGO, CUÉNTALO! ¡EL REGISTRO
NOS AYUDA A TODOS! todavía claro incluso bajo la lluvia.

—Por supuesto —murmuró para sí mismo.

Llegaría otro en quince minutos.

Sostuvo su maletín sobre su cabeza y esperó.

Se bajó del autobús (que, por supuesto, había llegado


diez minutos tarde) en la parada a pocas manzanas de su casa.

—Está mojado —le dijo el conductor.

—Una buena observación —respondió Linus mientras


salía a la acera—. De verdad. Gracias por…

Las puertas se cerraron a sus espaldas y el autobús se


alejó. El neumático trasero derecho golpeó un charco bastante
grande, salpicando y empapando los pantalones de Linus
hasta las rodillas.

Linus suspiró y comenzó a caminar de regreso a casa.

El barrio estaba tranquilo, las farolas iluminadas y


acogedoras, incluso bajo la lluvia fría. Las casas eran
pequeñas, pero la calle estaba bordeada de árboles cubiertos
de hojas que comenzaban a cambiar de color, el verde opaco
se desvanecía hacia un rojo y oro aún más opacos. Había
rosales en el 167 de Lakewood que florecían en silencio. Había
un perro en el 193 de Lakewood que aullaba con entusiasmo
cada vez que lo veía. Y el 207 de Lakewood tenía un columpio
colgando de un árbol, pero los niños que vivían allí
aparentemente pensaban que eran demasiado viejos para
usarlo. Linus nunca antes había tenido un columpio. Siempre
había querido uno, pero su madre había dicho que era
demasiado peligroso.

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T. J. KLUNE La Casa En
El Mar Cerúleo
Giró a la derecha por una calle más pequeña, y allí, a la
izquierda, estaba el 86 de Hermes Way.

Su hogar.

No era mucho. Era pequeño, y la valla trasera necesitaba


ser reemplazada. Pero tenía un hermoso porche donde uno
podía sentarse y ver pasar el día si lo deseaba. Había girasoles
en el macizo de flores en la parte delantera, tallos altos que se
mecían con la fresca brisa, aunque ahora estaban cerrados por
la tarde y la triste lluvia. Había estado lloviendo durante
semanas, casi siempre era una llovizna incómoda
entremezclada con un tedioso aguacero.

No tenía demasiado, pero le pertenecía a él y a nadie


más.

Se detuvo en el buzón de enfrente y cogió el correo del


día. Parecía que se trataba de anuncios dirigidos
impersonalmente al RESIDENTE. Linus no podía recordar la
última vez que había recibido una carta.

Se subió al porche y estaba sacudiendo inútilmente el


agua de su abrigo cuando su nombre fue llamado desde la casa
de al lado. Suspiró, preguntándose si podría salirse con la suya
fingiendo que no lo había escuchado.

—Ni siquiera lo piense, señor Baker —dijo.

—No sé a qué se refiere, señora Klapper.

Edith Klapper, una mujer de una edad no discernible


(aunque pensó que había pasado de la edad antigua a la
legendaria tierra de la antigüedad) estaba sentada en su
porche con su albornoz de felpa, la pipa encendida en su mano
como solía hacer y el humo rizándose a su alrededor. Su
carcajada cortó una tos húmeda en un pañuelo que
probablemente debería haberse descartado una hora antes.

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—Tu gato estaba en mi patio otra vez, persiguiendo a las
ardillas. Ya sabes lo que pienso al respecto.

—Calliope hace lo que quiere —le recordó—. No tengo


control sobre ella.

—Quizás deberías intentarlo —espetó la señora Klapper.

—Cierto. Me ocuparé de eso de inmediato.

—¿Me estás molestando, señor Baker?

—Ni siquiera soñaría con eso. —Soñaba con eso a


menudo.

—No creo. ¿Estás de noche?

—Sí, señora Klapper.

—No tienes citas, ¿eh?

Su mano se apretó alrededor del asa de su maletín.

—No tengo citas.

—¿No tienes suerte, amigo? —Chupó la pipa y sopló el


espeso humo por su nariz—. Oh. Perdóname. Debo haberme
olvidado. No te gustan las damas, ¿verdad?

No se le había olvidado.

—No, señora Klapper.

—Mi nieto es contable. Muy estable. Casi siempre. Tiene


tendencia al alcoholismo desenfrenado, pero, ¿quién soy yo
para juzgar sus vicios? La contabilidad es un trabajo duro.
Todos esos números. Haré que te llame.

—Preferiría que no lo hiciera.

Ella se rió.

—¿Eres demasiado bueno para él?

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El Mar Cerúleo
Linus farfulló.

—No, no lo soy, solo que no tengo tiempo para esas


cosas.

La señora Klapper se burló.

—Quizás deberías considerar sacar tiempo, señor Baker.


Estar solo a tu edad no es saludable. Odiaría pensar en lo que
sucedería si te volaras los sesos. Dañaría el valor de reventa de
todo el vecindario.

—¡No estoy deprimido!

Ella lo miró de arriba abajo.

—¿No? ¿Por qué demonios no lo estás?

—¿Quiere algo más, señora Klapper? —preguntó Linus


con los dientes apretados.

Ella agitó una mano despectivamente hacia él.

—Bien, entonces. Vamos. Ponte el pijama y ese viejo


tocadiscos tuyo y baila alrededor de la sala como haces.

—¡Le pedí que dejara de espiarme por la ventana!

—Por supuesto que sí —dijo. Se recostó en la silla y se


metió la pipa entre los labios—. Por supuesto que sí.

—Buenas noches, señora Klapper —soltó mientras


deslizaba la llave en el pomo de la puerta.

No esperó una respuesta. Empujó la puerta detrás de


ella y la cerró con fuerza.

Calliope, una cosa malvada, estaba sentada en el borde


de su cama, moviendo su cola negra mientras lo miraba con

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El Mar Cerúleo
brillantes ojos verdes. Comenzó a ronronear. En la mayoría de
los gatos, sería un sonido relajante, pero en Calliope, indicaba
una trama tortuosa que involucraba actos nefastos.

—Se supone que no debes estar en el patio de al lado —


la regañó mientras se quitaba el abrigo del traje.

Ella continuó ronroneando.

La había encontrado un día hacía casi diez años bajo su


pórtico, cuando era solo un gatito, chillando como si su cola
estuviera ardiendo. Afortunadamente, no lo estaba, pero tan
pronto como él se arrastró debajo del porche, ella le siseó, con
el pelo negro erizado por la espalda mientras se arqueaba. En
lugar de esperar a que le llenara la cara de arañazos, se retiró
rápidamente y regresó a su casa, diciéndose que, si la ignoraba
lo suficiente, ella seguiría adelante.

No lo hizo.

En cambio, pasó la mayor parte de esa noche


maullando. Había intentado dormir, pero era demasiado
ruidosa. Se puso la almohada sobre la cabeza. No sirvió de
nada. Finalmente, cogió una linterna y una escoba, empeñado
en asustar a la gata hasta que se fuera. Ella lo estaba
esperando en el porche, sentada frente a la puerta. Estaba tan
sorprendido que dejó caer la escoba.

Ella entró en su casa como si le perteneciera.

Y nunca se fue, sin importar cuántas veces la hubiera


amenazado.

Seis meses después, al final se rindió. Para entonces, la


casa estaba llena de juguetes, una caja de arena y pequeños
platos con CALLIOPE impreso en los costados, para la comida
y el agua. No podía estar seguro de cómo había sucedido, pero
ahí estaba.

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El Mar Cerúleo
—La Señora. Klapper te atrapará algún día —le dijo
mientras se quitaba la ropa mojada—. Y no estaré aquí para
salvarte. Estarás jugando con una ardilla, y ella... Bien, no sé
lo que hará. Pero será algo malo. Y no me sentiré triste en lo
más mínimo.

Ella parpadeó lentamente.

Él suspiró.

—Bien. Un poco triste.

Se puso el pijama y se abrochó el frente. Tenía bordado


LB en el pecho, un regalo del Departamento después de quince
años de servicio. Los había seleccionado de un catálogo que le
habían dado ese día. El catálogo tenía dos páginas dentro. Una
página era el pijama. La segunda página era un candelabro.

Había seleccionado el pijama. Siempre había querido


tener algo con sus iniciales.

Recogió la ropa mojada y salió de la habitación. Supo


que le seguía por el fuerte golpe que escuchó detrás.

Dejó caer su ropa de trabajo sucia en la lavadora y la


puso en remojo mientras preparaba la cena.

—No necesito un contable —le dijo a Calliope mientras


se refregaba entre sus piernas—. Tengo otras cosas en que
pensar. Como, en mañana. ¿Por qué es que siempre debo
preocuparme por los mañanas?

Se trasladó instintivamente a la vieja Victrola2. Hojeó los


discos que había en el cajón de abajo antes de encontrar el que
quería. Lo sacó de su funda y lo puso en el plato giratorio antes
de bajar la aguja.

2
Tocadiscos.

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T. J. KLUNE La Casa En
El Mar Cerúleo
Pronto, los Everly Brothers3 comenzaron a cantar que
todo lo que tenían que hacer era soñar.

Se balanceó de un lado a otro mientras se dirigía hacia


la cocina.

Comida seca para Calliope.

Ensalada de bolsa para Linus.

Hacía trampas, pero solo un poco.

Un toque de elegancia nunca hace daño a nadie.

—Siempre que te necesito —cantó en voz baja—. Todo lo


que tengo que hacer es soñar.

Si uno preguntara si Linus Baker estaba solo, se le


arrugaría la cara sorprendido. La idea sería extraña, casi
impactante. Y aunque hasta la más pequeña de las mentiras
le hacía doler la cabeza y hacía que su estómago se retorciera,
existía la posibilidad que dijera que no, aunque lo estuviera y
estuviera casi desesperado.

Y tal vez parte de él lo creía. Había aceptado hace mucho


tiempo que algunas personas, sin importar lo bueno fueran
sus corazones o cuánto amor tuvieran para dar, siempre
estarían solas. Era su suerte en la vida, y Linus había
descubierto, a la edad de veintisiete años, que parecía ser así
para él.

Oh, no hubo un evento específico que le hiciera llegar


esta línea de pensamiento. Era solo que se sentía... más débil

3
The Everly Brothers fue un dúo de hermanos de música country y rockabilly y una de
las más grandes influencias en la historia del rock & roll. Su periodo de fama y éxito fue
entre 1952 hasta 1961, formando parte del Salón de la Fama del Rock desde 1986.

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T. J. KLUNE La Casa En
El Mar Cerúleo
que los demás. Como si se hubiera desvanecido en un mundo
cristalino. No estaba destinado a ser visto.

Lo había aceptado en ese entonces, y ahora tenía


cuarenta años con la presión arterial alta y una llanta de
repuesto alrededor de su cintura. Claro, había momentos en
que se miraba en el espejo, preguntándose si podía ver lo que
otros no podían. Estaba pálido. Su cabello oscuro estaba corto
y limpio, aunque parecía estar adelgazando en la parte
superior. Tenía líneas alrededor de la boca y los ojos. Sus
mejillas estaban llenas. La llanta parecía encajar en una
scooter, aunque si no tenía cuidado, se convertiría en una de
camión. Se veía... bien.

Se parecía a la mayoría cuando llegaba a los cuarenta.

Mientras comía su ensalada, con una gota o dos de


aderezo, en su pequeña cocina de su pequeña casa mientras
los hermanos Everly comenzaban a pedirle a Little Susie que se
despertara, despiértate, Little Susie, pensaba en lo que le
traería el día de mañana en la reunión con la Gerencia
Extremadamente Superior, la idea de estar solo ni siquiera
cruzaba la mente de Linus Baker.

Después de todo, había personas con mucho menos de


lo que él tenía. Tenía un techo sobre su cabeza y comida para
conejos en su vientre, y su pijama llevaba sus iniciales
bordadas.

Además, no estaba ni aquí ni allá.

No tenía tiempo de sentarse en silencio y pensar en


cosas tan frívolas. A veces, el silencio era lo más ruidoso de
todo. Y eso no serviría.

En lugar de dejar que sus pensamientos divagaran,


levantó la copia que guardaba en su casa de NORMAS Y
REGULACIONES (las 947 páginas compradas por casi
doscientos dólares; tenía una copia en el trabajo, pero le

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T. J. KLUNE La Casa En
El Mar Cerúleo
parecía correcto tener una para su casa también), y comenzó
a leer la letra pequeña. Lo que fuera que le deparara mañana,
era mejor estar preparado.

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El Mar Cerúleo

Tres

A la mañana siguiente, llegó casi dos horas temprano a


la oficina. Todavía no había llegado nadie, lo más probable es
que estuvieran todavía escondidos en sus camas sin prestarle
ningún tipo de atención al mundo.

Fue a su escritorio, se sentó y encendió su ordenador.


La familiar luz verde no hacía nada para consolarlo.

Trató de hacer todo el trabajo que pudo, constantemente


consciente del reloj que marcaba cada segundo.

La habitación comenzó a llenarse a las ocho menos


cuarto. La señora Jenkins llegó exactamente a las ocho en
punto, con los tacones haciendo clic en el suelo. Linus se dejó
caer en su asiento, pero podía sentir sus ojos sobre él.

Trató de trabajar. Realmente lo hizo. Las verdes palabras


en la pantalla frente a él estaban borrosas. Incluso las
NORMAS Y REGULACIONES no pudieron calmarle.

Exactamente a las ocho cuarenta y cinco, se levantó de


su silla.

Las personas en los escritorios a su alrededor se


volvieron y le miraron.

Él los ignoró, tragando saliva mientras levantaba su


maletín y caminaba por las filas.

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T. J. KLUNE La Casa En
El Mar Cerúleo
—Lo siento —murmuró con cada escritorio con el que
tropezaba—. Disculpa. Lo siento mucho. ¿Soy yo o los
escritorios se están acercando? Lo siento. Lo siento mucho.

La señora Jenkins estaba de pie en la puerta de su


oficina cuando salió de la habitación, Gunther a su lado,
raspando su largo lápiz en el portapapeles.

Las oficinas de la Gerencia Extremadamente Superior


estaban en el quinto piso del Departamento a Cargo de la
Juventud Mágica. Había escuchado rumores sobre el quinto
piso, la mayoría de ellos francamente alarmantes. Nunca había
estado allí, pero asumía que al menos algunos de los rumores
tenían que ser ciertos.

Estaba solo en el ascensor mientras presionaba un


botón que nunca había pensado presionar.

El cinco en oro brillante.

El ascensor comenzó a subir. La boca del estómago de


Linus parecía quedarse en el sótano. Fue el viaje en ascensor
más largo de su vida, con una duración de al menos dos
minutos. No ayudó que se detuviera en el primer piso
nuevamente, se abriera y comenzara a llenarse de gente.
Pulsaron el dos, el tres y el cuatro, pero nadie pulsó el cinco.

Un puñado se bajó en el segundo piso. Aún más en el


tercero. Y fue en el cuarto que salieron los restantes cuando lo
miraron con curiosidad. Intentó sonreír, pero estaba seguro
que le había salido una mueca.

Estaba solo cuando el ascensor comenzó a subir de


nuevo.

Cuando las puertas se abrieron en el quinto piso, estaba


sudando.

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El Mar Cerúleo
Ciertamente no ayudaba que el ascensor se abriera a un
pasillo largo y frío, el suelo de baldosas de piedra, los apliques
de oro en las paredes proyectaban poca luz. En un extremo del
pasillo estaba el grupo de ascensores donde estaba de pie. En
el otro extremo había un panel de vidrio con contraventanas
junto a un par de grandes puertas de madera. Sobre ellas
había un letrero de metal:

GERENCIA EXTREMADAMENTE SUPERIOR

SOLO POR CITA

—Está bien, viejo —susurró—. Puedes hacerlo.

Sus pies no entendieron el mensaje. Permanecían


firmemente pegados al suelo.

Las puertas del ascensor comenzaron a cerrarse. Las


dejó. El ascensor no se movió.

En ese momento, Linus pensó realmente en volver al


primer piso, salir del edificio DICOMY y tal vez caminar hasta
que ya no pudiera caminar, solo para ver dónde terminaba.

Eso sonaba bien.

En cambio, presionó el cinco otra vez.

Las puertas se abrieron.

Tosió y el eco retumbó por el pasillo.

—No hay tiempo para la cobardía —se regañó en voz


baja—. Ánimo. Por lo que sabes, tal vez sea un ascenso. Una
gran promoción. Uno con un sueldo más alto y finalmente
podrá irte a esas vacaciones con las que siempre has soñado,
con arena de playa y un mar azul. ¿No te gustaría estar allí?

Le gustaría. Lo deseaba mucho.

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T. J. KLUNE La Casa En
El Mar Cerúleo
Linus comenzó a caminar lentamente por el pasillo. La
lluvia golpeaba las ventanas a su izquierda. las luces en los
apliques a su derecha parpadeaban ligeramente y sus
mocasines chirriaban en el suelo. Se tiró de la corbata.

Cuando llegó al extremo opuesto del pasillo, habían


pasado cuatro minutos. Según su reloj, eran las nueve menos
cinco.

Probó a abrir las puertas.

Estaban encerradas.

La ventana al costado de las puertas tenía una rejilla


metálica hacia abajo. Había una placa de metal al lado, con un
pequeño botón a un lado.

Se debatió brevemente antes de presionar el botón. Un


fuerte timbre sonó al otro lado de la rejilla metálica y esperó.

Podía ver su reflejo en la ventana. La persona que lo


miraba estaba con los ojos muy abiertos y conmocionada. Se
alisó el cabello apresuradamente en la parte donde había
comenzado a sobresalir a un lado como siempre. No cambió
mucho. Se enderezó la corbata, cuadró los hombros y encogió
la barriga.

La rejilla metálica se deslizó hacia arriba.

Al otro lado había una mujer joven de aspecto aburrido


mascando chicle detrás de sus labios rojos y brillantes. Sopló
una pompa rosa que estalló antes que se la volviera a meter en
la boca. Ella ladeó la cabeza con sus rizos rubios rebotando
sobre sus hombros.

—¿Puedo ayudarlo? —preguntó.

Intentó hablar, pero no salió ningún sonido. Se aclaró la


garganta y volvió a intentarlo.

—Sí. Tengo una cita a las nueve.

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T. J. KLUNE La Casa En
El Mar Cerúleo
—¿Con quién?

Esa era una pregunta interesante, una para la que no


tenía respuesta.

—Yo... no lo sé.

La señora Bubblegum4 lo miró fijamente.

—¿Tiene una cita, pero no sabe con quién?

Eso sonaba bien.

—¿Sí?

—¿Nombre?

—Linus Baker.

—Lindo —dijo, golpeando las uñas perfectamente


cuidadas contra el teclado—. Linus Baker. Linus Baker.
Linus... —Sus ojos se abrieron—. Oh. Ya veo. Espere un
momento, por favor.

Cerró la reja de metal otra vez. Linus parpadeó, inseguro


de lo que se suponía que debía hacer y esperó.

Pasó un minuto.

Y luego otro.

Y luego otro.

Y entonces…

La rejilla metálica se deslizó hacia arriba. La señora


Bubblegum parecía mucho más interesada en él ahora. Se
inclinó hacia delante hasta que su rostro estuvo casi
presionado contra el cristal que los separaba. Su aliento hizo
que la ventana se empañara ligeramente.

4
Pompa de Chicle.

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El Mar Cerúleo
—Lo están esperando.

Linus dio un paso atrás.

—¿Quién?

—Todos ellos —dijo mientras lo miraba de arriba abajo—


. Toda la Gerencia Extremadamente Superior.

—Oh —dijo Linus débilmente—. Que encantador. ¿Y


estamos seguros que soy yo a quien quieren?

—Es Linus Baker, ¿verdad?

Eso esperaba, porque no sabía cómo ser nadie más.

—Lo soy.

Sonó otro timbre y escuchó un clic en las puertas que


estaban a su lado. Se abrieron sobre las silenciosas bisagras.

—Entonces sí, señor Baker —le dijo, con la mejilla


ligeramente hinchada—. Es a usted a quien quieren. Y s fuera
yo, me daría prisa. A la Gerencia Extremadamente Superior no
le gusta que le hagan esperar.

—Correcto —dijo—. ¿Cómo me veo? —Encogió su


estómago un poco más.

—Como si no tuviera idea de lo que está haciendo —dijo


ella antes de cerrar de nuevo la rejilla metálica.

Linus miró hacia atrás con nostalgia a los ascensores al


otro extremo del pasillo.

¿No te gustaría estar aquí? se preguntó.

Le gustaría. Mucho.

Se alejó de la ventana hacia las puertas abiertas.

Dentro había una habitación circular con una bóveda en


lo alto hecha de vidrio. Había una fuente en el centro de la

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El Mar Cerúleo
habitación, una estatua de piedra de un hombre con una capa,
el agua se derramaba en una corriente continua de sus manos
extendidas. Estaba mirando hacia el techo con fríos ojos grises.
A su alrededor, agarrándose las piernas, había pequeños niños
de piedra, a los que les salpicaba agua en la parte superior de
sus cabezas.

Se abrió una puerta a la derecha de Linus. La señora


Bubblegum salió de su stand. Se alisó el vestido y chasqueó el
chicle ruidosamente.

—Es más bajo de lo que parece a través del vidrio —le


dijo.

Linus no sabía cómo responder a eso, así que no dijo


nada en absoluto.

Ella suspiró.

—Sígame, por favor. —Se movió como un pájaro con


pasos pequeños y rápidos. Estaba a medio camino de la
habitación antes de mirarlo de nuevo—. Eso no era una
sugerencia.

—Correcto —dijo Linus, casi tropezando con sus propios


pies mientras se apresuraba a alcanzarla—. Disculpas. Yo...
nunca he estado aquí.

—Obviamente.

Sentía que estaba siendo insultado, pero no podía


entender cómo.

—¿Están... todos ellos?

—Extraño, ¿no es así? —Sopló otra pompa, que explotó


delicadamente—. Y por usted, de todas las personas. No sabía
que existía hasta este momento.

—Lo entiendo completamente.

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El Mar Cerúleo
—No puedo imaginar por qué.

Sí, definitivamente insultado.

—¿Cómo son? Solo los he visto cuando me sirvieron puré


de papas grumoso.

La señora Bubblegum se detuvo abruptamente y se


volvió para mirarlo por encima del hombro. Linus pensó que
probablemente podría girar la cabeza por completo si lo
pensaba.

—Papas grumosas.

—¿En el almuerzo de las fiestas?

—Yo hago esas papas. Desde cero.

Linus palideció.

—Bueno, yo… es cuestión de gustos, estoy seguro que


usted…

La señora Bubblegum gruñó y avanzó de nuevo.

No tuvieron un buen comienzo.

Llegaron a otra puerta al otro lado de la esquina. Era de


color negro con una placa dorada sujeta cerca de la parte
superior. El plato estaba en blanco. La señora Bubblegum
extendió la mano y golpeó con la uña tres veces la puerta.

Hubo un latido, y luego otro, y luego ...

La puerta se abrió lentamente. Estaba oscuro por


dentro.

Negro alquitrán, incluso.

La señora Bubblegum se hizo a un lado y se volvió para


mirarlo.

—Después de usted.

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El Mar Cerúleo
Miró hacia la oscuridad.

—Umm, bueno, quizás podríamos reprogramarlo. Estoy


muy ocupado, como estoy seguro que sabe. Tengo muchos
informes que completar...

—Entre, señor Baker —una voz retumbó a través de la


puerta abierta.

La señora Bubblegum sonrió.

Linus extendió la mano y se secó la frente. Casi dejó caer


su maletín.

—Supongo que entraré, entonces.

—Eso parece —dijo la señora Bubblegum.

Y él hizo exactamente eso.

Debería haber esperado que la puerta se cerrara de golpe


detrás de él, pero aún así se sorprendió y casi saltó de su piel.
Sostuvo el maletín contra su pecho como si pudiera protegerlo.
Estaba desorientado por la oscuridad, y estaba seguro que era
una trampa, y pasaría el resto de sus días deambulando sin
ver. Casi sería tan malo como ser despedido.

Pero entonces las luces comenzaron a brillar a sus pies,


iluminando un camino delante de él. Eran suaves y amarillas,
como un camino de ladrillos. Dio un paso tentativo lejos de la
puerta. Cuando no tropezó con nada, dio otro.

Las luces lo llevaron mucho más lejos de lo que


esperaba, antes de formar un círculo a sus pies. Se detuvo,
inseguro de a dónde se suponía que debía ir. Esperaba no
necesitar huir de nada terrible.

Otra luz, está mucho más brillante, se encendió en lo


alto. Linus levantó la vista, entrecerrando los ojos. Parecía un
foco, brillando sobre él.

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—Puede dejar su maletín —dijo una voz profunda desde
algún lugar por encima de él.

—Estoy bien —dijo Linus, agarrándolo con fuerza.

Luego, como si se hubiera accionado un interruptor,


más luces comenzaron a brillar por encima de él, brillando en
los rostros de cuatro personas que Linus reconoció como la
Gerencia Extremadamente Superior. Estaban sentados muy
por encima de Linus en la parte superior de un gran muro de
piedra, mirando hacia abajo desde sus asientos con diversas
expresiones de interés.

Había tres hombres y una mujer, y aunque Linus había


aprendido sus nombres al principio de su carrera en DICOMY,
juraba por su vida que no podía recordarlos en ese momento.
Su mente estaba experimentando dificultades técnicas y no
transmitía nada más que nieve borrosa.

Miró a cada uno de ellos, comenzando de izquierda a


derecha, asintiendo mientras lo hacía tratando de mantener su
expresión neutral.

El cabello de la mujer estaba cortado en una pequeña


melena y llevaba un gran broche en forma de escarabajo con
el caparazón iridiscente.

Uno de los hombres estaba calvo, con las mejillas


colgando de la cara. Olisqueó un pañuelo y se aclaró la
garganta que sonaba como una flema.

El segundo hombre era muy delgado. Linus pensó que


desaparecería si se ponía de lado. Llevaba gafas demasiado
grandes para la cara, con lentes en forma de media luna.

El último hombre era más joven que los demás,


posiblemente alrededor de la edad de Linus, aunque era difícil
saberlo. Tenía el pelo ondulado y era intimidantemente guapo.
Linus lo reconoció casi de inmediato como el que siempre
servía el jamón seco con una sonrisa.

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El Mar Cerúleo
Él fue quien habló primero.

—Gracias por asistir a esta reunión, señor Baker.

La boca de Linus se sentía seca. Se lamió los labios.

—¿De nada?

La mujer se inclinó hacia delante.

—Su archivo personal dice que lleva diecisiete años


como empleado en el Departamento.

—Sí, señora.

—Y en todo ese tiempo, ha estado en su puesto actual.

—Sí, señora.

—¿Por qué?

Porque no tenía perspectivas de nada más y ningún deseo


de ser supervisor.

—Disfruto el trabajo que hago.

—¿Lo hace? —preguntó ella, ladeando la cabeza.

—Sí.

—¿Por qué?

—Soy un trabajador social —dijo, con los dedos


deslizándose ligeramente sobre su maletín—. No creo que haya
una posición más importante. —Sus ojos se agrandaron—.
Aparte de lo que hacéis, por supuesto. No presumiría pensar...

El hombre con gafas revolvió los papeles frente a él.

—Tengo aquí sus seis últimos informes, señor Baker.


¿Quiere saber lo que veo?

No, no quería.

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El Mar Cerúleo
—Por favor.

—Veo a alguien muy minucioso. Sin tonterías. Clínico en


un grado sorprendente.

Linus no estaba seguro de si eso era un cumplido o no.


Ciertamente no sonaba como uno.

—Un trabajador social debe mantener un cierto grado de


separación —recitó obedientemente.

Jowls5 sollozó.

—¿Es eso así? ¿De dónde ha sacado eso? Me suena


familiar.

—Es de las NORMAS Y REGULACIONES —dijo el


Guapo—. Y espero que lo reconozcas. Tú escribiste la mayor
parte.

Jowls se sonó la nariz con el pañuelo.

—En efecto. Lo sabía.

—¿Por qué es importante mantener un grado de


separación? —preguntó la mujer, aún mirándolo.

—Porque no sería bueno apegarse a los niños con los


que se trabaja —dijo Linus—. Estoy ahí para asegurarme que
los orfanatos que inspecciono se mantengan en perfecto estado
y nada más. Su bienestar es importante, pero en su conjunto.
La interacción individual está mal vista. Podría cambiar mi
percepción.

—Pero sí entrevista a los niños —dijo el Guapo.

—Sí —coincidió Linus—. Lo hago. Pero uno puede ser


profesional mientras trata con jóvenes mágicos.

5
Papada.

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El Mar Cerúleo
—¿Alguna vez ha recomendado el cierre de un orfanato
en sus diecisiete años, señor Baker? —preguntó el hombre con
gafas.

Ya tenían que saber la respuesta.

—Sí. Cinco veces.

—¿Por qué?

—Los entornos no eran seguros.

—Entonces, le importa.

Linus se estaba poniendo nervioso.

—Nunca dije que no. Simplemente hago lo que se


requiere de mí. Hay una diferencia entre formar lazos y ser
empático. Estos niños... No tienen a nadie más. Para empezar,
es la razón por la que están en los orfanatos. No deberían tener
que recostar la cabeza por la noche con el estómago vacío, o
preocuparse que les hagan trabajar hasta que le duelan los
huesos. El hecho que estos huérfanos se mantengan
separados de los niños normales no significa que se los debe
tratar de manera diferente. Todos los niños, sin importar su...
disposición o lo que sean capaces, deben estar protegidos
independientemente del costo.

Jowls tosió húmedamente.

—¿De verdad piensa eso?

—Sí.

—¿Y qué pasó con los niños en los orfanatos que cerró?

Linus parpadeó.

—Eso es un asunto de supervisión. Hago mi


recomendación, y el Supervisor maneja lo que viene después.

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El Mar Cerúleo
Lo más probable es que los llevaran a las escuelas que dirige
DICOMY.

El Guapo se recostó en su silla. Miró a los demás a su


alrededor.

—Es perfecto.

—Estoy de acuerdo —dijo Jowls—. Realmente no hay


otra opción para algo tan... sensible.

El hombre con gafas miró a Linus.

—¿Sabe lo que es la discreción, señor Baker?

Linus se sintió insultado.

—Trabajo diariamente con jóvenes clasificados —replicó,


más bruscamente de lo que pretendía—. Soy una tumba. Nada
sale de mi boca.

—Y parece que nada entra —dijo la mujer—. Lo hará.

—Perdóneme, pero ¿puedo preguntar de qué está


hablando exactamente? ¿Haré qué?

El Guapo se pasó una mano por la cara.

—Lo que se le diga a continuación no sale de esta


habitación, señor Baker. ¿Lo entiende? Esto es nivel cuatro de
clasificación.

Linus respiró entrecortadamente. El nivel cuatro de


clasificación era la clasificación más alta. Sabía que existía en
teoría, pero no sabía que realmente estuviera en uso. Solo
había tenido un caso clasificado de nivel tres antes, y fue muy
preocupante. Había una niña en un orfanato que resultó ser
un alma en pena, un heraldo de la muerte. DICOMY había sido
convocada una vez que ella comenzó a decirles a todos los otros
niños que iban a morir. El problema resultó ser, por supuesto,
que ella tenía razón. La maestra del orfanato había decidido

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El Mar Cerúleo
usar a los niños como parte de un sacrificio pagano. Linus
apenas había escapado con los niños y su vida. Le habían dado
unas vacaciones de dos días después de eso, la mayor cantidad
de tiempo libre que había tenido en años.

—¿Por qué yo? —preguntó, con la voz apenas por encima


de un susurro.

—Porque realmente no hay nadie más en quien podamos


confiar —dijo la mujer simplemente.

Eso debería haber llenado a Linus de una sensación de


orgullo. En cambio, no sintió nada más que temor en su
estómago.

—Piense en esto como una revisión más —dijo el hombre


con gafas—. No hemos recibido noticias de irregularidades,
pero el orfanato al que irá es... es especial, señor Baker. El
orfanato no es tradicional, y los seis niños que viven allí son
diferentes a cualquier otra cosa que haya visto antes, algunos
más que otros. Son... problemáticos.

—¿Problemáticos? ¿Qué se supone que debo...?

—Su trabajo será asegurarse que todo esté en orden —


dijo el Guapo, con una pequeña sonrisa en su rostro—. Es
importante, ya ve. El maestro de este orfanato específico, un
tal Arthur Parnassus, ciertamente está calificado, pero
tenemos ... preocupaciones. Los seis niños son de la variedad
más extrema, y debemos asegurarnos que el señor Parnassus
continúe siendo capaz de manejarlos. Uno sería un problema,
pero ¿seis de ellos?

Linus se destrozó el cerebro. Estaba seguro de haber


oído hablar de todos los maestros de la región, pero...

—Nunca he oído hablar del señor Parnassus.

—No, supongo que no —dijo la mujer—. Pero es por eso


que está clasificado como nivel cuatro. Si lo hubiera sabido,

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El Mar Cerúleo
significaría que hay fugas. No nos gustan las filtraciones, señor
Baker. ¿Eso se entiende? Las fugas deben ser tapadas.
Rápidamente.

—Sí, sí —dijo a toda prisa—. Por supuesto. Yo nunca…

—Por supuesto que no —dijo Jowls—. Es parte de la


razón por la que fue elegido. Un mes, señor Baker. Pasará un
mes en la isla donde se encuentra el orfanato. Esperaremos
informes semanales. Cualquier cosa que genere alarmas debe
informarse de inmediato.

Linus sintió que sus ojos se hinchaban.

—¿Un mes? No puedo irme un mes. ¡Tengo deberes!

—Su carga de trabajo actual será reasignada —dijo el


hombre con gafas—. De hecho, ya se está haciendo. —Pasó
otra página—. Y dice aquí que está completamente solo. Sin
cónyuge ni hijos. Nadie que lo pueda echar de menos si tuviera
que irse durante un largo período de tiempo.

Eso le dolía más de lo que debería. Era consciente de


tales cosas, por supuesto, pero exponerlas tan
descaradamente hacía que su corazón tartamudeara. Pero,
aún así:

—¡Tengo un gato!

El Guapo resopló.

—Los gatos son criaturas solitarias, señor Baker. Estoy


seguro que ni siquiera sabrá que se ha ido.

—Sus informes serán dirigidos a la Gerencia


Extremadamente Superior —dijo la mujer—. Serán
supervisados por el señor Werner, aunque todos estaremos
pendientes. —Asintió hacia el Guapo—. Y esperamos que sean
tan minuciosos como los que ha hecho en el pasado. De hecho,
insistimos en ello. Más aún, si lo considera necesario.

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—La señora Jenkins...

—Será informada de su asignación especial. —El guapo,


el señor Werner, le aseguró—. Aunque los detalles se
mantendrán al mínimo. Piense en esto como un ascenso, señor
Baker. Uno que creo que ha esperado mucho tiempo.

—¿No puedo opinar?

—Piense en esto como un ascenso obligatorio —corrigió


el señor Werner—. Esperamos grandes cosas de usted. ¿Y
quién sabe a dónde podría llevarle esto si todo sale bien? Por
favor, no nos decepcione. Ahora, siéntase libre de tomarse el
resto del día para ordenar sus asuntos. Su tren sale mañana
temprano. ¿Tiene alguna pregunta?

Docenas. Tenía docenas de preguntas.

—¡Sí! Qué pasa…

—Excelente —dijo Werner, aplaudiendo—. Sabía que


podíamos contar con usted, señor Baker. Esperamos tener
noticias suyas sobre el estado de todas las cosas de la isla.
Debería ser interesante, por decir algo. Ahora, todo este
parloteo ha dejado mi garganta reseca. Creo que es hora de
tomar el té. Nuestra secretaria le mostrará todo. Fue un placer
conocerle.

La Gerencia Extremadamente Superior se puso de pie a


la vez, se inclinaron ante él y luego se apagaron todas las luces.

Linus chilló. Antes que pudiera comenzar a hurgar en la


oscuridad, una luz se volvió a encender en la parte superior de
la pared. Parpadeó ante eso. El señor Werner lo miró con una
expresión curiosa en su rostro. Los otros ya se habían ido.

—¿Algo más? —preguntó Linus nerviosamente.

El señor Werner dijo:

—Cuidado, señor Baker.

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El Mar Cerúleo
Eso fue ciertamente ominoso.

—¿Qué tenga cuidado?

El señor Werner asintió.

—Debe prepararse. No puedo enfatizar lo suficiente lo


importante que es esta tarea. No deje ningún detalle, no
importa cuán pequeño o intrascendente pueda parecer.

Linus se erizó. Una cosa era cuestionar su disposición,


pero era algo completamente diferente cuestionar la
minuciosidad de sus informes.

—Yo siempre…

—Digamos que tengo un interés personal en lo que


encuentre —dijo Werner, ignorando la indignación de Linus—
. Va más allá de la mera curiosidad. —Sonrió, aunque no llegó
a sus ojos—. No me gusta estar decepcionado, señor Baker.
Por favor no me decepcione.

—¿Por qué este lugar? —preguntó con impotencia—.


¿Qué le llamó la atención que requiere la supervisión de un
asistente social? ¿Ha hecho algo el maestro para...?

—Es más bien lo que no ha hecho —dijo Werner—. Sus


informes mensuales son... deficientes, especialmente frente a
quiénes están a su cargo. Necesitamos saber más, señor
Baker. El orden sólo funciona si hay completa transparencia.
Si no podemos tener eso, corremos el riesgo que se forme el
caos. ¿Hay algo más?

—¿Qué? Sí. He…

—Bien —dijo el señor Werner—. Le deseo suerte. Creo


que la necesitará.

Y con eso, la luz se apagó una vez más.

—Oh, querido —dijo Linus.

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El Mar Cerúleo
Las luces doradas en el suelo se encendieron una vez
más.

—¿Ha terminado? —dijo una voz cerca de su oído.

Absolutamente no gritó, sin importar la evidencia de lo


contrario.

La señora Bubblegum estaba de pie detrás de él,


chirriando.

—Por aquí, señor Baker. —Se dio la vuelta, con el vestido


acampanado en sus rodillas y marchó hacia la salida.

Linus la siguió rápidamente, solo mirando por encima


del hombro una vez hacia la oscuridad.

Ella lo esperaba a las afueras de las cámaras, golpeando


el pie con impaciencia. Linus estaba sin aliento cuando cruzó
la puerta abierta. No podía estar seguro de lo que acababa de
pasar fuera algo más que un sueño febril. Ciertamente se
sentía febril. Era posible que la señora Bubblegum fuera una
alucinación conjurada por una enfermedad no diagnosticada
previamente.

Una alucinación muy insistente, desde luego, cuando


ella le puso una carpeta gruesa en las manos, lo que le hizo
perder el equilibrio y casi dejar caer su maletín.

—El billete de tren está adentro —dijo—. Además,


encontrará un sobre sellado con los archivos que necesitará.
No sé de qué se trata, y no me importa. Me pagan para no
espiar, si puede creerlo. No debe abrir el sobre hasta que haya
bajado del tren en su destino final.

—Creo que necesito sentarme —dijo Linus débilmente.

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El Mar Cerúleo
Ella lo miró de reojo.

—Por supuesto que puede sentarse. Solo asegúrese de


hacerlo lejos de aquí. Su tren sale a las siete de la mañana. No
llegue tarde. La Gerencia Extremadamente Superior estará
más que disgustada si llega tarde.

—Necesito volver a mi escritorio y…

—Absolutamente no, señor Baker. Se me ha ordenado


que le diga que debe salir de las instalaciones sin demora. No
hable con nadie. No creo que eso deba ser un problema para
usted, pero hay que decirlo.

—No tengo idea de lo que está pasando —dijo—. Ni


siquiera estoy seguro de si estoy aquí.

—Sí —dijo la señora Bubblegum con simpatía—. Suena


como una crisis existencial. Quizás considere tenerla en otro
lugar.

Estaban de pie frente a los ascensores. Ni siquiera sabía


que se estaban moviendo. Las puertas se abrieron delante de
él. La señora Bubblegum lo empujó y extendió la mano para
presionar el botón del primer piso. Ella salió del ascensor.

—Gracias por visitar las oficinas de la Gerencia


Extremadamente Superior —dijo alegremente—. Que tenga un
día fantástico.

Las puertas se cerraron antes que pudiera decir otra


palabra.

Seguía lloviendo. Apenas lo notó.

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El Mar Cerúleo
En un momento, estaba de pie frente al Departamento a
Cargo de la Juventud Mágica, y al siguiente, estaba en el
camino de piedra que conducía a su porche.

No sabía cómo había llegado allí, pero esa parecía ser la


menor de sus preocupaciones.

Se sorprendió cuando la señora Klapper lo llamó.

—Llegas temprano a casa, señor Baker. ¿Te


despidieron? ¿O tal vez recibiste terribles noticias médicas y
necesitas tiempo para reconciliarte con tu sombrío futuro? —
El humo de su pipa se acurrucaba alrededor de su bouffant6—
. Lamento mucho escuchar eso. Te echaremos mucho de
menos.

—No me voy a morir —se las arregló para decir.

—Oh. Una lástima, supongo. Entonces solo te han


despedido. Pobrecito. ¿Cómo vas a seguir adelante?
Especialmente con esta economía. Supongo que tendrás que
vender tu casa y encontrar un apartamento deprimente en
algún lugar de la ciudad. —Sacudió la cabeza—.
Probablemente terminarás asesinado. El crimen está en
aumento, ya sabes.

—¡No me han despedido!

Ella resopló.

—No te creo.

Linus farfulló.

Se sentó hacia adelante en su mecedora.

—Sabes, mi nieto está buscando una secretaria personal


para su empresa de contabilidad. Ese podrías ser tú, señor
Baker. Creo que he leído historias que comenzaron

6
Tipo de recogido de cabello.

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El Mar Cerúleo
exactamente así. Piénsalo. Tu vida está en su punto más bajo
en este momento, y debes comenzar de nuevo, lo que te lleva a
encontrar tu verdadero amor. ¡Prácticamente se escribe solo!

—¡Buenos días, señora Klapper! —gritó Linus mientras


tropezaba con sus pasos.

—¡Piénsalo! —gritó ella detrás de él—. Si todo va bien,


podríamos ser familia...

Cerró la puerta de golpe detrás de él.

Calliope estaba sentada en su lugar habitual, moviendo


la cola, aparentemente no sorprendida por su repentino
regreso.

Linus se dejó caer contra la puerta. Sus piernas cedieron


y se deslizó hacia la alfombra.

—Sabes —le dijo—. No sé si tuve un muy buen día. No,


no creo que haya tenido un buen día.

Calliope, como era costumbre, solo ronroneó.

Permanecieron así durante mucho tiempo.

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El Mar Cerúleo

Cuatro

El vagón del tren se vació al entrar al país. Las personas


que subían y bajaban miraban con abierta curiosidad al
hombre un tanto desaliñado sentado en el asiento 6ª que
llevaba una gran caja de plástico en el asiento vacío junto a él.
En el interior, un gran gato fulminaba con la mirada a quien
se inclinaba para arrullarlo. Un niño casi pierde un dedo
cuando trató de meterlo entre los listones de la caja.

El hombre, un tal Linus Baker de Hermes Way 6, apenas


se daba cuenta.

No había dormido bien la noche anterior, dando vueltas


en su cama antes de finalmente darse por vencido y decidir
que su tiempo era mejor pasarlo de un lado a otro en la sala
de estar. Su equipaje, una vieja bolsa rayada con una rueda
rota, estaba colocada cerca de la puerta, burlándose de él.
Había empacado antes de intentar dormir, seguro que no
tendría tiempo por la mañana.

Al final resultó que, tenía todo el tiempo del mundo,


viendo cómo el sueño seguía esquivándole.

Cuando subió al tren a las seis y media, estaba aturdido,


con bolsas pronunciadas bajo los ojos y la boca curvada. Miró
al frente, con una mano apoyada sobre la caja donde Calliope
echaba humo. Nunca le habían gustado los viajes, pero él no
tenía otra opción. Había considerado pedirle a la señora

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El Mar Cerúleo
Klapper que la cuidara en su ausencia, pero la debacle de las
ardillas probablemente había agotado cualquier posibilidad de
que Calliope sobreviviera durante todo el mes.

Esperaba que ninguno de los niños fuera alérgico.

La lluvia caía por las ventanas mientras el tren avanzaba


por campos vacíos y bosques con grandes y viejos árboles.
Llevaba casi ocho horas en el tren cuando se dio cuenta que
estaba todo silencioso.

Muy silencioso.

Levantó la vista de las NORMAS Y REGULACIONES que


había traído de casa.

Era el único que quedaba en el vagón del tren.

No se había dado cuenta de cuando se haba ido la última


persona.

—Huh —se dijo a sí mismo—. ¿No sería mejor si me


saltara la parada? Me pregunto qué tan lejos llega el tren. Tal
vez sigue y sigue, nunca llega al final.

Calliope no tenía ninguna opinión al respecto de una


forma u otra.

Estaba a punto de comenzar a preocuparse porque fuera


cierto que se hubiera pasado de parada (Linus no era más que
un preocupado consumado), cuando un asistente con un
uniforme elegante abrió una puerta al final del vagón. Estaba
tarareando para sí mismo en voz baja, pero paró cuando vio a
Linus.

—Hola —dijo amablemente—. ¡No esperaba que nadie


más estuviera aquí! Debes estar haciendo un largo viaje hoy
sábado.

—Tengo mi billete —dijo Linus—. Por si necesitas verlo.

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El Mar Cerúleo
—Con tu permiso. ¿Adónde te diriges?

Por un momento, Linus no pudo pensar. Metió la mano


en su abrigo para sacar su billete, el gran tomo en su regazo
casi cayó al suelo. El billete estaba ligeramente arrugado e
intentó alisarlo antes de entregárselo. El asistente le sonrió
antes de mirar el billete. Silbó humildemente.

—Marsyas. Al final del trayecto. —Lo agujereó con su


pica billetes—. Bueno, buenas noticias, entonces. Dos paradas
más y ya habrás llegado. De hecho, si tú... ah sí, mira. —Hizo
un gesto hacia la ventana.

Linus giró la cabeza y se le cortó la respiración.

Era como si las nubes de lluvia hubieran llegado tan


lejos como podían. La oscuridad gris daba paso a un azul
brillante y maravilloso que Linus nunca había visto antes. La
lluvia paró cuando salieron de la tormenta hacia el sol. Cerró
los ojos brevemente, sintiendo el calor a través del cristal
contra su rostro. No podía recordar la última vez que había
sentido la luz del sol. Volvió a abrir los ojos y fue entonces
cuando lo vio, a lo lejos.

Había hermosos y brillantes verdes de hierba ondulante,


y lo que parecían ser flores en rosas, púrpuras y dorados que
desaparecían en la arena blanca. Y más allá del blanco estaba
el mar cerúleo.

Apenas se dio cuenta cuando las NORMAS Y


REGULACIONES cayeron al suelo del tren con un fuerte golpe.

¿No te gustaría estar ahí?

—¿Eso ese el mar? —susurró Linus.

—Lo es —dijo el asistente—. A la vista está, ¿no? Sin


embargo, actúas como si nunca hubieras... Dime, ¿nunca has
visto el mar antes?

Linus sacudió la cabeza minuciosamente.

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El Mar Cerúleo
—Solo en fotos. Es mucho más grande de lo que pensé
que sería.

El asistente se echó a reír.

—Y eso es solo una pequeña parte. Creo que verás un


poco más cuando salgas del tren. Hay una isla cerca del
pueblo. Coge un ferry para llegar a él, si te apetece. La mayoría
no lo hacen.

—Lo haré —dijo Linus, todavía mirando los destellos del


mar.

—¿Y a quién tenemos aquí? —preguntó el asistente,


inclinándose sobre Linus hacia la caja.

Calliope siseó.

El asistente se levantó rápidamente.

—Creo que la dejaré en paz.

—Probablemente sea lo mejor.

—Dos paradas más, señor —dijo el asistente,


dirigiéndose a la puerta en el extremo opuesto del vagón del
tren—. ¡Disfruta de la visita!

Linus apenas lo escuchó irse.

—Realmente está ahí —dijo en voz baja—. Está


realmente, realmente allí. Nunca pensé... —suspiró—. Quizás
esto no sea tan malo después de todo.

No estaba mal.

Era peor.

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El Mar Cerúleo
Pero Linus no lo supo de inmediato. En el momento en
que bajó del tren, con una caja en una mano y el equipaje en
la otra, olió a sal en el aire y escuchó el sonido de las aves
marinas en lo alto. Una brisa le revolvió el pelo y volvió la cara
hacia el sol. Se quedó respirando un momento, disfrutando del
calor. No fue hasta que escucho la campana del tren y comenzó
a moverse cuando miró a su alrededor.

Se paró en una plataforma elevada. Había bancos de


metal frente a él debajo de un saliente. La cornisa estaba
pintada con rayas azules y blancas. A lo largo de los bordes de
la plataforma y extendiéndose hasta donde alcanzaba la vista,
había hierba de playa creciendo sobre dunas de arena.
Escuchó lo que sonaba como olas rompiendo en la distancia.
Nunca había visto algo tan brillante. Era como si este lugar
nunca hubiera visto una nube de lluvia.

El tren desapareció en una esquina y Linus Baker se dio


cuenta que estaba completamente solo. Había un pequeño
camino empedrado que desaparecía entre las dunas, pero
Linus no podía ver a dónde conducía. Esperaba no tener que
caminar por él, no mientras llevara su equipaje y un gato
enojado.

—¿Qué debemos hacer? —se preguntó en voz alta.

Nadie respondió, lo que probablemente era lo mejor. Si


alguien hubiera respondido, probablemente habría...

Un fuerte sonido le sobresaltó de estos pensamientos y


sacudió la cabeza.

Allí, colgando al costado de la plataforma del tren, había


un teléfono naranja brillante.

—¿Debería responder? —le preguntó a Calliope,


inclinando la cabeza hacia el frente de la caja.

Calliope se dio la vuelta por completo y le presentó su


trasero.

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El Mar Cerúleo
Pensó que era lo mejor que iba a conseguir.

Dejó su equipaje donde estaba y caminó hacia el


teléfono. Puso la caja en la sombra y miró el teléfono que
sonaba por un momento antes de agarrarlo y levantarlo.

—¿Hola?

—Ah, al fin —dijo una voz en respuesta—. Llega tarde.

—¿Sí?

—Sí. He llamado cuatro veces en la última hora. Como


no podía estar segura que realmente llegaría, no quería hacer
el viaje fuera de la isla hasta estar segura que estuviera allí.

—Está llamando a Linus Baker, ¿correcto?

Ella resopló.

—¿A quién más llamaría?

Se sintió aliviado.

—Soy Linus Baker.

—Bien por ti.

Linus frunció el ceño.

—¿Perdón?

—Estaré allí en una hora, señor Baker. —Oyó un


susurro en el fondo—. Me dijeron que tiene un sobre que tiene
que abrir ahora que ha llegado. Sería mejor si lo hiciera. Todo
tendrá más sentido si lo hace.

—¿Cómo supo que...?

—Hasta luego, señor Baker. Nos vemos en breve.

La línea se cortó, y se escuchó un tono de marcado.

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El Mar Cerúleo
Miró fijamente el auricular antes de dejarlo donde
pertenecía. Lo miró por un momento más antes de sacudir la
cabeza.

—Ahora —le dijo a Calliope mientras se sentaba en el


banco con un resoplido. Tiró de su maleta hacia él—. Veamos
de qué se trata tanto secreto, ¿vale?

Calliope lo ignoró.

Abrió la cremallera de su bolso lo suficiente como para


alcanzar el sobre que había colocado en la parte superior. Era
grueso, casi a punto de romperse. El sello en la parte posterior
estaba hecho con cera roja sangre, con la palabra DICOMY
estampada. Rompió el sello, la cera se derrumbó sobre su
regazo y rebotó en el suelo.

Sacó el paquete de papeles, unidos por una correa de


cuero.

En la parte superior había una carta dirigida a él, escrita


de forma ordenada y limpia.

MEMORANDUM DE LA GERENCIA EXTREMADAMENTE SUPERIOR


DEL DEPARTAMENTO A CARGO DE LA JUVENTUD MAGICA

Señor Baker

Has sido elegido para la tarea más importante. Como recordatorio, esto es
de NIVEL CUATRO DE CLASIFICACIÓN. Cualquier persona que difunda
información a aquellos que no cumplan con el nivel de clasificación
requerido recibirá un castigo desde el despido inmediato, hasta el
encarcelamiento durante diez años.

Adjunto, encontrará siete archivos.

Seis pertenecen a los niños del orfanato de la isla Marsyas.

El séptimo pertenece al maestro Arthur Parnassus.

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El Mar Cerúleo
Bajo ninguna circunstancia debe compartir ninguno de los contenidos de
estos archivos con los residentes del Orfanato de la Isla Marsyas. Son solo
para sus ojos.

Este orfanato es diferente a todos los demás en los que ha estado, Señor
Baker. Es importante que haga todo lo posible para protegerse. Se alojará
en la casa de huéspedes de la isla, y le sugerimos que cierre todas las
puertas y ventanas por la noche para evitar cualquier... disturbio.

—Oh querido —respiró Linus.


Su trabajo en Marsyas es importante. Sus informes nos proporcionarán la
información necesaria para ver si este orfanato puede permanecer abierto
o si debe cerrarse permanentemente. A Arthur Parnassus se le ha confiado
una gran responsabilidad, pero queda por ver si esa confianza aún está
justificada. Tenga los ojos y oídos abiertos, señor Baker. Siempre.
Esperamos la honestidad por la que es conocido. Si algo parece estar fuera
de lugar, debe informarlo. No hay nada más importante que asegurarse
que las cosas estén bien.

Y también asegúrese que los niños estén seguros, por supuesto. Los unos
de los otros y de ellos mismos. Uno en particular. Su archivo es el primero
que verá.

Esperamos sus extraordinarios y completos informes.

Sinceramente,

CHARLES WERNER

GERENCIA EXTREMADAMENTE SUPERIOR

—¿En qué demonios me he metido ahora? —susurró


Linus mientras otra brisa agitaba la carta en su mano.

Leyó la carta por segunda vez, intentando leer entre


líneas, pero le asaltaban más preguntas que respuestas.

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El Mar Cerúleo
Dobló la carta y se la guardó en el bolsillo del pecho
antes de mirar los archivos en la mano.

—No hay tiempo como el presente, supongo —le dijo a


Calliope—. Veamos qué tan grande es este secreto en realidad.
Estoy seguro que todo esto está fuera de proporción. Cuanto
mayor sean tus expectativas, mayor será la decepción.

Abrió el primer archivo.

Adjunto a la parte superior había una fotografía de un


niño de unos seis o siete años. Estaba sonriendo bastante
diabólicamente. Le faltaban los dos dientes frontales, su
cabello estaba desordenado, sobresalía por todos lados y sus
ojos estaban...

Bien. Parecían tener un reflejo de ojos rojos, el flash


saltaba demasiado rápido para que los alumnos reaccionaran.
Había un anillo azul alrededor del punto rojo. Ciertamente era
escalofriante, pero Linus lo había visto muchas veces antes.
Solo un truco de la luz. Eso era todo.

Debajo de la fotografía, en letras mayúsculas, había un


nombre.

LUCY

—Un niño llamado Lucy —dijo Linus—. Esta es


ciertamente la primera vez. Me pregunto por qué eligieron... el
nombre... Lucy...

La última palabra salió ahogada.

Allí, escrito claramente, estaba exactamente la razón.

El archivo decía:
NOMBRE: LUCIFER (NICKNAME LUCY)

EDAD: SEIS AÑOS, SEIS MESES, SEIS DÍAS (AL MOMENTO DE


ESTE INFORME)

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PELO: NEGRO

COLOR DE OJOS: AZUL / ROJO

MADRE: DESCONOCIDA (SE CREE FALLECIDA)

PADRE: EL DIABLO

ESPECIE DE JUVENTUD MÁGICA: ANTICRISTO

Linus Baker se desmayó.

—Déjame —murmuró cuando sintió un golpeteo en la


mejilla—. No es hora de tu desayuno, Calliope.

—Es bueno saberlo —dijo una voz que obviamente no


pertenecía a Calliope—. Viendo que es por la tarde. A menos
que desayunen tarde en la ciudad. No lo sé. Tiendo a evitar
esos lugares. Demasiado ruido para mi gusto.

Linus abrió los ojos y parpadeó lentamente.

Una mujer lo miraba, rodeada por el sol.

Linus se sentó rápidamente.

—¡Dónde estoy!

La mujer dio un paso atrás, con una expresión de


diversión en su rostro.

—En la estación de trenes de Marsyas, por supuesto. Un


lugar extraño para una siesta, pero supongo que es un lugar
tan bueno como cualquier otro.

Linus se levantó del suelo de la plataforma. Se sentía


arenoso y de malhumor. Le dolía la cabeza y parecía haber
acumulado una gran cantidad de arena en su trasero. Se
sacudió mientras miraba a su alrededor salvajemente. Calliope

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estaba en su caja, moviendo la cola mientras lo miraba con
cautela. Su equipaje estaba cerca de ella.

Y allí, en el banco en el que había estado sentado, había


un montón de carpetas.

—¿Es esto todo lo que tiene? —preguntó la mujer, y


Linus volvió su atención hacia ella. Se preocupó de inmediato
cuando no pudo deducir su edad. Su cabello era como una
nube blanca y esponjosa sobre su cabeza. Se lo había recogido
con flores brillantes. Su piel era oscura y encantadora, pero
eran sus ojos los que más confundían a Linus. Eran los ojos
de alguien mucho mayor que el resto de su supuesta
apariencia. Podría ser un efecto de la brillante luz del sol, pero
parecían casi violetas. No podía identificar por qué la
consideraba familiar.

Llevaba una delgada camisa tenue que colgaba


flojamente de su cuerpo. Sus pantalones eran de color canela
y terminaban a media pantorrilla. Sus pies estaban descalzos.

—¿Quién es? —preguntó.

—La señora Chapelwhite, por supuesto... —dijo ella,


como si tuviera que conocerla—. Ama de llaves de la isla
Marsyas.

—Ama de llaves —repitió.

—¿Este es todo el equipaje que ha traído? —preguntó de


nuevo.

—Sí, pero…

—A cada uno lo suyo —dijo. Se quedó estupefacto


cuando ella lo empujó, levantando su maleta como si estuviera
llena de nada más que plumas. Había empezado a sudar al
subirlo al tren, pero ella parecía no tener ese problema—. Coja
sus papeles y su gato gigante, señor Baker. No me gusta perder

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el tiempo, y ya ha llegado más tarde de lo que esperaba. Tengo
responsabilidades, ya sabe.

—Ahora mire… —comenzó, pero ella lo ignoró,


avanzando hacia las escaleras al borde de la plataforma. Bajó
con gracia, como si estuviera caminando en el aire. Fue solo
entonces cuando notó un pequeño coche al ralentí en la
carretera. El techo parecía haber sido cortado, dejando los
asientos expuestos. Un descapotable, aunque nunca había
visto uno en persona.

Pensó mucho en agarrar a Calliope y huir por las vías


del tren.

En cambio, cogió sus archivos y levantó la caja,


siguiendo a la extraña mujer.

Ya había colocado su equipaje en el maletero cuando


llegó al coche. Ella lo miró y luego miró la caja.

—¿No pensará poner a esa cosa en la parte de atrás?

—Absolutamente no —dijo, moderadamente ofendido—.


Eso es cruel.

—Correcto —murmuró—. Bien. Tendrá que llevarlo en


su regazo, entonces. O podemos sujetarlo al capó, si cree que
funcionaría mejor.

Estaba escandalizado.

—Se enfadaría mucho.

La señora Chapelwhite se encogió de hombros.

—Estoy segura que lo superará.

—¡No pienso atarla al capó del coche!

—Su elección. Entre, señor Baker. Tendremos que


darnos prisa. Le dije a Merle que no tardaríamos mucho.

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La cabeza de Linus giró.

—¿Merle?

—El barquero —dijo, abriendo la puerta y subiendo al


coche—. Nos llevará a la isla.

—No he decidido si quiero ir a la isla.

Ella lo miró de reojo.

—Entonces, ¿por qué está aquí?

Él farfulló.

—Porque… me lo dijeron, esto no es...

Ella se estiró hasta la guantera del coche hacia un par


de gafas de sol blancas de gran tamaño.

—Entra o no, señor Baker. Francamente, preferiría que


no lo hiciera. El Departamento a Cargo de la Juventud Mágica
es una farsa, y parece que no es más que un lacayo despistado.
No tendría ningún problema en dejarle aquí. Estoy segura que
el tren volverá en algún momento. Siempre lo hace.

Eso lo molestó más de lo que esperaba.

—¡Lo que yo hago ciertamente no es una farsa!

El coche giró con una tos retumbante antes que el motor


se apagara. El humo negro se enroscaba sobre el tubo de
escape.

—Eso —dijo Chapelwhite—. Aún está por verse. Dentro


o fuera, señor Baker.

Entró.

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La señora Chapelwhite parecía disfrutar demasiado de
la forma en que Linus gritaba cuando cogía las curvas a una
velocidad alta. Conducía con destreza, pero Linus estaba
convencido que se había subido a coche de una loca.

El viento azotaba su cabello, y Linus pensó que perdería


las flores que le adornaban, pero solo se movían, se
balanceaban y se quedaban en su lugar. Sostuvo las carpetas
planas contra la parte superior de la caja, no queriendo
perderlas.

Condujeron por un camino estrecho a través de las


dunas que subían y bajaban. Cuando las montañas de arena
estaban en su punto más bajo, vislumbró el mar, ahora mucho
más cerca de lo que había estado desde el tren. Linus trató de
no distraerse al verlo, pero falló miserablemente. Aunque
estaba seguro que estaba a punto de morir, todavía era una
maravilla para la vista.

No fue hasta que fue golpeado contra la puerta después


de otra curva que volvió a encontrar su voz.

—¿Puede reducir la velocidad?

Y maravilla de todas las maravillas, ella hizo lo que él le


pidió.

—Simplemente estaba divirtiéndome.

—¡A mi costa!

Ella lo miró con el pelo rebotando alrededor de su


cabeza.

—Está muy rígido.

Él se erizó.

—Querer vivir no es estar rígido.

—Su corbata está torcida.

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—¿Lo está? Gracias. Odio cuando me despeino… eso no
es gracioso.

Vio un destello de dientes a través de su sonrisa.

—Tal vez hay esperanza, después de todo. No mucha,


pero un poco. —Ella lo miró de nuevo, por más tiempo del que
Linus consideraba necesario—. No es como esperaba.

No sabía qué hacer con eso. Nunca se lo habían dicho


antes.

—¿Qué se supone que significa eso?

—Que se ve inesperado.

—¿Habla a menudo sin decir nada?

—Muy a menudo. Pero esta vez no, señor Baker. —Cogió


otra curva a una velocidad mucho menor—. Pensé que sería
más joven. Los de su tipo suelen serlo.

—¿Mi tipo?

—Trabajadores sociales. ¿Lleva mucho tiempo en esto?

Él frunció el ceño.

—El tiempo suficiente.

—¿Y le gusta su trabajo, señor Baker?

—Soy bueno en lo que hago.

—Eso no es lo que pregunté.

—Es lo mismo.

Ella sacudió su cabeza.

—¿Por qué estaba durmiendo en la plataforma? ¿No


podría haber hecho eso en el tren?

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—No estaba durmiendo. Estaba... —Entonces le golpeó,
lo que había olvidado desde que lo despertaron groseramente—
. Oh mi…

—¿Qué?

—Oh, Dios mío. —No podía recuperar el aliento.

La señora Chapelwhite parecía alarmada.

—¿Está teniendo un ataque al corazón?

No lo sabía. Nunca había tenido uno antes, y no podía


estar seguro que sentiría. Pero dado que tenía cuarenta años
con kilos de más y presión arterial alta, ciertamente parecía
una posibilidad.

—Maldición —la escuchó murmurar cuando puso el


coche a un lado de la carretera, apretando los frenos.

Linus luchaba por respirar, colocando su frente en la


parte superior de la caja. Su visión se había reducido a
agujeritos, y había un rugido en sus oídos. Estaba seguro que
estaba a punto de desmayarse nuevamente (o posiblemente
morir de un ataque al corazón), cuando sintió una mano fría
presionar contra la parte posterior de su cuello. Se las arregló
para respirar profundamente mientras su ritmo cardíaco
disminuía.

—Vamos —oyó decir a Chapelwhite—. Eso está mejor.


Otra respiración, señor Baker. Eso es.

—El archivo —logró decir—. Leí el archivo.

Ella le apretó la nuca antes de soltarlo.

—¿Sobre Lucy?

—Sí. No lo esperaba.

—No, supongo que no lo hizo.

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—Es…

—¿Cierto?

Él asintió, la cara aún presionada contra la caja.

Ella no respondió.

Él levantó la cabeza y la miró.

Estaba mirando al frente, con las manos en el regazo.

—Sí —dijo finalmente—. Es verdad.

—¿Cómo es eso posible?

Ella sacudió su cabeza.

—No es… no es como piensas. Ninguno de ellos lo es.

Eso lo sobresaltó.

—Ni siquiera miré los otros archivos —Un pensamiento


terrible lo golpeó—. ¿Los otros son peores?

Ella se quitó las gafas de sol y lo miró bruscamente.

—No puede ser peor porque no hay nada malo en


ninguno de ellos. Son niños.

—Sí, pero…

—Sin peros —espetó ella—. Sé que tiene un trabajo que


hacer, señor Baker. Y sé que probablemente lo haga bien.
Demasiado bien, si me pregunta. Debe hacerlo para que
DICOMY lo envíe aquí. No somos exactamente ortodoxos.

—Debí decir que no. Tienen al Anticristo en la isla.

—Lucy no es... —Sacudió la cabeza, obviamente


frustrada— ¿Por qué está aquí?

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—Para garantizar la seguridad de los niños —dijo como
si fuera una segunda naturaleza—. Para ver que están siendo
provistos. Que se preocupan por ellos y que no están en
peligro, ni por ellos mismos ni por otros.

—Y eso va para todos los niños, ¿correcto?

—Sí, pero…

—Sin peros. No importa de dónde haya venido. O lo que


es. Es un niño, y su trabajo, tanto como el mío o el de Arthur,
es protegerlo. Y a todos los demás.

Él la miró boquiabierto.

Se volvió a poner las gafas de sol.

—Cierre la boca, señor Baker. No querrá tragarse un


insecto.

Volvió a encender el motor y se retiró a la carretera.

—Siete archivos —dijo unos minutos más tarde después


de salir de su aturdimiento.

—¿Qué?

—Siete archivos. Me dieron siete archivos. Los de seis


niños y el del maestro del orfanato. Son los siete.

—El conteo rudimentario es una prioridad en DICOMY,


¿verdad?

Ignoró la púa.

—No hay ninguno suyo. —Vio una señal en la distancia,


acercándose a la derecha en la cima de la próxima colina.

—Por supuesto que no. No estoy contratada por


DICOMY. Se lo dije. Soy ama de llaves.

—¿De la casa?

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—Sí y también la isla. Es de la familia. Llevamos
generaciones.

Linus Baker había estado en su trabajo durante mucho


tiempo. Y sí, él era bueno en eso. Podía pensar analíticamente,
podía notar las pequeñas señales que otros no podían. Por eso,
pensaba que había sido elegido para esta tarea.

Dicho esto, debería haberlo reconocido en el momento


en que abrió los ojos en la plataforma. Desmayarse después de
recibir la sorpresa de su vida no debería haber sido una
excusa.

El violeta en sus ojos debería haberle hecho abrir los


ojos. No era un truco de la luz.

—Eres un sprite7—dijo—. Un sprite de la isla.

La había sorprendido. Ella trató de encubrirlo, y si él no


hubiera sabido qué buscar, se lo habría perdido.

—¿Qué te hace pensar eso? —preguntó ella casi sin voz.

—Eres ama de llaves.

—Eso no significa nada.

—Tus ojos.

—Inusual, seguro, pero ciertamente no únicos.

—Llevaste mi equipaje…

—Oh, me disculpo. Si hubiera sabido que estaba


destruyendo tu masculinidad tóxica, no habría...

—Vas descalza.

Esto la hizo detenerse.

7
Un sprite es una entidad sobrenatural en la mitología europea. A menudo se
representan como criaturas como hadas o como una entidad etérea.

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—Vivo cerca del mar —dijo lentamente—. Tal vez
siempre vaya descalza.

Sacudió la cabeza.

—El sol está alto en el cielo. El camino debe estar


extremadamente caliente. Y, sin embargo, caminabas por él
como si no fuera nada. A los sprites no les gustan los zapatos.
Demasiado apretados. Y nada lastima sus pies. Ni siquiera el
asfalto caliente.

Ella suspiró.

—Eres más inteligente de lo que pareces. Eso no puede


ser bueno.

—¿Estás registrada? —exigió—. ¿DICOMY sabe que


eres…?

Ella enseñó los dientes.

—Nunca estuve en el sistema, señor Baker. Mi linaje es


mucho más antiguo que las reglas de los hombres. El hecho
que hayan decidido que todos los seres mágicos de la
naturaleza deben ser etiquetados para su seguimiento no les
da derecho a cuestionarme a mí ni a mi estado legal.

Él palideció.

—En eso tienes razón. No debería haber dicho eso.

—¿Es una disculpa?

—Creo que sí.

—Bueno. No vuelvas a preguntar por mi estado.

—Es solo que nunca antes había conocido un sprite de


la isla. Un sprite de agua, sí e incluso uno de cueva una vez.
Así es como pude reconocerte. No sabía que existías.

Ella resopló.

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—Estoy segura que hay muchas cosas que existen que
no conoces, señor Baker. Mira. Allí. Ya casi estamos en el ferry.

Miró donde ella señalaba. Más adelante, el letrero que


había visto en la distancia se acercaba mientras alcanzaban la
cima de la colina. Sobre la imagen de una palmera y las olas
del mar se leía: PUEBLO DE MARSYAS.

—Nunca había oído hablar de este lugar antes —admitió


mientras pasaban—. La aldea. ¿Es agradable?

—Depende de tu definición de agradable. Para ti,


probablemente. Para mí no.

Llegaron a la cima de la colina. Debajo de ellos, a lo largo


de los bordes del mar, había un grupo de edificios de colores
brillantes ubicados entre árboles altos que se habían doblado
con el tiempo a causa de los vientos. Podía ver casas
extendidas en el bosque, todas en tonos pastel y techos de
paja. Parecía que siempre había soñado con un lugar cerca del
mar. Le hacía doler el corazón.

—No nos detendremos, así que no preguntes —le


advirtió—. No les gusta cuando lo hacemos.

—¿Qué quieres decir?

—No todos son tan progresistas como tú, señor Baker —


dijo, y sabía que se burlaban de él—. La gente de Marsyas no
aprecia a nuestra especie.

Eso lo sorprendió.

—¿Sprites?

Ella se rió de nuevo, pero la amargura era fuerte.

—Todos los seres mágicos, señor Baker.

No pasó mucho tiempo para ver a qué se refería. Tan


pronto como llegaron a la vía principal, cruzando el pueblo, la

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gente en las calles y en las tiendas se volvió hacia el sonido del
coche. Linus había recibido muchas miradas de desaprobación
en su vida, pero nunca había recibido tanta hostilidad. Las
personas en pantalones cortos, bikinis y chanclas de goma se
giraron para mirarlos abiertamente mientras conducían. Trató
de saludar a algunos de ellos, pero no sirvió de nada. Incluso
vio a un hombre dentro de lo que parecía ser una chabola de
mariscos que se levantaba y cerraba la puerta mientras
pasaban.

—Bueno, yo nunca… —dijo Linus con un resoplido.

—Te acostumbrarás —dijo Chapelwhite—.


Asombrosamente.

—¿Por qué son así?

—No pretendo conocer las mentes de los hombres —dijo,


apretando las manos en el volante mientras una mujer en la
acera parecía proteger a sus niños regordetes y chirriantes
alejándolos del coche—. Temen lo que no entienden y ese
miedo se convierte en odio por razones que estoy seguro que ni
siquiera ellos pueden comenzar a comprender. Y como no
entienden a los niños, ya que les temen, los odian. Esta no
puede ser la primera vez que escuchas esto. Sucede en todas
partes.

—Yo no odio nada —dijo Linus.

—Mientes.

Sacudió la cabeza.

—No. El odio es una pérdida de tiempo. Estoy demasiado


ocupado para odiar algo. Lo prefiero de esa manera.

Ella lo miró, su expresión escondida detrás de sus gafas


de sol. Abrió la boca, para decir qué, él no lo sabía, pero pareció
cambiar de opinión. En su lugar, dijo:

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—Ya estamos aquí. Quédate en el coche.

Ella estacionó al borde de un muelle y salió antes que


Linus pudiera decir otra palabra. Había un hombre junto a un
pequeño ferry, golpeando su pie impacientemente. Detrás de
él, Linus pensó que podía ver el tenue contorno de una isla.

—Se está haciendo tarde —le espetó el hombre a la


señora Chapelwhite mientras se acercaba, con la voz a la
deriva hacia Linus—. Sabes que no puedo estar en la isla
después del anochecer.

—Está bien, Merle. Yo no dejaría que te pasara nada.

—Eso no es tan reconfortante como pareces pensar. —


Escupió sobre el borde del muelle hacia el agua antes de mirar
por encima del hombro a Linus— ¿Es él, entonces?

Ella lo miró de nuevo.

—Ese es.

—Pensé que sería más joven.

—Eso es lo que le dije.

—Está bien. Vamos y dile a Parnassus que mis tarifas se


han duplicado.

Ella suspiró.

—Se lo haré saber.

Merle asintió y, con una última mirada fulminante a


Linus, se volvió y saltó hábilmente al ferry. La señora
Chapelwhite se volvió hacia el coche.

—Creo que podríamos habernos metido en algo más


grande de lo que se nos hizo creer —le susurró a Calliope.

Ella ronroneó en respuesta.

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—¿Está todo bien? —preguntó mientras el sprite volvía
a subir al interior del coche. No estaba seguro que lo estuviera;
Merle parecía ser un tipo molesto

—Está bien —murmuró. El coche volvió a girar y ella


avanzó cuando Merle bajó la puerta del ferry. Hubo un
momento en que el estómago de Linus cayó cuando la puerta
crujió y gimió bajo su peso, pero terminó antes que pudiera
reaccionar.

Aparcó el coche y presionó un botón. Linus se sobresaltó


cuando el sonido de los engranajes retumbó desde la parte
trasera del coche. Miró hacia atrás a tiempo para ver el techo
de vinilo alzándose sobre ellos. Encajó en su lugar con un
terrible golpe. Ella apagó el coche antes de girarse hacia él.

—Mira, señor Baker. Creo que hemos empezado con mal


pie.

—¿Quieres decir que no siempre eres así de alegre?


Podrías haberme engañado.

Ella lo fulminó con la mirada.

—Soy un sprite, lo que significa que soy muy protectora


con lo que es mío.

—La isla —dijo Linus.

Ella asintió.

—Y todos sus habitantes.

Él dudó. Luego dijo:

—¿El señor Parnassus y tú...?

Ella arqueó una ceja.

Se sonrojó tosiendo y apartó la mirada.

—No importa.

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Ella se rió de él, aunque no de forma desagradable.

—No. Confía en mí cuando digo que eso nunca sucederá.

—Oh. Bien. Es bueno saberlo.

—Sé que tienes un trabajo que hacer —continuó—. Y


descubrirás que no se parece a nada que hayas hecho antes,
pero todo lo que te pido es que les des una oportunidad. Son
más de lo que hay en sus archivos.

—¿Me estás diciendo cómo hacer mi trabajo? —preguntó


con rigidez.

—Estoy pidiendo una pizca de compasión.

—Tengo compasión, señora Chapelwhite. Es por eso que


hago lo que hago.

—Realmente crees eso, ¿no?

Él la miró bruscamente.

—¿Qué se supone que significa eso?

Ella sacudió su cabeza.

—No tienes ningún archivo sobre mí porque no se


supone que exista. Arthur, el señor Parnassus, me envió como
un acto de buena fe. Para mostrarte lo serio que es. Él sabe el
tipo de persona que puedes ser. Espera que puedas ser esa
persona aquí.

Linus sintió un hilo de temor en la base de su columna.

—¿Cómo puede saber algo sobre mí? No puede saber


quién fue asignado. Ni siquiera lo supe yo hasta ayer.

Ella se encogió de hombros.

—Él tiene sus maneras. Debes usar el tiempo que te


queda antes de llegar a la isla para revisar los archivos

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restantes. Es mejor si sabes en lo que te estás metiendo antes
de hacerlo. Será más seguro, creo.

—¿Para quién?

No hubo respuesta.

Se giró para encontrar el asiento del conductor vacío,


como si nunca hubiera estado allí.

—Maldita sea —murmuró.

Consideró hacer lo que ella le pidió. Mas vale prevenir


que lamentar8 y todo eso, pero no pudo leer los archivos
después de lo que había descubierto de Lucy, temiendo que
solo empeorara exponencialmente. La Gerencia
Extremadamente Superior ciertamente no había facilitado las
cosas, dadas sus terribles advertencias sobre cómo los
habitantes de la isla eran diferentes a todo lo que había visto
antes. La señora Chapelwhite solo parecía confirmarlo. Se
preguntó brevemente si le había dicho demasiado o si ella
había logrado echar un vistazo dentro de los archivos mientras
él yacía en la plataforma. Ambos parecían probables, y se
recordó a sí mismo estar en guardia de aquí en adelante.

Sin confiar en sí mismo para mantener la conciencia, se


sentó con los archivos en su regazo, con los dedos
retorciéndose, la urgencia de saber en qué andaba se encogió
ante el deseo de mantener su cordura firmemente en su lugar.
Pensó en todo tipo de cosas, desde monstruos terribles con
dientes terriblemente afilados hasta fuego y azufre. Eran
niños, se dijo, pero incluso los niños podían morder si se les
provocaba. Y si resultaran ser peores de lo que estaba

8
En el original Forewarned was forearmed.

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imaginando, preferiría no saberlo de antemano en caso que no
pudiera abandonar el ferry.

Pero aún así…

Repasó los archivos, buscando uno en particular. Inhaló


bruscamente cuando vio a Lucy y lo saltó lo más rápido posible
hasta que encontró el que buscaba.

El dueño de la casa.

Arthur Parnassus.

El archivo era delgado, consistía en una fotografía


borrosa de un hombre delgado sobre un fondo azul y una sola
hoja de papel. Ciertamente parecía... normal, pero las
apariencias podían ser engañosas.

El archivo (tanto como podría llamarse así para algo tan


escaso) no le dijo mucho más, ya que ciertas partes fueron
redactadas y el resto eran pedazos sin ton ni son. Además de
saber su edad (cuarenta y cinco) y el hecho que su
permanencia en Marsyas parecía no tener ningún problema
significativo, no había mucho más que Linus pudiera deducir.
No sabía si estaba decepcionado o aliviado.

El sol comenzaba a ponerse cuando sonó la campana,


señalando la llegada a la isla. Estaba perdido en sus
pensamientos cuando el ferry se estremeció debajo de él, y
miró por la ventana trasera para ver la puerta del ferry bajando
contra un pequeño muelle.

Una sombra se extendió sobre el parabrisas cuando se


dio la vuelta.

—¡Aquí es donde te bajas! —le gritó una voz.

Miró por el parabrisas.

Merle estaba de pie sobre él, con las manos en las


caderas.

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—Abajo —repitió.

—Pero…

—¡Baja de mi maldito bote!

—Qué idiota —murmuró Linus. La llave todavía estaba


en el encendido, y Linus pensó que al menos debería estar
agradecido por eso. Abrió la puerta del pasajero y casi se cae.
Pudo salvarse a sí mismo y a Calliope en el último segundo,
aunque ella no apreciara sus acrobacias. La puso en el asiento
y cerró la puerta mientras siseaba. Le dirigió un alegre saludo
a Merle mientras rodeaba la parte trasera del coche.

Merle no respondió.

—Ciertamente no es un comienzo propicio —dijo Linus


en voz baja. La puerta del conductor crujió cuando la cerró
detrás de él. Había pasado un tiempo desde que había
conducido. Nunca había tenido un coche propio. Era
demasiado complicado en la ciudad. Había alquilado uno una
vez, años atrás, planeando pasar un fin de semana
conduciendo atravesando el país, pero lo llamaron para
trabajar en el último minuto y terminó devolviendo el coche
solo una hora después de haberlo sacado.

Echó el asiento hacia atrás antes de girar la llave.

El coche retumbó a su alrededor.

—Está bien, entonces —dijo Linus a Calliope, con las


manos sudando contra el volante—. Veamos a donde vamos,
¿de acuerdo?

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Cinco

No había señales que apuntaran en ninguna dirección,


pero dado que solo había un camino, Linus pensó que debía ir
en la dirección correcta. Solo le llevó unos minutos conducir
desde el embarcadero hasta que se encontró en un viejo
bosque, con árboles enormes. Sus copas bloqueaban casi
completamente el cielo rayado en rosas y naranjas. Las
frondosas enredaderas colgaban de las ramas de los árboles,
los pájaros cantaban desde perchas invisibles.

—¿Se supone que esto es algún tipo de trampa? —Linus


le dijo a Calliope mientras se oscurecía a medida que
avanzaban en el bosque—. Tal vez es aquí donde todos van
después de haber sido despedidos. Piensan que les van a dar
un ascenso, pero en cambio, son sacrificados en medio de la
nada.

No era un pensamiento agradable, así que lo apartó.

No pudo encontrar la palanca para los faros delanteros,


por lo que se inclinó hacia delante tan cerca del parabrisas
como pudo. Anochecía. Su estómago retumbó, pero no había
tenido ganas de comer menos en su vida. Sabía que Calliope
probablemente estaría buscando una caja de arena pronto,
pero no quería detenerse hasta que tuviera alguna idea de
dónde estaba. Su suerte haría que Calliope huyera al bosque,
obligando a Linus a perseguirla.

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—Y probablemente no lo haría —le dijo—. Te dejaría aquí
para que te las arreglaras sola.

Él no lo haría, pero ella no necesitaba saber eso.

El cuentakilómetros marcaba tres kilómetros más y


estaba a punto de entrar en pánico, después de todo, la isla no
podía ser tan grande, ¿verdad?

El bosque terminó y lo vio. Allí, delante de él, frente al


sol poniente, había una casa. Linus nunca antes había visto
una igual.

Estaba sobre una colina en un acantilado con vista al


mar. Parecía tener al menos cien años. Estaba hecha de ladrillo
y tenía una gran torre, de todas las cosas, colocada justo en el
medio del techo. El lado de la casa frente a Linus estaba
cubierto de hiedra verde, creciendo alrededor de múltiples
marcos de ventanas blancas. Pensó que podía ver el contorno
de una glorieta al lado de la casa y se preguntó si había un
jardín. Le gustaría mucho eso. Podría atravesarlo, oliendo la
sal en el aire y...

Sacudió la cabeza. Él no estaba aquí para esas cosas. No


tenía tiempo para frivolidades. Tenía un trabajo que hacer, e
iba a hacerlo bien.

Giró el coche hacia lo que parecía ser un largo camino


que conducía a la casa. Cuanto más se acercaba, más crecía y
Linus no podía estar seguro de cómo nunca había oído hablar
de este lugar. Oh, ni el orfanato, ni en la Gerencia
Extremadamente Superior que no quería que nadie lo supiera.
Pero seguramente ya conocía esta isla. Se exprimió el cerebro,
pero estaba vacío.

El camino se ensanchó cerca de la cima de la colina.


Había otro vehículo estacionado junto a una fuente vacía,
cubierto por las mismas vides que se aferraban al orfanato. Era
una furgoneta roja, seguramente lo suficientemente grande

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para seis niños y el dueño de la casa. Se preguntaba si hacían
muchos viajes. No a la aldea, por supuesto, no si la gente de
allí no los invitaba.

Pero cuando se acercó, vio que la camioneta parecía no


haberse movido nunca. Las malas hierbas crecían a través de
los agujeros de las ruedas.

Parecía que no había hecho muchos viajes, si es que


había hecho alguno.

Por un momento, Linus sintió una punzada, algo


parecido al dolor. Frotó una mano contra su pecho, tratando
de alejarlo.

Sin embargo, estaba en lo cierto. Había un jardín. Los


últimos rayos de sol parecían estar iluminando las flores al
costado de la casa, y Linus parpadeó cuando creyó ver
movimiento, un destello rápido antes que desapareciera.

Bajó la ventanilla un poco, lo suficiente para que le


escucharan.

—¿Hola? —llamó.

No hubo respuesta.

Sintiéndose un poco más valiente, bajó la ventana hasta


la mitad. El espeso aroma del mar llenó su nariz. Las hojas
crujían en las ramas de los árboles.

—¿Hola?

Nada.

—Correcto —dijo—. Bien. Tal vez podamos quedarnos


aquí hasta mañana.

Y entonces oyó la risa inconfundible de un niño.

—O tal vez deberíamos irnos —dijo débilmente.

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Calliope arañó el frente de la caja.

—Lo sé, lo sé. Pero parece que hay algo por ahí, y no sé
si alguno de nosotros quiere ser comido.

Arañó de nuevo.

Él suspiró. Se había portado bien en su mayor parte. El


viaje había sido largo y no era justo por su parte dejarla
encerrada.

—Bien. Pero estarás callada mientras yo me siento aquí


y pienso e intento ignorar las risas infantiles que vienen de la
extraña casa tan lejos de todo lo que conozco.

Ella no peleó cuando él abrió la caja y la atrajo a su


regazo. Se sentó regiamente, mirando por la ventana, con los
ojos muy abiertos. No emitió ningún sonido cuando le acarició
la espalda.

—Está bien —dijo Linus—. Vamos a revisar todo, ¿de


acuerdo? Puedo hacer lo que me enviaron a hacer aquí, o
puedo sentarme aquí y esperar que se me ocurra una idea
mejor, preferiblemente donde conservo todas mis partes y
pelos como están.

Calliope clavó sus garras en sus muslos.

Él hizo una mueca.

—Sí, sí. Supongo que tienes razón. Es cobarde, pero


también significa que seguiremos vivos.

Se lamió la pata lentamente antes de pasársela por la


cara.

—No hay necesidad de ser grosera —murmuró—. Bien.


Se qué debo hacerlo. —Cogió el tirador de la puerta—. Puedo
hacerlo. Lo haré. Tú quédate aquí, y yo…

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El Mar Cerúleo
No tuvo tiempo de reaccionar. Abrió la puerta y Calliope
saltó de su regazo. Aterrizó en el suelo y salió corriendo hacia
el jardín.

—Por todos los... ¡Estúpido gato! ¡Te dejaré aquí!

No haría tal cosa, pero las amenazas vacías eran mejores


que ninguna amenaza.

Calliope desapareció más allá de una línea de arbustos


perfectamente mantenidos. Le pareció ver un destello de su
cola, pero luego se fue.

Linus Baker no era tonto. Se enorgullecía de eso. Era


muy consciente de sus limitaciones como ser humano. Cuando
estaba oscuro, prefería estar encerrado con seguridad dentro
de su casa, llevando su pijama con iniciales, un disco sonando
en la Victrola y sosteniendo una bebida caliente en sus manos.

Dicho esto, Calliope era esencialmente su única amiga


en todo el mundo.

Entonces, cuando salió del coche, con las rocas


crujiendo bajo sus pies en el camino de entrada, fue porque
entendió que a veces, uno tenía que hacer cosas desagradables
por aquellos que le importaban.

Fue hacia donde ella había huido, esperando que no


hubiera llegado lejos. El sol casi se había ido, y aunque todavía
sentía un presentimiento por la casa a pesar que parecía que
había luz en su interior, el cielo de arriba estaba iluminado en
colores que no estaba seguro de haber visto antes, al menos
no mezclados entre sí. Podía oír las olas rompiendo muy por
debajo del acantilado, y las gaviotas gritaban en lo alto.

Llegó a la línea de arbustos por la que Calliope había


desaparecido. Había un pequeño sendero de piedra que
conducía a lo que él pensaba que era el jardín, y dudó
brevemente antes de entrar.

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El Mar Cerúleo
El jardín era mucho más grande de lo que parecía. El
cenador que había visto desde la carretera estaba más
adelante, con linternas de papel rojo y naranja colgando, que
se balanceaban con la brisa. Sus luces parpadeaban
suavemente, y llegó el sonido distante de las campanas.

El jardín en sí estaba floreciendo salvajemente. No veía


girasoles, pero había alcatraces y lirios asiáticos. Dalias,
celosías, crisantemos, gerberas de naranja y campanulas
chinas. Incluso había callicarpas, algo que no había visto
desde que era un niño. El aire era espeso y oloroso, y le hacía
sentir un poco mareado.

—Calliope —llamó en voz baja—. Ven ahora. No me


hagas esto difícil —Ella no apareció—. Bien, entonces —dijo
irritado—. Siempre puedo hacer un nuevo amigo. Después de
todo, hay muchos gatos que necesitan ser adoptados. Un
nuevo gatito solucionaría este problema con bastante facilidad.
Solo te dejaré aquí. Es lo mejor.

No haría tal cosa, por supuesto. Continuó adelante.

Había un manzano creciendo cerca de la casa, y Linus


parpadeó cuando vio manzanas rojas, verdes y rosadas, todas
las variedades diferentes creciendo en las mismas ramas.
Siguió el tronco hacia el suelo y vio...

Una pequeña estatua.

Un gnomo de jardín.

—Qué pintoresco —murmuró mientras se movía hacia el


árbol.

La estatua era más grande que las que había visto antes,
con la punta de su gorra puntiaguda a la altura de la cintura.
Tenía una barba blanca y tenía las manos cruzadas en la parte
delantera. El trabajo de pintura que se había realizado en la
estatua era notablemente detallado, casi realista a la luz tenue.
Los ojos eran de un azul brillante y sus mejillas sonrosadas.

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—Extraña estatua, ¿verdad? —dijo, agachándose
delante.

Si Linus hubiera estado en su sano juicio, habría notado


los ojos. Sin embargo, estaba cansado, de mal humor y
preocupado por su gato.

Por lo tanto, el ruido que salió de él no fue tan


sorprendente cuando la estatua del gnomo parpadeó y dijo con
arrogancia:

—No se puede decir algo así sobre una persona. Es


grosero. ¿No lo sabes?

Su grito fue estrangulado cuando cayó hacia atrás,


agarrándose con las manos a la hierba debajo de él.

El gnomo olisqueó.

—Eres terriblemente ruidoso. No me gusta cuando la


gente hace mucho ruido en mi jardín. Si eres ruidoso, no
puedes oír hablar a las flores. —Y ella (porque era una ella,
barba y todo), extendió la mano y se alisó la gorra—. Los
jardines son espacios tranquilos.

Linus luchó por encontrar su voz.

—Tu eres…

Ella frunció el ceño.

—Por supuesto que soy. ¿Quién más podría ser yo?

Sacudió la cabeza, logrando despejar las telarañas antes


de aferrarse a un nombre.

—Eres un gnomo.

Ella parpadeó con admiración hacia él.

—Sí. Lo soy. Soy Talia. —Se inclinó y recogió una


pequeña pala que estaba tendida en el césped junto a ella—

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¿Eres el señor Baker? Si es así, te hemos estado esperando. Si
no, estás invadiendo una propiedad y deberías irte antes que
te entierre aquí en mi jardín. Nadie lo sabría porque las raíces
se comerían tus entrañas y huesos. —Ella frunció el ceño de
nuevo—. Yo creo que nunca he enterrado a nadie antes. Sería
una experiencia de aprendizaje para los dos.

—¡Soy el señor Baker!

Talia suspiró, sonando increíblemente decepcionada.

—Por supuesto que lo eres. No hay necesidad de gritarlo.


¿Pero es demasiado pedir un intruso? Siempre he querido
saber si los humanos serían buenos fertilizantes. Parece que
lo son. —Lo miró de arriba abajo con hambre—. Toda esa
carne.

—Oh querido —logró decir Linus.

Ella soltó un suspiró.

—No tenemos intrusos aquí. A menos que... vi un gato.


¿Lo trajiste como regalo para la casa? Lucy estaría emocionado
con eso. Y tal vez cuando haya terminado con él, me dejará
usar lo que quede. No es lo mismo que un humano, pero estoy
segura que funcionará.

—No es una ofrenda —dijo Linus, horrorizado—. Es una


mascota.

—Oh. Maldita sea.

—¡Su nombre es Calliope!

—Bueno, será mejor que la encontremos antes que los


demás. No sé qué pensarán de ella. —Ella le sonrió con sus
dientes grandes y cuadrados—. Aparte de verse sabroso, eso
es.

Linus chilló.

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Ella se movió hacia él, sus piernas rechonchas
moviéndose rápidamente.

—¿Vas a quedarte ahí toda la noche? Levántate.


¡Levántate!

Lo hizo. De alguna manera, lo hizo.

Estaba sudando profusamente mientras la seguía hacia


el jardín, escuchando mientras murmuraba por lo bajo.
Parecía que hablaba gnómico, con gruñidos bajos y guturales,
pero Linus nunca antes lo había escuchado hablar en voz alta,
por lo que no podía estar seguro.

Llegaron a la glorieta, que crujía al pisarla. Las linternas


de papel eran más brillantes ahora, balanceándose en sus
líneas. Había sillas con cojines gruesos y cómodos. Debajo de
ellos había una alfombra adornada, cuyos bordes estaban
rizados.

Talia fue a un pequeño cofre que estaba a un lado. Abrió


la tapa y colgó su pala en un gancho dentro, junto a otras
herramientas de jardinería. Una vez que pareció satisfecha que
todo estuviera en su lugar, asintió y cerró la tapa.

Ella se volvió hacia él.

—Ahora, si fuera un gato, ¿dónde estaría?

—No lo sé.

Ella puso los ojos en blanco.

—Por supuesto que no. Los gatos son astutos y


misteriosos. Eso no parece algo que entiendas.

—Te lo imploro…

Se acarició la barba.

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—Necesitamos ayuda. Afortunadamente, sé a quién
preguntar. —Miró al techo de la glorieta—. ¡Theodore!

Linus pensó frenéticamente en los archivos que no había


mirado. Oh, qué tonto había sido.

—Theodore. Quien es…

Desde algún lugar de arriba llegó un grito que envió


escalofríos por la columna de Linus.

Los ojos de Talia brillaban.

—Ya viene. Él sabrá qué hacer. Puede encontrar


cualquier cosa.

Linus dio un paso atrás, listo para agarrar a Talia y


correr si fuera necesario.

Una forma oscura se abalanzó sobre la glorieta,


aterrizando sin artificios en el suelo. Chilló furiosamente
cuando tropezó con sus alas demasiado grandes, rodando de
punta a punta hasta que se estrelló contra las piernas de
Linus. Linus hizo todo lo posible para no gritar, pero
desafortunadamente, su mejor esfuerzo no fue lo
suficientemente bueno.

Una cola escamosa se movió cuando su dueño lo miró


con brillantes ojos anaranjados.

Linus nunca había visto un wyvern9 en persona antes.


Eran bastante raros y se pensaba que descendían de antiguos
reptiles que alguna vez vagaron por la tierra, aunque apenas
eran más grandes que un gato doméstico. Muchos los
consideraban molestias y, durante mucho tiempo, fueron
perseguidos, sus cabezas usadas como trofeos y su piel
convertida en zapatos de moda. No fue hasta que se
promulgaron las leyes que protegían a todas las criaturas
mágicas que los actos bárbaros cesaron, pero para entonces,
9
Un guiverno o dragón heráldico es una criatura alada legendaria con cabeza de dragón.

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El Mar Cerúleo
ya casi era demasiado tarde, especialmente frente a la
evidencia empírica que los wyverns eran capaces de
razonamiento emocional complejo que rivalizaban incluso con
los humanos. Sus números habían disminuido
alarmantemente.

Entonces, Linus miró con fascinación (teñido, por


supuesto, con horror) hacia el wyvern a sus pies con su cola
comenzando a envolverse alrededor de su tobillo.

Linus se dio cuenta que era más pequeño que Calliope,


aunque no por mucho. Sus escamas eran iridiscentes, la luz
de las linternas proyectaba un caleidoscopio de colores. Sus
patas traseras eran gruesas y musculosas y las garras en las
puntas de sus pies negras y malvadas. No tenía patas
delanteras; en cambio, sus alas eran largas y coriáceas como
las de un murciélago. Su cabeza estaba curvada hacia abajo y
el hocico terminaba en dos rendijas. Su lengua salió y golpeó
los mocasines de Linus.

Sus ojos naranjas parpadearon lentamente. Levantó la


cabeza hacia Linus y... chilló.

El corazón de Linus latía con fuerza en su pecho.

—Theodore, supongo.

El wyvern volvió a piar. No era diferente a un pájaro. Un


pájaro muy grande y escamoso.

—¿Y bien? —preguntó Talia.

—¿Bien qué? —gruñó Linus, preguntándose si era


grosero tratar de alejar al wyvern. La cola se apretaba
alrededor de su pierna, y los colmillos de Theodore eran
terriblemente grandes.

—Te está pidiendo una moneda —dijo Talia, como si


fuera obvio.

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—¿Una moneda?

—Para su tesoro —dijo Talia, como si fuera tonto—. Te


ayudará, pero tienes que pagarle.

—Eso no es... yo no...

—Ohhhh —dijo Talia—. ¿No tienes una moneda? Eso no


es bueno.

La miró frenéticamente.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Quizás tenga fertilizante humano después de todo —


dijo siniestramente.

Linus inmediatamente buscó en sus bolsillos.


Seguramente llevaría algo, tenía que haber algo.

¡Ajá!

Sacó la mano triunfante.

—¡Toma! —cantó— ¿Tengo un... botón?

Sí, un botón. Era pequeño y estaba hecho de latón, y por


su vida, no podía recordar de dónde venía. Realmente no era
su estilo. Linus tendía hacia colores apagados, y este era
brillante, deslumbrante y...

Theodore hizo clic en el fondo de su garganta. Casi


sonaba como si estuviera ronroneando.

Linus volvió a mirar hacia abajo para ver a Theodore


levantarse del suelo. Parecía tener algunos problemas; sus alas
eran demasiado grandes para su tamaño. Sus piernas se
quedaban atrapadas en ellas, lo que le hacía tropezar.
Theodore chirrió enojado, antes de usar su cola envuelta
alrededor de la pantorrilla de Linus como apoyo. Se las arregló
para enderezarse antes de dejarlo ir, sin apartar la vista del
botón. Tan pronto como estuvo de pie, comenzó a brincar sobre

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sus piernas alrededor de Linus, abriendo y cerrando sus
mandíbulas.

—Bueno, dáselo —dijo Talia—. No puedes ofrecerle un


regalo a un wyvern y luego guardártelo. La última vez que
alguien hizo eso, le prendió fuego.

Linus la miró bruscamente.

—Los wyverns no puede respirar fuego.

Ella sonrió de nuevo.

—No eres tan crédulo como pareces. Y te ves realmente


crédulo. Tendré que recordar eso.

Theodore saltaba más y más alto, tratando de llamar su


atención, aleteando. Estaba piando ruidosamente y sus ojos
ardían.

—Está bien, está bien —dijo Linus—. Lo conseguirás,


pero no quiero que hagas una escena. La paciencia es una
virtud.

Theodore aterrizó en el suelo y se giró en círculo antes


de arquear el cuello hacia Linus. Abrió la boca y esperó.

Sus colmillos eran muy grandes. Y muy filosos.

—Tienes que ponérselo en la boca —susurró Talia—.


Posiblemente tu mano entera.

Linus la ignoró. Tragando saliva, se agachó y colocó la


punta del botón en la boca de Theodore. El wyvern mordió
lentamente, presionando el botón. Linus retiró la mano cuando
Theodore cayó sobre su espalda, desplegando las alas en el
suelo. Su estómago estaba pálido y parecía suave. Se llevó las
patas traseras a la boca hasta que pudo apretar el botón.
Sosteniéndolo con sus garras, levantó el botón hacia su
cabeza, estudiándolo cuidadosamente, girándolo para ver
ambos lados. Chirrió en voz alta mientras se volteaba. Volvió a

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mirar a Linus antes de extender sus alas y despegarlas
torpemente. Casi tropezó, pero en el último momento, logró
volar hacia la casa.

—¿A dónde va? —preguntó Linus débilmente.

—A ponerlo con el resto de su tesoro —dijo Talia—. Algo


que nunca encontrarás, así que ni lo pienses. Un wyvern es
muy protector con su tesoro y mutilará a cualquiera que
intente quitárselo. —Ella hizo una pausa, considerando—.
Está debajo del sofá de la sala de estar. Deberías ir y echarle
un vistazo.

—Pero acabas de decir... Ah. Ya veo. —Ella lo miró


inocentemente—. Se suponía que debía ayudarnos a encontrar
a Calliope —le recordó.

—¿Sí? Yo nunca dije eso. Solo quería ver lo que le darías.


¿Por qué llevas botones en el bolsillo? Ahí no van —le miró de
reojo—. ¿No lo sabes?

—Sé dónde... —Sacudió la cabeza—. No. No lo haré. Voy


a encontrar a mi gato con o sin tu ayuda. Y si tengo que
atravesar tu jardín para hacerlo, lo haré.

—No te atreverás.

—¿Ah no?

Ella se sorbió la nariz.

—Phee.

—Salud —dijo Linus.

—¿Qué? No he estornudado. Yo estaba... ¡Phee!

—Sí, sí —dijo otra voz—. Te escuché la primera vez.

Linus se dio la vuelta.

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Había una niña sucia de unos diez años detrás de ellos.
Tenía manchas de suciedad en la cara que casi cubrían las
brillantes pecas que salpicaban su pálida piel. Ella dejó
escapar el aliento y un mechón de pelo rojo fuego le revoloteó
en la frente. Llevaba pantalones cortos y una camiseta sin
mangas. Estaba descalza y las uñas de sus pies tenían mugre
debajo de ellas.

Pero eran las delgadas alas que se levantaban de su


espalda lo que más llamó la atención a Linus. Eran
translúcidas, forradas de venas, y se enroscaban alrededor de
sus hombros, mucho más grandes de lo que él esperaría de
alguien de su tamaño.

Un sprite, como la señora Chapelwhite, aunque había


marcadas diferencias. Había un olor terrenal que emanaba de
ella que le recordó a Linus el camino a través de los árboles
para llegar a la casa, denso y espeso. Pensó que era posible
que lo estuvieran haciendo ella.

Un duende del bosque.

Linus solo había conocido un puñado de sprites antes.


Solían ser criaturas solitarias, y cuanto más jóvenes, más
peligrosos. No tenían el control total de su magia. Una vez,
había visto las secuelas de un joven sprite del lago que se había
sentido amenazado por un grupo de personas en un bote. El
nivel del agua había subido casi dos metros, y lo que quedaba
del bote había flotado en pedazos sobre la superficie picada.

No sabía qué había pasado con ese sprite después que


hubiera presentado su informe. Esa información estaba por
encima de su calificación salarial.

Sin embargo, esta sprite, Phee, le recordaba al sprite del


lago de años anteriores. Ella lo miraba con desconfianza con
sus alas temblando.

—¿Este es él? —preguntó—. No parece gran cosa.

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—No es crédulo —dijo Talia—. Así que tiene eso al
menos. Trajo un gato que escapó.

—Mejor no dejes que Lucy lo encuentre. Ya sabes lo que


hará.

Linus tuvo que recuperar el control de la situación. Eran


solo niños, después de todo.

—Mi nombre es Linus Baker. Y su nombre es Calliope.


Soy…

Phee lo ignoró mientras caminaba junto a él, la punta de


su ala izquierda le golpeó en la cara.

—No está en el bosque —le dijo a Talia.

Talia suspiró.

—No lo creía, pero pensé en preguntar.

—Tengo que ir a limpiarme —le dijo Phee—. Si no lo has


encontrado cuando termine, volveré y ayudaré. —Volvió a
mirar a Linus antes de salir de la glorieta hacia la casa.

—No le gustas —dijo Talia—. Sin embargo, no te sientas


mal por eso. A ella no le gusta la mayoría de la gente. No es
personal, no creo. Ella preferiría que no estuvieras aquí. O vivo.

—Estoy seguro —dijo Linus con rigidez—. Ahora, si


pudieras señalarme hacia… —Talia aplaudió frente a su
barba— ¡Eso es! ¡Sé dónde tenemos que mirar! Se suponía que
lo estarían preparando para ti, y apuesto a que Sal la tiene. Es
bueno con los callejeros.

Se dirigió hacia el extremo opuesto de la glorieta antes


de mirarlo por encima del hombro.

—¡Venga! ¿No quieres encontrar a tu gato?

Linus lo hizo.

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Y así la siguió.

Talia los condujo a través del jardín al costado de la casa


que no había podido ver desde la carretera. La luz se estaba
desvaneciendo y podía ver estrellas apareciendo en lo alto. El
aire era fresco ahora, y se estremeció.

Talia, por su parte, señalaba cada flor que encontraban,


diciéndole sus nombres y cuándo las había plantado. Ella le
advirtió que no las tocara, o tendría que golpearlo con su pala.

Linus no se atrevió a probarlo. Ella obviamente tenía


una propensión a la violencia, y él necesitaba recordar eso para
sus informes. Esta investigación no tenía un gran comienzo.
Tenía muchas preocupaciones. Específicamente, que todos
estos niños parecían estar dispersos.

—¿Dónde está el dueño de la casa? —preguntó Linus


mientras dejaban atrás el jardín—. ¿Por qué no te está
vigilando?

—¿Arthur? —preguntó Talia—. ¿Por qué demonios haría


eso?

—Señor Parnassus —insistió Linus—. Es cortés referirse


a él por un nombre propio. Y deberías hacerlo, porque eres un
niño.

—¡Tengo 263 años!

—Y los gnomos no alcanzan una edad de madurez hasta


los quinientos —dijo Linus—. Puedes pensar que soy tonto,
pero eso sería un error.

Ella gruñó algo en lo que Linus ahora estaba convencido


de que era gnómico.

—Desde las cinco de la tarde hasta las siete, tenemos


tiempo para realizar actividades personales. Arthur, perdón, el

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señor Parnassus, cree que deberíamos explorar lo que nos
interesa.

—Muy inusual —murmuró Linus.

Talia lo miró.

—¿Lo es? ¿No haces las cosas que te gustan después de


terminar de trabajar?

Bueno, sí. Sí lo hacía. Pero él era adulto, y eso era


diferente.

—¿Qué pasa si alguno se lastima mientras está en su


búsqueda personal? No puede holgazanear mientras...

—¡No está holgazaneando! —exclamó Talia—. ¡Él trabaja


con Lucy para asegurarse que no traiga el fin del mundo tal
como lo conocemos!

De nuevo Linus sintió que su visión se volvía gris al


pensar en.… ese niño. Ese Lucy. No podía creer que tal criatura
existiera sin su conocimiento. Sin el conocimiento del mundo.
Oh, entendía por qué lo mantenían en secreto e incluso podía
comprender la necesidad de hacerlo. Pero el hecho que hubiera
un arma de destrucción masiva en el cuerpo de un niño de seis
años y que el mundo no estuviera preparado era simplemente
impactante.

—Te has puesto terriblemente pálido —dijo Talia


mientras lo miraba—. Y te estás balanceando. ¿Estás enfermo?
Si es así, creo que deberíamos volver al jardín para que puedas
morir allí. No quiero tener que arrastrarte. Te ves muy pesado.
—Ella extendió la mano y le tocó el estómago—. Tan suave.

Curiosamente, esa simple acción logró aclarar su visión.

—No estoy enfermo —le espetó—. Solo estoy...


procesando.

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—Oh. Eso es muy malo. Si tu brazo izquierdo comienza
a doler, ¿me lo harías saber?

—¿Por qué iba a hacerlo? Eso es una señal de un ataque


al corazón, ¿no? —asintió— ¡Exijo que me lleves con el señor
Parnassus en este instante!

Ella ladeó la cabeza hacia él.

—Pero, ¿qué pasa con tu gato? ¿No quieres encontrarla


antes que se la coman y todo lo que quede sea su cola porque
está demasiado esponjosa y puedes ahogarte?

—Esto es muy perturbador e irregular. Si así funciona


este orfanato, tendré que informar...

Abrió mucho los ojos antes de agarrarlo de la mano y


comenzar a tirar de él.

—¡Estamos bien! ¿Ves? Todo está bien. ¡No estoy muerta


y tú no estás muerto y nadie está herido! Después de todo,
estamos en una isla sin posibilidad de entrar o salir que no sea
en ferry. ¡Y la casa tiene electricidad y baños que funcionan,
algo de lo que estamos muy orgullosos! ¿Qué podría pasarle a
cualquiera? Y Zoe nos vigila cuando el señor Parnassus es
requerido para otra cosa.

—¿Zoe? —exigió Linus—. Quien es…

—¡Oh! Me refería a la señora Chapelwhite —dijo Talia


apresuradamente—. Ella es maravillosa. Muy cariñosa. Todos
lo piensan. Y distantemente relacionada con un rey de las
hadas llamado Dimitri, ¡si puedes creerlo! Sin embargo, él no
vive por los alrededores.

La mente de Linus era un torbellino.

—¿Qué quieres decir con rey de las hadas? Yo nunca…

—Así que ya ves, no hay absolutamente nada de qué


preocuparse. Siempre estamos monitoreados con todo lo que

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hacemos, por lo que no es necesario informar a nadie de nada.
¡Y mira eso! Sabía que Sal tendría a tu gato. Los animales lo
aman. Es el mejor. ¿Ves? Calliope se ve tan feliz, ¿no?

Y, de hecho, lo estaba. Estaba frotándose contra las


piernas de un gran niño negro sentado en el porche de una
pequeña casa alejada de la gran casa, con la espalda arqueada
mientras él deslizaba un dedo por su columna vertebral, con
la cola moviéndose perezosamente de un lado a otro. El chico
le sonrió, y luego maravillas de maravillas, Calliope abrió la
boca y maulló, un sonido que Linus no recordaba haber
escuchado antes. Era oxidado y profundo, y casi lo detuvo en
seco. Ronroneaba, por supuesto, generalmente de disgusto,
pero nunca maullaba.

—Sí —dijo el niño, en voz baja—. Qué buena chica, ¿no?


Sí, lo eres. La chica más guapa.

—Está bien —dijo Talia en voz baja—. Sin movimientos


bruscos, ¿de acuerdo? No quieres...

—¡Ese es mi gato! —dijo Linus en voz alta—. Tú, ¿cómo


lograste que hiciera eso?

—…asustarle. —Talia terminó con un suspiro—. Ahora


te has alterado y lo has hecho.

El niño levantó la vista con miedo al sonido de la voz de


Linus. Sus grandes hombros se encorvaron cuando pareció
hundirse hacia adentro. En un momento, había un chico
guapo con ojos oscuros, y al siguiente, la ropa que llevaba
puesta cayó al porche como si el cuerpo que la llevaba hubiera
desaparecido de la faz de la tierra.

Linus se detuvo, con la boca abierta.

Excepto que mientras él miraba, la pila de ropa comenzó


a moverse.

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Hubo un destello de cabello blanco, y luego la ropa se
cayó.

Sal, el niño grande que tenía que pasar al menos setenta


kilos, se había ido.

Pero no completamente.

Porque se había convertido en un Pomerania de dos


kilos.

Un esponjoso Pomerania de dos kilos. El cabello que le


rodeaba la cabeza era blanco, cubierto de naranja oxidado que
se extendía por la espalda y las piernas. Su cola estaba doblada
detrás de su espalda, y antes que Linus pudiera procesar el
hecho que había visto un cambio real ante él, Sal dio un ladrido
agudo, se volvió y corrió hacia la casa de huéspedes.

—Mi palabra —respiró Linus—. Eso es... —No sabía


cómo terminar.

—Te dije que no lo asustaras —dijo Talia con enojo—.


Está muy nervioso, ya sabes. No le gustan los extraños ni que
le griten y aquí... estás siendo ambas cosas.

Calliope pareció estar de acuerdo, mientras miraba a


Linus antes de subir los escalones y desaparecer en la casa
también.

La casa en sí era pequeña, incluso más pequeña que la


de Linus. El porche no era lo suficientemente grande para una
mecedora, pero se veía encantador, las flores crecían a lo largo
del frente debajo de las ventanas que tenían una luz cálida y
acogedora. También estaba hecho de ladrillo, muy parecido a
la casa principal, pero no exudaba el temor que Linus había
sentido al llegar.

Podía escuchar ladridos provenientes del interior de la


casa. Hubo una respuesta que sonó aguda y confusa, como si

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alguien arrojara una esponja húmeda en el suelo
repetidamente.

—Chauncey también está aquí —dijo Talia, sonando


encantada—. Probablemente te cogió el equipaje mientras
estábamos en el jardín. Es muy hospitalario, ya sabes. Quiere
ser botones cuando sea mayor. El uniforme con el sombrerito
y todo. —Ella lo miró con ojos grandes e inocentes de los que
Linus desconfió de inmediato—. ¿Cree que sería bueno en eso,
señor Baker?

Y como Linus creía en el poder del pensamiento positivo,


dijo:

—No veo por qué no. —A pesar que se preguntaba qué


podría ser Chauncey.

Talia sonrió dulcemente como si no creyera una sola


palabra.

El interior de la casa era tan entrañable como el exterior.


Había una sala de estar con una silla de aspecto cómodo frente
a una chimenea de ladrillo, y una mesa puesta en un rincón
frente a una de las ventanas. El sonido de los ladridos provenía
de más abajo en el pasillo, y por un momento, Linus estaba
ligeramente desorientado, porque no parecía haber…

—¿Dónde está la cocina? —preguntó.

Talia se encogió de hombros.

—No hay. Quien fuera dueño de la casa parecía pensar


que todos deberían comer juntos en la casa principal. Tienes
la oportunidad de comer con todos nosotros. Probablemente lo
mejor, para que pueda ver que comemos solo los alimentos
más saludables y somos civilizados o lo que sea.

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—Pero hay…

—¡Señor! —una voz húmeda y chillona exclamó detrás


de él—. ¿Puedo coger su abrigo?

Linus se giró para ver...

—¡Chauncey! —dijo Talia, sonando encantada.

Allí, de pie (¿sentado?) en el pasillo, con un pequeño


perro asomándose a su alrededor, había una mancha verde
amorfa con brillantes labios rojos. Y dientes negros. Y ojos
sobre unos tallos que sobresalían muy por encima de su
cabeza, aparentemente moviéndose independientemente uno
del otro. Tenía brazos como tentáculos con pequeños retoños
a lo largo de sus longitudes. No era del todo transparente,
aunque Linus podía distinguir el tenue contorno de Sal
escondiéndose detrás de él.

—No llevo abrigo —se oyó decir a sí mismo, aunque en


realidad no le había dicho a su cerebro que lo dijera.

Chauncey frunció el ceño.

—Oh. Eso es decepcionante. —Sus ojos se movieron


mientras parecía brillar. Como literalmente iluminándose,
porque se convirtió en un tono más claro de verde—. ¡No
importa! ¡Ya he atendido su equipaje, señor! Lo he colocado en
su habitación, al igual que la jaula bárbara, supongo que es
para su gato que ahora está durmiendo en su almohada. —Le
tendió uno de sus tentáculos.

Linus lo miró fijamente.

—Ejem —tosió Chauncey, volteando la punta de su


tentáculo hacía él por segunda vez.

—Tienes que pagarle —siseó Talia detrás de él.

De nuevo, independiente de cualquier pensamiento,


Linus sintió que buscaba su billetera. La abrió, encontró uno

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El Mar Cerúleo
y se lo entregó. Se empapó al instante cuando el tentáculo de
Chauncey se cerró sobre él.

—Guau —susurró mientras acercaba el billete, con los


ojos caídos sobre sus tallos para mirarlo—. Lo hice. Soy un
botones.

Antes que Linus pudiera responder a eso, sonó una voz


escalofriante, sonando como si viniera de todas partes. El aire,
los suelos, las paredes que los rodeaban.

—Soy una encarnación malvada —dijo la voz cobarde—


. Soy la plaga sobre la piel de este mundo. Y lo pondré de
rodillas. ¡Prepárate para el fin de los días! ¡Ha llegado tu hora
y los ríos correrán con la sangre de los inocentes!

Talia suspiró.

—Es una reina del drama.

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El Mar Cerúleo

Seis

Linus Baker, por lo que sabía, se preocupaba por los


niños a los que tenía la tarea de observar. No creía que uno
pudiera hacer lo que hacía y carecer de empatía, aunque no
podía entender cómo alguien como la señora Jenkins había
trabajado en casos antes de ser ascendida a Supervisora.

Y así, cuando se enfrentó a una amenaza percibida, y


aunque todo parecía revuelto, Linus hizo lo único que pudo: se
movió para proteger a los niños.

Talia chilló enojada cuando la empujó detrás de él hacía


Sal y Chauncey.

—¿Qué estás haciendo?

Él la ignoró, el zumbido en sus oídos que había


escuchado desde que había llegado a la isla ahora se convirtió
en un rugido en toda regla. Dio un paso hacia la puerta abierta
y podía jurar que toda la oscuridad que había fuera se había
oscurecido de alguna manera. Creía que, si salía al porche, las
estrellas de arriba se abrían borrado y todo lo que quedaría
sería la noche eterna.

—¿Qué está pasando? —susurró Chauncey detrás de él.

—No tengo idea —dijo Talia con irritación.

Sal ladró nerviosamente, un grito agudo.

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El Mar Cerúleo
—Probablemente —dijo Talia.

Linus dio un paso hacia la puerta. Debería haberse dado


cuenta que aceptar esta tarea sería lo último que haría. Se
preguntó si Lucy ya habría acabado con el señor Parnassus y
quien (o lo que fuera) que había estado en la casa principal con
ellos. No podía estar seguro si había otras cosas que la
Gerencia Extremadamente Superior no conocía. Si hubiera un
camino despejado, tal vez podría llevar a los niños al coche.
Tendría que meter a Calliope en su caja, pero preferiría tener
un gato enojado con el que tratar que un demonio. No sabía
cómo los sacaría de la isla, pero...

Salió al porche.

Estaba más oscuro, quizás más oscuro de lo que había


estado antes. Apenas podía ver las flores del porche. Todo lo
demás se perdía en la oscuridad. Era como si la noche fuera
algo vivo y hubiera consumido el mundo. La piel de Linus se
sintió electrificada.

—Hola —dijo una dulce voz a su lado. Linus jadeó y giró


la cabeza.

Allí, de pie al borde del porche, había un niño.

Lucy se veía exactamente como en la fotografía. Su


cabello negro estaba azotado por el viento, y sus ojos estaban
rojos y rodeados de azul. Parecía tan pequeño, pero la sonrisa
en su rostro se torció en una sonrisa burlona, y sus dedos
temblaban a los costados, como si apenas se estuviera
refrenando para alcanzar y arrancar las extremidades de
Linus.

—Es bueno verte —cantó Lucy antes de reírse—. Sabía


que vendrías, señor Baker. Sin embargo, cuando termine
contigo, desearás no haberlo hecho —La sonrisa se ensanchó
hasta que pareció que su rostro se partiría por la mitad. Las
llamas comenzaron a levantarse detrás de él, aunque no

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El Mar Cerúleo
parecían quemar la casa, y Linus no podía sentir el calor que
debería haber caído sobre ellos—. Voy a disfrutar esto mucho
más de lo que podrías…

—Es suficiente, Lucy.

Y así, todo se apagó.

Lucy gimió y el rojo desapareció de sus ojos. El fuego se


calmó. La negrura desapareció y los restos de la puesta de sol
aparecieron en el horizonte. Las estrellas brillaban y Linus
podía ver la casa principal al otro lado.

—Me estaba divirtiendo —murmuró Lucy, arrastrando


su zapato contra el porche—. Soy el fuego del infierno. Soy la
parte más oscura de...

—Aún tienes que bañarte antes de cenar —dijo la voz, y


Linus sintió que su corazón daba un vuelco—. Quizás
podríamos dejar el fuego del infierno y las partes más oscuras
para mañana.

Lucy se encogió de hombros.

—Bueno. —Y luego pasó corriendo al lado de Linus hacia


la casa, gritando a Talia y Chauncey—. ¿Habéis visto lo que he
hecho? ¡Estaba tan asustado!

Linus miró desde el porche.

Allí, de pie en la hierba, había un hombre.

Era diferente a todos los que había visto antes. Él era


delgado. Su cabello claro era un desastre, sobresalía en
ángulos extraños. Estaba empezando a ponerse gris alrededor
de su sien. Sus ojos oscuros eran brillantes y radiantes en la
oscuridad. Su nariz aguileña tenía una protuberancia en el
centro, como si se la hubiera roto una vez hace mucho tiempo
y nunca se hubiera solucionado. Estaba sonriendo, con las
manos cruzadas delante de él. Sus dedos eran largos y

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El Mar Cerúleo
elegantes mientras giraba sus pulgares. Llevaba un chaquetón
verde, con el cuello levantado alrededor de su cuello contra la
brisa marina. Sus pantalones parecían demasiado cortos para
sus largas piernas, los dobladillos subían por encima de sus
tobillos, revelando medias rojas. Llevaba zapatos de punta de
ala en blanco y negro.

—Hola, señor Baker —dijo Arthur Parnassus, sonando


divertido—. Bienvenido a la isla Marsyas. —Su voz era más
clara de lo que Linus esperaba, casi como si hubiera notas
musicales detrás de cada palabra—. Espero que su viaje haya
sido de lo más agradable. El mar a veces puede estar agitado
al cruzar. Merle es... Merle. Él es del pueblo, después todo.

Linus estaba asombrado. Recordó la fotografía borrosa


del archivo. En él, el señor Parnassus estaba de pie contra un
fondo azul, y no había estado sonriendo. Pero había un arco
jovial en su ceja, y Linus lo había mirado por más tiempo de lo
que probablemente era apropiado.

Parecía más joven en persona, mucho más joven de lo


que sugerían sus cuarenta y cinco años. Tenía la cara tan
fresca como los jóvenes que entraban en DICOMY con sus
brillantes grados e ideas sobre cómo deberían hacerse las
cosas en lugar de como eran realmente. Rápidamente
aprendían a obedecer. El idealismo no tenía lugar en el trabajo
del gobierno.

Linus sacudió la cabeza, tratando de aclarar sus


pensamientos. No sería bueno para alguien en su posición
quedarse ahí mirando boquiabierto al dueño de un orfanato.
Linus Baker no era más que un profesional consumado, y tenía
un trabajo que hacer.

—¿A menudo saluda a sus invitados con amenazas de


muerte y destrucción, señor Parnassus? —preguntó con
severidad, tratando de recuperar el control de la situación.

El señor Parnassus se echó a reír.

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—Por lo general, no, aunque debería decir que no
tenemos muchos invitados. Por favor, llámame Arthur.

Linus estaba tenso, escuchando el murmullo de voces


detrás de él. Se sentía incómodo al tener a alguien como Lucy
fuera de la vista.

—Creo que señor Parnassus será suficiente. Seré el


señor Baker durante el curso de esta visita. Para ti y para los
niños.

El señor Parnassus asintió con un placer apenas oculto.


Linus no podía estar seguro qué de esta situación era
exactamente lo que provocaba tal respuesta. Se preguntó si de
alguna manera se burlaba de él y sintió una oleada de ira
contra el hombre. Se las arregló para dejarlo pasa antes que
pudiera notarse en su expresión.

—Señor Baker, entonces. Mis disculpas por no darte la


bienvenida en persona a tu llegada. —Echó un vistazo a la casa
sobre el hombro de Linus antes de volver a mirarlo—. Por lo
demás, me distraje con Lucy, aunque sospecho que intentaba
ocultarme tu presencia.

Linus estaba atónito.

—¿Puede... hacer eso?

El señor Parnassus se encogió de hombros.

—Puede hacer muchas cosas, señor Baker. Pero espero


que lo descubras por ti mismo. Es la razón por la que estás
aquí, ¿no? Phee nos informó de tu llegada, y Lucy decidió que
te daría la bienvenida a su manera especial.

—Especial —dijo Linus débilmente—. Así es como lo


llamas.

Dio un paso hacia el porche.

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El Mar Cerúleo
—Este es un lugar inusual, lleno de cosas que no creo
que hayas presenciado antes. Sería mejor si dejaras atrás tus
nociones preconcebidas, señor Baker. Tu visita será mucho
más agradable si lo haces.

Linus se erizó.

—No estoy aquí para disfrutar, señor Parnassus. Esto no


son vacaciones. Estoy aquí según lo ordenado por el
Departamento a Cargo de la Juventud Mágica para determinar
si el Orfanato Marsyas debe permanecer como está, o si se
deben tomar otras medidas. Harías bien en recordar eso. El
hecho que los niños se estén volviendo locos sin supervisión
no es el mejor comienzo.

El señor Parnassus apenas parecía afectado.

—¿Volviéndose locos, dices? Fascinante. Y soy


consciente para qué estás aquí. Simplemente no sé si tú lo
eres.

—¿Qué se supone que significa eso?

Zigzagueó mientras Linus esperaba.

—Le diste un botón a Theodore.

Linus parpadeó.

—¿Perdón?

El señor Parnassus estaba al pie de las escaleras. Linus


apenas lo había visto moverse.

—Un botón —repitió lentamente—. De latón. Se lo diste


a Theodore.

—Sí, bueno, fue lo primero que encontré en mi bolsillo.

—¿De dónde vino?

—¿Qué quieres decir?

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El Mar Cerúleo
—El botón, señor Baker —dijo—. ¿De dónde vino el
botón?

Linus dio un paso atrás.

—No... no sé exactamente a qué te refieres.

El señor Parnassus asintió.

—Son las cosas pequeñas. Pequeños tesoros que


encontramos sin conocer su origen. Y vienen cuando menos
los esperamos. Es hermoso, cuando lo piensas. Él lo ama
mucho. Eso fue muy amable de tu parte.

—¡Me ordenaron que se lo diera!

—¿Sí? Es verdad eso. —Estaba en el porche frente a


Linus. Era más alto, mucho más alto de lo que le había
parecido en el césped frente a la casa. Linus tuvo que inclinar
la cabeza hacia atrás para encontrar su mirada. Tenía una
peca que casi formaba un corazón debajo de su ojo izquierdo.
Un mechón de pelo le caía por la frente.

Linus se estremeció un poco cuando el señor Parnassus


extendió una mano. Lo miró por un momento, luego se recordó
a sí mismo. Tomó la mano ofrecida con la suya. Su piel estaba
fría y seca, y cuando los dedos se envolvieron alrededor de los
suyos, Linus sintió un pequeño rizo de calor en el fondo de su
mente.

—Es un placer conocerte —dijo Parnassus—.


Independientemente de la razón por la que estés aquí.

Linus retiró la mano y la palma le hormigueaba.

—Todo lo que pido es que me dejen realizar mi trabajo


sin interferir.

—Por los niños.

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El Mar Cerúleo
—Sí —dijo Linus—. Por los niños. Son lo más
importante, después de todo.

El señor Parnassus lo estudió, buscando algo, Linus no


sabía que.

—Entonces bien. Me alegra que hayamos tenido un


comienzo tan maravilloso. Eso es un buen augurio para lo que
sin duda será un mes iluminador.

—Yo no lo llamaría maravilloso…

—¡Niños! —llamó el señor Parnassus. Se inclinó


hábilmente, recogiendo la ropa desechada de Sal con su
mano—. Venir ahora, ¿queréis?

Hubo una estampida de pies detrás de Linus, algunos


pesados, otros sonando como si estuvieran arrastrándose.
Linus fue empujado mientras corrían hacía él.

Sal fue el primero, todavía siendo un pequeño


Pomerania. Ladró nerviosamente, dándole a Linus un amplio
rodeo antes de saltar sobre el señor Parnassus, moviendo la
cola.

—Hola, Sal —dijo el señor Parnassus, mirando hacia


abajo. Luego, notablemente, ladró, un grito agudo. Sal
respondió con una serie de ladridos antes de partir hacia la
casa—. ¿Trajiste un gato?

Linus lo miró boquiabierto.

—Puedes hablar…

—¿Con Sal? —preguntó el señor Parnassus—. Por


supuesto que puedo. Él es uno de los míos. Es importante...
Talia. Gracias por mostrar a nuestro huésped los alrededores.
Eso fue muy amable de tu parte. Y Chauncey. Dudo que haya
habido un mejor botones en todo el mundo.

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El Mar Cerúleo
—¿De verdad? —gritó Chauncey, con los ojos
balanceándose en sus tallos—. ¿Del mundo entero? —Hinchó
el pecho. O, más bien, parecía hinchar el pecho. Linus no podía
estar seguro de que tuviera un torso en absoluto—.
¿Escuchaste eso, Talia? El mundo entero.

Talia resopló.

—He oído. Tendrás tu propio hotel antes que te des


cuenta. —Miró a Linus mientras se acariciaba la barba—. De
nada por no haberte atacado con la pala cuando tuve la
oportunidad. —Ella hizo una mueca cuando el señor
Parnassus habló con un sonido bajo y gutural, casi como si se
estuviera ahogando.

Linus tardó un momento en darse cuenta que estaba


hablando gnómico.

Talia lanzó un gran suspiro dramático.

—Lo siento, señor Baker. Prometo que no te atacaré con


mi pala. Hoy.

Y con eso, Chauncey y ella bajaron las escaleras y se


dirigieron hacia la casa principal.

Linus sintió que un escalofrío le recorría la espalda


cuando oyó crujir el suelo detrás de él. Lucy apareció a su lado,
sonriéndole maniáticamente. No parecía parpadear.

—¿Sí? —preguntó Linus en un graznido—. Erm, ¿puedo


ayudarte?

—No —dijo Lucy, con una sonrisa cada vez más amplia—
. No puedes. Nadie puede. Soy el padre de las serpientes. El
vacío en el...

—Es suficiente —dijo Parnassus a la ligera—. Lucy, es


tu turno de ayudar a la señora Chapelwhite en la cocina. Ya
llegas tarde. Vete a eso.

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El Mar Cerúleo
Lucy suspiró cuando se desinfló.

—Aw, ¿en serio?

—En serio —dijo el señor Parnassus, que se agachó y le


dio unas palmaditas en el hombro—. Date prisa. Sabes que no
le gusta cuando eludes tus responsabilidades.

Lucy gruñó por lo bajo mientras saltaba por las


escaleras. Volvió a mirar por encima del hombro a Linus
cuando llegó al final. Linus sintió que le temblaban las rodillas.

—Está faroleando —dijo Parnassus—. En realidad, le


encanta trabajar en la cocina. Creo que solo está haciendo un
espectáculo para ti. Es un pequeño artista.

—Creo que necesito sentarme —dijo Linus, sintiéndose


entumecido.

—Por supuesto —dijo el señor Parnassus con facilidad—


. Has tenido un largo día —Echó un vistazo a su muñeca,
tirando hacia atrás de la manga de su abrigo para revelar un
gran reloj—. La cena es a las siete y media, así que tienes un
poco de calma. La señora Chapelwhite ha preparado una fiesta
en tu honor como bienvenida a Marsyas. Me dijeron que habría
pastel de postre. Me encanta la tarta. —Tomó la mano de Linus
en la suya otra vez, apretándola suavemente. Linus lo miró—.
Sé por qué estás aquí —dijo en voz baja—. Y sé el poder que
tienes. Todo lo que le pido es que tengas la mente abierta,
señor Baker. ¿Puedes hacer eso por mí?

Linus retiró la mano, sintiéndose fuera de lugar.

—Haré lo que debo.

El señor Parnassus asintió. Parecía que iba a decir algo


más, pero sacudió la cabeza. Se dio la vuelta y salió del porche,
siguiendo a los demás en la oscuridad.

No miró hacia atrás.

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El Mar Cerúleo
Linus apenas recordaba haber caminado por el pasillo
hacia su habitación. Sintió como si estuviera atrapado en un
sueño extraño, uno del que no sabía cómo escapar. La
sensación persistió cuando pasó por el pequeño baño, solo
para ver que sus artículos de tocador habían sido colocados en
un estante debajo del espejo.

—¿Qué? —No le preguntó a nadie en particular.

La habitación al final del pasillo era pequeña, pero


funcional. Había un escritorio junto a la ventana que daba al
acantilado que daba al mar. Una silla estaba presionada contra
ella. Cerca de lo que parecía ser la puerta del armario había
una pequeña cómoda. Una cama con una colcha de gran
tamaño puesta contra la pared opuesta. Calliope estaba sobre
la almohada, con la cola enrollada a su alrededor. Ella abrió
un solo ojo cuando entró, siguiendo su movimiento.

Abrió la boca y estaba a punto de hablar con ella cuando


las palabras se le quedaron en la garganta.

Su maleta estaba sobre la cama, abierta y vacía. Se


apresuró hacia ella.

—¿Dónde están mis cosas?

Calliope bostezó y metió la cara entre las patas,


respirando profundamente.

Los archivos de los niños y del señor Parnassus aún


estaban seguros en un bolsillo lateral, con la cremallera
cerrada. No parecía que los hubieran tocado. Pero su ropa ya
no estaba, y también...

Miró a su alrededor salvajemente.

Allí, en el suelo, cerca del escritorio, estaban los cuencos


de Calliope. Uno había sido llenado con agua, el otro con su
pienso, cuya bolsa estaba colocada a un lado del escritorio.

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El Mar Cerúleo
Sobre el escritorio estaba su copia de NORMAS Y
REGULACIONES.

Fue al armario y abrió las puertas.

Sus camisas, corbatas y pantalones estaban colgados


cuidadosamente en las perchas. Junto a ellos estaba el abrigo
que había traído, aunque no estaba seguro que lo fuera a
necesitar.

Sus mocasines de repuesto estaban en el suelo.

Dejando la puerta abierta, fue a la cómoda. En el


interior, apilados cuidadosamente, estaban sus calcetines y
ropa interior.

El siguiente cajón tenía su pijama y la única ropa que


no era de trabajo que había traído, pantalones y un polo.

Retrocedió lentamente del escritorio hasta que sus


piernas tocaron el borde de la cama. Se sentó bruscamente,
mirando los cajones y el armario abierto.

—Creo —le dijo a Calliope—. Que estoy loco.

Ella no tenía una opinión de una manera u otra.

Sacudiendo la cabeza, cogió su maleta, sacó los archivos


y los colocó en su regazo.

—Tonto —murmuró—. La próxima vez, mira en qué te


estás metiendo.

Respiró hondo antes de abrir el archivo en la parte


superior.

—Oh —dijo sin aliento cuando leyó sobre el wyvern


llamado Theodore—. ¿Qué? —se ahogó cuando abrió el archivo
de un niño de catorce años llamado Sal.

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El Mar Cerúleo
No logró decir nada en absoluto con el de Talia, aunque
una gota de sudor goteó por su frente.

Tenía razón sobre Phee. Un duende del bosque, y uno


poderoso.

Retrocedió bruscamente ante lo que vio del niño llamado


Chauncey. Tenía diez años, y luego, la palabra Madre, decía
DESCONOCIDA. Lo mismo para su padre. Y su especie. Parecía
que nadie sabía exactamente qué era Chauncey en realidad. Y
ahora qué Linus lo había visto en persona, tampoco estaba
seguro.

La Gerencia Extremadamente Superior tenía razón.

Los niños no se parecían a nada que hubiera visto antes.

Estaba considerando seriamente ignorar la invitación a


la cena y echarse la pesada colcha sobre su cabeza, aislándose
del extraño mundo en el que se había encontrado. Tal vez si
dormía, las cosas tendrían más sentido al despertar.

Pero entonces su estómago gruñó, y se dio cuenta que


tenía hambre.

Voraz, incluso.

Se tocó su nada despreciable estómago.

—¿Debería? —gorgoteó de nuevo.

Él suspiró.

Es por eso que se encontró de pie en la puerta delantera


de la casa principal, tratando de calmar sus nervios.

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El Mar Cerúleo
—No es diferente a cualquier otra tarea —murmuró para
sí mismo—. Has estado en esta situación antes. Adelante,
viejo. Puedes con esto.

Levantó la mano y golpeó la aldaba de metal contra la


puerta tres veces.

Y espero.

Un minuto después, volvió a llamar. Aún no había


respuesta.

Se limpió el sudor de la frente mientras daba un paso


atrás, mirando a un lado de la casa. Había luces encendidas
en las ventanas, pero no parecía que alguien fuera a venir a
abrir la puerta.

Sacudió la cabeza mientras volvía a caminar hacia la


puerta. Después de un momento de indecisión, alcanzó el
pomo. Lo giró fácilmente bajo su mano y empujó.

La puerta se abrió.

Dentro había un vestíbulo que conducía a un amplio


conjunto de escaleras que iban al segundo piso. Las
barandillas eran de madera y lisas. Una gran lámpara de araña
colgaba sobre el vestíbulo, los cristales brillaban con la luz.
Asomó la cabeza por la puerta, escuchando.

Escuchaba... ¿música? Era débil, pero, aún así. No


podía distinguir la canción, pero de alguna manera le resultaba
familiar.

—¿Hola? —dijo, pero nadie respondió.

Entró en la casa y cerró la puerta detrás de él.

A su derecha había una sala de estar, un gran sofá


tapizado frente a una chimenea oscura. Había una pintura
sobre la chimenea, un retrato caprichoso de remolinos de
viento. Le pareció ver que la falda con volantes del sillón se

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El Mar Cerúleo
movía, pero no podía estar seguro que no fuera solo un reflejo
de la luz.

Delante estaban las escaleras.

A su izquierda había un comedor formal, aunque no


parecía que se usara. El candelabro más pequeño sobre la
mesa estaba apagado, y la mesa estaba cubierta de libros,
viejos por su aspecto.

—¿Hola? —intentó de nuevo. Nadie respondió

Hizo lo único que pudo.

Siguió el sonido de la música.

Cuanto más se acercaba, más subían las notas, las


trompetas bajas y agudas, una dulce voz masculina que
cantaba que en algún lugar más allá del mar, ella estaba
esperándole.

Linus tenía ese disco. Le encantaba.

Mientras Bobby Darin10 cantaba sobre observar barcos


desde arenas doradas, Linus se movió ensoñadoramente, con
los dedos trazando los libros sobre la mesa. Apenas miraba los
títulos, fascinado por el rasguño revelador del disco.

Llegó a dos puertas batientes, con ojos de buey en el


centro. Se puso de puntillas, mirando a través de ellas.

La cocina era luminosa y bien ventilada. Era más grande


que cualquier cocina que hubiera visto antes. Estaba seguro
que toda la casa de huéspedes podría caber dentro, con
espacio de sobra. Las luces colgaban del techo rodeadas de
globos de cristal como peceras. Podía ver un refrigerador

10
Walden Robert Cassotto, conocido como Bobby Darin (Nueva York, 14 de mayo de
1936-Los Ángeles, 20 de diciembre de 1973), fue un cantante estadounidense, uno de
los más populares e ídolo de adolescentes de las décadas de 1950 y 1960.

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gigantesco al lado de un horno de tamaño industrial. Los
mostradores de granito estaban relucientes y...

Su mandíbula cayó.

La señora Chapelwhite se movía por la cocina, los pies


apenas tocaban el suelo. Sus alas brillaban detrás de ella,
mucho más brillantes que las de Phee. Revoloteaban con cada
paso que ella daba.

Pero fue la otra persona en la cocina la que más llamó la


atención de Linus.

Lucy estaba sentado en un taburete frente al mostrador.


Tenía un cuchillo de plástico en la mano y estaba cortando un
tomate, dejando caer los trozos en un gran tazón rosado a su
izquierda.

Y estaba sentado junto a Bobby Darin. Mientras la


orquesta se hinchaba a la mitad de la canción, con los
tambores repiqueteando y las trompetas sonando, sacudiendo
todo su cuerpo al compás de la música. Bobby regresó y dijo
que sabía sin lugar a dudas que su corazón lo llevaría allí.

Y Lucy balanceaba la cabeza hacia atrás, gritando las


palabras mientras bailaba.

La señora Chapelwhite estaba cantando junto a él,


girando en la cocina mientras entraba y desaparecía de la
vista.

Una sensación de irrealidad que se apoderó de Linus,


una ola discordante que parecía que lo estaba absorbiendo. No
pudo recuperar el aliento.

—¿Qué estás haciendo? —susurró una voz.

Linus dejó escapar un aullido estrangulado y se volvió


para encontrarse con Phee y Talia de pie detrás de él. Phee se
había lavado, con su cabello rojo como el fuego y sus pecas

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más pronunciadas. Sus alas estaban dobladas contra su
espalda.

Talia se había cambiado a un atuendo diferente, aunque


era notablemente similar al que había llevado antes, sin gorra.
Su largo cabello blanco colgaba sobre sus hombros, del mismo
color exuberante que su barba.

Ambos lo miraron sospechosamente. Linus no sabía qué


decir.

—Estoy...

—¿Espiando? —sugirió Phee.

Se puso rígido.

—Absolutamente no…

—No nos gustan los espías —dijo Talia ominosamente—


. Nunca volvimos a saber del último espía que intentó
infiltrarse en nuestra casa —Ella se inclinó hacia adelante,
entrecerrando los ojos—. Porque lo cocinamos y nos lo
comimos para la cena.

—No hicisteis tal cosa —dijo Parnassus, apareciendo de


la nada. Linus comenzaba a entender que era algo que él hacía.
En algún momento, se había quitado el abrigo. Ahora llevaba
un suéter grueso, cuyos extremos caían sobre el dorso de sus
manos.

—Porque nunca hemos tenido tanta suerte como para


tener un espía. Un espía sugiere a alguien capaz de infiltrarse
sin mostrar su intención. Cualquiera que haya venido aquí ha
dejado sus intenciones perfectamente claras. ¿No es así, señor
Baker?

—Sí —dijo—. Así es.

El señor Parnassus sonrió.

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—Y, además, no dañamos a nuestros invitados.
Ciertamente no hasta el punto de asesinarlos. Eso sería
grosero —Eso no hizo que Linus se sintiera mejor.

“Más allá del mar” dio paso a Bobby cantando sobre


querer una chica a la que llamar suya para que no tuviera que
soñar solo.

—¿Vamos? —preguntó el señor Parnassus.

Linus asintió.

Todos lo miraban fijamente.

Le llevó un momento darse cuenta que estaba


bloqueando la puerta. Se hizo a un lado. Phee y Talia entraron
a la cocina. El señor Parnassus gritó sobre su hombro:

—¡Theodore! ¡Cena!

Linus escuchó un fuerte ruido proveniente de la sala.


Miró más allá del señor Parnassus a tiempo para ver a
Theodore salir de debajo del sofá, tropezando con sus alas. Él
gruñó mientras giraba de lado a lado, la cola golpeando contra
el suelo. Se tumbó boca arriba por un momento, respirando
con dificultad.

—Lento y constante, Theodore —dijo el señor Parnassus


amablemente—. Nunca comenzaríamos sin ti.

Theodore suspiró (posiblemente, Linus no podía estar


seguro) y se enderezó. Chirrió mientras se sentaba
cautelosamente sobre sus patas traseras, doblando sus alas
detrás de él con mucho cuidado, primero la derecha y luego la
izquierda. Dio un paso tentativo hacia adelante, las garras se
deslizaron por el suelo de madera antes de encontrar agarre.

—Prefiere volar a todas partes —le susurró el señor


Parnassus a Linus—. Pero cuando llega la hora de comer, le
pido que camine.

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El Mar Cerúleo
—¿Por qué?

—Porque debe acostumbrarse a poner sus pies en el


suelo. No puede pasar todo el tiempo usando las alas. Se
cansará, especialmente siendo tan joven. Si alguna vez se
encuentra en peligro, necesita aprender a usar sus piernas y
sus alas.

Linus se sobresaltó.

—Peligro, ¿por qué…?

—¿Cuántos wyverns quedan en el mundo, señor Baker?

Eso le hizo callar rápidamente. La respuesta, aunque no


podía ser exacta, no era mucha.

El señor Parnassus asintió.

—Precisamente.

Theodore dio sus pasos exagerados hacia ellos, con la


cabeza ladeada. Cuando se paró a sus pies, miró al señor
Parnassus, chirrió y extendió sus alas.

—Sí, sí —dijo el señor Parnassus, inclinándose para


pasar un dedo por su hocico—. Muy impresionante. Estoy
orgulloso de ti, Theodore.

Volvió a doblar sus alas, luego miró a Linus antes de


inclinarse y morder suavemente la punta de uno de sus
mocasines.

El señor Parnassus lo miró expectante. Linus no estaba


seguro de porqué.

—Te está dando las gracias por el botón.

Linus preferiría no ser roído para mostrar gratitud, pero


ya era demasiado tarde para eso.

—Oh. Bien. ¿De nada?

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Theodore volvió a piar y atravesó la puerta que el señor
Parnassus mantuvo abierto para él.

—¿Vamos? —le preguntó a Linus.

Linus asintió y cruzó la puerta hacia la cocina.

Había otra mesa puesta en el otro extremo de la cocina.


Esta parecía más usada que la del comedor. Había un mantel
un poco desgastado extendido, con la vajilla puesta. Tres
platos y juegos de cubiertos estaban a un lado y cuatro en el
otro lado, aunque uno no tenía puesto ni cuchara ni tenedor.
Y había adornos a cada extremo de la mesa. Las velas estaban
encendidas y parpadeaban.

En el centro, había comida apilada. Había patatas


gratinadas, pan y algún tipo de carne que no pudo reconocer.
Había hojas verdes; los tomates que Lucy había estado
cortando parecían escarabajos rojos a la luz de las velas.

Una fiesta en su honor, le habían dicho. Linus se


preguntaba si estaba envenenado.

La mayoría de los niños ya estaban sentados a la mesa.


Chauncey se sentó en el medio, con Phee y Talia a cada lado.
Frente a ellos estaban Theodore (subiéndose a la silla frente al
plato sin tenedores ni cucharas) y la señora Chapelwhite.
Junto a ella había una silla vacía, y luego Sal. Volvió a mirar a
Linus, descubrió que lo estaban observando y luego se dio la
vuelta rápidamente, bajando la cabeza y tocando el mantel.

El señor Parnassus se sentó en un extremo de la mesa.

Eso dejaba al otro extremo como el único asiento libre,


ya que Linus probablemente no se sentaría al lado de Sal. El
pobre muchacho probablemente no comería un solo bocado si
ese fuera el caso.

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El Mar Cerúleo
Nadie habló mientras se acercaba. Sacó la silla, cuyas
patas rozaron el suelo. Hizo una mueca, se aclaró la garganta
y se sentó. Deseó que Bobby siguiera cantando para distraerse
de la incomodidad, pero no podía ver el tocadiscos por ninguna
parte.

Desdobló su servilleta de tela al lado de su plato y la


extendió sobre su regazo.

Todos lo miraron fijamente. Se removió en su silla.

Lucy repentinamente estaba allí a su lado, causando que


Linus saltara en su asiento.

—Oh, querido —dijo.

—Señor Baker —dijo Lucy dulcemente—. ¿Puedo


ofrecerte algo para beber? ¿Zumo, tal vez? ¿Té? —Se inclinó
hacia delante y bajó la voz— ¿La sangre de un bebé nacido en
un cementerio bajo la luna llena?

—Lucy —advirtió el señor Parnassus.

Lucy miró a Linus.

—Lo que quieras, puedo darte —susurró.

Linus tosió débilmente.

—Agua. El agua está bien.

—¡Marchando el agua! —Levantó la mano, agarrando un


vaso vacío al lado del plato de Linus. Lo llevó al fregadero y se
subió a su taburete. Sacó la lengua concentrado (a través del
espacio donde solían estar sus dos dientes frontales) cuando
abrió el grifo. Una vez que el vaso estuvo lleno, lo sostuvo con
ambas manos mientras bajaba de su taburete. No derramó ni
una gota cuando se la entregó a Linus.

—Toma —dijo—. ¡De nada! ¡Y ni siquiera estoy pensando


en desterrar tu alma a la condenación eterna o algo así!

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El Mar Cerúleo
—Gracias. —Linus logró decir—. Es muy amable por tu
parte.

Lucy se echó a reír, un sonido que seguramente lo


perseguiría por el resto de su vida, antes de ir a la silla vacía
restante. Sal la sacó para él. En la silla había un asiento
elevado. Lucy se subió a ella y Sal empujó la silla hacia la
mesa, manteniendo la mirada baja.

El señor Parnassus sonrió a los niños.

—Maravilloso. Como todos saben, a pesar que alguien


decidió ocultarme su llegada, tenemos un invitado.

Lucy se hundió un poco en su asiento elevado.

—El señor Baker está aquí para asegurarse que estéis


sanos y felices —continuó Parnassus—. Os pido que lo tratéis
como a mí o a la señora Chapelwhite. Lo que significa con
respeto. Si descubro que alguno ha hecho algo... desagradable,
tendréis perdidas de privilegios. ¿Queda claro?

Los niños asintieron, incluido Theodore.

—Bien —dijo el señor Parnassus, sonriendo en voz baja.


—Ahora, antes de comer, una cosa que habéis aprendido hoy.
¿Phee?

—Aprendí a hacer que el follaje sea más grueso —dijo


Phee—. Me llevó mucho tiempo concentrarme, pero lo hice.

—Maravilloso. Sabía que podrías hacerlo. ¿Chauncey?

Sus globos oculares se golpearon entre sí.

—¡Puedo desempacar maletas yo solo! ¡Y tengo una


propina!

—Qué impresionante. Dudo que alguna vez se haya


desempacado una maleta tan bien. Talia, por favor.

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El Mar Cerúleo
Talia se acarició la barba.

—Si me quedo quieta, los hombres extraños piensan que


soy una estatua.

Linus se atragantó con la lengua.

—Iluminador —dijo el señor Parnassus, con un brillo en


los ojos—. ¿Theodore?

Chirrió y gruñó, con la cabeza apoyada en la mesa.


Todos rieron.

Excepto Linus, es decir, porque no estaba seguro de lo


que había sucedido.

—Aprendió que los botones son las mejores cosas del


mundo —dijo Chapelwhite a Linus, mirando con cariño a
Theodore—. Y yo aprendí que todavía juzgo a las personas por
su apariencia, aunque debería hacerlo mejor.

Linus sabia a quién estaba destinado. Pensaba que eso


era lo más parecido a una disculpa que iba a recibir de ella.

—A veces —dijo Parnassus—. Nuestros prejuicios


manchan nuestros pensamientos cuando menos esperamos
que lo hagan. Si podemos reconocer eso y aprender de ello,
podemos ser mejores personas. ¿Lucy?

Linus se sintió reseco. Cogió su vaso de agua.

Lucy miró hacia el techo y con voz monótona dijo:

—Aprendí que soy el portador de la muerte y el


destructor del mundo.

Linus roció agua sobre la mesa frente a él. Todos se


volvieron lentamente para mirarlo de nuevo.

—Perdón —dijo rápidamente. Tomó la servilleta de su


regazo y limpió su plato—. Se escapó por la tubería equivocada.

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El Mar Cerúleo
—De hecho —dijo el señor Parnassus—. Casi como si
estuviera planeado de esa manera. ¿Lucy? ¿Deberíamos
intentarlo una vez más?

Lucy suspiró.

—Aprendí una vez más que no soy solo la suma de mis


partes.

—Por supuesto que no. Tu eres más. ¿Sal?

Sal miró a Linus y luego bajó la mirada. Sus labios se


movieron, pero Linus no pudo entender lo que estaba diciendo.

Tampoco el señor Parnassus, o eso parecía.

—Más alto por favor. Para que podamos escucharte.

Los hombros de Sal se desplomaron.

—Aprendí que todavía me da miedo la gente que no


conozco.

El señor Parnassus extendió la mano y le apretó el brazo.

—Y eso está bien. Porque incluso los más valientes de


nosotros podemos tener miedo a veces, siempre y cuando no
permitamos que nuestro miedo se convierta en todo lo que
somos.

Sal asintió, pero no miró hacia arriba.

El señor Parnassus se recostó en su silla y miró a través


de la mesa a Linus.

—En cuanto a mí, aprendí que los regalos vienen en


todas las formas y tamaños, y cuando menos los esperamos.
¿Señor Baker? ¿Qué es lo que has aprendido hoy?

Linus se movió en su asiento.

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—Oh, no creo que deba hacerlo, estoy aquí para
observar, no sería apropiado de mí...

—¿Por favor, señor Baker? —dijo Chauncey y su


tentáculo se arrastró sobre la mesa pegándose al mantel y
haciendo que se amontonara—. Sólo tienes que decirlo.

—Sí, señor Baker —dijo Lucy con la misma voz muerta—


. Tienes que hacerlo. Odio pensar qué pasaría si no lo hicieras.
Por qué, podría provocar una plaga de langostas. No querrías
eso, ¿verdad?

Linus sintió que la sangre drenaba de su rostro.

—Niños —dijo el señor Parnassus mientras la señora


Chapelwhite cubría una sonrisa—. Dejarlo hablar. Y Lucy, ya
hablamos sobre la plaga de langostas. Eso solo se debe hacer
bajo supervisión directa. ¿Señor Baker?

Lo miraron expectantes.

Parecía que no iba a salir de esto. Dijo lo primero que le


vino a la mente.

—Yo... aprendí que hay cosas en este mundo que


desafían a la imaginación.

—¿Cosas? —dijo Talia, entrecerrando los ojos—. ¿Y qué


serían esas cosas?

—El mar —dijo Linus rápidamente—. Sí, el mar. Nunca


lo había visto antes. Y siempre he querido. Es... es más grande
de lo que pensaba.

—Oh —dijo Talia—. Eso es... muy aburrido. ¿Podemos


comer ahora? Estoy hambrienta.

—Sí —dijo el señor Parnassus, sin apartar la vista de


Linus—. Por supuesto. Te lo has ganado.

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Por extraña que fuera la situación en la que se


encontraba Linus, la cena transcurrió relativamente tranquila
durante los primeros diez minutos. Fue mientras trinchaba la
ensalada en su plato (no respondiendo al deseo de comer
patatas, no importaba cuán fuerte fuera), que se detuvo.

Comenzó, por supuesto, con Talia.

—¿Señor Baker? —preguntó inocentemente—. ¿No te


gustaría comer algo más que ensalada?

—No —dijo—. Gracias. Estoy bastante bien.

Ella tarareó por lo bajo.

—¿Estás seguro? Un hombre de tu tamaño no puede


vivir solo de comida para conejo.

—Talia —dijo Parnassus—. Deja al señor Baker…

—Es por mi peso —intervino Linus, no queriendo que


alguien volviera a hablar por él. Estaba a cargo aquí, después
de todo. Y cuanto antes lo supieran, mejor.

—¿Qué tiene de malo tu peso? —preguntó Talia.

Se sonrojó.

—Tengo demasiado de eso.

Ella frunció el ceño.

—No hay nada de malo en ser redondo —apuñaló un


tomate.

—No soy…

—Yo soy redonda.

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—Bueno, sí. Pero eres un gnomo. Se supone que debes
ser redonda.

Ella lo miró de reojo.

—Entonces, ¿por qué no puedes serlo tú?

—No es, es una cuestión de salud, no puedo...

—Quiero ser redondo —anunció Lucy. Y luego lo fue. En


un momento, él era la cosita flaca sentada en su asiento
elevado, y al siguiente, comenzó a hincharse como un globo,
su pecho se estiraba y sus huesos se rompían obscenamente.
Se le salieron los ojos de la cabeza y Linus estaba seguro que
estaban a punto de explotar sobre la mesa—. ¡Mira! —dijo con
los labios apretados—. ¡Soy un gnomo o el señor Baker!

—¿Por qué nunca has visto el mar? —preguntó Phee


mientras Linus miraba horrorizado a Lucy—. Siempre está ahí.
Nunca va a ninguna parte. Es demasiado grande para moverse.

Lucy se desinfló, los huesos se reorganizaron hasta que


él ya no era más que un niño de seis años.

—Lo es —acordó, como si no hubiera volado hasta tres


veces su tamaño—. Ya lo intenté.

—Ese fue un día extraño —dijo Chauncey, deslizando


una papa por su boca con un tentáculo. Linus observó cómo
se deslizaba dentro de él, perfectamente trasparente, aunque
teñido de verde. Comenzó a descomponerse en pequeñas
partículas—. Murieron tantos peces. Y luego los trajiste de
vuelta a la vida. A la mayoría de ellos.

—Acabo de... nunca he tenido tiempo —dijo Linus,


sintiéndose mareado—. Yo… tengo demasiadas
responsabilidades. Tengo un trabajo importante y...

Theodore atacó la carne que la señora Chapelwhite


había puesto en su plato, gruñendo bajo con su garganta.

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—Arthur dice que siempre debemos encontrar tiempo
para las cosas que nos gustan —dijo Talia—. Si no lo hacemos,
podríamos olvidar cómo ser felices. ¿No estás feliz, señor
Baker?

—Estoy perfectamente feliz.

—No estás feliz de ser redondo —dijo Phee—. Entonces


no puedes ser perfectamente feliz.

—No soy redondo.

—¿Cuál es tu trabajo, señor Baker? —preguntó


Chauncey, con los ojos rebotando en sus tallos— ¿Está en la
ciudad?

Linus ya no tenía hambre.

—Yo... sí. Está en la ciudad.

Chauncey suspiró soñadora.

—Amo la ciudad. Todos esos hoteles que necesitan


botones. Suena como el paraíso.

—Nunca has estado en la ciudad —le recordó Lucy.

—¿Y qué? Puedo amar algo, aunque solo lo haya visto en


fotos. ¡El señor Baker ama el mar, y solo lo ha visto por primera
vez hoy!

—Si lo ama tanto, ¿por qué no se casa con él? —


preguntó Phee.

Theodore chirrió con un bocado de carne. Los niños se


rieron. Incluso Sal esbozó una sonrisa.

Antes que Linus pudiera preguntar, la señora


Chapelwhite dijo:

—Theodore espera que tú y el mar sean muy felices


juntos.

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—No me voy a casar con el mar.

—Ohhh —dijo Talia, con los ojos muy abiertos y el bigote


temblando—. Porque ya estás casado, ¿verdad?

—¿Estás casado? —exigió Phee—. ¿Quién es tu esposa?


¿Todavía está en tu maleta? ¿Por qué la has puesto allí? ¿Es
contorsionista?

—¿Tu esposa es tu gato? —preguntó Lucy—. Me gustan


los gatos, pero yo no les gusto. —Sus ojos comenzaron a brillar
rojos—. Les preocupa que me los coma. Para ser justos, nunca
me he comido uno antes, así que no sé si son deliciosos o no.
¿Está deliciosa su esposa, señor Baker?

—No comemos mascotas, Lucy —dijo Parnassus,


limpiándose la boca delicadamente.

El rojo desapareció de los ojos de Lucy inmediatamente.

—Correcto. Porque las mascotas son amigos. Y como el


gato del señor Baker es su esposa, es como su mejor amiga.

—Exactamente —dijo Parnassus, sonando divertido.

—No —dijo Linus—. No, exactamente. Porque yo


nunca...

—Me gusta ser redonda —anunció Talia—. Significa que


hay más de mí para amar.

—Te amo, Talia —dijo Chauncey, poniendo uno de sus


ojos sobre su hombro. Ese mismo ojo se volvió lentamente para
mirar a Linus—. ¿Puedes contarme más sobre la ciudad? ¿Es
brillante por la noche? ¿Con todas las luces?

Linus apenas podía seguir el ritmo.

—Yo... supongo que sí, pero no me gusta salir por la


noche.

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—¿Por las cosas en la oscuridad que podrían arrancarte
los huesos de la carne? —preguntó Lucy con un bocado de pan.

—No —dijo Linus, sintiéndose mareado—. Porque


prefiero estar en casa más que en cualquier otro lugar. —Eso
era más cierto ahora que nunca antes.

—El hogar es donde te sientes como tú mismo —dijo


Chapelwhite, y Linus solo podía estar de acuerdo—. Es lo
mismo para nosotros, ¿no es así, niños? El hogar es donde
llegamos a ser quienes somos.

—Mi jardín está aquí —dijo Talia.

—El mejor jardín —dijo Parnassus.

—Y mis árboles —agregó Phee.

—Los árboles más maravillosos —estuvo de acuerdo el


señor Parnassus.

Theodore chirrió, y Chapelwhite acarició una de sus


alas.

—Tu botón, sí. También está aquí.

—Qué hermoso regalo —dijo Parnassus, sonriendo al


wyvern.

—¿Y dónde puedo practicar ser botones sino en casa? —


preguntó Chauncey—. Tienes que practicar algo antes de ser
bueno.

—La práctica hace la perfección —dijo Parnassus.

—Y este es el único lugar en el mundo donde no tengo


que preocuparme por los sacerdotes que intentan pegarme una
cruz en la cara para devolver mi alma a los pozos del infierno
—anunció Lucy. Él se rió mientras se metía más pan en la
boca.

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—Sacerdotes molestos, para estar seguros —dijo
Parnassus.

—¿Vas a quitarnos nuestro hogar? —La mesa se quedó


en silencio.

Linus parpadeó. Miró a su alrededor buscando la fuente


de la voz y se sorprendió al descubrir que provenía de Sal. Sal,
que estaba mirando hacia la mesa, las manos cerradas en
puños. Su boca estaba en una delgada línea y sus hombros
temblaban.

El señor Parnassus extendió la mano y la puso sobre


uno de los puños de Sal. Un dedo largo acarició el interior de
la muñeca de Sal. Dijo:

—Esa no es la intención del señor Baker. No creo que él


quiera que algo así suceda. A nadie.

Linus pensó en estar en desacuerdo, pero no pensaba


que sirviera de nada. Especialmente a la luz de un niño
obviamente traumatizado. Y aunque el señor Parnassus no
estaba equivocado exactamente, no le gustaba que alguien
más hablara por él.

El señor Parnassus continuó:

—Su trabajo es asegurarse que estoy haciendo mi


trabajo correctamente ¿Y cuál es mi trabajo?

—Mantenernos a salvo —entonaron los niños. Incluso


Sal.

—Precisamente —dijo Parnassus—. Y me gusta pensar


que soy bueno en eso.

—¿Por qué has practicado? —preguntó Chauncey.

El señor Parnassus le sonrió.

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—Sí. Porque he practicado. Y si puedo opinar, nunca nos
separarán.

Eso era un desafío, y a Linus no le importó en absoluto.

—No creo que sea correcto...

—¿Quién está listo para el postre? —preguntó la señora


Chapelwhite y los niños comenzaron a vitorear.

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El Mar Cerúleo

Siete

El señor Parnassus condujo a Linus por un largo pasillo


en lo alto de las escaleras.

—Las habitaciones de los niños —dijo, señalando las


puertas a ambos lados del pasillo. Había carteles colgados con
los nombres de los niños: Chauncey y Sal a la derecha. Phee y
Talia a la izquierda. Señaló hacia una escotilla en el techo. El
contorno de un wyvern había sido dibujado en él—. El nido de
Theodore está en la torreta. Tiene un pequeño tesoro allí
arriba, pero su lugar favorito es debajo del sofá.

—Querré inspeccionarlos —dijo Linus, haciendo una


nota mental del diseño.

—Me imaginé que lo harías. Podemos arreglarlo para


mañana, ya que los niños se prepararán para ir a la cama en
breve. O la señora Chapelwhite puede mostrárselo mientras los
niños están estudiando, o podemos hacerlo antes, y luego
puedes unirte a nosotros en el aula.

—¿Y la señorita Chapelwhite? —preguntó Linus,


mirando los grabados de los árboles en el bosque de la puerta
de Phee al pasar.

—Ella lleva aquí mucho más tiempo que nosotros —dijo


Parnassus—. La isla es suya. Simplemente la tomamos

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prestada. Ella vive en lo profundo del bosque al otro lado de la
isla.

Linus tenía tantas preguntas. De la isla. De la casa. De


este hombre. Pero había algo más prominente, dada la
cantidad de puertas que había contado. Cerca del final del
pasillo, quedaban cuatro. Una estaba marcada como baño
para las chicas. La otra para los chicos. Una tercera puerta
ponía OFICINA DE ARTHUR escrita en una placa.

—¿Y Lucy? ¿Dónde se queda?

El señor Parnassus se detuvo frente a la oficina y asintió


hacia la puerta restante.

—En mi cuarto.

Los ojos de Linus se entrecerraron.

—Compartes habitación con un niño pequeño...

—No es nada desagradable, te lo aseguro. —No parecía


ofendido por la implicación—. Había un gran armario con
vestidor que había convertido en una habitación para Lucy
cuando vino a quedarse con nosotros. Es... es mejor para él si
estoy cerca. Solía tener pesadillas terribles. Todavía las tiene,
a veces, aunque ya no son tan malas como solían ser. Me gusta
pensar que su tiempo aquí ha ayudado. No le gusta estar lejos
de mí, si puede evitarlo, aunque estoy tratando de enseñarle a
tener independencia. Él es... un trabajo en progreso.

El señor Parnassus abrió la puerta de la oficina. Era más


pequeña de lo que Linus esperaba, y estaba abarrotada, casi
incómodamente. Había un escritorio en el medio, rodeado de
montones de libros, muchos de los cuales se inclinaban
precariamente. Había una sola ventana que daba al mar.
Parecía interminable en la noche. A lo lejos, Linus vio el
parpadeo de un faro solitario.

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El Mar Cerúleo
El señor Parnassus cerró la puerta detrás de ellos,
señalando a Linus para que tomara asiento. Lo hizo, sacando
un pequeño cuaderno que siempre llevaba en el bolsillo, lleno
de notas que guardaba en cada una de sus cajas. Había estado
relajado con sus deberes hasta el momento, no le gustaba la
idea de este lugar, pero eso ya no funcionaría. Siempre se
enorgullecía de las abundantes notas que tomaba, y si iba a
dar informes semanales como le había solicitado la Gerencia
Extremadamente Superior, se aseguraría que fueran los
mejores que había escrito.

—¿Te importa? —preguntó, señalando un lápiz grueso


en el escritorio.

—Por supuesto —dijo Parnassus—. Lo que es mío es


tuyo.

Algo revoloteó en el estómago de Linus. Pensaba que


debía haber sido algo que había comido. Abrió su bloc de notas
y lamió la punta del lápiz, un viejo hábito que nunca había
podido romper.

—Ahora, por favor. Vamos a hablar…

—Sal ha sido el último en llegar —dijo Parnassus, como


si Linus no hubiera hablado en absoluto. Se sentó frente a él
en la silla detrás del escritorio, juntando las manos debajo de
la barbilla—. Hace tres meses.

—¿Oh? Supongo que lo leí en su archivo. Parece


nervioso, aunque supongo que los adolescentes a menudo lo
están cuando se enfrentan a la autoridad.

El señor Parnassus resopló.

—Nervioso. Esa es una buena palabra para eso.


¿También leíste en su archivo que estos tres meses es el
periodo más largo que ha estado en un lugar desde que tenía
siete años?

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—Yo... no. Supongo que no llegué tan lejos. Estaba
distraído por... bueno… la enormidad de esta tarea.

El señor Parnassus sonrió con simpatía.

—No te dijeron dónde te metías, ¿verdad? La Gerencia


Extremadamente Superior. No hasta que llegaste aquí.

Linus se removió en su asiento.

—No. Solo que era clasificado.

También que los niños eran problemáticos, pero Linus


no sabía si debía decir eso en voz alta.

—Seguramente puedes ver por qué.

—Puedo. —Linus estuvo de acuerdo—. Uno no suele


encontrarse con el Anticristo.

El señor Parnassus lo miró bruscamente.

—No usamos esa palabra aquí. Entiendo que tienes un


trabajo que hacer, señor Baker, pero yo soy el dueño de esta
casa y respetarás mis reglas. ¿Está claro?

Linus asintió lentamente. No había esperado ser


reprendido tan severamente, especialmente por alguien que
irradiara calma como el hombre sentado frente a él. Había
subestimado al señor Parnassus. No podía volver a cometer ese
error.

—No quise faltarte al respeto.

El señor Parnassus se relajó de nuevo.

—No. No creo que lo hayas hecho. ¿Y cómo pudiste


haberlo sabido? No lo conoces. No nos conoces. Tienes los
archivos, pero solo te dicen lo básico, estoy seguro. Señor
Baker, lo que está escrito en esos archivos no son más que
huesos, y nosotros somos más que nuestros huesos, ¿no es

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así? —Hizo una pausa, considerándolo. —Excepto por
Chauncey, ya que no tiene huesos. Aunque mi punto sigue
siendo el mismo.

—¿Que es él? —preguntó Linus. Luego dijo—: Oh,


querido, eso suena grosero. Sin intención de ofender. Nunca...
nunca había visto algo… a alguien como él antes.

—Espero que no —dijo Parnassus. Giró la cabeza hacia


una pila de libros a la derecha, con los ojos señalando los
títulos. Pareció encontrar el que quería a mitad de camino.
Golpeó la columna, forzando los bordes. La pila se balanceó.
Pellizcó la tapa del libro con dos dedos y tiró rápidamente. El
libro salió. La mitad superior de la pila cayó cuidadosamente
en su lugar. No pareció notar que Linus lo miraba boquiabierto
cuando abrió el libro en su escritorio y comenzó a pasar las
páginas. —No estamos exactamente seguros de qué es
Chauncey, o incluso de dónde vino. Un misterio, aunque
creo... ¡Ajá! Aquí está. —Giró el libro hacia Linus y tocó la
página.

Linus se inclinó hacia delante.

—¿Medusozoa? Eso es... una medusa.

—¡Correcto! —El señor Parnassus dijo alegremente—. Y


creo que es parte de eso, al menos. No pica ni lleva ningún tipo
de veneno. Posiblemente también haya un poco de pepino de
mar, aunque eso no explica sus apéndices.

—No explica nada —dijo Linus, sintiéndose bastante


impotente—. ¿De dónde vino?

El señor Parnassus retiró el libro cuando lo cerró.

—Nadie lo sabe, señor Baker. Hay misterios que tal vez


nunca se resuelvan, no importa cuánto lo intentemos. Y si
pasamos demasiado tiempo tratando de resolverlos, podríamos
perder lo que está justo frente a nosotros.

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—Así no es cómo funcionan las cosas en el mundo real,
señor Parnassus —dijo Linus—. Todo tiene una explicación.
Hay una razón para todas las cosas. Esa es la línea de apertura
de las NORMAS Y REGULACIONES para el Departamento a
Cargo de la Juventud Mágica.

El señor Parnassus arqueó una ceja.

—El mundo es un lugar extraño y maravilloso. ¿Por qué


debemos tratar de explicarlo todo? ¿Para nuestra satisfacción
personal?

—Porque el conocimiento es poder.

El señor Parnassus resopló.

—Ah. Poder. Habla como un verdadero representante de


DICOMY. ¿Por qué no me sorprende que haya memorizado el
libro de reglas? Debes saber que existe la posibilidad que
encuentres a Chauncey debajo de tu cama en un momento u
otro.

Eso sorprendió a Linus.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Porque durante mucho tiempo, antes de venir aquí,


fue llamado monstruo, incluso por personas que deberían
haberlo cuidado. Le contaron las historias de monstruos
escondidos debajo de las camas cuya vocación en la vida era
asustar a los demás. Pensó que era quien se suponía que debía
ser. Que era su trabajo asustar a la gente, porque había sido
arraigado en su... cabeza, eso era todo lo que era capaz de
hacer. No fue hasta que llegó aquí que se dio cuenta que podía
ser algo más.

—Así que eligió ser botones —dijo Linus aturdido.

—Lo hizo. Lo vio en una película que vimos hace unos


meses. Y por alguna razón, quedó fascinado con la idea.

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—Pero nunca podrá... —Linus se detuvo antes que las
palabras salieran.

Pero el señor Parnassus sabía exactamente lo que iba a


decir.

—Nunca podrá ser un botones porque ¿en qué hotel


contrataría a alguien como él?

—Eso no es... —¿No es exactamente qué? ¿Verdadero?


¿Correcto? ¿Justo? ¿Ninguna de esas cosas?

Linus no podía estar seguro. Había razones por las que


existían tales leyes, y aunque nunca las había entendido, en
realidad no, no había nada que pudiera hacer al respecto.
Sabía que la gente a menudo temía (aunque sentía que esa
palabra estaba codificada por algo completamente diferente) lo
que no entendían. El Departamento a Cargo de la Registración
nació de la necesidad de salvaguardar a aquellos que eran
extraordinarios. Al principio, los niños habían sido arrancados
de sus hogares y puestos en escuelas, aunque eso era algo
inapropiado. Todos eran prisiones, y aunque no había rejas en
las ventanas, DICOMY había sido creado como una forma de
aplacar los gritos de aquellos que protestaban por ese trato. Y
cuando se hizo evidente que había muchos huérfanos, los
trabajadores sociales se habían dividido en dos grupos: los que
trataban con familias registradas junto con el Departamento a
Cargo de la Registración, y los que trabajaban con los
huérfanos en los orfanatos.

No, no era justo en absoluto.

—No lo es —dijo Parnassus, aceptando las palabras no


dichas—. Pero le permito soñar con esas cosas porque es un
niño, y ¿quién sabe lo que traerá el futuro? El cambio a
menudo comienza con el más pequeño de los susurros.
Personas de ideas afines construyen un rugido. Lo que me lleva
de vuelta a Sal. ¿Puedo ser franco contigo, señor Baker?

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Linus sintió como si tuviera latigazo cervical.

—No esperaría nada menos.

—Bien —dijo el señor Parnassus—. Le asustas.

Linus parpadeó.

—¿Yo? No sé si he asustado a alguien en mi vida.

—Dudo mucho que sea cierto. Trabajas para DICOMY,


después de todo.

—¿Qué tiene que ver eso con…?

—Y no necesariamente es por ti. Es lo que representas.


Eres un trabajador social, señor Baker. Si bien la mayoría de
los niños aquí tienen una comprensión vaga de lo que eso
implica, Sal tiene experiencia de primera mano con personas
exactamente como tú. Este es su duodécimo orfanato.

Linus sintió que su estómago se retorcía.

—¿Duodécimo? ¡Eso no puede ser posible! Él habría…

—¿Él qué? —preguntó el señor Parnassus—. ¿Sido


trasladado a una de las escuelas administradas por el
Departamento que DICOMY parece ser tan aficionado en estos
días? Es a dónde van los niños después que terminas con ellos,
¿no?

Linus comenzó a levantar la mano.

—No, no creo que puedas estar seguro. Yo... hago lo que


se requiere de mi posición, y nada más.

—¿Nada más? —El señor Parnassus hizo eco—. Que


desafortunado. ¿Alguna vez has ido a una de las escuelas,
señor Baker? ¿Alguna vez has seguido a alguno de los niños
después que hayas tratado con ellos?

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—Ese es el trabajo de los niveles superiores. Los
supervisores. Yo soy simplemente un trabajador social.

—Dudo mucho que seas simplemente cualquier cosa.


¿Por qué eres trabajador social? ¿Por qué nunca has buscado
nada más allá de este trabajo?

—Porque es lo que sé hacer —dijo Linus y una línea de


sudor goteaba por su cuello. No sabía cómo se habían
cambiado las cosas tanto que ni siquiera lo había notado.
Tenía que recuperar el control.

—¿No tienes curiosidad?

Linus sacudió la cabeza.

—No puedo ser curioso.

El señor Parnassus pareció sorprendido.

—¿Por qué?

—No me sirve de nada. Hechos, señor Parnassus. Trato


con hechos. Las curiosidades conducen a vuelos de fantasía, y
no puedo permitirme distraerme.

—No puedo imaginar una vida vivida de esa manera —


dijo Parnassus tranquilamente—. Parece que no has vivido
nada en la vida.

—Es bueno que no necesite tu opinión al respecto —


espetó Linus.

—No quise ofenderte…

—Estoy aquí para asegurarme que este lugar esté a la


altura del código. Para revisar los procedimientos para ver si el
Orfanato Marsyas está siguiendo las pautas establecidas por
DICOMY para garantizar que los fondos que se le brindan se
usan adecuadamente...

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El Mar Cerúleo
El señor Parnassus resopló.

—¿Fondos? No esperaba que tuvieras sentido del


humor. Que encantador.

Linus luchó por mantener el control de la conversación.

—El hecho que alojes a niños de una variedad más...


inusual, no significa que me distraiga de la razón por la que
estoy aquí. Se trata de los niños, señor Parnassus. Y nada más.

Él asintió.

—Puedo respetar eso. Si bien podemos ser poco


convencionales, espero que veas que haré cualquier cosa para
mantenerlos a salvo. Como dije anteriormente, el mundo es un
lugar extraño y maravilloso, pero eso no significa que no
carezca de dientes. Y te muerde cuando menos lo esperas.

Linus no sabía qué hacer con eso.

—No sales de la isla. O, al menos, los niños no lo hacen.

—¿Cómo lo sabes?

—La furgoneta enfrente. Los neumáticos están cubiertos


de maleza y flores.

El señor Parnassus se recostó en su silla otra vez, con


esa extraña sonrisa en su rostro.

—Muy observador. Por supuesto, podría ser Phee o


Talia. Aman las cosas que crecen. Pero sospecho que no lo
creerías.

—No. No lo haría ¿Por qué parece que no se ha movido


en algún tiempo?

—Seguramente has pasado por el pueblo.

—Yo... sí. Con la señorita Chapelwhite.

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El Mar Cerúleo
Él dudó. ¿Qué le había dicho ella mientras conducían
por Marsyas?

La gente de Marsyas no aprecia nuestra especie.

¿Sprites?

Todas las criaturas mágicas, señor Baker.

El señor Parnassus asintió, como si pudiera leer los


pensamientos de Linus.

—No puedo decir que no seamos bienvenidos, pero se


insinúa que es mejor para todos si nos quedamos donde
estamos. Los rumores tienden a correr desenfrenadamente, y
tratar de ponerse delante de ellos es como tratar de derribar
un muro de fuego sobre un campo seco de hierba. Sin
embargo, espero que ayude que el gobierno le pague a la gente
del pueblo por su silencio sobre la existencia de este lugar.
Tampoco está de más que con este estipendio vengan
amenazas de enjuiciamiento poco veladas. Es más fácil para
todos si nos quedamos donde estamos. Afortunadamente, la
isla es más grande de lo que parece y proporciona lo que los
niños necesitan. La señora Chapelwhite viaja a la aldea en
busca de suministros cada semana más o menos. La conocen
tan bien como ella puede ser conocida.

La cabeza de Linus estaba girando. No sabía que a las


personas se les pagaba por mantener la boca cerrada, aunque
suponía que tenía un sentido retorcido.

—¿Tú no vas?

El señor Parnassus se encogió de hombros.

—Estoy feliz donde estoy porque ellos están felices donde


están. Supongo que podríamos considerar viajar más allá de
Marsyas y el pueblo, pero no ha surgido. Al menos no todavía.
Espero que tengamos que lidiar con eso algún día.

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El Mar Cerúleo
Linus sacudió la cabeza mientras tomaba el bloc de
notas y el lápiz.

—Sal. Se transforma en perro.

—En un Pomerania, si somos específicos.

—¿Y dices que ha sido el tiempo más largo que ha estado


en un lugar?

—En efecto.

—Hay niños que no están clasificados y que no son tan


diferentes de él. Conocí a un niño que podría convertirse en un
ciervo. ¿Por qué está aquí?

El señor Parnassus lo miró con cautela.

—Porque puede pasar su talento con un mordisco.

Linus sintió el aire salir de sus pulmones.

—¿En serio?

Él asintió.

—Si. Hubo un... incidente. En uno de sus orfanatos


anteriores. Fue golpeado por una mujer que trabajaba en las
cocinas por tratar de coger una manzana. Él tomó represalias
de la única manera que sabía. Se sometió al cambio la semana
siguiente.

Linus pensó que la habitación daba vueltas.

—Nunca he... no sabía que eso fuera posible. Pensé que


era genético.

—Creo que encontrarás que lo imposible es más


accesible aquí de lo que te hicieron creer.

—¿Y Talia?

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El Mar Cerúleo
—Uno de mis primeros niños. Su familia fue asesinada
trágicamente cuando su jardín se quemó. Algunos piensan que
fue incendiado a propósito, aunque a nadie parece importarle
mucho eso.

Linus hizo una mueca. Recordó los letreros colgados de


los autobuses que decían a todos que, SI VES ALGO,
CUÉNTALO

—Hablas gnómico.

—Hablo muchos idiomas, señor Baker. Me gusta


aprender cosas nuevas. Y ayuda a acercarme a los niños a mi
cargo.

—¿Y por qué está clasificada?

—¿Alguna vez ha conocido a un gnomo femenino, señor


Baker?

No. No lo hizo. Lo cual era extraño, ya que nunca antes


había pensado en eso. Linus garabateó en su libreta
rápidamente.

—Y luego está Phee.

El señor Parnassus se echó a reír.

—Ella es ferozmente independiente. Está aquí porque


nunca ha habido un duende tan joven con tanto poder.
Cuando intentaron rescatarla de una situación muy... grave,
logró convertir a tres hombres en árboles. Otro sprite mucho
más viejo fueron capaz de devolverlos a su forma. Finalmente.
Afortunadamente para mí, la señora Chapelwhite la ayuda de
formas que yo no puedo. La ha tomado bajo su ala, tanto en
sentido figurado como literal. Ha florecido maravillosamente
bajo la tutela de la señora Chapelwhite. Tenemos mucha
suerte que ella se haya ofrecido a ayudarnos

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T. J. KLUNE La Casa En
El Mar Cerúleo
—¿Y por qué lo hace? —preguntó Linus—. Esta es su
isla. Los sprites son ferozmente territoriales. ¿Por qué te
permitió quedarte aquí?

El señor Parnassus se encogió de hombros otra vez.

—El bien mayor, supongo.

Hablaba como un duende, con pequeños círculos vagos.


Linus no lo apreciaba.

—¿Y qué sería eso?

—Ver que a los niños que no son deseados por nadie se


les permite prosperar. Sabes tan bien como yo que el término
orfanato es inapropiado, señor Baker. Nadie viene aquí para
adoptar.

No, supuso que no, ya que el Orfanato Marsyas estaba


oculto para casi todos. ¿Pero eso realmente importaba? ¿Había
conocido a alguno de los niños en un orfanato como este para
ser adoptado? No podía pensar en una sola instancia. ¿Cómo
nunca se había dado cuenta de eso antes?

—¿Theodore?

—¿No está todo esto en tus archivos, señor Baker?

No. No lo estaba. De hecho, Linus pensó que el señor


Parnassus había estado en lo correcto cuando dijo que no eran
más que huesos.

—Es mejor que lo escuche directamente de la fuente. Los


matices se pueden perder cuando son meras palabras en
papel.

—No es solo un animal —dijo Parnassus.

—Nunca dije que lo fuera.

Él suspiró.

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El Mar Cerúleo
—No, supongo que no. Perdóname. He tratado con
personas como tú antes. Me olvido que no son todos iguales,
aunque todavía no sé qué hacer contigo.

Linus se sintió extrañamente desnudo.

—Lo que ves es lo que obtienes. Esto es todo lo que soy.

—Oh, lo dudo inmensamente —dijo—. Theodore es...


especial. Sé que sabes cuán raro es alguien como él.

—Sí.

—Todavía es joven, aunque se desconoce su edad


exacta. Él... piensa de manera diferente que el resto de
nosotros, y aunque nos entendemos, se trata más de
pensamiento abstracto que de detalles. ¿Tiene sentido?

—No, en lo más mínimo —admitió Linus.

—Ya lo verás —dijo Parnassus—. Después de todo, estás


aquí durante un mes entero. Y creo que eso nos deja a un niño,
aunque creo que lo hiciste a propósito. La señorita
Chapelwhite dice que te encontró desmayado con solo pensar
en él.

Linus se sonrojó mientras se aclaraba la garganta.

—Fue... inesperado.

—Esa es una buena palabra para describir a Lucy, estoy


seguro.

—Es él... —Linus vaciló—. ¿Es verdad? ¿Es el verdadero


Anti… quiero decir, el hijo del Diablo?

—Creo que lo es —dijo Parnassus, y el aliento de Linus


se quedó atrapado en su garganta—. Aunque la noción de lo
que se supone que es alguien como él es más ficción que
realidad.

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El Mar Cerúleo
—Si eso es cierto, ¡se supone que provocará el Fin de los
Días! —exclamó Linus.

—Tiene seis años.

—¡Se proclamó a sí mismo como el fuego del infierno y


la oscuridad cuando me amenazó!

El señor Parnassus se echó a reír.

—Era su forma de decir hola. Tiene un sentido del


humor morboso para alguien tan joven. Es entrañable una vez
que te acostumbras.

Linus lo miró boquiabierto.

El señor Parnassus suspiró mientras se inclinaba hacia


adelante.

—Mire, señor Baker. Sé que es mucho para tragar, pero


he tenido a Lucy desde hace un año. Había planes para...
bueno. Digamos que esto era el último recurso.
Independientemente de su parentesco, él es un niño. Y me
niego a creer que el camino de una persona esté escrito. Una
persona es más que de dónde viene.

—Que la suma de sus partes.

El señor Parnassus asintió.

—Sí. Exactamente. Lucy puede causar miedo en la


mayoría del mundo, pero él no lo causa en mí. He visto de lo
que es capaz. Detrás de sus ojos y el demonio en su alma, es
encantador, ingenioso y terriblemente inteligente. Lucharé por
él como lo haría por cualquiera de mis hijos.

Linus no sentía que eso estuviera bien.

—Pero no son tuyos. Eres el dueño de la casa, no su


padre. Son niños a tu cargo.

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El señor Parnassus sonrió con fuerza.

—Por supuesto. Lapsus linguae. Ha sido un día largo y


espero que mañana traiga lo mismo. Sin embargo, vale la pena.

—¿Lo hace?

—Por supuesto. No podría verme haciendo algo


diferente. ¿Tú puedes?

—No estamos aquí para hablar de mí, señor Parnassus


—señaló Linus.

Él extendió sus manos.

—¿Y por qué es eso? Parece que sabes todo sobre


nosotros. Y cualquier cosa que no sepa puede leerse en lo que
estoy seguro es un archivo meticuloso.

—No todo —dijo Linus, cerrando su cuaderno—. Por


ejemplo, no parece haber mucha información sobre ti. De
hecho, tu archivo era bastante delgado. ¿Por qué es eso?

El señor Parnassus parecía divertido otra vez, y Linus se


preguntó qué le pasaba.

—¿No debería preguntárselo a la Gerencia


Extremadamente Superior? Ellos son los que te enviaron aquí.

Tenía razón, por supuesto. Era desconcertante la poca


información que había. El archivo del señor Arthur Parnassus
no decía nada más que su edad y educación. Al final había una
declaración extraña: El Señor Parnassus será ejemplar para los
niños más problemáticos debido a sus capacidades. Linus no
sabía qué hacer con eso, y ahora, verlo cara a cara solo lo
dejaba con más preguntas.

—Tengo la sensación que no me dirán mucho más de lo


que ya me han dicho.

—En eso, sospecho que tienes razón.

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El Mar Cerúleo
Linus se puso de pie.

—Espero total transparencia y cooperación en esta


investigación.

El señor Parnassus se echó a reír.

—¿Qué pasó con eso de que era una visita?

—Esas fueron tus palabras, señor, no las mías. Los dos


sabemos lo que es esto. La única razón por la que DICOMY me
enviaría aquí es porque hubiera motivo de preocupación. Y
puedo ver por qué. Tienes un barril de pólvora debajo del techo,
uno tan poderoso que nunca debería existir.

—¿Y debería ser encontrado culpable por existir? ¿Qué


opción tenía en el asunto?

Eso se sentía como una discusión para cuando Linus


tuviera su ingenio con él. O posiblemente nunca. Las
implicaciones solo lo hicieron sentir que se desmayaba
nuevamente.

—Estoy aquí para ver si se deben tomar más medidas.

—Medidas adicionales —dijo Parnassus, la frustración


se deslizó en su voz por primera vez—. No tienen a nadie, señor
Baker. Nadie excepto yo. ¿Realmente crees que DICOMY
permitiría que alguien como Lucy ingrese a una de sus
escuelas? Piensa bien antes de responder.

—Eso no es de mi incumbencia —dijo Linus con rigidez.

El señor Parnassus miró hacia el techo.

—Por supuesto que no. Porque eso es lo que sucede


después que has terminado, y eso no es de tu incumbencia. —
Sacudió la cabeza—. Si tan solo supieras.

—Si no hay nada malo, entonces no tienes nada de qué


preocuparte —dijo Linus—. Puedes pensar que soy insensible,

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señor Parnassus, pero te aseguro que me importa. No estaría
en esta posición si no lo hiciera.

—Creo que tú crees eso. —Miró a Linus nuevamente—.


Mis disculpas, señor Baker. Sí, harás tu trabajo, de una forma
u otra. Pero creo que, si abres los ojos, verás lo que está frente
a ti en lugar de lo que aparece en un archivo.

La piel de Linus se sentía como si estuviera


arrastrándose. Necesitaba salir de esta oficina. Parecía como
si las paredes se estuvieran cerrando.

—Gracias por tu hospitalidad, incluso si no tienes otra


opción. Me voy a retirar para descansar. Ha sido un día
bastante agitado, y espero más de lo mismo mañana.

Se giró y abrió la puerta. Antes de cerrarla detrás de él,


escuchó:

—Buenas noches, señor Baker.

Calliope estaba esperando dentro de la puerta cuando


llegó a la casa de huéspedes. No se había encontrado con nadie
más desde que salió de la oficina, aunque escuchó voces a su
alrededor a través las puertas cerradas. Se había obligado a no
salir corriendo por la puerta principal.

Calliope le echó un vistazo antes de caminar por la


puerta abierta para hacer sus cosas. El aire estaba frío y,
mientras esperaba, miró hacia la casa principal. Las luces
brillaban a través de las ventanas del segundo piso, y le pareció
ver movimiento detrás de las cortinas cerradas. Si recordaba
el diseño de la planta superior correctamente, sería la
habitación de Sal la que estaba viendo.

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El Mar Cerúleo
—Doce orfanatos diferentes —murmuró para sí mismo—
. Algo así debería haber estado en su archivo. ¿Por qué
demonios no se habría matriculado en una escuela?

Calliope volvió a entrar, ronroneando mientras se


frotaba contra sus piernas. Cerró la puerta y echó la llave,
aunque pensó que, si alguien quería entrar, podría hacerlo.

De vuelta en la habitación, recordó la advertencia del


señor Parnassus acerca de cómo a Chauncey le gustaba
esconderse debajo de las camas para asustar a la gente. No
podía ver el espacio oscuro debajo, ya que estaba oculto por la
colcha que colgaba casi hasta el suelo.

Se pasó una mano por la cara.

—Estoy pensando demasiado las cosas. Por supuesto


que no está ahí. Eso es ridículo.

Se giró para ir al baño a realizar su rutina nocturna.

Estaba a punto de cepillarse los dientes, con un


generoso globo de pasta de dientes, cuando se dio la vuelta y
regresó a la habitación. Cayó de rodillas, levantó la colcha y
miró debajo de la cama.

No había monstruos (niños o no) ocultos debajo.

—Ahí —dijo con la boca llena de pasta de dientes—.


¿Ves? Está todo bien.

Casi lo creyó.

Cuando se puso el pijama y se metió en la cama, estaba


seguro que iba a dar vueltas el resto de la noche. No dormía
bien en lugares extraños, y aprender todo lo que había
aprendido hoy no lo ayudaría. Intentó leer las NORMAS Y
REGULACIONES (porque no importaba lo que dijera el señor
Parnassus, absolutamente no lo tenía memorizado), pero se

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El Mar Cerúleo
encontró pensando en ojos oscuros por encima de una sonrisa
tranquila, y luego no hubo nada más que blanco.

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El Mar Cerúleo

Ocho

Parpadeó abriendo los ojos lentamente a la mañana


siguiente.

La cálida luz del sol se filtraba por la ventana. El aire


olía a sal.

Se sentía como en un sueño encantador.

Pero entonces la realidad irrumpió y le recordó dónde


estaba.

Y lo que había visto.

—Oh, cariño —murmuró bruscamente mientras se


sentaba en la cama y se pasaba una mano por la cara.

Calliope yacía acurrucada en el borde de la cama cerca


de sus pies, con la cola moviéndose hacia adelante y hacia
atrás, con los ojos cerrados.

Bostezó mientras retiraba el edredón y ponía los pies en


el suelo. Se estiró, haciendo crujir la espalda.
Independientemente de la situación en la que se había
encontrado, tenía que admitir que no había dormido tan bien
desde que podía recordar. Entre eso, la luz del sol de la
mañana y el lejano estruendo de las olas, casi podía fingir que
esto no era más que unas vacaciones bien merecidas, y que
estaba...

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El Mar Cerúleo
Algo frío y húmedo se envolvió alrededor de su tobillo.

Linus gritó mientras levantaba las piernas. En su miedo,


calculó mal su propia fuerza, y sus piernas subieron sobre su
cabeza mientras daba un salto mortal hacia atrás y hacia el
otro lado de la cama. Aterrizó en el suelo sobre su espalda con
un estrépito, la respiración dejó sus pulmones de una manera
espectacular.

Giró la cabeza hacia la parte inferior de la cama.

—Hola —dijo Chauncey, con los ojos bailando al final de


sus tallos—. En realidad, no estoy tratando de asustarte. Es
casi la hora del desayuno. ¡Estamos haciendo huevos!

Linus volvió a mirar hacia el techo y esperó a que sus


latidos se desaceleraran.

Departamento a cargo de la Juventud Mágica

Informe de caso # 1 Orfanato Marsyas

Linus Baker, trabajador social BY78941

Juro solemnemente que el contenido de este informe es exacto y verdadero.


Según las pautas de DICOMY, entiendo que cualquier falsedad descubierta
dará lugar a censura y podría dar lugar al despido.

Este informe, y los siguientes, contendrán las observaciones que he hecho


a lo largo de cada semana de mi investigación.

La isla Marsyas y el orfanato aquí no son lo que esperaba.

Cabe señalar que los archivos que me dieron para esta tarea son
lamentablemente inadecuados, dejando de lado los hechos pertinentes que
creo que podrían haberme preparado para lo que implicará esta
investigación. O faltaban partes de los archivos o no se han redactado. Si
es lo primero, entonces esta es una violación grave de conducta. Si es lo
último, mi nivel de clasificación temporal no debió alcanzar. Recomendaría
una revisión de los protocolos para todas las tareas clasificadas de nivel

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El Mar Cerúleo
cuatro en el futuro, para asegurarse que ningún otro trabajador social se
encuentre en una situación sin el conocimiento requerido.

Mis disculpas si esto parece tan exigente. Simplemente creo que se


deberían haber proporcionado más.

El orfanato Marsyas no es lo que pensé que sería. La casa en sí es


premonitoria, aunque parece estar bien mantenida. Es grande y el interior
está abarrotado, aunque de una manera que lo hace parecer como una
casa habitada en lugar del santuario de un acaparador. Aparte, por
supuesto, del tesoro real que pertenece al wyvern Theodore, pero aún no
he visto exactamente en qué consiste eso.

Los niños tienen cada uno sus propias habitaciones. En estos primeros
días, he visto los interiores de las que pertenecen al gnomo Talia (las
paredes están adornadas con más flores de las que parece haber en todo
el jardín), el duende Phee (creo que su cama es en realidad un árbol que
crece a través de las tablas del suelo, aunque por mi vida, no puedo
entender cómo eso es posible), el... Chauncey (hay agua salada en el suelo
que estoy seguro se limpia una vez por semana), y Theodore (él ha
construido un nido en el ático que solo se me permitió ver una vez que le di
otro botón; como no tenía repuesto, tuve que cortar uno de una de mis
camisas de vestir. Supongo que se me compensará esta).

Todavía no he visto la habitación que pertenece a Sal. No confía en mí, y


en realidad parece estar aterrorizado de mí, aunque no por culpa suya.
Raramente dice una palabra en mi presencia, pero dada su historia, puedo
entender por qué. Una historia, debo agregar, de la que no estaba al tanto
ya que su archivo discute principalmente las habilidades de su cambio
(dejando, por supuesto, la parte más importante). Si bien esto es
fascinante, sugeriría que no es suficiente. Me han dicho que este es su
duodécimo orfanato. Esta información me habría permitido una mejor
comprensión a mi llegada.

No he visto la habitación de Lucy. No he preguntado. Él se ha ofrecido


muchas veces; una vez, me arrinconó y susurró que no podría creer lo que
vería, pero no creo que esté listo para verlo todavía. Me aseguraré de verlo
antes de irme. Si es lo último que hago, mi último testamento y deseos se
han presentado ante Recursos Humanos. Si existen suficientes restos
míos, compruebe que sean incinerados.

Cabe señalar que, además de los niños, hay un sprite de la isla llamado
Zoe Chapelwhite. El hecho que no haya sido informado de su presencia
hasta la llegada es muy inusual. Los sprites, como estoy seguro que saben,
son muy territoriales. Llegué a una isla que aparentemente es suya sin

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una invitación directa de ella. Hubiera estado dentro de sus derechos
negarme la entrada, o algo peor. Esto sugiere que DICOMY no es consciente
de su existencia o no siente la necesidad de hacerme consciente de su
existencia.

Lo que me lleva al señor Parnassus; su archivo consistía en una sola


página que no me decía nada del maestro del orfanato Marsyas. Esto
ciertamente no me servirá. Sé que puedo pedirle que me hable de él, pero
preferiría leer sobre él en lugar de entablar una conversación. Estoy aquí
para observar e informar. El hecho que deba conversar además de mis
deberes actuales es desconcertante.

Hay algo en él, el señor Parnassus, que no puedo identificar. Ciertamente


parece capaz. Los niños parecen ser felices, posiblemente incluso
prósperos. El señor Parnassus tiene la extraña habilidad de saber dónde
están los niños en todo momento y qué están haciendo, incluso si están
fuera de su vista. Es diferente a cualquier otra persona que haya conocido
antes.

Quizás hablar con él no será una tarea tan difícil después de todo. Y tendré
que hacerlo. Porque independientemente de lo felices que parecen estar los
niños, la casa parece estar al borde del caos. A mi llegada, los niños
deambulaban por los terrenos de la isla. Me han dicho que se les permite
fomentar sus propias actividades durante un tiempo cada día, pero
parece... imprudente permitir que estos niños específicos no sean
supervisados por un período de tiempo significativo. Está bien
documentado que los jóvenes mágicos no tienen el control completo de los
poderes que poseen, algunos menos que otros.

Dicho esto, entiendo la necesidad de mantenerlo en secreto, dado quiénes


son estos niños. Debo admitir que podría ser un poco exagerado.
Independientemente de sus antecedentes, son solo niños, después de todo.

¿Cuán problemáticos podrían ser con las pautas establecidas en las


NORMAS Y REGULACIONES?

—¡Fuego y cenizas! —bramó Lucy mientras caminaba


de un lado a otro—. ¡Muerte y destrucción! Yo, el heraldo de la
calamidad, traeré pestilencia y peste a la gente de este mundo.
La sangre de los inocentes me sostendrá, y todos caerán de
rodillas en la bendición, ya que soy vuestro dios.

Él hizo una reverencia.

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El Mar Cerúleo
Los niños y el señor Parnassus aplaudieron
cortésmente. Theodore chirrió y giró en círculo.

Linus se quedó boquiabierto.

—Ha sido una historia encantadora, Lucy —dijo


Parnassus—. Me ha gustado especialmente tu uso de
metáforas. Ten en cuenta que la peste y la pestilencia son
técnicamente la misma cosa, por lo que al final se volvió un
poco repetitivo, pero aparte de eso, bastante impresionante.
Bien hecho.

Estaban en el salón de la casa principal, que se había


convertido en un aula. Había seis escritorios pequeños
alineados frente a uno más grande. Había una vieja pizarra
verde cerca de la ventana, como si hubiera sido limpiada
recientemente. Gruesas piezas de tiza estaban colocadas en
una caja cerca del suelo. Había un mapa de la Tierra en una
pared, y un proyector sobre un soporte de metal en una
esquina. Las paredes estaban llenas de libros, igual que la
oficina del señor Parnassus. Había enciclopedias, novelas y
libros de no ficción sobre dioses y diosas griegas y los nombres
científicos de flora y fauna, y Linus pensó que había visto uno
con letras doradas en la columna que decía La historia de los
gnomos: relevancia cultural y su lugar en la sociedad. Parecía
tener al menos mil páginas y Linus estaba ansioso por tenerlo
en sus manos.

Lucy se sentó en su escritorio, luciendo bastante


complacido consigo mismo. Había sido el penúltimo en actuar
en lo que el señor Parnassus indicó que era un bloque en el
plan de estudios conocido como “Expresándose”. Los niños
eran invitados al frente de la clase para contar una historia de
su propia creación, ya fuera verdadera o inventada. Talia había
contado una historia bastante puntiaguda de un intruso que
venía a una isla y nunca más se supo de él. Theodore (según
el señor Parnassus) había lanzado una alegre quintilla cómica
que hizo reír a todos (excepto a Linus) hasta que se les saltaron

170
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las lágrimas. Phee habló de un árbol específico en el bosque
que estaba cultivando y sus esperanzas para sus raíces.
Chauncey los deleitó con la historia de los botones (algo que
Linus dedujo, que era una serie en curso).

Y luego estaba Lucy.

Lucy, que estaba de pie sobre el escritorio del señor


Parnassus y básicamente amenazaba con aniquilar a todo el
planeta, con sus pequeños cuernos sobre su cabeza y sus ojos
ardientes.

Expresarse a sí mismo era, según el señor Parnassus,


una idea que les daría confianza a los niños. Linus conocía
muy bien el horror de tener que hablar frente a una audiencia.
Dos veces por semana, los niños debían hablar frente a los
demás sobre cualquier tema que les gustara. Además de darles
la oportunidad de practicar lo de hablar en público, Parnassus
dijo que creía que era una salida creativa.

—Las mentes de los niños son cosas maravillosas —le


dijo a Linus mientras seguían a los demás hacia el salón—.
Algunas de las cosas que se les ocurren parecen desafiar a la
imaginación.

Linus entendía eso de todo corazón. Creía


absolutamente que Lucy era capaz de todo lo que había
gritado.

Linus se sentó en una silla al fondo de la sala. Le habían


ofrecido un asiento mucho más cerca, pero había sacudido la
cabeza, diciendo que era mejor si se sentaba fuera del camino
para observar. Tenía su libreta y lápiz listos, colocados encima
de su copia de NORMAS Y REGULACIONES (algo que pensó
dejar en su habitación, pero decidió no hacerlo; uno siempre
debe estar preparado si las reglas necesitan ser revisadas)
cuando el primer niño se puso delante, pero se había olvidado
rápidamente. Se recordó a sí mismo que necesitaba tomar
notas copiosas para que no faltasen detalles en sus informes,

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especialmente porque no había nada en las NORMAS Y
REGULACIONES sobre los niños que se expresaban de esa
manera.

Y puesto que Lucy había terminado, significaba que


cinco niños ya se habían expresado.

Lo que dejaba…

—¿Sal? —dijo el señor Parnassus—. Con tu permiso.

Sal se desplomó en su silla como si tratara de hacerse


más pequeño. Era casi cómico, dado su tamaño. Volvió a mirar
a Linus rápidamente antes de volver a mover la cabeza hacia
delante cuando vio que lo estaban observando. Murmuró algo
que Linus no pudo entender.

El señor Parnassus se paró frente a su escritorio. Se


agachó y tocó con el dedo el hombro de Sal. Le dijo:

—Las cosas que más tememos a menudo son las que


menos debemos temer. Es irracional, pero es lo que nos hace
humanos. Y si somos capaces de vencer esos miedos, entonces
no hay nada de lo que no seamos capaces.

Theodore gorjeó desde lo alto de su escritorio, con las


alas revoloteando.

—Theodore tiene razón —dijo Phee, con la barbilla en


sus manos—. Puedes hacerlo, Sal.

Los ojos de Chauncey rebotaron.

—¡Sí! ¡Vamos!

—Estás hecho de cosas fuertes por dentro —dijo Talia—


. Y lo que hay adentro es lo que cuenta.

Lucy echó la cabeza hacia atrás y miró al techo.

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—Mis entrañas están podridas y se pudren como una
herida infectada que pierde pus.

—¿Ves? —El señor Parnassus le dijo a Sal—. Todos aquí


creen en ti. Todo lo que necesitas es creer en ti mismo.

Sal volvió a mirar a Linus, quien intentó dar lo que


esperaba era una sonrisa alentadora. No debió haber salido
muy bien, ya que Sal hizo una mueca, pero o encontró el coraje
o se resignó a salir, porque abrió la tapa de su escritorio y sacó
un trozo de papel. Se puso de pie lentamente. Estaba rígido
mientras caminaba hacia el frente de la clase. El señor
Parnassus se sentó en el borde de su escritorio. Sus
pantalones todavía eran demasiado cortos y revelaban
calcetines que eran de un tono naranja brillante y ofensivo.

Sal se paró frente a la clase, mirando el papel agarrado


con fuerza en sus manos. El papel se sacudía ligeramente.
Linus estaba sentado, quieto, seguro que cualquier
movimiento haría que Sal saliera corriendo.

Los labios de Sal comenzaron a moverse, con un


murmullo apenas audible.

—Un poco más fuerte —dijo el señor Parnassus


suavemente—. Todos quieren escucharte. Proyecta, Sal. Tu voz
es un arma. Nunca olvides eso.

Los dedos se apretaron alrededor de la hoja en sus


manos. Linus pensó que se desgarraría.

Sal se aclaró la garganta y comenzó de nuevo.

Dijo:

—No soy más que papel. Frágil y delgado. Estoy


sostenido por el sol, y brilla a través de mí. Me escriben y
nunca más podré volver a usarme. Estos rasguños tienen una
historia. Son una historia. Dicen cosas para que otros las lean,
pero solo ven las palabras, y no sobre qué están escritas. No

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El Mar Cerúleo
soy más que papel, y aunque hay muchos como yo, ninguno
es exactamente igual. Soy un pergamino reseco. Tengo líneas
Tengo agujeros. Mójame y me derrito. Enciéndeme y ardo.
Tómame en manos endurecidas y me derrumbaré. Me
desgarro. No soy más que papel. Frágil y delgado.

Se apresuró a regresar a su asiento. Todos vitorearon.

Linus lo miró fijamente.

—Maravilloso —dijo el Señor Parnassus con


aprobación—. Gracias por eso, Sal. Me gustaron especialmente
los rasguños como historia. Me decía algo porque creo que
todos tenemos esa historia, aunque ninguno es igual que los
demás, como señalaste tan hábilmente. Bien hecho.

Linus podría haber jurado que vio sonreír a Sal, pero


desapareció antes que pudiera estar seguro.

El señor Parnassus aplaudió.

—Bien entonces. ¿Seguimos adelante? Como es martes,


significa que comenzaremos la mañana con matemáticas.

Todos gimieron. Theodore golpeó su cabeza


repetidamente contra la superficie de su escritorio.

—Y, aún así, seguiremos adelante —dijo Parnassus,


sonando divertido—. ¿Phee? ¿Puedes repartir las cartillas? Hoy
volveremos al salvaje y maravilloso mundo del álgebra.
Avanzado para algunos, y una oportunidad para repasar para
otros. ¿A qué tenemos suerte?

Incluso Linus gimió ante eso.

Linus salió de la casa de huéspedes después del


almuerzo, preparándose para regresar al salón para lo que

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El Mar Cerúleo
prometía ser una discusión emocionante sobre la Carta Magna
cuando la señora Chapelwhite apareció de la nada,
sorprendiéndolo hasta el punto en que casi tropezó contra el
porche.

—¿Por qué haces eso? —jadeó, agarrándose el pecho,


seguro que su pobre corazón estaba a punto de explotar—. ¡Mi
presión arterial ya está suficientemente alta! ¿Estas tratando
de matarme?

—Si quisiera matarte, conozco muchas otras formas de


hacerlo —dijo con facilidad—. Tienes que venir conmigo.

—No haré tal cosa. Tengo niños que observar y un


informe que apenas he comenzado. Y, además, las NORMAS Y
REGULACIONES establecen que un trabajador social no debe
dejarse distraer cuando está en una misión y...

—Es importante.

Él la miró con cautela.

—¿Por qué?

Sus alas revoloteaban detrás de ella. Aunque era


imposible, ella pareció crecer hasta alzarse sobre él.

—Soy el sprite de Marsyas. Esta es mi isla Estás aquí


porque te he permitido estar. Harías bien en recordar eso,
señor Baker.

—Sí, sí, por supuesto —dijo a toda prisa—. Lo que quise


decir fue que definitivamente iré contigo a donde me pidas que
vaya —tragó saliva—. Dentro de lo razonable.

Ella resopló mientras daba un paso atrás.

—Tu valentía no tiene límites.

Él se erizó.

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El Mar Cerúleo
—Mira, solo porque...

—¿Tienes otros zapatos?

Bajó la mirada a sus mocasines.

—¿Sí? Pero son más o menos lo mismo. ¿Por qué?

Ella se encogió de hombros.

—Caminaremos por el bosque.

—Oh. Bien. Quizás podríamos posponer eso para otro


día...

Pero ella ya se había dado vuelta y comenzó a alejarse


de él.

Consideró seriamente ignorarla y volver a la relativa


seguridad de la casa principal, pero luego recordó que ella
podría desterrarlo si quería. Y parte de él, aunque fuera una
pequeña parte, sentía curiosidad por lo que ella quería
mostrarle. Hacía mucho tiempo que no sentía curiosidad por
nada. Además, era un día perfectamente encantador. Quizás
le haría bien estar fuera con toda esta luz del sol.

Diez minutos después, deseaba la muerte.

Si Talia hubiera acudido a él con su pala, no creía que


la hubiera detenido.

Si Lucy se hubiera puesto de pie sobre él, con los ojos


encendidos y fuego ardiendo, lo habría recibido con los brazos
abiertos.

Cualquier cosa para evitar caminar por el bosque.

—Estoy pensando —jadeó, con el sudor saliendo de su


frente—. Que un poco de descanso estaría bien. ¿Cómo suena
eso? Encantador, creo.

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El Mar Cerúleo
La señora Chapelwhite lo miró con el ceño fruncido. Ella
no se veía sin aliento en lo más mínimo.

—No está mucho más lejos.

—Oh —logró decir Linus—. Excelente. ¡Excelente! Eso es


genial. —Se tropezó con la raíz de un árbol, pero logró
mantenerse en pie por la gracia de Dios—. Y espero que las
medidas de distancia y tiempo sean las mismas para los sprites
que para los humanos, lo que significa que no mucho más lejos
es exactamente lo que parece.

—No sales mucho, ¿verdad?

Se limpió la frente con la manga.

—Salgo tanto como se requiere de alguien de mi


posición.

—A la naturaleza, quiero decir.

—Oh. Entonces, no. Prefiero la comodidad y me atrevo a


decir seguridad de mi hogar. Prefiero sentarme en mi silla y
escuchar mi música, muchas gracias.

Ella le contuvo una gran rama de árbol.

—Siempre has querido ver el mar.

—Los sueños son simplemente eso, sueños. Están


destinados a ser vuelos de fantasía. No se supone
necesariamente que se hagan realidad.

—Y, sin embargo, aquí estás junto al mar, lejos de tu


silla y de tu casa. —Se detuvo y giró la cara hacia el cielo—.
Hay música en todas partes, señor Baker. Solo tienes que
aprender a escucharla.

Él siguió su mirada. Sobre ellos, los árboles se


balanceaban, el viento susurraba entre las hojas. Las ramas
crujían. Los pájaros cantaban. Le pareció oír el parloteo de las

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El Mar Cerúleo
ardillas. Y debajo de todo, la canción del mar, olas contra la
orilla y el olor espeso a sal en el aire.

—Es agradable —admitió—. No la parte de senderismo.


Podría prescindir de eso, si soy sincero. Bastante incómodo
para alguien como yo.

—Llevas corbata en medio del bosque.

—No había planeado estar en medio del bosque —


espetó—. De hecho, se supone que debo estar en la casa
tomando notas.

Ella comenzó a moverse nuevamente a través de los


árboles, sus pies apenas tocando el suelo.

—Para tu investigación.

—Sí, para mi investigación. Y si descubro que me estás


obstaculizando de alguna manera...

—¿El señor Parnassus puede leer tus informes antes de


enviarlos?

Linus entrecerró los ojos al pisar un tronco cubierto de


musgo. Más adelante, pudo ver destellos de arena blanca y el
mar.

—Absolutamente no. Eso sería incorrecto. Yo nunca…

—Bien —dijo ella.

Eso le hizo parpadear.

—¿Lo es?

—Sí.

—¿Por qué?

Ella le devolvió la mirada.

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—Porque querrás incluir esto en tu informe, y no quiero
que él lo sepa. —Y con eso, salió a la playa.

La miró por un momento antes de seguirla.

Caminar por la playa con mocasines no era algo que le


gustara. Pensó brevemente en quitarse los calcetines y dejar
que sus dedos se hundieran en la arena, pero lo dejó cuando
vio lo que los esperaba en la playa.

La balsa había sido construida apresuradamente.


Consistía en cuatro tablas de madera atadas juntas con un
grueso hilo amarillo. Había un pequeño mástil, sobre el cual
ondeaba lo que parecía ser una bandera.

—¿Qué es? —preguntó Linus, dando un paso hacia él,


los pies hundiéndose en la arena húmeda—. ¿Hay alguien más
en la isla? Esto no es lo suficientemente grande para un
hombre o una mujer. ¿Es para un niño?

La señora Chapelwhite sacudió la cabeza sombríamente.

—No. Fue enviado aquí desde el pueblo. Alguien lo lanzó


desde su bote. Estoy seguro que pretendían que llegara a los
muelles como el último, pero la marea lo trajo aquí.

—¿Cómo el último? —preguntó Linus, perplejo—.


¿Cuántos ha habido?

—Este es el tercero.

—¿Por qué demonios alguien...? Oh querido.

La señora Chapelwhite había desplegado el pergamino


adjunto al mástil. En letras en bloque estaban las palabras:
VETE. NO QUEREMOS A LOS DE TU CLASE AQUÍ.

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El Mar Cerúleo
—No le he contado al señor Parnassus sobre ellos —dijo
en voz baja—. Pero no me sorprendería que él lo supiera de
alguna manera. Es... observador. ¿Y esto está dirigido hacia
quién? ¿Para los niños? ¿Para el señor Parnassus? ¿Para ti?

—Todos nosotros, creo, aunque llevo aquí mucho más


tiempo que los demás —dejó caer la bandera contra el mástil—
. Y ellos se lo pensarían mejor si fuera para mí.

Su ceño se frunció ante ese sentimiento escalofriante.

—¿Por qué alguien haría algo así? Son solo niños. Sí,
son... diferentes a la mayoría, pero eso no debería importar.

—No debería —estuvo de acuerdo, dando un paso atrás,


limpiándose las manos como si estuvieran sucias al tocar el
pergamino—. Pero lo hace. Te conté lo del pueblo, señor Baker.
Y me preguntaste por qué son como son.

—Y evitaste responder a mi pregunta, si mal no


recuerdo.

Su boca era una delgada línea. Sus alas brillaban a la


luz del sol.

—No eres un hombre estúpido. Eso está claro. Son como


son porque somos diferentes. Incluso me preguntaste si estaba
registrada solo unos minutos después de conocernos.

—Esto es abuso —dijo Linus con rigidez, tratando de


ignorar el pinchazo—. Lisa y llanamente. Tal vez la gente del
pueblo no sabe exactamente quién habita esta isla, y eso es
probablemente lo mejor. Pero independientemente de ese
hecho, nadie merece que se le haga sentir menos que ellos. —
Frunció el ceño—. Especialmente si el gobierno les paga por su
silencio. Eso tiene que ser una violación de algún tipo de
contrato.

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El Mar Cerúleo
—No es solo esta aldea, señor Baker. El hecho que no
experimente prejuicios en su día a día no impide que exista
para el resto de nosotros.

SI VES ALGO, CUÉNTALO, había leído en letreros del


autobús. Y en todas partes al parecer, ¿no? Más y más
últimamente. En autobuses. En periódicos. Vallas
publicitarias. Anuncios de radio. Porque incluso había visto las
palabras impresas en una bolsa de supermercado.

—No —dijo lentamente—. Supongo que tienes razón.

Ella lo miró, las flores en su cabello parecían florecer.


Pensó que en realidad lo hacían.

—Y, sin embargo, estos niños están separados de sus


compañeros.

—Por la seguridad de los demás, por supuesto...

—O por su propia seguridad.

—¿No es lo mismo?

Ella sacudió su cabeza.

—No. Y creo que lo sabes.

No sabía qué decir en respuesta, así que no dijo nada en


absoluto.

La señora Chapelwhite suspiró.

—Quería que lo vieras por ti mismo. Entonces sabrás


más de lo que había en esos archivos tuyos. Los niños no lo
saben, y es mejor mantenerlo así.

—¿Sabes quién lo envió?

—No.

—¿Y el señor Parnassus?

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Ella se encogió de hombros.

Miró a su alrededor, repentinamente nervioso.

—¿Crees que están en peligro? ¿Podría alguien venir a la


isla e intentar causarles daño?

La sola idea hizo que se le encogiera el estómago. No lo


soportaba. La violencia contra cualquier niño estaba mal, sin
importar de lo que fueran capaces. Había visto al maestro de
un orfanato golpear a un niño en la cara una vez, solo porque
el niño había logrado convertir una fruta en hielo. Ese orfanato
había sido cerrado casi de inmediato, y el maestro se había
escapado con una palmadita en el hombro.

Linus no sabía lo que le había pasado al niño.

La sonrisa que creció en el rostro de la señora


Chapelwhite no tenía humor. De hecho, pensaba que parecía
casi salvaje.

—No se atreverían —dijo, mostrando demasiados


dientes—. En el momento en que pisaran mi isla con la
intención de lastimar a alguien de esa casa, sería lo último que
harían.

La creyó. Pensó mucho por un momento y luego dijo:

—Quizás deberíamos enviar un mensaje en respuesta.

Ella ladeó la cabeza hacia él.

—¿No sería eso contrario a tus reglas y regulaciones?

No pudo encontrar su mirada de complicidad.

—No creo que haya un subpárrafo para una situación


como esta.

—¿Qué tienes en mente?

—Eres un sprite de la isla.

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—Tus habilidades de observación son asombrosas.

Él resopló.

—Lo que significa que controlas las corrientes alrededor


de tu isla, ¿correcto? Y el viento.

—Parece que sabes mucho sobre criaturas mágicas,


señor Baker.

—Soy muy bueno en lo que hago —dijo principalmente.


Sacó el lápiz de su bolsillo—. Dame el pergamino, ¿quieres?

Ella dudó brevemente antes de hacer eso.

Le llevó unos minutos. Tuvo que revisar cada letra varias


veces para aclarar sus ideas. Cuando terminó, la sonrisa de la
señora Chapelwhite se había suavizado, y tal vez era la
expresión más sincera que había visto desde que la conoció.

—No creía que fueras capaz de tal cosa, señor Baker —


dijo, sonando alegre.

—Yo tampoco —murmuró, secándose el sudor de la


frente—. Es mejor si no volvemos a mencionar esto.

La ayudó a empujar la balsa de vuelta al agua, aunque


pensó que ella solo lo estaba molestando. Lo más probable es
que no necesitara su ayuda. Cuando la balsa zarpó
nuevamente, el pergamino se agitó, sus mocasines estaban
mojados, sus calcetines empapados y respiraba con dificultad.

Pero se sintió más ligero de alguna manera. Como si no


estuviera mezclando pintura en la pared.

Se sintió real.

Se sintió presente.

Casi como si pudiera ser visto.

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El viento se levantó y la balsa se alejó, de regreso hacia
el continente en la distancia.

No sabía si alguien realmente lo encontraría, si


realmente lograría cruzar el canal.

E incluso si lo encontraran, probablemente lo


ignorarían. Eso casi no importaba.

VETE. NO QUEREMOS A LOS DE TU CLASE AQUÍ,


decía a un lado del pergamino.

NO, GRACIAS, decía al otro lado.

Permanecieron en la arena con el agua lamiendo sus


pies durante mucho tiempo.

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Nueve

El primer viernes que Linus Baker pasó en la isla, recibió


una invitación. No era lo que esperaba, y al escucharla, no
estaba seguro que fuera una que quisiera aceptar. Podía
pensar en seis, siete o posiblemente cien cosas que preferiría
hacer. Tenía que recordarse que estaba en Marsyas por alguna
razón, y era importante que viera todos los lados del orfanato.

La invitación provino de un golpe en la puerta de la casa


de huéspedes donde Linus intentaba terminar su primer
informe de su tiempo en Marsyas. El ferry vendría mañana
para llevarlo al continente para que pudiera enviarlo por correo
a DICOMY. Había profundizado en su escritura, cuidadoso de
poner solo una advertencia por página con respecto a la falta
de transparencia de la Gerencia Extremadamente Superior
antes de enviarlo a la isla. Lo había convertido en un juego,
intentando que sus respuestas a sus transgresiones fueran lo
más sutiles posible. Había estado agradecido por la
interrupción al escuchar un golpe en la puerta cuando en la
última línea que había escrito leía
...y, además, la idea misma que la Gerencia Extremadamente Superior emplee
la ofuscación y el engaño directo con sus trabajadores sociales es muy incivilizado.

Probablemente era mejor si repensaba esa última línea.

Se sorprendió gratamente al encontrar al señor


Parnassus de pie en el porche de la casa de huéspedes,

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El Mar Cerúleo
luciendo azotado por el viento y cálido a la luz del sol de la
tarde, algo a lo que Linus se estaba encontrando no solo
acostumbrándose a ver, sino también ansioso. Se dijo a sí
mismo que era porque el señor Parnassus era un tipo alegre, y
si este fuera el mundo real, tal vez podrían haber sido amigos,
algo que escaseaba para Linus. Eso era todo.

No importaba que el señor Parnassus no pareciera


poseer un par de pantalones que no se ajustaran a sus largas
piernas, dado que siempre eran demasiado cortos. Hoy llevaba
calcetines azules con nubes. Linus se negaba a aceptar que le
encantaban.

En su mayoría tuvo éxito.

Aún así, cuando el señor Parnassus extendió su


invitación, Linus sintió que se le cerraba la garganta y su
lengua se volvió tan seca como una tostada quemada.

—¿Perdón? —se las arregló para preguntar.

El señor Parnassus sonrió a sabiendas.

—Dije que sería una buena idea si asistieras a mi cara a


cara con Lucy, solo para que puedas tener una experiencia
completa de Marsyas. Creo que la Gerencia Extremadamente
Superior espera tus observaciones al respecto, ¿no te parece?

Linus lo creía. De hecho, estaba empezando a pensar


que tal vez la Gerencia Extremadamente Superior se
preocupaba más por Lucy que cualquier otra persona en la
isla. Oh, no se deletreaba como tal en los archivos que le
habían dado, pero había estado en esta línea de trabajo
durante mucho tiempo y era más perceptivo que la mayoría.

Eso no significaba que saltaría ante tal invitación.

Solo había avanzado parcialmente en sus primeros días


en la isla. Sal todavía se asustaba con él, y Phee se mostraba
desdeñosa, pero Talia solo amenazaba con enterrarlo en su

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El Mar Cerúleo
jardín una o dos veces al día, y Chauncey parecía feliz por
cualquier cosa y todo (especialmente cuando llegó a entregarle
toallas o sábanas a Linus, siempre logrando toser lo
suficientemente cortés como para asegurar una propina).
Theodore, por supuesto, pensó que el sol salía y se ponía a
causa de Linus, algo que no debería haber tirado tanto de su
corazón como lo hizo. Era solo un botón (cuatro ahora, de
hecho; Linus había decidido que una de sus camisas de vestir
estaba lista para retirarse, y cortaría un botón nuevo cada
mañana), y que eran de plástico y no de bronce no parecía
importarle a Theodore.

Lucy, por otro lado, seguía siendo un enigma. Un enigma


aterrador, sin duda, dado que él era el Anticristo, pero un
enigma de todos modos. Justo el día anterior, Linus se había
encontrado en la biblioteca de la casa principal, una vieja
habitación en el primer piso llena de libros del suelo a techo.
Había estado examinando los estantes cuando vio movimiento
en las sombras por el rabillo del ojo. Se había dado la vuelta,
pero no había nada allí.

Hasta que levantó la vista para ver a Lucy agachado en


la parte superior de una estantería, mirándolo con ojos
brillantes y una sonrisa torcida en su rostro.

Linus jadeó, con el corazón acelerado.

Lucy dijo:

—Hola, señor Baker. Harías bien en recordar que las


almas humanas son baratijas baratas para alguien como yo.
—Se rió y saltó de la estantería, aterrizando sobre sus pies.
Miró a Linus y susurró—: Me encantan las baratijas baratas.
—Y luego huyó de la biblioteca. Linus lo vio solo una hora
después comiendo una galleta de avena con pasas de uva en

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El Mar Cerúleo
la cocina, golpeándose la cabeza con The Coasters11 cantando
sobre cómo iban a encontrarla, buscando por todos lados.

Así que no, Linus no necesariamente estaba feliz con la


invitación. Pero tenía un trabajo que hacer.

Por eso estaba aquí.

Y cuanto más aprendiera sobre Lucy, mejor preparado


estaría para informar. (No tenía nada que ver con la idea de
conocer un poco mejor al señor Parnassus. E incluso si lo
hiciera, seria porque el archivo del maestro no decía casi nada,
y necesitaba ser minucioso. Era descrito como tal en las
NORMAS Y REGULACIONES, página 138, párrafo seis, y él lo
seguiría al pie de la letra).

—¿Sabe él que estaré allí? —preguntó Linus, secándose


el sudor de la frente.

El señor Parnassus se echó a reír.

—Fue idea suya.

—Oh, querido —dijo Linus débilmente.

—¿Debería decirle que te espere?

No. No, no debería. De hecho, debería decirle a Lucy que


se había enfermado y que estaría fuera por la noche. Y
entonces Linus podía pasar su noche de viernes en pijama
escuchando la pequeña radio en la sala de estar y fingiendo
que estaba en casa. No era un tocadiscos, pero funcionaría en
caso de apuro.

—Sí —dijo—. Allí estaré.

11
The Coasters es un grupo rhythm and blues y rock and roll vocal que colocó éxitos
durante la década de los años 1950 iniciando con Searchin y Young blood, la canción
más memorable, escrita por el equipo de producción de Leiber y Stoller. Sus canciones
han sido frecuentemente imitadas, dejando un importante legado a la música de los
años 1960.
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El señor Parnassus sonrió ampliamente. Linus sintió
que se le enrojecía la piel al verlo.

—Maravilloso —dijo—. Creo que te sorprenderás. A las


cinco en punto, señor Baker. —Giró sobre sus talones y se
dirigió hacia la casa principal, silbando una melodía alegre.

Linus cerró la puerta y se desplomó contra ella.

—Bueno, viejo, ya has entrado, ¿no?

Calliope se sentó en el alféizar de la ventana,


parpadeando lentamente a la luz del sol.

Linus Baker nunca había sido del tipo religioso. Aunque


no le importaba si otros lo eran, nunca fue para él. Su madre
había sido... no muy ferviente pero tan cercana que apenas
había diferencia. Ella lo llevaba a la iglesia los domingos, y él
se sentaba con su camisa recién almidonada que picaba
terriblemente, y se ponía en pie cuando se suponía que debía
hacerlo y se arrodillaba cuando se suponía que debía
arrodillarse. Le gustaban los himnos, aunque no podría
recordar la melodía de ninguno, pero eso era todo. Pensó que
era absurdo: la idea de fuego y azufre, que los pecadores iban
al infierno mientras que todos los demás iban al cielo. Los
pecados parecían ser subjetivos. Oh, el asesinato era malo, y
dañar a otros también, pero ¿era comparable a alguien que
había robado una barra de caramelo de la tienda de la esquina
cuando tenían nueve años? Porque si lo fuera, Linus estaba
destinado a ir al Infierno, dada la barra Crunchie que se había
metido en el bolsillo y se comió más tarde en la noche mientras
se escondía debajo de su edredón.

Cuando tuvo la edad suficiente para comprender el


poder de la palabra no, no tuvo que volver a ir a la iglesia. No,
le había dicho a su madre, no, no creo que quiera ir.

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Había estado molesta, por supuesto. Ella se preocupaba
por su alma, diciéndole que iba a ir por un camino del que no
podría regresar, donde habría drogas, alcohol y chicas, y ella
estaría allí para recoger las piezas porque eso es lo que hacía
una madre (y, pensaba que le diría “te lo dije”).

Pero, resultó que las drogas nunca fueron un problema,


y aunque Linus disfrutaba de una copa de vino con la cena
una vez al mes, nunca pasó a ser nada más que eso.

Y en cuanto a las chicas, su madre no debería haberse


preocupado. Para entonces, Linus ya había notado cómo le
hormigueaba la piel cuando su vecino de diecisiete años,
Timmy Wellington, cortaba el césped sin la camisa puesta. No,
las chicas no iban a provocar la caída de Linus Baker.

Así que no, Linus no había sido del tipo religioso en


absoluto.

De acuerdo, eso fue antes que supiera que el Anticristo


tenía seis años y estaba en la isla Marsyas. Por primera vez en
su vida, Linus deseaba tener un crucifijo o una Biblia o algo
con lo que protegerse si Lucy decidiera que necesitaba un
sacrificio para alcanzar sus plenos poderes.

Ciertamente no ayudó cuando pasó junto a Phee y Talia


en el jardín, ambas observando cada paso que daba hacia la
casa principal.

—Un hombre muerto caminando —entonó Talia con voz


plana—. Tenemos un hombre muerto caminando por aquí.

Phee cubrió su risa con una tos.

—Buenas tardes —dijo con rigidez.

—Buenas tardes, señor Baker —dijeron Phee y Talia con


dulzura, aunque Linus las conocía bien.

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Susurraron detrás de él cuando llegó al porche de la
casa principal. Las miró de nuevo y se despidió con la mano.

Curiosamente, se encontró luchando contra una sonrisa


al verlas. Sin embargo, frunció el ceño en su lugar.

Entró en la casa. Escuchó a la señora Chapelwhite


cantando en la cocina. Se había relajado mucho con él desde
su viaje a la playa. Y con eso, quería decir que reconoció su
presencia con un asentimiento que casi parecía cordial en
lugar de superficial.

Cerró la puerta detrás de él y escuchó un chirrido


proveniente del sofá frente a la chimenea. Miró hacia abajo
para ver una cola escamosa que sobresalía por debajo.

—Hola, Theodore —dijo.

La cola desapareció y Theodore asomó la cabeza,


moviendo la lengua. Volvió a piar, esta vez una pregunta. Linus
no necesitaba hablar wyvern para entender lo que estaba
pidiendo.

—Ya te di uno esta mañana. Cuanto más tienes, menos


aprecias su valor. —Se sintió un poco tonto, dado que los
botones de plástico no valían nada en absoluto, pero sentía que
era importante impartir tal lección.

Theodore suspiró malhumorado y desapareció de nuevo


debajo del sofá, refunfuñando para sí mismo.

Subió las escaleras, la madera crujía


amenazadoramente bajo su peso. Los apliques en las paredes
parecían parpadear, y Linus se dijo a sí mismo que era solo
porque la casa era vieja, y el cableado probablemente podría
necesitar algo de mantenimiento. Hizo una nota mental para
preguntar en su informe sobre el estado de la financiación del
Orfanato Marsyas. El señor Parnassus parecía desdeñoso ante
la idea de financiación, pero Linus pensó que tenía que estar
equivocado.

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Las puertas de las habitaciones en el segundo piso
estaban cerradas a ambos lados, con la excepción de la de
Chauncey. Linus estaba a punto de pasar su habitación
cuando se detuvo, escuchando a Chauncey hablando dentro.
Se asomó por la puerta ligeramente abierta para verlo de pie
en agua salada frente a un espejo de cuerpo entero cerca de la
ventana, con una gorra de botones en la cabeza entre los tallos
de sus ojos.

—¿Cómo están, señor y señora Worthington? —preguntó


Chauncey, uno de sus tentáculos levantó la gorra mientras se
inclinaba—. ¡Bienvenido de nuevo al Hotel Everland! ¿Puedo
llevar su equipaje? ¡Oh, gracias por notarlo, señora
Worthington! Sí, llevo un uniforme nuevo. Solo lo mejor para
Everland. ¡Espero que disfrutéis de la estancia!

Linus lo dejó.

Se preguntaba si sería demasiado conseguirle a


Chauncey un abrigo para completar su disfraz. Tal vez podría
ver si había algo en el pueblo...

No. No estaba aquí para eso. Estaba aquí para observar


y nada más. No podía influir en el orfanato. No sería correcto.
Las NORMAS Y REGULACIONES eran específicas sobre estos
asuntos.

Le pareció oír movimientos detrás de la puerta de Sal,


pero estaba bien cerrada. Era mejor no intentar saludar. No
querría asustar al pobre muchacho.

Además de nunca haber visto el interior de la habitación


de Sal, aún no había cruzado la última puerta del pasillo. El
señor Parnassus no lo había invitado antes de hoy, aunque
Lucy lo había hecho en numerosas ocasiones, para disgusto de
Linus. Sabía que tendría que inspeccionar ambos antes de
abandonar la isla, pero lo había pospuesto esta primera
semana, algo que no debería haber hecho.

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Se paró frente a la puerta por un largo momento, antes
de respirar profundamente y levantar la mano temblorosa para
llamar.

Antes que pudiera, la puerta se abrió solo una pizca.

Linus dio un paso atrás. No parecía haber ninguna luz


proveniente del interior.

Se aclaró la garganta.

—¿Hola? —Ninguna respuesta.

Apartó los nervios y abrió la puerta.

El sol de la tarde había brillado cuando entró en la casa,


el aire del mar cálido. Pero el interior de la habitación le recordó
estar de vuelta en la ciudad, oscura, fría y húmeda. Dio un
paso adentro. Y luego otro.

Y luego otro.

La puerta se cerró de golpe detrás de él.

Se dio la vuelta, con el corazón en la garganta. Estaba


alcanzando la puerta cuando las velas se encendieron a su
alrededor, los chorros de fuego alcanzando medio metro o más.

—Bienvenido a mi dominio —la voz de un niño sonó


detrás de él—. Has entrado aquí por invitación mía. —La voz
se rió— ¡Da testimonio de la verdadera profundidad de mi
poder! ¡Yo soy Lucifer! ¡Soy Belcebú, el príncipe de los
demonios! Estoy…

—...a punto de perder privilegios si decides continuar —


oyó Linus decir al señor Parnassus.

Las velas se apagaron. La oscuridad se desvaneció.

La luz del sol entraba por la ventana. Linus parpadeó


contra la luz brillante.

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El señor Parnassus estaba sentado en una silla de
respaldo alto cerca de la ventana, con las piernas cruzadas, las
manos en el regazo y una expresión divertida en su rostro.
Había una silla vacía frente a él, sin duda para el niño que
yacía de espaldas sobre la gruesa alfombra.

—Te escuchó venir —dijo Parnassus encogiéndose de


hombros—. Le advertí que no lo hiciera, pero como es el
momento de hacer lo que desea, pensé que no debería
impedírselo.

Lucy miró a Linus, que estaba pegado a la puerta del


dormitorio.

—Soy quien soy.

—Suficiente —dijo Linus, su voz un chillido, apenas


capaz de despegarse de la puerta.

La habitación en sí era grande y espaciosa. Había una


cama con dosel colocada contra la pared del fondo, hecha de
madera oscura, enredaderas adornadas y hojas talladas en los
postes. Había un escritorio, mucho más viejo que los demás de
la casa, cubierto de resmas de papel y pilas de libros. Una
chimenea apagada se encontraba frente a la cama. Si Linus no
hubiera estado tan asustado, habría pensado que sería
perfecto para las frías noches de invierno.

—¿Te gustaría mostrarle al señor Baker tu habitación?


—le preguntó el señor Parnassus a Lucy—. Probablemente le
gustaría mucho verla. ¿No es así, señor Baker?

No. No, no quería. No mucho en absoluto.

—Sí —dijo Linus—. Eso ciertamente parece... factible.

Lucy se dio vuelta sobre su estómago, apoyando la


barbilla en sus manos.

—¿Está seguro, señor Baker? No suenas muy seguro.

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El Mar Cerúleo
—Estoy seguro —dijo Linus con firmeza.

Lucy se levantó del suelo.

—Bueno, no digas que no te lo advertí.

El señor Parnassus suspiró.

—Lucy, le vas a dar al señor Baker una idea equivocada.

—¿Y qué idea sería esa?

—Sabes de que te hablo.

Lucy levantó las manos.

—Solo estoy tratando de generar anticipación. ¡Esperar


lo inesperado! Me dijiste que la vida está destinada a
sorprenderte. Estoy tratando de sorprenderlo.

—Creo que te estás preparando para nada más que


desilusión. —Los ojos de Lucy se entrecerraron—. ¿Y de quién
es la culpa? Si hubieras escuchado mis ideas de decoración,
no habría lugar para la decepción. Solo habría alegría. —Miró
a Linus—. Bien, para mí.

El señor Parnassus extendió las manos en un gesto


tranquilizador.

—No creo que tener cabezas humanas cortadas sea


propicio para una buena noche de sueño o la salud y la
cordura del señor Baker, aunque estén hechas de papel
maché.

—¿Cabezas cortadas? —preguntó Linus con voz


estrangulada.

Lucy suspiró.

—Solo representaciones de mis enemigos. El Papa.


Evangélicos que asisten a las mega iglesias. Ya sabes, como lo
hace la gente normal.

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El Mar Cerúleo
Linus no creía que Lucy entendiera lo que era normal,
pero se las arregló para guardar eso para sí mismo.

—Entonces, ¿no hay cabezas?

—Ninguna —dijo Lucy con el ceño fruncido—. Ni


siquiera el cráneo de un animal del bosque que no maté y que
acabo de encontrar. —Le lanzó una mirada fulminante al señor
Parnassus.

—¿Qué dije sobre los animales? —dijo el señor


Parnassus.

Lucy pisoteó hacia una puerta cerrada cerca de las


sillas.

—No se pueden matar porque solo los asesinos en serie


lo hacen, y si ya están muertos, no puedo jugar con los restos
porque oleré mal.

—¿Y?

—Y está mal.

—Lidiaremos con eso la próxima vez —dijo Parnassus—


. Puede sonar más humano.

—Ahogas mi creatividad —murmuró Lucy. Puso la mano


en el pomo de la puerta y miró a Linus. Su expresión de
descontento desapareció, y esa dulce sonrisa almibarada
regresó y causó escalofríos en su columna—. ¿Vienes, señor
Baker?

Linus trató de mover sus pies, pero permanecieron


firmemente arraigados cerca de la puerta del dormitorio.

—¿Señor Parnassus no se une a nosotros? —preguntó.

El señor Parnassus sacudió la cabeza.

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El Mar Cerúleo
—Dejaré que haga el recorrido, como lo hicieron los otros
niños. —Hizo una pausa y luego dijo—: Todavía estoy
trabajando en Sal.

—Genial —dijo Linus débilmente—. Eso está... está bien.

—¿Por qué estás sudando? —preguntó Lucy, con una


sonrisa cada vez más amplia—. ¿Algo anda mal, señor Baker?

—No, no —dijo Linus—. Solo... un poco sobrecalentado,


eso es todo. El clima templado, ya sabes. No estoy
acostumbrado a esto en la ciudad.

—Oh, por supuesto —dijo Lucy—. Eso debe ser. Ven


aquí, señor Baker. Tengo algo que enseñarte.

Linus tragó saliva. Se dijo a sí mismo que estaba siendo


tonto, que el señor Parnassus estaba allí y que Lucy no se
atrevería a hacer nada desagradable en su presencia.

El problema con eso era que el cerebro de Linus eligió


ese momento exacto para preguntarse si alguna vez había
habido otro trabajador social visitando la isla antes, y qué
había pasado con ellos. Tenía que haber ¿verdad? No podía
haber sido el primero. Porque la idea era absurda.

Y si había habido otros antes que él, ¿qué habría sido de


ellos? ¿Habían entrado también en la habitación de Lucy, solo
para no volver a ser vistos? ¿Seguiría Linus a Lucy a través de
la puerta para encontrar los cadáveres de sus predecesores
clavados en el techo sobre la cama? Linus ciertamente podía
ser firme cuando lo necesitaba, pero tenía una constitución
débil y la visión de la sangre solía hacer que se sintiera
mareado. No sabía qué pasaría si tuviera que ver intestinos
esparcidos como guirnaldas decorativas húmedas.

Miró al señor Parnassus, quien asintió alentadoramente.


No calmó a Linus en lo más mínimo. Por todo lo que sabía, el
señor Parnassus era tan malvado como Lucy, malditos
calcetines de colores brillantes y esa sonrisa maravillosa.

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El Mar Cerúleo
Casi tropezó con esa sonrisa maravillosa.

La apartó. Podía hacerlo.

Podía hacerlo.

Era solo un niño.

Fijó una mirada agradable en su rostro (apenas por


encima de una mueca) y dijo:

—Me encantaría ver tu habitación, Lucy. Espero que


esté ordenada. Una habitación desordenada es el signo de una
mente desordenada. Es mejor mantener las cosas limpias
cuando sea posible.

Los ojos de Lucy bailaron.

—¿Eso es cierto, señor Baker? Bueno, entonces veamos


cómo es mi mente.

Linus estaba seguro que este era uno de los factores


estresantes de los que su médico le había advertido. No había
nada que pudiera hacer al respecto ahora.

Se detuvo junto a Lucy. Bajó la mirada hacia él.

Lucy sonrió. Linus pensó que tenía más dientes de los


que era humanamente posible.

Giró el pomo de la puerta. Empujó la puerta para abrirla.

Crujió sobre sus goznes y...

Había un pequeño espacio con una cama doble contra


una pared, con un edredón a cuadros y una funda de
almohada blanca. Había espacio suficiente para un escritorio,
pero no mucho más. Encima de la mesa había una colección
de rocas brillantes con vetas de cuarzo.

En las paredes había discos de vinilo, cada uno colgado


de una chincheta por el agujero en el medio. Había de Little

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El Mar Cerúleo
Richard, de Big Bopper, de Frankie Lymon and the Teenagers,
de Ritchie Valens y de Buddy Holly. De hecho, había más
discos de Buddy Holly que ningún otro.

Linus se sorprendió al verlos. Conocía la mayoría de los


discos, porque los tenía en su propia casa, en la ciudad. Había
pasado muchas noches escuchando “Peggy Sue”, “That’ll Be
the Day” y “Chantilly Lace”.

Pero aparte de Little Richard y Frankie Lymon, todos


tenían algo más en común. Era un poco morboso, cuando lo
pensó. Pero tenía sentido.

Ni siquiera se había dado cuenta que Lucy había cerrado


la puerta detrás de ellos.

—El día que murió la música —dijo Lucy.

Linus se dio la vuelta, con el corazón tropezando sobre


sí mismo. Lucy estaba de pie en la puerta, presionado contra
ella.

—¿Qué?

Agitó una mano hacia los discos.

—Buddy Holly, Ritchie Valens y Big Bopper.

—Un accidente de avión —dijo Linus en voz baja.

Lucy asintió y se apartó de la puerta.

—Ritchie y Bopper ni siquiera debían estar en el avión,


¿lo sabías?

Lo sabía.

—Creo que sí —dijo

—Bopper estaba enfermo y cogió el asiento de otra


persona.

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El Mar Cerúleo
Waylon Jennings, aunque Linus se lo guardó para sí
mismo.

—Y Ritchie ganó su asiento lanzando una moneda.


Buddy no quería quedarse atrapado en un autobús porque
hacía frío, y tenía que ir a Montana. —Lucy extendió la mano
y tocó el de “Chantilly Lace”. Parecía casi reverente—. El piloto
no recibió la información meteorológica correcta y el avión no
tenía los instrumentos adecuados para volar. Extraño,
¿verdad? —Le sonrió a Linus—. Me gusta la música que me
hace feliz y me gusta la muerte. Es extraño cómo la gente
puede mezclar los dos. Todos murieron por casualidad, y luego
la gente cantó sobre ellos. Me gustan esas canciones, pero no
tanto como las que cantan a los muertos.

Linus tosió bruscamente.

—A mí también me gusta la música. Tengo algunos de


estos discos en mi casa.

Lucy se animó ante eso.

—¿Música de gente muerta?

Se encogió de hombros.

—¿Supongo? Cuanto más antigua es la música, más


probable es que el cantante esté muerto.

—Sí. —Lucy respiró. Sus ojos comenzaron a teñirse de


rojo—. Es verdad. La muerte es maravillosa para la música.
Hace que los cantantes suenen como fantasmas.

Linus pensó que probablemente era un buen momento


para cambiar el tema a algo menos mórbido.

—Me gusta tu habitación.

Lucy miró a su alrededor, la luz desapareció de sus ojos.

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El Mar Cerúleo
—Es la mejor. Me gusta tener mi propio cuarto. Arthur
dice que es importante tener independencia. —Miró a Linus
antes de mirar hacia otro lado, y Linus podría haber jurado
que parecía casi nervioso—. Siempre y cuando no se vayan
demasiado lejos. —Sus ojos se abrieron—. ¡Pero no soy un
bebé! ¡Puedo estar bien solo! De hecho, ¡estoy solo todo el
tiempo!

Linus arqueó una ceja.

—¿Todo el tiempo? Oh, no. No no no. Eso no servirá.


Tendré que hablar con el señor Parnassus, si ese es el caso.
Un niño de tu edad nunca debería estar solo todo el tiempo...

—No quise decir eso —gritó Lucy—. ¡Lo que quise decir
es que nunca estoy solo! ¡Nunca! ¡Donde quiera que vaya, él
está allí! Es como una sombra. Es tan molesto.

—Bueno, si tú lo dices.

Lucy asintió furiosamente.

—Lo hago. Eso es exactamente lo que dije. Por lo tanto,


no es necesario hablar con Arthur al respecto o ponerlo en
informes y decir cosas malas sobre mí. —Su sonrisa era
positivamente angelical—. Juro que soy una buena persona.
—La sonrisa se desvaneció—. Y no tienes que preocuparte por
mirar debajo de mi cama. Y si lo haces, el esqueleto del pájaro
debajo no es mío, y no sé quién lo puso allí, pero deberían ser
castigados porque eso está mal. —Sonrió de nuevo.

Linus lo miró fijamente.

—¡Bien! —dijo, dando un paso adelante y agarrando a


Linus de la mano—. ¡Eso es todo! ¡Esa es mi habitación! ¡No
hay necesidad de ver nada más! —Tiró de Linus hacia la puerta
y la abrió—. ¡Arthur! Vio mi habitación y dijo que todo se ve
bien y que no hay nada malo en eso y que soy una buena
persona. ¡Y a él le gusta la misma música que a mí! Música de
gente muerta.

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El Mar Cerúleo
El señor Parnassus levantó la vista del libro que tenía en
el regazo.

—¿Todo bien? ¿Música de gente muerta?

Lucy levantó la cabeza para mirar a Linus, aún


sosteniendo su mano con fuerza.

—Nos gustan las cosas muertas, ¿no, señor Baker?

Linus farfulló.

Lucy lo dejó ir y se derrumbó en el suelo a los pies del


señor Parnassus donde había estado cuando Linus había
llegado. Cruzó las manos sobre el estómago y miró hacia el
techo.

—Mi cerebro está lleno de arañas excavando sus huevos


en la materia gris. Pronto nacerán y me consumirán.

Linus no tenía idea de qué hacer con eso.

Afortunadamente, parecía que el señor Parnassus sí.


Cerró el libro en su regazo y lo dejó en la pequeña mesa al lado
de las sillas. Golpeó uno de sus zapatos con punta de ala
contra el hombro de Lucy.

—Qué descriptivo. Discutiremos eso más


detalladamente en un momento. Primero, al señor Baker le
gustaría observar. ¿Eso estaría bien para ti?

Lucy miró a Linus antes de mirar hacia el techo.

—Está bien. Le gustan las cosas muertas casi tanto


como a mí.

Eso ni siquiera era remotamente cierto.

—De hecho —dijo el señor Parnassus, señalando a Linus


para que se sentara en la silla vacía—. Qué casualidad. ¿Dónde
lo dejamos antes que llegara el señor Baker?

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Linus se sentó. Sacó su libreta, junto con su lápiz. No
sabía por qué le temblaban los dedos.

—Imperativo categórico —dijo Lucy—. Kant.

—Ah, es cierto —dijo Parnassus—. Gracias por


recordármelo.

Linus tuvo la idea que no necesitaba que se lo


recordaran en absoluto.

—¿Y qué dijo Kant sobre el imperativo categórico?

Lucy suspiró.

—Que es el principio supremo de la moralidad. Es un


objetivo. Un principio racionalmente necesario e incondicional
que siempre debemos seguir a pesar de cualquier deseo
natural o inclinación a lo contrario.

—¿Y Kant tenía razón?

—¿Que ser inmoral es ser irracional?

—Sí.

Lucy arrugó la cara.

—¿No?

—¿Y por qué no?

—Porque las personas no son blancas y negras. No


importa cuánto lo intentes, no puedes quedarte en un camino
sin desvíos. Y eso no significa que seas una mala persona.

El señor Parnassus asintió.

—¿Aunque tengas arañas en tu cerebro?

Lucy se encogió de hombros.

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—Tal vez. Pero Kant estaba hablando de personas
normales. Yo no soy normal.

—¿Por qué dices eso?

Se tocó el estómago.

—Por el lugar de donde vengo.

—¿De dónde vienes?

—Una vagina después que fue penetrada por un pene.

—Lucy —advirtió el señor Parnassus, cuando Linus se


atragantó.

Lucy puso los ojos en blanco. Se movió como si estuviera


incómodo.

—Vengo de un lugar donde las cosas no eran tan


buenas.

—¿Estás mejor ahora?

—Principalmente.

—¿Por qué crees que es?

Lucy entrecerró los ojos hacia Linus antes de volver la


cabeza hacia el señor Parnassus.

—Porque tengo mi propia habitación. Y mis discos. Y tú


y los demás, a pesar que Theodore no me deja ver su tesoro.

—¿Y las arañas?

—Aún están ahí.

—¿Pero?

—Pero puedo tener arañas en mi cabeza siempre que no


deje que me consuman y luego destruyan el mundo tal como
lo conocemos.

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El Mar Cerúleo
Linus apenas podía respirar.

El señor Parnassus no parecía tener ese problema. Él


estaba sonriendo.

—Exactamente. Errar es ser humano, irracional o no. Y


aunque algunos errores son mayores que otros, si aprendemos
de ellos, nos convertimos en mejores personas. Incluso si
tenemos arañas en nuestros cerebros.

—Soy impío.

—Eso dicen algunas personas.

La cara de Lucy se arrugó como si estuviera pensando


mucho.

—¿Arthur?

—¿Sí?

—¿Sabías que tu nombre es una montaña?

Parnassus parpadeó, como si lo hubieran tomado


desprevenido.

—Lo sé. ¿Cómo lo supiste?

Lucy se encogió de hombros.

—Sé muchas cosas, pero no siempre sé cómo las sé.


¿Tiene sentido?

—Algo así.

—El monte Parnassus era sagrado para Apolo.

—Lo sé.

—¿Y conoces a Linus de Tracia?

El señor Parnassus se movió en su asiento.

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—Yo... creo que no.

—¡Oh! Bueno, Apolo mató a Linus con sus flechas por


un concurso musical. ¿Vas a matar al señor Baker? —Lucy
giró la cabeza lentamente para mirar a Linus—. Si lo haces,
¿puedes asegurarte de usar flechas? No quiero que él sea un
impío también12.

Comenzó a reírse.

El señor Parnassus suspiró cuando el pecho de Linus se


ensanchó.

—¿Acabas de contar toda la historia para poder hacer


una broma?

—Sí —dijo Lucy, secándose los ojos—. Porque una vez


me dijiste que, si no podemos reírnos de nosotros mismos, lo
estamos haciendo mal. —Frunció el ceño—. ¿Lo estoy haciendo
mal? Nadie parece reírse.

—El humor es subjetivo, me temo —dijo Parnassus.

—Eso es lamentable —dijo Lucy, mirando hacia el


techo—. La humanidad es muy rara. Si no nos estamos riendo,
estamos llorando o corriendo por nuestras vidas porque los
monstruos están tratando de comernos. Y ni siquiera tienen
que ser monstruos reales. Podrían ser los que inventamos en
nuestras cabezas. ¿No crees que es raro?

—Supongo. Pero prefiero ser así que la alternativa.

—¿Cuál es?

—No sentir nada en absoluto. —Linus miró hacia otro


lado.

Lucy estaba encantado cuando el señor Parnassus


terminó la sesión temprano a las seis y cuarto. Le dijo que

Es un juego de palabras intraducible sobre la palabra unholy: impío y un-holey donde


12

Lucy deforma la palabra holey (agujeros) para hacer su broma.

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podía ir a la cocina para ver si la señora Chapelwhite
necesitaba su ayuda. Dio un salto y giró en un pequeño círculo
mientras pisaba fuerte antes de dirigirse hacia la puerta,
gritando por encima del hombro que esperaba que Linus
encontrara su tiempo juntos iluminatorio.

Linus no estaba seguro de que iluminar fuera la palabra


correcta.

Se sentaron en silencio mientras Lucy bajaba las


escaleras, haciendo demasiado ruido para un niño de su
tamaño. Parecía que rebotaba en todas las superficies que
podía encontrar camino del primer piso.

Linus sabía que el señor Parnassus lo estaba esperando,


y aprovechó la oportunidad para ordenar sus pensamientos lo
mejor que pudo. Su libreta estaba angustiosamente en blanco.
Se había olvidado de hacer una sola observación. Eso no era
bueno para alguien en su posición, pero pensó que se le debía
un pequeño margen de maniobra con todo lo que había visto y
oído desde su llegada a la isla.

—Él no es lo que esperaba —dijo finalmente Linus,


mirando a la nada.

—¿No?

Sacudió la cabeza.

—Hay... connotaciones detrás del nombre. Anticristo. —


Miró disculpándose al señor Parnassus—. Si soy honesto.

—¿Las hay? —El señor Parnassus preguntó


secamente—. No me había dado cuenta.

—No lo siento por eso.

—Y no espero que lo hagas. —El señor Parnassus se


miró las manos—. ¿Puedo contarte un secreto?

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El Mar Cerúleo
Eso sorprendió a Linus. Había llegado a la conclusión
que el maestro de Marsyas no dispensaba sus secretos a
menudo. Era irritante, pero comprensible.

—Sí. Por supuesto.

—También me preocupé cuando escuché que lo


enviaban a la isla.

Linus lo miró fijamente.

—¿Estabas preocupado?

El señor Parnassus arqueó una ceja. Linus descubrió


que tenía que recordarse que, según su archivo, este hombre
era cinco años mayor que él. Parecía extrañamente joven.
Linus no sabía por qué, pero se sentó un poco más erguido y
si encogía un poco el estómago, no era asunto de nadie más
que el suyo.

—¿Por qué suenas tan ofendido?

—Me preocupo cuando el autobús llega tarde. Me


preocupo cuando me duermo y no escucho mi alarma. Me
preocupo cuando voy a la tienda los fines de semana, y los
aguacates están muy caros. Esas son preocupaciones, señor
Parnassus.

—Esas son preocupaciones mundanas —corrigió


suavemente—. Cosas de una vida normal. Y no hay nada malo
en eso. Digo preocupado porque es la mejor manera en que sé
expresar mis sentimientos. Me preocupaba porque estaba solo,
pero me siento así con todos estos niños. Me preocupaba por
cómo encajaría con los otros que ya estaban aquí. Me
preocupaba no poder proporcionarle lo que necesitaba.

—¿Y por lo que es? —preguntó Linus—. ¿También te


preocupaste por eso? Me parece que debería haber estado a la
vanguardia de todas sus preocupaciones.

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Él se encogió de hombros.

—Por supuesto, pero no superaba nada más.


Comprendía la gravedad de la situación, señor Baker. Pero no
podía dejar que eso se convirtiera en el foco. Eso es todo lo que
ha conocido, la gente se preocupa por lo que es, de lo que es
capaz. Porque su preocupación es solo una delgada capa de
miedo y repulsión y los niños son mucho más observadores de
lo que les damos crédito. Si él viera lo mismo en mí que en
todos los demás, ¿qué esperanza habría?

—¿Esperanza? —dijo Linus estúpidamente.

—Esperanza —repitió el señor Parnassus—. Porque eso


es lo que debemos darle, lo que debemos darles a todos.
Esperanza y orientación y un lugar para llamarlo propio, un
hogar donde pueden ser quienes son sin temor a represalias.

—Perdóname, pero creo que equiparar a Lucy con los


demás es un poco corto de miras. No es como nadie más.

—Tampoco lo es Talia —espetó el señor Parnassus—. O


Theodore o Phee o Sal o Chauncey. Están aquí porque no son
como todos los demás. Pero eso no significa que sea así como
deban permanecer.

—Suenas ingenuo.

—Estoy frustrado —dijo Parnassus—. Estos niños solo


se enfrentan a nociones preconcebidas sobre quiénes son. Y
crecen para ser adultos que saben lo mismo. Lo dijiste tú
mismo: Lucy no era quien esperabas que fuera, lo que significa
que ya habías decidido en tu cabeza que era. ¿Cómo podemos
luchar contra los prejuicios si no hacemos nada para
cambiarlo? Si permitimos que nos infecte, ¿cuál es el punto?

—Y aún así te quedas aquí en la isla —dijo Linus a la


defensiva—. No te vas. No dejas que se vayan.

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—Los estoy protegiendo de un mundo que no entiende.
Un día a la vez, señor Baker. Si puedo infundirles confianza,
un sentido de la identidad, espero que les brinde las
herramientas que necesitan para enfrentar al mundo real,
especialmente porque será igual de difícil para ellos. No ayuda
cuando DICOMY envía a alguien como tú a interferir.

—¿Alguien como yo? —preguntó Linus—. ¿Qué se


supone que...?

El señor Parnassus resopló.

—Me disculpo. Eso fue injusto. Sé que solo estás


haciendo tu trabajo. —Su sonrisa era quebradiza—.
Independientemente de tu jefe, creo que eres capaz de ver más
allá de un archivo o una nomenclatura particular.

Linus no estaba seguro si había sido insultado o


halagado.

—¿Ha habido otros? ¿Antes de mí? Trabajadores


sociales.

El señor Parnassus asintió lentamente.

—Una vez. Entonces solo tenía a Talia y Phee, aunque


Zoe, la señora Chapelwhite, ya le había ofrecido su ayuda.
Había rumores de los demás, nada concreto. Pero hice de esta
casa un hogar para los que tenía, y preparándola en caso que
vinieran más. Su predecesor, él... cambió. Era encantador, y
pensé que se iba a quedar. Pero luego cambió.

Linus escuchó todas las cosas que no se estaban


diciendo. Ahora entendía por qué la señora Chapelwhite se
había reído de él cuando le preguntó incómodamente si ella y
el señor Parnassus estaban involucrados. Y aunque
seguramente no era asunto suyo, preguntó:

—¿Qué le pasó?

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El Mar Cerúleo
—Fue ascendido —dijo el señor Parnassus en voz baja—
. Primero a supervisor. Y luego, la última vez que escuché, a
Gerente Extremadamente Superior. Justo como siempre quiso.
Entonces aprendí una lección muy dura: a veces los deseos
nunca se deben decir en voz alta, ya que no se harán realidad.

Linus parpadeó. Seguramente no podía decir:

—No será el hombre con papada.

El señor Parnassus se echó a reír.

—No.

—O el hombre con gafas.

—No, señor Baker. No es el hombre con gafas.

Eso dejaba al hombre guapo con el pelo ondulado. El


señor Werner. El que le había dicho a Linus que había
preocupaciones sobre las capacidades de Arthur Parnassus.
Linus estaba escandalizado, aunque no podía estar seguro de
por qué.

—Pero él es tan... tan...

—¿Tan? —preguntó el señor Parnassus.

Linus se aferró a lo único en lo que podía pensar.

—¡Sirve jamón seco en las fiestas navideñas! Es terrible.

El señor Parnassus lo miró por un momento antes de


estallar en carcajadas. Linus se sorprendió por lo cálido y
crujiente que era el sonido, como las olas rompiendo sobre
rocas lisas.

—Oh, mi querido señor Baker. Realmente me maravillo


contigo.

Linus se sintió extrañamente orgulloso.

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—Lo intento.

—Si que sí —dijo, secándose los ojos.

Se sentaron en silencio nuevamente, y fue lo más


cómodo que Linus se había sentido desde que llegó a la isla.
No se atrevió a examinarlo mucho, por temor a que le mostrara
cosas que no estaba listo para ver, pero sabía que estaba allí.
Pero, como todas las cosas, era temporal. Su tiempo aquí, al
igual que su tiempo en este mundo, era finito. No podía pensar
lo contrario.

Luego, sin siquiera pensarlo, dijo:

—¿Kant, Arthur? ¿En serio? De todas las cosas.

Los ojos del señor Parnassus brillaron a la luz del sol.

—Tenía sus falacias.

—Oh, eso es un eufemismo si alguna vez escuché una.


Schopenhauer dijo...

—¿Schopenhauer? Retiro todo lo bueno que he dicho


sobre ti, Linus. Estás desterrado de la isla. Vete
inmediatamente.

—¡Tenía algunas críticas muy puntiagudas! ¡Y lo hizo


solo para validar aún más el trabajo de Kant!

El señor Parnassus se burló.

—La validación no era algo que Kant…

—Mi buen hombre, ahí es donde seguramente estás


equivocado.

Y siguió y siguió.

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El Mar Cerúleo

Diez

El ferry esperaba en los muelles cuando la señora


Chapelwhite detuvo su coche. Linus pudo ver a Merle moverse
en la cubierta. Los saludó con irritación, con el ceño fruncido.

—Muy impaciente, ¿no? —reflexionó Linus cuando la


puerta del ferry bajó.

—No sabes ni la mitad —murmuró la señora


Chapelwhite—. El hombre actúa como si tuviera negocios en
otro lado. El señor Parnassus es el único que le paga por el uso
de ese viejo bote desvencijado, y él lo sabe. Ni siquiera
necesitamos usarlo, pero lo hacemos para mantener la paz.

—¿Cómo...? ¿Sabes qué? No quiero saberlo ¿Entonces


nosotros…?

Ella suspiró.

—Si debemos hacerlo.

—Me temo que debemos —dijo Linus sabiamente.

Ella lo miró mientras ponía el coche en marcha y


avanzaba lentamente. Él pensó que iba a decir algo, pero no
habló. Se preguntó si estaba proyectando.

El ferry bajó levemente cuando el coche abordó, y


aunque Linus se sintió mareado, no era como cuando llegó por

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El Mar Cerúleo
primera vez hace una semana. Eso lo detuvo. ¿Realmente solo
había pasado una semana? Había llegado un sábado y.… sí.
Había pasado exactamente una semana. No sabía por qué eso
lo sorprendió. Todavía echaba de menos su hogar, pero era un
dolor sordo en la boca del estómago.

Eso probablemente no era una buena señal.

La Señora Chapelwhite apagó el coche cuando la puerta


se levantó nuevamente detrás de ellos. El claxon sonó desde
algún lugar por encima de ellos, y se fueron. Linus sacó la
mano del coche, dejando que la brisa marina soplara entre sus
dedos.

Solo habían estado a bordo unos minutos cuando


apareció Merle.

—¿Tienes mi dinero? —demando—. Y recuerda, la tarifa


se ha duplicado.

La señora Chapelwhite resopló.

—Sí, viejo cabrón. —Se inclinó para alcanzar la


guantera.

Linus entró en pánico.

—¿Quién está pilotando el ferry?

Merle frunció el ceño.

—Estas cosas pueden en su mayoría manejarse solas.


Ordenadores, ¿no lo sabías?

—Oh —dijo Linus sin pensar—. ¿Para qué estás tú


entonces?

Merle lo fulminó con la mirada.

—¿Qué has dicho?

214
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El Mar Cerúleo
—Su tarifa —dijo la señora Chapelwhite dulcemente,
empujando un sobre en sus manos—. Y el señor Parnassus me
pidió que le transmitiera un mensaje. Espera que la tarifa no
se duplique una vez más en el futuro.

La mano de Merle temblaba cuando le arrebató el sobre


de la mano.

—Apuesto a que lo hace. El precio de hacer negocios, me


temo. Es una economía difícil.

—¿Lo es? No me había dado cuenta.

La sonrisa de Merle era cruel.

—Por supuesto que no. Tu clase piensa que es mejor que


todos los demás...

—Harías bien en retirarte —aconsejó Linus—. Y tenga


cuidado de no beberse esa tarifa. Odiaría pensar cómo
sobrevivirías a esta economía difícil si lo hicieras.

Merle lo fulminó con la mirada antes de girar sobre sus


talones y pisotear de regreso a la caseta del timón.

—Bastardo —murmuró Linus. Miró a la señora


Chapelwhite, solo para encontrarla mirándolo—. ¿Qué?

Ella sacudió su cabeza.

—Tú… No importa.

—Vamos, señora Chapelwhite.

—Llámame Zoe, ¿quieres? Ese asunto de la señora


Chapelwhite está envejeciendo.

—Zoe —dijo Linus lentamente—. Yo... supongo que está


bien.

—Y tú serás Linus.

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El Mar Cerúleo
—No sé por qué importa tanto —se quejó, pero no le dijo
que no.

Ella lo dejó frente a la oficina de correos, señalando unas


pocas manzanas hacia la tienda de comestibles.

—Baja cuando hayas terminado. Intentaré hacerlo


rápido. Quiero volver a la isla para que no lleguemos tarde.

—¿A qué? —preguntó, con una mano en el pomo de la


puerta y un sobre grande y plano en la otra.

Ella le sonrió.

—Es el segundo sábado del mes.

—¿Y qué?

—Nos vamos de aventuras con los niños. Es una


tradición.

A Linus no le gustaba como sonaba eso.

—¿Qué tipo de aventuras?

Ella lo miró de arriba abajo.

—Tendré que conseguir algunas cosas para ti. Lo que


llevas puesto simplemente no lo hará, y supongo que eso es
todo lo que trajiste. ¿Cuál es el tamaño de tu cintura?

Él se resistió.

—¡No sé si es asunto tuyo!

Ella lo empujó fuera del coche.

—Tengo una buena idea. Déjamelo a mí. ¡Te veré en la


tienda de comestibles!

Los neumáticos chirriaron mientras ella arrancaba. La


gente en la acera lo miraba mientras el humo de los

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El Mar Cerúleo
neumáticos se esparcía. Él tosió, agitando su mano frente a su
cara.

—¿Cómo se atreve? —le preguntó a una pareja


caminando del brazo. Le levantaron la nariz y se apresuraron
a cruzar la calle.

Se miró a sí mismo. Llevaba pantalones y una camisa de


vestir y una corbata, su atuendo habitual. No estaba seguro de
querer saber qué tenía en mente la señora Chapelwhite, Zoe.
No importaba. Le diría eso cuando la viera más tarde.

Al igual que el resto del pueblo, el interior de la oficina


de correos era brillante y soleado. Estaba pintado con pasteles
claros, líneas de conchas de gran tamaño a lo largo de las
paredes. Había un tablón de anuncios con un volante familiar:
¡SI VES ALGO, CUÉNTALO! ¡EL REGISTRO NOS AYUDA A
TODOS!

Un hombre estaba de pie detrás del mostrador,


mirándolo con cautela. Sus ojos eran pequeños, y tenía el
cabello grueso y nudoso que sobresalía de sus oídos. Su piel
estaba desgastada y bronceada.

—¿Puedo ayudarte?

—Creo que sí —dijo Linus, acercándose al mostrador—.


Necesito enviar esto por correo al Departamento a Cargo de la
Juventud Mágica. —Entregó el sobre que contenía su primer
informe semanal. Era extenso, probablemente más de lo
necesario, pero no había hecho muchas revisiones a sus
veintisiete páginas escritas a mano.

—DICOMY, ¿verdad? —preguntó el hombre, mirando el


sobre con un interés apenas disimulado que puso nervioso a
Linus—. Escuché que un representante estaba aquí. Ya era
hora, si me preguntas.

—No lo hice —dijo Linus con rigidez.

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El Mar Cerúleo
El hombre lo ignoró. Puso el sobre en una balanza antes
de mirar a Linus.

—Espero que hagas lo correcto.

Linus frunció el ceño.

—¿Y qué sería eso?

—Cierra ese lugar. Es una amenaza.

—¿Cómo es eso? —Estaba orgulloso de cómo sonaba su


voz.

El hombre se inclinó hacia delante mientras bajaba la


voz. Su aliento olía empalagosamente a mentas de saúco.

—Hay rumores, ya sabes.

Linus luchó para no retroceder.

—No, no lo sé. ¿Qué rumores?

—Cosas oscuras —dijo el hombre—. Cosas malas. Esos


no son niños. Son monstruos que hacen cosas monstruosas.
La gente va a esa isla y nunca regresa.

—¿Qué gente?

El hombre se encogió de hombros.

—Ya sabes. Personas. Van allí y nunca más se sabe de


ellos. Ese Parnassus también. Un tipo extraño, si alguna vez
hubo uno. Dios sabe lo que los tiene haciendo allí solos. —Hizo
una pausa y luego dijo—: Incluso he visto algunos de ellos.

—¿A los niños?

Él resopló.

—Sí, si puedes llamarlos así.

Linus ladeó la cabeza.

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El Mar Cerúleo
—Suena como si los observaras de cerca.

—Oh, sí —dijo el hombre—. Ya no vienen aquí, pero


cuando lo hicieron, puedes apostar que los vigilé.

—Interesante —dijo Linus—. Estoy seguro que puedo


enmendar mi informe para que DICOMY sepa que un hombre
de su edad se interesó poco por los niños huérfanos. ¿Le
gustaría eso? Especialmente porque te pagan por mantenerte
callado, lo que parece algo de lo que no eres capaz.

El hombre dio un paso atrás, con los ojos muy abiertos.

—Eso no es lo que yo...

—No estoy aquí para saber su opinión, señor. Estoy aquí


para enviar este sobre. Eso es todo lo que se requiere de ti.

Los ojos del hombre se entrecerraron.

—Tres con veinticinco.

—Necesitaré un recibo —dijo Linus mientras pagaba—.


Para que me lo reembolsen. El dinero no crece en los árboles,
después de todo.

El hombre golpeó el recibo en el mostrador. Linus lo


firmó, cogió su copia y se dio vuelta para irse cuando:

—¿Eres Linus Baker?

Miró hacia atrás.

—Sí.

—Tengo un mensaje para ti.

—Si se parece al mensaje que acaba de transmitir, no lo


necesito.

El hombre sacudió su cabeza.

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El Mar Cerúleo
—Idiota. No es mío, aunque harías bien en escucharme
para que no seas el próximo en desaparecer. Todo es oficial.
De DICOMY.

No esperaba nada, al menos tan pronto. Esperó a que el


hombre hurgara en una caja a su lado antes de encontrar un
pequeño sobre y entregárselo. Era de DICOMY, tal como había
dicho el hombre. Sello oficial y todo.

Estaba a punto de romperlo cuando sintió los ojos del


hombre sobre él nuevamente.

Un pensamiento lo golpeó.

—No sabrías nada sobre la construcción de balsas,


¿verdad?

El hombre parecía confundido.

—¿Construcción de balsas, señor Baker?

Linus sonrió con fuerza.

—Olvida lo que pregunté. —Se volvió y salió de la oficina


de correos.

Una vez en la calle, abrió el sobre. Dentro había una sola


hoja de papel.

La desdobló. Se leía:

MEMORANDUM DE LA GERENCIA EXTREMADAMENTE SUPERIOR


DEL DEPARTAMENTO A CARGO DE LA JUVENTUD MAGICA

Señor Baker.

Esperamos sus informes. Como recordatorio, esperamos que no omita


nada.

Nada.

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El Mar Cerúleo
Sinceramente,

CHARLES WERNER

GERENCIA EXTREMADAMENTE SUPERIOR

Linus lo miró fijamente durante mucho tiempo.

Encontró a Zoe en la tienda de comestibles, justo donde


ella había dicho que estaría. Tenía un carro lleno frente a ella,
y parecía estar discutiendo con el carnicero por un gran trozo
de carne.

—¿Todo bien? —preguntó, poniéndose a su lado.

—Bien —murmuró Zoe, mirando al carnicero—. Solo


regateando.

—Nada de tonterías —dijo el carnicero con un fuerte


acento que Linus no pudo ubicar—. Nada de tonterías. ¡Todos
los precios suben!

Los ojos de Zoe se entrecerraron.

—¿Para todo el mundo?

—¡Sí! —insistió el carnicero—. ¡Para todo el mundo!

—No te creo.

—Retiro la carne, entonces.

Zoe extendió la mano y la arrebató de la encimera.

—No. Está bien. Pero recordaré esto, Marcel. ¿No crees


que no lo haré?

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El Mar Cerúleo
Se estremeció, pero no dijo una palabra más.

Dejó caer la carne en el carro y comenzó a empujarla.

Linus lo siguió.

—¿De qué va todo eso?

Ella le dio una sonrisa tensa.

—Nada que no pueda manejar. ¿Enviaste tu informe?

—Yo hice.

—Y no creo que me digas lo que había en él.

Él la miró boquiabierto.

—¡Por supuesto no! Esa es una comunicación


privilegiada destinada a...

Ella lo despidió.

—Bien tenía que intentarlo.

—…Y, además, como se describe en las NORMAS Y


REGULACIONES, página 519, párrafo doce, subpárrafo...

Ella suspiró.

—No tengo a nadie a quien culpar sino a mí misma.

Pensó en decirle a Zoe (curiosamente, llamándola por su


nombre; lo más inusual) lo que había dicho el hombre de la
oficina de correos, pero no lo hizo. No estaba seguro de por
qué. Quizás fue porque él sentía que no era algo que ella no
hubiera escuchado antes. Y, además, se dijo, el sol brillaba.
Era un día tan encantador. No había necesidad de ponerle un
freno con las palabras de un fanático.

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El Mar Cerúleo
Hubo una apagada puesta de sol casi inmediatamente
después de su regreso a la isla.

De verdad. Debería haberlo esperado.

Merle no había dicho mucho más allá de murmurar


cómo tardaban más de lo esperado, pero lo ignoraron. Mientras
los transportaban de regreso a la isla, Linus observó a una
gaviota que los seguía por encima y recordó su alfombrilla de
ratón en DICOMY, la imagen de la playa preguntando si
deseaba estar allí.

Lo estaba. Estaba aquí.

Y ese era un pensamiento peligroso. Debido a que esto


no eran vacaciones, ni un viaje bien merecido después de todo
su arduo trabajo. Seguía trabajando e, independientemente de
dónde estuviera, no podía olvidarlo. Ya había ido mucho más
allá de lo que estaba acostumbrado, este negocio de Zoe y
Arthur ciertamente no era profesional, pero solo estaría tres
semanas más. Su casa lo esperaba, al igual que sus girasoles.
Ciertamente, Calliope quería irse a casa, sin importar con qué
frecuencia la pudieran encontrar tumbada a la luz del sol en
el jardín durante horas sin moverse. ¿Y qué si ella le había
maullado por primera vez cuando le había acariciado con el
dedo entre sus orejas, preguntándose si estaba a punto de
perder una mano? No significaba nada.

Linus tenía una vida.

Una vida que, desafortunadamente, parecía inclinada a


extender los límites de su cordura.

Se paró frente al espejo en el dormitorio de la casa de


huéspedes y miró su reflejo.

—Oh, querido.

Zoe le había metido una bolsa en la mano y le había


dicho que le había conseguido un atuendo para la aventura de

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El Mar Cerúleo
esa tarde. Ella había ignorado sus protestas ya que había
sacado todas las bolsas de supermercado de la parte trasera
del coche como si no pesaran nada. Ella lo había dejado de pie
en el camino de entrada.

Planeaba dejar la bolsa sin abrir en la casa de


huéspedes.

Si pretendía que no estaba allí, entonces no necesitaría


mirar dentro.

Para distraerse, guardó la ropa que había limpia y


tendida en su cama. Encima de ellos había una nota que decía:

¡Su servicio de lavado semanal está completo! ¡Gracias por hospedarse en


Marsyas Island! Tu botones, Chauncey.

El hecho que Chauncey parecía haber lavado toda su


ropa, incluidas sus… cosas, definitivamente no funcionaria.
Linus tendría que hablar con él sobre los límites. Sin duda, lo
conseguiría por una propina.

Fue mientras se enderezaba los lazos que se dio cuenta


que solo habían pasado tres minutos, y todavía estaba
pensando en la bolsa.

—Solo un vistazo —murmuró para sí mismo y le echó un


vistazo—. ¿Qué en el mundo…? —preguntó a nadie en
particular—. Seguramente no. Esto es muy inapropiado.
Porque nunca… ¿Quién se cree que es? Sprites Inútiles, la
mayoría de ellos.

Cerró la bolsa y la arrojó al suelo en la esquina.

Se sentó al borde de la cama. Quizás podría abrir su


copia de NORMAS Y REGULACIONES para darle un repaso.
Obviamente lo necesitaba. Él también se estaba familiarizando

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con la gente de aquí. Un trabajador de casos necesitaba retener
un grado de separación. Les permitía ser objetivos y no dejar
que sus opiniones fueran coloreadas o influidas. Podría ser en
detrimento de un niño. Tenía que ser profesional.

Se puso de pie, con la intención de hacer exactamente


eso. Quizás podría sentarse en el porche al sol mientras leía.
Eso sonaba perfecto.

Se sorprendió cuando, en lugar de levantar el pesado


tomo, volvió a levantar la bolsa del suelo. La abrió, mirando
hacia dentro. El contenido no había cambiado.

—Probablemente ni siquiera me entraría —murmuró


para sí mismo—. Ella no puede simplemente mirarme y saber
cuál es mi talla. No debería estar mirándome de todos modos.
Es grosero.

Y con eso, por supuesto, sintió la necesidad de


demostrar que estaba equivocada. De esa manera, cuando
volviera a ver a Zoe (más tarde, y ciertamente no después de
emprender una especie de aventura frívola), podría decirle que
debería dejar su carrera como estilista personal, viendo lo mal
que se le daba.

Sí. Haría exactamente eso.

Se puso la ropa.

Encajaba perfectamente.

Farfulló mientras se miraba en el espejo.

Parecía que estaba equipado para un safari en la selva


del Serengueti o para explorar las selvas de Brasil. Llevaba
pantalones cortos de color canela y una camisa con cuello
marrón a juego. Se habían quitado los botones de la parte
superior de la camisa (casi como si se los hubieran arrancado),
por lo que estaba abierta por su garganta, revelando una piel
suave y pálida. De hecho, estaba mostrando más piel de la que

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T. J. KLUNE La Casa En
El Mar Cerúleo
podía recordar, y sus piernas estaban tan blancas como un
espectro. Para empeorar las cosas, había medias marrones que
le llegaban hasta la mitad de las pantorrillas, y botas
resistentes que se sentían incómodas, como si nunca las
hubieran usado.

Pero lo más terrible de todo era el sombrero estilo casco


que completaba el atuendo. Se sentía extraño en su cabeza.

Así que allí estaba, mirando su reflejo, preguntándose


por qué en lugar de parecer un explorador de las historias de
aventuras que había leído cuando era niño (su madre las
odiaba, por lo que tenía que esconderse debajo de su cama y
leer hasta altas horas de la noche con una linterna debajo de
su edredón), se parecía más a un huevo marrón con
extremidades.

—No —dijo, sacudiendo la cabeza—. Absolutamente no.


No lo haré. Realmente no lo haré. Esto es ridículo. Todo esto
es...

Hubo un golpe en la puerta principal.

Frunció el ceño mientras apartaba la vista del espejo.


Los golpes sonaron de nuevo.

Suspiró. Maldita su suerte.

Fue hacia la puerta, respiró hondo y la abrió.

Allí, de pie en el porche, había cinco niños, todos


vestidos con trajes de exploradores similares. Incluso Theodore
llevaba una especie de chaleco tostado que había sido diseñado
para dejar espacio para sus alas. Retrocedió y chilló en voz alta
antes de girar en círculo con entusiasmo.

—Guau —respiró Talia, mirándolo de arriba abajo—.


Estás redondo. ¡Como yo!

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El Mar Cerúleo
Phee se inclinó para inspeccionar sus rótulas
críticamente, con las alas revoloteando detrás de ella.

—¿Por qué estás tan pálido? ¿No sales fuera? ¿Nunca?


Estás casi tan blanco como Chauncey.

Los ojos de Chauncey rebotaron en el extremo de sus


tallos.

—¡Hola! Espero que haya encontrado su ropa bien


lavada. Si nota que falta un elemento, es porque lo perdí
accidentalmente y lo siento mucho. Por favor, considere
calificar mi servicio como diez. —Le tendió un tentáculo.

Linus arqueó una ceja hacia él.

Chauncey suspiró mientras retiraba su tentáculo.

—Aw, hombre.

Lucy le sonrió a Linus con un bigote falso demasiado


grande para su cara. Él también llevaba un traje de explorador,
aunque el suyo era rojo y tenía un parche en el ojo por razones
que Linus no quería saber.

—Hola, señor Baker. Soy el líder de esta expedición para


encontrar el tesoro del sprite de la isla. ¡Me alegra que hayas
decidido unirse a nosotros! Lo más probable es que mueras de
una muerte horrible a manos y bocas de los caníbales que te
asarán vivo en un asador y luego lamerán los jugos de tu piel
agrietada. Si tienes suerte, la fascitis necrotizante te alcanzará
primero por una terrible picadura de insecto, y tu cuerpo se
pudrirá por debajo de ti hasta que no seas más que un montón
de huesos y pus sangriento. Va a ser maravilloso.

Linus lo miró boquiabierto.

—Niños —dijo otra voz—. Denle al señor Baker algo de


espacio, ¿no es así?

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El Mar Cerúleo
Linus levantó la vista para ver a Arthur de pie frente a la
casa de huéspedes, con Sal mirando nerviosamente detrás de
él. Sal estaba vestido de manera similar a los otros niños, y
parecía estar tratando de ocultar su cuerpo detrás de Arthur
cuando vio a Linus mirándolo. No tuvo éxito, por supuesto,
dado su tamaño y a que Arthur era tan delgado como un
susurro.

Linus sintió que su garganta se obstruía ligeramente al


ver la figura apresurada que Arthur cortó en su propio
conjunto. En lugar de marrón como los demás, su pantalón y
camisa eran negros, con una faja roja en el pecho. Llevaba lo
que parecía ser un machete en una funda en la cintura. Tenía
un bigote como el de Lucy, aunque le parecía mucho menos
ridículo. Se movió ligeramente cuando Arthur le sonrió. Linus
se sonrojó y miró hacia otro lado. De repente sintió mucho
calor. Un huevo redondo y cálido con extremidades pálidas.

Nunca se había preocupado mucho por su apariencia


antes. Ciertamente no necesitaba comenzar a hacerlo ahora.
Esta era una visita como cualquier otra que hubiera hecho en
el pasado.

Investigación, se recordó a sí mismo. No es una visita.

Abrió la boca para rechazar cualquier invitación ofrecida


(y no porque realmente creyera que hubiera caníbales, aunque
con Lucy, no podía estar seguro). Pero antes que pudiera
pronunciar una sola palabra, Lucy saltó del porche y posó
grandiosamente, con las manos en las caderas.

—¡Que comience la aventura! —bramó. Comenzó a


marchar hacia los gruesos árboles, con las rodillas en alto con
cada paso que daba.

Los otros niños lo siguieron. Theodore alzó el vuelo,


flotando sobre sus cabezas. Sal miró rápidamente a Linus y
luego corrió tras los demás.

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—¿Vienes, Linus? —preguntó Arthur.

—Tu bigote es ridículo —murmuró Linus mientras salía


del porche y perseguía a los niños.

Fingió no escuchar la risa tranquila detrás de él.

—Está bien —dijo Lucy, deteniéndose en el borde de los


árboles. Se volvió hacia el grupo, con los ojos muy abiertos—.
Como todos saben, hay un espíritu maligno…

—¡Oye! —lloró Phee.

—Lucy, no llamamos malignos a la gente —le recordó


Arthur cuando Theodore se acomodó en su hombro—. No es
educado.

Lucy puso los ojos en blanco.

—Bien. Me retracto. Hay un sprite asesino... —Hizo una


pausa, como si esperara alguna objeción. No hubo ninguna.
Incluso Phee parecía alegre. Linus sintió que se había perdido
el punto por completo, pero pensó que era prudente mantener
la boca cerrada—. Un duende asesino que tiene un tesoro
escondido en lo profundo del bosque que nos pertenece. No
puedo prometer su supervivencia. De hecho, lo más probable
es que incluso si llegan al tesoro, los traicionaré y los daré de
comer a los caimanes y me reiré mientras mastican sus
huesos...

—Lucy —dijo Arthur de nuevo.

Lucy suspiró.

—Es mi turno de estar a cargo —hizo un puchero—.


Dijiste que puedo hacer esto de la manera que quiera.

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—Lo hice —estuvo de acuerdo Arthur—. Pero eso no
incluye la traición.

—¡Pero secretamente soy un villano!

—Quizás todos podríamos ser villanos —gritó Chauncey.

—No sabes cómo ser malo —le dijo Talia—. Eres


demasiado amable.

—¡No! ¡Puedo ser malo! ¡Observa! —Sus ojos giraron


salvajemente hasta que aterrizó en Linus. —¡Señor Baker! ¡No
lavaré su ropa la próxima semana! ¡Jajaja! —Luego, con voz de
pánico, susurró—: Estoy bromeando. Voy a hacerlo. Por favor
déjame. No te la lleves.

—Quiero ser una villana —dijo Phee—. Especialmente


porque nos enfrentamos a un sprite asesino. En caso que no
lo sepáis, también soy un sprite, y también debería ser asesina.

—Siempre quise asesinar a alguien —dijo Talia,


acariciando su barba—. ¿Crees que tengo tiempo para regresar
y buscar mi pala?

Theodore mostró los dientes y siseó amenazadoramente.

—¿Sal? —preguntó Lucy malhumorado—. ¿Quieres ser


un villano también?

Sal se asomó por encima del hombro de Arthur. Él dudó,


luego asintió.

—Bien —dijo Lucy, levantando las manos—. Todos


seremos malos. —Les sonrió—. Y tal vez aún pueda
traicionarlos a todos siendo secretamente bueno y... —Hizo
una mueca, con la cara torcida mientras sacaba la lengua—.
No, eso suena terrible. Puag aggg puf.

Linus tenía un mal presentimiento sobre esto.

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El Mar Cerúleo

Lucy abrió el camino, gritando tan fuerte que los pájaros


piaron furiosamente mientras despegaban de sus ramas en los
árboles. Le preguntó a Arthur si podía usar su machete para
cortar las gruesas enredaderas que colgaban de los árboles,
algo que Linus encontró particularmente alarmante. Se sintió
aliviado cuando Arthur lo declinó, diciendo que los niños no
deberían manejar tales cosas hasta que sean mayores.

Sin embargo, no parecía ser necesario. Cada vez que


parecían estar atrapados, incapaces de avanzar debido al
crecimiento del bosque, Phee daba un paso adelante. Sus alas
brillaban intensamente, temblando mientras levantaba las
manos. Las enredaderas se deslizaban por los árboles como si
estuvieran vivas, revelando el camino por delante.

Los niños exclamaron encantados, mientras Phee


miraba con aire de suficiencia. Linus tenía el presentimiento
que había dificultado el camino antes de comenzar, así podía
ser requerida. Incluso Sal estaba sonriendo cuando las
enredaderas azotaron los árboles.

Linus aprendió bastante rápido que a pesar que había


experimentado más actividades al aire libre en la última
semana que en el último año, no significaba que estuviera en
forma. Poco después, estaba resoplando y jadeando con sudor
goteando de su frente. Iba a la retaguardia con Arthur, que
parecía inclinado a tomar un ritmo pausado, algo por lo que
Linus estaba agradecido.

—¿A dónde vamos? —preguntó Linus después de lo que


estaba seguro que habían pasado horas, pero en realidad
había sido menos de una.

Arthur se encogió de hombros, como si no estuviera sin


aliento en lo más mínimo.

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El Mar Cerúleo
—No tengo ni la menor idea. ¿No es encantador?

—Creo que tú y yo tenemos definiciones muy diferentes


de encantador. ¿Hay algún tipo de rutina para esta excursión?

Arthur rió. Linus estaba incómodo con lo mucho que le


gustaba ese sonido.

—Día tras día, tienen rutina. Desayuno a las ocho en


punto, luego clases. Almuerzo al mediodía. Más clases.
Actividades individuales por la tarde. Cena a las siete y media.
Cama a las nueve. Creo que un descanso en la rutina de vez
en cuando hace maravillas en el alma.

—Según las NORMAS Y REGULACIONES, los niños no


deberían tener…

Arthur pisó fácilmente un gran tronco, el musgo verde


crecía a un lado. Se volvió y extendió la mano. Linus dudó
antes de cogerla. Sus movimientos eran mucho menos
elegantes, pero Arthur evitó que cayera de bruces. Arthur dejó
caer su mano mientras los niños gritaban un poco más
adelante.

—Vives según ese libro, creo.

Linus se erizó.

—No lo hago e incluso si lo hiciera, no hay nada de malo


en eso. Proporciona el orden necesario para crear niños felices
y saludables.

—¿Eso es verdad?

Linus pensó que se burlaban de él, pero no parecía


malicioso. Dudaba que Arthur Parnassus tuviera un hueso
cruel en todo su cuerpo.

—Existe por una razón, Arthur. Es un gobierno que guía


el mundo de la juventud mágica. Expertos de diversos campos
intervinieron en...

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—Expertos humanos.

Linus se detuvo, con la mano contra un árbol mientras


recuperaba el aliento.

—¿Qué?

Arthur volvió la cara hacia el dosel del bosque. Un rayo


de sol había perforado las hojas y las ramas e iluminaba su
rostro. Parecía etéreo.

—Expertos humanos —repitió—. Ninguna persona


mágica tuvo algo que decir en la creación de ese tomo. Cada
palabra vino de la mano y la mente de los humanos.

Linus se resistió.

—Bueno... eso es... eso ciertamente no puede ser cierto.


Seguramente hubo alguien en la comunidad mágica que
aportó información.

Arthur bajó la cabeza para mirar a Linus.

—¿En qué posición? Ningún ser mágico ha estado en


una posición de poder. Ni en DICOMY. Ni en ningún papel en
el gobierno. No están permitidos. Están marginados, sin
importar su edad.

—Pero... hay médicos que son mágicos. ¡Y... abogados!


Si abogados. Porque conozco a una abogada muy agradable
que es un banshee. Muy respetable.

—¿Y qué tipo de ley practica?

—Ella trabaja con seres mágicos que intentan luchar...


por su registro...

—Ah —dijo Arthur—. Ya veo. ¿Y los médicos?

Linus sintió que su estómago se tensaba.

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—Tratan solo a los seres mágicos. —Sacudió la cabeza,
intentando aclarar sus confusos pensamientos—. Hay una
razón para todas las cosas, Arthur. Nuestros predecesores
sabían que la única forma de ayudar a las personas a asimilar
a las personas mágicas en nuestra cultura era establecer
directrices estrictas para garantizar una transición sin
problemas.

La mirada de Arthur se endureció ligeramente.

—¿Y quién dijo que necesitaban ser asimilados? ¿Se le


dio alguna opción?

—Bueno, no. Supongo que no. ¡Pero es por el bien


mayor!

—¿De quién? ¿Qué pasara cuando crezcan, Linus? No


es que las cosas vayan a cambiar. Seguirán registrados.
Seguirán monitoreados. Siempre habrá alguien mirando por
encima del hombro, observando cada movimiento que hacen.
No termina porque dejen este lugar. Siempre es lo mismo.

Linus suspiró.

—No estoy tratando de discutir contigo sobre esto.

Arthur asintió.

—Por supuesto que no. Porque si estuviéramos


discutiendo, significaría que ambos estaríamos tan
concentrados en nuestros caminos, que no podríamos verlo
desde otro lado. Y sé que yo no soy tan terco.

—Precisamente —dijo Linus, aliviado. Entonces—: ¡Oye!

Pero Arthur ya estaba caminando entre los árboles.

Linus respiró hondo, se secó la frente y lo siguió.

—Se remonta a Kant —dijo Arthur cuando Linus lo


alcanzó.

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—Por supuesto que sí —murmuró Linus—.
Malditamente ridículo, si me preguntas.

Arthur se rió entre dientes.

—Si tenía razón o no, es algo completamente distinto,


pero ciertamente genera una perspectiva interesante sobre lo
que es o no moral.

—La definición misma de inmoralidad es maldad —dijo


Linus.

—Lo es —estuvo de acuerdo Arthur—. Pero, ¿quiénes


somos para decidir qué es qué?

—Millones de años de evolución biológica. No metemos


la mano en el fuego porque nos quemaríamos. No asesinamos
porque está mal.

Arthur rió como si estuviera eufórico.

—Y, sin embargo, la gente todavía hace las dos cosas.


Una vez, en mi juventud, conocí a un fénix que amaba la forma
en que el fuego se sentía contra su piel. La gente asesina a
otras personas todos los días.

—¡No puedes compararlos a los dos!

—Ya lo hiciste —dijo Arthur suavemente—. Mi punto


sigue siendo el mismo que en mis sesiones con Lucy. Al mundo
le gusta ver las cosas en blanco y negro, en moral e inmoral.
Pero hay gris en el medio. Y solo porque una persona sea capaz
de ser malo, no significa que vaya a actuar en consecuencia. Y
luego está la noción de inmoralidad percibida. Dudo mucho
que Chauncey incluso considere ponerle un tentáculo de forma
violenta a otra persona, incluso si eso signifique protegerse a
sí mismo. Y, sin embargo, la gente lo ve y decide, basándose
en su apariencia, que es algo monstruoso.

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—Eso no es justo —admitió Linus—. Aunque se esconda
debajo de mi cama una mañana de cada tres.

—Solo porque todavía está luchando con lo que le


dijeron que se suponía que debía ser contra quién es en
realidad.

—Pero él tiene este lugar —dijo Linus, agachándose


debajo de una rama.

Arthur asintió.

—Lo hace. Pero no siempre lo hará. La isla no es


permanente, Linus. Incluso aunque tú en tu sabiduría infinita
decidas permitirnos permanecer como estamos, un día él
saldrá al mundo por su cuenta. Y lo mejor que puedo hacer es
prepararlo para eso.

—Pero, ¿cómo puedes prepararlo si nunca lo dejas ir?

Arthur se giró hacia Linus con el ceño fruncido.

—No es un prisionero.

Linus dio un paso atrás.

—Yo nunca… eso no fue lo que yo… lo sé. Pido disculpas


si se sintió de otra manera.

—Los preparo —dijo Arthur—. Pero los resguardo, de


alguna manera. Ellos... por todo lo que son, por todo lo que
pueden hacer, siguen siendo frágiles. Están perdidos, Linus.
Todos ellos. No tienen a nadie más que los unos a los otros.

—Y a ti —dijo Linus en voz baja.

—Y a mí —estuvo de acuerdo Arthur—. Y aunque


entiendo tu punto, espero que puedas ver el mío. Sé cómo
funciona el mundo. Sé los dientes que tiene. Puede morderte
cuando menos lo esperas. ¿Es tan malo tratar de evitarlo el
mayor tiempo posible?

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El Mar Cerúleo
Linus no estaba seguro, y lo dijo:

—Pero cuanto más tiempo permanezcan ocultos, más


difícil será cuando llegue el momento. Este lugar... esta isla.
Lo dijiste tú mismo. No es para siempre Hay un mundo entero
más allá del mar, y aunque puede que no sea un mundo justo,
tienen que saber qué más hay ahí fuera. Esto no puede ser
todo.

—Soy consciente —dijo Arthur, mirando hacia los


árboles con una expresión inescrutable—. Pero me gusta fingir
que lo es, a veces. Hay días que ciertamente parece que podría
ser.

A Linus no le gustaba la forma en que sonaba. Estaba


casi... malhumorado.

—Es curioso, nunca pensé que estaría discutiendo


filosofía moral mientras usaba pantalones cortos color canela
en medio del bosque.

Arthur se echó a reír.

—Te encuentro fascinante.

Linus sintió calor nuevamente. Se dijo a sí mismo que


era el esfuerzo. Tragó saliva.

—¿Entonces conociste un fénix?

La mirada de Arthur lo sabía, pero no parecía inclinado


a empujarle.

—Lo hice. Él era... inquisitivo. Le sucedieron muchas


cosas, pero aún mantenía la cabeza bien alta. A menudo
pienso en el hombre en el que se convirtió. —Arthur sonrió y
Linus supo que la conversación había terminado.

Continuaron por el bosque.

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El Mar Cerúleo

Llegaron a una playa al otro lado de la isla. Era pequeña


y estaba hecha de rocas blancas y marrones en lugar de arena.
Las olas rodaban a través de ellas, y se unían de manera
agradable.

—Tranquilo, hombres —dijo Lucy, escaneando la


playa—. Hay algo asqueroso en marcha.

—No todos somos hombres —dijo Talia con el ceño


fruncido—. Las niñas también pueden ser exploradoras. Como
Gertrude Bell.

—E Isabella Bird —dijo Phee—. Y Mary Kingsley.

—E Ida Laura Pfeiffer.

—Y Robyn…

—Está bien, está bien —se quejó Lucy—. Lo entiendo.


Las niñas pueden hacer todo lo que los niños pueden hacer.
Por Dios. —Volvió a mirar a Linus, con la sonrisa diabólica en
su rostro—. ¿Le gustan las chicas, señor Baker? ¿O los chicos?
¿O ambos?

Los niños volvieron la cabeza lentamente para mirarlo.

—Me gustan todos —logró decir Linus.

—Aburrido —murmuró Talia.

—¡Soy un chico! —exclamó Chauncey. Él frunció el


ceño—. Eso creo.

—Eres quien quieras ser —le dijo Arthur, dándole


palmaditas en los ojos.

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El Mar Cerúleo
—¿Podemos por favor volver a la tarea en cuestión? —
suplicó Lucy—. Nos vas a hacer asesinar brutalmente a todos
si siguen hablando.

Sal miró nerviosamente a su alrededor, Theodore posado


en su hombro, con la cola alrededor de su cuello sin apretar.

—¿Por quién?

—No lo sé —dijo Lucy, volviendo a la playa—. Pero como


decía, ¡hay algo asqueroso en marcha! Lo puedo oler.

Todos los niños olieron el aire. Incluso Theodore estiró


el cuello con las fosas nasales dilatadas.

—Lo único que huele mal aquí es el señor Baker —dijo


Phee—. Porque está sudando mucho.

—No estoy acostumbrado a tanto esfuerzo —espetó


Linus.

—Sí —dijo Talia—. No es su culpa que sea redondo.


¿Verdad, señor Baker? Nosotros, las personas redondas,
debemos mantenernos unidas.

Eso no hizo que Linus se sintiera mejor. Pero dijo:

—Exactamente.

Talia se burló.

Lucy puso los ojos en blanco.

—No es algo que puedas oler. Solo yo puedo. Porque yo


soy el líder. Viene de allí. —Señaló hacia un bosquecillo de
árboles cerca de la playa. Parecía oscuro y premonitorio.

—¿Qué pasa, Lucy? —preguntó Chauncey—. ¿Son los


caníbales? —No parecía muy entusiasmado ante la
perspectiva.

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El Mar Cerúleo
—Probablemente —dijo Lucy—. Podrían estar cocinando
a alguien mientras hablamos. Así que definitivamente
deberíamos ir allí y echarle un vistazo. Siempre he querido ver
cómo se ve una persona mientras está siendo cocinada.

—O tal vez podamos quedarnos aquí —dijo Talia,


levantando la mano y cogiendo la mano de Linus. Él la miró
fijamente, pero no intentó alejarse—. Eso podría ser lo mejor.

Lucy sacudió la cabeza.

—Los exploradores no retroceden. Especialmente las


damas exploradoras.

—Tiene razón —dijo Phee sombríamente—. Aunque


haya caníbales.

Theodore se quejó y asomó la cabeza por debajo de su


ala. Sal extendió la mano y le acarició la cola.

—La valentía es una virtud —dijo Arthur—. Ante la


adversidad, separa a los fuertes de los débiles.

—O lo estúpido de lo inteligente —murmuró Talia,


apretando la mano de Linus—. Los niños son tontos.

Linus no pudo evitar estar de acuerdo, aunque se lo


guardó para sí mismo.

Lucy infló su pecho.

—¡Soy valiente! Y como soy el líder, mi valiente orden


será que Arthur vaya primero para asegurarse que sea seguro
mientras el resto de nosotros esperamos aquí.

Todos asintieron. Incluyendo a Linus.

Arthur arqueó una ceja hacia él.

—Tiene un punto —dijo Linus—. La valentía es una


virtud, y todo eso.

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El Mar Cerúleo
Los labios de Arthur se torcieron.

—Si debo hacerlo.

—Debes —dijo Lucy—. Y si hay caníbales, grítanos


cuando empiecen a comerte, así que sabremos qué debemos
escapar.

—¿Y si se comen mi boca primero?

Lucy lo miró de reojo.

—Um. ¿Tratas de no dejar que eso suceda?

Arthur cuadró los hombros. Sacó su machete y saltó a


una gran roca, las olas rompían a su alrededor. Se convirtió en
una figura apresurada, como un héroe de antaño. Apuntó el
machete hacia el bosquecillo de árboles.

—¡Por la expedición! —gritó.

—¡Por la expedición! —gritaron los niños en respuesta.

Arthur le guiñó un ojo a Linus, saltó de la roca y corrió


hacia los árboles. Las sombras se lo tragaron entero... y luego
se fue.

Ellos esperaron.

No pasó nada.

Esperaron un poco más.

Todavía nada.

—Oh, oh —susurró Talia—. Creo que probablemente


comenzaron con su boca.

—¿Deberíamos volver? —gritó Chauncey con los ojos


rebotando.

—No lo sé —dijo Lucy. Levantó la vista hacia Linus—.


Me alegra que estés aquí.

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Linus se sintió tocado.

—Gracias Lucy...

—Si los caníbales comienzan a perseguirnos, te verán


primero. Somos pequeños, y tienes toda esa carne en tus
huesos, así que nos dará tiempo para escapar. Apreciamos tu
próximo sacrificio.

Linus suspiró.

—¿Qué debemos hacer? —preguntó Phee preocupada.

—Creo que deberíamos ir tras él —dijo Sal.

Todos lo miraron.

Se encontró con la mirada de Linus por un momento


antes de mirar hacia otro lado. Su boca se torció. Respiró
hondo y soltó el aire lentamente.

—Él vendría por nosotros.

Theodore chirrió, presionando su hocico contra la oreja


de Sal.

—Tiene razón —dijo Lucy—. Arthur vendría por


nosotros. Estoy tomando una decisión. Iremos tras Arthur, y
el señor Baker irá primero.

—¿Sabes? para ser líder, pareces delegar más que


realmente liderar —dijo Linus secamente.

Lucy se encogió de hombros.

—Tengo seis años. Bueno, este cuerpo lo tiene.


Básicamente soy antiguo, pero eso no es ni fu ni fa.

Linus sintió que el suelo se balanceaba ligeramente


debajo de sus pies, pero se las arregló para evitarlo.

—Si insistes.

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—Sí —dijo Lucy, sonando aliviado—. Insisto mucho.

Talia soltó su mano y se tambaleó detrás de Linus,


comenzando a empujar la parte posterior de sus piernas.

—Vamos. ¡Ve! Ve! Ve! ¡Arthur podría estar siendo comido


en este momento, y tú solo estás aquí de pie!

Linus volvió a suspirar.

—Voy.

Era ridículo, por supuesto. No había caníbales en la isla.


Era solo una historia que Lucy había inventado. Ni siquiera era
una muy buena historia.

Pero eso no impidió que Linus sudara profusamente


mientras cruzaba la playa hacia los árboles. Eran de un tipo
diferente al del bosque por el que habían caminado. Parecían
mucho más viejos y más densos. Y a pesar que no había
caníbales, Linus podía ver por qué elegirían este bosquecillo si
existían. Parecía el lugar perfecto para consumir carne
humana.

La valentía de los niños era inigualable. Lo siguieron,


pero a unos quince pasos detrás de él, todos acurrucados, con
los ojos muy abiertos.

Linus no se sintió afectuoso al verlos.

Se volvió hacia los árboles.

—¡Hola, Arthur! —gritó—. ¿Estas ahí?

No hubo respuesta.

Linus frunció el ceño. Seguramente este era un juego


que Arthur se estaba tomando demasiado en serio.

Llamó de nuevo.

Nada.

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—Oh oh —escuchó a Lucy decir detrás de él—.
Probablemente ya haya sido descuartizado.

—¿Qué significa eso? —preguntó Chauncey—. ¿Le


pagan? Me gustan los cuartos.

—Significa ser cortado —dijo Talia—. En piezas.

—Ooh —dijo Chauncey—. No me gusta para nada.

Esto es estúpido. No hay caníbales. Linus se acercó a los


árboles, respiró hondo y cruzó hacia el bosque.

Estaba... más fresco dentro de la línea de árboles. Más


fresco de lo que debería haber estado en las sombras. La
humedad parecía haberse desvanecido, y Linus realmente
tembló. Había un camino estrecho por delante, que se abría
camino entre los árboles. No parecía que algo hubiera sido
pirateado (ya sea enredaderas o Arthur). Linus tomó eso como
una buena señal.

Caminó más lejos, solo haciendo una pausa para mirar


por encima del hombro una vez más. Los niños estaban de pie
en la entrada del bosque, aparentemente habiendo decidido
que no podían ir más lejos.

Phee le levantó el pulgar.

Lucy dijo:

—¡No estás muerto! —Sonaba extrañamente


decepcionado.

—Los líderes dan un refuerzo positivo —le dijo Talia.

—Oh. ¡Buen trabajo por no morir!

—Eso está mejor —dijo Talia.

Los tallos de Chauncey bajaron hasta que sus ojos se


posaron sobre su cuerpo.

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—No me gusta esto.

—Vamos —dijo Sal mientras Theodore se mordisqueaba


la oreja—. Vamos todos juntos. —Dio un paso hacia los
árboles, y los niños lo siguieron, acurrucados a su alrededor.

Eso causó un dolor dulce en el corazón de Linus.

Se dio la vuelta, enseñando su rostro. ¿Qué le pasaba?


No se suponía que esto fuera así. Se suponía que no debía...

El camino fue repentinamente bloqueado por un gran


árbol que brotó frente a él con un rugido, la tierra rociando una
gran columna.

Linus gritó mientras tropezaba hacia atrás. Los niños


gritaron.

Una voz resonó a su alrededor cuando el árbol gimió.

—¿Quién se atreve a entrar en mi bosque?

Linus lo reconoció como Zoe casi de inmediato. Suspiró.


Tendría muchas palabras con ella y Arthur más tarde.

Los niños se apresuraron y se pararon alrededor de


Linus, mirándolo con los ojos muy abiertos.

—¿Quién es? —susurró Lucy furiosamente—. ¿Son los


caníbales?

—No lo sé —dijo Linus—. Podría ser. Y aunque yo podría


servirles como comida, podrían estar llenos después de
consumir a Arthur y solo están interesados en algo un poco
más... del tamaño de una merienda.

Talia jadeó.

—Pero... pero yo soy del tamaño de una merienda.

—Todos lo somos —gimió Phee.

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—¡Oh no! —Chauncey dijo, tratando de moverse entre
las piernas de Linus con diversos grados de éxito.

Sal miraba los árboles a su alrededor, con los ojos


entrecerrados. Theodore había metido la cabeza dentro de la
camisa de Sal.

—Tenemos que ser valientes —dijo Sal.

—Tiene razón —dijo Lucy, dando un paso y se paró al


lado de Sal—. Los más valientes.

—Voy a ser valiente también —dijo Chauncey desde


debajo de Linus.

—Debería haber traído mi pala —murmuró Talia—.


Podría haber destrozado la cabeza de esos estúpidos caníbales.

—¿Qué debemos hacer? —preguntó Phee—.


¿Deberíamos cobrar?

Lucy negó con la cabeza antes de gritar:

—¡Exijo saber quién reside aquí!

La voz de Zoe era profunda, pero Linus podía escuchar


la sonrisa.

—¿Quién eres para exigirme algo, niño?

—¡Soy el comandante Lucy, líder de esta expedición!


Revélate y prometo no hacerte daño. Sin embargo, si atacas y
todavía tienes hambre, el señor Baker aquí se ofreció a
sacrificarse para que podamos vivir.

—No ofrecí tal cosa.

—¿El comandante Lucy? —preguntó Zoe, con las


palabras resonando a su alrededor—. Oh, he oído hablar de ti.

Lucy parpadeó.

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—¿Sí?

—Sí, de hecho. Eres famoso.

—¿Lo soy? Quiero decir, ¡lo soy! ¡Ese soy yo! ¡El famoso
comandante Lucy!

—¿Qué es lo que buscas de mí, comandante Lucy?

Volvió a mirar a los demás.

—Un tesoro —decidió Phee.

—Y a Arthur —dijo Chauncey.

—¿Qué pasa si solo podemos elegir uno? —preguntó


Talia. Estaba sosteniendo la mano de Linus nuevamente.

—Elegimos a Arthur —dijo Sal, sonando más seguro de


sí mismo de lo que Linus lo había escuchado.

—Aw, ¿en serio? —dijo Lucy, pateando la tierra—. Pero...


pero… un tesoro.

—Arthur —insistió Sal, y Theodore emitió su acuerdo


debajo de la camisa de Sal. Cuando había empezado a
entender esos chirridos, no lo sabía.

Lucy suspiró.

—Bien. —Se dio la vuelta—. ¡Buscamos a Arthur


Parnassus!

—¿Es así? —preguntó Zoe, con la voz retumbante.

—Bueno, quiero decir, no diría que no al tesoro...

—¡Lucy! —siseó Chauncey.

Lucy gimió.

—¡Solo a Arthur!

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—¡Entonces que así sea!

El árbol volvió a caer al suelo en un instante. El camino


estaba despejado.

—¿Le gustaría liderar el camino, comandante Lucy? —


preguntó Linus.

Lucy sacudió la cabeza.

—Lo estabas haciendo muy bien y parece que no lo


escuchas con la frecuencia suficiente. No quiero quitarte eso.

Linus rezó pidiendo fuerza mientras lo guiaba, Talia


todavía sostenía su mano. Los otros niños se reunieron detrás
de ellos, con Sal y Theodore en la retaguardia.

No tuvieron que viajar lejos; pronto, el camino condujo


a un pequeño claro. Y en este claro había una casa. Era de una
sola planta, hecha de madera y cubierta de hiedra. Parecía
antigua, la hierba crecía espesamente en su base. La puerta
estaba abierta. Linus pensó en las historias de su juventud, en
brujas que atraían a los niños dentro. Pero las brujas que
conocía no eran caníbales.

Bien. Principalmente.

Le sorprendió, entonces, a quién pertenecía esta casa, y


qué honor sería. Para un sprite adulto, su vivienda era su
posesión más importante. Era su hogar donde se guardaban
todos sus secretos. Los Sprites eran conocidos por su
privacidad, y no tenía dudas que Phee algún día sería igual,
aunque esperaba que ella recordara el tiempo que pasó en
Marsyas en su juventud. No tendría que estar tan sola.

El hecho que Zoe Chapelwhite los invitara no pasó


desapercibido a Linus. Se preguntaba si Arthur habría estado
aquí antes. (Linus pensaba que sí). Y por qué Zoe le había
permitido a Linus entrar en su isla para empezar. Y a quién

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pertenecía la casa del orfanato. Todas las preguntas para las
que no tenía las respuestas.

¿Era correcto preguntar? No estaba seguro. No tenía


nada que ver con los niños, ¿verdad?

—Guau —respiró Lucy—. Mira eso.

Las flores comenzaban a florecer a lo largo de las vides


entre la hiedra. Parecía que estaban creciendo desde la casa
misma. Con colores brillantes… rosados , dorados, rojos y
azules como el cielo y el mar… corrían por las vides. Solo le
llevó unos instantes cubrir toda la casa, incluso estirarse sobre
el techo.

Phee suspiró soñadora.

—Tan bonita.

Linus no pudo evitar estar de acuerdo. Nunca había


visto algo así. Pensó lo apagados que debían parecer sus
girasoles en comparación. No sabía cómo había pensado
alguna vez que eran brillantes.

Regresar a casa iba a ser todo un shock. Una figura


apareció en la puerta.

Los niños se acercaron a Linus.

Zoe salió a la luz del sol. Llevaba un vestido blanco que


contrastaba maravillosamente con su piel oscura. Las flores en
su cabello combinaban con las que crecían a lo largo de su
casa. Sus alas se extendieron de par en par. Ella les sonrió.

—¡Exploradores! Me alegra ver que habéis encontrado el


camino.

—¡Lo sabía! —cantó Lucy, levantando las manos—. No


había caníbales. ¡Era Zoe todo el tiempo! —Sacudió la cabeza—
. No tenía miedo, pero todos los demás sí. Bebés grandes.

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Al parecer, los otros niños no estaban de acuerdo con
esto, si sus gritos indignados eran una indicación.

—¿Arthur está vivo? —preguntó Chauncey—. ¿Nadie se


lo comió ni nada?

—Nadie se lo comió —dijo Zoe y salió de la puerta—. Está


adentro, esperándolos a todos. Quizás haya almuerzo. Tal vez
incluso un pastel. Pero tendréis que averiguarlo por vosotros
mismos.

Aparentemente, cualquier temor persistente que


pudieran tener desapareció inmediatamente con la promesa de
comida, ya que todos entraron por la puerta, incluso Sal.
Theodore chilló, pero logró aferrarse al chico.

Linus se quedó justo donde estaba, sin saber qué hacer


a continuación. Zoe le había ofrecido una invitación, pero
había sido para los niños. No sabía si eso se extendía a él.

Zoe se alejó de la casa. Con cada paso que daba, la


hierba crecía bajo sus pies. Ella se detuvo frente a él,
mirándolo con curiosidad.

—Zoe —dijo asintiendo.

Ella estaba divertida.

—Linus. Escuché que tuviste una gran aventura.

—En efecto. Un poco fuera de mi zona de confort.

—Espero que así se sientan la mayoría de los


exploradores cuando salen del único mundo que conocen por
primera vez.

—A menudo dices una cosa mientras quieres decir otra,


¿no?

Ella sonrió.

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—No tengo idea de lo que estás hablando.

No la creía en absoluto.

—Arthur, ¿está bien?

Sus ojos se entrecerraron ligeramente.

—Arthur está bien.

Linus asintió lentamente.

—Porque ha estado aquí antes, lo entiendo.

—¿Hay alguna pregunta que te gustaría hacer, Linus?

Había tantas.

—No. Solo estoy conversando.

—No eres muy bueno mintiendo.

—No es la primera vez que escucho eso, si soy sincero.

Su expresión se suavizó.

—No, no lo creo. Sí. Él ha estado aquí antes.

—¿Pero no los niños?

Ella sacudió su cabeza.

—No. Esta es la primera vez.

—¿Por qué ahora?

Ella lo miró fijamente, con los ojos encendidos con algo


que no pudo identificar.

—Esta isla es tan suya como mía. Era hora.

Él frunció el ceño.

—No por mí, espero.

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—No, Linus. No por ti. Hubiera sucedido estuvieras aquí
o no. ¿Quieres entrar?

Trató de ocultar su sorpresa, pero falló miserablemente.

—Esta isla no es mía.

Ella vaciló.

—No. Pero no te dejaría aquí solo. Puede haber


caníbales, después de todo.

—Podría ser —estuvo de acuerdo. Luego dijo—: Gracias.

—¿Por?

No estaba muy seguro.

—La mayoría de las cosas, sospecho.

—Eso lo abarca todo.

—Creo que es mejor que sea así, para no olvidar una


cosa en particular.

Ella rió. Las flores a lo largo de su cabello y su casa se


hicieron más brillantes con el sonido.

—Eres muy querido, Linus Baker. Hay una superficie


para ti que es dura, pero está agrietada. Profundiza un poco
más, y tendrás toda esta vida repleta de locos. Eres un enigma.

Él se sonrojó.

—No sé nada de eso.

—Te escuché filosofar en el bosque. Creo que Arthur


disfrutó bastante.

Linus comenzó a farfullar.

—No estaba… supongo que nosotros… no fue nada.

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—Creo que fue bastante, en realidad. —Y con eso, se
volvió y se dirigió hacia el interior de la casa, dejando a Linus
mirándola.

El interior de la casa parecía ser una extensión de lo que


se podía encontrar fuera. En lugar de suelo, había tierra
expuesta, la hierba formaba una gruesa alfombra. Macetas
llenas de flores colgaban del techo. Pequeños cangrejos azules
y caracoles con conchas en verde y oro se aferraban a las
paredes. Las ventanas estaban abiertas y Linus podía
escuchar el mar a lo lejos. Era un sonido al que se había
acostumbrado. Lo echaría de menos cuando llegara el
momento de irse.

Habían extendido comida en una encimera de madera.


Los niños sostenían lo que parecían ser grandes conchas,
apilando comida sobre ellas. Había sándwiches, ensalada de
patata y fresas tan rojas que Linus pensó que tenían que ser
falsas hasta que Theodore la mordió, con los ojos en blanco de
éxtasis.

Arthur Parnassus estaba sentado en una silla vieja, con


las manos cruzadas sobre su regazo mientras observaba con
diversión cómo los niños comenzaban a atiborrarse, incluso
cuando Zoe les advirtió que redujeran la velocidad. Las
expediciones eran un trabajo que daba mucha hambre; el
estómago de Linus también estaba gruñendo.

—Me alegra ver que sobreviviste —dijo Linus,


moviéndose torpemente mientras se paraba al lado de la silla.

Arthur inclinó la cabeza hacia atrás para mirarlo.

—Muy valiente de mi parte, lo sé.

Linus resopló.

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—En efecto. Escribirán poemas épicos sobre ti.

—Me gustaría eso, creo.

—Por supuesto que sí.

Las esquinas de los ojos de Arthur se arrugaron.

—Antes que descendieran sobre su recompensa, me


dijeron que habías sido un buen cuidador en mi ausencia.

Linus sacudió la cabeza.

—Lucy probablemente estaba hablando sobre ti…

—Lo dijo Sal.

Linus parpadeó.

—¿Me lo repites?

—Sal dijo que cogiste la mano de Talia sin que ella


tuviera que preguntar. Y que los escuchaste a todos,
dejándolos tomar sus propias decisiones.

Linus estaba nervioso.

—No estaba… solo estaba siguiendo adelante.

—Bueno, gracias de todas maneras. Como estoy seguro


que sabe, eso es un gran elogio de parte de él.

Linus lo sabía.

—Se está acostumbrando a mí, supongo.

Arthur sacudió la cabeza.

—No es eso. Es... Él ve cosas. Quizás más que el resto


de nosotros. Lo bueno en las personas. Lo malo. Se ha
encontrado con todo tipo en su corta vida. Él puede ver lo que
otros no pueden.

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—Yo solo soy yo —dijo Linus, inseguro de a dónde iba
esto—. No sé cómo ser nadie más que quien ya soy. Así es como
siempre he sido. No es mucho, pero hago lo mejor que puedo
con lo que tengo.

Arthur lo miró con tristeza. Extendió la mano y apretó la


mano de Linus brevemente antes de soltarla.

—Supongo que lo mejor es todo lo que uno podría pedir.


—Se puso de pie, sonriendo, aunque su sonrisa no era tan
brillante como solía ser—. ¿Cómo es la recompensa,
exploradores?

—¡Buena! —dijo Chauncey, tragando un sándwich


entero de un solo bocado que se hundió dentro de él y comenzó
a disolverse.

—Sería mejor si hubiera un tesoro real —murmuró Lucy.

—¿Y si el tesoro fuera la amistad que consolidamos por


el camino? —preguntó Arthur.

Lucy hizo una mueca.

—Ese es el peor tesoro del mundo. Ellos ya eran mis


amigos. Quiero rubíes.

Theodore se animó y emitió una pregunta.

—No —dijo Talia con la boca llena de ensalada de


patatas. Trozos de huevo y mostaza salpicaban su barba—. No
hay rubíes.

Sus alas cayeron.

—Pero hay pastel —dijo Zoe—. Horneado especialmente


para ti.

Lucy suspiró.

—Si debo hacerlo.

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—Debes —dijo Arthur—. Y creo que lo disfrutarás tanto
como cualquier rubí. —Volvió a mirar a Linus—. ¿Tienes
hambre, querido explorador?

Linus asintió y se unió a los demás.

Fue en el alboroto de la comida (Chauncey boca abajo


comiendo su pastel) y la risa (Chauncey rociando pedazos de
pastel cuando Lucy contó un chiste bastante grosero que era
muy inapropiado para alguien de su edad) cuando Linus notó
que Zoe y Phee se escapaban por la puerta. Arthur y los otros
niños estaban distraídos (—¡Chauncey! —gritó Lucy
alegremente— ¡Tienes pastel en la nariz!) Y Linus sintió la
extraña y repentina necesidad de ver qué estaban haciendo los
duendes.

Los encontró justo dentro de la línea de árboles más allá


de la casa. Zoe tenía su mano sobre el hombro de Phee, sus
alas brillaban en los rayos de luz que atravesaban el dosel.

—¿Y qué sentiste? —estaba preguntando Zoe. No


miraron en su dirección, aunque pensó que sabían que estaba
allí. Los días en que Linus podía moverse en silencio estaban
muy por detrás de él.

—La tierra —dijo Phee rápidamente, con el pelo como


fuego—. Los árboles. Su sistema de raíces debajo de la arena y
la tierra. Era como... era como si me estuviera esperando.
Escuchando.

Zoe parecía complacida.

—Precisamente. Hay un mundo oculto debajo de lo que


podemos ver. La mayoría no lo entenderá por lo que es.
Tenemos suerte, creo. Podemos sentir lo que otros no pueden.

Phee miró hacia el bosque, sus alas revoloteando.

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—Me gustan los árboles. Mas de lo que me gusta la
mayoría de la gente.

Linus resopló, incapaz de detenerse. Trató de ocultarlo,


pero ya era demasiado tarde. Volvieron la cabeza para mirarlo
lentamente.

—Lo siento —dijo a toda prisa—. Lo siento mucho. No


quería… no debería haber interrumpido.

—¿Algo que quieras decir? —preguntó Zoe, y aunque no


había calor en sus palabras, todavía se sentía puntiaguda.

Comenzó a sacudir la cabeza, pero se detuvo.

—Es solo que... tengo girasoles. En mi casa en la ciudad.


—Sintió una punzada aguda en el pecho, pero se la limpió—.
Cosas desgarbadas que no siempre hacen lo que quiero que
hagan, pero las planté yo mismo y las cuidé a medida que
crecían. Tienden a gustarme más de lo que me gusta a la
mayoría de la gente.

Phee entrecerró los ojos.

—Girasoles.

Linus se enjugó la frente.

—Sí. No son... Bueno. No son nada tan grandioso como


lo que hay en el jardín de Talia, ni como los árboles de aquí,
pero es un poco de color en todo el gris del acero y la lluvia.

Phee lo consideró.

—¿Y te gusta el color?

—Sí —dijo Linus—. Es algo pequeño, pero creo que las


cosas más pequeñas pueden ser igual de importantes.

—Todo tiene que comenzar en alguna parte —dijo Zoe,


acariciando la parte superior de la cabeza de Phee—. Y siempre

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que los cuidemos, pueden crecer más allá de lo que creíamos
posible. ¿No es así, Linus?

—Por supuesto —dijo Linus, sabiendo que ambos


estarían escuchando cada una de sus palabras. Lo menos que
podía hacer era ser sincero al respecto—. Admito que los
extraño más de lo que esperaba. Es gracioso, ¿no?

—No —dijo Phee—. Extrañaría este lugar si alguna vez


tuviera que irme.

Oh, querido. Eso no era lo que estaba buscando. Lo había


pisado ahora.

—Si puedo ver eso. —Levantó la vista hacia los árboles—


. Ciertamente tienen su encanto, tienes razón.

—Populus tremuloides —dijo Phee.

Linus la miró de reojo.

—¿Perdón?

Zoe cubrió una risa con el dorso de su mano.

—Populus tremuloides —dijo Phee nuevamente—. Leí


sobre ellos en un libro. Álamos temblones. Si alguna vez los ve,
los encontrará en grandes arboledas. Sus troncos son en su
mayoría blancos, pero sus hojas son de un tono amarillo
brillante, casi dorado. Como el sol. —Miró hacia el bosque otra
vez—. Casi como los girasoles.

—Suenan encantadores —dijo Linus, inseguro de qué


más decir.

—Lo son —dijo Phee—. Pero lo que hay debajo es lo más


importante. Las arboledas pueden estar formados por miles de
árboles, a veces incluso decenas de miles. Cada uno de ellos
es diferente, pero el secreto es que son todos iguales.

Linus parpadeó.

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El Mar Cerúleo
—¿Cómo es eso?

Phee se agachó hasta el suelo, sus dedos dejaron rastros


en la tierra suelta.

—Son clones el uno del otro, un solo organismo


gestionado por un extenso sistema de raíces debajo de la tierra.
Todos los árboles son genéticamente iguales, aunque cada uno
tiene su propia personalidad, como suelen hacerlo los árboles.
Pero antes de crecer, sus raíces pueden permanecer latentes
durante décadas, esperando hasta que las condiciones sean
las correctas. Simplemente lleva tiempo. Hay un clon que se
dice que tiene casi ochenta mil años, y es posiblemente el
organismo vivo más antiguo que existe.

Linus asintió lentamente.

—Ya veo.

—¿Lo ves? —preguntó Phee—. Porque incluso si


arrasaras el bosque, si derribaras todos los árboles, a menos
que llegues a las raíces, renacerán nuevamente y crecerán
como lo hicieron antes. Tal vez no sea lo mismo, pero al final,
sus troncos serán blancos y sus hojas se volverán a ser
doradas. Me gustaría verlos algún día. Creo que tendrían
mucho que decirme.

—Lo harían —dijo Zoe—. Más de lo que puedes saber.


Tienen una memoria muy larga.

—¿Los has visto? —preguntó Linus.

—Quizás…

—Sprites —murmuró Linus para sí mismo. Luego


añadió—: Si son todos iguales, ¿cómo puedes distinguirlos?

—Tienes que ver lo que hay debajo de todo —dijo Phee.


Ella hundió sus manos en la tierra—. Hay que dedicar tiempo
para aprender cuáles son las diferencias. Va lento, pero para

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El Mar Cerúleo
eso sirve la paciencia. Las raíces pueden continuar para
siempre, esperando el momento adecuado. —Ella frunció el
ceño al suelo—. Me pregunto si puedo…

Linus dio un paso adelante cuando ella gruñó como


herida. Zoe sacudió la cabeza en señal de advertencia, y él se
detuvo en seco. Hubo un cambio sutil en el aire, como si se
volviera un poco más pesado. Las alas de Phee comenzaron a
revolotear rápidamente, la luz se refractaba en pequeños
arcoíris. Ella empujó sus manos contra el suelo hasta que
estuvieron completamente cubiertas. El sudor goteaba desde
la punta de su nariz hasta el suelo. Su ceño se frunció. Ella
suspiró mientras sacaba las manos del suelo.

Linus se quedó sin palabras cuando un tallo verde creció


de la tierra. Hojas desplegadas, largas y delgadas. El tallo se
balanceaba de un lado a otro debajo de las palmas de Phee,
sus dedos temblaban. Se sorprendió cuando una flor amarilla
floreció con los pétalos brillantes. Creció unos centímetros más
antes que Phee bajara las manos.

—No es un girasol —dijo en voz baja—. No creo que


sobrevivan aquí por mucho tiempo, incluso con las mejores
intenciones. Se llama margarita de arbusto.

Linus luchó por encontrar su voz.

—¿Tú... eso... acabas de hacer crecer eso?

Ella arrastró sus pies descalzos.

—No es mucho, lo sé. Talia es mejor con las flores.


Prefiero los árboles. Ellos viven más.

—¿No es mucho? —dijo Linus incrédulo—. Phee, eso es


maravilloso.

Parecía sorprendida mientras miraba entre Linus y Zoe.

—¿Lo es?

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El Mar Cerúleo
Se apresuró hacia adelante, agachándose cerca de la
flor. Su mano temblaba cuando extendió la mano para tocarla
suavemente, medio convencido que no era real, solo un truco
de su vista. Jadeó en silencio cuando frotó el suave y sedoso
pétalo entre sus dedos. Era una cosa tan pequeña, pero estaba
allí cuando solo unos momentos antes no había habido nada
en absoluto. Levantó la vista hacia Phee, que lo miraba
fijamente y se roía el labio inferior.

—Lo es —dijo con firmeza—. Absolutamente maravilloso.


Nunca había visto algo así. Porque incluso diría que es mejor
que los girasoles.

—No exageremos —se quejó Phee, aunque parecía que


estaba luchando contra una sonrisa.

—¿Cómo lo hiciste? —preguntó con el pétalo todavía


entre sus dedos.

Ella se encogió de hombros.

—Escuché a la tierra. Canta. La mayoría de la gente no


se da cuenta de eso. Tienes que escucharla con todas tus
fuerzas. Algunos nunca lo escucharán, no importa cuánto lo
intenten. Pero puedo escucharla tan bien como puedo
escucharte a ti. Me cantó y, a cambio, le prometí que me
importaría si me daba lo que pedía. —Ella bajó la mirada hacia
la flor—. ¿Realmente te gusta?

—Sí —susurró Linus—. Mucho.

Ella le sonrió.

—Bueno. Debes saber que la he llamado Linus. Deberías


sentirte honrado.

—Lo estoy —dijo Linus, absurdamente tocado.

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El Mar Cerúleo
—Es un nombre perfecto para ella —continuó—. Es un
poco endeble y, sinceramente, no hay mucho que ver y
probablemente morirá si alguien no lo cuida con regularidad.

Linus suspiró.

—Ah, ya veo.

—Bien —dijo con su sonrisa ensanchándose. Se puso un


poco sobria mientras miraba la flor—. Pero sigue siendo
agradable, si lo piensas. No estaba allí, y ahora lo está. Eso es
todo lo que realmente importa a largo plazo.

—Puedes hacer crecer algo de la nada —dijo Linus—.


Eso es impresionante.

—No es algo de la nada —dijo, no sin amabilidad—. Solo


estaba... escondida. Sabía qué buscar porque la escuchaba.
Mientras escuches, puedes escuchar todo tipo de cosas que
nunca pensaste que estaban allí para empezar. Ahora, si me
disculpan, voy a ponerme tanta tarta en la boca que
probablemente me ahogue. Y luego comeré un poco más. Lo
juro, si Lucy no me dejó nada, le haré crecer un árbol en las
orejas.

Y con eso, se dirigió hacia la pequeña casa, con las alas


revoloteando detrás de ella.

Linus la miró fijamente.

—Eso... es una amenaza efectiva.

Zoe se rió.

—Lo es, ¿no?

—Ella es capaz.

—Todos lo son, si solo uno puede ver más allá del


florecimiento de arriba hasta las raíces de abajo.

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El Mar Cerúleo
—Un poco de la nariz, eso —dijo.

—Supongo que sí —dijo Zoe—. Pero algo me dice que la


sutileza se pierde en ti. —Se volvió hacia la casa y pisó las
huellas de Phee en el suelo. ¿Vienes, Linus? Creo que te
mereces otro pedazo de pastel después de tu lección.

—En un momento —dijo. Miró a la flor nuevamente


cuando Zoe entró. Presionó un dedo contra el centro tan
suavemente como pudo. Lo apartó, la punta amarillenta con
polen. Sin pensarlo, se pegó el dedo contra la lengua. El polen
era salvaje, amargo y muy vivo.

Cerró los ojos y respiró.

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El Mar Cerúleo

Once

Departamento a cargo de la Juventud Mágica

Informe de caso # 2 Orfanato Marsyas

Linus Baker, trabajador social BY78941

Juro solemnemente que el contenido de este informe es exacto y


verdadero. Según las pautas de DICOMY, entiendo que cualquier
falsedad descubierta dará lugar a censura y podría dar lugar al despido.

Mi segunda semana en el Orfanato Marsyas ha traído nuevas ideas a sus


habitantes. Donde antes parecía haber caos, ahora veo un orden extraño
pero definitivo. No tiene nada que ver con los cambios traídos
apresuradamente a mi llegada (de los cuales supongo que hubo algunos;
tales cosas generalmente ocurren antes que un trabajador social pase por
la puerta), pero más aún cuando me estoy acostumbrando a cómo se
manejan las cosas.

La señora Chapelwhite, aunque no está en ningún tipo de nómina de


DICOMY, cuida a estos niños como si fueran suyos. Dado que es un
duende, es un poco sorprendente, ya que su especie es conocida por sus
existencias solitarias y por ser extraordinariamente protectoras de las
tierras que tienden a tener. De hecho, no sé si alguna vez conocí a un
sprite que no protegiera ferozmente su privacidad. Y aunque la señora
Chapelwhite no es exactamente comunicativa, trabaja en conjunto con el
dueño de la casa para asegurarse que los niños estén bien atendidos. A
menudo se la encuentra en la cocina preparando comidas, e incluso se
encarga de manejar grupos de estudio para las lecciones que el señor

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El Mar Cerúleo
Parnassus ha enseñado. Ella está bien versada en una variedad de temas,
y su tutela mejora lo que los niños han aprendido. Parece estar libre de
cualquier tipo de propaganda, aunque eso podría ser para mi beneficio.

Ahora he visto la habitación de Lucy y me senté en una de sus sesiones


con el señor Parnassus. Si quitas lo que se sabe sobre el niño, quien se
supone que es, te quedarías con un joven inquisitivo que tiende a decir
cosas por provocar sorpresa en lugar de con sinceridad. Es inteligente,
casi tanto como aterrador, y bien hablado. Si DICOMY no estuviera
seguro que es el Anticristo, una palabra que no se pronunciará en el
Orfanato Marsyas, creería que no era más que un niño capaz de conjurar
imágenes destinadas a asustar. Sin embargo, espero que esto sea lo que
él quiere que piense. Haría bien en mantener la guardia alta. El hecho
que aparezca como un niño no significa que no sea capaz de una gran
calamidad.

Su habitación es pequeña, es el vestidor de la habitación del señor


Parnassus convertido. Fue algo tímido al mostrarme dónde reside, pero
su amor por la música me permitió establecer una conexión con él. Creo
que, bajo la debida orientación, será capaz de convertirse en un miembro
productivo de la sociedad. En tanto, es decir, ya que no cede ante su
verdadera naturaleza. Sí plantea la cuestión de la naturaleza versus la
crianza, si hay un mal inherente en el mundo que puede ser superado
por una educación normalizada. ¿Puede ser rehabilitado? ¿Asimilado?
Eso aún está por verse.

No he visto la habitación de Sal, aunque creo que poco a poco estoy


ganándome su confianza. Tengo que tener cuidado con él. Me recuerda a
un potro asustadizo. Dicho esto, lo he escuchado hablar más en el último
día que en toda mi estadía en la isla hasta ahora. De acuerdo, no me
estaba hablando a mí sino a mi alrededor, pero no sé si eso importa. Es
como un girasol, creo. Necesita ser persuadido con el cuidado adecuado
para mostrar sus verdaderos colores.

Theodore, el wyvern, tiene un tesoro que aún no he visto, aunque tiene


que estar lleno de al menos una docena de mis botones. Puede que nunca
lo vea, pero hasta el momento, no me causa ninguna gran preocupación.
Son solo botones, después de todo. Planeo mantener un ojo atento en
caso que haya indicios de algo más nefasto.

El mayor problema que veo hasta la fecha es lo que parece ser el


aislamiento. Los niños no salen de la isla, por grande que sea. Hay una
razón para ello, y una que me molesta. Hubiera sido útil saber antes de
mi llegada que el gobierno paga a los aldeanos por su silencio. Pequeños

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El Mar Cerúleo
detalles como este son importantes, y el hecho que no estaba al tanto me
hace parecer poco profesional. También plantea la cuestión de la fuente
de estos pagos. ¿Provienen de los fondos destinados a este orfanato
específico? Esperaría que un auditor tuviera problemas si ese fuera el
caso.

El pueblo cercano parece ser algo hostil con los habitantes del orfanato.
Creo que DICOMY no se está haciendo ningún favor con sus campañas
en conjunto con el Departamento encargado del registro. Hay signos de
SI VES ALGO, CUÉNTALO en cada rincón de la aldea, y recuerda a los
de la ciudad, aunque parecen más desordenados aquí. Si los niños no se
sienten bienvenidos en el mundo real, ¿cómo podemos esperar
integrarlos en la sociedad?

Estoy pensando en una excursión de un día, tal vez. Para probar las
aguas. Tendré que llevar al señor Parnassus, por supuesto. Creo que les
haría bien a los niños y, con suerte, permitiría a los aldeanos ver que sus
temores son infundados. Si Arthur dice que no, supongo que tendré que
aceptarlo.

Qué tipo tan extraño es Arthur. Se preocupa por los niños. Eso está claro.
Si bien no sigue las NORMAS Y REGULACIONES al pie de la letra
(posiblemente en absoluto), creo que hay mérito en lo que hace. Todos los
niños se preocupan mucho unos por los otros, y creo que eso se debe en
gran parte a Arthur.

Aun así, él es un enigma. Por todo lo que he aprendido sobre este lugar,
siento que lo conozco menos. Necesitaré rectificar eso, creo.

Por los niños, por supuesto.

Talia me mostró más de su jardín hoy. Los gnomos son muy competentes
en horticultura, pero parece eclipsar incluso a los mejores y...

Fue un martes en la segunda semana de Linus en


Marsyas cuando Calliope decidió que necesitaba ser
perseguida, después de cometer un robo.

Ciertamente no era algo que Linus quisiera hacer; fue


después del almuerzo y estaba sentado en el porche al sol,
dormitando tranquilamente. Todavía tenía unos momentos
antes que tuviera que regresar a la casa principal para

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El Mar Cerúleo
sentarse a ver los estudios de los niños, y estaba usando ese
tiempo sabiamente.

Y luego surgió la idea de perseguir a un gato. A Linus,


por todo lo que era capaz de hacer, no le gustaba perseguir
nada. Perseguir implicaba correr, y Linus había decidido hace
mucho tiempo que correr no era algo que le gustara mucho.
Nunca entendió a los que se despertaban incluso antes que
saliera el sol, se ponían sus elegantes y costosas zapatillas y
salían corriendo a propósito. Era de lo más inusual.

Pero entonces Calliope salió de la casa de huéspedes con


los pelos de punta y los ojos muy abiertos, como los felinos a
veces hacen por razones misteriosas. Ella lo miró
salvajemente, con la cola en una línea rígida, las garras
clavadas en las tablas del suelo.

Y ella tenía una de sus corbatas en la boca. Linus frunció


el ceño.

—Que estás….

Calliope salió corriendo del porche hacia el jardín.

Linus casi se cae cuando se levantó de su silla, logrando


mantenerse en pie por la gracia de Dios. Observó mientras
Calliope corría, con la corbata negra detrás de ella.

—¡Oye! —gritó—. Maldita gata, ¿qué estás haciendo?


¡Detente en este instante!

No se detuvo y desapareció detrás de un seto.

Por un momento, Linus pensó en dejarla ir. Era solo una


corbata, después de todo. En realidad, no había usado una
esta semana. Hacía demasiado calor y Phee le había
preguntado por qué siempre llevaba una. Cuando él le dijo que
era apropiado que alguien en su posición usara corbata, ella lo
había mirado antes de alejarse, sacudiendo la cabeza.

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El Mar Cerúleo
Pero no era por culpa de Phee que había perdido su
corbata el domingo por primera vez. Y luego, cuando llegó el
lunes nuevamente, había decidido que ciertamente no era
necesaria, al menos por el momento. Una vez que regresara a
la ciudad, tendría que usar una, ¿pero ahora?

No era como si estuviera siendo supervisado. ¿Quién lo


sabría?

(Phee lo sabía, aparentemente, si su sonrisa era alguna


indicación).

Pero aún así, esa corbata le había costado más de lo que


quería pensar, y solo porque no la estaba llevando ahora no le
daba a Calliope el derecho de quitársela. La necesitaría cuando
volviera a casa.

Y así persiguió a su gata.

Estaba sudando cuando llegó al jardín. Un hombre de


su tamaño y forma que se encontraba con la resistencia del
viento hacía que correr fuera mucho más difícil. Y claro, tal vez
no estaba corriendo exactamente, pero trotar era igual de
malo.

Entró en el jardín, llamando a Calliope, exigiéndole que


se mostrara. No lo hizo, por supuesto, porque era una gata y,
por lo tanto, no escuchaba nada de lo que nadie decía. Él miró
debajo de los setos y en los parterres de flores, seguro que la
encontraría agachada, moviendo la cola mientras roía la
corbata.

—No sé por qué la vida en la isla te ha hecho de esta


manera —dijo en voz alta mientras se levantaba del suelo—.
Pero te prometo que las cosas cambiarán cuando volvamos a
casa. Esto es inaceptable.

Avanzó hacia el jardín, llegando a una parte que aún no


había visto. Se envolvía alrededor del costado de la casa y era
mucho más denso de lo que Talia le había mostrado hasta

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El Mar Cerúleo
ahora. Aquí, las flores parecían más salvajes, flores más
brillantes, casi impactantes. El sol estaba al otro lado de la
casa, y las sombras abundaban. Había muchos lugares para
esconderse para un gato.

Dio la vuelta a un viejo árbol, las ramas retorcidas, las


hojas dobladas y vio...

—Ahí estás —dijo con un suspiro—. ¿Qué demonios se


te ha metido?

Calliope estaba sentada sobre sus patas, con la corbata


tendida en el suelo a sus pies. Ella lo miró con ojos
conocedores. Volvió a maullar, un sonido al que todavía no
estaba acostumbrado.

—No me importa —respondió—. No puedes robar mis


cosas. Es descortés, y no me gusta tener que perseguirte...
después de... tu...

Él parpadeó.

Allí, detrás de Calliope, estaba lo que parecía ser una


puerta de una bodega en la base de la casa. Los cimientos
estaban hechos de piedra y las puertas eran gruesas y de
madera. Dio un paso adelante con el ceño fruncido, viendo lo
que parecían ser marcas de quemaduras en las puertas, como
si hubiera habido un incendio detrás de ellos alguna vez. Pensó
por un momento, tratando de recordar si alguna vez le habían
dicho que había un sótano en la casa. No creía que lo hubiera
hecho, y aparte de la habitación de Sal, había visto lo que
pensaba que era casi cada centímetro de la casa. Si se trataba
de un sótano, no había entrada al interior.

Había un candado oxidado en la puerta. Lo que fuera


que estuviera allí abajo, si es que había algo, permanecía
oculto. Por un momento, Linus pensó en conseguir una de las
palas de Talia y usarla para abrir la puerta, pero lo descartó
de inmediato. Estaba cerrado por una razón. Lo más probable

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El Mar Cerúleo
es que mantuviera a los niños alejados. Si alguna vez hubo un
incendio allí abajo, no era seguro. Arthur probablemente había
puesto el candado el mismo. No parecía que alguien hubiera
estado aquí en mucho tiempo; el camino a la puerta del sótano
estaba cubierto de maleza, que parecía estar en desacuerdo
con el resto del jardín de Talia.

—Lo más probable es que sea una bodega de carbón —


murmuró Linus—. Explicaría el fuego. Y como el carbón ya no
se usa tanto, es mejor prevenir que curar.

Se inclinó y recogió su corbata.

Calliope lo miraba con ojos brillantes.

—Esto es mío —le dijo—. Robar está mal. —Ella se lamió


la pata y se la pasó por la cara—. Sí, bueno,
independientemente.

Miró una vez más a la puerta del sótano antes de volver


por donde había venido.

Tendría que recordar preguntarle a Arthur sobre la


puerta del sótano cuando tuvieran un momento a solas.

Lo cual, para su creciente consternación, no sucedió.


Por qué sentiría algún tipo de consternación por tal cosa
estaba más allá de él, pero ahí estaba. Linus estaba
aprendiendo que cualquier sentimiento que Arthur Parnassus
evocaba en él era temporal y el resultado de la proximidad.
Linus no tenía muchos amigos (tal vez, si era sincero consigo
mismo, ninguno), y considerar a Arthur Parnassus un amigo
era una buena idea, por poco práctica que fuera. No podrían
ser amigos. Linus estaba aquí como trabajador social de
DICOMY. Arthur era maestro de un orfanato. Esto era una
investigación, y familiarizarse demasiado con uno de los temas
de dicha investigación no era apropiado. Las NORMAS Y
REGULACIONES eran claras al respecto: un asistente social,
decía, debe seguir siendo objetivo. La objetividad es de suma

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importancia para la salud y el bienestar de la juventud mágica.
No pueden depender de un trabajador social, ya que el
trabajador social NO ES SU AMIGO.

Linus tenía un trabajo que hacer, lo que significaba que


no podía sentarse esperando hablar con Arthur sin orejitas
alrededor. Y aunque Linus creía que las sesiones entre Arthur
y Lucy eran fascinantes, no podía pasar su tiempo solo con
ellos. Había otros cinco niños a tener en cuenta, y necesitaba
asegurarse que no pareciera que tenía algún favorito.

Fue con Talia a su jardín, escuchando mientras ella


ensalzaba las virtudes (las muchas, muchas virtudes) de
trabajar la tierra.

Siguió a Phee y Zoe al bosque, mientras Zoe hablaba de


la importancia de escuchar la tierra que los rodeaba, los
árboles, la hierba y los pájaros.

Escuchó cómo Chauncey lo deleitaba con historias de


famosos botones (la mayoría de los cuales Linus creía que eran
ficticios) que abrían puertas, llevaban equipaje y resolvían
crímenes como el robo de joyas o las bandejas para el servicio
de habitaciones. Sacó un grueso tomo (casi de la longitud de
las NORMAS Y REGULACIONES) debajo de su cama, envuelto
en plástico para evitar que se mojara. Él gruñó mientras lo
levantaba sobre su cabeza para mostrarle a Linus el título, bajo
el plástico arrugado: La historia de los botones a través de los
siglos.

—Lo he leído cuatro veces y media —anunció con


orgullo.

—¿De verdad? —preguntó Linus.

—Oh, sí. Tengo que asegurarme de saber lo que estoy


haciendo.

—¿Por qué?

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Chauncey parpadeó lentamente, primero su ojo derecho
y luego el izquierdo.

—¿Que por qué?

—¿Por qué deseas convertirte en un botones?

Chauncey sonrió.

—Porque pueden ayudar a las personas.

—¿Y eso es lo que quieres hacer?

Su sonrisa se desvaneció ligeramente.

—Más que nada. Sé que soy... —Él chasqueó sus dientes


negros—. Diferente.

Linus se sobresaltó.

—No, eso no es lo que yo… no hay nada malo contigo.

—Lo sé —dijo Chauncey—. Diferente no significa malo.


Arthur dice que ser diferente a veces es mejor que ser igual que
todos los demás. —Miró el libro agarrado en sus tentáculos—.
Cuando las personas vienen a los hoteles, generalmente están
cansadas. Quieren que alguien los ayude a llevar sus maletas.
Y yo soy realmente bueno con eso. Talia me pide que levante
cosas pesadas para ella todo el tiempo para que pueda
practicar. —Frunció el ceño y miró el libro—. El hecho que
luzco como lo hago no significa que no pueda ayudar a las
personas. Sé que algunas personas piensan que doy miedo,
pero prometo que realmente no lo hago.

—Por supuesto que no —dijo Linus en voz baja. Él


asintió hacia el libro—. Vamos, entonces. Escuchemos sobre
estos botones a lo largo de los siglos. Creo que será realmente
fascinante.

Los ojos de Chauncey se movieron emocionados.

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—Oh, lo es. ¿Sabías que el primer uso de la palabra
botones fue en 1897? También se les llama porteros o
mayordomos. ¿No es asombroso?

—Lo es —dijo Linus—. Quizás lo más sorprendente que


he escuchado.

Se sentó con Theodore cerca de su nido (nunca dentro,


porque no quería ser mordido), escuchando el chirrido del
wyvern mientras le mostraba a Linus cada uno de sus
pequeños tesoros: un botón, una moneda de plata, otro botón,
un papel doblado con lo que parecía la letra de Sal (lo que
decía, Linus no podía saberlo), otro botón más.

Y le preguntó a cada uno de ellos si eran felices. Si tenían


alguna preocupación. Si algo los asustaba aquí en la isla.

Había hecho preguntas similares antes en otros


orfanatos, y siempre podía decir cuándo se había entrenado a
los niños para decir lo que creían que necesitaba escuchar.
Siempre había una nota de artificio en sus brillantes palabras
de felicidad y alegría y no, señor Baker, absolutamente nada
está mal, y estoy completamente feliz.

No era así aquí. Aquí, Talia lo miraba con recelo y exigiría


saber por qué estaba preguntando y ¿necesitaba ella coger su
pala? Aquí, Phee se reía y le decía que no quería estar en
ningún otro lugar, porque eran sus árboles y su gente. Aquí,
Lucy le sonrió y dijo: “Oh, sí, señor Baker, me gustaría ir a otro
lugar, algún día, pero solo si todos los demás vienen y están
de acuerdo con mis ideas de dominación mundial”. Aquí, los
ojos de Chauncey rebotaban y decía que amaba la isla, pero
que deseaba que hubiera un hotel aquí para poder transportar
el equipaje. Aquí, Theodore tropezaría con sus alas en su
entusiasmo al ver a Arthur, incluso si Arthur solo se hubiera
ido unos minutos.

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El Mar Cerúleo
Y fue aquí, el jueves cerca del final de la segunda
semana, que Sal apareció a las cinco y cuarto en el porche de
la casa de huéspedes, mordiéndose el labio inferior.

Linus abrió la puerta después de escuchar un golpe,


sorprendido de encontrar a Sal solo. Se asomó, seguro que uno
de los otros niños estaría allí escondido, pero no.

Era solo Sal.

Linus enseñó rápidamente su rostro, no queriendo


asustar al niño.

—Hola, Sal.

Los ojos de Sal se abrieron y dio un paso atrás. Miró por


encima del hombro y, aunque Linus no podía verlo, estaba
seguro que Arthur lo estaba observando desde algún lugar. No
sabía cómo lo sabía, pero Linus tenía la impresión que no
pasaba mucho en la isla sin que Arthur lo supiera.

Sal se volvió hacia Linus y bajó la mirada al suelo. Tenía


las manos en puños a los costados y respiraba con dificultad.
Linus estaba preocupado que algo estuviera mal, pero luego
Calliope caminó a través de las piernas de Linus y comenzó a
frotarse contra Sal. Ella maulló ruidosamente hacia él,
arqueando la espalda con las orejas temblando.

Sal le sonrió suavemente y pareció relajarse.

—Es una buena gata —dijo Linus en voz baja—. Me da


algunos problemas de vez en cuando, pero nada que no pueda
manejar.

—Me gustan los gatos —dijo Sal, con voz apenas por
encima de un susurro—. La mayoría de las veces, no les gusto.
Por lo de ser un perro.

—Calliope es un poco diferente. Le gustas.

Sal lo miró.

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—¿De verdad?

Linus se encogió de hombros.

—¿Escuchas la forma en que te está hablando? —Sal


asintió.

—Nunca la había escuchado hacer eso antes. Oh, ella


ronronea como un gato normal, pero nunca maúlla. Al menos
no hasta que llegamos aquí. Y no hasta que te conoció.

Sal parecía sorprendido.

—Guau —dijo, volviendo a mirarla—. Me pregunto por


qué.

—Me gusta pensar que es porque ella es una buena


jueza de carácter. Que tal vez ella siente algo en ti que le
permite hablar. Los gatos son muy inteligentes de esa manera.
Si sienten que alguien no es una buena persona, tienden a
evitarlo o incluso a atacarlo.

—Ella nunca me ha atacado —dijo Sal.

—Lo sé. Le gustas.

Sal se rascó la nuca.

—Ella también me gusta.

—Bien —dijo Linus—. Debido a que tanto como los gatos


pueden decir acerca de las personas, siempre puedes juzgar a
una persona por cómo tratan a los animales. Si hay crueldad,
entonces esa persona debe ser evitada a toda costa. Si hay
amabilidad, me gusta pensar que es la marca de una buena
alma.

—Yo soy amable con los animales —dijo Sal, sonando


más animado de lo que Linus lo había escuchado—. Y siempre
parece que les gusto.

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—¿Qué tal eso? —dijo Linus, divertido—. Estoy muy
contento de escucharlo.

Sal se sonrojó y miró hacia otro lado. Cuando volvió a


hablar, murmuró algo que Linus no pudo entender.

—¿Puedes repetir eso, por favor? No lo escuché.

Sal respiró hondo y soltó el aire lentamente.

—Me preguntaba si podría mostrarte mi habitación.

Linus mantuvo su voz incluso, aunque estaba más


emocionado de lo que esperaba.

—Me gustaría. —Dudó—. ¿Alguien te lo ha pedido?


Porque no quiero que hagas algo para lo que no estés
preparado.

Sal se encogió de hombros torpemente.

—Arthur dijo antes que llegaras aquí que querrías verla,


pero nunca lo volvió a mencionar.

Linus se sintió aliviado.

—Y ninguno de los otros niños…

Sacudió la cabeza.

—No. Quiero decir, sé que ya has visto sus habitaciones,


pero... no dijeron nada.

Linus quería preguntar por qué ahora, pero decidió


quedarse con eso. No necesitaba presionar más al niño.

—Entonces estaría encantado.

—¿Puede venir también Calliope? —Sal preguntó de


prisa—. Si eso está bien. No quiero causar problemas a nadie...

Linus levantó una mano.

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—Absolutamente. Sin embargo, se lo dejaremos a ella.
Si ella nos sigue, lo cual espero que haga, entonces que así sea.

—Bien.

—¿Vamos?

Sal volvió a morderse el labio antes de asentir con fuerza.


Linus cerró la puerta de la casa de huéspedes detrás de él.

Calliope fue con ellos, como Linus pensó que haría. Ella
continuaba caminando hacia Sal, solo avanzó unos metros
antes de darse la vuelta y volver con él. Linus casi se sintió
molesto por su evidente afecto, pero como era un hombre de
cuarenta años y no un adolescente hosco, no dijo una palabra.
Además, se dijo, obviamente ella estaba ayudando, y no iba a
decir que no a eso.

En el jardín pasaron junto a Talia, que solo saludó con


la mano antes de volverse hacia sus flores. Chauncey estaba a
su lado, exclamando en voz alta que las flores eran lo más
hermoso que había visto en su vida, y que, si ella estaba tan
inclinada, le gustaría comerse algunas de ellas. Phee y Zoe
estaban en el bosque. Lucy estaba con Arthur en su
habitación. Antes de llegar a las escaleras, Theodore chirrió.
Linus levantó la vista para ver el wyvern colgando de una viga
expuesta sobre ellos como si pensara que era un murciélago.
Hizo otro sonido y Sal dijo:

—Está bien, Theodore. Le pedí que viniera. —Theodore


volvió a piar antes de cerrar los ojos cuando Linus siguió a Sal
escaleras arriba.

Se detuvieron frente a la puerta de la habitación de Sal.


Sal, que nunca dejaba de verse nervioso la mayoría de los días,
puso una mano temblorosa en el pomo de la puerta.

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Linus dijo:

—Si no estás listo, entonces no estás listo. No te


presionaré, Sal. No hagas esto por mí.

Sal frunció el ceño mientras miraba a Linus.

—Pero esto es por ti.

Linus estaba desconcertado.

—Bueno... sí, supongo que sí. Pero tenemos todo el


tiempo del mundo. —No lo tenían, por supuesto. Linus estaba
casi a la mitad de su estadía en Marsyas. Lo sobresaltó el darse
cuenta.

Sal sacudió la cabeza.

—Prefiero que hagamos esto ahora.

—Si lo deseas. No tocaré nada tuyo, si eso te hace sentir


mejor. Y si hay algo que quieras mostrarme, con gusto lo
miraré. No estoy aquí para juzgarte, Sal. De ningún modo.

—Entonces, ¿por qué estás aquí si no es para juzgar?

Linus se resistió.

—Yo… bien… Estoy aquí para asegurarme que esta casa


sea exactamente eso. Una casa. Una en la que puedo confiar
para manteneros a todos sanos y salvos.

Sal dejó caer la mano del pomo de la puerta. Se volvió


completamente hacia Linus. Calliope se sentó cerca de sus
pies, mirándolo. Esto era lo más cerca que Linus había estado
de Sal. Era tan alto como él, y aunque Linus era más grueso,
Sal tenía un peso y una fuerza que desestimaba lo pequeño
que intentaba parecer a veces.

—¿Vas a hacer que me vaya? —preguntó Sal, ese ceño


se profundizó.

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El Mar Cerúleo
Linus vaciló. Nunca le había mentido a ningún niño en
su vida. Si la verdad necesitara ser estirada, preferiría no decir
nada en absoluto.

—No quiero hacer que hagas nada que no quieras —dijo


Linus lentamente—. Y no creo que nadie deba hacerlo.

Sal lo estudió cuidadosamente.

—No eres como los demás.

—¿Demás?

—Trabajadores sociales.

—Oh. Supongo que no. Soy Linus Baker. Nunca antes


conociste a un Linus Baker.

Sal lo miró por un momento más antes de volverse hacia


la puerta. La abrió y luego retrocedió. Comenzó a morderse el
labio nuevamente, y Linus quería decirle que iba a lastimarse,
pero preguntó:

—¿Puedo?

Sal asintió bruscamente.

La habitación no era nada lujosa. De hecho, parecía


estar desprovista de casi todo lo que Linus asociaría con Sal.
Los otros niños habían hecho sus propios espacios, para bien
o para mal. Aquí, las paredes estaban en blanco. La cama
estaba bien hecha. Había una alfombra en el suelo de madera,
pero estaba apagada y gris. Había una puerta a un armario
y.… eso era todo.

Principalmente.

En una esquina, había una pila de libros que le


recordaban a Linus la oficina de Arthur. Miró algunos de los
títulos y vio que eran clásicos de ficción: Shakespeare y Poe,

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T. J. KLUNE La Casa En
El Mar Cerúleo
Dumas y Sartre. Eso hizo que Linus arqueara una ceja. Nunca
había entendido el existencialismo.

Pero aparte de eso, la habitación era un lienzo en blanco,


como si esperara que un artista le diera vida. A Linus le
entristecía, porque sospechaba que sabía la razón por la que
era así.

—Es encantadora —dijo, haciendo una producción de


mirar a su alrededor. Por el rabillo del ojo, vio a Sal
asomándose por la puerta, siguiendo cada uno de sus
movimientos—. Muy espacioso. ¡Y mira por la ventana! Pues,
creo que casi puedo ver el pueblo desde aquí. Una vista
maravillosa.

—Puedes ver las luces del pueblo por la noche —dijo Sal
desde la puerta—. Brillan. Me gusta fingir que son barcos en
el mar.

—Un lindo pensamiento —dijo Linus. Se alejó de la


ventana y fue al armario— ¿Está bien si miro aquí?

Hubo una breve vacilación. Luego dijo:

—De acuerdo.

El armario era más grande de lo que Linus esperaba. Y


allí, al lado de una cómoda, había un pequeño escritorio con
una silla rodante debajo. Sobre el escritorio había una
máquina de escribir, un viejo Underwood. Ya había una hoja
de papel en blanco enroscada.

—¿Qué es esto, entonces? —preguntó Linus a la ligera.

No escuchó una respuesta. Miró hacia atrás por encima


del hombro para ver a Sal de pie junto a la cama, como un niño
pequeño perdido. Calliope saltó a la cama y se frotó contra su
mano. Él extendió sus dedos por el pelo de su espalda.

—¿Sal?

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El Mar Cerúleo
—Es donde escribo —espetó Sal, con los ojos muy
abiertos—. Me gusta escribir. No soy… No soy muy bueno, y
probablemente no debería…

—Ah. Me parece recordar algo sobre eso. La semana


pasada en tu clase, leíste algo para todos. ¿Tú lo escribiste?

Sal asintió.

—Fue muy bueno. Mucho mejor de lo que yo podría


escribir, me temo. Si necesitas completar un informe, soy tu
hombre. Pero eso es hasta donde mi creatividad se extiende
con la palabra escrita. ¿No tienes ordenador?

—La luz me hacen doler los ojos. Y me gusta más el


sonido de la máquina de escribir.

Linus sonrió.

—Entiendo. Hay algo mágico sobre el golpeteo de las


teclas que un ordenador no puede emular. Yo lo sé bien. La
mayoría de los días, me siento frente a uno en el trabajo.
También puede lastimarme los ojos, después de un tiempo,
aunque creo que tu visión es un poco más aguda que la mía.

—No quiero hablar de lo que escribo —dijo Sal


rápidamente.

—Por supuesto —dijo Linus fácilmente—. Es privado.


Nunca te pediría que compartas algo para lo que no estás
preparado.

Eso pareció calmar un poco a Sal.

—Es solo que, a veces, no tiene sentido. Mis


pensamientos. Y trato de escribirlos todos para encontrar un
orden, pero...

Parecía que estaba luchando por encontrar las palabras


correctas.

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El Mar Cerúleo
—Es personal —dijo Linus—. Y encontrará el sentido
cuando esté listo. Si se parece a lo que leíste anteriormente,
estoy seguro que va a ser bastante conmovedor. ¿Cuánto
tiempo llevas escribiendo?

—Dos meses. Quizás un poco menos.

Así que solo desde que había llegado a Marsyas.

—¿Antes no?

Sal sacudió la cabeza.

—Nunca, nadie me ha dejó antes. Hasta que vine aquí.

—¿Arthur?

Sal rozó un zapato contra la alfombra.

—Me preguntó qué quería más que nada. Durante el


primer mes, me preguntaba una vez a la semana, diciéndome
que cuando estuviera listo para responder, haría lo que
pudiera dentro de lo razonable.

—¿Y dijiste una máquina de escribir?

—No. —Miró a Calliope—. Le dije que no quería volver a


moverme. Que quería quedarme aquí.

Linus parpadeó ante la repentina e inesperada


quemadura en sus ojos. Se aclaró la garganta.

—¿Y qué dijo?

—Qué haría todo lo posible para asegurarse que eso


sucediera. Y luego pedí una máquina de escribir. Zoe la trajo
al día siguiente. Y los otros encontraron el escritorio en el ático
y lo limpiaron. Talia dijo que lo pulió hasta que pensó que se
le iba a caer la barba de todos los químicos. Y luego me
sorprendieron con eso. —Sus labios se curvaron—. Fue un
buen día. Casi como si fuera mi cumpleaños.

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El Mar Cerúleo
Linus se cruzó de brazos para evitar que le temblaran
las manos.

—¿Y lo pusiste en el armario? Creo que se vería bien


delante de la ventana.

Sal se encogió de hombros.

—Es... el armario me ayuda a sentirme pequeño.


Todavía no estaba listo para ser más grande.

—Me pregunto si estás listo ahora —reflexionó Linus en


voz alta—. Tu habitación es un poco más grande que el
armario, pero no tan grande como para sentir que todas las
paredes se han derrumbado. Es como el pueblo de noche.
Puedes verlos, pero ellos no pueden verte, aunque hay todo ese
espacio entre ustedes. Una pequeña perspectiva, creo.

Sal bajó la vista.

—Nunca lo había pensado de esa manera.

—Solo es una idea. El escritorio está perfecto donde está,


si eso es lo que quieres. No es necesario moverlo hasta que
estés listo, o incluso no hacerlo nunca. Por lo que sé, la
ventana podría ser una distracción.

—¿Tienes una ventana donde trabajas?

Linus sacudió la cabeza. Pensaba que esto era


peligrosamente personal, pero ¿realmente le dolía a alguien?

—Yo no. En DICOMY no... bueno. No les gustan las


ventanas, creo.

—DICOMY —escupió Sal, y Linus maldijo por dentro—.


Ellos... ellos son... yo no...

—Es donde trabajo —dijo Linus—. Pero ya lo sabías. Y


tú mismo dijiste que no era como los demás.

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Las manos de Sal volvieron a cerrarse en puños.

—Podrías serlo.

—Quizás —admitió Linus—. Y puedo ver por qué piensas


así con todo lo que has pasado. Pero quiero que recuerdes que
no tienes nada que demostrarme. Yo tengo que demostrarte a
ti que quiero lo mejor para ti.

—Arthur es bueno —dijo Sal—. No es, no es como eran


los demás. Los maestros. No es, no es malo.

—Lo sé.

—Pero dijiste que lo estabas investigando.

Linus frunció el ceño.

—No creo haber dicho eso aparte de una conversación


privada. Cómo sabes…

—Soy un perro —le espetó Sal—. Mi audición es mejor.


Te pude escuchar. Dijiste que no era una visita. Era una
investigación. No quería… no estaba tratando de escuchar,
pero eso es lo que dijeron los demás también. Que estaban
investigando. Es por eso que nunca puedo poner cosas en mi
habitación como Talia o Lucy. Porque siempre es temporal.
Cada vez que pienso que voy a tener un lugar donde quedarme,
me lo quitan.

Maldijo internamente.

—Eso no era para que lo oyeras. —Sal comenzó a


alejarse de él como si Linus le hubiera levantado una mano—.
No —dijo Linus rápidamente—. Eso no es… lo que quise decir
es que debería haber sido más consciente de lo que dije.
Debería haber sido más cuidadoso con mis palabras.

—¿Entonces no estás investigando a Arthur?

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Linus comenzó a sacudir la cabeza, pero se detuvo.
Suspiró.

—No es Arthur, Sal. O, al menos, no es solo Arthur. Es


el orfanato en su conjunto. Sé que has tenido... experiencias
menos que deseables en el pasado, pero te juro que esto es
diferente. —No sabía si creía en sus propias palabras o no.

Sal lo miró con cautela.

—¿Y qué pasa si decides hacer que nos vayamos? ¿No


serás el mismo, entonces?

—No lo sé —dijo Linus en voz baja—. Espero que, si hay


una razón para tal acción, lo sepas.

Sal se quedó callado.

Linus pensó que se había quedado demasiado tiempo.


Se alejó de la puerta del armario. Calliope lo fulminó con la
mirada. No la culpaba. No creía que esto hubiera salido tan
bien como esperaba. Y aunque le había dicho a Sal antes que
tenían todo el tiempo del mundo, eso no era cierto.

El tiempo, como siempre, se movía más rápido de lo


esperado. En dos semanas, tendría que hacer su
recomendación al abandonar la isla.

Le dio a Sal una vuelta amplia (o una vuelta tan amplia


como la habitación permitía para dos personas grandes). Él le
sonrió y estaba a punto de cruzar la puerta cuando Sal dijo:

—¿Podrías ayudarme?

—Sí —dijo Linus de inmediato. Luego dijo—: ¿Con qué?

Sal miró a Calliope, que no había terminado de recibir


atención, ronroneando mientras le rascaba las orejas. Sus
labios se torcieron de nuevo. Levantó la vista hacia Linus.

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El Mar Cerúleo
—Para mover mi escritorio. Probablemente podría
hacerlo solo, pero no quiero arañar las paredes o el suelo de
mi habitación.

Linus mantuvo una expresión neutral en su rostro.

—Si es lo que quieres…

Sal se encogió de hombros como si fuera indiferente,


pero Linus era bueno en lo que hacía.

Veía a través de la fachada.

Linus se desabrochó las mangas de la camisa y las


enrolló hasta los codos.

—Supongo que entra por la puerta del armario ya que lo


metiste ahí en primer lugar.

Sal asintió.

—Apenas. Solo tenemos que tener cuidado. Chauncey se


emocionó demasiado y astilló la esquina del escritorio. Se
sintió realmente mal por eso, pero le dije que estaba bien. A
veces, las cosas se caen y rompen, pero todavía hay algo bueno
en ellas.

—Le añade carácter, creo —dijo Linus—. Y nos hace


tener un recuerdo. ¿Listo?

Sal lo estaba. Primero entró en el armario, sacó la silla y


dejó la máquina de escribir cuidadosamente en el asiento. Lo
empujó hacia atrás, cerca de la cómoda. Se paró en un extremo
del escritorio y esperó a que Linus alcanzara el otro. El
escritorio era pequeño, pero viejo. Linus esperaba que fuera
más pesado de lo que parecía.

Después que se inclinaron y Sal contó hasta tres, se


demostró que tenía razón. Era pesado, y Linus recordó a su
madre diciendo: ¡Levanta con las rodillas, Linus, en serio! La
pequeña punzada en la espalda le recordó que no se estaba

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volviendo más joven, y casi sonrió con pesar por el poco
esfuerzo que parecía hacer Sal. Probablemente podría haberlo
mudado solo.

Tuvieron cuidado al llevar el escritorio a través de la


puerta del armario. Linus pudo ver el golpe en la esquina más
alejada del escritorio por cortesía de Chauncey, y se arrastró
lentamente hacia atrás. El escritorio se ajustaba a la puerta
con un centímetro de sobra a cada lado.

—Ahí —resopló Linus y resopló—. Justo ahí. En frente


de la ventana.

Lo dejaron con cuidado, evitando pillarse los dedos.


Linus gimió teatralmente mientras se ponía de pie, con las
manos en la parte baja de la espalda. Escuchó a Sal reír, y
aunque no lo reconoció externamente, quería escuchar ese
sonido otra vez.

Linus dio un paso atrás, mirando su trabajo


críticamente. Se puso las manos en las caderas y ladeó la
cabeza.

—Le falta algo.

Sal frunció el ceño.

—¿Sí?

—Sí. —Volvió al armario y sacó la silla. Levantó la


máquina de escribir y la colocó en el centro del escritorio frente
a la ventana. Metió la silla debajo del escritorio—. Ahí. Ahora
está terminado. ¿Bien? ¿Qué piensas?

Sal extendió la mano y pasó un dedo por las teclas casi


con amor.

—Está perfecto.

—Yo también lo creo. Espero que tu creatividad florezca


aún más con la musa a través de la ventana. Sin embargo, si

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resulta ser una distracción, siempre podemos moverlo de
regreso a donde estaba. No hay nada de malo en eso, siempre
y cuando recuerdes que hay un mundo grande y amplio.

Sal lo miró.

—¿Sabes lo de la mujer? ¿En la cocina?

Hubo un... incidente. En uno de sus orfanatos


anteriores. Fue golpeado por una mujer que trabajaba en las
cocinas por tratar de coger una manzana. Él tomó represalias
de la única manera que sabía. Ella se sometió al cambio a la
semana siguiente.

Linus pisó con cuidado.

—Sí.

Sal asintió y volvió a mirar la máquina de escribir.

—No era mi intención.

—Lo sé.

—No... no sabía que eso pasaría.

—También lo sé.

El pecho de Sal se enganchó.

—No lo he hecho desde entonces. Y no lo volveré a


hacerlo. Lo prometo.

Linus le puso una mano en el hombro y la apretó, como


había visto hacer a Arthur. No debería haberlo hecho, pero por
una vez, no le importaba lo que dieran las NORMAS Y
REGULACIONES.

—Te creo.

Y aunque temblaba, la sonrisa de Sal era cálida y


brillante.

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Doce

Llamaron a la puerta de la casa de huéspedes más tarde


esa noche. Linus frunció el ceño y levantó la vista de su
informe para mirar el reloj. Eran casi las diez y estaba a punto
de acostarse. Estaba a punto de terminar, pero sus ojos se
cerraban y el último bostezo había sido con la boca abierta.
Había decidido terminar mañana, antes de tener que enviar el
informe por correo al día siguiente.

Se levantó de su silla. Calliope apenas lo reconoció desde


su posición en el alféizar de la ventana. Parpadeó lentamente
antes de acurrucarse con la cabeza debajo de las patas.

Linus se pasó una mano por la cara cansada mientras


se dirigía a la puerta. Estaba agradecido que aún no se hubiera
puesto el pijama. No creía que fuera apropiado saludar a un
huésped nocturno vestido con ropa de dormir, a menos que
dicho huésped se quedara a dormir.

Abrió la puerta para encontrar a Arthur de pie en el


porche, con el chaquetón apretado a su alrededor. Las noches
eran cada vez más frescas, el viento del mar lo hacía más frio.
El cabello de Arthur estaba despeinado sobre su cabeza, y
Linus se preguntó cómo se sentiría.

—Buenas noches —dijo Arthur en voz baja.

Linus asintió.

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—Arthur. ¿Hay algo mal?

—Todo lo contrario.

—¿Oh? Qué es…

—¿Te importa? —preguntó Arthur, señalando hacia la


casa—. Te he traído algo.

Linus entrecerró los ojos.

—¿Lo has hecho? No he pedido nada.

—Lo sé. Nunca lo harías.

Antes que Linus pudiera comenzar a preguntar qué


significaba eso, Arthur se inclinó y recogió una caja de madera
que estaba a sus pies en el porche. Linus dio un paso atrás y
Arthur entró en la casa de huéspedes.

Linus cerró la puerta detrás de él cuando Arthur entró


en la sala de estar. Echó un vistazo al informe en la silla, pero
no pareció intentar leer lo que estaba escrito en él.

—¿Trabajando tarde?

—Lo estoy —dijo Linus lentamente—. Terminando, de


hecho. Espero que no hayas venido aquí para preguntarme qué
he escrito. Sabes que no puedo decírtelo. Los informes se
pondrán a tu disposición una vez completada la investigación
como se describe en...

—No vine a preguntar por tus informes.

Eso arrojó a Linus fuera de lugar.

—¿No? Entonces, ¿por qué estás aquí?

—Como dije, te he traído algo. Un regalo. Toma. Déjame


mostrártelo. —Puso la caja que llevaba sobre la mesita junto a
la silla de Linus. Levantó la tapa con sus elegantes dedos.

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Linus estaba intrigado. No podía recordar la última vez
que le habían hecho un regalo. De vuelta en la oficina, cada
año se repartían tarjetas de cumpleaños para los trabajadores
sociales, ¡cada uno firmaba su nombre con los mejores deseos!
para quien fuera el cumpleaños. Las tarjetas eran baratas e
impersonales, pero Linus supuso que lo que contaba era lo que
pensaba. Y aparte del almuerzo festivo que organizaba la
Gerencia Extremadamente Superior, que no era un regalo en
absoluto, Linus no había recibido nada de nadie en mucho
tiempo. Su madre había fallecido hace mucho tiempo, e incluso
entonces, solo le había dado calcetines o un gorro de lana o
pantalones diciéndole que tenía que crecer porque eran caros y
el dinero no crecía en los árboles, sinceramente, Linus.

—¿Qué es? —preguntó, más ansioso de lo que hubiera


esperado. Él tosió—. Lo que quise decir es que no necesito
nada de ti.

Arthur arqueó una ceja.

—No se trata de necesidad, Linus. Los regalos no son


para eso. Se trata de alegrarse que alguien piense en ti.

Linus sintió que su piel se calentaba.

—¿Estabas... pensando en mí?

—Constantemente. Aunque no puedo reclamar crédito


por esto. No, fue idea de Lucy.

—Oh, Dios —respiró Linus—. No sé si quiero un animal


muerto o algo así.

Arthur se rió entre dientes mientras miraba la caja


abierta.

—Eso es bueno. Si hubieras querido un animal muerto,


ciertamente me sentiría mal. Estoy encantado de decir que esto
no es algo que solía estar vivo, aunque pueda sonar así.

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Linus no estaba seguro de si quería ver exactamente lo
que había en la caja. Arthur lo estaba bloqueando con su
delgado cuerpo, y aunque Linus no podía oler nada
desagradable, o escuchar algo chirriar, como una rata cubierta
de ojos pequeños y brillantes, todavía dudaba.

—Bien entonces. ¿Qué es?

—¿Por qué no vienes aquí y lo ves?

Linus respiró hondo y caminó lentamente hacia Arthur.


Maldijo que el hombre fuera tan alto. Tendría que parar justo
a su lado para poder ver lo que había dentro.

Se reprendió a sí mismo. Dudaba que Arthur permitiera


que Lucy hiciera algo desagradable. En la cena, Lucy había
estado sonriendo a Linus todo el tiempo, y aunque tenía el
mismo matiz diabólico, no creía que fuera nefasto. De acuerdo,
Lucy era literalmente el hijo del Diablo y probablemente había
perfeccionado la inocencia hace mucho tiempo.

Esperaba que no explotara. No le gustaban las


explosiones, especialmente si tenía que estar tan cerca de una.

Pero no era una bomba. No era una rata, o un cadáver


podrido y muerto.

Era un tocadiscos portátil de época. Al otro lado de la


tapa de la caja estaba la palabra ZENITH, la Z en forma de
rayo.

Linus jadeó.

—¡Mira esto! Es maravilloso. ¡No creo haber visto algo


así en mucho tiempo, y, aún así, sería solo a través de
escaparates! La Victrola que tengo en casa es demasiado
grande. Y sé que el sonido no es tan grandioso en estos
pequeños portátiles, pero siempre me he preguntado cómo
sería llevar la música a donde quiera que vaya. Como tal vez
en un picnic o algo así.

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Estaba balbuceando y no sabía por qué. Cerró la boca
con un chasquido audible de dientes.

Arthur sonrió.

—Lucy esperaba que reaccionaras justo así. Quería


estar aquí para dártelo él mismo, pero decidió que sería mejor
que viniera yo.

Linus sacudió la cabeza.

—Es reflexivo. Por favor, dile gracias por... No. Puedo


hacerlo yo mismo mañana. Lo primero que haré. ¡En el
desayuno! —Entonces otro pensamiento lo golpeó—. Oh, pero
no tengo ningún disco para reproducir. Ni siquiera pensé en
traer ninguno de casa. E incluso si lo hubiera hecho,
probablemente no habría corrido el riesgo. Son endebles y no
me gustaría verlos romperse.

—Ah —dijo Arthur—. Lucy también pensó en eso. —


Presionó su pulgar contra un pestillo en la parte inferior de la
tapa, y se abrió un pequeño compartimento. Dentro había una
funda blanca con un disco negro dentro.

—Qué maravilla —dijo Linus, ansioso por alcanzar y


tocar la caja— ¿De ha salido esto? Parece nuevo.

—Te aseguro que no lo es. Bastante viejo, en realidad.


Estoy seguro que viste las muchas cajas en el ático cuando
fuiste a ver el nido de Theodore.

Las vio. Estaban apiladas en las esquinas en las


sombras. Se lo había preguntado, pero pensó que eran solo
evidencia de la vida de una casa antigua. Las posesiones
materiales tienden a disminuir sin cesar cuando menos lo
esperas.

—Las vi.

Arthur asintió.

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—Estaba en una caja cerca de la parte de atrás durante
mucho tiempo. No lo hemos necesitado, dado que ya tenemos
en uso tres tocadiscos en la casa. Lucy, como solía hacer, lo
descubrió mientras fisgoneaba. Estaba polvoriento y
necesitaba un esmalte, pero tuvo cuidado. Sal ayudó. —Lo
miró—. Para ser honesto, probablemente deberíamos haberlo
probado antes de traerlo. Ni siquiera estoy seguro si esta cosa
vieja funciona.

—¿Y el disco?

Arthur se encogió de hombros.

—Lucy no me dejó ver de qué se trataba. Dijo que era


una sorpresa, pero que pensaba que te gustaría.

Eso puso a Linus un poco nervioso, pero menos de lo


que hubiera estado cuando llegó por primera vez a la isla.

—Bueno, supongo que deberíamos averiguar si tiene


razón.

Arthur dio un paso atrás.

—¿Te gustaría hacer los honores?

—Por supuesto. —Tomó el lugar de Arthur y sacó la


funda del compartimento. Deslizó el disco con cuidado.
También estaba en blanco, sin imagen en el marco central.
Dejó la funda a un lado mientras colocaba el disco en el plato,
el pequeño eje de apilamiento sobresalía en el medio. Apretó el
interruptor al costado del reproductor y se alegró cuando el
disco comenzó a girar, crepitando en silencio.

—Creo que funciona —murmuró.

—Parece que sí —respondió Arthur.

Bajó la aguja. Los altavoces crujieron un poco más


fuerte. Y entonces…

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Un hombre comenzó a cantar, diciendo “I think we’re in
business”

—Sam Cooke —susurró Linus. Él dejó caer su mano a


su lado—. Oh. Oh. Esto es maravilloso.

Levantó la vista para encontrar a Arthur mirándolo justo


cuando Sam cantaba sobre cómo pensaba que era un
enamoramiento, pero que estaba durado mucho.

Linus dio un paso atrás. Arthur sonrió.

—¿Podemos sentarnos?

Linus asintió, repentinamente inseguro de sí mismo, lo


cual no era nada nuevo. La habitación se sentía cargada, y él
estaba mareado. Probablemente solo estaba cansado. Había
sido un día largo.

Recogió su informe de la silla antes de sentarse. Lo puso


sobre la mesa al lado del tocadiscos mientras Sam continuaba
cantando. Arthur se sentó en la silla restante. Linus notó que
tenían los pies tan cerca que, si extendía un poco la pierna, los
dedos de los pies se tocarían.

—Escuché lo más extraño esta noche —dijo Arthur.

Linus lo miró, esperando que Arthur no pudiera leer sus


pensamientos en su rostro.

—¿Qué era?

—Les estaba dando a los niños las buenas noches.


Comienzo en orden, ya sabes. De un extremo del pasillo al otro.
Lucy siempre es el último, dado que su habitación está en la
mía. Pero Sal es el penúltimo. Y antes de llamar a su puerta,
escuché algunos sonidos nuevos y felices que no esperaba.

Linus se removió en su asiento.

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—Estoy seguro que es normal. Es un adolescente,
después de todo. Les gusta... explorar. Mientras le recuerdes
que…

—Oh, no —dijo Arthur, luchando con una sonrisa—. No,


no era eso.

Los ojos de Linus se ampliaron.

—Oh, querido. Eso no es… no quise decir… buenos


cielos… ¿qué demonios me pasa?

Arthur cubrió una risa obvia con una tos.

—Me complace escuchar que eres tan abierto de mente.

Linus estaba seguro de que estaba terriblemente rojo.

—No puedo creer que acabe de decir eso.

—Yo tampoco puedo, para ser honestos. ¿Quién


pensaría que Linus Baker podría ser tan... tú?

—Sí, bueno, agradecería que nunca saliera de esta casa.


Ni a Zoe y especialmente a los niños. Sal, por supuesto, tiene
la edad suficiente para entender tales cosas, pero creo que
destruiría la inocencia de Chauncey. —Frunció el ceño—. No
es que esté seguro de cómo podría hacerlo, incluso si lo hace,
oh no. No no no.

Arthur bufó.

—Lucy es más joven que Chauncey. ¿No crees que


deberíamos preocuparnos también por su inocencia?

Linus puso los ojos en blanco.

—Ambos sabemos que eso no es un problema para él.

—Demasiado correcto. Pero, como estoy seguro que


ahora lo sabes, no estaba hablando de... eso. —La última
palabra salió deliciosamente baja, como si se enroscara

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alrededor de su lengua y dientes antes de salir entre sus labios.
Linus estaba sudando al instante—. Estaba hablando del clac
de la máquina de escribir.

Linus parpadeó.

—Oh. Eso... tiene sentido, ahora que lo pienso.

—Apuesto a que sí. Fue sorprendente, pero no porque


no lo hubiera escuchado antes, sino porque era mucho más
fuerte de lo habitual. La mayoría de las noches, era ligeramente
amortiguada porque está escribiendo en su armario, con la
puerta cerrada.

Linus lo entendió.

—No lo hice… si me sobrepasé, me disculpo.

Arthur levantó una mano mientras sacudía la cabeza.

—De ningún modo. Es... más de lo que podría haber


esperado. Me gusta pensar que significa que se está curando.
Y jugaste un papel en eso.

Linus se miró las manos.

—Oh, no creo que sea cierto. Simplemente necesitaba...

—Necesitaba escucharlo en voz alta —dijo Arthur—. Y


puedo imaginar que vino de la mejor persona.

Linus levantó la cabeza.

—Eso ciertamente no es cierto. Debería haber venido de


ti. —Hizo una mueca—. No es una advertencia. Quise decir que
no era mi lugar sugerir tales cosas.

Arthur ladeó la cabeza.

—¿Y por qué no?

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—Porque yo no… no debería interactuar. Al menos no en
un nivel tan personal.

—Va en contra de sus NORMAS Y REGULACIONES.

Linus asintió cuando Sam Cooke dio paso a The


Penguins, cantando sobre su Ángel de la Tierra. Causó que su
corazón tropezara en su pecho.

—Lo es.

—¿Por qué crees que es eso?

—Es lo que se requiere de alguien en mi posición. Porque


me permite seguir siendo neutro. Imparcial.

Arthur sacudió la cabeza.

—Estos niños no son animales. No estás en un safari


con binoculares, observándolos desde la distancia. ¿Cómo se
supone que debes evaluar a los niños si ni siquiera te tomas el
tiempo para conocerlos? Son personas, Linus. Aunque algunos
de ellos se vean diferentes.

Linus se erizó.

—Nunca sugerí tal cosa.

Arthur suspiró.

—Lo sé… me disculpo. Eso fue... una simplificación


excesiva. He tratado con prejuicios durante mucho tiempo.
Tengo que recordarme a mí mismo que no todos piensan de
esa manera. Mi punto es que hiciste algo notable por un chico
que vino a nosotros y del que solían burlarse. Te escuchó,
Linus. Él aprendió de ti, y era una lección que necesitaba que
le enseñaran. No creo que pudiera haber pedido un mejor
maestro en ese sentido.

—No sé de eso —dijo Linus con rigidez—. Solo hice lo


que pensé que era correcto. Solo puedo imaginarme por lo que

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El Mar Cerúleo
ha pasado, y tú también, como el dueño de esta casa.
Especialmente con niños tan únicos.

—Sí —dijo Arthur. Había algo en su voz que Linus no


pudo identificar—. Como dueño de esta casa, por supuesto. Es
por eso que, ¿cómo lo expresaste poco después de tu llegada?
No los dejo irse.

—Podría haberlo redactado mejor —admitió Linus—.


Especialmente sabiendo lo que sé ahora.

—No, no creo que pudieras haberlo hecho. Llegaste al


meollo del asunto de manera bastante limpia. Prefiero la
franqueza a la ofuscación. Las cosas se pierden en la
traducción. Por eso, cuando te digo que creo que ayudaste a
Sal, me refiero a cada palabra. No le pregunté por qué movió el
escritorio. Solo le pregunté si había tenido ayuda. Me dijo que
sí. Y que fuiste tú. No fue difícil llenar los espacios en blanco
después de eso.

—Fue simplemente una sugerencia —dijo Linus,


incómodo con los elogios—. Le dije que, aunque estaba bien
querer sentirse pequeño, no debería olvidar que puede ser
grande cuando quiera… Espero que no estuviera demasiado
fuera de lugar.

—No creo que fuera así. Creo que fueron las palabras
correctas en el momento correcto. Como dije antes, él está
sanando. Y con esa curación viene la confianza, aunque debe
ganarse. Creo que vas por el buen camino.

—Entonces me sentiría honrado.

—¿Lo harías? Eso no suena como si fuera apropiado.


Estoy seguro que las NORMAS Y REGULACIONES...

Linus se burló.

—Sí, sí. Te escucho.

Arthur sonrió.

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El Mar Cerúleo
—¿Tú lo haces? Me gusta mucho eso. Gracias.

—¿Por?

Él se encogió de hombros.

—Lo que sea que estés haciendo.

—Eso es... vago. Por lo que sabes, podría estar


escribiendo en mis informes que este lugar no es adecuado, y
tú tampoco.

—¿Es eso lo que estás escribiendo?

Linus vaciló.

—No. Pero eso no significa que no tenga preocupaciones,


o que mi mente este decidida.

—Por supuesto no.

—Pero me lleva a cierto punto. Si aún quieres que sea


franco.

Arthur cruzó las manos sobre su regazo.

—Lo aprecio, de hecho.

—Ni siquiera sabes lo que voy a decir.

—No. No lo sé. Pero lo piensas y no creo que lo digas sin


haberlo pensado. Vamos a ver.

Linus echó un vistazo al disco mientras cambiaba a


Buddy Holly, cantando sobre por qué tú y yo conoceremos
formas de amor verdaderas. El hecho que fuera otra canción
de amor apenas cruzó por la mente de Linus; se centró más en
el hecho que todos estos cantantes diferentes estaban en el
mismo disco. Nunca había oído hablar de tal colección antes.

—Creo que deberíamos llevar a los niños a una


excursión fuera de la isla.

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T. J. KLUNE La Casa En
El Mar Cerúleo
Buddy Holly cantó en el silencio.

—¿Nosotros?

Linus se encogió de hombros torpemente.

—Tú, Zoe y los niños. Yo también podría ir, para vigilar


las cosas. Creo que les haría bien. Solo para que no estén... —
Echó un vistazo a su informe—. Aislados.

—¿Y a dónde los llevaríamos?

Linus decidió seguir el juego, a pesar que Arthur


conocería el pueblo mejor que él.

—Vi una heladería cuando estuve en la ciudad la


semana pasada. Quizás un regalo esté bien. O al cine, aunque
no sé si a Sal le gustaría con lo sensible que es su audición. Al
estar tan cerca del mar, estoy seguro que el pueblo es un
destino turístico. Pero dado que es temporada baja, no habrá
tanta gente alrededor. Tal vez podríamos llevarlos a un museo,
si existe alguno. Darles un poco de cultura.

Arthur lo miró fijamente.

A Linus no le gustó.

—¿Qué?

—Cultura —repitió.

—Solo es una idea. —Se sentía a la defensiva de nuevo.


Le gustaban los museos. Intentaba ir al museo de historia
cerca de su casa al menos algunas veces al año los fines de
semana. Siempre encontraba algo nuevo en todo tan viejo.

Por primera vez desde que lo conocía, Arthur parecía


inseguro.

—No quiero que les pase nada.

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El Mar Cerúleo
—Yo tampoco —dijo Linus—. Y si lo permites, yo
también estaré allí. Puedo ser bastante protector cuando lo
necesito. —Se palmeó el estómago—. Hay mucho de mí para
intentar derribar.

La mirada de Arthur se deslizó por el frente de Linus,


mirando sus dedos.

Linus dejó caer su mano sobre su regazo.

Arthur volvió a mirarlo.

—Sé lo de la balsa.

Linus parpadeó.

—¿Lo sabes? ¿Cómo? Zoe dijo...

—Un poco de aquí y de allá. Apreció tu mensaje en


respuesta. Más de lo que probablemente puedas saber.
Hablaré con los niños. Quizás el sábado después del próximo.
Será el último sábado completo que estés aquí. No habrá
tiempo después. Te habrás ido.

No. No lo habría. El tiempo nunca se detenía, aunque a


menudo se sentía elástico.

—Supongo que lo haré.

Arthur se puso de pie.

—Gracias.

Linus también se levantó.

—Sigues diciendo eso, y no sé si lo merezco.

Ahora las puntas de sus zapatos se tocaban. Sus rodillas


chocaron juntas. Y, sin embargo, Linus no dio un paso atrás.
Tampoco Arthur.

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El Mar Cerúleo
—Sé que no crees que lo merezcas —dijo Arthur en voz
baja—. Pero no digo cosas que no quiero decir. La vida es
demasiado corta para eso. ¿Te gusta bailar?

Linus exhaló pesadamente mientras miraba a Arthur.


Los Moonglows comenzaron a cantar sobre los diez
mandamientos del amor.

—No lo sé. Creo que podría tener dos pies izquierdos,


sinceramente.

—Lo dudo mucho. —Arthur asintió. Levantó la mano


como si fuera a tocar el costado de la cara de Linus, pero cerró
la mano en un puño y dio un paso atrás. Sonrió con fuerza—.
Buenas noches, Linus.

Luego se fue como si nunca hubiera estado allí. Linus


apenas oyó la puerta cerrarse detrás de él.

Permaneció en la casa vacía mientras el disco giraba


lentamente, cantando canciones de amor y anhelo.

Justo cuando estaba a punto de girar y apagarlo, hubo


un destello brillante de luz naranja a través de la ventana.

Se apresuró hacia adelante, mirando hacia la oscuridad.

Podía ver el contorno de los árboles. De la casa principal.


Del jardín.

Pero nada más.

Decidió que estaba cansado. Que sus ojos le estaban


jugando una mala pasada.

Cuando apagó el tocadiscos y comenzó a pasar la noche,


nunca se le pasó por la cabeza que hubiera olvidado preguntar
por la puerta del sótano.

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El Mar Cerúleo
Todavía estaba distraído dos días después cuando Zoe
los llevó a la aldea. Merle no había hablado mucho, por lo que
Linus estaba agradecido. No creía que pudiera lidiar con los
comentarios sarcásticos del barquero.

Pero eso también permitió que Linus se perdiera en sus


propios pensamientos. De lo que estaba pensando,
exactamente, no podía estar seguro; sentía que su mente daba
vueltas, atrapado en una tromba de agua que se elevaba desde
la superficie del mar.

—Estás tranquilo.

Saltó un poco y se volvió para mirar a Zoe. Las flores en


su cabello eran uniformemente doradas. Llevaba un vestido
blanco, aunque estaba descalza.

—Perdóname. Estaba pensando.

Ella resopló.

—¿Sobre qué?

—A decir verdad, no estoy muy seguro.

—¿Por qué no te creo?

Él la fulminó con la mirada.

—No es para que creas o no creas. Es simplemente como


es.

Ella tarareó por lo bajo.

—Los hombres son criaturas estúpidas.

—¡Oye!

—Lo sois. No sé por qué. Tercos, obstinados y estúpidos.


Sería entrañable si no fuera tan frustrante.

—No tengo ni idea de lo que estás hablando.

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El Mar Cerúleo
—Ahora si te creo. Desafortunadamente.

—Solo conduce, Zoe —murmuró mientras la puerta


bajaba frente a ellos. Merle los rechazó hoscamente. Ni siquiera
les gritó que se apresuraran en regresar.

El hombre de la oficina de correos seguía siendo tan


grosero como la semana anterior. Gruñó cuando Linus le
entregó el informe sellado dentro del sobre. Linus pagó la tarifa
y preguntó si había alguna correspondencia para él.

—La hay —murmuró el hombre—. Llegó hace un par de


días. Si no estuvieras en esa isla, tal vez podrías haberla
conseguido un poco antes.

—Tal vez si entregaras a la isla como estoy seguro que lo


haces en cualquier otro lugar, no tendríamos esta discusión —
espetó Linus.

El hombre murmuró por lo bajo, pero le entregó un sobre


delgado dirigido a él.

Linus ni siquiera se molestó en agradecérselo,


sintiéndose repentinamente audazmente vengativo. ¿Por qué?
Ni siquiera se despidió cuando salió de la oficina de correos.
Era positivamente escandaloso.

—Eso le enseñará —se dijo a sí mismo mientras salía a


la acera. Casi se dio la vuelta y volvió a entrar para disculparse,
pero de alguna manera logró detenerse. En cambio, abrió el
sobre con cuidado, sacando la hoja de papel.

MEMORANDUM DE LA GERENCIA EXTREMADAMENTE SUPERIOR


DEL DEPARTAMENTO A CARGO DE LA JUVENTUD MAGICA

Señor Baker

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T. J. KLUNE La Casa En
El Mar Cerúleo
Gracias por su informe inicial. Fue muy esclarecedor sobre el
funcionamiento del Orfanato Marsyas. Como siempre, fue muy
minucioso sobre los temas que está investigando.

Le advertimos, sin embargo, contra la editorialización. Si bien podemos


apreciar su frustración por lo que usted percibe como falta de
información, le recordamos que no estamos tratando con niños comunes
aquí. Y que alguien en su posición no necesariamente debe cuestionar
las decisiones tomadas por la Gerencia Extremadamente Superior.

Además, tenemos algunas preocupaciones con respecto a Zoe


Chapelwhite. Si bien sabíamos de su presencia en la isla (tut-tut, señor
Baker), no sabíamos que ella estaba tan entrelazada en la vida de los
niños. ¿Está involucrada románticamente con el señor Parnassus? ¿Pasa
tiempo a solas con los niños? Si bien la niña sprite Phee ciertamente
podría aprender de un anciano de su clase, instamos a la precaución si
la señora Chapelwhite está haciendo algo más que eso. Ella no está
registrada. Si bien parece estar actualmente fuera de nuestro alcance, el
orfanato no lo está, e incluso un solo paso en falso podría resultar
desastroso. Si ocurre algo desagradable en la casa, debe documentarse.
Por la seguridad de los niños, por supuesto.

Además, una solicitud: su informe incluía muchos detalles sobre los


niños de la casa. Sin embargo, cuando se trataba del señor Parnassus,
nos pareció que faltaba bastante. Si su informe secundario no incluye
más detalles sobre el dueño de la casa, le pedimos que su tercer informe
proporcione más información sin dejar de ser completamente objetivo.
Esté atento, señor Baker. Arthur Parnassus tiene una larga historia con
Marsyas, y conocerá la isla hacia atrás y hacia adelante. Manténgase
alerta. Incluso las personas más encantadoras tienen secretos.

Esperamos sus nuevos informes.

Sinceramente,

CHARLES WERNER

GERENCIA EXTREMADAMENTE SUPERIOR

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T. J. KLUNE La Casa En
El Mar Cerúleo
Linus miró la carta al sol de otoño durante mucho
tiempo.

Tanto tiempo, de hecho, que más tarde se sintió


sorprendido por un claxon. Levantó la vista para ver a Zoe
estacionada frente a él, entrecerrando los ojos por el
parabrisas. Ya estaban los víveres en bolsas en el asiento
trasero. Había hecho sus compras y regresado, y Linus no se
había movido del frente de la oficina de correos.

—¿Todo está bien? —preguntó mientras se acercaba al


coche.

—Bien —dijo. Antes de abrir la puerta, dobló la carta y


la puso de nuevo dentro del sobre—. Todo está bien.

Se metió dentro del coche. Estaba tan bien, de hecho,


que no podía mirarla. En cambio, miró al frente.

—Parece que no es así.

—Nada de qué preocuparse —dijo, demasiado


brillante—. Vamos a casa, ¿de acuerdo?

—A casa —ella estuvo de acuerdo en voz baja. Se apartó


de la acera y dejaron atrás el pueblo.

De repente, dijo:

—Arthur.

—¿Qué pasa con él?

—Es diferente.

Sintió que Zoe lo miraba, pero miró resueltamente al


frente.

—¿Lo es?

—Creo que sí. Y creo que lo sabes.

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El Mar Cerúleo
—No es como nadie más —estuvo de acuerdo.

—¿Lo conoces desde hace mucho tiempo?

—El tiempo suficiente.

—Sprites —murmuró. Luego dijo—: Sabe lo de la balsa.

Por el rabillo del ojo, vio sus manos apretarse en el


volante.

—Por supuesto que lo sabe.

—No suenas sorprendida.

—No —dijo lentamente—. No creo que lo esté.

Él esperó a que ella se explicara.

No lo hizo.

Linus agarró el sobre en sus manos.

—¿Qué hay en la agenda hoy? —preguntó, tratando de


disipar la gruesa tensión en el coche—. ¿Otra aventura como
el sábado pasado? Supongo que podría ser convencido de
volver a ponerme el disfraz. Si bien no era mi favorito, no me
importó tanto como esperaba.

—No —dijo Zoe, con el pelo al viento—. Este es el tercer


sábado del mes.

—¿Qué significa?

Zoe le sonrió, aunque su sonrisa no era tan brillante


como lo era normalmente.

—Significa un picnic en el jardín.

Linus parpadeó.

—Oh, eso no suena tan…

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El Mar Cerúleo
—Es el turno de Chauncey para elegir el menú. Prefiere
el pescado crudo. Tiene algunas recetas experimentales
nuevas que va a probar.

Linus suspiró.

—Claro que lo es. —Pero se encontró luchando contra


una sonrisa, y una vez que regresaron al ferry en dirección a
la isla, incluso Merle no pudo bajarle el ánimo. La carta de la
Gerencia Extremadamente Superior estaba en lo más alejado
de su mente. Esperaba que no hubiera pez globo. Había
escuchado que eran venenosos.

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T. J. KLUNE La Casa En
El Mar Cerúleo

Trece

Departamento a cargo de la Juventud Mágica

Informe de caso # 3 Orfanato Marsyas

Linus Baker, trabajador social BY78941

Juro solemnemente que el contenido de este informe es exacto y


verdadero. Según las pautas de DICOMY, entiendo que cualquier
falsedad descubierta dará lugar a censura y podría dar lugar al despido.

Este informe cubrirá mis observaciones de mi tercera semana en la isla.

Al pensar en el contenido de mi informe anterior, abordé un problema


específico con el señor Parnassus: el aislamiento percibido de los niños
de Marsyas. Entiendo su vacilación; Como indiqué en el informe # 2, hay
un aura extraña de prejuicios sobre la aldea. Y aunque parece estar más
concentrado que, por ejemplo, en la ciudad, supongo que es solo por la
proximidad del pueblo a la isla.

Intento ponerme en la piel de los aldeanos; viven cerca de una casa


antigua en una isla habitada por jóvenes mágicos. Pero dado que los
niños se mantienen alejados, permite que los rumores corran
desenfrenados. Si bien algunos de los niños son ciertamente atípicos, eso
no significa que no se les debe permitir ingresar a la aldea cuando lo
deseen.

El señor Parnassus parece reacio, aunque prometió pensar en ello. Me


parece fascinante, el vínculo que ha creado con los niños. Se preocupan
mucho por él y creo que lo ven como una figura paterna. Nunca habiendo

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T. J. KLUNE La Casa En
El Mar Cerúleo
sido dueño de un orfanato, no puedo dar fe de la fuerza que uno debe
tener para dirigir un hogar así. Si bien es ciertamente inusual, creo que
les funciona.

Sin embargo, también podría funcionar en su contra. Como tendrán que


abandonar la isla algún día, no siempre pueden depender del señor
Parnassus. En mis tratos anteriores con otros maestros en diferentes
orfanatos, he visto de todo, desde una indiferencia insípida hasta una
crueldad absoluta. Si bien puedo respetar las NORMAS Y
REGULACIONES, creo que debería decirse que son pautas en lugar de
leyes reales. E incluso entonces, las pautas se escribieron hace décadas
y nunca se han actualizado. ¿Cómo se supone que debemos hacer
cumplir algo que no ha cambiado con los tiempos?

Me pidieron que agregara más detalles sobre el señor Parnassus. Esto es


lo que aprendí:

Phee es un duende del bosque, bajo la tutela ocasional de Zoe


Chapelwhite. Y creo que, debido a esto, le ha permitido tener más control,
posiblemente mayor que cualquier otro sprite infantil que haya conocido,
aunque sean pocos. Y aunque le toma tiempo, puede cultivar árboles y
flores como nunca antes había visto. Creo que la señora Chapelwhite la
ha ayudado en eso.

Theodore es un wyvern, sí, y cuando típicamente pensamos en uno como


él, mientras consideramos que es raro, nosotros (sí, nosotros) tendemos
a pensar en ellos como animales. Puedo asegurarle a la Gerencia
Extremadamente Superior que ese no es el caso. Theodore es capaz de
tener pensamientos y sentimientos complejos, como cualquier humano.
Es inteligente e ingenioso. Ayer, después de recuperarme de un ataque
de intoxicación alimentaria provocada por la ingestión de pescado crudo,
vino solo a la casa de huéspedes donde resido y me preguntó si podía
mostrarme parte de su tesoro. Observe mi uso de la palabra preguntar.
Porque él tiene lenguaje, aunque podría no ser lo que estamos
acostumbrados a escuchar. E incluso en mi poco tiempo aquí, he podido
captar las cadencias de sus chirridos.

Talia es una niña bastante gruñona, pero lo atribuí a que era una gnoma.
Al menos inicialmente, dado que eso es lo que me enseñaron sobre su
especie. Creo que nuestra percepción está coloreada por lo que nos
enseñan. Incluso cuando somos niños, se nos dice que el mundo es de
cierta manera, y estas son las reglas. Así son las cosas, y una de esas
cosas es que los gnomos tienen mal genio y te darán en la cabeza con
una pala tanto como mirarte. Y si bien esto podría describir a Talia en un

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T. J. KLUNE La Casa En
El Mar Cerúleo
nivel superficial, uno podría argumentar que ese sería el caso con la
mayoría de las niñas preadolescentes. No es un rasgo de especie. Son las
hormonas. Uno solo necesita pasar el tiempo con ella para sumergirse
bajo la superficie de esas olas de bravuconería para ver que protege
ferozmente a las personas que le importan. Los gnomos, como sabemos,
viven en lo que se conoce como donsy. Al menos lo hicieron cuando sus
números eran mayores. Talia ha hecho uno aquí.

Chauncey está aquí simplemente por lo que es. Y dado que no sabemos
exactamente qué es, DICOMY necesitaba un lugar para ubicarlo. Creo
que, y esto no es editorializar tanto como se basa en la experiencia, se le
considera clasificado en el nivel cuatro simplemente por su aspecto. Le
dijeron repetidamente que era un monstruo: niños, maestros, personas
en posiciones que deberían haberle conocido mejor. Cuanto más golpeas
a un perro, más se encoge cuando se levanta una mano. Y, sin embargo,
a pesar que Chauncey ha sido golpeado verbalmente antes de llegar a
Marsyas (no pienso físicamente, aunque las palabras pueden ser igual de
duras), es un niño brillante y amoroso. Él sueña. ¿Eso se entiende?, me
pregunto Sueña con un futuro que tal vez nunca tenga. Y aunque sus
sueños pueden parecer pequeños, siguen siendo suyos y solo suyos.

Sal es el más reticente del grupo. Abusaron físicamente de él antes de su


llegada a la isla. Eso se ha documentado claramente, aunque no se
proporcionó en los archivos que me dieron. El señor Parnassus me
mostró el incidente.

Informes firmados por DICOMY en las instancias específicas. El hecho


que esto sucediera es una parodia. El hecho que le haya sucedido a un
niño tímido y recatado es inaceptable. Sal ha estado aquí la menor
cantidad de tiempo y todavía tiene un largo camino por recorrer antes de
creer en que se recuperará por completo. Pero creo que lo hará, porque a
pesar que seguramente se sorprenderá con el más pequeño de los
sonidos, está floreciendo justo ante mis propios ojos. Le encanta escribir,
y he tenido la suerte de leer algunos de sus trabajos. Espero que veamos
grandes cosas de él, dada la oportunidad. Aunque no me alegra volver a
hacer la comparación de que un perro se encogerá de miedo hasta que
no pueda encogerse más. Necesita ser alentado, no asustado.

Tal vez se pregunte, como estoy seguro que lo hace, qué tiene que ver esto
con el señor Parnassus. No tiene nada que ver con él. Es gracias a él que
estas cosas son posibles. Esto no es simplemente un orfanato. Es una
casa de curación, y creo que es necesaria. Había una poeta, Emma
Lázaro, que escribió: “Dame tu cansados, tus pobres y agrupados anhelos
para que respiren libremente”.

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El Mar Cerúleo
Notarán, estoy seguro, que todavía no he mencionado a Lucy.

Han pasado dos días desde que comencé este informe. Me he tomado mi
tiempo, dado que encontrar las palabras correctas parece ser de suma
importancia. Anoche hubo un evento. Fui despertado de un sueño
profundo por el más extraño de los incidentes...

Eso podría haber sido un eufemismo.

Linus jadeó despierto, levantándose en su cama, la


mano apretada contra su pecho, su corazón latía rápidamente.
Estaba desorientado, inseguro de lo que estaba sucediendo.
Sus ojos se acostumbraron a la oscuridad y le llevó un
momento comprender lo que estaba viendo.

La casa parecía estar encogiéndose.

El techo de arriba estaba mucho más cerca de lo que


había estado cuando se había ido a dormir.

—¿Qué demonios? —exclamó.

Escuchó un maullido venir de algún lugar debajo de él.


Miró por el costado de la cama, solo para ver que no era la casa
la que se estaba encogiendo. No, la razón por la que el techo
parecía mucho más cerca era porque la cama flotaba a un
metro y medio del suelo.

—Oh, querido —dijo Linus, agarrando el edredón


mientras Calliope lo miraba con los ojos brillantes en la
oscuridad, moviendo la cola.

Linus nunca antes había estado en una cama flotante.


Se pellizcó bastante fuerte para asegurarse que no estaba
soñando.

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El Mar Cerúleo
No lo estaba.

—Oh, querido —dijo de nuevo.

Y entonces oyó un rugido bajo y retumbante proveniente


de fuera de la casa.

Acercó el edredón hasta la barbilla mientras la cama se


balanceaba suavemente.

Parecía la opción más segura.

Calliope maulló de nuevo.

—Lo sé —se las arregló para decir con la voz


amortiguada por la pesada manta—. Probablemente no sea
nada, ¿verdad? Debería volver a dormir. Eso sería lo mejor
para todos. Por lo que sé, esto es algo que sucede todo el
tiempo.

La cama se inclinó bruscamente hacia la derecha, y


Linus apenas logró gritar antes de golpear el suelo, las
almohadas y las mantas llovían a su alrededor.

Él gimió cuando rodó sobre su espalda.

Calliope lamió su cabello. Nunca entendía por qué los


gatos hacían eso.

—Bueno, obviamente ahora estoy despierto —dijo,


mirando la cama sobre él—. También podría ver de qué se trata
todo esto. Quizás sea solo... un terremoto. Sí. Un terremoto, y
casi ha terminado.

Se levantó del suelo, golpeándose la cabeza contra el


bajo de la cama. Se frotó la frente mientras murmuraba para
sí mismo. Se las arregló para encontrar sus zapatos, que
afortunadamente todavía parecían estar anclados al suelo. Se
los puso y salió de la habitación, Calliope lo siguió de cerca.

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El Mar Cerúleo
La silla en la sala de estar flotaba, girando
perezosamente en el aire.

El tocadiscos portátil se encendía y apagaba. Las luces


parpadeaban.

—Puedo lidiar con la mayoría de las cosas —le susurró


a Calliope—. Pero creo que trazaré la línea con los fantasmas.
No creo que me guste mucho la idea de ser perseguido.

Ese sonido retumbante volvió a ocurrir, y sintió que


vibraba por el suelo. Pero parecía provenir de fuera de la casa,
y aunque era reacio a hacerlo, abrió la puerta principal.

Las luces parpadeaban en la casa principal. Le


recordaba la brillante luz naranja que había visto después que
el señor Parnassus se hubiera ido unas noches antes, pero no
era lo mismo. Parecía que algo sucedía dentro de la casa
principal. Y aunque no quería nada más que cerrar la puerta
y fingir que nada de esto estaba sucediendo, salió del porche
al césped.

Y rápidamente gritó cuando una mano cayó sobre su


hombro.

Se dio la vuelta para ver a Zoe parada detrás de él, con


una mirada de preocupación en su rostro.

—¿Por qué haces eso? —le gruñó a ella—. ¿Estás


tratando de enviarme pronto a la tumba? ¡Es como si
disfrutaras asustándome!

—Es Lucy —dijo en voz baja, con las alas brillando


detrás de ella a la luz de la luna. Ella se veía etérea—. Está
teniendo una pesadilla. Debes venir de inmediato.

Los niños estaban abajo en la casa principal, de pie


juntos, mirando hacia el techo. Estaban acurrucados
alrededor de Sal, que tenía el ceño fruncido. Todos parecieron
aliviados cuando vieron a Linus y a Zoe.

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El Mar Cerúleo
—¿Estáis todos bien? —preguntó Linus—. ¿Alguien está
herido?

Sacudieron sus cabezas.

—A veces sucede —dijo Phee, cruzando los brazos sobre


su delgado cuerpo—. Sabemos qué hacer cuando lo hace,
aunque no ha sucedido en meses.

—¡Eso no significa que sea malo! —gritó Chauncey, con


los ojos corriendo alrededor—. Él solo... sacude las cosas.
Como nuestras habitaciones. Y toda la casa.

—Y el hecho que pueda sacudir toda la casa no significa


que quiera lastimarnos —dijo Talia con los ojos entrecerrados.

Theodore chirrió su acuerdo desde su posición sobre el


hombro de Sal.

—Sabemos que no nos haría nada —dijo Sal en voz


baja—. Y puede parecer aterrador, pero no es su culpa. No
puede evitar ser quién es.

Linus tardó un momento en darse cuenta de lo que


estaban haciendo: pensaron que iba a usar esto contra Lucy.
Contra ellos. Eso dolía más de lo que esperaba, aunque lo
entendió. Si bien podrían haber comenzado a confiar poco a
poco en él, seguía siendo un trabajador social de DICOMY. Aún
estaba aquí investigando. Y esto, sin importar lo que fuera, no
se vería bien.

—Me alegra que estéis a salvo —dijo Linus, ignorando la


punzada en el pecho—. Eso es lo importante.

Phee parecía preocupada.

—Por supuesto que estamos a salvo. Lucy no nos haría


nada.

—Lo sé —dijo Linus.

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El Mar Cerúleo
No parecían creerle.

Se escuchó otro rugido desde las escaleras. Parecía que


algo monstruoso se había despertado.

Linus suspiró. No sabía por qué decidió que ahora era el


momento perfecto para probar su temple.

—¿Te quedas aquí con ellos? —le preguntó a Zoe.

Parecía que estaba a punto de objetar, pero luego


asintió.

—Si es lo que quieres.

Lo que Linus quería era seguir dormido en su cama, pero


eso estaba fuera de discusión. Dijo:

—Lo es. ¿Crees que necesitas sacarlos de la casa?

Observó los muebles flotando alrededor de ellos con


cautela.

—No. No les hará daño.

Y por razones que Linus no podía explicar, confiaba en


ella.

Confió en ellos.

Sonrió débilmente a los niños antes de girarse hacia las


escaleras.

—¡Señor Baker!

Miró por encima del hombro.

Chauncey lo saludó con la mano.

—¡Me gusta tu pijama!

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—Um. Gracias, eso es muy... ¿Alejarías tu brazo? ¡No
consigues propinas por decir cumplidos! —Chauncey suspiró
y dejó caer su tentáculo.

Talia se acarició la barba.

—Recuerda, si ves algo... extraño, es solo una


alucinación.

Él tragó saliva.

—Oh. Eso es... un consejo maravilloso. Muy apreciado.

Ella se sonrojó.

La barandilla de las escaleras parecía vibrar bajo su


mano mientras daba un paso tras otro. Las imágenes y
pinturas en las paredes giraban en círculos perezosos.
Escuchó fuertes sonidos de música, fragmentos de una docena
de canciones diferentes que reconoció. Había grandes bandas
y jazz y rock 'n' roll y ecos del día en que la música murió, Big
Bopper, Buddy Holly y Ritchie Valens cantaban a su alrededor
con voces fantasmales.

Llegó a la cima de las escaleras. Todas las puertas,


aparte de la que estaba al final, estaban abiertas. Dio otro paso
y todas se cerraron de golpe. Jadeó, dando un paso atrás
cuando el pasillo comenzó a retorcerse, la madera crujía. Cerró
los ojos, contó hasta tres y volvió a abrirlos.

El pasillo estaba como siempre.

—Está bien, viejo —murmuró para sí mismo—. Puedes


hacerlo.

Las puertas permanecieron cerradas cuando las pasó,


aunque las luces parpadearon detrás de ellas, iluminando el
suelo en ráfagas rápidas. La música era más fuerte cuando se
acercaba a la puerta al final, y era como si cada disco que se
hubiera hecho se estuviera reproduciendo al mismo tiempo,

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El Mar Cerúleo
una cacofonía de sonido que hacía rechinar los dientes de
Linus en sus cuencas.

Tuvo la ridícula idea de tocar cuando llegó a la última


puerta, pero sacudió la cabeza. Respiró hondo mientras ponía
la mano en el pomo y lo giraba.

La música murió cuando se abrió la puerta.

Linus pensó que había captado un destello de luz


naranja por el rabillo del ojo, pero se desvaneció antes que
pudiera descubrir de dónde provenía.

La puerta del dormitorio de Lucy estaba abierta de par


en par, colgando ligeramente de sus bisagras.

Lucy mismo estaba en el centro de la habitación, con las


manos extendidas lejos de él como alas, con los dedos tensos.
Los discos que adornaban sus paredes lo rodeaban
lentamente. Algunos se habían agrietado y astillado. Su cabeza
había caído hacia atrás y sus ojos estaban abiertos, pero
estaban blancos y sin ver. Tenía la boca abierta y las cuerdas
vocales le sobresalían del cuello.

Arthur estaba arrodillado ante él, con una mano


alrededor del cuello de Lucy. Miró a Linus, con los ojos muy
abiertos, antes de volverse hacia Lucy. Comenzó a susurrar
algo que Linus no pudo entender, pero el tono era suave y
relajante. Apretó ligeramente el cuello de Lucy.

Linus dio un paso más cerca.

—Y sé que tienes miedo —decía Arthur—. Y sé que a


veces ves cosas cuando cierras los ojos que nadie debería ver
nunca. Pero hay bien en ti, Lucifer, abrumadoramente. Yo sé
que lo hay. Eres especial. Eres importante. No solo para los
demás. También para mí. Nunca ha habido nadie como tú
antes, y te veo por todo lo que eres y todas las cosas que no
eres. Ven a casa. Todo lo que quiero es que vuelvas a casa.

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El Mar Cerúleo
Lucy arqueó la espalda como electrificada. Su boca se
abrió más, casi imposiblemente. Ese rugido llegó de nuevo,
saliendo de su garganta. Estaba oscuro y retorcido, y los ojos
de Lucy brillaban rojos, algo profundo y antiguo que hizo que
la piel de Linus se erizara.

Pero Arthur no lo dejó ir.

Lucy se relajó, cayendo hacia adelante. Arthur lo atrapó.


Las cortinas en las ventanas dejaron de revolotear.

Los discos cayeron al suelo, algunos de ellos se


rompieron en pequeños pedazos que se dispersaron por el
suelo.

—¿Arthur? —preguntó Lucy con la voz quebrada—.


¿Arthur? ¿Qué pasó? ¿Dónde estoy? Oh. Oh, Arthur.

—Estoy aquí —dijo Arthur, abrazándolo. Lucy enterró su


rostro en el cuello de Arthur y comenzó a sollozar con su
pequeño cuerpo temblando—. Estoy aquí.

—Fue tan malo —gritó Lucy—. Estaba perdido, y había


arañas. No podía encontrarte. Sus redes eran muy grandes, y
estaba perdido.

—Pero me encontraste —dijo Arthur a la ligera—. Porque


estás aquí. Y el señor Baker también está aquí.

—¿Lo está? —sollozó Lucy. Giró la cara para mirar hacia


la puerta. Su cara estaba manchada y surcada de lágrimas—.
Hola, señor Baker. Lo siento si te desperté. No quise hacerlo.

Linus sacudió la cabeza, luchando por encontrar las


palabras correctas.

—No hay necesidad de disculparse, querido muchacho.


Tengo el sueño ligero. —Tenia cualquier cosa menos eso. Su
madre siempre decía que una estampida de caballos salvajes

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El Mar Cerúleo
no podría despertarlo—. Me alegra que estés bien. Eso es lo
más importante de todo.

Lucy asintió.

—A veces tengo malos sueños.

—Yo también.

—¿Los tienes?

Linus se encogió de hombros.

—Creo que es parte de estar vivo. Pero incluso si tiene


malos sueños, debes recordar que son solo eso: sueños.
Siempre te despertarás de ellos y se desvanecerán, tarde o
temprano. He descubierto que despertarse de un mal sueño
trae una sensación de alivio diferente a cualquier otra cosa en
el mundo. Significa que lo que estabas viendo no era real.

—Rompí mis discos —dijo Lucy con amargura. Se apartó


de Arthur y se pasó un brazo por la cara—. Me gustaban
mucho y ahora están rotos. —Miró patéticamente los
fragmentos de plástico negro brillantes en el suelo.

—Nada de eso —advirtió Linus—. Estos eran solo los que


estaban en tu pared, ¿verdad? —Se adentró más en la
habitación y se agachó junto a Lucy, recogiendo un disco roto.

—No todos ellos —dijo Lucy—. Algunos eran los que


estaba escuchando. Incluso eran mis favoritos.

—¿Puedo decirte algo?

Lucy asintió, mirando sus discos.

Linus recogió otra pieza. Parecía encajar con la pieza que


ya tenía. Los empujó juntos frente a Lucy. Se unieron
perfectamente, formando un todo.

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El Mar Cerúleo
—Cuando algo está roto, puedes volver a armarlo. Puede
que no encaje exactamente igual o que funcione como lo hizo
antes, pero eso no significa que ya no sea útil. ¿Ves? Un poco
de pegamento y un poco de suerte, y será justo como la lluvia.
Por qué, colgado en tu pared, ni siquiera podrías notar la
diferencia.

—Pero, ¿qué pasa con los que escucho? —preguntó Lucy


con un sollozo—. Los que estaban en las paredes ya estaban
rayados.

Linus vaciló. Pero antes que pudiera pensar en algo que


decir, Arthur lo golpeó.

—Hay una tienda de discos en el pueblo.

Linus y Lucy lo miraron.

—¿La hay? —preguntó Lucy.

Arthur asintió lentamente. Tenía una expresión extraña


en su rostro.

—La hay. Podríamos ir allí, si quieres.

Lucy se secó los ojos otra vez.

—¿De verdad? ¿Crees que estaría bien?

—Sí —dijo Arthur. Se puso de pie lentamente—. Creo


que estaría bien. Quizás podríamos pasar el día. Todos
nosotros.

—¿También el señor Baker?

—Si es tan amable —dijo Arthur, sonando divertido—.


Quizás le gustaría elegir discos contigo, ya que ambos tienen
afinidad por la música. Tus gustos superan con creces los
míos.

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El Mar Cerúleo
Lucy se dio la vuelta, con la cara brillante. Linus se
maravilló de la resistencia.

—¿Vas a venir con nosotros, señor Baker? ¡Podríamos


ver música juntos!

Linus se sorprendió. Finalmente logró decir:

—Sí, eso... eso ciertamente sería factible.

—¿Por qué no les dices a los demás que pueden volver a


la cama? —preguntó Arthur—. Estoy seguro que querrán ver
que estás bien.

Lucy le sonrió, algo deslumbrante que causó dolor en el


corazón de Linus.

—¡Bueno! —Salió corriendo por la puerta, gritando por


el pasillo que no estaba muerto, y que nada había salido
ardiendo esta vez y que ¿no era grandioso?

Linus se puso de pie nuevamente, con las rodillas


crujiéndole.

—Envejecer —murmuró, extrañamente avergonzado—.


Sin embargo, supongo que le sucede a los mejores…

—No lastima a nadie —dijo Arthur, con voz dura.

Linus levantó la vista sorprendido. Arthur lo miró con el


ceño fruncido, y esa extraña expresión regresó. Linus no pudo
leerlo en absoluto. Y por qué estaba distraído por el pijama de
Arthur, no lo sabía. Arthur llevaba unos pantalones cortos, las
rodillas pálidas y nudosas. Su camisa estaba arrugada.
Parecía más joven que nunca. Y casi perdido.

—Eso es bueno escucharlo.

—Y sé que probablemente necesitas poner esto en tu


informe —continuó Arthur, como si Linus no hubiera hablado
en absoluto—. No puedo culparte por eso, ni intentaré

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El Mar Cerúleo
detenerte. Pero te pido que recuerdes que Lucy nunca ha
lastimado a nadie. Él es... quise decir lo que dije. Él es bueno.
Hay mucho bien en él. Pero no creo que sobreviva lejos de aquí.
Si este lugar se cerrara, o si fuera trasladado, no sé si él...

Linus no lo pensó antes de extender la mano y coger la


de Arthur. Sus palmas se deslizaron juntas, los dedos
entrelazados. Arthur se aferró con fuerza.

—Entiendo lo que dices.

Arthur pareció aliviado.

Pero antes que pudiera hablar, Linus tuvo que terminar.

—Sin embargo, incluso si no es un peligro para nadie


más, ¿qué pasa con él mismo?

Arthur sacudió la cabeza.

—Eso no es…

—Sin embargo, es por eso que lo mantienes aquí contigo,


¿verdad? Así que siempre está a su alcance si surge la
necesidad.

—Sí.

—¿Se ha lastimado alguna vez?

Arthur suspiró.

—No, no físicamente. Pero él es un experto en


autoflagelación después. Si algo se rompe, sin importar a quién
pertenezca, siempre carga con la culpa sobre sus hombros.

—Algo me dice que sabes un poco sobre eso.

Los labios de Arthur se arquearon.

—Un poco.

—Parece lo suficientemente bien ahora.

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—Independientemente de quién sea, todavía es un niño.
Se recuperan notablemente. Estará bien, creo. Al menos hasta
la próxima. —Arthur entrecerró los ojos ligeramente—. Y yo
también estaré allí para él.

Era un desafío, y uno que Linus no podía cumplir.


Cualquiera que fuera su recomendación, aún dependía de
DICOMY.

—Dijiste que no pasaban a menudo. Al menos ya no. Y


creo que habría notado algo así durante mi tiempo aquí.

—Pensé… esperaba que se le estuviera pasando. —


Arthur sonaba frustrado.

—Entonces, ¿qué provocó esto? ¿Lo sabes? ¿Pasó algo


hoy?

Arthur sacudió la cabeza.

—No que yo sepa. Creo... por muy grotesco que sea, creo
que hay algo cuando dice que tiene arañas en el cerebro. Hay
muchas cosas que no sabemos sobre lo que significa ser el
Anti...

—Ah —reprendió Linus, apretando la mano de Arthur—


. No decimos esa palabra por aquí.

Arthur sonrió bajo.

—No, no creo que lo hagamos. Gracias por recordármelo.


Las arañas, aunque ciertamente no son arañas reales, son una
representación de lo que está sucediendo en su cabeza.
Pequeños hilos de oscuridad entretejidos en su luz.

—Partes de un todo —dijo Linus—. Todos tenemos


nuestros problemas. Tengo una rueda de repuesto alrededor
de mi cintura. Su padre es Satanás. Nada que no pueda
resolverse si nos esforzamos lo suficiente.

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El Mar Cerúleo
Arthur inclinó la cabeza hacia el techo y cerró los ojos
cuando su sonrisa se amplió.

—Me gustas tal como eres.

Linus se sintió sobrecalentado de nuevo. Estaba seguro


que su palma sudaba mucho, pero no pudo encontrar la fuerza
para apartarla.

—Yo… bien. Eso es... supongo que eso es bueno.

—Supongo.

Estaba desesperado por cambiar de tema antes de decir


algo de lo que se arrepentiría. Era una batalla que estaba
perdiendo, pero tenía que luchar.

Soltó la mano de Arthur cuando dijo:

—Entonces, ¿iremos al pueblo? Veo que te has decidido.

Arthur abrió los ojos y suspiró. Miró a Linus.

—Tienes razón. Probablemente sea la hora. Me


preocupo, pero siempre lo haré.

—Estoy seguro que todo estará bien —dijo Linus, dando


un paso atrás—. Y si no es así, te aseguro que diré lo que
pienso. No tengo el tiempo ni la paciencia para no ser grosero.
—Se sentía extrañamente desatado, como si estuviera flotando
fuera de su propio cuerpo. Se preguntó si todo esto parecería
un sueño mañana—. Hora de dormir, creo. Llegará la mañana
antes que nos demos cuenta.

Se giró, seguro que su rostro estaba rojo brillante.


Estaba casi en la puerta cuando Arthur dijo su nombre.

Se detuvo, pero no se dio la vuelta.

—Quise decir lo que dije. —La voz de Arthur era baja.

—¿Sobre qué?

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El Mar Cerúleo
—Me gustas como eres. No sé si alguna vez he pensado
así en alguien que haya conocido.

Linus agarró el pomo de la puerta.

—Eso es... gracias. Es muy amable de su parte decirlo.


Buenas noches, Arthur.

Arthur se rió entre dientes.

—Buenas noches, Linus.

Y con eso, Linus huyó de la habitación.

No durmió el resto de la noche.

Una vez que había empujado su cama a su lugar


correcto en el dormitorio de la casa de huéspedes, se había
derrumbado encima de ella, seguro que se desmayaría después
de la noche que había tenido.

No lo hizo.

En cambio, permaneció despierto, pensando en cómo se


había sentido la mano de Arthur en la suya, la forma en que
encajaban. Era tonto, y muy probablemente peligroso, pero en
la oscuridad silenciosa, no había nadie que pudiera quitárselo.

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Catorce

Merle estaba de pie en el ferry, boquiabierto.

Linus se asomó por la ventana abierta desde el asiento


del pasajero delantero.

—¿Vas a bajar la puerta?

Merle no se movió.

—Hombre inútil —murmuró Linus—. No sé por qué se


supone que debemos confiar en dejarle a cargo de un gran
barco. Me sorprende que todavía no haya matado a nadie.

—¿Nos vamos a estrellar y hundir en el mar y tal vez


morir? —preguntó Chauncey—. Eso sería genial.

Linus suspiró. Realmente necesitaba aprender a


censurarse mejor. Se dio la vuelta para mirar en la parte
trasera de la camioneta. Seis niños lo miraban con diversos
grados de interés ante la idea de hundirse en el mar y morir,
Lucy y Chauncey más que los demás.

Zoe, sentada en la tercera fila, arqueó una ceja,


indicándole sin una sola palabra que este era su desorden y
que bien podría reconocerlo.

Esperaba no vivir para lamentar esto. Lo más probable


era que lo hiciera.

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—No vamos a hundirnos en el mar y morir —dijo Linus,
con la mayor paciencia posible—. Es simplemente una
expresión utilizada por adultos, y, por lo tanto, niños como
ustedes no deberían decir algo así.

Arthur resopló desde el asiento del conductor, pero


Linus lo ignoró. Estaba en un terreno muy extraño con Arthur
desde la noche en su habitación. Mientras que antes no había
tenido ningún problema en decirle lo que pensaba al dueño de
la casa, ahora se sonrojaba y farfullaba como si fuera un chico
en la escuela. Era ridículo.

—¿Los adultos piensan mucho en la muerte? —preguntó


Lucy. Ladeó la cabeza en un ángulo extraño—. Eso debe
significar que también soy adulto, porque lo pienso todo el
tiempo. Me gustan las cosas muertas. Me gustarías, aunque
estuvieras muerto, señor Baker. Quizás incluso más.

Zoe sofocó una carcajada con el dorso de la mano y se


volvió para mirar por la ventana.

Inútil. Tanto ella como Arthur.

—Los adultos no piensan mucho en la muerte —dijo


Linus con severidad—. De hecho, apenas lo piensan en
absoluto. Por qué, ni siquiera se me pasa por la mente.

—Entonces, ¿por qué hay tantos libros escritos por


adultos sobre mortalidad? —preguntó Phee.

—No lo sé… es porque… ¡Eso no tiene importancia! ¡Lo


que estoy tratando de decir es que no se debe hablar más sobre
la agonía o la muerte!

Talia asintió sabiamente mientras se acariciaba la


barba.

—Exactamente. Porque es mejor no saber si estamos a


punto de morir. De esa manera, no comenzamos a gritar en

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El Mar Cerúleo
este momento. Sería una sorpresa. Siempre podemos gritar
después.

Theodore gorjeó preocupado, escondiendo su cabeza


bajo su ala mientras se sentaba en el regazo de Sal. Sal se
agachó y le acarició la espalda.

—Puedo decirte cuándo vas a morir —dijo Lucy. Echó la


cabeza hacia atrás y miró el techo de la furgoneta—. Creo que
podría ver el futuro si lo intentara lo suficiente ¿Señor Baker?
¿Quieres que vea cuándo vas a morir? Ooh, sí, ahora viene a
mí. ¡Puedo verlo! Vas a perecer en un terrible...

—No —espetó Linus—. ¡Y te lo diré nuevamente,


mientras estemos en el pueblo, no puedes andar ofreciéndote
a contarle a la gente sobre el destino que les espera!

Lucy suspiró.

—¿Cómo se supone que debo hacer nuevos amigos si no


puedo contarles cómo morirán? ¿Cuál es el punto?

—Helados y discos —dijo Arthur.

—Oh. ¡Bueno!

Esto era muy mala idea.

—¿Crees que me veo bien? —preguntó Chauncey la que


debía ser la centésima vez—. No sé si tengo mi atuendo bien.

Llevaba una pequeña gabardina, y un sombrero de copa


colocado entre sus ojos. Dijo que era su disfraz, pero hacía
poco. Fue idea suya, y Linus no había tenido ganas de discutir,
especialmente cuando Chauncey había exclamado en voz alta
que no podía ir desnudo al pueblo, a pesar que era así como
pasaba la mayor parte del tiempo en la isla. Linus nunca lo
había pensado de esa manera. Y ahora no podía parar de
pensarlo.

—Te ves bien —dijo Linus—. Apuesto, incluso.

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—Como un espía escondido en las sombras a punto de
revelar un gran secreto —le dijo Sal.

—O como si fuera a abrir su abrigo y enseñarnos todo —


murmuró Talia.

—¡Oye! ¡Yo no haría eso! ¡Solo si lo pides!

Zoe ya no estaba tratando de ocultar su risa.

Linus se dio vuelta en el asiento y miró por el parabrisas.

Merle todavía los miraba boquiabierto.

—¿Pensándotelo mejor? —preguntó Arthur. Linus no


tuvo que mirarlo para saber que estaba sonriendo.

—No —dijo Linus—. Por supuesto no. Esto va a estar


bien. Esto va a... ¡Dios mío, hombre! ¡Baja la maldita puerta!

—Ooooh —dijeron los niños.

—El señor Baker maldijo —susurró Talia con asombro.

Iba a estar bien.

—Volveremos más tarde esta tarde —dijo Arthur a Merle


cuando salieron del ferry—. Espero que eso no sea un
problema. Me aseguraré que haya algo extra para ti.

Merle asintió, todavía con la boca abierta.

—Eso está... está bien, señor Parnassus.

—Asumí que lo sería. Es bueno verte otra vez. —Merle


huyó de regreso al ferry.

—Extraño amigo, ¿no es así? —preguntó Arthur.

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El Mar Cerúleo
Condujo hacia el pueblo.

Como era a finales de septiembre y, por lo tanto,


comienzo de la temporada baja, el pueblo de Marsyas no
estaba tan bullicioso como lo estaba normalmente. Incluso
cuando Linus había llegado hacía tres semanas, todavía había
gente en las aceras, mirando en las tiendas o niños en trajes
de baño, siguiendo a sus padres que usaban chanclas en sus
pies, llevando paraguas y toallas y refrigeradores mientras se
dirigían hacia la playa.

El pueblo no estaba muerto, exactamente, sino


tranquilo, lo que tranquilizó a Linus. Quería que esto fuera lo
más fácil posible, para que pudieran hacerlo nuevamente
después que él se fuera. El hecho de como seguiría el orfanato
después no se le había pasado por la cabeza. Eso vendría
después.

Pero aquellos que estaban en la calle no hicieron mucho


para ocultar el hecho que estaban boquiabiertos.

Talia, la más cercana a la ventana, saludó mientras


pasaban junto a una mujer y sus dos hijos.

Los niños le devolvieron el saludo.

La madre los agarró y los abrazó como si pensara que


estaban a punto de ser secuestrados.

Chauncey, que estaba sentado en el extremo opuesto del


banco, pegó su rostro contra la ventana y miró a su alrededor.

—¡Ahí está el hotel! ¡Lo veo! ¡Míralo! Mira... Oh. Mi. Dios.
Hay un botones. ¡Un verdadero botones en vivo! ¡Mira! Mira.

Y había un hombre delgado que ayudaba a una anciana


que llevaba una cantidad excesiva de equipaje de un coche
caro. Escucharon el chillido impuro de Chauncey, y Linus miró
hacia atrás a tiempo para ver a Chauncey presionar su boca

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El Mar Cerúleo
contra el vidrio y soplar una gran bocanada de aire, haciendo
que su cabeza se expandiera.

La anciana se tambaleó y se llevó la mano a la garganta.


El botones logró atraparla antes que cayera.

—Guau —respiró Chauncey mientras despegaba la cara


del cristal—. Los botones pueden hacerlo todo.

Iba a estar bien.

Estaría bien.

Arthur se detuvo en un estacionamiento reservado para


aquellos que se dirigían a la playa. Como era temporada baja,
estaba casi vacío y no había nadie en la cabina de pago, que
había sido cerrada. Se detuvo en el primer espacio libre y apagó
la furgoneta.

—Niños —dijo suavemente—. Por favor, salir del


vehículo y comportaos.

Una manada de rinocerontes cargados y preñados


habría sido más tranquila que los niños en ese momento.

Linus agarró el informe en su regazo mientras la


camioneta se balanceaba de un lado a otro. El tercer informe
estaba sellado en el sobre como siempre, sellado y dirigido a la
Gerencia Extremadamente Superior, para el Departamento a
Cargo de la Juventud Mágica. Pensó en ir primero a la oficina
de correos, pero pensó que sería mejor esperar hasta que
terminaran. No había necesidad de distraerse. Lo guardó en la
guantera.

—¿Todo bien? —preguntó Arthur en voz baja.

Linus lo miró antes de recordar cómo se sentían sus


manos juntas, y volvió a mirar hacia otro lado. Tales
pensamientos frívolos.

—Estoy bien —dijo con brusquedad—. Todo está bien.

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—Creo que ese es tu mantra de hoy. Ya lo has dicho
muchas veces.

—Sí, bueno, cuanto más lo diga, quizás más cierto sea.

Arthur extendió la mano y le tocó el hombro brevemente.

—Los niños se portarán bien.

—No son ellos los que me preocupan —admitió Linus.

—Recuerdo claramente a un hombre que proclamó que


no toleraría las groserías. Todo el espectáculo feroz que hizo.
Estaba impresionado.

—Probablemente deberías salir más si eso te impresionó.

Arthur rió.

—Eres encantador. ¡Y mira! Estoy aquí fuera ahora.


Veamos lo que vemos, ¿de acuerdo? No podemos quedarnos en
la camioneta para siempre.

No, no podían, aunque Linus quisiera. Estaba siendo


tonto, pero no podía contener el extraño giro del miedo en la
boca del estómago. Esta había sido su idea, una por la que
había presionado, ¿pero ahora que estaban aquí?

Miró por el parabrisas. En el costado del edificio frente a


ellos, debajo de un anuncio de Chunky Cola que decía
“¡Tenemos Todos Los Tipos de Chunks!” había una pancarta
que recordaba a la gente que: SI VES ALGO, CUÉNTALO.

—¿Llevas sus documentos de identificación? —preguntó


Linus en voz baja.

—Los llevo.

—Bien.

Linus abrió la puerta y salió de la furgoneta.

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Los niños se habían alineado en parejas en la parte
trasera. Lucy y Talia. Sal y Theodore. Phee y Chauncey. Habían
aparecido con sus amigos solos, y aunque Linus pensó que Sal
y Theodore estarían juntos, la idea de Lucy y Talia era
suficiente para enviarle escalofríos por la espalda. Tendían a
nutrirse unos de otros. Había tenido que decirle a Talia en
términos inequívocos que no podía traer su pala, para su
disgusto.

Por eso se sorprendió cuando Arthur dijo:

—Phee y Chauncey, iréis con la señora Chapelwhite. Sal


y Theodore, vais conmigo. Lucy y Talia, con el señor Baker.

Lucy y Talia volvieron la cabeza lentamente al unísono,


haciendo coincidir sonrisas en sus rostros que enviaron un
escalofrío por la columna de Linus.

Él farfulló.

—Quizás deberíamos… quiero decir… realmente no hay


necesidad de… creo que deberíamos, oh querido...

—¿Qué pasa, señor Baker? —preguntó Lucy


dulcemente.

—Sí, señor Baker —preguntó Talia—. ¿Qué pasa?

—Estoy bien —dijo—. Todo está bien. Sin embargo, creo


que sería una buena idea si todos nos mantuviéramos unidos.

—Tanto como podamos —dijo Arthur fácilmente. Sus


pantalones eran demasiado cortos para sus piernas otra vez.
Sus calcetines eran morados. Linus estaba condenado—. Sin
embargo, creo que la mayoría de ellos se aburrirán dentro de
la tienda de discos, ¿y quién mejor para ayudar a Lucy a elegir
música que tú? Chicos, ¿lleváis todos las identificaciones?

Todos asintieron, excepto Chauncey, que se lamentó,

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—¡No! ¡La olvidé! ¡Estaba demasiado ocupado
vistiéndome! Ahora lo arruiné y no tengo nada.

—Por suerte para ti, supuse que ese sería el caso —dijo
Arthur—. Por eso le di la tuya a Zoe.

Chauncey se calmó de inmediato, mirando a Arthur con


adoración.

Arthur miró su reloj.

—Si terminamos por caminos separados, planeemos


reunirnos en la heladería a las dos y media. ¿De acuerdo?

Todos estuvieron de acuerdo.

—¡Entonces vamos! —dijo Arthur alegremente.

Lucy y Talia inmediatamente se acercaron y cogieron las


manos de Linus.

—¿Cree que hay un cementerio aquí, señor Baker? —


preguntó Lucy—. Me gustaría verlo, si lo hay.

—Te dije que debería haber traído mi pala —murmuró


Talia—. ¿Cómo se supone que debo desenterrar cadáveres sin
mi pala?

Quizás Linus iba a vivir para arrepentirse de esto


después de todo.

Por mucho que intentara evitarlo, lograron separarse del


grupo después de aproximadamente tres minutos y veintiséis
segundos. Linus no estaba muy seguro de cómo sucedió. En
un momento, estaban todos juntos, y al siguiente, Talia gruñó
algo en gnómico que parecía expresar felicidad extrema, y
fueron llevados a una tienda, con una campana sonando
cuando la puerta se cerró detrás de ellos.

—¿Qué? —preguntó Linus, mirando por encima del


hombro para ver a los demás continuar calle abajo. Arthur le

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guiñó un ojo antes de continuar—. Espera, tal vez
deberíamos…

Pero Talia no quería ser disuadida. Se apartó del agarre


de Linus y avanzó, murmurando para sí misma en gnómico.

—Oh, no —gimió Lucy—. De todos los lugares a los que


podríamos haber ido, ella eligió el peor.

Linus parpadeó.

Estaban en una ferretería.

Y Talia caminaba frente a una exhibición de equipos de


jardinería, acariciando su barba e inspeccionando cada paleta,
pala y azada. Se detuvo y jadeó.

—¡Estos son los nuevos B.L. Macks! ¡Ni siquiera sabía


que ya habían salido! —Extendió la mano y sacó una pala de
forma extraña de la pantalla, el mango adornado con huellas
de flores. Se giró y se lo mostró a Linus—. ¡Estas son las palas
mejor calificadas en Garden Tools Monthly! ¡Pensé que no las
sacarían hasta la próxima primavera! ¿Sabes qué significa
esto?

Linus no tenía idea.

—¿Sí?

Talia asintió furiosamente.

—¡Exactamente! ¡Solo piensa! ¡Puedo comprar esto, y


podemos ir al cementerio como Lucy quería! ¡Puedo
desenterrar tantas cosas con esto!

—¡No digas eso tan fuerte! —le siseó Linus, pero ella lo
ignoró, procediendo a cavar en mimo como si se acostumbrara
al agarre y al peso de la pala.

Incluso Lucy parecía interesado.

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—Es un poco pequeña —dijo dubitativo—. ¿Cómo vas a
desenterrar una tumba entera con esa pequeña cosa?

—No se trata del tamaño —se burló Talia—. Sino lo qué


haces con él. ¿No es así, señor Baker?

Linus tosió.

—Yo, eso es bastante correcto, supongo.

—Y yo soy un gnomo, Lucy. Sabes lo bien que puedo


cavar.

Lucy asintió, aliviado.

—Bueno. Porque podríamos tener que desenterrar al


menos tres o cuatro cuerpos...

—No desenterraremos ningún cuerpo —espetó Linus—.


Así que quítate esa idea de la cabeza ahora mismo.

—¿No? —preguntó Talia, mirando la pala—. Pero


entonces, ¿cuál es el punto?

—¿El punto? ¿El punto de qué?

—De ir al cementerio —dijo Lucy, tirando de su mano.

—¡No iremos al cementerio!

Talia lo miró de reojo.

—Pero dijiste que podíamos.

—Oh, no —gimió Lucy—. ¿Se está volviendo senil? ¡Es


tan viejo que se está volviendo loco! ¡Ayuda! ¡Por favor, que
alguien nos ayude! ¡Este hombre que se supone que nos está
vigilando se está volviendo senil y me preocupa lo que pueda
hacer!

Una mujer rechoncha apareció por uno de los pasillos


con aspecto preocupado, con una mancha de tierra en la frente

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y guantes de jardinería en las manos. Sostenía un par de
tijeras de podar.

—Dios mío, ¿qué está pasando? ¿Estás bien…?

Se detuvo cuando vio a Talia con la pala. Miró


lentamente a Lucy, que le sonrió, mostrando muchos dientes.

Ella dio un paso atrás.

—Eres de la isla.

—Sí —dijo Talia en una voz sin sentido—. Y me gustaría


hablar contigo sobre el B.L. Macks ¿Cuándo entraron? ¿Son
tan buenos como sugiere su calificación? Parecen ser más
ligeros de lo que esperaba.

—Vamos al cementerio —agregó Lucy en un monótono


tono siniestro—. ¿Muere mucha gente aquí? Espero que sí.

Los ojos de la mujer se abrieron.

—No iremos —dijo Linus apresuradamente—. Talia tiene


el jardín más hermoso y mejor cuidado. No sé si alguna vez he
visto algo tan inmaculado.

No pareció hacer mucho por calmar a la mujer, aunque


Talia se preocupó.

—¡Gracias, señor Baker! —Ella volvió a mirar a la


mujer—. No se puede decir por la forma en que se viste, pero a
veces, el señor Baker tiene buen gusto.

La mujer asintió, sacudiendo la cabeza de un lado a otro.

—Eso es bueno. —Ella se aclaró la garganta—. ¿Un


jardín dices? ¿En la isla? Pensé que era... —Ella palideció.

Talia ladeó la cabeza.

—¿Pensaste que era qué?

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—Es... uh. No importa. —Miró rápidamente a Linus
antes de, obviamente, forzar una sonrisa en su rostro—.
Háblame de tu jardín y veré si puedo imaginar lo que sería
adecuado para ti.

—Oh, no —gruñó Lucy—. Ahora ella nunca dejará de


hablar.

Talia lo ignoró cuando se lanzó a una explicación muy


completa de su jardín. De hecho, era tan minuciosa que Linus
pensó que lo estaba revisando centímetro a centímetro. Y
mientras él estaba de acuerdo en secreto con Lucy, permaneció
concentrado en la tendera, buscando cualquier señal que solo
estuviera humillando a Talia para que se fueran.

Aunque ciertamente parecía ser el caso al principio, la


mujer comenzó a relajarse e interrumpió a Talia, haciendo
preguntas sobre los niveles de pH en el suelo y qué tipo de
flores y plantas cultivaba. La mujer parecía impresionada con
el conocimiento de Talia y lo que había creado.

Finalmente, dijo:

—Mientras que el B.L. Macks se consideran de gama


alta, descubrí que tienden a desgastarse más rápido. Alguien
como tú —tosió—. Que sabe lo que está haciendo, podría
hacerlo mejor con los Foxfaires. Son más resistentes y no
cuestan tanto. Es lo que uso aquí en la tienda y en casa.

Talia dejó la pala en el estante casi con reverencia.

—¿Foxfaires? Garden Tools Monthly dijo que...

—¿Garden Tools Monthly? —la mujer se burló—. Oh, mi


querido hijo, Garden Tools Monthly es ahora el Garden Tools
Weekly del mundo de las herramientas de jardín. Es de
herramientas de jardín bimensuales. Es lo que leen todos los
jardineros serios.

Talia jadeó.

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—¿Lo es? —miró a Linus—. ¿Por qué no sabía esto?
¿Qué más se me ha ocultado?

Linus se encogió de hombros impotente.

—No tengo idea de lo que está pasando.

La mujer lo miró de reojo.

—¿Está bien, señor? ¿Está senil?

Linus suspiró mientras Lucy se reía.

La cuenta, después de cogerlo todo, era asombrosa.


Linus nunca había gastado tanto en herramientas de
jardinería en su vida.

Talia sonrió a la mujer.

—¿Puedes disculparme por un momento?

La mujer asintió.

Talia se apartó de ella y la sonrisa desapareció. Ella se


veía frenética. Agarró la mano de Linus y tiró de ella, tirando
de él hacia abajo.

—No tengo suficiente —susurró—. Y no podemos tirarla


al suelo y robarle, ¿verdad? Porque eso está mal.

—No podemos tirarla y robarle —dijo Linus.

Lucy puso los ojos en blanco.

—Sabía que ibas a decir eso. —Frunció el ceño y luego


metió la mano en el bolsillo. Sacó un puñado de billetes
arrugados. Se lo tendió a Talia—. ¿Eso es suficiente? ¿Qué
crees?

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Talia sacudió la cabeza.

—No, Lucy. No puedes Esos son para tus discos.

Lucy se encogió de hombros.

—Lo sé. Pero no todos están rotos. Y los que se


rompieron fueron por mi culpa de todos modos. Puedes
cogerlo.

—Guarda tu dinero —dijo Linus en voz baja—. Los dos.

—Pero, mis herramientas...

Dio un paso adelante hacia el mostrador, dejando caer


sus manos mientras sacaba su propia billetera. Él le sonrió
débilmente a la mujer mientras le entregaba su tarjeta Diners
Club, algo que solo usaba en emergencias. Lo colocó encima
de la impresora y giró el asa para recibir el recibo.

Escuchó susurros detrás de él y miró hacia atrás,


queriendo asegurarse que en realidad no estaban planeando
robar la tienda de jardinería. En cambio, encontró a Talia
sonriendo, con los ojos húmedos cuando Lucy le pasó un brazo
por los hombros.

La mujer se aclaró la garganta y Linus se dio la vuelta.


Ella le entregó su tarjeta y comenzó a recoger las herramientas.
Linus sintió a Talia pasar a su lado, extendiendo la mano hacia
el mostrador, agitando las manos ya que no podía verlo por
completo. La mujer le entregó las bolsas.

Ella vaciló. Entonces:

—Este jardín tuyo. Suena encantador.

—Lo es —respondió Talia sin sonar engreída.

—Me gustaría… Me gusta tomar fotos de los jardines


aquí en Marsyas. —Señaló hacia un tablero de corcho en la
pared con fotografías de diferentes jardines—. De la gente que

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compra aquí. Cada jardín es diferente, creo. Reflejan las
personalidades de quienes los cuidan.

—No hay cadáveres en nuestro jardín —dijo Lucy


amablemente—. Pero aparte de eso, es casi exactamente como
Talia.

—Es bueno escuchar eso —dijo la mujer débilmente.


Ella sacudió su cabeza—. Tal vez, si está bien con el señor
Baker aquí, ¿tal vez podría salir y ver tu jardín algún día? ¿En
la primavera, cuando este floreciendo? O antes, si está bien.

—Sí —dijo Talia, con los ojos brillantes—. Oh sí. Excepto


que no estaría el señor Baker. Tendrás que preguntarle a
Arthur. Pero estoy segura que estará de acuerdo. El señor
Baker está aquí para asegurarse que no nos estamos muriendo
de hambre, que no nos golpeen o que nos mantengan en
jaulas. Se va a casa pronto.

Linus volvió la cabeza hacia el techo, pidiendo en


silencio orientación.

—Oh —dijo la mujer—. ¿Eso es bueno?

Lucy asintió.

—Muy bueno. Pero el señor Baker no es del todo malo.


Quiero decir, claro, traté de asustarlo para que se fuera de la
isla cuando llegó por primera vez, pero ahora, me gusta que
esté vivo y no... al revés.

Linus suspiró.

—Maravilloso —dijo la mujer débilmente—. Encantador


escucharlo. Le enviaré un mensaje a Arthur cuando pueda
hacer el viaje.

Talia le dedicó una sonrisa deslumbrante.

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—Espero que estés preparada para sorprenderte. Mi
jardín hace que todos los que están en tu pared parezcan
basura.

Era hora de irse.

—Gracias —dijo Linus con rigidez mientras agarraba a


los niños por los brazos y comenzaba a sacarlos de la tienda.

—¡Adiós, señora de las plantas! —chilló Lucy—. ¡Nos


vemos muy pronto!

Estaban fuera a la luz del sol cuando Linus pudo


respirar nuevamente. Pero antes que pudiera decir lo que
pensaba, se sorprendió cuando su pierna derecha fue envuelta
fuertemente en un abrazo. Miró para encontrar a Talia
aferrándose a él.

—Gracias, señor Baker —dijo en voz baja—. Eso fue muy


amable de tu parte.

Él dudó, pero luego se agachó y le acarició la parte


superior de la cabeza con la gorra, algo que no se habría
atrevido a hacer incluso hace unos días.

—No pienses en eso.

—Es tan maravilloso y generoso —dijo Lucy, girando en


círculo en la acera, con los brazos extendidos por razones que
Linus no entendió—. Y espero que recuerdes hacer lo mismo
por mí, así no tengo que gastar mi propio dinero y sentirme
excluido y tener que abrir un pozo al infierno y ver cómo se
traga esta aldea por completo. Porque eso sería muy fácil.

Linus apenas tuvo tiempo antes que se fueran de


preguntarse por qué las amenazas de Lucy no lo asustaban
tanto como antes.

—Mola —respiró el hombre de la tienda de discos, con


los ojos vidriosos e inyectados en sangre. Tenía el pelo largo
que le caía sobre los hombros y parecía que podría bañarse.

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Lo que significaba, por supuesto, que Lucy estaba
encantado.

—Mola —estuvo de acuerdo. Había logrado subir a la


encimera, y estaba sentado frente al hombre—. Llámame J-
Bone, ¿lo pillas? —De rodillas. Había otro hombre en la parte
de atrás de la tienda, observándolos con cautela.

—Eres como... —J-Bone hizo un ruido de explosión,


extendiendo sus manos ampliamente.

—Sí —dijo Lucy—. Ese soy yo. Boom.

J-Bone… Linus desconfió de él inmediatamente solo por


tener ese nombre, honestamente… miró a Talia, que estaba
sentada en el suelo de la tienda de discos, tarareando mientras
inspeccionaba cada una de sus nuevas herramientas.

—La pequeña tiene barba. Y es una señorita.

—Es muy suave —dijo Lucy—. Tiene un montón de


jabones para eso. Huelen a flores y cosas femeninas.

—Lo pillo —dijo J-Bone—. Mis respetos señorita.

—Esto es una pala —dijo Talia—. Es mía.

—Cool. —Se volvió hacia Lucy, que estaba a solo unos


centímetros de su cara—. ¿Qué puedo conseguirte, pequeño
amigo?

—Necesito discos —anunció Lucy—. Los otros se


rompieron después que tuve un mal sueño sobre ser comido
por las arañas, y necesito reemplazarlos. El señor Baker lo
pagará, así que no podemos escatimar en gastos.

J-Bone asintió.

—No sé lo que acabas de decir, pero escuché discos y


discos puedo darte. —Asintió hacia el hombre de pie en la parte
de atrás—. Marty y yo podemos echarte un cable.

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—Hueles raro —dijo Lucy, inclinándose hacia adelante y
olisqueando profundamente—. Como... a plantas, pero no
como ninguna que Talia tenga en su jardín.

—Oh, sí —dijo J-Bone—. Cultivo y fumo la mía...

—Es suficiente —dijo Linus—. No necesitamos saber


nada sobre sus actividades extracurriculares.

—¿Quién es el plasta? —susurró J-Bone.

—El señor Baker —le susurró Lucy—. Está aquí para


asegurarse que no queme a nadie vivo con el poder de mi mente
y luego consuma sus almas de su cuerpo humeante.

—Chócala, pequeño amigo —dijo J-Bone, ofreciendo un


choca esos cinco que Lucy aceptó con gusto—. Quiero decir,
espero que eso no me pase a mí, pero tú sí. —Se echó el cabello
sobre el hombro— ¿Qué estás buscando?

—El gran Bopper. Ritchie Valens. Buddy Holly.

—Guau. La vieja escuela.

—Mantiene las arañas en mi cabeza lejos.

—Lo pillo. ¿Te gusta el rey?

Lucy se burló cuando saltó sobre sus rodillas.

—¿Qué si me gusta el rey? Claro que me gusta el Rey.


Creo que mi verdadero padre lo conoció una vez.

Linus decidió no hacer preguntas sobre eso.

—Verdadero padre, ¿eh? —preguntó J-Bone,


inclinándose hacia adelante en el mostrador.

—Sí. —Los ojos de Lucy se movieron de lado a lado—.


Él... no está cerca.

—¿Un ausente?

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—Podrías decirlo así. Está pasando muchas cosas.

—Oh, hombre, entiendo eso. Mi papá no cree que esté


haciendo nada con mi vida, ¿sabes? Piensa que debería estar
haciendo algo más que estar en la tienda de discos.

Lucy se escandalizó.

—Pero, ¡pero la tienda de discos es el mejor lugar de


todos!

—¿Verdad? Quiere que sea abogado de lesiones


personales como él.

Lucy hizo una mueca.

—Mi verdadero padre conoce muchos abogados de


lesiones personales. Confía en mí cuando digo que estarás
mejor aquí.

—Eso es lo que pienso. ¿Has oído hablar de Santo y


Johnny?

—¡“Sleep Walk” es mi mermelada, hombre! —exclamo


Lucy—. Pero no tengo ese disco.

—Estás de suerte. Porque creo que me queda una copia


en la parte de atrás. Veamos si podemos encontrarlo.

Lucy saltó del mostrador cuando J-Bone se dio la vuelta.


Comenzaron a caminar hacia la parte de atrás de la tienda.

—¡Oye, Marty! —dijo J-Bone—. Tengo un pequeño amigo


buscando unos viejos dorados. Veamos si podemos ayudarlo.

—Mola —exclamó Lucy, mirando con admiración a J-


Bone—. ¡Viejos dorados!

Marty no habló. Él solo asintió y se giró para seguir


caminando hacia la tienda.

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A Linus no le gustaba como se alejaban de él. Miró a
Talia.

—Me aseguraré que estén bien. ¿Estás bien quedándote


aquí sola?

Ella puso los ojos en blanco.

—Tengo doscientos sesenta y tres años. Estoy segura


que estaré bien.

—No salgas de la tienda.

Ella lo ignoró, volviendo a rastrear amorosamente sus


nuevas herramientas con un dedo.

Lucy, J-Bone y Marty estaban fuera de la vista. Linus los


siguió adonde habían ido. A la vuelta de la esquina cerca de la
parte trasera de la tienda había una puerta que había sido
cerrada. Linus intentó abrirla, pero la encontró cerrada.
Frunció el ceño y presionó contra ella nuevamente.

No se movió.

Desde dentro llegó un grito y un fuerte estruendo.

Linus no lo dudó. Arrojó su peso contra la puerta. Lo


escuchó romperse en su marco. Dio un paso atrás y corrió
hacia adelante, chocando contra ella con su hombro.

La puerta se desprendió de sus bisagras y cayó al suelo.

Linus casi tropezó, pero se las arregló para recuperarse


en el último minuto.

En el interior, encontró a Marty desplomado contra la


pared del fondo. J-Bone estaba de pie encima de él, con una
mirada de disgusto en su rostro.

Lucy estaba hojeando los discos apilados en una caja.

—¿Qué pasó? —exigió Linus.

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Lucy lo miró y se encogió de hombros.

—Oh, él comenzó a hablar de Jesús y Dios y que yo era


una abominación o algo así. —Asintió hacia el inconsciente
Marty. Alrededor de su cuello colgando de una cadena había
una cruz de plata adornada—. Trató de meter eso en mi cara.
—Lucy se rió cuando sacudió la cabeza—. ¿Qué piensa que
soy, un vampiro? Eso es tonto. Me gustan las cruces Son solo
dos palos juntos, pero significan mucho para muchos. Traté de
hacer un símbolo con palitos de helado que pudiera vender y
enriquecerme, pero Arthur dijo que no estaba bien. ¡Mira,
Linus! ¡Chuck Berry! ¡Mola! —cantó de emoción mientras
sacaba un disco de la caja.

—Eso no mola hombre. —J-Bone regañó al inconsciente


Marty—. En serio, la música es para todos. —Le dio un codazo
a la pierna de Marty— Guau. Noqueo total. Pequeño amigo,
eres duro.

—Muy duro —estuvo de acuerdo Lucy.

Linus volvió a mirar a Marty. Estaba respirando.


Probablemente se despertaría con dolor de cabeza y nada más.
Linus pensó en darle otro golpe en la cabeza con una patada
bien colocada, pero le dolía el hombro y, por el momento, había
ejercido suficiente energía.

—¿Te lastimó?

Lucy levantó la vista del disco de Chuck Berry.

—¿Por qué suenas así?

—¿Como qué?

—Como si estuvieras loco. ¿Estás enojado conmigo? —


Lucy frunció el ceño—. Realmente no hice nada.

—No lo hizo —dijo J-Bone—. Marty está tan despedido


que ni siquiera lo sabe.

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Linus sacudió la cabeza.

—Nunca podría estar enojado contigo. No por esto. Si


sueno enojado, es por este... este hombre, no por ti.

—Oh. Porque te gusto, ¿eh?

Sí. Dios lo ayudara, sí. Mucho. Todos ellos, de verdad.

—Algo como eso.

Lucy asintió y volvió a la caja.

—Encontré seis que quiero. ¿Puedo llevarme seis?

—Seis está bien.

Se acercó a Lucy para ayudarlo a llevar los discos que


había encontrado antes de dejarlos caer. Dejaron a Marty en el
suelo y volvieron al frente de la tienda.

Solo para encontrar la bolsa de herramientas de Talia en


el suelo. Pero no a Talia.

El corazón de Linus estaba en su garganta. Le había


dado la espalda solo por un segundo y…

La vio de pie en la parte delantera de la tienda, mirando


por la ventana. Había una niña afuera en la acera, de no más
de cinco o seis años. Ella estaba sonriendo, su cabello oscuro
en trenzas gemelas sobre sus hombros. Ella puso su mano
contra la ventana. Talia hizo lo mismo. Sus manos eran del
mismo tamaño y combinaban perfectamente. Talia se rió y la
niña sonrió.

Ella sonrió, es decir, hasta que una mujer llegó corriendo


por la acera, arrebatándola, con una expresión de horror en su
rostro. Sostuvo a la niña contra ella, girando la cabeza de la
niña contra su hombro. Ella miró a Talia a través del cristal.

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—¿Cómo te atreves? —chasqueó— ¡Deja a mi hija sola,
loca!

Linus se adelantó enojado.

—Que pasa aquí…

Pero la mujer escupió en la ventana y luego se volvió y


se alejó apresuradamente, la niña se abrazó fuertemente
contra su pecho.

—Esa señora era mala —le susurró Lucy a Linus—.


¿Quieres que la tire contra la pared como hice con Marty?
¿Sería eso justo?

—No —dijo Linus, arrastrando a Lucy—. Eso no sería


justo. El único momento en que debes hacerlo es si necesitas
defenderte a ti o a otros. Era cruel, pero solo usaba palabras.

—Las palabras también pueden doler —le dijo Lucy.

—Lo sé. Pero debemos elegir y seleccionar nuestras


peleas. El hecho que alguien más actúe de cierta manera, no
significa que debamos responder igual. Es lo que nos hace
diferentes. Es lo que nos hace buenos.

—Big Man tiene razón —dijo J-Bone, llegando detrás de


ellos—. La gente apesta, pero a veces, deberían ahogarse en su
propia succión sin nuestra ayuda.

Linus estaba seguro que eso no era lo que quería decir


en absoluto. Tampoco estaba muy contento con su nuevo
apodo.

Talia seguía parada en la ventana. La saliva de la mujer


goteaba por el cristal. Talia no parecía muy molesta, pero no
podía estar seguro. Parecía sorprendida cuando Lucy y Linus
aparecieron a su lado.

—Eso fue raro, ¿eh? —dijo. Ella sacudió su cabeza—. La


gente es extraña.

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—¿Estás bien?

Ella se encogió de hombros.

—La niña era amable. Ella dijo que le gustaba mi barba.


Era solo la anciana la que era una imbécil.

—Ella, la mujer no era…

—Sé lo que era o no era —dijo Talia a la ligera—. Lo he


visto antes. Es horrible, pero no es nada con lo que no haya
tratado. Pero es gracioso, ¿verdad?

Linus encontró que nada de esto era humorístico.

—¿Qué cosa?

—Que haya tanta esperanza incluso cuando no lo


parece.

Estaba atónito.

—¿A qué te refieres?

—La niña pequeña. Ella no me tenía miedo. Ella era


agradable. A ella no le importaba cómo me veía. Eso significa
que ella puede tomar su propia decisión. Tal vez esa mujer le
diga que soy mala. Y tal vez ella lo creerá. O tal vez ella no lo
creerá en absoluto. Arthur me dijo que, para cambiar las
mentes de muchos, primero debes comenzar con las mentes
de unos pocos. Ella es solo una persona. Pero también lo es la
dama. —Talia sonrió—. ¿Podemos ir al cementerio ahora?
Quiero probar mi pala. ¿Qué compraste, Lucy?

—Chuck Berry —dijo Lucy con orgullo—. ¡También tiré


a Marty contra la pared!

—¡Le rompiste algo para ponerle yeso y todo! —dijo J-


Bone con una sonrisa—. Estaba retorcido.

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—Guau —dijo Talia, adecuadamente impresionada—.
¿Está muerto? ¿Necesitamos enterrarlo? Déjame ir a buscar
mis herramientas y podemos...

—No, no está muerto. No pensé que eso haría al señor


Baker demasiado feliz, así que dejé que mantuviera sus tripas
dentro.

Talia suspiró.

—Probablemente sea lo mejor. Me gusta mucho Chuck


Berry. No puedo esperar para escucharlo.

—¿Cierto? ¡Mola tanto! —Levantó la vista hacia Linus—


. ¿Podemos pagar por esto ahora? No podemos robarlos porque
J-Bone no es un plasta. ¿Cierto? —Sonaba como si todavía
estuviera de acuerdo con robarlos de todos modos.

—Así es, no es un plasta —dijo Linus, prometiendo en


silencio no repetir nunca más esas palabras—. Vamos a
pagar…

—No —dijo J-Bone—. Tu dinero no vale aquí. Te los doy


gratis, pequeño amigo. Perdón por todo lo de Marty tratando
de exorcizarte. Chócala.

Lucy lo hizo y con mucho gusto.

—¡Linus! ¡Los he conseguido gratis! ¡Eso es incluso


mejor que robar!

Linus suspiró.

—Eso no es... no sé por qué me molesto.

—Big Man es un plasta —murmuró Lucy, pero él golpeó


su hombro contra la cadera de Linus, como para mostrar que
no lo decía en serio.

A las dos y media, se encontraron con los demás frente


a la heladería. La gente los miraba abierta y descaradamente,

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pero ninguno de los niños parecía darse cuenta. Estaban
escuchando a Chauncey, quien parecía llevar un sombrero
diferente al que había llevado antes. Se agitaba emocionado
mientras Zoe y Arthur lo miraban, divertidos.

—¡Allí están! —exclamó Chauncey—. ¡Lucy! ¡Talia!


¡Nunca creerás lo que pasó! Mira lo que tengo. —Se quitó el
sombrero de la cabeza, los tallos se estiraron con entusiasmo
cuando sus ojos se levantaron. En sus tentáculos, sostenía
una gorra familiar que parecía...

—Me la dio —gritó Chauncey—. ¡No tuve que preguntar!


Todo lo que hice fue decirle al botones que creía que era el
hombre más grandioso que había visto y que cuando creciera,
quería ser como él, y me la dio. ¿Puedes creerlo? —Se la volvió
a poner en la cabeza—. ¿Cómo se ve?

—Muy apuesto —dijo Linus—. Casi desearía tener una


maleta para poder entregártela para que me la lleves.

Chauncey chilló.

—¿Lo dices en serio? ¿De verdad lo crees?

—Se ve bien —dijo Lucy, acariciando la parte superior


del sombrero—. Quizás podamos descubrir cómo hacer un
abrigo a juego para él. Creo que me gusta más que tu otro
sombrero, aunque ese también es bonito.

—¡Gracias Lucy! ¡Siempre a tu servicio!

—¿Y qué tienes? —preguntó Arthur, poniéndose en


cuclillas mientras Talia y Lucy le mostraban sus tesoros—. ¡Ah!
Qué pala tan encantadora. ¡Y esos discos! Tendremos que
escucharlos tan pronto como regresemos a la isla.

—¿Todo está bien? —preguntó Zoe en voz baja, mientras


los niños estaban distraídos.

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—Si preguntas si se cometieron delitos graves... más o
menos. Pero nada que no pudiera manejar.

—¿Hay algo de lo que debamos preocuparnos?

Linus sacudió la cabeza.

—Hablaremos más sobre eso una vez que no haya tantas


orejas alrededor. No creo que necesiten saber lo que Lucy…

—¡Lancé a un plasta llamado Marty contra una pared


después que intentó exorcizarme en una pequeña habitación
cerrada! ¡Y luego conseguí los discos gratis de J-Bone! ¿No es
eso justo?

—Oooh —dijeron el resto de los niños.

Linus suspiró.

—Creo que es hora de tomar un helado —dijo Arthur.

La heladería estaba alegremente pasada de moda. Había


asientos giratorios de plástico rojo en el frente del mostrador,
y Little Richard estaba llorando sobre una chica llamada Sue,
tutti frutti, oh Rudy. Estaba brillantemente iluminado, las
paredes pintadas de rojo caramelo y rosa. Una campana sonó
cuando entraron por la puerta.

Un hombre estaba de espaldas a ellos, doblado sobre un


mostrador detrás de hileras de tinas de helado en varios
colores y consistencias. Se giró, una sonrisa ya crecía en su
rostro y dijo:

—¡Bienvenido! ¿Qué puedo...? —La sonrisa se


desvaneció. Sus ojos se abrieron.

Los niños presionaron sus manos contra el vidrio,


mirando los helados.

—Guau —dijo Phee—. Voy a pedir de todo tipo de una


vez. Me voy a enfermar por completo de helado.

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—Puedes elegir dos sabores —le dijo Arthur—. Nada
más. No quieres perder el apetito para la cena.

—Sí, quiero —le aseguró—. Quiero perderlo por


completo.

—Tu… eres… —el hombre detrás del mostrador farfulló.

—Sí —dijo Linus—. Yo soy yo. Gracias por notarlo.


Niños, por favor formen una fila. Uno a la vez, para que el
caballero no se sienta abrumado...

—No —dijo el hombre, sacudiendo la cabeza con furia—


. Absolutamente no. Tienes que irte.

Los niños se callaron.

Antes que Linus pudiera hablar, el miedo empezando a


inundarlo, Arthur se le adelantó.

—¿Me lo repite?

El hombre se estaba poniendo rojo. Una vena palpitaba


en su frente.

—No sirvo a los de tu clase aquí.

Zoe parpadeó.

—¿Perdón?

El hombre señaló una pared. Allí, siempre presente,


había un cartel familiar. ¡SI VES ALGO, CUÉNTALO!

—Me reservo el derecho de admisión —dijo el hombre—


. A quien yo elija. Si veo algo, lo cuento. Y digo que no hay forma
que consigas algo de mí. —Miró a Theodore, sentado en el
hombro de Sal—. No eres bienvenido en mi tienda. No eres
bienvenido en este pueblo. No me importa cuánto nos paguen
por guardar silencio. Vuelve a tu maldita isla.

—¡Cierra la boca! —espetó Linus—. No estarás…

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—Sí —replicó el hombre, golpeando sus manos sobre el
mostrador. Se hizo eco a su alrededor y...

Theodore chilló enojado cuando su percha desapareció


de repente. La ropa en la que Sal había estado de repente se
derrumbó cuando se transformó en un Pomerania. Linus
recordó la primera vez que había hecho eso, cuando Linus
había llegado por primera vez a la isla. Lo había hecho por
miedo.

Este hombre había asustado tanto a Sal que se había


convertido en perro.

Hubo lastimosos gritos provenientes de la pila de ropa


mientras Sal luchaba por liberarse. Phee y Talia se inclinaron
para ayudarlo mientras Theodore volaba hacia Zoe. Chauncey
se movió para esconderse detrás de Linus, mirando alrededor
de sus piernas, su nueva gorra casi cayendo al suelo.

Lucy miró a Sal, cuyas patas delanteras estaban


atrapadas en su camisa. Phee y Talia le susurraban en voz
baja, diciéndole que estaba bien, que dejaran de moverse para
poder liberarlo. Lucy se volvió hacia el hombre detrás del
mostrador.

—No deberías haber asustado a mi hermano —dijo con


voz plana—. Puedo obligarte a hacer cosas. Cosas malas.

El hombre abrió la boca para gruñir, pero fue


interrumpido cuando Arthur Parnassus dijo:

—Lucy.

Linus nunca había escuchado a Arthur sonar como lo


hizo en ese momento. Era frío y duro, y aunque era solo una
sola palabra, parecía que estaba rallando la piel. Miró para ver
a Arthur mirando al hombre detrás del mostrador, con los ojos
entrecerrados y las manos flexionándose a los costados.

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El hombre detrás del mostrador no parecía tener miedo
de los niños.

Pero tenía miedo de Arthur.

—¿Cómo te atreves? —dijo Arthur en voz baja, y Linus


pensó en un tigre cazando—. ¿Cómo te atreves a hablarles de
esa manera? Son niños.

—No me importa —dijo el hombre, dando un paso


atrás—. Ellos son abominaciones Sé de lo que es capaz su
especie...

Arthur dio un paso adelante.

—Deberías estar más preocupado por lo que yo soy


capaz de hacer.

La habitación se sentía más cálida de lo que había sido


solo unos momentos antes. Mucho más cálida.

—Arthur, no —dijo Zoe—. Aquí no. No delante de los


niños. Tienes que pensarlo bien.

Arthur la ignoró.

—Todo lo que querían era helado. Eso es todo.


Habríamos pagado y habrían sido felices, y luego nos
habríamos ido. ¡Cómo se atreve, señor!

Linus se puso frente a Arthur. Se apartó del hombre


detrás del mostrador para mirar hacia arriba. Tomó la cara de
Arthur en sus manos. Sintió que estaba ardiendo de adentro
hacia afuera.

—Esta no es la forma correcta de hacerlo.

Arthur trató de apartar la cara, pero Linus lo aguantó.

—No puede...

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—Puede —dijo Linus en voz baja—. Y no es justo. En
absoluto. Pero tú necesitas recordar tu posición. Debes
recordar quién te admira. A quien le importas y lo que
pensarán. Porque lo que hagas aquí, ahora, se grabara en ellos
para siempre.

Los ojos de Arthur volvieron a brillar antes de


desplomarse. Trató de sonreír, y sobre todo lo logró.

—Tienes razón, por supuesto. No es…

La campana sobre la puerta volvió a sonar.

—¿Que está pasando aquí? —Linus dejó caer las manos


y dio un paso atrás.

—¡Helen! —el hombre detrás del mostrador lloró—.


¡Estas... estas cosas no se quieren ir!

—Bien. Parece que todavía no han pedido sus helados,


Norman, así que no deberías hacerles esperar.

Era la mujer rechoncha de la ferretería. Todavía tenía la


mancha de tierra en la frente, aunque se había quitado los
guantes de jardinería. No parecía contenta. Linus esperaba
que no tuvieran más problemas.

—No voy a servirles —gruñó Norman—. No lo haré.

La mujer, Helen, resopló delicadamente.

—Eso no depende de ti. Odiaría mencionar en la próxima


reunión del consejo cómo rechazaste a unos clientes. Tu
contrato de arrendamiento se revisará después de año nuevo,
¿no? Sería una pena si no se renovara.

Linus pensó que la vena en la frente de Norman estaba


a punto de estallar.

—No harías eso.

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Helen arqueó una ceja.

—¿De verdad quieres averiguarlo?

—¡No lo haré!

—Entonces ve a la parte de atrás y yo lo haré.

—Pero…

—Norman.

Linus pensó que Norman iba a discutir más. En cambio,


miró a los niños y a Arthur nuevamente antes de girar sobre
sus talones y pisotear una puerta batiente. Se estrelló contra
la pared.

Helen suspiró.

—Qué pequeño chiflado estúpido.

—Quiero ser como tú cuando crezca —Talia respiró con


asombro. Phee se paró a su lado y asintió. Sostenía a Sal en
sus brazos con su cara presionada contra su cuello.

Helen hizo una mueca.

—Oh. No me hagan caso. No debería haber dicho eso.


Nunca maldigan, niños. ¿Entendido?

Asintieron, pero Linus ya podía ver a Lucy boquiabierto


memorizando el “pequeño chiflado estúpido”.

—¿Quién eres tú? —preguntó Zoe sospechosamente.

Ella le sonrió.

—Soy dueña de la ferretería. Tuve la discusión más


encantadora con Talia sobre jardines hoy temprano. Ella es
muy eficiente.

—Helen también es la alcaldesa de Marsyas —dijo


Arthur. Todo lo que había estado ardiendo dentro de él parecía

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El Mar Cerúleo
haberse calmado. Recuperó la compostura y una vez más
parecía tranquilo.

—Si eso —estuvo de acuerdo Helen—. Arthur, es bueno


verte de nuevo.

—¿La alcaldesa? —preguntó Talia—. ¿Haces todo?

Linus tuvo que estar de acuerdo. No había esperado eso.

—Uno pensaría que sí —dijo Helen. Miró hacia la puerta,


todavía balanceándose sobre sus goznes—. Y aparentemente
eso incluye limpiar después que los hombres lanzan sus
berrinches. Honestamente. A pesar de todas sus
bravuconadas, he notado que los hombres se derriten muy
fácilmente. Pequeños copos de nieve es lo que son.

—No lo hago —le dijo Lucy seriamente—. Iba a hacerle


pensar que su piel estaba hirviendo antes que llegaras aquí.
Pero todavía soy un hombre.

Helen parecía asombrada, pero se recuperó


rápidamente.

—Bueno, me alegro de haber aparecido cuando lo hice.


Y creo que todavía tienes mucho camino por recorrer antes de
ser un hombre. Pero tengo esperanzas que seas un hombre
mejor. Ciertamente estás en buena compañía.

Lucy le sonrió.

Ella aplaudió.

—¡Helados! ¿No es por eso que estás aquí?

—¿Puedes servir helado también? —preguntó Talia.

Helen asintió mientras caminaba alrededor del


mostrador donde Norman había estado de pie.

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El Mar Cerúleo
—Fue mi primer trabajo. Tenía diecisiete años. Era un
salón diferente en aquel entonces, pero espero que todavía
sepa cómo trabajar. Así es como conocí a Arthur. Él venía aquí
cuando era un niño.

Eso llamó la atención de Linus.

—¿Arthur fue un niño? —preguntó Phee, asombrada.

—¿Por qué piensas que no? —preguntó Arthur, cogiendo


a Sal de ella.

—No lo sé. Yo... supongo, siempre pensé que te veías


como ahora.

—Oh, eso es casi cierto —dijo Helen—. Se viste igual, al


menos. Como el adulto más pequeño del mundo. Siempre
educado. Le gustaba más el sabor a cereza, si la memoria no
me falla.

Todos se volvieron lentamente para mirar a Arthur.


Incluso a Linus.

Arthur se encogió de hombros.

—Me gustaba lo rosa que era. Niños, en fila. Linus,


¿podrías ayudar a Sal, por favor? Creo que le gustaría.

Linus no pudo hacer nada más que asentir tontamente.


Su mente estaba acelerada, y tenía tantas preguntas que
apenas podía pensar con claridad. Chauncey le entregó la ropa
de Sal. Los llevó debajo de su brazo cuando Arthur le entregó
a Sal.

Sal estaba temblando, pero se acurrucó contra Linus.

—Hay un baño detrás de ti —dijo Helen cuando Lucy


comenzó a preguntarle si el sabor a pistacho tenía algún
error—. Para que tenga un poco de privacidad.

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El Mar Cerúleo
—Gracias —susurró Arthur mientras acariciaba la
espalda de Sal con un dedo.

—¿Por qué? —preguntó Linus.

Arthur se encontró con su mirada.

—Sabes por qué. No debería haber dejado que ese


hombre me afectara como lo hizo.

Linus sacudió la cabeza.

—No era… no hice nada.

—Lo hiciste —dijo Arthur—. Aunque no lo creas, yo lo


creeré lo suficiente para los dos. Eres un buen hombre, Linus
Baker. Estoy muy contento de conocerte.

Linus tragó saliva antes de volverse hacia el baño.

Era unisex y eficiente, con un lavabo y un inodoro. Bajó


la ropa de Sal y apoyó la espalda contra la pared.

—Está bien —le dijo al perro tembloroso en sus brazos—


. Sé que puede dar miedo, a veces. Pero también sé que Arthur
y Zoe nunca dejarían que te hiciera daño. Tampoco Talia o
Phee. O Theodore o Chauncey o Lucy. De hecho, creo que
harían cualquier cosa para mantenerte a salvo. ¿Escuchaste
cuando Lucy te llamó hermano? Creo que todos los demás
niños sienten lo mismo.

Sal gimió suavemente, su nariz fría contra el cuello de


Linus.

—No es justo —dijo Linus, mirando a la nada—. La


forma en que algunas personas pueden ser. Pero mientras
recuerdes ser justo y amable como sé que eres, lo que esa gente
piense no importará a largo plazo. El odio es fuerte, pero creo
que lo aprenderás porque solo unas pocas personas gritan,
desesperadas por ser escuchadas. Es posible que nunca

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El Mar Cerúleo
puedas hacerles cambiar de opinión, pero mientras recuerdes
que no estás solo, lo superarás.

Sal ladró.

—Sí, él era una pequeña perra tonta, ¿no? Ahora, me


quedaré fuera de la puerta y esperaré a que te cambies y te
vistas. Y luego saldremos a tomar un helado. Aunque
probablemente no debería, no es bueno para la cintura,
después de todo, tengo el ojo puesto en el de menta con chip
de chocolate. Me he ganado un pequeño regalo; creo que tú
también. ¿Qué tal?

Sal se meneó en sus brazos.

—Bueno. Eso está mejor. Y si alguna vez vuelves a sentir


miedo de esta manera, no hay vergüenza en cambiar como lo
has hecho, siempre y cuando recuerdes encontrar el camino
de regreso. —Puso a Sal en el suelo. Sal movió su pequeña cola
hacia él—. Estaré justo fuera.

Salió por la puerta y la cerró detrás de él. Escuchó lo que


parecía ser el chasquido de unos huesos, seguido de un
profundo suspiro. En la tienda, Lucy, Talia y Phee estaban
sentadas en una cabina. Lucy de alguna manera ya tenía
helado en el pelo. Chauncey llevaba su tarrina hacia ellos, con
la gorra de botones sobre su cabeza. Zoe estaba de pie al lado
de la mesa, levantando una cuchara hacia Theodore, con la
lengua abierta, los ojos rodando hacia atrás en éxtasis.

Arthur estaba de pie en el mostrador, hablando en voz


baja con Helen.

Linus observó como ella extendía la mano y le tocaba la


suya.

—Está bien —dijo una voz a través de la puerta—. Estoy


listo.

—Bien —dijo Linus—. Vamos entonces.

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El Mar Cerúleo
La puerta se abrió. Sal parecía un poco avergonzado,
frotándose la mano contra la nuca.

—Ahí vamos —dijo Linus—. Correcto como la lluvia.

Sal asintió, desviando la mirada.

—¿Linus?

—¿Sí?

Las manos de Sal se apretaron en puños.

—¿Qué quiso decir?

—¿Sobre qué?

Sal lo miró antes de mirar hacia otro lado.

—Dijo... dijo que no le importa cuánto le paguen por


guardar silencio. ¿Qué significa eso?

Por supuesto que Sal se había dado cuenta de eso. Linus


vaciló, tratando de encontrar las palabras correctas.

—Él... es tonto, de verdad. Pero vosotros sois especiales,


muchos de vosotros. Y si el mundo supiera lo especial que sois,
tal vez no lo entendiera. Es por vuestra seguridad.

Sal asintió, aunque parecía preocupado.

—Dinero por su silencio.

Linus suspiró.

—Parece que sí. Pero no es importante. Me dejas lidiar


con eso, ¿verdad? Vamos a alimentarte.

Helen se sorprendió al verlo. Ella lo miró de reojo, luego


de vuelta al baño, luego a Sal nuevamente.

—¿Ese eras tú?

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El Mar Cerúleo
El hombro de Sal se tensó.

—Eso es maravilloso —dijo Helen—. Justo cuando


pensaba que había visto todo. Te pondré tres bolas, creo. Un
niño en crecimiento de tu talla se lo merece. ¿Qué sabores te
gustaría?

Sal pareció sorprendido.

Miró a Linus.

—Adelante —dijo Linus—. Tres bolas para ti.

Escogió sus sabores con cuidado, su voz apenas por


encima de un murmullo. Helen arrulló sobre él, haciéndole
sonreír a sus zapatos. Cuando le entregó el cuenco, le dio las
gracias en voz baja antes de dirigirse hacia la mesa. Los otros
vitorearon al verlo, yendo a toda velocidad para hacer espacio.
Se sentó junto a Lucy, poniendo un brazo sobre sus hombros
y acercándolo. Lucy se echó a reír y lo miró con los ojos
brillantes. El brazo de Sal se quedó justo donde estaba
mientras comían.

—Solo le estaba preguntando a Arthur acerca de ir a ver


el jardín de Talia —le dijo Helen—. Escuché que es todo un
espectáculo.

—Es muy hermoso —coincidió Linus—. Ella trabajó muy


duro con eso. Estoy seguro que a ella le gustaría presumir. Ya
piensa que caminas sobre el agua.

Helen se echó a reír.

—Supongo.

—Pero tengo que preguntar. ¿Por qué ahora? —pareció


desconcertada.

—¿Perdón?

—Linus —advirtió Arthur.

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El Mar Cerúleo
Linus sacudió la cabeza.

—No. Es una pregunta justa. No es que el orfanato sea


algo nuevo. Algunos de los niños han estado allí durante
mucho tiempo. Aparentemente has estado aquí por algún
tiempo. —Miró a Helen—. ¿Por qué ahora? ¿Por qué no has ido
allí antes? ¿Por qué has tenido que ver a los niños antes de
tomar esa decisión?

Arthur dijo:

—Lo siento. Es muy protector...

Helen levantó una mano.

—Tiene razón, Arthur. Es una pregunta justa. —Respiró


hondo—. Y no tengo excusa. Quizás permití que mi percepción
se volviera... distorsionada. O tal vez estaba fuera de la vista,
fuera de la mente.

—Si ves algo, cuéntalo —murmuró Linus.

Helen frunció el ceño mientras miraba el cartel en la


pared.

—Si. Eso. Es desafortunado. Quedamos atrapados en


nuestras pequeñas burbujas, y aunque el mundo es un lugar
amplio y misterioso, nuestras burbujas nos mantienen a salvo
de eso. Para nuestro detrimento. —Suspiró—. Pero es muy fácil
porque hay algo relajante en la rutina. Día tras día, siempre es
lo mismo. Cuando nos sacudimos de eso, cuando estalla la
burbuja, puede ser difícil entender todo lo que nos hemos
perdido. Incluso podríamos temerlo. Algunos de nosotros
incluso luchamos para intentar recuperarlo. No sé si pelearía
por ello, pero existía en una burbuja. —Ella sonrió con
tristeza—. Gracias a Dios que la reventaste.

—No debería haber tenido que hacer eso —dijo Linus—.


No deberían haber tenido que hacer eso.

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El Mar Cerúleo
—No, no deberían haberlo hecho. Y aunque solo soy una
persona, pido perdón por eso. Prometo que no permitiré que
vuelva a suceder. —Miró por encima del hombro hacia la
puerta por la que Norman había desaparecido—. Haré todo lo
posible para asegurarme que todos en el pueblo entiendan que
todos los niños del orfanato son bienvenidos en cualquier
momento. No sé qué tan bien irá, pero puedo ser muy ruidosa
cuando es necesario. —Sus ojos brillaban cuando agregó—: No
me gustaría que me arrojaran contra la pared.

Linus hizo una mueca.

—¿Marty?

—Marty —dijo Helen, rodando los ojos—. Vino y me lo


contó todo. Mi sobrino es un idiota. J-Bone lo despidió tan
pronto como recuperó la conciencia. Yo hubiera hecho lo
mismo.

—No estaré en desacuerdo contigo. —Dudó, pero luego


dijo—: ¿Crees que va a ser un problema? —Por lo menos, si se
corría la voz, podía tener a la Gerencia Extremadamente
Superior queriendo involucrarse. Tal vez incluso convocarían
a Lucy antes que ellos. No era inaudito. Linus no estaba seguro
de si temía más por Lucy o por la Gerencia Extremadamente
Superior. Lo más probable es que fuera por este último si era
honesto consigo mismo.

—Oh —dijo ella—. No te preocupes por Marty. Trataré


con él yo misma.

No estaba seguro de querer saber qué implicaría eso.

—¿Va a escuchar?

Ella resopló.

—Le superviso desde que perdió a sus padres, que


descansen en paz. Él me escuchará.

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El Mar Cerúleo
—¿Por qué? —preguntó—. ¿Por qué harías algo?

Ella extendió la mano y tomó su mano entre las suyas.

—El cambio llega cuando la gente lo quiere lo suficiente,


señor Baker. Y yo quiero. Te lo prometo. Puede llevar algo de
tiempo, pero ya lo verás. Hoy ha sido una patada rápida en el
trasero de mis pantalones. —Ella le apretó la mano y la soltó—
. Ahora. ¿Qué sabor te gusta?

—Cereza —dijo Linus sin pensar.

Ella rió.

—Por supuesto que sí. Dos cucharadas, creo. —Se puso


a cantar una canción tranquila mientras iba a servirle
exactamente eso.

Linus levantó la vista para encontrar a Arthur


mirándolo.

—¿Qué?

Arthur sacudió la cabeza lentamente.

—No sé por qué no puedes verlo.

—¿Ver qué?

—Tú. Todo lo que eres.

Linus se movió incómodo.

—No es mucho, pero trato con lo que tengo. —Luego


dijo—: Yo, no debería haberte empujado. Haciéndolos venir
aquí como lo hice. Debería haberte escuchado.

Arthur pareció divertido de nuevo.

—Creo que todo salió bien. Algunos baches en el camino,


pero no es nada que no pudiéramos manejar. Lucy en realidad
no mató a nadie, así que puedo decir que es una victoria.

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—Dos bolas de cereza —anunció Helen—. Para cada uno
de ustedes—. Era de color rosa brillante con pequeños trozos
de fruta roja—. Yo invito.

—Oh, no tienes que… —comenzó Arthur.

Ella lo despidió.

—No pienses nada de eso. Es lo menos que puedo hacer.


Todo lo que te pido es que me dejes ir a la isla para ver ese
jardín.

—Con mucho gusto —dijo Arthur—. Cuando quieras.


Puedes quedarte a almorzar.

Ella sonrió.

—Se escucha perfecto. ¿Tal vez la semana después de la


próxima? Tengo un empleado, pero él está de vacaciones esta
semana, así que solo estoy yo. Estoy segura que tú y el señor
Baker serán unos excelentes anfitriones...

—Me temo que solo estaremos los niños y yo —dijo


Arthur, cogiendo su helado. Su voz había adquirido un tono
extraño—. Linus nos dejará dentro de una semana a partir de
hoy. Gracias por el helado, Helen. Y por ser tan amable. —Se
volvió y caminó hacia la mesa.

Linus frunció el ceño. Nunca había visto a Arthur ser tan


despectivo antes.

—¿Te vas? —preguntó Helen, sonando desconcertada—


. ¿Por qué?

Linus suspiró.

—Es una tarea para DICOMY. Mi estancia aquí siempre


iba a ser temporal.

—Pero volverás, ¿no?

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El Mar Cerúleo
Linus miró hacia otro lado.

—¿Por qué lo haría? Después de hacer mi


recomendación, no habrá necesidad. Mi trabajo estará
terminado.

—Tu trabajo —repitió ella—. ¿Eso es todo esto para ti?


¿Un trabajo?

—¿Qué más podría…?

Ella extendió la mano y volvió a tomar su mano. Esta


vez, su agarre era firme.

—No lo hagas. Puedes mentirte a ti mismo todo lo que


quieras, señor Baker, pero no intentes mentirme a mí. No lo
toleraré. Te proyectas con cierta luz, pero incluso en mi tienda,
pude ver a través de la fachada. La forma en que defendiste a
los niños solo consolida eso. Ya sabes qué más.

—No es mi hogar —admitió Linus en voz baja—. Yo vivo


en la ciudad.

Helen se burló.

—Un hogar no siempre es la casa en la que vivimos.


También son las personas con las que elegimos rodearnos. Es
posible que no vivas en la isla, pero no puedes decirme que no
es tu hogar. Tu burbuja, señor Baker. Ha sido reventada. ¿Por
qué permitirías que vuelva a crecer a tu alrededor?

Se volvió y gritó a Norman, desapareciendo por la puerta


batiente, dejando a Linus mirándola. Su helado comenzaba a
derretirse.

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El Mar Cerúleo
El hombre de la oficina de correos apenas reconoció su
presencia. Solo gruñó mientras Linus pagaba para que se
enviara el informe.

—¿Hay algo para mí? —preguntó Linus, cansado de esta


exhibición.

El hombre lo fulminó con la mirada antes de girar y


hurgar en una caja de plástico, revolviendo sobres. Sacó uno
grande esta vez. Era mucho más grueso que cualquier otro
correo que Linus hubiera recibido mientras estaba en la isla.
Frunció el ceño cuando el hombre se lo entregó.

Era de DICOMY.

—Gracias —dijo Linus, distraído. El sobre era pesado y


rígido cuando lo recogió. Salió de la oficina de correos.

Estaba en la brillante luz del sol. Tomó un respiro


profundo. Los otros estaban de vuelta en la furgoneta
esperándolo. No debería abrirlo ahora, pero... tenía que saber
qué había dentro.

Rasgó la parte superior del sobre con cuidado.

Había un archivo dentro, muy parecido a los que le


habían dado cuando lo enviaron a la isla. El archivo no tenía
un nombre en la pestaña. Estaba en blanco.

La primera página era una carta de presentación.

Lo sacó y parpadeó cuando algo cayó sobre la acera,


rebotando en su mocasín.

Bajó la vista.

Era una vieja llave de metal.

Se inclinó y la recogió. Era más ligera de lo que esperaba.


La carta de presentación decía:

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MEMORANDUM DE LA GERENCIA EXTREMADAMENTE SUPERIOR


DEL DEPARTAMENTO A CARGO DE LA JUVENTUD MAGICA

Señor Baker

Gracias por su segundo informe. Fue minucioso, como siempre, y


bastante esclarecedor. Las descripciones de la vida cotidiana de los niños
nos dieron mucho que considerar.

Sin embargo.

Tenemos algunas preocupaciones.

Como recordará, anteriormente solicitamos una mirada más profunda a


Arthur Parnassus. Y aunque nos lo proporcionó, no pudimos evitar notar
que parecía ser menos... objetivo de lo que esperábamos. De hecho, el
informe completo es diferente a cualquier otro que haya escrito. Usted
fue elegido para esta tarea, en parte, debido a su imparcialidad. Fue
capaz, incluso ante la adversidad, de mantener un grado de separación
con los niños y las personas que estaba investigando.

Ese no parece ser el caso aquí.

Le advertimos contra esto, señor Baker. La gente dirá y hará todo lo que
pueda para apaciguar a quienes están en el poder. Es un arma, y se
maneja con bastante destreza. Aquellos que no son inmunes a tales cosas
podrían encontrarse pensando de formas que no deberían. Su tiempo en
Marsyas terminará en breve. Regresará a la ciudad. Se le asignará otra
tarea, y esto ocurrirá nuevamente. Proteja su corazón, señor Baker,
porque eso es lo que buscan primero. No puede permitirse perder de vista
lo que es real aquí. Debe permanecer objetivo. Como estamos seguros que
sabe, las NORMAS Y REGULACIONES dictan que todas y cada una de
las relaciones formadas deben permanecer completamente profesionales.
No puede verse comprometido, especialmente si hay evidencia que un
orfanato debe cerrarse para proteger a los niños.

Podemos admitir que podemos haber subestimado cuán susceptible


puede haber sido usted a tales atenciones de alguien como el señor
Parnassus. Al ver que no está casado, podemos entender cómo puede
sentirse confundido o en conflicto. Con ese fin, queremos recordarle que
DICOMY y la Gerencia Extremadamente Superior están aquí para
ayudarlo. Nos preocupamos por usted. A su regreso de la isla, le

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El Mar Cerúleo
pediremos que asista a una evaluación psicológica. Para su propia
tranquilidad, por supuesto. El bienestar de nuestros trabajadores
sociales es de suma importancia. Es el alma de DICOMY, y sin usted, no
habría nosotros. No habría esperanza para los niños. Usted importa,
señor Baker.

Para ayudarlo a asegurarse que sus pensamientos estén en orden y en


un esfuerzo por ser completamente transparentes, hemos adjuntado un
archivo semi-completo sobre Arthur Parnassus. Él no es, como pronto
verá, quien cree. El orfanato Marsyas es una especie de experimento.
Para ver si alguien de su... comportamiento podría estar a cargo de un
grupo de niños inusuales. Para mantenerlos a todos en un solo lugar
para proteger el estilo de vida. La isla es bien conocida por él, ya que vio,
creció allí en un orfanato que una vez fue cerrado por su culpa. Este
informe es solo para sus ojos. No se debe discutir con nadie más, incluido
el señor Parnassus. Considérelo clasificado en el nivel cuatro. Además,
encontrará adjunta una llave. Si no se han cambiado las cerraduras, esto
debería abrir la puerta del sótano oculta en el jardín. Le dará una idea de
qué es capaz de hacer Arthur Parnassus.

Pronto, señor Baker. Regresará a casa pronto.

Esperamos su próximo informe y su informe final a su regreso.

Sinceramente,

CHARLES WERNER

GERENCIA EXTREMADAMENTE SUPERIOR

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El Mar Cerúleo

Quince

Aunque la curiosidad rogaba por matar al gato, Linus la


ignoró.

La ignoró mientras caminaba de regreso a la camioneta.


La ignoró mientras entraba.

La ignoró cuando Arthur le sonrió y le preguntó si estaba


listo para irse a casa.

—Sí —dijo de manera uniforme—. Estoy listo.

Los niños tenían mucho azúcar y la salida del día, y


balbucearon la mayor parte del camino hasta el ferry. Merle les
frunció el ceño cuando abrió la puerta, pero lo ignoraron.
Cuando llegaron a la mitad del canal a la isla, los niños
estaban dormidos, a excepción de Sal. Theodore estaba
acurrucado en su regazo, con el ala sobre la cabeza para
bloquear la luz del sol.

—¿Pasaste un buen rato? —escuchó a Zoe preguntarle.

—Creo que sí —respondió Sal—. El señor Baker me


ayudó. Me dijo que puedo tener miedo, pero recordar que hay
más para mí que eso —suspiró—. La gente puede ser grosera,
y pueden pensar cosas tontas sobre mí, pero los veo a todos, y
eso es lo más importante. ¿Verdad, señor Baker?

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El Mar Cerúleo
Linus pensó que era demasiado tarde para proteger su
corazón.

Los niños parpadearon lentamente mientras se


despertaban cuando Arthur apagó la camioneta frente a la
casa. Lucy bostezó y se estiró, golpeando accidentalmente a
Talia en la cara con el codo. Ella apartó su brazo.

—Lo siento —dijo.

—Tal vez cenaremos un poco más temprano esta noche


—anunció Arthur—. No creo que algunos duremos mucho
más. Cojamos las cosas y entremos a guárdalo todo. Talia,
puedes ir a la glorieta si es donde quieres almacenar tus
nuevas herramientas.

Ella sacudió la cabeza cuando Zoe abrió la puerta de la


furgoneta.

—Voy a llevármelas conmigo esta noche. Es una cosa


gnómica. Las herramientas deben estar en mi cama la primera
noche para que sepan que me pertenecen.

Arthur esbozó una sonrisa.

—Es curioso, nunca había escuchado eso antes.

—Muy antigua tradición gnómica. Muy reservado Tienes


suerte que esté incluso contándotelo.

—Está bien. Lo recordaré a partir de ahora. —Y con eso,


abrió su puerta y salió de la camioneta.

Linus tardó un momento en darse cuenta de que era el


único que quedaba. Se sobresaltó cuando su puerta se abrió
de golpe. Miró hacia afuera para encontrar a Zoe mirándolo.

—¿Vamos?

Él asintió, agarrando la carpeta en sus manos. Él notó


que ella lo miró y su ceño se frunció ligeramente.

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Salió de la furgoneta.

Ella cerró la puerta detrás de él.

—Estuviste terriblemente callado en el camino a casa.

—Un largo día —dijo.

—¿Eso es todo?

Él asintió.

—No soy tan joven como solía ser.

—No —dijo lentamente—. No creo que lo seas.


¿Entramos?

Él sonrió débilmente.

—Debería revisar a Calliope. Asegurarme que esté


alimentada y bien. Dame un poco de paz y tranquilidad antes
de la cena.

—Por supuesto. Enviaré a uno de los niños a buscarte


cuando sea hora de comer. —Ella extendió la mano y le apretó
el brazo—. Lo hiciste bien hoy, Linus. No sé si podríamos haber
hecho esto sin ti. Gracias.

Por primera vez desde que llegó a la isla, se preguntó si


estaba siendo utilizado.

Le dolía más de lo que esperaba.

Él sonrió.

—No sé si eso es cierto.

Ella lo miró por un momento. Luego:

—¿Estás seguro de que estás bien?

—Solo cansado —dijo—. Toda esa luz del sol. Allí suele
llover siempre.

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Parecía que iba a decir algo más, pero Phee la llamó y le
dijo que era su noche para ayudar con la cena, y que tenía
algunas ideas.

Zoe lo dejó de pie junto a la camioneta.

Los vio desaparecer en la casa.

Arthur fue el último. Volvió a mirar por encima del


hombro.

—¿Te veo pronto?

Linus solo pudo asentir.

Se paseó frente a la cama, mirando de vez en cuando el


archivo que había colocado allí.

—No es nada, ¿verdad? —le preguntó a Calliope, quien


lo miró desde el alféizar de la ventana—. Basura absoluta, muy
probablemente. ¿Por qué no me habrían dado esta información
antes, si fuera tan necesaria? Y me acusaron de perder la
objetividad. ¡Yo, de todas las personas! Nunca he oído hablar
de una idea tan ridícula. El nervio de esas personas, sentadas
todas altas y poderosas.

Calliope le maulló.

—¡Lo sé! —exclamó—. Es absurdo. E incluso si no fuera


así, aún puedo apreciar las cualidades de las personas aquí.
No tiene que significar nada. No significa nada.

La cola de Calliope se movió.

—¡Precisamente! Y obviamente Arthur tiene secretos.


¡Todos los tienen! Yo tengo secretos. —Se detuvo y frunció el
ceño—. Bueno, eso probablemente no sea cierto. El hecho que
no haya dicho algo no lo convierte en secreto. ¡Pero podría
tener uno! ¡Y sería el más secreto!

Calliope bostezó.

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—Tienes razón —decidió Linus—. ¿Por qué es tan
importante? Probablemente no sea nada. Una táctica de
miedo. E incluso si no es así, no cambiaría nada. No tengo
ningún sentimiento desagradable sobre nadie, y en una
semana, dejaremos este lugar, y con el tiempo, pensaremos
con cariño en nuestra estancia aquí, y nada más. ¡Ciertamente
no nos arrepentiremos de no haberle dicho nada a nadie sobre
sentimientos que no existen!

Calliope apoyó la cabeza sobre sus patas y cerró los ojos.

Ella tuvo una buena idea. Quizás Linus debería dormir.


Una siesta, tal vez. O incluso ignorarlo hasta mañana. No
había mentido cuando dijo que había sido un día largo. Estaba
cansado. Habían sucedido muchas cosas, y aunque no todas
habían sido buenas, ciertamente no había sido un desastre
que terminó con Lucy causando que alguien explotara o Talia
enfrentándose a otra persona con su nueva pala.

—Sí —se dijo a sí mismo—. Una ducha y luego una


siesta. Puede que ni siquiera me despierte hasta mañana.
Ciertamente puedo perderme una comida, especialmente
después de tomar helado de cereza. —Hizo una pausa,
considerando—. ¡Lo que ni siquiera me gustó!

Eso era mentira. Estaba delicioso. Lo había probado en


su infancia.

Se giró para caminar hacia el baño.

En cambio, sus pies lo llevaron al borde de la cama. Bajó


la mirada hacia el archivo. La llave estaba a su lado. Se dijo a
sí mismo que lo dejara. Que, si había algo que saber, podría
preguntar. Recordó el destello en los ojos de Arthur.

La forma en que su piel se había sentido tan caliente.

Recordó la forma en que Arthur sonreía, la forma en que


se reía, la forma en que existía aquí en esta isla como si tuviera
todo lo que pudiera desear en el mundo. Le atraía, y pensó en

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cómo su mundo había sido frío, húmedo y gris hasta que llegó
aquí. Se sentía como si estuviera viendo en color por primera
vez.

—¿No te gustaría quedarte aquí? —susurró.

Oh, sí. Pensó que podría desear eso más que nada.

Tenía que detenerse. Porque no creía que pudiera


soportarlo si todo resultaba ser una mentira.

Abrió el archivo. Todo comenzó igual que el anterior.

NOMBRE: ARTHUR PARNASSUS

EDAD: CUARENTA Y CINCO AÑOS

PELO: RUBIO

COLOR DE OJOS: MARRÓN OSCURO

Esto era lo mismo que el primer archivo. El resto había


sido un esbozo de Arthur Parnassus, dando una vaga idea de
quién era y cuánto tiempo había sido maestro del Orfanato
Marsyas.

Este archivo, sin embargo, continuaba como los demás.

MADRE: DESCONOCIDA (SE CREE FALLECIDA)

PADRE: DESCONOCIDO (SE CREE FALLECIDO)

¿Qué había dicho Helen?

Fue mi primer trabajo. Tenía diecisiete años. Era un salón


diferente en aquel entonces, pero espero que todavía sepa cómo
trabajar. Así es como conocí a Arthur. Él venía aquí cuando era
un niño.

Y luego leyó la siguiente línea, la que decía ESPECIE DE


SER MÁGICO, y todo cambió.

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En la cena hubo una incómoda conversación.

—¿No tiene hambre, señor Baker? —preguntó Talia.

—No tengo hambre. —Linus se atragantó con la lengua.

Todos lo miraron fijamente.

Se limpió la boca con una servilleta.

—Parece que estoy bastante lleno del helado.

Lucy frunció el ceño.

—¿De verdad? Pero tienes mucho espacio. Me comí todo


mi helado y todavía tengo hambre. —Como para probar un
punto, Lucy intentó meterse una chuleta de cerdo entera en la
boca. No tuvo mucho éxito.

Linus sonrió con fuerza.

—Es así. Puede que tenga... tanto espacio, como dices,


pero eso no significa que deba llenarlo.

Theodore lo miró con un poco de grasa colgando de la


boca.

—También estás muy callado —dijo Phee, persiguiendo


a un pequeño tomate con su tenedor—. ¿Es porque Lucy casi
mató a un hombre hoy?

—¡Casi no lo mato! Ni siquiera me estaba esforzando


mucho. Si quisiera, podría haberlo explotado con el poder de
mi mente.

Eso ciertamente no hizo que Linus se sintiera mejor,


aunque no lo asustaba tanto como lo habría hecho hace un
par de semanas. Se preguntó si esto era lo que la Gerencia

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Extremadamente Superior quería decir en su carta. Contra su
mejor juicio, estaba casi encantado.

Esa no era una buena señal.

—No deberías matar gente —dijo Chauncey. Todavía sin


quitarse la gorra de botones. Arthur le había dicho que podía
usarla para cenar solo esta vez—. Matar gente es malo. Podrías
ir a la cárcel.

Lucy atacó su chuleta de cerdo con saña.

—Ninguna cárcel podría retenerme. Me escaparía y


volvería aquí. Nadie se atrevería a seguirme porque podría
hacer que sus órganos se derritieran.

—No derretimos los órganos de las personas —le recordó


Zoe pacientemente—. No es cortés.

Lucy suspiró con la boca llena de carne y las mejillas


hinchadas.

—Deberías comer —le dijo Sal a Linus en voz baja—.


Todo el mundo necesita comer.

¿Y cómo podría refutar eso viniendo de Sal? Linus hizo


alarde de darle un gran mordisco a la ensalada en su plato.

Eso pareció apaciguar a todos. Casi todos. Arthur lo


estaba mirando desde el otro lado de la mesa. Linus estaba
haciendo todo lo posible para no encontrarse con su mirada.
Parecía más seguro de esa manera.

No sabía de lo que Arthur era capaz.

Linus se despidió después de la cena, diciendo que


estaba más exhausto de lo que esperaba. Lucy parecía un poco
decepcionado que no fuera a escuchar los nuevos discos que
había comprado, pero Linus le prometió que mañana sería un
nuevo día.

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El Mar Cerúleo
—Te ves un poco sonrojado —dijo Zoe—. Espero que no
te ocurra nada. —Tenía un brillo extraño en los ojos—.
Especialmente porque es tu última semana aquí y todo eso.

Linus asintió.

—Estoy seguro que no es nada.

Ella cogió su plato, todavía casi lleno.

—Bueno, descansa un poco, Linus. Odiaríamos verte


enfermo. Te necesitamos, lo sabes.

Ah. ¿Lo hacían? ¿Realmente lo necesitaban?

Linus estaba casi en la puerta cuando Arthur dijo su


nombre.

Cerró los ojos, la mano en el pomo de la puerta.

—¿Sí? ¿Qué pasa?

—Si necesitas algo, todo lo que tienes que hacer es


preguntar.

Pensó que el pomo se rompería bajo sus dedos.

—Es muy amable de tu parte, pero no necesito nada.

Arthur puso una mano sobre su hombro.

—¿Estás seguro?

¿Qué tan fácil sería dar la vuelta? ¿Mirar al hombre que


había retorcido tanto su corazón? ¿El hombre que, en pocas
palabras, le había ocultado tanto?

—Estoy seguro —susurró Linus.

La mano se cayó.

—Está bien, Linus.

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El Mar Cerúleo
Salió por la puerta y entró en la noche tan rápido como
pudo.

Se quedó mirando el techo en la oscuridad, el edredón


levantado hasta la barbilla. Dormir era imposible. Ese archivo
se había asegurado de arruinar eso. Incluso ahora, podía
sentir su presencia debajo del colchón donde lo había
empujado antes. No quería que Chauncey lo encontrara si
entraba a coger la ropa.

Lo que trajo otra ola rompiendo sobre él.

¿Lo saben ellos? ¿Sabían los niños quién es Arthur?

¿Lo que es?

Podía verlo claramente en su mente, aunque no quería.


Arthur en el aula, diciéndoles a los niños que un hombre venía
del continente. Un hombre que estaría allí para evaluarlos,
para investigarlos. Un hombre del Departamento a Cargo de la
Juventud Mágica que tenía el poder de quitarles todo esto.
Lucy, por supuesto, se ofrecería a hacer que la piel del intruso
se separara de sus huesos. Theodore podía comer lo que
quedara y luego regurgitarlo en un agujero que Talia había
cavado. El agujero se llenaría y Phee haría crecer un árbol
encima de él. Cuando alguien viniera a preguntar por este
intruso, Chauncey se ofrecería a llevar su equipaje, y Sal diría
sinceramente que no tenían idea de quién era Linus Baker.

Arthur, por supuesto, les diría en términos claros que el


asesinato no era la respuesta. En cambio, susurró en la cabeza
de Linus, debes hacer que se preocupe por ti. Debes hacerle
pensar, tal vez por primera vez en su vida, que ha encontrado
un lugar al que pertenecer.

Eran ridículos, estos pensamientos. Todos ellos. Pero los


pensamientos a altas horas de la noche, cuando el sueño no
es más que una noción fugaz, generalmente lo son. En la
oscuridad, todo parece como si pudiera ser real.

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El Mar Cerúleo
Era más de medianoche cuando se sentó en la cama.
Calliope bostezó desde su lugar cerca de sus pies.

—¿Qué pasa si todo es mentira? —le preguntó en la


oscuridad—. ¿Cómo llegué a donde no podría soportar eso?

Ella no respondió.

La vida anterior había sido mundana y ordinaria. Había


conocido su lugar en el mundo, aunque de vez en cuando, las
nubes oscuras se abrían con un rayo de sol en forma de una
pregunta que apenas se permitía reflexionar.

¿No te gustaría estar aquí?

Más que nada.

Y entonces otro pensamiento lo golpeó, uno tan extraño


que apenas podía agarrarlo. Estaba tan fuera del ámbito de lo
que él creía posible que aturdía la mente.

¿Y si no es Arthur quién miente? Pensó ¿Qué pasa si no


lo hacen los niños? ¿Qué pasa si es DICOMY?

Habría una manera de probar eso. De una sola mano.

—No —dijo, recostándose en la cama—. Absolutamente


no.

Calliope ronroneó.

—Simplemente me iré a dormir, y en seis días, nos


iremos a casa, y todo esto no importará ¿Cómo me llamaron
en la carta? ¿Susceptible? Bah. Por qué, la idea misma es
ridícula.

Se sintió mejor.

Cerró los ojos.

Y vio cómo Chauncey se había escondido debajo de su


cama la primera mañana, cómo se veía Talia sentada en el

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El Mar Cerúleo
suelo de una tienda de discos con sus herramientas, cómo
Theodore cogía los botones como si fueran el mejor regalo,
cómo Phee había quitado un Sal tembloroso de un montón de
ropa, cómo Lucy había llorado después de romper su música,
cómo Zoe lo había recibido en su casa.

Y, por supuesto, la sonrisa de Arthur. Esa sonrisa


tranquila y hermosa que se sintió como ver el mar por primera
vez.

Linus Baker abrió los ojos.

—Oh, querido —susurró.

El aire nocturno era frío, mucho más frío de lo que había


sido desde que llegó. Las estrellas eran como hielo en el cielo
negro de arriba. La luna apenas era una astilla. Se estremeció
cuando se ajustó el abrigo sobre el pijama. Metió la mano en
su bolsillo, asegurándose que la llave todavía estuviera allí.

Lo estaba.

Salió del porche.

La casa principal estaba oscura, como debería haber


estado a esta hora tardía. Los niños estarían dormidos en sus
camas.

Apenas hizo un sonido mientras caminaba hacia el


jardín. Para un hombre de su tamaño, podría ser liviano
cuando lo necesitaba. El aire olía a sal y se sentía pesado
contra su piel.

Siguió el camino por el jardín. Se preguntó qué pensaría


Helen cuando llegara. Pensó que estaría impresionada. Él
esperaba eso. Talia se lo merecía. Había trabajado duro.

Rodeó la parte trasera de la casa. Tropezó con una raíz


gruesa, pero logró mantenerse en pie.

Allí, frente a él, estaba la puerta del sótano.

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Las marcas de quemaduras tenían mucho sentido
ahora.

Su garganta chasqueó mientras tragaba. Linus sabía


que podía darse la vuelta en este momento y olvidarse de todo
esto. Podía volver a su cama y, durante los siguientes seis días,
mantener una distancia profesional y hacer lo que le habían
enviado a hacer. Luego cogería el ferry por última vez, y un tren
estaría esperando para llevarlo a casa. La luz del sol se
desvanecería detrás de las nubes oscuras y, con el tiempo,
comenzaría a llover. Conocía esa vida. Esa era la vida de un
hombre como él. Era triste y gris, pero era la vida que había
llevado durante muchos, muchos años. Este último mes, este
destello de color brillante, no sería más que un recuerdo.

Sacó la llave del bolsillo.

—Probablemente ni siquiera se ajuste a la cerradura —


murmuró—. Lo más probable es que haya cambiado.

No lo hizo. La llave se deslizó perfectamente en el


candado oxidado. La giró.

La cerradura se abrió con el más pequeño de los sonidos.


Se cayó a las malas hierbas.

—Última oportunidad —se dijo—. Última oportunidad


para olvidar toda esta tontería.

La puerta era más pesada de lo que esperaba, tanto que


apenas podía levantarla. Él gruñó mientras la abría, con los
brazos tensos por el peso. Le llevó un momento descubrir por
qué. Aunque el exterior de las puertas del sótano era de
madera, el interior era una lámina de metal grueso, como si
hubiera sido reforzado.

Y a la luz de las estrellas, podía ver surcos poco


profundos tallados en el metal.

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Levantó la mano y presionó los dedos contra las ranuras.
Había cinco de ellos, muy juntos. Como si alguien con manos
pequeñas los hubiera raspado por dentro.

Eso causó que un escalofrío recorriera la columna de


Linus.

Ante él, desapareciendo en una espesa oscuridad, había


un conjunto de escaleras de piedra. Se tomó un momento para
dejar que sus ojos se ajustaran, deseando haber recordado
traer una linterna. O podría esperar la luz del día.

Entró en el sótano.

Linus mantuvo una mano presionada contra la pared


para mantener el equilibrio. El muro estaba hecho de piedra
lisa. Contó cada paso que daba. Contó trece cuando las
escaleras terminaron. No podía ver nada. Palpó a lo largo de la
pared, esperando encontrar un interruptor de luz. Tropezó con
algo, un brillante gruñido de dolor le subió por la espinilla
hasta el muslo. Hizo una mueca y sintió...

Ahí.

Un interruptor.

Lo movió hacia arriba.

Una bombilla se encendió en el centro de la habitación.


Linus parpadeó contra la tenue luz.

El sótano era más pequeño de lo que esperaba. La


habitación en la casa de huéspedes donde había pasado las
últimas tres semanas era más grande, aunque no mucho. Las
paredes y el techo estaban hechos de piedra, y casi cada
centímetro de ellos estaba cubierto de lo que parecía ser hollín.
Se miró las manos y vio que estaban negras. Se frotó los dedos
y el hollín cayó al suelo.

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Se había golpeado la rodilla con un escritorio colocado
contra la pared cerca del interruptor de la luz. Se había
quemado parcialmente con la madera ennegrecida y agrietada.
Había una cama doble, con el marco de metal roto. No había
colchón, aunque Linus supuso que eso tenía sentido. Sería
demasiado fácil de quemar. En cambio, había lonas gruesas
que Linus esperaba que fueran ignífugas.

Y eso era todo.

Eso era todo lo que había en el sótano.

—Oh, no —susurró—. No no no.

Algo en la esquina llamó su atención. La sola bombilla


en la habitación no era fuerte, y había más sombras que partes
claras. Se acercó a la pared del fondo y, cuando se acercó,
sintió que sus rodillas se convertían en gelatina.

Marcas de tiempo.

Marcas hechas en la pared. Cuatro líneas seguidas.


Cruzadas por una quinta.

—Cinco —dijo—. Diez. Quince. Veinte. Veinticinco.

Dejó de contar cuando llegó a los sesenta. Era


demasiado para manejarlo. Pensó que estaban destinados a
llevar la cuenta de los días, y la idea le hacía doler el corazón.

Se tragó el nudo en la garganta. La injusticia de todo


amenazaba con abrumarlo.

DICOMY no había estado mintiendo. El archivo era


cierto.

—No he estado aquí en años —dijo una voz detrás de él.

Linus cerró los ojos.

—No. No espero que lo hagas.

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—Pensé que parecías un poco... apagado —dijo Arthur
en voz baja—. Después que regresaste de la oficina de correos,
algo había cambiado. No sabía qué, pero lo había hecho. Elegí
creerte cuando dijiste que estabas cansado, pero luego, en la
cena, parecías haber visto un fantasma.

—Traté de ocultarlo —admitió Linus—. No parece que


haya hecho un buen trabajo.

Arthur se rió entre dientes, aunque sonaba triste.

—Eres mucho más expresivo de lo que piensas. Es una


de las cosas que... No importa. Eso no tiene importancia ahora.
Por el momento, al menos.

Linus cerró las manos en puños para evitar que


temblaran.

—Entonces, ¿es verdad?

—¿El qué?

—Lo que leí. En el archivo que me envió DICOMY.

—No lo sé. Nunca he leído mi archivo. Por lo que sé, está


lleno de medias verdades y mentiras. O, tal vez, todo es
correcto. Uno nunca puede decirlo con DICOMY.

Linus se dio la vuelta lentamente mientras abría los ojos.

Arthur estaba al pie de las escaleras. Estaba vestido


para ir a la cama, lo que significa que llevaba pantalones cortos
y una camiseta fina. Irracionalmente, Linus quería ofrecer su
abrigo. Hacía demasiado frío para que Arthur fuera con lo que
llevaba puesto. Ni siquiera llevaba calcetines. O zapatos. Sus
pies parecían extrañamente vulnerables.

Estaba mirando a Linus, aunque no parecía haber ira en


su mirada. En todo caso, parecía un poco afectado, aunque no
podía estar seguro.

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—Él te dio la llave —dijo Arthur. No era una pregunta.

Linus asintió.

—Había una llave, sí. Espera ¿Qué quieres decir con él?

—Charles Werner.

—¿Cómo…? —Se detuvo y respiró hondo.

Pero hice de esta casa un hogar para los que tenía, y la


preparé en caso que vinieran más. Su predecesor, él... cambió.
Era encantador, y pensé que se iba a quedar. Pero luego cambió.

¿Qué le sucedió?

Fue ascendido. Primero a supervisor. Y luego, por última


vez que escuché que a Gerente Extremadamente Superior. Justo
como siempre quiso. Entonces aprendí una lección muy dura: a
veces los deseos nunca se deben decir en voz alta, ya que no se
harán realidad.

—Lo siento —dijo Linus sin poder hacer nada.

—¿Por qué?

Linus no estaba seguro exactamente.

—No... —sacudió la cabeza—. No sabía a qué te referías.

—Oh, creo que sí. —Arthur se alejó del pie de las


escaleras. Pasó un dedo sobre la superficie quemada del
escritorio—. Sospecho que leyó algo en tus informes que le
causó preocupación. Esta era su forma de intervenir.

—¿Por qué?

—Porque ese es quien es. Las personas pueden


presentarse como unidireccionales, y una vez que estás seguro
que las conoces, una vez que estás seguro de haber encontrado
lo que estás buscando, se revelarán quiénes son realmente. Me
usó, creo. Para conseguir lo que quería. Donde quería. —

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Arthur se frotó las manos—. Yo era más joven, entonces.
Estaba enamorado. Tonto, aunque no hubieras podido
convencerme. Pensé que era amor. Ahora puedo ver que no fue
así.

—Dijo que esto era un experimento —espetó Linus—.


Para ver si... si alguien como tú podía…

Arthur arqueó una ceja.

—¿Alguien como yo?

—Sabes a lo que me refiero.

—Entonces, ¿por qué no puedes decirlo?

El pecho de Linus se encogió.

—Una criatura mágica.

—Sí.

—Quizás la más rara de todas.

—Eso parece.

—Eres...

—Dilo. Por favor. Déjame escucharte decirlo. Quiero


escucharlo de ti.

Entonces, ¿conociste a un fénix?

Lo conocí. Él era... inquisitivo. Le sucedieron muchas


cosas, pero aún mantenía la cabeza bien alta. A menudo pienso
en el hombre en el que se convirtió.

Linus Baker dijo:

—Eres un fénix.

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—Lo soy —dijo Arthur simplemente—. Y creo que soy el
último de mi clase. Nunca conocí a mis padres. Nunca he
conocido a nadie más como yo.

Linus apenas podía respirar.

—No pude controlarlo —dijo Arthur, mirándose las


manos—. No cuando era un niño. El maestro no era alguien en
quien me gustaría pensar si puedo evitarlo. Era cruel y duro,
más propenso a golpear que a mirar. Nos odiaba por lo que
éramos. Nunca supe por qué. Quizás algo le había sucedido a
él o su familia antes de venir a este lugar. O tal vez acababa de
escuchar las palabras de la gente del mundo y dejar que lo
llenara con veneno. Las cosas eran diferentes, entonces, si
puedes creerlo. Peor para personas como nosotros. Hay ciertas
leyes vigentes ahora que no existían en ese entonces que
pretenden prevenir... bueno. El pueblo no era tan malo, pero...
era solo un lugar pequeño en el mundo grande y ancho. Tenía
helado de cereza de una niña bonita. Me hizo pensar que tal
vez esta isla no era el todo y el final. Y entonces cometí un grave
error.

—Pediste ayuda.

Arthur asintió.

—Envié una carta a DICOMY, o al menos lo intenté. Les


dije cuán horriblemente nos estaban tratando. El abuso que
sufríamos a manos de este hombre. Había otros niños aquí,
aunque él parecía tener una venganza específica contra mí, y
me llevé la peor parte. Pero estaba de acuerdo con eso, porque
cuanto más se enfocaba en mí, menos se preocupaba por los
demás. Pero incluso yo tuve un punto de quiebre. Sabía que,
si no hacía algo, y pronto, iba a lastimar a alguien.

Cuanto más golpeas a un perro, más se encoge cuando se


levanta una mano. Si se lo empuja lo suficiente, un perro puede
morder y desgarrar, aunque solo sea para protegerse.

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El Mar Cerúleo
—Pensé que estaba siendo inteligente con mi carta. La
saqué de contrabando, doblada en la cintura superior de mis
pantalones. Pero de alguna manera, la descubrió mientras
estábamos en el pueblo. Me escabullí, tratando de llegar a la
oficina de correos, pero me encontró. Me quitó la carta. —
Arthur miró hacia otro lado—. Esa noche fue la primera noche
que pasé aquí. Me quemé después de eso. Me quemé
completamente.

Linus pensó que iba a enfermar.

—Eso no es… eso no es justo. Nunca debería haber


estado en condiciones de hacerte eso. Nunca deberían haberle
permitido poner una mano sobre ti.

—Oh, lo sé ahora. ¿Pero entonces? Yo era solo un niño.


—Arthur extendió la mano con la palma hacia arriba. Sus
dedos se flexionaron ligeramente, y el fuego floreció como una
flor. Linus, que había visto tantas cosas extrañas y
maravillosas en su vida, estaba fascinado—. En aquel
entonces, pensé que era lo que merecía por ser lo que era. Me
metió eso lo suficiente hasta que no tuve más remedio que
creerle. El fuego comenzó a moverse entonces, arrastrándose
por su muñeca. Se abrió camino alrededor de su brazo.
Cuando llegó a su camisa, Linus estaba seguro que comenzaría
a arder.

No lo hizo.

En cambio, el fuego creció hasta que comenzó a


romperse y crujir. Se elevó en el aire detrás de él,
extendiéndose hasta que Linus no pudo negar lo que estaba
viendo.

Alas.

Arthur Parnassus tenía alas de fuego.

Eran hermosas. Linus pudo ver plumas ardientes en rojo


y naranja, y recordó la noche en que vio el destello fuera de la

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El Mar Cerúleo
casa de huéspedes después que Arthur se fuera. Las alas se
estiraron tanto como pudieron en la pequeña habitación, y
Linus pensó que tenían al menos tres metros de largo de punta
a punta. Y aunque podía sentir el calor de ellas, no se sentía
abrasador. Las alas revolotearon, dejando rastros de fuego
dorado.

Por encima de su cabeza, Linus pensó que podía


distinguir el contorno de la cabeza de un pájaro, el pico afilado
y puntiagudo.

Arthur cerró su mano.

El fénix se acurrucó hacia la parte superior de su


cabeza, con las alas plegándose. El fuego se apagó, dejando
espesas volutas de humo, las imágenes posteriores de un gran
pájaro bailando en los ojos de Linus.

—Traté de quemarlo —susurró Arthur—. Pero el maestro


se había preparado para eso. Los listones de metal contra la
puerta. Los muros de piedra. Aprendí que la piedra puede
soportar el calor intenso. Se hizo evidente con bastante rapidez
que me ahogaría con el humo antes de escapar. Entonces hice
lo único que pude. Me quedé. Él era inteligente. Él mismo
nunca me trajo comida ni cambiaba el cubo que usaba como
inodoro. Hizo que uno de los otros niños lo hiciera, sabiendo
que nunca los dañaría.

Aunque Linus no quería saber, preguntó:

—¿Cuánto tiempo estuviste aquí abajo? —No podía


soportar mirar las marcas grabadas en la pared.

Arthur parecía dolido.

—Cuando me fui, pensé que habían pasado unas pocas


semanas. Resultó ser seis meses. Cuando estás
constantemente en la oscuridad, el tiempo se vuelve...
escurridizo.

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El Mar Cerúleo
Linus bajó la cabeza.

—Finalmente, alguien vino. Ya fuera porque


sospechaban que algo estaba mal o porque decidieron que era
necesaria una inspección. Me dijeron que el maestro intentó
explicar mi ausencia, pero uno de los otros niños fue lo
suficientemente valiente como para hablar. Me encontraron y
el orfanato fue cerrado. Me enviaron a una de las escuelas de
DICOMY que era mejor, aunque no por mucho. Al menos allí,
podía salir y extender mis alas.

—No entiendo —admitió Linus—. ¿Por qué volviste a este


lugar? ¿Después de todo lo que te pasó?

Arthur cerró los ojos.

—Porque este era mi infierno. Y no podía permitir que


siguiera así. Esta casa nunca había sido un hogar, y pensé que
podría cambiar eso. Cuando fui a DICOMY con la idea de
reabrir el Orfanato Marsyas, pude ver la codicia en sus ojos.
Aquí, podrían seguirme la pista. Aquí, podrían enviar a otros
que creían que eran los más peligrosos. Me asignaron a
Charles y me dijeron que ayudaría a poner las cosas en orden.
Lo hizo, pero para su propio fin. Zoe trató de advertirme,
aunque decidí no creerle.

La ira se hinchó dentro de Linus.

—¿Y dónde estaba ella? ¿Cómo, en nombre de Dios, no


te ayudó?

Él se encogió de hombros.

—Ella no lo sabía. Estaba escondida, temiendo


represalias. Era el gran secreto de esta isla, y uno que
hubieran tratado de aprovechar en ese entonces. Solo la conocí
una vez antes de entrar en el sótano. Me topé con ella en el
bosque, y casi me mata hasta que me vio por lo que era. Ella
huyó en su lugar. Cuando regresé a la isla, ella vino a mí y me

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dijo que lamentaba todo lo que había soportado. Que me
permitiría quedarme y que ayudaría si fuera necesario.

—Eso no es…

—No se le puede culpar —dijo Arthur bruscamente


cuando abrió los ojos—. Ciertamente no. No había nada que
pudiera haber hecho que no la hubiera puesto en peligro.

—Ahora saben de ella —admitió Linus—. La incluí en mi


informe.

—Lo sabemos. Tomamos la decisión después de recibir


un aviso que DICOMY iba a enviar a un trabajador social.
Estaba cansada de esconderse. Aceptó el riesgo por lo
importante que los niños son para ella. Necesitaba que vieras
que no iba a dejarlos ir sin pelear.

Linus sacudió la cabeza.

—No puedo… ¿por qué demonios DICOMY te permitiría


estar en este lugar? ¿Por qué estarían de acuerdo en poner a
los niños bajo tu cuidado? —Se puso pálido y agregó
rápidamente—: Eres bastante capaz, por supuesto, es solo
que...

—La culpa es una herramienta poderosa —dijo Arthur—


. Porque todo lo que soporté aquí, recaería en DICOMY si
alguna vez se corriera la voz. Pensaron que podrían usarlo a
cambio. Por mi silencio, me permitirían estar en esta casa.
Para seguirme la pista, sí, pero al final, vieron la isla como un
lugar solitario y desolado donde el único pueblo cercano podía
comprarse fácilmente. Uno donde podrían enviar a quienes
consideraban más... extremos. Este era su gran experimento.
Pensaban que era un peón.

—Pero estabas jugando con ellos —susurró Linus—.


“Dame tu cansados, tus pobres y agrupados anhelos para que
respiren libremente”.

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Arthur sonrió.

—Oh, sí. Cogí sus agrupados anhelos y les di un hogar


donde podían respirar sin temor a represalias. —Su sonrisa se
desvaneció—. Pensé que tenía todo planeado. Y tal vez cometí
errores. Mantener a los niños en la isla era uno. Eso nació del
miedo. Me dije que ya tenían suficiente. Que la isla y Zoe y yo
podíamos proporcionar todo lo que pudieran necesitar. Los
amo más que a nada en este mundo y me convencí que el amor
sería suficiente para sostenerlos. Pero no tuve en cuenta una
sola cosa.

—¿Qué?

Arthur lo miró.

—Tú. Eras lo más inesperado de todo.

Linus lo miró boquiabierto.

—¿Yo? ¿Pero por qué?

—Por quién eres. Sé que no lo ves, Linus. Pero yo lo veo


lo suficiente por los dos. Me haces sentir que me estoy
quemando de adentro hacia afuera.

Linus no pudo encontrar la manera de creerle.

—Solo soy una persona. Soy solo yo.

—Lo sé. Y qué encantadora persona eres.

Esto no podía ser real.

—Se la jugaste a DICOMY para conseguir lo que querías.

Los ojos de Arthur se entrecerraron.

—Sí.

Linus tuvo que luchar para pronunciar las palabras.

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—Podrías estar haciendo lo mismo conmigo. Para
conseguir lo que quieres. Para tenerme… para que diga lo que
quieras en mis informes.

Arthur contuvo el aliento.

—Oh. Oh, Linus ¿Realmente piensas tan mal de mí?

—No sé qué pensar —espetó Linus—. ¡No eres quien


pensé que eras! ¡Me has mentido!

—Me callé la verdad —dijo Arthur suavemente.

—¿Hay alguna diferencia?

—Yo creo que…

—¿Saben eso de ti? ¿Los niños?

Arthur sacudió la cabeza lentamente.

—Aprendí bastante rápido cómo esconderme de la


mayoría.

—¿Por qué?

—Porque quería que pensaran que todavía había algo


bueno en este mundo. Me fueron enviados destrozados en
pedazos muy pequeños. Cuanto menos supieran de mí, mejor.
Necesitaban concentrarse en su propia curación. Y yo estaba…

—Podrían haber encontrado solidaridad contigo —


argumentó Linus—. Podrían haber...

—Y DICOMY me ordenó que nunca me revelara ante


ellos…

Linus dio un paso atrás. Golpeó la pared.

—¿Qué?

—Era parte del trato —dijo Arthur—. Una de sus


condiciones antes que aceptaran permitirme regresar aquí.

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Podría volver a abrir Marsyas, pero quién soy, lo que soy,
seguiría siendo un secreto.

—¿Por qué?

—Sabes por qué, Linus. Los fénix son... nosotros…


puedo arder brillantemente y no sé si tengo límite. Creo que
podría quemar el cielo si me esforzara lo suficiente. Si no
podían encontrar una manera de aprovechar ese poder,
entonces, al menos, le pondrían un bozal. El miedo y el odio
provienen de no poder entender...

—Eso no es excusa —espetó Linus—. El hecho que


puedas hacer cosas que otros no pueden no te convierte en
algo para ser vilipendiado.

Se encogió de hombros torpemente.

—Era su forma de demostrar que, independientemente


de lo que recibía a cambio, todavía tenían un control sobre mí.
Era un recordatorio que todo esto me lo podían quitar cuando
quisieran. Cuando Charles se fue, poco después de la llegada
de Talia y Phee, me dijo que lo recordara. Y si alguna vez recibía
la noticia que había incumplido mi promesa, o que incluso
pensaba que lo había hecho, enviaría a alguien a investigar. Y
si era necesario echarnos. Estoy seguro que el pensamiento
que cruzó por su mente en un momento u otro era que, en
lugar de vivir tranquilamente en esta isla con sus desechados,
acumularía un ejército. Absurdo, por supuesto. Nunca quise
nada más que un hogar que pudiera llamar mío.

—No es justo.

—No. No lo es. La vida rara vez lo es. Pero lo tratamos lo


mejor que podemos. Y nos permitimos esperar lo mejor. Porque
una vida sin esperanza no es una vida vivida en absoluto.

—Tienes que decírselo. Necesitan saber quién eres.

—¿Por qué?

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—¡Porque tienen que ver que no están solos! —gritó
Linus, golpeando sus palmas contra la pared—. Esa magia
existe donde menos lo esperamos. ¡Que puedan crecer para ser
quienes elijan ser!

—¿Pueden hacerlo?

—¡Sí! Y aunque ahora no lo parezca, las cosas pueden


cambiar. Talia dijo que le dijiste que, para cambiar las mentes
de muchos, primero debes comenzar con las mentes de unos
pocos.

Él sonrió.

—¿Ella dijo eso?

—Sí.

—No pensé que me estuviera escuchando.

—Por supuesto que escuchan —dijo Linus,


exasperado—. Escuchan cada cosa que dices. Te miran porque
eres su familia. Eres su... —Se detuvo, respirando con
dificultad. No debería decirlo. No estaba bien. Nada de esto lo
estaba. No era…— ...Eres su padre, Arthur. Dijiste que los
amas más que a la vida misma. Tienes que saber que sienten
lo mismo por ti. Por supuesto que lo hacen. ¿Cómo no iban a
hacerlo? Mírate. Mira lo que has hecho aquí. Eres un fuego y
ellos necesitan saber cómo te quemas. No solo por lo que eres,
sino por lo que te han convertido.

La expresión de Arthur tartamudeó y se rompió. Bajó la


cabeza.

Sus hombros temblaron.

Linus quería consolarlo, quería tomar a Arthur en sus


brazos y abrazarlo, pero no podía mover sus pies. Estaba
confundido, todos sus pensamientos giraban en una tormenta
en su cabeza. Se aferró a lo único que pudo.

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—Y cuando… cuando regrese, cuando salga de este
lugar, haré todo lo posible para asegurarme que la Gerencia
Extremadamente Superior lo sepa. Que la isla...

Arthur levantó la cabeza.

—¿Cuándo vuelvas?

Linus miró hacia otro lado.

—Mi tiempo aquí siempre ha sido determinado. Siempre


hemos sabido que tenía fecha de finalización. Y aunque llegó
mucho más rápido de lo que esperaba, tengo un hogar. Una
vida. Un trabajo. Uno que ahora es más importante que nunca,
creo. Me has abierto los ojos, Arthur. Todos ustedes. Estaré
eternamente agradecido.

—Agradecido —dijo Arthur con voz apagada—. Por


supuesto. Perdóname. No sé lo que estaba pensando. —Linus
levantó la vista para verlo sonreír, aunque parecía temblar—.
Cualquier cosa que puedas hacer para ayudarnos será más
que maravillosa. Tú... eres un buen hombre, Linus Baker. Me
siento honrado de haberte conocido. Tendremos que
asegurarnos que tu última semana aquí en la isla sea una que
nunca olvides. —Comenzó a girar, pero luego se detuvo—. Y te
lo prometo, la idea de usarte para cualquier cosa nunca me ha
pasado por la mente. Eres demasiado precioso para ponerlo en
palabras. Creo que... es como uno de los botones de Theodore.
Si le preguntaras por qué se preocupa tanto por ellos, te diría
que es porque existen.

Y luego subió las escaleras y se adentró en la noche.

Linus estaba en el sótano, mirando el espacio que Arthur


había dejado atrás. El aire todavía era cálido, y juró que podía
escuchar el crepitar del fuego.

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El Mar Cerúleo

Dieciséis

Si la vida de Linus fuera un drama, la última semana de


su estadía en Marsyas habría sido fría y lluviosa, las nubes
grises se movían sobre su cabeza para adaptarse a su estado
de ánimo.

Pero estaba soleado, por supuesto. El cielo y el mar eran


cerúleos.

El lunes, Linus se sentó en las clases de niños,


escuchando mientras discutían la Carta Magna en la mañana
y Los Cuentos de Canterbury en la tarde. Sal estaba bastante
molesto porque las historias estaban inacabadas, lo que llevó
a Arthur a mencionar El misterio de Edwin Drood13. Sal juró
leerlo y llegar a su propio final. Linus pensó que sería
maravilloso y se preguntó si alguna vez podría leerlo.

El martes desde las cinco de la tarde hasta las siete, se


sentó con Talia en su jardín. Estaba un poco preocupada por
lo que pensaría Helen cuando la visitara la próxima semana.
Le preocupaba que no le gustara lo que había cultivado.

13
El misterio de Edwin Drood (en inglés: The Mystery of Edwin Drood) es la decimoquinta
y última novela del escritor británico Charles Dickens, fallecido súbitamente en junio
de 1870, antes de poder terminarla, agotado por una gira de despedida compuesta por
doce lecturas públicas de sus obras.
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El Mar Cerúleo
—¿Qué pasa si no es lo suficientemente bueno? —
murmuró Talia en gnómico, y el hecho que Linus la entendiera
apenas cruzó por su mente.

—Creo que encontrará que es más que adecuado —


respondió.

Ella lo miró con el ceño fruncido.

—Más que adecuado. Caramba, Linus. Gracias por eso.


Ya me siento mucho mejor.

La palmeó en la parte superior de la cabeza.

—Necesitamos mantener el ego bajo control. No tienes


nada que temer.

Miró alrededor de su jardín dubitativa.

—¿De verdad?

—De verdad. Es el jardín más hermoso que he visto.

Se sonrojó bajo su barba.

El miércoles se sentó con Phee y Zoe en el bosque. Se


había olvidado de ponerse corbata y tenía la camisa abierta por
la garganta. Estaba descalzo, la hierba suave debajo de sus
pies. La luz del sol se filtraba a través de los árboles, y Zoe le
decía a Phee que no se trataba solo de lo que podía cultivar,
sino de cultivar lo que ya estaba allí.

—No siempre se trata de crear —dijo Zoe en voz baja


mientras las flores florecían debajo de sus manos—. Se trata
del amor y la atención que pones en la tierra. Es la intención.
Conocerá tus intenciones y, si son buenas y puras, no hay
nada que no puedas hacer.

Esa tarde, él estaba en la habitación de Chauncey,


mientras decía:

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El Mar Cerúleo
—¡Bienvenido al Hotel Everland, señor! ¿Puedo llevar tu
equipaje? —y Linus respondía—: Gracias, mi buen hombre,
eso sería maravilloso. —Le entregó una cartera vacía.
Chauncey se lo colocó sobre el hombro, con la gorra de botones
sobre su cabeza. Después, se aseguró de darle una buena
propina. Era lo que uno hacia después de haber recibido un
servicio de primera clase, después de todo. El agua salada en
el suelo estaba tibia.

Ya avanzada la tarde del miércoles, Linus estaba


comenzando a entrar en pánico, sintiendo sobre sus hombros,
como una capa gruesa, que esto no estaba bien, que estaba
cometiendo un error.

Había puesto su equipaje en la cama con la intención de


comenzar a empacar. Se iba pasado mañana y se dijo a sí
mismo que bien podría comenzar. Pero él estaba de pie en su
habitación mirando su bolso. Su copia de las NORMAS Y
REGULACIONES yacía en el suelo cerca de la cama. No podía
recordar la última vez que lo había mirado. Se preguntó por
qué era tan importante en primer lugar.

No sabía cuánto tiempo habría permanecido allí si no


hubiera escuchado los golpes en la ventana de la habitación.

Levantó la vista.

Theodore estaba encaramado afuera, con las alas


dobladas a los costados y la cabeza ladeada. Golpeó su hocico
contra el cristal nuevamente.

Linus fue a la ventana y la abrió.

—Hola, Theodore.

Theodore parloteó en respuesta, saludando a Linus


mientras saltaba dentro. Abrió las alas y saltó a medias, voló a
la cama y aterrizó cerca de Calliope. Sus ojos se estrecharon
hacia ella y chasqueó las mandíbulas. Se puso de pie
lentamente, arqueando la espalda mientras se estiraba. Y

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El Mar Cerúleo
luego caminó hacia Theodore y levantó la pata para golpearlo
en la cara antes de bostezar y saltar de la cama.

Theodore sacudió la cabeza, un poco aturdido.

—Te lo mereces —lo reprendió Linus suavemente—. Te


dije que no la antagonizaras.

Theodore se quejó de él. Luego, hizo una pregunta. Linus


parpadeó.

—¿Ir contigo? ¿Dónde?

Theodore volvió a piar.

—¿Una sorpresa? No creo que me gusten las sorpresas.

Theodore no tenía nada de eso. Voló hasta el hombro de


Linus, aterrizando y mordisqueándole la oreja hasta que no
tuvo más remedio que obedecer.

—Pequeño tonto descarado —murmuró Linus—. No


puedes morder hasta que la gente haga lo que tú... ¡Ow! ¡Voy!

El sol de la tarde se sentía cálido en la cara de Linus


cuando salieron de la casa de huéspedes. Escuchó mientras
Theodore balbuceaba en su oído como las gaviotas piaban por
encima y mientras las olas chocaban contra los acantilados de
abajo. El dolor en su corazón era agudo y agridulce.

Entraron en la casa principal. Estaba tranquila, lo que


significaba que, o bien todos estaban haciendo lo suyo, o Lucy
estaba haciendo algo terrible que terminaría en muerte.

Theodore saltó del hombro de Linus, con las alas


extendidas mientras aterrizaba en el suelo. Tropezó con ellas
mientras se apresuraba hacia el sofá, cayendo de punta a
punta. Aterrizó sobre su espalda, parpadeando hacia Linus.

Linus luchó contra una sonrisa.

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El Mar Cerúleo
—Aún te van a crecer. Bastante, creo.

Theodore se giró y encontró el equilibrio. Se sacudió


desde la cabeza hasta la punta de la cola. Volvió a mirar a
Linus, volvió a piar y desapareció debajo del sofá.

Linus lo miró fijamente, incrédulo de lo que acababa de


escuchar. Había visto parte del tesoro de Theodore, el que
guardaba en la torreta, pero esto era más importante.

Otro chirrido salió de debajo del sofá.

—¿Estás seguro? —preguntó en voz baja.

Theodore dijo que estaba seguro.

Linus lentamente se puso de rodillas y se arrastró hacia


el sofá. Obviamente no podría caber debajo, pero si levantara
la falda, podría ver bien.

Entonces eso fue lo que hizo.

Se tumbó boca abajo y miró por debajo del sofá a la


guarida de Theodore, con la mejilla presionada contra el suelo.

A su derecha, había una manta suave que se había


convertido en un nido. Una almohada pequeña, del tamaño de
la mano de Linus, estaba sobre ella. Extendidos a su alrededor
estaban los tesoros de Theodore. Había monedas y rocas
rociadas con cuarzo (muy parecidas a las de la habitación de
Lucy) y un bonito caparazón rojo y blanco con una grieta en el
medio.

Pero eso no era todo.

Había un trozo de papel donde Linus pudo distinguir


algunas palabras: Frágil y delgado. Estoy retenido...

Había una flor seca que se parecía a las que Linus había
visto en el jardín.

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El Mar Cerúleo
Había una hoja tan verde que solo un sprite podría
haberla cultivado. Había una pieza de un disco rayado.

Había una foto que parecía sacada de una revista, de un


botones sonriente, ayudando a una mujer con sus bolsos.

Había una foto de Arthur como un hombre más joven,


los bordes curvados por el tiempo y al lado, amontonados con
amor, había botones. Muchos botones.

Son las pequeñas cosas, espero. Pequeños tesoros que


encontramos sin conocer su origen. Y vienen cuando menos los
esperamos. Es hermoso, cuando lo piensas.

Linus parpadeó ante la repentina quemadura en sus


ojos.

—Es maravilloso —susurró.

Theodore dijo que claro que sí. Se acercó a los botones y


metió la nariz en la pila como si buscara algo. Su cola golpeó
contra el suelo mientras levantaba la cabeza.

En su boca había un familiar botón de latón. Se dio la


vuelta y caminó hacia Linus.

Linus observó cómo apretaba la mandíbula. Theodore


mordió el botón antes de dejarlo caer al suelo.

Linus pudo ver las impresiones de los colmillos de


Theodore en el latón.

Theodore lo empujó hacia él. Miró a Linus y chilló.

—¿Para mí? —preguntó Linus—. ¿Quieres que lo coja?

Theodore asintió.

—Pero eso es... —Linus suspiró—. Es tuyo.

Theodore lo empujó hacia él nuevamente.

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El Mar Cerúleo
Linus hizo lo único que pudo: lo cogió.

Se sentó en el suelo, presionando su espalda contra el


sofá. Miró el botón que tenía en la mano y pasó un dedo por
los surcos de los colmillos de Theodore. El wyvern asomó la
cabeza por debajo del sofá y le gritó.

—Gracias —dijo Linus en voz baja—. Es lo más lindo que


alguien me ha dado. Lo guardaré para siempre.

Theodore recostó su cabeza contra el muslo de Linus.

Permanecieron allí mientras la luz del sol de la tarde


flotaba a lo largo de la pared.

Era jueves por la mañana cuando la ira de los hombres


llegó a un punto crítico.

Linus estaba en la cocina con Zoe y Lucy, que gritaba a


todo pulmón junto con la dulce y candente voz de Bobby Darin.
Linus estaba sonriendo y se reía, aunque su corazón se sentía
como fragmentos en su pecho. Había bollos pegajosos en el
horno, y si escuchaba lo suficiente (aunque Lucy estaba
haciendo todo lo posible para asegurarse que no pudiera),
escuchaba los sonidos de los demás moviéndose por la casa.

—Tantas pacanas sobrantes —dijo Zoe—. No estoy


segura que necesitemos…

Linus se sobresaltó cuando dejó caer el cuenco que


llevaba en el fregadero, salpicando agua jabonosa en el suelo.

Ella se puso rígida. Sus dedos se movieron, sus alas se


desplegaron, moviéndose rápidamente como un colibrí.

—¿Zoe? —preguntó Linus—. ¿Estás bien? ¿Qué ha


pasado?

—No —susurró mientras Lucy continuaba cantando, sin


darse cuenta—. No, no ahora. No pueden No pueden.

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El Mar Cerúleo
Lucy dijo:

—¿Qué? Quién eres tú…

Zoe se dio la vuelta, pequeñas burbujas de jabón


cayeron de sus dedos y flotaron en el suelo. Sus ojos estaban
más brillantes de lo que Linus había visto antes, llenos de una
luz de otro mundo, iris que brillaban como cristales rotos.
Desde que Linus la había conocido, no le había tenido miedo,
y esto seguía siendo cierto. Pero sería tonto pensar que ella era
cualquier cosa menos que un viejo y poderoso duende, u
olvidar que él era simplemente un invitado en su isla.

Él se dirigió hacia ella lentamente, no queriendo


sorprenderla en caso que no se diera cuenta de su presencia.
Antes que pudiera alcanzarla, Arthur irrumpió en la cocina con
los ojos entrecerrados. La habitación se calentó y, por un
momento, Linus pensó que vio el destello de fuego, aunque
podría haber sido solo un truco de la luz de la mañana.

—¿Qué es? —demando—. ¿Qué ha pasado?

—El pueblo —dijo Zoe, su voz suave y soñadora, sus


palabras casi como notas musicales—. Se están reuniendo en
la costa del continente.

—¿Qué? —preguntó Lucy—. ¿Por qué? ¿Quieren venir


aquí? —Frunció el ceño ante las nueces en la encimera—. No
pueden quedarse con mis bollos pegajosos. Los hice tal como
me gustan. Sé que compartir, es algo agradable, pero hoy no
me siento muy bien. —Miró a Linus—. ¿Tengo que compartir
mis bollos pegajosos?

—Por supuesto que no —dijo Linus de manera


uniforme—. Si eso es lo que quieren, tendrán que hacer los
suyos.

Lucy sonrió, aunque parecía nervioso.

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El Mar Cerúleo
—Hice dos para ti, señor Baker. No quiero que los
desperdicies.

—Lucy —dijo Arthur—. ¿Podrías reunir a los demás en


el aula? Es casi la hora de comenzar las lecciones.

Lucy suspiró.

—Pero…

—Lucy.

Se quejó por lo bajo mientras saltaba de su taburete. Se


detuvo en la puerta de la cocina y miró a los tres.

—¿Hay algo mal?

—Por supuesto que no —dijo Arthur—. Todo está


perfectamente bien. Por favor, Lucy.

Dudó solo un momento más antes de salir de la cocina,


llamando a los demás, diciéndoles que los bollos
aparentemente pegajosos no los librarían de sus lecciones
como él pensaba que lo harían.

Arthur fue hacia Zoe y la agarró por los hombros. Sus


ojos se aclararon y parpadeó rápidamente.

—Tú también lo sentiste.

Arthur asintió.

—¿Han comenzado a cruzar?

—No. Están... detenidos. En los muelles. No sé por qué.


Pero el ferry no ha abandonado el pueblo. —Su voz se
endureció—. Sería una tontería intentarlo.

Un escalofrío recorrió la columna de Linus.

—¿Quién?

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El Mar Cerúleo
—No lo sé —dijo—. Pero hay algunos de ellos. —Ella miró
más allá de Arthur hacia la nada—. Están enojados. Es como
una tormenta.

Arthur dejó caer las manos y dio un paso atrás.

—Te quedarás aquí con los niños. Sigue como siempre.


Diles que nada está mal. Me ocuparé de esto yo mismo. Volveré
tan pronto como pueda.

Ella lo alcanzó, las manos rodeando su muñeca.

—No deberías tener que hacer esto, Arthur, no después


de qué... déjame ir. Voy a…

Arthur se alejó de ella lentamente.

—No. Si todavía vienen a la isla, los niños te necesitarán


más. Puedes protegerlos mejor que yo. Si se trata de eso,
llévalos a tu casa. Cierra el bosque detrás de ti para que nada
pase. Cubre toda la isla si es necesario. Hemos hablado de
esto, Zoe. Siempre supimos que era una posibilidad.

Parecía que estaba a punto de discutir, pero se calmó


ante la expresión en el rostro de Arthur.

—No quiero que vayas solo.

—No lo hará —dijo Linus.

Se volvieron hacia él sorprendidos, como si hubieran


olvidado que estaba allí.

Encogió el estómago e hinchó el pecho con las manos en


las caderas.

—No sé exactamente qué está pasando, pero tengo una


buena idea. Y si tiene algo que ver con la gente de la aldea,
entonces ya es hora que les dé una lección. —Pensó que
probablemente parecía ridículo, y sus palabras no tenían el
peso que esperaba, pero no les apartó la mirada.

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El Mar Cerúleo
Arthur dijo:

—No te pondré en peligro, Linus. Sería mejor si tú...

—Puedo cuidarme solo —dijo Linus con un resoplido—.


Puede que no parezca mucho, pero te aseguro que soy más de
lo que aparento. Puedo ser bastante severo cuando necesito
serlo. Y soy un representante del gobierno. En mi experiencia,
la gente escucha a la autoridad. —Esto solo era un poco cierto,
pero Linus se guardó ese pequeño detalle para sí mismo.

Arthur se hundió.

—Eres un hombre tonto y valiente. Sé lo que eres. Pero


si solo...

—Entonces está resuelto —dijo Linus—. Vámonos. No


me gustan los bollos pegajosos fríos, así que cuanto antes
lidiemos con esto y podamos regresar, mejor. —Se dirigió hacia
la puerta, pero se detuvo cuando un pensamiento cruzó por su
mente—. ¿Cómo vamos a cruzar si el ferry está al otro lado?

—Toma.

Se giró a tiempo para ver a Zoe arrojar un juego de llaves


hacia él. Las cogió a tientas, pero logró evitar que cayeran al
suelo. Frunció el ceño cuando vio que eran las llaves de su
ridículo coche.

—Si bien aprecio el esfuerzo, no veo cómo esto nos


ayude. Hay bastante agua entre nosotros y el pueblo, y a
menos que su coche sea sumergible, entonces no sé cómo será
de utilidad.

—Es mejor si no te digo —dijo—. Solo te hará


preocuparte.

—Oh, querido —dijo Linus débilmente—. No sé si me


gusta cómo suena eso.

Se puso de puntillas y besó a Arthur en la mejilla.

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—Si te ven...

Arthur sacudió la cabeza.

—Entonces que lo hagan. Es hora de salir de las


sombras hacia la luz. Tiempo pasado, creo. —Miró a Linus—.
Alguien sabio me enseñó eso.

La dejaron de pie en la cocina iluminada por el sol con


bollos pegajosos calentándose en el horno.

El coche rebotó calle abajo, el pie de Linus presionó tan


fuerte el acelerador como se atrevió. Su corazón se aceleró y su
boca estaba seca, pero había una claridad en su visión. Los
árboles parecían más verdes, las flores, que bordeaban el
camino, más brillantes. Miró por el espejo lateral a tiempo para
ver el bosque cerrándose detrás de ellos con un gemido bajo,
cubriendo el camino con gruesas ramas. Si uno no sabía qué
buscar, parecía que no había forma de hacerlo.

Arthur estaba sentado en el asiento del pasajero, con las


manos cruzadas sobre su regazo. Sus ojos estaban cerrados.
Respiraba lentamente por la nariz y exhalaba por la boca.

Llegaron al muelle al borde de la isla sin incidentes. El


mar estaba en calma, las olas blancas eran pequeñas cuando
caían sobre la orilla. A lo lejos, al otro lado del canal, Linus
podía ver el ferry todavía atracado en el pueblo. Detuvo el coche
y los frenos chirriaron.

Arthur abrió los ojos.

—¿Ahora qué? —preguntó Linus nerviosamente con las


manos sudorosas flexionándose en el volante—. A menos que
este coche sea sumergible, no veo cómo podemos cruzar. Y si
es así, debo decirle que no tengo experiencia pilotando un
vehículo de este tipo, y lo más probable es que nos ahoguemos
en el fondo del mar.

Arthur se rió entre dientes.

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El Mar Cerúleo
—No creo que tengamos que preocuparnos por eso.
¿Confías en mí?

—Sí —dijo Linus—. Por supuesto que sí. ¿Cómo no iba


a hacerlo?

Arthur lo miró.

—Entonces conduce, mi querido Linus. Conduce y mira


que te ha aportado esa confianza.

Linus miró hacia adelante a través del parabrisas. Tomó


un respiro profundo. Levantó el pie del freno. El coche comenzó
a rodar hacia adelante.

Presionó su pie sobre el acelerador.

El coche aceleró.

Sus nudillos se pusieron blancos cuando salieron del


último trozo de camino y golpearon la arena blanca de la playa.
Su garganta se cerró cuando el mar llenó el parabrisas.

—Arthur…

Arthur dijo:

—Ten fe. Nunca dejaría que te pasara nada. —Extendió


la mano y puso su mano sobre la pierna de Linus, apretando
con fuerza.

Linus no frenó. No se detuvo.

El rugido del mar llenó sus oídos cuando la arena seca


se humedeció y el primer chorro de agua salada se empañó
contra su rostro. Antes que pudiera gritar en advertencia, el
mar crujió frente a ellos, el agua vibraba y se movía como si
algo debajo de la superficie se levantara. Cerró los ojos con
fuerza, seguro que iban a tener una ola tras otra corriendo
sobre ellos, empujándolos hacia abajo.

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El Mar Cerúleo
El coche se sacudió a su alrededor, el volante se sacudió
en su mano. Rezó a quien estuviera escuchando en busca de
orientación.

—Abre los ojos —susurró Arthur.

—Realmente preferiría no hacerlo —dijo con los dientes


apretados—. La muerte en la cara está muy sobrevalorada.

—Qué bueno que no nos estamos muriendo, entonces.


Al menos no hoy. Linus abre los ojos.

Se sorprendió cuando vio que estaban en el mar. Giró la


cabeza para mirar hacia atrás, solo para ver que la orilla se
encogía detrás de ellos. Jadeó, luchando por respirar.

—¿Qué demonios?

Se volvió hacia delante otra vez. Un camino blanco y


cristalino se extendía ante ellos, materializándose desde el
mar. Miró por el costado de su puerta, mirando hacia abajo. El
camino debajo de ellos era casi el doble del ancho del coche,
chasqueando y crujiendo, pero aguantando.

—Sal —dijo Arthur, y Linus podía escuchar la diversión


en su voz—. Es la sal del mar. Se mantendrá.

—¿Cómo es esto posible? —preguntó Linus maravillado.


Luego dijo—: Zoe.

Arthur asintió.

—Ella es capaz de muchas cosas, más de lo que yo sé.


Solo la he visto hacer esto una vez. Hace mucho tiempo
decidimos utilizar el ferry para mantener a la gente del pueblo
a gusto. Es mejor tratar con Merle cuando es necesario, en
lugar de incitar al miedo por un coche que cruza el agua.

Linus se atragantó con una risa histérica.

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El Mar Cerúleo
—Oh, por supuesto. Solo un camino hecho de la sal del
mar. ¿Por qué no pensé en eso?

—No sabías que era una posibilidad —dijo Arthur en voz


baja—. Pero aquellos que soñamos con cosas imposibles
sabemos hasta dónde podemos llegar cuando nos vemos
obligados a hacerlo.

—Bien, entonces —dijo Linus débilmente—. Veamos


cómo les gusta que nos empujen, ¿de acuerdo?

Presionó el acelerador lo más fuerte que pudo. El coche


avanzó por el camino salado.

Podían ver a un grupo de personas de pie en los muelles


cerca del ferry. Algunos tenían los brazos levantados en el aire,
las manos cerradas en puños. Sus gritos fueron ahogados por
los sonidos del coche y el mar, pero sus bocas estaban
torcidas, sus ojos entrecerrados. Algunos llevaban letreros que
parecían hechos a toda prisa, con leyendas como SI VES
ALGO, CUÉNTALO y SOY ANTI-ANTICRISTO y, absurdamente,
NO TENÍA NADA INTELIGENTE QUE ESCRIBIR.

Sus gritos se apagaron cuando vieron que el coche se


acercaba. Linus no podía culparlos por la expresión de
sorpresa en sus rostros. Estaba seguro que, si estuviera de pie
en la orilla, observando un coche que circulaba por la
superficie del mar, probablemente tendría la misma expresión.

El camino de la sal terminaba en la playa cerca de los


muelles. Detuvo el coche en la arena y lo apagó. El motor hizo
tictac.

Se hizo el silencio.

Luego, en el frente, el hombre de la heladería (Norman,


pensó Linus con leve desdén) gritó:

—¡Están usando magia!

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El Mar Cerúleo
La multitud comenzó a rugir en serio una vez más.

Helen estaba parada al frente de la multitud en el muelle


como para impedirles el acceso al ferry. Parecía furiosa, su
cara manchada de tierra. Merle estaba de pie junto a ella, con
los brazos cruzados sobre el pecho y el ceño fruncido.

Linus y Arthur salieron del vehículo y cerraron las


puertas detrás de ellos. Linus se sintió aliviado al ver que la
multitud no era tan grande como parecía. Había tal vez una
docena de personas, incluidas Helen y Merle. No le sorprendió
ver a Marty el de la tienda de discos en la multitud, con un
collarín. Sostenía un letrero que decía SÍ, ME LESIONE POR
CULPA DEL DIABLO. ¡PREGÚNTAME CÓMO! Al lado estaba el
hombre de la oficina de correos. Linus no estaba sorprendido.
Para empezar, nunca le había gustado ese tipo.

Los gritos murieron una vez más cuando Linus y Arthur


subieron los escalones al lado del muelle, aunque no se
extinguieron por completo.

—¿Qué significa todo esto? —exigió Linus cuando llegó


al muelle—. Mi nombre es Linus Baker, y soy empleado del
Departamento a Cargo de la Juventud Mágica. Sí, eso es
correcto. Un funcionario del gobierno. Y cuando un funcionario
del gobierno quiere respuestas, dichas respuestas deben darse
lo más rápido posible.

—Intentaron atracar mi ferry —dijo Merle, mirando a la


multitud y a Arthur con disgusto en igual medida—. Dijeron
que querían llegar a la isla. Yo no los dejaría.

—Gracias, Merle —dijo Linus, sorprendido por la


consideración del barquero—. No hubiera esperado…

—Se negaron a pagarme —espetó Merle—. No hago nada


gratis.

Linus se mordió la lengua.

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—No deberías haber venido —le dijo Helen a Arthur—.
Tengo esto bajo control. No dejaría que nada te pasara a ti ni
o los niños. —Ella fulminó con la mirada a su sobrino, que
trató de escabullirse aún más entre la multitud—. Algunas
personas no saben cuándo mantener la boca cerrada. Oh,
puedes intentar esconderte, Marty Smythe, pero te veo. Te veo
muy bien. Los veo a todos. Y tengo una memoria muy buena.

—Estoy seguro que tienes esto bajo control —dijo


Arthur, alzando la voz—. Pero siempre ayuda tener personas a
tu lado.

Linus dio un paso adelante. El sol brillaba, haciéndole


sudar profusamente. Miró al grupo de personas delante de él.
Nunca había sido del tipo intimidante, para su consternación,
pero no estaba dispuesto a permitir que estas personas
hicieran lo que se les había quedado atascado.

—¿Qué significa todo esto?

Sintió una alegría salvaje cuando la multitud dio un


paso atrás como uno.

—¿Y bien? Parecíais tener voz hasta que llegamos.


¿Nadie? Seguramente alguien está dispuesto a hablar.

Fue Norman quien lo hizo. Linus no estaba sorprendido.

—Queremos que se vayan —gruñó—. Los niños. El


orfanato. La isla. Todo ello.

Linus lo miró fijamente.

—¿Y cómo esperan librarse de una isla entera?

Norman se sonrojó de ira.

—Eso es… ya ves… eso no es el punto.

Linus levantó las manos.

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—Entonces, di, ¿cuál es el punto?

Norman farfulló antes de decir:

—El niño Anticristo. ¡Casi mató a Marty!

La multitud retumbó detrás de él en acuerdo.

Norman asintió furiosamente.

—Sí, así es. Allí estaba Marty, ocupándose de sus


propios asuntos cuando ese... ¡esa cosa llegó a la ciudad y
amenazó su vida! Tiró al pobre Marty contra la pared como si
no fuera nada. Está herido de por vida. ¡El hecho que incluso
pueda caminar es un milagro!

Helen se burló.

—Herido de por vida, mi trasero.

—¡Mira su collarín ortopédico! —gritó el jefe de correos—


. ¡Nadie usa un collarín a menos que haya sido gravemente
herido!

—En serio —dijo Helen—. Porque ese collarín parece ser


exactamente el que tenía en mi armario en casa, el que me
dieron después de un accidente de coche hace años.

—¡No lo es! —exclamó Marty—. Fui al médico, y él me lo


dio después de decirme que mi columna vertebral estaba
principalmente hecha polvo y que tenía suerte de estar vivo.

—Eso lo creo —murmuró Linus—. Estarías sin columna.

Helen puso los ojos en blanco.

—Marty, hay una etiqueta en la parte posterior. Tiene


mis iniciales en él. Olvidaste arrancarla. Todos podemos verla.

—Oh —dijo Marty—. Bueno, eso es... ¿mera


coincidencia?

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El Mar Cerúleo
—No importa —dijo Norman acaloradamente—. Todos
hemos decidido que los niños son una amenaza. Representan
un peligro para todos nosotros. Hemos permanecido lo
suficiente cerca de su maldad. ¿Qué pasa si vienen por el resto
de nosotros, tal como lo hicieron con Marty?

—¿Te dijo que intentó llevar a un niño pequeño a una


habitación cerrada para intentar exorcizarlo? —preguntó
Linus—. Porque estoy seguro que existen leyes contra el
secuestro y el intento de asalto, independientemente de quién
sea el niño.

La multitud se volvió lentamente para mirar a Marty.

Marty encontró algo terriblemente curioso en el suelo


bajo sus pies.

Norman sacudió la cabeza.

—Sus acciones fueron equivocadas, pero el punto sigue


siendo el mismo. ¿No se nos permite protegernos? Dices que
son niños. Bien. Pero tenemos que preocuparnos por nuestros
propios hijos.

—Extraño —dijo Helen, acercándose a Linus—. Porque


ninguno es padre.

Norman se estaba poniendo nervioso de nuevo.

—¡Eso es porque tenían demasiado miedo de estar aquí!

—Nombra uno —dijo Helen.

Norman dijo:

—No quiero que intentes engañarme. Sé que no lo ves,


Helen, y eso es cosa tuya. Pero no permitiremos que nuestras
vidas se vean amenazadas cuando...

Linus rió amargamente.

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—¿Amenazado? ¿Por quién? ¿Quién en el mundo te ha
amenazado aparte de mí?

—¡Ellos lo hacen! —una mujer lloró en la parte de atrás


de la multitud—. ¡Simplemente existiendo, son una amenaza!

—No lo creo —dijo Linus—. He estado a su lado durante


un mes, y no he escuchado ningún susurro de amenaza. De
hecho, la única vez que pensé que había peligro, aparte del mal
aconsejado intento de Marty contra un niño, fue aquí. Digamos
que cruzáis a la isla. ¿Qué haríais? ¿Poner vuestras manos
sobre ellos? ¿Los golpearías? ¿Los lastimaríais? ¿Los
mataríais?

Norman palideció.

—Eso no es lo que nosotros…

—Entonces, ¿qué vais a hacer? Porque seguramente


tienes alguna idea. Se han reunido en una multitud,
trabajando juntos. Su pensamiento grupal te ha envenenado,
y odio preguntarme qué habría pasado si hubieras tenido
acceso a la isla. Nunca pensé que diría esto, pero gracias a
Cristo que Merle estaba aquí para rechazar tu paso en su ferry.

—Sí —dijo Merle—. ¡Te dije que se requería el pago, pero


te negaste!

—Honestamente, Merle —dijo Helen—. Aprende a


mantener la boca cerrada cuando recibes un elogio suave, ¿por
qué no lo haces?

—Dispersarse —dijo Linus—. O haré todo lo que esté a


mi alcance para asegurarme…

No podía ver de quién venía. Alguien en medio de la


multitud. No creía que fuera Marty, pero sucedió rápidamente.
Una mano levantada y apretada entre sus dedos, una gran
roca. La mano se echó hacia atrás antes de avanzar
bruscamente, la roca voló hacia ellos. Linus no tuvo tiempo de

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El Mar Cerúleo
considerar a quién se había dirigido, pero Helen estaba en su
camino. Se movió delante de ella, de espaldas a la multitud,
protegiéndola. Cerró los ojos y esperó el impacto.

Nunca llegó.

En cambio, era como si el sol se hubiera estrellado


contra la Tierra. El aire se hizo más y más cálido hasta que se
sintió como si estuviera ardiendo. Abrió los ojos, su rostro a
centímetros del de Helen. Pero ella no lo estaba mirando.
Estaba mirando por encima de él maravillada, sus ojos
reflejaban olas de fuego.

Se giró lentamente.

De pie entre ellos y la multitud estaba Arthur Parnassus,


aunque no como había estado.

El fénix se había levantado.

Sus brazos estaban extendidos lejos de él. Las alas que


Linus había vislumbrado brevemente en la oscura bodega se
extendían al menos tres metros a cada lado de Arthur. El fuego
subía y bajaba por sus brazos y hombros. Por encima de él, la
cabeza del fénix se echó hacia atrás con la roca sostenida en
su pico. La mordió, rompiéndola en pequeños pedazos que
llovieron frente a Arthur.

Había miedo en las personas delante de ellos, sí, miedo


que no se curaría con tal exhibición, incluso una tan magnífica
como esta. Pero fue atenuado por la misma maravilla que
había visto en Helen, la misma maravilla que estaba seguro
estaba en su propia cara.

Las alas revoloteaban, el fuego crepitaba.

El fénix inclinó la cabeza hacia atrás y gritó, un grito


penetrante que calentó a Linus hasta el centro.

Linus dejó a Helen de pie en el muelle.

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El Mar Cerúleo
Rodeó a Arthur lentamente, agachándose debajo de una
de las alas, sintiendo el calor de ellas en su espalda.

Arthur miraba al frente, con los ojos ardiendo. El fénix


agitó sus alas, pequeños zarcillos de fuego girando. Ladeó la
cabeza mientras miraba a Linus, con los ojos parpadeando
lentamente.

Sin pensarlo dos veces, Linus extendió la mano y tomó


la cara de Arthur. Su piel estaba caliente, pero Linus no tenía
miedo de ser chamuscado y carbonizado. Arthur nunca lo
permitiría.

El fuego hizo cosquillas contra el dorso de sus manos.

—Vamos, vamos —dijo Linus en voz baja—. Es


suficiente, creo. Has expresado tu punto bastante bien.

El fuego desapareció de los ojos de Arthur. Las alas se


retiraron.

El fénix bajó la cabeza hacia ellos. Linus lo miró y jadeó


cuando el gran pájaro presionó su pico contra su frente
momentáneamente antes que también desapareciera en una
espesa columna de humo negro.

—Te has ido y has vuelto —susurró Linus.

—Era hora —dijo Arthur. El sudor le caía por la frente y


tenía la cara pálida—. ¿Todo bien?

—Bastante. Si es posible, me gusta evitar que las piedras


me atraviesen la cabeza, por lo que te lo agradezco. —Bajó las
manos, consciente que todavía tenían audiencia. Estaba
enojado, más enojado de lo que había estado en mucho tiempo.
Comenzó a girarse para darles una parte de su mente, para
amenazarlos a un centímetro de sus vidas, pero se detuvo
cuando Arthur sacudió la cabeza—. Ya has dado tu opinión.
Permíteme.

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El Mar Cerúleo
Linus asintió con fuerza, aunque no se apartó del lado
de Arthur. Miró a la multitud, desafiando a cualquiera de ellos
a tirar otra piedra.

Las ganas de pelear se habían ido. Sus ojos estaban muy


abiertos, sus caras pálidas. Sus pancartas yacían olvidadas en
el suelo. Marty se había quitado el collarín, probablemente
porque había querido mirar hacia arriba y ver al fénix
desatado.

Arthur dijo:

—No os conozco tan bien como me gustaría. Y no me


conocéis. Si lo hicierais, habrías sabido que intentar dañarme
a mí y a los míos nunca es una buena idea.

Linus volvió a calentarse, aunque el fénix se había ido.


La multitud dio otro paso atrás.

Arthur suspiró con los hombros cayendo.

—No... no sé qué hacer aquí. No sé qué decir. No tengo


la impresión que las palabras por sí solas cambien los
corazones y las mentes, especialmente cuando esas palabras
provienen de mí. Teméis lo que no entendéis. Nos veis como un
caos para el mundo ordenado que conocéis. Y no he hecho
mucho para luchar contra eso, dado lo aislado que he
mantenido a los niños en la isla. Quizás si yo... —Sacudió la
cabeza—. Cometemos errores. Constantemente. Es lo que nos
hace humanos, incluso si somos diferentes los unos de los
otros. Nos veis como algo a lo que temer y durante mucho
tiempo, os he visto como nada más que fantasmas vivos de un
pasado que daría cualquier cosa para olvidar. Pero este es
nuestro hogar, y uno que compartimos. No os lo suplicaré. No
voy a suplicar. Y si se trata de empujar, haré lo que sea
necesario para garantizar la seguridad de mis pupilos. Pero
espero evitar eso si es posible. En cambio, os pediré que
escuchéis en lugar de juzgar lo que no entendéis. —Miró a
Marty, que retrocedió—. Lucy no quería hacerte daño real —

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El Mar Cerúleo
dijo, no sin amabilidad—. Si lo hubiera hecho, tus intestinos
estarían fuera.

—Quizás un poco menos —murmuró Linus mientras la


multitud jadeaba al unísono.

—Más que eso —dijo Arthur. Luego, más fuerte—. No es


que él haya hecho eso nunca. Todo lo que quería eran sus
discos. Los ama tanto. Independientemente de lo que sea,
sigue siendo un niño, como lo son todos. ¿Y no todos los niños
merecen ser protegidos? ¿Ser amado y nutrido para que
puedan crecer y dar forma al mundo para que sea un lugar
mejor? De esa manera, no son diferentes a cualquier otro niño
en el pueblo, o más allá. Pero les dicen que lo son, por personas
como ustedes y personas que los gobiernan a nosotros y a
nuestro mundo. Personas que establecen reglas y restricciones
para mantenernos separados y aislados. No sé qué se
necesitará para cambiar eso, en todo caso. Pero no comenzará
desde arriba. Comenzará con nosotros.

La multitud lo miraba con cautela.

Arthur suspiró.

—No sé qué más decir.

—Sí —dijo Helen, dando un paso adelante. Estaba


furiosa, sus manos se apretaron en puños—. Tienen derecho a
reunirse pacíficamente. Tienen derecho a expresar sus
opiniones. Pero en el momento en que cruzan la línea hacia la
violencia, se convierte en una cuestión de legalidad. Los
jóvenes mágicos están protegidos por las leyes, como lo están
todos los niños. Cualquier daño que se les presente será
enfrentado con las más rápidas consecuencias. Me aseguraré
de eso. Haré mi mejor esfuerzo para asegurarme que
cualquiera que ponga una mano sobre un niño, mágico o no,
desee no haberlo hecho. Pueden pensar que pueden ignorar
cualquier cosa que Linus o Arthur digan, pero marquen mis

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El Mar Cerúleo
palabras, si incluso escucho un poco de discordia adicional,
les mostraré por qué no se debe jugar conmigo.

Norman fue el primero en reaccionar.

Se fue furioso, abriéndose paso entre la multitud,


murmurando para sí mismo.

El jefe de correos lo siguió, aunque miró hacia atrás por


encima del hombro, con una expresión de asombro en su
rostro.

Algunos más caminaron tras ellos. Marty trató de irse


también, pero Helen dijo:

—¡Marty Smythe! Quédate dónde estás. Tu y yo


tendremos una conversación muy larga sobre la etiqueta
adecuada en entornos grupales y las penas de mentir. Y si
fuiste tu quien arrojó esa piedra, voy a agotar su fondo
fiduciario y donarlo todo a la caridad.

—¡No puedes! —gimió Marty.

—Puedo —dijo Helen primordialmente—. Soy la


administradora y sería muy, muy fácil.

La multitud se dispersó. Linus se sorprendió cuando


algunas personas murmuraron disculpas hacia Arthur,
aunque mantuvieron su distancia. Esperaba que las noticias
de lo que habían visto se extendieran rápidamente por el
pueblo. No se sorprendería si la historia eventualmente
terminara como Arthur convirtiéndose en un pájaro
monstruoso y amenazando con quemarles la piel de los huesos
y destruir la aldea.

Merle dijo:

—Te llevaré de regreso a la isla, si quieres. A la mitad de


precio.

Linus resopló.

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—Creo que estaremos bien, Merle. Pero gracias por tu
generosidad. —Hizo una pausa, considerando—. Y lo digo en
serio.

Merle gruñó por lo bajo sobre un camino de sal que lo


dejaba sin trabajo mientras caminaba por el muelle hacia su
ferry.

Arthur observaba a la gente alejarse hacia el pueblo.

—¿Crees que van a escuchar? —le preguntó a Helen.

Helen frunció el ceño.

—No lo sé. Eso espero, pero también espero muchas


cosas que no siempre suceden. —Ella lo miró casi con
timidez—. Tus plumas eran muy bonitas.

Él sonrió.

—Gracias, Helen. Por todo lo que has hecho.

Ella sacudió su cabeza.

—Dame tiempo, Arthur. Danos tiempo a todos. Haré lo


que pueda. —Le apretó la mano antes de volverse hacia
Linus—. Entonces, ¿te vas? El sábado, ¿verdad?

Él parpadeó. Con toda la emoción, había olvidado que


su viaje estaba casi llegando a su fin.

—Sí —dijo—. El sábado.

—Ya veo —miró entre Arthur y Linus—. Espero que


vuelva aquí algún día, señor Baker. Ciertamente está... lleno
de acontecimientos, cuando estás cerca. Viaja seguro.

Y con eso, ella se movió por el muelle, agarrando a Marty


por la oreja y alejándolo, para su justa indignación.

Linus se movió al lado de Arthur. El dorso de sus manos


rozándose.

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—¿Cómo se siente? —preguntó.

—¿Qué?

—Poder estirar tus alas.

Arthur volvió la cara hacia el sol, con los labios


ligeramente arqueados.

—Como si fuera libre por primera vez en mucho tiempo.


Ven, mi querido Linus. Vamos a casa. Estoy seguro que Zoe
tiene las manos llenas. Yo conduciré.

—Hogar —repitió Linus, preguntándose dónde podría


realmente estar.

Regresaron hacia el coche. Momentos después, estaban


en el camino salado, el viento en sus cabellos, el mar cerúleo
lamiendo los neumáticos.

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Diecisiete

El viernes por la tarde, llamaron a la puerta de la casa


de huéspedes.

Linus levantó la vista de su informe final. Había estado


trabajando en eso la mayor parte del día. Solo había escrito
una sola oración después de la introducción habitual.

Se levantó de su silla y fue hacia la puerta.

Se sorprendió al encontrar a los niños del orfanato


Marsyas de pie en el porche. Estaban vestidos como si
estuvieran listos para una aventura.

—¡He regresado! —El comandante Lucy cantó—. Para


una última expedición. Señor Baker, le pido que se una a
nosotros. Los peligros serán grandes, y no puedo prometer que
saldrás vivo de esto. He recibido noticias que hay serpientes e
insectos devoradores de hombres que se enterrarán debajo de
tu piel y morderán tus globos oculares de adentro hacia afuera.
Pero la recompensa, si sobrevives, será más que incluso en tus
sueños más salvajes. ¿Aceptas?

—No lo sé —dijo Linus lentamente—. ¿Serpientes come


hombre, dices? Suena peligroso.

Lucy miró a los demás antes que él se inclinara hacia


adelante y susurrara:

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—No son reales. Sólo estoy jugando. Pero no se lo digas
a los demás.

—Ah —dijo Linus—. Ya veo. Bueno, resulta que soy un


experto en serpientes devoradoras de hombres, especialmente
en formas de evitarlas. Supongo que debería ir para
asegurarme que no os pase nada.

—Oh, gracias a Dios —suspiró Chauncey—. No quería


que me comieran hoy.

—¡Ve a cambiarte! —dijo Talia, empujando a Linus


dentro de la casa—. ¡No puedes ir vestido así!

—No puedo? ¿Qué le pasa a.…? —se puso rígido y se


desplomó—. ¡Oh no! ¡No creo que pueda dar otro paso! ¿Son
los insectos excavadores de carne?

—¿Por qué eres así? —gruñó Talia—. ¡Phee! ¡Ayúdame!

Phee bramó y corrió hacia adelante, arrojando su peso


insignificante contra Linus. Él resopló mientras daba otro paso
hacia la habitación.

—Mucho mejor, gracias. Saldré en un instante.

Escuchó a los niños charlar entusiasmados sobre la


próxima aventura mientras entraba al dormitorio. Cerró la
puerta detrás de él y se apoyó contra ella, echó la cabeza hacia
atrás y cerró los ojos.

—Puedes hacerlo —susurró—. Vamos, viejo. Una última


aventura.

Se apartó de la puerta y fue al armario. Encontró la ropa


de aventurero.

Se la puso.

Todavía se veía absolutamente ridículo.

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El Mar Cerúleo
Y por una vez, descubrió que no le importaba en
absoluto.

Los aventureros se abrieron paso por la jungla. Se


defendieron de los caníbales que atacaron con lanzas y flechas
y amenazas apenas veladas para comerles el bazo. Se colaron
entre serpientes devoradoras de hombres que colgaban como
gruesas enredaderas de los árboles. El comandante Lucy fue
alcanzado por insectos que iban a excavar detrás de sus ojos.
Se quedó sin aliento, amordazado y agitado, finalmente
colapsando contra un árbol, con la lengua colgando de su
boca. Fue solo gracias a sus tropas que pudo ser revivido en el
último momento posible, viviendo para luchar otro día.

Finalmente llegaron a un terreno familiar, y en la


distancia Linus pudo ver un bosquecillo de árboles que
ocultaba la casa de la sprite de la isla. Salieron de la línea de
árboles y llegaron a la playa justo cuando su voz retumbó a su
alrededor.

—¡Veo que habéis regresado! Realmente sois tontos.


Apenas escapasteis con vida la última vez.

—¡Escuchar con atención! —El comandante Lucy


deseó—. ¡No conseguirás nada de nosotros! Exigimos que
renuncies a tus tesoros. ¡No aceptaremos un no por respuesta!

—¿No?

—¡No! —gritaron los niños.

—No —repitió Linus en voz baja.

—Oh. Bien entonces. Supongo que bien podría rendirme


ahora. Sois demasiado fuertes para alguien como yo.

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—Lo sabía —respiró Lucy fervientemente. Levantó las
manos sobre su cabeza—. ¡Hombres! —Volvió a mirar a Talia y
Phee—. Y también mujeres. ¡Sígueme hasta nuestra justa
recompensa!

Lo hicieron. Por supuesto que lo hicieron. Lo seguirían a


cualquier parte. Linus también lo haría.

Corrieron a través de la playa y hacia los árboles.

Linus suspiró. No iba a correr a ningún lado. Sus días


de carga habían terminado. Se limpió la frente y caminó
penosamente hacia los árboles.

Frunció el ceño una vez que llegó a la línea de árboles.


Se había vuelto extrañamente silencioso. Seis niños deberían
haber estado haciendo mucho más ruido. Especialmente estos
seis niños. Dudó, pero luego se metió por los árboles...

Linternas de papel habían sido colgadas de las ramas.


Eran las mismos que habían sido colgados en la glorieta.
Levantó la mano y presionó una mano contra una de ellas. La
luz interior era brillante, y no creía que viniera de una bombilla
o una vela.

Lo estaban esperando cuando llegó a la casa en medio


de los árboles. Talia y Phee. Sal, Theodore, Chauncey y Lucy.
Zoe con las flores de su cabello en verde y dorado.

Y Arthur, por supuesto. Siempre Arthur.

Extendían un cartel delante de ellos, un largo rollo de


papel con palabras pintadas que decían: ¡¡¡TE
EXTRAÑAREMOS, SEÑOR BAKER!!! Había huellas de manos
en él. Pequeñas las de Talia, Phee y Lucy. Una más grande de
Sal. Una línea que pensó provenía de los tentáculos de
Chauncey. Y un goteo de pintura que parecía de las garras de
Theodore.

Linus respiró tembloroso.

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—Yo... no esperaba esto. Qué cosa tan maravillosa han
hecho todos. Míralo. Miraos.

—Fue idea mía —dijo Lucy. Talia pisoteó su pie.

Él hizo una mueca.

—Bueno, sobre todo toda mía. Sin embargo, los otros


ayudaron un poco —se iluminó— ¿pero adivina qué?

—¿Qué?

—¡No había ningún tesoro después de todo! ¡Era mentira


para traerte aquí para tu fiesta!

—Oh. Ya veo. ¿Entonces el verdadero tesoro son las


amistades que hicimos por el camino?

—Sois de lo peor —murmuró Lucy—. Lo peor


literalmente.

Y qué fiesta fue. Había comida, tanta que Linus pensó


que la mesa se derrumbaría bajo el peso de la misma. Había
asados y panecillos calientes y ensalada con pepinos que
crujían entre sus dientes. Había pastel, tarta y tazones de tarta
de frambuesas que podían mojar en crema.

¡Y música! Todo tipo de música. Había un tocadiscos


puesto en la encimera y el día que la música murió sonaba
brillante y ruidoso con Ritchie y Buddy y Big Bopper cantando
desde el más allá. Lucy estaba a cargo, y él nunca dejaba de
decepcionar.

Se rieron ese día. Oh, cómo se rieron. Aunque Linus


pensó que su corazón se estaba rompiendo, se rió hasta que
hubo lágrimas en sus ojos, hasta que estuvo seguro que sus
lados se partirían. Cuando el sol comenzó a ponerse y las

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El Mar Cerúleo
linternas se hicieron más brillantes, se rieron y se rieron y se
rieron.

Linus se estaba limpiando las lágrimas (de diversión, se


dijo) cuando la música cambió una vez más.

Lo reconoció incluso antes que Nat King Cole comenzara


a cantar.

Levantó la vista para ver a Arthur Parnassus de pie


frente a él, con la mano extendida.

Gracias.

Sigues diciendo eso, y no sé si lo merezco.

Sé que no crees que sí. Pero no digo cosas que no quiero


decir. La vida es demasiado corta para eso. ¿Te gusta bailar?

No lo sé. Creo que podría tener dos pies izquierdos,


sinceramente. Lo dudo mucho.

Y Linus Baker se permitió ser egoísta. Solo esta vez.

Tomó la mano de Arthur y se levantó lentamente cuando


Nat le dijo que sonriera a pesar que su corazón se estaba
rompiendo.

Arthur lo acercó y comenzaron a balancearse de un lado


a otro.

—Sonríe y tal vez mañana… —susurró Arthur en su


oído—. Veas el sol brillando por ti.

Linus recostó su cabeza contra el pecho de Arthur. Podía


sentir el calor de él ardiendo desde adentro hacia afuera.

Ellos bailaron.

Se prolongó durante lo que parecieron años, aunque


Linus sabía que la canción no duró mucho. Escuchó a Arthur

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susurrarle las palabras. Se sorprendió incluso a sí mismo.
Aparentemente, no tenía dos pies izquierdos después de todo.

Pero, como todo lo mágico, la canción finalmente llegó a


su fin.

La casa a su alrededor estaba en silencio. Linus


parpadeó como si despertara de un sueño. Él levantó la cabeza.
Arthur lo miró con los ojos brillantes como el fuego. Linus dio
un paso atrás.

Zoe estaba sentada con Phee y Talia en su regazo.


Theodore estaba posado en el hombro de Sal y Lucy y
Chauncey yacían presionados contra sus piernas. Todos
parecían cansados. Felices pero cansados. Lucy le sonrió, pero
se rompió cuando él bostezó.

—¿Te gustó tu tesoro, señor Baker?

Linus volvió a mirar a Arthur.

—Mucho —susurró—. Me gustó más que nada.

Zoe llevó a Phee y Talia mientras caminaban hacia la


casa principal. Talia roncaba ruidosamente.

Sal se había puesto a Theodore en su camisa, y la cabeza


del wyvern descansaba contra su garganta.

Arthur sostuvo a Chauncey por su tentáculo.

Linus por detrás, Lucy dormido en sus brazos. Deseó


que pudiera durar para siempre.

Todo terminó en lo que pareció un instante.

Le dio las buenas noches a Talia. A Phee. A Sal y


Theodore. Cambió a Lucy a un brazo y se agachó y le dio unas
palmaditas a Chauncey en la parte superior de su cabeza.

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Arthur hizo una pregunta con los ojos. Linus sacudió la
cabeza.

—Lo tengo.

Arthur asintió y se volvió para recordarles a los demás


que era hora de lavarse los dientes.

Llevó a Lucy a la habitación de Arthur y lo dejó en el


suelo.

—Ve a ponerte el pijama —dijo en voz baja.

Lucy asintió y se volvió hacia la puerta del armario. Lo


cerró detrás de él.

Linus estaba de pie en el medio de la habitación,


inseguro de todo. Pensó que conocía el camino de las cosas.
Cómo funcionaba el mundo. Su lugar en él.

Ahora, no estaba tan seguro.

Lucy regresó con pantalones de pijama y una camiseta


blanca. Su cabello estaba peinado hacia arriba como si hubiera
pasado su mano por él. Sus pies descalzos eran tan pequeños.

—Ve a cepillarte los dientes —instruyó Linus


suavemente.

Lucy lo miró con recelo.

—¿Estarás aquí cuando regrese?

Linus asintió.

—Lo prometo.

Lucy volvió a salir al pasillo. Escuchó a Chauncey gritar


que Theodore estaba comiéndose la pasta de dientes
nuevamente, y Theodore chirrió en respuesta que no.

Linus puso su rostro en sus manos.

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Se había calmado cuando Lucy regresó a la habitación,
con la cara recién lavada. Bostezó de nuevo.

—Estoy muy cansado —dijo.

—Ir de aventuras es un trabajo duro, sospecho.

—Buena aventura, sin embargo.

—Las mejores —coincidió Linus.

Tomó a Lucy de la mano y lo condujo a su habitación.


Los discos que habían pegado meticulosamente juntos estaban
colgados en la pared (aunque, según el disco de Buddy Holly,
todavía faltaba una pieza que no habían podido encontrar;
Theodore se había movido rápidamente, al parecer). Linus bajó
las sábanas de la cama, y Lucy se arrastró hacia arriba y
debajo, acurrucado en su almohada.

Linus volvió a ponerle las mantas sobre los hombros.


Lucy se volvió de lado y lo miró.

—No quiero que te vayas.

Linus tragó saliva mientras se agachaba junto a la cama.

—Lo sé. Y lo siento por eso. Pero mi tiempo aquí está casi
terminado.

—¿Por qué?

—Porque tengo responsabilidades.

—¿Por qué?

—Porque soy un adulto. Y los adultos tienen trabajo.

Lucy hizo una mueca.

—Nunca quiero ser un adulto. Suena aburrido.

Extendió la mano y apartó un mechón de cabello de Lucy


de su frente.

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—Creo que serás un buen adulto, aunque no sucederá
en mucho tiempo.

—No vas a dejar que nos lleven, ¿verdad?

Linus sacudió la cabeza.

—No. Voy a hacer todo lo posible para asegurarme que


eso no suceda.

—¿Lo harás?

—Sí, Lucy.

—Oh. Eso es muy amable de tu parte. —Luego dijo—: Te


vas a ir cuando me despierte.

Linus miró hacia otro lado, pero no respondió.

Sintió la mano de Lucy rozar su rostro.

—Los demás no lo saben, pero yo sí. Puedo ver cosas, a


veces. No sé por qué. A ti. A Arthur. El arde. ¿Lo sabes?

Linus inhaló bruscamente.

—¿Él te dijo eso?

—No. No creo que esté permitido. Pero lo sabemos. Todos


sabemos. Al igual que sabemos lo que ambos hicieron cuando
se fueron el otro día. Él es uno de nosotros. Igual que tú.

—Me temo que no tengo magia.

—Sí, señor Baker. Arthur me dijo que puede haber


magia en lo común.

Volvió a mirar a Lucy. Sus ojos estaban cerrados.

Respiraba profundamente. Linus se puso de pie.

—Gracias —susurró.

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Se aseguró de dejar la puerta un poco abierta cuando se
fue, para que brillara un rayo de luz para ahuyentar las
pesadillas si trataban de encontrar al niño dormido.

Las otras puertas estaban todas cerradas. Tocó cada


una de ellas mientras caminaba lentamente por el pasillo.

La única luz que estaba encendida provenía de debajo


de la puerta de Sal. Pensó en llamar.

No lo hizo.

Se detuvo en lo alto de la escalera. Tomó aliento.

Y luego descendió.

Había una discusión susurrada en el primer piso. Él


dudó, inseguro de si debía dar a conocer su presencia. No
podía escuchar lo que se decía, pero sabía que no era para él.

Zoe se paró en la puerta principal, golpeando a Arthur


en el pecho, con el ceño fruncido y los ojos entrecerrados. Ella
se veía infeliz. No del todo enojada, pero... algo. Se detuvo
cuando el último escalón crujió bajo Linus.

Lo miraron.

—Lucy está dormido —dijo, rascándose la nuca.

—Hombres —gruñó Zoe—. Inútiles, todos ustedes. —Se


alejó de Arthur, con expresión tensa mientras miraba a
Linus—. ¿Por la mañana temprano, entonces?

Linus asintió.

—El tren sale a las siete en punto. Merle nos espera a


las seis y cuarto.

—Y solo tienes que estar allí, ¿no?

Él no dijo nada.

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—Bien —murmuró—. Estaré aquí. No me hagas esperar.

Se dio la vuelta y se fue sin decir nada más. Ella dejó la


puerta abierta de par en par.

Arthur la miró con la mandíbula apretada.

—¿Todo está bien?

—No, no creo que lo esté.

Le dolía la cabeza.

—Si ambos están preocupados por mi informe final,


déjenme asegurarles que...

—No es el maldito informe.

—Está bien —dijo Linus lentamente. No estaba seguro


de haber escuchado a Arthur maldecir antes—.Entonces, ¿qué
es?

Arthur sacudió la cabeza.

—Terco —murmuró Linus, y no pudo evitar lo cariñoso


que sonaba. No sabía qué más hacer, así que hizo lo único que
pudo.

Se dirigió hacia la puerta.

Pensó que algo sucedería en el momento en que


estuviera hombro con hombro con Arthur. Qué, no lo sabía.
Pero no fue así. Él era un cobarde.

—Buenas noches, entonces —logró decir. Continuó


hacia la puerta.

Y luego Arthur dijo:

—Quédate.

Se detuvo al cerrar los ojos. Su voz era temblorosa


cuando preguntó:

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—¿Qué?

—Quédate aquí. Con nosotros. Quédate aquí conmigo.

Linus sacudió la cabeza.

—Sabes que no puedo.

—No, no lo sé. No lo sé.

Linus se volvió y abrió los ojos.

Arthur estaba pálido, su boca en una delgada línea.


Linus pensó que podía ver el tenue contorno de las alas
ardientes detrás de él, pero podría haber sido solo un truco de
la poca luz.

—Siempre fue algo temporal —dijo Linus—. No


pertenezco aquí.

—Si no puedes pertenecer aquí, ¿dónde puedes


pertenecer?

—Tengo una vida —dijo Linus—. Tengo un hogar. Yo


tengo…

Una casa no siempre es la casa en la que vivimos.


También son las personas con las que elegimos rodearnos. Es
posible que no viva en la isla, pero no puedes decirme que no es
tu hogar. Tu burbuja, señor Baker. Ha sido reventada. ¿Por qué
permitirías que vuelva a crecer a tu alrededor?

—Tengo un trabajo que hacer —terminó sin convicción—


. La gente cuenta conmigo. No solo… no solo aquí. Hay otros
niños que podrían necesitarme. Quién podría estar en la
misma posición en la que estabas una vez. ¿No debería hacer
todo lo posible para ayudarlos?

Arthur asintió con fuerza mientras miraba hacia otro


lado.

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—Por supuesto. Por supuesto, eso es lo importante.
Perdóname. No quise hacerlo sonar como si no lo fuera. —
Cuando volvió a mirar a Linus, su expresión era suave, casi...
en blanco. Se inclinó un poco—. Gracias, Linus. Por todo. Por
vernos por lo que realmente somos. Siempre serás bienvenido
en la isla. Sé que los niños te extrañarán. —La expresión
tartamudeó ligeramente—. Sé que yo te extrañaré.

Linus abrió la boca, pero no salió nada. Y se despreciaba


por ello. Aquí estaba este hombre, este hombre maravilloso,
exponiendo su corazón. Linus tenía que darle algo, por
pequeño que fuera.

Lo intentó de nuevo. Él dijo:

—Si las cosas fueran… si esto fuera diferente, yo... tienes


que saber, Arthur. Tienes que… Este lugar… Estos niños… Tú.
Si tan sólo pudiera…

Arthur sonrió.

—Lo sé. Buenas noches, Linus y buen viaje. Cuídate.

Cerró la puerta, dejando a Linus de pie en el porche, en


la oscuridad.

Linus se sentó en el porche. Había una tenue luz en el


este. Las estrellas eran brillantes. Su equipaje estaba a su
lado. Calliope también, en su caja, aunque no le divertía
levantarse a primera hora. Linus podía compadecerla,
especialmente porque no había dormido nada.

Tomó un respiro profundo. Salió en una niebla.

—Creo que es hora.

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El Mar Cerúleo
Se levantó. Agarró su equipaje y la caja, y salió del
porche.

Según lo prometido, Zoe estaba esperando junto a su


pequeño coche. Ella le quitó la maleta y la dejó en el maletero
sin decir una palabra.

Se subió al asiento del pasajero y dejó la caja de Calliope


en su regazo.

Zoe saltó y encendió el coche. Luego se fueron.

Linus observó la casa en el espejo lateral mientras


lentamente se encogía detrás de ellos.

Merle esperaba en los muelles. Los faros del coche


iluminaban su ceño fruncido. Bajó la puerta.

—Las tarifas para esta hora temprana se duplican —


dijo.

Linus se sorprendió a sí mismo.

—Cállate, Merle. —Los ojos de Merle se abrieron.

Linus no miró hacia otro lado.

Merle se apartó primero. Se quejó mientras caminaba de


regreso a la caseta del timón.

El cruce fue suave. El mar estaba casi plano. El cielo se


hizo más brillante. Zoe no habló. Cuando llegaron al pueblo,
Merle ni siquiera los miró mientras bajaba la puerta.

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El Mar Cerúleo
—Espero que vuelvas —dijo Merle mientras salían del
ferry—. Tengo un día ocupado y…

Zoe aceleró el motor, y todo lo que Merle tenía que decir


se perdió.

El tren aún no había llegado cuando llegaron a la


plataforma. Las estrellas estaban desapareciendo cuando el sol
comenzó a salir. Linus podía escuchar el ruido de las olas
cuando Zoe apagó el coche. Dobló las manos sobre las rodillas.

—Zoe, yo…

Ella salió del coche y caminó hacia la parte de atrás. La


escuchó abrir el baúl. Suspiró mientras abría la puerta. Él
buscó a tientas la caja de Calliope pero logró salir sin dejarla
caer. Zoe dejó su equipaje al lado de la plataforma antes de
volver al maletero y cerrarlo.

—Lo entiendo —dijo.

Ella se rió, aunque sin humor.

—¿Lo entiendes? Porque me pregunto.

—No espero que lo entiendas.

Ella sacudió su cabeza.

—Bien. Porque no lo hago.

—No puedo quedarme aquí. Hay reglas que seguir.


Regulaciones que deben ser...

—¡Al diablo con tus reglas y regulaciones!

Él la miró boquiabierto. Luego, dijo lo único que podía


decir:

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El Mar Cerúleo
—La vida, no funciona de esa manera.

—¿Por qué no? —chasqueó—. ¿Por qué la vida no puede


funcionar de la manera que queremos? ¿De qué sirve vivir si
solo lo haces como otros quieren que lo hagas?

—Es lo mejor que podemos hacer.

Ella se burló.

—¿Y eso es lo mejor según tú? ¿Esto?

No dijo nada cuando el silbido de un tren que venía


provino de las vías.

—Déjame decirte algo, Linus Baker —dijo, con las


manos apretadas en la parte superior de la puerta del
conductor—. Hay momentos en tu vida, momentos en los que
hay que arriesgarse. Da miedo porque siempre existe la
posibilidad de fallar. Yo lo sé. Lo sé bien. Porque una vez me
arriesgué con un hombre al que había fallado antes. Estaba
asustada. Estaba aterrada. Pensé que podría perderlo todo.
Pero no estaba viviendo entonces. La vida que tenía antes no
la estaba viviendo. Se estaba yendo. Y nunca me arrepentiré
de las oportunidades que tomé. Porque me trajo a ellos. A todos
ellos. Hice mi elección y tú estás haciendo la tuya. —Ella abrió
la puerta y subió al coche. El motor giró. Ella lo miró una vez
cuando dijo—: ¿No te gustaría que las cosas fueran diferentes?

—¿No te gustaría estar aquí? —susurró, pero ella no lo


había escuchado. Para cuando terminó de hablar, ella estaba
lejos, y la arena levantándose de los neumáticos.

Se quedó mirando el teléfono naranja en la plataforma


mientras esperaba el tren, pensando en lo fácil que sería si lo
levantaba y hacía una llamada. Para decirle a quien
respondiera que quería volver a casa.

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El Mar Cerúleo

—¿Solo tú, entonces? —el asistente preguntó


alegremente mientras bajaba del tren—. Por lo general, no veo
gente que se vaya tan tarde de la temporada.

—Voy a casa —murmuró Linus mientras le entregaba su


billete.

—Ah —dijo el asistente—. No hay lugar como el hogar, o


eso me han dicho. A mí, me gusta montar los rieles. Todas las
cosas maravillosas que veo, ¿sabes? —Bajó la mirada hacia el
billete—. ¡De vuelta a la ciudad! Escuché que hay bastante
tormenta allí. ¡No ha dejado de llover desde hace mucho! —
sonrió mientras devolvía el billete—. ¿Puedo ayudarlo con su
equipaje, señor?

Linus parpadeó contra la quemadura.

—Sí. Bien. Gracias. Yo llevaré la caja. A ella no le gustan


la mayoría de las personas.

El asistente miró hacia abajo.

—Ah, ya veo. Sí. Te llevaré su equipaje. El vagón en el


que se encuentra está por aquí, señor. Y por suerte para usted,
está vacío. No hay otra alma a la vista. Podría dormir un poco,
si lo necesita.

Silbó mientras levantaba la maleta y la llevaba al tren.


Linus bajó la vista hacia la caja.

—¿Lista para ir a casa?

Calliope se dio la vuelta y le presentó su trasero. Linus


suspiró.

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Dos horas después, comenzaron a caer las primeras
gotas de lluvia....

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El Mar Cerúleo

Dieciocho

Estaba lloviendo mucho en la ciudad cuando bajó del


tren.

Se puso el abrigo con fuerza a su alrededor, mirando


hacia el cielo gris metalizado.

Calliope siseó cuando el agua comenzó a gotear a través


de los listones en la parte superior de su caja.

Levantó su maleta y caminó hacia la parada de autobús.

El autobús llegó tarde.

Por supuesto que lo hizo.

Se quitó el abrigo y lo puso encima de la caja de Calliope.


Le servía por ahora.

Él estornudó.

Esperaba no enfermarse. Esa sería solo su suerte, ¿no?

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Veinte minutos después, llegó el autobús, con los
neumáticos llenos de agua.

Las puertas se abrieron.

Linus estaba empapado cuando subió al autobús.

—Hola —le dijo al conductor.

El conductor gruñó en respuesta mientras Linus


luchaba por pasar su pase.

El autobús estaba casi vacío. Había un hombre detrás,


con la cabeza presionada contra la ventana, y una mujer que
miraba a Linus con recelo.

Se sentó lejos de ellos.

—Casi en casa —le susurró a Calliope. Ella no


respondió.

Miró por la ventana cuando el autobús se alejó de la


estación de tren.

Un letrero al lado de la estación de tren llamó su


atención.

En él, una familia estaba de picnic en el parque. El sol


brillaba. Estaban sentados en una manta a cuadros, y la
canasta de mimbre que estaba entre ellos estaba abierta y
rebosaba de quesos, uvas y sándwiches con las cortezas
cortadas. La madre se reía. El padre estaba sonriendo. El niño
y la niña miraban con adoración a sus padres.

Sobre ellos, el letrero decía: ¡MANTENGA SEGURA A SU


FAMILIA! ¡SI VE ALGO, CUÉNTALO!

Linus miró hacia otro lado.

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Tuvo que cambiar de autobús una vez, y cuando bajó del
segundo autobús eran casi las cinco de la tarde. El viento
había levantado y hacía frío y era miserable. Estaba a tres
manzanas de casa. Esperaba sentir alivio en este momento.

No lo sintió. Realmente no.

Él resopló mientras levantaba la caja y la maleta. Ya casi


estaba allí.

Su calle estaba tranquila cuando se volvió hacia ella.

Las luces de la calle estaban encendidas, gotas de agua


se aferraban a los cristales.

El 86 de Hermes Way estaba oscuro. Oh, el camino de


ladrillos hacia la casa era el mismo, y el césped era el mismo,
pero aún se sentía... oscuro. Le llevó un momento darse cuenta
de la pequeña salpicadura de color que había habido una vez,
sus girasoles, habían desaparecido.

Miró al frente de su casa por un momento. Sacudió la


cabeza.

Se preocuparía por eso mañana.

Subió por el sendero y llegó al porche. Dejó la maleta


mientras buscaba las llaves. Cayeron al suelo, y él se quejó
mientras se inclinaba para recogerlos.

A través de la lluvia, escuchó:

—¿Es usted, señor Baker?

Suspiró mientras se ponía de pie.

—Lo soy, señora Klapper. He regresado. ¿Cómo estás?

—Tus flores murieron. Ahogadas, si puedes creerlo. Hice


que un niño viniera a tirarlas. Se estaban pudriendo. Dañan el
valor de reventa de un vecindario cuando una casa se ve tan

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El Mar Cerúleo
deteriorada. Tengo el recibo de lo que le pagué al niño. Espero
que me reembolses.

—Por supuesto, señora Klapper. Gracias.

Llevaba la misma bata de felpa y estaba fumando por la


misma pipa. Su cabello estaba con el mismo peinado. Todo era
lo mismo. Cada pedacito de ella.

Comenzó a poner la llave en la cerradura cuando ella


volvió a hablar.

—¿Has vuelto para quedarte?

Linus sintió ganas de gritar.

—Sí, señora Klapper.

Ella lo miró de reojo desde el otro lado del camino.

—Pareces haber tomado un poco de sol. No pareces tan


pálido como antes. Has perdido algo de peso también. Unas
buenas vacaciones que tuviste.

Su ropa estaba un poco más floja que antes, pero por


primera vez en mucho tiempo, descubrió que no le importaba
en absoluto.

—No fueron vacaciones. Te dije que me iba por trabajo.

—UH Huh. Eso dijiste. Sin embargo, supongo que no hay


nada de malo en chasquear en la oficina, amenazar con
asesinar a todos y luego ser enviado a un centro de
rehabilitación.

—¡Eso no es lo que pasó!

Ella agitó una mano hacia él.

—No es asunto mío si lo fuera. Sin embargo, debes saber


que ya se habla en el vecindario. —Ella frunció el ceño hacia
él—. Daña el valor de reventa.

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Agarró el pomo de la puerta con fuerza.

—¿Estás planeando vender tu casa?

Ella parpadeó hacia él mientras el humo se enroscaba


alrededor de su cara escarpada.

—No. Por supuesto que no. ¿A dónde iría?

—Entonces, ¿por qué en la tierra verde de Dios te


importa el maldito valor de reventa?

Ella lo miró fijamente.

Él la fulminó con la mirada.

Ella sopló su pipa.

—Tengo tu correo. La mayor parte es propaganda.


Parece que no recibes mucho correo personal. Usé los cupones.
Estaba segura que no te importaría.

—Lo recogeré mañana.

Estaba seguro que era el final, pero, por supuesto, ella


continuó:

—¡Debes saber que perdiste tu oportunidad! Mi nieto


conoció a un buen hombre mientras estabas fuera. Es
pediatra. Espero que haya una boda en primavera. Será en una
iglesia, por supuesto, porque ambos son hombres piadosos.

—Bien por ellos.

Ella asintió mientras volvía a meter el vástago de su pipa


entre los dientes.

—Bienvenido a casa, señor Baker. Mantén a ese animal


sucio fuera de mi patio. Las ardillas han conocido un mes de
paz. Me gustaría mantenerlo así.

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No se molestó en decir adiós. Era grosero, pero estaba
cansado. Entró en la casa y cerró de golpe la puerta tras de sí.

Estaba rancio dentro de su casa, el olor de una casa en


la que no se había vivido durante mucho tiempo en el aire. Dejó
la maleta y la caja antes de encender la luz.

Estaba igual. Quizás un poco polvorienta.

Allí estaba su silla. Su victrola. Sus libros. Todo era lo


mismo.

Se inclinó y abrió la puerta para Calliope.

Ella salió disparada, con la cola erguida detrás de ella.


Estaba húmeda y no parecía divertida. Desapareció por el
pasillo hasta el lavadero donde estaba su caja de arena.

—Es bueno estar en casa —susurró.

Se preguntó cuántas veces necesitaría decir eso antes de


creerlo.

Puso su maleta a los pies de la cama.

Se quitó la ropa mojada. Se puso su pijama de repuesto.

Él alimentó a Calliope.

Trató de comer, pero no tenía mucha hambre. Se sentó


en su silla.

Se levantó de su silla.

—Un poco de música —decidió—. Quizás debería


escuchar algo de música.

Seleccionó Ol’ Blue Eyes de Frank, siempre lo ponía feliz.

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Deslizó el disco de la manga y levantó la tapa de la
Victrola. Puso el disco en la rueda. Encendió el reproductor y
los altavoces crujieron. Bajó el brazo y cerró los ojos.

Pero lo que vino de la Victrola no fue Frank Sinatra.


Debía haber cambiado las fundas antes de irse. Las trompetas
se encendieron brillantemente.

Una dulce voz masculina comenzó a cantar.

Bobby Darin, paseando por algún lugar más allá del


mar.

Recordó la forma en que Lucy había saltado en la cocina,


gritando las palabras a todo pulmón.

Se puso la cara entre las manos.

Mientras Bobby cantaba, los hombros de Linus


temblaron.

Se fue a la cama.

Las mantas y la almohada estaban ligeramente


húmedas, pero ahora estaba demasiado cansado para
preocuparse por eso.

Se quedó mirando el techo durante mucho tiempo.


Finalmente se durmió.

Soñó con una isla en el mar.

El domingo, limpió. Abrió las ventanas para ventilar la


casa, a pesar que estaba lloviendo. Él fregó los suelos. Limpió

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El Mar Cerúleo
las paredes. Lavó los mostradores. Cambió las sábanas de la
cama. Llevó un cepillo de dientes a la lechada en el azulejo del
baño. Barrió y fregó.

Le dolía la espalda cuando terminó. Era temprano en la


tarde y pensó en almorzar, pero su estómago era un peso de
plomo.

Lavandería. Necesitaba lavar la ropa.

Y todavía necesitaba completar su informe final.

Fue a la maleta al final de la cama. Lo puso de lado y


destrabó las hebillas. Levantó la tapa y se congeló.

Allí. En la parte superior de su ropa doblada, en la parte


superior de los archivos, en la parte superior de NORMAS Y
REGULACIONES, había un sobre marrón.

No lo había puesto allí.

Al menos no creía que lo hubiera hecho.

Levantó el sobre. Se sentía rígido en sus manos.

En la parte superior había dos palabras, escritas en


negro, letras en bloque: NO OLVIDES.

Deslizó el sobre para abrirlo. Dentro había una


fotografía.

Le picaron los ojos al mirarla.

Zoe debía haber tomado la foto. Ni siquiera recordaba


haberla visto con una cámara. Fue la primera aventura que
llevaron por el bosque a su casa. En ella, Lucy y Talia se reían.
Sal se sentado con Theodore en su regazo. Chauncey y Phee
estaban luchando por el último rollo. Arthur y Linus estaban
sentados juntos. Linus miraba a los niños con diversión.

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El Mar Cerúleo
Y Arthur estaba mirando a Linus con esa sonrisa
tranquila en su rostro.

Fue dolor, entonces, lo que Linus sintió en su pequeña


casa en Hermes Way. Dolor brillante y vidrioso, diferente a todo
lo que había experimentado antes. No era más que papel, frágil
y delgado, y apretó la fotografía contra su pecho, abrazándola
con fuerza.

Más tarde, mucho más tarde, se sentó en su silla con el


informe final en su regazo. Todavía tenía solo una oración
escrita después de la introducción.

Él pensó que era suficiente. Lo dejó a un lado.

Escuchó a Big Bopper irrumpiendo. Se desvió,


eventualmente, y desapareció en un mar, las olas lamiendo
debajo de él, y se sintió como en casa.

Afuera, la lluvia caía constantemente.

Su alarma sonó por la mañana temprano del lunes.

Se levantó.

Alimentó al gato.

Se tomó una ducha.

Se vistió con traje y corbata.

Cogió su maletín.

Recordó coger su paraguas.

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El bus estaba lleno. Apenas había espacio para estar de


pie, mucho menos para sentarse.

La gente no lo miraba excepto para fruncir el ceño


cuando accidentalmente se topaba con ellos. Regresaban a sus
periódicos cuando él se disculpaba.

Nadie lo saludó cuando entró en DICOMY.

Caminó por los escritorios y nadie dijo:

—Bienvenido de nuevo, Linus. Te extrañamos.

No había serpentinas en la fila L, escritorio siete. Ni


globos. Ni linternas de papel.

Se sentó, dejando su maletín a su lado.

El señor Tremblay lo miró desde la fila L, escritorio seis.

—Pensé que habías sido despedido.

—No —dijo Linus tan uniformemente como pudo—.


Estaba en una misión.

El señor Tremblay frunció el ceño.

—¿Estás seguro? Podría haber jurado que habías sido


despedido.

—Estoy seguro.

—¡Oh! —Parecía aliviado, y Linus comenzó a sentirse un


poco mejor. Tal vez lo habían extrañado después de todo—. Eso
significa que puedes recuperar todos tus casos. Gracias a Dios.

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No tuve tiempo para ellos en lo más mínimo, así que tendrás
que ponerte al día. Lo desenterraré ya mismo.

—Eso es muy amable de tu parte —dijo Linus con


firmeza.

—Lo sé, señor Barkly.

—Es señor Baker, idiota. No me hagas corregirlo de


nuevo —dijo.

El señor Tremblay lo miró boquiabierto.

Abrió su maletín. Sacó los archivos que le habían dado


y su informe final. Dudó antes de sacar lo único que quedaba.

Puso la fotografía enmarcada en el escritorio cerca del


ordenador.

—¿Qué es eso? —preguntó el Señor Tremblay, estirando


el cuello—. ¿Es que una cosa personal? ¡Sabes que no puedes
tener eso!

—Tal vez deberías considerar ocuparte de tus propios


asuntos por una vez —espetó Linus sin mirarlo.

—Cosa tuya, entonces —murmuró el señor Tremblay—.


No volveré a ser amable contigo.

Linus lo ignoró. Enderezó la fotografía hasta que la tuvo


a la perfección.

Encendió su ordenador y se puso a trabajar.

—¡Señor Baker!

Él gimió para sí mismo. Hoy había estado yendo...


Bueno, había estado yendo. No levantó la vista cuando

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escuchó el sonido de los tacones haciendo clic contra el suelo,
cada vez más cerca.

Una sombra cayó sobre su escritorio.

El tipeo a su alrededor se detuvo cuando sus


compañeros de trabajo escucharon. Probablemente era lo más
emocionante que había sucedido en el último mes.

La señora Jenkins estaba parada sobre él, con la misma


expresión adusta en su rostro. Gunther, por supuesto, estaba
ligeramente detrás de ella, su portapapeles siempre presente.
Le sonrió enfermizamente dulce a Linus.

—Hola, señora Jenkins —dijo Linus obedientemente—.


Es bueno verle.

—Sí, espero que lo sea —dijo con un resoplido—. Ha


regresado.

—Sus habilidades de observación siguen siendo


incomparables.

Su mirada se entrecerró.

—¿Perdón?

Él tosió y se aclaró la garganta.

—Dije que sí, que he regresado.

—De su asignación.

—Sí.

—Su tarea secreta.

—Supongo.

La piel debajo de su ojo izquierdo se crispó.

—El hecho que la Gerencia Extremadamente Superior


nos haya hecho un favor a todos y nos haya librado de usted

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El Mar Cerúleo
durante un mes no significa que las cosas hayan cambiado por
aquí.

—Puedo ver eso.

—Espero que esté al día con todo su trabajo para el final


de la semana.

Imposible, por supuesto, pero ella lo sabía.

—Sí, señora Jenkins.

—Su carga de casos le será devuelta a la hora del


almuerzo.

—Sí, señora Jenkins.

Ella se inclinó hacia delante y apoyó las manos sobre su


escritorio. Sus uñas estaban pintadas de negro.

—Está listo para un ascenso, ¿verdad? ¿Cree que tiene


lo necesario para ser supervisor?

Él rió. No quería hacerlo, pero lo hizo. La señora Jenkins


parecía escandalizada.

La sonrisa de Gunther cayó de su rostro. Se veía


sorprendido.

—No —logró decir Linus—. No estoy buscando un


ascenso. No creo que esté bastante preparado para la
Supervisión.

—Por una vez estamos de acuerdo —dijo Jenkins con


aspereza—. No podría pensar en nadie más inadecuado que
usted. Tiene suerte que todavía tenga un escritorio al que
volver. Si me saliera con la mía habría... tenido... ¡Señor Baker!
¿Qué es eso?

Ella apuntó con una uña negra a la fotografía.

—Es mía —dijo—. Es mía y me gusta.

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—Está prohibido —dijo chillonamente—. ¡Según las
NORMAS Y REGULACIONES, a los trabajadores sociales no se
les permiten efectos personales a menos que sea aprobado por
Supervisión!

Linus la miró.

—Entonces apruébelo.

Dio un paso atrás y se llevó la mano a la garganta.


Gunther garabateó furiosamente en su portapapeles.

—¿Qué dijo? —preguntó peligrosamente.

—Apruébelo —repitió Linus.

—No lo haré. ¡Esto quedará en su archivo permanente!


¿Cómo se atreve a hablarme así... ¡Gunther! ¡Desméritos!
¡Desméritos para el señor Baker!

La sonrisa de Gunther volvió.

—Por supuesto. ¿Cuántos?

—¡Cinco! No, diez. ¡Diez desméritos!

Los trabajadores sociales a su alrededor comenzaron a


susurrar fervientemente.

—Diez desméritos —dijo Gunther, sonando bastante


alegre—. Sí. Muy sabio, señora Jenkins. Así ya sabrá.

—Esa... esa cosa se habrá ido al final del día —dijo


Jenkins. Marque mis palabras, señor Baker. Si no es así, me
ocuparé que no tengas un trabajo al que volver.

Linus no dijo nada.

Eso no le sentó bien a ella.

—¿Me entiende?

—Sí —dijo con los dientes apretados.

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—Sí ¿qué?

—Sí, señora Jenkins.

Ella olisqueó de nuevo.

—Eso está mejor. La insolencia no será tolerada. Sé que


ha estado... en cualquier lugar durante el último mes, pero las
reglas no han cambiado. Haría bien en recordar eso.

—Por supuesto, señora Jenkins. ¿Hay algo más en lo


que pueda ayudarla?

Sus palabras parecían gotear veneno cuando dijo:

—Sí. Ahí está. Ha sido convocado. Por la Gerencia


Extremadamente Superior de nuevo. Mañana a las ocho en
punto. No llegue tarde. O hágalo, y ahórreme la molestia. —
Ella se dio la vuelta—. ¿Qué están mirando? ¡Volver al trabajo!

Los trabajadores sociales comenzaron a escribir de


inmediato.

La señora Jenkins miró a Linus por encima del hombro


una vez más antes de alejarse con Gunther siguiéndola.

—Me pregunto quién será mi nuevo vecino de escritorio


—preguntó el Señor Tremblay.

Linus lo ignoró.

Se quedó mirando la fotografía.

Justo debajo había una alfombrilla de ratón con una


imagen desvaída de una playa de arena blanca y el mar más
azul del mundo.

Decía, por supuesto, ¿NO DESEARIAS ESTAR AQUÍ?

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A la hora del almuerzo, los archivos estaban apilados en
su escritorio. Docenas de ellos. Abrió el de arriba. Las últimas
notas eran suyas. No habían sido tocados en el último mes.
Suspiró y lo cerró.

Para cuando se fue, la oficina estaba vacía, poco antes


de las nueve de la noche. Puso la fotografía en su maletín y se
dirigió a casa.

Estaba lloviendo.

El autobús llegó tarde.

En su porche había una bolsa de plástico llena de su


correo. Eran todo facturas. Había una nota en la parte
superior. Era un recibo de la señora Klapper en busca de un
reembolso por destripar su cama de flores.

Sacó la fotografía de su maleta y la colocó en la mesita


de noche junto a su cama.

La observó hasta que se durmió.

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A las ocho menos cuarto de la mañana siguiente, Linus
presionó el número cinco de oro en el ascensor.

Todos dentro lo miraron. Él les devolvió la mirada.

Primero miraron hacia otro lado.

El ascensor se vació lentamente hasta que quedó él.

GERENCIA EXTREMADAMENTE SUPERIOR

SOLO POR CITA

Presionó el botón al lado de la rejilla metálica. Se abrió


deslizándose sobre sus huellas.

La señora Bubblegum sopló una pompa rosa. Estalló de


forma bonita mientras la chupaba entre sus dientes.

—¿Puedo ayudarte?

—Tengo una cita.

—¿Con quién?

Ella tenía que saberlo.

—La Gerencia Extremadamente Superior. Soy Linus


Baker.

Ella lo miró de reojo.

—Te recuerdo.

—¿Y bien?

—Pensé que habías muerto o algo así.

—No. Aún no.

Tocó un par de teclas en su ordenador antes de mirarlo.

—¿Tienes el informe final?

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El Mar Cerúleo
Abrió su maletín. En el interior, sus dedos rozaron el
marco de una fotografía antes de encontrar lo que estaba
buscando. Sacó la carpeta y la deslizó debajo del cristal.

Ella frunció el ceño cuando lo recogió.

—¿Eso es todo?

—Lo es.

—Espera un momento.

La rejilla metálica volvió a caer.

—Puedes hacer esto, viejo —susurró.

Esta vez, la señora Bubblegum tardó más en regresar.


Tanto tiempo, de hecho, que Linus estaba seguro que lo habían
olvidado. Se preguntó si debería irse, pero no sabía cómo hacer
que sus pies se movieran. Parecían arraigados en su lugar.

Pasaron los minutos. Al menos veinte de ellos.

Estaba a punto de ceder a la tentación y mirar dentro de


su maletín la fotografía cuando la puerta de metal se abrió.

La señora Bubblegum frunció el ceño.

—Están listos para verte ahora.

Linus asintió.

—No están... felices.

—No, no espero que lo estén.

Ella sopló una pompa que estalló en alto.

—Eres un extraño, extraño hombre.

Sonó un timbre y se abrieron las puertas de madera.

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La señora Bubblegum no habló mientras lo guiaba más


allá de la fuente hacia la puerta negra con la placa dorada. La
abrió y se hizo a un lado.

No la miró mientras entraba por la puerta. Se cerró


detrás de él. Las luces se encendieron en el suelo, mostrándole
el camino. Las siguió hasta que se extendieron en un círculo.
Había un podio en el centro del círculo. En ella estaba su
informe. Él tragó saliva.

Las luces cobraron vida por encima de él.

Y allí, mirando desde lo alto del muro de piedra, estaba


la Gerencia Extremadamente Superior.

La mujer, el hombre con papada, el hombre con gafas y


Charles Werner.

—Señor Baker —dijo, con voz suave como la seda—. Le


damos la bienvenida.

—Gracias —dijo Linus, moviéndose nerviosamente.

—Sus informes han sido... bueno. Han sido un gran


tema de conversación.

—¿Lo han sido?

Jowls tosió húmedamente.

—Esa es una forma de decirlo.

—Sabes lo que siento por los eufemismos —dijo el


hombre con gafas con el ceño fruncido.

—Señor. Baker —dijo la mujer—. ¿Lo que tiene ante


usted es el informe final?

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El Mar Cerúleo
—Sí.

—¿En serio?

—Sí.

Ella se recostó en su silla.

—Desconcertante. Me parece que falta, en comparación


con sus otros informes. Mucho, de hecho.

—Creo que fui directo al grano —respondió Linus—. Que


es, después de todo, lo que me pedisteis. Hice mi
recomendación después de un mes de observación. ¿No es por
eso que estoy aquí?

—Cuidado, señor Baker —dijo Jowls, mirando hacia él—


. No me gusta su tono.

Linus contuvo una réplica, algo que incluso hace un par


de semanas nunca hubiera tenido que hacer.

—Mis disculpas. Simplemente, creo que he hecho lo que


se me exigía.

Charles se inclinó hacia delante.

—¿Por qué no nos lo lee? Quizás escucharlo en voz alta


nos impresionará cualquier significado perdido en la
transcripción.

Bien. Él jugaría a su juego. Lo había hecho durante años,


siempre el empleado obediente. Abrió la carpeta y miró hacia
abajo.

—Juro solemnemente que el contenido de este informe


es preciso y...

—Lo sabemos, señor Baker —dijo el hombre con gafas


con bastante impaciencia—. Todos los informes comienzan

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El Mar Cerúleo
igual. Nunca cambia para nadie. Es la siguiente parte la que
más nos interesa.

Él los miró.

—Sabe lo que dice. —Charles le sonrió—. Léalo, señor


Baker.

Linus lo hizo.

—Es mi recomendación que el Orfanato Marsyas


permanezca abierto, y que los niños continúen bajo la tutela
de Arthur Parnassus.

Eso era todo. Eso fue todo lo que había escrito. Cerró la
carpeta.

—Umm —dijo Charles—. No obtuve nada nuevo de eso.


¿Alguien más tiene más ideas?

Jowls sacudió la cabeza.

El hombre con gafas se recostó en su silla. La mujer


cruzó las manos delante de ella.

—Creo que no —dijo Charles—. Señor Baker, tal vez


podría exponer. ¿Qué es lo que le llevó a esa conclusión?

—Mi observación de los niños y la forma en que


interactuaron entre sí y con Arthur Parnassus.

—Vago —dijo Jowls—. Exijo más.

—¿Por qué? —preguntó Linus—. ¿Qué es lo que está


buscando?

—No estamos aquí para responder sus preguntas, señor


Baker —dijo la mujer bruscamente—. Está aquí para
responder a las nuestras. No olvide su…

—¿Mi lugar? —Linus sacudió la cabeza— ¿Cómo puedo,


cuando me lo recuerdo constantemente? He hecho este trabajo

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El Mar Cerúleo
durante diecisiete años. Nunca he pedido más. Nunca he
deseado más. He hecho todo lo que se me ha pedido sin
quejarme. Y aquí estoy ante ustedes y me están exigiendo más.
¿Qué más podría tener para dar?

—La verdad —dijo el hombre con gafas—. La verdad


sobre lo que…

Golpeó sus manos en el podio. El sonido fue agudo y


plano cuando resonó por la habitación.

—Les he dado la verdad. En cada uno de mis informes


semanales, no han leído nada más que la verdad. Con cada
tarea que me han enviado, solo he sido honesto, incluso
cuando me dolía hacerlo.

—Objetividad —dijo Jowls—. Como está escrito en las


NORMAS Y REGULACIONES, un trabajador social debe ser
objetivo.

—Lo sé y lo he sido. Los recuerdo, a todos ellos. Todos


sus nombres. Los cientos de ellos que he observado y he
mantenido a distancia. He puesto esa pared. ¿Pueden decir lo
mismo? ¿Cómo se llaman los niños de la isla? Sin mirar las
notas que tengan, ¿cómo se llaman?

Jowls tosió.

—Esto es ridículo. Por supuesto que sabemos sus


nombres. Ahí está el niño Anticristo...

—No lo llame así —gruñó Linus—. Ese no es quien es.

Charles tenía una sonrisa engreída en su rostro.

—Es Lucy. Un apodo bastante ridículo por lo que es.

—¿Y? —preguntó Linus—. ¿Los otros cinco?

Silencio.

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—Talia —escupió Linus—. Un gnomo que ama el jardín.
Ella es feroz, divertida y valiente. Ella es espinosa, pero una
vez que la superas, hay una lealtad debajo que te dejará sin
aliento. Y después de todo lo que ha pasado, después de todo
lo que le fue arrebatado, todavía encuentra alegría en las cosas
más pequeñas.

La mujer dijo:

—Señor Baker, debería...

—¡Phee! El Sprite del bosque. Ella actúa duro y distante,


pero todo lo que siempre quiso fue un hogar. Fue encontrada
en la miseria porque su especie había sido seccionada sin
ayuda. ¿lo sabían? ¿Leísteis siquiera su informe? Porque yo lo
hice. Su madre murió de hambre delante de ella. Y Phee casi
murió, y, sin embargo, cuando los hombres llegaron al
campamento para tratar de sacarla del cuerpo de su madre,
ella logró convertirlos en árboles con las últimas de sus
fuerzas. Los bosques de la isla son densos gracias a ella, y ella
haría cualquier cosa para proteger a sus seres queridos. Ella
me enseñó sobre las raíces y cómo pueden ocultarse,
esperando el momento adecuado para estallar en la tierra y
cambiar el paisaje.

La Gerencia Extremadamente Superior permaneció en


silencio mientras Linus comenzaba a caminar.

—¡Theodore! Un wyvern, uno de los pocos que quedan.


¿Sabían que puede hablar? ¿Alguno sabe eso? Porque yo no lo
sabía. Nunca me lo habían dicho. Ninguno lo hizo. Pero él
puede. Oh, él no habla en inglés, pero habla igual. Y si
escuchas lo suficiente, si le das el tiempo, comenzarás a
entenderlo. Él no es un animal. No es un depredador. Tiene
pensamientos complejos, sentimientos y botones. ¡Muchos
botones!

Linus buscó en el bolsillo de su abrigo y sintió el botón


de latón dentro, abollado por los dientes afilados.

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El Mar Cerúleo
—¡Chauncey! A.… bueno, nadie sabe lo que es, ¡pero no
importa! No importa porque podría ser más humano que
cualquiera de nosotros. Le han dicho toda su vida que es un
monstruo. Que él es lo que se esconde debajo de las camas.
Que es una pesadilla. Eso no puede estar más lejos de la
verdad. Es un niño curioso que tiene un sueño. Y Dios mío,
qué simple es. Qué impresionantemente encantador. Quiere
ser un botones. Quiere trabajar en un hotel, saludar a la gente
y llevar su equipaje. Eso es todo. ¿Pero alguno de ustedes lo
permitiría? ¿Alguno de ustedes le daría la oportunidad?

No respondieron.

—Sal —gruñó Linus—. Abusado y descuidado. Se


arrastraba por ahí sin preocuparse por su bienestar por lo que
es capaz de hacer. Mordió a una mujer, sí, y la convirtió, pero
ella lo golpeó. Ella golpeó a un niño. Si levantas la mano lo
suficiente, se acobardarán. Pero de vez en cuando, devolverán
el golpe porque eso es todo lo que les queda. Él es tímido y
tranquilo y se preocupa por todos más de lo que él se preocupa
por sí mismo. Y escribe. Oh, Señor, él escribe las palabras más
bellas. Son poesía. Son una sinfonía. Me conmovieron más que
cualquier otra cosa que haya escuchado.

—¿Y qué del Anti… que pasa con ese último niño? —la
mujer preguntó en voz baja.

—Lucy —dijo Linus—. Se llama Lucy. Y tiene arañas en


su cerebro. Sueña con la muerte, el fuego y la destrucción, y
eso lo desgarra. ¿Pero sabe lo que encontré? Encontré un niño,
un niño de seis años al que le encantan las aventuras. Quién
tiene la imaginación más salvaje. Baila y canta. Vive para la
música, y se mueve a través de él como la sangre en sus venas.

—Independientemente de si le gusta o no escucharlo —


dijo Jowls— sigue siendo lo que es. Eso nunca va a cambiar.

—¿No? —replicó Linus—. Me niego a creer eso. Somos


quienes somos no por nuestro derecho de nacimiento, sino por

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lo que elegimos hacer en esta vida. No se puede reducir a
blanco y negro. No cuando hay tanto en el medio. No se puede
decir que algo es moral o inmoral sin entender los matices
detrás de eso.

—Es inmoral —dijo el hombre con gafas—. Quizás


nunca lo pidió, pero es lo que es. Su linaje lo exige. Hay una
maldad en él. Esa es la definición misma de inmoralidad.

—¿Y quién es para decidir eso? —Linus preguntó con los


dientes apretados—. ¿Quién es? Nunca lo ha conocido. La
moral es relativa. El hecho que encuentre algo aborrecible no
significa que realmente lo sea.

La mujer frunció el ceño.

—Muchas cosas son ampliamente aceptadas como


abominables. ¿Con qué dijo que sueña? ¿Muerte, fuego y
destrucción? Si recuerdo su último informe, sus pesadillas
fueron capaces de manifestarse. Alguien podría haber sido
herido.

—Podrían haberlo hecho —coincidió Linus—. Pero no lo


hicieron. Y no fue porque quisiera lastimar a nadie. Es un niño
que vino de la oscuridad. Eso no tiene que ser en quien se
convierta. Y no será así. No con quién tiene a su alrededor.

—¿Dejaría a los otros niños con él? —preguntó Jowls—.


En una habitación cerrada sin supervisión.

—Sí —dijo Linus de inmediato—. Sin dudarlo. Me


quedaría en una habitación cerrada con él. Porque confío en él.
Porque sé que no importa de dónde venga, él es más que un
título que le han dado.

—¿Y qué pasa cuando crezca? —preguntó Charles—.


¿Qué pasa cuando se convierta en hombre? ¿Qué pasa si
decide que este mundo no es lo que quiere que sea? Ya sabe
quién es su padre.

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—Sí —dijo Linus—. Su padre es Arthur Parnassus. Y él
es el mejor padre que tiene Lucy, y en lo que a mí respecta, el
único.

La Gerencia Extremadamente Superior jadeó al unísono.

Linus los ignoró. Él recién comenzaba.

—¿Y qué hay de Arthur? Porque creo que por eso estoy
realmente aquí, ¿no? Por lo que es. Han clasificado a estos
niños como una amenaza de nivel cuatro cuando, por todos los
derechos, son como cualquier otro niño en el mundo, mágico
o no. Pero nunca se trató de ellos, ¿verdad? Siempre se trató
de Arthur.

—Cuidado, señor Baker —advirtió Charles—. Se lo dije


una vez que no me gusta estar decepcionado y está muy cerca
de decepcionarme.

—No —dijo Linus—. No tendré cuidado. Puede que no


haya sido por su mano que sufrió, pero fue por sus ideales. Los
ideales de DICOMY. De un registro. Del prejuicio contra ellos.
Permiten que se infecte, usted y todas las personas delante de
usted que se sentaron dónde está ahora. Los mantienen
separados de todos los demás porque son diferentes al resto de
nosotros. La gente les teme porque se les ha enseñado. Si ves
algo, cuéntalo. Inspira odio. —Entrecerró los ojos mientras
miraba a Charles Werner—. Creen que pueden controlarlo.
Creen que pueden controlarlos para usarlos para obtener lo
que quieren. Para mantenerlos escondidos con sus otros
pequeños secretos sucios. Pero se equivocan. Todos estáis
equivocados.

—Es suficiente —espetó el hombre con gafas—. Está


pisando hielo muy delgado, señor Baker, y no parece oírlo
crujir bajo sus pies.

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El Mar Cerúleo
—De hecho —dijo la mujer—. Y ciertamente no ayuda
que hayamos recibido un informe de un ciudadano preocupado
sobre una confrontación entre Arthur Parnassus y…

Linus apretó los dientes juntos.

—Oh, preocupado, ¿lo estaban? Dígame. Al transmitir


su preocupación, ¿explicaron que estaban haciendo
exactamente en el muelle para empezar? ¿Cuáles eran sus
planes? Porque por lo que pude ver, ellos eran los agresores.
Si Arthur Parnassus no hubiera intervenido, ni siquiera quiero
imaginar lo que habría sucedido. Independientemente de lo
que él y los niños sean o lo que puedan hacer, nadie tiene
derecho a hacerles daño. ¿A menos que alguien aquí piense lo
contrario?

Se encontró con el silencio.

—Eso es lo que pensé —dijo Linus, poniendo una mano


encima de su informe final—. Mi recomendación se mantiene.
El orfanato debe permanecer abierto. Por su bien y por los
suyos. Prometo que haré todo lo que esté a mi alcance para
garantizar que esto suceda. Pueden despedirme. Pueden
intentar que me censuren. Pero no me detendré. El cambio
comienza con las voces de unos pocos. Seré uno de esos pocos
porque me enseñaron cómo. Y sé que no estoy solo. —Hizo una
pausa y contuvo el aliento. Luego dijo—: Además, hablando de
eufemismos, por amor a todo lo que es santo, dejen de
llamarlos orfanatos. Eso implica algo que nunca ha sido el
caso. Estas son casas. Siempre han sido hogares. Y algunos
de ellos no han sido buenos, por eso les recomendé que se
cerraran. Pero este no. Nunca este. Estos niños no necesitan
un hogar, porque ya tienen uno, les guste o no.

—Ah —dijo Charles—. Ahí está. La desilusión. Que


agudo, qué profundo.

Linus sacudió la cabeza.

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El Mar Cerúleo
—Me dijo una vez que tenía un interés personal en lo
que encontraría. Le creí, entonces, aunque espero que fuera
por miedo más que cualquier otra cosa. No lo creo ahora,
porque solo quiere escuchar lo que cree que quiere escuchar.
Cualquier otra cosa es insatisfactoria a sus ojos. No puedo
evitar eso. Lo único que puedo hacer es mostrarles que el
camino en el que han ayudado a establecer este mundo se ha
desviado, y espero que algún día vean lo que realmente es. —
Miró desafiante a Charles—. El hecho que no sea lo que
esperaban no significa que esté mal. Las cosas han cambiado,
señor Werner, y sé que es para mejor. He cambiado y no tiene
nada que ver con ustedes. Lo que sea que esperaban encontrar
en los escombros que dejaron en esa isla no me importa. Sé en
qué se han convertido. He visto el corazón de todos ellos, y late
tremendamente a pesar de todo lo que han pasado, ya sea por
su mano o por otros. —Estaba jadeando cuando terminó, pero
tenía la cabeza despejada.

—Creo que hemos terminado aquí, señor Baker —dijo


Charles fríamente—. Creo que tenemos una comprensión clara
de su posición. Tiene razón; su informe lo dice todo.

Linus sintió frío, aunque sudaba profusamente. Toda la


pelea parecía salir corriendo de él, y todo lo que quedaba era
agotamiento.

—Yo solo…

—No más —dijo la mujer—. Tiene... no más.


Consideraremos su recomendación y tomaremos una decisión
final en las próximas semanas. Váyase, señor Baker. Ahora.

Cogió su maletín. Escuchó el marco de la imagen sonar


dentro. Volvió a mirar a la Gerencia Extremadamente Superior
antes de darse la vuelta y huir.

La señora Bubblegum lo estaba esperando fuera de las


cámaras. Tenía los ojos muy abiertos y la boca abierta.

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El Mar Cerúleo
—¿Qué? —preguntó Linus irritado.

—Nada —logró decir—. Absolutamente nada en


absoluto. Eres muy... um. Ruidoso.

—Sí, bueno, a veces se necesita volumen para atravesar


cráneos gruesos.

—Guau —susurró—. Necesito llamar, no importa a


quién necesito llamar. Puedes encontrar la salida, ¿no?

Se apresuró y desapareció detrás de la puerta que


conducía a su stand.

Se alejó lentamente. Cuando salió de las oficinas de la


Gerencia Extremadamente Superior, la oyó hablar con
entusiasmo, pero no pudo distinguir las palabras.

Pensó en irse. Sobre solo... dejarlo todo atrás.

No lo hizo.

Volvió a su escritorio.

Susurros furiosos cesaron tan pronto como entró en la


habitación. Todos lo miraron fijamente.

Los ignoró y se dirigió a la fila L, escritorio siete. Ni


siquiera se disculpó cuando sus anchas caderas chocaron con
las cosas.

Sintió las miradas de docenas de personas siguiendo


cada paso que daba, pero mantuvo la cabeza en alto. Después
de todo lo que había pasado, después de todo lo que había visto
y hecho, lo que sus colegas pensaran de él no importaba en lo
más mínimo.

Cuando llegó a su escritorio, se sentó y abrió su maletín.


Sacó la fotografía y la apoyó en su escritorio.

Nadie dijo una palabra.

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La señora Jenkins se paró frente a su oficina,
frunciéndole el ceño. Gunther garabateó furiosamente en su
portapapeles. Linus pensó que podía meterse sus desméritos
por el culo.

Tomó una carpeta de la parte superior de una pila y


volvió al trabajo.

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Diecinueve

Tres semanas después, nada había cambiado mucho.

Oh, sí, soñaba con el mar, con una isla con playas de
arena blanca. Soñaba con un jardín y un bosquecillo de
árboles que escondía una casita. Soñaba con la puerta de un
sótano quemada, y el día que murió la música, y con la forma
en que Lucy se reía. La forma en que Talia murmuraba en
gnómico. La forma en que Sal podía ser tan grande, pero se
sentía tan poco en sus brazos. La forma en que Chauncey se
paraba frente a su espejo, diciendo “Hola, señor, bienvenido,
bienvenido, bienvenido”, mientras inclinaba la gorra de
botones. La forma en que las alas de Phee brillaban a la luz del
sol. De botones y wyverns llamados Theodore. De Zoe, su
cabello se agitaba en el viento mientras derribaba caminos
arenosos con su coche.

Y de Arthur, por supuesto. Siempre Arthur. De fuego


ardiendo, de alas extendidas en naranja y oro. De una sonrisa
tranquila, la inclinación divertida de su cabeza.

Oh, cómo soñaba.

Cada mañana era cada vez más difícil levantarse de la


cama. Siempre estaba lloviendo. El cielo siempre era gris
metalizado. Se sentía como papel. Frágil y delgado. Se vestía,
se montaba en el autobús para el trabajo, se sentaba en su
escritorio, revisando un archivo tras otro, comía lechuga

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El Mar Cerúleo
marchita para el almuerzo, regresaba al trabajo, cogía el
autobús para casa. Se sentaba en su silla, escuchando a
Bobby Darin cantando sobre algún lugar más allá del mar, en
algún lugar esperándole.

Pensó en la vida que tenía. Cómo podría haber pensado


que sería suficiente.

Sus pensamientos eran todos cerúleos.

Todos los días que iba a trabajar, se tomaba el tiempo


de tocar la fotografía en su escritorio, la fotografía de la que
nadie se atrevía a decir nada. La señora Jenkins incluso se
había callado, y aunque Linus recibía desmérito tras desmérito
(Gunther rascando alegremente su portapapeles), no dijo una
palabra. De hecho, fue ignorado. Estaba bien con eso.
Sospechaba que la señora Bubblegum tenía algo que ver con
eso, por lo chismosa que era.

No todo era lluvia y nubes. Se tomó su tiempo,


repasando sus viejos archivos, revisando los informes que
había escrito para todos los orfanatos que había visitado,
tomando notas, preparándose para un futuro brillante que ni
siquiera estaba seguro de tener a su alcance. Hizo una mueca
ante algo de lo que había escrito (la mayoría, si era honesto
consigo mismo), pero lo consideró importante. El cambio, se
recordó, comenzaba con las voces de unos pocos. Quizás no
sería nada, pero no lo sabría a menos que lo intentara. Como
mínimo, podría hacer un seguimiento con algunos de los niños
que había conocido antes y averiguar dónde estaban ahora. Y,
si todo saliera como esperaba, no permitiría que los dejaran
atrás ni los olvidaran.

Por eso comenzó a pasar de contrabando los informes.


Todos los días, tomaba unos cuantos más. Era un desastre
sudoroso cada vez que ponía otro en su maletín, seguro que en
cualquier momento alguien gritaría su nombre, exigiendo
saber qué estaba haciendo, especialmente cuando comenzó a
buscar los archivos de otros trabajadores sociales.

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El Mar Cerúleo
Pero nadie lo hizo nunca.

No debería haberse sentido tan mareado, infringiendo la


ley. Debería haber hecho que su estómago se retorciera, su
corazón ardiera, y tal vez lo hizo, hasta cierto punto. Pero no
era rival para su determinación. Tenía los ojos abiertos, y los
breves momentos de júbilo que sintió hicieron mucho por
moderar su anarquía a medida que avanzaban los días.

En el vigésimo tercer día después de su regreso de la isla,


el chasquido de las teclas del ordenador y el murmullo de voces
volvieron a callarse cuando una figura apareció en la puerta de
las oficinas de los trabajadores sociales.

La señora Bubblegum, explotando su chicle, agarrando


un archivo en su pecho. Miró por encima de las hileras de
escritorios frente a ella.

Linus se dejó caer en su silla. Estaba a punto de ser


despedido, lo sabía.

Él la observó mientras caminaba hacia la oficina de la


señora Jenkins. La señora Jenkins no parecía contenta de
verla, y su ceño solo se profundizó ante cualquier pregunta que
la señora Bubblegum hiciera. Ella respondió y señaló hacia los
escritorios.

La señora Bubblegum se giró y se abrió paso a través de


las filas de escritorios, las caderas balanceándose
deliciosamente. Los hombres la miraban fijamente. Algunas de
las mujeres también lo hicieron. Ella los ignoró a todos.

Linus pensó en gatear debajo de su escritorio. No lo hizo,


pero estuvo cerca.

—Señor Baker —dijo ella fríamente—. Aquí tienes.

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El Mar Cerúleo
—Hola —dijo, con las manos en su regazo para que no
las viera temblar.

Ella frunció el ceño.

—¿Alguna vez te he dicho mi nombre?

Sacudió la cabeza.

—Es Doreen.

—Un placer, Doreen.

Ella rompió su chicle.

—Casi te creo. Tengo algo para usted, señor Baker.

—¿Lo tiene?

Ella dejó el archivo sobre su escritorio y lo deslizó frente


a él.

—Acaba de venir esta mañana.

Linus lo miró fijamente.

Doreen se inclinó, sus labios cerca de su oreja. Olía a


canela. Ella tocó con su uña la almohadilla de su ratón. “¿No
te gustaría estar aquí?” Observó cómo su dedo se alzaba hacia
la fotografía y recorría el marco.

—Huh. ¿Qué hay sobre esto? —Ella besó su mejilla,


pegajosa, dulce y cálida.

Y luego se alejó. Linus apenas podía respirar. Abrió la


carpeta....

Estaba su informe final.

Y en la parte inferior había cuatro firmas.

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El Mar Cerúleo
CHARLES WERNER

AGNES GEORGE

JASPER PLUMB

MARTIN ROGERS

Y debajo de eso había un sello rojo.

RECOMENDACIÓN APROBADA.

Lo leyó de nuevo.

Aprobado.

Aprobado.

Aprobado.

Esto era...

Podía ser...

¿Tenía suficiente para llevar a cabo su plan?

Pensó que sí.

Se levantó de su escritorio, la silla raspó ruidosamente


contra el frío suelo de cemento.

Todos se giraron para mirarlo.

La señora Jenkins salió de su oficina de nuevo, Gunther


detrás.

Aprobado.

El orfanato se quedaría como está.

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T. J. KLUNE La Casa En
El Mar Cerúleo
Escuchó el mar.

¿No te gustaría estar aquí?

Susurró.

—Sí. Sí me gustaría.

Pero eso era lo divertido de los deseos. A veces, todo lo


que se necesitaba para hacerlos realidad era un primer paso.

Levantó la cabeza. Miró a su alrededor.

—¿Qué estamos haciendo? —preguntó, su voz


resonando ruidosamente alrededor de la habitación.

Nadie respondió, pero eso estaba bien. No esperaba que


lo hicieran.

—¿Por qué estamos haciendo esto? ¿Cuál es el punto de


todo esto?

Silencio.

—Lo estamos haciendo mal —dijo, alzando la voz—.


Todo esto. Está mal. Estamos alimentando una máquina que
nos comerá a todos. No puedo ser el único que lo ve.

Aparentemente lo era.

Si fuera un hombre más valiente, tal vez hubiera dicho


más. Tal vez habría recogido su copia de las NORMAS Y
REGULACIONES y la habría tirado a la basura, anunciando
grandiosamente que era hora de tirar todas las reglas.
Literalmente, pero también figurativamente.

Para entonces, la señora Jenkins exigiría su silencio. Y,


si fuera un hombre mucho más valiente, le habría dicho que
no. Hubiera gritado para que todos oyeran que había visto
cómo se ve un mundo con color. Con felicidad. Con alegría.
Este mundo en el que vivían aquí no lo era, y todos eran tontos
si pensaban lo contrario.

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El Mar Cerúleo
Si fuera un hombre más valiente, se subiría a los
escritorios y gritaría que era el comandante Linus, y que era
hora de emprender una aventura.

Vendrían por él, pero él saltaría de un escritorio a otro,


con Gunther chillando mientras trataba de alcanzar sus
piernas, pero fallaba.

Aterrizaría cerca de la puerta, este hombre valiente. La


señora Jenkins le gritaría que estaba despedido, pero él se
reiría de ella y le gritaría que no podía ser despedido porque
renunciaba.

Pero Linus Baker era un hombre blando con un corazón


anhelante de hogar y se fue tan silenciosamente como había
llegado.

Levantó su maletín y lo abrió en su escritorio. Colocó la


fotografía con amor dentro antes de cerrarlo. No había más
archivos para sacar de DICOMY de contrabando. Tenía todo lo
que necesitaba.

Tomó un respiro profundo.

Y comenzó a caminar por los pasillos hacia la salida. Los


otros trabajadores sociales comenzaron a susurrar
febrilmente.

Los ignoró, con la cabeza bien alta. Apenas chocó con


ningún escritorio.

Y justo cuando llegó a la salida, la señora Jenkins gritó


su nombre. Se detuvo y miró por encima del hombro.

La expresión de su rostro era atronadora.

—¿Y a dónde crees que vas?

—A mi hogar —dijo simplemente—. Me voy a casa.

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El Mar Cerúleo
Y luego dejó el Departamento a Cargo de la Juventud
Mágica por última vez.

Estaba lloviendo.

Había olvidado su paraguas dentro.

Volvió la cara hacia el cielo gris y se echó a reír y reír y


reír.

Calliope pareció sorprendida de verlo cuando entró por


la puerta principal. Tenía sentido; ni siquiera era mediodía.

—Puede que haya perdido la cabeza —le dijo—. ¿No es


maravilloso?

Ella maulló una pregunta, la primera vez que había


hablado desde que habían salido de la isla.

—Sí —dijo—. Sí. Sí.

Linus Baker sabía que la vida se reducía a lo que


habíamos hecho con ella. Se trataba de las elecciones, tanto
grandes como pequeñas.

Brillante y temprano a la mañana siguiente… un


miércoles, como resultó ser… Linus cerró la puerta a una vida
en busca de otra.

—¿Otro viaje? —le preguntó la señora Klapper desde el


otro lado del camino.

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El Mar Cerúleo
—Otro viaje —coincidió Linus.

—¿Cuánto tiempo esta vez?

—Espero que para siempre. Si me quieren.

Sus ojos se abrieron.

—¿Volverá?

—Me voy —dijo, y nunca había estado tan seguro de


nada en todos sus años.

—Pero... pero —farfulló ella—. ¿Y tu casa? ¿Qué tal tu


trabajo?

Él le sonrió.

—Renuncie a mi trabajo. En cuanto a la casa, bueno.


Quizás a tu nieto y a su prometido les gustaría vivir al lado
tuyo. Considéralo un regalo de bodas. Pero no importa en este
momento. Lo descubriré todo más tarde. Tengo que ir a casa.

—¡Estás en casa, tonto!

Sacudió la cabeza mientras levantaba la caja y la maleta


de Calliope.

—Aún no. Pero lo estaré pronto.

—De todo… ¿has perdido la cabeza? ¿Y qué diablos


llevas puesto?

Se miró a sí mismo. Camisa abotonada color canela,


pantalones cortos color canela, medias marrones. Sobre su
cabeza se encontraba un sombrero de casco. Se rió de nuevo.

—Es lo que se supone que debes usar cuando te vas de


aventura. Parece ridículo, ¿no? Pero puede haber caníbales y
serpientes y bichos comedores de hombres que se introducen
debajo de la piel y se comen mis ojos de adentro hacia afuera.
Cuando te enfrentas a tales cosas, tienes que vestir así. Hasta

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siempre, señora Klapper. No sé si nos volveremos a ver. Tus
ardillas solo conocerán la paz a partir de este momento. Te
perdono por los girasoles.

Salió del porche a la lluvia, dejando atrás el 86 de


Hermes Way.

—¿Va de viaje? —preguntó el asistente del tren, mirando


su billete—. Va hasta el final de la línea. Un poco fuera de
temporada, ¿no?

Linus miró por la ventanilla del vagón del tren, la lluvia


caía por el cristal.

—No —dijo—. Voy a volver a donde pertenezco.

Cuatro horas después, la lluvia paró.

Una hora después de eso, vio el primer azul a través de


las nubes. En dos horas más, pensó que olía la sal en el aire.

Él fue el único en bajarse del tren. Lo cual tenía sentido,


ya que él era el único que quedaba.

—Oh, querido —dijo, mirando el tramo de carretera


vacío al lado de la plataforma—. Podría no haber pensado en
esto. —Sacudió la cabeza—. No importa. El tiempo no espera
a ningún hombre.

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El Mar Cerúleo
Levantó la maleta y la caja, y comenzó a caminar hacia
la aldea mientras el tren se alejaba.

Estaba empapado de sudor cuando vio los primeros


edificios. Tenía la cara roja y su maleta se sentía como si no
hubiera empacado más que piedras.

Estaba seguro que estaba a punto de colapsar cuando


llegó a la acera en la calle principal del pueblo. Pensó en
acostarse (tal vez permanentemente) cuando escuchó a alguien
jadear su nombre.

Él entrecerró los ojos.

De pie frente a su tienda, con una regadera en la mano,


estaba Helen.

—Hola —logró decir—. Qué lindo es verte de nuevo.

Dejó caer la regadera y derramó su contenido sobre el


concreto. Ella corrió hacia él mientras él se sentaba
pesadamente en su maleta.

—¿Caminaste hasta aquí? —exigió, haciendo una mueca


cuando sus manos salieron húmedas después que las puso
sobre sus hombros.

—La espontaneidad no es exactamente mi fuerte —


admitió.

—Eres un hombre estúpido —dijo—. Eres un hombre


maravillosamente estúpido. Has entrado en razón, ¿verdad?

Él asintió.

—Creo que sí o eso o me ha dejado completamente. No


estoy seguro de cuál todavía.

—¿No saben que vienes?

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—No. De ahí la espontaneidad. Todavía no soy muy
bueno en eso, pero espero hacerlo con la práctica —jadeó
cuando ella le palmeó la espalda con la punta de los dedos.

—Creo que tienes un buen comienzo, al menos. Aunque


supongo que eso significa que Merle tampoco sabe que estás
aquí.

Él hizo una mueca.

—Oh. Correcto. El ferry. Eso es importante, ¿no? Isla y


todo.

Ella puso los ojos en blanco.

—Nunca sabré cómo llegaste hasta aquí.

—Vivía en mi burbuja —le dijo, necesitando que ella


entendiera—. Me mantuvo a salvo, pero también me impidió
vivir. No debería haberme ido en primer lugar.

Su expresión se suavizó.

—Lo sé. —Ella cuadró los hombros—. Pero estás aquí


ahora, y eso es todo lo que importa. Por suerte para ti, soy la
alcaldesa. Lo que significa que cuando quiero que se haga algo,
se hace. Te quedas aquí. Tengo que hacer una llamada
telefónica.

Ella se apresuró a regresar a su tienda.

Linus cerró los ojos por lo que pensó que era solo un
momento, pero se sobresaltó cuando un cuerno tocó la bocina
delante de él.

Él abrió los ojos.

Un viejo camión verde estaba parado en la acera. Estaba


manchado de óxido, y los neumáticos de líneas blancas
parecían que apenas les quedaba huella. Helen estaba detrás
del volante.

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—¿Bien? —preguntó por la ventana abierta—. ¿Vas a
quedarte allí el resto de la noche?

No. No, no lo haría.

Levantó su maleta en la parte trasera del camión.


Calliope ronroneó mientras la colocaba dentro de la cabina en
el banco. La puerta crujió detrás de él cuando la cerró.

—Es muy amable de tu parte.

Ella resopló.

—Creo que te debía un favor o dos. Considéranos a


mano.

El camión gimió cuando ella se alejó de la acera. Doris


Day estaba en la radio, cantando sobre soñar un pequeño
sueño conmigo.

Merle estaba esperando en los muelles, luciendo tan


desagradable como siempre.

—No puedo dejar todo cuando lo pidas —dijo con el ceño


fruncido—. Tengo... ¿Señor Baker?

—Hola Merle. Es bueno verte. —Era casi cierto,


sorprendentemente. La boca de Merle se abrió.

—No te quedes ahí quieto —dijo Helen—. Abre la puerta.

Merle se recuperó.

—Te diré que mis tarifas se han cuadruplicado…

Helen sonrió.

—Oh, no creo que lo hayan hecho. Eso sería absurdo.


Abre la puerta antes que la atraviese.

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—No te atreverías.

Ella disparó el motor. Merle corrió hacia el ferry.

—Hombre horrible —dijo—. No me importaría si un día


se cayera de su bote y se fuera al mar.

—Eso es terrible —dijo Linus. Luego—: Podríamos hacer


que suceda.

Ella se rió, sonando sorprendida.

—Señor Baker, nunca hubiera pensado escuchar algo


así de ti. Me gusta. Vamos a llevarte a casa, ¿de acuerdo?
Espero que tengas algunas cosas que necesites decir.

Él se deslizó más abajo en su asiento.

La isla se veía igual que cuando la dejó. Habían pasado


solo semanas. Se sintió como toda una vida.

Merle murmuró algo acerca que Helen se apresurara a


regresar, y ella le dijo que se tomarían todo el tiempo que
necesitara y que no escucharía otra palabra de él. Él la miró
fijamente, pero asintió lentamente.

Condujo por el camino de tierra familiar, sinuoso hacia


el fondo de la isla cuando el sol comenzó a ponerse.

—He estado aquí un par de veces desde que te fuiste.

Él la miró.

—¿Para ver el jardín?

Ella se encogió de hombros.

—Y para ver lo que dejaste atrás.

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El Mar Cerúleo
Se volvió hacia la ventana.

—¿Cómo... cómo estuvo?

Ella extendió la mano sobre la caja entre ellos y apretó


su brazo.

—Estaban bien. Tristes, por supuesto. Pero están bien.


Me quedé a cenar la primera vez. Había música. Fue
encantador. Hablaron mucho de ti.

Se tragó el nudo en la garganta.

—Oh.

—Dejaste una buena impresión en la gente de esta isla


en el tiempo que estuviste aquí.

—Hicieron lo mismo por mí.

—Es curioso cómo funciona, ¿no? Que podamos


encontrar las cosas más inesperadas cuando ni siquiera las
estamos buscando.

Él solo pudo asentir.

Había luces arriba en la casa principal.

Las linternas de papel en la glorieta del jardín estaban


encendidas.

Eran las cinco y media, lo que significaba que los niños


estarían involucrados en sus actividades personales. Sal,
pensó, estaría escribiendo en su habitación. Chauncey estaría
practicando frente al espejo. Phee estaría con Zoe en los
árboles. Theodore probablemente estaba debajo del sofá y Talia
en su jardín. Lucy y Arthur estarían arriba, hablando de
filosofía y arañas en el cerebro.

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El Mar Cerúleo
Podía respirar por primera vez en semanas.

Helen se detuvo frente a la casa. Ella le sonrió.

—Creo que aquí es donde nos separamos por ahora. Dile


a Arthur que estaré aquí el sábado. Aparentemente, debe haber
algún tipo de aventura.

—Siempre hay una los sábados —susurró Linus.

—No olvides tu maleta.

Él la miró.

—Te lo agradezco.

Ella asintió.

—Debería ser yo quien te lo agradezca. Has cambiado las


cosas, señor Baker, lo hayas intentado o no. Es un comienzo
pequeño, pero creo que crecerá. Y no lo olvidaré. Sigue. Creo
que hay algunas personas aquí a las que les gustaría verte.

Linus se removió nerviosamente.

—Tal vez deberíamos...

Ella se rió.

—Sal de mi camioneta, señor Baker.

—Es Linus. Solo llámame Linus.

Ella sonrió dulcemente.

—Sal de mi camioneta, Linus.

Lo hizo, sacando a Calliope con él. Metió la mano en la


cama del camión y sacó la maleta. La grava crujió bajo los
neumáticos del camión cuando Helen se alejó con un gesto.

Él la miró hasta que las luces traseras desaparecieron


entre los árboles.

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El Mar Cerúleo
—Está bien, viejo —murmuró—. Puedes hacerlo.

Calliope maulló desde la caja.

Se inclinó y lo abrió.

—Ahora, no te vayas lejos...

Ella salió disparada hacia el jardín.

Él suspiró.

—Por supuesto —la siguió.

Las flores estaban en flor, y parecían más brillantes de


lo que recordaba. Caminó hasta que escuchó murmullos en
una lengua extraña. Rodeó un seto para ver a un pequeño
gnomo barbudo cavando en la tierra.

Él se detuvo.

—Hola —dijo en voz baja.

Sus hombros se tensaron antes de continuar cavando,


Calliope sentada a su lado.

Dio otro paso hacia ella.

—¿Las nuevas herramientas funcionan bien, entonces?

Ella no respondió, pero la tierra estaba volando a su


alrededor.

—Helen me dijo que estaba impresionada con tu jardín.


Dijo que era uno de los mejores que había visto.

—Sí, bueno —dijo Talia con irritación—. Soy un gnomo.


Se supone que soy buena en eso.

Él se rió entre dientes.

—Por supuesto que lo eres.

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—¿Por qué estás aquí?

Él dudó, pero solo brevemente.

—Porque aquí es donde pertenezco y nunca debería


haberme ido para empezar. Solo lo hice para asegurarme que
estarías a salvo. Todos. Y ahora…

Ella suspiró mientras bajaba su pala antes de girarse


para mirarlo.

Ella estaba llorando.

Linus no dudó mientras la levantaba en sus brazos.

Ella enterró la cara en su cuello, la barba le hizo


cosquillas en la garganta.

—Voy a enterrarte aquí —sollozó—. Estoy cavando tu


tumba, para que lo sepas.

—Lo sé —dijo, frotando una mano sobre su espalda—.


No esperaría nada menos.

—¡Nadie jamás podría encontrarte! ¡E incluso si lo


hicieran, sería demasiado tarde y estarían solo tus huesos!

—Quizás podamos esperar eso, al menos por un tiempo.


Tengo algo importante que deciros a todos.

Ella sollozó.

—Quizás. Pero si no me gusta lo que escucho, volvemos


enseguida y tú subirás al agujero sin discutir.

Él se rió, salvaje y brillante.

—De acuerdo.

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Corrió hacia delante, Calliope persiguiéndola. Linus se
tomó un momento para respirar los aromas del jardín que lo
rodeaba. Escuchó las olas. Si tenía alguna duda antes de este
momento, ya se habían ido. Solo esperaba que los demás
sintieran lo mismo.

Era hora.

Salió del jardín, rodeando el costado de la casa. Se


detuvo cuando vio lo que lo esperaba.

Se habían reunido en la parte delantera de la casa. Zoe


pareció exasperada al verlo, sacudiendo la cabeza con cariño.
Phee lo estaba mirando. Esperaba que ella no lo convirtiera en
un árbol. O, si lo hacía, al menos que no fuera un manzano.
No le gustaba la idea que se lo comieran cuando florecía.

Chauncey estaba nerviosamente inquieto, como si


quisiera apresurarse hacia Linus, pero sabía que su lealtad
recaía en quienes lo rodeaban. Sal estaba de pie con los brazos
cruzados sobre el pecho. Theodore estaba sentado sobre su
hombro, con la cabeza ladeada.

Talia se limpiaba los ojos y murmuraba en gnómico.


Linus pensó que la había escuchado decir que tendría que
ensanchar su tumba, ya que todavía estaba redondo.

Y Lucy, por supuesto. Lucy, que estaba de pie frente a


todos ellos, con una expresión extraña en su rostro. Linus se
preguntó si estaba a punto de ser abrazado, o si su sangre
comenzaría a hervir, haciendo que sus órganos se cocinaran
dentro de él. Realmente podría ir en cualquier dirección.

Arthur estaba detrás de ellos, y aunque tenía la cara en


blanco y las manos cruzadas detrás de la espalda, Linus sabía
que era cauteloso, podía verlo en la rígida espalda y en sus
hombros. El hecho que Linus hubiera jugado un papel en esto
lo hacía sentir enfermo. Arthur nunca debería estar tan
inseguro. No tratándose de esto.

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Linus mantuvo su distancia, aunque Calliope parecía no
tener ese problema. Ella maullaba muy fuerte mientras se
frotaba contra las piernas de Sal, tan habladora como lo había
estado desde que habían salido de la isla.

¿Cómo pudo haber sido tan tonto? ¿Cómo podría haber


pensado alguna vez que podría abandonar este lugar? Era
colorido, brillante y cálido, y su corazón sintió que finalmente
latía de nuevo. No se había dado cuenta que lo había dejado
atrás. Debería haberlo sabido. Debería haberse dado cuenta.

—Hola —dijo en voz baja—. Es bueno verlos a todos de


nuevo.

No hablaron, aunque Chauncey se retorció, sus ojos


rebotaban de emoción.

Linus se aclaró la garganta.

—No espero que lo entendáis. No sé si yo lo hago. He


cometido errores, algunos más grandes que otros. Pero yo... —
respiró hondo—. Escuché algo una vez. Algo importante,
aunque no creo que supiera lo importante que era en realidad.
Una persona muy sabia se paró frente a los demás, y aunque
estaba muy nervioso, dijo lo más profundamente hermoso que
he escuchado. —Linus intentó sonreír, y se quebró en el medio.
Él dijo—: No soy más que papel. Frágil y delgado. Estoy
sostenido por el sol, y brilla a través de mí. Me escriben y
nunca más podrán volver a usarme. Estos rasguños son una
historia. Ellos son una historia. Dicen cosas para que otros las
lean, pero solo ven las palabras, y no sobre qué están escritas.
No soy más que papel, y aunque hay muchos como yo, ninguno
es exactamente igual. Soy un pergamino reseco. Tengo líneas.
Tengo agujeros. Mójame y me derrito. Enciéndeme y ardo.
Tómame en manos endurecidas y me derrumbaré. Me
desgarro. No soy más que papel. Frágil y delgado.

Los ojos de Sal se abrieron.

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—Se me quedó grabado —continuó Linus—. Por lo
importante que es. Qué importantes sois todos. —Se le quebró
la voz y sacudió la cabeza—. No hay nada que temer del
Departamento a Cargo de la Juventud Mágica. Este lugar es
vuestro hogar, y vuestro hogar seguirá siendo. Podéis quedaros
aquí todo el tiempo que deseéis. Y si me salgo con la mía, otros
como vosotros conocerán la misma paz.

Talia y Phee jadearon. La boca de Chauncey se abrió.


Lucy sonrió cuando Theodore extendió sus alas y lanzó un
pequeño rugido de emoción. Sal dejó caer los brazos, hundido
en alivio.

Zoe inclinó la cabeza. Arthur se quedó como estaba.

No era suficiente. Linus lo sabía.

Entonces dio todo lo que le quedaba.

—Creo que sois encantadores. Todos ustedes. Y aunque


he vivido en un mundo donde no existías la mayoría de mi vida,
no creo que sea un mundo en el que pueda estar más.
Comenzó con el sol y era cálido. Y luego vino el mar, y era
diferente a todo lo que había visto antes. Fue seguido por este
lugar, esta isla tan misteriosa y maravillosa. Pero fuisteis
vosotros quienes me disteis paz y alegría como nunca antes
había tenido. Me diste una voz y un propósito. Nada hubiera
cambiado si no hubiera sido por todos vosotros. Creo que me
han escuchado, pero la única razón por la que sabía qué decir
era por lo que me enseñasteis. No estamos solos. Nunca lo
hemos estado. Nos tenemos los unos a los otros. Si me fuera de
nuevo, desearía estar aquí. No quiero desear más. Si me
queréis, me gustaría quedarme. Para siempre.

Silencio.

Se frotó la nuca nerviosamente, preguntándose si


debería decir algo más.

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—Disculpe un momento, señor Baker —dijo Lucy. Se
volvió hacia los demás y les hizo señas para que se acercaran.
Los niños inclinaron la cabeza cuando comenzaron a susurrar
furiosamente. Zoe cubrió una risa con el dorso de su mano.

Arthur nunca apartó la vista de Linus.

Linus sabía que era de mala educación tratar de


escuchar una reunión de la que no formaba parte. Eso, sin
embargo, no le impidió intentarlo. Desafortunadamente, a los
niños no parecía importarles que lo más probable era que
tuviera un ataque al corazón. Observó mientras celebraban su
congreso. En un momento, Lucy pasó un dedo por su cuello,
con los ojos rodando hacia atrás en su cabeza, con la lengua
colgando. Talia asintió. Linus pensó que Chauncey dijo algo
sobre alimentar a los caníbales, pero podría haberlo oído mal.
Theodore chasqueó las mandíbulas. Phee miró a Linus por
encima del hombro antes de volverse hacia los demás. Sal
murmuró algo en voz baja, y los niños lo miraron con
adoración.

—Entonces, ¿estamos de acuerdo? —preguntó Lucy.

Los niños asintieron.

Se volvieron hacia él.

Fue Lucy quien habló por ellos.

—¿Alguien más sabe que estás aquí?

Linus sacudió la cabeza.

—Para que podamos matarte y que nadie más lo sepa.

—Sí, aunque me gustaría evitar eso si es posible.

—Por supuesto que sí —dijo Lucy—. Tenemos


condiciones.

—No esperaría nada menos.

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Talia dijo:

—Tienes que ayudarme en la primavera en mi jardín y


hacer exactamente lo que yo diga.

No hubo dudas.

—Sí.

Phee dijo:

—Tienes que pasar un día al mes conmigo y con Zoe en


el bosque.

—Sí.

Chauncey dijo:

—¡Tienes que dejarme lavar tu ropa!

Oh, cómo sentía su corazón estallar.

—Si es lo que quieres.

—¡Y tienes que darme propina!

—Por supuesto.

Theodore chirrió y chasqueó, la cabeza saltando arriba y


abajo.

—Cada botón que pueda encontrar —coincidió Linus.

Sal dijo:

—Tienes que dejar que te llamemos Linus.

Le picaban los ojos.

—No quiero nada más.

Lucy sonrió diabólicamente.

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—Y tienes que bailar conmigo, y cuando tenga
pesadillas, tienes que venir y decirme que todo estará bien.

—Sí. Sí. Sí a todo eso. A cualquiera cosa. Por vosotros,


haría cualquier cosa.

La sonrisa de Lucy se desvaneció. Se veía tan joven.

—¿Por qué te fuiste en primer lugar?

Linus bajó la cabeza.

—A veces, no sabes lo que tienes hasta que ya no está.


Y necesitaba ser tu voz. Así que los que están lejos te
escucharían por todo lo que eres.

—Niños —dijo Arthur, hablando por primera vez—.


¿Podríais entrar y ayudar a Zoe con la cena? Necesito hablar
con el señor Baker.

Se quejaron de inmediato.

—Ahora.

Lucy levantó las manos.

—No sé por qué no lo besas y terminas de una vez. Los


adultos son tan tontos.

Zoe se ahogó en una carcajada.

—Venga. Dejemos a los tontos adultos. Iremos dentro y


comenzaremos la cena y no lo veremos a través de las
ventanas.

—Ooh —dijo Talia—. Lo entiendo. Sí, vamos a mirar,


quiero decir… a preparar la cena.

Subieron apresuradamente los escalones de la casa. Sal


los miró antes de cerrar la puerta detrás de él.

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E inmediatamente apareció en la ventana con los demás,
aunque intentaron sin éxito esconderse detrás de las cortinas.
Incluso Zoe.

Linus los amaba mucho.

Las estrellas comenzaban a aparecer en lo alto. El cielo


estaba veteado de naranja y rosas y azul, azul, azul. Las aves
marinas llamaron. Las olas chocaban contra las rocas.

Pero lo único que importaba en este momento era el


hombre que tenía delante. Este hombre exquisito.

Linus esperó.

—¿Por qué ahora? —preguntó Arthur finalmente.


Sonaba cansado.

—Ya era hora —dijo Linus—. Yo... volví, pensando que


era lo correcto. Le presenté los resultados de mi investigación
a la Gerencia Extremadamente Superior. —Hizo una pausa,
considerando—. Presentar podría ser un eufemismo. Fui
bastante severo, si soy sincero.

Los labios de Arthur se torcieron.

—¿Lo fuiste?

—No sabía que era capaz.

—¿Por qué lo hiciste?

Linus extendió las manos delante de él.

—Porque yo... he visto cosas. Aquí. Aprendí cosas que


no sabía antes. Me ha cambiado. No sabía cuánto hasta que
me fui. Cuando ya no podía despertarme y caminar hacia la
casa para desayunar o escucharte enseñarles o discutir
ridículos pensamientos sobre filosofía contigo o emprender
aventuras los sábados con atuendos ridículos mientras te
amenazan con una muerte espeluznante.

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—No lo sé —dijo Arthur—. No pareces tener problemas
para llevarlo ahora.

Linus señalo su camisa.

—Están creciendo en mí. Mi punto es que me fui porque


tenía miedo de lo que podría ser, no de lo que ya era. Ya no
tengo miedo.

Arthur asintió y miró hacia otro lado, con la mandíbula


apretada.

—¿Y el orfanato?

Linus sacudió la cabeza.

—No es... ya sabes, me dijiste una vez que la palabra


orfanato es un nombre inapropiado. Que nadie viene buscando
adoptar aquí.

—Dije eso, ¿no?

—Lo hiciste. Y como le dije a la Gerencia


Extremadamente Superior, esto no es un orfanato. Es un
hogar. Y eso es lo que seguirá siendo.

—¿De verdad?

—De verdad.

—¿Y qué hay de los demás? Dijiste que pensabas que


podrías ayudar a todos los demás.

Linus se rascó la nuca.

—Podría haber hecho algo... ¿ilegal? Robe algunos


archivos. Quizás más que unos pocos. Tengo una idea, aunque
llevará tiempo.

—Por qué, Linus Baker, estoy completamente


sorprendido contigo. Robar, de todas las cosas. No es correcto.

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—Sí, bueno —murmuró—. Te culpo por completo a ti.
Me has corrompido.

Linus pensó que vio un destello de fuego en los ojos de


Arthur.

—¿Realmente hiciste todo eso?

—Sí. Estaba asustado, pero era lo correcto —dudó.


Luego dijo—: También renuncié.

Arthur pareció sorprendido.

—¿Por qué?

Linus se encogió de hombros.

—Porque no era a donde pertenecía.

—¿A dónde perteneces, Linus?

Y con lo último de su coraje, Linus Baker dijo:

—Aquí. Contigo. Si me quieres. Pregúntame otra vez. Por


favor, te lo ruego. Pídeme que me quede otra vez.

Arthur asintió con fuerza. Se aclaró la garganta. Estaba


ronco cuando dijo:

—Linus.

—¿Sí, Arthur?

—¿Te quedarías aquí? ¿Con nosotros? ¿Conmigo?

Linus apenas podía respirar.

—Sí. Siempre. Sí. Por ellos. Por ti. Por…

Estaba siendo besado. Ni siquiera había visto a Arthur


moverse. En un momento, pensó que estaba a punto de
romperse, y al siguiente, su rostro estaba acunado en cálidas
manos y sus labios presionados contra los suyos. Se sentía

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como si estuviera en llamas, ardiendo de adentro hacia afuera.
Levantó la mano, poniendo sus manos sobre las de Arthur,
manteniéndolas en su lugar. No quería que este momento
terminara. A pesar de todas las canciones de amor que había
escuchado en su vida, no estaba preparado para cómo podría
sentirse un momento como este.

Arthur se apartó y comenzó a reír cuando Linus le besó


frenéticamente la barbilla y las mejillas, la nariz y la frente.
Arthur dejó caer sus manos y envolvió sus brazos alrededor de
Linus, manteniéndolo cerca. Linus podía escuchar a los niños
vitoreando en la casa mientras comenzaban a balancearse a la
luz de un sol poniente.

—Lo siento —susurró Linus en la garganta de Arthur,


sin querer que este momento terminara.

Arthur lo abrazó más fuerte.

—Eres un hombre tonto y encantador. No hay nada por


lo que arrepentirse. Luchaste por nosotros. Nunca podría estar
enojado contigo por eso. Cómo te amo.

Linus sintió que su corazón se asentaba en su pecho.

Mientras continuaban balanceándose hacia una canción


que solo ellos podían escuchar, el sol finalmente se hundió
bajo el horizonte, y todo estaba en este pequeño rincón del
mundo.

¿No te gustaría estar aquí?

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Epílogo

En una cálida primavera de jueves por la tarde, el sonido


de un viejo camión que subía por la carretera hacia la casa
llenó el aire.

Linus levantó la vista de donde estaba sacando hierba,


se pasó una mano por la frente y dejó una mancha de tierra.

—Suena como Helen —dijo—. ¿Ella vendría a verte?

Talia no levantó la vista mientras acariciaba


amorosamente la tierra alrededor de un lecho de petunias.

—No que yo sepa. Estaba hablando de otra revista que


quería ver mis flores, pero dijo que no sería hasta el próximo
mes. Ella no dijo nada cuando estuvimos en el pueblo el fin de
semana pasado.

Linus se puso de pie con un gemido.

—Mejor voy a ver que quiere.

—Si es mi público adorador, diles que no estoy


preparada para tener compañía en este momento y que es
grosero venir con tan poco aviso.

Él resopló.

—Me aseguraré que lo entiendan.

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Talia lo miró con los ojos entrecerrados.

—No pienses que esto te saca del deber de la hierba.

Él acarició la parte superior de su gorra.

—No lo soñaría. Sigue. No tardaré mucho.

Talia murmuró por lo bajo en gnómico.

Él negó con la cabeza, sonriendo para sí mismo. Se


estaba volviendo más creativa con sus amenazas. Culpaba por
completo a Lucy.

Se limpió las manos en la camisa y salió del jardín hacia


el frente de la casa. El Linus de hace un año no reconocería al
hombre que existía hoy. Su piel se había quemado y pelado y
quemado y pelado hasta que obtuvo lo que podría describirse
como un bronceado leve. Llevaba pantalones cortos (¡por
elección!) Y sus rodillas estaban sucias de arrodillarse en el
jardín durante la última hora. Seguía redondo y lo había
aceptado a regañadientes cuando Arthur hizo saber su aprecio.
Su cabello estaba aún más fino de lo que había sido antes, pero
tenía poco tiempo para cosas tan triviales. Estaba cómodo en
su propia piel por primera vez en su vida. Tal vez su presión
arterial todavía era un poco alta, pero la vida era mucho más
que preocuparse por una llanta de repuesto o el pelo en una
almohada.

Estaba tarareando a Buddy Holly cuando el camión se


detuvo y paró bruscamente, el motor tosió y tartamudeó
cuando se apagó.

—Parece que está a punto de rendirse —observó Linus


mientras Helen salía del camión. Llevaba un par de overoles
manchados de hierba.

—Eh. Hace el trabajo. —Le sonrió—. Estás sucio. Talia


te hace cumplir el trato, ¿verdad?

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Linus suspiró.

—Ahora la tengo tres días a la semana. No me atrevo a


intentar bajar más. Ella todavía tiene que llenar el agujero que
se supone que es mi tumba. Es una amenaza bastante efectiva
de alguien tan pequeña.

—Te queda bien —dijo, dándole palmaditas en el


hombro—. ¿Está Arthur dentro? Necesito hablar con los dos.
Y J-Bone quería que le recordara a Lucy los discos que pidió.

—¿Todo está bien?

Su sonrisa se desvaneció.

—Creo que sí. Pero es mejor que os lo cuente a los dos


al mismo tiempo.

No le gustaba el sonido de eso.

—¿Es algo del pueblo? Pensé que las cosas estaban


mejorando. El fin de semana pasado cuando estuvimos allí,
solo recibimos algunas miradas.

Ella sacudió su cabeza.

—No, no es nada sobre el pueblo. ¿Y quién te estaba


haciendo pasar un mal rato?

Él se encogió de hombros.

—Los sospechosos de siempre. Pero cada vez es más fácil


ignorarlos. Los niños son notablemente resistentes cuando
necesitan serlo.

Ella frunció el ceño.

—No deberían serlo. Prometí que haría todo lo posible


para asegurarme que nada de eso volviera a suceder.

—Has hecho maravillas —le aseguró—. Pero estas cosas


llevan tiempo.

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Y no todos querían que las cosas cambiaran, aunque no
creía que tuviera que decirle eso. Desde que había venido a la
isla a ver las cosas por sí misma, Helen había hecho su misión
hacer del pueblo un lugar acogedor para todos. Primero vino
retirar el cartel de SI VES ALGO, CUÉNTALO de la ciudad. Eso
se había encontrado con una resistencia mínima. Pero hubo
más quejas cuando ella anunció su intención de posicionar el
pueblo de Marsyas como un lugar de vacaciones para todos,
humanos y seres mágicos por igual. No fue hasta que ella les
recordó a los dueños de negocios que más personas
significaban más dinero para el pueblo que las quejas
comenzaron a disminuir.

Linus estaba sombríamente divertido por cómo los


prejuicios no parecían igualar las ganancias, especialmente
viendo cómo se habían cortado los pagos que la aldea había
estado recibiendo por su silencio con respecto a la isla. Lo tomó
como una victoria cuando el consejo de la aldea votó a favor,
por hueco que pudiera ser.

Era un comienzo.

Y luego, después de Navidad, llegó el sorprendente


anuncio del Departamento a Cargo de la Juventud Mágica
sobre cómo todos los Gerentes Extremadamente Superiores
habían renunciado después que una investigación externa
revelara que las escuelas que habían dirigido habían sido
consideradas discriminatorias. La investigación fue provocada
por un informe anónimo que describía prácticas desagradables
que involucraban a jóvenes mágicos, citando ejemplos
específicos de niños bajo la guía de DICOMY que habían sido
tratados como ciudadanos de segunda clase. Se había
designado una nueva junta, y mientras hablaban de grandes y
radicales cambios, las ruedas de la burocracia realmente se
movían lentamente, especialmente cuando se encontraron con
una fuerte resistencia. Revisar décadas de preconceptos
llevaría tiempo. Pero si pudieran comenzar con DICOMY,

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podría conducir a que otros departamentos que se ocuparan
de seres mágicos comenzaran a cambiar con el tiempo.

Tenían que comenzar en alguna parte.

Un periodista había venido a la isla en febrero,


aparentemente después de haber rastreado a Linus después
de escuchar su dramática salida de DICOMY. Ella le preguntó
si sabía algo sobre el informe anónimo que había enviado
ondas de choque a través del gobierno.

—Un denunciante —dijo—. Alguien con conocimiento


interno sobre el funcionamiento del Departamento a Cargo de
la Juventud Mágica.

Él se rió nerviosamente.

—¿Me veo como el tipo que causa un alboroto?

Ella no se dejó engañar.

—He aprendido a nunca juzgar de lo que es capaz una


persona basándose solo en las apariencias y protegería tu
anonimato.

—¿Lo harías?

—Tienes mi palabra. Cuido mis fuentes ferozmente.

Pensó en todos los otros niños del mundo en lugares


como Marsyas. Los que había conocido y los miles que nunca
había tenido el placer de conocer, aunque había leído sobre
muchos de ellos en los archivos que había robado. Quizás esto
ayudaría al fuego a seguir ardiendo tan intensamente como
pudiera. Un hombre tranquilo, sí, con un corazón tranquilo,
pero pensó en el fénix, con las alas extendidas en un sótano
oscuro y luego en un muelle para que todo el mundo lo viera.
Si esta periodista pudiera encontrarlo, es probable que otros
también puedan hacerlo. Pero Linus pensó que había
terminado de esconderse en las sombras.

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—Entonces escucha bien, porque la historia que tengo
que contarte será diferente a cualquier otra cosa que hayas
escuchado.

Ella sonrió.

Cuando se fue cinco horas después, tenía los ojos


brillantes y parecía hambrienta. Ella dijo que tenía suficiente
para toda una serie y que les haría saber cuándo se publicaría.
Ella creía que estaría lista en el verano.

—¿Sabes lo que esto hará? —les preguntó, parándose


frente a la casa—. ¿Tienes alguna idea de lo que esto
significará?

—Más de lo que crees —dijo Arthur.

Ella lo miró por un largo momento antes de asentir. Se


giró hacia su coche, pero se detuvo con la mano en la manija
de la puerta. Ella los miró de nuevo.

—Una última pregunta.

—Malditos reporteros —murmuró Linus.

Ella lo ignoró, solo tenía ojos para Arthur.

—Escuché de una fuente que un hombre diferente a


cualquier otro ha accedido a testificar sobre sus propias
experiencias de estar bajo el alcance del Departamento a Cargo
de la Juventud Mágica. ¿Sabrías algo sobre eso?

—Un hombre como ningún otro —dijo Arthur—. Qué


curioso.

—¿Es verdad?

—Espero que el tiempo lo diga.

Ella sacudió su cabeza. Algo cruzó su rostro que Linus


no pudo analizar del todo. Ella dijo:

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—Debo permanecer objetiva. Mi trabajo es informar de
los hechos, y nada más.

—¿Pero? —preguntó Arthur.

—Pero como ser humano, y alguien que ha visto


destellos de luz en toda la oscuridad, espero que este hombre
sepa que hay muchas, muchas personas que creen que lo que
tiene que decir provocará el cambio que este mundo tan
desesperadamente necesita. Buen día.

Entonces se fue y se dirigió hacia el ferry.

Se pararon en el porche mientras su coche desaparecía


por el camino de tierra, con las manos unidas entre ellos.

Linus dijo:

—Te lo dije.

Arthur sonrió.

—Lo hiciste, ¿no? Quizás tenías razón, después de todo.


¿De verdad crees que van a escuchar?

Linus no era tonto; sabía que DICOMY probablemente lo


estaba vigilando tanto como a los demás residentes de la isla.
Si bien no era mágico en lo más mínimo, había dejado DICOMY
y había llegado a un lugar técnicamente considerado
clasificado, aunque ahora era una broma. Los niños no
ocultaban quiénes eran. Y aunque todavía se encontraban con
algún conflicto, eran bienvenidos en la aldea cuando lo
deseaban. Helen se aseguró de eso.

Oh, no era lo suficientemente ingenuo como para pensar


que sería así en todas partes. Todavía veía la ira y los seres
mágicos hostilmente recibidos en las ciudades más grandes.
Hubo manifestaciones y marchas a favor del registro, pero lo
que lo hizo esperar que las cosas estuvieran cambiando fueron
los contra protestantes que se reunieron en mayor número. En

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su mayoría eran jóvenes, una mezcla de lo mágico y lo humano
por igual, y Linus sabía que la vieja guardia pronto estaría de
pie sobre sus últimas etapas.

Era simplemente una cuestión de tiempo.

—Sí —dijo—. Al fin.

Arthur asintió.

—Tú crees en mí.

Linus parpadeó.

—Por supuesto que sí. Yo creo en todos vosotros. Pero


eres un fénix, Arthur. Eres fuego. Es hora de quemarlo todo y
ver qué puede crecer de las cenizas.

—Un alboroto —dijo Arthur, y se rió en voz baja—. Si tan


solo supieran de lo que somos capaces.

Linus sonrió.

—Lo harán.

Estaba esperando para ver si DICOMY enviaría un nuevo


trabajador social a la isla, especialmente después de la petición
que Arthur había presentado recientemente. Hasta ahora, no
había habido noticias de tal cosa, aunque Helen estaba aquí
ahora. Tal vez ella había escuchado algo y había venido a
advertirles.

—Seguiré trabajando en ello —le dijo.

Él le sonrió suavemente.

—Lo sabemos. Y estamos agradecidos por ello.

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La condujo a la casa. Podía escuchar los sonidos de un
hogar lleno de felicidad a su alrededor. Crujió y gimió como lo
hace una casa cuando está vieja y bien habitada. Vio la punta
de una cola golpeando alegremente desde debajo del sofá.
Mientras subían las escaleras, se escuchó el sonido de las
teclas de la máquina de escribir golpeando furiosamente, un
alegre “¿Cómo está?” que venía de la habitación de Chauncey.
Estaba practicando más y más en estos días, especialmente
después que el Gerencia del hotel le preguntó si le gustaría
pasar un día al mes trabajando como botones. Parecía que el
hombre que le había dado a Chauncey su gorra tenía ya sus
años y pronto buscaría retirarse. Chauncey se había
derrumbado en un charco tembloroso, algo de lo que Linus y
Arthur no sabían que era capaz. Finalmente, cuando se
recuperó, aceptó entre lágrimas. Tuvo su primer día el sábado.

Linus escuchó a Lucy exclamar en voz alta cuando


llegaron a la puerta del dormitorio. Volvió a mirar a Helen, que
arqueó una ceja.

—Lucy fue el primero en decirle a Arthur algo sobre lo


que era —explicó Linus—. Todos los demás ya lo sabían, pero
Lucy decidió ser más comunicativo al respecto. Hace unas
semanas que le pide a Arthur que encienda cosas en llamas.

—Oh, muchacho —dijo Helen.

Empujó la puerta para abrirla.

——¡Y solo piensa en eso, Arthur! ¡Piensa en todas las


cosas que arden! ¡Papel! ¡Cartulina! ¡Árboles! Espera. No. Nada
de árboles. Phee me mataría si quemamos árboles. Pero
podríamos si quisiéramos. Entre los dos, podemos encender
muchas cosas en llamas... ¡Hola, Linus!

Linus sacudió la cabeza.

—Lucy. Hemos hablado de esto.

Lucy frunció el ceño.

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—Lo sé. Pero también me dijiste que la única forma en
que podemos aprender cosas nuevas es si preguntamos por
ellas.

Arthur sonrió.

—Dijiste eso, ¿no?

—Lamento todo —murmuró Linus.

—Estás fallando —dijo Lucy—. Me amas. —Esa sonrisa


adquirió una curva siniestra—. Al igual que amas a Arthur.

Linus sintió que se ponía rojo, pero no trató de discutir.


Todos en la sala sabrían que estaba mintiendo.

—Sea como fuere, creo que hay un plato de galletas con


tu nombre en la cocina. ¿Por qué no ves si Sal y Chauncey
quieren unirse a ti?

Lucy lo miró con recelo.

—¿Me estás echando para hablar de mí? Porque si lo


haces, no hice lo que crees que hice.

Los ojos de Linus se entrecerraron.

—¿Hiciste algo que debería tener en cuenta?

—¡Galletas! —cantó Lucy, huyendo de la habitación—.


¡Hola Helen! ¡Adiós, Helen! —Gritó a sus hermanos mientras
cerraba la puerta detrás de él. Una pintura en la pared, la de
un lémur en una pose confusamente salaz en la que Arthur
encontraba un deleite inexplicable, fue golpeada torcidamente.

—Un pequeño demonio, ¿no? —preguntó Helen,


mirando maravillada la puerta cerrada.

—Literalmente —respondió Arthur—. Helen, no creo que


te estuviéramos esperando.

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—Perdón por eso —dijo—. Yo... no podía esperar.
Necesitaba verte. —Ella miró a Linus—. A los dos. Es
importante.

—Por supuesto —dijo Arthur, señalando a la silla que


Lucy había desocupado. Se sentó mientras Linus se movía
para pararse al lado de Arthur. Se puso más rojo cuando
Arthur extendió la mano y tomó la suya, besando el dorso. No
se apartó.

—Juntos entonces, ¿no? —preguntó Helen, una chispa


divertida en sus ojos que a Linus no le gustó.

—Vamos poco a poco —dijo Linus con rigidez.

—Oh, por supuesto. Lo entiendo. Talia me dijo el fin de


semana pasado que no has dormido en la casa de huéspedes
desde Navidad. Y que han tenido muchas fiestas de pijama con
Zoe, aunque no creo que ella entienda por qué.

Arthur se rió y Linus gimió.

—Pequeñas cosas entrometidas.

—Es una buena cosa para ti —dijo en voz baja—. Para


los dos. Estoy feliz que se hayan encontrado. —Ella se puso
seria—. He esperado para venir con esto. Quería asegurarme,
pero creo que es hora.

Linus estaba confundido. Miró a Arthur antes de volver


a mirar a Helen.

—¿De qué estás hablando?

—Un niño —dijo Arthur—. ¿No es así? Has encontrado


un nuevo niño.

Linus sintió la piel de gallina en la nuca.

Helen asintió.

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—Él está indocumentado. Pero no tiene a nadie más. Se
queda con... algunos amigos. Gente en la que confío, pero no
tienen suficiente espacio, y siempre es temporal. Y dado... lo
que es, necesitará más de lo que le podrían proporcionar. —
Ella sonrió, aunque temblaba—. Sé que estoy pidiendo mucho,
y podría atraer más atención de la que queréis, pero no tiene a
dónde ir. Le han buscado familiares, pero no han tenido éxito.
Creo que está solo. Es tímido y está asustado, y no habla
mucho. Me recuerda un poco a Sal, de hecho. O, más bien,
cómo solía ser. No creo haber escuchado a ese chico hablar
tanto como lo ha hecho en los últimos meses.

—Es un parlanchín habitual —dijo Linus débilmente—.


¿Cómo se llama?

—Y es así como sé que este podría ser el lugar para él —


dijo Helen, con una sonrisa cada vez mayor—. Porque no me
preguntaste qué era, sino quién es. No sé si alguien ha hecho
eso por él. —Metió la mano en un bolsillo de su overol y sacó
una fotografía. Ella lo miró antes de entregársela—. Su nombre
es David. Tiene once años. Y él es un...

—Un yeti —dijo Linus con asombro. Miró la foto en la


mano de Arthur. En ella había un niño sonriente cubierto de
espeso cabello blanco. Pero era sus ojos los que Linus notó más
que nada.

Eran cerúleos.

—Nos lo quedaremos —dijo Linus de inmediato—.


Cuando esté listo. ¿Podemos recogerlo hoy? ¿Dónde está?
¿Tiene mucho? Oh, tendremos que averiguar dónde debe
dormir. La casa de huéspedes podría funcionar, pero... espera.
¿Estará bien aquí? ¿No le gustaría algo más frío? Supongo que
podemos resolverlo. Cualquier cosa que podamos hacer para
que se sienta cómodo...

Sintió que Arthur le apretaba la mano.

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Bajó la vista.

—¿Me emocioné verdad?

Y Arthur dijo:

—Querido, querido hombre. Cómo te adoro.

Linus tosió.

—Uh. Sí. Igualmente. Lo mismo digo.

Helen les estaba sonriendo.

—Lo sabía. Sabía que estaba haciendo lo correcto. Y sí,


le gusta el frío, aunque ha sobrevivido más sin tenerlo.

—No debería estar simplemente sobreviviendo —dijo


Linus irritado—. Debería vivir.

—El sótano —dijo Arthur, y Linus lo miró boquiabierto—


. Podríamos convertir la bodega en una habitación fría. Solo
para él.

—¿Estás seguro?

Arthur asintió.

—Sí. Es hora, creo. Para dejar descansar el pasado.


Toma algo lleno de ira y tristeza y hazlo mejor.

Linus Baker amaba a Arthur Parnassus más de lo que


podía expresar con palabras.

—¿Causará problemas con su petición de adoptar a los


demás? —preguntó Helen, sonando preocupada—. No quiero
que eso se ponga en peligro.

Arthur sacudió la cabeza.

—No veo por qué lo haría. Este lugar todavía se


considera un orfanato, aunque DICOMY está revisando sus
directrices, o eso dicen. Y él es... inusual, como el resto de

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nosotros. Si descubre que le gusta estar aquí y quiere
quedarse, haremos lo que podamos para pasar por los canales
adecuados. Y si no lo hace, le encontraremos un lugar al que
pertenecer.

Helen pareció aliviada.

—Hay más, ya sabes. Muchos más.

—Lo sabemos —dijo Linus—. Y aunque no podamos


ayudar a todos, haremos todo lo que podamos por todos los
que se pongan en nuestro camino.

Los dejó un poco más tarde con la promesa de ponerse


en contacto pronto. Había planes que hacer, y pensó que sería
mejor si Arthur y Linus iban primero a conocer a David para
no abrumarlo con todos los demás.

Ellos estuvieron de acuerdo.

Linus observó el camión a través de la ventana del


dormitorio. Helen estaba hablando con Zoe a través de la
ventana abierta. Las dos estaban sonriendo. Linus no había
visto florecer su relación, aunque parecía ser el único. No fue
hasta que se topó con ellas besándose que se dio cuenta de por
qué Helen parecía estar en la isla cada vez más.

Zoe besó el dorso de la mano de Helen antes de alejarse.


El camión giró, el motor retumbó cuando ella comenzó a
conducir por el camino de regreso hacia el muelle. Linus se
sobresaltó cuando le rodearon la cintura con los brazos. Giró
la cabeza ligeramente para rozar su nariz contra la mejilla de
Arthur.

—Puedes hacerlo —susurró—. Tráelo aquí. Hazle feliz.

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—Podemos hacerlo —corrigió Arthur suavemente—.
Porque él te necesitará tanto como a mí. Nos necesitará a
todos, creo. Y estaremos listos.

Linus se giró. Besó la punta de la nariz de Arthur.

—Gracias.

—¿Por qué?

—Esto. Todo. Todo este color.

Arthur sabía a qué se refería.

—Fueron sus ojos, ¿no? Eso es lo que viste primero.

Linus asintió.

—Me recordaron al mar. Es una señal. Él pertenece


aquí. Y haremos todo lo posible para asegurarnos de que lo
sepa.

—¿Crees que deberíamos decírselo a los niños?

—¿Lo de David? Por supuesto. Necesitan…

Sacudió la cabeza.

—Lo de la petición de adopción. Sobre cómo está tu


nombre también.

Linus vaciló.

—Aún no. No hasta que estemos seguros de que pasará


con los dos. Odio decir algo solo para que sea necesario
enmendarlo solo si DICOMY lo rechaza porque no estamos...
—Tosió bruscamente—. Ya sabes. —Linus deseaba poder
hundirse en el suelo. Esperaba que Arthur lo ignorara.

Arthur no lo hizo.

—Porque no estamos casados.

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—Sí. Eso. —Y no, Linus no había estado pensando en
eso en absoluto. En lo más mínimo. Por qué, la idea misma era
absurda. No solo era demasiado pronto, había…

—Quizás tengamos que cambiar eso, entonces.

Linus lo miró boquiabierto cuando Arthur se alejó hacia


la puerta.

—¿Perdón?

Arthur lo miró por encima del hombro.

—¿Vienes, querido Linus?

—¡Ahora, ven aquí! No deberías… no puedes decir algo


como… que demonios…

Arthur abrió la puerta del dormitorio. Le tendió la mano.


Linus, todavía balbuceando, por supuesto, tomó lo que le
ofrecían.

Resultó que no debieron haberse preocupado. Cuando


llegaron al pie de las escaleras, los niños y Zoe se habían
reunido en la cocina, y Lucy ya estaba explicando con feroz
emoción que Linus también sería su padre, y que Arthur y
Linus se iban a casar. Tendrían que volver a hablar con él
sobre las escuchas.

Cuando los niños saltaron sobre los dos, gritando su


felicidad con una pequeña cantidad de lágrimas, Linus
descubrió que no estaba molesto en absoluto.

A veces, pensaba para sí mismo en una casa en un mar


cerúleo, que eras capaz de elegir la vida que querías.

Y si eras de los afortunados, a veces esa vida te elegía a


ti.

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Fin

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Agradecimientos
La escritura puede ser un viaje solitario y apartado. Los
escritores a menudo se encierran en sus propias cabezas
cuando febrilmente expresan sus pensamientos en palabras.
No es hasta que nos preparamos para poner nuestras historias
en el mundo que se hace evidente que no tenemos que pasar
por esto...un aterrador y estimulante viaje en solitario.

Para mis lectores beta, Lynn y Mia, que fueron los primeros en
leer esta historia: su aportación fue inestimable, como
siempre. Hicisteis de La Casa en el Mar Cerúleo algo más de lo
que esperaba, y por ello, siempre tendréis mi gratitud. Soy
afortunado de teneros.

Para mi agente, Deidre Knight: fuiste y eres un regalo del cielo.

¿Recuerdas cuando me contactaste después de leer mi libro


sobre los lobos? Lo recuerdo. Fue una experiencia que cambió
mi vida, y me tomaste bajo tu ala, empujándome más allá de
lo que creía que era capaz de hacer. Debido a tu duro trabajo
en mi nombre, este libro y los siguientes encontraron un hogar
con un editor que me entiende, que entiende la importancia de
la experiencia queer. Eres la bomba punto com, y no dejes que
nadie te diga lo contrario.

A mi editor, Ali Fisher: tío, te quiero. Estaba tan nervioso


cuando hablamos por teléfono por primera vez. Estaba fuera
de mi alcance, y aunque Deidre estaba ahí para tomarme de la
mano, estaba a punto de vibrar fuera de mi piel. Pero tú
tomaste mi balbuceo con calma, y después de que hablamos,
supe que no habría mejor lugar para contar mis historias que
contigo y con Tor. Gracias por darme una de las mayores
emociones de mi vida. Tu trabajo en Cerúleo lo convirtió en la
mejor historia que podía ser, y no podría pedir un mejor editor.
Vamos a sacar esto adelante.

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El Mar Cerúleo
Y a todos los demás:

Gracias a Tor por mostrarme que un editor cree en contar


historias honestas y extrañas (por medio del Anticristo).

Gracias a Saraciea Fennell, mi publicista, con el apoyo de


Anneliese Merz y Lauren Levite, por prostituirme (en el buen
sentido).

Gracias al director de arte, Peter Lutjen, y a Red Nose Studio,


por crear una de las más bellas portadas que he tenido. En
serio. Cuando termines de leer esto, ve a mirarlo un poco más.

Es arte.

Además de Ali, la asistente de edición, Kristin Temple, se ha


asegurado que no me descarrile, lo que estoy acostumbrado a
hacer. Gracias, Kristin. Gracias a Melanie Sanders y Jim Kapp
en la producción, al equipo de ventas de Macmillan, al equipo
de marketing de Tor (Rebecca

Yeager, eres una maldita estrella de rock), y el equipo de


marketing digital.

Así que, sí, mientras que la escritura de una novela es solitaria


y aislada, como puedes ver, no estoy solo. Tengo buena gente
detrás de mí. Eso es algo por lo que siempre estaré agradecido.
Ellos me hacen un mejor escritor.

Una cosa más: para ti, lector. Si ha llegado hasta aquí, espero
que hayas disfrutado del viaje. Algunos pueden ser nuevos en
mi carrera de escritor. Otros han estado conmigo desde el
principio. Los aprecio a todos y cada uno porque sin vosotros
no tendría a nadie a quien contarle mis historias. Gracias por
permitirme hacer lo que más amo.

TJ Klune

22 de agosto de 2019

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A veces la familia no son solo personas de nuestra misma


sangre, a veces simplemente encuentras a personas a las que
quieres con el alma y sin la que tu vida estaría incompleta. Yo
tengo la suerte de haber encontrado a una segunda mah en la
distancia a la que quiero con el corazón. Este pedacito es para
ti, gracias por cada rato que pasas a mi lado ya sea viendo pelis
o leyendo o simplemente mandando muñecotes. Te quiero.

Klaus

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