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Sobre la prohibición
Sabemos que muchas cosas nos hacen mal. Sin ir más lejos, con diversas escalas
somos conscientes que ciertas sustancias de ventas libre como la sal, el azúcar, el tabaco,
con distintos efectos e intensidades de acuerdo a patologías preexistentes, son
excesivamente nocivas para nuestra salud. Otras sustancias como el alcohol, cuyo expendio
también es legal, no solo que producen un impacto dañino sobre nuestra salud, sino que
además su consumo es causa eficiente de lesiones a terceras personas (homicidios culposos
en contexto de tráfico vehicular, competencias de velocidad sin autorización, violencia
doméstica y en ámbitos de recreación, como bares, locales bailables y espectáculos
deportivos, entre otros). Sin perjuicio de ello, su expendio, circulación y consumo no se
encuentra prohibido.
También el uso de estupefacientes es una realidad en nuestra sociedad. Se utiliza para
disfrutar, con el objeto de reducir el dolor y por cuestiones tradicionales o culturales. Sin
embargo, a pesar del consumo extensivo que en la mayoría de los casos es de naturaleza no
violenta, se ha impuesto la aplicación de políticas de criminalización.
Las opciones en materia de políticas nacionales sobre estupefacientes se han resuelto
en el contexto de tratados internacionales de larga data. Las primeras normas internacionales
sobre drogas se concentraron en la regulación de sustancias como el opio (Convención de
La Haya de 1912). Luego la Organización de las Naciones Unidas reguló la problemática
mediante la Convención Única sobre Estupefacientes (Nueva York, 1961). En esta
convención se estableció el sistema de “listado” de estupefacientes, el cual se mantiene al
día de la fecha, concentrando el control de las drogas extraídas de distintas plantas (opio,
marihuana y cocaína). A finales de los años 80 la Convención de las Naciones Unidas
contra el Tráfico Ilícito de Estupefacientes y Sustancias Sicotrópicas (Viena, 1988) reguló la
manipulación de precursores químicos y exigió a los Estados signatarios promulgar leyes
contra el lavado de activos y otros delitos relacionados con las drogas.
A nivel interno, la historia de la represión del tráfico de drogas puede resumirse en la
siguiente secuencia. El Código Penal de 1921 (ley 11.179) castigaba “al que vendiere,
pusiere en venta, suministrare, distribuyere medicamentos o mercaderías peligrosas para la
salud, disimulando su poder nocivo” (art. 201). La figura no resultaba del todo adecuada
para criminalizar el tráfico de drogas, toda vez que las personas que adquirían
estupefacientes tenían conocimiento sobre el carácter y efecto nocivo de la sustancia, por lo
cual este tipo de conductas resultaban atípicas. En 1924 mediante ley 11.309 se incorporó al
Código Penal, los términos narcóticos y alcaloides, cuya introducción clandestina al país, su
venta sin receta y la prescripción en dosis mayores a las autorizadas, constituía delito (art.
204 y 205). Finalmente, en este período inicial se sanciona en 1926 la ley 11.331 que
penalizaba a quien no estando autorizado para la venta, tenga en su poder drogas y no
justifique la razón legítima de su posesión o tenencia. Tiempo después, en el año 1967
llamativamente durante un gobierno de facto, mediante ley 17.567 se despenaliza la
tenencia para consumo personal (art. 203, inc. 3), disposición que luego fue derogada por
ley 20.509. Recién en el año 1974 se sanciona por primera vez una ley específica en materia
de narcotráfico (20.771), la que fue sustituida en el año 1989, por la actual ley 23.737.
Pese al contexto normativo detallado precedentemente, los últimos estudios
elaborados por organismos internacionales sobre la materia, indican que las políticas
represivas sobre el tráfico de drogas generan mayores daños que las sustancias mismas. En
este sentido se sostuvo que “todo indica que el número de muertes provocadas por el
consumo de las drogas mismas es bastante menor que el que proviene de delitos conexos,
sean los derivados del transporte o tráfico, del control por parte de bandas criminales de
comunidades enteras, de los delitos cometidos bajo la influencia de las drogas o de la
acción deseperada de drogadictos que buscan dinero para satisfacer su adicción” “El
tránsito es la actividad del “Problema de las Drogas” que genera el mayor volumen de
delito y violencia y crea los mayores problemas y desafíos de seguridad pública a los países
por donde ese tránsito se realiza. La información trasmitida casi cotidianamente por
medios de comunicación y que da cuenta de la ocurrencia de masacres, ataques realizados
por sicarios y muertes acompañadas por torturas está, real o presuntamente, vinculada casi
en su totalidad con organizaciones involucradas con el tránsito de la droga en esos países”
“Para el caso de Colombia se ha estimado que un aumento del 10% en el valor de la
cocaína en el mercado internacional, produce un incremento en la tasa de homicidios de
entre 1,2% y 2% (Informe sobre el “Problema de las Drogas en las Américas” elaborado
por la OEA en 2013)”.
La actividad ilegal ha propiciado el surgimiento o el fortalecimiento de redes
criminales transnacionales, que han terminado por expandir sus acciones a otras áreas
delictivas a un grado que lleva a pensar que ni siquiera la desaparición de esa economía
ilegal podría poner ya fin a su accionar criminal. El micro tráfico o la venta de drogas al
menudeo, también genera violencia, a raíz de la competencia que existe entre los
mercaderes locales.
El narcotráfico pese a ser criminalizado, se trata de una actividad económica o
“negocio”, lo que convierte a los delincuentes en una especie particular de empresarios. El
negocio está basado en una actividad ilícita, por tanto los sujetos se encuentran ajenos a las
obligaciones propias de cualquier actividad lícita: controles sobre el producto, impuestos,
cargas sociales, precios y acceso al mercado. La dependencia o subordinación que tienen se
circunscribe a la obtención de dinero, lo que constituye su objetivo exclusivo. Por tal
motivo, las ganancias son el único motivo de sus decisiones y acciones, lo que claramente
explica la necesidad de la aplicación de violencia en cada una de las secuencia de la
economía ilegal de drogas.
Es decir, conforma un negocio altamente redituable, que genera ganancias en todas y
cada una de las etapas de la cadena de tráfico (productores, organizadores, traficantes,
consumidores). Consecuentemente, los individuos que participan en alguna de estos niveles,
asumen los riesgos que implica incurrir en este tipo de ilícito.
Sin perjuicio de los resultados obtenidos en las distintas estadísticas que muestran un
aumento de la criminalidad vinculada al narcotráfico y a pesar de las recomendaciones
dadas por los organismos internacionales que promueven la legalización de los
estupefacientes como una salida alternativa al conflicto, lo cierto es por el momento el
tráfico de estupefacientes sigue siendo delito.
2. Bien jurídico
El bien jurídico es la salud pública, en tanto se considera que cualquier tipo de
sustancias que han sido catalogadas de estupefacientes afectan la salud de las personas,
entendida esta como “el estado de completo bienestar físico, mental y social, y no
solamente la ausencia de afecciones o enfermedades” (Definición de la OMS).
En este sentido, en el informe sobre “El problema de las drogas en las Américas”
elaborado por la Organización de los Estados Americanos en el año 2013 se indica que “Las
diferentes drogas impactan y modifican múltiples sistemas y órganos, especialmente el
cerebro, con consecuencias aún más severas entre los jóvenes. La investigación
desarrollada en las últimas décadas en el campo de las neurociencias ha aportado
evidencia que permite sustentar una relación íntima entre las estructuras cerebrales y las
conductas asociadas con el consumo de drogas. Esta relación se agrega a la
predisposición, a los efectos a corto y largo plazo que puede causar el consumo de
sustancias y la importante participación de los factores medioambientales. Los factores que
llevan a una persona a comenzar a consumir drogas y las razones por las cuales desarrolla
el trastorno de dependencia, involucran una poderosa interacción entre el cerebro y una
serie de determinantes biológicos, psicológicos y sociales del entorno del individuo. La
dependencia se caracteriza por el uso compulsivo de drogas a pesar de las consecuencias
negativas asociadas con su empleo. Este comportamiento fue tradicionalmente considerado
como una “mala decisión” que el sujeto adicto toma en forma voluntaria. Sin embargo
gracias al avance en el conocimiento de la neurobiología de las adicciones ahora se sabe
que el consumo repetido de drogas se sigue de cambios persistentes en el funcionamiento
del sistema nervioso central”.
Existe a nivel mundial un consenso respecto a que en el tráfico de estupefacientes,
sus manifestaciones delictivas exceden la órbita individual, afectando al bienestar general en
una sociedad, lesionando o poniendo en peligro la salud pública, entendida ésta como un
bien colectivo o de carácter universal, es decir, se protege la salud de ataques que no tienen
por objeto a una persona o personas determinadas.
De lo dicho se deduce que el Estado deja en manos de los particulares el cuidado de
su salud individual, y toma la responsabilidad respecto a todo evento que afecte a la salud
pública, es decir, el conjunto mínimo de condiciones sanitarias y de bienestar físico y
psíquico exigibles en toda comunidad que quiera alcanzar niveles de sanidad razonables.
En este sentido, tanto las figuras de tráfico como las de posesión representan un
peligro para la difusión y propagación de los estupefacientes, por ello es que las conductas
criminalizadas por la ley 23.737 se caracterizan por generar un peligro común.
Tal como lo sostiene Alejandro Tazza el tráfico y la posesión de drogas tóxicas
representan una posibilidad peligrosa para la difusión y propagación de los estupefacientes
en el resto de la población en general, lo que conlleva a una potencial afectación de la
soberanía de los Estados (Tazza Alejandro, 2008). Dicho de otra manera, el daño a la salud
pública se reputa grave por la posible afectación a un número indeterminado de sujetos
pasivos.
Por su parte, debe tenerse presente que, junto con la droga surgen una serie de
comportamientos conexos frente a los cuales un Estado social y democrático no puede
permanecer inactivo; el problema de la droga no radica esencialmente en su fabricación,
distribución o tráfico, “sino en el hecho de existir una red organizada destinada a imponer,
por cualquier medio su consumo, especialmente entre menores” (Bustos Fernández, 1991,
234). No debe dejar de soslayarse que en muchos países del mundo se utilizan a los niños
como instrumentos para la producción, distribución y comercio ilícito de estupefacientes.
Si bien la salud es el bien jurídico preponderante, se sostiene que los delitos
comprendidos en la ley de estupefacientes resultan pluriofensivos, al verse también
comprometidas las bases económicas, culturales y políticas de la sociedad (Convención de
las Naciones Unidas Contra el Tráfico Ilícito de Estupefacientes y Sustancias Sicotrópicas,
aprobada en Viena en 1988). Incluso se ha llegado a sostener que los delitos comprendidos
en la presente ley ponen en peligro la soberanía de los Estados (Laje Anaya, 1998, 40). Los
efectos colaterales del narcotráfico han sido puesto de manifestó en distintos informes de
organismos internacionales donde se sostiene que “El problema de las drogas afecta todos
los pilares del desarrollo: el productivo, el político, el social y el ambiental. Más aún si se
consideran los impactos que ejercen sobre la sociedad los distintos eslabones del problema
(producción, tráfico, venta, consumo), como también los costos y efectos asociados al modo
en que los Estados enfrentan la situación”. En este sentido, se habla de la naturalización del
delito, situación que es puesta de manifestó en distintas series y documentales sobre la
problemática del narcotráfico donde se evidencia “la “normalización” de la actividad
criminal a medida que se extiende la economía ilegal de las drogas, siendo ambos
fenómenos corrosivos para la cohesión social. En primer lugar, porque la cohesión social
implica la adhesión de la ciudadanía a normas e instituciones consagradas colectivamente
por la sociedad, y tanto del lado de las políticas como del lado de la respuesta social, esta
adhesión se ve erosionada en relación al problema de las drogas. Naturalizar la actividad
ilegal, como la violación al Estado de derecho, son dos formas de corroer la adhesión a
normas e instituciones. Por otro lado la producción y el tráfico de drogas ilícitas pueden
generar lo que se ha dado en llamar cohesión social perversa, a saber, relaciones de
lealtad y reciprocidad, y un fuerte sentido de pertenencia y reconocimiento, pero fundados
en el crimen y la violencia” (informe sobre de la OEA sobre “El problema de las drogas en
las Américas” del año 2013).
Por tal motivo, se ha llegado a sostener que el bien jurídico protegido por la ley de
estupefacientes es el “orden público”, entendido como la tranquilidad y confianza social en
el seguro desenvolviendo de la vida civil. Sin embargo, entender de esta manera la
objetividad jurídica, dada su excesiva amplitud e indeterminación, distorsiona la función de
límite o de garantía que se le asigna al bien jurídico, en cuanto exige su lesión como
condición necesaria, aunque nunca suficiente, para justificar la prohibición y punición como
delito de ciertas acciones. En este sentido la CIDH ha sostenido que “No escapa a la Corte,
sin embargo, la dificultad de precisar de modo unívoco los conceptos de " orden público " y
" bien común ", ni que ambos conceptos pueden ser usados tanto para afirmar los derechos
de la persona frente al poder público, como para justificar limitaciones a esos derechos en
nombre de los intereses colectivos” (Opinión consultivos 6/86 del 9 de mayo de 1986, la
expresión leyes en el artículo 30 de la CADH).
La ley 24.424 incorporó el anteúltimo párrafo del artículo 5 que establece “En el caso
del inciso a), cuando por la escasa cantidad sembrada o cultivada y demás circunstancias,
surja inequívocamente que ella está destinada a obtener estupefacientes para consumo
personal, la pena será de un (1) mes a dos (2) años de prisión y serán aplicables los
artículos 17, 18 y 21.”.
A destiempo la norma vino a dar respuesta a los casos de personas que siembran y
cultivan plantas para producir estupefacientes con el objeto satisfacer el autoconsumo, que
hasta ese momento eran criminalizados de manera desproporcionada por la figura de tráfico
prevista en el inciso a).
Siguiendo la misma formula del artículo 14, segunda parte (tenencia de
estupefacientes para consumo personal), se exige dos elementos adicionales a la conducta
típica: que la cantidad sea escasa y que las circunstancias permitan inferir que las plantas
tienen por destino el consumo personal de quien las sembró o cultivó. No existe referencia
cuantitativa. Deberá establecerse de acuerdo a las particularidades del sujeto, en atención a
la frecuencia y necesidad de la ingesta, teniendo en cuenta a su vez el compromiso psíquico
y físico que la persona tiene con el tóxico. Asimismo, se indica que deberán ser
consideradas las “demás circunstancias” que rodean al caso en particular para poder
determinar el destino de la sustancia. Ello implica analizar la situación temporal y espacial
en la cual se desarrolla la siembra y el cultivo, muchas veces condicionada por la necesidad
de obtener un determinado stock que permita satisfacer el consumo frente a la escasez de la
sustancia o la imposibilidad de conseguirla en determinadas estaciones del año.
Respecto al aspecto subjetivo, el sujeto debe conocer la especie vegetal que se
siembra o cultiva y la voluntad de llevar a cabo estas acciones, a lo que se le suma la
finalidad específica de consumo personal, lo que constituye un aspecto subjetivo distinto del
dolo.
Al igual que la tenencia para consumo personal (art. 14, segunda parte) para acotar la
aplicación de la figura atenuada, se utiliza el vocablo “inequívoco” para referirse a la
finalidad de la posesión. Esto llevó a sostener que no debía existir ninguna duda respecto al
propósito de la posesión (en este caso la siembra y el cultivo) para poder encuadrar la
conducta en los términos del artículo 14, segundo párrafo de la ley 23.737. Esta situación
fue motivo de pronunciamiento por parte de la CSJN en el precedente “Vega Giménez”
(27/12/2006) donde se indicó que “la valoración de los hechos o circunstancias fácticas
alcanzadas por el in dubio pro reo incluye también los elementos subjetivos del tipo penal,
cuya averiguación y reconstrucción resulta imprescindible para aplicar la ley penal. La
falta de certeza sobre estos últimos también debe computarse a favor del imputado”. Con lo
cual frente a la duda respecto a la finalidad de la acción, cuando resulta de escasa cantidad,
debe estarse a la figura más benigna, esto es la siembra o cultivo para consumo personal.
La doctrina judicial sentada por la CSJN en el precedente aludido, resulta aplicable a
la siembra y cultivo con la misma finalidad, con la salvedad que en este caso no existe un
escalón intermedio (la tenencia simple, art. 14 primera parte). Por esta razón, si no se
acredita que la siembra o cultivo tiene por destino introducir la producción en el tráfico
ilícito de estupefacientes, la acción deberá encuadrarse directamente en el figura atenuada
prevista por el anteúltimo párrafo del artículo 5, priorizando de esta manera una exégesis
restrictiva dentro del límite semántico del texto legal, en consonancia con el principio
político criminal que caracteriza al derecho penal como la última ratio del ordenamiento
jurídico.
Por resultar aplicables las razones expuestas por la CSJN en el precedente “Arriola”,
la figura penal resulta inconstitucional (ver comentario del fallo aludido en el desarrollo del
delito de tenencia para consumo personal).
4.4 Guarda de semillas, precursores químicos o materias primas y elementos
desatinados a la producción o fabricación de estupefacientes (inc. a)
En realidad esta figura constituye el primero de los eslabones de la cadena de
narcotráfico. La guarda implica poner al objeto poseído en un lugar seguro. El depósito de la
droga en un espacio confiable, tiene por objeto resguardarla del hallazgo por parte de las
fuerzas de seguridad o de terceras personas que puedan estar interesadas en hacerse del
material, en atención al valor que representan. En definitiva se trata de una acción de
custodia. Pero además, la forma en la cual se lleva a cabo la guarda debe ser apta para
conservar las propiedades esenciales de los elementos, indispensables para que tengan
utilidad dentro de la secuencia de producción de estupefacientes, evitando que sufran
alteraciones que las presentes inútiles para tal fin.
La acción recae sobre: a) semillas de especies botánicas destinadas a producir
estupefacientes, en cantidades suficientes para generar una plantación de cierta entidad
como para ser considerada la primera secuencia de acciones constitutivas de tráfico ilícito
de estupefacientes. Las semillas deben tener potencialidad germinativa, pues de lo contrario
no son aptas para la siembra de plantas y en consecuencia no hay posibilidad alguna de
lesión al bien jurídico; b) materias primas y precursores químicos. Si bien los términos
materias primas y precursores químicos responden a distintas sustancias, el concepto de la
primera incluye al precursor, en razón de que ambas tienen una relación de género a especie.
Materia prima es aquella sustancia que se extrae de la naturaleza y que se transforma para
elaborar otras que más tarde se convertirán en objetos de consumo (hojas de coca). Por su
parte, precursor químico conforme la definición efectuada por el artículo 3 de la ley 26.045
es toda “sustancias o productos químicos autorizados y que por sus características o
componentes puedan servir de base o ser utilizados en la elaboración de estupefacientes”.
Conforme lo dispone el artículo 44 de la ley 23.737 el “PODER EJECUTIVO NACIONAL
elaborará y actualizará periódicamente, por decreto, listados de precursores, sustancias o
productos químicos que, por sus características o componentes, puedan servir de base o ser
utilizados en la elaboración de estupefacientes. La reglamentación establecerá qué tipo de
mezclas que contengan en su formulación dichas sustancias químicas estarán sujetas a
fiscalización. Las personas físicas o jurídicas que produzcan, fabriquen, preparen,
elaboren, reenvasen, distribuyan, comercialicen por mayor o menor, almacenen, importen,
exporten, transporten, transborden o realicen cualquier otro tipo de transacción, tanto
nacional como internacional, con sustancias o productos químicos incluidos en el listado al
que se refiere el párrafo anterior, deberán inscribirse en el REGISTRO NACIONAL DE
PRECURSORES QUÍMICOS”. Dicha actualización se llevó a cabo mediante decretos
1095/96, 1161/00 y 593/2019, entre otros; y c) elementos destinados a la fabricación, que
son todas las cosas muebles que se utilizan en la producción de estupefacientes, desde
balanzas, recipientes, coladores, alambiques, entre otros.
El tipo penal en lo que respecta a los precursores exige la presencia de un elemento
normativo negativo, la falta de registro para operar con estas sustancias, lo cual se
materializa en el Registro Nacional de Precursores Químicos que funciona en el ámbito de
la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el
Narcotráfico (ley 26.045). La ausencia de autorización para su posesión no basta para
conformar la punibilidad de la conducta, será necesario además el propósito de utilizar la
sustancia para la producción de estupefacientes.
Respecto al aspecto subjetivo, se debe conocer la clase y tipo de material que se
guarda, como así también su aptitud para producir estupefacientes. Merece especial
consideración el hecho de que muchas de las sustancias señaladas como precursores
químicos tienen usos lícitos en el ámbito de la actividad industrial o el uso doméstico (éter
etílico, acido sulfúrico, ácido clorhídrico, entre otros). Por tal motivo, además se exige que
el autor tenga el propósito específico de cumplir con una las secuencias necesarias para la
producción de estupefacientes que serán introducidos al tráfico ilícito. En otras palabras, la
guarda de las materias primas o precursores debe tener por propósito la fabricación o
producción de drogas.
Párrafo aparte merece el caso de la guarda de semillas cuando estas no tienen como
destino la producción de estupefacientes para introducirlos al mercado ilícito. Si bien el
legislador no incluyó una figura atenuada que abarque estos casos, una aplicación razonable
de las figuras delictivas lleva a sostener que queda incluida en la remisión que efectúa el
penúltimo párrafo del artículo 5, que expresamente dice “En el caso del inciso a), cuando
por la escasa cantidad ...”. Cabe señalar que el inciso a) alude junto a la siembra y cultivo,
a la “guarda”, motivo por el cual resultaría irrazonable atenuar la siembra y cultivo con fines
de consumo y dejar de lado la guarda de semillas necesarias para la germinación de esas
plantas, cuando tienen idéntica finalidad, en razón de que naturalísticamente constituye un
acto preparatorio de aquellas conductas. En su caso, la guarda o tenencia de escasa cantidad
de semillas con la finalidad de siembra destinada al autoconsumo, deberá resolverse
conforme a la doctrina judicial sentada por la CSJN en el precedente “Arriola”, es decir
declarar su inconstitucional (ver ver comentario del fallo aludido en el desarrollo del delito
de tenencia para consumo personal).
Otra solución es declarar directamente la atipicidad de este tipo de conductas, por
carecer del elemento subjetivo especial que prevé la figura penal, esto es la finalidad de
tráfico.
Por último, si bien las hojas del arbusto de coca se encuentra incluidas en la lista I,
por ser una materia prima destinada para la producción de cocaína, su posesión resulta
impune cuando está destinada al “coqueo”, “masticación” o “infusión”, conforme lo
establece el artículo 15. La expresa autorización efectuada por el legislador, responde a que
forma parte de una práctica en los países andinos y es un elemento constitutivo de algunas
culturas indígenas de esa región.
La definición de cada uno de los procesos destinados a obtener las distintas clases de
estupefacientes, se encuentra en la misma Convención Única sobre Estupefacientes (Viena,
1961). Concretamente el artículo 1 alude a que: “Por "fabricación" se entiende todos los
procedimientos, distintos de la producción, que permitan obtener estupefacientes, incluidas
la refinación y la transformación de unos estupefacientes en otros” (art. 1 inciso 1 punto
“n”); Por "preparado" se entiende una mezcla, sólida o líquida, que contenga un
estupefaciente” (art. 1 inciso 1 punto “s”). Por "producción" se entiende la separación del
opio, de las hojas de coca, de la cannabis y de la resina de cannabis, de las plantas de que
se obtienen” (art. 1 inciso 1 punto “t”). No se encuentra definido el proceso de extracción,
sin perjuicio de lo cual se alude al método utilizado para sacar la pasta de cocaína después
del filtrado mediante la utilización amoniaco.
En cuanto al momento en el cual se produce la consumación de cada una de las
acciones pueden generarse controversias, en razón de la utilización exclusivamente de
verbos desprovistos de circunstancias que acoten su aplicación. La norma alude
textualmente al que “produzca, fabrique, extraiga o prepare”, con lo cual y de acuerdo a las
definiciones dadas precedente, pueden comprender distritos hechos, sean procesos o
resultados, de acuerdo al contexto lingüístico en el cual se utilicen. Se trata, al igual que
sucede con el transporte, de un caso de “ambigüedad semántica” toda vez que no constituye
una simple homonimia accidental, sino que se da lugar a mayores equívocos, debido a los
distintos significados que puede adjudicarse. Tanto para el caso de la producción,
fabricación, extracción y preparación se produce lo que se conoce como una ambigüedad de
proceso-producto que “se da cuando uno de los significados de la palabra se refiere a una
activad o proceso, y el otro al producto o resultado de esa actividad o proceso. Es lo que
acaece con palabras como trabajo, ciencia, construcción, pintura. Si alguien dice me
encanta la pintura, puede dudarse de si lo que le gusta es pintar él o contemplar cuadros”
(Nino, 2003:261).
Esta situación ha generado dos posiciones antagónicas. La mayoritaria, considera que
cuando la norma alude a que el autor “produzca, fabrique, extraiga o prepare” se está
refiriendo a un proceso y por tanto el delito se comienzan a ejecutar cuando se inicia la
actividad en tal sentido y se sigue consumando hasta que se abandona la situación
antijurídica o se termina el proceso (delito permanente), por tanto solo se admite tentativa
cuando el proceso no llegó a iniciarse pero el sujeto activo estaba dispuesto a comenzarlo.
Por otro lado, se entiende que los vocablos utilizados por la norma indican el resultado de
esa actividad, en consecuencia el delito se consuma en el preciso momento en el cual se
concluye el proceso de producción, fabricación, extracción o preparación de la droga, es
decir cuando se obtiene el resultado buscado. Siguiendo este pensamiento, hasta que el
tóxico no esté preparado o fabricado el hecho queda en grado de tentativa.
La acción típica no es otra que ejercer actos de comercio con el objeto de obtener una
ganancia, intermediando en el tráfico ilícito mediante la compra y la venta de la mercadería
prohibida. Los elementos esenciales de la figura en cuestión son: el acto de intermediación
en el intercambio de estupefacientes, la habitualidad y el fin de lucro perseguido por el
sujeto activo.
No resulta necesario que los actos de comercio sean llevados de propia mano por el
autor. Puede perfeccionarse el tipo a través de intermediarios, incluso puede presentarse el
caso donde el vendedor no llegue a poseer materialmente la droga en ningún momento, pues
la figura no exige la realización personal de la conducta o algún tipo de contacto corporal
con la sustancia prohibida, rigiendo al respecto las reglas de la participación criminal.
También resulta cuestionable que se imponga una misma pena a un hecho ilícito que
no es otra cosa que un acto preparatorio de un delito, toda vez que la tenencia con fines de
comercio lo es respecto a la comercialización estupefacientes, sin embargo este embate no
ha encontrado recepción de ningún tipo en la jurisprudencia.
Desde el punto de vista del aspecto subjetivo, además del conocimiento sobre la
calidad del material y la voluntad de tenerlo bajo su ámbito de custodia, se requiere para su
configuración la existencia de una ultra finalidad, concretamente que la posesión responda
al propósito de su posterior comercio, de acuerdo a los alcances dados para este tipo
actividad delictiva. No es necesario que el comercio sea llevada a cabo por el mismo sujeto
que los posee, el delito también se configura cuando otras personas lleven a cabo las
acciones de comercio. Claramente se presentarán inconvenientes de prueba al momento de
acreditar la finalidad específica que transcurre en lo profundo del sujeto. Por tanto, habrá
que echar mano a los distintos indicadores objetivos, completos y reveladores acerca de la
existencia de este propósito particular sobre el objeto del delito. Se trata de un tipo de
resultado recortado, donde no es necesario que la finalidad que trasciende a la conducta se
lleve a cabo, esto es que se concrete la comercialización.
Por esta razón, resulta acertada la opinión de quienes sostienen que la acción bilateral
de entrega, suministro y facilitación del estupefaciente que pasa a posesión del adquirente,
debe realizarse con la finalidad de favorecer el tráfico ilícito; en contraposición de aquel
sector de la doctrina que señala que cualquier intención que trasciende a la conducta carece
de relevancia, ya que el tipo no lo requiere. La diferencia sustancial en la conminación de
las penas para estas figuras y el tipo atenuado, habla a las claras de la relevancia que tiene el
propósito que trasciende el acto de entrega, suministro o facilitación, más allá de las
especiales referencias subjetivas de cada una de estas conductas, que las diferencia en
particular. No basta con llevar a cabo la conducta típica para encontrarnos frente a la
hipótesis del inciso e); las acciones deben desarrollarse con el propósito de encontrarse
inmerso en el marco de aquellas actividades que implican tráfico estupefacientes, entendido
este como la distribución del estupefaciente en sus distintas etapas. El denominado “dolo de
tráfico”, puede estar representado tanto por la cantidad de la mercancía objeto de la
transacción, como por la especial predisposición anímica de perseguir como objetivo
integrar un eslabón más de la cadena de distribución de drogas, todo lo cual debe ser
evaluado teniendo en cuenta la mayor entidad de las distintas conductas para afectar el bien
jurídico.
Por tal motivo, el denominado dolo de tráfico, debe ser acreditado en cada caso
concreto, de lo contrario debería aplicarse la figura atenuada prevista en el último párrafo de
artículo 5) de la 23.737. A esta conclusión se arriba siguiendo los lineamientos trazados por
la C.S.J.N. en el precedente “Vega Giménez”, donde se indicó que “la valoración de los
hechos o circunstancias fácticas alcanzadas por el in dubio pro reo incluye también los
elementos subjetivos del tipo penal, cuya averiguación y reconstrucción resulta
imprescindible para aplicar la ley penal. La falta de certeza sobre estos últimos también
debe computarse a favor del imputado” (27/12/2006). De allí se sigue, que si no se pudo
acreditar la finalidad del tráfico, también puede sostenerse la posibilidad de la concurrencia
de que el propósito de la entrega tenga a un destinatario cuya adquisición tiene por finalidad
su propio consumo, resultando ajustado calificar el hecho con la figura atenuada, por
aplicación del principio aludido.
Por último cabe señalar, que tanto para la entrega, el suministro, como la facilitación
se requiere que las conductas se lleven a cabo a título oneroso, es decir que el estupefaciente
sea entregado a cambio de una contraprestación de índole económica, sin llegar a constituir
una conducta de comercio, conforme las especificaciones típicas desarrolladas
precedentemente. La onerosidad de la conducta, permite mantener este tipo de transacciones
dentro del elenco de conductas de tráfico, pues el aspecto lucrativo y económico representa
el centro sobre el cual se asienta esta actividad ilícita. En caso que las acciones se realicen a
título gratuito, se dispone una disminución de la pena que oscila de tres (3) a quince (15)
años de prisión, fundado en el menor contenido de injusto de quien no busca un rédito
económico, aunque su conducta permita la distribución propia del tráfico ilícito de
estupefacientes.
La ley 26.052 sancionada por el Congreso de la Nación el día 17 de Julio del año
2005 (B.O. 31/08/2005) introdujo importantes cambios al régimen penal de la ley de
estupefacientes 23.737, tratándose de una reforma que estuvo principalmente dirigida a
“desfederalizar” la competencia respecto de algunos delitos menores.
Se han formulado críticas a la reforma por no haber incluido dentro del catálogo de
conductas atenuadas a la aplicación, que forma parte, junto a la entrega, suministro y
facilitación, de las acciones tipificas descriptas en el inciso e) del artículo 5 de la ley 23.737.
Se sostiene que se ha creado una notable desigualdad, que puede dar a controversias
judiciales basadas en una eventual inconstitucionalidad por haber excluido aplicación de la
figura atenuada, creando una desigualdad en situaciones equiparables, lo que lesionaría el
principio de igualdad (CN, art. 18). Sin embargo, más allá que la aplicación se encuentre
tipificada junto a las demás conductas en el mismo precepto legal, con una misma
conminación de penas (art. 5, inc. e), existen ciertas diferencias que presentan razonable la
distinción efectuada por la reforma. Ciertamente, en la entrega, suministro y facilitación, el
despliegue del sujeto activo se limita a proveer la sustancia, distinto a lo que ocurre en la
aplicación, donde se suma la administración de la droga. Esta conducta, además de
constituir una acción que permite la distribución de tóxicos, presenta un plus, por cuanto al
aplicar la droga al sujeto se está dando un paso más en la última etapa que recorre la droga
hasta el consumidor, quien aún con el estupefaciente en sus manos podría desistir de su
consumo, lo que no podría ocurrir cuando existe una tercera persona quien se dispone a su
aplicación. El criterio de diferenciación utilizado por el legislador a la hora de atenuar
ciertas conductas, dejando de lado a la aplicación, resulta razonable teniendo en cuenta que
la finalidad perseguida por la reforma fue contemplar aquellas conductas que claramente no
tienen una afectación considerable respecto al bien jurídico, como lo es el convite entre
consumidores. Esta última circunstancia, la menor entidad lesiva, no puede predicase en la
aplicación, justamente por cuanto no queda resquicio para la decisión del consumidor de
usar el estupefaciente.
La consecuencia jurídica del presupuesto fáctico de tipo penal está dirigido al sujeto
activo comprendido por la figura delictiva, es decir quien entrega, suministra o facilita la
droga. La pena o el tratamiento previsto en sustitución de aquella, solo puede tener por
destinatario al autor del tipo penal. Resultaría sobreabundante que la medida tenga por
destinatario al consumidor, pues esta situación ya se encontraba prevista por la misma ley.
En conclusión, si se dan los presupuestos del tipo penal atenuado, el autor del hecho
es consumidor y cumple con los requerimientos de las disposiciones del artículo 17, 18 y 21
podrá someterse a los tratamientos y a los beneficios que estos implican.
9.3 Hechos en cuya comisión intervienen tres o más personas organizadas (inc. c)
El inciso c) establece como agravante “Si en los hechos intervinientes tres o más
personas organizadas para cometerlos”.
Al agravante se funda en las mayores posibles de éxito en razón de la pluralidad de
intervinientes que actúan aunando sus voluntades con la finalidad de cometer el ilícito. Se
requiere la intervención de al menos tres personas. La doctrina mayoritaria acoge el criterio
amplio del término intervenir, comprendiendo al autor, participes necesarios y cómplices
secundarios (CP, art. 45 y 46). Sin embargo se considera que estos últimos no cuentan con
la posibilidad de dominar el curso del emprendimiento y por tanto no pueden actuar de
manera organizada como lo requiere el tipo. En otras palabras, una intervención accesoria o
secundaria no permite configurar la modalidad de actuar organizada o coordinada, conforme
se desarrollará a continuación.
En este orden, no basta con la sola intervención de personas en el número
establecido, además deben actuar de forma organizada, es decir debe existir al menos una
mínima planificación y división de roles. No se exige la presencia de una estructura
permanente o acuerdo de voluntades propias de una asociación ilícita (CP, art. 210), ni se
trata de una especial participación jerarquizada como la establecida por el artículo 7, sino
que se alude a una intervención que tenga un cierto orden mancomunado que tenga por
objeto obtener un resultado común, que se caracteriza por una mínima coordinación y
reparto de funciones.
Desde el punto de vista subjetivo, debe conocerse la existencia de las demás personas
intervinientes y el propósito de actuar de manera coordinada con ellos.
El artículo 29 bis establece que “Será reprimido con reclusión o prisión de uno a seis
años, el que tomare parte en una confabulación de dos o más personas, para cometer
alguno de los delitos previstos en los artículos 5, 6, 7, 8, 10 y 25 de la presente ley, y en el
artículo 866 del Código Aduanero. La confabulación será punible a partir del momento en
que alguno de sus miembros realice actos manifiestamente reveladores de la decisión
común de ejecutar el delito para el que se habían concertado. Quedará eximido de pena el
que revelare la confabulación a la autoridad antes de haberse comenzado la ejecución del
delito para el que se la había formado, así como el que espontáneamente impidiera la
realización del plan”.
Respondiendo a los compromisos internacionales asumidos en materia de lucha
contra el narcotráfico, contrariando principios limitadores del ejercicio del poder penal
estatal, tales como los principios de acto (exteriorización) y de lesividad (CN, art. 18 y 19),
se tipifica como delito un acto preparatorio, esto es la confabulación para ejecutar delitos de
tráfico de estupefacientes.
La acción consiste en “tomar parte”, es decir intervenir o integrar una confabulación.
Según la definición de la Real Academia Española, que se ajusta al tipo de actividades a las
que alude al ley de estupefacientes, confabularse implica “ponerse de acuerdo dos o más
personas para emprender un plan”. Este plan debe tener por objeto la ejecución de delitos
de tráfico o contrabando de estupefacientes.
Para la configuración del ilícito se requiere: 1) al menos dos personas que formen un
acuerdo; 2) que la finalidad del convenio sea la ejecución de alguno de los delitos que
integran el elenco de los ilícitos de tráfico y contrabando de estupefacientes; y 3) la
existencia de actos que pongan de manifiesto la existencia del acuerdo ilícito.
La norma exige el mínimo indispensable para la existencia de un pacto, es decir la
existencia de dos (2) personas. El requerimiento cuantitativo no presenta inconvenientes
interpretativos, incluso en cuanto al grado de intervención requerido, toda vez que nos
encontrarnos en un momento previo a la ejecución. Simplemente basta la presencia de un
acuerdo, entendido este como el concierto de voluntades sobre un objetivo común, donde se
establezcan las particularidades del plan ilícito: cantidades, precios, lugares, medios, entre
otras cuestiones que permitan delimitar el alcance del convenio como para poder establecer
que se trata de un delito concreto de tráfico o contrabando de estupefacientes.
El objeto de la confabulación es un delito de tráfico (ley 23.737) o contrabando
(22.415) de estupefacientes. El acuerdo debe recaer sobre la ejecución de un delito concreto
y determinado, toda vez que de lo contrario, de ser al menos tres (3) personas intervinientes,
podríamos encontrarnos frente al delito de asociación ilícita (CP, art. 210).
A los efectos de que la vulneración al principio de derecho penal de acto no sea
abiertamente grosera, sancionado meras intenciones o pensamientos, el legislador exige para
la configuración de ilícito la presencia de actos manifiestamente reveladores de la decisión
común de ejecutar el delito, lo que un sector de la doctrina considera una condición objetiva
de punibilidad que no integra la estructura del delito y por tanto no requiere que sea
conocida por los autores del hecho.
Desde el punto de vista objetivo, se exige el conocimiento de las personas que
integran el acuerdo y el contenido del mismo, como así también la voluntad de conformar el
convenio con el propósito de ejecutar en el futuro un delito de tráfico o contrabando.
El delito se consuma en el preciso instante en el cual se pacta ejecutar uno de los
delitos mencionados. Es un delito permanente, que se sigue consumando mientras persiste el
acuerdo sobre la planificación del delito, hasta que comienza la ejecución del delito objeto
del convenio.
Se prevén dos circunstancias que eximen de sanción a quienes intervienen en el
acuerdo ilícito: 1) revelar de la confabulación a la autoridad competente antes de que
comience la ejecución; e 2) impedir espontáneamente la realización del plan acordado. La
exención abarca no solo el delito de confabulación, sino también la que pudiera
corresponden por la ejecución del delito planificado.
12. Tenencia con fines de consumo personal (art. 14, segunda parte)
El segundo párrafo del artículo 14 de la ley 23.737 establece “La pena será de un
mes a dos años de prisión cuando, por su escasa cantidad y demás circunstancias, surgiere
inequívocamente que la tenencia es para uso personal”.
El tipo penal mantiene las mismas características de la tenencia simple de
estupefacientes en cuanto a la relación posesoria con el material estupefaciente. Sin
embargo, se suman dos elementos típicos que la diferencian: la escasa cantidad y que las
circunstancias permitan inferir que el estupefaciente tiene por destino el consumo personal
de quien lo posee. El sistema utilizado por la ley se aparta de los que establecen en forma
precisa las cantidades mínimas y máximas al momento de fijar los elementos que integran
los distintos tipos penales. Por escasa cantidad, se entiende aquella que se adecua al
consumo de una persona, atendiendo a las particularidades del sujeto que las detenta, en
cuanto a la frecuencia y necesidad de la ingesta. A tal efecto, debe tenerse en cuenta el
compromiso psíquico y físico que la persona tiene con el tóxico. Asimismo, se indica que
deberá tenerse en cuenta las “demás circunstancias” que rodean al caso en particular, para
poder determinar el destino de la sustancia. Ello implica analizar la situación temporal y
espacial en la cual se desarrolla la provisión de la droga y la posibilidad cierta de acceder a
la sustancia por parte del consumidor, lo que a veces justifica la posesión de una mayor
cantidad, cuando la finalidad esta direccionada a obtener un determinado stock que permita
satisfacer el consumo frente a la escasez de la sustancia o la imposibilidad de conseguirla.
Respecto al aspecto subjetivo, el sujeto debe conocer la naturaleza de la sustancia
que posee y la voluntad de mantenerla en su poder, a lo que se le suma la finalidad
específica de consumo personal, lo que constituye un aspecto subjetivo distinto del dolo.
Despertó algunas divergencias el vocablo “inequívoco” utilizado por la norma al referirse a
la finalidad de la posesión, lo que llevó a sostener que no debía existir ninguna duda
respecto al propósito de la posesión para poder encuadrar la conducta en los términos del
artículo 14, segundo párrafo. Esta situación fue motivo de pronunciamiento por parte de la
CSJN que en el precedente “Vega Giménez” (27/12/2006) indicó que “la valoración de los
hechos o circunstancias fácticas alcanzadas por el in dubio pro reo incluye también los
elementos subjetivos del tipo penal, cuya averiguación y reconstrucción resulta
imprescindible para aplicar la ley penal. La falta de certeza sobre estos últimos también
debe computarse a favor del imputado”. Con lo cual, frente a la duda respecto a la finalidad
de la posesión cuando resulta de escasa cantidad, debe estarse a la figura más benigna, esto
es la tenencia para consumo personal.
La punibilidad de la tenencia de estupefacientes para consumo personal ha sido
objeto de diversos debates por parte de la doctrina y la jurisprudencia. A favor existen
argumentos de tipo paternalista, encontrando legítimo que el orden jurídico desaliente su
consumo y se proteja a eventuales consumidores contra daños físicos y psíquicos que
podrían autoinflingirse si se convirtieran en adictos. También existen argumentos desde el
punto de vista de la defensa social, justificando su punición con el objeto de proteger a
quienes no consumen de las consecuencias nocivas que se pueden generar por el hecho de
que alguno consuman estupefacientes: quien consume estupefacientes es dependiente y todo
dependiente comete delito. Desde la posición contraria, se sostiene que la punibilidad se
encuentra en franca violación al derecho constitucional de autonomía personal y al
desarrolló del propio plan de vida personal. De la misma forma, se pone énfasis sobre la
inexistencia de lesividad sobre terceras personas, como presupuesto ineludible para
sancionar penalmente una conducta (CN, art. 19).
Más allá del fracaso del argumento utilitarista que justificaba su punibilidad, pues el
narcotráfico seguía incrementándose exponencialmente mientras la norma era aplicada por
las agencias estatales, lo cierto es que la figura delictiva fue utilizada por las fuerzas de
seguridad para llevar a cabo detenciones desmedidas, que muchas veces terminaron en
situaciones de abuso funcional. Al respecto, la criminalización de los consumidores
representaba el setenta (70) por ciento de las procedimientos que se llevaban a cabo por
infracción a la ley 23.737, lo que generaba que tanto la actividad policial como la judicial
distrajeran esfuerzos y recursos que deberían dirigirse para combatir el tráfico de tóxicos.
La constitucionalidad de la norma fue objeto de distintos pronunciamientos por parte
de la CSJN. Así, encontrándose vigente la ley 20.771, con fecha 29.08.1986 en el
precedente “Bazterrica” (Fallos: 308:1392) se declaró su inconstitucionalidad. En lo
sustancial se indicó que “Pensar que el arresto de los simples consumidores de drogas que
no han provocado daños a terceros ni ofendido el orden y la moral públicos por la
exhibición de su consumo, es un instrumento idóneo para llegar al traficante, entrañaría
afirmar que para una eficacia mayor en la represión del aparato de comercialización de
drogas, el Estado debería fomentar el consumo, con lo que tal actividad se haría más
visible, y se contaría, además, con innumerables proveedores de información”.“Si se
generalizara el argumento de que el arresto de los simples consumidores de drogas que no
han provocado daños a terceros ni ofendido el orden y la moral públicos, por la exhibición
de su consumo, es un instrumento idóneo para llegar al traficante, vendría a consagrarse
en el principio de que es posible combatir toda conducta no deseada mediante el castigo de
quien es su víctima desde que siempre la víctima y su situación son condición necesaria de
la existencia del delito”.
Al poco tiempo, con fecha 11.12.1990 y con otra integración, en el caso “Montalvo”
(Fallos: 313:1333), la CSJN se pronunció en sentido contrario, afirmando que la
penalización de este tipo de conductas resultaba constitucional, con argumentos
estrictamente paternalistas, agregando que la penalización ayudaría a combatir el tráfico,
pensamiento de claro corte utilitarista. En dicho pronunciamiento se sostuvo que “El efecto
¨contagioso¨ de la drogadicción y la tendencia a ¨contagiar¨ de los drogadictos son un
hecho público y notorio, osea un elemento de la verdad jurídica objetiva que los jueces no
pueden ignorar”. “Entre las acciones que ofenden el orden, la moral y la salud pública se
encuentran sin duda la tenencia de estupefacientes para uso personal”. “No debe exigirse
en cada caso, la prueba de la trascendencia a terceros con la consecuente afectación de la
salud pública, de la tenencia de estupefacientes para uso personal”.
Finalmente, el 25.08.2009 en el precedente “Arriola” se declaró la
inconstitucionalidad del artículo 14, segundo párrafo, de la ley 23.737. En líneas generales
la CSJN reproduce y se remite a los fundamentos desarrollados en el caso “Bazterrica”.
Expresamente se señala que las razones pragmáticas o utilitaristas en que se sustentaba
“Montalvo” habían fracasado. En este orden, se sostuvo que la actividad criminal vinculada
al narcotráfico, lejos de haber disminuido se había multiplicado exponencialmente. De los
fundamentos expuestos por cada uno de los Ministros de la CSJN pueden extraerse los
siguientes estándares: 1) la imposibilidad de criminalizar conductas que no afecten a
terceros; 2) la necesidad de exigir peligro concreto para criminalizar una acción; 3) el
respecto de la autonomía de la voluntad y el plan de vida individual de las personas; 4) el
principio de dignidad que consagra al hombre como un fin en sí mismo; y 5) evitar la
revictimización del consumidor, entre otros.
Respecto a la imposibilidad de criminalizar conductas que no lesionan a terceras
personas se sostuvo que “Dado que la escasa cantidad de droga incautada en la causa
estaba destinada al consumo personal y el hallazgo no fue producto de la realización de
cualquier otro acto con la droga que excediese una tenencia reservada, vedada al
conocimiento de terceros, y que los imputados mantuvieron así hasta ser requisados por el
personal policial, en tales condiciones la tenencia de droga para el propio consumo, por sí
sola, no ofrece ningún elemento de juicio para afirmar que los acusados realizaron algo
más que una acción privada, es decir, que ofendieron a la moral pública o a los derechos
de terceros (del voto del juez Zaffaroni)”.
En cuanto a la necesidad de exigir peligro concreto para criminalizar una conducta,
se indica que “Es inconstitucional el artículo 14, segundo párrafo, de la ley 23.737, en
cuanto incrimina la tenencia de estupefacientes para uso personal que se realice en
condiciones tales que no traigan aparejado un peligro concreto o un daño a derechos o
bienes de terceros, pues en tales condiciones, conculca el artículo 19 de la Constitución
Nacional, en la medida en que invade la esfera de la libertad personal excluida de la
autoridad de los órganos estatales (del voto de los jueces Highton de Nolasco y
Maqueda)”. En el mismo sentido, se alega que “En cuanto al peligro de peligro se trataría
de claros supuestos de tipicidad sin lesividad. Por consiguiente, el análisis de los tipos
penales en el ordenamiento vigente y por imperativo constitucional, debe partir de la
premisa de que solo hay tipos de lesión y tipos de peligro, y que en estos últimos siempre
debe haber existido una situación de riesgo de lesión en el mundo real que se deberá
establecer en cada situación concreta siendo inadmisible, en caso negativo, la tipicidad
objetiva (del voto del juez Lorenzetti).”
Al tratar el respecto de la autonomía de la voluntad y el plan de vida individual de las
personas, se sostiene que “La prescripción del art. 19 de la Constitución Nacional expresa
la base misma de la libertad moderna o sea la autonomía de la conciencia y de la voluntad
personal, la convicción según la cual es exigencia elemental de la ética que los actos dignos
de mérito se realicen en virtud de la libre creencia del sujeto en los valores que los
determinan (del voto de los jueces Highton de Nolasco y Maqueda y del voto del juez
Petracchi). De la misma forma se indica que “Toda persona adulta es soberana para tomar
decisiones libres sobre el estilo de vida que desea (artículo 19 de la Constitución Nacional)
(del voto del juez Lorenzetti). También se resalta que “En tanto la conducta bajo examen –
tenencia de estupefacientes– involucra un claro componente de autonomía personal en la
medida en que el comportamiento no resulte ostensible, merece otro tipo de ponderación a
la hora de examinar la razonabilidad de una ley a la luz de la mayor o menor utilidad real
que la pena puede proporcionar, valoración que otorga carácter preeminente al señorío de
la persona –siempre que se descarte un peligro cierto para terceros–, sin desentender la
delicada y compleja situación por la que transita quien consume estupefacientes –
especialmente quien abusa en su utilización– (del voto del juez Fayt).
Se hace referencia expresa a la afectación del principio de dignidad en cuanto
“consagra al hombre como un fin en sí mismo, se opone a que sea tratado utilitariamente.
Parece dudosa la compatibilidad de tal principio con los justificativos de la ley 23.737 y del
precedente “Montalvo”, respecto de la conveniencia, como técnica de investigación, de
incriminar al consumidor para atrapar a los verdaderos criminales vinculados con el
tráfico (del voto de los jueces Highton de Nolasco y Maqueda).
En lo que hace a la revictimización del consumidor, se sostuvo que “No hay dudas
de que en muchos casos los consumidores de drogas, en especial cuando se transforman en
adictos, son las víctimas más visibles, junto a sus familias, del flagelo de las bandas
criminales del narcotráfico. No parece irrazonable sostener que una respuesta punitiva del
Estado al consumidor se traduzca en una revictimización (del voto de los jueces Highton de
Nolasco y Maqueda).
Por último, la CSJN deja un claro mensaje sobre su posición respecto a la
criminalización del narcotráfico al decir que “La decisión que hoy toma este Tribunal, en
modo alguno implica “legalizar la droga”. No está de más aclarar ello expresamente, pues
este pronunciamiento, tendrá seguramente repercusión social, por ello debe informar a
través de un lenguaje democrático, que pueda ser entendido por todos los habitantes y en el
caso por los jóvenes, que son en muchos casos protagonistas de los problemas vinculados
con las drogas (del voto de los jueces Highton de Nolasco y Maqueda”.
13. Propagación del uso de estupefacientes y su uso público
El artículo 12 establece “Será reprimido con prisión de dos a seis años y multa de
seiscientos a doce mil australes: a) El que preconizare o difundiere públicamente el uso de
estupefacientes, o indujere a otro a consumirlos; b) El que usare estupefacientes con
ostentación y trascendencia al público”
El primero de los inicios (a) prevé tres acciones típicas distintas. Por un lado,
preconizar el uso de estupefacientes, que no es otra cosa que tributar elogios públicamente
sobre las drogas, considerándolas buenas o adecuadas para ciertos y determinado fines. En
cuanto a difundir consiste propagar o divulgar el consumo de tóxicos. Ambas conductas
tienen el propósito implícito de que personas indeterminadas consuman estupefacientes,
circunstancia que para el legislador pone en riesgo al bien jurídico protegido. Por tal motivo,
el tipo penal exige que las acciones deben llevarse a cabo en público, de lo contrario no
existiría un riesgo que justifique existencia del tipo penal. La difusión o preconización que
se realiza privado resulta atípica.
Las conductas deben tener la capacidad de contribuir a la propagación del uso de
sustancias prohibidas. En este sentido, deben ser de cierta entidad como para motivar al
consumo de estupefacientes. No se prevén medios específicos para llevar a cabo la conducta
(televisión, radio, prensa escrita, internet, entre otros).
Des del punto de vista subjetivo las acciones deben tener por finalidad que los
destinatarios del mensaje consuman estupefacientes.
En cuanto a la acción de inducir, comprende al estímulo o influencia sobre una
persona para que consuma estupefacientes. En este caso no resulta necesario que la
conducta sea llevada a cabo en público.
Desde el punto de vista subjetivo, el autor debe tener conocimiento del alcance de sus
actos y propósito de que el sujeto consuma estupefacientes.
El delito no requiere que el sujeto activo logre efectivamente que el sujeto pasivo
concrete el consumo de droga, basta con llevar a cabo acciones tendientes al fin propuesto.
Por su parte, el inicio b) prevé la conducta de quien consume estupefacientes en
público, de manera ostentosa y con trascendencia al público. La acción prohibida parecería
estar enderezada a evitar la inducción indirecta al consumo de estupefacientes, frente al
peligro que exista imitación por parte de quien observan la conducta; decisión político
criminal que al menos resulta cuestionable en el marco de un derecho penal liberal.
Hacer uso de estupefacientes implica consumirlos de cualquier modo (fumando,
inyectándose, inhalando, entre otras maneras). La acción no implica tener o poseer la droga,
que es un delito autónomo (art. 14, segundo párrafo), que claramente queda absorbido por
esta figura al darse una relación de consunción. Tampoco abarca el hecho de haber
consumido, circunstancia que puede constituir una contravención o formar parte de una
calificante de un delito en particular, a raíz de los efectos que produce sobre la conciencia
que lo tornan peligroso para llevar adelante ciertos actos. Ahora bien, no basta con el
consumo de la sustancia para que configure el delito, el uso debe realizarse de manera
ostentosa y con trascendida al público, es decir llamando la atención o de manera evidente
frente a un número de personas indeterminadas.
Desde el punto de vista subjetivo la acción debe realizarse con la finalidad de que el
público en general perciba el consumo.
El delito se consuma en el mismo instante que se realiza la conducta, no exigiéndose
que las personas que perciban el uso del tóxico tiendan a imitar el consumo.
Todas las acciones que fueron analizadas deben realizarse sobre estupefacientes,
conforme a la definición oportunamente dada.
Más allá de potencialidad de las acciones típicas para poner realmente en peligro el
bien jurídico Salud Pública, el alcance de las conductas tipificadas como delito debe
interpretarse sin descuidar la posible tensión que puede generarse con el derecho a la
libertad de pensamiento y expresión, como componentes indispensables en el ejercicio de la
democracia. Como es sabido, estos comprenden el derecho a buscar, recibir y difundir ideas
e informaciones de toda índole, como así también el de recibir y conocer la información e
ideas difundidas por los demás.
Claramente en una sociedad democrática la discusión sobre el consumo de
estupefacientes no debería encontrar ningún tipo de censura. Sin embargo, la libertad de
expresión y pensamiento no constituyen un derecho absoluto, por tal motivo debe analizarse
en cada caso concreto el alcance y contenido del mensaje. Respecto a la entidad del injusto
no debe escapar del análisis que la conducta que es objeto de la preconización o difusión es
el consumo de estupefacientes, actividad que no constituye delito dentro de nuestro
ordenamiento jurídico; situación jurídica que incrementa aún más el grado conflictividad de
la figura delictiva analizada. No se trata de un ciudadano que preconiza o difunde acciones
delictivas; en realidad la conducta sobre las que recae el mensaje se trata de una acción que
si bien puede considerarse nociva para la salud, en sí misma no es ilícita.