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Notas Sobre Davidson Esquema Conceptual
Notas Sobre Davidson Esquema Conceptual
de Donald Davidson
PRIMERA PARTE
6. Todo lo presentado hasta ahora guarda una estrecha relación con la estructura del
argumento de Davidson en su ataque a la idea misma de un esquema conceptual.
Espero que muchas de las cuestiones que no hayan quedado claras hasta ahora, se
resuelvan a continuación durante el tratamiento del argumento.
10. Ahora bien, de manera preliminar Davidson acepta que asociemos tener un
lenguaje con tener un esquema conceptual, frente a la alternativa que sugiere que la
mente capta la realidad prescindiendo del lenguaje (e incluso que dice que el lenguaje
nos estorba a la hora de captar la realidad). Esta concepción del lenguaje es
insostenible, así que pareciera aceptable suscribirnos a la idea de que tener un
lenguaje es tener un esquema conceptual. De esta manera, si los esquemas
conceptuales difieren, de igual manera diferirán los lenguajes. Pero también existe la
posibilidad de que diferentes lenguajes puedan compartir un mismo esquema
conceptual si es que hay una manera de traducir un lenguaje al otro. Es por eso que
Davidson dirá que estudiar el criterio de traducción es por ende una manera de
enfocarnos en el criterio de identidad para esquemas conceptuales.
11. Una vez aceptado este punto de manera puramente preliminar, es decir, en aras de
proseguir con su argumento, Davidson enfatiza que no podemos pensar desde fuera de
nuestro esquema conceptual. Siendo esto así, no hay manera de que alguien compare
esquemas conceptuales saliéndose temporalmente de su propio esquema conceptual.
Esto nos conduce a las siguientes preguntas: ¿Cómo hemos de comparar entonces
esquemas conceptuales distintos, de modo que señalemos que es posible que haya
tales esquemas conceptuales distintos? ¿Desde qué punto de vista podremos hacer
esto? ¿Podemos decir que dos agentes poseen esquemas conceptuales diferentes si
hablan lenguajes que no pueden ser traducidos entre sí? El problema es: ¿cómo
podemos decir esto? Pues pareciera que para contrastar esquemas conceptuales
diferentes se requiere de un punto de vista neutral. Como hemos visto, esto no es
posible debido a la idea misma de esquema conceptual. ¿Entonces podremos expresar
el contraste desde un esquema conceptual? Tampoco esto es posible, puesto que, si
pudiéramos hacerlo, tendríamos que poder hacerlo desde nuestro lenguaje, de modo
que la traducción sería posible. Y si la traducción es posible, entonces no hay ningún
contraste entre esquemas conceptuales: ¡simplemente compartimos el mismo esquema
conceptual!
12. A partir de esto, Davidson dirá que no poseemos con un criterio adecuado para
delimitar el contraste entre esquemas conceptuales. Es decir: la misma idea de
esquema conceptual no presenta – e incluso supone trabas a la presentación – de un
criterio adecuado para poder asegurar justificadamente que podemos reconocer
cuando nos encontramos ante un esquema conceptual distinto al nuestro. Como vimos,
para reconocer un esquema conceptual alternativo tendríamos que colocarnos en un
punto de vista neutral, lo cual es imposible; o tendríamos que verlo desde nuestro
esquema conceptual, lo cual supondría que es posible la traducción, y, por ende, que
dicho esquema conceptual que estamos viendo es el mismo que el nuestro. Hasta aquí
Davidson ha mostrado que la idea misma de esquema conceptual es incapaz de dar
cuenta de manera justificada del reconocimiento de esquemas conceptuales
alternativos. Pero esto es sólo el principio el principio del argumento.
13. Tomando todo esto en consideración, Davidson considerará dos clases de fallos de
la traducción, uno (1) total y otro (2) parcial. Quienes defienden la idea de que podemos
reconocer esquemas conceptuales alternativos suponen que entre tales esquemas se
da un fallo del tipo total. Davidson argumentará ahora, desde sus propias nociones en
torno a la naturaleza del significado y la interpretación, que no podemos hacer sentido
de la idea de fallo total en la traducción.
14. Davidson probará esto diciendo que nada cuenta como evidencia de que un acto
lingüístico no pueda ser interpretado que no sea al mismo tiempo evidencia de que tal
acto no sea lingüístico. Esta intuición de Davidson consiste en lo siguiente: si para
reconocer un acto lingüístico necesito atribuir una intensión que sea traducible en
principio en mi lenguaje – esto es la interpretación de dicho acto linguístico –, cuando
se me presente un acto lingüístico que no es traducible en principio, entonces no podría
reconocerlo ni siquiera como un acto lingüístico. Ahora bien, Davidson señala que
hasta este punto todavía parece insatisfactoria dicha intuición, pues la tesis según la
cual la traducibilidad es un criterio para que algo sea lenguaje no es obvia. Lo que
sigue del artículo es argumentar a favor de esta tesis.
15. Así pues, Davidson defiende la credibilidad de su tesis diciendo lo siguiente: que
parece improbable que pudiéramos atribuir intenciones a un hablante a menos de que
podamos traducir sus palabras a las nuestras. Y señala que no hay duda de que la
relación entre poder traducir el lenguaje de alguien y ser capaz de describir sus
actitudes e intenciones es muy cercana. Sin embargo, Davidson confiesa que, a menos
de que podamos decir algo más acerca de qué es esta relación, su caso contra los
lenguajes intraducibles sigue siendo oscuro. De hecho, como ya debe parecer bastante
claro, este es todo el punto de Davidson: mostrar que la idea de un lenguaje
intraducible es incoherente. La cuestión problemática que nos ocupa es la siguiente:
¿cómo podemos darnos cuenta de que hay un completo fallo en la traducción? Dado
un escenario de ciencia ficción en el que unos migrantes de Saturno nos visiten, y
produjeran una serie de símbolos de manera aparentemente sistemática: ¿cómo
podríamos creer justificadamente que dicha serie de símbolos constituye un lenguaje
que no es traducible al español?
16. Para responder a esto, veamos más a fondo la relación entre traducibilidad y
atribución de intenciones, atendiendo a lo que dijimos en la primera parte de esta
presentación. En primer lugar, notemos cómo la pregunta por la justificación (I) de
nuestra creencia de que lo que el Saturniano dice es un lenguaje no traducible se
relaciona con la pregunta por la justificación (II) que tenemos acerca de nuestro
entendimiento de las intenciones lingüísticas de los otros, es decir, de lo que los otros
quieren decirnos. Recordemos que la pregunta por la justificación (II) se respondía de
la siguiente manera: sabemos que estamos justificados en que entendemos las
declaraciones (intenciones lingüísticas) de los demás, sólo en tanto que dichas
declaraciones formen parte de una equivalencia T según la presentó Tarski.
Recordemos también que esto no quiere decir sino lo siguiente: que estamos
justificados en decir que entendemos S si somos capaces de entender la equivalencia
T que define la verdad de S; es decir, entendemos S si entendemos las condiciones
necesarias y suficientes en que S es verdadera. Esto en cuanto a la justificación (II).
Pero, ¿podemos hacer esto para la justificación (I), es decir, para creer
justificadamente que una cierta actitud es una actitud lingüística, pero que no es
traducible? El problema es el siguiente: que cualquier intento de definir la verdad de
una cierta actitud supuestamente lingüística me remite a la idea de que debo definir las
condiciones de verdad de dicha actitud lingüística, ¡lo cual sólo puedo hacer en españo!
Así pues, mi único criterio para probar justificadamente que una cierta actitud es
lingüística presupone que debo poder traducirla. De esta manera, mi único criterio
para poder probar justificadamente esto, no puede hacer sentido a la pretensión de
asignar a un agente una actitud lingüística que sea intraducible.
17. Resumamos el argumento de la siguiente manera. Dado que (1) el criterio que nos
permite asegurar justificadamente que entendemos lo que alguien quiere decir, es uno
que apela al esquema-T de Tarski; y (2) sostenemos que dicho criterio es lo único que
nos podría proveer de una justificación para asegurar la inteligibilidad de un lenguaje
intraducible, sin perder de vista que el esquema-T supone la posibilidad de traducción;
(C) nos quedamos entonces sin criterio para asegurar justificadamente la inteligibilidad
de un lenguaje intraducible. De esto se sigue que la noción de un lenguaje intraducible
es incoherente.
18. Ahora bien, Davidson señala que si no podemos hacer sentido de una pluralidad de
esquemas conceptuales, tampoco podemos hacer sentido de la idea de un único
esquema conceptual. La pregunta que ahora nos interesa es, pues, ¿qué es lo que ha
reforzado la idea de un esquema conceptual – la cual, por cierto, supuso
inevitablemente la idea de una pluralidad de ellos –? O bien, ¿cómo es que ha
sobrevivido incluso a las críticas más audaces a los supuestos del empirismo, como la
que llevó a cabo Quine en su crítica a los dos dogmas del empirismo? Davidson señala
al respecto que la crítica a la distinción analítico-sintético tan sólo nos sirvió para
desechar la noción de analiticidad, pero no la de contenido empírico. Es decir, la
disolución de la distinción analítico-sintético tan sólo permitió que todos los enunciados
de un L o una T fueran sintéticos, es decir, que se concibieran como poseyendo un
contenido empírico que determinara su significado. Es por esto que Davidson señala
que, en lugar de la distinción analítico-sintético, se nos dejó en su lugar el dualismo
del esquema conceptual y el contenido empírico. Este es el tercer y último dogma
del empirismo, puesto que, si se abandona, no está claro si quede algo distintivo a lo
que llamarle empirismo.
20. Davidson señala que no, puesto que volvemos a caer en el problema de la
traducibilidad a un lenguaje familiar. En primera instancia, Davidson se enfoca en la
noción de organización, cuando se dice que el esquema conceptual organiza la
experiencia. En este respecto, señala que no podemos decir que un lenguaje organiza
una totalidad de la experiencia, pues el concepto de organización no es aplicable en
totalidades. Así, sólo podemos decir que un lenguaje organiza una pluralidad de
entidades que constituyen, ahora sí, la totalidad de la experiencia. El problema aquí, sin
embargo, es que para decir que un lenguaje mantiene una relación con la experiencia
así concebida, tenemos que ser capaces de reconocer la experiencia de la que
decimos que un esquema conceptual alternativo entra en relación-con, y eso supone
que hemos de ser capaces de individuar dicha experiencia en entidades que podamos
declarar en nuestro lenguaje familiar.
21. Por otro lado, Davidson señala que la noción de adecuarse-a, cuando decimos que
el esquema conceptual se adecua a la totalidad de la experiencia, no añade nada
inteligible al simple concepto de ser-verdadero. Esto es así debido a que la idea de que
una teoría se adecue a la totalidad de experiencia sensorial posible – pasada, presente
y futura –, es lo mismo que decir que es verdadera. Así pues, hablar en esta clave
expresa una visión acerca de la fuente o naturaleza de la evidencia, pero no suma una
nueva entidad al universo respecto de la cual puedan ponerse a prueba los esquemas
conceptuales. No hay, pues, un contenido neutral suplido por la naturaleza que
nos sirva como criterio para determinar si algo es un lenguaje, o para poner en
contraste supuestos esquemas conceptuales alternativos.
22. Por el contrario, podemos bastarnos con la definición de verdad de Tarski, y decir
que el único criterio que teníamos para determinar si algo es un lenguaje, supone la
posibilidad de la traducción. Como señala Davidson: dado que los esquemas-T de
Tarski encarnan nuestra mejor intuición acerca de cómo usamos el concepto de
verdad, parece que no hay mucha esperanza para una prueba de que un esquema
conceptual es radicalmente diferente al nuestro, si dicha prueba depende del supuesto
de que podemos divorciar la noción de verdad de la de traducción.